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LA VIOLENCIA INFANTO-JUVENIL Y SUS CLAVES

Francesc Xavier Moreno Oliver


Doctor en psicología. Profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro de la sección de psicología jurídica
del COPC.

1.- Introducción:

La conducta violenta es una realidad preocupante por el incremento de su autoría


en los colectivos cada vez más jóvenes, y por sus efectos sociales cada vez más
devastadores.

Un indicador de la dimensión del problema es la progresiva implicación de un


amplio abanico de disciplinas unificadas en sus esfuerzos para combatir los resultados del
acto violento y prevenir su aparición.

En este sentido destacan los estudios e investigaciones dedicadas a mejorar el


conocimiento de los factores de riesgo que favorecen o desencadenan la aparición de
conductas en las que la violencia infanto-juvenil es el elemento dominante o
característico, etapa vital en la que la prevención resulta más efectiva, pudiéndose evitar
que el proceder violento en edades tempranas devenga hacia una violencia adulta.

Para la efectividad de esta prevención, es imprescindible conocer qué factores de


riesgo pueden afectar al individuo y hacerlo más propenso a desarrollar una conducta
violenta, dando por sentado que el hecho de que estos factores incidan sobre un individuo
no implica de modo automático que vaya a realizar este tipo de conducta.

Otro aspecto a tener en cuenta, es el hecho de que ciertos factores de riesgo


(biológicos, psicológicos o sociales) pueden generar factores de otro tipo, y de que, a la
postre, este “efecto dominó” determine el índice de probabilidades de que aparezca en un
sujeto la conducta violenta.

Como podemos deducir, conocer los factores de riesgo nos proporciona dos
posibilidades. La primera, es conocer los desencadenantes de las conductas violentas de
un sujeto y así poder adoptar las estrategias de intervención precisas para modificar dicha
conducta. La segunda, es tratar de eliminar, de manera previa, los factores de riesgo que
puedan propiciar la aparición de conductas violentas en un sujeto, con lo cual estaríamos
trabajando en las raíces originarias del problema, es decir, haciendo prevención.

2.- Factores de riesgo biológicos:

Aunque la biología no proporcione la explicación total a la conducta violenta es


objetivo y competente reconocer aquellas condiciones fisiológicas, neurológicas,
cromosómicas y anatómicas que puedan determinar este tipo de conducta. Por ello hay
que tener en cuenta que la configuración biológica de una persona es importante en la
aparición de dicha conducta.

En este sentido, hay estudios que indican que variaciones del gen MAOA, que
ayuda a regular las sustancias químicas cerebrales ligadas al comportamiento violento, o
la propia trisomía 47 XYY se convierten en factores de riesgo de índole genético
vinculados a esta conducta. (Pincus, 2003)
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En la misma línea, está probado que los niveles altos de testosterona en los
varones o la hiperactividad orgánica son otros factores de riesgo generadores de
violencia. (Sanmartín, 2004).

Investigaciones como las efectuadas por Lewis o Rosembaum, citadas por


Vázquez (2004) , ponen de manifiesto que hay factores como los traumatismos cerebrales
(ocasionados por juegos, accidentes o maltrato) que aumentan la actividad o reactividad
del cerebro, y con ello la intensidad de los impulsos que pueden derivar hacia la conducta
violenta o disminuir la capacidad moderadora de los mismos.

En un sentido anatómico estricto, entre los daños cerebrales apuntados, cabe


destacar las disfunciones o daños en el lóbulo frontal a nivel de la corteza, los defectos en
el lóbulo temporal, y la atrofia o cambios en la materia blanca del cerebro, descritos por
Pincus ( 2003).

A estos factores, hay que unir que las situaciones de maltrato infantil, puede ser la
causa de anomalías neurobiológicas que originen posteriores conductas violentas. De
este modo, el maltrato físico y el psicológico, combinado o por separado, pueden alterar el
desarrollo del sistema nervioso central, con lo cual los impulsos tendentes a la violencia
son de difícil control.

Otro factor de riesgo cuya morbilidad está ampliamente demostrada es el Síndrome


Fetal Alcohólico (Pincus, 2003), que se encuentra en una proporción significativa en niños
y jóvenes con conductas antisociales.

