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El huevo de gallina es uno de los alimentos más consumidos en todo el mundo. Este huevo no es el único comestible ya
que también se pueden comer los huevos de otros animales como la codorniz, el avestruz o la pata. Cada uno tiene un
tamaño, siendo el de la codorniz el más pequeño y el de avestruz el más grande, pudiendo pesar hasta 1,3kg.
Como todos sabemos, las gallinas son ovíparas y ponen un huevo al día, independientemente de si han sido fecundados
o no.
Si el gallo y la gallina se aparean, los huevos son fecundados. Es entonces cuando la gallina los incuba durante 21 días
proporcionándoles calor y protección con su cuerpo. Pasado ese tiempo, nacen los pollitos.
Los huevos que compramos en el mercado no han sido fecundados, así que por mucho que los incubara una gallina,
nunca nacería un polluelo.
Los huevos de gallina suelen pesar entre 35 y 60 gramos. La cáscara puede ser blanca o de color pardo, pero la
composición del huevo y la calidad es la misma.
Es un alimento muy nutritivo y rico en proteínas, vitaminas y minerales que puedes preparar de múltiples formas: frito, a la
plancha, cocido, escalfado,…
En Asia, sobre todo en la India, existe un tipo de artista conocido como encantador de serpientes, al que podemos definir
como un mago especializado en un espectáculo sencillo pero muy sorprendente.
El encantador de serpientes no necesita un gran escenario para dejar a todo el mundo con la boca abierta. Simplemente,
se sienta con las piernas cruzadas en el suelo de una calle o plaza por donde pasa mucha gente, y frente a él coloca una
pequeña cesta de mimbre.
Por lo general, en pocos minutos, un montón de personas muertas de curiosidad le rodean formando un corro. Entonces,
muy suavemente, se lleva una flauta a la boca y comienza a tocar una dulce melodía.
¡La táctica no falla! Como por arte de magia, algo empieza a moverse dentro de la cesta y… ¡una enorme y peligrosa cobra
asoma la cabeza! Lógicamente, al público le entran ganas de salir pitando, pero antes de que pueda reaccionar, ve que la
serpiente, en vez de atacar, comienza a bailar al ritmo de la música como si estuviera completamente hipnotizada.
Ver danzar a la cobra como si fuera una bailarina es algo extraordinario, pero debes saber que todo esto tiene truco por
una sencilla razón: ¡las serpientes son sordas!
La realidad es que el animal no bailotea estimulado por el sonido, sino por el movimiento. El encantador, al tocar la flauta,
la mueve de un lado a otro, y el reptil la sigue con la mirada dando la sensación de que está bailando.
¡Genial! ¿Verdad?
El mago Houdini
Una de las experiencias más divertidas que puedes vivir a tu edad es asistir a un espectáculo de magia. Te aseguro que,
desde el principio hasta el final, el mago será capaz de hacerte creer que en el mundo de la fantasía todo es posible,
gracias a su gran habilidad y unos trucos increíbles.
A lo mejor no sabes que el mago más famoso de todos los tiempos vivió hace muchos años y se llamaba Harry Houdini.
Este gran artista, nacido en 1874, era de un país de Europa llamado Hungría, si bien a los cuatro años de edad se fue con
su familia a Estados Unidos en busca de una vida mejor.
Desde muy pequeño Houdini se sintió atraído por el mundo del ilusionismo, y a medida que fue creciendo, trabajó muy
duro para lograr su objetivo: ¡convertirse en el mejor mago del planeta! Por cierto, su verdadero nombre era Erik Weisz,
pero lo cambió por Harry Houdini porque le pareció que sonaba más exótico y glamuroso para un artista de alto nivel.
Houdini amaba la magia en general, pero lo que realmente le apasionaba y convirtió en su especialidad fue el escapismo,
es decir, los números en los que tenía que salir vivo de situaciones de las que parecía completamente imposible escapar.
Uno de sus números más famosos consistía en que era atado con cuerdas, con esposas o con una camisa de fuerza;
después, ante la mirada atónita de todo el público, pedía que le encerraran con llave en un baúl. Se corrían unas cortinas
y asombrosamente, en cuestión de segundos y supuestamente sin ayuda de nadie, conseguía liberarse y aparecer tan
campante sobre el escenario ¡Los aplausos del público estaban asegurados!
Para lograr estas proezas tan complicadas entrenaba durante años, una y otra vez, hasta que le salían bien. Al final
conseguía tal grado de perfección que nadie se daba cuenta de dónde estaba el engaño.
Sus admiradores esperaban cada nuevo reto con impaciencia y emoción porque sabían que sería aún más loco y
arriesgado que el anterior. La prensa también publicaba sus hazañas, así que se convirtió en un personaje muy popular a
nivel internacional.
Desgraciadamente, el gran Houdini falleció siendo bastante joven, en 1926, a los 52 años de edad. Hoy en día, está
considerado un mito en el mundo de la magia y el ilusionismo.
El reloj
De aquel reloj, con forma de caseta para pájaros, cada dos por tres salía un pequeño cuco, un ruidoso animal que me
recordaba a una paloma. Por supuesto, el animal era de mentira y el ruido que emitía era una grabación que se repetía
cada vez que el reloj marcaba las horas en punto.
