Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Portada
Paá gina de tíátulo
Dedicacioá n
Contenido
Proá logo
Prefacio
Introduccioá n
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseá is
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Acerca de los autores
Libros de Elizabeth Peters
Derechos de autor
Acerca de la editorial
Dedicación
1. Portada
2. Página de título
3. Dedicación
4. Prólogo
5. Prefacio
6. Introduccioá n
7. Uno
8. Dos
9. Tres
10. Cuatro
11. Cinco
12. Seis
13. Siete
14. Ocho
15. Nueve
16. Diez
17. Once
18. Doce
19. Trece
20. Catorce
21. Quince
22. Dieciseá is
23. Diecisiete
24. Dieciocho
25. Diecinueve
26. Veinte
27. Acerca de los autores
Salima Ikram,
Profesor distinguido de Egiptologíáa, American University de El Cairo
Una de las grandes delicias de los libros de Amelia Peabody es que en cada
uno de ellos, Amelia combina el asesinato, el caos y el misterio con dosis
soá lidas de egiptologíáa e historia. Como erudita, Barbara Mertz (Elizabeth
Peters) investigoá meticulosamente cada punto histoá rico de sus novelas
Peabody, y eá stas arraigan la serie y le dan una vida maá s allaá de sus paá ginas,
iluminando el mundo de los antiguos egipcios, los acontecimientos histoá ricos
de los siglos XIX y XX, y las vidas y descubrimientos de los egiptoá logos. A
traveá s de sus libros, Baá rbara logroá seducir a los lectores para que se
preocuparan no soá lo por Amelia, Emerson y su cíárculo, sino tambieá n por la
egiptologíáa. Consiguioá educar sin apalear a la gente con demasiados hechos;
humanizoá a los arqueoá logos y explicoá lo que hacemos en el campo, aunque a
menudo aburrido, con su interminable cribado de arena en la buá squeda de
"probabilidades y fines".
Las inspiraciones de Baá rbara para cada libro de Amelia variaron. A menudo
eran provocados por un momento particular de la historia de la egiptologíáa
que la intrigaba, un sitio que le encantaba, o un solo artefacto que era icoá nico,
tanto para ella como para el mundo, especialmente aquellos que teníáan
buenas historias pegadas a ellos, con un toque de intriga, y que auá n hoy siguen
siendo objeto de especulacioá n egiptoloá gica (aunque algunos podríáan llamarlo
groseramente cotilleo). La inspiracioá n de La reina pintada cae en las uá ltimas
categoríáas: el famoso busto de Nefertiti (descubierto en diciembre de 1912
por el arqueoá logo alemaá n Ludwig Borchardt) es un objeto icoá nico con un
pasado fangoso y un presente poleá mico, su descubrimiento y salida de Egipto
objeto de interminables especulaciones por parte de arqueoá logos y
aficionados del antiguo Egipto.
Recuerdo cuando Baá rbara me habloá por primera vez de la creacioá n de La
Reina Pintada. "¡Nunca adivinaraá s lo que voy a hacer ahora! Seraá muy
divertido, y espero que el gato esteá entre las palomas, y todo el mundo estaraá
contento cuando volvamos a Amarna". A partir de ese momento, se embarcoá
en un frenesíá de investigacioá n, leyendo todo lo que pudo sobre el tema, ya
fueran los informes de excavacioá n de Borchardt, diarios y cartas de la eá poca,
informes periodíásticos sobre la aparicioá n y desaparicioá n de Nefertiti, las
opiniones de estudiosos del pasado y del presente sobre el busto, o sitios web
que se ocupaban de la salida y el regreso de Nefertititi. Al mismo tiempo,
siguioá la pista de coá mo eran Egipto y Europa a principios del siglo XX. Tambieá n
sondeoá a sus amigos egipcios, preguntaá ndoles su opinioá n sobre el caraá cter de
Borchardt, si los funcionarios del gobierno alemaá n podríáan haber conspirado
para sacar ilegalmente a Nefertititi de Egipto y mantenerla en Alemania, y sus
ideas sobre la exactitud de los estudios modernos sobre el busto de Nefertititi.
Los amigos egiptologistas de Baá rbara entraron en el espíáritu del libro
enviaá ndole todo el material relevante que consideraban de intereá s, ya fuera un
nuevo libro en alemaá n sobre la historia del Instituto Alemaá n que figura
prominentemente en este libro (la Deutsche Orient-Gesellschaft, en ese
momento) o notas y opiniones oscuras sobre la reina y sus excavadoras, o
visitando la casa real que pertenecíáa al Instituto Alemaá n en El Cairo, y donde
Nefertititi podríáa haber descansado temporalmente (y donde la gente estaba
encarcelada).
La controversia sobre el busto de Nefertiti es uno de los grandes debates de
la egiptologíáa. ¿Se encontroá el busto el 6 de diciembre de 1912, seguá n lo
informado por el excavador Borchardt (Baá rbara se tomoá algunas libertades
con esta parte de la leyenda es poco atractiva), y maá s tarde fue retirado
ilegalmente por Borchardt? ¿Y coá mo logroá Borchardt esta eliminacioá n?
¿Escondioá el busto, lo disfrazoá con una aplicacioá n liberal de yeso, o presionoá a
Gustave Lefebvre, el joven inspector que habíáa venido a seleccionar los
hallazgos que iban a permanecer en El Cairo? Si Lefebvre no hubiera
examinado todo el contenido de las cajas y hubiera utilizado soá lo la lista de
artíáculos que Borchardt habíáa preparado (despueá s de todo, era un erudito de
alto nivel y muy respetado que habíáa estado trabajando en Egipto durante
mucho tiempo), se habríáa limitado a senñ alar que se trataba de un busto de
yeso, ya que Borchardt habíáa sido econoá mico con la verdad. El busto era de
piedra caliza con su cubierta de yeso y pintura auá n en pie, una rareza. Al
enganñ ar a Lefebvre, se especuloá , Borchardt defraudoá a Egipto de su parte
legíátima de los hallazgos en Amarna. En Berlíán, el busto se exhibioá
puá blicamente durante soá lo un díáa, despueá s de lo cual fue trasladado a la casa
de James Simon (que aparecíáa aquíá como James Ridgemont), quien habíáa
financiado la excavacioá n, y permanecioá con eá l (pero visitable por unos pocos
selectos) hasta 1920. El hecho de que Borchardt no publicara la noticia del
descubrimiento del busto hasta 1923, aunque los detalles de otras piezas de la
misma excavacioá n ya se habíáan publicado antes, avivoá la controversia sobre si
Nefertititi habíáa sido "secuestrado". Cartas y documentos privados en
Alemania, y quejas oficiales hechas por el Servicio Egipcio de Antiguü edades,
alimentaron la especulacioá n sobre la salida de Nefertiti de Egipto. Ademaá s, las
acusaciones posteriores de que Hitler cayoá bajo el hechizo del busto y se llevoá
el original, dejando una falsificacioá n en su lugar, soá lo fortalecieron la míástica
de Nefertiti, haciendo de su descubrimiento un candidato principal para un
misterio que Barbara (y Joan) -y Amelia- teníáan que abordar.
Los libros de Baá rbara siempre fueron bien investigados a nivel egipcio e
histoá rico, ya que seguíáa siendo egiptoá loga y estudiosa de corazoá n. Aunque
nunca excavoá en Egipto, habíáa visitado maá s sitios que muchos arqueoá logos.
Recuerdo en particular un viaje agitado a Abu Rawash, un sitio que Baá rbara
habíáa querido ver durante alguá n tiempo, ya que estaba pensando en
presentarlo en un nuevo libro. Cuando llegamos allíá, realizamos una
suspensioá n casi total de Baá rbara sobre el foso funerario de la piraá mide para
que pudiera ver coá mo era, y concluimos con un picnic al estilo de Amelia en el
borde de la piraá mide, en el templo mortuorio. Mientras viajaba por Egipto,
Baá rbara estaba feliz de probar cualquier cosa (yo teníáa el privilegio, todo en
nombre de la investigacioá n, de introducirla a fumar sheesha), hablar con
cualquiera, y teníáa una"sensacioá n" muy real para el paíás y sus sitios
arqueoloá gicos. Conocíáa los entresijos de una excavacioá n, habiendo visitado a
muchos e interrogado a sus directores, a la Amelia, sobre las teá cnicas que
utilizaban. Es este conocimiento íántimo de Egipto y sus sitios lo que hace que
las experiencias de Amelia sean tan inmediatas para el lector. Cuando escribe
acerca de arrastrarse a traveá s del guano de murcieá lago, manejar huesos
antiguos, inspeccionar momias, caminar por la arena o disfrutar de la fresca
brisa del norte en el Nilo, es porque Baá rbara habíáa experimentado todo esto
de primera mano. Por suerte para nosotros, Joan acompanñ oá a Barbara en uno
de sus viajes, asíá que ella tambieá n ha tenido un"sabor de Egipto".
Quizaá s esta intimidad con Egipto es la razoá n por la que tantos egiptoá logos
son devotos de la serie Amelia Peabody. Ninguá n otro autor de ficcioá n nos ha
hablado tan directa y verdaderamente, mezclando haá bilmente los hechos
histoá ricos con la ficcioá n, dando un sentido muy real del lugar, incluyendo las
bromas, todo mientras cuenta una historia desgarradora. Con gran tristeza me
despido de la idea de disfrutar de las nuevas aventuras de la indoá mita Amelia
y Emerson, la "arqueoá loga maá s brillante de los siglos XIX y XX". Sin embargo,
me reconforta saber que tengo las viejas historias a las que volver, y, sin duda,
aunque no se esteá n haciendo croá nicas como antes, Amelia sigue luchando con
otra camisa arruinada mientras ella y Emerson se embarcan en nuevas
aventuras.
Prefacio
Joan Hess
Conocíá a Baá rbara hace treinta anñ os en una convencioá n de misterio, cuando me
acerqueá tíámidamente a ella como una fanaá tica con los ojos muy abiertos.
Hicimos clic porque compartíáamos el sentido del humor (sardoá nico) y la
perspectiva (harto), y nos hicimos amigos íántimos a lo largo de los anñ os. Ella
me ofrecioá sabiduríáa mientras yo me tambaleaba por el mundo editorial. Nos
reíámos a menudo, hicimos un largo intercambio de regalos raros con ovejas, y
tuvimos fiestas de fin de semana con nuestros inteligentes amigos. Me invitoá a
acompanñ arla en uno de sus viajes anuales a Egipto, donde fue venerada por
comerciantes locales y egiptoá logos internacionales. Con motivo de su ochenta
cumpleanñ os, alquileá un camello.
Todavíáa estaba aturdido por su muerte hace tres anñ os cuando llegueá a la
Mansioá n Mertz para el funeral. Beth (su hija), Dominick Abel (su agente y
querido amigo) y yo estaá bamos sentados en la mesa de la cocina cuando el
tema se centroá en el manuscrito inacabado de Barbara. Admitireá que mi
instinto se congeloá al sentir la inevitable pregunta: ¿completaríáa La Reina
Pintada? Mi primera respuesta fue una negativa categoá rica. La idea de intentar
capturar su voz, su estilo erudito, su ingenio y su vasto conocimiento de la
arqueologíáa a principios del siglo XX, parecíáa ridíácula. Perdíá esa, obviamente.
Baá rbara y yo habíáamos discutido la trama en los meses anteriores, y yo
habíáa hecho sugerencias. Me aseguraron que habíáa tomado notas extensas y lo
habíáa planeado todo. Yo sabíáa que no era asíá. Síá, las notas eran extensas, hasta
cierto punto. Cosas interesantes estaban sucediendo, y sospecho que ella teníáa
la intencioá n de dejar que la trama se desarrollara como ella escribioá . Su
enfermedad la vencioá .
Me quedeá con casi toda la prosa de Baá rbara, aunque fue necesario hacer
algunos cambios. Salima Ikram y yo hicimos una lluvia de ideas a traveá s de
Skype para encontrar el coá mo, el quieá n y el por queá . Beth hizo comentarios y
referencias a novelas anteriores. Ray Johnson y Dennis Forbes corrigieron
gentilmente mis errores. Me tomoá casi tres anñ os completar La Reina Pintada
debido a problemas de salud personales, pero estoy satisfecho con el
resultado.
Todos los errores de hecho y de traduccioá n son culpa de Salima. O de otra
persona, de todos modos. Tal vez de Google.
Todavíáa extranñ o a Baá rbara.
Introducción
Es nuestro triste deber presentar este uá ltimo de los voluá menes de Amelia
Peabody Emerson. La devota editora de las memorias de la Sra. Emerson,
Elizabeth Peters, murioá en agosto de 2013 mientras trabajaba en el
manuscrito de La Reina Pintada. Ella habíáa contemplado este proyecto con
entusiasmo, sabiendo que la publicacioá n de los recuerdos de la Sra. Emerson
de esa eá poca arrojaríáa nueva luz sobre un momento famoso en la historia de la
egiptologíáa. Con su habitual minuciosidad, la Sra. Peters habíáa comenzado a
investigar muchos aspectos del evento en cuestioá n, con la esperanza de aclarar
algunas de las entradas maá s difíáciles de descifrar en los diarios de la Sra.
Emerson. Cabe senñ alar que la Sra. Peters habíáa hecho el esfuerzo de escribir la
uá ltima paá gina de La Reina Pintada antes de morir, una paá gina que se
reproduce aquíá literalmente. Afortunadamente, mientras trabajaba en este
uá ltimo manuscrito, la Sra. Peters manteníáa una conversacioá n constante con su
querido amigo y colega, Joan Hess, quien valientemente asumioá la muy difíácil
tarea de completar la obra. La Sra. Hess buscoá la ayuda de otro amigo cercano
de la Sra. Peters, la distinguida arqueoá loga Dra. Salima Ikram, para trabajar a
traveá s del meollo de los detalles egipcios. Dennis Forbes, editor de Kmt, y el Dr.
Raymond Johnson leyeron el penuá ltimo borrador y tambieá n ofrecieron
sugerencias.
Todos tenemos con Joan Hess una enorme deuda de gratitud por los anñ os de
trabajo que ha dedicado a esta empresa, perseverando en dificultades
inimaginables y dando prioridad a este trabajo sobre todo lo demaá s durante
ese períáodo de tiempo. Una mayor amistad que uno no podríáa imaginar.
Por muchos anñ os, Elizabeth Peters (y su alter ego, Barbara Mertz) confiaron
en la guíáa tranquila, constante y totalmente confiable de su agente, Dominick
Abel, quien tambieá n se convirtioá en un amigo y aliado muy querido. Como
siempre han compartido una aversioá n al sentimiento sensitivo, no vamos a
profundizar maá s. Incluso una editora experta como la Sra. Peters necesitaba
ayuda con sus manuscritos, aunque ella le habríáa dicho que no sufríáa ediciones
tontas con gusto; por lo tanto, es un testimonio real de la habilidad de su
editora de muchos anñ os, Jennifer Brehl, que la Sra. Peters aproboá (¡e incluso
admitioá privadamente que disfrutaba) del trabajo que hacíáan juntos!
La Sra. Peters acumuloá un grupo de otros amigos a lo largo de muchos anñ os
en el negocio de los libros, incluyendo a otros autores, que se llevaron a cabo
unos a otros a traveá s de altibajos. Sus hazanñ as en varias convenciones
(incluyendo su propia "GroucherCon") y en otros lugares probablemente sean
mejor no descritas. Soá lo digamos que ciertamente podíáan mantenerse a flote
con Amelia cuando se trataba de bebidas geniales y de otros tipos, y que sus
comentarios compartíáan con Emerson un caraá cter literario, aunque a veces
intempestivo. Y eso nos lleva tambieá n a los companñ eros de armas de la Sra.
Peter dentro de la egiptologíáa y los campos aliados, companñ eros igualmente
robustos a traveá s de todo tipo de aventuras. Los prefacios de los voluá menes
anteriores de Amelia estaá n llenos de reconocimientos especíáficos de
estudiosos y fuentes individuales, pero soá lo mencionan una pequenñ a parte de
los colegas que ella contaba como amigos.
Esperamos que nos perdone por decir que su caá lido y amistoso abrazo se
extendioá ampliamente a familiares y amigos, desde vecinos cercanos hasta
amigos por correspondencia lejanos, a pesar de sus intentos de hacerse pasar
por un cascarrabias. Extranñ amos su malvado sentido del humor, su calidez, su
intensa curiosidad y el entusiasmo que usaba para crear un sentido de
aventura incluso en los escenarios maá s mundanos.
Y finalmente, estamos seguros de que la Sra. Peters querríáa agradecerle a
ella y a los "queridos lectores" de Amelia por deá cadas de disfrute compartido
en esta aventura. Como muchos lectores saben, desde hace algunos anñ os los
libros de esta serie retroceden en el tiempo para cubrir las temporadas que
faltan en la saga. La Reina Pintada hace justamente esto, tambieá n. El capíátulo
final del cuento fue publicado cronoloá gicamente hace algunos anñ os, en La
tumba del pájaro de oro, permitiendo a Amelia y Emerson salir triunfalmente,
en sus propios teá rminos. Y ahora llegamos al momento en que debemos
permitir que el muy dedicado editor de Amelia se vaya de la misma manera.
De hecho, durante mucho tiempo ha habido sorprendentes similitudes entre
Elizabeth Peters y Amelia Peabody, y no la menor de ellas es que a ambas les
gustaba tener la uá ltima palabra. Para honrar esta preferencia, concluimos con
algunas advertencias que la Sra. Peters incluyoá en su prefacio de 1986 a El
León en el Valle, que consideramos tan apropiadas ahora como lo eran
entonces:
En este .... volumen de las memorias de Amelia Peabody Emerson (Sra.
Radcliffe Emerson), el editor una vez maá s considera conveniente explicar
ciertas anomalíáas y obscuridades en el texto. La Sra. Emerson no fue tan
cuidadosa como podríáa haber sido en cuanto a anotar las fechas de sus
entradas. Ella parece haber tomado el volumen actual de su diario y
garabateado hasta que algo pasoá para distraerla. . .
Como el editor ha tenido ocasioá n de mencionar, los nombres de la
mayoríáa de las personas involucradas han sido cambiados, con el fin de
evitar los sentimientos de los descendientes de dichas personas. El lector
informado reconoceraá algunos nombres como los de arqueoá logos bien
conocidos, que aparecen soá lo en la periferia. La Sra. Emerson parece
haber sido bastante precisa al describir sus actividades; sin embargo,
seríáa un grave error asumir que ella era igualmente precisa al informar
sobre sus conversaciones con ella porque, al igual que su distinguido
esposo, teníáa una tendencia decidida a atribuir a otras personas sus
propias opiniones.
Otra oscuridad en el ur-text (si el editor puede describir las revistas
mismas) surge del hecho de que en alguá n momento la Sra. Emerson
aparentemente decidioá editarlas para su eventual publicacioá n. . . . Como
ella era tan inconsistente en su revisioá n como en la datacioá n de sus
paá ginas, el resultado es a veces una mezcla peculiar de estilos
periodíásticos y novelíásticos.
En otras palabras, ninguna de las excentricidades del presente
volumen es responsabilidad del editor. * Ella ha hecho lo mejor que ha
podido y sugeriríáa que las quejas, críáticas y otros comentarios
peyorativos sean dirigidos a los herederos del Profesor y de la Sra.
Emerson, no a ella.
Uno
Las idas y venidas de Emerson son generalmente impetuosas, y rara vez mira
hacia donde va. Asume que cualquier persona en su camino se apartaraá de su
camino y que puede eliminar cualquier impedimento. Cuando abrioá la puerta
de la sala de estar, tropezoá con un objeto que yacíáa en el umbral.
Afortunadamente, eá l miroá hacia abajo esta vez, y yo fui testigo de los agitados
pasos de baile mientras Emerson trataba de evitar pisar el objeto. Con su
habitual agudeza, se habíáa dado cuenta de inmediato de que teníáa alguá n valor.
"¿De doá nde diablos salioá esto?", me pidioá , llevaá ndome el objeto en cuestioá n.
Era una pequenñ a cabeza de madera, de aproximadamente tres pulgadas de
altura, cuidadosamente tallada y pintada. Una nueva pausa justo debajo de los
hombros indicaba que habíáa sido parte de una estatuilla maá s grande de un
ushebti, una de las figuras colocadas en la tumba para ayudar al difunto en la
otra vida. La cabeza era la de un faraoá n de ojos oblicuos, poá mulos
pronunciados, labios llenos y mentoá n alargado; llevaba la Corona de la Batalla
Azul con un uraeus en la frente. No tuve dificultad en identificar a su sujeto.
Soá lo en un períáodo de la historia egipcia habíáa prevalecido este estilo artíástico
particular. Se trataba de Eknatoá n, el llamado Faraoá n Hereje, que habíáa
abandonado a los dioses multitudinarios de Egipto en favor de una deidad, el
Atoá n, y habíáa abandonado Tebas para ir a una nueva capital en un lugar ahora
llamado Tell el-Amarna.
"Amarna", dije.
"Obviamente". Emerson se frotoá la barbilla, un haá bito suyo cuando estaba
perplejo o con pensamientos profundos. "Lo que deberíáa haber preguntado es
quieá n lo trajo aquíá y por queá . Este notable objeto debe haber sido retirado del
sitio sin el conocimiento o permiso de los excavadores. Todos los objetos
descubiertos deben guardarse hasta el final de la temporada, momento en el
que el Servicio de Antiguü edades los inspecciona y decide cuaá l..."
"Soy muy consciente de ello", dije con impaciencia. Emerson habíáa
adquirido recientemente el haá bito de sermonear en lugar de responder a una
simple pregunta, a la manera de nuestro hijo Ramseá s. Teníáa la intencioá n de
quebrarlos a los dos tan pronto como fuera posible.
"Asíá que para volver a su pregunta original," continueá , "¿por queá nos trajeron
este objeto?"
Me detuve para respirar, y Emerson dijo, con una tíámida mirada inusual,
"Tengo una teoríáa".
"Espleá ndido, querido", dije alentadoramente.
"La figura rota es en síá misma un mensaje codificado: Amarna - danñ os,
saqueos, destruccioá n!"
"¡Bueno!" exclameá . "Debo decir, Emerson, que es muy ingenioso. Por lo
tanto, podemos considerarlo una peticioá n de ayuda, y una peticioá n urgente.
Enviareá un telegrama a Selim inmediatamente, dicieá ndole que estamos en
camino y que llevaremos nuestro dahabeeyah allíá tan pronto como sea posible.
Si me ayuda a empaquetar su..."
"¡Maldita sea!" Gritoá Emerson. "Estamos entrando en una de esas
digresiones que ocurren tan a menudo cuando intento tener una conversacioá n
sensata!"
"¡En serio, Emerson!" Dije indignado.
Emerson se fue antes de que yo pudiera continuar. "Aprovechemos esta
pausa temporal para recapitular. Empieza desde el principio. ¿Coá mo terminoá
el muerto en el suelo de tu cuarto de banñ o? Seá conciso, te lo ruego".
"No hay mucho que contar, Emerson. Estaba disfrutando de un agradable
banñ o cuando el hombre que estaba a punto de morir se tambaleoá y se
desmayoá . Debe haber sido apunñ alado inmediatamente antes de entrar, ya que
no pudo haber ido muy lejos en esa condicioá n".
Emerson encendioá su pipa. "¿No fuiste tuá el que una vez me senñ aloá que un
individuo herido por un cuchillo afilado y de hoja angosta a menudo se aleja
un poco antes de darse cuenta de que estaá herido? Su asesino puede no haber
estado cerca de eá l cuando se desmayoá ."
"Cierto", admitíá. "Y el hecho puede haber sido hecho tan raá pido que podríáa
haber pasado desapercibido incluso por un testigo cercano. Una fuerte
palmada en la espalda, un jovial..."
"Entendido, Peabody."
"Podríáamos preguntar a los sufragistas si alguno de ellos observaba tal
encuentro."
"Mientras disfruto de sus vuelos de fantasíáa, querido, el escenario que ha
descrito con tanto garbo es soá lo una de varias posibilidades."
"Dame otra, entonces."
"Un empujoá n y un tropezoá n, una mano uá til en el hombro", dijo Emerson con
prontitud. "Una falange de supuestos turistas marchando por el pasillo y
empujando a todos fuera de su camino, envolviendo a la víáctima."
"Eso es un poco descabellado, ¿no crees?"
"Oh, no lo seá . Los has visto hacerlo. Con frecuencia," continuoá Emerson,"por
varias hembras con mandíábulas de hierro que se comportan como si fueran las
duenñ as del hotel."
Sintieá ndome obligado a defender mi sexo, dije: "He visto a hombres con
mandíábulas de hierro comportarse de la misma manera. Muchos de ellos son
miembros de las fuerzas armadas".
"Asíá es", admitioá Emerson. "Abandonemos las conjeturas y ocupeá monos del
hecho mismo."
"Un hombre muerto en el suelo de mi cuarto de banñ o", dije amablemente.
"Precisamente. Les llevaraá alguá n tiempo identificar al tipo. ¿Necesitamos
sentarnos aquíá a dar vueltas con los pulgares?"
"Supongo que no hace falta. El Sr. Russell ya me ha interrogado".
"¿Russell estuvo aquíá?"
"Síá. Tomeá como un gesto corteá s que vendríáa en persona. Dijo que lamentaba
no haberte visto".
"Bah", dijo Emerson. "Olvíádate de las cortesíáas. Me niego a permitir que
estas distracciones interfieran con nuestras actividades profesionales".
"Entonces quizaá s deberíáamos visitar al Sr. Maspero, como eá l pidioá .
Necesitaremos su permiso para excavar".
"Oh." La frente de Emerson se arrugoá . "Maldecirlo, supongo que debemos
hacerlo".
"Estareá listo tan pronto como encuentre mi sombrilla."
Siguioá otra discusioá n, pero fue breve, ya que Emerson sabíáa desde el
principio que yo teníáa la intencioá n de acompanñ arlo, y sus protestas fueron
puramente formales. Me las arregleá para persuadirlo de que asumiera un
abrigo y una corbata, y me puse un vestido nuevo que habíáa comprado en
Londres, seda amarilla adornada con encaje crudo y cuentas de aá mbar.
Siempre es aconsejable, creo, presentarse lo mejor posible cuando se trata de
gente como Maspero, que aprecia la alta costura.
Durante el viaje en taxi, Emerson se las arregloá para ponerse de mal humor.
Irrumpioá en la oficina del director sin ceremonia, haciendo a un lado a
diversos empleados y asistentes.
"Mira, Maspero, me niego a que me den oá rdenes. ¿Queá demonios quieres?"
La barba de Maspero era gris y su cabeza calva, pero su sonrisa era tan
caá lida como siempre. Con el paso de los anñ os se habíáa acostumbrado a
Emerson. Levantaá ndose de detraá s de su escritorio, extendioá una mano de
bienvenida.
"Mi querido amigo, nunca tendríáa la temeridad de ordenarle a usted o a la
Sra. Emerson que hagan algo. Pedíá su ayuda en un asunto delicado porque
tengo mucha confianza en usted. Que lo aceptes o no, depende de ti, s'il vous
plait".
"Hmph", dijo Emerson. Despueá s de escoltarme a una silla, tomoá otra y miroá
fijamente a Maspero. "¿Y bien? Vayamos al grano de una vez. ¿Queá es lo que
quieres que hagamos? Por favor, responda con el menor nuá mero de palabras
posible".
"Pasa tu temporada de invierno en Amarna".
"¿En la Aldea de los Trabajadores? Gracias", dijo Emerson con gran
sarcasmo. "Pero no, ya ha sido examinado. Y dudo que Borchardt me ceda
alguna parte interesante del sitio".
Maspero dudoá por un momento, y luego dijo: "Estoy seguro de que puedo
contar con ustedes, amigos míáos, para mantener confidencial la informacioá n
que estoy a punto de revelar. Herr Borchardt tuvo que volver a Alemania para
hacer frente a una crisis familiar. Herr Morgenstern fue enviado para
reemplazarlo. Todo estaba bien, pero ahora estoy cada vez maá s preocupado
por eá l. Su comportamiento uá ltimamente ha sido inusual."
"¿En queá sentido?" Le pregunteá .
"Ha estado ausente de sus excavaciones durante un largo períáodo de
tiempo, dejaá ndolas a cargo de un individuo que parece tener poca o ninguna
experiencia en arqueologíáa. No es como el senñ or Morgenstern, que es muy
respetado en su campo. Se rumorea que estaá en El Cairo". El encogimiento de
hombros de Maspero fue melodramaá tico. "¿Queá estaá haciendo allíá? Es muy
improbable que una mujer esteá involucrada. Un coqueteo podríáa distraerlo
por un corto tiempo, pero es un arqueoá logo dedicado que ha tenido la
oportunidad de excavar un sitio importante. Ademaá s de eso, no ha habido
chismes. Cuando ocurren esas cosas, siempre hay chismes".
"¿Nos estaá s pidiendo que lo averiguü emos?" Pregunteá . "Porque seríáa
impertinente de nuestra parte entrometernos en sus asuntos privados sin una
orden directa de usted. Herr Morgenstern no es un hombre faá cil de tratar;
Emerson nunca se ha llevado bien con eá l".
"No es una orden", dijo Maspero suspirando. "Una peticioá n. Una peticioá n
directa. Una peticioá n urgente. Dile a El-Amarna que debe ser protegido a toda
costa."
"Consideraremos eso como una autorizacioá n suficiente", dije. "Y le haremos
saber lo antes posible lo que nos proponemos hacer."
"¿Su peticioá n tiene algo que ver con el hombre muerto que se metioá en el
banñ o de la Sra. Emerson esta manñ ana?" preguntoá Emerson.
"¿Perdoá n?" exclamoá Maspero. "¿Un hombre muerto entroá en el banñ o de la
Sra. Emerson?"
"No estaba muerto hasta despueá s de entrar", dijo Emerson, lo que
contribuyoá a la confusioá n de Maspero.
"Permíátame, Emerson", dije, y procedíá a explicar la situacioá n de la manera
maá s eficiente posible.
"¡Mon Dieu!" exclamoá el director. "Lamento, madame, que haya sido
sometida a una visioá n tan angustiosa."
"Bah", dijo Emerson. "Ella prospera con esas vistas."
Habíáa traíádo el ushebti roto conmigo. "Encontramos esto en la puerta de
nuestra sala de estar esta manñ ana", le dije, entregaá ndoselo al director. "Creo
que es para comunicar un mensaje."
"¿Mensaje?"
"Una peticioá n de ayuda", le expliqueá .
"¿Ayuda?" Maspero resonoá , mirando fijamente al ushebti.
"Por favor, preste atencioá n, monsieur", le dije. "Ese objeto transmite dos
ideas: primero, Amarna, y segundo, destruccioá n, danñ o."
Maspero continuoá mirando fijamente al ushebti. "Es Akenatoá n", murmuroá .
"Es inconfundible. ¿De doá nde ha salido?"
"Esa es la pregunta", dije. "Si no viene de ninguna coleccioá n con la que esteá s
familiarizado, entonces debe haber venido del sitio de Amarna mismo."
"Pero no de las excavaciones de Morgenstern", dijo Emerson. "Estaá
excavando el sitio de la ciudad. Los Ushebtis son objetos funerarios. No se los
encontraríáa en una casa privada".
"¡Entonces de una tumba hasta ahora no descubierta!" proclamoá Maspero.
"La tarea del descubrimiento parece ser suya, amigos míáos."
Emerson no es bueno para ocultar sus emociones. "Contrabando" podríáa ser
una palabra demasiado fuerte para su expresioá n en ese momento, pero no por
mucho. Se habíáa negado a trabajar en varios de los lugares maá s tentadores de
Egipto por principio (o posiblemente por pura obstinacioá n), alegando que
tarde o temprano necesitaríáa su experiencia y que cederíáa amablemente a las
suá plicas de Maspero de que volvieá ramos a Amarna. Ambos teníáamos un afecto
especial por ese sitio, donde nos conocimos por primera vez y (despueá s de un
intervalo) nos apegamos el uno al otro en formas que no deberíáan requerir
elucidacioá n para mis lectores maduros. Habíáa pocos lugares en Egipto que le
hubieran atraíádo maá s. Pero su feá rreo sentido del deber (o pura obstinacioá n)
prohibioá el camino de la príámula.
"Imposible", declaroá con firmeza mi marido,"en el sentido de que tenemos
una excavacioá n inacabada en Zawaiet el'Aryan que completar".
"Pero mi querido amigo, ¿queá puede ofrecer Zawaiet el'Aryan en
comparacioá n con Amarna?"
De hecho, teníáa mucho que ofrecer: un entierro real de la Tercera Dinastíáa,
para ser precisos. No pudimos completarlo el anñ o anterior debido a los
penosos acontecimientos a los que he aludido.
"En una eá poca excavaste en la Aldea de los Trabajadores en Amarna",
continuoá Maspero. "¿Por queá no regresas y terminas el trabajo? Y, mientras
estaá s allíá, busca una tumba nueva".
Aparte del compromiso que Emerson ha mencionado", dije, antes de que
pudiera ofrecer una opinioá n que podríáa no coincidir con la míáa, "nuestro
personal no estaá completo". Nuestro hijo y su amigo David Todros siguen en
Palestina".
Desviado momentaá neamente, Maspero preguntoá : "¿Queá hace Emerson Fils
en Palestina?"
Una respuesta sincera habríáa sido:"Ojalaá lo hubiera sabido". Mi molesto hijo
no se habíáa negado a responder a mis preguntas, pero sus respuestas habíáan
sido tan vagas y equíávocas que no habíáa sido capaz de localizarle. Mi temor era
que se hubiera involucrado con el maldito Servicio Secreto Britaá nico. El
Servicio siempre estaba tratando de reclutar arqueoá logos. Se convirtieron en
agentes ideales porque teníáan una razoá n legíátima para estar donde estaban
-Egipto, Palestina, Turquíáa, Siria- y en la mayoríáa de los casos hablaban el
idioma local. Ramseá s era un linguü ista natural; su alemaá n, turco y aá rabe eran de
fluidez nativa. Desde muy pequenñ o habíáa vivido parte del anñ o en Egipto y allíá
estaba tan a gusto como en Inglaterra. En resumen, era un espíáa perfecto y yo
sabíáa que la inteligencia britaá nica daríáa mucho para alistarlo.
Y me aseguraríáa de que no tuvieran eá xito.
"Pronto se uniraá a nosotros", dije con fervor. "En Amarna".
Dos
La llanura de Amarna es un semicíárculo aá spero, con el ríáo como diaá metro. Los
acantilados descienden casi hasta el ríáo en cada extremo del diaá metro, por lo
que el acceso a la llanura es difíácil. El sitio es rico en restos arqueoloá gicos: dos
grupos de elegantes tumbas de nobles, una serie de estelas fronterizas, un
pueblo de obreros y los tristes restos de la una vez deslumbrante ciudad. Aquíá
Eknatoá n, el faraoá n hereje, abandonando la ciudad de Tebas y el culto al
extenso panteoá n de dioses y diosas, construyoá un nuevo capitel en un terreno
que nunca habíáa pertenecido a otro dios, como declaroá en sus abundantes
estelas fronterizas que delimitaban el lugar. Fue una ciudad efíámera, activa
durante unos diecisiete anñ os y desierta poco despueá s de la muerte de
Akenatoá n hacia 1336 a.C. Su sucesor, el joven Tutankamoá n, regresoá a Tebas y
en menos de una deá cada se restablecioá la ortodoxia.
A Eknatoá n se le ha llamado el primer monoteíásta, y aunque en sus
inscripciones se mencionan algunas otras deidades solares, en mi opinioá n, es
mera objecioá n negar que tiene derecho a esa distincioá n, como tampoco es
razonable negar que el cristianismo es monoteíásmo porque adora al Padre, al
Hijo y al Espíáritu Santo.
Pero para reanudar.
Minya es la estacioá n de tren oficial maá s cercana a Amarna, pero no era
conveniente para nosotros, asíá que el ingeniero se detuvo obligatoriamente
justo al otro lado del ríáo del lugar. (El fue complaciente porque Emerson lo
habíáa convencido de que este acto era en su propio intereá s, lo cual
seguramente lo era). Esto provocoá las habituales quejas de los pasajeros
europeos, que por supuesto ignoramos. Nuestros leales amigos nos estaban
esperando, y no tardoá mucho en descargar nuestro equipaje. Llevoá maá s tiempo
intercambiar los abrazos y las expresiones de bienvenida de Daoud y el resto
de los hombres, que habíáan tomado un tren anterior. Incluso ahora, despueá s
de tantos anñ os, me encuentro buscando la forma majestuosa y el magníáfico
turbante de nuestro antiguo reis Abdullah, que siempre habíáa sido uno de los
primeros en darnos la bienvenida. Nuestros hombres habíáan trabajado para
nosotros durante muchos anñ os, y uno de ellos, el nieto de Abdullah, David, era
ahora un miembro de nuestra familia, habiendo desposado a nuestra sobrina
Lia (el escaá ndalo que esto habíáa causado en el mundo de Kent habíáa
alimentado los chismes locales durante semanas).
Fue como volver a casa para ver nuestra querida dahabeeyah, que Emerson
habíáa bautizado con mi nombre, amarrada en el muelle al otro lado del ríáo.
Nos subimos a los pequenñ os botes que nuestros amigos habíáan preparado y
cuando nos acercamos al muelle, vimos a nuestra querida cocinera y ama de
llaves, Faá tima, en cubierta, agitando vigorosamente una toalla. Pronto le
devolvíáamos sus calurosos abrazos, excepto a Emerson, quien, con dificultad,
extrajo su mano de la de ella, que ella retorcíáa con gran entusiasmo ya que no
podíáa abrazarlo en puá blico, a pesar de ser praá cticamente un miembro de
nuestra familia. Mahmoud, nuestro mayordomo, mantuvo una distancia civil,
pero estaba radiante.
Trateá de persuadir a Emerson para que nos dejara descansar un poco y nos
arreglaá ramos despueá s del tedioso viaje en tren, pero eá l se estaba preparando
para llegar al lugar, y Nefret anuncioá que ella tambieá n lo estaba haciendo. No
hace falta decir que opteá por unirme a ellos.
Algunos de los rudimentarios alojamientos que habíáamos construido
anteriormente auá n estaban en pie, y los hombres se pusieron a trabajar
inmediatamente limpiaá ndolos y reparaá ndolos. Cuatro maderas erguidas
esperaban una lona de lona; la sombra era esencial bajo el sol abrasador. Un
pequenñ o cobertizo alejado del sitio ofrecíáa un míánimo de privacidad en ciertas
situaciones. El hecho de que los componentes baá sicos de las estructuras
permanecieran intactos fue un homenaje a Emerson. Ni siquiera el maá s
valiente de los carronñ eros se atreveríáa a ofender al Padre de las Maldiciones.
Sabíáa que no habíáa esperanza de que pudiera mantener a Emerson alejado
de la excavacioá n de Morgenstern. "Vaya, Peabody", diríáa reprobadoramente,
"es cortesíáa baá sica visitar a un companñ ero cuando uno estaá en el vecindario".
Que fue precisamente lo que dijo.
El camino era uno que conocíáamos bien, siguiendo el ríáo lo maá s lejos posible
antes de cruzar la llanura arenosa y soleada hacia las ruinas de la otrora
hermosa ciudad de Eknaton. Todavíáa estaá bamos en la bendita sombra del
cultivo, el cinturoá n de tierra feá rtil a ambos lados del Nilo, cuando vimos a un
hombre que caminaba eneá rgicamente hacia nosotros. Era un tipo de aspecto
coá mico, con ojos y pelo protuberantes que se asomaban por debajo de su
sombrero. Su traje blanco estaba manchado de polvo, pero su brillante pajarita
roja parecíáa impecable. Comenzoá a llamarnos con voz aguda cuando auá n
estaá bamos a cierta distancia. "¡Nadie puede acercarse a la excavacioá n! ¡Vete de
inmediato!"
"¿Quieá n diablos eres?" Preguntoá Emerson.
El hombrecito se levantoá hasta su altura maá xima (cinco pies y medio, en el
mejor de los casos). "Octavio Buddle, en representacioá n de Herr Morgenstern."
"¡Buen Gad!" Dijo Emerson, sorprendido. Me miroá con atencioá n. "Imagíánate
eso. Peabody, aquíá estaá el Sr. Octavius Buddle, vivo y bien."
"Creo que su valoracioá n es correcta", respondíá, "aunque todavíáa no hemos
examinado su espalda. ¿Seríáa tan amable de darse la vuelta, Sr. Buddle?"
"¡No hareá tal cosa!"
"Entonces me dejas con una sola opcioá n", le dije mientras le enganchaba el
brazo con mi sombrilla y lo tiraba a un lado. "Estaá intacto e ileso", le informeá a
Emerson, quien parecíáa inmoderadamente entretenido por el grito de
indignacioá n del hombre. "¿Coá mo procederemos?" Conociendo a mi esposo tan
bien como yo, sabíáa que ambos nos preguntaá bamos si debíáamos informarle
sobre la tarjeta encontrada en el bolsillo del supuesto asesino.
Emerson se encogioá de hombros. "¿Sabe quieá nes somos, Sr. Buddle?"
Nos miroá hacia arriba y hacia abajo con una fríáa autoconfianza que yo temíáa
que irritara a mi faá cilmente irritable esposo. "Profesor y Sra. Emerson,
supongo. Herr Morgenstern insistioá especialmente en que no se le admitiera
en el sitio. Por favor, vaá yanse de inmediato".
"Bah", dijo Emerson. "No me ha dado ninguna razoá n para suponer que tiene
tanta autoridad, Sr. Buddle. Que Morgenstern lo designe como su segundo al
mando es una tonteríáa. Deseo hablar con el propio Morgenstern."
"No estaá aquíá."
"¿Doá nde estaá ?"
"No veo por queá deberíáa responder a esa pregunta, profesor, pero de hecho
el Sr. Morgenstern estaá en El Cairo."
"Ridíáculo", dije, evitando una respuesta grosera de Emerson. "Deberíáa haber
vuelto hace alguá n tiempo. Ten la amabilidad de decirnos cuaá ndo lo esperas".
"No veo por queá deberíáa decirle algo, Sra. Emerson", dijo Buddle con una
expresioá n prosaica.
Emerson lo recogioá y lo dejoá a un lado. "No lo conozco, senñ or, pero estoy
seguro de dos hechos: primero, que usted no es arqueoá logo, vestido como lo
es; y segundo, que se ha encargado, sin autorizacioá n, de hablar en nombre de
Morgenstern. ¿A quieá n diablos representas?"
Algo sorprendido por esta contundente acusacioá n, el Sr. Buddle dudoá por un
momento antes de responder. "Tal vez no sepa, profesor, que el principal
contribuyente a la labor de la Deutsche Orient-Gesellschaft es un distinguido
caballero llamado James Ridgemont. Soy un ayudante de confianza del Sr.
Ridgemont. Me ha enviado aquíá para asegurarme de que sus intereses sean
atendidos".
"En otras palabras, para reclamar los descubrimientos maá s interesantes",
dijo Emerson a Nefret y a míá. "Por eso me he negado a aceptar el
apadrinamiento, incluso de un amigo tan bueno como Ciro. Por queá el Servicio
de Antiguü edades permite que estos saqueadores se lleven tantos objetos
uá nicos que no entiendo. Afortunadamente, no necesitamos prestarle atencioá n
a este tipo".
Seguidos por el Sr. Buddle, que hacíáa ruidos como un pollo indignado,
continuamos nuestro camino. De repente, una figura asombrosa salioá de
detraá s de una de las pequenñ as casas. Era un gran oso de hombre, voluminoso y
extremadamente peludo; no soá lo exhibíáa una cabeza de pelo que se asemejaba
a una gran maranñ a de hilo negro y una larga barba y bigote negros, sino que
incluso el dorso de sus manos estaba cubierto de pelusa negra y maá s se veíáa
en el cuello abierto de su camisa. Creo que teníáa toda la intencioá n de hablar
con nosotros, pero antes de hacerlo Emerson saltoá sobre eá l y lo tiroá al suelo.
Los dos rodaban de un lado a otro mientras yo estaba sobre ellos con la
sombrilla levantada y Nefret bailaba aá gilmente alrededor de los cuerpos en
movimiento, listo para intervenir si fuera necesario. Ella y yo estaá bamos
acostumbrados a las acciones precipitadas de Emerson, aunque no podíáa
entender queá habíáa provocado esto. Sin embargo, mi deber era ayudar a mi
coá nyuge, asíá que cuando el hombre bajista estaba en lo maá s alto, golpeeá con mi
sombrilla.
Desafortunadamente la pareja se habíáa dado la vuelta en el uá ltimo segundo,
y mi golpe cayoá sobre la cabeza de mi querido esposo. Aturdido
momentaá neamente, aflojoá el agarre y el hombre se extrajo raá pidamente y salioá
corriendo como si las hienas hambrientas le estuvieran pellizcando los
talones.
Estaba dividido entre perseguirlo y ocuparme de Emerson, pero un
momento de consideracioá n me informoá que la cantera estaba retrocediendo a
una velocidad que yo no podíáa igualar. Para ser sincero, tampoco sabíáa lo que
haríáa si pudiera alcanzarlo.
Emerson se sentoá , frotaá ndose el craá neo.
"¡Lo siento mucho, querida!" exclameá .
"¿Se encuentra bien, profesor?" preguntoá Nefret con ansiedad.
"Oh, claro", dijo Emerson, parpadeando. "Estoy acostumbrado a ser
golpeado en la cabeza por mi esposa. Ocurre maá s a menudo de lo que crees".
"Cielo santo", dijo el Sr. Buddle. Debo reconocerle el meá rito; en lugar de huir,
se habíáa quedado cerca, saltando de un salto y pronunciando pequenñ os
graznidos de alarma. "¿Este tipo de comportamiento es tíápico, profesor? Lo
encuentro censurable."
"¿Deberíáa haberle permitido acosar a mi esposa?" Emerson se puso en pie,
su expresioá n formidable. "¿Conoce la palabra'asesino'? Viene de la
palabra'hashshashin', y fue usada para describir una secta de Nizari Ismalis
formada a finales del siglo XI y basada en Siria y Persia".
