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3. Definición de autoconfianza
Según Marín (2009) la autoconfianza es la seguridad que tiene una persona en realizar las
habilidades necesarias para producir un resultado determinado mediante la ejecución de la
conducta que se requiere para lograr un resultado. En el mundo del deporte se utiliza
frecuentemente para hacer alusión a la percepción que tiene la persona sobre su potencial
para enfrentarse a la tarea en concreto. Marín, sostiene que una buena autoconfianza no solo
mejora el rendimiento del deportista, sino que también le ayuda a prevenir estrés, lesiones y
ansiedad entre otras. (Marín, 2009).
La autoconfianza es la convicción que una persona tiene, en que puede llevar a cabo unas
habilidades necesarias, para ejecutar con éxito la conducta requerida y producir un
determinado resultado. En el ámbito deportivo se utiliza con frecuencia para referirse a la
percepción que tiene la persona sobre su capacidad para enfrentarse a una determinada tarea.
Bandura, sostiene que existe una unión de tres factores básicos que influyen en el rendimiento
óptimo del sujeto: factores personales-cognitivos, ambientales y conductuales.
Dos son las expectativas que nos planteamos antes de la acción: eficacia, si poseemos la
creencia de superar una prueba y los resultados, si poseemos la creencia que un
comportamiento inducirá a un tipo u otro de resultados. Para formarnos nuestras expectativas
de si lograremos o no superar una prueba asegura Bandura que 4 son las fuentes posibles;
Capacidad de ejecución,
Aprendizaje por observación de otras personas,
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Persuasión verbal y
Nivel de activación fisiológica.
Bandura, propone un modelo para evaluar la autoconfianza basándose en un microanálisis, es
decir, en mediciones de cada tarea y en tres dimensiones: magnitud, fuerza y generalidad. Se
le pregunta al deportista si se siente capaz de realizar una tarea y en qué medida (1-100), y a
mayor puntuación obtenida mayores expectativas poseerá el deportista.
Vealey, definió la confianza como “la creencia o el grado de certeza que los individuos poseen
acerca de su habilidad para tener éxito en el deporte”. Este programa se basa en dos tipos de
confianzas: Rasgo y Estado.
Logros de ejecución →Consiguiendo éxito y ejecuciones correctas, que serán las que luego nos
llevarán a rendimientos y resultados satisfactorios. Como por ejemplo si un equipo remonta un
marcador adverso y consigue la victoria o si una persona que acaba de comenzar en un
deporte concreto consigue realizar la práctica continuada 30 minutos.
Actuar con confianza → Los errores suelen debilitar la confianza de los deportistas, lo que
desencadena una pérdida de control, consiguiendo que su adversario se crezca al ver que su
comportamiento se deteriora. Así que debemos de mostrar a lo largo de toda la partida que
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estamos totalmente confiados y seguros de nosotros mismos, para lo cual por ejemplo,
pueden mantener la cabeza alta tras cometer un fallo en un momento decisivo.
Pensando con confianza → Una actitud mental positiva es esencial para desplegar el potencial
máximo. Si en cuanto aparecen esos pensamientos de no poder realizar algo, los
reemplazamos por ideas positivas y más realistas, contribuiremos a afrontar el deporte con
más confianza.
Estableciendo rutinas previas, con el fin de concentrarnos en lo que tenemos que hacer sin
desviar nuestra atención, conseguiremos “despreocuparnos” de ello porque ya tenemos el
momento planificado para ello.
Adaptando el deporte a las características de los deportistas. Es muy importante adecuar las
reglas del juego de cada especialidad deportiva al nivel de edad y de evolución de los
deportistas.
Las personas que ganan son las que tienen confianza, pero: ¿cómo vas a tener esa confianza si
no ganas?, y ¿esa derrota es porque no tienes la suficiente confianza? La solución la podemos
encontrar en los entrenamientos, ya que si plantemos acciones de logro en los
entrenamientos, aumentará nuestra autoconfianza y así será preparatoria para un evento.
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Para generar confianza, no hay nada como experimentar en los entrenamientos lo que se
quiere lograr en la competición.
Utilizar la técnica del establecimiento de objetivos de manera eficaz → Los objetivos a corto
plazo pueden ayudar al deportista a sentir que ha hecho progresos, y potenciar así su
confianza.
Trabajando sobre la base de los recursos y límites actuales → No crear falsas expectativas
imposibles de que se cumplan.
