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RESUMEN TEÓRICO PARA PRE-PROYECTO DE INVESTIGACIÓN.

Contenidos mínimos de lectura para la definición del marco conceptual, preguntas y objetivos de
investigación

La desigualdad social interrogada desde la clase social y el género

Gabriela Gómez Rojas, Nora Morales, Manuel Riveiro, Angélica De Sena y Norberto Vázquez

Resumen

La desigualdad es una categoría central del análisis sociológico de las sociedades contemporáneas.
Mientras que las clases sociales forman parte del núcleo teórico desde los comienzos de la disciplina,
las relaciones de género se han incorporado cabalmente en las últimas décadas. En este trabajo nos
interesa describir la forma en que ambos conceptos se interrelacionan a partir del análisis empírico
de la división del trabajo doméstico y extra-doméstico. Nos interesa observar las relaciones entre
clases sociales y géneros y las formas en que ambos ejes de desigualdad se combinan en las
mencionadas divisiones del trabajo, así como las opiniones y percepciones de las personas
entrevistadas y encuestadas sobre estos aspectos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de desigualdad?

Todas las sociedades complejas se caracterizan, en un grado


variable, por la desigual distribución de las recompensas
materiales y simbólicas. Es el caso también de que nunca ha
existido una estructura persistente de desigualdad económica y
social sin que hubiera también algún tipo de sistema(s) de
significados que persiguiera tanto explicar cómo justificar la
distribución desigual de los recursos societales
Rosemary Crompton (1994: 17).

Realizar un racconto exhaustivo de cómo se fue abordando el problema de la desigualdad a lo


largo de todo el pensamiento social excede el objetivo de esta presentación. No obstante, es
importante señalar que los enfoques teóricos fueron cambiando conforme se produjeron
modificaciones en la estructura productiva y social. En el paso de una sociedad tradicional a una
sociedad moderna, la justificación de la desigualdad material dejó de tener basamento religioso o
“natural”. Siguiendo a Crompton (1994) las revoluciones inglesa y francesa fueron los principales
cambios políticos en la transición al industrialismo capitalista, siendo Karl Marx el pensador
decimonónico quien severamente criticó las “libertades burguesas” logradas por aquellas
revoluciones.
La idea de modernidad vincula al industrialismo con los modos organizativos del mundo social y de
regulación de la población a través de los estados nacionales. Mientras que desde la economía
clásica o desde la sociología funcionalista se justifica a la desigualdad en este tipo de sociedades
como necesaria o útil1, desde otras escuelas de la sociología se ha propuesto a la clase social como
el concepto moderno por excelencia para describir y explicar la desigualdad social. La clase social
se constituye en una característica de los sistemas modernos de estratificación en comparación con
los sistemas tradicionales de desigualdad, vinculados con características adscritas como las

1
“La desigualdad social es, por tanto, un mecanismo inconscientemente desarrollado por el que las sociedades se
aseguraron de que las posiciones más importantes son ocupadas de modo responsable por las personas más cualificadas”
(Davis y Moore, 1945, citado en Crompton, 1994: 23).

1
jerarquías religiosas, de género, étnicas-nacionales u otras formas extraeconómicas de
diferenciación social (Crompton, 1994: 21).
Los esquemas analíticos que planteaban una primacía casi absoluta de la clase social son hoy
cuestionados. En la actualidad se destaca la interconexión de conceptos como raza, clase, género y
sexualidad como sistemas sociales complejos que se constituyen en sistemas de opresión (Weber,
2013: 8).2 Uno de los desafíos en el campo de la investigación es cómo abordar dichas
interconexiones en tiempos y espacios específicos. Siguiendo a dicha autora tanto la ideología
dominante de ciertos sectores la sociedad, como las políticas públicas, los medios de comunicación
y, por qué no, algunas corrientes de la teoría social, presentan ceguera o neutralidad de género y de
raza, sin diferencias por clases sociales y con visiones restringidas sobre la sexualidad.

