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Wess - I

2079, Ciudad Beta. La mugre y el glamur se mezclan aquí como


azúcar y agua, me repugna. Los pobres conducen ferraris y visten
abrigos de piel; y pagan todo, vendiendo literalmente sus cuerpos a
los bolsillos más llenos. Los ricos no gastan un centavo, viven todos
apiñados en austeros bloques, en habitaciones de cinco metros
cuadrados, comen papillas y visten con el mismo mono día sí, día
también. Pero controlan el cotarro. La clase media es la trabajadora,
vivimos entre el lujo y el minimalismo, pero ya no envidiamos el lujo
glamuroso y limpio, ni repugnamos el minimalismo barriobajero derivado
de la extrema falta de recursos. Ahora el lujo es de chulos y putas,
de yonkis, de analfabetos; viven poco pero muy bien. Y el minimalismo
se reserva para el nuevo significado de 'opulencia'.

Y entre toda esa basura estoy yo. Bueno, yo y otros que llegamos
a esta ciudad porque el resto del mundo no nos aceptaba. Demasiado
peligrosos para las cosmopolitas ciudades antiguas, demasiado tontos
para Ciudad Alfa, demasiado listos para Ciudad Gamma. Lo que detesto
de todo esto es que uno ya no puede acceder así como así a la pobreza,
y ni qué decir de la riqueza, cada uno tiene su sitio, y si no te
gusta, te jodes. Hay que nacer en la calle, en esos hervideros de sexo
sin protección y partos en cada puta esquina, para disfrutar de la
pobreza. O nacer en uno de esos cubículos que pueblan eunucos que solo
piensan en el dinero, para vivir atrapado en la riqueza. Lo dicho, te
jodes y punto. Por eso me entretengo buscando mierda en la fosa
séptica más grande conocida por el hombre. Ritos satánicos,
conspiraciones por parte del anónimo gobierno que nos adoctrina desde
las sombras, supuestos contactos extraterrestres, posesiones
diabólicas, misericordiosas misas cristianas que acaban bañadas en
sangre... Si eres capaz de disfrutar de la sordidez, esta ciudad puede
ser un paraíso.

¿Mi nombre? No tengo ni la menor idea; no tuve amigos hasta la


adolescencia y mi padre me crió solo, era un borracho empedernido y
nunca se dignó a llamarme otra cosa que 'chico'. Era un auténtico
cabrón, pero nunca se atrevió a pegarme por respeto a mi madre, que
había muerto pocos años después de que yo naciera. Y por esa razón no
lo odio del todo. Todo el mundo me llama Wess, Wess a secas. Y eso
porque la única herencia que me dejó el capullo de mi padre fue el
revólver con el que se pegó un tiro el día que decidió que podía
cuidarme solo. Tenía quince años y un Smith&Wesson .500 magnum que
cogí del suelo, al lado del cuerpo sin vida de aquel borracho. Lo tapé
con una manta y me largué de allí para no volver. Han pasado otrs
quince años desde aquello y sigo con esta vieja cinco balas pegada al
pecho. No hay dios que se resista a ella; ni siquiera las rameras, que
follan gratis si creen que la tienes grande. Y en cierto modo, la
tengo enorme.

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