Controlando la percepción del éxito y las atribuciones →Tener autoconfianza implica una
correcta atribución de los éxitos y los fracasos, basándose en una objetiva evaluación de la
situación.
Resultados Deportivos
Los resultados deportivos ayudan en gran medida a generar autoconfianza. Si por lo general se
obtienen resultados positivos, la autoconfianza llegará sola. Por el contrario si los resultados
no son los adecuados afectará indudablemente la autoconfianza.
Nueva Destreza
Cuando un deportista, en proceso de aprendizaje, está aprendiendo una nueva técnica o
destreza puede afectar en su capacidad de autoconfianza si es que toma un tiempo más o
menos prolongado en aprenderla en forma correcta.
Las fuentes de motivación son dos: intrínseca cuando la motivación proviene del propio
deportistas (deseos de ser admirado por otros, ganar dinero, surgir, etc.) y extrínseca cuando
la motivación proviene de fuera del deportista (comentarios del entrenador, de un familiar, los
medios de comunicación, la afición, etc.).
Cuando falta la motivación extrínseca, falta un apoyo fundamental para sentirse seguro de sí
mismo.
Percepción de Preparación
Cuando un deportista tiene la percepción de que no está preparado ni técnica, ni física ni
mentalmente para una competición, indudablemente se verá afectada su autoconfianza, ya
que, sentirá que “no están dadas las condiciones” para desarrollar una buena performance
deportiva.
Si un deportista se ha planteado metas muy altas, casi inalcanzables, perderá toda su confianza
al observar que no las ha ido cumpliendo. Experimentará baja autoconfianza porque sentirá
que él no está preparado para lograr con éxito los distintos objetivos deportivos que se ha
fijado.
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El nivel fisiológico (el pulso cardiaco, respiración, tensión muscular, sudoración…), por otro,
Este continuo, en el deporte es un poco diferente por las características del mismo, por lo que
el extremo inferior tendríamos un estado de calma o relajación total, pero no adecuado para
competir, mientras que en el extremo superior nos encontraríamos con un nivel de máxima
excitación y alerta, igualmente no válido para un buen rendimiento.
Es por lo tanto obvio, que la activación va a tener una influencia trascendental en nuestro
rendimiento. El modo en el que actúa la activación en una persona, es a través de dos caminos
diferentes. Por un lado:
Permite movilizar la energía necesaria de los procesos fisiológicos que requieren las conductas
que se realizan en cada deporte (la tensión muscular, el pulso, la respiración….) Y por el otro
lado,
No hay una activación única, sino que puede ser de dos tipos: negativa y positiva. Podemos
diferenciarlas por la sensación que nos provoca, el feedback que recibimos y evaluación y
valoración que hacemos de ella.
El miedo al fracaso, la incertidumbre que nos provoca el rendimiento propio o lo que pueda
suceder en la competición, el valor que damos a la evaluación que podemos recibir de los
demás, la frustración o insatisfacción que nos produce algo que ya está sucediendo, etc.
pueden dar lugar a una activación negativa. Mientras que;
La activación positiva se puede generar, entre otras cosas, por la motivación que nos produce
un reto deseado y atractivo, por el deseo de éxito y sus consecuencias positivas, por la
ausencia de miedo a perder o hacerlo mal, por el refuerzo positivo que provoca la sensación de
realizar una actividad deportiva correctamente, etc.
De todos modos, siempre hay que tener en cuenta, que la valoración que hacemos del
contexto particular en el que estamos y sus circunstancias, y de nuestra actividad mental, es lo
que va a hacer que el signo de la activación, lo consideremos de un tipo u otro.
Por lo tanto, una situación concreta que a la mayoría de la gente le puede provocar activación
negativa, a otros puede sucederles todo lo contrario, que en ellos sea positiva, e incluso dentro
de la misma persona, en un momento determinado una situación puede hacer que la
activación sea positiva y otro día posterior, que sea negativa.
Por ejemplo, una marcha para la que llevamos preparándonos mucho tiempo, puede
ocasionar, los días antes de la salida e incluso una vez salimos, que nuestra activación sea
positiva, porque estamos bien preparados, con confianza en nuestras posibilidades, con mucha
motivación por el objetivo, relajados, etc.
