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No deis lugar al diablo

Conociendo el poder en toda sabiduría e inteligencia espiritual


(SEGUNDA PARTE)

Por: Guillermo Suco

P ues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el
anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.
Porque sabemos que toda la creación gime a una y a una está con dolores de parto hasta
ahora» (Romanos 8:18, 19, 22). El gemir de una creación que clama por sanidad,
restauración, compasión, un amor que no les falle, que perdone sus faltas, que tenga
misericordia de ellos, es innegable. Basta con mirar a nuestro alrededor, a nuestros vecinos,
a nuestros familiares o mirar los titulares y darse cuenta que el vacío existencial es un mal
que degenera y degrada a la creación.

Amor. Una palabra tan pequeña, pero que encierra un gran valor y compromiso en sí
misma. El amor es protagonista de tantas películas, obras teatrales, canciones, poemas y
aun así no ha podido ser conceptualizado correctamente. El amor suele confundirse con
dependencia emocional o quizás con un erotismo depravado que busca satisfacer los deseos
más degenerativos. Muchas veces encontramos un amor frío, egoísta, narcisista o
paranoide. Ninguna de estas opciones que nos brinda el mundo, con todas sus fuentes, es
amor. El único manantial que posee aguas de amor verdadero es Dios, porque Él es el
origen, el significado y la esencia del amor (1 Juan 4:8). Acercarnos a beber de esa fuente
es tan cierto y tan fácil como que tú estás leyendo este material, mientras una joven se está
entregando “por amor” a un joven que ríe dentro de su ser al obtener lo que tanto quería.

Todos buscan amor y, tristemente, son pocos los que lo hallan. Y el clamor de una creación
anhelante de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, que les muestre ese amor del
que tanto se predica, se intensifica. ¿Acaso pueden oírlo? «Si una iglesia es incapaz de
tener compasión y llevar justicia dentro de su comunidad, entonces no es digna de ser
llamada iglesia» (Martin Smith) 1. Esta falta de amor ha llevado a muchos a caer en lo ya
visto en la primera parte de este ensayo: dependencia, dolor, rencor, ira, venganza,
perversión. Felizmente existe una esperanza, Jesús, nuestro Señor y Salvador, quien –por
amor–, vino a «dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:28), a traer libertad, sanidad,
restauración a los cautivos por medio del Espíritu del Señor:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los
pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los
cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año
agradable del Señor» (Lucas 4:18, 19 cf. Isaías 61:1)

1
Martin Smith, entrevista presentada en The I Heart Revolution: With Hearts as One DVD, producido por
Danielle Saleh, escrito y dirigido por Joel Houston y Danielle Saleh, Integrity Music, Copyright Hillsong
Music Australia, 2008.

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Este amor incondicional es el que muestra la Escritura; un amor que lo entrega todo, un
amor que perdona, sana y restaura. Basta una decisión: escoger amar a Cristo más que a
cualquier cosa, el resto es obra del Señor. Continuemos en nuestro análisis de Colosenses
2:11-15.

El ropaje de pecado

Después de dejar por sentada la declaración de nuestra identidad en Jesucristo: «Y vosotros


estáis completos en él» (vv. 10), Pablo vuelca su atención en una de las explicaciones más
profundas de la liberación del creyente:

«En él también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de


vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo» (vv. 11)

He resaltado la parte a la que he llamado “el ropaje de pecado”. He aquí el porqué: Cuando
decidí regresar a los pies de mi Señor y dejar de lado la vida de dependencia homosexual
que vivía, inicié mis sesiones de liberación en mi iglesia. Una de las partes primordiales de
mi liberación, fue el salir de una región de cautividad en la que me hallaba preso. Esta
región de cautividad es conocida como Tierra del Olvido2. Recuerdo que después de esta
sesión (en la cual tomé la decisión de entregar mi dolor, mi falta de amor, el rencor que
sentía; renunciar al supuesto amor de la persona con la que estaba y aceptar el amor y la
Paternidad que me ofrecía Dios), me sentí con una paz inexplicable; la relación con mis
padres mejoró significativamente. Sin embargo, la mañana de mi siguiente cita, sucedió un
evento con mi mamá que me devastó por completo; volví a sentirme solo, vacío, desamado,
como un vagabundo que camina sin rumbo en una tierra desierta. Una y otra vez oía en mi
mente que la liberación era un fraude y que regrese a donde pertenecía. Por poco no asisto a
mi cita.