La clase social como eje de desigualdad

Como concepto que busca centralizar el análisis de la desigualdad social, encontramos en las
definiciones de la clase conceptualizaciones teóricas e implicaciones políticas distintas. Crompton
(1994) distingue ubica tres grandes grupos de definiciones. Por un lado, una serie de definiciones
más bien próximas al sentido común (que ordenan jerárquicamente grupos determinados con
fronteras -más o menos- difusas y arbitrarias). Por otro lado, mediciones en torno a escalas de
prestigio o estatus socio-ocupacional/socio-económico, que plantean un continuo jerárquico,
originadas en la teoría funcionalista. Finalmente, un conjunto de esquemas de clasificación más
teóricos, que suelen fundamentar la agrupación de ocupaciones en categorías relacionales, es decir,
que se definen en las relaciones sociales que se establecen entre estas categorías. Se reseñan
algunas propuestas de esta última acepción de clase social, luego de las siguientes consideraciones.
Es evidente que los pensamientos de Marx y Weber han tenido una influencia determinante en el
análisis sociológico de la clase social. Las críticas, actualizaciones y recuperaciones de estos autores
fueron y seguirán siendo centrales a la hora de pensar las clases sociales.3 A su vez, el análisis de
las clases sociales no se limita a su medición en la estructura social: incorpora también la formación
de las clases en actores colectivos organizados, la lucha de entre estos actores por sus intereses y
el análisis de la compresión de estos actores acerca de esos intereses y conflictos (lucha de clases),
tal como lo señala Wright (1995).4 Por último, interesa destacar el rol de la ocupación en los estudios
de análisis de clase. Dada la preponderancia del trabajo asalariado dentro de las sociedades
industriales, la información ocupacional se ha constituido en la principal (o exclusiva) fuente de
indicadores para la vasta mayoría de la literatura sobre el tema.
A continuación se presentan los esquemas de operacionalización de clases de Goldthorpe y
Wright.5 Previamente, interesa hacer mención a otro autor que ha problematizado bastante la
medición de las clases sociales, Pierre Bourdieu. Bourdieu (2000) integra su análisis de clases en
una definición del mundo social como un espacio social multidimensional, poniendo el énfasis en el
proceso de formación de las clases y, por tanto, centrando su atención en los grupos en lucha en
dicho espacio. De ahí que la identificación de las clases sociales es más un problema de
investigación empírica que una decisión a priori y donde las mismas no requieren de límites muy
precisos (Sayer, 2005). Sostiene además que la clase social no se describe por una propiedad ni por
una suma de ellas, sino por “estructuras de relaciones entre todas las propiedades pertinentes”
(1998: 104).6 Su definición de clase social superpone tres dimensiones: la distribución diacrónica y

2
Considerando que hay opresión cuando un grupo ha ganado poder y control sobre activos de la sociedad explotando el
trabajo y las vidas de otros grupos.
3
Ver Giddens (1996), Burris (1992).
4
Esta diversidad de dimensiones a investigar ha llevado a una multiplicidad de métodos de investigación empírica. En
líneas generales, mientras que aquellos investigadores que se centraron en el estudio de la estructura de clase se
orientaron a trabajar con técnicas estadísticas, quienes estudiaron los procesos de formación de clase y el análisis de la
conciencia se basaron en el uso de técnicas de investigación histórica y estudios de casos.
5
Estos clasificaciones no agotan las propuestas de análisis (Wright, 2005, Portes y Hoffman, 2003) si bien son de las más
aplicadas y discutidas. La presentación aquí realizada se basa en Gómez Rojas (2009).
6
Bourdieu usa categorías ocupacionales en su estudio La Distinción pero ellas no constituyen clases, aunque les
reconoce ser un buen indicador de la posición en el espacio social.

2
sincrónica del volumen y de la estructura de los capitales7; el espacio de los estilos de vida8 y el
espacio teórico de los habitus. Es reconocida, en primer lugar por el propio Bourdieu, la dificultad de
medición del modelo propuesto.

El esquema de Goldthorpe
El enfoque generado por Goldthorpe y sucesivos colaboradores es calificado habitualmente como
neoweberiano. Posee una inspiración teórica ecléctica, basada en Marx, Weber, Dahrendorf y
Renner, y su “construcción y adaptación ha sido de hecho guiada por ideas teóricas pero también
por consideraciones más prácticas del contexto en el que, y propósitos para los cuales, que se va a
utilizar y de la naturaleza de los datos a los que se vaya a aplicar” (Erikson y Goldthorpe, 1992: 46).9
Se parten de entender la estructura de clases sociales como un conjunto de posiciones sociales
identificables en las relaciones sociales de los mercados de trabajo (situación de mercado) y de las
unidades de producción (relaciones de empleo), más que a partir de atributos personales (Erikson y
Goldthorpe, 1992). En cuanto a las relaciones de empleo, Goldthorpe (2010: 365) indica dos grandes
tipos:
por un lado, el ‘contrato de trabajo’, supuesto comúnmente para los casos de trabajadores
manuales y no manuales de bajo grado, y, por otro lado, de la ‘relación de servicio’ expresada
en el tipo de contrato común para los empleados profesionales y directivos de las burocracias
organizativas, públicas y privadas”
La relación de servicio se caracteriza por un intercambio bastante difuso, de servicio a una
organización por una compensación donde las perspectivas a futuro son cruciales, mientras que el
contrato de trabajo es concebido como un intercambio de esfuerzo fácilmente controlable y acotado
por remuneración (Goldthorpe, 2010: 347-378). Parafraseando a Evans (1996: 214) puede decirse
que la relación de servicios está controlada por la ‘zanahoria’ de los beneficios de largo plazo, y el
contrato de trabajo por el ‘palo’ por la regulación estrecha de la contratación y la paga.10 Por último,
entre ambos grandes tipos, se encuentran una serie de “formas mixtas”, “asociadas típicamente a
posiciones intermedias entre las estructuras burocráticas y la fuerza de trabajo de base: por ejemplo,
los agentes de ventas, los administrativos y técnicos de grado inferior, por un lado, y el primer nivel
de supervisores, por otro” (Goldthorpe, 2010: 366). A cada gran tipo de relación de empleo se
corresponde una posición de clase social: para la relación de servicio, la clase de servicios; para las

