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El Ojo Breve / Juzgando libros...

virtuales

Por

James Oles

(02-May-2001).-

Un viejo dicho nos impide juzgar los libros solamente por sus
portadas, pero me salta a la mente mientras repaso las páginas del
sitio de internet Amazon.com buscando recientes publicaciones en
inglés sobre arte latinoamericano. Muy pocas librerías en Estados
Unidos guardan en sus estanterías la mayoría de estos libros. No
hay ninguna en México; aunque la Librería Pegaso de Casa Lamm
pretende ser la fuente más importante de libros de arte en inglés,
casi no se ocupa de las editoriales universitarias. Así, Amazon.com
-disponible las 24 horas del día en cualquier parte del mundo- se
ha convertido en un foro imprescindible para descubrir lo que hay
de nuevo en la disciplina. (Facilitar no es ganar: según los estudios
financieros, la empresa no solamente pierde dinero; lo pierde cada
vez que vende, empaca y manda algo.)

Aunque librería virtual, Amazon.com se parece a sus equivalentes


"reales" en tanto que privilegia las portadas de los libros sobre
otro tipo de información visual (retratos de los autores, imágenes
relacionadas con el tema) que podría ser usado para seducir al
comprador; de hecho, el diseño de la portada asume ahora una
nueva importancia, ya que, en la pantalla, las características físicas
del libro (tamaño, pasta, calidad del papel o de las reproducciones)
se reducen a unos planos rectángulos digitales, todos de más o
menos las mismas dimensiones. Como los compradores posibles
no pueden examinar el libro en su dimensión real, Amazon.com
incluye ahora reseñas tanto de profesionales como de lectores
regulares, así como listas de otros títulos publicados, también
creados por los usuarios (los participantes en estas promociones
concursan para ganar aún más libros). Si alguna vez dependimos
de la sagacidad de un solo librero, ahora tenemos acceso a un
rango mucho más democrático (aunque no por eso más confiable)
de opiniones. No obstante esos avances, la portada sigue siendo el
principal señuelo.

Es un aforismo de la profesión del diseño que no hay nada como


colores vivos (muy comunes para promover libros sobre México
desde los años 20) o la figura humana para atraer la atención del
público. Así, por ejemplo, no es ninguna sorpresa que en las
portadas de las ediciones actuales de las biografías de Tina
Modotti -de Margaret Hooks, Patricia Albers y Mildred
Constantine- resalten monumentales retratos de la fotógrafa. Un
estudio más académico de la misma artista, de la investigadora
Andrea Noble, acaba de salir en enero de la Universidad de Nuevo
México. Aunque los anuncios afirman que el libro privilegia su
trabajo sobre su biografía, es interesante que para la portada, los
diseñadores eligieran una imagen particularmente cachonda de
Modotti, sentada en un equipal, un fragmento de una toma de su
amante, Edward Weston.

Cuando se trata de estudios más amplios, es menos fácil rastrear


las decisiones (o el gusto) de los diseñadores. Para la versión en
inglés de Canto a la realidad: fotografía latinoamericana de Erika
Billeter (Lunwerg, 1993), se seleccionó una dulce indígena
retratada por Mariana Yampolsky. Años después, la portada de la
traducción y revisión de Fuga mexicana, de Olivier Debroise
[Mexican Suite: A History of Photography in Mexico], publicada en
marzo por la Universidad de Texas, privilegia ahora una obra de la
fotoperiodista Elsa Medina, que muestra a un hombre en las
afueras de Tijuana, que cubre su cara con la mano (¿el repudio de
la cámara?), entre dos tarjetas de visita decimonónicas. El discurso
de ese montaje es tan confuso como el de la portada de la primera
versión mexicana del mismo libro (CNCA, 1994).

En cuanto a los estudios que cubren todo el "arte" latinoamericano


del Siglo 20 (curiosamente, todos excluyen sistemáticamente a la
fotografía y a la arquitectura), tenemos otras observaciones
interesantes. Un detalle de una escena de la conquista de los
murales del Palacio de Cortés en Cuernavaca (Diego Rivera en su
aspecto más colorido) aparece en la portada del terrible y
superficial tomo de Edward Lucie-Smith (Thames & Hudson,
1993). No es ninguna sorpresa que una reedición de Art of Latin
America, 1900-1980, de la historiadora colombiana Marta Traba
(1994), ostente un más internacional cuadro poscubista de
Alejandro Obregón, colombiano también. La muy esperada
revisión panorámica de Jacqueline Barnitz (profesora en la
Universidad de Texas), Twentieth-Century Art of Latin America,
acaba de salir en marzo: probablemente, será la obra definitiva
sobre este tema por un buen rato. Los editores escogieron en este
caso un cuadro absolutamente abstracto del argentino César
Paternosto para "simbolizar" el continente. ¿Indicaría esto un
rechazo a la tiranía visual de la escuela mexicana? ¿Una manera de
evitar los altos costos de los permisos de reproducción de las
obras de Rivera y Kahlo, cada vez más difíciles de eludir en un
mundo de búsquedas virtuales? ¿O una aseveración de una
verdadera modernidad continental? Más sensata fue la empresa
Phaidon, que para su enorme volumen sobre el mismo tema,
editado por Edward Sullivan y publicado en 1996, decidió usar un
mapa del continente que no privilegia ningún país o artista.

Aunque no en todos los casos, sería injusto en principio juzgar al


autor por la portada de sus libros, porque los responsables son los
departamentos de mercadotecnia y no los escritores; de hecho, los
diseñadores son conocidos por ignorar explícitamente sus
consejos. Claro, en Francia (menos en México) muchos editores
simplemente usan una tipografía elegante (y económica) para sus
portadas, idénticas cada una por serie, sin imagen, justificándolo
con el concepto de que a los académicos -los historiadores de arte
incluso- no les importa lo bonito cuando se trata de los libros.

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