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Emilio Komar el 30879 en el Congreso de
Educación Católica realizado en el Teatro Gral San Martín de la
ciudad de Buenos Aires.
La sabiduría no puede faltar en la educación.
La sabiduría es "sapientia" y sapientia es "sápida scientia", esto es ciencia sabrosa,
gustosa. Es decir ciencia no seca, no meramente fáctica o fríamente nocional, sino sabrosa.
¿Y el sabor? ¿de dónde proviene?. Precisamente del sentido de las cosas, estrechamente
unido a su valor. Lo que tiene sentido, también vale. Las creaturas llevan en sí el sello del
pensamiento y amor del Creador. Por eso son sabrosas. Conocerlas de veras, en
profundidad, nos revela su sabor.
En este sentido hay que entender el conocido dicho tomista: "res autem inter duos
intellectos constituta", la cosa natural está constituida entre dos entendimientos (De
Veritate,1,2.). Es decir, entre el intelecto creador divino y el entendimiento conocedor
humano. La cosa resulta inteligible para el conocedor humano porque ha sido
inteligentemente concebida por la inteligencia divina. Esa es la única respuesta válida a la
constatación del físico De Broglie: "No nos maravillamos demasiado ante el hecho que cierto
conocimiento científico sea posible". En un sentido analógico lo dicho anteriormente vale
también para las "res artificiales", esto es, para las creaciones humanas, por ejemplo para
las obras de arte o de ingeniería: un cuadro está colocado entre dos intelectos: el del artista y
el del admirador. Lo mismo un aparato. La perfección del conocimiento se reduce a la
perfección del encuentro entre dos entendimientos. Pero este encuentro no se limita sólo a lo
cognoscitivo, sino que incluye también lo afectivo: toda cosa está colocada entre dos amores;
es amable, esto es, susceptible de ser amado, sólo aquello que ha sido amado . Sin esto sólo
hay tinieblas...
Estas tinieblas cuando envuelven la mente del hombre, tienen un nombre bíblico:
necedad, estupidez. La estupidez no es defecto del razonamiento, sino incapacidad de ver.
De ver el sentido o esencia de las cosas. Por eso el filósofo agustiniense italiano M. F.
Sciacca habla de los nuevos "animales racionales", no en el sentido que le daban a este
término los griegos, definiendo así al ser humano, sino en un sentido totalmente distinto:
seres que razonan mucho, calculan, combinan, manejan aparatos, etc., pero que no ven, no
contemplan, no se comunican con el sentido de las cosas, y en ellos la racionalidad convive
con la más cruda realidad.
"Sólo vida animal y cálculo racional, oscurecidos también en la voluntad y en los
sentimientos, completamente alienado, capaz solamente de actos espontáneos, de reflejos
condicionados, pero no de actos libres" (M. F. Sciacca,"El oscurecimiento de la Inteligencia",
Ed. Gredos, Madrid, p. 34).
La estupidez bíblica no es falta de información, de erudi ción, de conocimientos
técnicos, sino de sabiduría.
La profundidad no es privilegio de nadie.
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que siendo dotada de inteligencia, tiene indestructible vocación de entender en profundidad.
"Intellegere" viene de "intus legere", esto es leer adentro, leer en la hondura. Por esto la
profundidad y con ella la sabiduría no tienen vinculación esencial , por ejemplo, con los
estudios universitarios, o con la llamada "investigación", que perfectamente y
lamentablemente puede realizarse sin profundidad ni sabiduría.
"La universidad no acorta las orejas", repetía con insistencia en sus conversaciones
un poeta cordobés. Y es cierto. Y por otro lado, la sencilla cultura popular puede ser
depositaria de tesoros de sabiduría y profundidad. Pensemos en el elogio de los pastores de
la montaña castellana, hecho por Unamuno, Rector de Salamanca, que escapaba
periódicamente de su sede para regenerarse con el vigoroso sentido común de aquellos.
Mencionemos, también, el elogio de los analfabetos de Castilla, hecho por Pedro Salinas y
José Bergamín.
La inteligencia no excluye el corazón.
...el corazón no excluye a la inteligencia, sino que la incluye, porque si tuviéramos que
traducir en lenguaje escolástico a este término, deberíamos traducirlo como "intellectus"
entendido como capacidad simple de captar el sentido de las cosas (nous: en griego) y la
correspondiente respuesta afectiva a este simple conocimiento lo que los escolásticos llaman
"voluntas ut intellectus" (en griego:télesis). El corazón no es de ninguna manera una
potencia irracional, sino que (como dijo Pascal) "tiene razones, que la razón (meramente
calculadora, razonadora) no conoce".
