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El Ojo Breve/ Viajeros frecuentes

Por

Cuauhtémoc Medina

(25-Sep-2002).-

Zebra Crossing. Casa de las Culturas del Mundo, Berlín. Hasta el 1


de diciembre del 2002.

Mexiko City: Eine Ausstellung über die Wechselkurse von Körpern


und Werten. (Ciudad de México: Una exposición acerca de la tasa
de intercambio de valores y cuerpos) Kunst-Werke, Berlín. Hasta el
5 de enero del 2003.

En menos de una semana, cuatro exhibiciones colectivas sobre


arte contemporáneo mexicano se inauguraron en ambos lados del
Atlántico: Axis México, en el Museo de Arte de San Diego, 20
million mexicans can't be wrong, en Londres, y dos muestras
prácticamente simultáneas en Berlín, curadas por Klaus Biesenbach
y Magali Arriola. Esos proyectos se sumaron a la catarata
"mexglobal" del 2002: varias muestras en Nueva York, Montreal,
París o Rotterdam, números especiales en revistas como Flash Art,
Felix y Parachute, aparte de una representación inusualmente alta
en bienales, ferias y debates alrededor del mundo.

Ni duda que el trabajo de artistas de México está pasando por esa


oleada cíclica con que, cada cinco años, un determinado país o
ciudad es intempestivamente incorporado -y las más de las veces,
rápidamente desechado- a la geografía de la cultura global.

La exhibición curada por Klaus Biesenbach -previamente mostrada


en PS1- dejaba la sensación de ofrecer una representación
canónica. De un modo mucho más elocuente que en Nueva York,
Biesenbach consiguió montar una madeja de obras que fueron
mostradas por primera vez en el circuito improvisado y alternativo
de los 90 mexicanos, de un modo que las hacía ver no sólo social
y políticamente audaces, sino formal y técnicamente ambiciosas.
La rara mezcla entre la elegancia de la presentación y la brutalidad
y carácter polémico de la mayoría de las obras se ejemplificaba
cabalmente con el modo en que la pared central del enorme
vestíbulo de Kunst-Werke estaba completamente ocupado por las
Secreciones sobre el muro (2002), de Teresa Margolles.

Margolles hizo pintar la pared con gruesos brochazos de grasa


humana proveniente del SEMEFO de la ciudad de México. La capa
ocre y acre no sólo era un índice por demás preciso de la violencia
de esta ciudad, también cifraba una crítica fúnebre y majestuosa
de una madeja de las fórmulas estéticas de posguerra: la pintura
monocroma, el uso beuysiano de sustancias, la dimensión de las
pinturas neo-expresionistas, y la estética de abyección y
transgresión de los accionistas vieneses.

Rodéandola, KW exhibía las fotos de Ricas y famosas, de Daniel


Rossell, mientras en el suelo estaban desperdigadas las mazorcas
de maíz mordidas de Eduardo Abaroa y Rubén Ortiz Torres. Esa
variación abrupta de dimensiones sociales y físicas, lujo, ansiedad
y horror, era la característica de un proyecto que partía de la
inconmensurabilidad de las condiciones económicas y políticas de
nuestra megalópolis.

Impulsada en parte por la necesidad de apartarse del argumento


avanzado por Biesenbach, tanto como de su propio proyecto Alibis
mostrado en París y Rotterdam en la primavera, Magali Arriola
formuló una muestra que hacía énfasis en la ambigüedad política,
identitaria, arquitectónica, formal y sexual de buena parte de la
producción contemporánea del país.

Zebra Crossing es una exposición construida a partir de


discontinuidades, donde cada uno de los más de 20 artistas
incluidos da por descontado que la práctica artística ocurre en
interacción con el universo mercantil y objetual de la
globalización, y para formar una documentación o estilo
especifico.

El efecto de Zebra Crossing era curiosamente doméstico, como si


Arriola hubiera decidido adoptar la estética de un lounge. El
montaje era una mezcla de lo aparentemente cómodo y lo
vagamente hostil de una Sala de espera, título de la pieza de
Carlos Ranc y Aldo Chaparro consistente en una serie de
esculturas/muebles en formica, y un fotomural de un cuadro de
Velasco intervenido con rayas de imitación madera, que quería
ironizar acerca del barniz de modernidad que se le quiere dar a
México para venderlo mejor en el territorio global.

La obra que mejor resumía el espíritu de la muestra era el Mueble


Chino I (2000-2001), de Ediciones el Chino: un baúl que contenía
un aparato de video, un televisor y un librero, donde el usuario
podía escoger entre hojear una serie de fanzines hechas a base de
fotocopias, videocassetes con filmaciones muy heterogéneas
tomadas de la tele, y una serie de discos piratas con música
comercial.

Como ese aparato, el proyecto sugería el desplazamiento de una


serie de gestos individuales de consumo cultural, adaptación
objetual y distanciamiento emocional, que se ubican a conveniente
distancia tanto del mainstream emergente de la ciudad de México,
como de las visiones más dogmáticas sobre el rol de la cultura
periférica que ventilan autores como el que esto escribe.

Zebra Crossing sugería un espacio cultural implícitamente


clasemediero, altamente mediatizado y renuente a formular
grandes construcciones ideológicas o culturales. Impresionista y
relajada, la curaduría trataba de escapar tanto a las presiones de
representación nacional como las expectativas de formular una
imagen de un arte multicultural del tercer mundo.

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