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Tabla de Contenidos

Portada
Paá gina de tíátulo
Dedicacioá n
Contenido
Proá logo
Prefacio
Introduccioá n
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseá is
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Acerca de los autores
Libros de Elizabeth Peters
Derechos de autor
Acerca de la editorial
Dedicación

Por Barbara Mertz,


con amor y respeto
Contenido

1. Portada
2. Página de título
3. Dedicación
4. Prólogo
5. Prefacio
6. Introduccioá n

7. Uno
8. Dos
9. Tres
10. Cuatro
11. Cinco
12. Seis
13. Siete
14. Ocho
15. Nueve
16. Diez
17. Once
18. Doce
19. Trece
20. Catorce
21. Quince
22. Dieciseá is
23. Diecisiete
24. Dieciocho
25. Diecinueve
26. Veinte
27. Acerca de los autores

28. Libros de Elizabeth Peters


29. Derechos de autor
30. Acerca de la editorial
PrólogoLos egiptoá logos juntos: Amelia Peabody, Elizabeth Peters y Barbara
Mertz

Salima Ikram,
Profesor distinguido de Egiptologíáa, American University de El Cairo

Una de las grandes delicias de los libros de Amelia Peabody es que en cada
uno de ellos, Amelia combina el asesinato, el caos y el misterio con dosis
soá lidas de egiptologíáa e historia. Como erudita, Barbara Mertz (Elizabeth
Peters) investigoá meticulosamente cada punto histoá rico de sus novelas
Peabody, y eá stas arraigan la serie y le dan una vida maá s allaá de sus paá ginas,
iluminando el mundo de los antiguos egipcios, los acontecimientos histoá ricos
de los siglos XIX y XX, y las vidas y descubrimientos de los egiptoá logos. A
traveá s de sus libros, Baá rbara logroá seducir a los lectores para que se
preocuparan no soá lo por Amelia, Emerson y su cíárculo, sino tambieá n por la
egiptologíáa. Consiguioá educar sin apalear a la gente con demasiados hechos;
humanizoá a los arqueoá logos y explicoá lo que hacemos en el campo, aunque a
menudo aburrido, con su interminable cribado de arena en la buá squeda de
"probabilidades y fines".
Las inspiraciones de Baá rbara para cada libro de Amelia variaron. A menudo
eran provocados por un momento particular de la historia de la egiptologíáa
que la intrigaba, un sitio que le encantaba, o un solo artefacto que era icoá nico,
tanto para ella como para el mundo, especialmente aquellos que teníáan
buenas historias pegadas a ellos, con un toque de intriga, y que auá n hoy siguen
siendo objeto de especulacioá n egiptoloá gica (aunque algunos podríáan llamarlo
groseramente cotilleo). La inspiracioá n de La reina pintada cae en las uá ltimas
categoríáas: el famoso busto de Nefertiti (descubierto en diciembre de 1912
por el arqueoá logo alemaá n Ludwig Borchardt) es un objeto icoá nico con un
pasado fangoso y un presente poleá mico, su descubrimiento y salida de Egipto
objeto de interminables especulaciones por parte de arqueoá logos y
aficionados del antiguo Egipto.
Recuerdo cuando Baá rbara me habloá por primera vez de la creacioá n de La
Reina Pintada. "¡Nunca adivinaraá s lo que voy a hacer ahora! Seraá muy
divertido, y espero que el gato esteá entre las palomas, y todo el mundo estaraá
contento cuando volvamos a Amarna". A partir de ese momento, se embarcoá
en un frenesíá de investigacioá n, leyendo todo lo que pudo sobre el tema, ya
fueran los informes de excavacioá n de Borchardt, diarios y cartas de la eá poca,
informes periodíásticos sobre la aparicioá n y desaparicioá n de Nefertiti, las
opiniones de estudiosos del pasado y del presente sobre el busto, o sitios web
que se ocupaban de la salida y el regreso de Nefertititi. Al mismo tiempo,
siguioá la pista de coá mo eran Egipto y Europa a principios del siglo XX. Tambieá n
sondeoá a sus amigos egipcios, preguntaá ndoles su opinioá n sobre el caraá cter de
Borchardt, si los funcionarios del gobierno alemaá n podríáan haber conspirado
para sacar ilegalmente a Nefertititi de Egipto y mantenerla en Alemania, y sus
ideas sobre la exactitud de los estudios modernos sobre el busto de Nefertititi.
Los amigos egiptologistas de Baá rbara entraron en el espíáritu del libro
enviaá ndole todo el material relevante que consideraban de intereá s, ya fuera un
nuevo libro en alemaá n sobre la historia del Instituto Alemaá n que figura
prominentemente en este libro (la Deutsche Orient-Gesellschaft, en ese
momento) o notas y opiniones oscuras sobre la reina y sus excavadoras, o
visitando la casa real que pertenecíáa al Instituto Alemaá n en El Cairo, y donde
Nefertititi podríáa haber descansado temporalmente (y donde la gente estaba
encarcelada).
La controversia sobre el busto de Nefertiti es uno de los grandes debates de
la egiptologíáa. ¿Se encontroá el busto el 6 de diciembre de 1912, seguá n lo
informado por el excavador Borchardt (Baá rbara se tomoá algunas libertades
con esta parte de la leyenda es poco atractiva), y maá s tarde fue retirado
ilegalmente por Borchardt? ¿Y coá mo logroá Borchardt esta eliminacioá n?
¿Escondioá el busto, lo disfrazoá con una aplicacioá n liberal de yeso, o presionoá a
Gustave Lefebvre, el joven inspector que habíáa venido a seleccionar los
hallazgos que iban a permanecer en El Cairo? Si Lefebvre no hubiera
examinado todo el contenido de las cajas y hubiera utilizado soá lo la lista de
artíáculos que Borchardt habíáa preparado (despueá s de todo, era un erudito de
alto nivel y muy respetado que habíáa estado trabajando en Egipto durante
mucho tiempo), se habríáa limitado a senñ alar que se trataba de un busto de
yeso, ya que Borchardt habíáa sido econoá mico con la verdad. El busto era de
piedra caliza con su cubierta de yeso y pintura auá n en pie, una rareza. Al
enganñ ar a Lefebvre, se especuloá , Borchardt defraudoá a Egipto de su parte
legíátima de los hallazgos en Amarna. En Berlíán, el busto se exhibioá
puá blicamente durante soá lo un díáa, despueá s de lo cual fue trasladado a la casa
de James Simon (que aparecíáa aquíá como James Ridgemont), quien habíáa
financiado la excavacioá n, y permanecioá con eá l (pero visitable por unos pocos
selectos) hasta 1920. El hecho de que Borchardt no publicara la noticia del
descubrimiento del busto hasta 1923, aunque los detalles de otras piezas de la
misma excavacioá n ya se habíáan publicado antes, avivoá la controversia sobre si
Nefertititi habíáa sido "secuestrado". Cartas y documentos privados en
Alemania, y quejas oficiales hechas por el Servicio Egipcio de Antiguü edades,
alimentaron la especulacioá n sobre la salida de Nefertiti de Egipto. Ademaá s, las
acusaciones posteriores de que Hitler cayoá bajo el hechizo del busto y se llevoá
el original, dejando una falsificacioá n en su lugar, soá lo fortalecieron la míástica
de Nefertiti, haciendo de su descubrimiento un candidato principal para un
misterio que Barbara (y Joan) -y Amelia- teníáan que abordar.
Los libros de Baá rbara siempre fueron bien investigados a nivel egipcio e
histoá rico, ya que seguíáa siendo egiptoá loga y estudiosa de corazoá n. Aunque
nunca excavoá en Egipto, habíáa visitado maá s sitios que muchos arqueoá logos.
Recuerdo en particular un viaje agitado a Abu Rawash, un sitio que Baá rbara
habíáa querido ver durante alguá n tiempo, ya que estaba pensando en
presentarlo en un nuevo libro. Cuando llegamos allíá, realizamos una
suspensioá n casi total de Baá rbara sobre el foso funerario de la piraá mide para
que pudiera ver coá mo era, y concluimos con un picnic al estilo de Amelia en el
borde de la piraá mide, en el templo mortuorio. Mientras viajaba por Egipto,
Baá rbara estaba feliz de probar cualquier cosa (yo teníáa el privilegio, todo en
nombre de la investigacioá n, de introducirla a fumar sheesha), hablar con
cualquiera, y teníáa una"sensacioá n" muy real para el paíás y sus sitios
arqueoloá gicos. Conocíáa los entresijos de una excavacioá n, habiendo visitado a
muchos e interrogado a sus directores, a la Amelia, sobre las teá cnicas que
utilizaban. Es este conocimiento íántimo de Egipto y sus sitios lo que hace que
las experiencias de Amelia sean tan inmediatas para el lector. Cuando escribe
acerca de arrastrarse a traveá s del guano de murcieá lago, manejar huesos
antiguos, inspeccionar momias, caminar por la arena o disfrutar de la fresca
brisa del norte en el Nilo, es porque Baá rbara habíáa experimentado todo esto
de primera mano. Por suerte para nosotros, Joan acompanñ oá a Barbara en uno
de sus viajes, asíá que ella tambieá n ha tenido un"sabor de Egipto".
Quizaá s esta intimidad con Egipto es la razoá n por la que tantos egiptoá logos
son devotos de la serie Amelia Peabody. Ninguá n otro autor de ficcioá n nos ha
hablado tan directa y verdaderamente, mezclando haá bilmente los hechos
histoá ricos con la ficcioá n, dando un sentido muy real del lugar, incluyendo las
bromas, todo mientras cuenta una historia desgarradora. Con gran tristeza me
despido de la idea de disfrutar de las nuevas aventuras de la indoá mita Amelia
y Emerson, la "arqueoá loga maá s brillante de los siglos XIX y XX". Sin embargo,
me reconforta saber que tengo las viejas historias a las que volver, y, sin duda,
aunque no se esteá n haciendo croá nicas como antes, Amelia sigue luchando con
otra camisa arruinada mientras ella y Emerson se embarcan en nuevas
aventuras.
Prefacio

Joan Hess

Conocíá a Baá rbara hace treinta anñ os en una convencioá n de misterio, cuando me
acerqueá tíámidamente a ella como una fanaá tica con los ojos muy abiertos.
Hicimos clic porque compartíáamos el sentido del humor (sardoá nico) y la
perspectiva (harto), y nos hicimos amigos íántimos a lo largo de los anñ os. Ella
me ofrecioá sabiduríáa mientras yo me tambaleaba por el mundo editorial. Nos
reíámos a menudo, hicimos un largo intercambio de regalos raros con ovejas, y
tuvimos fiestas de fin de semana con nuestros inteligentes amigos. Me invitoá a
acompanñ arla en uno de sus viajes anuales a Egipto, donde fue venerada por
comerciantes locales y egiptoá logos internacionales. Con motivo de su ochenta
cumpleanñ os, alquileá un camello.
Todavíáa estaba aturdido por su muerte hace tres anñ os cuando llegueá a la
Mansioá n Mertz para el funeral. Beth (su hija), Dominick Abel (su agente y
querido amigo) y yo estaá bamos sentados en la mesa de la cocina cuando el
tema se centroá en el manuscrito inacabado de Barbara. Admitireá que mi
instinto se congeloá al sentir la inevitable pregunta: ¿completaríáa La Reina
Pintada? Mi primera respuesta fue una negativa categoá rica. La idea de intentar
capturar su voz, su estilo erudito, su ingenio y su vasto conocimiento de la
arqueologíáa a principios del siglo XX, parecíáa ridíácula. Perdíá esa, obviamente.
Baá rbara y yo habíáamos discutido la trama en los meses anteriores, y yo
habíáa hecho sugerencias. Me aseguraron que habíáa tomado notas extensas y lo
habíáa planeado todo. Yo sabíáa que no era asíá. Síá, las notas eran extensas, hasta
cierto punto. Cosas interesantes estaban sucediendo, y sospecho que ella teníáa
la intencioá n de dejar que la trama se desarrollara como ella escribioá . Su
enfermedad la vencioá .
Me quedeá con casi toda la prosa de Baá rbara, aunque fue necesario hacer
algunos cambios. Salima Ikram y yo hicimos una lluvia de ideas a traveá s de
Skype para encontrar el coá mo, el quieá n y el por queá . Beth hizo comentarios y
referencias a novelas anteriores. Ray Johnson y Dennis Forbes corrigieron
gentilmente mis errores. Me tomoá casi tres anñ os completar La Reina Pintada
debido a problemas de salud personales, pero estoy satisfecho con el
resultado.
Todos los errores de hecho y de traduccioá n son culpa de Salima. O de otra
persona, de todos modos. Tal vez de Google.
Todavíáa extranñ o a Baá rbara.
Introducción

El fideicomisario del Fideicomiso Barbara Mertz

Es nuestro triste deber presentar este uá ltimo de los voluá menes de Amelia
Peabody Emerson. La devota editora de las memorias de la Sra. Emerson,
Elizabeth Peters, murioá en agosto de 2013 mientras trabajaba en el
manuscrito de La Reina Pintada. Ella habíáa contemplado este proyecto con
entusiasmo, sabiendo que la publicacioá n de los recuerdos de la Sra. Emerson
de esa eá poca arrojaríáa nueva luz sobre un momento famoso en la historia de la
egiptologíáa. Con su habitual minuciosidad, la Sra. Peters habíáa comenzado a
investigar muchos aspectos del evento en cuestioá n, con la esperanza de aclarar
algunas de las entradas maá s difíáciles de descifrar en los diarios de la Sra.
Emerson. Cabe senñ alar que la Sra. Peters habíáa hecho el esfuerzo de escribir la
uá ltima paá gina de La Reina Pintada antes de morir, una paá gina que se
reproduce aquíá literalmente. Afortunadamente, mientras trabajaba en este
uá ltimo manuscrito, la Sra. Peters manteníáa una conversacioá n constante con su
querido amigo y colega, Joan Hess, quien valientemente asumioá la muy difíácil
tarea de completar la obra. La Sra. Hess buscoá la ayuda de otro amigo cercano
de la Sra. Peters, la distinguida arqueoá loga Dra. Salima Ikram, para trabajar a
traveá s del meollo de los detalles egipcios. Dennis Forbes, editor de Kmt, y el Dr.
Raymond Johnson leyeron el penuá ltimo borrador y tambieá n ofrecieron
sugerencias.
Todos tenemos con Joan Hess una enorme deuda de gratitud por los anñ os de
trabajo que ha dedicado a esta empresa, perseverando en dificultades
inimaginables y dando prioridad a este trabajo sobre todo lo demaá s durante
ese períáodo de tiempo. Una mayor amistad que uno no podríáa imaginar.
Por muchos anñ os, Elizabeth Peters (y su alter ego, Barbara Mertz) confiaron
en la guíáa tranquila, constante y totalmente confiable de su agente, Dominick
Abel, quien tambieá n se convirtioá en un amigo y aliado muy querido. Como
siempre han compartido una aversioá n al sentimiento sensitivo, no vamos a
profundizar maá s. Incluso una editora experta como la Sra. Peters necesitaba
ayuda con sus manuscritos, aunque ella le habríáa dicho que no sufríáa ediciones
tontas con gusto; por lo tanto, es un testimonio real de la habilidad de su
editora de muchos anñ os, Jennifer Brehl, que la Sra. Peters aproboá (¡e incluso
admitioá privadamente que disfrutaba) del trabajo que hacíáan juntos!
La Sra. Peters acumuloá un grupo de otros amigos a lo largo de muchos anñ os
en el negocio de los libros, incluyendo a otros autores, que se llevaron a cabo
unos a otros a traveá s de altibajos. Sus hazanñ as en varias convenciones
(incluyendo su propia "GroucherCon") y en otros lugares probablemente sean
mejor no descritas. Soá lo digamos que ciertamente podíáan mantenerse a flote
con Amelia cuando se trataba de bebidas geniales y de otros tipos, y que sus
comentarios compartíáan con Emerson un caraá cter literario, aunque a veces
intempestivo. Y eso nos lleva tambieá n a los companñ eros de armas de la Sra.
Peter dentro de la egiptologíáa y los campos aliados, companñ eros igualmente
robustos a traveá s de todo tipo de aventuras. Los prefacios de los voluá menes
anteriores de Amelia estaá n llenos de reconocimientos especíáficos de
estudiosos y fuentes individuales, pero soá lo mencionan una pequenñ a parte de
los colegas que ella contaba como amigos.
Esperamos que nos perdone por decir que su caá lido y amistoso abrazo se
extendioá ampliamente a familiares y amigos, desde vecinos cercanos hasta
amigos por correspondencia lejanos, a pesar de sus intentos de hacerse pasar
por un cascarrabias. Extranñ amos su malvado sentido del humor, su calidez, su
intensa curiosidad y el entusiasmo que usaba para crear un sentido de
aventura incluso en los escenarios maá s mundanos.
Y finalmente, estamos seguros de que la Sra. Peters querríáa agradecerle a
ella y a los "queridos lectores" de Amelia por deá cadas de disfrute compartido
en esta aventura. Como muchos lectores saben, desde hace algunos anñ os los
libros de esta serie retroceden en el tiempo para cubrir las temporadas que
faltan en la saga. La Reina Pintada hace justamente esto, tambieá n. El capíátulo
final del cuento fue publicado cronoloá gicamente hace algunos anñ os, en La
tumba del pájaro de oro, permitiendo a Amelia y Emerson salir triunfalmente,
en sus propios teá rminos. Y ahora llegamos al momento en que debemos
permitir que el muy dedicado editor de Amelia se vaya de la misma manera.
De hecho, durante mucho tiempo ha habido sorprendentes similitudes entre
Elizabeth Peters y Amelia Peabody, y no la menor de ellas es que a ambas les
gustaba tener la uá ltima palabra. Para honrar esta preferencia, concluimos con
algunas advertencias que la Sra. Peters incluyoá en su prefacio de 1986 a El
León en el Valle, que consideramos tan apropiadas ahora como lo eran
entonces:
En este .... volumen de las memorias de Amelia Peabody Emerson (Sra.
Radcliffe Emerson), el editor una vez maá s considera conveniente explicar
ciertas anomalíáas y obscuridades en el texto. La Sra. Emerson no fue tan
cuidadosa como podríáa haber sido en cuanto a anotar las fechas de sus
entradas. Ella parece haber tomado el volumen actual de su diario y
garabateado hasta que algo pasoá para distraerla. . .
Como el editor ha tenido ocasioá n de mencionar, los nombres de la
mayoríáa de las personas involucradas han sido cambiados, con el fin de
evitar los sentimientos de los descendientes de dichas personas. El lector
informado reconoceraá algunos nombres como los de arqueoá logos bien
conocidos, que aparecen soá lo en la periferia. La Sra. Emerson parece
haber sido bastante precisa al describir sus actividades; sin embargo,
seríáa un grave error asumir que ella era igualmente precisa al informar
sobre sus conversaciones con ella porque, al igual que su distinguido
esposo, teníáa una tendencia decidida a atribuir a otras personas sus
propias opiniones.
Otra oscuridad en el ur-text (si el editor puede describir las revistas
mismas) surge del hecho de que en alguá n momento la Sra. Emerson
aparentemente decidioá editarlas para su eventual publicacioá n. . . . Como
ella era tan inconsistente en su revisioá n como en la datacioá n de sus
paá ginas, el resultado es a veces una mezcla peculiar de estilos
periodíásticos y novelíásticos.
En otras palabras, ninguna de las excentricidades del presente
volumen es responsabilidad del editor. * Ella ha hecho lo mejor que ha
podido y sugeriríáa que las quejas, críáticas y otros comentarios
peyorativos sean dirigidos a los herederos del Profesor y de la Sra.
Emerson, no a ella.
Uno