Y sin embargo en otro momento o situación, puede que lo percibamos como una amenaza,
como algo impredecible que no podemos controlar, con la creencia de que no vamos a
conseguirlo y la consiguiente evaluación negativa de los demás compañeros, etc. aunque
nuestra preparación física haya sido idéntica. Un cambio en la percepción de la situación,
puede originar muchas diferencias en el modo de afrontar una marcha o competición.
Y es importante también saber que el hecho de que sea activación negativa, no implica
necesariamente algo perjudicial o negativo para nosotros, y viceversa para la activación
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positiva. Ambas pueden ser beneficiosas o perjudiciales para nuestro rendimiento, tanto por
defecto como por exceso.
Por ejemplo, el hecho de que aparezca la activación negativa antes de una prueba, no implica
un mal rendimiento, ya que al percibirla, puede ser el momento en el que el ciclista ponga en
marcha todos sus recursos y habilidades para dar el máximo de su capacidad. Y del mismo
modo, alguien con activación positiva, si es excesiva, puede creer que todo está hecho, y que
las cosas van a salir rodadas y sin apenas esfuerzo, y originar un rendimiento deficiente y por
tanto. Es más a veces, habrá deportistas que necesitarán la activación negativa para rendir
mejor y al contrario. Esto es algo que en cada uno de nosotros es diferente, dependiendo del
momento y las circunstancias. Reconocerlo y saber manejarlo es la clave para que nos sea de
ayuda y no un lastre para nosotros.
El nivel óptimo de activación es aquel en el que somos capaces de alcanzar nuestro máximo
rendimiento. Es el punto de activación que debemos buscar antes de empezar una marcha o
competición y en el que sentimos que física y mentalmente estamos preparados para realizar
la actividad deportiva a la que tenemos que enfrentarnos. Cognitivamente los pensamientos
son del tipo “Me siento fenomenal, muy cómodo y con ganas de empezar”, “Mi atención está
focalizada en lo que tengo que hacer”, “sé que soy capaz”.
Físicamente nos vemos preparados, con el tono muscular adecuado, sin el pulso irregular y por
las nubes, ni sensación de que nos falta el aire ni de agobio, etc.
Como es lógico, aprender a identificar los diferentes estados que podemos tener con su
correspondencia en número dentro de la escala, lleva su tiempo. No es algo que con intentarlo
un par de veces sirva para conocer perfectamente nuestros diferentes niveles de activación, y
sobre todo el nivel óptimo.
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Las estrategias que vamos a usar para este objetivo serán la auto-observación y la auto-
evaluación. Con ellas, antes de cada entrenamiento, salida importante con el club, marchas o
competiciones, tratamos de auto-observarnos, describiendo qué sentimos y pensamos y las
circunstancias que acompañan a esa situación, y le asignamos un valor del 1 al 10.
Siempre debemos tener en cuenta los estímulos antecedentes (la situación previa), cómo se
manifiesta esta activación (fisiológica, cognitiva y conductualmente) y la relación existente
entre el nivel de activación que tengamos y el rendimiento posterior que realizamos mediante
una auto-evaluación.
Poco a poco sabremos cuál es el punto en el que mejor rendimos, dependiendo de la situación
a la que nos vamos a enfrentar, y tendremos por tanto la capacidad de decidir si tenemos que
aumentar o disminuir nuestro nivel actual, para acercarnos al óptimo.
El nivel de activación o Arousal puede ser descrito como un estado energético del organismo
que media entre las funciones cognitivas, emocionales y atencionales del deportista
Estrés
El concepto de estrés, apareció por primera vez en 1936, aunque el término “estrés” aún no
fue usado; pero Seyle trató de describir un fenómeno de alarma no específico, que fomentaba
la adaptación o mala adaptación en ratas expuestas a diferentes estímulos amenazantes.
(Seyle, 1936). Poco después, el propio Seyle, aporta el término “estrés” (Seyle, 1950).
Posteriormente, Mason apuntó que el estímulo más potente para la activación del eje HPA son
los factores psicológicos (Mason, 1968). En estos trabajos, el propio Mason ya valoraba la idea
de que el estrés no tenía por qué ser una activación negativa para el organismo, acuñando los
términos diestrés y euestrés para diferenciar la hiperactivación y una activación óptima,
respectivamente.
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Los procesos de afrontamiento cognitivo son importantes para una práctica exitosa en
competición.
