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Memorias del abuelo

No hace mucho en la escuela le pidieron a Fredy que investigara sobre la historia de Gachancipá.
Resulta que él siempre iba a ser consultas a la pequeña biblioteca del pueblo, pero ese día preciso
no hubo servicio en la tarde por un grave daño en la electricidad debido al aguacero que se
precipitó después de almuerzo. El palo de agua comenzó a eso de la una y se prolongó hasta más o
menos las tres. Al principio un torrencial de cuarenta y cinco minutos, luego un chorro no tan
fuerte pero constante de más de una hora, suficiente para hacer añicos varias decenas de cable y
postería de madera vieja y falta del más mínimo mantenimiento. En la casa no habían casi libros,
todas las tareas ahora se hacían con ayuda de internet y Fredy no tenía computador; igual, sin
electricidad daba lo mismo tenerlo o no. Una vez se supo que el servicio de electricidad sería
restablecido con plenitud hasta el día siguiente, Fredy decidió comentarle la situación a su mamá
zafándose así de cualquier tipo de responsabilidad, pero a ella se le ocurrió decirle que si no
encontraba nada en los libros de sus hermanos, le preguntara al abuelo, pues él debía saber algo
de la historia del pueblo ya que era de Gachancipá de toda la vida, como el bisabuelo Fermín, su
padre, y que eso era preferible a que no llevara nada de tarea, de por sí que no andaba muy bien
parado en el escuela que digamos. Fredy quedo perplejo por un instante, luego sonrió escéptico,
reconociendo que si bien el abuelo Pedro Pablo sabía cosas por su avanzada edad y por haber
vivido toda la vida allí, no podía decirle nada de la época en que estas tierras eran habitadas por
los muiscas, no sabía nada de fechas, y además el profesor no iba a valer el trabajo porque no
tendría referencia alguna de un libro o portal de historia, y para ese señor sí que eran importantes
esas cosas, además sus compañeros se iban a burlar de él.