7
Las clases o fracciones de clase se diferencian tanto por el volumen, composición y trayectoria de cada capital:
económico (ocupación, ingresos, bienes) cultural (educación, formal e informal, consumos), social (conexiones,
pertenencias grupales) y simbólico (reconocimiento y percepción de los otros capitales) (Bourdieu, 1998).
8
De acuerdo a lo enunciado por Weininger (2005) una de las premisas subyacentes en la Distinción es que las
colectividades se forman primariamente en el terreno del consumo, de ahí la importancia que Bourdieu le otorga a los
estilos de vida.
9
En “De la Sociología”, Goldthorpe (2010: 367) resume un “fundamento teórico más explícito y completo” de su
esquema, a partir de “la teoría de la acción racional y, en particular, en teoría que se ha desarrollado recientemente en la
economía de la organización y el personal (…) y la nueva economía institucional, especialmente en el análisis de los
costes de transacción”. Desde estas nuevas bases teóricas, identifica que “los empleadores enfrentan riesgos contractuales
en el mercado de trabajo a partir, en última instancia, de lo esencialmente incompleto de todos los contratos de empleo,
pero más inmediatamente, a partir de dos problemas, el monitoreo el trabajo y la especificidad de los activos humanos”
(Goldthorpe y McKnight, 2004: 3). La estructura de clases se ordena a partir de cómo los empleadores “resuelven” su
riesgo contractual, y en consecuencia, el esquema se centra en clasificar a los empleados en torno a las relaciones de
empleo creadas para y por ellos.
10
Goldthorpe toma la idea de la clase de servicio del pensador marxista Karl Renner. Para dicho autor, esta clase se
compone de los siguientes elementos: empleados en el servicio público (funcionarios y otros administrativos); empleados
del sector privado (administradores de negocios, directivos, técnicos, entre otros) y empleados en los servicio sociales.
Según Goldthorpe (1995), Renner intenta distinguir estos grupos de la clase obrera, pues el trabajo que realizan no es
trabajo productivo: ellos constituyen una carga de plusvalía que se extrae directa o indirectamente de la clase obrera. La
clase de servicio, además, se encuentra regulada por un “código de servicio” diferente al “contrato de trabajo” de la clase
obrera. De ahí que los miembros de la clase de servicio poseerán una mayor seguridad relativa en su empleo y una mejor
perspectiva de progreso material y de status. Otro punto de diferenciación es que la relación de servicio está teñida de un
rasgo de confianza y autonomía distinto al vínculo establecido entre el empleador y el obrero asalariado, dada la
autoridad o conocimiento experto que detentan en su situación de empleo. Además, tienen honorarios, diferentes (en
calidad y cantidad) del salario de la clase trabajadora.

3
formas mixtas, la clase intermedia; y para el contrato de trabajo la clase trabajadora. Completan el
esquema con la presencia de versiones degradadas de la relación de servicio y del contrato de
trabajo y otras distinciones (actividades rurales y no rurales, distinción entre pequeños empleadores
y trabajadores autónomos) para las cuales no proveen sustento teóricos sólido, pero que se han
mostrado relevantes para el estudio de la movilidad social intergeneracional (Erikson y Goldthorpe,
1992).11 Las posiciones y estratos de clase resultantes pueden verse en el Cuadro 1 (ver anexo).