Cuando se lo comenté a mi consejera, Alicia Gómez, ella me preguntó: «Guillermo, cuando


te ves a ti mismo, ¿cómo te ves?, ¿cómo estás vestido?». El Espíritu Santo le había revelado
la condición en la que me hallaba: vestido como un pordiosero, como un mendigo, como un
vagabundo. Cuando salí de Tierra del Olvido, no me había despojado del ropaje con el que
me vestía allí. Como es de imaginarse, en el nombre de Jesús renuncié a mis vestiduras y
empecé mi lucha para quitármelas. Fue una lucha intensa porque este ropaje estaba
adherido a mi piel, como si fuera parte de mi carne.

Quiero rescatar de esta experiencia algunos puntos importantes. En primer lugar, el cuerpo
pecaminoso carnal del que habla Pablo, está adherido a nuestra piel; es a lo que he
llamado ropaje de pecado. De mi experiencia, pude aprender que el pecado y la vida sin
Cristo nos visten de vagabundos, de pordioseros, haciéndonos transitar en una tierra
desierta, sin rumbo fijo y posicionándonos en miseria, desamor, soledad, vacío existencial.
Una vida de pecado y apartados de Dios, es una vida en un hoyo de vacío; sino,
pregúntenselo a su alma, ¿cómo se sentía ésta antes de Cristo? Y si aún se siente así, es

2
Para mayor conocimiento sobre los lugares de cautividad y sobre cómo el alma se fragmenta y cae dentro de
ellos, le sugiero al lector, revisar la obra Regiones de Cautividad de la Dra. Ana Méndez Ferrell, 3ra. edición,
Voice of the Light Ministries, 2008.

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necesario sacar esa alma de donde se encuentra cautiva. La buena noticia es que Jesucristo
vino a «sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos» (Lucas
4:18).

En su nombre, podemos „echar de nosotros el cuerpo pecaminoso carnal‟, podemos


despojarnos de ese ropaje de pecado y de miseria. Nótese que las Escrituras nos hablan de
echar (ἀπέκδσσις [a·pek·du·sis]), que en su sentido original quiere decir “arrojar fuera de”
nuestro cuerpo aquella “naturaleza pecaminosa humana con sus pasiones y deseos” (σῶμα
ὁ ἁμαρτία τό σάρξ [sōma ho hamartía to sarx]). Si cargamos con ese ropaje, cargamos con
la miseria que éste representa. Al arrojarlo fuera de nosotros, nos vestimos con la plenitud
de gloria que hay en Cristo Jesús. Es cuando el Padre dice: «Sacad el mejor vestido, y
vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies» (Lucas 15:22). Así, nuestra
ganancia es ésta: «Vosotros estáis completos en [Cristo Jesús]». Todo por su amor inefable
e infinito.

Sepultados en su bautismo, resucitados por la fe

«Sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante
la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en
pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, […]» (vv.
12, 13b)

Nuestra naturaleza humana pecaminosa ha sido echada fuera. Ése es el antecedente que el
apóstol Pablo nos muestra, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Ahora bien, entramos a
un nuevo campo de esta revelación extrema que nos da el Señor: el ropaje de pecado fue
sepultado juntamente con Él en su bautismo.

Imaginen que han salido de viaje por una semana, a ese lugar soñado; cuando regresan, ni
bien abren la puerta y un hedor a mortecina sale como una ráfaga hacia ustedes. Empiezan
a buscar la fuente de ese olor nauseabundo y notan que es un ratón muerto detrás de la
cocina. Tienen dos opciones, botarlo o dejarlo allí hasta que su olfato se acostumbre al
hedor y aprendan a vivir con él. Transportemos esta alegoría a nuestra realidad. El “cuerpo
pecaminoso carnal” está muerto o, mejor dicho, al dejar que éste gobierne nuestra vida,
vivimos pero estamos muertos. Si cargamos con éste –aun después de haber aceptado a
Cristo como nuestro Señor y Salvador–, cargamos con el hedor a mortecina encima de
nosotros. He ahí la necesidad de echarlo fuera de nosotros. Pero, el echarlo fuera, queda
completo si y sólo si lo sepultamos junto con el bautismo de Cristo. El neonacimiento se
produce cuando nos sumergimos en el río del Espíritu Santo y dejamos que éste nos arrastre
hacia su voluntad y el final que tiene preparado para nosotros:

«Y midió otros mil; y ya era un río que yo no pude vadear, porque las aguas habían crecido,
aguas que tenían que pasarse a nado, un río que no se podía vadear. Entonces me dijo: ¿Has
visto, hijo de hombre? Me llevó y me hizo volver a la orilla del río. Y cuando volví, he
aquí, en la orilla del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. Y sucederá que
dondequiera que pase el río, todo ser viviente que en él se mueve, vivirá. […] porque estas
aguas van allá, y las otras son purificadas; así vivirá todo por donde pase el río» (Ezequiel
47:5-7, 9 La Biblia de las Américas)

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Es en este proceso que nos convertimos en árboles plantados junto a la orilla del agua y
crecemos dando frutos. Al sumergirnos en el Espíritu Santo sepultamos el ropaje (al cual se
ha renunciado anteriormente y se lo ha echado fuera en el nombre de Jesús).

Ahora bien, pese a que el proceso de renunciar, echar fuera, sepultar y resucitar, lo estamos
analizando por separado, en la práctica lo uno es antecedente y consecuente de lo otro; es
un proceso biunívoco que no se puede separar. Cuando venimos a los pies de Cristo y
decidimos amarlo más que a cualquier cosa y seguirlo, dejando nuestra vieja vida y nos
sumergimos en su Espíritu, el mismo Espíritu resucita el nuestro. Ése era el clamor del rey
David cuando escribió: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu
recto dentro de mí» (Salmo 51:10), porque él sabía que, al haber cometido un pecado
sexual y social como el del asesinato, había dado pie a su muerte espiritual y a la separación
de Dios:

«No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu


salvación; y espíritu noble me sustente» (Salmo 51:11, 12)

Tenemos más sustento bíblico sobre la vida que trae el Espíritu Santo a nuestro espíritu, a
través del soplo de vida de nuestro Dios, ya que el espíritu es el que da vida y si éste no es
unido al Espíritu de Dios, está muerto:

«Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de
piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne. Y pondré dentro de
vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los
pongáis por obras» (Ezequiel 11:19; 36:27 cf. Juan 6:63)

Quisiera volver a mi experiencia saliendo de Tierra del Olvido. Cuando salí de esta región
de cautividad, el proceso de resurrección fue parcial; fue necesario despojarme del ropaje
que aún llevaba encima para que se produzca el neonacimiento. Fue el mismo caso con
Lázaro. Cuando el Señor Jesús lo llamó del sepulcro y lo libertó del Seol, en el que se
hallaba cautiva su alma, fue necesario que se despoje de las vendas para que su resurrección
sea completa (Juan 11:38-44). Es entonces que tenemos vida juntamente con Jesucristo,
nuestro Señor: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto,
vivirá» (Juan 11:25).

Tres sucesos importantes al resucitar

Pablo no cesa de dejar sentado nuestra identidad en Cristo Jesús. Su preocupación subyace
en que tengamos la certeza de que al recibir el aliento de vida de Dios en nuestro espíritu,
se llevan a cabo tres hechos legales que nos certifican como “nacidos de nuevo” y
propiedad de Jesucristo, para abolir toda base legal que nos ate al mundo sobrenatural
maligno y evitar que éste nos reclame como propiedad suya. Recordemos que «el mundo
entero yace bajo el poder del maligno», por tanto éste puede reclamarnos como propiedad
suya. Por este motivo, Pablo nos declara las bases legales que nos legalizan como
propiedad de Dios para unirnos al unísono y decir: «Sabemos que somos de Dios» (1 Juan
5:19).