Investigaciones de Wurtman, Raine, Rowe o Needleman citadas por Vázquez,


(2004) muestran como factores de riesgo algunas sustancias tóxicas, unas existentes en
el ambiente y otras ingeridas a través de la alimentación o en los tratamientos
farmacológicos, que pueden alterar el correcto funcionamiento del organismo provocando
conductas violentas. Los cambios en los niveles de serotonina provocados por dietas altas
en carbohidratos y bajas en proteínas es un factor de riesgo que se asocia a la conducta
violenta.

El pobre control de la conducta impulsiva, relacionado con los bajos niveles del
metabolito 5-HIAA; el efecto similar causado por niveles bajos de glucosa, asociados a
deficiencias alimenticias; el uso de alimentos con determinados colorantes patógenos; la
toxicidad cerebral por plomo provocada por estar el individuo inmerso en ambientes
donde este elemento está presente en cantidades que hacen que el organismo lo
acumule, constituyen otro gran bloque de factores de riesgo de origen biológico. (Tobeña,
2003)

3.- Factores de riesgo psicológicos:

Las conductas violentas en niños y jóvenes pueden corresponder a causas


biológicas ya apuntadas, no olvidemos la estrecha relación que, en muchos casos, se ha
podido establecer entre alteraciones biológicas y problemas psíquicos.

Desde una perspectiva más clínica hay que atender a las psicopatías cuya
sintomatología patognomónica o asociada cursa con conductas violentas.

En este sentido es importante distinguir entre las conductas violentas de origen


psicopatológico de las conductas violentas con etiología no patológica.
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Algunos perfiles psicológicos infantiles caracterizados por baja resistencia a la frustración,
pensamientos paranoides, afán de protagonismo, impulsividad, bajo nivel de autoestima,
dureza emocional, entre otros, también constituyen un factor de riesgo psicológico
vinculado a la conducta violenta. (Rutter,2000).

En este sentido, las distorsiones cognitivas, que impiden una correcta percepción
de la realidad, como la que se da en muchos delincuentes juveniles, que tienen una
percepción distorsionada de sus reacciones y de la repercusión de las mismas en los
demás, entrarían dentro de dicha categorización.

Cada orientación psicológica, atendiendo a su área de conocimiento, atribuye


diferentes factores de riesgo a la conducta violenta, por ejemplo, el modelo freudiano o
intrapsíquico de interpretación de la conducta, señala que la conducta violenta puede ser
debida a la persistencia de complejos, traumas o frustraciones no resueltas, cuya única
expresión es dicha conducta.

El modelo conductista, afirma que los niños incorporan las conductas aprendidas,
de acuerdo a las contingencias externas. Esta orientación sostiene que en la fase de
socialización, el ser humano adquiere parte de sus pautas conductuales a través de un
proceso en el que son etapas claras la exposición, el posterior moldeamiento y la
subsiguiente internalización de valores, actitudes, conductas y normas que son aceptados
por el entorno. Por ello, la vida del niño o adolescente en un entorno en el que los valores
admitidos contengan un determinado grado de violencia, en cualquiera de sus múltiples
manifestaciones, o en el que este tipo de comportamiento sea necesario para asegurar
cierto éxito, o la supervivencia, termina modelando un perfil conductual violento.

4.- Factores de riesgo sociales:

Toda persona elabora los primeros valores de su comportamiento y establece sus


primeras referencias a partir de su experiencia en los contextos sociales que le acogen en
sus edades tempranas. Estos entornos primeros son, sin duda, la familia, el centro escolar
y su comunidad más próxima. El niño, personalidad en formación, es muy vulnerable a
este tipo de influencias, por ello hay que tener en cuenta que éstas pueden ser un factor
de riesgo.

La familia, su estructura, sus pautas de funcionamiento, y la relación entre sus


miembros es vinculante en el comportamiento infanto-juvenil. Así, son factores de riesgo
el que la familia tenga un número elevado de miembros, una situación económica
precaria, los cambios familiares con cierta continuidad o las relaciones conflictivas entre
los padres (con malos tratos físicos o psicológicos). (Rutter, 2000).

También hay que tener en cuenta como factores de riesgo tanto una disciplina familiar
laxa como excesivamente rigurosa, cambiante o con disparidad de criterios entre los
progenitores o las personas adultas que deben hacerse cargo del niño. A lo ya dicho, hay
que sumar un historial familiar delictivo, o de drogodependencia en los padres, parientes
adultos próximos o hermanos mayores.

