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Ensayo Argumentativo

Diagnóstico de un cuerpo contemporáneo

Laura Vanessa Tapia Bedoya

Presentado a:
Luis Alberto Guerrero

Liceo de la Universidad de Nariño


Grado Décimo Uno
San Juan de Pasto
2018
En las emisoras nos hablan de las cifras de mortandad que sufrimos los jóvenes
por motivos depresivos, en televisión se nos cataloga como la generación de la
indiferencia y en las redes se nos subestima sobre si somos lo suficientemente capaces
para afrontar la realidad que para bien o para mal azotará nuestra cotidianidad. Lo
anterior que a diario lo encontramos en el souvenir de nuestra vida ha permitido que
surja un importante cuestionamiento, la verdadera pregunta: ¿Por qué todo este malestar
cuando somos la generación que lo tiene “todo”?

Al leer la Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset (1929) afirma que: “El
hombre-masa es el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de
pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas internacionales”(p. 19) Al
analizar el hecho de que esta afirmación iba dirigida al hombre del siglo XIX, resulta
paradójico descubrir que la misma junto con los problemas diagnosticados por el autor
siguen vigentes para el hombre de nuestra época; casi dos siglos después la crítica
permanece vigorosa con la única diferencia de que los contextos en los que se
desarrollan son de un diferenciado momento. Lo anterior pretende demostrarse en el
presente ensayo donde se ha recurrido a hacer un examen clínico exhaustivo del hombre
“Millenial” apelando al estudio de su anatomía para encontrar posibles respuestas sobre
el porqué del malestar que le aqueja.

El hombre contemporáneo goza de todo cuanto existe, sin embargo, si hacemos


un estudio detallado de sus órganos vamos a descubrir que es portador de ciertos
malestares que están en zonas específicas de su cuerpo. Comenzando con la puerta de
entrada a lo visceral, encontramos el ente creador de las mejores frases, citas y poemas
que hoy el mundo aplaude, como también de las mayores amenazas que puede sufrir la
sociedad, la boca. Al hablar de este tema nos encontramos con dos problemáticas
importantes: la opinión y la falta de esta.

Sobre la opinión nuestra boca sigue teniendo el déficit de las bocas de siglos
pasados, no diferencia entre una opinión y una crítica confundiendo ambas en un solo
ente. Aquí el problema radica cuando la crítica toma protagonismo, cuando el ciudadano
es víctima de la aglomeración y permite que la masa, entendida como las personas que
no gozan de ninguna cualidad (Ortega y Gasset, 1929), vaya en contra de las minorías.
Un hecho histórico de lo anterior es la Inquisición en el siglo XVI donde se eliminó a
esa minoría que estaba en contra de todas las injusticias religiosas; un ejemplo en él
ahora es la discriminación que aún persiste hacia los grupos étnicos, comunidades como
la LGBTI o la clase que vive en la pobreza. La importancia de lo anterior radica en que
“la soberanía de la opinión pública, lejos de ser una aspiración utópica, es lo que ha
pesado siempre y a toda hora en las sociedades humanas” (Ortega y Gasset, 1929, p.171)
La cuestión es cuando durante todos estos años ese peso lo ha recibido una crítica
disfrazada de opinión, una crítica que promociona la diferenciación, la superioridad
hacia el otro y en últimas y mayores instancias: la violación de los derechos.

Ahora bien, si de ese intento de opinión provocamos tales heridas, la ausencia de


la opinión provoca más caos. Y al tratar esta problemática encontramos que no sólo está
presente en nuestra boca con el gusto, está en el tacto, el oído, el olfato y lo visual con
nuestros ojos. Al obligar a nuestros sentidos a permanecer inertes frente a las
problemáticas sociales permitimos la presencia del mayor defecto que se le ha atribuido
a nuestra sociedad: la indiferencia. Al conocer que estamos en la era que nos ofrece
todo nos creemos con la sorna de que el mundo está completamente hecho, que no
tenemos un papel de voz ni de voto por que nada se necesita cambiar cuando en realidad
a medida que nuestro mundo crece con el surgen infinidad de cosas y con ello de
problemáticas. Se receta como una posible cura la obligación de sentir, escuchar, oler,
degustar y mirar el mundo que nos rodea y opinar sobre lo que este puede mejorar,
luego, ayudar a generar este cambio como mejora.

Seguido de revisar nuestros cinco sentidos se decide examinar el cerebro en


búsqueda de alguna anomalía que ofrezca nuevos resultados. Al observar este órgano
que coordina nuestras actividades vitales podemos observar que ha sufrido una serie de
alteraciones en su ego, aunque no es de mentir que su proceso evolutivo ha permitido
que tenga mejores desempeños dando pie al crecimiento exponencial de su prepotencia y
consigo la atrofiación de los nervios provocando otro de los malestares que aqueja a
nuestro hombre contemporáneo: la metástasis de su superioridad.