La conferencia de Emerson habríáa durado mucho si yo no hubiera agarrado
su brazo y senñ alado a un hombre que se apresuraba hacia nosotros. Habríáa
sido un joven apuesto, de no haber sido por la indecorosa cicatriz que
desfiguroá su mejilla. Deduje que debe ser alemaá n, ya que los estudiantes de
esa nacioá n se enorgullecen de tales estigmas.
"El Sr. y la Sra. Emerson, supongo," comenzoá , pero no llegoá maá s lejos porque
Emerson saltoá sobre eá l y lo tiroá al suelo.
"Emerson, por favor, deja de hacer eso", dije enojado. "Debe disculpar a mi
marido, senñ or..."
Emerson, con un aspecto algo tíámido, se retiroá y yo ayudeá al recieá n llegado a
ponerse de pie y recupereá su sombrero. "Permíátame el honor de
presentarme", dijo roncamente. "Eric von Raubritter, a su servicio."
No pude evitar admirar su auto-posesioá n. Pocas personas recuerdan sus
modales despueá s de haber sido derribadas y casi desmanteladas.
"Mucho gusto", le dije. "Permíátame presentarle al Dr. Nefret Forth."
Von Raubritter ya se habíáa quitado el casco; se inclinoá al estilo formal
alemaá n mientras Nefret sonreíáa y asintioá . Antes de que cualquiera de los dos
pudiera continuar con las cortesíáas, Emerson dijo:"¿Quieá n diablos..."
Levanteá mi voz a un tono bien educado que puede silenciar incluso a
Emerson. "El Sr. von Raubritter es obviamente uno de los empleados de
Morgenstern, querida. No teníáas por queá derribarlo".
"Entonces, ¿quieá n era el otro tipo?"
"¿Queá otro tipo?", preguntoá von Raubritter.
"El tipo peludo", grunñ oá Emerson. "Pelo negro por todas partes."
"Vi a alguien huir", dijo von Raubritter, obviamente desconcertado por esta
descripcioá n. "Pero soá lo vi su espalda. Ciertamente no tenemos tal..."
"Hombre Hirsuto", dije amablemente. "Imagina un oso."
Se encogioá de hombros. "Ninguno de los hombres se ajusta a esa
descripcioá n."
"Aha." Emerson me dio una mirada significativa. "¿Ves, Peabody?"
"No, no lo seá , Emerson."
"Deberíáa ser obvio, Peabody."
"No lo es, Emerson."
Von Raubritter se rioá . Pequenñ as abolladuras en las esquinas de sus labios le
daban una mirada bondadosa, como si siempre estuviera a punto de sonreíár.
"Queá placer es escuchar intercambios domeá sticos tan afectuosos. Como
dedujo, soy el segundo al mando de Herr Morgenstern. Si me disculpan..."
Le hice un gesto al Sr. Buddle. "Este caballero dice hablar en nombre de Herr
Morgenstern."
Buddle agitoá la cabeza. "Simplemente repetíá lo que me dijo. Represento los
intereses de mi empleador".
"No tiene autoridad sobre el lugar", dijo von Raubritter.
"Bueno, entonces," dijo Emerson, "echaremos un vistazo raá pido, en caso de
que notemos algo que Morgenstern haya pasado por alto."
El descaro de esta afirmacioá n dejoá al joven estupefacto. "Pero, pero, senñ or",
tartamudeoá .
"No es necesario que vengas con nosotros", dijo Emerson de una manera
amable. "Tienes trabajo que hacer."
Vino con nosotros, aunque tuvo que correr para alcanzarnos, porque
Emerson no se habíáa detenido. Lo mismo hizo el Sr. Buddle, que se habíáa
quedado callado, tal vez porque se habíáa quedado sin aliento para hablar. Una
vez que Emerson, Nefret y von Raubritter se adelantaron lo suficiente como
para estar fuera del alcance del oíádo, tomeá el brazo del Sr. Buddle y lo hice a un
lado.
"Hay algo que debo decirte", le dije. "Podríáas estar en grave peligro."
"Eso se me pasoá por la cabeza cuando su marido empezoá a tirar al suelo a
personas inocentes", dijo secamente. "El hombre que usted describioá como
pesimista es un misionero que ha estado observando la excavacioá n de vez en
cuando. EÉ l y Herr Morgenstern son muy amigables. Su marido deberíáa haberle
dado la oportunidad de presentarse."
No vi ninguna necesidad de defender las acciones de Emerson, que eran
justificables en la situacioá n actual. "En El Cairo, nos encontramos con un
criminal que teníáa una tarjeta con tu nombre escrito en ella. Ya no es una
amenaza, pero puede que tenga socios que quieran hacerte danñ o".
El Sr. Buddle me miroá fijamente. "¿Quieá n es este hombre?"
"Puede que haya estado usando el alias'Judas'. La policíáa no ha sido capaz de
identificarlo adecuadamente."
"¿Un hombre llamado Judas que ya no es una amenaza? Sra. Emerson,
sospecho que el calor ha confundido sus sentidos," murmuroá con una voz
cargada de condescendencia. "¿Por queá no buscas un lugar a la sombra para
descansar, pobre mujer?"
En lugar de molestarme en inventar una respuesta mordaz, aumenteá mi
ritmo hasta que llegueá al lado de Emerson. Me miroá con curiosidad, pero no
estaba de humor para contar el intercambio y poner seriamente en peligro el
bienestar del Sr. Buddle.
Seguidos por el habitual tren de ninñ os curiosos y fellahin, nos encaminamos
por el borde del cultivo. Estaá bamos pasando por un grupo de casas humildes
ubicadas en un pequenñ o bosque de palmeras cuando Emerson se detuvo y se
giroá con la rapidez de una pantera que puede mostrar cuando quiere. Una de
las mujeres que nos seguíáa era un poco maá s alta que la mujer egipcia
promedio, y estaba envuelta de pies a cabeza en negro, excepto por un par de
ojos oscuros de color kohl. Emerson y yo tenemos una misma mente y un
mismo corazoá n; siempre seá lo que estaá pensando, a veces antes de que eá l
mismo lo sepa, asíá que cuando Emerson se precipitoá hacia la mujer, pude
evitar que la tirara al suelo.
"¡Estaá escondiendo algo bajo su burka!" exclamoá , tratando de ahuyentarme.
Habíáa ciertamente un bulto, pero si Emerson no hubiera estado tan
obsesionado con los asesinos potenciales, probablemente habríáa llegado a la
conclusioá n maá s obvia. Incluso despueá s de que la mujer cayera de rodillas,
gritando, eá l continuoá manteniendo su agarre sobre su hombro.
"Emerson, ¿queá demonios estaá s haciendo?" Lloreá , tirando inuá tilmente de su
brazo. "Estaá embarazada".
"¿Queá mejor disfraz para nuestro viejo enemigo Sethos que el de una mujer
embarazada?" Emerson cacareoá . "¡Mira sus ojos, Peabody! No son negros, sino
marroá n verdoso".
"No es el uá nico que tiene ojos de esa sombra", le contesteá . "Puede ser capaz
de hacerse pasar por una mujer embarazada, pero esta mujer va a dar a luz
pronto. Ni siquiera Sethos podríáa simular esa actividad."
"¡Oh, buen Gad!" Emerson soltoá a la mujer como si se hubiera vuelto muy
caliente. "¿Estaá s seguro?"
"Síá", declaroá con firmeza Nefret. "Ayuá danos a meterla en su casa".
Emerson, que se habíáa ocupado de las heridas sangrientas, incluidas las
suyas, con un aplomo perfecto, retrocedioá , con los ojos bien abiertos. "No
importa", le dije. "Soá lo vete. Nefret y yo podemos arreglaá rnoslas".
Lo cual hicimos, por supuesto.
Veinte minutos despueá s, salimos de la casa y encontramos a Emerson cerca.
"¿Estaá bien?", preguntoá ansioso. "¿El bebeá ?"
"Ambos estaá n bien", le aseguroá Nefret. "Su madre estaba extaá tica de tener a
Sitt Hakim y Nur Misur en su casa y fue inflexible en cuanto a que tenemos teá e
higos de menta. Despueá s de examinar brevemente a la joven, le asegureá que su
bebeá naceríáa en los proá ximos díáas. Aunque soá lo tiene quince o dieciseá is anñ os,
no es su primer hijo". Una sombra aparecioá en su cara, pero mantuvo su
mirada.
Una vez maá s mi a veces ridiculizado (por Emerson) cinturoá n de
herramientas resultoá uá til en la limpieza de las manos, ya que llevo conmigo
tanto agua como alcohol (el alcohol estaá en forma de whisky, sirviendo asíá en
dos capacidades, la de restaurador y la de desinfectante). Despueá s de que
Nefret goteara unas gotas sobre un panñ uelo y comenzara a frotar sus manos,
tomeá un discreto sorbo. Si mi amado esposo continuara saltando sobre la
gente, necesitaríáa fortaleza.
Seguimos nuestro camino, siguiendo la líánea de cultivo en la medida de lo
posible antes de entrar en el desierto. Buddle no estaba a la vista, pero cuando
nos acercamos al lugar donde trabajaba el equipo de Morgenstern, vi a von
Raubritter observando nuestro acercamiento con cierto aire de aprensioá n.
Para dar al ausente Morgenstern lo que se merece, habíáa estado trabajando
con casi el mismo grado de experiencia que Emerson y yo habríáamos
demostrado. Una vez identificada lo que debioá ser una de las principales calles
de la ciudad, excavoá metoá dicamente las estructuras que la habíáan forrado y asíá
la definieron. Eran una mezcla interesante, villas senñ oriales intercaladas con
casas bajas y edificios diversos. Los hombres auá n no habíáan alcanzado el nivel
del suelo en un patio lleno de escombros. Se detuvieron de inmediato ante una
aguda palabra de von Raubritter.
Pero el orden llegoá demasiado tarde; soá lo quedaban unos centíámetros de
arena y hasta yo podíáa ver una forma demasiado regular para ser una
formacioá n natural. Con una fuerte exclamacioá n, Emerson se arrodilloá junto al
aá rea excavada y tomoá un cepillo para limpiar el objeto de los restos de arena.
Mi grito de "¡Emerson!" mezclado con el "¡No, profesor!" de von Raubritter fue
en vano. Soá lo la moderacioá n fíásica puede detener a Emerson cuando estaá tras
un hallazgo importante.
"Es la cabeza de una reina o princesa", pronuncioá Emerson mientras se
levantaba. "Parte de una estatua compuesta. La corona habríáa sido una pieza
separada, unida por medio de esta protuberancia. Como ves, Peabody, no
estaba terminado. La superficie no estaá pulida, y la tenue líánea vertical de la
frente a la barbilla indica que el escultor teníáa la intencioá n de seguir
trabajando en ella".
Von Raubritter no podíáa limitarse a mostrar un conocimiento superior.
"Esto es parte del taller de un escultor llamado Thutmose. Me dijeron que el
senñ or Borchardt estaba eufoá rico cuando se encontroá con un intermitente de
marfil entre la basura. Fue inscrito con el nombre y cargo de Tutmose como
escultor oficial de la corte de Akenatoá n. Desde que Herr Morgenstern se hizo
cargo, hemos descubierto maá s de una docena de moldes de yeso de caras y
cabezas llenas, junto con herramientas y frascos de pigmentos".
Emerson levantoá las cejas. "Es una mujer. ¿Crees que podríáa ser la reina
Nefertititi?"
Reprimíá un fuerte impulso de empujar a Emerson con algo afilado, pero
como me resistíá a empunñ ar mi sombrilla por segunda vez en menos de una
hora, tuve que contentarme con una reprimenda susurrada. "Esa no fue una
decisioá n sabia, Emerson. Míáralos."
"Ellos" eran los sospechosos habituales: posibles ladrones de tumbas y
otros delincuentes, dispersos entre la banda de gente curiosa por ver queá
haríáamos a continuacioá n y quieá nes nos habíáan seguido. Se habíáan detenido
cuando nos detuvimos, a una distancia segura de Emerson, y hubo una buena
cantidad de empujones cuando todos trataron de obtener la mejor vista.
Reconocíá el ojo blanco ciego y las cejas heladas de Mahmud Farouk, la barba
de Asmar, el rostro de Mustafaá Ahmed de nuestra primera estancia en Amarna.
Si Sethos estaba entre ellos, estaba bien disfrazado.
"Volveraá n esta noche," continueá ,"porque saben que donde hay uno, puede
haber maá s."
"No permitireá eso", dijo Emerson. Levantoá la voz a su famoso bramido.
"¡Estareá aquíá esta noche, toda la noche! "El que quiera desafiar la ira del Padre
de las Maldiciones...
"Has dejado claro tu punto, querida, y muy elocuentemente. Ahora dale el
pincel al Sr. von Raubritter. Ha sido un díáa ajetreado y me gustaríáa disfrutar de
un almuerzo tardíáo y descansar".
Emerson pasoá el pincel a von Raubritter y luego le entregoá la cabeza, pero
con una visible reticencia a confiar en otra persona para que lo descubriera. Al
cuadrar los hombros, von Raubritter dijo: "Aprecio su oferta de ayudar a
guardar el alijo, profesor, pero esa es mi responsabilidad. Con el debido
respeto, creo que el senñ or Morgenstern no..."
"Agradezco que interfiramos con el trabajo de otra excavadora", les
proporcioneá . "Tiene razoá n, Herr von Raubritter. No volveraá a suceder. Dudo
que tengas problemas esta noche. Les deseo un buen díáa. Vamos, Emerson."
Emerson sintioá que le iban a reganñ ar, como eá l lo habríáa llamado. Mis leves
recordatorios de comportamiento apropiado a veces eran tomados como tales
por mi sensible esposa. Me ofrecioá su brazo mientras nos retiraá bamos al
dahabeeyah. Una vez que estuvimos en el saloá n, Nefret se retiroá con tacto.
"Supongo -comenzoá Emerson- que estaá a punto de sermonearme por
entrometerse en los deberes de von Raubritter. Maldita sea, Amelia, no puedo
permitirlo"
Sabíáa que yo estaba en desventaja porque eá l habíáa usado mi nombre de pila
en lugar de "Peabody", que eá l habíáa usado originalmente como un teá rmino de
burla, pero que se habíáa convertido en un teá rmino de respeto y afecto. Me
negueá a que me pospusieran.
"Me he abstenido de interrogarte sobre tu extranñ o comportamiento porque
esperaba que el víánculo entre nosotros te llevara a confiar en míá
voluntariamente. Ese víánculo parece haberse debilitado, asíá que debo
preguntar: ¿Por queá sigues saltando sobre gente que no ha hecho nada para
provocarte? ¿Queá sabes tuá que yo no sepa? Si esto se ha convertido en un
haá bito involuntario..."
"¡No digas tonteríáas, Peabody!" Emerson chasqueoá , frotaá ndose la barbilla
tan vigorosamente que se enrojecioá . "No estoy sujeto a haá bitos involuntarios.
Mi comportamiento es, como siempre, perfectamente racional."
"En ese caso, no se opondraá a que me lo explique."
"Oh, el diablo", murmuroá Emerson, "Supongo que debo hacerlo. Me lo
sacaraá s de todos modos. Me sorprende un poco que no se le haya ocurrido la
misma explicacioá n. ¿Quieá n maá s que yo intervendríáa para protegerte?"
"Ah," dije. "Temes que haya otro asesino aquíá en Amarna, y disfrazado.
Bueno, confieso que me siento aliviado. Esa suposicioá n hace que tu reciente
haá bito de saltar sobre la gente sea explicable, aunque sea precipitado".
"Para ser honesto, Peabody, esa idea no se me habíáa ocurrido. Ninguá n
asesino atacaríáa cuando estaá s rodeado de otras personas, especialmente yo.
Ambos sabemos que Sethos estaá aquíá. ¿Y si ha estado esperando la
oportunidad de secuestrarte de nuevo?"
"Parece verosíámil -reconozco-, sobre todo porque el senñ or Morgenstern
parece haber hecho un descubrimiento significativo. Es un imaá n tanto para los
ladrones locales como para los del continente. Pero debes aplicar la razoá n
antes de derribar a la gente. Por ejemplo, Sethos no puede ser el Sr. Buddle. Es
15 centíámetros maá s bajo que Sethos".
"Yo no derribeá a Buddle", dijo Emerson con justicia propia. "Von Raubritter
podríáa ser Sethos. Es de la altura correcta, y una cicatriz puede ser un
elemento de disfraz. Distrae a uno de los otros rasgos."
Contento de oíárle discutir luá cidamente, asentíá con la cabeza. "Bien hecho,
querida. Sin embargo, un candidato maá s probable es el caballero cubierto de
pelo negro. No podemos seguir llamaá ndolo'el hombre hirsuto'; debe tener un
nombre y una razoá n plausible para estar aquíá. El Sr. Buddle lo identificoá como
un misionero que rondaba por el lugar, pero debemos investigar maá s a fondo.
Selim es la persona obvia a quien preguntar. ¿Doá nde estaá eá l?"
"En la maldita Villa de los Trabajadores, supervisando a los hombres."
"Donde deberíáamos haber estado, en lugar de entrometernos en la
concesioá n de Herr Morgenstern."
"No es mi culpa, Peabody. Con la mitad de mi personal desaparecido, habíáa
poco que hacer hoy. ¿Doá nde diablos estaá Ramseá s? Le envieá una carta el mes
pasado diciendo que los necesito a eá l y a David. ¿Coá mo puedo concentrarme
en el trabajo cuando hay todas estas distracciones? Protegerte, querida, tiene
prioridad sobre todas las demaá s cosas".
Avanzoá sobre míá, con los brazos extendidos, y le permitíá que me abrazara
con carinñ o. Disfruto de los abrazos de Emerson en todo momento, y esperaba
que eá ste lo mantuviera en un estado de aá nimo maá s suave.
Desafortunadamente sus atenciones acababan de llegar a una etapa
interesante cuando una voz desencarnada anuncioá : "El almuerzo estaá servido".
La voz era la de Mahmoud, nuestro excelente administrador. A eá l y a los
otros sirvientes les gustaba saber que estaá bamos "siendo amigos", como dijo
uno de ellos, pero a Emerson no le gustaba que lo vieran cuando eá l estaba
siendo amigo, y a míá tampoco.
Nefret habíáa decidido cenar en su cabanñ a. Comimos en la cubierta superior,
como era nuestra costumbre cuando hacíáa buen tiempo, como era el caso hoy.
El cielo era azul, y el aire era tan claro que podíáamos ver el barrido de los
acantilados que lo rodeaban, blanqueados de amarillo paá lido por la luz del sol.
A nuestra llegada, envieá a uno de nuestros companñ eros a buscar a Selim.
Cuando aparecioá , Emerson lo saludoá con mucho gusto.
"Gracias por venir, Selim. Sieá ntate y uá nete a nosotros".
Selim asintioá con la cabeza y dijo: "Padre de las Maldiciones, ya he
interrogado a los aldeanos locales sobre la persona peluda. Su nombre es
Theodor Dullard y ha estado predicando al fellahin sobre Issa."
"¡Jesuá s!" exclamoá Emerson.
"¡Emerson!" exclameá .
"Soá lo traduciendo, querida. Como parece haber olvidado,'Issa' es la palabra
aá rabe para Jesuá s, que es considerado como un gran profeta por los
musulmanes. Hay que advertir a Dullard, Selim. Los musulmanes no toleran a
los proseá litos".
"Estaá predicando a los cristianos", dijo Selim.
La Iglesia Copta ha existido en Egipto desde el primer siglo. Inicialmente
tolerada por los conquistadores musulmanes, ocasionalmente perseguida, ha
florecido en ciertas zonas de Egipto. Habíáa una aldea predominantemente
copta en la regioá n. Habíáamos tenido muy poco que ver con sus residentes, ya
que todos nuestros obreros estaban relacionados en cierto grado con
Abdullah, y todos eran musulmanes devotos. La"predicacioá n a los cristianos",
como dijo Selim, era aceptable ya que a nadie -excepto quizaá s a los coptos- le
importaba lo que pensaban.
"Asíá que el Sr. Dullard es realmente un misionero", le dije.
"Siguen apareciendo, ¿no?" Emerson apartoá su plato y buscoá su pipa. "Uno
supondríáa que se habríáan dado cuenta de que han avanzado poco y se habríáan
rendido."
"Cuando uno recibe oá rdenes de Dios, no se da por vencido", le dije.
"Emerson, creo que le debemos una disculpa al Sr. Dullard. Lo invitareá a tomar
el teá con nosotros. Si estaá s de acuerdo, eso es".
"¡Maldita sea la disculpa!", dijo Emerson. "Me niego a disculparme con ese
tipo. Pero, por supuesto, invíátalo a tomar el teá . Selim, ¿sabes doá nde se aloja?"
"Con los coptos en Deir el-Mowass", dijo Selim raá pidamente. "Enviareá a
Daoud con una carta si quieres."
Fui a mi escritorio y escribíá una nota breve pero amigable. "Dile a Daoud
que espere una respuesta", le dije.
Asumo parte de la responsabilidad de lo que iba a pasar. Debido a la fatiga,
no pude observar un brillo familiar en los ojos de Emerson.
Tres
Tan pronto como recibíá una nota de retorno del Sr. Dullard aceptando nuestra
invitacioá n, pedíá un teá expansivo, con una seleccioá n de pasteles y mermelada de
fresa en lata para acompanñ ar a los bollos. He observado que los misioneros
tienen un apetito excelente cuando hay un amplio suministro de comida
disponible. Sin duda, sus congregaciones los mantienen en raciones cortas
como ejemplos de fortaleza cristiana.
De camino a nuestra cabanñ a, me detuve y toqueá suavemente la puerta de
Nefret. No hubo respuesta, asíá que mireá dentro y vi que la querida ninñ a estaba
profundamente dormida. La idea de una siesta era muy atractiva, pero
necesitaba lavar el hollíán del viaje en tren y el polvo de la extensioá n rocosa de
Amarna, arreglarme el pelo y ponerme un vestido de teá adecuado para nuestro
invitado.
El Sr. Dullard llegoá puntualmente a las cuatro. Intenteá no mirarle fijamente,
pero sin duda era una figura extraordinaria. Si sus pies hubieran estado
desnudos, estaba seguro de que tendríáan la misma capa gruesa de pelo negro
que sus manos. Cuando me saludoá con una voz precisa y aguda, tuve
dificultades para controlar mi reaccioá n porque el contraste entre su apariencia
y su habla era tan extremo. Mientras lo acompanñ aba al saloá n, le ofrecíá una
breve disculpa por el ataque de Emerson, ya que Emerson habíáa dejado claro
que eá l mismo no haríáa tal cosa, bajo ninguna circunstancia, y mi mera
sugerencia de que lo hiciera era absurda. Al menos creo que eso fue lo que
dijo, ya que su bramido resonaba en el saloá n y habíáa insertado un notable
nuá mero de palabras de maldicioá n en su diatriba. Mientras esperaá bamos a que
se sirviera el teá , me quedeá con comentarios generales sobre el tiempo. Nuestro
invitado contestoá en especie, mientras que Emerson resoplaba
perioá dicamente.
El misionero se metioá en la comida con buen apetito. Estaba terminando su
tercera taza de teá cuando de repente Emerson cruzoá la mesa y lo agarroá por la
barba.
Dullard dejoá caer su taza y empezoá a gritar de dolor y sorpresa. Despueá s de
varios tirones bruscos, Emerson lo liberoá .
"¡En serio, Emerson!" Griteá . "Discuá lpate con el Sr. Dullard de inmediato."
"No lo hareá ", contestoá Emerson con una complacencia enloquecedora. "Era
necesario que me asegurara de que su apariencia hirsuta es genuina y no se
asume con el propoá sito de disfrazarse."
Las laá grimas llenaron los ojos de Dullard. "Me parece muy poco amable,
senñ or, que se burle de mi desafortunada apariencia. Es un rasgo hereditario de
la familia, y una fuente de dolor para nosotras, mis hermanas en particular".
"¡Por el amor de Dios, hombre, no llores!", dijo Emerson. "¡Y no te arrastres!
Mantente firme y no te disculpes por algo que no puedes evitar".
"Emerson", dije. "Mira los ojos del Sr. Dullard."
"¿Por queá deberíáa hacerlo?"
"Mira sus ojos. ¿Cuaá l es la uá nica caracteríástica de Sethos que le cuesta
trabajo disfrazar?"
"Hmph", dijo Emerson. Sabíáa la respuesta, pero era reacio a admitir que
habíáa actuado precipitadamente.
"Los ojos de Sethos son una sombra indeterminada entre el verde y el
marroá n. Los del Sr. Dullard son de color marroá n oscuro".
Emerson paroá con"Seá que eres consciente de las lentes escleroá ticas
artificiales creadas por Frick, y mejoradas por Girard en los anñ os ochenta. Una
persona disfrazada podríáa haber encontrado una forma de alterar el color de
sus ojos".
"Para nada, Emerson. Ya me habíáa dado cuenta de que no lleva cosas tan
peculiares", dije tras una breve mirada a los ojos de nuestro hueá sped.
"¿Entonces por queá se escapoá esta manñ ana?"
"¡Porque me tiraste al suelo y empezaste a golpearme!" Chirrioá Dullard.
"Luego te escapaste."
"No me parecioá prudente quedarme y soportar maá s palizas."
"¡Asíá que tomaste la salida del cobarde y huiste!" El tono de Emerson fue
triunfal.
"Mis creencias religiosas me impiden herir a los hijos de Dios." El ojo
izquierdo de Dullard, casi escondido bajo una ceja negra y erizada, se movioá .
"Por lo tanto, no tuve maá s remedio que irme en vez de defenderme."
La mandíábula de Emerson se adelantoá . "¿Cree que es capaz de hacerme
danñ o?"
"Yo era un luchador profesional antes de que me llamaran a difundir la
palabra de Dios. Durante casi quince anñ os, viajeá en una caravana por los
Yorkshires. Me conocíáan como"Barbanegra". En Alemania me
llamaban"Schwarbar" u"Oso Negro". Nunca fui derrotado por el hombre ni por
la bestia."
"Ni ardilla ni escudero", dijo mi marido con una mueca de desprecio.
Puse fin a este diaá logo improductivo preguntando: "¿Puedo preguntarle, Sr.
Dullard, queá secta u organizacioá n lo patrocina?"
"Los Hermanos Iluminados de la Iglesia del Padre, Hijo y Espíáritu Santo.
Somos un pequenñ o grupo dedicado a difundir el Evangelio por todo el mundo.
Hacerlo es una dificultad, ya que hemos hecho votos de pobreza y debemos
confiar en la caridad de los extranñ os".
Emerson hizo un ruido de estrangulamiento.
"¿Otro bollo, Sr. Dullard?" Dije brillantemente.
Emerson se detuvo para hablar con Selim, que estaba esperando en nuestro
pequenñ o muelle. Camineá adelante. No tuve ninguna advertencia, soá lo un
repentino estallido de un ritmo estruendoso detraá s de míá, antes de que un
brazo como un cordoá n de laá tigo me rodeara la cintura, me levantara y me
depositara con una fuerza notable sobre una superficie dura, en este caso, una
silla de montar.
Estaba vestido con la voluminosa tuá nica negra de un Touareg, el tradicional
velo azul que ocultaba todos sus ojos. Conocíáa esos ojos, sin embargo, y
tambieá n la voz que decíáa: "Deja de retorcerte, Amelia. Si te caes, te saldraá n
algunos moretones desagradables".
"Ya he sufrido varios moretones desagradables", respondíá enojado. "¿Queá
significa esta representacioá n teatral, Sethos?"
"Creíá que te gustaban las representaciones teatrales. ¿Queá puede ser maá s
romaá ntico que ser arrebatado por un jinete velado en un caballo blanco y
llevado al desierto? En serio", prosiguioá , antes de que yo hubiera formulado
una respuesta suficientemente burlona, "queríáa tener una conversacioá n
privada con usted. Es difíácil encontrarte solo".
"Por supuesto, repetireá todo lo que le digas a Emerson."
"Ese es su privilegio." Redujo la velocidad del caballo a una caminata. "Pero
no puedo mantener una discusioá n razonable con Emerson, que estampa y jura
y trata de meterme en la habitacioá n de al lado."
"Le sugiero que sea breve, entonces. Emerson estaá en persecucioá n".
Sethos miroá por encima de su hombro. "Estaá un poco atrasado. Lo que
necesito saber de usted es si tiene alguna idea de la identidad de su agresor.
No he podido descubrir nada sobre eá l".
"Tuá fuiste el que lo apunñ aloá , supongo. ¿No es asíá...?"
"No tuve tiempo de registrarlo. Teníáa un poco de prisa", respondioá
suavemente. "¿Usted y Emerson descubrieron algo en sus bolsillos que
pudiera identificarlo?"
Por regla general, no tengo ninguna dificultad para tomar decisiones. Sethos
estaba mucho maá s familiarizado con la red de ladrones y píácaros que asolaba
la sociedad egipcia. Acabeá con la tentacioá n de mencionar el monoá culo y las
cartas, y dije:"Nada".
Miroá hacia atraá s. "Veo que Emerson nos estaá alcanzando. Puede correr muy
raá pido para un hombre de su tamanñ o, ¿no? Si se le ocurre requisar un caballo,
puede convertirse en una molestia". Tiroá de su corcel hasta que se detuvo y me
tiroá al suelo. "Si yo fuera un frenoá logo diríáa que tienes un hueco donde deberíáa
estar tu chichoá n de auto-preservacioá n. Por favor, haá ganos un favor a su sufrido
esposo y a míá, y trate de no meterse en problemas. AÀ bientoô t, Amelia."
Sethos era una figura distante cuando Emerson me abrazoá . Su abrazo era tal
que apenas podíáa respirar, pero su jadeo era adecuado para los dos. "Buen
Gad, Peabody, ¿estaá s ileso?", preguntoá mientras daba un paso atraá s y
registraba mi cara.
"Estoy bien, Emerson", dije, aunque me sentíáa un poco mareado. No estoy
acostumbrado a "representaciones teatrales" de tanta intensidad y
dramatismo.
Emerson miroá de reojo al jinete desaparecido. "No necesito molestarme en
preguntar, supongo", dijo. Agiteá la cabeza. "Entonces discutiremos esto maá s
tarde, Peabody, y en privado. Selim y la tripulacioá n estaá n sin duda de pie, con
la boca abierta. Tenemos trabajo que hacer."
Esperaba que en el desayuno del díáa siguiente Emerson tuviera algo maá s que
decir sobre los acontecimientos de la manñ ana anterior. Sin embargo, parecíáa
creer que el tema habíáa sido suficientemente discutido cuando nos retiramos a
nuestro camarote despueá s de la cena. Ciertamente lo habíáa discutido
largamente y siguioá hacieá ndolo incluso despueá s de quedarse dormido; varias
veces me despertoá una mano grande que me tocaba a tientas y una voz que
murmuraba maldiciones. Le habíáa persuadido de que no hiciera guardia en el
lugar la noche anterior. La mera posibilidad de que aparezca detraá s de una
roca o de una pared bastaríáa para disuadir a posibles ladrones, algunos de los
cuales lo consideraban con poderes sobrenaturales como los de su hijo. (El
soubriquet egipcio de Ramseá s, lamento decirlo, es Hermano de los Demonios.)
EÉ ramos tres en la mesa. Nefret auá n no habíáa bajado. Emerson teníáa la
energíáa suficiente para preguntar en tonos moribundos, "¿Hay... ...¿hay cafeá ?"
Inmediatamente le proporcioneá esa bebida, porque estaba familiarizado con
sus haá bitos. Sabiendo que se necesitaríáan varias tazas para restaurar la
coherencia de su padre, Ramseá s continuoá nuestra discusioá n.
"Madre, estoy familiarizada con tus opiniones sobre la conversacioá n
adecuada en la mesa, pero esta puede ser la mejor oportunidad para hablar de
ciertos asuntos antes de que Nefret se una a nosotros. Debo preguntarle si ha
tenido alguna idea nueva sobre la identidad de su atacante".
"Hmm", dije. "Esa es una pregunta interesante. Si el tipo era un asesino a
sueldo, estaba cumpliendo oá rdenes de otra persona, su empleador. Este
desconocido empleador contratoá los servicios de otro asesino que dejoá ese feo
tajo en tu brazo. ¿Queá pasa si el primer intento fracasa, como ocurrioá en
ambas circunstancias? ¿El asesino original -en tu caso, obviamente- estaá
obligado a seguir intentaá ndolo? O, si ha sido puesto fuera de servicio, ¿debe
proporcionar un sustituto o tal vez devolver el pago? Porque debemos asumir
que exigen el pago por adelantado, ya que..."
"Madre", dijo Ramses con impaciencia, "por favor conceá ntrate. "¿Quieá nes
son estos monoá tonos y por queá estaá n empenñ ados en nuestra prematura
desaparicioá n?
En este punto, la puerta se abrioá con tanta fuerza que se golpeoá contra la
pared. Enmarcada en la entrada, con la luz del sol detraá s, Nefret parecíáa una de
las diosas de la venganza, su cabello dorado y rojo formando una aureola
ardiente alrededor de su cara.
"Estabas escuchando en la puerta", dije reprensivamente.
"Aparentemente debo hacerlo, ya que nadie en esta familia confíáa lo
suficiente en míá como para confiar en míá", replicoá ella, miraá ndonos a cada uno
de nosotros.
Emerson emitioá un estruendo de protesta, y yo dije: "Mi querida ninñ a, soá lo
trataá bamos de evitarte preocupaciones innecesarias. No hay nada que puedas
hacer..."
"¡Síá, la hay! Puedo responder a la pregunta de Ramseá s".
Cuatro
A la manñ ana siguiente ya estaá bamos listos para tomar el primer tren. Ramseá s
anuncioá su intencioá n de acompanñ arnos, y David hizo lo mismo; Nefret decidioá
ir a Luxor para visitar la clíánica y comprar los suministros necesarios. Daoud
se hizo oíár por toda su gran y amable cara cuando le pregunteá si queríáa ir.
Despueá s de expresar su placer de poder visitar la ciudad, anñ adioá con
vehemencia: "Y, sieá ntate, vigilareá a todos los transeuá ntes y los agarrareá si se
acercan demasiado".
Discutimos varias ramificaciones de esta propuesta, y Daoud acordoá no
agarrar a la gente a menos que parecieran amenazantes, aunque no estaba
seguro de que entendiera lo que queríáa decir con esa palabra, o aceptaríáa mi
definicioá n si lo hacíáa.
"Contigo a un lado y Emerson al otro, y Ramseá s y David detraá s, nadie puede
acercarse lo suficiente para hacerme danñ o", senñ aleá .
"Camellos", murmuroá Daoud. "Un jinete en camello..."
"Por supuesto, usted tambieá n tendraá cuidado con ellos", dije,
preguntaá ndome cuaá ntos inofensivos jinetes de camellos estaríáan exigiendo un
baksheesh exorbitante despueá s de ser arrastrados de sus monturas.
Resultoá que se produjeron muy pocos incidentes de ese tipo. (Nunca habíáa
visto a un camello moverse de lado hasta que Daoud se aseguroá de que lo
hiciera.)
Una vez que nos establecimos en casa de Shepheard, nos dirigimos al
antiguo mercado. Hacíáa tiempo que no visitaba el Khan el-Khalili. Era delicioso
volver a estar allíá, atravesando los senderos sinuosos bajo pasajes a traveá s de
cuyos tejados enrejados los rayos de sol se extendíáan como dedos
polvorientos. Los tenderos se acuclillaron en bancos de mastaba encalados
fuera de sus tiendas; un viejo conocido me reconocioá y gritoá : "¡Sieá ntate Hakim!
Tengo una nueva y hermosa tela de Damasco, tejida con oro. Para ti, un precio
especial!"
Lo que implicaríáa que yo pagara el precio usual, despueá s de una hora de
beber cafeá y regatear placenteramente. "Hoy no, Fahim", volvíá a llamar. "En
otro momento, tal vez".
Harun ha sido reconocido como el mejor falsificador de El Cairo. Durante
mucho tiempo habíáamos sospechado que muchas de sus falsificaciones se
exhibíáan en museos de toda Europa y Estados Unidos, mientras que los
originales estaban en manos de ricos coleccionistas de arte egipcio antiguo.
Su establecimiento estaba a la vuelta de la esquina de la calle de los
metaluá rgicos. Una de las tumbonas en el banco de la mastaba fuera de la
tienda se levantoá y me ofrecioá su asiento (y una mano en forma de copa lista
para recibir el baksheesh). Agiteá la cabeza y Emerson y yo entramos en la
tienda, dejando el resto de nuestro seá quito fuera para no aterrorizar a Harun y
provocarle un infarto.
No habíáa nadie en la pequenñ a habitacioá n delantera, que conteníáa soá lo una
silla, un escritorio y unas pocas estanteríáas que mostraban objetos de
ceraá mica. Detraá s de una puerta en la parte de atraá s salieron voces bajas y
sonidos chillones. Cuando probeá la puerta, la encontreá cerrada, algo tan
inusual que me quedeá miraá ndola fijamente durante varios segundos antes de
anunciar mi presencia.
La puerta se abrioá lo suficiente para que apareciese uno de los ojos de
Harun. "¡Oh, eres tuá , Sieá ntate!", dijo con una pobre pretensioá n de sorpresa. "Y
Padre de las Maldiciones. ¡Ahlan-wa-salan! Bienvenido a mi humilde tienda."
Puse mi mano en la empunñ adura de mi sombrilla. "¿Sales o entramos?"
Es sorprendente lo expresiva que puede ser una sola oá ptica para alguien
que ha aprendido a leer tales senñ ales. Su obvia renuencia a admitirnos soá lo me
hizo maá s decidida a seguir adelante. La visioá n de Emerson asomaá ndose detraá s
de míá puede haber contribuido a su raá pida retirada de la puerta. O la visioá n de
Ramseá s y David, que nos habíáan seguido y que tambieá n se avecinaban. Empujeá
la puerta.
Dos de los aprendices de Harun estaban sentados en una mesa sobre cuya
superficie descansaban bloques de piedra caliza, de unas veinte pulgadas de
altura y con una forma tosca que acabaríáa siendo una cabeza humana con una
corona alta. Cuando entramos, se pusieron de pie de un salto y huyeron por la
puerta trasera.
Harun estaba de espaldas a míá, un acto de groseríáa que me resultoá difíácil de
entender hasta que me di cuenta de que estaba encorvado, con los brazos
alrededor de lo que era un estoá mago desastrosamente agrandado o un objeto
de alguá n tamanñ o.
"Atrapado en el acto", dijo Emerson, sonriendo. "Ponlo en la mesa, Harun.
No puedes eludir a Sitt Hakim o al Padre de las Maldiciones."
"O el hermano de los demonios", anñ adioá Ramses siniestramente.
Harun emitioá un desgarrador gemido. "Ya lo seá . Pero no he hecho nada malo.
EÉ l te lo diraá ; viene todos los díáas a verla. Ella es suya. La encontroá y se ha
enamorado de ella".
"Por todos los cielos", le dije. "¿Es Herr Morgenstern de quien habla?"
Harun asintioá vigorosamente. "No dije su nombre. Le di mi palabra de que
no lo diríáa".
"Has mantenido tu palabra", dijo Emerson con impaciencia. "Ahora deá janos
verlo."
Todo el mundo lo sabe ahora. Se ha convertido en un síámbolo de Egipto, un
icono. Pero esa primera vista literalmente me dejoá sin aliento. Nunca habíáa
visto nada que lo igualara. La cara exquisita, tenñ ida de los colores de la vida, la
garganta larga y delgada y la barbilla orgullosamente levantada, y la alta
corona azul que era soá lo suya.
"Nefertititi", dije en un largo suspiro. "Queá encantadora es, queá serena, queá
regia".
Ramseá s lo tomoá de los brazos de Harun y lo puso sobre la mesa.
"Ciertamente. Su nombre se traduce como'una mujer hermosa ha venido'. Eso
es quedarse corto. "Tutmose debe haber sido un escultor muy talentoso para
producir una obra de esta precisioá n".
"Asíá que esto es lo que Morgenstern encontroá antes de abandonar su
excavacioá n y salir corriendo a El Cairo", murmuroá Emerson. "¿Queá estaá
haciendo aquíá, Harun?"
"Es de eá l. Lo trajo..."
"No es de eá l", dijo Emerson. "No, a menos que el Servicio de Antiguü edades se
lo conceda en la divisioá n final. Responde a mi pregunta, Harun. ¿Por queá te lo
trajo Morgenstern?"
Harun estaba muy orgulloso de su larga barba blanca. Se extendioá casi hasta
la cintura. Supongo que lo peinaba y lavaba perioá dicamente, pero el pelo de
esa longitud tiende a recoger escombros, y el de Harun era una profesioá n
desordenada. La rozoá mientras miraba hacia arriba en busca de ayuda de Alaá .
"No importa", continuoá Emerson. "La respuesta es obvia. Eres a quien mi
esposa llama el Maestro Forjador, el maá s haá bil fabricante de falsificaciones de
El Cairo. Morgenstern le pidioá que le hiciera una copia. ¿Quieá n maá s te pidioá
que lo hicieras?"
"Nadie, Padre de las Maldiciones. Nadie."
"Sus aprendices -dijo Emerson, mordiendo cada síálaba- estaá n trabajando en
objetos que son claramente copias de la cabeza original. Dos objetos. Una, dice
usted, es para Herr Morgenstern. ¿A quieá n estaá destinado el otro?" Le agarroá la
barba a Harun. "¿Es para ti, miserable montoá n de estieá rcol de cabra? Usted es
conocido por su destreza y ha tenido tiempo de hacer copias. ¿Esperas
venderlos en el mercado negro?"
Los ojos de Harun se pusieron en blanco hasta ahora soá lo los blancos eran
visibles. "No, Padre de las Maldiciones", se quejoá . "Nunca haríáa algo asíá".
"¡Maldicioá n!" rugioá Emerson. "No tengo paciencia para abrirme paso por el
laberinto de mentiras que este viejo reá probo nos diraá . Creo que podemos
deducir la respuesta, ¿no es asíá, Peabody?" Si hubiera pronunciado el nombre
de Sethos, las llamas habríáan saltado de sus ojos ardientes. Se conformoá con
un juramento particularmente vulgar.
"Oh, síá, Emerson", dije apresuradamente. "¿Buscaremos un entorno maá s
saludable en el que reflexionar sobre nuestras opciones?"
"¡No dejareá este tesoro en manos de este briboá n!"
Los ojos de Harun se entrecerraron astutamente. "Soá lo Herr Morgenstern
puede quitarme esto, como sabes, Padre de las Maldiciones."
Emerson se detuvo. A reganñ adientes, cedioá el punto. "Muy bien, Harun, pero
volvereá manñ ana por la manñ ana con la debida autorizacioá n de Maspero para
apoderarse de la cabeza de Nefertiti. Si no estaá aquíá, te maldecireá por esta vida
y la siguiente."
"Síá, síá, Padre de las Maldiciones", murmuroá Harun mientras retrocedíáa
temeroso.
"Debemos esperar que el viejo sinverguü enza sepa lo que hareá si
desobedece", me murmuroá Emerson con inquietud.
Empezamos de nuevo hacia el Muski. Emerson establecioá un ritmo raá pido, y
yo sabíáa que estaba ansioso por salir del laberinto de calles estrechas que
caracterizan a la ciudad vieja. El Muski era en ese momento una extranñ a
mezcla de lo viejo y lo nuevo; las tiendas modernas, con vidrieras y puertas de
cristal, estaban al lado de las tiendas de frente abierto cuyos tejidos estaban
colgados de ganchos en el exterior y revoloteaban con la brisa. Ollas
esmaltadas y narguiles decorados con esmero bordeaban los estantes.
Pasaá bamos por uno de estos uá ltimos establecimientos, donde alfombras
orientales enmarcaban la entrada, cuando ocurrioá .
Los acontecimientos ocurrieron tan raá pidamente que no puedo afirmar que
los recuerde con exactitud; pero seguá n recuerdo, Daoud emitioá un grito de
alarma e intentoá instar a nuestro grupo a que avanzara. No sirvioá de nada; la
calle de enfrente estaba bloqueada por hordas de personas que corríáan por
todas partes desde un hombre que estaba en la entrada hasta un callejoá n
estrecho. Era alto, de al menos dos metros de altura, y cadaveá rico y delgado.
Mechones de pelo naranja oxidado colgaban de debajo de su sombrero de
fieltro de ala ancha. En una mano sosteníáa un palo marroá n de
aproximadamente un pie de largo. Un extremo estaba chispeando.
Creo que mis lectores inteligentes no necesitan que se les diga de queá se
trataba este objeto. Las personas que huíáan de este individuo habíáan recibido
alguna advertencia de su intencioá n, durante unos segundos antes habíáa
golpeado un foá sforo para encender la mecha. No lo habíáamos observado.
Cuando el misil vino corriendo hacia nosotros, todos nos quedamos parados.
Todos menos uno. Casi al instante, o eso parecíáa, se produjo una explosioá n
ensordecedora, no desde donde estaá bamos sino en el callejoá n de donde se
habíáa lanzado la dinamita. Mientras el ruido desaparecíáa, oíá a Emerson decir:
"Bien hecho, hijo míáo. No seá coá mo lo hiciste, pero bien hecho".
Me volvíá para ver a Ramseá s, su brazo auá n levantado y su expresioá n maá s
desprotegida de lo normal. "Fue un puro reflejo, padre. No tuve tiempo de
pensar, el fusible era tan corto. ¿EÉ l es...?
Una sola forma postrada yacíáa inmoá vil en la calle. Afortunadamente, la
mayoríáa de los transeuá ntes se habíáan salido del alcance. Algunos de ellos
habíáan sufrido heridas leves, pero muchos de los escaparates, la mayoríáa de
ellos de construccioá n fraá gil, habíáan quedado reducidos a escombros ardientes.
Tiras de alfombras de colores brillantes llenaban la calle, junto con macetas
rotas y pedazos de vidrio.
Me abríá camino entre los escombros hasta llegar al hombre caíádo. Emerson
tratoá de impedirme ver el rostro ennegrecido y los pequenñ os fuegos que
lamíáan sus ropas, pero era mi deber cristiano asegurarme de que el hombre
estuviera maá s allaá de mi ayuda.
Lo era. Esto fue afortunado en un sentido -sus heridas eran demasiado
graves para curarlas-, desafortunado en otro, ya que esperaba que pudieá ramos
capturar a uno de estos hombres vivo y persuadirlo de que hablara.