Los niños víctimas de abusos sexuales o que sufran violencia física o psicológica son
hechos que determinan un riesgo muy elevado a presentar conductas violentas.

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El hecho de que en las primeras edades se perciba una falta de afecto o se tenga una
sensación de rechazo por parte de los padres, con falta de comunicación y apoyo, es otro
de los factores de riesgo sociales de alta significación.

La situación familiar deficitaria o negativa puede desembocar en que el niño sea


entregado a instituciones de acogida o sufra procesos de adopción, en situaciones límites
de desamparo. Estos hechos son factores de riesgo, y es importante subrayar que, pese a
que pudiera parecer lo contrario, también lo son que el niño disfrute de unas condiciones
de crianza excepcionalmente buenas, proporcionadas por sus padres o por aquellas
personas que asuman su custodia (Rutter, 2000).

La escuela, siempre que el niño asista a ella, pues la no escolarización es un


importante factor de riesgo, puede ser –a su vez- el origen de comportamientos violentos.
Si en este contexto el alumno sufre en ella situaciones de exclusión, por las cuales va
siendo dejado de lado en los procesos de aprendizaje por parte del profesorado o es
víctima en un proceso de “bullying” (término que denomina el proceso similar al “mobbing”
aplicado por los alumnos sobre los alumnos) entre otras muchas situaciones posibles, se
genera un caldo de cultivo generador del tipo de comportamiento que nos ocupa.
(Moreno, 2003a)

En muchas ocasiones las dispedagogias escolares –mala praxis docente- son un


importante factor de dispedagogenias –secuelas de la mala praxis docente- originarias de
conductas violentas dirigidas hacia la institución educativa, sus agentes o iguales
(Moreno, 2003b)

Conjuntamente con todo ello, existen factores de riesgo de tipo general o


estructural. Uno de ellos es que el niño, debido a algunas reacciones o por fenómenos
episódicos muy concretos y puntuales, sea catalogado, desde edad temprana, como
“violento”. Otro factor es que el niño sufra una aislamiento social (Rutter, 2000) que impida
un adecuado proceso de socialización. Entre los factores de índole “estructural” hay que
citar el desempleo juvenil o el acceso fácil al consumo de alcohol o de drogas ilegales.

Por su parte, Rutter (2000) pone de manifiesto que también es un factor de riesgo
importante la vivencia por parte de los niños de situaciones bélicas, prebélicas o
posbélicas, habitual en mucha población recién llegada actualmente en nuestro entorno
social.

5.- Confluencia de factores de riesgo de distintos tipos:

Como hemos indicado anteriormente, un factor de riesgo puede o no generar una


conducta, no obstante lo habitual ante una conducta determinada como la que nos ocupa
es la confluencia de varios factores de riesgos intervinientes.

En muchas ocasiones, un factor de riesgo puede generar otro de origen diferente, y


de esta manera constituirse un encadenado de factores de riesgo que pueden ir
modificando la frecuencia e intensidad de la conducta.

Si bien la conducta violenta es un hecho externalizado que puede darse por igual
en diferentes individuos, el origen de dicha conducta no siempre tiene los mismos factores
de riesgo precipitantes.

Dada la complejidad de la conducta violenta, un diagnóstico preciso de los factores


de riesgo originarios de dicha conducta, será la mejor herramienta de intervención inicial
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ante esta problemática, para poder aplicar con posterioridad un proceso terapéutico o
preventivo con éxito.

6.- Bibliografía

MORENO, F.X. (2003a) El Bullying, conducta violenta entre escolares I y II. Revista
Asuntos Educativos 36 y 37.
MORENO,F.X. (2003b) El absentismo y la institución escolar” Revista Cuadernos de
Pedagogía. 327, 7-14.
PINCUS, J.H. ( 2003) Instintos básicos. Madrid. Oberon.
RUTTER, M. et alt. (2000): La conducta antisocial de los jóvenes. Madrid, Cambridge University
Press.
SANMARTIN, J. (2004) El laberinto de la violencia. Barcelona. Ariel.
TOBEÑA, A. (2003): Anatomía de la agresividad humana. De la violencia infantil al belicismo.
Barcelona, Debolsillo, Random House Mondadori, S.A.
VÁZQUEZ, A. (2004): “Psicología forense: sobre las causas de la conducta criminal”, en
PsicologíaCientífica.com. http://www.psycologia.com/articulos/ar-ang_vazquez01.htm.

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