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Si pinto a mi perro exactamente igual, evidentemente tendré dos perros pero no una obra de arte
(…) la tendencia constante es la de dar forma poética a la realidad; los otros pretenden dar
realidad a lo que se supone poético, a lo imaginativo, y así no resulta más que materias
inexpresivas.
Hacia el año 65 a.C. en una pequeña ciudad situada en las montañas itálicas, en el
seno de una familia humilde dirigida por un liberto cobrador de impuestos, Quinto
Horacio abrió por vez primera los ojos. A temprana edad fue trasladado a Roma para
aprender en las costosas escuelas Patriciales donde estudiaría con dignísimos maestros
de la talla del gramático Orbilio, a quien recordaría, más que por las enseñanzas
ofrendadas por los latigazos que marcaron su piel y doblegaron su espíritu1.
1
Bobes, Carmen. Historia de la teoría literaria tomo I. Paráfrasis de “(…) y de quien, sin embargo, el escritor
no guardaba buen recuerdo tanto por su mal humor como su afición al uso del látigo” Capítulo VI p. 177
conexión con Mecenas se vio traducida en una villa en Sabina donde, en
agradecimiento por la paz otorgada, continuaría su obra.
Éste compromiso dubitante sobre la finalidad del arte no sirvió sólo a los
menesteres de la gens Pisona a quien originalmente el poeta se dirigía; el Arte poética,
con el paso de los siglos, sigue y seguirá educando desde el corpus canónico para el que
fue creado, como la concepción de un manual para la creación.