"No quise matarlo", dijo Ramses con voz hueca. Su semblante era impasible,
como siempre, pero podíáa escuchar el horror que intentaba ocultar.
"¿Preferiríáas que nos volara en pedazos?" Emerson se aclaroá la garganta
ruidosamente. "Me disculpo, hijo míáo. Respeto tus sentimientos sobre la
muerte de un ser humano, pero si este es otro maldito Godwin, se merecíáa lo
que le pasoá ".
"Debe ser uno de los Godwins, Emerson", le dije. "Son los uá nicos asesinos
que nos persiguen ahora mismo. Me pregunto si eá ste podríáa ser Guy".
"Como en Guy Fawkes, el entusiasta de la poá lvora? Es muy posible. Esta
gente no tiene mucha imaginacioá n. Formulan lo que creen que es un plan
inteligente y se aferran obstinadamente a eá l incluso cuando sale mal. Veamos
si este tipo, como Judas, tiene una tarjeta de visita".
Dejeá que Emerson registrara el cuerpo. He tratado con momias marchitas y
cuerpos en varias etapas de deterioro, pero el procedimiento no es de mi
agrado.
El cuadrado de cartoá n habíáa sido severamente danñ ado, pero quedaba
suficiente para que pudieá ramos distinguir un nombre.
"Es Guy, con razoá n", dijo Emerson. Recogioá los restos destrozados de un
monoá culo y se lo metioá en el bolsillo. "Hagamos que nos esfumen, Peabody.
Oigo el ruido de los pies de la policíáa y creo que deberíáamos discutir cuaá nto
decirles. Tratar de explicar esta situacioá n va a suponer una carga incluso para
tu feá rtil lengua".
No es mi costumbre evitar confrontaciones con representantes del gobierno
debidamente designados, pero en este caso tuve que admitir que Emerson
teníáa razoá n. Con algunas excepciones, los agentes de policíáa tienen muy poca
imaginacioá n y un prejuicio totalmente injustificado contra las mujeres. Asíá que
nos retiramos a casa de Shepheard, con Ramseá s, David y Daoud muy cerca.
Daoud insistioá en que haríáa guardia fuera del hotel. Sentíá una punzada de
compasioá n por aquellos que asumíáan que podíáan pasar por delante de eá l, con
las narices en el aire.
Una vez que llegamos a nuestras habitaciones, Emerson se fue al aparador.
"Es temprano, pero despueá s de ese espantoso episodio creo que tenemos
derecho a un whisky con soda. Chicos, ¿nos acompanñ an?"
Ramseá s se paroá en la ventana, de espaldas a nosotros. "No, gracias, senñ or".
"Por supuesto que síá", murmuroá David. "Las explosiones siempre me dan
sed".
"Propongo", dijo Emerson, "que abandonemos El Cairo tan pronto como
hayamos entregado el busto a Maspero. Como acabamos de demostrar, es
demasiado faá cil llevar a cabo un ataque asesino en estas calles abarrotadas".
"Estoy de acuerdo, padre. Cuanto antes se vaya mamaá de la ciudad, maá s
segura estaraá ".
"No podemos irnos todavíáa", protesteá . "No hasta que hayamos averiguado
cuaá ntas copias de la cabeza de Nefertiti ya ha hecho Harun. No podemos tener
nuevos apareciendo inesperadamente, y debemos relevarlo del que estaá
usando como modelo. Es el original. Ojalaá lo hubieá ramos tomado, aunque eso
hubiera sido un robo, ya que estaá bajo la jurisdiccioá n de Morgenstern".
"Manñ ana por la manñ ana informaremos a Maspero de la situacioá n y
llamaremos a Harun antes de tomar el tren del mediodíáa", dijo Emerson.
"Ramseá s tiene razoá n; debemos alejarte de esta maldita ciudad antes de que
otro Godwin intente hacerte pedazos."
No respondíá.
Del manuscrito H
"Digo, viejo amigo, ¿estaá s seguro de que estaá s preparado para esto?" dijo
Ramseá s, quitando la pelusa de los loá bulos de su chaqueta oscura. "Tallyho y
todo eso".
David se veíáa mucho maá s a gusto en su traje y corbata apagada, como si
fuera un empleado de la oficina de Gray's Inn. "Mientras no tenga que sonar
como un imbeá cil de clase alta. No es que pretenda decir mucho, ya que mi
acento es perceptible. Como asistente de su humilde asistente, permanecereá
respetuosamente en silencio."
Ramseá s se rioá . "¿Cuaá ndo has sido respetuosamente respetuoso con algo? No
te ríáas y desenmascares nuestra tapadera".
Cruzaron la concurrida calle y se dirigieron a las puertas de la embajada
alemana. Un guardia exigioá conocer sus asuntos. Ramseá s fingioá no entender y
dijo: "Soy Lord Cavendish, estoy aquíá para ver al embajador." Su tono enfaá tico
y su mirada imperiosa eran adecuados para inducir al guardia a abrir la
puerta.
"¿Lord Cavendish?" susurroá David mientras se acercaban a la entrada
principal. "¿Por queá no el Príáncipe de Gales o, mejor auá n, Guillermo el
Conquistador?"
"Nada de risitas", le respondioá Ramses susurrando. Sacoá la barbilla al
abrirse la puerta y un hombre canoso los miroá interrogativamente.
"Guten Tag. Kann ich dir helfen?", dijo con voz grave.
"Por favor, díágale al embajador que Lord Cavendish de Devonshire desea
llamarle", respondioá Ramseá s.
El hombre les hizo una senñ a para que entraran en un vestíábulo y les condujo
a una pequenñ a sala de estar. "Warten hier, bitte." Hicieron lo que se les habíáa
instruido y se sentaron en silencio, aunque Ramseá s casi podíáa oíár los
divertidos pensamientos de David. Despueá s de quince minutos, un joven de
pelo negro liso y bigote delgado como un laá piz entroá en la habitacioá n.
"Me disculpo por el retraso", dijo en ingleá s con acento. "Los problemas en
Europa y Oriente Medio nos mantienen muy ocupados. El embajador estaá en
una reunioá n en este momento. Soy Helmut Gunter. ¿Puedo ser de ayuda?"
Ramseá s se encogioá de hombros. "Ah, síá, he oíádo que hay un poco de molestia
en estos díáas, aunque es muy difíácil recordar los detalles. En realidad, estoy
buscando a un amigo míáo llamado Morgenstern. Nos conocimos cuando
estaba excavando en Siria hace varios anñ os, y tuvimos unas partidas de ajedrez
muy emocionantes. Mi ayudante", inclinoá la cabeza en direccioá n a David,"se
enteroá de que Morgenstern estaá en un lugar remoto llamado Amarna. Penseá en
pasar y sorprenderlo, asíá que contrateá un bote para que nos llevara al lugar,
pero maldita sea si el tipo no estaba allíá. Me dijeron que ha estado en El Cairo
durante varias semanas. ¿Tienes alguna idea de doá nde se estaá quedando?"
"Somos conscientes de su presencia en Egipto, pero estaá con la Deutsche
Orient-Gesellschaft. El embajador no tiene conocimiento del paradero actual
de Herr Morgenstern. Si eso es todo, caballeros..." Gunter retrocedioá y abrioá la
puerta del vestíábulo.
"Muy amable de tu parte vernos, viejo amigo", dijo Ramseá s, estrechando
vigorosamente la mano del hombre. "Nos quedamos en casa de Shepheard.
Por favor, haá ganos saber si Morgenstern pasa por la embajada. Vamos, Arbaaz,
debemos volver a tiempo para el teá . Hay una encantadora joven mademoiselle
francesa que me guinñ oá el ojo varias veces en el comedor anoche".
"Tambieá n me guinñ oá un ojo a míá, a los camareros, al encargado del vino y a su
anciana acompanñ ante", dijo David. "Su excesiva nictimacioá n puede ser el
síántoma de una condicioá n meá dica grave."
Ramseá s le dio un punñ etazo en el hombro. "¡Arbaaz, sinverguü enza! Ha roto
mi fantasíáa de pasar la noche en brazos de la treá s belle mademoiselle.
Debemos encontrar un abrevadero donde pueda curar mi corazoá n roto con
ginebra y toá nica". Miroá a Gunter. "¿Puede recomendarme un lugar por aquíá,
Helmut?"
"El bar de Shepheard me parece satisfactorio; no hay nada maá s cercano que
eso", contestoá Gunter con firmeza.
"Una idea muy buena", dijo Ramses. "Gracias por su tiempo. Ven y date
prisa, Arbaaz. Tengo la intencioá n de estar totalmente borracho a la hora de la
cena".
Permanecieron en silencio mientras caminaban a traveá s de la grava hacia la
puerta, e ignoraron el "Guten Tag" del guardia mientras continuaban por la
calle. Una vez que estaban a la vuelta de la esquina y a salvo fuera de la vista,
ambos comenzaron a reíárse.
"¿Nutricioá n excesiva?", dijo Ramses con un grunñ ido. "Suena como una
enfermedad contagiosa. El pobre Helmut parecíáa que queríáa huir a su oficina y
bloquear la puerta".
David se apoyoá contra una pared y sacoá su pipa. "Me estaba aburriendo.
Gunter no iba a decirnos nada uá til. Me di cuenta de su declaracioá n de que el
embajador no tiene conocimiento del paradero de Morgenstern".
"Como yo", dijo Ramses pensativo.
* * *
"La madre auá n debe estar dormida", dijo Ramseá s en voz baja al entrar en la
sala de estar desde el pasillo. "¿Pedimos el desayuno en nuestra habitacioá n o
bajamos al comedor?"
"Preferiríáa mucho maá s banñ arme e irme a la cama", dijo David con
rotundidad.
"Tuá fuiste el afortunado. Yo soy el que fue atrapado por el rocíáo de la
manguera y empapado a fondo. ¿Quieá n iba a imaginar que el personal de la
embajada alemana regaba los parterres y los arbustos detraá s del edificio?"
"Cualquiera que luchoá contra mosquitos toda la noche mientras estaba
agachado bajo arbustos espinosos."
"Necesitaremos cuatro bandejas para el desayuno", dije mientras me
levantaba de los cojines alineados frente al sofaá . Ramseá s, que dominoá el arte
de la impasibilidad a una edad temprana, se quedoá boquiabierto ante míá.
David agarroá el marco de la puerta mientras retrocedíáa. Debo admitir que
encontreá sus expresiones graciosas, pero no me permitíá sonreíár. "¿Por queá
cuatro bandejas? Tenemos un invitado en el dormitorio y debemos ofrecer
hospitalidad. Por favor, localiza a Ali y píádele que traiga las bandejas
raá pidamente. Necesito desesperadamente cafeá ". Basado en numerosas
experiencias en el pasado, no me sorprendioá que estuvieran vestidos con
ropas andrajosas, sus pies sucios calzados con sandalias, sus rostros con
barbas y bigotes sin recortar. "Es posible que desee cambiarse a ropa maá s
respetable y quitarse el vello facial falso tan pronto como tenga la
oportunidad", agregueá . "Estoy impresionado de que hayas podido entrar en el
hotel vestido como estaá s."
David sonrioá . "No entramos por el vestíábulo, tíáa Amelia. El soá tano es un
laberinto, pero estamos familiarizados con eá l".
"¿Puedo preguntar la identidad de este invitado?" preguntoá Ramseá s,
negaá ndose a distraerse.
"Herr Morgenstern, obviamente", respondíá. "Tan pronto como terminemos
de desayunar, uno de nosotros debe ir a buscar a Daoud antes de que sus pies
esteá n permanentemente en la acera de enfrente del taller de Harun en Khan
el-Khalili."
David se fue para darle a Ali nuestra orden de desayuno. Ramseá s miroá en
silencio mientras recogíáa los cojines y los reemplazaba en sus lugares
adecuados. Entreá en la caá mara de banñ o para refrescarme lo mejor que pude,
con cuidado de evitar las toallas mojadas en el suelo. No podíáa estar seguro de
que el meá dico no hubiera usado mi cepillo o peine en la cabeza de su paciente,
asíá que los hice a un lado y me paseá los dedos por el pelo. Mi lista de la compra
se hacíáa maá s larga, penseá mientras volvíáa a la sala de estar.
Ramseá s estaba mirando la silla que estaba debajo de la perilla de la puerta.
Se volvioá hacia míá, levantoá una ceja y me dijo: "¿Te importaríáa explicarme
coá mo llegoá a estar el senñ or Morgenstern en tu habitacioá n, madre?"
"Estoy decepcionado de ti. Estaba bastante seguro de que usted lo razonaríáa
por síá mismo, pero estareá encantado de explicarlo despueá s de que lo haya
despertado y lo haya acompanñ ado a la caá mara del banñ o para que pueda hacer
uso de las instalaciones. Es vital que permanezca bajo nuestra constante
supervisioá n hasta que recupere el sentido comuá n".
"¿Dejaste el hotel anoche?" Su tono era acusatorio, como si fuera un maestro
de escuela interrogando a un alumno travieso.
"Por no maá s de un minuto o dos, y siempre estaba a la vista del portero. No
es tan fiable como Daoud, por supuesto, pero supongo que no permitiríáa que
uno de los hueá spedes fuera molestado delante del hotel. Por favor, atienda las
necesidades de Herr Morgenstern en el banñ o. Comeraá mejor si su comida estaá
caliente, y llegaraá pronto. Tendraá que usar el thobe hasta que su ropa sea
devuelta de la tintoreríáa. Me gustaríáa pensar que no se atreveríáa a salir del
hotel vestido como estaá , pero es fanaá tico de encontrar la estatua de Nefertiti y
es capaz de acciones extranñ as".
Ramseá s me miroá fijamente, sus labios pellizcados, y luego fue a la puerta de
la habitacioá n, quitoá la silla y entroá en la habitacioá n. Un momento despueá s le oíá
hablar bruscamente al Sr. Morgenstern, urgieá ndole a que se levantara de la
cama. Los dos cruzaron el saloá n y entraron en el cuarto de banñ o. Me senteá y
comenceá otra lista. En la parte superior de la lista estaba el informar a Daoud
que teníáa que venir al hotel, ya que era maá s que capaz de hacer guardia en la
recieá n asignada habitacioá n del senñ or Morgenstern. Lo siguiente en la lista era
organizar dicha habitacioá n. Uno de nosotros necesitaba enviar un telegrama a
Emerson para informarle de las circunstancias actuales. Conocíáa una tienda
cercana donde podíáa comprar artíáculos de tocador nuevos, lo cual teníáa la
intencioá n de hacer inmediatamente despueá s del desayuno. Ramseá s, David y
Daoud tendríáan que alternar la guardia hasta que se pusieran al díáa con su
suenñ o; los tres habíáan estado despiertos toda la noche. Planeaba dormir una
siesta, pero soá lo despueá s de que el dormitorio hubiera sido limpiado a fondo y
la cama equipada con saá banas frescas y crujientes. Hice una anotacioá n para
que cambien las almohadas.
Mientras Ramseá s y David desayunaban con gusto, el senñ or Morgenstern
tragoá algunos bocados pequenñ os, y yo con gratitud tomeá cafeá y leíá en voz alta
mi lista maá s reciente. David se ofrecioá raá pidamente para enviar el telegrama a
Emerson, posiblemente porque la oficina de teleá grafos estaba a soá lo dos
cuadras. Ramseá s aceptoá ir a buscar a Daoud y llevarlo de vuelta al hotel.
Terminaron su comida y partieron para sus tareas asignadas, dejaá ndome a
míá para atender al senñ or Morgenstern hasta que regresaran. No era un
hueá sped atractivo -o un cautivo, para ser maá s precisos- que los huevos
mimados que habíáa intentado comer habíáan goteado por la parte delantera de
su thobe. Apreteá los dientes y lo limpieá lo mejor que pude.
"Bien," le dije alegremente,"¿te sientes mejor ahora que estaá s limpio,
descansado y alimentado?"
"¿Adoá nde la llevaste?", baloá .
"Asumiendo que se refiere al busto de Nefertititi, puedo asegurarle que no la
hemos llevado a ninguna parte. Eso fue obra de Harun. ¿Tienes alguna idea de
doá nde podríáa haber montado su nuevo taller?" Agitoá la cabeza entumecida.
Sospecheá que estaba diciendo la verdad, ya que no habríáa venido a buscarnos
si hubiera tenido esa informacioá n. "¿Hiciste alguá n arreglo con Harun para
devolver el original y las copias despueá s de que se completaran?"
"No, no lo creo... No puedo recordar...." Se frotoá la cara mientras las laá grimas
inundaban sus ojos. "Debo encontrarla, mi precioso Nefertiti. ¿La tienes,
quienquiera que seas?"
"Soy Amelia Peabody Emerson, esposa y colega de Radcliffe Emerson, el
maá s grande arqueoá logo de los siglos anterior y actual, y no tengo la estatua en
mi poder", dije resueltamente. "Necesitas retirarte al dormitorio para
descansar maá s. Te despertareá cuando las bandejas de almuerzo hayan sido
traíádas aquíá."
Lo mireá fijamente hasta que se levantoá y entroá en el dormitorio. No vi
ninguna razoá n para poner la silla bajo el pomo de la puerta como habíáa hecho
la noche anterior; estaba alerta y confiada en mi capacidad de controlarlo si se
esforzaba por salir. Aunque era maá s grande que yo, apenas podíáa tambalearse.
Sin embargo, me asegureá de que mi sombrilla estuviera al alcance de la mano.
Despueá s de que David regresoá de la oficina de teleá grafos, accedioá a
permanecer en la sala de estar mientras yo me ocupaba de otros asuntos de mi
lista. Me detuve en el escritorio del vestíábulo y conserveá una habitacioá n para el
Sr. Morgenstern. El Sr. Baehler, que sin duda habíáa recibido informes del
meá dico y de Ali, estaba claramente descontento, pero hizo lo que le pedíá. Debe
haberse dado cuenta de que participar en una pelea a gritos conmigo soá lo
daríáa lugar a una alegre especulacioá n entre sus invitados. Salíá de Shepheard's
y fui a la tienda a comprar artíáculos de tocador, esperando con ansias la
oportunidad de atender mis exigentes necesidades personales. Una vez que
estuviera presentable, llamaríáa al Sr. Russell y al Sr. Maspero como yo queríáa.
Me sentíá un poco agraviado cuando me encontreá con la Srta. Smith a mi
regreso al hotel. Su vestido rosa habíáa sido reemplazado por uno de color
amarillo caleá ndula, y una vez maá s su maquillaje habíáa sido aplicado con una
mano pesada. "Buenos díáas", murmureá educadamente mientras intentaba
pasar junto a ella.
"Espero que auá n esteá disponible para tomar el teá conmigo esta tarde, Sra.
Emerson", dijo entusiasmada. "Estoy tan emocionada por la perspectiva de
que apenas dormíá anoche. Sentarse frente a ti y escuchar tus aventuras seraá
un gran honor. Estoy temblando de miedo ante el..."
"Síá, a las cuatro en la terraza. Te vereá entonces." Continueá a su alrededor y
subíá las escaleras, ignorando cualquier otra cosa que pudiera haber dicho, y
jurando no volver a leer nunca maá s sobre su tonto jeque. Me alegroá encontrar
a Ramseá s y a Daoud en mi sala de estar.
"¿Estaá s ileso, Sitt Hakim?" Gritoá Daoud mientras se poníáa en pie de un salto.
"¡El Padre de las Maldiciones nunca me perdonaríáa si te hubiera pasado algo
malo! ¡Nunca me lo perdonaríáa! Jureá protegerte, pero ese hombre entroá en tu
habitacioá n y durmioá en tu cama. Lo castigareá duramente por su
impertinencia".
Estaba bastante seguro de que cualquier castigo infligido por Daoud seríáa
improbable que ayudara a la recuperacioá n del senñ or Morgenstern. "Estoy bien,
mi fiel amigo, y conmovido por tu lealtad. Sin embargo, es vital que ayudemos
al senñ or Morgenstern a recuperar su salud, asíá que debe ser amable con eá l. Eso
agradaraá al Padre de las Maldiciones". Le di la llave que habíáa adquirido en el
escritorio. "Herr Morgenstern necesita ser trasladado a la habitacioá n del final
del pasillo. Por favor, acompaá nñ elo hasta allíá y píádale que descanse. Bajo
ninguna circunstancia se le puede permitir salir del hotel".
"Oh síá, Sitt Hakim", dijo Daoud. Antes de que pudiera reiterar mis
instrucciones sobre el continuo bienestar del senñ or Morgenstern, Daoud entroá
en la habitacioá n y regresoá con un cuerpo de tuá nica blanca sobre su hombro.
Estaba tarareando mientras continuaba en el pasillo con su carga.
"Entonces debemos considerarnos enfermeras durante los proá ximos díáas",
dijo Ramses sin inflexioá n.
"¿Tienes una sugerencia mejor?" Le pregunteá .
"Loá gicamente podemos extrapolar que el senñ or Morgenstern no tiene
conocimiento de la ubicacioá n del taller de Harun. De lo contrario, no nos
habríáa buscado por esa misma informacioá n".
"Ya he llegado a esa conclusioá n", respondíá. "Debemos suponer que prometioá
pagarle a Harun muy generosamente para hacer las copias. Si el dinero no ha
cambiado de manos, Harun estaraá obligado a localizar a Herr Morgenstern
para completar su acuerdo. Es por eso que todos necesitamos regresar a
Amarna tan pronto como nuestro hueá sped sea capaz de viajar". Me detuve a
pensar. "Auá n no me ha dicho si aprendioá algo importante mientras merodeaba
frente a la embajada alemana."
"Me temo que no", admitioá Ramseá s. "El anciano que observamos entrando
en la embajada poco antes de las cuatro de la tarde estaba todavíáa dentro
cuando volvimos para reanudar nuestra vigilancia. Debe haberse quedado a
cenar. Seguá n David, el visitante y el agregado intercambiaron palabras afables
y apretones de manos en el escaloá n superior antes de que el caballero llegara a
la puerta para esperar su carruaje. David estaba vestido como tuá viste, y se le
acercoá , rogando por baksheesh. El guardia intercedioá , asíá que David no vio al
caballero maá s que brevemente antes de entrar en su carruaje".
"¿Y eso es sospechoso? Hay muchos alemanes en El Cairo en estos díáas. Uno
supondríáa que el embajador tiene amigos entre ellos y puede que le guste
entretenerlos".
Ramseá s se tiroá de la barbilla de la misma manera que su padre. "Cierto, pero
estoy seguro de que Helmut Gunter estaá involucrado de alguna manera. Puede
que crea que sabe coá mo localizar a Herr Morgenstern, pero estaá muy
equivocado a menos que tenga a Ali o al meá dico en su noá mina. Alemania debe
mantener una fuerte presencia en Egipto ante el caos políático que se avecina.
La inauguracioá n de la estatua de Nefertiti aumentaraá su prestigio como
egiptoá logos dedicados".
Un pensamiento inquietante entroá en mi mente. "Este hombre de pelo
blanco al que observoá entrar en la embajada, ¿podríáa haber sido Sethos?"
"David dijo que la estatura del hombre no descartaba la suposicioá n.
Lamentablemente, no tenemos a nadie en nuestra noá mina en la embajada que
pudiera haber escuchado conversaciones que nos permitieran obtener maá s
informacioá n. Los egipcios empleados allíá trabajan en la cocina y nunca se les
permite subir las escaleras, me informoá una sirvienta de fregadero saliente. El
soborno no serviraá de nada".
"Puede que a Sethos le falte el deseo de ayudar a los alemanes en su
buá squeda de la estatua de Nefertiti -comenteá lentamente-, pero es muy
consciente de su valor. Tenga en cuenta que los aprendices de Harun estaban
creando al menos dos copias. Tiene sentido que el senñ or Morgenstern soá lo
necesite uno de ellos para enganñ ar al Departamento de Antiguü edades.
Tenemos que averiguar si le pidioá a Harun que hiciera el segundo".
Ramseá s tembloá sus largos dedos. "Es un idiota en este momento, y ni
siquiera Daoud puede sacarle una respuesta luá cida. Tenemos que salir de El
Cairo lo antes posible. Estaraá s mucho maá s seguro en Amarna con el Padre para
que te vigile. Basado en lo que Nefret nos dijo sobre los hermanos de Geoffrey
Godwin, tres de ellos siguen dedicados a causar nuestra muerte. "¿Por queá no
le das al senñ or Morgenstern una dosis de laá udano, lo metes en un bauá l grande
y tomas el tren nocturno?".
"Eso no tendraá un efecto positivo en su recuperacioá n", dije. "Hareá todo lo
posible para que vuelva a estar en un estado de coherencia para que podamos
interrogarlo. Si no tengo eá xito manñ ana por la tarde, reconsiderareá su plan.
Tengo laá udano en mi botiquíán de primeros auxilios y le dareá lo suficiente para
que se despierte en su casa de excavacioá n en Amarna. Ahora me retirareá a la
caá mara del banñ o para prepararme a visitar al Sr. Russell y al Sr. Maspero".
"Te acompanñ areá en estas visitas", anuncioá Ramseá s. "No puedes dejar el hotel
sin proteccioá n."
Habiendo predicho exactamente lo que iba a decir (y encontraá ndolo
bastante razonable), tomeá el atuendo del dormitorio, recogíá mis compras
recientes y entreá en el cuarto de banñ o. Puede que haya perdido el tiempo,
disfrutando de un banñ o caliente despueá s de lavarme a fondo con mi nueva
esponja. Nadie parecíáa inclinarse a tambalearse en la habitacioá n y murmurar
la palabra"asesinato".
Me sentíá mucho maá s tranquilo cuando emergíá. Ramseá s, por alguna razoá n
inexplicable, caminaba impaciente dentro de los confines de la sala de estar.
No me hizo un cumplido cuando fuimos al vestíábulo y dejamos que el portero
del díáa llamara a un taxi. Cuando llegamos a la jefatura de policíáa, insistioá en
salir primero para escanear la corriente de peatones inofensivos. Me abstuve
de senñ alar que no teníáamos idea de coá mo identificar a los hermanos Godwin
que quedaban. Judas habíáa sido un gran bruto; Guy habíáa sido bajo y delgado.
La uá nica caracteríástica que compartíáan era la propensioá n a usar monoá culos.
El Sr. Russell nos saludoá calurosamente y nos ofrecioá cafeá . Ramseá s no
respondioá , asíá que acepteá amablemente por los dos. Procedíá a describir el
ataque maá s reciente en Khan el-Khalili, omitiendo la identidad de la persona
que haá bilmente habíáa capturado y devuelto el cartucho de dinamita.
"¡Esto es terrible!" dijo el Sr. Russell, con la cara enrojecida. "Debemos
capturar a estos villanos antes de que intenten hacerle danñ o, Sra. Emerson, y a
usted tambieá n, Ramseá s. No he recibido ninguá n comunicado uá til de la policíáa de
Cornualles, por lo que no tenemos ni idea de su paradero en El Cairo. El curso
de accioá n maá s sabio es que dejes la ciudad".
"Se ha sugerido", dijo Ramses con frialdad.
"Planeamos partir manñ ana por la noche", dije, "aunque no hay razoá n para
creer que no puedan determinar nuestro destino, Amarna. Todo el mundo en
El Cairo sabe que estamos excavando allíá, incluso los ladrones y los bribones".
"Sus actividades tienden a llamar la atencioá n, Sra. Emerson, en que un caos
de uno u otro tipo suele estar involucrado", contestoá el Sr. Russell con una seca
sonrisa. "Se rumorea que tiene a un reheá n en una habitacioá n del Hotel
Shepheard. Lo encuentro increá dulo, por decirlo suavemente."
Ramseá s resoploá . Le fruncíá el cenñ o y le dije raá pidamente: "No tengo ni idea de
doá nde se originan estos rumores tan difamatorios, pero puedo asegurarles
que la familia Emerson no retiene a personas inocentes en contra de su
voluntad. Creo que he relatado todo lo que sabemos sobre los Godwins. Si me
entero de algo de menor importancia, me encargareá de que tenga esa
informacioá n antes de partir". Me levanteá , obligando al Sr. Russell y a Ramseá s a
hacer lo mismo. "Gracias por su tiempo. Me anima saber que sus hombres
haraá n todo lo posible para detener a los hermanos Godwin en El Cairo. Vamos,
Ramseá s. Tenemos muchos maá s recados que hacer hoy."
Una vez que estaá bamos en un taxi, Ramseá s dijo: "¡Infierno y condenacioá n!
Parece como si cada aliento que uno de nosotros toma fuera digno de
especulacioá n. Si estornudas en puá blico, todos sabraá n que has sido
hospitalizado con neumoníáa".
"Tu padre comparte el sentimiento", le dije, daá ndole palmaditas en la
rodilla. "No hay nada que podamos hacer para acabar con el rumor que, sin
duda, fue iniciado por Ali en la lavanderíáa o en la cocina del hotel. Hablareá con
eá l cuando regresemos. Ahora debemos visitar al Sr. Maspero para darle la
desagradable noticia de la traicioá n del Sr. Morgenstern".
El director no nos hizo esperar. Parecíáa un poco nervioso cuando Ramseá s se
sentoá raá pidamente en una silla de esquina y cruzoá las piernas. Despueá s de
inclinarse sobre mi mano, me preguntoá coá mo podríáa servirnos.
"Estoy aquíá para servirle, monsieur", contesteá con una sonrisa. "Sentíá que
deberíáa recibir un informe sobre las actividades de Herr Morgenstern, que, si
recuerda, nos pidioá que investigaá ramos."
Le di un relato sucinto y bien organizado de los acontecimientos recientes,
comenzando con nuestro descubrimiento en el taller de Harun y terminando
con mi pronoá stico del estado fíásico y mental de Herr Morgenstern.
"Mais quel contretemps!" Exclamoá Masparo. "Lamento, cheè re madame, que
haya tenido que pasar por tantas dificultades. Seguramente debe haber otra
explicacioá n para su comportamiento. Peut-eô tre creyoá necesario hacer una
reá plica de la estatua en caso de que el original se perdiera o destruyera
inadvertidamente. Su reputacioá n como egiptoá logo, aunque apenas tan
magníáfica como la del profesor Emerson, es loable. Usted ha dicho que el
senñ or Morgenstern estaá mejorando. ¿Seraá capaz de continuar con sus deberes
de forma segura y responsable?"
"Estoy bastante seguro de ello. Sin embargo, si hay una recaíáda, ¿podemos
asumir que nos autoriza a tomar el control si lo juzgamos incapaz?"
Los ojos de Maspero se movieron. "Entiende, Madame Emerson, que soá lo
puedo pedirle que me informe de sus preocupaciones. Es lamentable que no
tengamos pruebas de que se haya cometido un delito. La D.O.G. tiene el firme
de Amarna; son una institucioá n importante en egiptologíáa y les corresponde a
ellos proporcionar un sucesor para el Sr. Morgenstern si no es capaz de
reanudar su puesto. ¿No tiene personal, incluido un ayudante de direccioá n? He
oíádo hablar de un joven..."
"Su nombre", dije, "es von Raubritter, o eso dice. ¿Le es familiar el nombre?
No lo es para míá. No puede ser un egiptoá logo entrenado. Cerroá el lugar y lo
dejoá sin vigilancia, lo que habla mal de su dedicacioá n".
"Herr Morgenstern tiene derecho a nombrar a su propio personal, y no
tenemos la costumbre de cuestionar a los estudiosos de su distincioá n."
"No hay nada que me impida interrogarlo, supongo."
"Ciertamente no puedo impedíárselo, Sra. Emerson", dijo Maspero con un
suspiro de martirio.
"Por supuesto que les informareá de mis hallazgos", les dije.
"Merci, Madame Emerson."
Ramseá s se levantoá de la silla. "¿Nos vamos, madre? Como M. Mapsero no
puede darnos la autorizacioá n adecuada para supervisar la excavacioá n de
Amarna, no nos sirve para nada. El profesor Emerson se decepcionaraá , estoy
seguro."
"Bonjour", dije mientras seguíáa a Ramseá s fuera de la oficina.
Ninguno de los dos habloá mientras el taxi nos llevaba de vuelta al hotel. Nos
separamos en mi puerta sin formular ninguá n plan futuro. Fui al dormitorio y
me asegureá de que la ropa de cama y las almohadas habíáan sido cambiadas,
me puse una bata y me acosteá para una muy necesaria siesta.
La luz del sol habíáa cambiado cuando me desperteá varias horas despueá s. Me
habíáa perdido la comida del mediodíáa, pero teníáa la intencioá n de tomar un teá
abundante, lamentablemente con la Srta. Smith. Contrariamente a sus
aspiraciones, no me meteríáa en un monoá logo que me impidiera devorar
delicados saá ndwiches y pasteles. Una dama decente nunca habla con vestigios
de comida en la boca.
Despueá s de refrescarme y de ponerme un vestido de teá adecuado, paseá por
el vestíábulo hasta la terraza. No me sorprendioá que la Srta. Smith ya hubiera
elegido una mesa y dado su orden al camarero. Me saludoá como si hubiera
quedado varada en un bote salvavidas y yo fuera un carguero de paso. Esto no
pasoá desapercibido para las mujeres esnob de las mesas cercanas, que se
inclinaron hacia adelante para dedicarse a su pasatiempo favorito.
"Buenas tardes", dije mientras me sentaba. "Espero que esteá disfrutando de
su estancia en El Cairo."
"¡Oh, síá, tanto! Tal vez no sea nada maá s que el calor implacable, pero siento
la pasioá n surgiendo en míá, amenazando con inflamarme. ¿Puedo servirle una
taza de teá , mi querida Sra. Emerson?"
"Gracias, Srta. Smith." Produje una especie de sonrisa. La temperatura era
suave, como corresponde a la temporada de invierno, y por la noche hacíáa un
poco de fríáo. La Srta. Smith debe haber sido muy sensible para estar llena de
pasioá n a pesar del sueá ter de caá rdigan que llevaba sobre los hombros.
"Debes contarme sobre el Oasis Perdido", dijo ella. "No se me ocurre nada
maá s emocionante que descubrirlo en medio del desierto!"
Mireá con nostalgia un saá ndwich de pepino, pero me abstuve de meterlo en
la boca. "Fue todo un calvario", comenceá obedientemente. "El uá ltimo camello
murioá al mediodíáa, dejaá ndonos sin comida ni agua en el desierto al oeste del
Nilo. Si no hubieá ramos descubierto el oasis, seguramente habríáamos
perecido". Continueá con una versioá n editada, omitiendo nuestro primer
encuentro con el querido Nefret, pero quizaá s adornando el peligro en el que
nos encontramos.
La Srta. Smith se abanicoá con un libro de bolsillo. "¡Queá emocionante, Sra.
Emerson! Me temo que habríáa sucumbido al duro desierto si me hubiese visto
forzado a seguir tu firme resolucioá n. Espero no ser presuntuoso al ofrecerle
esta pequenñ a muestra de mi admiracioá n". Ella empujoá el libro a traveá s de la
mesa. "Es mi uá ltima novela, aunque palidece en comparacioá n con tus
aventuras. Por favor, aceá ptalo con mi mayor gratitud".
No tuve maá s remedio que quitarle el libro de la mano. El arte de la portada
teníáa la familiar representacioá n del jeque de piel clara mirando a un ingenuo
buxoma en medio de un desvanecimiento, y se titulaba La sombra del jeque. Lo
examineá con míánimo intereá s hasta que vi una fotografíáa de la Srta. Smith en la
contraportada. Parecíáa maá s joven, como suelen hacer los autores en sus
fotografíáas publicitarias, pero su imagen era inconfundible. Como bien saben
mis lectores, tengo una naturaleza sospechosa y habíáa considerado
ociosamente la posibilidad de que fuera una impostora. Ella no lo era. Me
acordeá de decirle a Daoud que no debíáa abalanzarse sobre ella si la veíáa en el
pasillo. "Saltar" no era la palabra maá s precisa para describir su posible
reaccioá n; su altura y volumen probablemente resultaríáa en un movimiento
maá s apropiado para un luchador. No seríáa un buen augurio para la Srta. Smith-
o para alguien de menor estatura.
"Espero que lo disfrutes", dijo ella. "La heroíána es una chica valiente que
estaá dispuesta a defenderse. Cuando uno de los esbirros del jeque entra en su
tienda, lo estrangula con un panñ uelo. Fue muy estimulante para míá, su creador.
Mi editor intentoá redactar la escena, pero yo me mantuve firme en que se
quedara. La modeleá en usted, Sra. Emerson, porque seguramente usted habríáa
hecho lo mismo en esa situacioá n". Me dio una mirada de acero que me
inquietoá .
Me sorprendioá su comportamiento atíápico. "Nunca he estrangulado a nadie,
ni tengo la intencioá n de hacerlo en el futuro. Debes buscar tu inspiracioá n en
otra parte. Estos pasteles son deliciosos, ¿no?"
Despueá s de una hora en la que me pidioá maá s historias, le agradecíá por mi
regalo y me disculpeá . Fui arriba, donde encontreá a Daoud vigilando la puerta
de Herr Morgenstern. Me desvieá a mi habitacioá n para deshacerme de la
sombra del jeque y de su cruel heroíána, inspeccionar mi atuendo en busca de
migajas errantes y recoger un objeto potencialmente uá til. Entonces emergíá y
envieá a Daoud a descansar. Se requirioá una gran asertividad en mi nombre
antes de que accediera a dormir en el sofaá de mi habitacioá n. (Los dos sabíáamos
que se quedaríáa en la puerta para escuchar el maá s míánimo indicio de
perturbacioá n).
Abríá la puerta. Las cortinas se abrieron, y soá lo una astilla de luz solar
atravesoá la oscuridad. La ropa de Morgenstern habíáa sido limpiada y
planchada, y colgada en un armario abierto. Fui de puntillas a la cama para
examinar a mi paciente. Se quedoá quieto, con los ojos cerrados, mientras yo
me sentaba junto a su cama, pero obviamente se habíáa dado cuenta de lo que
estaba sucediendo, pues ahora sus ojos se abrieron y dijo: "¿Queá me va a
pasar?
Saqueá la bruá jula que habíáa comprado para Emerson como regalo de
Navidad. Brillaba mientras colgaba de una cuerda. "Soá lo van a pasar cosas
buenas", dije tranquilamente. "Mira este objeto. Mira como captura la luz. Es
bueno verlo mientras tu mente descansa." Gireá la bruá jula suavemente de un
lado a otro. "Tus paá rpados son pesados. Apenas puedes mantenerlos abiertos.
Estaá n cerrando. Pero auá n puedes oíár. Puedes oíárme. Dormiraá s cuando te pida
que duermas, pero cuando despiertes recordaraá s lo que te digo ahora".
David, presumiblemente despueá s de haber notado que Daoud ya no estaba
en el pasillo, entroá en la habitacioá n. Puse el dedo en mis labios y retomeá mis
instrucciones suaves y melifluas, terminando con un uá ltimo "suenñ o". Herr
Morgenstern teníáa una leve sonrisa en la cara mientras se hundíáa en la
inconsciencia.
"Le dijiste..." David comenzoá .
"Que eá ramos sus amigos y que eá l era nuestro amigo. ¿Queá hay de malo en
eso?"
"No es exactamente cierto", dijo dudoso.
"Pero nos conviene que lo crea", le dije mientras lo sacaba de la habitacioá n y
cerraba la puerta con cuidado. "La sugerencia posthipnoá tica ha demostrado
ser muy eficaz en estos casos, y su reaccioá n fue la que yo habíáa previsto.
Manñ ana regresamos a Amarna en el tren de la noche. Maspero parece creer
que el senñ or Morgenstern puede reanudar su trabajo de forma ejemplar, a
pesar de su obsesioá n por la estatua de Nefertiti. Creo que Harun nos seguiraá ,
exigiendo una buena compensacioá n por sus copias. Eso nos daraá la mejor
oportunidad de aprovechar a este falsificador y exigirle informacioá n".
"Me sorprendes, tíáa Amelia."
"Gracias", respondíá modestamente.
Siete
El tren llegoá con soá lo dos horas de retraso a la parada no designada que
conveníáa a nuestra dahabeeyah. Cuando aparecíá al final de la escalera,
Emerson me apretoá contra su pecho masculino. Ignorando las sonrisas de
Selim y de los miembros de nuestra tripulacioá n, dijo: "¡Te extranñ eá
terriblemente, Peabody! No deberíáa haberte dejado en El Cairo. Por favor,
aseguá rame que estaá s bien y a salvo".
Me movíá de su abrazo para que mis pies llegaran a tierra firme. "Ya deberíáas
saber que soy maá s que capaz de cuidarme a míá misma. Admitireá que han
ocurrido muchas cosas desde que recibioá el telegrama, algunas de ellas
bastante desagradables. Preferiríáa describir estos acontecimientos despueá s de
haber tenido la oportunidad de refrescarme y desayunar o almorzar, como
elija Faá tima. Las ofrendas en el tren no han mejorado."
Emerson miroá a Ramseá s, quien habíáa hecho una bufanda alrededor de su
cuello para que pareciera un panñ uelo (y coincidentemente cubrioá la herida de
su cuello). "Hmph!" dijo, sus ojos entrecerrados por la sospecha. La cara de
Daoud era de piedra, y la de David estaba oculta por el humo de su pipa. En
lugar de pedir explicaciones, Emerson me ofrecioá su brazo y nos subimos a la
barca para cruzar a la Amelia. Daoud se unioá al resto de nuestro equipo.
Faá tima estaba saltando de alegríáa cuando subimos a bordo. Ella me abrazoá y
luego envolvioá a Ramseá s en un abrazo materno que hizo que sus orejas se
pusieran rosadas de verguü enza. "¡Debo preparar una comida inmediatamente!
Deben comer, todos ustedes. La comida en El Cairo no es saludable".
Desaparecioá en la cocina y empezoá a dar oá rdenes estridentes a su personal.
Emerson intentoá acompanñ arme a nuestro camarote, pero puse mi mano
sobre su ancho pecho y le dije que me reuniríáa con eá l en breve en la cubierta
superior. Fue reconfortante estar de vuelta en la comodidad de nuestro hogar
naá utico (y en las caá maras matrimoniales). Faá tima habíáa adornado el lavabo
con peá talos de flores y habíáa anñ adido unas gotas de aceite aromaá tico. Estaba
exhausto, pero resistíá la tentacioá n de extenderme sobre la cama y, en cambio,
me puse un vestido adecuado para la inquisicioá n que se avecinaba, y la
inevitable explosioá n de maldiciones de Emerson cuando escuchoá la historia.
Cuando aparecíá en la cubierta, lo encontreá a eá l, a Ramseá s y a David tomando
whisky y soda. "Es un poco temprano para esto, ¿no?" Dije con el cenñ o
fruncido.
"Si estoy en lo cierto", dijo Ramseá s, "son las cinco de la tarde en Mongolia.
En cualquier caso, esto es bien merecido. ¿Puedo ofrecerte una, madre?"
"Una copita de jerez seraá suficiente", dije mientras me sentaba junto a
Emerson y le poníáa la mano encima. "Te ves cansada, querida. ¿Va todo bien en
la excavacioá n?"
"No te esfuerces por distraerme", contestoá con voz fríáa, su frente baja por
encima de sus ojos. "Para empezar, ¿doá nde estaá Herr Morgenstern? ¿Por queá
no llegoá contigo en el tren de El Cairo?"
Tomeá un sorbo de jerez y relateá en detalle mi descubrimiento de Herr
Morgenstern fuera del hotel, el diagnoá stico e instrucciones del meá dico y mi
eá xito con la hipnosis. "No podíáamos obligarlo a quedarse en el hotel despueá s
de que recobrara el sentido comuá n y lograra un míánimo de salud. Creo que
volveraá aquíá al díáa siguiente o dos para retomar sus funciones. Tuá y eá l tendraá n
que llegar a un acuerdo sobre el lugar de la ciudad".
Ramseá s aclaroá su garganta. "¿Le contaraá s la copia que encontramos en la
tienda de Abubakar al otro lado de la calle del museo, o lo hago yo?"
Le hice senñ as para que iluminara a Emerson y me senteá a prepararme para
una larga diatriba, interrumpida por maldiciones y amenazas. Soá lo
empeoraríáa cuando supiera lo que habíáa ocurrido en la estacioá n de tren,
reflexioneá . Y lo hizo. La voz de Emerson pudo haber sido escuchada desde
Luxor, y debe haber sido dolorosamente audible para los turistas que
desembarcaban a menos de una milla de distancia para poder ver los restos de
Amarna desde debajo de sus sombreros de ala ancha y sus bolos.
Rompioá en medio de un despotricar especialmente cargado de blasfemias
cuando Faá tima parecioá anunciar que se habíáa servido el almuerzo. Le sonreíá
con gratitud mientras íábamos al comedor. Aunque todos los miembros de
nuestro personal estaá n acostumbrados a los arrebatos de Emerson, eá l hace un
esfuerzo por moderar su lenguaje en presencia de mujeres. Sin embargo, eá l
seguíáa acosando en voz baja mientras nosotros ocupaá bamos nuestros puestos
en la mesa.
"¿Sabes algo de Nefret?" Le pregunteá .
Emerson sonrioá por primera vez en mucho tiempo. "Despueá s de recibir su
telegrama, le envieá uno a ella informaá ndole de lo que yo creíáa que era su logro
al proporcionarle hospitalidad al Sr. Morgenstern. Su respuesta decíáa que
llegaríáa aquíá esta tarde."
Terminamos la comida sin maá s conversacioá n, interrumpidos soá lo por las
suá plicas perioá dicas de Faá tima para que rellenaá ramos nuestros platos. Emerson
dejoá su servilleta y me preguntoá si teníáa la intencioá n de acompanñ arlo al lugar
para evaluar el progreso que se habíáa hecho en los uá ltimos díáas. Su tono de voz
y su comportamiento general indicaban poco entusiasmo, pero auá n menos
dudas de que responderíáa afirmativamente.
"Por supuesto, Emerson", dije eneá rgicamente. "Permíáteme ponerme ropa
maá s praá ctica. Volvereá en no maá s de unos minutos. Ramseá s, sospecho que auá n
sientes los efectos del veneno de ese dardo. Necesitas descansar, mi querido
muchacho."
David, que probablemente conocíáa a Ramseá s mejor que nadie, dijo: "Su
andar es inestable. Me quedareá aquíá para vigilarlo, a menos que creas que mi
presencia es necesaria".
