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La amistad es una relación afectiva que se puede establecer entre dos o más individuos, a la cual
están asociados valores como la lealtad, la solidaridad, la incondicionalidad, el amor, la
sinceridad, el compromiso, entre otros, y que se cultiva con el trato asiduo y el interés recíproco a
lo largo del tiempo.
La amistad puede surgir entre hombres y mujeres, novios, esposos, familiares con cualquier
clase de vínculo, personas de distintas edades, religiones, ideologías, culturas, extracción social,
etc. Incluso, una amistad se puede establecer entre un ser humano y un animal; no por nada el
perro es el mejor amigo del hombre.
Relaciones de amistad pueden nacer en los más diversos contextos y situaciones: el lugar donde
vivimos, el sitio donde trabajamos, la escuela, la universidad, fiestas, reuniones, el café que
frecuentamos, a través de otros amigos, redes sociales, etc.
Las amistades, no obstante, tienen diferentes grados de compenetración. Desde los amigos con
quienes sentimos relaciones más lejanas, hasta aquellos con quienes el trato es tan estrecho que
los consideramos “mejores amigos”, otorgándole a la amistad un grado de superioridad sobre
las otras.
La amistad no solamente surge con quienes tenemos más afinidades en cuanto a gustos e
intereses, o con quienes tenemos más parecido, sino que puede aparecer entre personas muy
dispares. De hecho, a veces ese es un factor que fortalece la amistad, pues una buena amistad
complementa y enriquece a la persona, no solo en el intercambio de ideas, información y
sentimientos, sino también en el hecho de compartir los buenos y malos momentos de la vida.
La amistad verdadera
Cuando hay una verdadera amistad, los amigos se reconocen entre sí como “mejores amigos”. El
mejor amigo es alguien cuyo nivel de lealtad, atención, cuidado y cariño es superior al habitual en
el grueso de las relaciones de amistad. Mayoritariamente, las mujeres tienden a utilizar la
expresión de “mejor amiga”, no obstante, ambos sexos tienen sus mejores amigos, que son
aquellos con los que se cuenta para toda la vida y que están presentes en todo momento.
DEFINICIÓN DE LABORIOSIDAD
Y quiero comenzar con un texto de San Pablo a los Tesalonicenses: «El que no quiera trabajar que
no coma» (2 Tes 3,10), dice san Pablo; quien ha de comer tiene que trabajar. El deber de trabajar
arranca de la misma naturaleza.
Trabajar es sólo el primer paso, hacerlo bien y con cuidado en los pequeños detalles es cuando se
convierte en un valor.
Cuando alguien se refiere a nosotros por “ser muy trabajadores” nos sentimos distinguidos y
halagados: los demás ven en nosotros la capacidad de estar horas y horas en la escuela, en la casa
o en la oficina haciendo “muchas cosas importantes".
La laboriosidad significa hacer con cuidado y esmero las tareas y deberes que son propios de
nuestras circunstancias. El estudiante va a la escuela, el ama de casa se preocupa por los miles de
detalles que implican que un hogar sea acogedor, los profesionistas dirigen su actividad a los
servicios que prestan. Pero laboriosidad no significa únicamente "cumplir" nuestro trabajo.
También implica el ayudar a quienes nos rodean en el trabajo, la escuela, e incluso durante
nuestro tiempo de descanso; los padres velan por el bienestar de toda la familia y el cuidado
material de sus bienes; los hijos además del estudio proporcionan ayuda en los quehaceres
domésticos.
Al crear una imagen de mucha actividad, pero con pocos resultados se le llama activismo,
popularmente expresado con un “mucho ruido y pocas nueces”. Es entonces cuando se hace
necesario analizar con valentía los verdaderos motivos por los que actuamos, para no
engañarnos, ni pretender engañar a los demás cubriendo nuestra falta de responsabilidad.
Para ser laborioso se necesita estar activo, hacer cosas que traigan un beneficio a nuestra
persona, o mejor aún, a quienes nos rodean: dedicar tiempo a buena lectura, pintar, hacer
pequeños arreglos en casa, ayudar a los hijos con sus deberes, ofrecerse a cortar el pasto.
No hace falta pensar en grandes trabajos “extras”, sobre todo para los fines de semana, pues el
descanso es necesario para reponer fuerzas y trabajar más y mejor.
El descanso no significa “no hacer nada”, sino dedicarse a actividades que requieren menor
esfuerzo y diferentes a las que usualmente realizamos.
Cuando nos decidimos a vivir el valor de la laboriosidad adquirimos la capacidad de esfuerzo, tan
necesaria en estos tiempos para contrarrestar la idea ficticia de que la felicidad sólo es posible
alcanzarla por el placer y la comodidad, logrando trabajar mejor poniendo empeño en todo lo que
se haga.
Los santos trabajaron, el Papa trabaja, los grandes personajes de la historia trabajaron.
Por eso joven dedícate trabaja.