Este mal siempre ha aquejado a las distintas sociedades quienes han elevado su
superioridad en comparación con las sociedades pasadas, sin embargo, la situación en el
presente se muestra más crítica por que el hombre contaminado de esa superioridad no
siente la necesidad de su actuar como sinónimo de relevancia. En palabras de Ortega y
Gasset (1929) este problema se resume así: “El hombre del presente siente que su vida
es más vida que todas las antiguas o dicho viceversa, que el pasado integro se le ha
quedado chico a la humanidad actual”. Eventualmente, si analizamos nuestro contexto
actual nos encontramos con un cerebro post-moderno que es víctima de su propia
creación, que se dirige por la brecha de la estupidez al creerse listo por naturaleza. Como
secuela de lo anterior en la población actual se mira un decaimiento de las ideas y la
imaginación, que aunque no lo parezcan son las principales brechas para problemas aún
más complejos como: el desapego de esta sociedad hacia la ciencia o el pasado
repetitivo que sufren países como Colombia.

A diario sobresalen las noticias de prensa rosa por encima de los grandes avances
en la ciencia, esto debido a que sólo unos pocos han entendido que el fervor hacia lo
científico permite el nacimiento de un nuevo invento, un nuevo aprovechamiento, una
nueva fuente de economía y por último una nueva semilla de cultura de la cual somos
carentes. La desproporción entre provecho y gratitud que el hombre-medio le brinda a la
ciencia es contrastada con una de las mayores alergias que contamina a la sociedad: la
urgencia del presente. En nuestro país, por ejemplo, la urgencia de este ha permitido que
década tras década el oportunismo sea quien teje el rumbo de nuestro país, nos ofrecen
en bandeja de plata soluciones finales contra la corrupción, la pobreza, el narcotráfico,
problemáticas que por alguna razón siempre tienen que relacionarse con el factor guerra,
el colombiano promedio cree que esta es la solución final sin visualizar la posterioridad
de los tiempos. Las soluciones que la aristocracia, los políticos y el Estado nos ofrecen
son aristas efímeras, nos falta cálculos de futuro para darnos cuenta que sólo y
únicamente con la promoción de la educación y una vida digna nuestro país se curará de
los trastornos que lo invaden.

Luego de analizar previamente el cerebro damos por terminado el examen con el


órgano que presenta más anomalías, el hogar de nuestros latidos y quizá de nuestra alma;
el corazón. Entre los rasgos de anomalía nos encontramos con el más crítico de todos, el
taponamiento de las principales arterias que lo conforman. Así, el diagnóstico: la mayor
enfermedad que el cuerpo humano ha podido sufrir, la falta de historia en la sangre que
le constituye junto con el envejecimiento de sus sentimientos.

Como gran pauta para todas las sociedades nunca se debería olvidar que un
pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla (Avellaneda,1928). El hombre
moderno ha vaciado de su sangre cualquier rastro de la historia que le permite conocer
de dónde viene. No se ha hecho dueño de ese pasado que carga bajo su espalda
permitiendo que los errores que actualmente comete sean una repetición evolucionada de
lo que hicieron sus antepasados. Aquí encontramos la explicación a lo que
paradójicamente nos ha hecho seguir con los mismos caracteres del siglo XIX, hemos
mantenido esa “Rebelión de las masas” que hace dos siglos describió el autor.

Está “Rebelión de las masas” a mi parecer es la mayor crítica acertada que el ser
humano de nuestros tiempos puede recibir donde se presentan todos los grandes
problemas que tiene y que a lo largo de este texto se han tratado de sintetizar.

El diagnóstico que se ha encontrado entre la utopía de estas letras sobre nuestro


hombre “millenial” es la desmoralización de su anatomía provocando que en instancias
actuales su concepto de rebelión siga presente. Entre la receta médica que se va por el
sendero del idealismo se le consideraría al hombre analizado y todos los que lo
conforman denominados como la actual masa buscar la metamorfosis de esta rebelión
por una revolución de las masas.

Con revolución me refiero al rescate de la conciencia colectiva que nuestra


sociedad ha perdido, con revolución me refiero a la receta equilibrada donde el hombre
no sólo le baste con ser un buen ciudadano, donde ese hombre que se siente víctima del
sistema se cure de su cinismo, ese hombre que se salta las filas, se estaciona donde no
debe, mando por encima del subsuelo la normativa vial o llega tarde a todos lados, el
hombre moderno que acepta cualquier tipo de robo hacia el sistema, ese que le da
empleo a su primo guiado por la cultura de la “palanca” y que peca de homofobia,
racismo, machismo y clasismo. La conclusión de este dictamen regido bajo una
medicina imaginativa concluye que el hombre, el millenial de nuestra época, para
recuperarse de su gran enfermedad que invade sus vísceras tiene que rechazar ese
nihilismo que inunda su ser, entendiendo que él y sólo él puede lograr su cura.
Ortega y Gasset (1929) nos declara que: “la única cosa que sustancialmente y
con verdad puede llamarse rebelión es la que consiste en no aceptar cada cuál su destino,
en revelarse contra sí mismo” (p.159). Teniendo en cuenta el verdadero concepto que el
autor aclara me es inevitable relacionarlo con la revolución que se plantea. Así,
finalmente se enjuicia que, la cura se dará cuando el hombre moderno comprenda el
valor que tiene con su contexto, cuando se eduque para generar preguntas y no para
aceptar todo cuanto tiene, todo cuanto le han respondido. La revolución de las masas o el
verdadero sentir de su rebelión tan sólo se dará cuando el ser humano entienda que el
cambio si está en sí mismo.
Bibliografía

1) Ortega y Gasset, José, (2002), La rebelión de las masas, Madrid, Diario El


país
2) Avellaneda, Nicolás (1928), Oraciones cívicas, Buenos Aires, Editorial La
facultad.

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