El esquema de Wright
La clasificación de clases sociales de Wright constituye una propuesta neomarxista para dar cuenta
de la estructura de clases de las sociedades industriales avanzadas. Tal como expone Crompton
(1994), Wright establece una distinción entre clase y ocupación. Las ocupaciones deben entenderse
como posiciones definidas dentro de las relaciones técnicas de producción, mientras que las clases
se definen por las relaciones sociales de producción.
Siguiendo la tradición marxista, Wright (1997: 35) le otorga un rol central al concepto de
explotación:
“Primero, porque un concepto de clase centrado en la explotación afirma el hecho de que la
producción y el intercambio están intrínsecamente vinculados, no meramente relacionados de
forma contingente (…) Segundo, teorizar sobre los intereses vinculados a las clases como
basados en antagonismos inherentes y prácticas interdependientes facilita el análisis del
conflicto social (…) Finalmente, (…) implica que las clases pueden existir en sociedades sin
mercado, mientras que el análisis de clase weberiano explícitamente restringe la relevancia de
la clase a los mercados.”
Lo fundamental de su definición de explotación reside en la interdependencia de intereses
materiales antagónicos, que es definida por tres criterios: a) el bienestar material de un grupo
depende causalmente de las privaciones materiales de otro; b) las relaciones causales implican una
exclusión asimétrica del acceso a determinados recursos productivos, usualmente bajo la forma de
derechos de propiedad; c) los mecanismos que traducen la exclusión en diferencias de bienestar
implican la apropiación de los frutos del trabajo de los explotados por parte de quienes controlan los
recursos productivos relevantes (Wright, 1997: 10).12
En las sociedades capitalistas, la explotación de los medios de producción genera a los capitalistas,
los pequeños empleadores, la pequeño burguesía y los asalariados. Estos últimos a su vez son
divididos a través de dos dimensiones principales: las relaciones de autoridad en el proceso de
producción y la posesión de calificaciones.
En referencia a la autoridad (o bienes de organización), para Wright (1997: 20) constituye una
dimensión por dos motivos: por el rol de la dominación al interior del mismo proceso productivo y por
la posibilidad de apropiarse de una porción del excedente social. Esto último sucede a partir de las
“rentas de lealtad”, objetivadas en los altos ingresos y las posibilidades de promoción y carreras
jerárquicas que comprometen a los directivos con la organización. Se distinguen tres posiciones: a)
gerentes o directivos: toman decisiones sobre la política de la empresa, tienen autoridad efectiva
sobre los subordinados b) supervisores: posiciones de autoridad efectiva, pero que no están
involucrados en las tomas de decisión organizacional; c) no gerenciales: posiciones sin autoridad o
activo organizacional.
Respecto a las calificaciones, los empleados que poseen alta calificación se apropian del
excedente por medio de una “renta de calificación” debido a que frecuentemente estas calificaciones
son escasas en el mercado laboral y porque su esfuerzo de trabajo es difícil monitorear y controlar

11
Méndez y Gayo (2007) sintetizan los siguientes criterios de clasificación del esquema: “i) propietario - no propietario;
ii) existencia y número de empleados; iii) distinción no manual-manual agrícola y iv) tipo de relación laboral (de
servicios o contractual)” (Méndez y Gayo, 2007: 126).
12
Dado que una de las preocupaciones centrales del autor es explicar las posiciones de “clase media” dentro de los
asalariados, Wright apela a dimensiones que se relacionan con la dominación que permite a ciertos estratos apropiarse de
parte del excedente social. Mientras que en su libro Clases (1998), Wright sostiene el control de los activos o bienes de
autoridad y de calificación constituye formas de explotación y eso generaba posiciones de clase contradictorias en las
relaciones de explotación, en Class Counts (1997) esa posición teórica es modificada para retomar la noción de
dominación dentro de las relaciones de clase, aunque no con total claridad.

4
(Wright, 1997: 21).13 Para la medición de esta dimensión, se utiliza una combinación de títulos
ocupacionales, credenciales formales y características de los empleos. Así se llega a tres categorías:
expertos (profesionales y técnicos y directivos con educación superior), calificados (trabajadores
especializados, técnicos y directos sin educación superior y empleados de comercio y administrativos
con educación superior y que gozan de autonomía real) y no calificados (empleados de comercio y
administrativos sin educación superior o sin autonomía real, ocupaciones manuales no
especializadas y ocupaciones de servicios). Se conforma así el esquema de doce posiciones de
clase, presentado en el cuadro 2 del anexo.
En toda su variedad, las definiciones sobre clase social presentadas buscan articular alrededor de
sí, desde diferentes perspectivas teóricas, los trazos generales que explican las grandes
desigualdades que caracterizan a las sociedades contemporáneas, en términos de desigualdades
materiales y simbólicas. Cabe bien preguntarse ¿cómo se presentan estas desigualdades? ¿Qué
efectos empíricos tiene medir con una propuesta u otra? Estas desigualdades de clase social ¿se
explicitan en los relatos de las personas, o, como plantea Bourdieu, son más bien construcciones
analíticas? ¿Qué interpretaciones les dan las personas, en su vida cotidiana y su biografía, a las
desigualdades aquí planteadas?