"Soy capaz de proteger a Peabody", dijo Emerson con una mirada sombríáa.
Sabíáa que recordaba la nota de que Sethos se habíáa colado por debajo de la
puerta del hotel. "Síá, lo eres. Os veremos a los dos a la hora del teá , y a Nefret
tambieá n si el tren llega a tiempo".
Sonñ eá con Abdullah esa noche. El viejo y yo habíáamos desarrollado una extranñ a
pero extranñ amente satisfactoria relacioá n a lo largo de los anñ os en que eá l habíáa
servido como nuestro rey. Algunos diraá n que sonñ eá con eá l porque me resistíáa a
admitir que habíáa dejado mi vida para siempre. Creo que no se arrepintioá de
haber ido. Su salud era mala, y se habíáa quejado de estar sentado al sol como
otros viejos inuá tiles. Hubiera preferido salir en un gesto glorioso de heroíásmo,
como lo hizo cuando recibioá en su propio cuerpo la bala que significaba para
míá.
Sin embargo, esos suenñ os no eran como las visiones amorfas, medio
recordadas, que normalmente vienen en el suenñ o. Eran afilados y tan víávidos
como la vida, y el escenario era siempre el mismo: el acantilado detraá s de Deir
el-Bahri, donde tan a menudo nos habíáamos quedado juntos mirando la luz del
sol esparcieá ndose por el valle del Nilo. Y Abdullah no era como el anciano
habíáa sido al final. Era alto, fuerte y de barba negra, y se acercoá a míá con los
pasos libres de un hombre en la flor de la vida.
Me reíá en voz alta cuando se acercoá , en parte por la alegríáa de verlo y en
parte porque su rostro estaba fruncido en un cenñ o fruncido familiar. Abdullah
nunca habíáa pensado bien de mi sentido comuá n. Teníáa que dar una
conferencia.
No le di la mano ni lo abraceá como lo habríáa hecho en vida. Algo me dijo que
no estaríáa permitido.
"Me alegro de volver a verte", dije, y volvíá a reíárme porque las palabras eran
tan banales, tan inexpresivas.
Me parecioá ver una chispa de diversioá n en sus oscuros ojos, pero me habloá
con la severidad con la que siempre lo habíáa hecho.
"¿Cuaá ndo aprenderaá s a ser sensato, Sitt? Te enfrentas a un enemigo como
ninguno que hayas conocido, y te ríáes como una colegiala".
"Entonces debes hacerme ser sensato, Abdullah. Dime coá mo conocer a mi
enemigo".
Abdullah agitoá la cabeza. "Sabes que no puedo hacer eso, Sieá ntate. Arregla
tu mente sobre el problema en cuestioá n. Te distraes demasiado faá cilmente con
otros asuntos."
"Pero hay demasiadas cosas en marcha. El hombre que me atacoá en mi banñ o,
el supuesto bombardero, la horrible decapitacioá n en la estacioá n de tren, asíá
como los extranñ os sucesos de Amarna. Herr Morgenstern, que ha vuelto a
desaparecer, dejando el lugar sin vigilancia. Pero tuá lo sabes, supongo."
"No hay nada misterioso en su ausencia", dijo Abdullah con exasperacioá n.
"Reuá ne lo que sabes de sus actividades y preguá ntate por queá estaba vestido
con ropa sucia y despotricando como un loco en El Cairo."
"Oh," dije. Despueá s de reflexionar un momento, dije lentamente: "Habíáa
llegado al busto de Nefertiti y estaba enamorado de eá l. Sabíáa que en la divisioá n
final la gente de antiguü edades no le dejaríáan quedaá rsela, asíá que la ocultoá y fue
al falsificador maá s famoso de todo Egipto. Supongo que deseaba mantener su
plan en secreto, por lo que no decidioá quedarse en la Deutsche Orient-
Gesellschaft. Sin embargo, estoy seguro de que teníáa fondos para vivir en un
hotel anodino donde no estaríáa..."
"Sieá ntate".
"¿Síá, Abdullah?"
"Tres hombres intentaron asesinarte recientemente. No es un
acontecimiento inusual", dijo Abdullah con gran sarcasmo, "pero que merece
su atencioá n. ¿O no cree que estos intentos de asesinato son importantes?"
"No seríáa la primera vez", dije, tratando de aligerar el ambiente. No tuvo
eá xito. Su cenñ o fruncido se oscurecioá auá n maá s. "Abdullah, no me reganñ es", le
dije. "Emerson me cuidaraá como siempre lo hace. Ademaá s, no soy incapaz de
defenderme."
Abdullah suspiroá . "Mi tiempo aquíá ha terminado por ahora. A veces no seá
por queá me molesto. Pronto seguiraá s tu alegre camino sin tomar ni siquiera las
precauciones normales. Emerson no puede protegerte si te comportas de
forma imprudente. Debes mantener una vigilancia constante para aquellos
que te desean danñ o. Estaá n muy cerca."
Parecíáa una cosa extraordinaria para eá l decir. Entonces me di cuenta de que
estaba despierto y que la voz que oíá no era la de Abdullah, sino la de Emerson,
murmurando en su suenñ o como a veces lo hacíáa.
Gracias a la lentitud de mi coá nyuge por las manñ anas, al díáa siguiente
seguíáamos sentados desayunando, cuando quieá n debíáa aparecer sino el propio
Herr Morgenstern. Le habíáan cortado el pelo y le habíáan manicurado las unñ as,
y su ropa estaba impecable. Esperaba sus primeras palabras con curiosidad.
Comenzoá con un saludo amistoso ("Guten Morgen") y se disculpoá por la
intromisioá n. Emerson se quedoá sin palabras por esta cordialidad inesperada;
yo, que habíáa esperado tal reaccioá n a mi tratamiento hipnoá tico, respondíá con
una amabilidad a juego.
"Acompaá nñ enos a desayunar, Herr Morgenstern", le dije. "Es bueno verte de
pie de nuevo."
"Creo que debo darle algo de creá dito, Frau Emerson." Se sentoá y miroá con
aprecio el plato de huevos que Faá tima colocoá frente a eá l. Despueá s de recibir
cafeá y tostadas, se metioá en su desayuno con un verdadero apetito teutoá nico.
Cuando terminoá , dio un suspiro de satisfecha replecioá n, se puso la servilleta
en el bigote y dijo: "No es bueno para la digestioá n hablar de temas
desagradables mientras se come, pero creo que debemos ocuparnos de uno de
ellos ahora". Me han dicho que encontraste un cadaá ver en el lugar de mi
excavacioá n". Me agitoá el dedo. "Es un haá bito muy travieso suyo, Frau Emerson."
La nota de frivolidad no soá lo era inapropiada, sino muy diferente a eá l. Le
respondíá severamente:"No soá lo muerto, sino asquerosamente asesinado".
"¿Asesinado? ¿Estaá s seguro?"
"No se cortoá su propia garganta y luego se enterroá a síá mismo", dijo
Emerson, resentido por la implicacioá n de que yo habíáa inventado o imaginado
un crimen. "¿No teníáas la curiosidad de examinar el cuerpo?"
"Viendo que la notoria y famosa Frau Emerson, es decir, que el paraá sito
habíáa sido dejado para marcar el lugar, di por sentado que ella habíáa llevado a
cabo su habitual y minucioso examen." El senñ or Morgenstern tomoá un
profundo trago de cafeá , volvioá a aplicar su servilleta y continuoá : "Confíáo en que
retiraraá los restos tan pronto como sea posible. Fueron enterrados en un aá rea
donde habíáa estado descubriendo material interesante".
"¿Oh?" Los ojos de Emerson se iluminaron. "¿Queá ...?"
"Emerson," le dije bruscamente,"no te dejes distraer. No podemos perturbar
los restos hasta que hayamos tenido noticias de las autoridades de El Cairo.
Selim ha ido allíá con copias de las fotografíáas que tomoá de von Raubritter, pero
pasaraá un tiempo antes de que recibamos una respuesta".
"¿Ordenaste a tus Reyes que tomaran fotografíáas del hombre muerto?" El
tono de Herr Morgenstern era una mezcla de admiracioá n y desaprobacioá n. "Su
aplomo me asombra, mi querida senñ ora."
"Sin duda lo consideras poco femenino, pero ya deberíáas estar
acostumbrado a mis haá bitos."
"Deberíáa", dijo con un suspiro, "pero dudo que alguna vez lo haga. ¿Tienes
copias de las fotografíáas?"
Lo hice, por supuesto. Aquíá Morgenstern tardoá mucho tiempo en
inspeccionarlos y finalmente agitoá la cabeza. "Me recuerda a alguien. No puedo
pensar quieá n."
Emerson lo miroá fijamente. "¿No reconoces a este hombre que dijo haber
sido dejado a cargo cuando fuiste a El Cairo?"
"No puedo estar seguro", murmuroá , frotaá ndose las sienes. "Es todo muy
confuso."
"He examinado el contenido de la billetera del hombre", dijo Emerson sin
rodeos. "Tiene 27 anñ os y vivíáa en Darmstadt, en el sur de Alemania.
Recientemente, fue estudiante en la universidad, que tiene un departamento
de arqueologíáa. Si usted lo contratoá , podríáa haber tenido credenciales
acadeá micas adecuadas, pero obviamente no tiene experiencia en el campo. Es
curioso que lo hayas cargado con la supervisioá n de la excavacioá n en tu
ausencia".
"¿Lo hice?" Herr Morgenstern reexaminoá las fotografíáas. "¿Estaá s seguro?"
"Eso es para que nos lo digas tuá ."
Mireá a Emerson, sorprendido por su tacto. Es una virtud que rara vez
emplea. "No se preocupe, Herr Morgenstern", le dije. "Es difíácil de decir, dadas
las circunstancias."
"Aber natuü rlich. Gracias por un desayuno excelente. Espero que pasen por
mi excavacioá n en cualquier momento".
Despueá s de irse, Emerson me miroá con asombro y sin esconderse. "Por Dios,
Peabody, ¿queá le hiciste? El viejo cascarrabias es tan suave como un cordero,
aunque notablemente confuso".
"Debo decir -reconocíá- que no esperaba una reforma tan profunda. Tal vez el
proceso hipnoá tico ha sacado a la luz su verdadera naturaleza, oculta para
todos estos..."
"Conocemos bien su verdadera naturaleza, que es la de un ríágido pedante
prusiano. Esta hipnosis tuya. . . ¿Estaá s seguro de que deberíáas estar jugando
con la mente de la gente?"
"Todos nos metemos con la mente de la gente todos los díáas, Emerson.
Tratamos de influir en ellos con palabras y actos de diversa eficacia. Algunos
meá todos son maá s efectivos que otros". No teníáa intencioá n de desarrollarlos.
"Hmph."
"Si duda de la legitimidad de mis meá todos, ignoraraá la invitacioá n de Herr
Morgenstern a visitar su excavacioá n."
Se echoá a reíár a carcajadas. "Toucheá , Peabody. Juego y partido para ti." Tiroá
su servilleta sobre la mesa y se levantoá .
"¿Adoá nde vas?" Le pregunteá .
"Para visitar la excavacioá n. ¿Pensaste que iba a Luxor a mecer a los bebeá s en
la clíánica de Nefret?"
"Al menos podríáas esperar hasta esta tarde. Herr Morgenstern puede estar
dispuesto a que lo visite, pero dudo que le entregue su concesioá n".
"Esa idea nunca se me ocurrioá ", dijo Emerson.
Era maá s faá cil de leer que una de las novelas de la Srta. Smith, y mucho maá s
entretenido.
"Recuerda, Emerson -dije con una pizca de acidez-, lo que el Sr. Maspero nos
dijo a Ramses y a míá cuando estuvimos recientemente en su oficina. En
nuestra visita anterior, insinuoá que nos autorizaríáa a tomar el control de la
concesioá n si encontraá bamos la causa. Ahora se ha retractado de esa
afirmacioá n".
Estaá bamos caminando hacia la Aldea de los Trabajadores, seguidos por
Ramseá s y David. Nefret se habíáa retirado para desempacar su maleta y
disfrutar de unas horas de soledad.
"Maspero es un idiota", dijo Emerson despectivamente. "Evaluaremos la
situacioá n y haremos lo necesario para asegurar la integridad de la excavacioá n.
El senñ or Morgenstern ya ha robado el busto de Nefertiti para sustituirlo por
una falsificacioá n destinada a enganñ ar al Servicio de Antiguü edades. No se puede
confiar en eá l, Peabody".
"Estoy de acuerdo en que su motivo no fue ejemplar, pero hasta que no
tengamos pruebas debemos mantener un acuerdo civilizado sobre su primer
hombre. Es suyo, Emerson. No puedes usar la fuerza fíásica para obligarlo a que
te conceda autoridad".
"¡Tonteríáas!"
Estaba lleno de aprensioá n cuando llegamos a la Aldea de los Trabajadores,
ya que teníáa pocas esperanzas de que resultara ser nuestro destino final.
Emerson no permite que nadie lo frustre cuando ya ha tomado una decisioá n.
Por lo tanto, me sentíá aliviado cuando saludoá a Selim (con un fuerte apretoá n de
manos, por supuesto) y comenzoá a dar oá rdenes de comenzar a trabajar en una
estructura parcialmente vertical. Podíáa sentir que Ramseá s y David estaban
desconcertados, pero eran lo suficientemente sabios como para no hacer
comentarios. Al igual que yo.
Permanecimos en el lugar maá s allaá de la hora del teá , a pesar de las nubes
grises que se iban acumulando. Me disponíáa a sugerir que volvieá ramos a la
dahabeeyah cuando Emerson dijo: "Es hora de llamar a Herr Morgenstern. Ha
tenido toda una tarde para reunir a su tripulacioá n y reanudar el trabajo.
Deberíáamos aplaudir sus esfuerzos para animarlo".
"Nunca te he visto expresar un gesto tan altruista", dije draá sticamente.
"¿Me encuentras incapaz de altruismo?"
"No, por Dios, mi querido Emerson. Eres la encarnacioá n de la generosidad
hacia el proá jimo". Ya me habíáa preparado para el intercambio anterior, ya que
sabíáa que era inevitable. Le atraveseá el brazo y nos dirigimos a la ciudad.
No habíáa nadie allíá. Emerson retumboá siniestramente mientras miraba el
suelo del estudio de Thutmose, auá n cubierto con una gruesa capa de arena.
"¡Esto es incompetencia del maá s alto nivel!", gritoá . "¡No hay nadie haciendo
guardia! Debo hablar con Morgenstern inmediatamente."
"Es probable que haya reanudado su residencia en la casa de excavacioá n.
Prefiero esperar aquíá mientras ustedes dos discuten el asunto, estoy seguro de
que con mucho detenimiento. Por favor, tenga en cuenta que el sol se pondraá
pronto, y el regreso seraá maá s arduo en la oscuridad".
Despueá s de que Emerson caminara en direccioá n a la casa de excavacioá n, su
expresioá n formidable, me di cuenta de que el cuerpo de von Raubritter no
habíáa sido perturbado por el hombre ni por la bestia. Reposicioneá mi segunda
mejor sombrilla, que se habíáa derrumbado, con unas cuantas piedras maá s.
Satisfecho de haber hecho todo lo posible, opteá por explorar estructuras de
intereá s potencial en el futuro. Paseeá por el otrora gran Siket es-Sultan,
contemplando con gran curiosidad lo que habíáan descubierto los arqueoá logos
anteriores. Fue cartografiado por primera vez por el cuerpo de sabios de
Napoleoá n en 1798, y fue fuente de gran intereá s para los egiptoá logos de
numerosos paíáses.
Me volvíá para mirar los acantilados, donde Alessandro Barsasti habíáa
descubierto la tumba del rey hace veinte anñ os. Fue entonces cuando la vi por
primera vez, una mujer con un teloá n de fondo de nubes de metal armado
bordeadas de oro por el sol. Se movíáa como un paá jaro herido, sus cortinas
negras ondeando a su alrededor. La llameá para que se detuviera. O el viento se
llevoá mi voz, o ella no le hizo caso. La perseguíá tan raá pido como me atrevíá en el
terreno desigual, pero de alguna manera se las arregloá para mantenerse
delante de míá mientras cojeaba a lo largo del wadi en la base de los
acantilados.
Ya he mencionado que hacia la mitad de la tarde el cielo se habíáa oscurecido,
pero apenas nos habíáamos dado cuenta. La lluvia es tan rara en esta parte del
mundo que me sorprendioá cuando se desatoá en un aguacero a martillazos.
Murmurando en voz baja, abríá mi sombrilla y continueá persiguieá ndola. Las
rocas bajo mis pies se volvieron resbaladizas cuando el agua se elevoá . La mujer
anoá nima tambieá n parecíáa tener dificultades. Le griteá , pero no miroá hacia atraá s.
Un chorrito de agua mojoá mis botas mientras perseveraba. El chorro se
elevoá raá pidamente hasta convertirse en un arroyo. Sabíáa por experiencia
pasada que el agua seguiríáa subiendo y que se llevaríáa piedras y otros objetos
que amenazaríáan mi seguridad. Tendríáa que llegar a un terreno maá s alto, y
pronto. Las paredes de la rambla se elevaban abruptamente, y los riachuelos
de agua impedíáan cualquier esperanza de revolverlos. Habíáa, si la memoria
servíáa, una tumba abandonada en el acantilado cercano, pero yo carecíáa de los
medios para refugiarme allíá. Comenceá a entrar en paá nico mientras luchaba por
mantener el equilibrio en el traicionero arroyo.
Entonces oíá un grito como el de un halcoá n, pero pronunciaba las síálabas de
mi nombre. Mirando hacia arriba, vi una forma humana encaramada en una
cornisa. El oscurecimiento del cielo impidioá la identificacioá n, pero teníáa una
idea muy buena de quieá n podríáa ser.
Una cuerda se cayoá . Era un mensaje suficiente en síá mismo, y lo anudeá
firmemente alrededor de mi cintura. Soá lo tuve tiempo de cerrar mi sombrilla
antes de que me levantaran con tal velocidad que ciertas partes de mi
anatomíáa entraron en contacto doloroso con la pared del acantilado.
Sethos -mi presentimiento habíáa sido correcto- me subioá a la cornisa de la
tumba. Estaba vestido con una tuá nica azul y un kaffiyeh de cuadros rojos y
blancos, su cara tenñ ida oscurecida por anteojos con montura de alambre, un
bigote escandalosamente grande, una variedad de verrugas artíásticas y una
singular ceja de escarabajo negro. "Estaá s extremadamente huá medo por encima
de las rodillas", dijo. "¿Le importaríáa quitarme...?"
"No", jadeeá . Colgar de una cuerda a gran altura sobre el agua enrarecida
siempre ha tenido un efecto perjudicial en mi compostura.
"Ah, bueno. Sieá ntate entonces, y disfruta de la vista. Dudo que el agua suba
maá s alto."
Entreá en razoá n y mireá el wadi. "¡La mujer!" exclameá . "No la veo. ¿Queá fue de
ella? Se dirigíáa directamente a las aguas maá s profundas".
"¿Una mujer en apuros? ¿Y la seguiste? ¿Nunca aprenderaá s?"
"Puede que haya sido arrastrada. La inundacioá n-"
"Fue un acto de la Providencia", interrumpioá Sethos. "Si la hubieras seguido
un poco maá s lejos, te habríáas enfrentado no a una mujer, sino a un hombre
armado con armas mortales. Probablemente habríáa usado un cuchillo, pero
una pistola podríáa haber sido una opcioá n viable. Habríáa estado en el
acantilado y lejos antes de que Emerson llegara. ¿Coá mo diablos eludiste a
Emerson? Se supone que deberíáa estar vigilaá ndote."
"Fue a hablar con el senñ or Morgenstern."
"¿Y te fuiste corriendo sin decir una palabra a nadie?"
Estaba seguro de que escucharíáa una repeticioá n (y maá s de una vez) de esta
críática de Emerson, asíá que delibereá brevemente sobre mi respuesta. No es que
me sintiera obligado a poner excusas, o incluso a dar explicaciones, por mi
comportamiento, pero ahorraríáa tiempo y energíáa si Emerson aceptara mis
razones sin un debate excesivo. Decidíá averiguar coá mo responderíáa Sethos a
ellos.
"Era necesario actuar de inmediato", le dije. "Creíá que la mujer estaba en
peligro inminente."
"Amelia, haznos a míá y a tu esposo el favor de detenernos a pensar antes de
actuar. Parece que necesitamos al menos dos de nosotros para mantenerte
fuera de problemas, y no puedo pasar todo mi tiempo aquíá. Mi negocio estaá
sufriendo."
"Eso difíácilmente despierta mi simpatíáa, ya que su negocio es el robo de
tumbas, la falsificacioá n, el fraude y el asesinato."
Sethos emitioá una carcajada. "Si tu intencioá n era insultar, querida Amelia,
has errado el tiro. Es una descripcioá n relativamente precisa".
Nos sentamos en un silencio extranñ amente agradable durante un rato,
mirando el torrente de piedras y agua espumosa que habíáa debajo. Una vez
maá s Sethos habíáa venido a rescatarme -la frase es trillada pero exacta- en el
momento justo, pero yo estaba molesto con eá l. Habíáa estado en su presencia
en varias ocasiones memorables, pero soá lo podíáa describir sus rasgos
generales. Su altura, casi tan grande como la de Emerson, no podíáa ser
ocultada, pero sus hombros se inclinaban y un aire general de .... ¿Coá mo debo
llamarlo? Una postura de ineptitud, incompetencia, impotencia puede crear
una impresioá n de menor tamanñ o. La seguridad y la competencia tienen el
efecto contrario, razoá n por la cual la mayoríáa de los egipcios afirman que
Emerson mide por lo menos siete pies de altura.
Estaba pensando en mis posibilidades de arrancarle el bigote a Sethos
cuando dijo: "¿Has averiguado cuaá l es el problema aquíá en Amarna?"
"¿Problema? Oh, ¿asíá que fuiste tuá quien dejoá el Ushebti danñ ado?"
"¿Quieá n maá s? Sabíáa que seríáas lo suficientemente inteligente para entender
su significado".
"Tambieá n Emerson". Esperaba que esto lo irritara, pero soá lo sonrioá .
"Nunca he subestimado la inteligencia de Emerson. Su debilidad es que
permite que su indignante temperamento prevalezca sobre su sentido comuá n".
"¿Queá hay de ti?" Le pregunteá . "¿No tienes idea de lo que estaá pasando aquíá?
No nos hubieras traíádo el ushebti si no hubieras sospechado."
"El comportamiento de Herr Morgenstern fue peculiar. Dejoá a Amarna en
medio de la noche, llevando una gran bolsa de lona. Un conocido míáo lo siguioá
a El Cairo, pero lo perdioá en la estacioá n de tren. Estaba, digamos, intrigado."
Lo mireá con ira. "Y cuando no pudiste encontrarlo, elegiste seguirnos.
¿Nuestra visita a la tienda de Harun te ofrecioá algo de iluminacioá n?"
"Harun es un viejo amigo míáo -dijo Sethos-, aunque me gustaríáa que se
peinara la barba cada pocos meses. Siempre parece tan polvoriento".
"En efecto", dije distraíádo. Si le creyera, no habíáa hecho un trato con Harun
por una copia del busto de Nefertiti. Experimenteá algo de iluminacioá n por mi
cuenta. "¿Estaá Lucinda disfrutando de su viaje a El Cairo y encantada con su
reciente compra en la tienda frente al museo?"
"Me di cuenta por tu reaccioá n y la de Ramseá s que era falsa, pero sentíá que
merecíáa un examen maá s profundo. Uno nunca sabe cuaá ndo puede necesitar un
facsíámil de una obra maestra". EÉ l sonrioá un momento y luego dijo con voz
sobria: "Pero algo anda mal aquíá. Sospecho que el hombre que se hace llamar
von Raubritter estaá involucrado. No es uno de mis sospechosos habituales, asíá
que no he podido localizarle".
"Estaá muerto. Encontramos su cuerpo ayer. Estamos enviando fotografíáas a
El Cairo para que lo identifiquen". No mencioneá que el Sr. Morgenstern no lo
reconocioá .
"Desgraciadamente, debemos poner fin a este delicioso encuentro. Creo que
oigo a Emerson acercarse."
No habíáa ninguna duda al respecto. Los gritos estentoá reos de Emerson
resonaron de acantilado en acantilado. "¡Peabody! ¿Doá nde te has metido?
¡Respoá ndeme! Peeaaabody..."
"Seraá mejor que respondas", dijo Sethos, ponieá ndose en pie. "Por favor,
discuá lpenme. Prefiero evitarlo cuando estaá en este estado de aá nimo".
"¿Adoá nde vas?"
"Arriba", dijo sucintamente. Y subioá , escalando con la experiencia de un
alpinista. Estaba fuera de la vista cuando aparecioá Emerson, abrieá ndose paso a
traveá s del feroz arroyo.
Levanteá mi voz al tono que se ha sabido que sofoca a las turbas que se
amotinan y a las discusiones familiares. "¡Aquíá arriba, Emerson!"
Emerson se detuvo, plantando firmemente los pies contra el torrente y
apoyaá ndose contra la pared. Soá lo un hombre de enorme fuerza podíáa
progresar hasta ahora, pero aunque el nivel del agua estaba empezando a
bajar, Emerson estaba siendo golpeado por piedras de varios tamanñ os.
"¿Queá haces ahíá arriba?", gritoá . "Maldita sea, Peabody..."
"Caá lmate. Como puedes ver, estoy perfectamente a salvo. Tuá eres el que estaá
en peligro. Por favor, uá nase a míá."
"Eso parece sensato", admitioá Emerson. Comenzoá a escalar. Varias veces su
pie resbaloá , pero su agarre a la roca le impidioá caer y pronto estuvo a mi lado.
Su primer acto fue agarrarme en un abrazo que me sacoá el aire de los
pulmones. El segundo fue iniciar una diatriba, intercalaá ndola con ternuras y
blasfemias, que no reproducireá por cortesíáa a mis maá s gentiles lectores. Una
vez que se quedoá sin aliento, se sentoá a mi lado. Saqueá mi panñ uelo y le limpieá
la sangre de la mejilla.
"Oh, Dios míáo", dije. "Debemos volver al campamento para que pueda
atender sus heridas."
"Otra camisa arruinada", refunfunñ oá Emerson.
Asentíá con la cabeza. "Ciertamente lo es. Faltan la mayoríáa de los botones, y
hay innumerables alquileres y laá grimas, por no hablar de algunas manchas de
sangre. Supongo que deberíáa haberte comprado maá s camisas en El Cairo.
Parece que las revisas en poco tiempo. Podríáa ser maá s econoá mico comprarlos
por el precio bruto."
"No puedes distraerme tan faá cilmente, Peabody. ¿Por queá te fuiste sin
anunciar tus intenciones?"
"Habíáa una mujer en la distancia..."
"O una figura envuelta en una cortina negra anoá nima. ¿Nunca aprenderaá s?"
"Eso es lo que dijo Sethos." Me arrepentíá de las palabras tan pronto como
salieron de mi boca, pero para mi sorpresa, Emerson no reaccionoá como solíáa
hacerlo ante la mencioá n de ese nombre.
"Supongo que fue eá l quien te trajo aquíá", dijo, mirando la bobina de soga.
Abríá la boca para responder, pero eá l me hizo un gesto de silencio con un gesto
magistral. "Te ruego que no digas nada maá s, Peabody. Seá muy bien cuaá les eran
los motivos de Sethos. No han cambiado desde ese díáa que te encarceloá en su
serrallo y te cortejoá con discursos caprichosos y entornos voluptuosos".
"No me impresionaron, Emerson. Yo era y siempre soy soá lo tuya."
"Lo seá , pero tambieá n seá que tienes cierta debilidad por el tipo, ya que no se
aprovechoá de ti, o no lo habíáa hecho antes de que yo llegara a la escena. No
olvides que no llevas mucho tiempo con eá l".
"¿Coá mo podreá olvidarlo? La visioá n de ti entrando por la puerta, con una hoja
desenvainada en cada mano. Confieso que el duelo que siguioá hizo latir mi
corazoá n maá s raá pido..."
"-hmph," dijo Emerson, daá ndome una mirada significativa. "Manteá n ese
pensamiento, Peabody. Bajemos ahora, antes de que la luz falle".
Nueve
Selim nos estaba esperando en la orilla del ríáo. "La detective jefe Russell te
manda saludos", comenzoá . "No reconocioá al hombre de las fotografíáas, ni
tampoco a ninguno de sus oficiales. Hizo averiguaciones en la embajada
alemana y en la Deutsche Orient-Gesellschaft, pero nadie sabíáa nada de un
hombre llamado von Raubritter".
"¿Teníáa alguna sugerencia sobre lo que debemos hacer con el cuerpo?" Le
pregunteá . "No podemos ignorarlo. Me siento tan mal que fue agredido con
tanta violencia. Puede que no fuera un arqueoá logo experto, pero era un joven
muy corteá s y bien hablado".
Emerson se estremecioá . "Síá, lo era. Selim, ¿queá sugirioá Russell?"
"Dijo que enviaríáa un telegrama a la policíáa de Minya con instrucciones de
investigar."
"¡Estamos aquíá para excavar, no para hacer una vigilia alrededor de una
tumba! Si la policíáa no aparece al mediodíáa, ireá a su cuartel general y los
arrastrareá hasta aquíá por los talones".
No cuestioneá la sinceridad de su amenaza. A Emerson rara vez le
impresionan (y nunca lo intimidan) aquellos que asumen que poseen
autoridad, o se atreven a discrepar con eá l. No tolera la incompetencia ni la
pereza, caracteríásticas de los policíáas de pueblo. Soá lo podíáa rezar para que
llegaran pronto.
Continuamos hacia la Aldea de los Trabajadores y comenzamos a trabajar.
Estaba midiendo trozos y piezas cuando oíá voces. Levanteá la vista con la
expectativa de ver a un policíáa uniformado, pero me irritoá ver a los turistas.
Amarna es una parada popular para los cocineros de vapor; los visitantes
maá s letaá rgicos (hechos auá n maá s letaá rgicos por el enorme desayuno ingleá s
servido a bordo) se sientan en la cubierta, observando a sus companñ eros de
viaje maá s eneá rgicos montando burros hacia las tumbas de los acantilados.
Afortunadamente, pocos de ellos se molestan con lo que se les dice que son
sitios aburridos, lo cual es bueno. Como habíáamos aprendido de experiencias
pasadas, la mayoríáa de los que se acercaban hacíáan preguntas estuá pidas o
manejaban los artefactos, o intentaban robar unos cuantos como recuerdo.
Emerson es conocido por exigir que algunos de ellos vacíáen sus bolsos y
bolsillos para su inspeccioá n. Tiene un ojo agudo para los ladrones de poca
monta.
Trabajamos hasta el mediodíáa. Emerson, que rara vez usa un reloj porque
puede determinar la hora como si fuera un reloj de sol, pidioá un descanso para
que pudieá ramos tener nuestro almuerzo en el dahabeeyah. Para mi alivio, nos
encontramos con dos oficiales de policíáa embarcados en un barco; no teníáa
ninguna duda de que Emerson habríáa cumplido con su promesa si no hubieran
llegado a tiempo. Lo reconocieron, naturalmente, y comenzaron a pedirle
perdoá n por su tardanza y a prometer investigar el asesinato. En lugar de
sermonearlos sobre los puntos maá s delicados del anaá lisis forense, los envioá en
su camino con una blasfemia superficial.
La tarde pasoá sin incidentes. Solo habíáa una pequenñ a posibilidad de que
encontraá ramos un artefacto de asombrosa importancia, y no lo hicimos.
Esperaba que Emerson sugiriera una visita al sitio del senñ or Morgenstern para
confirmar que estaba bajo vigilancia o para interrogar a los policíáas, pero no
dijo nada. Cuando Ramseá s y David se ofrecieron para revisar el lugar, Emerson
asintioá secamente.
Faá tima habíáa preparado un teá especialmente rico, al que habíáamos invitado
a Selim y a Daoud. Daoud habíáa tomado la costumbre inglesa de tomar el teá de
la tarde (con los saá ndwiches, pasteles y galletas concomitantes) con gran
entusiasmo. Como hombre grande, requeríáa una alimentacioá n considerable, y
asintioá de acuerdo cuando Emerson comentoá : "No veo por queá Faá tima se
molesta con estos pequenñ os saá ndwiches. Son soá lo un bocado. ¿Por queá no un
buen trozo de carne o queso entre dos gruesas rebanadas de pan?"
Sonreíá con indulgencia, pero no me molesteá en responder a lo que era
claramente una pregunta retoá rica. "Si recuerda, Emerson, tuvimos una razoá n
para invitar a nuestros amigos esta tarde. ¿Le importaríáa explicarme la
situacioá n, o lo hago yo?" Emerson intentoá hablar, pero su boca estaba llena de
saá ndwich (confieso que lo habíáa tenido en cuenta). "Muy bien, querida, me
encargareá de esta tarea."
"Lo hareá ", dijo Nefret.
La mireá con cierta sorpresa, pues no era propio de ella presentarse. "Por
supuesto, si lo desea. Penseá que no querríáas recordar..."
"No se trata de lo que yo quiera, tíáa Amelia, sino de lo que sea necesario.
Estaá bamos de acuerdo en que Selim y los demaá s deberíáan ser informados de la
situacioá n para que puedan tomar medidas para protegerte".
Ella lo cubrioá todo muy bien, asíá que no interrumpíá. Selim escuchoá con la
gran atencioá n que siempre demostroá , Daoud con su habitual mirada plaá cida.
Comprendioá perfectamente la situacioá n: mantener a los extranñ os alejados de
la sentada. Todo lo demaá s no teníáa importancia.
"Asíá que," dijo Selim, "esta gente quiere hacerte danñ o. ¿Coá mo vamos a
conocerlos?"
"Bueno, son ingleses", dijo Nefret. "A diferencia de los turistas ingleses, que
suelen viajar con un grupo, estaraá n solos."
"Eso es una ayuda", dijo dudoso, "pero ¿queá les impide unirse a un grupo
asíá? ¿No puedes describir su apariencia? Color de pelo, altura? ¿Cualquier
cosa?"
"Me temo que no", murmuroá Nefret. "Oh, Selim, siento ser tan poco uá til. Lo
uá nico que tienen en comuá n los Godwin es su exceá ntrica aficioá n a los
monoá culos".
Como toda nuestra gente, Selim adoraba a Nefret. "Encontraremos a esta
gente, Nur Misur, no importa coá mo aparezcan."
Daoud volvioá a asentir con la cabeza, sus mejillas repletas de pastel.
Del manuscrito H
Cuando el tren llegoá a El Cairo, con soá lo dos horas de retraso, David y Ramseá s
salieron de la estacioá n sin echar un vistazo a las manchas de sangre que auá n
podíáan ser visibles en las víáas. Durante el viaje se habíáan convertido en sucios
thobes y kaffiyehs, y fueron directamente a un cafeá , donde fueron recibidos de
una manera amistosa pero incoá moda.
Despueá s de haber comido, David encendioá su pipa y dijo: "¿Cuaá nto tiempo
crees que tardaraá n tus espíáas en llegar, con las palmas de sus manos deseando
cobrar?
"Estoy seguro de que nuestra llegada ha sido anotada." Ramses hizo un
gesto para pedir otra taza de cafeá . "¿Quieres hacer una apuesta?"
"Me arriesgareá a que nadie aparezca en una hora, a partir de ahora".
"Saca tu billetera", dijo Ramses con una sonrisa de satisfaccioá n. "Latif nos
estaá mirando desde la acera. Seguramente puede encontrar el valor para
acercarse a nosotros antes de que haya pasado una hora. Mira, aquíá viene."
Latif, un muchacho inteligente de no maá s de doce anñ os de edad, hablaba con
bastante fluidez el ingleá s de sus encuentros con turistas creá dulos, vivíáa en las
calles y dependíáa de su ingenio para sobrevivir. Ramseá s simpatizaba con su
difíácil situacioá n y siempre le recompensaba generosamente cuando le
proporcionaba informacioá n.
Ramseá s le dijo que se sentara con ellos y pidiera lo que quisiera del menuá .
Latif lo hizo apresuradamente, y luego se tragoá la comida. Una vez terminado,
se inclinoá hacia adelante y susurroá : "He oíádo que en el mercado de El Cairo hay
una estatua asombrosa de Amarna. Puedo mostrarte la tienda, Hermano de los
Demonios. Seraá un gran honor".
"Y por favor, permíátanme tener el gran honor de pagar la cuenta", dijo David
con una sonrisa iroá nica.
Poco despueá s, entraron en las estrechas calles del Khan el-Khalili y pasaron
por el taller de Harun (oscuro y vacíáo) hasta la tienda de un conocido
anticuario. Ramseá s puso una suma liberal en la mano de Latif y lo envioá a su
camino. EÉ l y David entraron y examinaron las mercancíáas en los estantes y en
las vitrinas, hablando entre síá en aá rabe.
"¿Esto es todo lo que tienes?" Ramseá s le dijo al propietario. "¿Basura?"
"Vaá yanse con ustedes mismos", dijo el hombre con desdeá n. "No tengo nada
que ustedes, mendigos, puedan permitirse. Si no te vas inmediatamente, te
echareá por la puerta. Todos se reiraá n cuando te tumbes en la calle".
"¿Asíá es como te diriges al Hermano de los Demonios?", dijo David.
El propietario jadeoá , sus ojos parpadeando de miedo. "¡Oh, no! No me di
cuenta de que eras tuá . Debes perdonarme por mi insolencia, pero no te
reconocíá vestida asíá. ¡Estoy abrumado por la verguü enza, hermano de los
demonios!"
Ramseá s lo miroá con un geá lido desdeá n. "Me han dicho que tienes un raro
hallazgo de Amarna. Mueá stramelo".
"Por supuesto, por supuesto. Lo adquiríá ayer mismo y lo he guardado hasta
que pueda tasarlo, pero se lo traereá . ¿Puedo ofrecerle un teá ?"
"Mueá stramelo", repitioá simplemente Ramseá s.
David estaba ahogando sus risas, sus hombros temblando. "Suenas muy
parecido a alguien cuyo nombre no necesito mencionar."
"¿Crees que hay alguna posibilidad de que tenga el original?"
"Lo sabremos en un minuto," dijo David,"a menos que Sethos llegue
disfrazado y nos lo arrebate de las narices. La uá ltima vez que fingioá ser un
americano con ropa de vaquero".
"Estareá buscando mujeres embarazadas en burkas, condes italianos,
senñ ores o senñ oras britaá nicos, pashas turcos y marchantes de arte chinos.
Mantente alerta por todos los demaá s".
"Por supuesto, por supuesto", contestoá David, imitando al propietario.
"Cualquier cosa que pueda hacer por el Hermano de los Demonios".
El propietario regresoá de su cuarto trasero y colocoá la estatua de Nefertiti
en el mostrador. "Es de lo maá s hermoso. Como he dicho, auá n no he valorado su
valor, pero le dareá un precio excelente. Por favor, examíánelo a su satisfaccioá n."
"Maldicioá n", murmuroá Ramses en voz baja, "otra falsificacioá n. Empiezan a
aparecer como malezas. Debemos detener a Harun antes de que haga maá s
copias y las disperse por El Cairo".
"¿Una falsificacioá n?", dijo el propietario. "Eso no puede ser. Me aseguraron
que es original y vale mucho dinero". Se detuvo un momento y dijo: "Ese
mismo díáa pensaba llevarlo al museo y daá rselo a ellos, ya que no trato con
ladrones. Debes tomarla, Hermano de los Demonios, y decir a las autoridades
mi buena intencioá n."
Ramseá s lo ignoroá . "Queá tonta debe ser esta aprendiz para haber
reemplazado el iris negro que faltaba en su ojo izquierdo. El Padre habíáa
notado su curiosa ausencia muy particularmente. Síá, nos lo llevaremos
despueá s de que nos diga quieá n se lo vendioá ".
"Un ninñ o, no me dijo su nombre. Estaba muy nervioso y temeroso de que lo
siguieran. Despueá s de pagarle, le dejeá salir por la puerta trasera. Lo siento
mucho, no puedo ser de maá s ayuda". Envolvioá torpemente el busto en papel
marroá n y cuerda, reafirmando al mismo tiempo su "buena intencioá n" y
subrayando que no aceptaríáa ninguá n pago por lo que merecíáa ser colocado en
el Museo Egipcio.
Y estando ellos en la calle, dijo David: "¿Queá haremos nosotros con esta
maldita falsificacioá n? No me apetece cargarlo todo el díáa. Sethos seguro que
estaraá cerca, observaá ndonos. Podríáa apreciar un regalo de Navidad
anticipado".
"Que puede vender como el original a alguá n coleccionista codicioso", dijo
Ramses mientras cambiaba el paquete pesado a su otro brazo. "Preferiríáa
romperlo en pedazos, pero creo que deberíáamos conservarlo hasta que las
circunstancias nos dicten lo contrario. Sethos no sabe que es soá lo el trabajo de
otro aprendiz inepto del taller de Harun. Eso puede resultar uá til, de alguna
manera. Busquemos un hotel donde no nos reconozcan y consideremos
nuestro proá ximo movimiento".
"Lord Cavendish, supongo."
"Y como mi humilde asistente, puedes llevar esta maldita cosa."
"El honor deberíáa ser vuestro, senñ or."
"Mierda", dijo Ramses, riendo.
El hotel que eligieron no cumpliríáa con los estaá ndares requeridos de
cualquier persona con un desagrado por olores extranñ os, insectos y roedores,
higiene cuestionable, o un míánimo de seguridad. La cerradura de la puerta de
la habitacioá n del hotel consistíáa en un cerrojo interior para evitar la intrusioá n
cuando los hueá spedes estaban presentes, aunque una fuerte patada lo
frustraríáa. El mobiliario míánimo no ofrecíáa un escondite adecuado para
Nefertiti en su ausencia.
"Supongo que podríáamos pedirle al empleado del hotel que lo guarde en
una habitacioá n cerrada", dijo David con dudas, "pero es susceptible a los
sobornos como sus hermanos en el mismo negocio".
"¿Por queá no pudo haber sido un ushebti?"
Cuando salieron del hotel, vestidos con ropa de caballero, David llevaba una
bolsa de lona llena de bultos. El empleado levantoá las cejas mientras decíáa una
deá bil despedida. Llamaron a un carruaje para que los llevara a la embajada
alemana, y fueron recibidos por el guardia. Ramseá s lo hizo a un lado con una
palabra grosera en alemaá n, y subieron por el camino hacia la puerta principal.
"Estamos aquíá para ver al embajador", le dijo al anciano mayordomo.
"Informe a Herr Gunter que esperaremos todo el tiempo que sea necesario."
"Herr Gunter no estaá aquíá en este momento. El embajador se fue hace varias
semanas a una conferencia en Berlíán".
"En ese caso, tomaremos un poco de whisky mientras esperamos en el
saloá n", dijo Ramses mientras eá l y David entraban, ignorando la protesta del
mayordomo. "¿Podríáa haber un tablero de ajedrez o una baraja de cartas con
la que podamos divertirnos hasta que vuelva Herr Gunter? La tarde estaá a
nuestra disposicioá n."
El mayordomo les mostroá la habitacioá n en la que habíáan esperado
previamente, senñ alando en silencio una bandeja con jarras y vasos, y luego se
alejoá arrastrando los pies, murmurando para síá mismo. Se sirvieron de una
modesta cantidad de whisky diluido en agua.
"¿Y ahora queá , Lord Cavendish?" David preguntoá mientras deambulaba por
la habitacioá n, abriendo cajones y gabinetes. "Sin tablero de ajedrez, sin cartas.
Su senñ oríáa se aburriraá terriblemente, me temo."
Ramseá s abrioá la puerta y miroá el pasillo de entrada. "Ese tipo molesto ha
desaparecido. Echemos un vistazo mientras podamos. Gunter mintioá sobre el
paradero del embajador la uá ltima vez que estuvimos aquíá. Si regresa mientras
merodeamos, lo senñ alareá y direá que estamos confundidos y que queremos
verlo por nosotros mismos. Una excusa deá bil, lo seá , pero de caraá cter."
"Es probable que las oficinas esteá n aquíá en la planta baja, pero estaraá n
cerradas."
"Eso nunca nos ha disuadido antes", dijo Ramses mientras entraba en el
pasillo. "No olvides la bolsa. Si Gunter se vuelve beligerante, puede que nos
veamos obligados a irnos con prontitud".
La embajada era espaciosa, pero no palaciega. Miraron en un gran saloá n
adecuado para reuniones sociales, una biblioteca y un comedor con una
amplia mesa con cubiertos, cristal fino y arreglos florales marchitos. No
escucharon voces ni pasos mientras seguíáan adelante. El mayordomo, pensoá
Ramses, debe haberse retirado hacia abajo para tomar un trago de
aguardiente y recuperarse de la descarada demostracioá n de impropiedad de
David y Ramses.
La oficina del embajador estaba en orden impecable pero ligeramente
polvorienta. En contraste, el escritorio y los archivadores de Gunter conteníáan
pilas de carpetas desordenadas y correo sin abrir. Las paredes estaban
cubiertas con mapas de Europa, Egipto y el Medio Oriente.
David se agachoá frente a un armario y utilizoá una pequenñ a herramienta para
abrirlo. "Dios míáo", dijo, olvidaá ndose de susurrar. Cuando se levantoá , estaba
agarrando un busto de Nefertiti. "Increíáble".
"¿El hombre de pelo blanco que vimos la otra noche llevaba algo cuando
entroá en la embajada?"
"Ambos vimos su maletíán, que no podíáa contener nada tan grande. ¿Crees
que podríáa ser el original?"
Ramseá s fruncioá el cenñ o. "No veo ninguá n defecto evidente, pero tendreá que
examinarlo con maá s detenimiento. Este no es el mejor lugar para hacerlo.
Vuelva a cerrar el armario y la puerta cuando nos vayamos. Recuerdo que hay
una salida al final del pasillo, y sugiero que la usemos inmediatamente". Tomoá
la bolsa de lona y el busto, se asomoá por la puerta e hizo un gesto a David para
que se uniera a eá l. "Esto seraá muy incoá modo si Gunter aparece ahora. Por otro
lado, difíácilmente puede hacer que nos arresten sin explicar por queá posee una
valiosa antiguü edad".