La teoría de activación cognitiva del estrés (CATS), indicaría que la respuesta de estrés
depende de las expectativas adquiridas como resultado de la exposición anterior a las
variables estresantes. La alarma aparece cuando existe una discrepancia entre lo que debería
ser la competición y lo que realmente es para el deportista. La respuesta de estrés, por tanto,
tiene una vinculación necesaria con los procesos psicológicos. Esta alarma, activa
comportamientos específicos para afrontar dicha situación.
La ansiedad y el Burnout
Ambos conceptos se podrían ver afectados por la intensidad del estímulo, la valoración que se
hace del mismo, y la experiencia previa que se tiene sobre el afrontamiento de las señales de
alarma.
Este término ha sido aceptado principalmente por las organizaciones de psicología de la salud,
adscrito al estrés crónico laboral.
EL SÍNDROME DE BURNOUT
El síndrome de Burnout se caracteriza por un progresivo agotamiento físico y mental, una falta
de motivación absoluta por las tareas realizadas, y en especial, por importantes cambios de
comportamiento en quienes lo padecen. Éste cambio de actitud se relaciona generalmente
con "malos modales" hacia los demás o con un trato desagradable.
El síndrome de burnout se asocia a que las fuentes personales no son suficientes o son
inadecuadas para manejar el estrés y como resultado el sujeto desarrolla actitudes negativas
que derivan en encontrarse exhausto física y emocionalmente en el entorno de trabajo.
Algunas variables implicadas incluyen el estilo del entrenador, altas demandas competitivas,
estrategias de confrontación, estilo de vida externo, monotonía en el entrenamiento, falta de
refuerzo positivo…
Los jugadores amateurs tienen altas puntuaciones de burnout porque tienen menos
experiencia que los profesionales y son más altas en fases de competición que en
preparatorias.
Estas demandas elevadas o esta percepción de no poder atender a las demandas muchas
veces se traducen en ansiedad. Algunos deportistas manifiestan que la ansiedad facilita en
rendimiento en la tarea, pero la mayoría, tanto jóvenes como adultos, muestran que la
ansiedad competitiva tiene efectos deteriorantes del rendimiento, del disfrute y el bienestar
físico.
Los niños con altos niveles de ansiedad se preocupan por cometer errores, no jugar bien,
perder… ser evaluados por sus entrenadores, por sus padres, amigos…
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El clima motivacional refleja los rasgos emergentes de un entorno que crea una estructura de
meta orientada a la tarea o al ego
Aunque existen diferentes modelos teóricos explicativos del burnout, a todos subyace como
denominador común, el estrés como elemento causal del mismo, generado como
consecuencia de un ineficaz proceso de adaptación del deportista ante situaciones de
sobreentrenamiento, sobre exigencia, estancamiento o el retiro de la carrera.
El estudio del burnout entiende que no todas las variables personales ejercen la misma
influencia en todo el proceso de "desgaste individual". En el mundo del deporte, los estudios
de variables de la personalidad y su relación con el burnout deben centrarse en el
descubrimiento de elementos que faciliten la focalización en recursos personales, aportando
así formas diferentes de afrontar situaciones, que pueden desembocar en un determinado
desgaste emocional. En este sentido, cada vez es mayor la evidencia empírica que muestra la
relación existente entre la personalidad y el burnout.
Entre las variables que se han planteado como potenciales predictoras del síndrome (Garcés
de Los Fayos y Vives, 2003), se encuentra un estilo negativo de dirección y de interacción por
parte del entrenador, altas demandas competitivas, excesivas presiones temporales,
monotonía del entrenamiento (sensación de aburrimiento y falta de estímulo), sentimientos
de aislamiento y falta de apoyo en su grupo de referencia, carencia de refuerzos positivos,
déficit de habilidades o, estrategias de afrontamiento ineficaces, frustración cuando los logros
obtenidos no se corresponden con las expectativas iniciales, intereses mercenarios de los
padres y estilo de vida externo no apropiado con el rigor exigido al deportista .
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BIBLIOGRAFIA
J. González, A.B. Ros, M.I. Jiménez y E. Garcés de los Fayos (2014) Análisis de los niveles de
burnout en deportistas en función del nivel de inteligencia emocional percibida: el papel
moderador de la personalidad. Cuadernos de Psicología del Deporte. Versión Online. CPD. Vol.
14. Murcia. http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1578-
84232014000300005.