Desde el puerto, el puerto de Alejandríáa es una vista atractiva, sus casas de


paredes blancas y techos de tejas rojas enmarcadas por el cielo azul y el mar.
Como habíáa estado allíá muchas veces, sabíáa que las paredes estaban
desfiguradas por el barro seco y el graffiti grosero y que las calles estaban
llenas de escombros malolientes. Nunca llegueá a Alejandríáa sin desear dejarla
lo antes posible.
Sin embargo, nuestra bienvenida fue lo suficientemente caá lida como para
alegrar el corazoá n maá s triste. Nuestra llegada habíáa sido anunciada por la
misteriosa red de comunicacioá n que opera en paíáses como Egipto, y los gritos
de saludo surgieron cuando nuestro barco se acercoá al muelle. "As-salaam-
alaykum, oh Padre de las Maldiciones. Marhaba, ya Sitt Hakim!"
A los egipcios les gusta inventar soubriquets, y el de Emerson, creo, no
requiere aclaracioá n. Como he dicho a menudo, y no me canso de decirlo, mi
marido es el maá s grande egiptoá logo del siglo XIX (de la era cristiana), y aunque
el siglo actual estaá todavíáa en su infancia, no dudo que lo dominaraá tambieá n.
Sus dotes fíásicas no son menos notables que sus habilidades intelectuales.
Mientras estaba de pie a mi lado en la barandilla, su grueso cabello negro
estaba despeinado por la brisa, y sus orbes de zafirina brillaban con
anticipacioá n, pues estaá bamos regresando a una excavacioá n particularmente
intrigante que ciertos eventos de una naturaleza particular nos habíáan
impedido terminar la temporada anterior.
Mi propio nombre, Sitt Hakim, significa Doctora, y aunque nunca habíáa
adquirido una formacioá n formal en medicina, no podíáa evitar sentir que habíáa
hecho algo bueno. El comentario de mi excelente esposa "Nadie se atreveríáa a
morir si les dijeras que vivan" era sin duda un sarcasmo, pero conteníáa una
semilla de verdad. Una actitud positiva es vital para la recuperacioá n, al igual
que la confianza en el asistente meá dico.
Pero estoy divagando.
Emerson gritoá saludos en respuesta a los respetuosos saludos de sus
numerosos y despreciables "viejos amigos" (de los cuales, en mi opinioá n, teníáa
demasiados). Agiteá mi sombrilla de una manera jovial, y me divirtioá observar a
ciertos miembros del comiteá de recepcioá n retroceder unos pasos. Mi sombrilla
era considerada por los maá s supersticiosos de los fellahin como un dispositivo
de potente poder maá gico. Ciertamente fue un arma uá til, no soá lo porque la
víáctima no esperaba un ataque de parasol, sino porque mis parasoles fueron
hechos seguá n mis especificaciones, con una punta bastante afilada y un
robusto eje de acero.
Con la ayuda de algunos de los admiradores de Emerson (cuya devocioá n no
era tan grande como para rechazar el baksheesh que eá l dispersoá ), nos subimos
con nuestras pertenencias al tren a El Cairo. Una escena similar se produjo
cuando el tren llegoá a la estacioá n de El Cairo. No seá coá mo se corrioá la voz de
nuestra llegada tan raá pidamente, pero maá s viejos amigos de Emerson nos
esperaban en el andeá n. Me habíáa resignado a la inevitable demora cuando una
persona vestida de gala atravesoá la multitud y se dirigioá a mi marido.
"¿Profesor Emerson?" preguntoá innecesariamente. (No hay duda de que
Emerson tiene una forma robusta que se conoce a lo largo y ancho de Egipto).
"Vengo del Sr. Maspero", continuoá . "Le pide que le haga el honor de llamarle
tan pronto como sea posible."
"Oh querido, ¿queá has hecho ahora?" Lloreá . Las incoá modas relaciones de
Emerson con el director del Servicio de Antiguü edades ciertamente justificaban
la pregunta, pero viendo sus ojos brillar y su barbilla sobresalir, continueá con
(me enorgullece decir) apenas una pausa: "¿Queá tarea que habríáa intimidado a
un hombre menor has realizado, para ganar el el elogio de M. Maspero?
Porque no dudo que quiera felicitarte o, lo que es maá s probable, pedir tu
ayuda para resolverlo..."
Emerson me interrumpioá con un fuerte"Hmph!" Decidíá que podríáa haber
estado exagerando un poco.
"Informar a M. Maspero que respondereá a su peticioá n despueá s de que
hayamos arreglado el alojamiento y descansado del viaje", dijo Emerson a la
persona en cuestioá n. El tono de Emerson no dejaba lugar para el debate. El
joven se inclinoá y retrocedioá .
"De verdad, Peabody", me dijo Emerson. "¿Debes rebajar tu dignidad
corriendo tanto? Un asentimiento brusco y una mirada helada habríáan sido
suficientes para un franceá s maldito".
Permíátanme explicarles que Emerson no teníáa ninguá n prejuicio particular
contra los franceses, a quienes se les habíáa permitido seguir controlando el
Departamento de Antiguü edades cuando los britaá nicos se hicieron cargo de los
demaá s departamentos del gobierno. No, por supuesto que no! Emerson tiene
una visioá n imparcial y abiertamente críática de la mayoríáa de la gente:
arqueoá logos que no cumplen con sus estaá ndares profesionales (la mayoríáa de
ellos); todos los buroá cratas, turistas y periodistas; y la mayoríáa de los
funcionarios del Servicio de Antiguü edades.
"Emerson", dije, tomando su brazo. "Hablando de alojamiento, los del
vapor..."
"¿No estaban a la altura de tus estaá ndares? Bueno, querida, con una cosa y
otra creo que te mereces unos díáas en casa de Shepheard".
Eso era precisamente lo que pretendíáa hacer, pero esperaba que me llevara
un tiempo convencer a Emerson, que odia los hoteles elegantes. Nuestro
dahabeeyah auá n estaba en Luxor, pero habríáa sido como si Emerson nos
hubiera sugerido que nos quedaá ramos con uno de sus viejos amigos o que
fueá ramos a uno de los hoteles maá s sencillos (es decir, menos higieá nicos). Esta
inesperada y corteá s aquiescencia me conmovioá profundamente. Se lo dije a
Emerson y le di un apretoá n de manos.
Fuimos recibidos como los invitados de honor que eá ramos, y despueá s de un
breve interludio (que implicoá la reubicacioá n de sus ocupantes) fueron
mostrados a nuestros cuartos habituales.
"Bueno, bueno", dijo Emerson, tratando de no mirar el montoá n de equipaje
que esperaba ser desempacado. "Creo que ireá a ver a Maspero. Grosero al
hacerlo esperar".
La de Emerson no es una naturaleza que se presta a subterfugios exitosos.
Nunca en su vida habíáa dado una maldicioá n (como eá l habríáa dicho) sobre
ofender a M. Maspero.
"Emerson", le dije,"¿vas a visitar a Maspero? ¿Sin mí?"
Emerson podríáa, por alguna razoá n, haber senñ alado que yo no habíáa sido
incluido en la invitacioá n. En cambio, respondioá con una observacioá n en el
sentido de que si yo queríáa hacer un problema de esto, eá l retrasaríáa su visita.
Su tono era tan enfaá tico y el nuá mero de palabrotas que usaba era tan
numeroso que no podíáa dudar de su aseveracioá n. "Soá lo dareá un pequenñ o paseo
y renovareá viejos conocidos", dijo. "¿Estaraá s bien solo?"
Lo mireá con sorpresa. "Por supuesto, querido. ¿Queá podríáa pasarme aquíá?"
Esponja, toallas y jaboá n en la mano, me dirigíá a la caá mara de banñ o y lleneá la
banñ era. Las briznas de vapor que suben del agua y las burbujas perfumadas
me llamaron con un canto de sirena. Me hundíá en el agua con un suspiro de
satisfaccioá n.
En anñ os pasados, cuando el alojamiento en casa de Shepheard era muy
solicitado, algunos de los espaciosos cuartos de banñ o se habíáan convertido en
dormitorios temporales, con puertas que daban al vestíábulo. No habíáa pensado
mucho en el asunto hasta que una puerta que hasta entonces no habíáa sido
observada cedioá y un hombre grande irrumpioá .
Al principio no me vio, ya que la banñ era estaba en una alcoba fuera de la
líánea de visioá n de alguien que estaba en la entrada, asíá que tuve tiempo de
observarlo mientras se giraba pesadamente de un lado a otro. De contextura
pesada, con grandes manos callosas y rasgos toscos, estaba bien vestido con
un abrigo de tweed y pantalones, excepto por un rasgo singular: un monoá culo
con bordes dorados en el ojo izquierdo.
Yo estaba desarmado, habiendo asumido que no era necesario llevar armas
a la caá mara del banñ o. Siempre he sido de la opinioá n de que la mejor defensa es
un ataque raá pido y vigoroso, pero mi posicioá n actual hace que ciertas opciones
sean insostenibles. Mis uá nicas armas eran un jaboá n, una esponja y una toalla.
Gracias a las pompas de jaboá n perfumadas estaba maá s o menos cubierto, lo
que no seríáa el caso si me levantara. Todavíáa estaba considerando estrategias
cuando el hombre avanzoá maá s dentro de la habitacioá n y me vio. Sus brazos se
alzaron, sus dedos se rizaron de la manera maá s amenazadora mientras me
daba una sonrisa cruel (y un tanto demente). "¡Tuá !"
"Senñ or", le dije en mis tonos de hielo, "quizaá s no sabíáa que esta habitacioá n
ya estaba ocupada. Por favor, retíárate de inmediato".
Su respuesta fue tan notable como su repentina aparicioá n. Tocaá ndose la
garganta con una mano, jadeoá , "¡Asesinato!
El sufragio aparecioá en la entrada, con los ojos fijos y la boca abierta. Es el
deber de estos hombres patrullar los pasillos, dirigiendo a los visitantes a la
habitacioá n adecuada y evitando que se molesten. Obviamente, el desempenñ o
de Ali en este uá ltimo asunto no estuvo a la altura de sus estaá ndares habituales.
"Ali", dije irritado mientras entraba en la habitacioá n como una aranñ a coja.
"¿Queá diablos estaá pasando? ¿Doá nde estabas cuando esa persona se
entrometioá en míá?"
La respuesta era la que yo esperaba: habíáa estado atendiendo las
necesidades de otro cliente y no habíáa observado al intruso.
"Llama al gerente de inmediato", ordeneá . "Y cierra la puerta detraá s de ti."
"Pero, Sitt, hay un cuerpo..."
"¡Cieá rrala!"
Espereá hasta que la puerta se cerroá antes de salir de la banñ era y asumíá mi
bata y mis zapatillas. Estaba razonablemente seguro de que el tipo que estaba
en el suelo estaba muerto (la empunñ adura de un cuchillo que sobresalíáa de su
espalda me ayudoá en este diagnoá stico), pero el deber me exigioá que averiguara
si estaba maá s allaá de la ayuda.
Lo era. Habiendo sentido el pulso y no encontrado nada, estaba a punto de
empezar a investigar sus bolsillos cuando la puerta se abrioá de nuevo y vi a
Emerson, asomando la cabeza y los hombros sobre el grupo de personas que
estaba detraá s de eá l. Incluso en tan poco tiempo los buscadores de sensaciones
se habíáan reunido, sin duda debido a los balidos de angustia de Ali cuando
bajaba al vestíábulo. Hubo algunos empujones y algunos comentarios irritantes.
Una estridente voz se elevoá por encima del alboroto. "¡Fuera del camino,
muchachos! ¿No sabes quieá n soy?"
Nadie lo hizo, o a nadie le importoá ; la multitud siguioá creciendo. Emerson
parecíáa algo agitado; respiraba raá pidamente y teníáa la cara sonrojada, pero se
controlaba admirablemente. "Maldita sea", comentoá . "¿Queá diablos estaá s
tramando ahora, Peabody? ¿Quieá n es la persona que yace en el suelo? ¿Alguien
que conozcamos?"
"Creo que no, Emerson. Acababa de empezar a buscarlo con la esperanza de
encontrar un medio de identificacioá n."
"Permíáteme, Peabody." Volteoá el cuerpo hacia un lado. Los rasgos del tipo ya
no eran prepositivos en la muerte; estaban enmarcados en un grunñ ido y los
ojos fijos eran como guijarros marrones y opacos.
"Hmph", dijo Emerson, revisando los bolsillos del tipo y quitaá ndole unos
cuantos papeles. "Recibos y facturas... y esto."
Era un trozo de cartoá n, del mismo tamanñ o que una tarjeta de visita
ordinaria, en blanco, excepto por una sola palabra impresa a mano.
"Judas", Emerson y yo dijimos al uníásono.
"¿Queá diablos significa eso?" preguntoá Emerson, solo.
"¿Podríáa ser una acusacioá n?" fue mi respuesta. "Judas era, por supuesto, el
traidor de Jesuá s. El uá ltimo traidor. Pero que yo sepa, no he traicionado a
nadie".
"Aquíá hay otro artíáculo extranñ o", continuoá Emerson. "Parece ser un
monoá culo."
"Lo llevaba puesto cuando entroá ", le expliqueá . "Debe haberse caíádo del ojo
cuando se arrugoá ."
Se sentoá sobre sus talones y me miroá fijamente. "Creo que es la primera vez
que oigo hablar de un matoá n que lleva un monoá culo. No le habríáa sentado
bien. Uno esperaríáa una persona maá s aristocraá tica, por no decir refinada y
atractiva".
"Espero que sea la insignia de una sociedad secreta, Emerson."
"¿Una sociedad secreta?" exclamoá Emerson. (Le aseguro al lector que dos
puntos de interrogacioá n apenas transmiten la vehemencia de su pregunta.
"Cierra la puerta, Emerson", dije, mirando con desagrado las caras abiertas
que la bordeaban a ambos lados. Cuando me obligoá , le dije: "Nunca lo he visto
antes, asíá que alguien debe haberlo contratado para que me deshabilite de
forma permanente. En cuanto al monoá culo, usted sabe tan bien como yo que
son raros hoy en díáa, incluso en la Corte. Debe servir como una forma de que
los miembros de una alianza discreta y desagradable se reconozcan unos a
otros".
"Yo digo", dijo la misma voz que habíáa hablado antes desde el pasillo. "¿No
va a llamar alguien a la policíáa?"
El gerente, el Sr. Baehler, fue el siguiente en aparecer. Al ver el cuerpo emitioá
un gemido de corazoá n. "¡Por Dios, Sra. Emerson, no otra vez!" exclamoá .
Resentido por la implicacioá n, le respondíá: "Le aseguro, Sr. Baehler, que no
me agrada que haya gente asesinada en mis inmediaciones. ¿Has llamado a la
policíáa?"
"Alguien ya lo ha hecho" fue la respuesta, seguida de un profundo suspiro.
Los gerentes de buenos hoteles prefieren no llamar a la policíáa, pero en este
caso no tuvo otra opcioá n. Basaá ndose en el volumen, los espectadores que se
encontraban fuera de la puerta ahora se extendíáan una buena distancia por el
pasillo en cualquier direccioá n.
"Raá pido, Peabody, a nuestras habitaciones", dijo Emerson, ponieá ndose de
pie. "Creo que oíá los pasos pesados de la ley acercaá ndose. Los defendereá el
mayor tiempo posible. Haá game el favor de asumir el atuendo adecuado con
toda la celeridad que pueda ordenar".
Cerroá la puerta con llave y entroá en la sala de estar mientras yo discutíáa cuaá l
debíáa ser mi atuendo adecuado. Teníáa un nuevo vestido de teá que habíáa
previsto para Emerson; era su color favorito, el escarlata, cubierto de lunares
negros y adornado extensamente con encaje negro. Sin embargo, me vi
obligado a concluir que si el díáa se desarrollaba de esta manera, seríáa
aconsejable que estuviera armado y listo. Mi traje de trabajo, refinado
temporada tras temporada, consistíáa en unas botas robustas, una falda
dividida de amplias proporciones y longitud modesta, un talle de camisa y un
abrigo cubierto de bolsillos. Mi cinturoá n de herramientas uá tiles completoá este
disfraz, pero decidíá no poneá rmelo porque Emerson se quejaba del ruido que
hacíáa y de los bordes afilados de ciertos objetos. Me lleveá mi sombrilla cuando
entreá en la sala de estar, donde encontreá a Emerson hojeando los papeles que
habíáa sacado de los bolsillos del hombre muerto.
"Sieá ntate, Peabody", dijo, haciendo espacio para míá en el sofaá de al lado.
"Tengo una pregunta para ti. ¿Queá has estado haciendo uá ltimamente?"
"¿Disculpe, Emerson?"
"Es muy pronto para que seas el blanco de un asesino, querida. Estoy
acostumbrado a que este tipo de cosas ocurran maá s tarde en la temporada,
pero no has tenido tiempo suficiente para instigar un ataque asíá. Eso es .... . .
¿Lo has hecho?"
"No veo lo que intentas decir, Emerson."
"Es bastante simple. Si no has hecho nada en las uá ltimas dos horas para
inspirar la furia asesina en alguien, debe haber sido inspirada por una accioá n
en alguá n momento anterior. ¿Se te ocurre algo?"
"No puedo decir que lo haga." Reflexioneá sobre la sugerencia. "Si quieres,
hareá una de mis pequenñ as listas."
"¿Listas de viejos enemigos? Eso llevaríáa demasiado tiempo".
Decidíá no responder a esta observacioá n, que pretendíáa ser provocadora.
"¿Ha encontrado algo uá til entre esos papeles?"
"Un papel con su nombre y el nuá mero de nuestra suite."
"Interesante", dije. "Es evidente que yo iba a ser su víáctima. ¿Algo maá s?
Me dio otro trozo de papel y lo leíá en voz alta. "Octavio Buddle. No hay
direccioá n. No tengo idea de quieá n podríáa ser el Sr. Buddle, pero obviamente es
la proá xima víáctima. Hay que advertirle".
"¿Contra queá ?" Preguntoá Emerson. "¿Un asesino muerto?"
"Los asesinos a veces viajan en pandillas, Emerson."
Los ojos de Emerson se abrieron de par en par. "Peabody, ¿de doá nde sacas
esas nociones? Los asesinos no viajan en pandillas. Ademaá s, ¿coá mo piensa
avisar al Sr. Buddle cuando no sabe quieá n es o doá nde estaá ?".
"Eso presenta una dificultad", reconocíá. "Olvideá preguntar si el presunto
asesino teníáa un arma sobre su persona".
"No necesitaba uno", dijo Emerson con severidad. "Esas manos duras de eá l
podríáan haberte tenido bajo el agua el tiempo suficiente. Tus haá bitos de
limpieza son sin duda admirables, querida, pero a veces pienso que pasas
demasiado tiempo en la banñ era".
Excepto por el zarandeo de pesadas botas en la caá mara del banñ o, audibles
incluso a traveá s de la robusta puerta, nada ocurrioá durante un tiempo. El
correo habíáa sido levantado y un montoá n de mensajes y cartas rogaban por mi
atencioá n, asíá que mientras esperaba la visita esperada de la policíáa, ordeneá
estas misiones. Algunos eran notas de bienvenida de nuestros conocidos
arqueoá logos. Los puse a un lado, porque entre ellos estaba la carta que
esperaba encontrar.
Aunque nuestra uá ltima temporada habíáa sido exitosa desde un punto de
vista profesional, habíáa terminado en una serie de eventos angustiosos,
particularmente para nuestra hija adoptiva, Nefret.
Penseá en ella como una hija, y tambieá n Emerson, aunque nunca habíáamos
hecho oficial la relacioá n. Nefret teníáa trece anñ os cuando la encontramos por
primera vez en un oasis remoto en el desierto occidental. Su padre, huyendo
de la sangrienta revuelta mahdista en el Sudaá n, habíáa encontrado refugio allíá, y
allíá su hija habíáa crecido, venerada como la Suma Sacerdotisa de Isis.
Ciertamente fue un trasfondo inusual para una chica inglesa de linaje
impecable y, como aprendimos maá s tarde, de una riqueza considerable. Por
supuesto, la habíáamos traíádo de vuelta a Inglaterra con nosotros y habíáamos
visto con mucho carinñ o coá mo crecíáa para convertirse en una meá dica y cirujana
entrenada. Habíáa fundado una clíánica en Luxor, que servíáa a cualquier mujer,
esposa respetable o prostituta, que necesitara atencioá n meá dica, y habíáa
contratado a excelentes meá dicas para que la atendieran.
Sus defectos -todos tienen unos pocos, incluso yo- eran de caraá cter raá pido y
de naturaleza impetuosa. Esto uá ltimo fue lo que la llevoá a un matrimonio
desastroso con un hombre que resultoá ser un villano consumado. Su violenta
muerte la llevoá a sufrir un aborto espontaá neo, lo que, dado el caraá cter de su
marido, podríáa haber sido considerado como una bendicioá n disfrazada. Sin
embargo, ella no lo consideraba asíá. Por consejo de nuestro querido meá dico de
familia, el Dr. Willoughby, la lleveá a una institucioá n psiquiaá trica de renombre
en Paríás. Con la fuerza de caraá cter que sabíáa que teníáa, se habíáa recuperado
muy bien y, en mi opinioá n, habíáa continuado con sus estudios de medicina. No
hay nada como el trabajo duro y una meta en la vida para ayudar a la curacioá n
mental.
"Emerson", exclameá . "Esto es de Nefret. ¡Buenas noticias, querido!" Porque
eá l se habíáa vuelto hacia míá, la ansiedad se extendíáa sobre su hermoso
semblante. Yo continueá :"Ella se uniraá a nosotros aquíá dentro de unos díáas".
"¿Crees que estaá a la altura?"
"Toma, lee la carta por ti mismo."
Su cenñ o fruncido se suavizoá mientras leíáa. "Suena como si fuera la misma de
siempre. ¿Estaá s seguro de que ella...?"
"La juventud es resistente, querido. Nefret es una persona demasiado
equilibrada para pasar su vida reviviendo viejas penas y errores. Aprende del
pasado y luego deá jalo atraá s. Sigue adelante con..."
"Bien dicho, querida", dijo Emerson en voz alta. "Es una buena noticia. ¿Queá
demonios estaá n haciendo al lado?"
"Quitar el cuerpo, espero."
"Bastante. Es un inconveniente tener un cadaá ver en el banñ o".
"Vaya, Emerson", exclameá . "Creo que estaá s siendo iroá nico."
"¿Queá ?" Sus cejas pesadas se juntaron. De su bolsillo sacoá un papel doblado,
lo desplegoá , lo miroá fijamente, lo volvioá a doblar y lo volvioá a colocar en su
bolsillo.
"¿Dice que el tipo pronuncioá unas palabras antes de morir?"
"Dos palabras, para ser precisos", respondíá. "Tuá " y"asesinato".
"Decíáa lo obvio, ¿no?" Emerson sacoá el papel, lo desplegoá y lo miroá
fijamente, frunciendo el cenñ o. "¿Estaá s seguro de que eso es lo que dijo?"
"Le aseguro, Emerson, que mi audicioá n no estaá afectada."
"Sin duda; pero la habilidad de un moribundo para articular claramente
está danñ ada."
"Supongo que tienes una sugerencia alternativa". Mi tono era, lo admito, un
poco sarcaá stico.
"De hecho," dijo Emerson, "No lo he hecho."
"¿Entonces por queá cuestionaste mi oíádo?"
"Porque siempre estaá s escuchando palabras como'asesinato'". No importa lo
que haya dicho o no; lo maá s importante es ese trozo de cartoá n con la
palabra"Judas". Estoy seguro de que es una pista vital".
"Es una posibilidad digna de... Emerson, ¿puedes dejar de hacer eso y
prestar atencioá n?" Porque una vez maá s habíáa sacado el papel de su bolsillo.
"¿Queá tiene de absorbente ese papel? ¿De doá nde ha salido?"
"Habíáa sido empujado bajo la puerta", murmuroá .
"Es un mensaje, entonces", dije, sintieá ndome como si estuviera luchando a
traveá s de una jungla de incomunicacioá n. "Por el amor de Dios, Emerson, deja
de murmurar. ¿Ese mensaje estaá dirigido a ti o a míá?"
"A ninguno de los dos. No era necesaria ninguna direccioá n", dijo Emerson
entre dientes. "Dice:'¿Doá nde estabas?' El significado es obvio. ¿Doá nde estaba
usted cuando su esposa fue atacada de forma asesina? Y, para continuar con el
corolario igualmente obvio:'Menos mal que la estaba cuidando'".
"Eso es seguramente leer demasiado..."
"Alguien te estaba cuidando. Alguien apunñ aloá al asesino bastardo por la
espalda antes de que pudiera llegar a ti". Su voz se elevoá a un tono que sacudioá
las ventanas. "¡Y no fui yo!"
Emerson ya no podíáa contenerse. Se puso en pie de un salto y se dirigioá a la
puerta, con la intencioá n, supuse, de correr por los pasillos golpeando a la
gente y gritaá ndoles. Estaba a punto de llamarlo cuando decidíá que el ejercicio
le haríáa bien y le ayudaríáa a superar sus molestias. No tendríáa ninguá n otro
efecto uá til. No era probable que Sethos estuviera todavíáa en el hotel y Emerson
no lo reconoceríáa si lo estuviera. Nuestro viejo enemigo era un maestro del
disfraz.
El autor de la nota teníáa que ser Sethos. Debe haber estado entre la multitud
esa manñ ana. Nadie maá s podíáa despertar la ira de Emerson tan eficazmente
como el Maestro Criminal, o, como a veces le llamaba, el Genio del Crimen.
Emerson se opuso a ambos tíátulos, basaá ndose en que eran primero,
ridíáculamente teatrales, y segundo, sutilmente halagadores.
Nunca habíáamos sabido su verdadero nombre ni sus antecedentes. El
soubriquet Sethos se referíáa, como deben saber mis lectores, al dios egipcio
Set, que era el enemigo del beneá volo Osiris y del hijo de Osiris, Horus, y que
por lo tanto era considerado como malvado. Pero la religioá n egipcia rara vez es
tan simple. El set puede ser malvado o beneá volo seguá n sus circunstancias.
Teníáa muchas funciones, de las cuales no voy a hablar aquíá porque
necesitaríáan una larga y aburrida digresioá n (para algunos lectores). Me refiero
a cualquier volumen decente sobre la religioá n egipcia.
Como su deidad tutelar elegida, nuestro viejo enemigo teníáa algunas buenas
cualidades, al menos desde mi punto de vista. Teníáa una extranñ a devocioá n por
mi humilde yo y en una ocasioá n memorable yo habíáa sido su prisionero
durante varias horas extremadamente interesantes. Debo decir que se
comportoá como un perfecto caballero, incluso despueá s de que le golpeara en la
cabeza en un intento abortivo de escapar. Uno supondríáa que un observador
agudo como yo seríáa capaz de identificarlo despueá s de pasar tanto tiempo en
su presencia, y asíá habríáa sido sin duda alguna si no hubiera sido -como he
dicho- un maestro del disfraz. A lo largo de los anñ os habíáa aparecido como una
anciana e irascible dama americana, un efi caz aristoá crata ingleá s y varias otras
personas. Sabíáa que era alto y bien construido, pero en la ocasioá n he
mencionado que sus rasgos reales habíáan sido oscurecidos por una barba y un
bigote formidables. Ni siquiera podíáa estar seguro de que fuera moreno. El
color del cabello es uno de los medios de identificacioá n maá s faá ciles de alterar.
Habiendo llegado a este punto en mis reflexiones, que me llevoá mucho
menos tiempo del que me ha llevado escribirlas, fui a la puerta principal, le
pedíá a Ali que me enviara el teá y me acomodeá para esperar el siguiente
desarrollo.
Asumíá que esto seríáa una visita de la policíáa. Pocas veces en un caso de
asesinato las autoridades tienen un testigo presencial del crimen, y si se me
permite un ligero toque de vanidad, un testigo tan experimentado. Sin
embargo, ya habíáa tratado antes con la policíáa de El Cairo y los encontreá
extranñ amente reacios a pedirme ayuda. Despueá s de esperar lo que yo
consideraba un tiempo razonable, estaba a punto de ir a ellos cuando llamaron
a la puerta.
Ali entroá con el carro de teá , seguido de cerca por otro hombre. Al
reconocerlo, me puse en pie con una exclamacioá n de placer. EÉ ramos viejos
amigos, Thomas Russell y yo, y tomeá como un cumplido personal que habíáa
venido en persona en lugar de enviar a un subordinado. Anteriormente fue
comisionado en Alejandríáa y recientemente fue nombrado jefe de policíáa en El
Cairo. Uno no podríáa haberlo llamado claá sicamente guapo, pero era un hombre
guapo, con el pelo rubio claro y los ojos castanñ os firmes.
Despueá s de felicitarlo por su merecido ascenso, le dije con una sonrisa: "¿Es
una llamada profesional, Sr. Russell, o puedo invitarlo a tomar el teá conmigo?".
"Me sentiríáa honrado de tomar el teá con usted, Sra. Emerson, pero debo
hacerle unas preguntas en mi capacidad profesional. Cuando me di cuenta de
que estabas involucrado en este caso, decidíá venir en persona".
"Fue muy amable de tu parte. ¿Azuá car? ¿Leche?"
Mientras atendíáa sus pedidos (sin leche, tres terrones de azuá car), dijo: "No
tanto la bondad, senñ ora, como el egoíásmo. Rara vez tengo la oportunidad de
interrogar a un testigo ocular para asesinar".
"E intento de asesinato", dije, anñ adiendo un tercer terroá n de azuá car a la taza.
"Emerson opina que el tipo fue a asesinarme."
Russell empezoá a reíárse, pero raá pidamente se puso sobrio. "Le ruego me
disculpe. Era tu despreocupacioá n, tu tono de voz natural.
"No necesitas disculparte. Mi actitud puede parecer inusual en algunas
personas, pero uno se acostumbra a ese tipo de cosas despueá s de un tiempo".
"Sin duda. Sin embargo, tengo la misma opinioá n que el profesor", dijo
Russell con seriedad. "Un caballero no irrumpe en el banñ o de una dama o, si se
entromete inadvertidamente, se disculpa inmediatamente y se retira. Este tipo
no era un caballero. Tanto su aspecto como su comportamiento lo marcan
como un individuo de clase baja. Pocas veces he visto un rostro tan aá spero."
"¿Has podido identificarlo?"
"Auá n es pronto, Sra. Emerson. No es un villano local; tengo buena memoria
para estas personas, y este hombre es desconocido para míá. ¿Dijo o hizo algo
que le diera una pista de su identidad o nacionalidad?"
Le di una breve y bien organizada descripcioá n de lo que habíáa ocurrido.
"Teníáa en su persona una tarjeta en la que estaba escrita la palabra'Judas'", le
expliqueá .
Los rasgos bien disciplinados de Russell reaccionaron a esta afirmacioá n, sin
duda extranñ a, con soá lo unas pocas sacudidas. "¿Puedo ver la tarjeta?",
preguntoá .
"Por supuesto. Creo que Emerson estaba tan agitado que se lo llevoá con eá l.
Le aseguro que no puede haber dudas sobre el nombre. Supongo que
encontraste los otros rectaá ngulos de cartoá n, uno con el nuá mero de nuestra
habitacioá n. El matoá n se dirigíáa a esta habitacioá n cuando fue apunñ alado por la
espalda. El choque hizo que abriera la puerta contigua. La segunda tarjeta
teníáa la curiosa inscripcioá n"Octavio Buddle".
"¿Y no tienes idea de lo que significa?"
Teníáa un nuá mero de ideas sobre lo que podríáa significar, pero no vi ninguna
ventaja en preocupar la mente ríágidamente loá gica de Russell con ellos. "No
realmente", dije. "Siento no poder ser de maá s ayuda."
"Pero tuá has sido de ayuda." Russell Rose. "Basado en su anaá lisis de su
acento, era britaá nico. Telegrafiaremos la descripcioá n del tipo a Scotland Yard.
Por favor, salude al profesor de mi parte y díágale que lamento no haberlo
visto".