La división por géneros del trabajo, dentro y fuera de los hogares

Como mencionamos en la introducción, uno de los principales ejes de desigualdad en las


sociedades complejas son las relaciones de género. Su definición no resulta una tarea sencilla. Las
introducciones conceptuales propuestas por Mattio (2012) y Richard (2002) ofrecen un buen camino
para comprender el desarrollo del concepto de género. Repasaremos aquí, muy brevemente los
aportes de De Beauvoir, Rubin, Scott y Butler.
El aporte pionero de De Beauvoir (1972) brinda tres aspectos claves para el desarrollo teórico del
concepto. En primer lugar, la autora denuncia la determinación de la condición subordinada de las
mujeres debido a factores externos (biología, religión, etc.) a las relaciones socio-históricas en las
que viven las mujeres. De esta forma, en segundo lugar, cuestiona la existencia de una esencia
femenina (ahistórica y asocial). En tercer lugar, marca el carácter relacional y jerárquico de las
desigualdades entre géneros.
Rubin (1986), revisando a Marx, Engels, Lévi-Strauss y Freud, define a las relaciones de género
como “conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas
transformadas” (1986, p. 97). Además, incorpora a su definición la heterosexualidad obligatoria,
reformulando al género como una identificación con un sexo que implica dirigir el deseo hacia el otro
sexo.
Por su lado, Scott (1993, pp. 34-35), en una definición de amplio uso en la sociología, sostiene que
El núcleo de la definición reposa sobre una conexión integral entre dos proposiciones: el género
es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen
los sexos y el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder
La propuesta de Scott14 resulta una bisagra entre una visión anclada en la diferencia sexual (como
la plantea por De Beauvoir y en parte por Rubin) y una visión próxima a la obra de Butler, donde la
diferencia sexual deja de ser “el ancla” del género. Butler (2007: 98), en una inversión constructivista
de la relación entre sexo y género, piensa al género como “la estilización repetida del cuerpo, una
sucesión de acciones repetidas –dentro de un marco regular muy estricto– que se inmoviliza con el
tiempo para crear la apariencia de una sustancia, de una especie natural del ser”. Al igual que Rubin,
para esta autora la heterosexualidad ocupa un lugar central en su planteo de ordenamiento de

13
De esta forma, las rentas de calificación implican relaciones de poder tanto en el mercado como en el proceso
productivo mismo.
14
Además, su definición incorpora un conjunto de subpartes (símbolos culturales, conceptos normativos, instituciones y
organizaciones sociales, como el parentesco, el mercado de trabajo, la educación, la política, etc.) y la dimensión de la
identidad subjetiva.

5
géneros, “una rejilla de inteligibilidad cultural a través de la cual se naturalizan cuerpos, géneros y
deseos” (2007: 292).
Las desigualdades generadas por las relaciones de género atraviesan al conjunto de la sociedad,
siendo la división por géneros (o sexual) del trabajo es una de sus expresiones. De todas las formas
en que se manifiesta dicha división, la segregación ocupacional y la división del trabajo doméstico y
de cuidado dan cuenta de su existencia tanto dentro como fuera de los hogares. Caben destacarse
como otras manifestaciones de las desigualdades de género en el ámbito laboral las brechas
salariales, el acoso sexual en el trabajo, la discriminación a la hora de ser contratada/o, etc.15

El trabajo segregado por géneros


Siguiendo a Reskin (citada en López, 2006: 4), se denomina segregación ocupacional por géneros
a “la concentración de mujeres y hombres en diferentes trabajos que son ‘característicos’ para uno
de los dos sexos (trabajos típicamente femeninos/ trabajos típicamente masculinos)”. La literatura
divide en dos grandes tipos la segregación ocupacional: vertical y horizontal (Charles y Grusky, 2004;
López, 2006; Novick, Rojo y Castillo, 2008). La segregación horizontal describe la concentración un
género en un tipo de ocupación o actividad económica. Por ejemplo: varones en la construcción, o
como choferes, y mujeres en el servicio doméstico en hogares particulares, o como secretarias. En
cambio, la segregación ocupacional vertical hace referencia a la distribución desigual en posiciones
jerárquicas (de autoridad, autonomía o calificación), dentro de un establecimiento o actividad
económica, donde los varones ocupan las posiciones superiores y las mujeres, las posiciones
inferiores. Como resumen de la segregación vertical surgen los conceptos de “techo de cristal”, (la
barrera al acceso de mujeres y los sujetos de la diversidad sexual a puestos jerárquicos, posiciones
de autonomía y puestos de alta calificación) y “piso pegajoso” (la imposibilidad de salir de puestos
de baja calificación, mal remunerados y con baja autonomía).16
Diversas son las teorías que explican la segregación ocupacional. Mientras que la teoría neoclásica
del capital humano vincula la segregación vertical a un supuesto menor capital humano de las
trabajadoras17, las teorías feministas sostienen que las situaciones desventajosas de las mujeres en
los ámbitos laborales son el reflejo del lugar subordinado que poseen en la sociedad, destacando el
peso de las tareas domésticas y de cuidado (López, 2006: 5). En ese sentido, Charles y Grusky
(2004: 15-23) adoptan un enfoque culturalista para explicar la segregación ocupacional. En primer
lugar, vinculan la segregación horizontal con unas representaciones sociales “esencialistas” de los
géneros, las cuales destacan a las mujeres en las relaciones interpersonales, las actitudes serviciales
y de cuidado, convirtiéndolas en aptas para las tareas de servicios sociales y no manuales, mientras
que ubican a los varones como fuertes físicamente y con capacidad de mando, y, por lo tanto, en
ocupaciones manuales y con autoridad. Según los autores, esta visión “esencialista” se encuentra
en la raíz de la discriminación de los empleadores, de las instituciones legales-profesionales, afecta
las preferencias y auto-percepción de los y las trabajadoras, generando un marco común de
sanciones a los comportamientos que vayan en contra de esta representación social esencialista. En
segundo lugar, vinculan la segregación vertical con una “primacía de lo masculino”, una jerarquía de
valores en la cual lo masculino se representa en la sociedad como lo más valorado, lo más
capacitado, frente a lo femenino, que se valora menos, se aprecia menos capaz, etc.