"¿Pensamos en sus opciones o nos largamos de aquíá?"
"¿Es esa la forma de hablarle a Lord Cavendish, suá bdito luá gubre? Por tu
impertinencia, puedes llevar una de la Reina Nefertitis. ¿Cuaá ntas de esas
malditas cosas hay? Quizaá necesitemos comprar un bauá l de vapor para
llevarlos a Amarna con nosotros".
Salieron por la puerta al final del pasillo, y estaban cruzando el patio trasero
cuando una voz masculina gritoá : "¡Agaá chate!". Reaccionaron instintivamente.
Una bala disparada desde la puerta detraá s de ellos se astilloá contra la puerta
de madera, seguida de un disparo desde el callejoá n. "¡Ahora corre, maldita
sea!", ordenoá la voz.
Ramseá s y David cumplieron, mantenieá ndose agachados y zigzagueando
hasta que llegaron al santuario del callejoá n. Otra bala golpeoá la puerta. "¡Alto,
Diebe!" gritoá una voz maá s familiar, la de un enfurecido Helmut Gunter.
Mientras corríáan hacia la calle maá s cercana, Ramseá s dijo: "Toma mi abrigo y
envueá lvelo alrededor de la estatua. Lo maá s probable es que Helmut venga a
por nosotros, y sabemos que estaá armado. Creo que seríáa prudente alojarse en
el hotel Shepheard por la noche".
"¿Y dejar El Cairo por la manñ ana?" preguntoá David.
"Bueno, no", dijo Ramses frunciendo el cenñ o. "Debemos descubrir el víánculo
entre Herr Morgenstern y Helmut Gunter. Tal vez deberíáamos preguntarle a
Sethos; parece que estaá siguiendo nuestros pasos y cuidando de nosotros".
David llamoá a un taxi. Una vez que habíáa ordenado al conductor que los
llevara a casa de Shepheard, dijo: "Soá lo por su devocioá n a tu madre. De lo
contrario, nos habríáa incapacitado o disparado para ponerle las manos encima
a Nefertiti. Podríáa haberse quedado perplejo cuando terminoá con dos de
ellos".
"Un total de tres, hasta ahora." Ramseá s examinoá la estatua que habíáan
tomado de la embajada. "Otra falsificacioá n, ¡maldita sea! Tenemos que
encontrar el taller de Harun antes de que las copias de Nefertiti empiecen a
aparecer en todas las tiendas de El Cairo. Por poco dispuesto que esteá a la
violencia fíásica, me gustaríáa estrangularlo".
Once
Mi amado Emerson intentaba sofocar una rebelioá n. Estaba rodeado por una
multitud de obreros que ventilaban sus quejas a gritos, mientras que el Sr.
Dullard refrenaba al Sr. Morgenstern con un abrazo de oso. Reis Abdul Azim se
agachoá en un lugar sombreado, sus manos cubriendo su cara. El Sr. Buddle
estaba a una distancia prudente, irradiando desagrado. El puá blico se habíáa
reunido para disfrutar del espectaá culo.
Vi a Nefret en el tiroteo y me abríá paso a su lado. "¿Queá demonios estaá
pasando?" Dije, obligado a levantar la voz para ser escuchado.
"¡Me he hecho cargo de esta excavacioá n!" Rugioá Emerson. "¿Te atreves a
desafiar al Padre de las Maldiciones?"
Puede que a los obreros les faltara el coraje para desafiarlo, pero estaban
decididos a protestar por su trato. Sonaban, penseá cansadamente, como una
manada de burros recalcitrantes. Emerson se enfurecioá , como era de esperar,
pero fue incapaz de gritarles para que se sometieran. Esto fue sorprendente.
Mi marido es maá s que capaz de intimidar a un batalloá n para que se retire
freneá ticamente. Lo que haya hecho Herr Morgenstern para enfurecer a los
obreros debe haber sido horrible.
Nefret se inclinoá hacia adelante para ser mejor escuchado. "Herr
Morgenstern estaá abrumado por el afecto y el entusiasmo. Selim me contoá lo
que provocoá este desagrado. Herr Morgenstern ha estado abrazando e incluso
besando a sus trabajadores, y para empeorar las cosas, otorgaá ndoles
baksheesh al azar. Los que maá s lloran son los que soá lo recibieron una moneda
o nada en absoluto".
"¿Tienes un diagnoá stico?" Le pregunteá .
Ella agitoá la cabeza. "No tengo ni idea, tíáa Amelia. Me gustaríáa entrevistarlo
en un ambiente maá s tranquilo".
"No digas maá s", dije enfaá ticamente mientras agarraba mi sombrilla y
utilizaba su punta para forzar mi camino a traveá s de cuerpos sudorosos hacia
el Sr. Morgenstern y el Sr. Dullard. "Creo que seríáa prudente permitir que
Emerson se ocupe de la situacioá n. ¿Nos retiramos a la casa de excavacioá n?"
"¡Frau Emerson!" exclamoá el senñ or Morgenstern, levantando arena mientras
intentaba liberarse. "¡Estoy encantada de volver a verle despueá s de nuestra
hermosa estancia en El Cairo! Debemos irnos otra vez, tuá y yo, para poder
cenar y luego bailar hasta el amanecer. Eres el maá s divinamente maravilloso..."
"¡Ahora!" Le griteá al Sr. Dullard. "Síágueme y haz lo que puedas para no pisar
a nadie. Esto no puede degenerar en una pelea de mal gusto".
El Sr. Dullard levantoá al Sr. Morgenstern unos centíámetros y lo llevoá a traveá s
de los agitados trabajadores, tirando a varios de ellos al suelo. Una vez que
estuvimos maá s seguros bajo una palmera, dijo: "Buenos díáas, senñ ora Emerson.
¿Coá mo estaá s hoy?"
"Encantador", dije acerbamente. "¿Tiene idea de por queá Herr Morgenstern
se comporta de forma extranñ a?"
Agitoá la cabeza con tanta vehemencia que su barba se lanzoá como un animal
peludo pendular. "Anoche estaba bien cuando lo visiteá , aunque bebíáa
aguardiente hasta el punto de embriagarse. Como yo mismo no me entrego a
las bebidas alcohoá licas, lo desanimeá lo mejor que pude y finalmente lo ayudeá a
acostarse".
Mireá a Emerson, cuyos gritos se habíáan hecho tan fuertes que resonaban en
los acantilados a lo lejos, y determineá que pronto tendríáa la perturbacioá n bajo
control. "Herr Morgenstern, vamos a su casa de excavacioá n para que todos
podamos disfrutar de una buena taza de teá ."
"¡Queá espleá ndida idea, Frau Emerson! No hay nada maá s agradable que una
taza de teá a media manñ ana. Me perdonaraá s si no puedo ofrecer galletas, pero
mi despensa es muy pequenñ a".
"No tienes por queá disculparte", respondíá. Una vez que el Sr. Dullard lo dejoá
en el suelo, tomeá su brazo y lo propulseá en la direccioá n correcta. Nefret nos
siguioá , su frente arrugada. El Sr. Dullard tambieá n lo hizo, pero nos abandonoá
sin ceremonias cuando vio a la Srta. Smith salir del cultivo y saludarnos
vigorosamente. O, maá s probablemente, a eá l.
Nefret agarroá el otro brazo del senñ or Morgenstern. Se inclinoá hacia adelante
para que pudiera ver sus ojos girar increá dula, sus elegantes cejas levantadas
casi hasta la líánea del cabello. Le habíáa dado cuenta del peculiar encuentro del
díáa anterior entre los dos, pero yo mismo habíáa luchado por asimilarlo. No
podríáa culparla por su escepticismo.
La casa de excavacioá n no era maá s ordenada que la de Emerson y la habíáa
encontrado antes. Era menos polvoriento, pero el olor de la basura era casi tan
acre y sucio como el de los platos y las botellas que llenaban el mostrador. El
senñ or Morgenstern habíáa regresado de El Cairo con un abundante suministro
de aguardiente y whisky, o habíáa escondido su alijo en la habitacioá n cerrada.
Incapaz de contener mi afinidad natural por restaurar el decoro, hice un gesto
a Nefret para ver a Herr Morgenstern y utiliceá un sucio trapo de cocina para
recoger los restos de carne y vegetales feá tidos. Apileá todo en una pila de platos
y lo lleveá afuera, con la nariz arrugada. Una cosa es enfrentarse a la redolencia
de una tumba asquerosa, mohosa, hasta ahora cerrada; es una experiencia de
lo maá s estimulante, cargada de anticipacioá n y de ensuenñ o de tesoros que hay
que descubrir. Los alimentos infestados de gusanos no tienen ninguá n atractivo.
Teníáa algo de experiencia en estos asuntos, ya que el dormitorio de la infancia
de Ramseá s estaba lleno de platos que conteníáan los restos de fruta a medio
comer y saá ndwiches. Cuando le habíáa dado un sermoá n sobre el asunto, me
habíáa explicado pacientemente que estaba llevando a cabo una investigacioá n
cientíáfica que revolucionaríáa las teoríáas sobre la descomposicioá n de la carne
humana. Con eso se referíáa a la aparicioá n de gusanos. Si mal no recuerdo, no
teníáa maá s de seis anñ os. Emerson le dio un microscopio para su proá ximo
cumpleanñ os.
Nefret estaba haciendo teá cuando regreseá . "Herr Morgenstern fue a su
habitacioá n a ponerse una camisa limpia en honor a la ocasioá n. No seá queá
pensar de eá l, tíáa Amelia. En un momento es doá cil y en el siguiente exuberante".
"Es curioso que no presente los síántomas asociados con las secuelas de un
exceso de alcohol. Las bebidas como el aguardiente tambieá n tienen un alto
nivel de azuá car, lo que puede resultar en un dolor de cabeza intenso que puede
persistir todo el díáa". Levanteá una mano. "No, querida ninñ a, no lo seá por
experiencia personal. "Ramseá s ha probado varias bebidas potentes en nombre
del avance del conocimiento de la incapacidad mental, o eso dice.
Me di cuenta de que mis pensamientos seguíáan volviendo a Ramseá s porque
estaba preocupada por eá l y por David. Compartíá mi preocupacioá n con Nefret,
quien respondioá encogieá ndose de hombros. Siempre habíáa sido testaruda e
insistente en unirse a los dos en sus peligrosas incursiones, y a menudo los
agotaba hasta que consintieron a reganñ adientes. No puedo explicar la fuente
de su astuta persistencia, por lo que debo suponer que se desarrolloá durante
su infancia en el remoto oasis. Esta vez habíáa permanecido en silencio. "Nefret
-dije con vacilacioá n-, he notado que tuá y Ramseá s rara vez os hablaá is. ¿Hay
alguá n problema?"
Me miroá con indignacioá n. "No seá por queá dices eso, tíáa Amelia. No hay
ninguá n problema. "Ramseá s estaá distraíádo por la idea de que esos insidiosos
hermanos Godwin han prometido hacerte danñ o". Ella se detuvo, frunciendo el
cenñ o y dijo: "A menos que me culpe a míá, lo cual no es irrazonable. Elegíá
casarme con Geoffrey. Me arrepentireá de esa decisioá n el resto de mi vida, ya
que nos ha causado mucho dolor a todos".
"Nadie te culpa, como te hemos dicho innumerables veces. Ninguno de
nosotros era consciente de su verdadera naturaleza. Incluso yo, con mi
habilidad superior para juzgar la naturaleza humana, no reconocíá la
profundidad de su maldad".
"Eso no me absuelve, tíáa Amelia, pero no hablemos maá s de esto. Herr
Morgenstern ha estado en su habitacioá n durante mucho tiempo. Si buscas
tazas de teá limpias, golpeareá su puerta".
Apenas habíáa dado un paso cuando regresoá , una mirada perturbada en su
rostro. "¿Queá pasa?" Exigíá. "¿Estaba en estado de desnudez parcial o total?
¿Hizo comentarios vulgares?" Recogíá mi sombrilla. "Esto es completamente
impropio y se lo dejareá claro."
"EÉ l no estaba allíá."
"¿Estaá s seguro?" Solteá mientras varias de las blasfemias maá s elegantes de
Emerson inundaban mi mente. "¿Miraste debajo de la cama?"
Nefret ignoroá mis preguntas estuá pidas. "Hay una puerta en la parte trasera
de la casa para que los ocupantes tengan un acceso maá s faá cil a un retrete
primitivo. Supongo que podríáa haber aprovechado la oportunidad de
enfrentarse a un imperativo natural, pero no estoy seguro. Si ha regresado al
lugar, el profesor se pondraá furioso".
"Bastante furioso", murmureá . Nefret y yo localizamos una puerta abierta en
la parte de atraá s de la casa, y nos acercamos al retrete. Me detuve a una
distancia corteá s y dije: "¡Herr Morgenstern! ¿Estaá s ahíá?"
No hemos oíádo ninguna respuesta. Despueá s de varios intentos maá s para
obtener una respuesta, apreteá los dientes, me acerqueá y golpeeá con fuerza en
la puerta. "Por favor, aparta los ojos, Nefret; esta puede ser una escena que
ninguno de nosotros desea tener grabada en nuestra memoria."
Abríá la puerta para exponer el interior. No lo describireá , por respeto a mis
lectores maá s delicados, pero inmediatamente me di cuenta de que estaba
deshabitada. Mi reaccioá n fue ambigua. Pragmaá ticamente, esperaba encontrar
al senñ or Morgenstern y ordenarle que volviera a la casa. Pero no queríáa
encontrarlo con los pantalones en los tobillos.
"Por aquíá, tíáa Amelia", dijo Nefret. "No soy un egiptoá logo bien educado, pero
no creo que esta ropa sea de la Dinastíáa XVIII, a menos que Akenatoá n usara
pantalones, un abrigo de tweed, botas y pantalones sin tirantes."
Escudrinñ eá el terreno sombríáo. "¡Ese maldito hombre! No soá lo ha huido, sino
que lo ha hecho sin pensar en lo apropiado. Debemos detenerlo antes de que
intente encontrar una pareja de baile nuá bil en el pueblo. Las mujeres egipcias
son modestas, y sus parientes masculinos son protectores y faá cilmente
indignados. Si el senñ or Morgenstern aparece con su atuendo actual, seraá
golpeado sin sentido, si no asesinado. Ireá allíá inmediatamente, y luego al sitio
de la ciudad. Encuentra a Mahmoud y dile que reuá na un grupo de buá squeda.
Esperemos que Herr Morgenstern esteá cerca, felizmente construyendo un
castillo de arena."
"O un templo de arena para Nefertititi."
Nos separamos. Tomeá el camino a traveá s de la aldea, escuchando gritos de
indignacioá n, pero todo parecíáa tranquilo. Continueá hasta el sitio de la ciudad.
Como se anticipoá , Emerson habíáa tomado el control y estaba dando oá rdenes a
la tripulacioá n. El Sr. Buddle estaba de pie en la periferia, garabateando notas
en un bloc de papel; el Sr. Dullard y la Srta. Smith no podíáan ser vistos. Una
gran sensacioá n de alivio me invadioá , pero soá lo por un momento. El senñ or
Morgenstern se habíáa ido a otra parte y se escondíáa en los restos de
estructuras en ruinas o en el peligroso desierto. Estaríáa relativamente seguro
hasta que cayera la oscuridad (a menos que pisara un escorpioá n o una víábora).
Despueá s de eso, podríáa caer inadvertidamente por un terrapleá n y despertar el
intereá s de los chacales. Siempre es deprimente escucharlos grunñ ir por la
noche y luego ver buitres dando vueltas al amanecer.
Nefret, Mahmoud y media docena de hombres esperaban fuera de la casa de
excavacioá n. Les advertíá del estado de desnudez del senñ or Morgenstern, los
dividíá en equipos y los envieá en varias direcciones. La topografíáa visible era un
semicíárculo, definido por los acantilados. A menos que fuera un experto
montanñ ero, teníáa pocas rutas de escape disponibles. Hice un gesto de dolor
ante la imagen de un cuerpo regordete, arrugado y, por desgracia, desnudo,
con las nalgas ondulando mientras intentaba escalar las rocas. Si hubiera sido
de caraá cter menos robusto, habríáa recordado los grupos de buá squeda y me
habríáa preparado una taza de teá .
Asíá las cosas, tomeá un trago de agua, me puse en pie y me dirigíá en direccioá n
a una aldea al sur, Hag Kandil.
Del manuscrito H
* * *
Wuando llegueá a Hag Kandil, mi peor temor se hizo realidad. Los fellahin
estaban bien reunidos cerca de la comunidad, sus voces chillonas mientras
reganñ aban a un joven de rodillas en la arena. Estaba sin ropa. Teníáa una idea
muy buena de lo que habíáa pasado, pero asentíá educadamente a un anciano y
le pregunteá lo mejor que pude en aá rabe. La respuesta fue difíácil de entender,
aunque deduje que un camello era la fuente del descontento. Dirigíá mi
atencioá n al ninñ o, que estaba claramente perturbado por mi presencia y
humillado en sollozos temblorosos.
"¿Por doá nde?" Le pregunteá , senñ alando en diferentes direcciones.
No pudo mirarme a los ojos, pero levantoá el brazo y senñ aloá hacia el Desierto
Oriental. Le di las gracias y, con mis propios ojos desviados para evitarle maá s
verguü enza, dije: "Necesito un camello".
Despueá s de un largo debate entre ellos, el mayor de los ancianos nombroá
una suma. Agiteá la cabeza y ofrecíá una suma menor (aceptar el precio inicial
seríáa un insulto para ambos, ya que el regateo es una costumbre necesaria en
Egipto). Soá lo nos llevoá unos minutos llegar a un compromiso aceptable. Poco
tiempo despueá s, fui montado en un camello y corriendo por una ruta hacia un
cisma en las formidables montanñ as. Herr Morgenstern no podíáa estar maá s de
una hora delante de míá, bendecido con la tuá nica blanca y el ghutra del ninñ o, y
trabajando a la misma velocidad en un camello robado.
Llegueá a la cresta y me detuve para contemplar la vasta extensioá n de las
arenosas tierras altas. Las dunas rodaban sin parar, brillando con la luz del sol.
Montanñ as escarpadas y profundos uadis ofrecíáan pocas oportunidades para
atravesar el terreno hasta el Mar Rojo. No habíáa oasis para ofrecer comodidad
a los viajeros. Los uá nicos habitantes eran tribus noá madas beduinas que habíáan
aprendido a lo largo de los siglos a encontrar agua para sus rebanñ os de ovejas,
cabras y camellos. Ojalaá supiera coá mo localizar a Herr Morgenstern con la
misma perspicacia.
Empujeá al camello con mis botas para animarlo a moverse maá s raá pido, pero
me ignoroá con un resoplido indiferente. Caminamos durante bastante tiempo
hasta que vi un grupo de tiendas de campanñ a y actividad humana. Mi camello,
por razones que soá lo eá l conocíáa, empezoá a trotar. Se me salioá el casco de la
meá dula de la cabeza. Me agarreá a la silla de montar porque me sacudieron de
manera muy desagradable (y dolorosa), y me sentíá aliviado cuando llegamos
al campamento beduino. Basaá ndome en el nuá mero de tiendas, deduje que la
tribu estaba compuesta por treinta o cuarenta hombres y sus muá ltiples
esposas e hijos. Un gran nuá mero de ellos se habíáa congregado para mirarme
fijamente. No era aprensivo; Emerson y yo conocíáamos a varios jeques, y
Ramseá s (por su propia insistencia) habíáa pasado mucho tiempo viviendo entre
una tribu en particular para aprender sus habilidades de supervivencia. Me
preocupaba que tambieá n hubiera aprendido algunas habilidades masculinas,
pero era un tema que ambos habíáamos evitado.
"¡As-salaam-alaykum!" Llameá de manera amistosa.
"Wa 'alaykum-salam wa rehmat-allah wa barakat ahu!" respondieron varios
de los hombres. Las mujeres, por supuesto, no dijeron nada, pero sus ojos con
zumbidos de kohl estaban redondeados por el asombro. Era probable que yo
fuera la primera persona de piel clara que habíáan visto en su vida, ademaá s de
ser una mujer sin acompanñ ante, y que montara un camello en mi falda
dividida.
"Sieá ntate Hakim", dijo un joven con un grito ahogado. Los otros hombres se
reunieron a su alrededor y le hicieron preguntas. No podíáa entender su
dialecto beduino, pero sus gestos y miradas hacia míá sugeríáan que mi
reputacioá n no era desconocida ni siquiera para las tribus maá s remotas. Una
mujer con bata y bufanda roja se acercoá con cautela y tomoá las riendas del
camello. La bestia se arrodilloá , empujaá ndome hacia delante, y luego dejoá caer
sus ancas, empujaá ndome hacia atraá s. Habíáa aprendido hace mucho tiempo a
coger la silla de montar y a esperar lo mejor.
Un octogenario con barba blanca que colgaba de su cintura me hizo senñ as.
"¿Sentar a Hakim?", dijo, su voz imbuida de temor.
"Aywa", murmureá modestamente al jeque, y luego me volvíá para sonreíár a
las mujeres y los ninñ os que se reíáan. Si Emerson hubiera aparecido en mi lugar,
las mujeres habríáan estado aplastando tiendas de campanñ a y recogiendo
utensilios de cocina. Los hombres habríáan estado demasiado petrificados
como para enfrentarse a su mirada de acero. "Busco a un viajero, un alemaá n
canoso. "¿Lo has visto?" Dije esto en aá rabe, pero sus desconcertados fruncidos
de cenñ o fruncido insinuaron que no me entendíáan. Mi aá rabe es pasable, asíá que
soá lo podíáa asumir que la tribu teníáa su dialecto uá nico y poco contacto con el
resto del mundo.
"¿Puedo ayudarte?", dijo un joven con un mechoá n de barba. "Hablo ingleá s".
"Estoy encantado con su amable oferta. ¿Doá nde aprendiste ingleá s?"
"Es una historia muy triste, Sitt Hakim. Me llamo Omar Hassan el-Tayeb, si le
parece bien. Yo teníáa siete anñ os y cuidaba de nuestro rebanñ o de ovejas cuando
una oveja se deslizoá por un lado de la rambla y yo fui tras ella. Me encontreá
con una banda de turcos, que me golpearon y me llevaron cautivo. Cuando
llegamos a El Cairo, me vendieron a una familia britaá nica para que trabajara
como criado. El maestro era un hombre amable y me permitioá acompanñ ar a
sus hijos a su clase para que recibieran tutoríáa. Aprendíá muchas cosas, pero
todo lo que sonñ aba era reunirme con mi tribu y mi familia. Despueá s de ocho
anñ os, me escabullíá y busqueá en el desierto hasta que los encontreá ".
Parpadeeá hasta que pude confiar en míá mismo para mantener la
compostura. "Una historia muy triste, estoy de acuerdo. Me horroriza que una
familia britaá nica tenga algo que ver con la esclavitud. Debes decirme su
nombre".
"No puedo hacer eso. Fueron buenos conmigo. Conocíá a otros ninñ os en mi
situacioá n que dormíáan sobre mantas en el soá tano, trabajaban dieciseá is horas al
díáa y vivíáan de las sobras de la cocina".
"Entonces deberíáa tener la oportunidad de elogiarlos por su generosidad."
Me dio una sonrisa iroá nica. "Creo que no, Sitt Hakim. ¿Dijo que estaá
buscando a un alemaá n?" Cuando asentíá, continuoá . "Llegoá aquíá hace una hora,
apenas logrando permanecer en la cima del camello. Estaba cantando en voz
alta en un idioma que no conozco. Podríáa haber sido alemaá n o galimatíáas. Una
vez que recuperoá el equilibrio en la arena, abrazoá al jeque Nasir el-Din y lo
besoá en los labios". Omar se estremecioá ante el recuerdo. "Luego se abalanzoá
sobre la mujer maá s cercana, que es una de las nietas del jeque. Le habríáan
cortado la garganta si no hubiera tenido fiebre. Mi propia madre lo llevoá a
nuestra tienda y le ha estado banñ ando la cara con agua, pero sigue delirando.
No estamos seguros de queá hacer con eá l."
"Por favor, díágale al jeque Nasir el-Din que el profesor Emerson y yo
estamos satisfechos con su benevolencia. Este alemaá n es un arqueoá logo y un
amigo. Su comportamiento reciente es despreciable, pero creemos que estaá
enfermo. Si el jeque no tiene objeciones" -le sonreíá calurosamente al viejo, que
nos estaba frunciendo el cenñ o-"Llevareá al senñ or Morgenstern de vuelta a
Amarna para que pueda recibir atencioá n meá dica".
Omar se encogioá de hombros. "Le direá lo que usted me ha dicho, pero no se
sorprenda si desea pensar en ello. Su reputacioá n se ha visto ennegrecida por la
falta de respeto de este alemaá n".
"Respetamos profundamente su necesidad de dignidad y entendemos su
indignacioá n, pero tambieá n sabemos que es un hombre misericordioso que no
castigaríáa a alguien que estaá enfermo por hechos que van maá s allaá de la
voluntad de esa persona".
"Hareá lo que pueda", contestoá morosamente.
"Estoy seguro de que lo mejor de ti seraá suficiente. Mientras tanto, me
gustaríáa ver a Herr Morgenstern para evaluar su condicioá n fíásica. Es un largo
viaje de vuelta a Amarna y el sol es duro."
Omar asintioá . "Por supuesto, Sitt Hakim. Inshallah, todo esto puede terminar
pronto y sin rencores".
Las tiendas estaban en hileras, decoradas con coloridos paneles de pared y
alfombras tejidas con pelo de camello. Por lo menos dos docenas de ninñ os nos
siguieron, susurrando y riendo. Un buen nuá mero de mujeres estaban detraá s de
ellos, haciendo casi lo mismo. Sentíá como si estuviera dirigiendo un desfile al
Palacio de Buckingham para visitar al Rey Jorge V, aunque sin la pompa
asociada con el protocolo adecuado.
"Esta es la tienda de mi madre", dijo Omar con un gesto. "Volvereá a hablar
con el jeque Nasir. Espero que acepten comida y agua, y que descansen hasta
que el sol haya avanzado y sea menos castigador. No seríáa prudente irse antes
de eso. El desierto es cruel. No hay oasis en los que refugiarse, por lo que no
hay rutas comerciales a Suez, soá lo los huesos de aquellos que sobreestimaron
su astucia y experiencia".
"Me gustaríáa pensar que nunca lo he hecho", dije primariamente. Una
imagen de Emerson aparecioá en mi mente. Se reíáa a carcajadas y se daba
palmadas en los muslos. Tuve la premonicioá n de que no se reiríáa cuando se
enteroá de mi viaje en solitario al campamento beduino. Se inclinaríáa maá s a
reganñ arme largo y tendido por romper mi palabra y por comportarse
imprudentemente, asíá como por sobreestimar mi astucia y mi pericia. "Por
favor, vuelva aquíá despueá s de que haya hablado con el jeque."
La madre de Omar flotaba en la puerta. Sonreíá calurosamente cuando me
presenteá y luego pregunteá por su nombre. Hablaba aá rabe, y tíámidamente
admitioá que su nombre era Ikram, que reconocíá como un derivado aá rabe de la
hospitalidad y la generosidad.
"¿Puedo ver al alemaá n?" Dije en aá rabe, con cuidado de enunciar y hablar
despacio. Ella asintioá y me llevoá detraá s de una tela tejida. El senñ or
Morgenstern estaba tendido sobre una alfombra, roncando como un toro
asmaá tico. Un tazoá n de agua y una pequenñ a tela estaban cerca, pero
prudentemente fuera de su alcance. Su cara estaba inquietantemente roja y
seca. Reconocíá los síántomas de insolacioá n, una condicioá n seria que requeríáa
atencioá n meá dica inmediata. Ikram senñ aloá el cuenco de agua y se encogioá de
hombros; no tuve dificultad en comprenderla.
Estaba frunciendo el cenñ o al paciente cuando me di cuenta de que la luz
habíáa adquirido una intensidad peculiar. Los patrones de los paneles
comenzaron a latir en un remolino caleidoscoá pico. Sentíá la mano de Ikram en
mi brazo cuando perdíá el conocimiento.
Doce
Un animal huá medo se deslizoá por mi cara. Intenteá detenerlo, pero mis brazos
estaban firmemente inmovilizados y las voces me reganñ aban. El paá nico me
abrumoá con la ferocidad de una tormenta de arena, chupando mi aliento y
haciendo que mi corazoá n golpeara erraá ticamente. Sacudíá mis brazos, rodeá
sobre mi costado y griteá : "¿Doá nde estoy? ¿Quieá n es usted?"
No podíáa entender las respuestas balbuceantes. Forceá a abrir los ojos y vi
patrones de colores brillantes en la pared y a las mujeres rondando a mi
alrededor. Un panñ o, en lugar de un jerboa ahogado (un roedor del desierto de
orejas largas, como la mayoríáa de mis lectores saben), me cubríáa la frente.
Despueá s de un largo momento para pensarlo, me senteá . Sabíáa doá nde estaba (el
campamento beduino) y quieá nes eran las mujeres (esposas, viudas y doncellas
beduinas), pero no pude encontrar una explicacioá n adecuada de por queá
estaba tumbado en una estera. "¿Queá pasoá ?" Exigíá.
"Demasiado sol", respondioá Omar desde una distancia corteá s. "Mi madre te
ruega que te quedes en la alfombra y bebas agua hasta que te sientas maá s
fuerte. Mi hermana tiene un tazoá n de caldo para ti. Todos estaá bamos muy
preocupados, Sitt Hakim, a pesar de que tienes una reputacioá n de fortaleza y
valentíáa".
"Gracias." Acepteá una taza de agua y la sorbíá hasta que mi memoria se
reorganizoá . "Supongo que debo haberme desmayado, cosa que rara vez hago.
Hay que reconocer la intensidad del sol del desierto en su cuá spide, pero estaba
desesperado por encontrar a Herr Morgenstern antes de que se perdiera sin
remedio. "¿Estaá mejor?" Mi pregunta fue superficial, ya que sabíáa que estaba
en grave peligro por el golpe de calor. Preferiríáa que Nefret estuviera
disponible para ofrecer consejo meá dico, pero me habríáa puesto furioso si me
hubiera seguido en mi estuá pida travesíáa por el desierto.
Omar hizo una mueca de dolor. "Lamento no poder decirle que su estado ha
mejorado. Estaá entrando y saliendo de la locura, a veces permitiendo que mi
madre le banñ e la cara con agua, y luego tratando de empujarla a un lado y
ponerla de pie a trompicones. El jeque Nasir el-Din auá n no ha decidido queá
hacer con eá l."
Bebíá otra taza de agua y luego levanteá las manos para permitir que las
mujeres me ayudaran a pararme. Despueá s de tambalearme un poco, me senteá
en un taburete. Una bella mujer joven con los ojos redondos de una cierva
puso un cuenco en mis manos y luego retrocedioá como si hubiera hecho una
ofrenda a uno de los innumerables dioses y diosas de la antiguü edad.
"Shukran", dije calurosamente y me obligueá a tomar un pequenñ o trago. No
estaba de humor para una bebida caliente, pero no esperaba un whisky con
soda, especialmente uno que me sirvioá mi amado Emerson. Si estuviera
presente, arrojaríáa a Herr Morgenstern por encima del hombro, convocaríáa a
las nubes para cubrir el sol, y volveríáa a Amarna en poco tiempo.
Lamentablemente, me faltaba la fuerza para hacerlo, pero teníáa dos camellos.
Tomeá un segundo trago del caldo para ser corteá s, dejeá a un lado el tazoá n y
fui detraá s del panel de la pared para evaluar el estado de Herr Morgenstern.
Estaba acostado sobre una alfombra y en un silencio inquietante. Una mujer se
arrodilloá junto a eá l, humedeciendo sus labios con un trapo. No respondioá
cuando lo empujeá con el pie, lo que me obligoá a agacharme y comprobar que
teníáa un pulso filiforme. "¡Herr Morgenstern! ¡Debes abrir los ojos ahora! He
venido a llevarte de vuelta a Amarna para recibir ayuda meá dica." No le
amenaceá con meterle un jerboa en la boca, aunque debo admitir que la idea se
me cruzoá por la cabeza. Si se hubiera comportado como un arqueoá logo de
verdad desde el principio, ninguna de las calamidades posteriores se habríáa
producido. Habríáa descubierto el busto de Nefertiti, habríáa alertado al Sr.
Maspero en el Servicio de Antiguü edades y habríáa disfrutado de la publicidad
que le correspondíáa. Lo empujeá una vez maá s con el pie, quizaá s con maá s vigor
del necesario. "¡Abre los ojos, disculpa por ser egiptoá logo!"
Emitioá un suave gemido.
Suspirando, me quiteá los restos de arena de la ropa, me acaricieá el pelo,
recupereá la sombrilla y le dije a Omar: "Me gustaríáa hablar con el jeque". Por
favor, acompaá nñ ame hasta eá l."
"Como desees, Sieá ntate Hakim", dijo sin entusiasmo.
Habíáa poca gente visible mientras caminaá bamos por las filas de tiendas de
campanñ a. A pesar de mis anñ os (bueno, deá cadas) de experiencia excavando en
los desiertos, hice una mueca de dolor cuando el sol se puso sobre míá. Siempre
he insistido en que el trabajo cese durante el peor de los calores en
cumplimiento de la advertencia del Sr. Kipling de que soá lo los perros locos y
los ingleses salen al sol del mediodíáa. Emerson era conocido por objetar,
afirmando que yo era tan sobreprotector como una gallina madre, pero rara
vez intentaba contrarrestar mi orden. Los trabajadores de otros sitios
esperaban trabajar desde el amanecer hasta el atardecer con descansos
nominales para el agua y la comida para ganar una miseria por su trabajo
agotador. Siempre hemos tratado a nuestros trabajadores con respeto y les
hemos pagado lo suficientemente bien como para mantener su lealtad. Esto no
quiere decir que no hayan sido perturbados por los estallidos perioá dicos de
Emerson y los subsiguientes flujos de blasfemias. La mayoríáa de la gente lo
era.
El jeque Nasir el-Din estaba sentado en una alfombra en una gran tienda de
campanñ a, resoplando en una narguile y viendo a los bebeá s babear y a los ninñ os
pequenñ os preocuparse por la habitacioá n. Cuando me vio, sus labios temblaron,
pero no habloá .
"Shukran", dije mientras me sentaba cerca de eá l, sin invitacioá n pero decidido
a obtener su permiso para llevar a Herr Morgenstern de vuelta a Amarna. Mireá
a Omar. "Por favor, díágale al jeque que estoy muy agradecido por su
hospitalidad. Estoy seguro de que la profesora Emerson pensaraá bien de usted
por proporcionarme agua y sombra". Espereá a que Omar hubiera traducido
mis palabras, y luego continueá . "Herr Morgenstern se comportoá muy mal, muy
mal, pero no sabíáa lo que estaba haciendo y nunca habríáa hecho esta cosa tan
terrible si hubiera estado en su sano juicio. Estoy seguro de que el jeque estaá
familiarizado con la idiosincrasia de aquellos que sufren del calor formidable,
y les ha mostrado compasioá n. Espero que lo haga en este caso".
EÉ l escuchoá sombríáamente la recitacioá n de Omar, y luego murmuroá algo. No
espereá a que Omar lo interpretara, y paseá a mi siguiente taá ctica. Durante la
caminata, hice un inventario mental de mi cinturoá n de herramientas. Recupereá
mi linterna eleá ctrica de uno de mis bolsillos. "Tal vez este regalo pueda
ablandar la justificada indignacioá n del jeque." Lo encendíá y dejeá que su rayo
ondeara alrededor del techo de la tienda, y luego se lo entregueá . "Es una
herramienta uá til."
Despueá s de media hora de regateo, era el orgulloso poseedor de la antorcha,
una taza plegable, un pequenñ o par de tijeras y un bloc de notas (si desea hacer
una pequenñ a lista). Tuve su consentimiento para sacar a Herr Morgenstern de
su vista para siempre.
Omar sonreíáa mientras volvíáamos a la tienda de su madre. "Bien hecho, Sitt
Hakim. "El jeque Nasir el-Din puede ser obstinado, especialmente cuando ha
sido tratado irrespetuosamente.
"No puedo culparlo por eso. He pasado muchas temporadas en Oriente
Medio y soy consciente de las costumbres y tradiciones del pueblo aá rabe. Los
britaá nicos son igualmente reservados en cuestiones de familiaridad. Uno no le
guinñ a el ojo al rey ni le ofrece su mano a la reina. La reina Victoria, en
particular, no se divirtioá con la informalidad". Abríá mi sombrilla mientras
sentíáa el sol en mi cuello. "Tuá y yo, Omar, debemos averiguar coá mo transportar
a Herr Morgenstern a Amarna lo maá s raá pido posible para que pueda recibir un
tratamiento adecuado. Ahora que ya no tengo una linterna eleá ctrica o un
cuaderno para intercambiar, ¿puedo ofrecerte un camello?"
Hubiera preferido esperar hasta que el sol hubiera comenzado a retirarse,
pero sabíáa muy bien que mi ausencia habíáa sido notada no soá lo por Nefret,
sino tambieá n por Emerson, Selim, Daoud, y sin duda alguna Faá tima. No
anticipeá lo que podríáa ser categorizado como una caá lida bienvenida de
regreso, particularmente de mi amado esposo, quien puede ser irritable (e
irritante) cuando cree que me he comportado de manera imprudente.
Media hora maá s tarde, Omar y yo dejamos el campamento beduino. Herr
Morgenstern, envuelto en una tuá nica empapada y kaffiyeh, fue envuelto sobre
el camello, y mi sombrilla estaba abierta y sujeta a la silla de montar para dar
sombra. Me habíáa cubierto la cabeza y el cuello lo mejor que pude con
bufandas mojadas. Omar, a pie, sosteníáa las riendas de ambos camellos,
utilizando senñ ales verbales, invectivas intraducibles y un interruptor
(probablemente hecho de pelo de camello) para animarlos a moverse a una
caminata raá pida. Me dolíáa demasiado la cabeza como para intentar una
conversacioá n agradable. Bebíá agua y me aferreá a la silla de montar. A menos de
una milla del campamento, Omar encontroá mi casco de meá dula y me lo
devolvioá con una alegre sonrisa que no pude devolver. Insistíá en que
paraá ramos de vez en cuando para rociar el cuerpo inerte del senñ or
Morgenstern con el agua que el jeque Nasir el-Din nos habíáa proporcionado
generosamente.
El sol estaba en mi cara cuando nos acercamos a Hag Kandil. Los residentes
se movíáan, hacíáan negocios y se comportaban de manera ordinaria, con una
excepcioá n. Como en la mayoríáa de las aldeas, el pozo sirve como centro
comunal para el intercambio de chismes, el arbitraje de los ancianos y las
negociaciones sobre la compra de esposas y ganado. Uno espera ver un
míánimo de actividad en cualquier momento dado. Una solitaria figura estaba
junto al pozo, con los brazos cruzados.
"Oh, Dios míáo", murmureá . "Creo que Emerson ha averiguado que estuve aquíá
esta manñ ana, y ha sabido de mi esfuerzo cristiano para rescatar a Herr
Morgenstern. Sospecho que no estaá contento."
Omar tragoá . "Esta no es la forma en que esperaba encontrar al Padre de las
Maldiciones. ¿Tienes alguna sugerencia, Sitt Hakim?"
Si hubiera sido capaz de batir sus alas y elevarse, lo habríáa sugerido.
"Ayuá dame a bajar del camello, y luego montarlo y volver a tu campamento. No
mire por encima de su hombro. La vista de Emerson es notablemente aguda,
pero puede que no sea capaz de ver tus rasgos a esta distancia".
"Me resisto a abandonarla, mi senñ ora. ¿Estaá s seguro de que eres capaz de
caminar esta uá ltima distancia?"
"Ayuá dame a bajar del camello", repetíá con tristeza. "Si no puedo caminar, me
arrastrareá . "Seraá mejor que dejes de balar y sigas mis instrucciones antes de
que mi esposo se encargue de correr hacia nosotros en un torbellino de fuego
y azufre".
Momentos despueá s, Omar estaba a caballo sobre el camello y galopando en
direccioá n este. Me detuve para reajustar las bufandas alrededor de mi cuello,
enderezar mi casco de meá dula y preparar mi defensa. En lugar de venir en mi
ayuda, Emerson no parpadeoá tanto como yo conduje el camello al pozo. Quizaá s
me imagineá el leve olor a azufre que emanaba de sus oíádos.
"¡Gracias a Dios que estaá s aquíá!" exclameá . "Herr Morgenstern necesita
urgentemente asistencia meá dica. Cuando huyoá al desierto, fue golpeado por un
golpe de calor. Espero que Nefret pueda salvarlo antes de que sucumba".
Parecíáa un comienzo razonable.
"Y tuá lo seguiste", dijo Emerson sin rodeos.
"No podíáa permitir que perdiera. A pesar de tu comportamiento firme, eres
un hombre de gran compasioá n, como me has dicho a menudo. No te habríáas
perdido aquíá, esperando que otros se unieran a tu misioá n de misericordia;
habríáas hecho precisamente lo que yo hice". Abrioá la boca, pero yo continueá
antes de que me dieran un sermoá n interminable. "Debemos llevar a Herr
Morgenstern al dahabeeyah para continuar hidrataá ndolo en un esfuerzo por
bajar su temperatura corporal."
"¿No te preocupaban los asesinos auá n no identificados que queríáan
matarte?"
Para ser honesto, me habíáa olvidado de ellos. "Por supuesto que síá, y tomeá
precauciones. Sin embargo, no podíáa permitir que la timidez anulara mi deber
cristiano hacia un ser humano que ahora estaá al borde de la muerte".
Emerson parecioá reconocer la inutilidad de continuar la discusioá n (en ese
momento, de todos modos) que se centraba en mi comportamiento
irresponsable y en el desprecio de sus palabras de advertencia. "¿Estaá seguro
de que es el alemaá n y no una momia recieá n envuelta? Los aldeanos estaá n
desconcertados".
Noteá que habíáamos atraíádo a una multitud de personas ocupadas, ninñ os y
hombres con barba. "Si hay ladrones de tumbas entre ellos, la uá nica momia
que podríáan haber visto seríáa marroá n, desecada y susceptible de
desmoronarse si se la molestaba. ¿Coá mo sugiere que transportemos mejor a
Herr Morgenstern?"
"Parece que has ideado un meá todo razonablemente eficiente, Peabody", dijo
Emerson con un ligero trasfondo de admiracioá n. Gritoá a uno de los aldeanos,
que se alejoá corriendo y regresoá raá pidamente sujetando la brida de un robusto
corcel negro. Una vez que mi marido me habíáa depositado en la silla de
montar, tomoá las riendas del camello y se balanceoá detraá s de míá. Nuestra
pequenñ a y peculiar procesioá n se dirigioá a Amarna.
Sentíá su aliento en mi cuello mientras decíáa: "Cuando deduje adoá nde habíáas
ido, casi me vuelvo loco de preocupacioá n. Estaba esperando a que mi caballo
recibiera agua antes de venir a buscarte, aunque tuviera que recorrer cada
centíámetro de este horrible y sangriento desierto desde aquíá hasta el Canal de
Suez. Estoy dispuesto a sacrificar mi vida por ti, Peabody, pero menos
dispuesto a sacrificar mi cordura. ¿Hay alguna esperanza de que seas capaz de
prestarme la maá s míánima atencioá n cuando te ruego que te resistas a estos
impulsos ridíáculos y te protejas?".
"Siempre hay esperanza, Emerson."
Del manuscrito H
* * *
Del manuscrito H
* * *
I estaba exhausto a la manñ ana siguiente, mi suenñ o continuamente
interrumpido por pesadillas que presentaban a un jinete anoá nimo que me
perseguíáa con la furia de una Valquiria. Emerson, que habíáa sido despertado
repetidamente por mis arrebatos, drenoá tres tazas de cafeá sin hablar. Faá tima
salioá de la cocina de puntillas con los platos del desayuno y los puso delante de
nosotros en silencio.
Nefret entroá en el comedor, me dio un abrazo y se sentoá a la mesa. "Queá
noche tan horrible", dijo. "No se me ocurre nada agradable que decir sobre la
Srta. Smith y el Sr. Dullard, que son odiosos. El episodio con Absaloô n debe
haber sido aterrador". Ella sonrioá deá bilmente. "Y luego, tíáa Amelia, estuviste
perseguida por pesadillas toda la noche. Podíáa escuchar tus palabras a traveá s
de la pared, y los esfuerzos del Profesor para consolarte. Siento mucho haber
traíádo a los Godwins a nuestro entorno. Si no me hubiera enfadado tanto con
Ramseá s -si le hubiera pedido una explicacioá n- si no me hubiera comportado
tan impulsivamente..." Se limpioá los ojos con una servilleta. "Espero que
Geoffrey esteá sufriendo en el inframundo, rechazado por Osiris y obligado a
vagar entre los monstruos grotescos y las bestias sobrenaturales".
"Con cuatro de sus hermanos", murmuroá Emerson. Miroá su plato con una
expresioá n de desconcierto. "¿Coá mo aparecioá esto?"
"Come mientras esteá caliente", le dije. "Nefret, mi querida ninñ a, debes dejar
de culparte a ti misma. Nadie podíáa haber anticipado el lado oscuro de
Geoffrey. ¿Ha hablado con Herr Morgenstern esta manñ ana?"
"Continuá a recuperaá ndose. Le pregunteá si queríáa desayunar con nosotros,
pero se negoá y se volvioá a dormir". Ella untoá mantequilla y mermelada sobre
un pan de pita y comenzoá a mordisquear. "Le animareá a que nos acompanñ e a
tomar el teá ."
"Una idea excelente", murmureá mientras tomaba cafeá y consideraba mi
proá ximo plan. "Nefret, te necesitareá esta manñ ana en la excavacioá n. Le dije a la
chica alemana, Liezel, que la ayudaríáa a hacer los arreglos para que el cuerpo
de von Raubritter fuera devuelto a su ciudad natal. Una vez que la haya
interrogado, seraá mejor que la acompanñ e a Minya para tratar con las
autoridades".
Emerson se golpeoá la taza de cafeá . "Necesito a Nefret en el lugar para ayudar
con la fotografíáa. No puedo tenerla haciendo pequenñ os recados que podríáan
durar el resto del díáa".