Las idas y venidas de Emerson son generalmente impetuosas, y rara vez mira
hacia donde va. Asume que cualquier persona en su camino se apartaraá de su
camino y que puede eliminar cualquier impedimento. Cuando abrioá la puerta
de la sala de estar, tropezoá con un objeto que yacíáa en el umbral.
Afortunadamente, eá l miroá hacia abajo esta vez, y yo fui testigo de los agitados
pasos de baile mientras Emerson trataba de evitar pisar el objeto. Con su
habitual agudeza, se habíáa dado cuenta de inmediato de que teníáa alguá n valor.
"¿De doá nde diablos salioá esto?", me pidioá , llevaá ndome el objeto en cuestioá n.
Era una pequenñ a cabeza de madera, de aproximadamente tres pulgadas de
altura, cuidadosamente tallada y pintada. Una nueva pausa justo debajo de los
hombros indicaba que habíáa sido parte de una estatuilla maá s grande de un
ushebti, una de las figuras colocadas en la tumba para ayudar al difunto en la
otra vida. La cabeza era la de un faraoá n de ojos oblicuos, poá mulos
pronunciados, labios llenos y mentoá n alargado; llevaba la Corona de la Batalla
Azul con un uraeus en la frente. No tuve dificultad en identificar a su sujeto.
Soá lo en un períáodo de la historia egipcia habíáa prevalecido este estilo artíástico
particular. Se trataba de Eknatoá n, el llamado Faraoá n Hereje, que habíáa
abandonado a los dioses multitudinarios de Egipto en favor de una deidad, el
Atoá n, y habíáa abandonado Tebas para ir a una nueva capital en un lugar ahora
llamado Tell el-Amarna.
"Amarna", dije.
"Obviamente". Emerson se frotoá la barbilla, un haá bito suyo cuando estaba
perplejo o con pensamientos profundos. "Lo que deberíáa haber preguntado es
quieá n lo trajo aquíá y por queá . Este notable objeto debe haber sido retirado del
sitio sin el conocimiento o permiso de los excavadores. Todos los objetos
descubiertos deben guardarse hasta el final de la temporada, momento en el
que el Servicio de Antiguü edades los inspecciona y decide cuaá l..."
"Soy muy consciente de ello", dije con impaciencia. Emerson habíáa
adquirido recientemente el haá bito de sermonear en lugar de responder a una
simple pregunta, a la manera de nuestro hijo Ramseá s. Teníáa la intencioá n de
quebrarlos a los dos tan pronto como fuera posible.
"Asíá que para volver a su pregunta original," continueá , "¿por queá nos trajeron
este objeto?"
Me detuve para respirar, y Emerson dijo, con una tíámida mirada inusual,
"Tengo una teoríáa".
"Espleá ndido, querido", dije alentadoramente.
"La figura rota es en síá misma un mensaje codificado: Amarna - danñ os,
saqueos, destruccioá n!"
"¡Bueno!" exclameá . "Debo decir, Emerson, que es muy ingenioso. Por lo
tanto, podemos considerarlo una peticioá n de ayuda, y una peticioá n urgente.
Enviareá un telegrama a Selim inmediatamente, dicieá ndole que estamos en
camino y que llevaremos nuestro dahabeeyah allíá tan pronto como sea posible.
Si me ayuda a empaquetar su..."
"¡Maldita sea!" Gritoá Emerson. "Estamos entrando en una de esas
digresiones que ocurren tan a menudo cuando intento tener una conversacioá n
sensata!"
"¡En serio, Emerson!" Dije indignado.
Emerson se fue antes de que yo pudiera continuar. "Aprovechemos esta
pausa temporal para recapitular. Empieza desde el principio. ¿Coá mo terminoá
el muerto en el suelo de tu cuarto de banñ o? Seá conciso, te lo ruego".
"No hay mucho que contar, Emerson. Estaba disfrutando de un agradable
banñ o cuando el hombre que estaba a punto de morir se tambaleoá y se
desmayoá . Debe haber sido apunñ alado inmediatamente antes de entrar, ya que
no pudo haber ido muy lejos en esa condicioá n".
Emerson encendioá su pipa. "¿No fuiste tuá el que una vez me senñ aloá que un
individuo herido por un cuchillo afilado y de hoja angosta a menudo se aleja
un poco antes de darse cuenta de que estaá herido? Su asesino puede no haber
estado cerca de eá l cuando se desmayoá ."
"Cierto", admitíá. "Y el hecho puede haber sido hecho tan raá pido que podríáa
haber pasado desapercibido incluso por un testigo cercano. Una fuerte
palmada en la espalda, un jovial..."
"Entendido, Peabody."
"Podríáamos preguntar a los sufragistas si alguno de ellos observaba tal
encuentro."
"Mientras disfruto de sus vuelos de fantasíáa, querido, el escenario que ha
descrito con tanto garbo es soá lo una de varias posibilidades."
"Dame otra, entonces."
"Un empujoá n y un tropezoá n, una mano uá til en el hombro", dijo Emerson con
prontitud. "Una falange de supuestos turistas marchando por el pasillo y
empujando a todos fuera de su camino, envolviendo a la víáctima."
"Eso es un poco descabellado, ¿no crees?"
"Oh, no lo seá . Los has visto hacerlo. Con frecuencia," continuoá Emerson,"por
varias hembras con mandíábulas de hierro que se comportan como si fueran las
duenñ as del hotel."
Sintieá ndome obligado a defender mi sexo, dije: "He visto a hombres con
mandíábulas de hierro comportarse de la misma manera. Muchos de ellos son
miembros de las fuerzas armadas".
"Asíá es", admitioá Emerson. "Abandonemos las conjeturas y ocupeá monos del
hecho mismo."
"Un hombre muerto en el suelo de mi cuarto de banñ o", dije amablemente.
"Precisamente. Les llevaraá alguá n tiempo identificar al tipo. ¿Necesitamos
sentarnos aquíá a dar vueltas con los pulgares?"
"Supongo que no hace falta. El Sr. Russell ya me ha interrogado".
"¿Russell estuvo aquíá?"
"Síá. Tomeá como un gesto corteá s que vendríáa en persona. Dijo que lamentaba
no haberte visto".
"Bah", dijo Emerson. "Olvíádate de las cortesíáas. Me niego a permitir que
estas distracciones interfieran con nuestras actividades profesionales".
"Entonces quizaá s deberíáamos visitar al Sr. Maspero, como eá l pidioá .
Necesitaremos su permiso para excavar".
"Oh." La frente de Emerson se arrugoá . "Maldecirlo, supongo que debemos
hacerlo".
"Estareá listo tan pronto como encuentre mi sombrilla."
Siguioá otra discusioá n, pero fue breve, ya que Emerson sabíáa desde el
principio que yo teníáa la intencioá n de acompanñ arlo, y sus protestas fueron
puramente formales. Me las arregleá para persuadirlo de que asumiera un
abrigo y una corbata, y me puse un vestido nuevo que habíáa comprado en
Londres, seda amarilla adornada con encaje crudo y cuentas de aá mbar.
Siempre es aconsejable, creo, presentarse lo mejor posible cuando se trata de
gente como Maspero, que aprecia la alta costura.
Durante el viaje en taxi, Emerson se las arregloá para ponerse de mal humor.
Irrumpioá en la oficina del director sin ceremonia, haciendo a un lado a
diversos empleados y asistentes.
"Mira, Maspero, me niego a que me den oá rdenes. ¿Queá demonios quieres?"
La barba de Maspero era gris y su cabeza calva, pero su sonrisa era tan
caá lida como siempre. Con el paso de los anñ os se habíáa acostumbrado a
Emerson. Levantaá ndose de detraá s de su escritorio, extendioá una mano de
bienvenida.
"Mi querido amigo, nunca tendríáa la temeridad de ordenarle a usted o a la
Sra. Emerson que hagan algo. Pedíá su ayuda en un asunto delicado porque
tengo mucha confianza en usted. Que lo aceptes o no, depende de ti, s'il vous
plait".
"Hmph", dijo Emerson. Despueá s de escoltarme a una silla, tomoá otra y miroá
fijamente a Maspero. "¿Y bien? Vayamos al grano de una vez. ¿Queá es lo que
quieres que hagamos? Por favor, responda con el menor nuá mero de palabras
posible".
"Pasa tu temporada de invierno en Amarna".
"¿En la Aldea de los Trabajadores? Gracias", dijo Emerson con gran
sarcasmo. "Pero no, ya ha sido examinado. Y dudo que Borchardt me ceda
alguna parte interesante del sitio".
Maspero dudoá por un momento, y luego dijo: "Estoy seguro de que puedo
contar con ustedes, amigos míáos, para mantener confidencial la informacioá n
que estoy a punto de revelar. Herr Borchardt tuvo que volver a Alemania para
hacer frente a una crisis familiar. Herr Morgenstern fue enviado para
reemplazarlo. Todo estaba bien, pero ahora estoy cada vez maá s preocupado
por eá l. Su comportamiento uá ltimamente ha sido inusual."
"¿En queá sentido?" Le pregunteá .
"Ha estado ausente de sus excavaciones durante un largo períáodo de
tiempo, dejaá ndolas a cargo de un individuo que parece tener poca o ninguna
experiencia en arqueologíáa. No es como el senñ or Morgenstern, que es muy
respetado en su campo. Se rumorea que estaá en El Cairo". El encogimiento de
hombros de Maspero fue melodramaá tico. "¿Queá estaá haciendo allíá? Es muy
improbable que una mujer esteá involucrada. Un coqueteo podríáa distraerlo
por un corto tiempo, pero es un arqueoá logo dedicado que ha tenido la
oportunidad de excavar un sitio importante. Ademaá s de eso, no ha habido
chismes. Cuando ocurren esas cosas, siempre hay chismes".
"¿Nos estaá s pidiendo que lo averiguü emos?" Pregunteá . "Porque seríáa
impertinente de nuestra parte entrometernos en sus asuntos privados sin una
orden directa de usted. Herr Morgenstern no es un hombre faá cil de tratar;
Emerson nunca se ha llevado bien con eá l".
"No es una orden", dijo Maspero suspirando. "Una peticioá n. Una peticioá n
directa. Una peticioá n urgente. Dile a El-Amarna que debe ser protegido a toda
costa."
"Consideraremos eso como una autorizacioá n suficiente", dije. "Y le haremos
saber lo antes posible lo que nos proponemos hacer."
"¿Su peticioá n tiene algo que ver con el hombre muerto que se metioá en el
banñ o de la Sra. Emerson esta manñ ana?" preguntoá Emerson.
"¿Perdoá n?" exclamoá Maspero. "¿Un hombre muerto entroá en el banñ o de la
Sra. Emerson?"
"No estaba muerto hasta despueá s de entrar", dijo Emerson, lo que
contribuyoá a la confusioá n de Maspero.
"Permíátame, Emerson", dije, y procedíá a explicar la situacioá n de la manera
maá s eficiente posible.
"¡Mon Dieu!" exclamoá el director. "Lamento, madame, que haya sido
sometida a una visioá n tan angustiosa."
"Bah", dijo Emerson. "Ella prospera con esas vistas."
Habíáa traíádo el ushebti roto conmigo. "Encontramos esto en la puerta de
nuestra sala de estar esta manñ ana", le dije, entregaá ndoselo al director. "Creo
que es para comunicar un mensaje."
"¿Mensaje?"
"Una peticioá n de ayuda", le expliqueá .
"¿Ayuda?" Maspero resonoá , mirando fijamente al ushebti.
"Por favor, preste atencioá n, monsieur", le dije. "Ese objeto transmite dos
ideas: primero, Amarna, y segundo, destruccioá n, danñ o."
Maspero continuoá mirando fijamente al ushebti. "Es Akenatoá n", murmuroá .
"Es inconfundible. ¿De doá nde ha salido?"
"Esa es la pregunta", dije. "Si no viene de ninguna coleccioá n con la que esteá s
familiarizado, entonces debe haber venido del sitio de Amarna mismo."
"Pero no de las excavaciones de Morgenstern", dijo Emerson. "Estaá
excavando el sitio de la ciudad. Los Ushebtis son objetos funerarios. No se los
encontraríáa en una casa privada".
"¡Entonces de una tumba hasta ahora no descubierta!" proclamoá Maspero.
"La tarea del descubrimiento parece ser suya, amigos míáos."
Emerson no es bueno para ocultar sus emociones. "Contrabando" podríáa ser
una palabra demasiado fuerte para su expresioá n en ese momento, pero no por
mucho. Se habíáa negado a trabajar en varios de los lugares maá s tentadores de
Egipto por principio (o posiblemente por pura obstinacioá n), alegando que
tarde o temprano necesitaríáa su experiencia y que cederíáa amablemente a las
suá plicas de Maspero de que volvieá ramos a Amarna. Ambos teníáamos un afecto
especial por ese sitio, donde nos conocimos por primera vez y (despueá s de un
intervalo) nos apegamos el uno al otro en formas que no deberíáan requerir
elucidacioá n para mis lectores maduros. Habíáa pocos lugares en Egipto que le
hubieran atraíádo maá s. Pero su feá rreo sentido del deber (o pura obstinacioá n)
prohibioá el camino de la príámula.
"Imposible", declaroá con firmeza mi marido,"en el sentido de que tenemos
una excavacioá n inacabada en Zawaiet el'Aryan que completar".
"Pero mi querido amigo, ¿queá puede ofrecer Zawaiet el'Aryan en
comparacioá n con Amarna?"
De hecho, teníáa mucho que ofrecer: un entierro real de la Tercera Dinastíáa,
para ser precisos. No pudimos completarlo el anñ o anterior debido a los
penosos acontecimientos a los que he aludido.
"En una eá poca excavaste en la Aldea de los Trabajadores en Amarna",
continuoá Maspero. "¿Por queá no regresas y terminas el trabajo? Y, mientras
estaá s allíá, busca una tumba nueva".
Aparte del compromiso que Emerson ha mencionado", dije, antes de que
pudiera ofrecer una opinioá n que podríáa no coincidir con la míáa, "nuestro
personal no estaá completo". Nuestro hijo y su amigo David Todros siguen en
Palestina".
Desviado momentaá neamente, Maspero preguntoá : "¿Queá hace Emerson Fils
en Palestina?"
Una respuesta sincera habríáa sido:"Ojalaá lo hubiera sabido". Mi molesto hijo
no se habíáa negado a responder a mis preguntas, pero sus respuestas habíáan
sido tan vagas y equíávocas que no habíáa sido capaz de localizarle. Mi temor era
que se hubiera involucrado con el maldito Servicio Secreto Britaá nico. El
Servicio siempre estaba tratando de reclutar arqueoá logos. Se convirtieron en
agentes ideales porque teníáan una razoá n legíátima para estar donde estaban
-Egipto, Palestina, Turquíáa, Siria- y en la mayoríáa de los casos hablaban el
idioma local. Ramseá s era un linguü ista natural; su alemaá n, turco y aá rabe eran de
fluidez nativa. Desde muy pequenñ o habíáa vivido parte del anñ o en Egipto y allíá
estaba tan a gusto como en Inglaterra. En resumen, era un espíáa perfecto y yo
sabíáa que la inteligencia britaá nica daríáa mucho para alistarlo.
Y me aseguraríáa de que no tuvieran eá xito.
"Pronto se uniraá a nosotros", dije con fervor. "En Amarna".
Dos

"¡No podemos abandonar Zawaiet!"


Cuando se ve en forma impresa, esta declaracioá n carece de cierta
portentosidad. Cuando se pronuncia en el profundo y resonante bajo de
Emerson, tiene el efecto de un decreto de lo alto. Muy alto.
Nos habíáamos retirado a nuestra habitacioá n despueá s de cenar. Emerson se
desnudaba a su manera tíápica de slapdash, arrojando sus ropas al suelo y
dejando sus botas en lugares donde uno de nosotros seguramente tropezaríáa
con ellas. Me senteá en el tocador y le di a mi cabello las cien pinceladas de
siempre.
No obtengo ninguna satisfaccioá n particular con respecto a mi propio
semblante. Los brillantes rizos castanñ os y los ojos azules seríáan maá s de mi
gusto que mis ojos grises y tormentosos, el cabello negro pesado y la tez
ligeramente paá lida. Sin embargo, Emerson no encuentra ninguá n fallo en estas
caracteríásticas o en una figura que esteá maá s llena en ciertas regiones de lo que
me gustaríáa. Sus opiniones son las que cuentan conmigo.
Acostumbrado al tono enfaá tico de Emerson, que a menudo empleaba, le
respondíá: "Nadie estaá sugiriendo que lo hagamos, querido míáo. Selim nos ha
asegurado que no ha habido evidencia de intereá s local en el aá rea, pero que la
situacioá n puede no continuar, y que el entierro es demasiado importante como
para dejarlo a los caprichos del azar. ¿Cuaá ntos entierros de la Tercera Dinastíáa
se han encontrado, maá s o menos intactos?"
"Precisamente de lo que se trataba..."
"No deberíáa llevar mucho tiempo completar el trabajo", continueá
amablemente, evitando una tediosa charla. "No hay ninguna posibilidad de
reconstruir el arreglo original, ya que Geoffrey Godwin lo desordenoá . Soá lo
podemos ordenar y registrar lo que hay ahora".
Emerson admitioá la verdad de esto con un grunñ ido a reganñ adientes.
"Manñ ana, entonces", dijo. "Enviareá a Selim un telegrama para que notifique a
los hombres y se reuá na con nosotros en Zawaiet."
"Manñ ana no, Emerson. Lo que debemos tener antes de continuar es un
fotoá grafo experto".
"Selim", comenzoá Emerson,"es bastante..."
"Selim ha adquirido una habilidad considerable, pero puede necesitar
ayuda. Organizar los reflectores y cambiarlos a medida que la luz del sol
cambia, decidir cuaá nto tiempo requiere una exposicioá n - estos son detalles que
es mejor dejar a alguien con maá s experiencia. Una de esas personas me viene a
la mente, Emerson. ¿Has olvidado que Nefret llegaraá pronto?"
"Por supuesto que no, pero podemos volver a saludarla cuando llegue, o
puede venir directamente a nosotros. Zawaiet estaá demasiado lejos para ir y
venir a diario a menos que vivamos en Giza o Saqqara, y auá n asíá lleva tiempo.
Ella es capaz de unirse a nosotros en el sitio sin su ayuda para desempacar sus
maletas."
"Prefiero estar aquíá para saludarla en su primer díáa de regreso a Egipto
desde esa terrible experiencia", dije. "Ademaá s, si vamos a trabajar en Amarna,
el dahabeeyah debe llegar de Luxor. Estoy seguro de que Faá tima ha limpiado a
fondo la Amelia varias veces de proa a popa, pero necesitaraá tiempo para
llenar la despensa. Ni siquiera para complacerte, querida, acampareá en una
tumba abandonada durante una larga temporada". Emerson, hace algunos
anñ os, hizo un gesto romaá ntico y adquirioá una casa flotante en el Nilo o
dahabeeyah para míá, y despueá s de reformarla por completo, la llamoá Amelia.
Ha sido nuestro hogar flotante en Egipto desde entonces, siendo una forma
eficiente y praá ctica de trasladarnos de sitio en sitio y evitar acampar (aunque
soy totalmente capaz de dirigir un campamento coá modo y limpio), asíá como de
viajar a traveá s de Egipto por el Nilo, como lo hacíáan los antiguos egipcios
durante milenios.
"Ya lo hiciste una vez antes", contestoá Emerson, avanzando sobre míá con un
brillo familiar en sus ojos zafirinos.
Yo era maá s joven entonces", dije mientras sus fuertes brazos me encerraban,
reavivando los recuerdos maá s apasionados, "pero lo volveríáa a hacer si fuera
necesario". No puedo ver que unos díáas..." No dije nada maá s en ese momento,
por razones que deberíáan ser obvias para el sensible Lector.
Emerson se preocupoá un poco por el retraso, pero me las arregleá para
mantenerlo distraíádo de una forma u otra. No es un comprador acompanñ ante;
su paciencia expira mucho antes de que me haya probado maá s de tres o cuatro
sombreros. Insistíá en que le compraá ramos algunas camisas, ya que es
notoriamente duro con su guardarropa. Con una renuencia mal disfrazada,
accedioá a visitar a la familia de Selim, donde disfrutamos de una sencilla pero
suntuosa fiesta con tíáas, tíáos y primos de todas las edades. Otras distracciones
tuvieron lugar en el tocador y no es necesario describirlas.
Estaá bamos sentados en la terraza del hotel tomando el teá cuando un taxi se
detuvo en los escalones y una cara familiar aparecioá en su ventana, una cara
delicadamente esculpida enmarcada por un halo de cabello dorado rojizo y
adornada con una sonrisa radiante. Emerson se puso de pie de un salto,
derribando su silla, y bajoá corriendo por las escaleras con el descarado ardor
de un colegial enamorado. EÉ l sacoá a Nefret del taxi y la sostuvo cerca, daá ndome
apenas la oportunidad de saludarla.
"Mi querida ninñ a", le dije mientras se giraba para abrazarme. "Es
maravilloso verte, e incluso antes de lo que esperaá bamos."
"Me fui de Paríás en cuanto supe que te dirigíáas a Egipto", respondioá Nefret.
"Y aquíá estoy, justo a tiempo para el teá ."
Volvimos a nuestra mesa, donde Nefret se quitoá el sombrero y lo arrojoá a
una silla. Era un díáa caá lido; el calor y la transpiracioá n hacíáan que sus vellocitos
de oro se pegaran a sus sienes y se enrollaran sobre sus orejas. El camarero
que trajo su taza y su platillo apenas podíáa mantener los ojos en sus
respectivas cuencas. Varios oficiales joá venes en otras mesas parecíáan tener la
misma dificultad.
"¿Ha accedido el profesor a informarle de doá nde trabajaremos esta
temporada?" preguntoá Nefret entretenido.
Era uno de los haá bitos maá s exasperantes de Emerson -que no me parecioá
nada divertido- retrasar este anuncio hasta el uá ltimo momento. En algunas
ocasiones lo habíáa hecho porque habíáa dejado para maá s tarde la solicitud de
un primer abogado y, en consecuencia, se le habíáa dado un sitio que nadie, ni
siquiera yo, queríáa.
"Oh, síá", respondíá, anticipaá ndome a Emerson. "El Sr. Maspero nos ha pedido,
como un favor personal, que volvamos a Amarna."
"¡Excelente!" exclamoá ella.
"Herr Morgenstern tiene a la firma", continueá . "O, para ser precisos, la
Deutsche Orient-Gesellschaft lo tiene. Seguá n el Sr. Maspero, el Sr. Morgenstern
fue enviado en sustitucioá n del Sr. Borchardt, que regresoá a Alemania por
razones personales. Morgenstern ha estado descuidando su trabajo para
quedarse en El Cairo, y tenemos el permiso oficial del Sr. Maspero para
reemplazarlo si creemos que es incapaz de cumplir con sus deberes".
Los labios de Nefret se curvan en una sonrisa. "Eso te deja una latitud
bastante amplia."
"Nunca nos aprovecharemos de eso."
"Por supuesto que no, tíáa Amelia."
"Pero primero debemos completar la excavacioá n que comenzamos a finales
de la temporada pasada, en Zawaiet el'Aryan." Yo tomeá su mano en la míáa. "Si
temes que te cause dolor, no necesitas acompanñ arnos. Podríáas, quizaá s, tomar
el tren a Luxor y pasar unos díáas en la clíánica."
Ella agitoá la cabeza resueltamente. "Ireá contigo a Zawaiet. He vencido esas
horribles pesadillas y no permitireá que los recuerdos melancoá licos dicten mi
vida".
Supereá el nudo en la garganta y asumíá una voz alegre. "Veraá s, Emerson, fue
ventajoso para nosotros esperar. Ahora tenemos un fotoá grafo experto".
"Síá, Peabody", dijo, su cara inclinada para ocultar lo que yo sospechaba que
era una laá grima errante.