La división del trabajo doméstico y de cuidado dentro y fuera de los hogares


No sólo el trabajo extra-doméstico está dividido por géneros. Notablemente, también lo está el
trabajo dentro de los hogares. Recién con la crítica de la “segunda ola feminista”18 el trabajo
doméstico empieza a ser considerado como tema de investigación. Uno de los primeros hitos de este

15
Ver por ejemplo, Abott y Wallace (1990), de Oliveira y Ariza (2000), Gutiérrez (2007), entre otros. Para una crítica
feminista a los abordajes tradicionales en economía y estudios del trabajo, Pérez Orozco (2014).
16
Para una investigación que trabaja estos conceptos, Torres González y Pau (2011).
17
““Anticipando” una vida laboral más corta y discontinua, las mujeres tienen menos incentivos para invertir en
educación orientada al mercado de trabajo y en formación una vez incorporadas al mercado” (López, 2006:5).
18
La consolidación de un movimiento feminista de masas, principalmente en Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e
Italia, a la par de la creciente radicalización política producto de la lucha estudiantil y popular de fines de la década de
1960 y principios de la de 1970.

6
nuevo programa de investigación es el “debate marxista sobre el trabajo doméstico”, que discutió las
relaciones entre capitalismo y trabajo doméstico, buscando en la división capitalista del trabajo claves
de interpretación (Esquivel, 2011; Rodríguez y Cooper, 2005). Este debate instaló la distinción entre
la reproducción biológica, la reproducción cotidiana y la reproducción social. A partir de esta última
distinción, sumado a los cambios producidos en los países centrales (creciente oferta mercantilizada
de bienes y servicios domésticos), la investigación ha girado hacia el cuidado, pasando de considerar
“al hogar principalmente como un lugar de trabajo, aunque sin lugar a dudas todavía lo es, a verlo
como un lugar de cuidado, que sin lugar a dudas siempre lo fue” (Himmelweit, 2000, citado por
Razavi, 2007).
Daly y Lewis (2000, p. 285), definen el cuidado como “las actividades y relaciones involucradas en
satisfacer los requerimientos físicos y emocionales de adultos dependientes y niños, y los marcos
normativos, económicos y sociales a través de los cuales se asignan y desarrollan”. Articulan además
el concepto de trabajo (labour) y un marco normativo de obligación y responsabilidad, y lo interpretan
como actividad con costos financieros y emocionales.19 Razavi (2007: 21), considera que la provisión
de cuidado descansa en cuatro actores, que conceptualiza bajo el término “diamante del cuidado”:
las familias/hogares, el estado (en todos sus niveles), el mercado y el sector comunitario. Sin
embargo, como señalan Esquivel, Faur, y Jelín, (2012: 20), “a pesar de la diversidad de ámbitos y
modalidades de recompensa existe un patrón social claro, basado en la división sexual del trabajo:
sea en el hogar o fuera de él, sea sin remuneración o con ella, se espera que sean las mujeres las
que se dediquen y se responsabilicen por las tareas del cuidado”, lo que a su vez reconocen como
estratificado según clase social, lugar de residencia, etnicidad y estatus migratorio.
Como todo fenómeno complejo en las ciencias sociales, se encuentran diferentes técnicas de medir
las tareas de cuidado y de trabajo doméstico. Señala Durán (2012) dos grandes estrategias. Por un
lado, la imputación de un valor económico a esas tareas de forma agregada, un esfuerzo orientado
a la integración de este trabajo no remunerado al Sistema de Cuentas Nacionales, con el fin de
ponderarlo en el producto bruto interno. Por otro lado, el uso de Encuestas de Uso del Tiempo, con
las se mide el tiempo que las personas dedican a las tareas de cuidado y domésticas, para analizar
las brechas entre géneros.20
En cuanto al estudio del trabajo doméstico en Argentina, podemos mencionar varios antecedentes.
Wainerman (2007) analiza la distribución de las tareas domésticas y de cuidado en parejas de uno y
dos proveedores del AMBA, notando que diferentes pautas sólo modifican la división de tareas en el
hogar en los hogares, dando lugar a una “revolución estancada”. Gómez Rojas (2013) describe la
distribución de tareas domésticas en parejas de doble proveedor y analiza sus opiniones sobre roles
de género, haciendo énfasis en el papel jugado por la clase social. Destaca la autonomía del género
frente a la clase social a la hora de explicar la distribución del trabajo doméstico. Esquivel (2009)
analiza con datos de la Encuesta de Uso del Tiempo (EUT) de la Ciudad de Buenos Aires (2005).
Concluye que hay “una suerte de trasvasamiento del trabajo doméstico de los varones hacia las
mujeres a medida que crece la complejidad y el tamaño de los hogares, y que recae
fundamentalmente sobre las cónyuges, más allá de la inserción laboral de las mismas” (Esquivel,
2009: 90).