"¿Deberíáa ir?" Le pregunteá dulcemente. "¿Significa eso que tuá tambieá n nos
acompanñ araá s?"
"¡No seas ridíáculo!", balbuceoá . "Morgenstern sigue incapacitado. Hasta que
recupere la cordura, lo que puede llevar semanas o meses, yo estoy a cargo.
Prometiste permanecer a mi lado hasta que el quinto, y espero que el uá ltimo
asesino, se haya vuelto inofensivo".
"Instruireá a uno de los comisarios de cabina para que detenga a Herr
Morgenstern", dijo sin entusiasmo Nefret, "e ireá con Liezel para que se
encargue del papeleo preliminar. Selim y yo podemos discutir la mejor
ubicacioá n de las caá maras y pantallas reflectoras cuando lleguemos al lugar."
La frente de Emerson estaba arrugada, pero simplemente retumbaba en voz
baja. Me retireá a nuestra cabanñ a, me puse mi ropa praá ctica y fui a la cocina
para hablar con Faá tima sobre la alimentacioá n de nuestro hueá sped no deseado.
Emerson y Nefret ya habíáan desembarcado y me estaban esperando al final del
muelle. Daoud me siguioá de cerca mientras me uníáa a ellos. Sospecheá que, si se
me daba la oportunidad, estaríáa respirando sobre mi cuello el resto del díáa. No
lo haríáa.
Selim estaba supervisando a los obreros cuando llegamos al sitio del estudio
de Thutmose. El Sr. Buddle habíáa encontrado un lugar protegido en el que
observar y tomar notas. Estaba ansioso por hablar con eá l sobre los
espeluznantes acontecimientos de la noche anterior (y sobre la tarjeta que
habíáamos encontrado en el bolsillo de Absaloá n), pero llegueá a la conclusioá n de
que podíáa esperar. Me di la vuelta abruptamente, casi pisaá ndole los pies a
Daoud. "Necesito que vayas al campamento de los obreros y traigas a la chica
alemana, su equipaje y todas las posesiones de von Raubritter. Deje la tienda
de campanñ a y el equipo de campamento para los trabajadores. Sea corteá s, por
favor, pero si se resiste, sea amable. Emerson estaá cerca, asíá que no tienes que
preocuparte por mi seguridad".
Pude ver el disgusto en su expresioá n cuando se dirigioá hacia el camino que
conducíáa a la recogida de tiendas de campanñ a y cabanñ as temporales. Nefret y
Selim estaban en un desacuerdo animado sobre las pantallas reflectantes.
Emerson se agachoá en la arena, examinando un fragmento de ceraá mica,
mientras Abdul revoloteaba cerca. Si Ramseá s y David hubieran estado
presentes, yo habríáa considerado que esto era el parangoá n de la armoníáa
arqueoloá gica.
Dieciseá is
Del manuscrito H
"¿No somos listos?", dijo David mientras eá l, Ramseá s y Tahir bebíáan teá en la sala
de estar de Tahir. "Ahora tenemos cinco bustos de esa maldita reina, con cuatro
falsificaciones y el original, a menos que sea una falsificacioá n perfecta."
"Es el original. La otra es una falsificacioá n ejemplar con soá lo dos defectos
casi indistinguibles. El trabajo de Harun merece su reputacioá n". Ramseá s hizo
una mueca de dolor. "Calculo que su peso colectivo es de maá s de doscientas
libras. El maletero del vapor de la Srta. Annabelle Hadley puede resultar
inadecuado para una carga tan pesada".
"¿Hablas de la Reina Nefertititi?" Tahir jadeoá . "He oíádo rumores..."
"Todo el mundo ha oíádo rumores", respondioá con frialdad Ramses. "Escucheá
un rumor de que Howard Carter ha jurado encontrar la tumba de Tutankamoá n
en una deá cada. Es maá s probable que encuentre gatos momificados". Se volvioá
hacia David. "He envuelto cada busto con toallas, perioá dicos y nuestra ropa.
Puede llevarnos horas transportar el bauá l desde aquíá hasta la estacioá n de
tren".
"Lo que le da a ese bastardo de Helmut Gunter todo el díáa para
encontrarnos. Tambieá n tendraá a sus matones en la estacioá n de tren. Seraá un
poco difíácil defenderse de ellos mientras luchan con el bauá l. Latif no seraá un
guardaespaldas adecuado".
"¡Ireá contigo!" Tahir se puso en pie de un salto.
"Gracias." Ramseá s se tiroá de la barbilla mientras contemplaba el dilema. Sus
enemigos estaríáan armados con agujas hipodeá rmicas y muá sculos. Basado en el
recuerdo de David de su ataque frente al Hotel Shepheard y el nuá mero de
guardias armados que rodeaban la embajada cuando fue rescatado, podríáa
haber hasta una docena de ellos. "Voy a reclutar un gran nuá mero de hombres
para que nos acompanñ en. David, debes quedarte aquíá por si Gunter descubre
doá nde estamos. Defiende la puerta con un reposapieá s. Estareá de vuelta a
tiempo para que tomemos el tren nocturno."
"¿Coá mo pretendes encontrar a estos reclutas?" preguntoá David, mirando al
banquillo con duda.
"Pensareá en algo", contestoá Ramses mientras salíáa del apartamento y
caminaba por la acera iluminada por el sol hacia un cafeá frecuentado por los
lugarenñ os. Seleccionoá una mesa al aire libre, pidioá cafeá y observoá
pensativamente a los peatones. Cuando Latif aparecioá , no inesperadamente,
Ramseá s le hizo un gesto para que se sentara. "Hiciste un excelente trabajo
entregando los paquetes como se te ordenoá ", dijo con una sonrisa. "Pide lo que
quieras".
"Gracias, Hermano de los Demonios. ¿Queá maá s puedo hacer por ti? ¿Hay
maá s paquetes en El Cairo? Puedo ir a todas las tiendas que venden estatuas
falsas a los turistas. Hay tantas tiendas que me llevaraá todo el díáa, pero con
gusto lo hareá por ti". Se detuvo y miroá el menuá escrito en una pizarra. "Tan
pronto como termine de comer, de todos modos."
"Tengo otra misioá n para ti, pero soá lo despueá s de que hayas disfrutado tu
comida. Quiero que corra la voz entre los hombres sanos de la zona de que yo,
Hermano de los Demonios, pagareá cinco libras de ingleá s al hombre que mejor
me ayude a transportar un bauá l a la estacioá n de tren esta noche. Todos los
demaá s que nos protejan recibiraá n un hermoso blasfemo".
"¡Cinco libras! Eso es una fortuna. Lo hareá por una vez."
Ramseá s mantuvo una expresioá n sombríáa. "Es muy amable de tu parte, pero
todavíáa necesito al menos una docena de.... reclutas. Diles que me quedareá
aquíá una hora o maá s para iluminarlos con los detalles. Ahora decide lo que te
gustaríáa comer y yo lo pedireá por ti."
* * *
Liezel Hasenkamp parecíáa exhausta cuando salioá del camino que conducíáa al
campamento improvisado de los obreros. Llevaba una maleta desgastada.
Daoud la siguioá , cargada con el equipaje y la parafernalia de von Raubritter. Le
hice una senñ a, y cuando se unioá a míá, dijo: "Espero que Daoud no haya
interrumpido su descanso, pero es imperativo que empiece el calvario del
papeleo en la comisaríáa de Minya esta manñ ana". No parece prudente anñ adir
que la descomposicioá n es un factor importante. "Las autoridades de este paíás
no se parecen a sus contrapuntos alemanes; se mueven pesadamente y exigen
que todo se haga por triplicado. Le he pedido a mi hija Nefret que te
acompanñ e."
"Danke", dijo ella con desaá nimo. "Anoche no pude dormir. Lo que le pasoá a
mi querido Eric fue tan vil, tan inuá til. EÉ l nunca habríáa hecho nada para danñ ar a
otra persona. ¿Por queá alguien le haríáa algo asíá?"
"Estamos haciendo todo lo posible para llevar al villano ante la justicia", le
dije. "¿Por queá no nos sentamos a la sombra para poder hablar de ello?"
Liezel se secoá los ojos con un panñ uelo empapado. "Me temo que puedo ser
un poco iluminado. Eric me pidioá que viniera aquíá, asíá que lo hice tan pronto
como pude. Imagineá un romance bajo el cielo estrellado". Laá grimas inundaron
sus ojos. "No imagineá esta tragedia, Sra. Emerson."
La tomeá del brazo y la dirigíá hacia una sombra oblonga de la pared de un
edificio semicolapsado. "¿Quieres un poco de agua?" Le pregunteá mientras le
ofrecíáa mi cantimplora. Despueá s de que ella hizo lo que le sugeríá, reemplaceá la
tapa. "La deshidratacioá n es peligrosa, incluso cuando la temperatura es
moderada. Estoy seguro de que usted es consciente de ello, ya que es un
cientíáfico. ¿Exactamente en queá campo estaá s? Las especialidades cientíáficas
van desde la agronomíáa hasta la zoologíáa".
"Soy un investigador quíámico, al igual que Eric. Nos conocimos en un
laboratorio de Darmstadt y nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.
Hablamos de matrimonio, pero mis padres estaban preocupados por mi edad,
veinte anñ os en ese momento. Vine a este lugar desolado para decirle a Eric que
estaba listo para aceptar su propuesta". Inclinoá la cabeza y empezoá a sollozar.
Estaba muy emocionada, penseá irritada. Hubiera preferido al menos un
elemento de estoicismo germaá nico en lugar de esta propensioá n al llanto.
Espereá a que se calmara y le ofrecíá mi pequenñ o frasco. "¿Quieres un pequenñ o
sorbo de whisky, Liezel? Podríáa ayudarte a mantener la compostura".
"Nein, gracias. Debo mantener la cabeza despejada en la comisaríáa. Como
Eric y yo no estaá bamos casados, no seá si tengo el derecho legal de transportar
su cuerpo a El Cairo y luego a Alemania".
"Seguramente la embajada alemana seraá de ayuda."
"Eso es cierto. He conocido al embajador, que parece ser un hombre afable.
Le telegrafiareá si no puedo persuadir a la policíáa local para que coopere.
Tendraá contactos con las autoridades egipcias".
Me alivioá el hecho de que su autocontrol innato se habíáa afirmado, al menos
temporalmente. Sonaba como si pudiera entrar en batalla con el embajador y
los buroá cratas del gobierno. "¿Cuaá ndo conociste al embajador?"
Liezel fruncioá los labios mientras pensaba. "Hace varios meses. EÉ l y un
seá quito de funcionarios alemanes, entre los que se encontraban embajadores,
oficiales militares de alto rango, ayudantes y agregados, recorrieron el
laboratorio e hicieron preguntas sobre los proyectos de investigacioá n en
varios departamentos. El nuestro fue de intereá s nominal, ya que se encuentra
en una etapa muy preliminar. Estaban maá s enamorados de los que teníáan
aplicaciones militares potenciales. Me preocupa que parte de ella se utilice en
un futuro proá ximo. Hay un gran descontento en Alemania y en otros paíáses
europeos".
"Síá", dije con una mueca. "Es desafortunado que los paíáses esteá n gobernados
por hombres, que son poleá micos por naturaleza. Desde su nacimiento se
enorgullecen de acariciar sus egos demostrando superioridad en todos los
asuntos, incluso en los maá s triviales. Si las mujeres estuvieran a cargo, se
sentaríáan y negociaríáan en lugar de declarar guerras sin sentido que resultan
en mutilacioá n y muerte. Lo hacíáan con teá y bollos".
"Pero ellos no estaá n a cargo y lo maá s probable es que nunca lo esteá n." Se
levantoá y se quitoá la arena de la falda. "He disfrutado de nuestra conversacioá n,
Sra. Emerson, pero ahora debo cuadrar mis hombros y enfrentarme a la dura
prueba que me espera."
"Ven y te presentareá a Nefret. A pesar de su delicado semblante, no soá lo
domina el aá rabe, sino que tambieá n es formidable a la hora de tratar con la
burocracia. No recuerdo que me hayas dicho tu aá rea especíáfica de
investigacioá n, Liezel".
"Eric y yo estaá bamos experimentando con compuestos a base de
metilendioxi para determinar si podríáan ser de utilidad en el control del
sangrado anormal. El comportamiento de las ratas de laboratorio ha sido
erraá tico e impredecible, por lo que no hemos podido probarlo en seres
humanos. Hasta ahora no hemos encontrado una aplicacioá n segura y
funcional".
No pude comentar, ya que no teníáa ni idea de lo que estaba hablando. Tales
ocurrencias raramente ocurren, pero mi dominio de los quíámicos enrevesados
era insignificante. "Aquíá estaá Nefret. Le he hablado de su situacioá n y con
mucho gusto le ayudaraá . Ella es doctora en medicina. Tal vez usted y ella
puedan discutir su investigacioá n en alguá n momento del díáa".
Los presenteá y les dije: "Nefret, por favor, lleva a Liezel a la dahabeeyah para
que Faá tima pueda prepararle un buen desayuno. Despueá s, el administrador de
la cabanñ a te llevaraá a traveá s del Nilo hasta Minya. Daoud seguiraá en breve con
el equipaje de von Raubritter." Una vez que las chicas se quedaron sin oíádo, me
uníá a Daoud. "¿Son todas sus posesiones?" Me sentíá como si fuera un cuervo
salivador que habíáa caíádo sobre un suculento cadaá ver. Lucheá para no abrir la
maleta.
"Dejeá la tienda de campanñ a y el equipo de campamento para las esposas de
los trabajadores", dijo con rigidez. "Podíáa oíárlos pelearse mientras nos íábamos.
Todo lo demaá s que te he traíádo, Sitt Hakim."
Las prendas de vestir se habíáan metido en la maleta sin tener en cuenta la
organizacioá n. Los cuadernos que habíáa visto en la tienda estaban en el fondo
del desastre. Hice una nota mental para que nunca permitiera a Daoud hacer
las maletas por míá en el futuro, por si fuera necesario un eá xodo apresurado.
Saqueá los cuadernos y me senteá en una piedra para examinar su contenido.
Algunos de ellos estaban llenos de foá rmulas quíámicas garabateadas que eran
incomprensibles. Otros teníáan bocetos y diagramas de aficionados del lugar de
la excavacioá n y sus estructuras circundantes, con anotaciones sobre los
descubrimientos de fragmentos insignificantes de ceraá mica. Von Raubritter
habíáa sido diligente, aunque ineficaz. El uá ltimo cuaderno conteníáa un diario.
Me retireá a la sombra para estudiarlo.
Estaba escrito en alemaá n. Mi aptitud fundamental en idiomas extranjeros
incluye franceá s, espanñ ol, italiano, griego, aá rabe, hebreo, arameo y, por
supuesto, jeroglíáficos egipcios. Aunque soy capaz de leer (de forma vacilante)
obras egiptoloá gicas en alemaá n, nunca he ido al alemaá n con entusiasmo porque
me parece que es desagradablemente gutural. Si tuviera que dedicar horas a la
traduccioá n de la revista, podríáa hacer un progreso limitado con ella. Sin
embargo, mi brillante esposo era semifluente en todos los idiomas
imaginables. Cerreá el diario y averiguü eá su ubicacioá n en medio del estudio de
Thutmose. Sin darse la vuelta, sintioá mi avance.
"Peabody", dijo con entusiasmo, "nos hemos encontrado con el
descubrimiento maá s notable: ¡una caá mara sellada bajo el suelo! Puede
contener esculturas como estatuas de Akenatoá n y sus seis hijas, o un retrato
de Kiya, madre de Tutankamoá n".
"¿Por queá Tutmose no habríáa puesto el busto de Nefertiti en este serdab?"
Emerson se encogioá de hombros. "Es desafiante entender los motivos de un
artista de la Dinastíáa Dieciocho. Tal vez sintioá una amenaza inminente y no
tuvo tiempo de guardar el busto en el serdab, o teníáa la intencioá n de llevaá rselo
con eá l cuando huyoá ".
"Explicaciones razonables", dije, asintiendo con la cabeza,"dignas del maá s
grande egiptoá logo del siglo". Me di cuenta de que estaba extaá tico ante la
perspectiva de abrir el serdab; sus ojos zafirinos brillaban con la intensidad de
los faros. Traducir el diario de von Raubritter seríáa notablemente menos
intrigante que un posible trozo de esculturas impecables. "¿Cuaá ndo puedes
abrirlo?"
"Manñ ana por la manñ ana, si todo va bien. Los trabajadores estaá n retirando la
arena sobre y alrededor de la tapa, que estaá compuesta de una losa de piedra
muy pesada. Debe reubicarse con precisioá n para que no se ponga en peligro el
contenido. Deá jame ensenñ aá rtelo, Peabody".
"Estoy ansioso por verlo, pero necesito un poco de ayuda primero." Le
entregueá el diario y le expliqueá mi incapacidad para comprender todo excepto
el vocabulario y la estructura baá sica. "Esto puede ayudarnos a determinar por
queá von Raubritter vino aquíá y por queá fue asesinado."
Su indecisioá n fue dolorosa de observar. La perspectiva de descubrir una
reserva de obras maestras de un escultor de renombre era afrodisíáaca.
Traducir un diario para buscar pistas sobre la identidad de un asesino era un
imperativo moral molesto. Casi podíáa ver una nube oscura formaá ndose sobre
su pelo negro y rizado. (Como siempre, habíáa perdido o descartado su casco
de meá dula.)
"Soá lo tomaraá unos minutos", dije tranquilamente. "Selim es muy capaz de
supervisar la excavacioá n. No podemos permitir que la muerte de von
Raubritter quede impune. Encontremos un lugar para sentarnos cerca,
Emerson. Eres la uá nica persona presente que es capaz de traducir lo que
puede resultar ser de grave importancia".
EÉ l resoploá , pero me quitoá el cuaderno, y nos retiramos a un lugar a una
distancia razonable de la perca perenne del Sr. Buddle. Se tiroá a la arena, abrioá
el cuaderno y hojeoá las paá ginas. Me obligueá a permanecer en silencio a pesar
de la urgencia de exigirle que comenzara a leer.
"Tedioso y aburrido", murmuroá Emerson, "pero te lo leereá en su totalidad.
Trata de mantenerte despierto, Peabody. La prosa del joven, por ser delicada,
estaá estrenñ ida". Comenzoá en la primera paá gina, y con pocas palabrotas cuando
se topoá con palabras desconocidas, leyoá el contenido del diario en un tono
monoá tono.
Para mi consternacioá n, no habíáa ninguna referencia a las interacciones
pasadas con Morgenstern. Una vez en El Cairo, von Raubritter habíáa ido al
Departamento de Antiguü edades y se habíáa presentado como arqueoá logo
aficionado. Maspero habíáa sugerido Amarna e hizo una referencia furtiva al
comportamiento exceá ntrico de Morgenstern. Von Raubritter estaba
entusiasmado (aunque no pudo explicar por queá ). Despueá s de llegar a
Amarna, se enteroá de la ausencia de Morgenstern. Los trabajadores estaban de
mal humor porque temíáan que no se les pagara a tiempo. Abdul, el reis, era
igualmente hosco, ya que habíáa recibido instrucciones limitadas sobre coá mo
proceder con las excavaciones. Von Raubritter se habíáa encargado de
coaccionarlos para que volvieran a sus puestos de trabajo (a pesar de su falta
de educacioá n y experiencia en el campo, sobre la cual se dedicoá a elaborar a
fondo), hasta que Morgenstern regresoá para retomar su puesto. Von
Raubritter habíáa escrito una carta a Liezel, rogaá ndole que viniera y le ayudara
a confirmar sus dudas de que su investigacioá n conjunta habíáa sido utilizada
para fines nefastos. No mencionoá coá mo o por queá se habíáa utilizado la droga,
ni tampoco insinuoá intimidad bajo el cielo estrellado.
El resto del diario trataba de las quejas sobre la comida, los insectos, los
obreros hostiles, la imposibilidad de un banñ o decente y la falta de companñ íáa
civilizada. Cuando Dullard aparecioá despueá s de una semana, von Raubritter
intentoá interrogarlo sobre su relacioá n con Morgenstern, pero no recibioá nada
maá s que una declaracioá n de camaraderíáa basada en la compatibilidad lingual y
el intereá s del misionero por la arqueologíáa. Von Raubritter queríáa interrogarlo
de nuevo.
No acepto la derrota con gracia. "¿Asíá que no hay comentarios sobre el Sr.
Buddle?" Le pregunteá a Emerson, con los dedos cruzados, que habíáa leíádo
paá rrafos que eá l consideraba irrelevantes.
"Nada", dijo, mirando el lugar como si fuera una reencarnacioá n de Nefertiti
sentado en un trono. "Mi esposo, debo regresar al estudio de Thutmose antes
de que un idiota obrero desaloje una esquina de la piedra en el serdab.
Entiendes lo importante que puede ser esto, ¿verdad? Me apena que
Morgenstern no esteá presente en la inauguracioá n."
Sabíáa que no estaba en absoluto angustiado, y en realidad estaba freneá tico
al ver lo que se encontraba en el serdab, despueá s de haberlo excavado a su
medida. Y no era contrario a reclamar parte de la gloria de descubrirlo.
Aunque Emerson profesa aborrecer la publicidad, es consciente de que la
notoriedad (del tipo virtuoso) lleva al prestigio y, por lo tanto, a los firmantes
maá s deseables. Debo admitir que me gustaron las alabanzas y los elogios que
se le dieron. "Debe hacerse cargo de la excavacioá n. Me sentareá a reflexionar
sobre lo que fue revelado o excluido del diario de von Raubritter".
"¿Tienes un sospechoso?" Su pregunta era sincera, pero ya estaba de pie y
me miraba fijamente.
"Debo hacer una lista de las apariciones y desapariciones de todos. Lo
discutiremos cuando paremos a almorzar en el dahabeeyah." Mireá su cara
frunciendo el cenñ o. "O teá ", lo modifiqueá raá pidamente. "Nefret ha llevado a la
prometida de von Raubritter a Minya para tratar con la burocracia. Una vez
que los arreglos hayan sido finalizados, Liezel tomaraá el tren a El Cairo. Dice
haber conocido al embajador, asíá que supongo que le ofreceraá un cuarto de
hueá spedes en la embajada. Nefret deberíáa estar de vuelta a tiempo para el teá ."
La frente de Emerson se arrugoá . "Entonces seremos tres para el teá . Si
involuntariamente o de otra manera invitas a alguien maá s, Peabody, me
quedareá en este sitio hasta el amanecer para proteger su integridad."
"Se refiere a la Srta. Smith y al Sr. Dullard. Reconozco que no eran los
invitados maá s simpaá ticos de la cena. La Srta. Smith es molesta, pero no veo
indicios de que esteá involucrada en este caos. Me siento muy diferente sobre el
Sr. Dullard. No puedo explicar por queá ."
"¿Una premonicioá n?"
"No te burles de míá, Emerson. Mis premoniciones suelen estar bien
fundadas y son precisas. Bueno, exacto hasta cierto punto. El comportamiento
humano es fortuito, no faá cilmente previsible. Necesito interrogarlo sin
levantar sospechas".
"Por supuesto, Peabody", dijo Emerson con una sonrisa de satisfaccioá n.
"Estaá saliendo de la cultivacioá n. Amaá rralo, aá talo a un aá rbol, haz que un burro
se siente sobre eá l hasta que chillen. ¡En cualquier caso, no lo invites a tomar el
teá !" En esa nota enfaá tica, se alejoá eneá rgicamente para reanudar la supervisioá n
de la excavacioá n de la caá mara subterraá nea. Soá lo podíáa rezar para que no
quedara devastado despueá s de que le quitaran la tapa.
"Sra. Emerson", comenzoá el Sr. Dullard con su voz chillona y aguda,"Debo
hablar con usted. Me temo que anoche me puse un poco ebrio y me comporteá
de una manera grosera. Le ruego su perdoá n, el suyo y el del profesor
Emerson".
"Nos salvaste de lo que podríáa haber sido un encuentro fatal con el jinete.
Por eso, debo ofrecer mi gratitud. ¿Ha tenido la oportunidad de hablar con la
Srta. Smith? Ella estaba, digamos, agitada por el evento."
El Sr. Dullard barajoá sus pies. "No me he acercado a su morada. A pesar de
que estaba impedido por el exceso de alcohol, recuerdo las duras palabras que
me dijo. ¿He saboteado nuestra incipiente relacioá n, Sra. Emerson? ¿Deberíáa
arrastrarme hasta ella de rodillas y defender mi caso? ¿Seríáa inuá til tal gesto?"
Agiteá la cabeza. "No tengo ni idea de si te perdonaraá o no. Ella y yo no somos
confidentes íántimos, y no hemos hablado esta manñ ana. Debe tomar sus
propias decisiones, Sr. Dullard-igual que cuando decidioá seguir a Morgenstern
a El Cairo. ¿Tienes idea de adoá nde iba?"
"¿Por queá crees que lo seguíá hasta El Cairo?"
"Racismo lineal. Cuando fuiste a la casa de excavacioá n con eá l, viste el busto
de Nefertiti. Tal vez le dijo su plan de hacer una falsificacioá n para poder
quedarse con el original para síá mismo. Estaba enamorado de ella, ¿no es asíá?
Despueá s de que encontroá transporte a traveá s del Nilo y se fue a la estacioá n de
tren, usted lo siguioá ".
Los ojos del Sr. Dullard se entrecerraron. "Necesitaba proteccioá n de los
ladrones. Cuando llegamos a la estacioá n de El Cairo, pidioá un taxi para llevarlo
a la Deutsche Orient-Gesellschaft. Encontreá un hotel barato para pasar la
noche, y a la manñ ana siguiente paseá unas horas comprando pequenñ os regalos
para mis amigos coptos antes de partir esa tarde. En cuanto al busto de
Nefertititi, me lo mostroá antes de colocarlo en una bolsa de alfombra. Asumíá
que lo estaba entregando a la embajada alemana".
"Nunca fue al D.O.G.", dije simplemente,"o a la embajada."
"Entonces no tengo ni idea de adoá nde fue. Soá lo estoy repitiendo lo que le oíá
decir al conductor."
"No apareciste en este sitio durante una semana. ¿Doá nde estaba usted, Sr.
Dullard? ¿Estaá seguro de que no se quedoá en El Cairo para vigilar a
Morgenstern?"
“No, I did not.” Droplets of perspiration appeared above his thick black
eyebrows. “I went to Deir el-Mowass para entregar mis regalos. Los coptos
estaban agradecidos y me agradecieron por mi generosidad. Es usted muy
curiosa, Sra. Emerson".
Sonreíá dulcemente. "Mi marido seríáa el primero en estar de acuerdo con
usted. Sus trabajadores se han encontrado con un serdab en el estudio de
Thutmose, y se estaá n preparando para abrirlo pronto. Te pareceraá muy
intrigante".
Su sonrisa era agria, pero dijo: "Estoy seguro de que lo hareá ". Buenos díáas,
Sra. Emerson". Su copiosa barba estaba erizada mientras caminaba hacia el
resplandor de la luz del sol.
Comenceá a hacer una lista del paradero de la gente, rociaá ndola con signos
de interrogacioá n y exclamaciones. El Sr. Buddle habíáa estado aquíá en Amarna
en el momento del brutal asesinato de von Raubritter, al igual que el Sr.
Dullard. Morgenstern se habíáa trasladado a la casa de excavacioá n. Abdul
estaba en el campamento y habíáa expresado su descontento por la conducta
presuntuosa de von Raubritter. No podíáa pasar por alto a mi tríáo de ne'er-do-
wells: Mahmud, Asmar y Mustafa. La Srta. Smith estaba twitteando en su
choza de barro. Escribíá el nombre de Sethos con vacilacioá n. No teníáa ni idea de
si todavíáa estaba en El Cairo, rastreando metoá dicamente la ubicacioá n del
actual taller de Harun, o si habíáa regresado a Amarna en busca de
Morgenstern.
Desgraciadamente, ninguno de ellos parecíáa tener un motivo determinable
para asesinar al joven quíámico alemaá n. En retrospectiva, cuando nos dijo a
Emerson y a míá que deseaba hablar con nosotros, deberíáa haber insistido en
que nos acompanñ ara inmediatamente al dahabeeyah. En su diario, se refirioá a
la carta que habíáa escrito a Liezel en la que sospechaba que su droga
experimental habíáa sido abusada. No habíáa insinuado coá mo habíáa llegado a
Amarna. Dibujeá una fila ordenada de signos de interrogacioá n mientras
pensaba. El robo del busto de Nefertititi por parte de Morgenstern habíáa
tenido lugar antes de la llegada de von Raubritter, y dudaba de que alguien se
hubiera molestado en iluminarlo. Mi cabeza estaba empezando a latir. El latido
se intensificoá cuando el Sr. Buddle se acercoá a míá.
"Sra. Emerson", dijo, sacudieá ndose el sombrero, "He oíádo lo que pasoá
anoche. De hecho, he oíádo varias versiones, pero todas me han parecido
espantosas. ¿Por queá este jinete intentaríáa hacerte danñ o en un ataque tan
brutal?"
"Fue uno de los asesinos que nos han asediado desde nuestra llegada a El
Cairo. Hemos tenido la suerte de disuadirlos hasta ahora". Respireá hondo,
decidido a no permitirle ver mis escalofríáos mientras las imaá genes enfermizas
invadíáan mi mente. "Lo que es maá s curioso, Sr. Buddle, es que el jinete teníáa
una tarjeta en el bolsillo con su nombre impreso en ella. Cuando le informeá
antes que otro asesino teníáa una carta similar, usted no reaccionoá . Me
sorprende que sigas vivo, ya que eres un blanco faá cil".
Sacoá un panñ uelo y se secoá la cara. "Te he hablado de mi deprimente vida.
Mis padres me ignoraron, mis hermanos nunca me incluyeron en sus
excursiones, y mis maestros no podíáan recordar mi nombre. No hay
posibilidad de que haya ofendido a nadie, ni siquiera inadvertidamente. Soy
demasiado aburrido para atraer la atencioá n de un asesino, y como ustedes han
opinado, soy tan vulnerable como una paloma en el parque. La uá nica
explicacioá n racional para mi nombre en las cartas es que estos sinverguü enzas
creen que podríáa llevarlos a un artefacto invaluable. Por supuesto, estaá n
profundamente equivocados".
"¿Coá mo podríáan saber tu nombre? Incluso si se enteraron de que estabas
aquíá como agente de Ridgemont, ¿por queá creeríáan que estabas manejando
tales artefactos? Me parece curioso que hayan intentado asesinarnos a mi hijo
y a míá, ignoraá ndote a ti".
"No puedo ofrecer hipoá tesis", dijo el Sr. Buddle disculpaá ndose. "Usted
parece saber mucho maá s que yo sobre estos hombres asesinos. Si me disculpa,
Sra. Emerson, debo averiguar queá es lo que intriga a su marido. En este
momento, estaá de rodillas con un cepillo."
"Antes de que se vaya, permíátame preguntarle sobre von Raubritter. Debe de
haberle perturbado que un aficionado se haya apoderado de la vigilancia del
primer oficial. Eso no podríáa ser lo mejor para su patroá n".
"¿Queá iba a hacer? Los obreros requeríáan supervisioá n, y yo ciertamente no
podíáa proporcionar ni siquiera comentarios mansos. Síá, inmediatamente me di
cuenta de que el muchacho alemaá n era incompetente, pero obligoá a continuar
la excavacioá n. Anticipeá el regreso de Morgenstern en cualquier momento."
Le fruncíá el cenñ o. "¿No tiene idea de por queá Morgenstern se fue en medio
de la noche?"
"Ese misionero dijo que Morgenstern se habíáa ido por orden de una mujer
en El Cairo. No me lo creíá, pero no pude refutarlo. Cuando regresoá , noteá su...
comportamiento extranñ o. Sin embargo, estoy aquíá como un observador
discreto y discreto. El Sr. Ridgemont estaraá encantado de saber que el profesor
Emerson tiene el control del sitio. Debo posicionarme para ver este nuevo
descubrimiento".
La uá nica manera de evitar que se alejara seríáa saltar sobre su espalda, lo
cual era impensable. Puedo ser franco en el habla, pero soy la personificacioá n
de la cortesíáa. En ocasiones, Emerson ha afirmado que soy directo e
imprudente; nunca ha sugerido que soy ajeno a las interacciones refinadas con
los demaá s. Es uno de sus rasgos maá s entranñ ables (a pesar de sus estridentes y
prolongadas conferencias tras ciertos acontecimientos menores).
Estaba ansioso por examinar el serdab. El Sr. Buddle y el Sr. Dullard estaban
tan cerca como se atrevíáan, recelosos de entrometerse en el dominio de
Emerson. Los sospechosos habituales y el fellahin rondaban tras ellos. Coá mo
se habíáa difundido tan raá pidamente la noticia era un enigma, aunque tíápico de
los trabajadores egipcios. Mi talla de zapatos era indudablemente bien
conocida, al igual que la adiccioá n de Emerson a su cafeá matutino. Los chismes
eran parte integral de su sociedad. Eso no quiere decir que los residentes del
Hotel Shepheard permitan que se produzca un minuá sculo error sin
comentarios y condenas duros y aceá rrimos.
Me abríá paso entre la multitud. Las manos de Emerson estaban sobre sus
caderas y eá l estaba regodeaá ndose mientras miraba hacia abajo el paá rpado
parcialmente expuesto. Algunos de los trabajadores habíáan sido asignados a
otras aá reas del estudio, pero miraban hacia atraá s subrepticiamente para
evaluar el progreso. Le apreteá el hombro a Emerson. "Queá emocionante es
esto", murmureá al considerar lo que podríáa estar expuesto a la luz del díáa
despueá s de treinta siglos enterrado bajo la arena.
"Puede que no encontremos nada maá s que escombros", contestoá con
firmeza. "Tutmose podríáa haberla usado como foso de basura, pero lo maá s
probable es que ya haya sido saqueada. Sin embargo, los ladrones difíácilmente
habríáan reemplazado la tapa con precisioá n. Morgenstern no fue el primer
egiptoá logo en examinar este sitio y nadie lo encontroá ". Sus ojos recuperaron su
brillo. "La arena se ha acumulado durante tres mil anñ os. Imagineá el estudio tal
como era entonces, e instruíá a los obreros para que excavaran profundamente.
El sonido de una pala confirmoá mi expectativa".
"Comparto tu expectativa, Emerson. Si no te opones, me gustaríáa volver a la
dahabeeyah para analizar mis notas. Nefret y yo esperamos oíár maá s sobre esto
cuando tomemos el teá esta tarde." Me puse de puntillas para besarle la mejilla,
y luego regreseá entre la multitud. Mientras caminaba hacia el cultivo, no me
sorprendioá ver a uno de nuestros leales obreros siguieá ndome. Hasta que el
quinto asesino fue expuesto y desarmado, sabíáa que Emerson se encargaríáa de
que me escoltaran. Insistíá en que el hombre me acompanñ ara y le pregunteá , en
aá rabe, por su familia, que residíáa en una pequenñ a aldea al norte de Luxor. Su
letaníáa de nacimientos, matrimonios y muertes nos mantuvo ocupados hasta
que llegamos a la pasarela. Le di las gracias y lo envieá de vuelta al lugar.
Faá tima salioá de la cocina cuando entreá en el saloá n. "¡Por favor, no se enfade
conmigo, Sra. Emerson! No sabíáa queá hacer! Mahmoud habíáa llevado a Nefret y
a la joven a Minya y no estaba aquíá para ayudarme. Lo siento mucho si he
hecho algo malo."
Le pilleá temblando la mano. "Para empezar, no seá lo que has hecho.
Senteá monos y discutamos mientras tomamos un vaso de teá . Necesito unos
minutos para refrescarme, y luego me reunireá contigo en la mesa".
Faá tima corrioá a la cocina. Me retireá a la caá mara marital para ordenar mi
cabello y limpiarme la cara con un panñ o huá medo. Esto uá ltimo no era faá cil, ya
que el lavabo estaba lleno de tantos peá talos de flores que apenas podíáa
penetrar en ellos para acceder al agua. Cuando Faá tima se enfada conmigo, no
deja maá s de dos o tres peá talos en la superficie del agua. Teníáa curiosidad por
saber queá habíáa hecho para evocar un ramo.
Fui al comedor y me senteá . Segundos despueá s salioá de la cocina con teá y un
plato de galletas. Sonreíá y dije: "Sieá ntate, Faá tima, y por favor dime queá te
preocupa."
"¡Ese hombre, ese hombre alemaá n! No sabíáa queá hacer", dijo, con la cara
desanimada. "Si soá lo hubiera estado aquíá, Sra. Emerson."
Mi mandíábula se cayoá en lo que debe haber sido un rostro poco atractivo.
Respireá hondo, exhaleá y dije: "¿Acaso eá l... er... hizo burdos avances de una
intencioá n amorosa? Oh, mi pobre Faá tima, ¡queá terrible! Hablareá con
Morgenstern muy duramente y le prohibireá que abandone su camarote. El
profesor Emerson se pondraá furioso cuando se entere de esto. No puedo
predecir con cuaá nta fuerza amonestaraá al canalla".
"No," dijo Faá tima, "He hablado mal. Poco despueá s de que las ninñ as se fueron,
entroá en la cocina y aplaudioá mi cocina. Estaba vestido con la ropa de Ramseá s.
Casi me ríáo porque no me quedaban bien y eá l se veíáa coá mico. Me informoá que
se iba, pero que estaba deseando volver a cenar aquíá". Tomoá una taza de teá .
"No pude detenerlo. Es grande y ruidoso. No me atrevíáa a hablar."
Uno de los improperios maá s coloridos de Emerson se me escapoá de la boca.
Mis lectores deben confiar en su imaginacioá n, ya que el decoro me impide
grabarla. Morgenstern, un alemaá n corpulento con rasgos fuertes, se habíáa
vuelto tan efíámero como un espectro en lo alto de una escalera de una casa
solariega abandonada. Sus frecuentes desapariciones eran exasperantes, por
no decir maá s, y me entretuve brevemente con una imagen de eá l encadenado a
un somier.
"¿Dijo adoá nde iba?" Le pregunteá a Faá tima.
"A su casa. Le ofrecíá una comida para que no se fuera, pero dijo que estaba
ansioso por reanudar su excavacioá n tan pronto como se pusiera su propia
ropa".
Le di una palmadita a Faá tima en la mano. "Hiciste todo lo que pudiste para
retrasarlo. Al menos no anduvo divagando sobre robar un camello y
aventurarse en el Desierto del Este por lo que sea que lo motivoá antes".
Me vinieron a la mente maá s improperios mientras caminaba por el cultivo y
la extensioá n de arena hacia la casa de excavacioá n. Parecíáa que Morgenstern
habíáa recobrado su sensibilidad, de la misma manera que lo habíáa hecho
despueá s de que lo hubieá ramos retenido en la habitacioá n del hotel en El Cairo.
Era bastante razonable despueá s de regresar a Amarna, pero en pocas horas
habíáa perdido la cordura una vez maá s. Aumenteá mi ritmo, ignorando la
humedad debajo de mi blusa. Su comportamiento erraá tico estaba ligado a la
casa de excavacioá n en una afiliacioá n oscura. Sabíáa que el pan mohoso y la
carne podrida conducíáan a dolencias corporales poco delicadas
(principalmente debido a los experimentos de Ramseá s en su juventud; sus
conclusiones no requieren elucidacioá n). Sin embargo, Morgenstern no habíáa
estado plagado de tales dolencias; con la excepcioá n de su desnutricioá n en El
Cairo y la insolacioá n provocada por su inexplicable incursioá n en el desierto,
parecíáa ser robusto. Como anfitriona, deberíáa haberle visitado en la cabanñ a de
los chicos, pero estaba demasiado enfadada como para indagar sobre su
recuperacioá n.
La puerta de la casa estaba entreabierta. Golpeeá perfunctorily y entreá en la
sala principal. "Herr Morgenstern", le dije,"He venido a asegurarme de que
estaá bien."
Afortunadamente, estaba vestido con un atuendo adecuado. Su barba y su
cabello estaban bien arreglados, y su cintura recuperada (de la deliciosa
comida de Faá tima). "¡Frau Emerson! Estoy encantado de verle. ¿Coá mo estaá s
esta manñ ana? ¿No es un Schoü ner Tag, un díáa precioso?"
"Síá, lo es. Es alentador descubrir que se ha recuperado de la insolacioá n. Tu
temperatura era peligrosamente alta cuando te encontreá en el campamento
beduino. ¿Por queá demonios decidiste ir allíá?" No me atrevíáa a mencionar su
lucha por la desnudez.
Se rascoá la cabeza. "No puedo recordar nada de eso, lamento decirlo. Era
imperativo en ese momento, y sucumbíá al impulso. Por lo que me han dicho,
me salvaste de morir en una tienda en el desierto. Siempre estareá a su servicio.
¿Puedo ofrecerle una taza de teá ?"
"Muy amable de tu parte". Me senteá y le transporteá . No teníáa intencioá n de
comer o beber nada de su cocina, pero queríáa quedarme para hacer maá s
preguntas.
"Ach, soá lo hay cenizas en la chimenea y no tengo medios para hervir agua.
¿Le apetece una taza de aguardiente?" Tomoá una botella y un trago. "Me gusta
mucho el aguardiente. Calienta el alma y estimula la mente".
"¿Lo hace?" Pregunteá suavemente. "Se ha sugerido que enreda la mente."
"Los ingleses tienen su teá ; los alemanes, su cerveza y su aguardiente. Tengo
recuerdos felices de asistir a las Oktoberfests en Munich con mis compatriotas.
Bebíáamos litros de cerveza y cantaá bamos sobre nuestra querida patria. Nos
dimos un festíán con pretzels, bratwursts, bierocks y strudel." Tomoá otro trago
de aguardiente mientras sus ojos lloraban. Se golpeoá el pecho y empezoá a
retumbar lo que yo suponíáa que era el himno nacional alemaá n, intercalado con
eructos.
Conseguíá mantener una expresioá n de admiracioá n hasta que finalmente se
detuvo. "Queá conmovedor, Herr Morgenstern. Eres muy leal a la tierra que te
vio nacer. Esto me hace preguntarme por queá no entregaste el busto de
Nefertiti al Servicio de Antiguü edades, sino que se lo llevaste a un falsificador
conocido para que hiciera una reá plica pasable. ¿Cuaá l queríáas conservar?"
Sus ojos comenzaron a parpadear. "Me preocupaba que las autoridades
egipcias tomaran posesioá n de eá l y lo almacenaran en el soá tano del Museo
Egipcio. La bella reina merece un lugar de honor en un museo alemaá n, donde
puede ser apreciada. Mi nombre estaríáa en una placa de bronce."
"¿Planeaba ofrecer la copia al Servicio de Antiguü edades y pasarla de
contrabando a Alemania?" Me costoá creerme una palabra.
"Ja, ese era mi plan. De alguna manera me confundíá y busqueá inuá tilmente en
el Khan el-Khalili la tienda del falsificador. No podíáa comer ni dormir. Estaba
fuera del Hotel Shepheard porque mi mente lo asociaba con la comodidad en
el pasado. No seá queá habríáa sido de míá si no me hubieras llevado adentro".
"¿Por queá no fuiste a la embajada alemana?"
Morgenstern se frotoá la sien con una mano mientras utilizaba la otra para
tomar otro trago de aguardiente. "Lo intenteá , Frau Emerson, pero estaba
despeinado y mi ropa estaba cubierta de suciedad. El guardia de la entrada se
negoá a dejarme pasar. He disfrutado de nuestra conversacioá n, pero ahora es el
momento de volver a la excavacioá n. No quiero que el Sr. Ridgemont concluya
que he estado malgastando sus fondos". Su voz se redujo a un susurro. "Como
saben, el Sr. Buddle afirma que estaá aquíá para proteger la inversioá n de su
mecenas, pero en realidad es un espíáa de la alianza austrohuá ngara. Ha sido
enviado por el mismo Francisco Fernando para frustrar la exploracioá n
arqueoloá gica hasta que su imperio tome el control de Egipto y de todo el norte
de AÉ frica".
Bloqueeá la puerta principal. "Herr Morgenstern, ¿doá nde se enteroá de la
identidad secreta del Sr. Buddle? No he visto ninguna indicacioá n de que sea
maá s de lo que dice ser".
Fruncioá el cenñ o. "El sinverguü enza tambieá n trabaja para los otomanos. Es un
infame agente doble y una amenaza para su marido, asíá como para míá. Cuando
lo encuentre, lo golpeareá hasta que salga sangre de su boca".
Estaba al borde de la paranoia, me di cuenta con alarma. Le agarreá de los
hombros y lo empujeá de nuevo a la habitacioá n, inseguro de poder dominarlo
indefinidamente. "Herr Morgenstern, debe controlar estos sentimientos
iloá gicos. Por favor, sieá ntese y permíátame reavivar el fuego para hacer teá .
¿Tienes una lata de galletas?"
"Faá tima me preparoá un desayuno abundante, asíá que no tengo deseos de
galletas. Debemos apresurarnos a llegar al lugar antes de que Buddle escape
con artefactos maá s preciosos. Estaá armado con una pistola. Debemos proteger
a su esposo, Frau Emerson".
"Bueno, síá, debemos hacer algo antes de que haya maá s derramamiento de
sangre", murmureá , abrumado por una sensacioá n de impotencia. Sentíá una
punñ alada de simpatíáa por Faá tima, que se habíáa encontrado en la misma
situacioá n. Morgenstern era maá s grande y maá s fuerte que yo. Estaba delirando
y paranoico, una combinacioá n que podríáa llevar a una confrontacioá n
desastrosa. El uá nico elemento que encontreá de cierta comodidad fue que no se
estaba desnudando mientras se ampollaba. "Escuá cheme, Herr Morgenstern.
Sabes que Emerson y yo somos tus amigos, y actuaremos por tu bien".