Habíáamos acordado no mencionar mi encuentro con el asesino a Nefret; como


le habíáa senñ alado a Emerson, no teníáa sentido preocupar a la chica sobre
asuntos en los que no podíáa ayudarnos. Al díáa siguiente tomeá la precaucioá n de
enviar una nota al Sr. Russell, pidieá ndole que nos llamara en un momento en
que sabíáa que Nefret estaríáa visitando amigos, y que era lo suficientemente
bueno como para cumplir. Cuando se unioá a nosotros, me disculpeá por parecer
presionarlo. "Seá ," comenceá educadamente,"que nos informaríáas
inmediatamente de cualquier nuevo descubrimiento que hayas hecho."
"Estaba a punto de hacerlo cuando recibíá tu mensaje", contestoá Russell. "El
hombre muerto no ha sido identificado. Parece no tener antecedentes penales.
Es desconocido para Scotland Yard o el Sureteá . ¿Queá tiene de significativo el
nombre "Judas" a este respecto? ¿Quieá n es tan deseoso de vengarse de la Sra.
Emerson, y es tan tonto como para seguirla a Egipto? El pasaje desde
Inglaterra no es barato, como bien sabes. Seguramente no puede haber
muchos individuos tan celosos."
"¡Ja!" dijo Emerson.
"¿Coá mo dice?", dijo el Sr. Russell.
"No importa", murmuroá Emerson. "Admito que has hecho un comentario
vaá lido, Russell. Tal actividad energeá tica por parte de su antagonista sugiere
que su ofensa percibida era de fecha relativamente reciente. ¿A quieá n has
ofendido uá ltimamente, Peabody?"
"De entrada no puedo pensar en nadie, Emerson. El sinverguü enza que
golpeaba a su burro hasta que le quiteá el palo y se lo apliqueá en los hombros
no podríáa haber entrado en el hotel sin-".
"Irrelevante e inmaterial".
"Sin duda", admitíá. "La respuesta a su pregunta, entonces, es que no soy
consciente de haber ofendido a nadie hasta el punto de que llegara a estos
extremos. ¿Han localizado a Octavio Buddle? Me temo que es la proá xima
víáctima".
El Sr. Russell suspiroá . "Nada indica que esteá en Egipto, pero usted estaá
familiarizado con el caos en el puerto. Los documentos y el papeleo se
archivan al azar, si es que se archivan. Los oficiales de inmigracioá n no estaá n
por encima del soborno. Siga buscando en su mente, Sra. Emerson. Realmente
no podemos tener este tipo de cosas en marcha".
El suspiro de Emerson era maá s largo y gustier. "Nunca subestimes a mi
esposa, Russell".
"Vaya, gracias, querida", dije con una modesta sonrisa.
Zawaiet el'Aryan ha sido descrito, posiblemente por míá, como uno de los sitios
maá s aburridos de Egipto. Esto es quizaá s para hacerlo una injusticia, ya que
posee los restos de dos piraá mides, si se puede aplicar ese teá rmino a
estructuras desmoronadas, colapsadas que se asemejan a montones de
escombros sin sentido. De estas dos piraá mides llamadas en Zawaiet, la
piraá mide inacabada en el norte es la uá nica cuya subestructura es de intereá s,
especialmente porque no se conserva praá cticamente nada de la
superestructura. Una rampa de corte de roca de exactamente sesenta y ocho
puntos y nueve pies de largo (Emerson exige precisioá n) fue cortada en el lecho
rocoso, que conducíáa a un pozo profundo en el que se construyoá la caá mara
funeraria. Se trata de una bonita caá mara funeraria, con cimientos y pavimento
de granito rojo y zoá calo de piedra caliza, y un elegante sarcoá fago de granito
rosa, que se colocaríáa en el pavimento. Este acto nunca se completoá , y pudimos
ver el sarcoá fago, que, inusual en ese períáodo, era ovalado. Habíáa sido sellada
con yeso, y la excavadora tuvo el demonio de un tiempo para abrirla, para
encontrar, desgraciadamente, que estaba vacíáa, excepto por una mancha negra
en el fondo.
Sin embargo, tambieá n hubo un entierro bajo uno de los adoquines de la
rampa. La honestidad me obliga a admitir que no lo hubieá ramos encontrado si
no se hubiera dejado la piedra entreabierta. Se habíáa apalancado hacia un lado
y ligeramente hacia abajo, de modo que habíáa espacio para agarrarse de las
manos y sacar cualquier contenido que estuviera a su alcance. Las manos en
este caso habíáan pertenecido a Geoffrey Godwin, el difunto e intachable
esposo de Nefret. Habíáa estado trabajando con un colega nuestro en Giza
cuando lo conocimos por primera vez, y aunque parecíáa amable y competente,
el apresurado matrimonio de Nefret con eá l me habíáa tomado por sorpresa. No
habíáa observado evidencia de un fuerte apego de su parte, y soy algo asíá como
un experto en tales asuntos. No fue hasta el final de la temporada que se hizo
evidente toda la magnitud de la villaníáa de Geoffrey. Cuando fue expuesto,
amenazoá con dispararme, y tuve la clara impresioá n de que le habríáa gustado
hacerlo. Antes de que pudiera actuar, Ramseá s lo habíáa golpeado contra el eje
en cuyo borde estaba parado. Emerson habíáa supervisado de cerca la
remocioá n del cuerpo, maldiciendo constantemente a los desventurados
oficiales de policíáa.
La temporada anterior no habíáamos tenido tiempo (debido a los
procedimientos que acabo de mencionar) para completar la excavacioá n del
entierro bajo el adoquíán. Emerson habíáa asignado provisionalmente el
entierro a la Tercera o Cuarta Dinastíáa sobre la base de las fechas de algunas
de las tumbas cercanas, y un entierro real de esta fecha, o un entierro de una
persona lo suficientemente cercana al rey como para ser enterrada en la
piraá mide, fue un descubrimiento extremadamente importante.
Durante este períáodo, la mayoríáa de las momias (o para ser maá s exactos, los
cadaá veres, ya que los elaborados procedimientos de momificacioá n no
aparecieron hasta, como muy pronto, posiblemente en la Cuarta Dinastíáa),
fueron enterradas en una posicioá n ligeramente flexionada, acostadas de
costado. Este individuo habíáa sido colocado en un lecho funerario equipado
con hermosas patas de marfil. Lo que pronto supimos es que Geoffrey habíáa
extraíádo las patas delanteras de la cama pero no habíáa podido llegar a ninguna
otra parte de la parafernalia del entierro.
O eso habíáamos supuesto, hasta que nuestros obreros levantaron la piedra.
El craá neo marroá n nos sonrioá , como lo hacen las calaveras. Entre los fraá giles
huesos de las costillas soá lo quedaban unas pocas cuentas de oro de lo que
debioá ser un elaborado collar. Puede que hayan sido los antiguos ladrones de
tumbas los que se lo llevaron, pero parecíáa maá s que probable que debieá ramos
atribuirle este robo a Geoffrey. Una vez que la caá mara funeraria fue accesible,
encontramos que las otras dos patas de la cama estaban allíá, ademaá s de varios
frascos que conteníáan comida para el maá s allaá , incluyendo una sabrosa
seleccioá n de carnes secas: jorobas de carne de res, cabra y ave. El pobre podíáa
contar al menos con el alimento en el maá s allaá . No fue un entierro lujoso, sino
un hallazgo significativo.
Nefret parecíáa tranquila mientras ella y Selim fotografiaban el interior de la
tumba y su contenido. La observeá discretamente cada vez que pude, y me sentíá
aliviada por su plaá cida compostura. Estaba maá s callada de lo habitual, y en
ocasiones noteá una ligera tensioá n en su mandíábula, pero no parecíáa estar
acosada por fantasmas del pasado.
Emerson nunca podríáa ser acusado de llevar a cabo una excavacioá n
apresurada, pero síá apresuroá el trabajo tanto como fue posible sin violar sus
estaá ndares profesionales (que son exigentes). Su temperamento no mejoroá
por varios mensajes de Maspero preguntando cuaá nto tiempo nos llevaríáa
terminar en Zawaiet. Finalmente, para alivio de todos, Emerson declaroá que la
excavacioá n estaba completa y nos preparamos para partir hacia Amarna. A la
manñ ana siguiente abordamos el tren.

La llanura de Amarna es un semicíárculo aá spero, con el ríáo como diaá metro. Los
acantilados descienden casi hasta el ríáo en cada extremo del diaá metro, por lo
que el acceso a la llanura es difíácil. El sitio es rico en restos arqueoloá gicos: dos
grupos de elegantes tumbas de nobles, una serie de estelas fronterizas, un
pueblo de obreros y los tristes restos de la una vez deslumbrante ciudad. Aquíá
Eknatoá n, el faraoá n hereje, abandonando la ciudad de Tebas y el culto al
extenso panteoá n de dioses y diosas, construyoá un nuevo capitel en un terreno
que nunca habíáa pertenecido a otro dios, como declaroá en sus abundantes
estelas fronterizas que delimitaban el lugar. Fue una ciudad efíámera, activa
durante unos diecisiete anñ os y desierta poco despueá s de la muerte de
Akenatoá n hacia 1336 a.C. Su sucesor, el joven Tutankamoá n, regresoá a Tebas y
en menos de una deá cada se restablecioá la ortodoxia.
A Eknatoá n se le ha llamado el primer monoteíásta, y aunque en sus
inscripciones se mencionan algunas otras deidades solares, en mi opinioá n, es
mera objecioá n negar que tiene derecho a esa distincioá n, como tampoco es
razonable negar que el cristianismo es monoteíásmo porque adora al Padre, al
Hijo y al Espíáritu Santo.
Pero para reanudar.
Minya es la estacioá n de tren oficial maá s cercana a Amarna, pero no era
conveniente para nosotros, asíá que el ingeniero se detuvo obligatoriamente
justo al otro lado del ríáo del lugar. (El fue complaciente porque Emerson lo
habíáa convencido de que este acto era en su propio intereá s, lo cual
seguramente lo era). Esto provocoá las habituales quejas de los pasajeros
europeos, que por supuesto ignoramos. Nuestros leales amigos nos estaban
esperando, y no tardoá mucho en descargar nuestro equipaje. Llevoá maá s tiempo
intercambiar los abrazos y las expresiones de bienvenida de Daoud y el resto
de los hombres, que habíáan tomado un tren anterior. Incluso ahora, despueá s
de tantos anñ os, me encuentro buscando la forma majestuosa y el magníáfico
turbante de nuestro antiguo reis Abdullah, que siempre habíáa sido uno de los
primeros en darnos la bienvenida. Nuestros hombres habíáan trabajado para
nosotros durante muchos anñ os, y uno de ellos, el nieto de Abdullah, David, era
ahora un miembro de nuestra familia, habiendo desposado a nuestra sobrina
Lia (el escaá ndalo que esto habíáa causado en el mundo de Kent habíáa
alimentado los chismes locales durante semanas).
Fue como volver a casa para ver nuestra querida dahabeeyah, que Emerson
habíáa bautizado con mi nombre, amarrada en el muelle al otro lado del ríáo.
Nos subimos a los pequenñ os botes que nuestros amigos habíáan preparado y
cuando nos acercamos al muelle, vimos a nuestra querida cocinera y ama de
llaves, Faá tima, en cubierta, agitando vigorosamente una toalla. Pronto le
devolvíáamos sus calurosos abrazos, excepto a Emerson, quien, con dificultad,
extrajo su mano de la de ella, que ella retorcíáa con gran entusiasmo ya que no
podíáa abrazarlo en puá blico, a pesar de ser praá cticamente un miembro de
nuestra familia. Mahmoud, nuestro mayordomo, mantuvo una distancia civil,
pero estaba radiante.
Trateá de persuadir a Emerson para que nos dejara descansar un poco y nos
arreglaá ramos despueá s del tedioso viaje en tren, pero eá l se estaba preparando
para llegar al lugar, y Nefret anuncioá que ella tambieá n lo estaba haciendo. No
hace falta decir que opteá por unirme a ellos.
Algunos de los rudimentarios alojamientos que habíáamos construido
anteriormente auá n estaban en pie, y los hombres se pusieron a trabajar
inmediatamente limpiaá ndolos y reparaá ndolos. Cuatro maderas erguidas
esperaban una lona de lona; la sombra era esencial bajo el sol abrasador. Un
pequenñ o cobertizo alejado del sitio ofrecíáa un míánimo de privacidad en ciertas
situaciones. El hecho de que los componentes baá sicos de las estructuras
permanecieran intactos fue un homenaje a Emerson. Ni siquiera el maá s
valiente de los carronñ eros se atreveríáa a ofender al Padre de las Maldiciones.
Sabíáa que no habíáa esperanza de que pudiera mantener a Emerson alejado
de la excavacioá n de Morgenstern. "Vaya, Peabody", diríáa reprobadoramente,
"es cortesíáa baá sica visitar a un companñ ero cuando uno estaá en el vecindario".
Que fue precisamente lo que dijo.
El camino era uno que conocíáamos bien, siguiendo el ríáo lo maá s lejos posible
antes de cruzar la llanura arenosa y soleada hacia las ruinas de la otrora
hermosa ciudad de Eknaton. Todavíáa estaá bamos en la bendita sombra del
cultivo, el cinturoá n de tierra feá rtil a ambos lados del Nilo, cuando vimos a un
hombre que caminaba eneá rgicamente hacia nosotros. Era un tipo de aspecto
coá mico, con ojos y pelo protuberantes que se asomaban por debajo de su
sombrero. Su traje blanco estaba manchado de polvo, pero su brillante pajarita
roja parecíáa impecable. Comenzoá a llamarnos con voz aguda cuando auá n
estaá bamos a cierta distancia. "¡Nadie puede acercarse a la excavacioá n! ¡Vete de
inmediato!"
"¿Quieá n diablos eres?" Preguntoá Emerson.
El hombrecito se levantoá hasta su altura maá xima (cinco pies y medio, en el
mejor de los casos). "Octavio Buddle, en representacioá n de Herr Morgenstern."
"¡Buen Gad!" Dijo Emerson, sorprendido. Me miroá con atencioá n. "Imagíánate
eso. Peabody, aquíá estaá el Sr. Octavius Buddle, vivo y bien."
"Creo que su valoracioá n es correcta", respondíá, "aunque todavíáa no hemos
examinado su espalda. ¿Seríáa tan amable de darse la vuelta, Sr. Buddle?"
"¡No hareá tal cosa!"
"Entonces me dejas con una sola opcioá n", le dije mientras le enganchaba el
brazo con mi sombrilla y lo tiraba a un lado. "Estaá intacto e ileso", le informeá a
Emerson, quien parecíáa inmoderadamente entretenido por el grito de
indignacioá n del hombre. "¿Coá mo procederemos?" Conociendo a mi esposo tan
bien como yo, sabíáa que ambos nos preguntaá bamos si debíáamos informarle
sobre la tarjeta encontrada en el bolsillo del supuesto asesino.
Emerson se encogioá de hombros. "¿Sabe quieá nes somos, Sr. Buddle?"
Nos miroá hacia arriba y hacia abajo con una fríáa autoconfianza que yo temíáa
que irritara a mi faá cilmente irritable esposo. "Profesor y Sra. Emerson,
supongo. Herr Morgenstern insistioá especialmente en que no se le admitiera
en el sitio. Por favor, vaá yanse de inmediato".
"Bah", dijo Emerson. "No me ha dado ninguna razoá n para suponer que tiene
tanta autoridad, Sr. Buddle. Que Morgenstern lo designe como su segundo al
mando es una tonteríáa. Deseo hablar con el propio Morgenstern."
"No estaá aquíá."
"¿Doá nde estaá ?"
"No veo por queá deberíáa responder a esa pregunta, profesor, pero de hecho
el Sr. Morgenstern estaá en El Cairo."
"Ridíáculo", dije, evitando una respuesta grosera de Emerson. "Deberíáa haber
vuelto hace alguá n tiempo. Ten la amabilidad de decirnos cuaá ndo lo esperas".
"No veo por queá deberíáa decirle algo, Sra. Emerson", dijo Buddle con una
expresioá n prosaica.
Emerson lo recogioá y lo dejoá a un lado. "No lo conozco, senñ or, pero estoy
seguro de dos hechos: primero, que usted no es arqueoá logo, vestido como lo
es; y segundo, que se ha encargado, sin autorizacioá n, de hablar en nombre de
Morgenstern. ¿A quieá n diablos representas?"
Algo sorprendido por esta contundente acusacioá n, el Sr. Buddle dudoá por un
momento antes de responder. "Tal vez no sepa, profesor, que el principal
contribuyente a la labor de la Deutsche Orient-Gesellschaft es un distinguido
caballero llamado James Ridgemont. Soy un ayudante de confianza del Sr.
Ridgemont. Me ha enviado aquíá para asegurarme de que sus intereses sean
atendidos".
"En otras palabras, para reclamar los descubrimientos maá s interesantes",
dijo Emerson a Nefret y a míá. "Por eso me he negado a aceptar el
apadrinamiento, incluso de un amigo tan bueno como Ciro. Por queá el Servicio
de Antiguü edades permite que estos saqueadores se lleven tantos objetos
uá nicos que no entiendo. Afortunadamente, no necesitamos prestarle atencioá n
a este tipo".
Seguidos por el Sr. Buddle, que hacíáa ruidos como un pollo indignado,
continuamos nuestro camino. De repente, una figura asombrosa salioá de
detraá s de una de las pequenñ as casas. Era un gran oso de hombre, voluminoso y
extremadamente peludo; no soá lo exhibíáa una cabeza de pelo que se asemejaba
a una gran maranñ a de hilo negro y una larga barba y bigote negros, sino que
incluso el dorso de sus manos estaba cubierto de pelusa negra y maá s se veíáa
en el cuello abierto de su camisa. Creo que teníáa toda la intencioá n de hablar
con nosotros, pero antes de hacerlo Emerson saltoá sobre eá l y lo tiroá al suelo.
Los dos rodaban de un lado a otro mientras yo estaba sobre ellos con la
sombrilla levantada y Nefret bailaba aá gilmente alrededor de los cuerpos en
movimiento, listo para intervenir si fuera necesario. Ella y yo estaá bamos
acostumbrados a las acciones precipitadas de Emerson, aunque no podíáa
entender queá habíáa provocado esto. Sin embargo, mi deber era ayudar a mi
coá nyuge, asíá que cuando el hombre bajista estaba en lo maá s alto, golpeeá con mi
sombrilla.
Desafortunadamente la pareja se habíáa dado la vuelta en el uá ltimo segundo,
y mi golpe cayoá sobre la cabeza de mi querido esposo. Aturdido
momentaá neamente, aflojoá el agarre y el hombre se extrajo raá pidamente y salioá
corriendo como si las hienas hambrientas le estuvieran pellizcando los
talones.
Estaba dividido entre perseguirlo y ocuparme de Emerson, pero un
momento de consideracioá n me informoá que la cantera estaba retrocediendo a
una velocidad que yo no podíáa igualar. Para ser sincero, tampoco sabíáa lo que
haríáa si pudiera alcanzarlo.
Emerson se sentoá , frotaá ndose el craá neo.
"¡Lo siento mucho, querida!" exclameá .
"¿Se encuentra bien, profesor?" preguntoá Nefret con ansiedad.
"Oh, claro", dijo Emerson, parpadeando. "Estoy acostumbrado a ser
golpeado en la cabeza por mi esposa. Ocurre maá s a menudo de lo que crees".
"Cielo santo", dijo el Sr. Buddle. Debo reconocerle el meá rito; en lugar de huir,
se habíáa quedado cerca, saltando de un salto y pronunciando pequenñ os
graznidos de alarma. "¿Este tipo de comportamiento es tíápico, profesor? Lo
encuentro censurable."
"¿Deberíáa haberle permitido acosar a mi esposa?" Emerson se puso en pie,
su expresioá n formidable. "¿Conoce la palabra'asesino'? Viene de la
palabra'hashshashin', y fue usada para describir una secta de Nizari Ismalis
formada a finales del siglo XI y basada en Siria y Persia".
La conferencia de Emerson habríáa durado mucho si yo no hubiera agarrado
su brazo y senñ alado a un hombre que se apresuraba hacia nosotros. Habríáa
sido un joven apuesto, de no haber sido por la indecorosa cicatriz que
desfiguroá su mejilla. Deduje que debe ser alemaá n, ya que los estudiantes de
esa nacioá n se enorgullecen de tales estigmas.
"El Sr. y la Sra. Emerson, supongo," comenzoá , pero no llegoá maá s lejos porque
Emerson saltoá sobre eá l y lo tiroá al suelo.
"Emerson, por favor, deja de hacer eso", dije enojado. "Debe disculpar a mi
marido, senñ or..."
Emerson, con un aspecto algo tíámido, se retiroá y yo ayudeá al recieá n llegado a
ponerse de pie y recupereá su sombrero. "Permíátame el honor de
presentarme", dijo roncamente. "Eric von Raubritter, a su servicio."
No pude evitar admirar su auto-posesioá n. Pocas personas recuerdan sus
modales despueá s de haber sido derribadas y casi desmanteladas.
"Mucho gusto", le dije. "Permíátame presentarle al Dr. Nefret Forth."
Von Raubritter ya se habíáa quitado el casco; se inclinoá al estilo formal
alemaá n mientras Nefret sonreíáa y asintioá . Antes de que cualquiera de los dos
pudiera continuar con las cortesíáas, Emerson dijo:"¿Quieá n diablos..."
Levanteá mi voz a un tono bien educado que puede silenciar incluso a
Emerson. "El Sr. von Raubritter es obviamente uno de los empleados de
Morgenstern, querida. No teníáas por queá derribarlo".
"Entonces, ¿quieá n era el otro tipo?"
"¿Queá otro tipo?", preguntoá von Raubritter.
"El tipo peludo", grunñ oá Emerson. "Pelo negro por todas partes."
"Vi a alguien huir", dijo von Raubritter, obviamente desconcertado por esta
descripcioá n. "Pero soá lo vi su espalda. Ciertamente no tenemos tal..."
"Hombre Hirsuto", dije amablemente. "Imagina un oso."
Se encogioá de hombros. "Ninguno de los hombres se ajusta a esa
descripcioá n."
"Aha." Emerson me dio una mirada significativa. "¿Ves, Peabody?"
"No, no lo seá , Emerson."
"Deberíáa ser obvio, Peabody."
"No lo es, Emerson."
Von Raubritter se rioá . Pequenñ as abolladuras en las esquinas de sus labios le
daban una mirada bondadosa, como si siempre estuviera a punto de sonreíár.
"Queá placer es escuchar intercambios domeá sticos tan afectuosos. Como
dedujo, soy el segundo al mando de Herr Morgenstern. Si me disculpan..."
Le hice un gesto al Sr. Buddle. "Este caballero dice hablar en nombre de Herr
Morgenstern."
Buddle agitoá la cabeza. "Simplemente repetíá lo que me dijo. Represento los
intereses de mi empleador".
"No tiene autoridad sobre el lugar", dijo von Raubritter.
"Bueno, entonces," dijo Emerson, "echaremos un vistazo raá pido, en caso de
que notemos algo que Morgenstern haya pasado por alto."
El descaro de esta afirmacioá n dejoá al joven estupefacto. "Pero, pero, senñ or",
tartamudeoá .
"No es necesario que vengas con nosotros", dijo Emerson de una manera
amable. "Tienes trabajo que hacer."
Vino con nosotros, aunque tuvo que correr para alcanzarnos, porque
Emerson no se habíáa detenido. Lo mismo hizo el Sr. Buddle, que se habíáa
quedado callado, tal vez porque se habíáa quedado sin aliento para hablar. Una
vez que Emerson, Nefret y von Raubritter se adelantaron lo suficiente como
para estar fuera del alcance del oíádo, tomeá el brazo del Sr. Buddle y lo hice a un
lado.
"Hay algo que debo decirte", le dije. "Podríáas estar en grave peligro."
"Eso se me pasoá por la cabeza cuando su marido empezoá a tirar al suelo a
personas inocentes", dijo secamente. "El hombre que usted describioá como
pesimista es un misionero que ha estado observando la excavacioá n de vez en
cuando. EÉ l y Herr Morgenstern son muy amigables. Su marido deberíáa haberle
dado la oportunidad de presentarse."
No vi ninguna necesidad de defender las acciones de Emerson, que eran
justificables en la situacioá n actual. "En El Cairo, nos encontramos con un
criminal que teníáa una tarjeta con tu nombre escrito en ella. Ya no es una
amenaza, pero puede que tenga socios que quieran hacerte danñ o".
El Sr. Buddle me miroá fijamente. "¿Quieá n es este hombre?"
"Puede que haya estado usando el alias'Judas'. La policíáa no ha sido capaz de
identificarlo adecuadamente."
"¿Un hombre llamado Judas que ya no es una amenaza? Sra. Emerson,
sospecho que el calor ha confundido sus sentidos," murmuroá con una voz
cargada de condescendencia. "¿Por queá no buscas un lugar a la sombra para
descansar, pobre mujer?"
En lugar de molestarme en inventar una respuesta mordaz, aumenteá mi
ritmo hasta que llegueá al lado de Emerson. Me miroá con curiosidad, pero no
estaba de humor para contar el intercambio y poner seriamente en peligro el
bienestar del Sr. Buddle.
Seguidos por el habitual tren de ninñ os curiosos y fellahin, nos encaminamos
por el borde del cultivo. Estaá bamos pasando por un grupo de casas humildes
ubicadas en un pequenñ o bosque de palmeras cuando Emerson se detuvo y se
giroá con la rapidez de una pantera que puede mostrar cuando quiere. Una de
las mujeres que nos seguíáa era un poco maá s alta que la mujer egipcia
promedio, y estaba envuelta de pies a cabeza en negro, excepto por un par de
ojos oscuros de color kohl. Emerson y yo tenemos una misma mente y un
mismo corazoá n; siempre seá lo que estaá pensando, a veces antes de que eá l
mismo lo sepa, asíá que cuando Emerson se precipitoá hacia la mujer, pude
evitar que la tirara al suelo.
"¡Estaá escondiendo algo bajo su burka!" exclamoá , tratando de ahuyentarme.
Habíáa ciertamente un bulto, pero si Emerson no hubiera estado tan
obsesionado con los asesinos potenciales, probablemente habríáa llegado a la
conclusioá n maá s obvia. Incluso despueá s de que la mujer cayera de rodillas,
gritando, eá l continuoá manteniendo su agarre sobre su hombro.
"Emerson, ¿queá demonios estaá s haciendo?" Lloreá , tirando inuá tilmente de su
brazo. "Estaá embarazada".
"¿Queá mejor disfraz para nuestro viejo enemigo Sethos que el de una mujer
embarazada?" Emerson cacareoá . "¡Mira sus ojos, Peabody! No son negros, sino
marroá n verdoso".
"No es el uá nico que tiene ojos de esa sombra", le contesteá . "Puede ser capaz
de hacerse pasar por una mujer embarazada, pero esta mujer va a dar a luz
pronto. Ni siquiera Sethos podríáa simular esa actividad."
"¡Oh, buen Gad!" Emerson soltoá a la mujer como si se hubiera vuelto muy
caliente. "¿Estaá s seguro?"
"Síá", declaroá con firmeza Nefret. "Ayuá danos a meterla en su casa".
Emerson, que se habíáa ocupado de las heridas sangrientas, incluidas las
suyas, con un aplomo perfecto, retrocedioá , con los ojos bien abiertos. "No
importa", le dije. "Soá lo vete. Nefret y yo podemos arreglaá rnoslas".
Lo cual hicimos, por supuesto.
Veinte minutos despueá s, salimos de la casa y encontramos a Emerson cerca.
"¿Estaá bien?", preguntoá ansioso. "¿El bebeá ?"
"Ambos estaá n bien", le aseguroá Nefret. "Su madre estaba extaá tica de tener a
Sitt Hakim y Nur Misur en su casa y fue inflexible en cuanto a que tenemos teá e
higos de menta. Despueá s de examinar brevemente a la joven, le asegureá que su
bebeá naceríáa en los proá ximos díáas. Aunque soá lo tiene quince o dieciseá is anñ os,
no es su primer hijo". Una sombra aparecioá en su cara, pero mantuvo su
mirada.
Una vez maá s mi a veces ridiculizado (por Emerson) cinturoá n de
herramientas resultoá uá til en la limpieza de las manos, ya que llevo conmigo
tanto agua como alcohol (el alcohol estaá en forma de whisky, sirviendo asíá en
dos capacidades, la de restaurador y la de desinfectante). Despueá s de que
Nefret goteara unas gotas sobre un panñ uelo y comenzara a frotar sus manos,
tomeá un discreto sorbo. Si mi amado esposo continuara saltando sobre la
gente, necesitaríáa fortaleza.
Seguimos nuestro camino, siguiendo la líánea de cultivo en la medida de lo
posible antes de entrar en el desierto. Buddle no estaba a la vista, pero cuando
nos acercamos al lugar donde trabajaba el equipo de Morgenstern, vi a von
Raubritter observando nuestro acercamiento con cierto aire de aprensioá n.
Para dar al ausente Morgenstern lo que se merece, habíáa estado trabajando
con casi el mismo grado de experiencia que Emerson y yo habríáamos
demostrado. Una vez identificada lo que debioá ser una de las principales calles
de la ciudad, excavoá metoá dicamente las estructuras que la habíáan forrado y asíá
la definieron. Eran una mezcla interesante, villas senñ oriales intercaladas con
casas bajas y edificios diversos. Los hombres auá n no habíáan alcanzado el nivel
del suelo en un patio lleno de escombros. Se detuvieron de inmediato ante una
aguda palabra de von Raubritter.
Pero el orden llegoá demasiado tarde; soá lo quedaban unos centíámetros de
arena y hasta yo podíáa ver una forma demasiado regular para ser una
formacioá n natural. Con una fuerte exclamacioá n, Emerson se arrodilloá junto al
aá rea excavada y tomoá un cepillo para limpiar el objeto de los restos de arena.
Mi grito de "¡Emerson!" mezclado con el "¡No, profesor!" de von Raubritter fue
en vano. Soá lo la moderacioá n fíásica puede detener a Emerson cuando estaá tras
un hallazgo importante.
"Es la cabeza de una reina o princesa", pronuncioá Emerson mientras se
levantaba. "Parte de una estatua compuesta. La corona habríáa sido una pieza
separada, unida por medio de esta protuberancia. Como ves, Peabody, no
estaba terminado. La superficie no estaá pulida, y la tenue líánea vertical de la
frente a la barbilla indica que el escultor teníáa la intencioá n de seguir
trabajando en ella".
Von Raubritter no podíáa limitarse a mostrar un conocimiento superior.
"Esto es parte del taller de un escultor llamado Thutmose. Me dijeron que el
senñ or Borchardt estaba eufoá rico cuando se encontroá con un intermitente de
marfil entre la basura. Fue inscrito con el nombre y cargo de Tutmose como
escultor oficial de la corte de Akenatoá n. Desde que Herr Morgenstern se hizo
cargo, hemos descubierto maá s de una docena de moldes de yeso de caras y
cabezas llenas, junto con herramientas y frascos de pigmentos".
Emerson levantoá las cejas. "Es una mujer. ¿Crees que podríáa ser la reina
Nefertititi?"
Reprimíá un fuerte impulso de empujar a Emerson con algo afilado, pero
como me resistíá a empunñ ar mi sombrilla por segunda vez en menos de una
hora, tuve que contentarme con una reprimenda susurrada. "Esa no fue una
decisioá n sabia, Emerson. Míáralos."
"Ellos" eran los sospechosos habituales: posibles ladrones de tumbas y
otros delincuentes, dispersos entre la banda de gente curiosa por ver queá
haríáamos a continuacioá n y quieá nes nos habíáan seguido. Se habíáan detenido
cuando nos detuvimos, a una distancia segura de Emerson, y hubo una buena
cantidad de empujones cuando todos trataron de obtener la mejor vista.
Reconocíá el ojo blanco ciego y las cejas heladas de Mahmud Farouk, la barba
de Asmar, el rostro de Mustafaá Ahmed de nuestra primera estancia en Amarna.
Si Sethos estaba entre ellos, estaba bien disfrazado.
"Volveraá n esta noche," continueá ,"porque saben que donde hay uno, puede
haber maá s."
"No permitireá eso", dijo Emerson. Levantoá la voz a su famoso bramido.
"¡Estareá aquíá esta noche, toda la noche! "El que quiera desafiar la ira del Padre
de las Maldiciones...
"Has dejado claro tu punto, querida, y muy elocuentemente. Ahora dale el
pincel al Sr. von Raubritter. Ha sido un díáa ajetreado y me gustaríáa disfrutar de
un almuerzo tardíáo y descansar".
Emerson pasoá el pincel a von Raubritter y luego le entregoá la cabeza, pero
con una visible reticencia a confiar en otra persona para que lo descubriera. Al
cuadrar los hombros, von Raubritter dijo: "Aprecio su oferta de ayudar a
guardar el alijo, profesor, pero esa es mi responsabilidad. Con el debido
respeto, creo que el senñ or Morgenstern no..."
"Agradezco que interfiramos con el trabajo de otra excavadora", les
proporcioneá . "Tiene razoá n, Herr von Raubritter. No volveraá a suceder. Dudo
que tengas problemas esta noche. Les deseo un buen díáa. Vamos, Emerson."
Emerson sintioá que le iban a reganñ ar, como eá l lo habríáa llamado. Mis leves
recordatorios de comportamiento apropiado a veces eran tomados como tales
por mi sensible esposa. Me ofrecioá su brazo mientras nos retiraá bamos al
dahabeeyah. Una vez que estuvimos en el saloá n, Nefret se retiroá con tacto.
"Supongo -comenzoá Emerson- que estaá a punto de sermonearme por
entrometerse en los deberes de von Raubritter. Maldita sea, Amelia, no puedo
permitirlo"
Sabíáa que yo estaba en desventaja porque eá l habíáa usado mi nombre de pila
en lugar de "Peabody", que eá l habíáa usado originalmente como un teá rmino de
burla, pero que se habíáa convertido en un teá rmino de respeto y afecto. Me
negueá a que me pospusieran.
"Me he abstenido de interrogarte sobre tu extranñ o comportamiento porque
esperaba que el víánculo entre nosotros te llevara a confiar en míá
voluntariamente. Ese víánculo parece haberse debilitado, asíá que debo
preguntar: ¿Por queá sigues saltando sobre gente que no ha hecho nada para
provocarte? ¿Queá sabes tuá que yo no sepa? Si esto se ha convertido en un
haá bito involuntario..."
"¡No digas tonteríáas, Peabody!" Emerson chasqueoá , frotaá ndose la barbilla
tan vigorosamente que se enrojecioá . "No estoy sujeto a haá bitos involuntarios.
Mi comportamiento es, como siempre, perfectamente racional."
"En ese caso, no se opondraá a que me lo explique."
"Oh, el diablo", murmuroá Emerson, "Supongo que debo hacerlo. Me lo
sacaraá s de todos modos. Me sorprende un poco que no se le haya ocurrido la
misma explicacioá n. ¿Quieá n maá s que yo intervendríáa para protegerte?"
"Ah," dije. "Temes que haya otro asesino aquíá en Amarna, y disfrazado.
Bueno, confieso que me siento aliviado. Esa suposicioá n hace que tu reciente
haá bito de saltar sobre la gente sea explicable, aunque sea precipitado".
"Para ser honesto, Peabody, esa idea no se me habíáa ocurrido. Ninguá n
asesino atacaríáa cuando estaá s rodeado de otras personas, especialmente yo.
Ambos sabemos que Sethos estaá aquíá. ¿Y si ha estado esperando la
oportunidad de secuestrarte de nuevo?"
"Parece verosíámil -reconozco-, sobre todo porque el senñ or Morgenstern
parece haber hecho un descubrimiento significativo. Es un imaá n tanto para los
ladrones locales como para los del continente. Pero debes aplicar la razoá n
antes de derribar a la gente. Por ejemplo, Sethos no puede ser el Sr. Buddle. Es
15 centíámetros maá s bajo que Sethos".
"Yo no derribeá a Buddle", dijo Emerson con justicia propia. "Von Raubritter
podríáa ser Sethos. Es de la altura correcta, y una cicatriz puede ser un
elemento de disfraz. Distrae a uno de los otros rasgos."
Contento de oíárle discutir luá cidamente, asentíá con la cabeza. "Bien hecho,
querida. Sin embargo, un candidato maá s probable es el caballero cubierto de
pelo negro. No podemos seguir llamaá ndolo'el hombre hirsuto'; debe tener un
nombre y una razoá n plausible para estar aquíá. El Sr. Buddle lo identificoá como
un misionero que rondaba por el lugar, pero debemos investigar maá s a fondo.
Selim es la persona obvia a quien preguntar. ¿Doá nde estaá eá l?"
"En la maldita Villa de los Trabajadores, supervisando a los hombres."
"Donde deberíáamos haber estado, en lugar de entrometernos en la
concesioá n de Herr Morgenstern."
"No es mi culpa, Peabody. Con la mitad de mi personal desaparecido, habíáa
poco que hacer hoy. ¿Doá nde diablos estaá Ramseá s? Le envieá una carta el mes
pasado diciendo que los necesito a eá l y a David. ¿Coá mo puedo concentrarme
en el trabajo cuando hay todas estas distracciones? Protegerte, querida, tiene
prioridad sobre todas las demaá s cosas".
Avanzoá sobre míá, con los brazos extendidos, y le permitíá que me abrazara
con carinñ o. Disfruto de los abrazos de Emerson en todo momento, y esperaba
que eá ste lo mantuviera en un estado de aá nimo maá s suave.
Desafortunadamente sus atenciones acababan de llegar a una etapa
interesante cuando una voz desencarnada anuncioá : "El almuerzo estaá servido".
La voz era la de Mahmoud, nuestro excelente administrador. A eá l y a los
otros sirvientes les gustaba saber que estaá bamos "siendo amigos", como dijo
uno de ellos, pero a Emerson no le gustaba que lo vieran cuando eá l estaba
siendo amigo, y a míá tampoco.
Nefret habíáa decidido cenar en su cabanñ a. Comimos en la cubierta superior,
como era nuestra costumbre cuando hacíáa buen tiempo, como era el caso hoy.
El cielo era azul, y el aire era tan claro que podíáamos ver el barrido de los
acantilados que lo rodeaban, blanqueados de amarillo paá lido por la luz del sol.
A nuestra llegada, envieá a uno de nuestros companñ eros a buscar a Selim.
Cuando aparecioá , Emerson lo saludoá con mucho gusto.
"Gracias por venir, Selim. Sieá ntate y uá nete a nosotros".
Selim asintioá con la cabeza y dijo: "Padre de las Maldiciones, ya he
interrogado a los aldeanos locales sobre la persona peluda. Su nombre es
Theodor Dullard y ha estado predicando al fellahin sobre Issa."
"¡Jesuá s!" exclamoá Emerson.
"¡Emerson!" exclameá .
"Soá lo traduciendo, querida. Como parece haber olvidado,'Issa' es la palabra
aá rabe para Jesuá s, que es considerado como un gran profeta por los
musulmanes. Hay que advertir a Dullard, Selim. Los musulmanes no toleran a
los proseá litos".
"Estaá predicando a los cristianos", dijo Selim.
La Iglesia Copta ha existido en Egipto desde el primer siglo. Inicialmente
tolerada por los conquistadores musulmanes, ocasionalmente perseguida, ha
florecido en ciertas zonas de Egipto. Habíáa una aldea predominantemente
copta en la regioá n. Habíáamos tenido muy poco que ver con sus residentes, ya
que todos nuestros obreros estaban relacionados en cierto grado con
Abdullah, y todos eran musulmanes devotos. La"predicacioá n a los cristianos",
como dijo Selim, era aceptable ya que a nadie -excepto quizaá s a los coptos- le
importaba lo que pensaban.
"Asíá que el Sr. Dullard es realmente un misionero", le dije.
"Siguen apareciendo, ¿no?" Emerson apartoá su plato y buscoá su pipa. "Uno
supondríáa que se habríáan dado cuenta de que han avanzado poco y se habríáan
rendido."
"Cuando uno recibe oá rdenes de Dios, no se da por vencido", le dije.
"Emerson, creo que le debemos una disculpa al Sr. Dullard. Lo invitareá a tomar
el teá con nosotros. Si estaá s de acuerdo, eso es".
"¡Maldita sea la disculpa!", dijo Emerson. "Me niego a disculparme con ese
tipo. Pero, por supuesto, invíátalo a tomar el teá . Selim, ¿sabes doá nde se aloja?"
"Con los coptos en Deir el-Mowass", dijo Selim raá pidamente. "Enviareá a
Daoud con una carta si quieres."
Fui a mi escritorio y escribíá una nota breve pero amigable. "Dile a Daoud
que espere una respuesta", le dije.
Asumo parte de la responsabilidad de lo que iba a pasar. Debido a la fatiga,
no pude observar un brillo familiar en los ojos de Emerson.
Tres

