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Restaurantes en el Perú

El Cordano comenzó como un bazar, que fue fundado por los italianos Vigilio Botano y los hermanos Luis

y Antonio Cordano, un 13 de enero de 1905. Luego decidieron que sería un salón-restaurante. En 1978

los Cordano cedieron el negocio a sus trabajadores.

Entre las personalidades que visitaron alguna vez El Cordano destacan el fotógrafo Mario Testino, el

pintor Víctor Humareda, la cantante y ex ministra de Cultura Susana Baca, así como los escritores Julio

Ramón Ribeyro, Martín Adán y el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

Además, el establecimiento ha sido visitado por casi todos los presidentes de la República desde Juan

Velasco Alvarado, a excepción del actual mandatario Ollanta Humala.

El restaurant bar se encuentra ubicado en el jirón Áncash frente a la estación ferroviaria Desamparados

y la Casa de la Literatura Peruana. Fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación el 26 de Abril de 1989.

El Cordano comenzó como un bazar, que fue fundado por los italianos Vigilio Botano y los hermanos Luis

y Antonio Cordano, un 13 de enero de 1905. Luego decidieron que sería un salón-restaurante. En 1978

los Cordano cedieron el negocio a sus trabajadores.

Entre las personalidades que visitaron alguna vez El Cordano destacan el fotógrafo Mario Testino, el

pintor Víctor Humareda, la cantante y ex ministra de Cultura Susana Baca, así como los escritores Julio

Ramón Ribeyro, Martín Adán y el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.

Además, el establecimiento ha sido visitado por casi todos los presidentes de la República desde Juan

Velasco Alvarado, a excepción del actual mandatario Ollanta Humala.

El restaurant bar se encuentra ubicado en el jirón Áncash frente a la estación ferroviaria Desamparados

y la Casa de la Literatura Peruana. Fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación el 26 de Abril de 1989.

LOS RESTAURANTES QUE YA NO ESTÁN


Por Carlos de Piérola
La cara gastronómica de Lima ha cambiado y sin duda para mejor. Nuestra comida vive un gran momento
y parece que lo mejor está por venir. Pero no es fácil olvidar algunos restaurantes que marcaron época en
la ciudad o simplemente en mi memoria.

En los años setenta, cuando nadie hablaba de chefs y todos los platos eran redondos, estaban el Firenze de
la avenida Pardo, adonde terminó trabajando Víctor, el mayordomo de mi abuela (jugábamos interminables
partidos de fútbol en el jardín) ; el Carlín que destacaba por la originalidad y ambiente (châteaubriand con
salsa bearnesa) ; el Saint Tropez en Tudela y Varela con su lomo stroganoff; Roxy donde llegué a comer
sus famosos Spaguetti a lo Alfredo (hace poco de reabrieron después de muchos años, pero la aventura
fue efímera); Hunter's Grill en el centro comercial Gálax.

En el centro de Lima estaba el Mauricio, típico restaurante de comida "internacional", formalón, al que
alguna vez fui con mis abuelos y en el que me sentía adultísimo pidiendo "pepper steak".

No muy lejos de allí: el restaurante del hotel Crillón, y también el Sky Room, donde conocí el delicioso
soufflé grand marnier helado. En el jirón Ancash, cruando la aenida Abancay estaba el señorial Las Trece
Monedas, de Roger Schuler el fundador de la Granja Azul.

En los años ochenta apareció el Síbaris (y murió y resucitó con otra cara y volvió a morir) con una cocina
española clásica de buena factura con toques internacionales que incluían lasaña de camarones.
Convirtieron en tradición de los jueves uno de los grandes manjares de occidente: el cochinillo a la
segoviana, rito seguido hoy por La Eñe. El Pabellón de Caza también fue el restaurante de moda de
mediados de los ochenta.

En los noventa destacó La Cofradía de los Desmaison, Vecchia Roma de Settembrini (aquí invité a salir
por primera vez a la que hoy es mi esposa) y Bonaparte en Blondet. En franceses teníamos Le Bistrot
de mes Fils de Marissa Giulfo y La Reserve de Jean Patrick, tal vez el último buen restaurante francés
antes de la aparición de Hervé. Otro que me gustaba, en un registro más sencillo era La Crêpe Bretonne.
Tenían un curioso postre dulce/salado: kouign-amann que no vuelto a probar pero ya encontraré.