Se tambaleoá hacia adelante, puso sus manos sobre mis hombros y me dio un
beso prolongado en los labios. Ignorando mi indignacioá n, salioá por la puerta y
empezoá a correr en direccioá n al estudio de Thutmose. Podíáa oíárle reganñ ar
mientras luchaba por recuperar la compostura. Habríáa una escena de alguá n
tipo, penseá con un suspiro, aunque Buddle estaba maá s en peligro que
Emerson. No teníáa ninguna teoríáa de por queá Morgenstern habíáa llegado a sus
salvajes acusaciones. Me pregunteá si podíáa haber juzgado mal a Buddle y no
discernido que era un espíáa fanaá tico empleado por los imperios
austrohuá ngaro y otomano. No parecíáa probable. Mi siguiente pregunta era queá
hacer. En ese momento, Morgenstern se estaba acercando al lugar y se estaba
enfocando en Buddle, quien esperaba que estuviera ubicado cerca de
Emerson. Podríáa producirse una pelea cuerpo a cuerpo, pero mi amado esposo
refrenaríáa a Morgenstern antes de que llevara a cabo su intencioá n de golpear a
su ilusionario oponente.
Contento con mi escenario, dirigíá mi atencioá n a la casa de excavacioá n. Habíáa
latas polvorientas de galletas y carne en maceta en una esquina del mostrador.
No encontreá pan mohoso ni carne y verduras estropeadas, negando asíá mi
conjetura de que Morgenstern habíáa comido algo que afectaba a su mente. Mis
ojos se entrecerraron mientras miraba la botella de aguardiente. Olfateeá y no
percibíá una redolencia peculiar. La prudencia y un ligero pinchazo de naá useas
dictaron que no lo probara. Entreá en las habitaciones y en la habitacioá n que eá l
utilizaba como oficina. La decoracioá n consistíáa en desorden en todas partes;
libros, cuadernos, papeles perdidos y ropa desechada cubríáan los pisos. La
uá ltima habitacioá n, supuestamente para el almacenamiento de artefactos,
estaba asegurada con un candado. Prudence se fue. Di un paso atraá s y pateeá la
puerta con toda la fuerza que pude reunir. Para mi sorpresa, el cerrojo se
dobloá y la puerta se soltoá de sus bisagras. Una segunda patada lo liberoá
completamente. Lo uá nico que lamento es no tener puá blico, incluso mi hijo se
habríáa quedado impresionado.
Los estantes en bruto dominaban el pequenñ o espacio. En ellos habíáa
fragmentos, macetas, esculturas fragmentadas y los artefactos de los que von
Raubritter nos habíáa hablado durante nuestro primer encuentro. Todo estaba
bien etiquetado con una fecha y un lugar. Borchardt y Morgenstern habíáan
seguido los caá nones de los dictados arqueoloá gicos. Sin embargo, dudaba de
que Borchardt, antes de su partida debido a una crisis familiar, hubiera
almacenado una caja de aguardiente. Morgenstern estuvo bien preparado
durante toda la temporada. No podíáa recordar ninguá n rumor de que en el
pasado era incapaz de funcionar de manera profesional debido a su aficioá n por
el alcohol. (Se sabe que los egiptoá logos tambieá n chismean.)
Decidíá no intentar reposicionar la puerta del depoá sito. No habíáa artefactos
de gran valor. Los aá rabes se abstienen del alcohol, por lo que ninguno de los
obreros ni de los holgazanes se veríáa tentado a robar el caso del aguardiente.
Cerreá fastidiosamente la puerta principal, mireá en la direccioá n del lugar y
luego volvíá a caminar hacia el dahabeeyah. Emerson podíáa forzar la retirada de
una horda de baá rbaros simplemente levantando la voz, a menudo descrito
como un trueno en el cielo. Se ha dicho que podríáa separarse del Mar Rojo si
estuviera motivado. Cuando sugeríá esto, me trataron con una larga diatriba
sobre las inexactitudes histoá ricas y la mitologíáa sesgada de la Biblia.
Faá tima estaba de pie junto a la pasarela. "¿Estaá todo bien, Sra. Emerson?
¿Has razonado con ese alemaá n? No creo que el profesor le deá la bienvenida a la
paá gina."
"Hice lo mejor que pude", respondíá. "No pude frustrarlo, pero confíáo en que
la profesora Emerson lo haraá con facilidad." Continueá en el saloá n, sintieá ndome
inadecuado. "Me gustaríáa una comida ligera, lo que sea faá cil. Voy a la cubierta
superior a estudiar mis notas." Aunque auá n no era mediodíáa, me desvieá a
nuestra cabanñ a y me puse una bata suelta y zapatillas para relajarme con la
brisa. Por supuesto, me pondríáa un vestido de teá antes de que aparecieran
Nefret y Emerson, pero mi agudeza cognoscitiva maá s aguda surgioá cuando no
teníáa restricciones de mi vestimenta de trabajo habitual (y a menudo
necesaria).
Cuando Faá tima subioá los escalones con una bandeja, le di las gracias y le
dije: "¿Alguien visitoá al senñ or Morgenstern mientras se recuperaba aquíá?"
"Nefret dejoá claro que nadie debíáa entrar en la cabanñ a excepto Mahmoud,
que trajo bandejas de comida y las recogioá maá s tarde, y una de las chicas para
cambiar la ropa de cama. Esa inglesa con el maquillaje de una mujer de mala
reputacioá n vino esta manñ ana despueá s de que usted, Nefret, y el profesor
Emerson terminaran de desayunar y se fueran. Le dije que no podíáa visitar a
ese hombre. Ella lloroá , pero yo era severo."
La Srta. Ermintrude de Vere Smith (un nombre bastante tonto, en mi
opinioá n) no era rival para Faá tima, que podíáa mirar fijamente a un toro de lidia.
Se sabe que Emerson parpadea durante los enfrentamientos con ella. Le he
dicho muchas veces que el tacto era maá s efectivo, pero sin resultado. "¿La Srta.
Smith le dijo por queá queríáa ver a Herr Morgenstern?" Pregunteá .
"Soá lo que ella estaba preocupada por su salud. Le dije que se estaba
recuperando y que ella no podíáa subir a cubierta".
Despueá s de que Faá tima se fue, tomeá un saá ndwich de pepino y lo mordisqueeá
pensativamente. No se me ocurríáa ninguna razoá n por la que la Srta. Smith
mostrara preocupacioá n por el paciente. Hasta donde yo seá , habíáan
intercambiado algunas palabras. ¿Ha llegado a la conclusioá n de que el Sr.
Dullard ya no es un pretendiente viable y ha recurrido al Sr. Morgenstern para
que lo sustituya? La idea era tan confusa que abríá mi cuaderno y dibujeá una
flecha con un signo de interrogacioá n. Emerson, que aborrecíáa las trivialidades
romaá nticas, no se dignaríáa a debatir esta posibilidad. Nefret habíáa conocido a
los tres jugadores en el triaá ngulo amoroso, y podríáa disfrutar de la
oportunidad de especular conmigo.
Termineá de comer el saá ndwich, tomeá un sorbo de teá , me hundíá de nuevo en
las almohadas del divaá n y sucumbíá a una siesta.
Diecisiete
Del manuscrito H
Tahir miroá por la ventana que daba a la calle. "Hay docenas de hombres en la
acera, murmurando unos a otros y asustando a las mujeres que estaá n cargadas
con bolsas y ninñ os. ¿Son estos los reclutas de los que hablaste, Hermano de los
Demonios?"
Ramseá s asintioá , habiendo admitido que Tahir nunca se atreveríáa a usar una
forma maá s familiar de dirigirse a eá l. "Síá, pero llegan temprano. No queremos
llegar a la estacioá n de tren dos horas antes de nuestra salida. Ese seraá nuestro
momento maá s vulnerable, y no podemos confiar en que los granujas de Gunter
dupliquen el intento fatal de Cromwell de evitar ser aprehendidos. Tahir, por
favor, baja y recueá rdales a mis supuestos reclutas que especifiqueá a las cinco
en punto".
David esperoá hasta que Tahir salioá corriendo por la puerta. "Felicito su eá xito
en el arte de inspirar a vagos inuá tiles para que nos protejan. Superaraá n en
nuá mero a los enviados por Gunter para recuperar su busto de Nefertititi, que
supongo que eá l cree que es el original. ¿Deberíáamos darle una de las
falsificaciones como un gesto de arrepentimiento?"
"Nos disparoá un arma", le recordoá Ramseá s, "y te secuestroá . Lo uá nico que le
daríáa es una bolsa de estieá rcol de camello. Cuarenta libras de ella, bien
madura". Se acercoá a la ventana y miroá hacia abajo. "Tahir no ha tenido ninguá n
impacto en el creciente nuá mero de nuestros guardaespaldas, que ahora son
unos cuarenta. Habraá poco espacio en el andeá n de la estacioá n de tren para
viajeros inocentes. Me pregunto si Sethos estaraá entre ellos."
"¿Te lo preguntas?" David dijo sardoá nicamente. "Por supuesto que lo haraá ,
aunque no se puede predecir coá mo se disfrazaraá . Ya debe saber que poseemos
la escultura original. Estaraá en el mismo tren, vestido como un rabino, un
derviche de ojos salvajes, una matriarca robusta o un muá sico eslavo con un
estuche de violíán. En caso de que lo hayas olvidado, la tíáa Amelia se refiere a eá l
como el Maestro del Disfraz, entre otras cosas".
Ramseá s resoploá . "Reconocereá a Sethos a pesar de sus mejores esfuerzos.
Estaremos en el uá ltimo vagoá n antes del vagoá n de carga. No podraá pasar por
delante de nosotros para robar el bauá l, y brillaraá si sale del tren en nuestra
habitual parada no programada antes de Minya. Una vez que hayamos
depositado el tronco en el dahabeeyah, alertaremos a nuestro personal para
que lo busque. Si Sethos intenta subirse a bordo, mi padre agradeceraá la
oportunidad de expresar su animosidad".
"Que lo haraá . Espero poder observar desde una distancia segura. Puede que
se vea obligado a refrenar a la tíáa Amelia, que tiene una ternura inexplicable
por Sethos. ¿Vamos a echar un uá ltimo vistazo al contenido del maletero para
asegurarnos de que todos los bustos estaá n bien envueltos? Pueden estar
sujetos a empujones."
"Esa es una leve descripcioá n de lo que puede pasar", respondioá Ramseá s
mientras abríáa el maletero y veíáa el contenido. "La esposa de Tahir se
angustiaraá si nos apropiamos de sus cortinas, asíá que esto tendraá que ser
suficiente. Tomemos un uá ltimo vaso de teá antes de entrar en la refriega".
"Preferiríáa algo maá s fuerte, pero ya he revisado los armarios sin suerte.
Tahir es claramente un musulmaá n observador, peor suerte. Todo lo que
podemos hacer es fortificar el teá con azuá car".
Bebieron el teá en silencio, se aseguraron de que todas sus pertenencias
personales estuvieran en el maletero, y cada uno tomoá un asa lateral.
¿"Catorce piedras"? David gimioá . "Parece como si hubiera un hipopoá tamo
pigmeo escondido bajo los perioá dicos."
"Una vez que lo llevemos a la calle, podemos delegarlo a los reclutas maá s
musculosos. Eso nos daraá una mejor oportunidad para vigilar a los matones de
Gunter. Ahora deja de quejarte y trata de no dejar caer tu parte".
Con frecuentes paradas para bajar el tronco para recuperar el aliento,
llegaron a la acera. Los hombres se apinñ aron de ellos, gritando a la atencioá n
del Hermano de los Demonios. Muchos se ofrecieron a llevar el bauá l solos para
recibir las cinco libras que Ramseá s habíáa prometido. Otros exhibíáan cuchillos y
largos de cadena como armas de proteccioá n. Latif se abrioá paso entre ellos
para pararse junto al tronco, con los brazos cruzados como si fuera un
guardiaá n de piedra del Templo de Karnak.
"¡Silencio!" Gritoá Ramseá s, de pie sobre el bauá l. Senñ aloá a dos de los hombres
maá s grandes. "Llevaraá s el bauá l. El resto de ustedes los rodearaá por todos lados
y vigilaraá a cualquiera que parezca sospechoso. No deseo que se derrame
sangre a menos que sea necesario. Una vez que estemos en la estacioá n de tren
y el bauá l esteá cargado en el vagoá n de carga, repartireá baksheesh a todos y la
recompensa al hombre que considere maá s uá til".
Los hombres se calmaron y cerraron la boca, aunque sus expresiones eran
de resentimiento. Ramseá s se bajoá del bauá l e instruyoá a los portaaviones
designados para que ocuparan sus lugares. EÉ l, David y Latif dirigieron la
asamblea rebelde a traveá s de sucias callejuelas hasta la estacioá n de tren. La
plataforma estaba abarrotada, pero no de forma inusual. Ramseá s seleccionoá
una esquina lejana para su fortaleza temporal e hizo un gesto a sus seguidores.
En el camino, algunos de los fellahin se habíáan desvanecido, pero la mayoríáa,
motivados por la avaricia (y quizaá s por su miedo al Hermano de los
Demonios) formaron una barrera alrededor del tronco.
Ramseá s escudrinñ oá a sus companñ eros de viaje, que lo miraban fijamente.
Nadie parecíáa estar tramando un asalto. Admitioá que habíáa hablado
impetuosamente cuando afirmoá que podíáa reconocer a Sethos incluso con el
disfraz maá s astuto. La mayoríáa de los hombres, vestidos con thobes y
kaffiyehs, teníáan bigotes y barbas que ocultaban sus caras inferiores; las
mujeres estaban vestidas con modestas abayas, su cabello invisible bajo los
hijabs. Los turistas extranjeros se identificaban faá cilmente por su ropa
ordinaria y sus rostros quemados por el sol. El profesor Ambrose Doyle, una
de las personalidades maá s recientes de Sethos, no estuvo presente.
David se habíáa llevado a dos guardaespaldas cuando fue a comprar los
boletos. Entregoá una a Ramseá s y le dijo: "Si Gunter estaá cerca, se ha escondido
bien. Tuve un breve vistazo de uno de los matones que me abordoá fuera del
hotel, y no he visto a nadie maá s que me sea vagamente familiar. ¿Crees que
abordaremos el tren y nos iremos sin incidentes?"
"Inshallah", contestoá Ramses distraíádo, auá n escudrinñ ando las caras de los
que estaban en la plataforma. "Siento que no hayamos tenido la oportunidad
de enviar un telegrama informando a mis padres de nuestra llegada."
"Bueno, lo hice mientras estabas en tu excursioá n de reclutamiento. Tahir
prometioá poner barricadas en la puerta y armarse con el escabel. Nadie
intentoá entrar en el apartamento".
"Mientras te expones a los matones de Gunter! Maldita sea, David, te
habríáan torturado hasta que les dijiste doá nde encontrar el busto de Nefertiti.
Rescatarte la primera vez fue estimulante, pero dudo que siga sintieá ndome asíá
si se vuelve habitual. Me averguü enza que Sethos inventara el plan y me
delegara para ser su subordinado".
"Podríáas haber sido secuestrado con la misma facilidad", replicoá David
frunciendo el cenñ o. "A menos que creas que eres invencible, por supuesto. Ha
sido capturado en alguna ocasioá n, si mal no recuerdo."
"Pequenñ os percances", dijo Ramseá s. "Sigue vigilando a los suá bditos
alemanes, y no olvides que quedan dos asesinos de Godwin. Parece que hemos
adquirido un notable nuá mero de enemigos malvados. Cualquiera o todos ellos
podríáan estar cerca".
"Un pensamiento reconfortante. Me sentireá mucho maá s relajado cuando
estemos en el dahabeeyah, bebiendo whisky y soda en la cubierta superior
mientras Daoud golpea a los intrusos". Volteoá la cabeza. "Oigo el tren, aunque
estaá a cierta distancia. ¿Has averiguado coá mo piensas distribuir el baksheesh y
el gran premio?"
"No me atrevo a pagar a los reclutas hasta que el bauá l esteá en el vagoá n de
carga y estemos preparados para abordar el tren. Mi padre es tan intimidante
que ninguno de ellos desafiaríáa sus oá rdenes y se iríáa sin completar la misioá n.
Apenas puedo evitar que se peleen entre ellos". Se detuvo. "El tren llegaraá en
un minuto. Es mejor que nos movamos raá pidamente para disminuir la
posibilidad de un intento de ataque. Díágale a los hombres que llevaron el bauá l
que lo coloquen al final de la plataforma. Todos los demaá s necesitan seguir
rodeaá ndolos".
El tren llegoá a la estacioá n, los frenos chillando, los carros haciendo ruido.
Una cacofoníáa de chismes estalloá cuando los que estaban en el andeá n se
empujaron para posicionarse junto a las puertas del tren. Los conductores
abrieron las puertas y gritaron a la multitud para que retrocediera para que
salieran los pasajeros que llegaban. Nadie escuchoá .
Ramses respiroá hondo mientras el jefe de estacioá n abríáa la puerta del uá ltimo
coche. EÉ l y los demaá s se vieron obligados a esperar mientras se retiraban las
cajas, los paquetes de tablas, el equipaje y las cajas voluminosas y se apilaban
en la plataforma. Una vez terminado el trabajo, dio instrucciones a los
hombres que sosteníáan el bauá l para que lo pusieran en el auto. Estaban
luchando por levantarla cuando una docena de hombres, de piel clara y pelo
rubio, se asomaron a la puerta, armados con barras de hierro y cuchillos.
"¡Bastardos de Gunter!" gritoá David. "Deben haber entrado en el vagoá n de
carga de la estacioá n anterior. ¡Defieá ndete, pero no permitas que agarren el
bauá l!"
Ramseá s agarroá la pierna de uno de los matones y lo sacoá del coche. El
resonante golpe cuando el hombre golpeoá la plataforma fue de lo maá s
satisfactorio. Los guardaespaldas de Ramseá s se apresuraron a deshabilitar a
los demaá s de manera similar. Los punñ os, las barras de hierro y los cuchillos se
blandíáan al azar cuando los brazos y las piernas se agitaban. Expletivos en
alemaá n y aá rabe reverberaban por el andeá n, enviando a los posibles pasajeros
al santuario de la estacioá n. Los policíáas se precipitaron y comenzaron a
separar a los combatientes.
"¡Pon el bauá l en el vagoá n de carga!" Ramseá s rugioá mientras golpeaba a un
asaltante en la nariz. La sangre salpicoá a ambos. El hombre aulloá mientras
escapaba entre la multitud. Ramses saltoá a la cornisa del auto y ayudoá a
levantar el maletero para ponerlo a salvo. Los hombres de Gunter se
apresuraban a huir mientras la policíáa gritaba ineficazmente que todo el
mundo estaba bajo arresto.
Latif se unioá a Ramseá s. "¡Les hemos vencido, hermano de los demonios! Tu
bauá l estaá a salvo."
"Soá lo cuando David y yo estamos sentados en un compartimento y el tren ha
salido de la estacioá n", respondioá Ramseá s con una confianza que no sentíáa. No
habíáa visto a nadie que pudiese ser Sethos de incoá gnito, pero era inverosíámil
que el Maestro Criminal hubiese concedido la derrota. El busto de Nefertititi
tendríáa un valor tremendo en el mercado negro. Los coleccionistas privados
eran ricos, codiciosos y carentes de escruá pulos.
David estaba discutiendo con los oficiales de policíáa cuando miroá a Ramseá s.
"¡Cuidado!", gritoá . "¡Detraá s de ti!"
Asustado, Ramseá s se giroá cuando Latif saltoá sobre la espalda de un hombre
que sosteníáa una daga. El hombre se congeloá , daá ndole a Ramseá s la
oportunidad de patearlo en un lugar muy vulnerable. Latif gritoá mientras
aranñ aba la cara del hombre con la furia de un gato salvaje acorralado. El
asaltante se tambaleoá hacia delante y empezoá a caer hacia la plataforma.
Ramses agarroá a Latif en el uá ltimo segundo y se alejoá de la cornisa. "Tu
mano estaá sangrando", dijo mientras examinaba al ninñ o. Tomoá un panñ uelo de
su bolsillo y lo envolvioá alrededor de la herida.
"No es nada. Ese hombre iba a apunñ alarte. No podíáa permitir que eso pasara
despueá s de todo lo que hiciste por míá, Hermano de los Demonios. "Ojalaá
hubiera encontrado un arma para golpearlo en la cabeza".
"Eres un amigo leal y verdadero, y te has ganado las cinco libras de ingleá s.
Me preocupa que si los demaá s se enteran de esto, te roben antes de que salga
el tren, y tambieá n que los alemanes y sus matones te cuiden. Por lo tanto,
debes venir con nosotros hasta que yo determine queá es lo mejor para ti.
¿Estaá s de acuerdo?"
"Nunca he estado en un tren, pero intentareá ser valiente. ¿Queá me pasaraá si
voy contigo?"
Ramseá s le sonrioá . "En este caso, abundante comida y un lugar seguro para
dormir. Salta y uá nete a David, quien compraraá un boleto para ti. Una vez que
ustedes dos esteá n en el tren, les pagareá a mis reclutas". Arrastroá el bauá l a una
esquina, bajoá a la plataforma, aseguroá la puerta del vagoá n de carga y comenzoá
a pagar a los hombres. Ignoroá las demandas de reconocer al receptor de la
recompensa, diciendo soá lo que cumplioá su promesa. Algunos de los hombres
miraban con el cenñ o fruncido mientras subíáa apresuradamente las escaleras
del carruaje.
Ramseá s se unioá a David y Latif en el uá ltimo compartimiento. Dos
estudiantes estaban jugando al backgammon en un tablero de juego
balanceado sobre sus rodillas. Una anciana miroá fijamente hacia adelante, con
los brazos alrededor de una canasta en su regazo. Ramseá s los escudrinñ oá . Los
ninñ os teníáan una piel impecable y ojos marrones, y la mujer era tan diminuta
que sus zapatos colgaban por encima del suelo. Se sentoá frente a David, que
teníáa un agarre en la munñ eca de Latif.
"Quiere despedirse y contarles su triunfo", explicoá David con una sonrisa.
"No queremos que ninguno de los hombres suba a bordo en el uá ltimo
momento y venga a buscarlo, ni que busque venganza por incapacitar a su
colega. Debes estar alerta en todo momento, muchacho. "Inquieta estaá la
cabeza que lleva la corona". En tu caso, la corona vale una pequenñ a fortuna".
Vio que los tres pasajeros lo miraban fijamente. "Contrariamente a lo que
puedas pensar, el muchacho no es un descendiente directo del rey Enrique IV
de Inglaterra. Su fortuna espera la muerte de su gordito y antiesteá tico patroá n,
Lord Higginsnort, que ganoá millones de libras importando kumquats de la
India".
Ramseá s puso los ojos en blanco, pero permanecioá en silencio cuando el tren
comenzoá a alejarse de la estacioá n.
* * *
Nefret me despertoá con un beso en la frente. "Es hora del teá , querida. El
profesor estaá pisando el saloá n, freneá tico por volver al lugar y al serdab. Queá
descubrimiento tan estimulante! ¿Coá mo es posible que todos los egiptoá logos
anteriores no lo descubrieran?"
Me senteá y me froteá los ojos. "Emerson no tiene companñ eros en el campo. Se
sirvioá de su perspicacia, como siempre. Deberíáamos bajar antes de que saque
su frustracioá n con los muebles. Tiene el mal haá bito de arrojarse en sillas
inocentes y reprenderme por su fragilidad". Evitando un cambio de ropa a la
luz del estado de aá nimo de mi coá nyuge, me arregleá apresuradamente el pelo y
me laveá la cara antes de unirme a eá l.
Emerson no hizo ninguá n esfuerzo por moderar su frustracioá n. "No estoy de
humor para hacer girar mis pulgares mientras duermes en la cubierta
superior, Peabody. Nefret, ¿nos has librado de la fraü ulein? Ya hay demasiada
gente extraviada". Levantoá la voz. "¡Faá tima, estamos listos para el teá !"
Faá tima estaba sosteniendo una bandeja mientras se deteníáa en la entrada.
"No hay necesidad de gritarme. Seá que es hora del teá . Siempre he sabido
cuaá ndo es la hora del teá . Si crees que no soy de fiar, eres libre de prepararlo tuá
mismo."
Me abstuve de volver a la cubierta superior para disfrutar de la soledad.
"Esto se ve delicioso, Faá tima. Por favor, pon la bandeja al alcance del profesor
para que pueda comerse los pasteles y saá ndwiches y volver al lugar". Despueá s
de servir teá a Nefret y Emerson, me servíá y me senteá .
"¿Queá me perdíá?" dijo Nefret mientras tomaba un saá ndwich de la bandeja.
"¿Ha hecho alguá n progreso con el serdab, profesor?"
"No tanto como lo habríáa hecho si ese maldito Morgenstern no hubiera
aparecido", grunñ oá Emerson. "Los obreros todavíáa estaá n enojados con eá l, y
habríáan causado un alboroto si el misionero no lo hubiera sacado del lugar.
Ninguno de nosotros podíáa entender su galimatíáas. ¿Coá mo escapoá del
dahabeeyah?"
Estudieá un saá ndwich de huevo rebanado mientras consideraba la mejor
manera de explicarlo sin molestarle maá s. "Le dijo a Faá tima que se iba y se fue a
la casa de excavacioá n. Lo encontreá allíá. Estaba luá cido cuando llegueá , pero
empezoá a deteriorarse raá pidamente. No pude detenerlo. Asumíá que podíáas
hacer lo que fuera necesario, Emerson, asíá que busqueá en la casa de
excavacioá n y regreseá al dahabeeyah para pensar".
"Tal vez pueda ayudar a explicar su comportamiento", se ofrecioá Nefret.
"Mientras Liezel y yo estaá bamos sentados en un banco de la comisaríáa de
policíáa, esperando interminablemente que alguien de la embajada alemana le
enviara un telegrama autorizaá ndole a transportar el cuerpo a El Cairo, le
pregunteá sobre su investigacioá n. Ella y von Raubritter estaban
experimentando con un medicamento que tiene una foá rmula complicada pero
que se conoce comuá nmente como MDMA. Merck, una companñ íáa farmaceá utica
con sede en Darmstadt, ha solicitado una patente, a pesar de que el
medicamento no tiene aplicaciones meá dicas o terapeá uticas aceptables. Sin
embargo, puede producir graves efectos secundarios. Muchos de los animales
de laboratorio mostraron confusioá n, peá rdida de memoria y psicosis".
Emerson se rioá . "¿Estos animales de laboratorio se sometieron al
psicoanaá lisis? ¿Olvidaron sus nombres y direcciones?"
"Se estrellaron contra los barrotes de sus jaulas -respondioá con firmeza
Nefret- y fueron incapaces de navegar por un laberinto familiar que les llevaba
a la comida. Morgenstern ha mostrado muchos de los síántomas. Liezel no pudo
explicar coá mo pudo haber recibido dosis de MDMA. Seguramente no lo habríáa
tomado voluntariamente."
Dejeá mi taza de teá . "Liezel me dijo antes que el laboratorio fue visitado por
oficiales militares alemanes, embajadores y ayudantes diversos. Uno de ellos
podríáa haber robado algunos frascos de ella."
"¿Sospecha del embajador alemaá n en Egipto?" Emerson se burloá . Puede ser
bastante sarcaá stico cuando estaá en las garras de la impaciencia. Es una
reaccioá n que casi he dejado de intentar suavizar a lo largo de los anñ os.
"Pues bien, no -me vi obligado a responder-, y aunque eá l fuera el culpable,
¿coá mo pudo haberle dado tantas dosis a Morgenstern? La uá nica constante en
la vida de Morgenstern es el aguardiente. Cuando me lo encontreá por primera
vez esta manñ ana, era racional, pero seguíáa tragando de una botella en el
mostrador. Tiene una caja de cosas viles en el almaceá n."
"Alguien podríáa haber manipulado los biberones", dijo Nefret, dejando
abruptamente a un lado su taza de teá .
Emerson se tragoá un saá ndwich. "Lo has rescatado demasiadas veces,
Peabody. Si decide volver a vagar por el desierto, o escalar el acantilado para
divertirse en las tumbas, que lo haga. Lo importante es que se mantenga
alejado del sitio hasta que se abra el serdab y se extraigan y cataloguen los
contenidos. No confíáo en que se comporte de manera profesional".
"Podríáamos llevarlo de vuelta a la dahabeeyah hasta que ya no esteá bajo la
influencia de esa droga", le propuse.
Nefret nos dio una sonrisa con hoyuelos. "Eso haraá que las cosas se llenen
de gente, ya que Ramseá s y David van a tomar el tren nocturno. David envioá un
telegrama a la oficina de Minya pidiendo que el barco y Daoud se reuá nan con
ellos".
Los ojos de Emerson se iluminaron, pero ocultoá su respuesta emocional con
un golpe de suerte. "¿Tienen el busto de Nefertititi?"
Sentíá una poderosa efusioá n de alivio. Sabíáa que habíáan estado en peligro en
El Cairo, y en el pasado no habíáan demostrado que tomaran precauciones
sensatas, si es que las tomaban. "Lo que importa es que estaá n a salvo y en
camino hacia aquíá."
"El telegrama de David fue breve", dijo Nefret. "No he puesto los ojos en este
busto, y no me importa un bledo".
"Si lo hubieras visto, podríáas sentirte diferente", dije en voz baja.
Emerson recogioá el uá ltimo de los saá ndwiches y anuncioá que regresaba al
lugar. Estaba murmurando amenazas de golpear a Morgenstern al salir de la
habitacioá n.
"¿Hay alguna manera de probar el aguardiente?" Le pregunteá a Nefret.
Ella agitoá la cabeza. "Mi clíánica en Luxor no tiene el equipo para hacerlo, y
llevaríáa semanas, o incluso meses, enviar una muestra al hospital de Paríás y
recibir una respuesta. Podríáa beber una pequenñ a cantidad de aguardiente para
ver queá efecto puede tener en míá".
"¡Absolutamente no! Te prohíábo que lo consideres. He observado el efecto
perjudicial que ha tenido en Morganstern, y no permitireá que se ponga en
peligro. Eres muy querido para nosotros, Nefret."
"Era soá lo un pensamiento", dijo ella, rieá ndose de la ferocidad de mi
expresioá n. "¿Vamos a la cubierta superior y tomamos algo maá s que teá ? He
tenido un díáa agotador. Liezel rompíáa a llorar con frecuencia, ante la alarma de
los agentes de policíáa. Ella exigioá ver el cadaá ver de von Raubritter. Trateá de
disuadirla, pero ella insistioá , luego se desmayoá en mis brazos y tuvo que ser
sacada de la improvisada morgue, que soá lo es enfriada por un ventilador y
unos pocos bloques de hielo. Estaba agotado cuando subioá al tren, con el
equipaje y el atauá d guardados en el vagoá n de carga. La embajada alemana
prometioá que alguien se reuniríáa con ella en la estacioá n de El Cairo".
"Eric era un buen tipo", comenteá mientras subíáamos los escalones. Le conteá
sobre su diario y su referencia a la droga. "No aclaroá por queá vino a Egipto en
lugar de.... alguá n otro paíás cuyos embajadores habíáan estado en el laboratorio.
Terminoá en Amarna porque el Sr. Maspero repitioá rumores de que
Morgenstern se habíáa comportado de forma extranñ a".
Nefret hizo unos tragos y me dio uno. "Liezel me dijo que eligioá este paíás
porque sospechaba que el embajador en Egipto o uno de sus agregados habíáa
robado una cantidad de MDMA. Nos dijo que Ramseá s y David tuvieron un
encuentro con un agregado en la embajada. Si eá l es el culpable, ¿coá mo podríáa
haber puesto la droga en las botellas de aguardiente?"
Mireá las plaá cidas aguas del Nilo, esperando inspiracioá n. Me eludioá . "El Sr.
Buddle ha estado monitoreando la excavacioá n desde su inicio. Le preguntareá si
alguien de la embajada visitoá el lugar y encontroá una razoá n para ir a la casa de
excavacioá n, pero no parece probable. Eso deja a Buddle y a Dullard, el hirsuto
misionero".
"No puedo imaginarme al Sr. Buddle como un companñ ero de bebida alegre",
dijo Nefret iroá nicamente. "Es ríágido como una estela y puede escribir sus notas
en jeroglíáficos."
"Podríáa haber ido a la casa de excavacioá n para asegurarse de que todos los
artefactos estuvieran debidamente listados, pero eso no explica coá mo pudo
haber puesto este MDMA en las botellas de licor. Tampoco explica coá mo llegoá a
poseerlo. Supongo que el agregado pudo haberle sobornado, o afirmado que
era un suplemento vitamíánico para mantener saludable a Morgenstern".
Recordeá conversaciones anteriores. "Buddle no me parece ingenuo o poco
inteligente. Se dedica a defender la inversioá n financiera de su patroá n".
"Eso deja al Sr. Dullard, quien ciertamente puede ser agradable con un
consumo adecuado de alcohol. EÉ l y Morgenstern son amigos".
“He admitted that he accompanied Morgenstern to the dig house after the
bust of Nefertiti was uncovered. They surely celebrated. When Morgenstern
came up with the idea of going to Cairo so that Harun could make a copy,
Dullard followed him. He claimed that he did so in order to protect
Morgenstern from thieves. After he heard his so-called friend order a cab to
the Deutsche Orient-Gesellschaft, he said that he checked into a cheap hotel
and departed the following day for Deir el-Mowass para presentar regalos a
los coptos. Podríáamos intentar verificarlo, pero soy esceá ptico de que oigamos
la verdad".
"¿Coá mo sabíáa Morgenstern lo de Harun?" preguntoá Nefret.
Me resistíáa a desencantarla, pero no se me ocurríáa ninguna manera de
ignorar su pregunta. "Muchos egiptoá logos son conscientes de sus habilidades.
No puedo decir si alguno de ellos ha utilizado sus servicios, pero es probable
que algunas piezas de museo sean falsificaciones. Emerson y yo hemos oíádo
rumores desde que llegamos a Egipto. Nunca difamaríáa a nuestros colegas
egiptoá logos mencionando sus nombres".
"Morgenstern tambieá n debe haber oíádo los rumores. ¿Intentoá conservar el
original?"
Me encogíá de hombros. "Esta manñ ana le pregunteá , y parecíáa como si quisiera
conservar ilegalmente el original y dejar una copia en su lugar aquíá en Egipto.
Seguá n otros, incluyendo a Harun, era maá s que apasionado por el busto. Estaba
obsesionado con eso".
"Asíá que", dijo Nefret pensativo, "el Sr. Dullard podríáa haber inducido a
Morgenstern a beber aguardiente y sugerido la posibilidad de un duplicado.
Dullard lo siguioá a El Cairo y luego siguioá suministraá ndole aguardiente de
cordoá n. Cuando vio a Morgenstern frente al hotel, estaba aturdido y en una
forma fíásica horrible de vagar por la ciudad sin comida ni refugio. Despueá s de
pasar alguá n tiempo sin tener acceso a la droga, se volvioá racional, aunque
confundido sobre lo que habíáa sucedido. La peá rdida de memoria es uno de los
síántomas".
"Síá, y cuando regresoá a Amarna y nos sorprendioá en el desayuno, estaba
bien. Luego se instaloá en la casa de excavacioá n, y poco despueá s comenzoá a
mostrar síántomas extranñ os de nuevo. ¡Ese maldito aguardiente!" Me obligueá a
no detenerme en el insensato paseo en camello hacia el Desierto Oriental.
"Estoy empezando a sentirme seguro de que Dullard es el culpable, pero no
puedo pensar por queá o coá mo tuvo en sus manos el MDMA robado. ¿Cuaá l
podríáa ser su motivo para tal sabotaje?"
"Para adquirir el busto de Nefertititi, pero decíáa ser un aficionado
entusiasta. Por otro lado, Morgenstern podríáa haber discutido sobre su valor
en el mercado negro. Dullard hizo un voto de piedad. Puede que no haya
tomado uno de pobreza, y claramente no tomoá uno de abstinencia."
"O celibato", anñ adíá con ternura.
Las mejillas de Nefret se enrojecieron. "No cree que eá l y la Srta. Smith... ? Me
estremezco al imaginarlo."
"No, no lo seá , pero su relacioá n se estaba profundizando, y podríáa haber
llevado a un compromiso. No puedo predecir lo que podríáa haber ocurrido si
no hubiera ocurrido esa desastrosa escena anoche. Esta manñ ana, Dullard me
pidioá perdoá n por su embriaguez. La Srta. Smith intentoá visitar Morgenstern,
pero se vio frustrada y ha permanecido en su choza de barro. Espero que haya
estado empacando sus pertenencias para poder partir hacia Minya y esperar
el proá ximo vapor, o tomar el primer tren a El Cairo. No tengo ninguá n problema
con ninguna de esas opciones. Ha sido una fuente de dolores de cabeza desde
el momento de su llegada".
"Quizaá s deberíáa ofrecerme a ayudarla a empacar", murmuroá Nefret.
"Por la manñ ana, mientras coordino el transporte por el Nilo. No necesita
salir en camello. Mahmoud y Abdul pueden llevar sus bauá les hasta el muelle,
cruzar el ríáo con ella y alojarla en un hotel. Hace tiempo que no tiene la
oportunidad de banñ arse en agua caliente y dormir en un colchoá n, aunque esteá
plagado de chinches. Cuando regrese a su acogedora cabanñ a, su gato se instaloá
en su regazo, podraá escribir sobre sus emocionantes aventuras en el desierto,
viviendo entre los salvajes y exoá ticos aá rabes y beduinos".
"Si me disculpan, me gustaríáa ver el serdab. Traereá al profesor de vuelta
aquíá cuando esteá demasiado oscuro para seguir trabajando. Selim puede
poner guardias en el lugar durante la noche."
La abraceá y la envieá lejos. A pesar de la fiebre arqueoloá gica que habíáa
provocado el nuevo hallazgo de Emerson, me sentíáa obligado a averiguar
quieá n estaba detraá s de los problemas de Amarna y la fuente del
comportamiento erraá tico de Herr Morgenstern, y volvíá a examinar mis notas.
Dullard, concluíá, era el candidato maá s probable para haber pinchado las
botellas de aguardiente. Posteriormente, siguioá a Morgenstern a El Cairo y
continuoá suministraá ndole la droga malvada hasta que su víáctima se escabulloá
a callejones luá gubres y peligrosos. Lo que no pude explicar es por queá a
Dullard se le habíáa proporcionado la droga en primer lugar. Morgenstern no
habíáa mostrado ninguna particularidad hasta que llevoá el busto de Nefertititi a
la casa de excavacioá n para regodearse en su serena belleza. Dullard le habíáa
animado a participar en el aguardiente; por lo tanto, Dullard ya teníáa la droga
con eá l. Nadie podríáa haber anticipado el notable descubrimiento. La pregunta
maá s desconcertante era por queá el agregado le habíáa dado la droga y con queá
propoá sito. Me di cuenta de que necesitaba visitar la aldea copta, pero tendríáa
que esperar hasta la manñ ana.
Por ahora teníáa una misioá n maá s convincente, que era alertar a Faá tima de la
llegada de Ramseá s y David antes del amanecer. Nuestro desayuno seríáa
espleá ndido, asíá como el almuerzo, el teá y la cena en un futuro previsible.
Dieciocho
Del manuscrito H
Ramseá s fue incapaz de dormir a pesar del ritmo relajante del tren mientras
eá ste se movíáa a traveá s de la oscuridad. Los estudiantes estaban desplomados
en sus asientos, y aunque la anciana permanecíáa erguida, estaba roncando
muy fuerte. Latif estaba tendido en el regazo de David; ambos estaban
perdidos en sus suenñ os.
Aburrido y un poco hambriento, Ramseá s dejoá el carruaje y caminoá a traveá s
de varios maá s hasta el bar de servicio. Estaba cerrado. Recordoá que David
habíáa puesto barras de chocolate en una bolsa de papel que ahora estaba en el
bauá l con su ropa y los cinco bustos de Nefertiti. Mientras caminaba hacia su
carruaje, vio a un conductor dormitando sobre un taburete. Le sacudioá
suavemente el brazo y le dijo en aá rabe: "Disculpa, ¿pero puedes decirme
cuaá nto tiempo pasaraá antes de que lleguemos a Minya?"
Despueá s de un tiroá n, el hombre abrioá los ojos y sacoá un reloj de bolsillo. Lo
miroá con los ojos entrecerrados y dijo: "Menos de una hora, Hermano de los
demonios, a menos que una manada de camellos deambulara por las víáas". Eso
causaraá un retraso. El ingeniero ha sido informado de su presencia y se
detendraá en su lugar habitual despueá s de Minya. ¿Hay algo que pueda hacer
por ti?"
Hubo momentos en que Ramseá s hubiera preferido el anonimato, pero en
este caso se alegroá de que no se viera obligado a ir a la parte delantera del tren
para hablar con el ingeniero. Le dio las gracias al director. Pasaríáa maá s de una
hora y media antes de que salieran del tren. Cargar el bauá l y cruzar el Nilo
hasta el dahabeeyah requeriríáa otra hora. Despueá s de que el tren habíáa salido
de la estacioá n de El Cairo, David habíáa ido al bar de servicio para comprar
warak enab y shawarmas para la cena. El apetito de Latif por las hojas de uva
rellenas y los saá ndwiches habíáa dejado a sus espectadores asombrados. No
habíáa ni una migaja en el suelo del compartimento.
Cuando Ramseá s llegoá al uá ltimo vagoá n, dudoá frente a la puerta que se abríáa
en el vagoá n de carga. En terribles ocasiones que habíáan durado díáas, se habíáa
quedado sin sustento, y su cuerpo no habíáa sufrido. Se recordoá a síá mismo de
esto, ya que la nocioá n de chocolate dio lugar a la salivacioá n. El aroma podríáa
despertar a Latif, pero podríáan compartir el botíán.
"Queá demonios", dijo mientras entraba en la oscuridad total del vagoá n de
carga. Teníáa un mapa mental del coche y fue directamente al maletero robado
de la Srta. Annabelle Hadley. Recordaá ndose a síá mismo que debíáa asegurarse
de que se la devolvieran a ella a su debido tiempo, se arrodilloá y la abrioá . Se
sintioá a gusto hasta que rozoá el saco de papel con barras de chocolate. Se
felicitoá a síá mismo cuando se lo puso en el bolsillo, pero luego se sentoá sobre
sus talones. El contenido del bauá l no estaba ordenado como eá l lo recordaba, y
su memoria era muy aguda. El bauá l habíáa sido transportado por las calles
erosionadas de El Cairo, y luego elevado al vagoá n de carga. Su contenido se
habríáa desplazado, pero no reubicado. Quitoá los perioá dicos y los adornos de la
ropa. Los cinco bustos estaban alineados en la parte inferior. El papel de
envoltura se habíáa aflojado, y la bolsa de lona estaba abierta.
Nadie podríáa haber manipulado el contenido del maletero mientras se
transportaba, pensoá con una mueca. Era obvio que alguien habíáa perturbado
su contenido desde entonces, y eso solo podíáa significar que el culpable se
habíáa escondido en alguá n lugar cercano. Ramseá s habíáa estado demasiado
distraíádo por los asaltantes de la embajada alemana como para buscar detraá s
de la carga a un merodeador. La identidad del acechador era obvia. Sethos
habíáa entrado en el vagoá n de carga en una estacioá n anterior, quizaá s junto a los
secuaces de Gunter.
Lo que significa que Sethos estaba presente.
Ramseá s regresoá al pasillo y entroá en su compartimento. Pasoá por encima de
las piernas de los estudiantes para llegar a su asiento y luego se inclinoá hacia
adelante para ajustar la nariz de David.
Asustado, David se despertoá y lo miroá fijamente. "¿Queá pasa contigo?" David
susurroá enfadado.
Ramseá s era reacio a molestar a los otros pasajeros, especialmente a Latif. Le
hizo una senñ a a David para que se uniera a eá l en el pasillo. Cuando David agitoá
la cabeza con vehemencia, Ramseá s repitioá el gesto y siseoá : "¡Sethos!"
A David le tomoá unos minutos liberarse del brazo y hombro de Latif sin
despertarlo. Como Ramseá s habíáa hecho, David caminoá con cautela sobre las
piernas extendidas de los estudiantes mientras salíáa del compartimento.
"¿Queá hay de Sethos?", exigioá . "¿Fuiste a dar un paseo y lo viste en otro
compartimento? ¿Te acompanñ oá a tomar un cafeá en el bar de servicio? ¿Queá
demonios estaá pasando?"
"No hay necesidad de estar de mal humor porque te desperteá de un suenñ o
sobre Lia", respondioá Ramses. Relatoá lo que habíáa descubierto cuando abrioá el
maletero. "He llegado a la conclusioá n de que Sethos se esconde allíá. Esto es
intolerable, aunque no haya podido identificar el busto original de Nefertiti
debido a la oscuridad. Debemos tomar medidas".
"Estoy de acuerdo contigo. ¿Tienes alguna idea de coá mo proceder? Como
has dicho, estaá muy oscuro ahíá dentro. No podremos verlo, y es probable que
esteá armado con una pistola".
"¡No me importa si tiene un rifle con bayoneta!" Ramses declaroá mientras
abríáa la puerta del vagoá n de carga. Tan pronto como eá l y David entraron,
Ramseá s cerroá la puerta y escuchoá un leve respiro. No esperaba que el Maestro
Criminal expusiese su localizacioá n tan faá cilmente. La oscuridad era absoluta.
Reacio a lidiar con las cajas y el equipaje de gran tamanñ o, ya que Sethos podíáa
rastrear sus movimientos y los de David mientras merodeaban, Ramseá s optoá
por un enfoque directo. "¡Sethos, sabemos que estaá s aquíá! Eventualmente te
encontraremos, y si es necesario, te arrastraremos por los talones fuera de tu
escondite. No hay necesidad de que ninguno de nosotros se arrastre a traveá s
de telaranñ as o se encuentre con escorpiones. ¿Y bien?"
"No me importan ni las telaranñ as ni los escorpiones", dijo una voz desde un
rincoá n trasero. "Me reunireá con ustedes en el maletero. Tu madre se enfadaraá
cuando se entere de que lo robaste del almaceá n del hotel Shepheard".
Lo tomamos prestado", replicoá David en voz alta, "y lo devolveremos tan
pronto como lo hayamos descargado". Su duenñ o no se lo habraá perdido".
Ramseá s tomoá el brazo de David y lo guioá hasta el bauá l. Escuchoá las pisadas
acolchonadas de Sethos acercaá ndose. "Todavíáa hay cinco bustos en el fondo
del maletero, lo que implica que no pudo identificar el original."