Tan pronto como recibíá una nota de retorno del Sr. Dullard aceptando nuestra
invitacioá n, pedíá un teá expansivo, con una seleccioá n de pasteles y mermelada de
fresa en lata para acompanñ ar a los bollos. He observado que los misioneros
tienen un apetito excelente cuando hay un amplio suministro de comida
disponible. Sin duda, sus congregaciones los mantienen en raciones cortas
como ejemplos de fortaleza cristiana.
De camino a nuestra cabanñ a, me detuve y toqueá suavemente la puerta de
Nefret. No hubo respuesta, asíá que mireá dentro y vi que la querida ninñ a estaba
profundamente dormida. La idea de una siesta era muy atractiva, pero
necesitaba lavar el hollíán del viaje en tren y el polvo de la extensioá n rocosa de
Amarna, arreglarme el pelo y ponerme un vestido de teá adecuado para nuestro
invitado.
El Sr. Dullard llegoá puntualmente a las cuatro. Intenteá no mirarle fijamente,
pero sin duda era una figura extraordinaria. Si sus pies hubieran estado
desnudos, estaba seguro de que tendríáan la misma capa gruesa de pelo negro
que sus manos. Cuando me saludoá con una voz precisa y aguda, tuve
dificultades para controlar mi reaccioá n porque el contraste entre su apariencia
y su habla era tan extremo. Mientras lo acompanñ aba al saloá n, le ofrecíá una
breve disculpa por el ataque de Emerson, ya que Emerson habíáa dejado claro
que eá l mismo no haríáa tal cosa, bajo ninguna circunstancia, y mi mera
sugerencia de que lo hiciera era absurda. Al menos creo que eso fue lo que
dijo, ya que su bramido resonaba en el saloá n y habíáa insertado un notable
nuá mero de palabras de maldicioá n en su diatriba. Mientras esperaá bamos a que
se sirviera el teá , me quedeá con comentarios generales sobre el tiempo. Nuestro
invitado contestoá en especie, mientras que Emerson resoplaba
perioá dicamente.
El misionero se metioá en la comida con buen apetito. Estaba terminando su
tercera taza de teá cuando de repente Emerson cruzoá la mesa y lo agarroá por la
barba.
Dullard dejoá caer su taza y empezoá a gritar de dolor y sorpresa. Despueá s de
varios tirones bruscos, Emerson lo liberoá .
"¡En serio, Emerson!" Griteá . "Discuá lpate con el Sr. Dullard de inmediato."
"No lo hareá ", contestoá Emerson con una complacencia enloquecedora. "Era
necesario que me asegurara de que su apariencia hirsuta es genuina y no se
asume con el propoá sito de disfrazarse."
Las laá grimas llenaron los ojos de Dullard. "Me parece muy poco amable,
senñ or, que se burle de mi desafortunada apariencia. Es un rasgo hereditario de
la familia, y una fuente de dolor para nosotras, mis hermanas en particular".
"¡Por el amor de Dios, hombre, no llores!", dijo Emerson. "¡Y no te arrastres!
Mantente firme y no te disculpes por algo que no puedes evitar".
"Emerson", dije. "Mira los ojos del Sr. Dullard."
"¿Por queá deberíáa hacerlo?"
"Mira sus ojos. ¿Cuaá l es la uá nica caracteríástica de Sethos que le cuesta
trabajo disfrazar?"
"Hmph", dijo Emerson. Sabíáa la respuesta, pero era reacio a admitir que
habíáa actuado precipitadamente.
"Los ojos de Sethos son una sombra indeterminada entre el verde y el
marroá n. Los del Sr. Dullard son de color marroá n oscuro".
Emerson paroá con"Seá que eres consciente de las lentes escleroá ticas
artificiales creadas por Frick, y mejoradas por Girard en los anñ os ochenta. Una
persona disfrazada podríáa haber encontrado una forma de alterar el color de
sus ojos".
"Para nada, Emerson. Ya me habíáa dado cuenta de que no lleva cosas tan
peculiares", dije tras una breve mirada a los ojos de nuestro hueá sped.
"¿Entonces por queá se escapoá esta manñ ana?"
"¡Porque me tiraste al suelo y empezaste a golpearme!" Chirrioá Dullard.
"Luego te escapaste."
"No me parecioá prudente quedarme y soportar maá s palizas."
"¡Asíá que tomaste la salida del cobarde y huiste!" El tono de Emerson fue
triunfal.
"Mis creencias religiosas me impiden herir a los hijos de Dios." El ojo
izquierdo de Dullard, casi escondido bajo una ceja negra y erizada, se movioá .
"Por lo tanto, no tuve maá s remedio que irme en vez de defenderme."
La mandíábula de Emerson se adelantoá . "¿Cree que es capaz de hacerme
danñ o?"
"Yo era un luchador profesional antes de que me llamaran a difundir la
palabra de Dios. Durante casi quince anñ os, viajeá en una caravana por los
Yorkshires. Me conocíáan como"Barbanegra". En Alemania me
llamaban"Schwarbar" u"Oso Negro". Nunca fui derrotado por el hombre ni por
la bestia."
"Ni ardilla ni escudero", dijo mi marido con una mueca de desprecio.
Puse fin a este diaá logo improductivo preguntando: "¿Puedo preguntarle, Sr.
Dullard, queá secta u organizacioá n lo patrocina?"
"Los Hermanos Iluminados de la Iglesia del Padre, Hijo y Espíáritu Santo.
Somos un pequenñ o grupo dedicado a difundir el Evangelio por todo el mundo.
Hacerlo es una dificultad, ya que hemos hecho votos de pobreza y debemos
confiar en la caridad de los extranñ os".
Emerson hizo un ruido de estrangulamiento.
"¿Otro bollo, Sr. Dullard?" Dije brillantemente.