Algunos hoteles tenían buenos restaurantes como el Ambrosía del Park Plaza (adonde hoy está Tragaluz)
o, antes, el César’scon el buffet en La Azotea.

La comida peruana como movimiento todavía no tomaba fuerza. Algunos experimentos fueron la génesis
del "boom": El Comensal, enclavado en el Olivar de San Isidro introdujo la cocina “novoandina”
; Pantagruel: fue una continuación conceptual del anterior, donde ofrecían un rico chicharrón de cuy y
quinoto. Recuerdo una contundente “Olla Huacachina”. En pescados no había muchas opciones. Todo
Fresco tenía platos marinos lo que resultaba inusual en una Lima que miraba el cebiche por debajo del
hombro y estaba confinado a huariques y algunos pocos lugares de culto.
Carnes y pollos: el Pío Pío (donde está hoy la iStore de Apple en el Óvalo Gutiérrez, antes el Bohemia

que marcó época y previo a esto el primer R odizio) adonde compré mi primer
pollo a la brasa con propina de mi abuelo y El Rancho que cerró hace un tiempo aunque no pierdo la
esperanza de que reabra en otro lugar (esas recetas no se pueden perder!). En los setenta El
Burrito introdujo los pollos broaster en Miguel Dasso. El Rincón Gaucho sigue, pero recuerdo mucho su
local en el parque Salazar con vista a la concha acústica. Era el lugar que escogía cuando mis papás me
llevaban a comer por mi santo.

Comida italiana: las “pizzas más ricas de Lima” del Beverly Inn (la de cebolla blanca o la atómica), La
Pizzería en la Av. Diagonal que era mucho más que eso: punto de encuentro (risotto con ossobuco) y
la Pizzeria Italia en la calle José Olaya al costado del Champagnat. Otras pérdidas Da Luciana, Divina
Commedia enConquistadores, Mare & Monti en Barranco, San Felice, el primer restaurante del que
Rafael Piqueras fue chef principal en Lima, y Santa Lucía en la calle Atahualpa.

Comida rápida: estuvo primero el Mac Tambo (en Manuel Bañón y en Benavides) y después el Bon

Beef en Camino Real.


Cafeterias y sangucherías: el Davory, mi favorito de siempre: una butifarra con salsa golf irrepetible, el
sundae con fudge, torta de chocolate combinada con helado “de máquina”, cremoladas y los alfajores de
maicena que le encantaban a mi hermana Carmen. El BarBQ del Óvalo Gutiérrez. Las butifarras del Cine
Country a cargo, en los últimos años, de un italiano de Bari.

Pastelerías y Dulcerías: Eclairs era la Tiendecita Blanca pobre (en la calle La Mar) donde se podían comer
unas butifarras en pan de yema y milhojas de fresas y chantilly. En los setenta apareció la dulcería Capricho
con los, para esa época novedosos, crocantes de nueces con manjarblanco. Los primeros donuts llegaron
con Hampton’s Doughnuts en Conquistadores.

Cafeterías:un clásico fue la Fuente de Soda Todos. En Miguel Dasso apareció el D’Onofrio, tal vez el
precursor de los cafés que hoy encontramos por doquier.

Heladerías: el Oh qué Bueno marcó época con sus helados “Zambitos”. Después Alpha (“el de fresas con
crema, por favor”) y Lamborghini original (el helado de cocada mi preferido). Al costado del cine El Pacífico
estaban los helados del Montebianco.

Delicatessen:en Atahualpa llegando a Pardo funcionaba la salchichería Huaychulo donde vendían un


jamón crudo delicioso y la Salchichería Suiza de Miguel Dasso. Aurelia,precursores de las pastas listas
para hornear y donde había un buena selección de embutidos, productos italianos y sánguches. Hoy han
reabierto en un local muy bonito pero con un concepto distinto.

Para que resurjan todos estos nombres he tenido que hacer un escaneo en mi memoria y también me he
valido unas guías que publicó Mariano Valderrama a comienzos de los noventa que aún guardo.

Y ustedes ¿de qué lugar que ya no está guardan grandes recuerdos?

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