Melanie Smith y Rafael Ortega: Seis pasos hacia la realidad.
Laboratorio de Arte Alameda. Dr. Mora 7, Col. Centro. Hasta el 30 de junio 2002.
¿Abstracto o figurativo? Si uno tuviera que definir cuál es el dilema
más anacrónico que los medios (y los artistas medianos) pretenden seguir planteando al público, bastaría con señalar la excesiva frecuencia con que esa pareja de palabras se usa en noticias, notas críticas y declaraciones.
La trampa consiste en hacer como si ese binomio pudiera clasificar
los dos polos absolutos y opuestos de la experiencia visual. Por un lado, sucede que esa dicotomía pertenece al debate artístico de la primera mitad del Siglo 20, cuando la aparición de una variedad de movimientos de arte "no-objetivo" pusieron en jaque las expectativas miméticas de la tradición del arte occidental.
Lo más importante, sin embargo, es que con frecuencia el arte
contemporáneo se aproxima a "lo abstracto" precisamente en lo que este tiene de ilustrativo. Una vez que dejamos de pensar que "lo figurativo y lo abstracto" son dos "tendencias" o partidos ideológicos, se nos abre un panorama extremadamente complejo donde las obras artísticas contemporáneas también cumplen la tarea de interrogar cuáles son los mecanismos de ilusión que formulan aquello que llamamos "abstracción."
¿Qué significados tienen los patrones y ritmos aparentemente
ornamentales con que las máquinas seducen nuestra visión? ¿Qué proceso de censura, depuración u ocultación consigue proveer intensidad emocional, corporal y dramática a formas aparentemente desligadas de la experiencia corriente?
La instalación de video de Melanie Smith y Rafael Ortega en el
Laboratorio de Arte Alameda es ante todo una interrogación acerca de las condiciones que permiten la experiencia de "lo abstracto". De hecho, podría decirse que la temática de este ensayo es la cuota de ilusión que "lo abstracto" demanda para volverse "real" sobre esa pantalla de los sueños objetivos: el cine.
De un lado, Ortega y Smith nos enfrentan a una secuencia fílmica
que contiene una serie de eventos visuales en color blanco: los cambios de luz sobre una esfera, la transformación de un relieve de líneas verticales, la progresión en el espacio de una serie de horadaciones en forma de anillos, el comportamiento de una esquina de un cuarto vacío e indeterminado.
El filme plantea un juego de referencias con respecto a la tradición
del monocromo en el arte moderno: del cuadrado blanco sobre blanco de Malevich a las acumulaciones pictóricas de Robert Ryman, pasando por los experimentos escultóricos de los neoconcretistas y minimalistas.
Evidentemente, la película con todo su purismo y delicadeza es
una especie de sustituto de la pintura: hay una escena donde la anécdota visual consiste precisamente en el goteado de pintura blanca sobre un reflejante. Como sucede en un famoso documental sobre Jackson Pollock, la secuencia sugiere una fantasía modernista: la pintura absorbida por su propia interrogación, transformada tan sólo en sustancia y superficie.
Sin embargo, la contemplación de ese objeto fílmico se ve
constantemente invadida por el sonido de voces que proviene de una cabina localizada al otro extremo de la sala. En ella, Smith y Ortega tienen un monitor de video que muestra una secuencia que es el opuesto radical de su película blanca.
A la manera de esos documentales sobre "la filmación" de una
película famosa, Melanie Smith retrata de un modo desenfadado y directo (pero aun así un tanto crípticamente) el proceso de preparación de cada una de las tomas de esa película blanco sobre blanco realizada por Rafael Ortega. Ese documental pone en evidencia los trucos y mecanismos con los que fue hecha la película abstracta durante una sola jornada de trabajo en un espacio doméstico, haciendo visible que el filme blanco era un ejercicio de improvisación fílmica, cuyas texturas y escenarios no se crearon con la ayuda de un programa de animación, sino a través de un arte manual: la dirección de cámara de un cineasta ayudado por un pequeño pero obediente equipo de técnicos.
El tema de ese documental acaba siendo tanto la fabricación de
una serie de "efectos especiales" como la relación jerárquica y práctica en el set de filmación. Es, pues, una visión del cine como forma de ilusionismo, lo que viene a contravenir las implicaciones que suelen atribuirse al monocromo en la historia del arte moderno: ser la forma de expresión más apegada a la naturaleza intrínseca del medio material de la pintura, una especie de grado cero de la imagen.
Evidentemente, un ejercicio como éste no está destinado a tener
un consumo estético simple: no busca encantar al espectador, pero tampoco rechazarlo. Eso no la hace una disquisición académica. El contraste entre el purismo de las secuencias monocromas de la película de Ortega y la situación cotidiana y fílmica del video de Smith también describe la tensión que involucra la práctica de lenguajes minimales y abstractos en un lugar con la complejidad cultural y social de México.
Pues el binarismo de Seis pasos hacia la realidad ilustra la difícil
negociación que ocurre entre los gustos reductivistas del arte contemporáneo y la variopinta visualidad de lo local.