Acostumbrado como estoy a los haá bitos impredecibles de mi hijo, su aparicioá n


en el desayuno de la manñ ana siguiente produjo una resonante exclamacioá n de
sorpresa de mi parte.
"Me disculpo por asustarte, madre", dijo Ramseá s mientras se inclinaba para
besar mi mejilla. Asintioá a Emerson, que auá n no habíáa consumido suficiente
cafeá para ser corteá s. "Llegueá tarde anoche y decidíá no despertarte a ti y a papaá .
Como esperaba de ella, Faá tima teníáa mi habitacioá n lista para míá".
"Siempre estaá listo para ti", dijo Faá tima. Ella apretoá sus manos y le dio una
amplia sonrisa.
Las esquinas de la boca de Ramseá s aparecieron con una sonrisa de
respuesta. Daba calor a un semblante que normalmente era impasible y difíácil
de leer. Su colorido era el de los egipcios, entre los que habíáa pasado gran
parte de su vida: una piel marroá n claro y ojos oscuros, y un pelo negro
exuberante con tendencia a rizarse, contra el que Ramseá s habíáa luchado maá s o
menos sin eá xito desde su infancia. Sus rasgos no eran desagradables, aunque
su nariz era demasiado prominente y su mandíábula demasiado angulosa para
ser considerada guapa. Curiosamente, un sorprendente nuá mero de joá venes lo
encontraron preposicionando. Por lo general, habíáa unos cuantos alrededor de
eá l, agitando sus pestanñ as y arrullando tonteríáas. Direá de Ramseá s que eá l no los
animoá . Al menos creo que no lo hizo. Seguramente no... ..
Abandoneá esta líánea de pensamiento. "¿Estaá David contigo?" Le pregunteá . EÉ l
y Ramseá s son maá s cercanos que la mayoríáa de los hermanos; Lia y Nefret se
consideran hermanas y mejores amigas. Este afecto familiar es una bendicioá n
que he agradecido en muchas oraciones.
"Estaá fuera de El Cairo, visitando a sus parientes, pero lo espero esta noche
o manñ ana."
Faá tima puso delante de eá l un plato desbordante de huevos y tostadas.
"¿Doá nde estaá Nefret?" preguntoá Ramseá s.
"Aquíá", anuncioá desde la puerta. "Buenos díáas, tíáa Amelia y profesor. Ramseá s,
me alegro de volver a verte."
"Y tuá tambieá n." Se levantoá y le dio lo que yo percibíá como un abrazo
superficial. EÉ l le sostuvo la silla y ella ocupoá su lugar en la mesa.
"Come", instoá Faá tima. "Estaá s muy delgado, Ramseá s."
Cuando Ramseá s empezoá a comer, Nefret dijo: "¿Queá te pasa en el brazo?"
"No es nada."
"Deá jame ver."
Emerson, terminando su segunda taza de cafeá , era ahora capaz de darse
cuenta del mundo que lo rodeaba. Se aclaroá la garganta. "Maá s vale que
cumplas. Te perseguiraá hasta que lo hagas".
Con un suspiro audible, Ramseá s dejoá su tenedor y se arremangoá la manga.
Alguien, probablemente David, teníáa un panñ o de limpieza cuestionable
alrededor de un largo corte en el antebrazo derecho de Ramseá s.
"Necesita ser desinfectada y vendada de nuevo", dijo Nefret con firmeza.
"¿No puede esperar hasta despueá s del desayuno? Tengo hambre."
"Oh, supongo que síá. Ya has contaminado la herida. ¿Cuaá ndo ocurrioá esto?"
"Hace unos díáas", dijo Ramses. "El carguero que David y yo tomamos de
Palestina encontroá mal tiempo durante todo el viaje, y ambos nos sentimos
mal cuando atracamos en Alejandríáa. Nos quedamos en un hotel durante dos
noches y luego tomamos el tren a El Cairo. Como mencioneá , David fue a la
aldea de sus primos. Teníáa que ocuparme de unos asuntos, entre ellos,"-miroá a
Emerson-"averiguar doá nde estabas".
"Lo cual hiciste", respondioá Emerson suavemente mientras le permitíáa a
Faá tima que rellenara su taza de cafeá . "Seraá difíácil encontrar en El Cairo a
alguien que no sepa doá nde estoy en un momento dado."
"Apreciaríáamos algunos detalles maá s sobre este ataque, si no les importa",
dije. Me estremecíá cuando se me ocurrioá una de mis famosas premoniciones,
que rara vez son falsas.
"Fue bastante extranñ o, en realidad", dijo Ramses. "Fui al Khan el-Khalili para
tener una pequenñ a charla con Aslimi sobre algunas antiguü edades falsas que ha
estado vendiendo a turistas creá dulos. Iba de regreso cuando alguien me atacoá
desde una puerta oscura. Levanteá mi brazo a tiempo para proteger mi
garganta y logreá desarmar al hombre, pero eá l se puso en sus talones y lo perdíá
en ese laberinto de calles estrechas y callejones". Volvioá a comer.
Esa breve descripcioá n de un encuentro mortal era tíápica de Ramseá s. En este
caso queríáa pedir maá s detalles, pero Nefret estaba golpeando su pie y
frunciendo el cenñ o como una nube de truenos, asíá que le dije: "Ramseá s, por
favor, ve con Nefret y deja que se ocupe de ese corte".
"Síá, madre", contestoá sin entusiasmo.
Emerson y yo habíáamos terminado de comer cuando Ramseá s regresoá con
vendas que le cubríáan todo el antebrazo.
"Madre, ¿realmente necesito todo esto? Es como si estuviera planeando
momificarme, un apeá ndice a la vez."
"Deá jalo," dije,"o trata con Nefret con su ira."
Ramseá s sonrioá mientras Faá tima poníáa otra bandeja de comida frente a eá l.
"Nefret sintioá la necesidad de un banñ o de esponja y un cambio de ropa
despueá s de tratar con mi herida que se filtraba. Un fisgoá n podríáa haberla
considerado la"Hija de las Maldiciones". Su vocabulario era impresionante."
"Ramseá s, debes comer para que tu brazo sane", suplicoá Faá tima.
EÉ l tomoá obedientemente su tenedor y yo le dije: "Antes de que empieces,
Ramseá s, responde a una sola pregunta. ¿Coá mo era la persona que te atacoá ?"
"Estaba oscureciendo. No le echeá un vistazo a sus rasgos, soá lo a su esquema
general. Era alto para ser egipcio, y no muy fuerte. Se movioá con la agilidad de
un joven. Lo maá s extranñ o fue que llevaba gafas. Una lente captoá la luz, aunque
se oscurecioá ..."
"¡No eran gafas!" exclameá . "¡Eso era un monoá culo!"
"¿Un queá ?" Ramses dijo.
Emerson abrioá la boca.
"Te lo explicareá ", dije. "La situacioá n es algo compleja y requiere cierta
cantidad de informacioá n de fondo."
Emerson cerroá la boca y yo continueá . "Como saben, la Deutsche Orient-
Gesellschaft tiene el nombre de Amarna. El Sr. Maspero nos dio permiso para
excavar en la Aldea de los Trabajadores".
"Extraordinario", dijo Ramseá s. "Como regla general, la concesioá n incluye
todo el sitio."
"Inusual, al menos", reconocíá. "Mi teoríáa es que el senñ or Morgenstern se ha
encontrado con algo de suficiente importancia que ha tenido prioridad sobre
su excavacioá n. No lo hemos visto desde que llegamos. La obra se desarrolla
bajo la direccioá n de su subordinado, un hombre llamado von Raubritter, pero
no es propio de Herr Morgenstern delegar cuando aparecen hallazgos
interesantes. Ayer tu padre descubrioá una cabeza muy hermosa, aunque
inacabada, que puede ser la de Nefertiti. Hay pruebas convincentes de un
taller que pertenecioá a un escultor llamado Thutmose".
Las cejas negras de Ramseá s subieron. "¿Padre descubrioá la cabeza?"
"No teníáa por queá hacer algo asíá", dije antes de que Emerson se abriera paso
en el discurso. "Habíáamos ido al lugar en una misioá n perfectamente abierta y
apropiada -saludar a un viejo amigo-, ignoreá una maldicioá n balbuceada, y
conversar con eá l sobre la forma en que debíáamos trabajar juntos. Su
tripulacioá n habíáa despejado parcialmente un patio y su padre..." Llameá la
atencioá n de Emerson y modifiqueá lo que habíáa empezado a decir. "El ojo
entrenado de tu padre vio una forma, ¿no es asíá, Emerson? Una forma que le
decíáa algo de intereá s estaba fuera de su vista. No pudo resistirse a arrastrar la
arena para exponerla. Fue un error de su parte, pero comprensible".
"Maldito sea el mal", grunñ oá . "El mayor pecado de la arqueologíáa es que el
excavador permita que continuá en las excavaciones sin supervisioá n. Podemos
confiar en que nuestra gente nos entregaraá los descubrimientos, pero no es el
caso de todos los hombres. Si apareciera un objeto pequenñ o y faá cil de ocultar,
la tentacioá n de esconderlo seríáa..."
"El ushebti", dije. "Eso debe haber sido lo que pasoá . Uno de los hombres lo
encontroá , se dio cuenta de su valor y lo ocultoá ..."
"Disculpe, madre", dijo Ramseá s, un poco exasperado, "pero en este momento
estoy menos interesado en las actividades de Herr Morgenstern que en su
afirmacioá n de que mi agresor llevaba un monoá culo. Incluso usted debe
reconocer que fue un comentario muy peculiar."
"Mi comentario no es nada peculiar en el sentido de que una persona que
llevaba un monoá culo irrumpioá en mi cuarto de banñ o en casa de Shepheard",
expliqueá . "No, Ramseá s, no interrumpa mi narrativa ordenada. Coá mete el
desayuno. Puedes hacer preguntas cuando haya terminado."
Ramseá s se las arregloá para controlarse, aunque sus cejas seguíáan subiendo y
bajando y en un momento dado dejoá salir un gorgoteo ahogado. Cuando
termineá , se tomoá un respiro muy largo, lo dejoá salir y dijo: "Acostumbrada
como deberíáa estar a la actividad de tu vida, madre, no seá queá decir primero.
Los monoá culos parecen conectar los ataques contra nosotros, ¿pero queá
diablos significan?"
"Espero que sean la insignia de una sociedad secreta", dije. "Si es necesario,
los asesinos pueden reconocerse en puá blico."
"¡Una sociedad secreta!" exclamoá Emerson. "¡Tonteríáas! ¿Debes elevar a la
llamada banda de matones a un rango superior? ¿Seraá n pronto agentes de una
conspiracioá n global?"
Le di una buena mirada. "Entonces, ¿el hecho de que ambos hombres
llevaran monoá culos fue una mera coincidencia?"
Como no se le ocurrioá una respuesta, Emerson se vio obligado a decir: "Los
monoá culos son un elemento extranñ o. A juzgar por el ejemplo que examineá , no
teníáan ninguá n propoá sito praá ctico. La lente rota era de cristal transparente, sin
aumento. Supongo que podríáa haber sido usado para iniciar un incendio
enfocando los rayos del sol, pero ¿por queá molestarse con eso cuando hay
cerillas disponibles?"
"Posiblemente", respondioá Ramseá s, "porque los fragmentos afilados de
vidrio pueden infligir heridas mortales y desfigurantes. Es un arma simple".
"Oh, Dios míáo", dije.
"Habríáa empleado una palabra maá s fuerte", dijo Emerson. Se encogioá de
hombros en su abrigo y se dirigioá a la puerta. "Selim ha reunido a toda la
tripulacioá n, y me necesitan."
"Ponte el casco de la meá dula", le dije.
"¿Por queá ? Siempre pierdo las cosas malditas, y luego te quejas."
"Emerson, habraá personas presentes a las que no les gustes. Te temen, síá,
pero un misil lanzado por un miembro de la multitud puede ser maá s o menos
anoá nimo".
Se golpeoá la cabeza con el casco de meá dula con tal fuerza que el impacto
resonoá durante varios segundos. Hizo una pequenñ a mueca de dolor. "Ramseá s,
tienes mi autorizacioá n para encerrar a tu madre... No, pero no la pierdas de
vista. Quiero que tuá o Nefret esteá n con ella a cada momento."
"De verdad, Emerson", dije. "¿Hay alguna razoá n por la que no deba
acompanñ arte? Seguramente estaríáa maá s seguro contigo que con cualquier
otro".
"Bueno, er, hmph."
"Madre tiene razoá n", admitioá Ramses. "Esperareá a Nefret, y no estaremos
maá s de quince minutos detraá s de ti. A plena luz del díáa, con nosotros tres, asíá
como con Selim, Daoud y la tripulacioá n que la rodea, se necesitaríáa un asesino
muy eficiente para acercarse a ella".
Era una suposicioá n razonable.

Emerson se detuvo para hablar con Selim, que estaba esperando en nuestro
pequenñ o muelle. Camineá adelante. No tuve ninguna advertencia, soá lo un
repentino estallido de un ritmo estruendoso detraá s de míá, antes de que un
brazo como un cordoá n de laá tigo me rodeara la cintura, me levantara y me
depositara con una fuerza notable sobre una superficie dura, en este caso, una
silla de montar.
Estaba vestido con la voluminosa tuá nica negra de un Touareg, el tradicional
velo azul que ocultaba todos sus ojos. Conocíáa esos ojos, sin embargo, y
tambieá n la voz que decíáa: "Deja de retorcerte, Amelia. Si te caes, te saldraá n
algunos moretones desagradables".
"Ya he sufrido varios moretones desagradables", respondíá enojado. "¿Queá
significa esta representacioá n teatral, Sethos?"
"Creíá que te gustaban las representaciones teatrales. ¿Queá puede ser maá s
romaá ntico que ser arrebatado por un jinete velado en un caballo blanco y
llevado al desierto? En serio", prosiguioá , antes de que yo hubiera formulado
una respuesta suficientemente burlona, "queríáa tener una conversacioá n
privada con usted. Es difíácil encontrarte solo".
"Por supuesto, repetireá todo lo que le digas a Emerson."
"Ese es su privilegio." Redujo la velocidad del caballo a una caminata. "Pero
no puedo mantener una discusioá n razonable con Emerson, que estampa y jura
y trata de meterme en la habitacioá n de al lado."
"Le sugiero que sea breve, entonces. Emerson estaá en persecucioá n".
Sethos miroá por encima de su hombro. "Estaá un poco atrasado. Lo que
necesito saber de usted es si tiene alguna idea de la identidad de su agresor.
No he podido descubrir nada sobre eá l".
"Tuá fuiste el que lo apunñ aloá , supongo. ¿No es asíá...?"
"No tuve tiempo de registrarlo. Teníáa un poco de prisa", respondioá
suavemente. "¿Usted y Emerson descubrieron algo en sus bolsillos que
pudiera identificarlo?"
Por regla general, no tengo ninguna dificultad para tomar decisiones. Sethos
estaba mucho maá s familiarizado con la red de ladrones y píácaros que asolaba
la sociedad egipcia. Acabeá con la tentacioá n de mencionar el monoá culo y las
cartas, y dije:"Nada".
Miroá hacia atraá s. "Veo que Emerson nos estaá alcanzando. Puede correr muy
raá pido para un hombre de su tamanñ o, ¿no? Si se le ocurre requisar un caballo,
puede convertirse en una molestia". Tiroá de su corcel hasta que se detuvo y me
tiroá al suelo. "Si yo fuera un frenoá logo diríáa que tienes un hueco donde deberíáa
estar tu chichoá n de auto-preservacioá n. Por favor, haá ganos un favor a su sufrido
esposo y a míá, y trate de no meterse en problemas. AÀ bientoô t, Amelia."
Sethos era una figura distante cuando Emerson me abrazoá . Su abrazo era tal
que apenas podíáa respirar, pero su jadeo era adecuado para los dos. "Buen
Gad, Peabody, ¿estaá s ileso?", preguntoá mientras daba un paso atraá s y
registraba mi cara.
"Estoy bien, Emerson", dije, aunque me sentíáa un poco mareado. No estoy
acostumbrado a "representaciones teatrales" de tanta intensidad y
dramatismo.
Emerson miroá de reojo al jinete desaparecido. "No necesito molestarme en
preguntar, supongo", dijo. Agiteá la cabeza. "Entonces discutiremos esto maá s
tarde, Peabody, y en privado. Selim y la tripulacioá n estaá n sin duda de pie, con
la boca abierta. Tenemos trabajo que hacer."

Esperaba que en el desayuno del díáa siguiente Emerson tuviera algo maá s que
decir sobre los acontecimientos de la manñ ana anterior. Sin embargo, parecíáa
creer que el tema habíáa sido suficientemente discutido cuando nos retiramos a
nuestro camarote despueá s de la cena. Ciertamente lo habíáa discutido
largamente y siguioá hacieá ndolo incluso despueá s de quedarse dormido; varias
veces me despertoá una mano grande que me tocaba a tientas y una voz que
murmuraba maldiciones. Le habíáa persuadido de que no hiciera guardia en el
lugar la noche anterior. La mera posibilidad de que aparezca detraá s de una
roca o de una pared bastaríáa para disuadir a posibles ladrones, algunos de los
cuales lo consideraban con poderes sobrenaturales como los de su hijo. (El
soubriquet egipcio de Ramseá s, lamento decirlo, es Hermano de los Demonios.)
EÉ ramos tres en la mesa. Nefret auá n no habíáa bajado. Emerson teníáa la
energíáa suficiente para preguntar en tonos moribundos, "¿Hay... ...¿hay cafeá ?"
Inmediatamente le proporcioneá esa bebida, porque estaba familiarizado con
sus haá bitos. Sabiendo que se necesitaríáan varias tazas para restaurar la
coherencia de su padre, Ramseá s continuoá nuestra discusioá n.
"Madre, estoy familiarizada con tus opiniones sobre la conversacioá n
adecuada en la mesa, pero esta puede ser la mejor oportunidad para hablar de
ciertos asuntos antes de que Nefret se una a nosotros. Debo preguntarle si ha
tenido alguna idea nueva sobre la identidad de su atacante".
"Hmm", dije. "Esa es una pregunta interesante. Si el tipo era un asesino a
sueldo, estaba cumpliendo oá rdenes de otra persona, su empleador. Este
desconocido empleador contratoá los servicios de otro asesino que dejoá ese feo
tajo en tu brazo. ¿Queá pasa si el primer intento fracasa, como ocurrioá en
ambas circunstancias? ¿El asesino original -en tu caso, obviamente- estaá
obligado a seguir intentaá ndolo? O, si ha sido puesto fuera de servicio, ¿debe
proporcionar un sustituto o tal vez devolver el pago? Porque debemos asumir
que exigen el pago por adelantado, ya que..."
"Madre", dijo Ramses con impaciencia, "por favor conceá ntrate. "¿Quieá nes
son estos monoá tonos y por queá estaá n empenñ ados en nuestra prematura
desaparicioá n?
En este punto, la puerta se abrioá con tanta fuerza que se golpeoá contra la
pared. Enmarcada en la entrada, con la luz del sol detraá s, Nefret parecíáa una de
las diosas de la venganza, su cabello dorado y rojo formando una aureola
ardiente alrededor de su cara.
"Estabas escuchando en la puerta", dije reprensivamente.
"Aparentemente debo hacerlo, ya que nadie en esta familia confíáa lo
suficiente en míá como para confiar en míá", replicoá ella, miraá ndonos a cada uno
de nosotros.
Emerson emitioá un estruendo de protesta, y yo dije: "Mi querida ninñ a, soá lo
trataá bamos de evitarte preocupaciones innecesarias. No hay nada que puedas
hacer..."
"¡Síá, la hay! Puedo responder a la pregunta de Ramseá s".
Cuatro

Nefret se cruzoá de brazos. "Geoffrey".


Emerson y yo intercambiamos miradas alarmadas. "A ver si lo entiendo",
dijo. "¿Geoffery Godwin? Nefret, querido, Geoffrey es-"
"¡Muerta!", dijo ella. "Pero su influencia, su poder, no murioá con eá l. Me habloá
mucho de su familia, cosas que nunca le repetíá porque eá l profesaba aborrecer
sus actividades y me aseguroá que se habíáa separado de ellos para siempre.
Eran y son el azote de Cornualles, sin ley y sin principios. Se pelean entre ellos,
pero si un forastero amenaza a uno de ellos, cierran filas y persiguen a este
enemigo con una ferocidad desenfrenada. Deben ser los familiares de Geoffrey
los que estaá n detraá s de estos ataques. Cumplen tus criterios, y Geoffrey
mencionoá que se consideraban caballeros porque llevaban monoá culos. Son
ricos porque toman lo que quieren de la gente a la que aterrorizan, y nunca
olvidan o perdonan una herida percibida".
"Eso explicaríáa por queá Ramseá s y yo hemos sido los uá nicos atacados",
reflexioneá . "Yo fui el que expuso a Geoffrey como el villano que era, y Ramseá s,
¡buenos cielos, deben considerar a Ramseá s como el responsable directo de la
muerte de Geoffrey! El golpe de Ramseá s hizo que Geoffrey cayera al pozo y me
salvoá la vida. Pero Ramseá s tratoá de sacar a Geoffrey. Eligioá soltar las manos de
Ramseá s".
"Cierto", dijo Ramses sin expresioá n, aunque sabíáa que seguíáa preocupado
por su participacioá n, incluso si estaba justificada. A pesar de la crueldad y la
violencia que presencioá en su joven vida, ha mantenido un corazoá n tierno.
Muchos de sus enemigos jurados han sobrevivido uá nicamente debido a su
aversioá n a tomar una vida.
"Los que estaá bamos cerca eá ramos los uá nicos que lo vimos", dijo Emerson. "A
alguien a lo lejos podríáa parecer que Ramseá s estaba tratando de soltar los
dedos de Geoffrey."
"Asíá es como la familia de Geoffrey lo interpretaríáa", dijo Nefret, su labio
superior enroscado por el desprecio. "El altruismo y la misericordia son
conceptos extranñ os para ellos."
"Hmph", dijo Emerson. "Creo que has dado en el clavo, Nefret. Si
estuvieá ramos en Inglaterra, podríáamos montar una expedicioá n y librar a la
comarca de la tribu Godwin. En las circunstancias actuales, nuestro mejor
curso es tratar con los propios asesinos. ¿Cuaá ntos de los bl-er-villanos hay ahíá,
crees?"
"Cinco", contestoá Nefret mientras se sentaba a la mesa.
Emerson la miroá fijamente. "¿Coá mo sabes eso?"
Algo del color habíáa dejado sus mejillas y su voz temblaba. "Geoffrey teníáa
cinco hermanos, o medio hermanos, para ser precisos. Sus nombres...." Fruncioá
el cenñ o, su boca fruncioá el cenñ o. "Oh, síá, ¿coá mo podríáa olvidarlo? Judas,
Cromwell, Absaloá n, Guy y Flitworthy".
"¡Queá nombres tan extraordinarios!" exclameá . "Judas, el traidor; Cromwell,
responsable de la ejecucioá n del rey Carlos I; Absaloá n, hijo renegado del rey
David. El uá nico tipo notorio que puedo recordar de entrada fue Guy Fawkes,
que intentoá volar el Rey James I y el Parlamento. En cuanto a Flitworthy, no se
me ocurre nada, aunque es un nombre bastante tonto. Su madre debe haber
estado trastornada para dar esos nombres a sus hijos".
"Geoffrey escapoá con un nombre convencional soá lo porque fue el producto
del primer matrimonio de su madre con un tipo comuá n." dijo Nefret. "Estar
casada con el vil padrastro de Geoffrey habríáa sido una carga para cualquier
mujer. Soportoá el nacimiento de cinco hijos maá s. Su eleccioá n de nombres
sugiere un fuerte sentido de amargura".
"Asíá que debemos asumir que el asesino que irrumpioá en el banñ o era Judas,
el hermano de Geoffrey", dije. "La tarjeta que llevaba no era una acusacioá n,
sino su propio nombre."
"Medio hermano", me corrigioá Nefret. "Síá, tíáa Amelia, creo que debemos
hacerlo. Nunca lo conocíá a eá l ni a los demaá s, pero estoy seguro de que eso era
el equivalente a una tarjeta de visita. Si hubiera tenido eá xito en su misioá n
asesina, queríáa estar seguro de que teníáa el meá rito".
"Nos corresponde averiguarlo con certeza", dijo Ramses. "Sugiero que
telegrafiemos a Sir Reginald Arbuthnot a Scotland Yard. Es un admirador de
Mother's y puede preguntar a la policíáa local sobre el paradero actual de los
hermanos Godwin. Si ya no estaá n en su haá bitat habitual, debemos
enfrentarnos a la probabilidad de que esteá n en Egipto".
"Soá lo cuatro de ellos ahora", dijo Emerson con gran satisfaccioá n. "Mira a ver
queá puedes averiguar de Scotland Yard, ¿quieres, Ramseá s? Debo irme".
"Estareá contigo tan pronto como haya recogido mi sombrilla", dije,
levantaá ndome. "Y mi cinturoá n de herramientas."
Emerson me miroá de arriba a abajo. "Muy bien, Peabody. A pesar de los
acontecimientos de ayer por la manñ ana, probablemente esteá s maá s seguro
conmigo".
"Emerson", le dije, poniendo mi mano en su brazo,"Conozco tus
sentimientos sobre Sethos..."
"No, no lo haraá s."
"Pero les pido que consideren, con justicia y sin rencor, si nos ha sido de
ayuda o no. Ustedes comparten, creo, el mismo objetivo: mi proteccioá n. ¿Por
queá no hacer uso de eá l en esa capacidad? El enemigo de mi enemigo es mi
amigo", como dice el proverbio aá rabe. No hace falta que seaá is amigos", anñ adíá
apresuradamente mientras la cara de Emerson se oscurecíáa con un tono
ominoso. "Soá lo tienes que ser -coá mo decirlo- bueno, no enemigos."
"Hmph."
Considereá esto una buena senñ al. En algunas ocasiones, Emerson habíáa
empleado una serie de palabrotas ante la mera insinuacioá n de tal alianza.
Despueá s de encontrar mi sombrilla y ponerme mi cinturoá n de herramientas,
nos pusimos en camino. Como siempre, estaba dispuesta a defender a mi
marido en caso de necesidad, pero en esta ocasioá n sentíá que podíáa relajar mi
vigilancia. Nuestros leales hombres estaríáan con eá l, y Daoud era un pilar de
fuerza por síá mismo. Daoud era un hombre gentil, no faá cil de provocar la ira,
pero su gigantesca estructura y su mente sencilla le hacíáan un formidable
oponente. "Simple" no significa"estuá pido". Daoud no era estuá pido, pero teníáa
una forma muy directa de ver las dificultades. Si habíáa un problema, uno se
ocupaba de eá l con prontitud y eficacia. Entonces ya no habíáa ninguá n problema.
Emerson interrumpioá mi líánea de pensamiento al decir: "Hoy estaá s haciendo
maá s ruido que de costumbre, Peabody. ¿Has anñ adido maá s objetos a tu
cinturoá n?"
"Creo que estaá s familiarizado con todos ellos, Emerson. Mi pistolita, mi
cuchillo, un kit de costura para coser heridas, ya sabes-"
"Lo seá ", dijo Emerson enfaá ticamente.
"Una bobina de cuerda delgada pero robusta..."
"Para atar a los prisioneros."
"Un trozo de cuerda es uá til de muchas maneras, Emerson. Para continuar:
un pequenñ o frasco de whisky, una bruá jula, una antorcha eleá ctrica, una botella
de agua, un vaso plegable, porque no considero que sea una dama tragar
líáquido de una botella o de una cantina, excepto cuando estaá bajo presioá n..."
"Espleá ndido", dijo Emerson. "Síá, síá, bien hecho como siempre, Peabody."
Al darme cuenta de que habíáa perdido su atencioá n (porque, despueá s de
todo, eá l habíáa oíádo la lista varias veces), me quedeá en silencio para poder
reflexionar sobre lo que Morgenstern habíáa encontrado. El taller del escultor
Thutmose, que conteníáa los moldes de yeso de las cabezas de retrato de
praá ctica y el intermitente de marfil que von Raubritter habíáa mencionado
indiscretamente, fue un hallazgo notable. Es raro que un arqueoá logo pueda
identificar al creador de una escultura con tanta seguridad, y Morgenstern
podríáa publicar documentos y presentar conferencias mucho despueá s de la
excavacioá n. El hecho de que abandonara el lugar bajo la supervisioá n de un
subordinado era auá n maá s inconcebible. Emerson a menudo tuvo que ser
desalentado de dormir en un lugar prometedor, pero eá l es, como me gusta
recordar a mis lectores, el maá s grande egiptoá logo del siglo XIX, y ahora del
siglo XX. Morgenstern habíáa abandonado un lugar de gran importancia, un
paso en falso digno de ser incluido en la lista de pecados capitales.
Sin duda Emerson tambieá n habíáa llegado a esta conclusioá n. Auá n no habíáa
expresado sus intenciones, pero podíáa leer su mente tan faá cilmente como lo
que eá l llama burlonamente mi "ficcioá n sensacionalista". Prefiero el teá rmino
"literatura contemporaá nea".
A medida que avanzaá bamos a traveá s de la arena, la transpiracioá n corriendo
por mis mejillas, se me ocurrioá que debíáamos construir barrios maá s cercanos a
los restos de la ciudad. Esta construccioá n era faá cil de llevar a cabo; los ladrillos
secados al sol, a los que los lugarenñ os estaban acostumbrados, servíáan
bastante bien a menos que hubiera un fuerte aguacero de lluvia. En esas
circunstancias, los ladrillos se disolvieron en una masa de arcilla. Sin embargo,
esto rara vez sucedioá , y la estructura colapsada fue faá cilmente reparada.
Cuando la Deutsche Orient-Gesellschaft recibioá el premio al mejor arquitecto
para Amarna, Borschardt hizo lo que la mayoríáa de los arqueoá logos habríáan
hecho: construir una estructura adecuada disenñ ada para las necesidades
residenciales y profesionales a largo plazo. Ocasionalmente nos habíáa
entretenido en su casa, la cual habíáa hecho bastante coá moda con alfombras de
tejido brillante, mesas robustas y sillas de fabricacioá n local. Las estanteríáas de
la misma fuente conteníáan sus materiales de referencia, cuadernos y
correspondencia. Una de las habitaciones carecíáa de ventanas y teníáa una
puerta robusta con cerradura, donde se podíáan almacenar los objetos de las
excavaciones para su posterior examen y catalogacioá n. Uno no podíáa
envidiarle tales comodidades, ya que no habíáa hoteles cercanos en los que
pudiera residir una persona con estaá ndares míánimos de higiene y
saneamiento. Morgenstern seguramente se habíáa mudado a su llegada.
"He estado pensando", le dije a Emerson,"que ya que vamos a requisar el
sitio de la ciudad..."
"¿Verdad, Peabody? Queá idea tan novedosa".
"Lo que se te ocurrioá en el momento en que te diste cuenta de que
Morgenstern habíáa dejado el sitio vulnerable, a menos, por supuesto, que la
idea se concibiera en la oficina de M. Maspero." Cuando soá lo me miroá ,
continueá . "Deberíáamos construir una bonita casa de excavacioá n."
"¿Por queá molestarse?" Preguntoá Emerson. "Aquíá estaá el de Morgenstern.
Maspero nos autorizoá para que nos encargaá ramos de su trabajo, que
ciertamente incluiríáa su casa".
"Por Dios, Emerson, eso es muy poco sincero. No estoy del todo seguro..."
"Si Morgenstern estuviera aquíá y en su sano juicio, nos invitaríáa a entrar",
dijo Emerson. "Como no estaá aquíá y probablemente no estaá en su sano juicio,
no puede tener inconveniente en que hagamos uso de su agradable casita. Si
este von Raubritter estaá en la residencia, le dareá instrucciones para que
busque otro alojamiento. Necesitamos estar maá s cerca del lugar, Peabody. Los
buitres residentes ya se han reunido."
Pero cuando llegamos al sitio lo encontramos desierto. La concavidad que
habíáa albergado las esculturas se habíáa llenado. Seguimos hasta la casa de
excavacioá n, que estaba cerrada con candado. Alrededor, como lo tiene el poeta
Shelley, las arenas solitarias y llanas se extendíáan a lo lejos.
O palabras en ese sentido. Para ser estrictamente precisos, las arenas no
estaban niveladas. Las jorobas y los huecos rompieron la superficie. Tampoco
estaban solos. Camellos, asnos, perros y gente se ocupaban de sus asuntos,
haciendo un colorido disenñ o abigarrado: las ropas negras de las mujeres, las
tuá nicas de rayas azules y blancas de los hombres, y las sombríáas tuá nicas de
anñ il y los turbantes de unos pocos coptos.
Con las manos en la cadera, Emerson observoá la escena con ojos
despreciativos. "Sabíáa que von Raubritter no era arqueoá logo. EÉ l y su equipo
deberíáan estar aquíá. Y tambieá n Morgenstern".
Agarroá el candado y le dio un fuerte tiroá n. Todo el perno de sujecioá n, el
candado y el marco de la puerta se cayeron. Las bisagras chillaron. "¡Infierno y
condenacioá n!"
"Oh, Dios míáo", dije. "¿Puedes arreglarlo, Emerson?"
"No sin herramientas". Empujoá la puerta para abrirla.
Lo seguíá hasta el cuarto delantero. Era como lo recordaba, pero
extremadamente desordenado. El polvo de arena fina impregna la maá s
pequenñ a de las grietas, y aunque no hubieá ramos sabido que Morgenstern
estaba ausente, la acumulacioá n de arena en cada superficie plana nos habríáa
dicho lo mismo. Siempre habíáa considerado a Morgenstern maá s fastidioso
("quisquilloso", seguá n Emerson) que la mayoríáa de los hombres, pero el lugar
era un completo desastre: la cama deshecha, los platos sin lavar sobre la mesa
y el hedor a basura podrida llenando el aire.
"Se fue a toda prisa", le dije, pellizcaá ndome la nariz, "y soá lo puedo pensar en
dos razones."
"Soá lo se me ha ocurrido uno. Por favor, dilucida, Peabody."
Tomeá un panñ uelo grande de uno de mis bolsillos y limpieá el asiento de una
silla. Una vez que cumplioá con mis estaá ndares, me senteá . "Morgenstern podríáa
haber desarrollado un terrible problema meá dico que le obligoá a consultar a un
meá dico en El Cairo. Podríáa ser hospitalizado".
"¿Y nadie en El Cairo lo sabe? Los chismes sobre los extranjeros se
extienden como una tormenta de polvo, como bien sabes. He tenido preguntas
sobre doá nde he estado antes de ir allíá."
"Por eso descarteá esa teoríáa", respondíá. "¿Continuá o?"
"No te molestes", dijo Emerson. "Morgenstern ha descubierto obviamente
algo de gran importancia, algo que no estaba dispuesto a mostrar a von
Raubritter o a Buddle. Basaá ndonos en la ubicacioá n de la excavacioá n maá s
reciente, podemos asumir que es una pieza escultoá rica de Thutmose".
"Bueno, síá, esa era mi teoríáa primaria. Morgenstern lo llevoá a El Cairo para
venderlo a uno de los traficantes sin escruá pulos". Me detuve prudentemente
en mi silla mientras Emerson comenzaba a caminar alrededor de la mesa
como un tigre enjaulado. "O podríáa haber-"
"¡Llevado a un falsificador! Planea quedarse con el original para síá mismo, o
como usted sugirioá , venderlo a un distribuidor. En cualquier caso, volveraá con
la falsificacioá n y seraá aclamado por el descubrimiento de lo que debe ser de
gran importancia". Emerson se detuvo bruscamente. Suspireá aliviada; girar mi
cabeza para verlo era una tensioá n en los muá sculos de mi cuello. "¡Debemos
poner fin a este maldito plan, Peabody! Nos iremos a El Cairo lo antes posible.
Confíáo en que no vas a sugerir que pasemos la noche aquíá."
"Cielo santo, no. Pero como tenemos la intencioá n de ocupar la casa a nuestro
regreso, al menos deberíáamos deshacernos de la basura", dije.
"Oh, supongo que síá. No vas a insistir en pasar por eso, espero."
"Voy a insistir en un whisky con soda y una cama coá moda", dije sonriendo.
"Pero la puerta es ahora inuá til como barrera, asíá que le pedireá a Selim, como
un favor especial, que envíáe a algunos de los suyos a vigilar el lugar."

