Вы находитесь на странице: 1из 3

El Ojo Breve / El triángulo de la Bermúdez

Por

Cuauhtémoc Medina

(24-Ene-2001).-

Todos sabíamos que la cultura iba a ser el terreno más incierto del
nuevo régimen, ya por el desinterés que por ella tiene el nuevo
Presidente, o por la tradición de ataques panistas a las libertades
espirituales, artísticas y corporales. Aun así, una parte de la
comunidad artística supuso que nuestra estructura cultural había
alcanzado un suficiente grado de profesionalización como para
sobrevivir los embates de sentimentalismo, intolerancia e
ignorancia que pudieran venir con una nueva autoridad. La serie
sucesiva de fiascos en el equipo de la transición (la simulación de
una encuesta que se desvaneció, la simulación de un proceso de
selección para la presidencia de Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes (CNCA) que acabó en dedazo, hasta llegar a la simulación
de la redacción del libro sobre la nueva vocera presidencial) fueron
más vistos con humor negro y condescendencia que con verdadera
preocupación. Privaba la percepción de que la administración
cultural carecía del poder simbólico para actuar con arbitrariedad,
pues incluso tuvo que reciclar en puestos clave a algunos de los
funcionarios del antiguo régimen. En cuanto al futuro de los
museos del país, el "cambio" trajo pocas esperanzas de progresos
profundos, pero no hacía temer cataclismos espectaculares.

Por desgracia, ha trascendido que el CNCA quiere dar a los


museos de arte un tratamiento digno de un capítulo de los X-Files.
Todos, literalmente todos los directores de Museos del INBA están
a punto de ser misteriosamente engullidos por el llamado
"Triángulo de la Bermúdez", una extraña perturbación
administrativa que cree que el 2 de julio los ciudadanos votaron no
por el cambio del Presidente, sino por la decapitación en masa de
directores y curadores de museos. La motivación detrás de un
exterminio como éste no puede ser solamente una interpretación
alucinada del mandato democrático. Hay poquísimas personas en
México que tienen las mínimas calificaciones, actitudes, contactos
o consenso para ser directores de museos. Eso hace temer que se
intenta convertir al aparato cultural en un basurero político de la
Presidencia.
En efecto, los políticos mexicanos creen que los museos (y el
aparato cultural) son el medio perfecto para pagar deudas políticas
y sentimentales. Los perciben como premios de consolación que
dar a las amigas y amigos que serían un verdadero estorbo en otra
parte de la administración. Incluso si el proyecto fuera poner los
museos en manos de oscuros promotores de provincia, los
aniquilaría. No sabrían nada en cuanto a la técnica y ética del
manejo de colecciones, antagonizarían con los artistas y
académicos en activo, y desmantelarían sus estructuras de
relaciones públicas, financiamiento privado y redes
internacionales. Cambiar a todos los directores de museos sería el
peor cambio posible: un cambio que garantizaría el estancamiento
y la regresión de instituciones de una enorme complejidad.

El problema de fondo es que mientras el puesto del presidente del


CNCA puede improvisarse, no sucede lo mismo con un director de
museo. No hay un título profesional que ampare esta función,
pues demanda conjuntar una serie de raras cualidades: la
sensatez, el conocimiento de un tema, la audacia curatorial y
(sobre todo) el prestigio. Por eso es que la norma internacional es
que un directivo de museo suele tener una larga duración. Su
conducción sobrevive administraciones, regímenes e, incluso,
épocas culturales, pues las instituciones no se pueden dar el lujo
de experimentar si un curador, crítico o amateur efectivamente
puede llegar a transformarse en un buen director. A diferencia de
un cargo político, la permanencia de un directivo en un museo
puede indicar que goza de consenso en la comunidad y no es un
mero sirviente del poder. Siendo una de las funciones del museo
preservar la cultura, es lógico que sus estructuras y directivas
tampoco sean efímeras.

Sólo hay tres motivos por los que un director ha de ser renovado:
porque su desempeño es una vergüenza pública, porque hace
tiempo que ha dejado de aportar energía y creatividad a su
institución, o porque tiene el mal gusto de morirse en el apogeo
de su gestión. En efecto, hay algunos espacios museográficos
mexicanos que ya delatan un visible cansancio: cambiar a sus
directivas debería ser una prioridad, pero incluso con respecto a
ellos será difícil encontrar quién pudiera resucitarlos. Un crítico de
arte no puede más que ser directo y tomar partido: imaginar que
alguien quiere tomar por asalto instituciones que son un modelo
continental, por decir algo el Museo Carrillo Gil o el Munal, sólo
puede atribuirse a la envidia. El Munal, por ejemplo, es hoy por
hoy la mejor institución museográfica al sur de Houston y al norte
de la Patagonia. Las conexiones del equipo del Carrillo Gil en el
mundo del arte global no tienen precedente en esta región.
Sustituir a las directivas de esos espacios sin tomar en cuenta la
opinión de artistas, donadores, historiadores y curadores, cuando
en otras instituciones como el INAH priva más bien la continuidad,
sólo se puede explicar porque la autoridad cultural los ve como
parte de un botín político.

A 60 días de iniciado el nuevo régimen, el CNCA no ha sabido


construir condiciones mínimas de confianza en el sector de la
cultura. Se ha dado el lujo de introducir términos vacíos como
"ciudadanización" cuando, en los hechos, juega al aprendiz de
brujo y pretende remover a los profesionales que pudieran servir
de contrapeso a los desvaríos del poder. En el pasado, los
directores de los museos pusieron límites a los Presidentes priistas
que soñaban con exposiciones viajeras y decorar con Fridas o
Tamayos los pasillos de Los Pinos. Exterminarlos abriría la
posibilidad a las peores pesadillas, desde pulverizar las
colecciones nacionales para "descentralizar" a Rivera y Velasco
hasta enviar santos estofados a las bienales internacionales.

Comentarios: cmedin@iname.com

Вам также может понравиться