Zebra Crossing. Casa de las Culturas del Mundo, Berlín. Hasta el 1
de diciembre del 2002.
Mexiko City: Eine Ausstellung über die Wechselkurse von Körpern
und Werten. (Ciudad de México: Una exposición acerca de la tasa de intercambio de valores y cuerpos) Kunst-Werke, Berlín. Hasta el 5 de enero del 2003.
En menos de una semana, cuatro exhibiciones colectivas sobre
arte contemporáneo mexicano se inauguraron en ambos lados del Atlántico: Axis México, en el Museo de Arte de San Diego, 20 million mexicans can't be wrong, en Londres, y dos muestras prácticamente simultáneas en Berlín, curadas por Klaus Biesenbach y Magali Arriola. Esos proyectos se sumaron a la catarata "mexglobal" del 2002: varias muestras en Nueva York, Montreal, París o Rotterdam, números especiales en revistas como Flash Art, Felix y Parachute, aparte de una representación inusualmente alta en bienales, ferias y debates alrededor del mundo.
Ni duda que el trabajo de artistas de México está pasando por esa
oleada cíclica con que, cada cinco años, un determinado país o ciudad es intempestivamente incorporado -y las más de las veces, rápidamente desechado- a la geografía de la cultura global.
La exhibición curada por Klaus Biesenbach -previamente mostrada
en PS1- dejaba la sensación de ofrecer una representación canónica. De un modo mucho más elocuente que en Nueva York, Biesenbach consiguió montar una madeja de obras que fueron mostradas por primera vez en el circuito improvisado y alternativo de los 90 mexicanos, de un modo que las hacía ver no sólo social y políticamente audaces, sino formal y técnicamente ambiciosas. La rara mezcla entre la elegancia de la presentación y la brutalidad y carácter polémico de la mayoría de las obras se ejemplificaba cabalmente con el modo en que la pared central del enorme vestíbulo de Kunst-Werke estaba completamente ocupado por las Secreciones sobre el muro (2002), de Teresa Margolles.
Margolles hizo pintar la pared con gruesos brochazos de grasa
humana proveniente del SEMEFO de la ciudad de México. La capa ocre y acre no sólo era un índice por demás preciso de la violencia de esta ciudad, también cifraba una crítica fúnebre y majestuosa de una madeja de las fórmulas estéticas de posguerra: la pintura monocroma, el uso beuysiano de sustancias, la dimensión de las pinturas neo-expresionistas, y la estética de abyección y transgresión de los accionistas vieneses.
Rodéandola, KW exhibía las fotos de Ricas y famosas, de Daniel
Rossell, mientras en el suelo estaban desperdigadas las mazorcas de maíz mordidas de Eduardo Abaroa y Rubén Ortiz Torres. Esa variación abrupta de dimensiones sociales y físicas, lujo, ansiedad y horror, era la característica de un proyecto que partía de la inconmensurabilidad de las condiciones económicas y políticas de nuestra megalópolis.
Impulsada en parte por la necesidad de apartarse del argumento
avanzado por Biesenbach, tanto como de su propio proyecto Alibis mostrado en París y Rotterdam en la primavera, Magali Arriola formuló una muestra que hacía énfasis en la ambigüedad política, identitaria, arquitectónica, formal y sexual de buena parte de la producción contemporánea del país.
Zebra Crossing es una exposición construida a partir de
discontinuidades, donde cada uno de los más de 20 artistas incluidos da por descontado que la práctica artística ocurre en interacción con el universo mercantil y objetual de la globalización, y para formar una documentación o estilo especifico.
El efecto de Zebra Crossing era curiosamente doméstico, como si
Arriola hubiera decidido adoptar la estética de un lounge. El montaje era una mezcla de lo aparentemente cómodo y lo vagamente hostil de una Sala de espera, título de la pieza de Carlos Ranc y Aldo Chaparro consistente en una serie de esculturas/muebles en formica, y un fotomural de un cuadro de Velasco intervenido con rayas de imitación madera, que quería ironizar acerca del barniz de modernidad que se le quiere dar a México para venderlo mejor en el territorio global.
La obra que mejor resumía el espíritu de la muestra era el Mueble
Chino I (2000-2001), de Ediciones el Chino: un baúl que contenía un aparato de video, un televisor y un librero, donde el usuario podía escoger entre hojear una serie de fanzines hechas a base de fotocopias, videocassetes con filmaciones muy heterogéneas tomadas de la tele, y una serie de discos piratas con música comercial.
Como ese aparato, el proyecto sugería el desplazamiento de una
serie de gestos individuales de consumo cultural, adaptación objetual y distanciamiento emocional, que se ubican a conveniente distancia tanto del mainstream emergente de la ciudad de México, como de las visiones más dogmáticas sobre el rol de la cultura periférica que ventilan autores como el que esto escribe.
Zebra Crossing sugería un espacio cultural implícitamente
clasemediero, altamente mediatizado y renuente a formular grandes construcciones ideológicas o culturales. Impresionista y relajada, la curaduría trataba de escapar tanto a las presiones de representación nacional como las expectativas de formular una imagen de un arte multicultural del tercer mundo.