La división del trabajo por géneros se convierte en otra forma desigualdad en la que las personas
se ubican y viven sus vidas. Se ha señalado que la misma se vincula con la división social del trabajo,
que hemos vinculado con anterioridad a las clases sociales. Pero ¿cómo se divide actualmente el
trabajo según géneros? ¿Qué opiniones tienen las personas de estas divisiones: las cuestionan o
las naturalizan? ¿Se interrogan sobre el peso de las mismas en su vida cotidiana? ¿Y en su
biografía?

19
Esquivel (2011: 14-16) alerta sobre dos problemas al considerar una definición estrecha del cuidado, entendido sólo
como cuidado directo de dependientes. En primer lugar, fuerza una separación entre el cuidado y el trabajo doméstico,
problemático ya que quienes que cuidan de manera no remunerada son también quienes más trabajo doméstico hacen, al
tiempo que el acceso a la oferta mercantilizada depende del nivel de ingresos y de los niveles de pobreza existentes. En
segundo lugar, invisibiliza a los adultos no dependientes como sujetos cuidados, tales como los adultos autónomos
insertos en el mercado de trabajo.
20
Ver Gómez Rojas (2009) para una reseña de este instrumento de medición.

7
Representaciones sobre la desigualdad

Según Bertaux (2005) hay un relato de vida desde el momento en que un sujeto cuenta a otra
persona un episodio de su experiencia vivida. Es oportuno considerar los relatos de vida como un
camino con cierta trayectoria de investigación en los estudios sobre clases sociales, principalmente,
cuando se trata de abordar actitudes, valores, creencias y ciertas dimensiones de la subjetividad que
se encuentran presentes en diferentes cuestiones sociales. Ignorar los modos en los cuales los
procesos subjetivos están vinculados con las acciones, con lo que se “hace” o con lo que deja de
hacerse, implicaría asumir una postura muy reduccionista en el campo investigativo. De allí que
ahondar en las concepciones, valores e ideologías que llevan a mujeres y varones a sostener, o
criticar, cierto reparto de responsabilidades domésticas y extra-domésticas sean relevantes a la hora
de dar cuenta de este fenómeno de estudio. Implica discernir cuánto de lo que se “hace” refleja lo
que se “piensa”, o en otros términos, reflexionar acerca de cómo se retroalimentan esos mecanismos
para sostener los comportamientos tal cual son observados, y asimismo comprender los límites
ideológicos de ciertas prácticas. Así podría entenderse lo sostenido por Goldberg (2013: 86)
incluso cuando las contribuciones de las mujeres y los hombres al trabajo pago y al ingreso
sean similares, las mujeres podrían hacer más trabajo doméstico porque hacerlo representa una
forma de expresar femineidad o limitar el tiempo en el trabajo doméstico permite a los hombres
reivindicar su masculinidad
Cabe preguntarse si estas valoraciones y concepciones son similares para todas las clases
sociales.
Para aproximarnos a los contenidos ideológicos de ciertas prácticas es necesario conocer las
representaciones sociales que los sujetos involucrados tienen acerca de esas prácticas. En
sociología y en psicología social solemos hablar de las representaciones sociales como esa imagen
que construimos de los otros, que nos ayuda a comunicarnos, a entenderlos, a poder dominar las
diferentes situaciones que nos plantea la vida colectiva y que resultan no sólo de atributos o
características del sujeto/objeto que nos representamos sino, también, de atributos que nosotros le
asignamos de acuerdo a la posición que ocupamos en la sociedad, en la economía y en la cultura.
En otras palabras, en toda representación social hay contenidos propios del sujeto representado que
se entrelazan con nuestros propios modos de mirar al otro. El acto de mirarlo no es un acto neutral,
es un acto cargado de valores, es un acto selectivo.