Nuestros amigos informaron que no hubo disturbios durante la noche, y


Mohammed, nuestro carpintero, reparoá la puerta. Faá tima envioá a una de sus
ninñ as a la casa, y bajo mi direccioá n pronto tuvimos el lugar en bastante buen
orden: lavaron la ropa de cama, quitaron el polvo y la arena, lavaron y
guardaron los platos. Hice un examen minucioso y no descubríá ninguna
indicacioá n de que el senñ or Morgenstern hubiera compartido su alojamiento
con von Raubritter o Buddle, lo que me parecioá peculiar, ya que era costumbre
hacerlo. A uá ltima hora de la tarde terminamos la tarea y regresamos al
dahabeeyah. Estaba encantado de encontrar a David sentado con Nefret y
Ramseá s en la cubierta superior.
"¿Coá mo estaá s?" Le dije mientras le daba un abrazo entusiasta. "¿Estaá todo
bien con tu familia?"
"Te envíáan sus maá s cordiales saludos, tíáa Amelia", respondioá , su delgada
cara marroá n partida por una caá lida sonrisa. "Al igual que Lia, que te quiere
tanto a ti y al profesor. La extranñ o tanto que apenas puedo dormir por la
noche".
"Pero cuando lo haces," dijo Nefret, riendo, "Estoy seguro de que suenñ as con
ella. Sus cartas se han vuelto aburridas, ya que su uá nico tema es cuaá nto te
extranñ a".
"¿Puedo leerlos?", preguntoá ansioso.
"Por supuesto que no. Te haríáan sonrojar".
Ramseá s la miroá de forma extranñ a mientras me daba un whisky con soda. Le
di una mirada igualmente extranñ a, pero no se dio cuenta.

A la manñ ana siguiente ya estaá bamos listos para tomar el primer tren. Ramseá s
anuncioá su intencioá n de acompanñ arnos, y David hizo lo mismo; Nefret decidioá
ir a Luxor para visitar la clíánica y comprar los suministros necesarios. Daoud
se hizo oíár por toda su gran y amable cara cuando le pregunteá si queríáa ir.
Despueá s de expresar su placer de poder visitar la ciudad, anñ adioá con
vehemencia: "Y, sieá ntate, vigilareá a todos los transeuá ntes y los agarrareá si se
acercan demasiado".
Discutimos varias ramificaciones de esta propuesta, y Daoud acordoá no
agarrar a la gente a menos que parecieran amenazantes, aunque no estaba
seguro de que entendiera lo que queríáa decir con esa palabra, o aceptaríáa mi
definicioá n si lo hacíáa.
"Contigo a un lado y Emerson al otro, y Ramseá s y David detraá s, nadie puede
acercarse lo suficiente para hacerme danñ o", senñ aleá .
"Camellos", murmuroá Daoud. "Un jinete en camello..."
"Por supuesto, usted tambieá n tendraá cuidado con ellos", dije,
preguntaá ndome cuaá ntos inofensivos jinetes de camellos estaríáan exigiendo un
baksheesh exorbitante despueá s de ser arrastrados de sus monturas.
Resultoá que se produjeron muy pocos incidentes de ese tipo. (Nunca habíáa
visto a un camello moverse de lado hasta que Daoud se aseguroá de que lo
hiciera.)
Una vez que nos establecimos en casa de Shepheard, nos dirigimos al
antiguo mercado. Hacíáa tiempo que no visitaba el Khan el-Khalili. Era delicioso
volver a estar allíá, atravesando los senderos sinuosos bajo pasajes a traveá s de
cuyos tejados enrejados los rayos de sol se extendíáan como dedos
polvorientos. Los tenderos se acuclillaron en bancos de mastaba encalados
fuera de sus tiendas; un viejo conocido me reconocioá y gritoá : "¡Sieá ntate Hakim!
Tengo una nueva y hermosa tela de Damasco, tejida con oro. Para ti, un precio
especial!"
Lo que implicaríáa que yo pagara el precio usual, despueá s de una hora de
beber cafeá y regatear placenteramente. "Hoy no, Fahim", volvíá a llamar. "En
otro momento, tal vez".
Harun ha sido reconocido como el mejor falsificador de El Cairo. Durante
mucho tiempo habíáamos sospechado que muchas de sus falsificaciones se
exhibíáan en museos de toda Europa y Estados Unidos, mientras que los
originales estaban en manos de ricos coleccionistas de arte egipcio antiguo.
Su establecimiento estaba a la vuelta de la esquina de la calle de los
metaluá rgicos. Una de las tumbonas en el banco de la mastaba fuera de la
tienda se levantoá y me ofrecioá su asiento (y una mano en forma de copa lista
para recibir el baksheesh). Agiteá la cabeza y Emerson y yo entramos en la
tienda, dejando el resto de nuestro seá quito fuera para no aterrorizar a Harun y
provocarle un infarto.
No habíáa nadie en la pequenñ a habitacioá n delantera, que conteníáa soá lo una
silla, un escritorio y unas pocas estanteríáas que mostraban objetos de
ceraá mica. Detraá s de una puerta en la parte de atraá s salieron voces bajas y
sonidos chillones. Cuando probeá la puerta, la encontreá cerrada, algo tan
inusual que me quedeá miraá ndola fijamente durante varios segundos antes de
anunciar mi presencia.
La puerta se abrioá lo suficiente para que apareciese uno de los ojos de
Harun. "¡Oh, eres tuá , Sieá ntate!", dijo con una pobre pretensioá n de sorpresa. "Y
Padre de las Maldiciones. ¡Ahlan-wa-salan! Bienvenido a mi humilde tienda."
Puse mi mano en la empunñ adura de mi sombrilla. "¿Sales o entramos?"
Es sorprendente lo expresiva que puede ser una sola oá ptica para alguien
que ha aprendido a leer tales senñ ales. Su obvia renuencia a admitirnos soá lo me
hizo maá s decidida a seguir adelante. La visioá n de Emerson asomaá ndose detraá s
de míá puede haber contribuido a su raá pida retirada de la puerta. O la visioá n de
Ramseá s y David, que nos habíáan seguido y que tambieá n se avecinaban. Empujeá
la puerta.
Dos de los aprendices de Harun estaban sentados en una mesa sobre cuya
superficie descansaban bloques de piedra caliza, de unas veinte pulgadas de
altura y con una forma tosca que acabaríáa siendo una cabeza humana con una
corona alta. Cuando entramos, se pusieron de pie de un salto y huyeron por la
puerta trasera.
Harun estaba de espaldas a míá, un acto de groseríáa que me resultoá difíácil de
entender hasta que me di cuenta de que estaba encorvado, con los brazos
alrededor de lo que era un estoá mago desastrosamente agrandado o un objeto
de alguá n tamanñ o.
"Atrapado en el acto", dijo Emerson, sonriendo. "Ponlo en la mesa, Harun.
No puedes eludir a Sitt Hakim o al Padre de las Maldiciones."
"O el hermano de los demonios", anñ adioá Ramses siniestramente.
Harun emitioá un desgarrador gemido. "Ya lo seá . Pero no he hecho nada malo.
EÉ l te lo diraá ; viene todos los díáas a verla. Ella es suya. La encontroá y se ha
enamorado de ella".
"Por todos los cielos", le dije. "¿Es Herr Morgenstern de quien habla?"
Harun asintioá vigorosamente. "No dije su nombre. Le di mi palabra de que
no lo diríáa".
"Has mantenido tu palabra", dijo Emerson con impaciencia. "Ahora deá janos
verlo."
Todo el mundo lo sabe ahora. Se ha convertido en un síámbolo de Egipto, un
icono. Pero esa primera vista literalmente me dejoá sin aliento. Nunca habíáa
visto nada que lo igualara. La cara exquisita, tenñ ida de los colores de la vida, la
garganta larga y delgada y la barbilla orgullosamente levantada, y la alta
corona azul que era soá lo suya.
"Nefertititi", dije en un largo suspiro. "Queá encantadora es, queá serena, queá
regia".
Ramseá s lo tomoá de los brazos de Harun y lo puso sobre la mesa.
"Ciertamente. Su nombre se traduce como'una mujer hermosa ha venido'. Eso
es quedarse corto. "Tutmose debe haber sido un escultor muy talentoso para
producir una obra de esta precisioá n".
"Asíá que esto es lo que Morgenstern encontroá antes de abandonar su
excavacioá n y salir corriendo a El Cairo", murmuroá Emerson. "¿Queá estaá
haciendo aquíá, Harun?"
"Es de eá l. Lo trajo..."
"No es de eá l", dijo Emerson. "No, a menos que el Servicio de Antiguü edades se
lo conceda en la divisioá n final. Responde a mi pregunta, Harun. ¿Por queá te lo
trajo Morgenstern?"
Harun estaba muy orgulloso de su larga barba blanca. Se extendioá casi hasta
la cintura. Supongo que lo peinaba y lavaba perioá dicamente, pero el pelo de
esa longitud tiende a recoger escombros, y el de Harun era una profesioá n
desordenada. La rozoá mientras miraba hacia arriba en busca de ayuda de Alaá .
"No importa", continuoá Emerson. "La respuesta es obvia. Eres a quien mi
esposa llama el Maestro Forjador, el maá s haá bil fabricante de falsificaciones de
El Cairo. Morgenstern le pidioá que le hiciera una copia. ¿Quieá n maá s te pidioá
que lo hicieras?"
"Nadie, Padre de las Maldiciones. Nadie."
"Sus aprendices -dijo Emerson, mordiendo cada síálaba- estaá n trabajando en
objetos que son claramente copias de la cabeza original. Dos objetos. Una, dice
usted, es para Herr Morgenstern. ¿A quieá n estaá destinado el otro?" Le agarroá la
barba a Harun. "¿Es para ti, miserable montoá n de estieá rcol de cabra? Usted es
conocido por su destreza y ha tenido tiempo de hacer copias. ¿Esperas
venderlos en el mercado negro?"
Los ojos de Harun se pusieron en blanco hasta ahora soá lo los blancos eran
visibles. "No, Padre de las Maldiciones", se quejoá . "Nunca haríáa algo asíá".
"¡Maldicioá n!" rugioá Emerson. "No tengo paciencia para abrirme paso por el
laberinto de mentiras que este viejo reá probo nos diraá . Creo que podemos
deducir la respuesta, ¿no es asíá, Peabody?" Si hubiera pronunciado el nombre
de Sethos, las llamas habríáan saltado de sus ojos ardientes. Se conformoá con
un juramento particularmente vulgar.
"Oh, síá, Emerson", dije apresuradamente. "¿Buscaremos un entorno maá s
saludable en el que reflexionar sobre nuestras opciones?"
"¡No dejareá este tesoro en manos de este briboá n!"
Los ojos de Harun se entrecerraron astutamente. "Soá lo Herr Morgenstern
puede quitarme esto, como sabes, Padre de las Maldiciones."
Emerson se detuvo. A reganñ adientes, cedioá el punto. "Muy bien, Harun, pero
volvereá manñ ana por la manñ ana con la debida autorizacioá n de Maspero para
apoderarse de la cabeza de Nefertiti. Si no estaá aquíá, te maldecireá por esta vida
y la siguiente."
"Síá, síá, Padre de las Maldiciones", murmuroá Harun mientras retrocedíáa
temeroso.
"Debemos esperar que el viejo sinverguü enza sepa lo que hareá si
desobedece", me murmuroá Emerson con inquietud.
Empezamos de nuevo hacia el Muski. Emerson establecioá un ritmo raá pido, y
yo sabíáa que estaba ansioso por salir del laberinto de calles estrechas que
caracterizan a la ciudad vieja. El Muski era en ese momento una extranñ a
mezcla de lo viejo y lo nuevo; las tiendas modernas, con vidrieras y puertas de
cristal, estaban al lado de las tiendas de frente abierto cuyos tejidos estaban
colgados de ganchos en el exterior y revoloteaban con la brisa. Ollas
esmaltadas y narguiles decorados con esmero bordeaban los estantes.
Pasaá bamos por uno de estos uá ltimos establecimientos, donde alfombras
orientales enmarcaban la entrada, cuando ocurrioá .
Los acontecimientos ocurrieron tan raá pidamente que no puedo afirmar que
los recuerde con exactitud; pero seguá n recuerdo, Daoud emitioá un grito de
alarma e intentoá instar a nuestro grupo a que avanzara. No sirvioá de nada; la
calle de enfrente estaba bloqueada por hordas de personas que corríáan por
todas partes desde un hombre que estaba en la entrada hasta un callejoá n
estrecho. Era alto, de al menos dos metros de altura, y cadaveá rico y delgado.
Mechones de pelo naranja oxidado colgaban de debajo de su sombrero de
fieltro de ala ancha. En una mano sosteníáa un palo marroá n de
aproximadamente un pie de largo. Un extremo estaba chispeando.
Creo que mis lectores inteligentes no necesitan que se les diga de queá se
trataba este objeto. Las personas que huíáan de este individuo habíáan recibido
alguna advertencia de su intencioá n, durante unos segundos antes habíáa
golpeado un foá sforo para encender la mecha. No lo habíáamos observado.
Cuando el misil vino corriendo hacia nosotros, todos nos quedamos parados.
Todos menos uno. Casi al instante, o eso parecíáa, se produjo una explosioá n
ensordecedora, no desde donde estaá bamos sino en el callejoá n de donde se
habíáa lanzado la dinamita. Mientras el ruido desaparecíáa, oíá a Emerson decir:
"Bien hecho, hijo míáo. No seá coá mo lo hiciste, pero bien hecho".
Me volvíá para ver a Ramseá s, su brazo auá n levantado y su expresioá n maá s
desprotegida de lo normal. "Fue un puro reflejo, padre. No tuve tiempo de
pensar, el fusible era tan corto. ¿EÉ l es...?
Una sola forma postrada yacíáa inmoá vil en la calle. Afortunadamente, la
mayoríáa de los transeuá ntes se habíáan salido del alcance. Algunos de ellos
habíáan sufrido heridas leves, pero muchos de los escaparates, la mayoríáa de
ellos de construccioá n fraá gil, habíáan quedado reducidos a escombros ardientes.
Tiras de alfombras de colores brillantes llenaban la calle, junto con macetas
rotas y pedazos de vidrio.
Me abríá camino entre los escombros hasta llegar al hombre caíádo. Emerson
tratoá de impedirme ver el rostro ennegrecido y los pequenñ os fuegos que
lamíáan sus ropas, pero era mi deber cristiano asegurarme de que el hombre
estuviera maá s allaá de mi ayuda.
Lo era. Esto fue afortunado en un sentido -sus heridas eran demasiado
graves para curarlas-, desafortunado en otro, ya que esperaba que pudieá ramos
capturar a uno de estos hombres vivo y persuadirlo de que hablara.
"No quise matarlo", dijo Ramses con voz hueca. Su semblante era impasible,
como siempre, pero podíáa escuchar el horror que intentaba ocultar.
"¿Preferiríáas que nos volara en pedazos?" Emerson se aclaroá la garganta
ruidosamente. "Me disculpo, hijo míáo. Respeto tus sentimientos sobre la
muerte de un ser humano, pero si este es otro maldito Godwin, se merecíáa lo
que le pasoá ".
"Debe ser uno de los Godwins, Emerson", le dije. "Son los uá nicos asesinos
que nos persiguen ahora mismo. Me pregunto si eá ste podríáa ser Guy".
"Como en Guy Fawkes, el entusiasta de la poá lvora? Es muy posible. Esta
gente no tiene mucha imaginacioá n. Formulan lo que creen que es un plan
inteligente y se aferran obstinadamente a eá l incluso cuando sale mal. Veamos
si este tipo, como Judas, tiene una tarjeta de visita".
Dejeá que Emerson registrara el cuerpo. He tratado con momias marchitas y
cuerpos en varias etapas de deterioro, pero el procedimiento no es de mi
agrado.
El cuadrado de cartoá n habíáa sido severamente danñ ado, pero quedaba
suficiente para que pudieá ramos distinguir un nombre.
"Es Guy, con razoá n", dijo Emerson. Recogioá los restos destrozados de un
monoá culo y se lo metioá en el bolsillo. "Hagamos que nos esfumen, Peabody.
Oigo el ruido de los pies de la policíáa y creo que deberíáamos discutir cuaá nto
decirles. Tratar de explicar esta situacioá n va a suponer una carga incluso para
tu feá rtil lengua".
No es mi costumbre evitar confrontaciones con representantes del gobierno
debidamente designados, pero en este caso tuve que admitir que Emerson
teníáa razoá n. Con algunas excepciones, los agentes de policíáa tienen muy poca
imaginacioá n y un prejuicio totalmente injustificado contra las mujeres. Asíá que
nos retiramos a casa de Shepheard, con Ramseá s, David y Daoud muy cerca.
Daoud insistioá en que haríáa guardia fuera del hotel. Sentíá una punzada de
compasioá n por aquellos que asumíáan que podíáan pasar por delante de eá l, con
las narices en el aire.
Una vez que llegamos a nuestras habitaciones, Emerson se fue al aparador.
"Es temprano, pero despueá s de ese espantoso episodio creo que tenemos
derecho a un whisky con soda. Chicos, ¿nos acompanñ an?"
Ramseá s se paroá en la ventana, de espaldas a nosotros. "No, gracias, senñ or".
"Por supuesto que síá", murmuroá David. "Las explosiones siempre me dan
sed".
"Propongo", dijo Emerson, "que abandonemos El Cairo tan pronto como
hayamos entregado el busto a Maspero. Como acabamos de demostrar, es
demasiado faá cil llevar a cabo un ataque asesino en estas calles abarrotadas".
"Estoy de acuerdo, padre. Cuanto antes se vaya mamaá de la ciudad, maá s
segura estaraá ".
"No podemos irnos todavíáa", protesteá . "No hasta que hayamos averiguado
cuaá ntas copias de la cabeza de Nefertiti ya ha hecho Harun. No podemos tener
nuevos apareciendo inesperadamente, y debemos relevarlo del que estaá
usando como modelo. Es el original. Ojalaá lo hubieá ramos tomado, aunque eso
hubiera sido un robo, ya que estaá bajo la jurisdiccioá n de Morgenstern".
"Manñ ana por la manñ ana informaremos a Maspero de la situacioá n y
llamaremos a Harun antes de tomar el tren del mediodíáa", dijo Emerson.
"Ramseá s tiene razoá n; debemos alejarte de esta maldita ciudad antes de que
otro Godwin intente hacerte pedazos."
No respondíá.