Entonces el corazón no es otra cosa que el órgano de la profundidad, de penetración,
del discernimiento o criticidad y entonces es "la punta fina del alma" como la definió San
Francisco de Sales, lugar de grandes y definitivas opciones. Nos mostramos entre dos
intimidades: una representada por nuestro corazón y otra que está en las cosas a las cuales
tenemos que penetrar. Así vamos a entender el alcance de la expresión "el sentido profundo
de lo que se enseña". Lo que no viene de la interioridad no llega a la interioridad. Lo cual se
extiende también a las relaciones entre los hombres: lo que no viene del corazón no habla al
corazón.
...ir a lo hondo, penetrar en el corazón es obligatorio. Sin esto la tarea educativa queda
frustrada. El corazón sede de las opciones profundas, es también el lugar de la conversión.
El verdadero cambio, el único auténtico gran cambio se realiza allí.
Donde se descubrió el sentido, aparece la fuerza atractiva del valor.
El descubrimiento del sentido es inseparable de la experiencia del valor. Si desde el
corazón descubrimos el genuino sentido de las cosas, desde allí experimentamos también los
valores, esto es la bondad atractiva de las cosas. Y dado que la voluntad humana no se
mueve ella misma, sino que es movida por el bien (S.Tomás, De Div.Nom. 439), al corazón
abierto a lo real no le faltarán energías volitivas y afectivas: por eso, el corazón resulta ser
también sede de la vida fuerte.
Edith Stein, filósofa y teóloga carmelita, que fue la asistente predilecta de Husserl,
cuyo proceso de beatificación está en curso, enseña al respecto: "Cada sentido comprendido
exige una actitud correspondiente y tiene a su vez la fuerza que mueve a actuar en
conformidad. Nosotros llamamos motivación a este poner en movimiento del alma, en que
algo colmado de sentido y fuerza nos lleva hacia una conducta a su vez llena de sentido y de
fuerza. De esta manera se hace de nuevo patente hasta que punto en la vida en la vida
intelectual están unidos el sentido y el vigor" (pag.403).
Al maestro dotado y preparado en la sabiduría, que transmite al alumno el sentido profundo
de lo que enseña en virtud de su misma profundidad no le pueden faltar energías afectivas y
volitivas para conducir al alumno al corazón de la verdad total.
Operación ésta que es demasiado sublime como para ser fácil y alcanzable con medios
baratos.
Hace falta mucha energía, pero esta energía está, no falta, para quien la busque donde hay
que buscarla.
Nos encontramos en el centro mismo de nuestra meditación, tocamos el núcleo de
nuestra argumentación: sin profundidad no hay sabiduría, no hay entusiasmo, no hay
participación cordial, sin esto no hay acceso a la verdad total, no llegamos a Dios. Esto lo
formuló con claridad Santo Tomás (S.Th.1,65,1,3.): "las creaturas en cuanto de ellas
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depende no se apartan de Dios sino que nos llevan a El". Lo que aparta de Dios sucede por
culpa de aquellos que se sirven de ellas insípidamente.
Y ¿qué es lo insípido ?. Insípido es "no sápido", no sabroso. La insipidez es el reverso de la
sabiduría, que es saber sabroso.
Pero esto no es sólo problema de la educación, sino de la vida espiritual entera...esta
insipidez se ha vuelto en el mundo moderno muchas veces "programática". Queremos decir
que no se trata de un descuido, un defecto no querido en sí, sino precisamente de lo opuesto:
de un propósito bien claro de no ocuparse del sentido profundo de las cosas, de nada que
pueda llevar a la verdad. Propósito este a menudo fundamentado con los motivos de la
practicidad.
La frase atribuida al empirista J.Locke (16321704), que el navegante no necesita conocer
los abismos del océano, porque para navegar bien, es suficiente conocer su superficie, define
vastas corrientes del pensamiento de los últimos siglos, del Iluminismo de Siglo XVIII hasta
el neopositivismo actual.
Las cosas, dentro de esta impostación, no tienen sentido, y si lo tiene no se lo puede conocer.
Entonces organicemos, dicen, la vida, la educación, la cultura, limitándonos a aquello que es
controlable por nuestros sentidos, que puede ser objeto de métodos rigurosamente
establecidos de tipo lógicomatemático. Con otras palabras, limitémonos a los sentidos y a la
razón razonadora. Dejando fuera el intelecto propiamente dicho y con él, el corazón. Así dice
uno de los representantes más conspicuos del neopositivismo actual, el profesor milanés
Ludovico Geymonat: "Nuestra conclusión es simplísima: mientras tiene sentido hablar de
racionalidad, refiriéndose a un sistema preciso de proposiciones; no tiene sentido hablar de
racionalidad en general, como algo que debería resultar de una intuición primitiva. La
logicidad de las construcciones lógicas es algo bien controlable, y por eso, es una expresión
provista de sentido. Pero la logicidad genérica de la naturaleza no es de ninguna manera
controlable, y por eso, es una idea vaga y confusa que no puede ser discutida seriamente (p.
