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El encéfalo

 El encéfalo es:
 la sede de la conciencia y la razón
 Donde se centran el aprendizaje, la memoria y las emociones.

Es la parte de nosotros que decide qué hacer y si una decisión es correcta o errónea, e imagina
los resultados alternos que hubiesen sucedido con la toma de otra decisión. El encéfalo
humano es el producto de muchos años de evolución. El encéfalo tiene tres capas que se
transformaron en diferentes etapas del proceso evolutivo:

1) el núcleo central primitivo

2) el sistema límbico

3) los hemisferios cerebrales, que están a cargo de los procesos mentales superiores (vea la
figura 2-7).

Usaremos esas tres divisiones básicas para describir las partes del encéfalo, lo que hacen y
cómo interactúan para influir en nuestra conducta (vea la Tabla sinóptica: Partes del encéfalo y
sus funciones).

El núcleo central

Metencéfalo.- punto en que la médula espinal entra al cráneo. Se encuentra en los


vertebrados más primitivos, y se cree que fue la primera parte del encéfalo en evolucionar. La
parte del metencéfalo más cercana a la médula espinal es la médula, estructura de cerca de
3.8 centímetros (1.5 pulgadas) de largo.

La médula controla funciones como:

 la respiración, el ritmo cardiaco y la presión sanguínea


 es el punto donde se cruzan los nervios que provienen de los centros encefálicos
superiores o que se dirigen a ellos; los nervios de la parte izquierda del cuerpo cruzan
al lado derecho del encéfalo y viceversa.

Cerca de la médula se encuentra el puente, que produce sustancias químicas que nos ayudan
a mantener el ciclo de sueño-vigilia. Tanto la médula y el puente transmiten mensajes a las
áreas superiores del encéfalo.

En la parte superior y trasera del tallo cerebral se encuentra el cerebelo (o “pequeño


encéfalo”), responsable de nuestro sentido del equilibrio y de la coordinación de las acciones
del cuerpo para asegurar que los movimientos se produzcan en secuencias eficientes. El daño
al cerebelo ocasiona movimientos espasmódicos y tropezones.

Por encima del cerebelo, el tallo cerebral se amplía para formar el mesencéfalo (o encéfalo
medio), importante para la audición y la visión. Es uno de los lugares del encéfalo donde se
registra el dolor.

Por encima del tallo cerebral se encuentran dos estructuras con forma de huevo que
componen el tálamo. Descrito como una estación de relevo: casi toda la información sensorial
de las partes inferiores del sistema nervioso central pasa a través del tálamo en camino a los
niveles superiores del encéfalo. El tálamo integra y da forma a las señales entrantes.

Por debajo del tálamo se encuentra el hipotálamo, más pequeño y ejerce influencia en tipos
de motivación. Partes del hipotálamo rigen el hambre, la sed, la pulsión sexual y la
temperatura corporal (Winn, 1995) y están directamente relacionadas con conductas
emocionales como la ira, el terror y el placer.

La formación reticular (FR) es un sistema de neuronas (red) que serpentea a través de todas
esas estructuras. Envían señales de “¡Alerta!” a las partes superiores del encéfalo en
respuesta a los mensajes entrantes. Durante el sueño, la FR es desactivada; los anestésicos
funcionan desconectando en forma temporal el sistema; y el daño permanente en la FR
induce un estado de coma.

El sistema límbico

El sistema límbico es un anillo de estructuras conectadas localizadas entre el núcleo central y


los hemisferios cerebrales (vea la figura 2-8). El sistema límbico es más reciente que el núcleo
central y sólo está completamente desarrollado en los mamíferos. Los animales con sistemas

límbicos primitivos, como los peces y los reptiles, tienen repertorios conductuales limitados:
sus patrones de alimentación, ataque o apareamiento son fijos. Los mamíferos (incluidos los
seres humanos) son más flexibles en sus respuestas al ambiente, lo que sugiere que el sistema
límbico suprime algunas conductas instintivas. El sistema límbico se desempeña en momentos
de estrés, coordinando e integrando la actividad del sistema nervioso.

El hipocampo, es esencial en la formación de nuevos recuerdos. Las personas con daño severo
en esta área son capaces de recordar nombres, rostros y acontecimientos que grabaron en la
memoria antes de que el área fuera lesionada, pero no pueden recordar nada nuevo.

Los animales con daño en esa área no logran reconocer dónde acaban de estar; como
resultado, exploran la misma parte pequeña de su ambiente una y otra vez, como si fuera
constantemente nueva para ellos.

La amígdala y el hipocampo también gobiernan y regulan las emociones (Davidson, Jackson y


Kalin, 2000; Hamann, Ely, Hoffman y Kilts, 2002), sobre todo de las relacionadas con la
autopreservación (MacLean, 1970). Cuando partes de esas estructuras son dañadas o
extirpadas, los animales agresivos pueden volverse mansos y dóciles. La estimulación de esas
estructuras ocasiona que los animales manifiesten signos de temor y pánico, mientras que la
estimulación de otras desencadena ataques no provocados.

Otras estructuras del sistema límbico acentúan la experiencia del placer. Si reciben la
oportunidad de presionar una palanca que estimula eléctricamente partes del tabique, los
animales lo hacen de manera interminable, ignorando la comida y el agua. Los seres humanos
también experimentan placer cuando se estimulan eléctricamente algunas áreas del tabique,
aunque al parecer no de manera tan intensa (Kupfermann, 1991; Olds y Forbes, 1981). Nuestra
habilidad para interpretar las expresiones faciales de emoción en otras personas (como la
sonrisa o el ceño fruncido) está registrada en el sistema límbico (Lange et al., 2003).