Objetivos generales

 Describir las formas de la división del trabajo doméstico y extra-doméstico de los hogares de
acuerdo a las relaciones de género y de clase social.
 Caracterizar las percepciones que niegan, justifican y cuestionan las desigualdades sociales
percibidas en torno la división del trabajo doméstico y extra-doméstico.

Objetivos específicos
 Establecer la incidencia de la edad, el género, el nivel educativo y la clase social en la
participación de las tareas domésticas.
 Caracterizar a cada uno de los géneros en su composición de clase social e inserción en el
mercado de trabajo.
 Describir la forma de la división del trabajo doméstico de los hogares de acuerdo a las
relaciones de género y de clase social.
 Describir la forma de la división del trabajo extra-doméstico de los hogares de acuerdo a las
relaciones de género y de clase social.
 Indagar las percepciones en torno a las desigualdades de género y clase social.
 Identificar las percepciones sobre el trabajo doméstico y extra-doméstico vinculándolas con
el género y la clase social.

8
Estrategia Metodológica

La estrategia teórico-metodológica supone pensar de manera integrada el enfoque teórico y los


objetivos de la investigación con el tipo de diseño y combinación de técnicas de investigación. Debido
a la naturaleza de las preguntas realizadas y los objetivos propuestos, se opta por un estudio
principalmente descriptivo que nos permitirá dar cuenta de las formas de la división del trabajo
doméstico y extra-doméstico, su relación con las clases sociales, así como caracterizar las
percepciones que niegan, justifican y cuestionan estas desigualdades sociales.
Desde una mirada integral del problema, se adoptan diversos abordajes para dar cuenta de la
aproximación metodológica compleja elegida. Por ello se realizará una triangulación de métodos
cualitativo cuantitativo, con acento en su complementariedad (Piovani et al, 2008). Primero a partir
de entrevistas en profundidad, y luego a partir de una encuesta.
A partir de la estrategia cualitativa se buscará describir las percepciones que se tienen de la
desigualdad social en general y específicamente en la división del trabajo doméstico y extra-
doméstico por géneros. Por su parte, en la estrategia cuantitativa se buscará describir la composición
de clases sociales, así como los factores vinculados en la división del trabajo por géneros. Desde
ambas estrategias se contribuirá a la descripción de las formas que adquiere la distribución de la
carga de trabajo doméstico y extra-doméstico en los hogares.
El universo que nos proponemos estudiar son las personas económicamente activas entre 25 y 65
años que residan en el AMBA y que formen parte de hogares no unipersonales. Además de la
limitación geográfica, este universo implica una selección etaria en la que se ubica el grueso de la
población económicamente activa. Se trata, además, de un recorte habitualmente utilizado en los
estudios de estratificación social locales. Con respecto a la composición de la muestra, se tienen en
cuenta como criterios de selección el sexo, la edad y el máximo nivel de estudios alcanzado.
Las unidades de análisis son cada una de las personas económicamente activas de 25 a 65 años
del AMBA que formen parte de hogares no unipersonales.

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11
Anexo. Esquemas de operacionalización de clase social.

Cuadro 1. Posiciones de clase social, estratos de clase social, relaciones de empleo y ocupaciones incluidas
Posición
Estrato de
de clase Relación de empleo Ocupaciones incluidas
clase social
social

Profesionales y directivos de nivel alto; grandes


I Relación de servicio
empleadores
de
servicios
Profesionales y directivos de nivel bajo; técnicos de
II Relación de servicio (modificada)
alto nivel

IIIa Mixta Empleados no manuales de rutina, nivel alto

IVa Pequeños empleadores

IVb [No hay regulación del empleo: no Trabajadores autónomos


intermedia asalariados]
Pequeños empleadores y trabajadores autónomos
IVc
rurales

Técnicos de bajo nivel, supervisores de nivel bajo de


V Mixta
trabajadores manuales

IIIb Empleados no manuales de rutina, nivel bajo


Contrato de trabajo (modificado)
VI Trabajadores manuales calificados
trabajadora
VIIa Trabajadores manuales no calificados (no agrícolas)
Contrato de trabajo
VIIb Trabajadores agrícolas

Fuente: Goldthorpe (2010: 366), “Tabla 5.1. Categorías del esquema de clases y forma supuesta de regulación del
empleo”, con modificaciones propias.

Cuadro 2. Tipología de las posiciones de clase en la sociedad capitalista

Fuente: adaptación de Wright (1998).

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