261, "Studi per un nuovo razionalismo").
De esta manera el hombre (profesor) no puede salir de su mundo, porque lo que
merece atención son sus propias construcciones que son las únicas perfectamente
controlables. El camino a la verdad total queda totalmente excluido. De esta manera la
negación del saber profundo queda presentada como único saber serio posible.
Por eso es de una ligereza escalofriante introducir en las escuelas el uso indiscriminado de
autores y corrientes que se inspiran en esta filosofía negadora del sentido profundo de las
cosas, como por ejemplo la lingüística estructuralista de Saussure, que reduce el lenguaje a
un sistema convencional o la pedagogía de Jean Piaget cuyos principios inspiradores
coinciden con el neopositivismo del Círculo de Viena. Estos autores pueden ofrecer ciertos
aportes parciales, pero jamás pueden servir para brindar enfoques generales, siendo la
negación del sentido objetivo de las cosas, una tesis profundamente atea y para la educación
en alto grado nefasta.
La exigencia del sentido profundo y de la actitud sapiencial implica necesariamente una
actitud crítica.
El corazón es órgano de discernimiento antes de ser órgano de opciones profundas. Es la
tesis agustiniense del amor bene discernens, el amor que discierne bien. Todo verdadero
amor es así. Discierne bien. Dicho con términos griegos es "crítico". "Krinein" en griego
significa discernir.
Como ya hemos vinculado la exigencia crítica con el amor, conviene hacer algunas
observaciones.
Criticar no significa agredir; significa simplemente discernir, juzgar, teniendo presente la
realidad de las cosas. La crítica de algo puede ser buena, hasta muy buena, si la cosa es
buena o muy buena. Ser crítico no significa ser agresivo, pero sí valiente en establecer la
verdad. Por esto el genuino sentido crítico no sólo no excluye, sino incluye una cierta
benevolencia para la cosa que es objeto de discernimiento, porque sin un poco de buena
disposición no hay verdadera atención, sin lo cual a su vez, no hay discernimiento objetivo.
Decía el ilustre tomista italiano Carlo Mazzantini (nacido en Reconquista, S.Fe, Argentina):
"para ser críticamente benévolos es preciso ser benévolamente críticos".
Contra esta disposición benévolamente crítica y críticamente benévola que debe acompañar
el quehacer cultural y educacional en el transcurrir del tiempo presente, conspira un cierto
actualismo, para el cual lo que se presenta como actual es yá válido y debe ser aceptado. No
interesa la verdad, sino la mera vigencia social, para usar un término de Ortega y Gasset.
Pero este autor advierte sobre otra clase de actualismo: "No, no se trata de aceptar
"nuestro tiempo" sin más ni más. Todo lo contrario. Cada "nuestro tiempo" trae consigo su
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norma y su enormidad, su decálogo auténtico y su falsificación. De aquí que sea preciso
hacer constantemente la crítica de "nuestro tiempo" puro, traerlo de su falsificación a su
esencial verdad, medirlo consigo mismo. Cuanto más seriamente se acepte "nuestro tiempo",
tanto mayor rigor se pondrá en no pactar con sus falsificaciones" (El Espectador, VII; pp.
263,Ed. El Arquero, Madrid).
El actualismo mencionado expresa una determinada concepción de la cultura,
reducida a lo social, es decir a lo que dice la sociedad, a lo que son las vigencias sociales y los
convencionalismos. Queda excluida la referencia esencial de la verdad de las cosas (veritas
rerum). Para toda la cultura vale lo que dijo Tomás de Aquino con respecto a la Filosofía: no
debe interesar en primer lugar qué dijeron los hombres, sino cómo está la verdad de las
cosas (De caelo et mundo, I,22.).
Cuando la verdad de las cosas queda excluida, todo el pretendido saber cultural deja
de ser crítico, para convertirse en un conocimiento fáctico de lo que ahora es actual, es decir,
lo que está de moda o se pondrá pronto de moda. La criticidad pierde entonces todo
discernimiento para transformarse en una agresividad del carácter tiránico de las modas.
La cultura nace del esfuerzo interior del espíritu y este respaldo interior que
garantiza la verdad y excluye la mentira es la base de comunión con los otros , porque los
hombres se comunican en la verdad. LA MENTIRA SEPARA. Esta secular enseñanza es de
San Agustín: "No vayas afuera, vuelve a ti mismo; en el interior del hombre habita la
verdad." (De vera Religione,39, 72.).