La corteza cerebral

Montado por encima y alrededor del núcleo central y el sistema límbico, ocultándolos
prácticamente, se encuentra el cerebro.

El cerebro se divide en dos hemisferios y está cubierto por una delgada capa de materia gris
(células no mielinizadas) llamada la corteza cerebral. Es la parte del encéfalo que procesa el
pensamiento, la visión, el lenguaje, la memoria y las emociones. La corteza cerebral cerca del
80 por ciento del peso del encéfalo humano y contiene aproximadamente el 70 por ciento de
las neuronas del sistema nervioso central. La corteza cerebral es la parte del sistema nervioso
de evolución más reciente y está altamente desarrollada en los seres humanos que en
cualquier otro animal.

Un patrón intrincado de dobleces, colinas y valles, llamados circunvoluciones, permiten a los


hemisferios cerebrales caber dentro de nuestra cabeza. En cada persona, esas
circunvoluciones forman un patrón único como una huella digital.

Una serie de marcas sobre la corteza permiten identificar las áreas funcionales. La primera es
una fisura profunda, que corre de la parte delantera a la trasera, y divide al encéfalo en
hemisferios derecho e izquierdo.
En la figura 2-9, cada uno de esos hemisferios se divide en cuatro lóbulos, separados entre sí
por grietas. Una fisura central, que corre de costado, aproximadamente de oído a oído, separa
la corteza somatosensorial primaria, que recibe mensajes sensoriales de todo el cuerpo, de la
corteza motora primaria, que envía mensajes del encéfalo a varios músculos y glándulas del
cuerpo.

Hay grandes áreas en la corteza de los cuatro lóbulos llamadas áreas de asociación. Los
científicos creen que la información de diversas partes de la corteza es integrada en las áreas
de asociación y que esas áreas son las sedes de procesos mentales como el aprendizaje, el
pensamiento, el recuerdo, la comprensión y la utilización del lenguaje.

Los diferentes lóbulos de los hemisferios cerebrales se especializan en funciones diferentes.

El lóbulo occipital, situado en la parte posterior de los hemisferios cerebrales, recibe y


procesa la información visual. El daño a este puede producir ceguera o alucinaciones visuales
(Beniczky et al., 2002).

El lóbulo temporal, localizado delante del lóbulo occipital, aproximadamente detrás de la


sien, es importante en:

 tareas visuales complejas como el reconocimiento de rostros.


 Recibe y procesa información de los oídos
 contribuye al balance y el equilibrio
 regula emociones y motivaciones como la ansiedad, el placer y la ira.
El lóbulo parietal está alojado en la parte superior de los lóbulos temporal y occipital y ocupa
la parte superior posterior de cada hemisferio. Recibe información sensorial de todo el
cuerpo: de los receptores sensoriales en la piel, los músculos, articulaciones, órganos internos
y papilas gustativas. Los mensajes de esos receptores sensoriales son registrados en la corteza
somatosensorial primaria. El lóbulo parietal también supervisa las habilidades espaciales,
como seguir un mapa o decirle a alguien cómo ir de un lugar a otro (A. Cohen y Raffal, 1991).
El lóbulo frontal, situado justo detrás de la frente, representa aproximadamente la mitad del
volumen del encéfalo humano. El lóbulo frontal recibe y coordina mensajes de los otros tres
lóbulos de la corteza y parece seguir la huella de los movimientos previos y futuros del cuerpo.
Esta habilidad para monitorear e integrar las tareas complejas que se están realizando en el
resto del encéfalo ha llevado a algunos investigadores a conjeturar que el lóbulo frontal funge
como “centro ejecutivo de control” para el encéfalo (Kimberg, D’Esposito y Farah, 1997; Waltz
et al., 1999).

La corteza prefrontal lateral (aproximadamente por encima del borde exterior de las cejas)
tiene una mayor participación en una amplia gama de tareas de solución de problemas,
incluyendo la respuesta a preguntas verbales y espaciales en las pruebas de CI (Duncan et al.,
2000).

La sección del lóbulo frontal conocida como corteza motora primaria desempeña un papel
central en la acción voluntaria.

El lóbulo frontal tiene un desempeño esencial en las conductas que asociamos con la
personalidad, incluyendo la motivación, la persistencia, el afecto (respuestas emocionales), el
carácter e incluso la toma de decisiones morales (Greene y Haidt, 2002).

Un caso famoso, que implicó un extraño accidente, fue reportado en 1848. Phineas Gage, el
capataz de una cuadrilla de construcción de ferrocarriles, cometió un error mientras usaba
una carga explosiva en polvo. Un hierro apisonado de 1.20 metros de largo y 1 4 de pulgada
de grueso le atravesó la mejilla y lesionó gravemente sus lóbulos frontales. Para sorpresa de
los que presenciaron el accidente, Gage permaneció consciente, caminó parte del camino al
doctor y sufrió pocas repercusiones físicas. Su memoria y sus habilidades parecían tan buenas
como siempre. Sin embargo, Gage mostró cambios importantes en su personalidad. La
mayoría de los neuropsicólogos coinciden en que el cambio de personalidad —en especial la
pérdida de motivación y de la habilidad para concentrarse— es el resultado principal del daño
al lóbulo frontal. Los lóbulos frontales parecen permitir y anticipar la conducta dirigida a
metas y la habilidad para llevar una vida emocional madura (Rule, 2001).

Cuando los adultos sufren apoplejías u otros traumas en la corteza prefrontal, se deteriora su
capacidad para hacer juicios. Por lo regular, acumulan deudas, engañan a sus cónyuges,
abandonan a sus amigos y/o pierden sus empleos. Las pruebas de laboratorio muestran que
conocen la diferencia entre lo correcto y lo erróneo, pero que no siguen esas reglas de
manera consistente en sus decisiones cotidianas.

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