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«[…], os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de
los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y
clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió
públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (vv. 13b-15)

1. «Perdonándoos todos los pecados» (vv. 13c). Ésta es la primera base legal que nos
respalda. Todos los pecados nos han sido perdonados. πᾶς (pās), que es la palabra
usada para “todos”, expresa un sentido completo y continuo, es decir, el perdón es
completo, entero y tenemos a nuestro alcance la gracia de Dios para acceder a su
perdón si es que acaso llegásemos a caer. Esto no quiere decir que poseemos
licencia para pecar. De ninguna manera. Si tenemos algún pecado recurrente, un
pecado del cual no podemos prescindir, es justo y necesario acudir a una consejería
de liberación para romper con ese pecado crónico que puede tenerte en angustia y
frustración delante del Señor. Recuerda, por favor, que la libertad de Cristo es
completa, absoluta, no permisiva.

2. «Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros» (vv. 14). ¿Cuál es
esa acta de decretos? Son diseños infernales declarados contra nosotros por parte de
las huestes de maldad. Así como en el Reino de Dios existen decretos y diseños
divinos estipulados por Dios para nosotros desde el vientre materno, el diablo –que
es un imitador por excelencia–, también decreta diseños en contra de la humanidad.
Haré mías las palabras de Alicia al explicar esta verdad. En el mundo infernal, los
demonios tejen declaraciones contra cada ser humano: “Éstos serán drogadictos”.
“Estos serán homosexuales”. “A éstos, sus padres los despreciarán”. “Éstos se
divorciarán”, etc. De esa manera, la humanidad camina hacia la autodestrucción.
Cuando son decretadas estas maldiciones, los demonios asignados a estos males,
van hacia la persona indicada y la atormentan, dañando su línea histórica y
generacional.

Sin embargo, cuando venimos a los pies del Señor y renunciamos a todos estos
decretos y maldiciones infernales, Jesucristo toma esa acta, la quita de nuestra vida
y la clava en la cruz del calvario, destruyéndola y derramando sobre nosotros sus
diseños divinos:

«Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y
no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jeremías 29:11)

3. «Despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente»


(vv. 15). Muchos, creo yo, hemos soñado alguna vez que estamos desnudos en
algún lugar público. ¿Recuerdas la vergüenza que sentías durante el sueño? Quisiera
llevarlos a situarse en la película La Lista de Schindler, específicamente en la parte
en que los judíos, estando en el campo de concentración, son obligados a
desnudarse a la vista de todos y pasar uno por uno al chequeo médico obligatorio
para decidir quién debía morir por no cumplir con los requisitos médicos necesarios
para trabajar. Si ya estás ubicado en la escena, quisiera que recuerdes la expresión
del rostro de ellos. Más allá del temor a la muerte, los rostros expresaban vergüenza,
vergüenza porque al ser desnudados públicamente, son despojados de su dignidad,
de la intimidad que implica la desnudez. ¿Pueden ver adónde quiero llegar?

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De esa misma manera Jesucristo desnudó a los demonios y los expuso públicamente
a vergüenza. La Palabra de Dios nos muestra que «mi pueblo [dice Jehová] fue
llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento» (Isaías 5:13). Pero al sernos
revelada la actividad del mundo sobrenatural maligno, los demonios son expuestos a
la luz de la verdad de Jesucristo; sus maquinaciones ya no son veladas a nuestros
ojos, sino que tenemos pleno entendimiento y conocimiento de su accionar y
podemos armarnos en contra de ellos y tomar las armas de la luz y luchar contra
ellos. Ya no podemos caer en cautividad, sino que la libertad con que Cristo nos
libertó es nuestra acta de legitimidad como hijos de Dios. Ésa es la victoria que
tenemos en el Señor. Amén.

Por ello la necesidad de Pablo al «pedir [al Padre] que seáis llenos del conocimiento de su
voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (1:9) y llamarnos a estar alertas para
que «nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de
los hombres» (2:8), las cuales son sustentadas por los no dioses y nos pueden llevar a
esclavitud. Por eso amados, no dejen de escudriñar las Escrituras, ni de buscar
anhelantemente la gracia de Dios y esperar delante de su Presencia y Él vendrá. Ésa es la
promesa del Señor para nosotros. Amén.

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