En la interioridad es imposible la mentira. El que miente sabe cómo es la verdad, sin
embargo, afirma lo opuesto. Ahora bien, cuando está en su interior, frente al espejo de su
conciencia, no puede mentir, porque sabe muy bien cual es la verdad. Necesita salir de sí
mismo, encontrar el eco confirmatorio de los demás. La mentira es esencialmente social. Y
cuando una vida social carece de respaldo en la interioridad tiende hacia la mentira. Lo
mismo vale para la cultura. Una cultura que no va más allá de los convencionalismos y que
no muerde en la verdad de las cosas, no puede escapar a su esencial cuestionabilidad.
La interioridad es la gran guardiana de la cultura. Tres enseñanzas evangélicas.
Técnica y sentido de las cosas.
El haber renunciado a buscar el sentido hondo de las cosas, lleva a un conocimiento
extrínseco, en el caso contrario habría un conocimiento intrínseco, que se desvive en una
racionalidad que es esencialmente una técnica, un método. Entonces para este modo de
pensar, la técnica es la forma suprema de la conciencia racional, entendida en sentido
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técnico. Para esta mentalidad las técnicas y los métodos se bastan a sí mismos.
No son más instrumentos, son ya fines. Su despliegue es despliegue del espíritu y de la
cultura.
Esto nos hace recordar un libro de Bertrand Russell, "Misticismo y lógica". La lógica
es la construcción racional extrínseca, el misticismo, en cambio sería, el intento de penetrar
en el sentido interno de las cosas. La ciencia, el progreso, la civilización, el futuro están con
la lógica. El sentido profundo de las cosas, la búsqueda de la verdad total, el realismo, el
intelecto, el corazón, la interioridad por ser de rasgos místicos, formarán en cambio el reino
de lo sentimental, de lo no científico, de los fantástico, lo lindante con la superstición.
"Algunos hombres se dedican a la ciencia, pero no todos lo hacen por amor a la ciencia
misma. Hay algunos que ingresan en su templo porque se le ofrece la oportunidad de
desplegar sus talentos particulares. Para esta clase de hombres, la ciencia es como un
deporte en cuya práctica hallan regocijo lo mismo que el atleta se regocija en la ejecución de
sus proezas musculares.
Hay otro tipo de hombres, que penetran en el templo para ofrendar su masa cerebral
con la esperanza de asegurar un buen pago. Estos hombres son científicos tan sólo por la
circunstancia fortuita que se presentó cuando elegían su carrera. Si las circunstancias
hubiesen sido diferentes hubieran sido políticos o empresarios.
Si bajase un ángel del Señor y expulsara a todos aquellos que pertenecen a las
categoría mencionadas, temo que el templo apareciera casi vacío. Pocos fieles quedarían,
algunos de los viejos tiempos, algunos de nuestros días. Entre estos últimos se hallaría
nuestro Planck. He aquí porque siento tanta estima por él.
Pero olvidemos a éstos. Y vamos a dirigir la mirada a quienes merecieron el favor del
ángel. En su mayor parte son gentes extrañas, taciturnas, solitarias."
La labor suprema del científico es el descubrimiento de las leyes elementales más
generales a partir de las cuales puede ser deducida lógicamente la imagen del mundo. Pero
no existe un camino lógico para el descubrimiento de estas leyes elementales. Existe
únicamente la vía de la intuición, ayudada por un sentido para el orden que yace detrás de
las apariencias y esta visión se desarrolla por la experiencia.
Todo investigador que tenga experiencia sabe que el sistema teórico depende del
mundo de la percepción y está controlado por él, aunque no exista un camino lógico que nos
permita elevarnos desde la percepción a los principios que rigen la estructura teórica...
... es asombroso ver cómo detrás de lo que parece caos surge el orden más sublime, y
no puede ser referido al trabajo mental del físico, sino a una cualidad inmanente al mundo.
Leibniz expresaba esta cualidad, denominándola armonía preestablecida. Pero muchas
veces he oído que mis compañeros tienen la costumbre de atribuir esta actitud a sus
extraordinarias dotes personales de energía y disciplina. Creo que es un error.
El estado mental que proporciona en este caso el poder impulsor es semejante al del
devoto o al del amante. El esfuerzo largamente prolongado no es inspirado por un plan o un
propósito establecido o un método.
Su inspiración surge de un HAMBRE DEL ALMA."
Del elogio de Planck escrito por Einstein resulta clara la primacía de la ciencia que
brota del "hambre interior del alma", saciada solamente por el descubrimiento del "orden
profundo de lo real".
La ciencia no invalida sino convalida el espíritu del art. 41: "El maestro preparado en
la propia disciplina, y dotado además de sabiduría, transmite al alumno el sentido profundo
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de lo mismo que enseña y lo conduce trascendiendo las palabras al corazón de la verdad
total".
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