Para ser sinceros, no me gustaba. Me recordaba los usurpadores que son los cucos reales, al poner sus huevos en nidos
que no son suyos. Así, otros pájaros cuidan y alimentan a su polluelo sin que ellos den un palo al agua.
Algo parecido sucedía con mi tía, que dejaba a su hijo con frecuencia en mi casa.
Cuando era pequeño me molestaba compartir mis juguetes, mi habitación e incluso la comida con mi primo; pero ahora he
aprendido que, además, comparto juegos, amistad, risas y conversaciones con él. Y me encanta que venga a casa.
El gran Mozart
Mozart es, posiblemente, el músico más importante de la historia.
Nació en una ciudad de Austria llamada Salzburgo en el año 1756. Su infancia fue especial porque desde muy chiquitín
demostró un talento musical extraordinario.
Con solo cuatro años ya sabía leer las notas musicales y componer piezas muy complicadas para un niño de su edad. A
los seis dominaba varios instrumentos, como el violín y el teclado, y era capaz de escuchar una obra musical una sola vez
y tocarla al día siguiente de memoria ¡Lo hacía con tanta precisión que dejaba a todo el mundo boquiabierto! Alucinante
¿verdad?
La fama del pequeño Mozart se extendió rápidamente por toda la ciudad y alrededores. Su padre, que también era músico,
tomó una decisión: llevárselo de viaje por diferentes países para que actuara en los palacios ante los reyes y los
gobernantes más importantes de Europa. Como te puedes imaginar, triunfó y recibió multitud de aplausos.
Mozart creció rodeado de música y la convirtió en su gran pasión. Cuando se hizo mayor, siguió trabajando sin descanso
y compuso más de seiscientas obras musicales.
Aunque a lo largo de su vida disfrutó de momentos de éxito y popularidad, murió joven y sumido en la pobreza. Esto se
debió, en parte, a que su música era tan original y moderna que mucha gente de su época no la supo comprender. Hoy
en día sucede todo lo contrario: Mozart está considerado un auténtico genio, creador de algunas de las más grandes obras
maestras de la Historia de la Música.
El Sol y la Luna
Un niño y una niña vivían con su madre en una casita en un valle. Un día la madre fue a trabajar a un banquete que se
daba en otra ciudad.
Antes de irse, la madre les dijo sus hijos: “Hoy tengo que ir a trabajar a una casa a veinte cuestas de aquí. Cuando
oscurezca cerrad bien la puerta y no abráis a nadie hasta que vuelva yo”. Los niños obedecieron y se despidieron de ella.
Cuando su madre terminó de trabajar ya era de noche. Colocó sobre su cabeza el paquete de pasteles de arroz que le
habían regalado para sus hijos y partió. La madre caminaba por las calles con mucho miedo porque se oían aullidos y
ruidos de animales salvajes, aunque andaba con ganas por llegar a casa y darles los pasteles a sus hijos.
Al cruzar la primera cuesta se topó con un tigre que, olfateándola, le preguntó qué llevaba sobre su cabeza. La madre le
dijo que eran pasteles para sus hijos, a lo que el tigre contestó “Si me das un pastel no te comeré”. La madre se lo dio
enseguida y se fue corriendo con temor. Al cruzar la segunda cuesta volvió a encontrarse con el tigre, que le amenazó de
la misma manera. La escena se repitió hasta la cuesta duodécima y los niños ya podían ver a su madre desde la casa.
La madre entregó el último pastel al tigre y salió corriendo a refugiarse en su casa, pero cuando llegó se dio cuenta de que
los niños habían salido por la puerta de atrás y, asustados, se habían subido a un árbol. El tigre les había visto esconderse
entre las ramas, se dirigió hacia allí y trató de trepar hasta ellos para atraparlos.
El niño, muy asustado, empezó a rezar a los dioses: “¡Dios del cielo, si quieres salvarnos la vida, envíanos una soga!”. Al
momento cayó una cuerda, los niños se agarraron a ella y poco a poco subieron hasta desaparecer entre las nubes.
El tigre, enfadado, no se rindió y también rezó a los dioses: ¡Dios del cielo, apiádate de este tigre hambriento, envíame
soga!”. Enseguida bajó otra cuerda, el tigre se agarró a ella y empezó a subir. Cuando estaba a punto de desaparecer
entre las nubes la cuerda se rompió y el tigre cayó. Los Dioses le habían enviado una cuerda podrida por sus maldades.
El tigre se hizo tanto daño que huyó y no volvió allí nunca más.
Los niños, que habían subido más allá de las nubes, se convirtieron en el Sol y la Luna.
El Príncipe Feliz
Fragmento de la obra de Oscar Wilde
En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba toda revestida de
madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su
espada.Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad. Entonces divisó la estatua sobre la columnita.
-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.
Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.
Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua. Y después otra.
-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.
Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota. La Golondrina miró hacia arriba
y vio… ¡Ah, lo que vio! Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.
Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita se sintió llena de piedad.
-¿Quién sois? -dijo.
-Soy el Príncipe Feliz.
-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.
-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía
en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor.
Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se
alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era
hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad.
Así viví y así morí, y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias
de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.