En la casa, Fredy vivía con doña Inés, dos hermanos y el abuelo, el papá de doña Inés, quien
apenas hacía cuatro años que era viudo; don Pedro Pablo era gachancipeño de nacimiento como lo
habían sido sus padres y los padres de sus padres hasta por lo menos un par de generaciones más
atrás, perdidas ya para siempre en el olvido. Aquél era un anciano de ochenta y cuatro años, de
baja estatura, la piel quemada por el sol picante de la sabana, tan insoportable como abrasador,
azotador. Manos gruesas y uñas largas, generalmente llenas de tierra, sucias; aunque lleno de
arrugas, un rostro totalmente expresivo, esto es, de expresión ruda pero de sonrisa amplia cuando
se presentaba la ocasión y carcajada estruendosa. De las cosas que más le llamaba la atención a
Fredy era que el abuelo nunca se estaba quieto; desde muy temprano se levantaba a ver de los
animales, a recoger y preparar la leña, a limpiar la casa, el jardín, echarle agua a las matas, arreglar
la cerca, traer desperdicios para las vacas y lavaza pa´los perros. Casi no descansaba, y cuando lo
hacía, se sentaba en una piedra que quedaba justo a la salida del lote, exactamente pasando la
cerca. Padre de dieciséis hijos, trece del matrimonio con doña Francisca, oriunda de
Ventaquemada Boyacá, don Pedro Pablo había nacido en 1922 en la vereda San José, del río pa
´bajo, donde al parecer habían llegado sus bisabuelos en la primera mitad del siglo XIX
provenientes la verdad no se sabe de dónde. Inés nunca se casó y se quedó con él y doña
Francisca, aunque de su vida de mucama y de su trajinar de algunos años por la capital terminó
acompañada en la vida también por tres hijos, todos de distinto papá. Vivían en un casalote de
forma triangular ubicado en un barranco por el antiguo camino de la mina de carbón, o vía a San
Bartolomé, saliendo del pueblo por la parte nororiental; era un hermoso mirador adquirido por
allá en 1968, me parece, con lo que el bisabuelo Fermín consiguió con la venta de un marrano.
Don Pedro Pablo sabía muchas historias, por eso mostró gran interés en la tarea de su nieto,
además esperaba que dicho relato fuera bien recibido por la clase y el profesor. Empezó por decirle
que cuando él era niño (por allá entre los veinte y los treinta) les tocaba levantarse a la una de la
mañana, rezar un rosario como primera actividad del día; luego ver de los animales (un marrano,
dos chivos y unas cuantas aves de corral entre las cuales se contaban gallinas, pollos, pizcos y
conejos), alistar la leña y prender la estufa para preparar una agua´e panela. Las niñas tenían que
ayudar en la preparación de la comida (lavar los alimentos, pelar las papas, hacer la mazamorra,
moler el maíz) y en general a las labores domésticas como el aseo del rancho, el lavado de la ropa,
también el cuidado de las aves de corral. El papá y los hijos hombres más grandes salían desde
muy temprano a realizar las faenas agrícolas si la familia tenía sementera, o como jornaleros, o sea
trabajadores asalariados. El desayuno era agua´e panela con mazamorra de maíz y arepa (el pan no
es que se viera mucho); el almuerzo era lo mismo y en la mañana y en general durante las horas de
trabajo aguantábamos el sol picante con guarapo. La gente hacía hasta tercero de primaria, íbamos
descalzos a la escuela o con alpargatas, no había uniforme como ahora; teníamos una pizarra en la
que anotábamos las lecciones y teníamos que borrar y por lo mismo memorizar los contenidos. El
cura generalmente era el profesor y cuando nos castigaba nos paraba enfrente de todo el salón
con dos ladrillos, uno en cada mano, o nos teníamos que arrodillar sobre granos de maíz; en la
tarde se tenía que dejar todo listo para el otro día y nos acostábamos con las gallinas, ya que no
había electricidad, lo único que nos informaba sobre la existencia del mundo eran los radios de
pilas que hoy en día si existen, estarán más en museos que en cualquier casa normal. Los
domingos nos levantábamos a las cinco de la mañana y dejábamos todo listo para salir a la misa
del mediodía; luego la gente se saludaba en la puerta de la iglesia (pues ese día toda la gente salía
al pueblo para asistir a la santa misa), se intercambiaban anécdotas de la semana de trabajo y se le
escapaban un rato los señores a las señoras para ir a tomar chicha. La semana santa, y en especial
los jueves y viernes santos eran días en los que ni siquiera se podía barrer, eso sí era el respeto por
un muerto, no como ahora que semana santa y navidad son los días del año más esperados porque
son los días en que más se come y hay tiempo para salir a pasear. El respeto por los mayores es
algo que ya no se ve como en esas épocas; los mayores se saludaban de venía y por ejemplo al
abuelo se le debía decir buenos días o buenas tardes padre abuelo; ya que éste señora o la abuela
tenían potestad para darle rejo a los nietos. Ahora otra cosa, el pueblo como lo conocemos hoy en
día no existía; en esa época solo existía el marco de la plaza, y en lo que hoy es el pueblo, eran
potreros cultivados con papa, cebolla, cebada, cubios, ruas, chuguas; Asivag era un gran bosque de
eucalipto y la gente vivía en las veredas, más que todo en San José y San Martín. La gente se
relacionaba mejor con la naturaleza; el agua, los árboles, la montaña, la tierra era más respetada y
valorada, por eso será que a nosotros nunca nos faltó la comida y todo estaba menos contaminado
que ahora. Los jóvenes se quejan de que el pueblo es aburrido y lo tildan como moridero, pero lo
que uno puede ver es que hasta la gente de plata que viene de Bogotá se enamora de nuestro
paisaje y cada vez está comprando más tierras en las zonas rurales y en San Bartolomé en la salida
hacia el embalse de Tominé. Las cosas del mercado eran panela, manteca, velas, fósforos, café,
harina de maíz, cacao, sal; la carne casi no se veía.

A Fredy le gustó mucho todo lo que contó el abuelo y esto era muy bueno para una parte de la
historia del pueblo, pero igual quedaría pendiente todo lo relacionado con la época prehispánica.
Mirando a su abuelo con cara de preocupación, le dijo que si no sabía nada de los años en los que
todo este valle era poblado por los muiscas. Pues don Pedro Pablo salió dos pasos adelante y luego
de explicarle que si bien él no sabía nada de fechas, sí podía decirle algunas cosas que de pronto le
podían interesar:

“Cuando yo era niño, mi papá me contó que un día él y uno de los jornaleros de la finca de don
Jacinto Luna, un terrateniente del municipio, habían encontrado en uno de los potreros un cofre de
arcilla que inexplicablemente no se había roto con el peso de la tierra bajo la cual estaba enterrado
mientras hacían un hueco para enterrar una vara de eucalipto. Dicho cofre contenía una carta
indígena, y eso se supo ya que preciso por esos días tenía el pueblo por cura a uno que decían era
cura franciscano, uno que no era de este país sino por allá de Europa. Bueno el cura terminó
llevándose el papel para Europa me imagino, y a nosotros nos dijo que en honor y respeto por su
persona y labor como ministro del Señor debíamos jurar bajo pena de excomunión no contarle lo
sucedido a alguien, que lo único que teníamos que saber era lo que él nos había leído esa tarde en
la que Antonio y yo nos habíamos encontrado el testamento: Mi nombre es --- y me perdí del
camino hacia Guatavita cuando pasaba por Gachanxzipa. Al tratar de buscar casas de hermanos
de estas tierras que vivieran cerca de donde nosotros nos encontrábamos, a cuatro hermanos míos
y a mí nos hizo prisioneros una gente muy extraña; eran hombres pero muy diferentes a nosotros
que tenían cosas hechas con algo muy parecido al oro cuando está duro pero de otro color y de las
que salía fuego que abría heridas en el cuerpo y lo destrozaba matando al hombre o a la mujer a la
que esa gente le apuntaba. Hombres con pelo en la cara y la piel clara como el color de la luna,
vestidos con esa cosa dura de color gris y que venían del norte por el camino de Sugamuxi; nos
llevaron al lugar de Gachanxzipa a donde tenían reunidos a los hermanos de este lugar. Esos
hombres nos dijeron a todos que estas tierras ahora eran propiedad de los reinos católicos de
Aragón y Castilla para gloria de Dios, que su sagrada labor era hacer que nosotros conociéramos al
único y verdadero dios para salvación de nuestra alma y gloria de sus católicas majestades. Que
para eso de ahora en adelante todos nosotros teníamos que trabajar para el sustento del señor
encomendero, vivir más cerca los unos de los otros. No entiendo que pasa, espero que esta nota
llegue a Zipaquirá a tiempo con el hermano al que la envío”.

Al día siguiente, Fredy reprodujo ante la clase el relato del abuelo guardándose sólo para él esta
última parte de las palabras del abuelo. El profesor consintió el procedimiento solo por no parecer
soberbio y grosero ante sus discípulos y porque ya estaba listo para descalificar el trabajo y a su
autor al final de la exposición por lo que él consideraba apenas como un montón de recuerdos ya
borrosos de un anciano que no coordinaba muy bien, sin ningún sustento teórico o aval oficial, y
en consecuencia como una especie de burla. Aunque sus compañeros y el mismo Fredy no eran
muy dados a escuchar ni las cosas relacionadas con las materias de la escuela ni a las personas, en
esta ocasión el relato despertó un inusitado interés entre los alumnos de onceavo grado,
empezando porque el mismo acto de Fredy ya lo había hecho objeto de burla por parte de sus
compañeros; solo a él se le ocurría entrevistar al abuelo. Sin embargo, la parte de los castigos, la
levantada en la madrugada, el trabajo en los potreros todo el día bajo el sol abrasador con el
refresco del guarapo y los alientos de la mazamorra, acostarse temprano porque no había
televisión ni internet, lo de la sábana roja, hicieron que dicho interés aumentara al punto de
consolidar un auditorio absorto en las palabras de don Pedro Pablo.

Luego de escuchar aproximadamente treinta minutos de grabación, el profesor hizo parar la cinta,
llamo la atención de la clase y a Fredy le dijo que los relatos de los abuelos y de la gente mayor no
pasaban de ser lecciones moralizantes para los más jóvenes, que si bien podían contener algunos
datos interesantes y eran de gran valor debido a que transmitían muchas de las tradicionales
pautas de comportamiento y de ver el mundo de los antepasados, tenidas por correctas y de
obligada conservación, además de entretener al público que las escuchaba, no podían contener
ninguna verdad histórica, eran historias sesgadas y llenas de prejuicios. Que tenía dos sobre diez
de nota, que se la pasaba esta vez solo porque había tenido la paciencia de escuchar a un anciano
durante más de una hora, y que eso le ayudaba a la autoestima del viejo y al fortalecimiento de las
relaciones familiares, en vez de andar por la calle, y que iba a hablar con doña Inés a ver si era
cierto eso que le había dicho de entrevistar al abuelo. Después de la sonora carcajada del salón,
Fredy, en tono sereno pero enérgico y muy respetuoso, se dirigió hacia el licenciado del siguiente
modo:

-Profesor, la charla de ayer con el abuelo me hizo pensar muchas cosas. Por ejemplo, cuando
estudiamos las culturas prehispánicas vimos que muchas de las fuentes utilizadas por los
historiadores son precisamente los relatos de los indígenas, lo que si no estoy mal usted mismo
nos dijo que se llamaba tradición oral; aunque los recuerdos de nuestros antepasados tienen sus
distorsiones, sí nos votan detalles me parece a mí muy valiosos de cómo era la vida cotidiana
antiguamente, las costumbres, lo que sembraban, lo que comían, cómo se vestían, el rejo, lo
importante que era la religión, ir a misa, el respeto por los mayores y la intensidad con que se vivía
la política. Poniéndome a pensar, si me pidieran mi conclusión sobre un tema como la religión y la
iglesia, yo diría, pensando en lo que me contaba mi abuelo, que antes la Iglesia tenía mucho más
poder que ahora, ya que los curas tenían voz y voto en la administración municipal, eran los
profesores en la escuela, uno tenía que ir a misa y memorizar el catecismo para pasar la materia de
religión y que no le dieran rejo, y eso de que el cura les regalaba a los más pobres algo de mercado
de vez en cuando. Después de meditar lo anterior creo, sin ser licenciado en Ciencias Sociales
como usted, que las personas mayores tienen mucho que enseñar, más allá de la forma de
comportarse. Lo más importante es que como miembros de un grupo familiar todos tenían
responsabilidades para el sostenimiento de la casa y esto se hacía de acuerdo al sexo y bajo
estricta disciplina, creando lo que en la clase de economía vimos como división de trabajo; con
este ejemplo entendí por fin el concepto. Ahora bien, de tan duras condiciones de vida solo
pueden desprenderse sentimientos de admiración y de respeto por los viejos, ya que criados a
punta de mazamorra y agua´e panela soportaban la vida dura del campo y la férrea disciplina de
los mayores, de las autoridades, los curas y los profesores. Enseñados a trabajar desde bien
chiquitos, esos seres bajitos, casi enanos, con la piel quemada por el sol de la sabana y toda la
rudeza y el maltrato de la vida marcados en las arrugas de la cara, eran las personas que sacaban
familias de más de diez hijos adelante enseñándoles a trabajar y a no quitarle nada a nadie. Sin
saber leer ni escribir bien, esa gente tenía conocimientos avanzados de agricultura, veterinaria,
ingeniería, matemáticas e incluso astronomía, y cabe decir avanzados porque se trataba de un uso
práctico de la ciencia, teoría aplicada a los cultivos y a la construcción de viviendas, herramientas,
vestuario, sistemas de desagüe.

Por último me parece que mantener vivo el recuerdo de esas personas nos sirve para conservar
todo lo bueno que nos dejaron y enseñaron, y nos ayuda a forjar una identidad campesina, que
nos muestre como personas trabajadoras, poseedoras de un tipo especial de conocimiento y de
una forma particular de ver el mundo y relacionarse con la naturaleza, y no como ignorantes que ni
siquiera saben hablar, ya que esta es la forma en que la gente de la ciudad reconoce a los
campesinos. Además, entendí que la historia nos deja valiosas enseñanzas para el futuro y es una
parte importante de todos nosotros como gachancipeños, por eso sería bueno que alguien hiciera
algo para que no se perdiera. Y ya para terminar… Usted verá lo de la nota (a Fredy no sabía que le
había causado más indignación, si eso de que el abuelo ya no coordinaba bien lo que representaba
una grave afrenta para la familia Gonzáles entera, o la ya puesta en evidencia estrechez teórica de
su docente; él mismo se sentía transformado e interesado por un poco de cosas que antes ni
siquiera hubiera sospechado) a mí eso ya no me importa porque yo hice lo que mi mamá me dijo y
me parece que la entrevista es válida como tarea. ¡Usted verá!

Tomó su maleta y se salió del salón.

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