"Desgraciadamente, eso es cierto. Los hooligans alemanes me permitieron
subir al vagoá n de carga con ellos cuando les di un generoso soborno. Despueá s
de una charla cordial sobre el tiempo y todo eso, me robaron mis zapatos, el
resto de mi dinero, una antorcha eleá ctrica y un panñ uelo de seda
extremadamente fino de China. Me retireá a una esquina y me ignoraron. Si no
hubieran tomado mi antorcha eleá ctrica, habríáa detectado el busto original sin
dudarlo. Sin embargo, descarteá tres de las falsificaciones, y sabíáa que notaríáa
la diferencia de peso si me fugaba con las otras dos".
"Habríáa notado la diferencia de peso si te hubieras fugado con un par de
calcetines", dijo Ramses con desprecio.
Sethos se rioá . "Piensa muy bien de usted mismo, ¿verdad, Higginsnort? Si
pudieras verme, te daríáas cuenta de que estoy moviendo mi dedo hacia ti. ¡Tut,
tut, tut, hijo míáo! Y esta es una oportunidad para que me veas como realmente
soy. No sentíá la necesidad de disfrazarme, ya que no esperaba un encuentro
entre tuá y David. Entonces, ¿queá pretendes hacer conmigo?"
Ramseá s se mordioá el labio inferior para no soltar uno de los improperios
maá s escandalosos de su padre. "Podríáamos forzarte a salir al pasillo, donde
hay una luz tenue. Una vez que hayamos estudiado tu semblante, te
entregaremos a un conductor que te exigiraá que veas tu billete. Seraá s detenido
hasta que el tren llegue a la estacioá n de Minya".
"Una propuesta digna", dijo David. "La tíáa Amelia y el profesor estaraá n muy
interesados en escuchar una descripcioá n detallada de ti."
"Pero no es probable", respondioá Sethos desde el lado opuesto del vagoá n de
carga. "Dales mis mejores deseos para una temporada fructíáfera."
La puerta corrediza se abrioá , pero no habíáa suficiente luz para ver maá s que
una silueta contra el cielo estrellado. La figura se detuvo, enderezoá su espalda,
y luego desaparecioá .
"¿Crees que sobrevivioá ?" David dijo mientras se dirigíáa a la puerta y miraba
hacia abajo. "No quiero sentirme culpable por haberle obligado a una
zambullida fatal."
Ramseá s deslizoá la puerta y la cerroá . "El tren ha estado frenando debido a
una curvatura en las víáas. Sethos debe haberlo sentido tambieá n y haber
elegido el momento. Ha resuelto un problema, pero si decíáa la verdad, no tiene
zapatos ni dinero. Seraá una larga caminata hasta Minya."
* * *
ur round-trip mission to Deir el-OMowass habíáa tardado casi dos horas, pero
eá ramos optimistas en cuanto a que Emerson y los ninñ os no habíáan encontrado
el valor para desafiar la demanda de Faá tima de que tomaran un buen
desayuno. Tan pronto como Daoud guioá el barco hasta nuestro companñ ero,
nos apresuramos a entrar en el comedor. Algunos de los platos habíáan sido
removidos al aparador, haciendo espacio para cinco bustos de Nefertiti en una
fila ordenada.
"¡Cielo santo!" Dije, deslumbrado por la pantalla. "¿Es posible que uno de
ellos sea el original tomado del estudio de Thutmose?"
Ramseá s me acompanñ oá a una silla y me trajo una taza de cafeá . Nefret estaba
demasiado confundido para moverse. David sacoá otra silla y le sugirioá que se
sentara antes de caer. Se permitioá sentarse, auá n mirando los bustos. "Son
notablemente similares", dijo.
"No a los ojos entrenados", dijo Ramseá s con lo que yo consideraba una
condescendencia insufrible. "Tres de ellos tienen defectos obvios, y fueron
producidos por aprendices ineptos. Uno de los dos uá ltimos es obra de Harun,
que es digno de su reputacioá n como el Maestro Forjador".
"Hizo un muy buen trabajo", comentoá Emerson. "No he tenido la
oportunidad de escudrinñ arlas a fondo, aunque lo hareá maá s tarde."
"¿Coá mo te las arreglaste para adquirirlas?" Exigíá.
David se rioá . "Puedo asegurarle, tíáa Amelia, que no fue una tarea sencilla.
Gracias a Latif, pudimos encontrar el uá ltimo taller de Harun". Luego describioá
sus gritos ensordecedores mientras salíáan de las sombras para agarrar los dos
bustos. "Ramses supervisoá el transporte del bauá l hasta la estacioá n de tren,
donde nos encontramos con sinverguü enzas bajo las oá rdenes de la embajada
alemana. Latif desvioá al uá ltimo, asíá que lo trajimos con nosotros. Dejareá que
Ramseá s se explaye sobre el viaje en tren".
Ramseá s lo hizo con su impasibilidad tíápica.
"¡Sethos!" Me quedeá sin aliento.
Emerson grunñ oá profundamente en su garganta. "¿Creíáste que podríáa
concederlo, Peabody? Ramseá s deberíáa haber deducido que el villano estaba
tras su rastro. Muy descuidado de tu parte, hijo."
"Estoy obligado a estar de acuerdo con usted, senñ or", contestoá Ramseá s.
"Es hora de partir hacia el lugar." Emerson nos miroá a Nefret y a míá.
"Supongo que pretenderaá cambiarse a un atuendo maá s adecuado. Anticipo un
díáa largo y arduo". Le sonrioá a Latif, quien ignoraba el intercambio y estaba
devorando abundantes raciones de huevos, tostadas, hummus y pan de pita.
"Te cortaremos los pantalones y te buscaremos una camisa, y pareceraá s un
arqueoá logo profesional con mi casco de meá dula."
"Hay maá s en la parte de atraá s de nuestro armario", dije fríáamente. "Vamos,
Nefret. No podremos trabajar si vamos vestidos como empleados de tienda o
como hijas solteronas de vicarios".
"O las esposas de los misioneros", anñ adioá Nefret, con hoyuelos.
Emerson acosoá . "Mientras caminamos hacia el lugar, puedes contarnos lo
que aprendiste sobre ese villano misionero y su pequenñ o rebanñ o de canarios
coptos, si es que cantaban."
"Puede que no hayan cantado," dije mientras me poníáa de pie, "pero
twitteaban. Nefret y yo nos refrescaremos y nos pondremos la ropa.
Estaremos listos para partir en breve. Por favor, no arruines ninguno de tus
pantalones, Emerson. Soá lo puedo repararlas con aguja e hilo tantas veces
como sea necesario antes de que se reduzcan a jirones. Los Vandergelts vienen
para Navidad. Espero que todos parezcamos respetables".
"¿Queá es la Navidad?" preguntoá Latif entre bocados.
Ramseá s hizo un gesto al ninñ o para que se levantara. "Te lo explicareá
mientras te ayudamos a cambiarte de ropa."
Emerson estaba tomando cafeá cuando regreseá al comedor. Mi cinturoá n de
artíáculos uá tiles sonaba como campanillas de viento mientras me servíáa una
taza de cafeá y preparaba un plato de huevos tibios. Comíá con voraz desprecio
por la etiqueta apropiada. Mantuvo educadamente su mirada fija en los cinco
bustos que conformaban nuestro actual centro de mesa. Ninguno de los dos
levantoá la vista cuando Nefret recogioá los uá ltimos huevos.
As soon as Ramses, David, and Latif appeared, Emerson announced that we
were leaving. I slipped a pita sandwich wrapped in a napkin into my pocket as
I rose. We walked down the pier and took the path through the cultivation.
Nefret repeated what she had told me about Dullard’s ploy to convince the
Copts of Deir el-Mowass para levantarse contra los britaá nicos cuando los
soldados alemanes entraron en Egipto para tomar el control del gobierno.
David se puso tenso de ira. "Los coptos deliran si creen que esto conduciraá a
la autonomíáa egipcia. El rey Abbas II ya estaá bajo amenaza de ser expulsado
por Lord Kitchener. Los otomanos se niegan a reconocer que Egipto es un
protectorado britaá nico. Tropas bien armadas de varias facciones chocaraá n en
Alejandríáa, El Cairo y destinos al sur".
"Seraá un desastre sangriento en el sentido de que se perderaá n vidas
militares y civiles", dijo Emerson con tristeza. "Estaá fuera de nuestro control."
"Lo uá nico que podemos hacer es detener a Dullard", respondíá. "Ademaá s,
debe ser llevado ante la justicia por el asesinato de Eric von Raubritter."
Los hombros de Nefret se desplomaron. "No tenemos pruebas".
"¡Al diablo con eso!" exclamoá Emerson. Anticipeá un nuevo estallido de
blasfemias y condenas sobre la necesidad de pruebas, asíá que me sorprendioá
cuando se quedoá callado. Una mirada sobre mi hombro confirmoá que nuestro
seá quito estaba siendo seguido por un nuá mero de hombres y mujeres aá rabes
que residíáan en chozas a lo largo del camino.
Nefret puso su mano sobre mi brazo, y en voz baja dijo: "La Srta. Smith no
aparecioá cuando nuestro bullicioso desfile pasoá por su triste cabanñ a. ¿Es
posible que haya empacado sus pertenencias y haya huido a Minya?"
Mi actual agitacioá n de emociones se agotoá en una fríáa realidad. "Si eso fuera
cierto, me dedicaríáa a una celebracioá n bulliciosa. Emerson se poníáa el
esmoquin y bailaba conmigo en la cubierta superior mientras bebíáamos
champaá n. El Sr. Buddle podríáa sonreíár. A Dullard se le romperíáa el corazoá n,
pero eso no nos concierne, especialmente si estaá encarcelado en una prisioá n
en El Cairo".
Me hizo una sonrisa píácara. "¿Quieres que vuelva a su cabanñ a y averiguü e si la
ha dejado vacíáa?"
"No," le dije,"no puedo soportar la idea de que la encuentres ponieá ndose
maquillaje como preparacioá n para unirse a nosotros. Este seraá el momento de
eá xtasis de mi amado Emerson cuando ordene a los obreros que retiren la losa
y expongan el contenido del serdab. Aunque no creo en la telepatíáa, enviareá un
fuerte mensaje a la Srta. Smith para que se mantenga alejada del sitio".
"Esperemos que el mensaje sea recibido."
"Inshallah", murmureá mientras continuaá bamos caminando.
Cuando llegamos al estudio de Thutmose, vi que Selim habíáa organizado a
los obreros. Emerson le dio un fuerte apretoá n de manos y se puso de pie junto
al serdab. Seleccionoá a los trabajadores maá s musculosos y los colocoá alrededor
de la losa de piedra.
"Aseguá rate de que puedes agarrar debajo de la tapa", dijo. Su voz era firme,
pero podíáa oíár un trasfondo de ansiedad. Se agachoá sobre la cabeza de la
piedra y puso sus manos debajo de ella. "A mi orden, la levantaremos y la
deslizaremos hacia ese lado. ¿Estaá n listos? ¡Ahora!"
Los obreros, asíá como mi esposo, grunñ eron y maldijeron cuando la losa se
levantoá lo suficiente como para sacarla de los bordes de piedra del serdab.
"Serdab" es la palabra aá rabe para "bodega"; en las tumbas denota caá maras
funerarias para estatuas, repletas de aberturas para que las estatuas puedan
vigilar las cosas. Esta era una bodega maá s tradicional.
Emerson sacoá su antorcha eleá ctrica para iluminar el contenido. El resto de
nosotros nos apinñ amos a su alrededor lo mejor que pudimos.
"¡Maldita sea!" Ladroá .
Diecinueve
Me asomeá al serdab. "Veo soá lo dos de ellos, Emerson. La mesa del comedor
puede no ser capaz de soportar el peso adicional".
"Lo cual seríáa un total de aproximadamente veintiuna piedras", comentoá
Ramseá s. "Podríáamos dejarlos aquíá para que los futuros egiptoá logos los
descubran."
Emerson lanzoá su casco contra una pared que se desmoronaba. "Tengo una
reputacioá n que mantener, y no permitireá que se vea manchada por rumores de
que no he excavado con precisioá n profesional. Selim, traá eme la escalera. Tuá y
Nefret deben tomar fotografíáas antes de que perturbemos el contenido. Si
apareciera Thutmose, lo estrangularíáa". Se alejoá , maldiciendo en voz baja
(aunque sus blasfemias eran audibles para todos nosotros, incluyendo al
fellahin, al Sr. Buddle y a los ladrones omnipresentes).
Nefret y Selim descendieron y comenzaron a discutir la mejor manera de
colocar las pantallas reflectantes para capturar la luz. David se retiroá a fumar
su pipa. Ramseá s y yo nos encogimos de hombros. Sabíáa por experiencia que
era prudente mantener una distancia hasta que la diatriba de Emerson
siguiera su curso. Como era capaz de seguir adelante durante horas, soá lo podíáa
rezar para que su curiosidad innata lo atrajera de vuelta al serdab.
Nefret emergioá y miroá con cautela el trasero de Emerson. "Hay muchos
artíáculos que pueden ser de gran importancia, y la mano de obra es
extraordinaria", me dijo en voz alta. "No nos atrevimos a tocarlos, pero vimos
muchas esculturas. Una parece ser de Nefertititi con un ninñ o en brazos".
"¿Podríáa ser Tutankamoá n?" Le pregunteá .
"¡Ridíáculo!" Emerson ladroá sobre mi hombro. "Nefertititi teníáa seis hijas. El
padre de Tutankamoá n era presumiblemente Akenatoá n, pero la madre era
hermana o prima suya. Muy posiblemente Tutankamoá n se casoá con una de sus
hermanastras, haciendo la situacioá n maá s incestuosa".
Yo estaba muy consciente de que el incesto era comuá n entre los faraones,
despueá s de haber participado en discusiones exhaustivas sobre este tema con
mi marido, mi hijo y mi cunñ ado. Sin embargo, Nefret y yo escuchamos
mansamente mientras exponíáa sobre el tema y sus implicaciones políáticas.
Noteá que el enrojecimiento de su cara estaba disminuyendo y su voz habíáa
vuelto a su nivel normal de decibelios (alto pero tolerable). Cuando se detuvo
para tomar un respiro, lo aprovecheá y le dije: "Selim te estaá buscando,
Emerson. Lo maá s probable es que necesite su aprobacioá n antes de que eá l y
Nefret empiecen a instalar su equipo. Debes ir con eá l. "No vi ninguna razoá n
para anñ adir que estaba deseando comer el saá ndwich de pita que habíáa
guardado en mi bolsillo.
No tuve la oportunidad de hacerlo. El senñ or Morgenstern, ahora tan
bienvenido como una infestacioá n de piojos, saltoá por entre los espectadores,
con las mejillas redondas sonrojadas y los ojos saltones. "¡Hola, hola!", gritoá .
"Tengo noticias sorprendentes que compartir con ustedes. Recibíá un
telegrama del Sr. Maspero informaá ndome de que el Sr. Borchardt estaraá aquíá
dentro de unos díáas para reanudar la supervisioá n de la empresa. Sabíáa que mi
puesto era temporal, pero no anticipeá que seríáa tan estresante. Estoy ansioso
por volver a El Cairo para ocuparme de una tarea incompleta".
"¿Buscando el estudio de Harun?" Lo sugeríá amablemente.
Un chorrito de saliva se le escapoá de la boca. "No seá nada de esta persona,
Frau Emerson. Es un asunto personal. He empacado mis pertenencias y me he
preparado para que me lleven a la estacioá n de tren de Minya. Ha sido un honor
trabajar con usted y su estimado esposo. Auf Wiedersehen!" Me guinñ oá un ojo,
asustoá a Nefret con un beso descuidado y luego desaparecioá entre la multitud
de espectadores.
"Olíáa a licor en su aliento", me dijo Nefret, moviendo la cabeza. "Esperemos
que pueda llegar a la seguridad de la casa de la Deutsche Orient-Gesellschaft
antes de que se desoriente."
"Ya no es nuestra responsabilidad. Debo informar a Emerson de la
inminente llegada de Borchardt. Tendraá un gran impacto en la forma en que
procedemos hoy". Encontreá a Emerson en un diaá logo con Selim y le conteá la
noticia.
Su reaccioá n no fue discreta. "¡Maldita sea! Selim, que los obreros dispersen a
los mirones con la fuerza que sea necesaria. Despueá s de eso, infoá rmeles que
deben tomar un descanso en la sombra hasta que se requiera su presencia.
Peabody, preguá ntale a tu Dios por queá quiere complicar mi vida. Debe tener
una racha de sadismo."
"Tiene mejores cosas que hacer que asediarte", contesteá acerbamente.
"Sugiero que tengamos una conferencia en el dahabeeyah."
Aparentemente Emerson no estaba enamorado de mi propuesta. Su varonil
voz resonoá contra los acantilados mientras ordenaba a la multitud que se
marchase. Noteá que el Sr. Buddle cumplioá inmediatamente, su libreta sujetaba
su pecho. Selim y los obreros reforzaron el mensaje con aliento fíásico. Una vez
que nos liberamos de espíáas y fisgones, nos sentamos en un lugar sombreado.
Contrariamente a su habitual postura dictatorial, Emerson explicoá la situacioá n
y preguntoá por nuestros pensamientos.
"Morgenstern no puede atribuirse el meá rito de haber descubierto el busto
de Nefertiti", afirmeá . "Si alguna vez recuerda que lo descubrioá , tendríáa que
admitir que lo roboá para tener una copia falsificada que presentar al Servicio
de Antiguü edades."
"Y no puedo decir que lo descubríá", dijo Emerson. "Eso seríáa moralmente
reprobable."
Ramseá s aclaroá su garganta. "Borchardt deberíáa tener ese honor. Podríáas
contarle sobre el serdab que encontraste. Nadie creeraá que no quitaste la
tapa..."
"Habíáa al menos cincuenta testigos", inserta David.
"Lo hizo por curiosidad," continuoá Ramses,"pero reconocioá que era
prerrogativa de Borchardt continuar el trabajo."
"Ademaá s, encontraraá el busto de Nefertiti", le dije.
Nefret arrugoá su nariz. "En la mesa del comedor, en fila con las cuatro
falsificaciones?"
Emerson acosoá . "En el serdab, con los primeros esfuerzos de Thutmose."
Apoyoá la cabeza en su punñ o mientras pensaba. "Ramseá s, ve a la dahabeeyah y
trae el busto de Nefertiti en una bolsa. Lo ocultareá en el serdab para que no
sea visible a primera vista. Borchardt es conocido por su meticulosa diligencia.
Deduciraá que los otros dos bustos tambieá n fueron hechos por Tutmose".
"Como quieras, padre." EÉ l y Emerson intercambiaron una mirada cautelosa
que yo no pude interpretar. O no queríáa interpretar, lo admito ante mis
lectores.
"Ahora," anuncioá Emerson,"continuaremos excavando en otras aá reas del
estudio. Esos objetos enterrados que pueden ser dignos de nuestra atencioá n.
Latif, esta es tu oportunidad de ser arqueoá logo. Selim te proporcionaraá una
paleta y te ensenñ araá a medida que avanzas, para que puedas cavar
cientíáficamente y no soá lo en busca de antiguos tesoros en la arena. David,
vigíálalo de cerca. Les direá a nuestros trabajadores que regresen".
Le dije a Emerson que deseaba bajar por la escalera hasta la parte inferior
del serdab para echar un vistazo antes de cambiar la tapa. Abrioá la boca para
protestar, pero la cerroá y se dirigioá hacia los amontonados obreros. Nefret me
dio la antorcha eleá ctrica y me advirtioá acerca de la escalera que consistíáa en
trozos dudosos de madera y peldanñ os algo podridos. Despueá s de haber
descendido a tumbas profundas por escaleras menos robustas, procedíá con
confianza.
Me arrodilleá para examinar los dos bustos de Nefertiti. Ninguno de los dos
captoá el encanto incomparable de la obra maestra que Morgenstern habíáa
llevado a El Cairo. Uno teníáa una nariz grande. El segundo teníáa un pequenñ o
casco y carecíáa de simetríáa perfecta. Tutmose debe haber sido reganñ ado por la
reina Nefertiti cuando presentoá a cada uno de ellos, y asíá los relegoá al serdab.
La estatua de Nefertititi y un recieá n nacido masculino reflejaban una intimidad
entre ellos. Me preguntaba si Borchardt podríáa considerar mi hipoá tesis de que
el bebeá podríáa ser Tutankamoá n. Utiliceá el rayo de luz para admirar los frascos
de ceraá mica pintados de colores, una caja con incrustaciones de oro y marfil, y
un collar ancho y brillante de piedras semipreciosas que alguna vez habíáa
adornado uno de los bustos. Salíá del serdab, mi mente girando con imaá genes
brillantes, y noteá que los obreros habíáan retomado sus tareas asignadas. Los
brazos de Emerson estaban cruzados y su expresioá n era inusualmente adusta.
Fingioá que no se fijaba en míá.
Poco despueá s, Ramseá s regresoá con una bolsa de lona deformada y
desaparecioá por la escalera. La bolsa estaba desinflada cuando reaparecioá .
Emerson ordenoá a algunos de los hombres que levantaran la losa de piedra y
la colocaran de nuevo en el serdab.
Los obreros encontraron varios artefactos y los pusieron en sus canastas
asignadas. Latif estaba decidido a probar su valíáa; chillaba de alegríáa cuando
su paleta se encontroá con un objeto. EÉ l y David sacaron arena hasta que
expusieron un fragmento de ceraá mica pintada de azul, tíápica del períáodo de la
Amarna. Trabajamos mucho maá s allaá de nuestro acostumbrado descanso para
almorzar, y comenceá a preocuparme de que Emerson no nos permitiera
detenernos a tomar el teá en el dahabeeyah. Habíáa compartido mi pita con
Nefret, pero ninguno de los dos habíáa desayunado lo suficiente.
Estaba trabajando en el tamiz y recogiendo los objetos maá s pequenñ os
cuando levanteá la vista y vi a Dullard que veníáa hacia nosotros. Por suerte para
eá l, Emerson y Ramseá s estaban ocupados en la parte trasera del estudio. Nefret
se colocoá detraá s de míá.
"Mi querida Sra. Emerson -comenzoá Dullard con voz ronca-, lamento mucho
no haber tenido la oportunidad de hablar con usted cuando visitoá la aldea
copta. Me dijeron que usted y el Dr. Forth tomaron teá y galletas en una de las
casas".
Nefret lo miroá fijamente. "Síá, y nos enteramos de su plan malvado.
Notificaremos a las autoridades de El Cairo para que sea arrestado por
fomentar una rebelioá n".
"No tengo idea de lo que hablas. Soy un hombre de Dios, no un agitador. Me
reuá no con mis companñ eros cristianos para ensenñ arles a llevar una vida
virtuosa. Animo a los hombres a que respeten a sus esposas y las traten con
deferencia".
"Tuá les diste armas -le corrigíá con frialdad- y los entrenaste mientras no
podíáan pensar con claridad. Lo que me intriga es coá mo obtuviste acceso a esa
droga en el laboratorio de Merck en Darmstadt. Seguramente usted no estaba
incluido en el seá quito del embajador alemaá n. Eric von Raubritter te habríáa
descrito en su diario, y Liezel Hasenkamp nos habríáa hablado de tu aspecto
fíásico".
"Me temo que has estado demasiado tiempo en el sol", respondioá . "Ambos
deberíáan sentarse a la sombra hasta que recuperen el sentido comuá n".
Nefret apretoá los punñ os. "Sabemos que asesinaste a von Raubritter antes de
que pudiera confiar en nosotros sobre la droga."
"Me adhiero a los Diez Mandamientos, uno de los cuales prohíábe tomar la
vida de otra persona. No mataraá s', para ser precisos. No tiene pruebas de que
yo le hice danñ o a ese joven".
No estaba dispuesto a admitir que no teníáamos ninguna prueba. Mireá hacia
otro lado mientras buscaba una respuesta en mi ingenio. "Oh, pero nosotros
síá", dije, recurriendo a la mendicidad. "El Dr. Forth examinoá su cuerpo cuando
estaba en la morgue en Minya. Inmediatamente se dio cuenta de que habíáa
cabellos negros incrustados en las heridas. Von Raubritter era rubio". Me
inclineá hacia adelante y le tireá de la barba hasta que saqueá una muestra. "Pelo
negro como este, Sr. Dullard."
Nefret, ninguá n aficionado en el arte de la fabricacioá n, asintioá vigorosamente.
"Tomeá muestras del cabello y enviareá las suyas a las autoridades de El Cairo.
Los compararaá n bajo un microscopio".
Comenzoá a retroceder. "No tuve eleccioá n. Von Raubritter me atacoá cuando
iba a la casa de excavacioá n para asegurarme de que no habíáa sido vandalizada
durante la ausencia de Herr Morgenstern. Estoy seguro de que teníáa la
intencioá n de robar todo lo que encontrara y venderlo en el mercado negro. No
tuve maá s remedio que defenderme, a pesar de que era mucho maá s joven".
"Teníáas el doble de su tamanñ o", le dije. "Si tu historia hubiera sido cierta,
cosa que no lo es, podríáas haberle detenido faá cilmente. No, Sr. Dullard, usted lo
asesinoá para protegerse de la exposicioá n de su despreciable plan".
“You may revel in your ludicrous theory if it amuses you,” he retorted shrilly,
“but I will not stand here and listen to it! I shall return to Deir el-Cortar el
ceá sped para empacar mis escasas pertenencias y encontrar otra aldea copta
donde sereá considerado como un portavoz justo para la gloria de Dios. Buenos
díáas, Sra. Emerson y Dr. Forth." Se dio la vuelta y comenzoá a trotar en direccioá n
al ríáo.
"¿Hay algo en la Biblia sobre mentir a los misioneros?" Nefret me preguntoá
con una falsa inquietud.
"No que yo recuerde." Le hice una senñ a a Daoud y le dije: "Dullard admitioá
que habíáa asesinado al joven alemaá n. Debemos retrasarlo hasta que haya sido
arrestado y puesto bajo custodia en la comisaríáa de policíáa. Ellos pueden
decidir queá hacer con eá l hasta que yo envíáe y reciba telegramas del Sr. Russell".
Daoud, que habíáa participado en nuestra conversacioá n mientras nos llevaba
de vuelta a la dahabeeyah, me teletransportoá . "Como quieras, Sieá ntate Hakim.
Recuperareá nuestro bote de inmediato y lo perseguireá ". Se fue corriendo,
gorjeando como un paá jaro de cola espesa. Daoud es maá s feliz cuando se le ha
asignado una tarea que no excluye la carniceríáa.
"¿Y bien?" Preguntoá Emerson mientras se dirigíáa hacia nosotros. Su
audicioá n es notablemente aguda, y sabíáa que habíáa escuchado la mayor parte
de la conversacioá n. "Confesoá el asesinato de von Raubritter. Nefret, estoy
impresionado de que tuvieras los medios para arrancar los pelos negros del
cadaá ver para probar su culpabilidad".
"Gracias, profesor". Me miroá para pedir ayuda.
"Le has ensenñ ado bien", dije suavemente. "Volvamos al dahabeeyah a tomar
el teá , Emerson. Empiezo a sentirme un poco deá bil. Permíátanme mencionar que
Nefret y yo hemos comido poco hoy."
Ramseá s, que compartíáa muchos rasgos geneá ticos con su padre, incluyendo
la habilidad de escuchar a escondidas, avanzoá . "¿Te acompanñ o a ti y a Nefret,
madre?"
Hubiera estado de acuerdo, pero Emerson dijo: "Te necesito aquíá, Ramseá s.
Debemos asegurarnos de que el sitio no se vea perturbado en nuestra
ausencia, por muy breve que sea. Peabody, tuá y Nefret iraá n acompanñ ados por
Ilyas. Ha sido advertido sobre la posibilidad de un ataque del asesino final y
estaraá alerta".
"¿Has olvidado la pistolita en mi cinturoá n?" Dije con calma.
Emerson resoploá . "Durante muchos anñ os he oíádo que suena cada vez que
das un paso. Considere la posibilidad de que se le dificulte soltarlo cuando una
cuchilla se le clava en la espalda". Se detuvo y miroá hacia otro lado, sus ojos
parpadeando raá pidamente. Despueá s de un momento, se volvioá hacia míá.
"Debes estar protegido, Peabody. No puedo concebir la vida sin ti."
Yo tambieá n me encontreá parpadeando. "Muy bien, Emerson, Nefret y yo
daremos la bienvenida a la presencia de Ilyas mientras caminamos hacia el
dahabeeyah, y lo invitaremos a tomar el teá con nosotros. Latif no estaá
acostumbrado a la dureza del sol. Nos lo llevaremos con nosotros tambieá n."
Latif metioá su mano en la míáa. "Te protegereá , Sieá ntate Hakim. Si un hombre
malo sale de detraá s de un aá rbol, saltareá sobre su espalda y le rascareá la cara
hasta que pida misericordia. Entonces lo tirareá al suelo y lo pisoteareá ".
"Gracias", dije solemnemente.
Tan pronto como estuvimos a bordo del dahabeeyah, alerteá a Faá tima de que
habríáa cuatro para el teá . Ilyas estaba dolorosamente incoá modo ahora que su
deber habíáa sido cumplido y se refugioá en un rincoá n. Latif, que ahora se
consideraba un miembro auteá ntico de nuestro partido, fue a consolar a su
nuevo amigo. Nefret y yo fuimos a nuestras respectivas cabanñ as a
refrescarnos. Me puse un atuendo maá s coá modo y me salpicaba la cara con
agua. Nefret habíáa hecho lo mismo, y estaá bamos en la sala de estar cuando
Faá tima llegoá con una bandeja llena de pasteles y delicados saá ndwiches.
Mahmoud siguioá con una bandeja para la tetera, tazas y platillos.
Mi estoá mago revoloteaba con anticipacioá n mientras servíáa el teá . Ilyas se
sentoá en el borde de una silla y sostuvo la taza de porcelana como si fuera una
preciosa antiguü edad. Nefret amonestoá gentilmente a Latif para que mostrara
cortesíáa y autocontrol. Ella no me miroá cuando me metíá un saá ndwich en la
boca, tomeá un trago de teá y busqueá un pastel de crema. Sin embargo, cargoá su
plato con saá ndwiches antes de sentarse a mi lado en el sofaá .
"He estado sonñ ando con este momento todo el díáa", admitioá felizmente. "Si
no hubieá ramos sabido del advenimiento de Borchardt, el profesor habríáa
comenzado a retirar el contenido del serdab. Nos habríáa mantenido ocupados
hasta que oscurecioá tanto que chocamos entre nosotros".
"Hemos trabajado a la luz de la luna", le dije. "Cuando el entusiasmo de
Emerson estaá en su apogeo, no permite que nada interfiera. Hemos dormido
en tumbas infestadas de murcieá lagos y en tiendas de campanñ a que no nos
protegíáan de los mosquitos, la lluvia, las serpientes o los escorpiones. Por eso
todos reconocen que es el mejor egiptoá logo del siglo".
"Necesito una siesta", dijo Nefret. "Si compartes mi fatiga, enviareá a Ilyas de
vuelta al sitio."
Me puse la mano en los labios para cubrir un bostezo. "Una idea excelente,
querida. Ireá a la cubierta superior y me reclinareá en un silloá n mientras
reflexiono sobre los acontecimientos recientes. Latif, ¿preferiríáas quedarte
aquíá y tener una clase de cocina con Faá tima?"
Se tragoá el pastel que se habíáa metido en la boca. "No, sieá ntate", balbuceoá ,
migajas arqueaá ndose por toda la habitacioá n. "Prefiero aprender a ser
arqueoá logo para que alguá n díáa sea famoso como el Sr. Profesor Emerson.
Levaá ntate, Ilyas, y deá janos seguir nuestro camino." Si no hubiera sido
preadolescente, habríáa sonado como Emerson.
Asfixieá mi risa hasta que se cayeron por la plancha. "Me alivia que Emerson
sea su íádolo, a diferencia de alguien como Sethos, que entrenaríáa al chico para
ser carterista y ladroá n."
"¿Crees que nos hemos librado del Maestro Criminal?" preguntoá Nefret.
"De la misma manera que creo en las hadas y las momias ambulantes.
Ramseá s y David estaá n convencidos de que saltoá del vagoá n de carga, pero tenga
en cuenta que estaba muy oscuro. Sethos se paroá en la puerta y luego
desaparecioá . Puede que hayan caíádo por la explicacioá n maá s racional de su
accioá n. Sethos tiene una notable historia de crear ilusiones para satisfacer a su
puá blico".
"Prefiero creer que estaá cojeando hacia Minya", contestoá ella con un
movimiento de barbilla. Entroá en su camarote y cerroá la puerta.
Lamentablemente noteá que los pasteles y saá ndwiches habíáan desaparecido.
Faá tima y yo ya habíáamos discutido el menuá para la cena, asíá que subíá los
escalones hasta la cubierta superior y me desplomeá graá cilmente en un silloá n.
Cuando cerreá los ojos, no pude desterrar una imagen de la reina Nefertiti que
me miraba con reproche. Su acusacioá n taá cita teníáa validez, en el sentido de que
las falsificaciones inferiores de su busto habíáan sido esparcidas por todo El
Cairo como baratijas turíásticas baratas. "Pero tendraá s un lugar de honor en el
Museo Egipcio", le dije.
"O en un museo alemaá n", respondioá amargamente. "¿Confíáa en que
Borchardt no sacaraá de contrabando la obra maestra de Thutmose de Egipto?
Seguramente no has olvidado que la Piedra Rosetta estaá en el Museo Britaá nico,
junto con los Maá rmoles Elgin".
"Concedereá eso", dije, incapaz de refutar su afirmacioá n, y síá, lectores, era
consciente de que estaba manteniendo una conversacioá n con una ilusioá n. Me
ha resultado uá til expresar mis pensamientos en voz alta. Hacerlo me anima a
analizar y corregir mis conjeturas. Emerson ha perfeccionado la habilidad de
fingir que me escucha mientras considera la actividad del díáa siguiente en una
excavacioá n. A menudo se sorprende cuando le pido corteá smente que se ponga
su ropa de noche para un evento social esa noche.
Pude ver por la mirada de Nefertititi que estaba descontenta con mi
respuesta. "No tenemos por queá desconfiar de Borchardt", continueá
intentando aplacarla. Ella habíáa sido, despueá s de todo, la coregente de
Eknatoá n y posiblemente un faraoá n por derecho propio. Uno no deberíáa
discutir con faraones muertos hace mucho tiempo.
Sus labios se tensaron. "Puedes confiar en Borchardt, pero yo no. ¿Has
examinado todos los bustos de la mesa del comedor? Un estudio cuidadoso
puede conducir a la iluminacioá n."
"Sabemos que fueron hechas por Harun y sus aprendices. Soá lo una de las
falsificaciones es casi perfecta". Me puse de pie y me vertíá un vaso de agua
mientras contemplaba su insinuacioá n de que habíáamos pasado algo por alto.
Estaba tan absorto que casi me tropiezo cuando una voz dijo: "Sra. Emerson,
¿estaá usted aquíá? Me he encargado de venir sin invitacioá n. Por favor,
perdoá neme si he interrumpido su conversacioá n."
Recupereá el equilibrio y mireá al final de las escaleras. "No, Srta. Smith, soá lo
estaba meditando en voz alta. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?" No anñ adíá que
lo uá nico que queríáa hacer por ella era saludarla mientras se iba a Minya.
Llevaba un vestido verde lima, una bufanda llamativa y una tiara esmeralda.
Su laá piz labial habíáa sido aplicado por una mano inestable y los cíárculos rojos
en sus mejillas eran asimeá tricos. Se dio cuenta de que la estaba mirando. "Me
disculpo por mi apariencia, Sra. Emerson. No he sido yo mismo desde la
horrible experiencia de hace dos noches. No he podido dormir ni comer. He
venido a pedirle consejo sobre el Sr. Dullard." Le hice un gesto para que se
sentara y se uniera a ella. Se sentoá con un ruido sordo y empezoá a retorcerse
las manos. "Puede que nos haya salvado la vida, pero a costa de la de otro.
¿Deberíáa perdonarle?"
"Permíátame ofrecerle un vaso de agua", le dije para que se entretenga antes
de explicarle la soá rdida historia de la traicioá n de Dullard.
"Muy amable de su parte, Sra. Emerson. Preferiríáa una gota de jerez para
calmar mis nervios. No es que no esteá familiarizado con la violencia.
¿Recuerdas mi libro en el que Lady Whitbread fue atacada en su tienda y
obligada a decapitar al hermano gemelo malvado del jeque para proteger su
virtud?"
"Puede que me lo haya perdido", murmureá , empezando a sentirme
incoá modo.
"Cuando vuelva a Inglaterra, le enviareá una copia. En otro libro, la heroíána
sospecha que el jeque asesinoá a su hermano y estaá decidida a vengarse. Ella se
arrastra detraá s de eá l, envuelve su bufanda alrededor de su cuello, y habríáa
logrado estrangularlo si no la hubiera convencido de su inocencia en su uá ltimo
suspiro". Tomoá un trago del jerez que le habíáa dado. "La lealtad familiar es la
base de la civilizacioá n. Tengo entendido que tienes un hijo llamado Ramseá s".
Mi desasosiego se intensificoá . "Síá, y estoy muy orgulloso de eá l."
"¿A pesar del hecho de que ha cometido un asesinato?"
"Ramseá s tiene un corazoá n bondadoso y hace todo lo posible para evitar
causar dolor fíásico a sus enemigos."
"Aunque escribo bajo el seudoá nimo de Miss Ermintrude de Vere Smith, me
he casado dos veces y he tenido mis propios hijos. Entiendo su necesidad de
defender a Ramseá s, pero no es un caballero caballero". Fue al carro y
reabastecioá su bebida. "Has tenido muchos encuentros de naturaleza asesina,
¿no es asíá? Puede desestimarlos alegando defensa propia, pero yo seá que no es
asíá".
El paá nico invadioá el malestar. "¿Volvemos a hablar del Sr. Dullard? Lamento
decir que he recibido informacioá n inquietante sobre eá l. Es un agente de
alguien de la embajada alemana..."
"¿De verdad crees que le tengo afecto?" Su risa era amarga. "No es maá s que
un peoá n, que me da una excusa para quedarme en Amarna. Pobre e ingenua
Srta. Smith, embelesada con un misionero peludo y repugnante con la voz de
un ninñ o petulante".
Necesitaba que la Reina Nefertititi viniera a rescatarme, pero las
probabilidades eran escasas. "No sabíáa que se escribe bajo un seudoá nimo,
pero entiendo que es una praá ctica comuá n entre los autores. Ermintrude de
Vere Smith es una eleccioá n peculiar."
Se enfurecioá . "Mi nombre de pila es Ermintrude. Es una combinacioá n de
Hermiony y Gertrude, mis bisabuelas".
La iluminacioá n se tomoá su propio y dulce tiempo, pero finalmente se instaloá
en mi cerebro. Ya habíáa visto el lado acerado de su naturaleza, asíá como su
melodramaá tico despliegue cuando Absaloá n sucumbioá a la rama del aá rbol. Soá lo
una madre puede sentir tal agoníáa. "¿Les pusiste a tus hijos el nombre de
parientes?"
"¡Apenas!", respondioá ella olfateando.
"Ni le puse a mi hijo el nombre de un faraoá n. EÉ l mismo eligioá su apodo.
¿Cuaá ntos hijos tuvo, Sra. Godwin?" La pregunta, ofrecida con una sonrisa
amistosa, era retoá rica.
Permanecioá junto al carro. "Seis, pero cinco de ellos murieron a manos de
usted y de su hijo."
"Cinco de ellos murieron por su celo e incompetencia. Los vendedores no
estaá n exentos de peligro inherente". Me levanteá y me movíá al otro lado de la
cubierta. "Esta conversacioá n ha terminado. Regresa a tu cabanñ a, empaca tus
bauá les y contrata a algunos hombres para que te lleven a ti y a tus
pertenencias a Minya. Una vez allíá, tome el tren a El Cairo y luego a Alejandríáa.
Reserva el proá ximo pasaje disponible a Inglaterra y regresa a tu casa en
Cotswolds, Cornualles o donde sea que esteá ".
"Eso es lo que voy a hacer despueá s de que me deshaga de usted, Sra.
Emerson. Esperareá ansiosamente a leer su obituario en el Times. La de Ramseá s
vendraá poco despueá s." Estrechoá la brecha entre nosotros (la cubierta superior
era bastante pequenñ a), con las manos enroscadas.
"No le tengo miedo, Srta. Smith, ni a usted ni a su nombre. Tu mente estaá
distorsionada por la furia." Me recordeá a míá mismo que los maníáacos pueden
demostrar una fuerza increíáble.
"¡Asesino!", gritoá mientras se lanzaba hacia míá.
Me aparteá y permitíá que su impulso la propulsara por encima de la
barandilla. No pasoá maá s de un segundo antes de que hubiera una fuerte
salpicadura. Bajeá apresuradamente y fui a la cubierta. Nefret, Faá tima y
Mahmoud ya estaban allíá, peleando por la posicioá n. Escaneeá el agua en busca
de alguna senñ al de ella, pero la superficie estaba intacta.
"¿Quieá n... queá ?" Fatima dio un grito ahogado.
Espereá hasta que mi corazoá n dejoá de martillar. "La Srta. Smith vino
inesperadamente. ¿Queá le ha pasado a ella? ¿Por queá no podemos verla? No
tuve la oportunidad de preguntarle si sabíáa nadar".
"¿Antes de que la empujaras?" Preguntoá Nefret con voz treá mula.
"¡No seas absurdo! ¿Por queá no ha luchado hasta la superficie?"
Mahmoud me tocoá el brazo. "A primera hora del díáa vi a varios cocodrilos
tomando el sol en la orilla de la arena. Ya no estaá n allíá".
Mireá el banco de arena desocupado. "Creo que me gustaríáa sentarme ahora
y agradecereá su ayuda." Faá tima y Mahmoud sostuvieron mis brazos mientras
yo entraba tambaleaá ndome en la sala de estar. Nefret me trajo una copita de
conñ ac, se sentoá a mi lado y me dijo: "¿Seríáas tan amable de empezar por el
principio?"
Me preguntaba coá mo reaccionaríáa mi pequenñ o puá blico si dijera:"Si quieres
saberlo, estaba discutiendo con la reina Nefertiti cuando la Srta. Smith nos
interrumpioá ".
Veinte
Joan Hess es el autor de los Misterios de Claire Malloy y los Misterios de Arly
Hanks, formalmente conocidos como los Misterios de Maggody. Es ganadora
del American Mystery Award y del Agatha Award, por los que ha sido
nominada cinco veces, y es miembro de Sisters in Crime y ex presidenta de la
American Crime Writers League. Vive en Austin, Texas.
Prestatario de la noche
Calle de las Cinco Lunas
Silueta en escarlata
Troyano Oro
Tren nocturno a Memphis
La risa de los reyes muertos
El Séptimo Pecador
Los asesinatos de Ricardo III
Muere por amor
Una vez más desnudo
Prosa Estrangulada
El Asesinato en el Asesinato en el Mimosa Inn
Estimada Srta. Demeanor
Un cadáver muy lindo
Una dieta por la que morir
Vuélvete y hazte el muerto
Muerte a la luz de la luna
Alfileres envenenados
Cosquillas hasta la muerte
Cuerpos ocupados
Muy cerca del asesinato
Un Holly, Jolly Murder
Un cadáver convencional
Afuera en una extremidad
El cuerpo de la despedida
Damas en peligro
Mami, querida.
Casas y Jardines de Muerte
Asesinato como segundo idioma
Orgullo v. Prejuicio
Malicia en Maggody
Travesura en Maggody
Mucho Ado en Maggody
Locura en Maggody
Restos mortales en Maggody
Maggody en Manhattan
O Pequeña ciudad de Maggody
Marcianos en Maggody
Milagros en Maggody
La Milicia Maggody
La miseria ama a Maggody
murder@maggody.com
Maggody y los Rayos de Luna
Tren de mulas a Maggody
Negligencia en Maggody
Las alegres esposas de Maggody
Derechos de autor
Esto es una obra de ficcioá n. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son
producto de la imaginacioá n del autor o se utilizan ficticios y no deben ser
interpretados como reales. Cualquier parecido con eventos reales, locales,
organizaciones o personas, vivas o muertas, es totalmente coincidente.
THE PAINTED QUEEN. Copyright © 2017 por MPM Manor, Inc. todos los
derechos reservados bajo las Convenciones Internacionales y Panamericanas
de Copyright. Mediante el pago de las tasas requeridas, se le ha concedido el
derecho no exclusivo e intransferible de acceder y leer el texto de este libro
electroá nico en pantalla. Ninguna parte de este texto puede ser reproducida,
transmitida, descargada, descompilada, descompilada, o almacenada o
introducida en cualquier sistema de almacenamiento y recuperacioá n de
informacioá n, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electroá nico o
mecaá nico, ahora conocido o de aquíá en adelante inventado, sin el permiso
expreso y por escrito de HarperCollins e-books.
PRIMERA EDICIOÉ N
Australia
HarperCollins Publishers Australia Pty. Ltd.
Nivel 13, 201 Elizabeth Street
Sydney, NSW 2000, Australia
www.harpercollins.com.au DIFUNDE LA PALABRA-
Canadá
HarperCollins Canadaá
2 Bloor Street East - Piso 20
Toronto, ON M4W 1A8, Canadaá
www.harpercollins.ca
Nueva Zelanda
HarperCollins Publishers Nueva Zelanda
Unidad D1, 63 Apollo Drive
Rosedale 0632
Auckland, Nueva Zelanda
www.harpercollins.co.nz DIFUNDE LA PALABRA-
Reino Unido
HarperCollins Publishers Ltd.
1 London Bridge Street
Londres SE1 9GF, Reino Unido
www.harpercollins.co.uk DIFUNDE LA PALABRA-
Estados Unidos
HarperCollins Publishers Inc.
195 Broadway
Nueva York, NY 10007
www.harpercollins.com DIFUNDE LA PALABRA-
* Ofilepos23999 el Custodio se apresura a anñ adir, de aquellos que
trabajaron para terminar La Reina Pintada.
Tabla de Contenidos
Portada
Paá gina de tíátulo
Dedicacioá n
Contenido
Proá logo
Prefacio
Introduccioá n
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseá is
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Acerca de los autores
Libros de Elizabeth Peters
Derechos de autor
Acerca de la editorial