A la manñ ana siguiente, Emerson, siendo Emerson, habíáa decidido, tomando un


cafeá en la terraza del hotel, que no podíáa esperar a obtener el permiso del Sr.
Maspero para examinar la escultura eá l mismo. Sin embargo, los cuatro
llegamos al establecimiento de Harun para descubrir que el paá jaro habíáa
volado -o, como dijo Emerson, "pasado a la clandestinidad como el roedor que
es". Los repetidos golpes de Emerson en la puerta cerrada con llave y con
cerrojo finalmente produjeron un joven aterrorizado que debioá haber sido
informado -quizaá s por el propio Harun, antes de que huyera por la puerta
trasera- de que si Emerson no era admitido, patearíáa la puerta hacia adentro.
El joven afirmoá que no teníáa la menor idea de doá nde se habíáa ido Harun, y que,
de hecho, no sabíáa quieá n era Harun ni quieá n era eá l mismo.
La cabeza de Nefertiti no estaba allíá. Tambieá n faltaban las dos cabezas
esculpidas sin terminar.
"¡Infierno y condenacioá n!" Gritoá Emerson. "Sabíáa que no debíáamos haberla
dejado aquíá. Busquemos en el lugar y asegureá monos de que no hemos pasado
por alto nada maá s importante".
El chico se escapoá mientras registraá bamos el lugar, sin encontrar nada de
intereá s. Emerson sacoá su reloj. "Tendremos que darnos prisa o perderemos el
tren del mediodíáa. Creo que hemos terminado aquíá."
"No lo hemos hecho", le dije. "Tenemos dos dilemas ante nosotros, y no
podemos ignorar ninguno de ellos. Creo que podemos suponer que cuando
Morgenstern descubrioá la escultura de Nefertititi, inmediatamente la trajo
aquíá para hacer una copia. Parece que von Raubritter no ha hecho maá s que un
intento poco serio de seguir excavando el lugar, ya que lo ha dejado ocioso y
desprotegido. ¿Coá mo podemos anticipar lo que nos espera para ser
descubierto?"
Los orbes de zafirina de Emerson brillaban mientras consideraba las
generosas posibilidades. "Cierto, Peabody. Puede que haya maá s obras maestras
de Thutmose bajo los escombros y la arena".
"Sin embargo, el lugar no estaá asegurado, y los ladrones se estaá n reuniendo
como gusanos en un cadaá ver. Nuestros hombres son leales y dignos de
confianza, pero pueden distraerse de su vigilancia".
Ramseá s asintioá . "Los rumores sobre la escultura de Nefertiti ya se han
extendido. "Distribuidores sin escruá pulos de toda Europa y Ameá rica
reservaraá n pasajes a Egipto y compraraá n billetes de crucero al Nilo".
"¡Maldita sea!" Emerson tronoá con tanta vehemencia que los peatones de la
calle se detuvieron a mirar. Anñ adioá varios otros sentimientos explíácitos que los
hicieron apresurarse en su camino.
"Por lo tanto," continueá suavemente,"debes regresar a Amarna
apresuradamente para asegurar la integridad del sitio. Nuestro segundo
dilema estaá aquíá en El Cairo. Morgenstern estaá al acecho en alguá n lugar de los
alrededores, esperando que su preciosa reina regrese a sus brazos. A Harun se
le debe haber prometido una cantidad exorbitante de dinero para la copia -o
copias- para desafiar sus maldiciones amenazadas. Es probable que tenga
conocimiento del paradero de Morgenstern. No se puede permitir que este
despreciable plan tenga eá xito".
"Cierto, Peabody, pero no puedo dejarte acosado por el resto de los
Godwins. Ayer ese maldito tipo debe habernos seguido a la tienda de Harun y
nos puso al acecho. Sus hermanos restantes son capaces de hacer lo mismo. Ni
siquiera estaá s a salvo en el Hotel Shepheard".
Me conmovioá la profunda preocupacioá n de su voz. "Tomareá precauciones.
Ramseá s, David y Daoud estaraá n a mi lado siempre que me aventure a hacer
investigaciones discretas. Como usted mismo ha dicho, la presencia de
extranjeros no pasa desapercibida. Alguien sabe doá nde estaá Morgenstern. No
nos llevaraá mucho tiempo localizarle, y cuando lo hagamos, nos llevaraá a
Harun y a la reina".
La conversacioá n no terminoá en la tienda de Harun. Discutimos todo el
camino hasta la habitacioá n de nuestro hotel, donde nuestro equipaje esperaba
ser trasladado a la estacioá n de tren. Los gritos pueden haber perturbado a los
hueá spedes en las habitaciones contiguas, o incluso debajo en el vestíábulo. Mi
marido estaba dividido entre su encomiable deseo de mantenerme a su lado y
sus obligaciones como arqueoá logo. El sitio era vulnerable. Yo lo era menos,
senñ aleá , ya que teníáa mi tríáo de guardaespaldas.
"Enviaraá un telegrama si ve a Morgenstern", dijo por fin Emerson. "Tomareá
el proá ximo tren de vuelta aquíá." Sus brazos varoniles me rodearon en un fuerte
abrazo. "Maldita sea, Peabody, ¿queá haríáa sin ti para coser mis botones y zurcir
mis calcetines?"
Su eleccioá n de eufemismos me hizo sonreíár.
Cinco

Acompanñ amos a Emerson a la estacioá n de tren, donde el caos habitual


prevalecioá . Ramseá s, David y Daoud formaron un períámetro protector
alrededor de nosotros como Emerson y me despedíá el uno del otro. Desde que
estaá bamos en puá blico, observamos el decoro, para desilusioá n de la
muchedumbre de chismosos que nos miraban abiertamente.
"Esto no me gusta, Peabody", dijo Emerson. "Esos malditos Godwins
podríáan estar en esta misma plataforma. Una vez que vean que me he ido,
pueden volverse auá n maá s agresivos".
"Lanzarnos un cartucho de dinamita califica como extremadamente
agresivo, Emerson, al igual que irrumpir en la caá mara de mi banñ o con la
intencioá n de estrangularme. Atacar a Ramseá s en la calle no fue un intento de
asesinato manso. Me es difíácil concebir un comportamiento menos agresivo
por su parte. Hasta ahora hemos reducido su rango en dos. Si los hermanos
restantes tienen sentido comuá n, se retiraraá n por el momento".
Fruncioá el cenñ o a la multitud. "Oíáste lo que dijo Nefret sobre ellos. Estaá n
locos de odio. Debe tomar todas las precauciones en caso de abandonar el
hotel. No puedo soportar la idea de que te pueda pasar algo malo". Sus manos
agarraron mis hombros con tal intensidad que tuve que reprimir un gesto de
dolor, y su voz era ronca. "Promeá temelo, Peabody".
Lo hice de manera sincera y elocuente. Nuestros ojos permanecieron
cerrados hasta que Ramseá s intervino, diciendo: "Tu tren estaá a punto de partir,
Padre. Asumireá toda la responsabilidad de la seguridad de mi madre, con
David y Daoud a mi lado. Tan pronto como hayamos localizado a Herr
Morgenstern y Harun, enviareá un telegrama a Minya."
Emerson abordoá el tren con visible reticencia. Esperamos en el andeá n hasta
que partioá laboriosamente de la estacioá n en su viaje hacia el sur, y luego nos
dirigimos a la calle. Ramseá s apartoá a David para una conversacioá n silenciosa;
yo no intenteá escuchar a escondidas, ya que sabíáa que lo encontraríáa
angustiante, si no alarmante.
"Bueno, Daoud," dije alegremente,"Creo que es hora de ir de compras. Esta
es una espleá ndida oportunidad para prepararse para la Navidad. Una vez que
hayamos empezado a excavar en Amarna, seraá un inconveniente volver a El
Cairo".
Ramseá s no estaba por encima de escuchar a escondidas. Aparecioá a mi lado
y me dijo: "Iremos contigo".
"Estoy comprando para ti y David, entre otros. Apenas puedo tenerte
merodeando sobre mi hombro. Daoud me acompanñ araá . Tengo mi pistola en mi
bolso y mi sombrilla, por si alguien se atreve a acercarse a nosotros."
"Por favor, hazme un favor, madre. Mantente alejado de las entranñ as del
Khan el-Khalili y limita tus compras a los Muski, aunque incluso eso no es muy
seguro si los acontecimientos de ayer son una indicacioá n".
"Supongo que podríáa hacerlo", le dije. "Nos encontraremos en el hotel para
tomar el teá ."
Un taxi nos llevoá al borde del vecindario. Mientras Daoud y yo nos abríáamos
paso por las estrechas calles, pude oíárlo detraá s de míá, tarareando sin parar.
Sabíáa que sus ojos se movíáan constantemente de un lado a otro, vigilando el
posible peligro (y tal vez tomando nota de la mercancíáa que se exhibíáa, con la
mirada puesta en los regalos que se le daban durante el Ramadaá n). Daoud
tiene varias esposas y varios hijos).
Fuimos directamente a Mayer's, donde quise hacer la mayoríáa de mis
compras. Teníáa la mejor seleccioá n de cuchillos de El Cairo. Pude seleccionar
uno nuevo para Ramseá s (habíáa notado algunas muescas en el borde del suyo),
y uno muy bonito para Nefret, cuya mano era maá s pequenñ a que la de los
hombres. Es esencial que el eje se ajuste coá moda y coá modamente a la mano.
Las hechas para el comercio turíástico, tachonadas de gemas falsas y envueltas
con alambre de oro, laceraban las palmas de las manos del usuario antes de
que eá ste pudiera dar un golpe fuerte.
Para David, compreá un mapa del siglo XVIII del antiguo Egipto con dibujos
minuciosamente detallados de templos y palacios a lo largo del Nilo. Sonreíá
con carinñ o ante la representacioá n del gran Templo de Karnak junto al Palacio
de Invierno (nuestro hotel favorito en todo Egipto), donde Emerson y yo
habíáamos disfrutado de una suite con balcoá n que daba a la corniche, y
observaá bamos la puesta de sol sobre el Nilo. Maá s abajo, las colosales estatuas
de Ramseá s II, con la doble corona del Alto y Bajo Egipto, custodiaban la
entrada del complejo de Abu Simbel en Nubia. Lo habíáamos considerado en los
tonos dorados de la luz de la luna.
Comprar para Emerson era un desafíáo. Aborrecíáa lo que consideraba un
desorden, que incluíáa casi todo lo que no era de utilidad en una excavacioá n.
Finalmente me encontreá con una bruá jula con una caja de plata con
incrustaciones de naá car de los moluscos encontrados en el Nilo Azul. Los
tonos iridiscentes me recordaban sus ojos.
Seleccioneá una variedad de bufandas, joyas, tabaco y dulces para nuestro
personal, que no celebran las fiestas cristianas pero siempre disfrutan de
recibir regalos, y me gustoá el delicioso tazoá n de ceraá mica esmaltada que
encontreá para nuestros queridos amigos Cyrus y Katherine Vandergelt, que se
unieron a nosotros el díáa de Navidad. Esta temporada Ciro estaba excavando
en la orilla oeste de Luxor, no lejos del Valle de los Reyes. Catalina era mi
confidente maá s cercana; habíáa cuidado a Ramseá s desde su nacimiento y estaba
tan desconcertada como yo por su naturaleza exceá ntrica.
Estaba examinando un par de pendientes de perlas cuando una voz
femenina britaá nica me llamoá la atencioá n. "¿Estaá s seguro de que este anillo
escarabajo es genuino?", le preguntoá a un empleado.
"Muy seguro, senñ ora."
"Que es lo que tuá diríáas, incluso si hubiera sido tallado ayer en tu cuarto
trasero", contestoá ella olfateando. Cuando se dio la vuelta, me vio y dio un
gentil grito ahogado. "Sra. Emerson, por favor, permíátame presentarme." Ella
hurgoá en su bolso. "Aquíá estaá mi tarjeta."
"Ermintrude de Vere Smith", leíá en voz alta, y luego fruncíá el cenñ o. "El
nombre me es familiar. . .”
La Srta. Smith era una mujer de mediana edad; sus intentos de ocultarlo con
una profusioá n de cosmeá ticos le dieron una apariencia un tanto payasa. El
colorete de los labios se extendíáa maá s allaá de la forma natural de su boca, y el
rojo de sus mejillas formaba cíárculos perfectos. Bajo un vestido rosa brillante,
su cuerpo teníáa forma de pera y era sustancial.
"Soy novelista", admitioá humildemente.
"Síá, ahora lo recuerdo. La tienda del jeque, el coraje del jeque, la venganza del
jeque y otros". Estos estaban entre los libros que Emerson despreciaba, pero
me parecieron encantadores (y sin sentido), escapadas al romance, aunque
plagados de desinformacioá n.
"El jeque es un tipo ocupado", dijo la Srta. Smith con una sonrisa tíámida. "He
oíádo hablar mucho de usted, Sra. Emerson, y de sus estimables hazanñ as. Si tan
soá lo pudiera encontrar el valor de aventurarme fuera de mi pintoresca oficina
para ir al desierto en busca de los cielos tempestuosos y las dunas
traicioneras, el calor abrasador, los escorpiones y las serpientes. ¡Nunca me he
sentado en un camello!"
"Puede ser un poco incoá modo", dije, yendo hacia atraá s para escapar de su
aura de pasioá n (y de sus salpicaduras de saliva). Daoud, que teníáa media
docena de bufandas transluá cidas en cada mano, me miraba como si esperara la
senñ al para abordar a la Srta. Smith. Le meneeá la cabeza discretamente. "Fue un
placer conocerte", murmureá .
"¿Te quedas en casa de Shepheard? ¿Podemos tomar un teá ? No hay nada
maá s estimulante que escuchar tus historias. Eres una verdadera heroíána, una
inspiracioá n para las mujeres de todo el mundo. Su coraje y resistencia son
legendarios. Muchas de las mujeres joá venes de mis libros son paá lidas y
tíámidas, se enamoran faá cilmente y estaá n ansiosas por complacer al jeque. Me
encuentro apretando los dientes y dicieá ndoles que desafíáen a su amo, que se
arriesguen a morir huyendo al desierto. Con unas pocas excepciones, las
ninnies simplemente se desmayan." Puso la mano sobre su pecho mientras
respiraba con dificultad. "Por favor, perdoá neme por molestarla, Sra. Emerson.
Seá lo molesto que es ser molestado por los admiradores. Te dejareá con tus
compras."
Debo admitir que no soy inmune a los halagos. "No estoy disponible para el
teá esta tarde, Srta. Smith, pero no tengo planes para manñ ana, si le parece bien."
Juntoá las manos, radiante como una ninñ a en un pony nuevo. "¡Oh síá, Sra.
Emerson! Muchíásimas gracias. Te buscareá en la terraza a las cuatro." Senñ aloá a
un joven cargado de paquetes. "Vamos, Jamil. No debemos molestar maá s a la
Sra. Emerson". Se fue cojeando de la tienda, el chico la persiguioá .
"¿Fue prudente?" Preguntoá Daoud.
"Lo peor que puede hacer es aburrirme hasta la muerte." Reviseá mi
seleccioá n de regalos, agregueá algunas bufandas maá s y los pendientes de perlas,
y pagueá la cuenta con el Sr. Mayer, quien me instoá a que me quedara a tomar el
teá . Me negueá y permitíá que Daoud llevara mis paquetes. "Creo", le dije
mientras salíáamos a la calle,"deberíáamos dar un paseo por la tienda de Harun
de camino al hotel".
"Estaá en la direccioá n opuesta, y le prometiste a tu hijo que te mantendríáas
alejado del Khan el-Khalili." Se puso delante de míá, tan obstinado como un
faraoá n tallado en piedra.
"No es maá s que un pequenñ o desvíáo", dije con firmeza. "No me acercareá a la
tienda, sino que simplemente estareá atento a cualquiera que pueda estar
vigilando con la esperanza de la reaparicioá n de Harun. Me viene a la mente el
senñ or Morgenstern". No agregueá que Sethos era un candidato tan probable,
aunque identificarlo seríáa un desafíáo. Teníáa pocas dudas de que conocíáa la
escultura de Nefertiti y teníáa toda la intencioá n de robaá rnosla de las narices.
Ignorando las protestas de Daoud, lo rodeeá y me dirigíá a la tienda de Harun.
Al pasar por el callejoá n donde la dinamita habíáa causado la destruccioá n y la
muerte de Guy Godwin, sentíá un escalofríáo. Las tiendas que se habíáan llevado
lo peor de la explosioá n ya estaban en reparacioá n, pero muchos de los
propietarios habíáan perdido sus mercancíáas y sus miserables ingresos.
La tienda de Harun estaba cerca. Cuando dimos vuelta en la calle estrecha,
vi un poco de rosa en la multitud de peatones. Hice todo lo que pude para
abrirme paso con la debida rapidez, pero cuando estaá bamos al otro lado de la
calle de la tienda, no vi a nadie vestido con ese tono. Me recordeá a míá misma
que muchas mujeres egipcias llevaban tuá nicas de colores brillantes. Otros
llevaban tuá nicas y bufandas negras, mientras que los maá s conservadores
llevaban burkas que los cubríáan de pies a cabeza, con soá lo un rectaá ngulo de
malla que oscurecíáa sus ojos. Lo que significaba que Sethos podíáa estar de pie
al alcance de la mano, sonrieá ndome descaradamente.
Habiendo observado que la tienda estaba cerrada con candado y oscura,
escaneeá las caras de los que estaban en las pequenñ as mesas de las afueras de
los cafeá s en busca del senñ or Morgenstern. No habríáa estado disfrazado; su
caraá cter teutoá nico impedíáa las artimanñ as y los caprichos. Podríáa haber ido a
las tiendas a buscarlo si Daoud no hubiera estado retumbando como un
poderoso volcaá n, su expresioá n tan adusta que sabíáa que una erupcioá n era
inminente.
We departed the Khan el-Khalili y llamoá a un taxi para ir a Shepheard's.

Del manuscrito H

"Digo, viejo amigo, ¿estaá s seguro de que estaá s preparado para esto?" dijo
Ramseá s, quitando la pelusa de los loá bulos de su chaqueta oscura. "Tallyho y
todo eso".
David se veíáa mucho maá s a gusto en su traje y corbata apagada, como si
fuera un empleado de la oficina de Gray's Inn. "Mientras no tenga que sonar
como un imbeá cil de clase alta. No es que pretenda decir mucho, ya que mi
acento es perceptible. Como asistente de su humilde asistente, permanecereá
respetuosamente en silencio."
Ramseá s se rioá . "¿Cuaá ndo has sido respetuosamente respetuoso con algo? No
te ríáas y desenmascares nuestra tapadera".
Cruzaron la concurrida calle y se dirigieron a las puertas de la embajada
alemana. Un guardia exigioá conocer sus asuntos. Ramseá s fingioá no entender y
dijo: "Soy Lord Cavendish, estoy aquíá para ver al embajador." Su tono enfaá tico
y su mirada imperiosa eran adecuados para inducir al guardia a abrir la
puerta.
"¿Lord Cavendish?" susurroá David mientras se acercaban a la entrada
principal. "¿Por queá no el Príáncipe de Gales o, mejor auá n, Guillermo el
Conquistador?"
"Nada de risitas", le respondioá Ramses susurrando. Sacoá la barbilla al
abrirse la puerta y un hombre canoso los miroá interrogativamente.
"Guten Tag. Kann ich dir helfen?", dijo con voz grave.
"Por favor, díágale al embajador que Lord Cavendish de Devonshire desea
llamarle", respondioá Ramseá s.
El hombre les hizo una senñ a para que entraran en un vestíábulo y les condujo
a una pequenñ a sala de estar. "Warten hier, bitte." Hicieron lo que se les habíáa
instruido y se sentaron en silencio, aunque Ramseá s casi podíáa oíár los
divertidos pensamientos de David. Despueá s de quince minutos, un joven de
pelo negro liso y bigote delgado como un laá piz entroá en la habitacioá n.
"Me disculpo por el retraso", dijo en ingleá s con acento. "Los problemas en
Europa y Oriente Medio nos mantienen muy ocupados. El embajador estaá en
una reunioá n en este momento. Soy Helmut Gunter. ¿Puedo ser de ayuda?"
Ramseá s se encogioá de hombros. "Ah, síá, he oíádo que hay un poco de molestia
en estos díáas, aunque es muy difíácil recordar los detalles. En realidad, estoy
buscando a un amigo míáo llamado Morgenstern. Nos conocimos cuando
estaba excavando en Siria hace varios anñ os, y tuvimos unas partidas de ajedrez
muy emocionantes. Mi ayudante", inclinoá la cabeza en direccioá n a David,"se
enteroá de que Morgenstern estaá en un lugar remoto llamado Amarna. Penseá en
pasar y sorprenderlo, asíá que contrateá un bote para que nos llevara al lugar,
pero maldita sea si el tipo no estaba allíá. Me dijeron que ha estado en El Cairo
durante varias semanas. ¿Tienes alguna idea de doá nde se estaá quedando?"
"Somos conscientes de su presencia en Egipto, pero estaá con la Deutsche
Orient-Gesellschaft. El embajador no tiene conocimiento del paradero actual
de Herr Morgenstern. Si eso es todo, caballeros..." Gunter retrocedioá y abrioá la
puerta del vestíábulo.
"Muy amable de tu parte vernos, viejo amigo", dijo Ramseá s, estrechando
vigorosamente la mano del hombre. "Nos quedamos en casa de Shepheard.
Por favor, haá ganos saber si Morgenstern pasa por la embajada. Vamos, Arbaaz,
debemos volver a tiempo para el teá . Hay una encantadora joven mademoiselle
francesa que me guinñ oá el ojo varias veces en el comedor anoche".
"Tambieá n me guinñ oá un ojo a míá, a los camareros, al encargado del vino y a su
anciana acompanñ ante", dijo David. "Su excesiva nictimacioá n puede ser el
síántoma de una condicioá n meá dica grave."
Ramseá s le dio un punñ etazo en el hombro. "¡Arbaaz, sinverguü enza! Ha roto
mi fantasíáa de pasar la noche en brazos de la treá s belle mademoiselle.
Debemos encontrar un abrevadero donde pueda curar mi corazoá n roto con
ginebra y toá nica". Miroá a Gunter. "¿Puede recomendarme un lugar por aquíá,
Helmut?"
"El bar de Shepheard me parece satisfactorio; no hay nada maá s cercano que
eso", contestoá Gunter con firmeza.
"Una idea muy buena", dijo Ramses. "Gracias por su tiempo. Ven y date
prisa, Arbaaz. Tengo la intencioá n de estar totalmente borracho a la hora de la
cena".
Permanecieron en silencio mientras caminaban a traveá s de la grava hacia la
puerta, e ignoraron el "Guten Tag" del guardia mientras continuaban por la
calle. Una vez que estaban a la vuelta de la esquina y a salvo fuera de la vista,
ambos comenzaron a reíárse.
"¿Nutricioá n excesiva?", dijo Ramses con un grunñ ido. "Suena como una
enfermedad contagiosa. El pobre Helmut parecíáa que queríáa huir a su oficina y
bloquear la puerta".
David se apoyoá contra una pared y sacoá su pipa. "Me estaba aburriendo.
Gunter no iba a decirnos nada uá til. Me di cuenta de su declaracioá n de que el
embajador no tiene conocimiento del paradero de Morgenstern".
"Como yo", dijo Ramses pensativo.

* * *

Dtodavíáa estaba molesto cuando se me unioá en una mesa en la terraza del


hotel, aunque se veíáa espleá ndido con su turbante escarlata y su toga bordada.
Comenteá sobre el tiempo y los automoá viles que pasaban, pero eá l se quedoá
mudo con la excepcioá n de un grunñ ido ocasional. Cuando aparecioá el camarero,
pedíá teá para cuatro. Algunas de las mojigatas inglesas nos miraban,
horrorizadas de que me sentara con un egipcio "nativo" de piel oscura que no
era de la misma clase. Les devolvíá la mirada con una sonrisa fríágida. La Srta.
Smith no aparecioá , para mi alivio; ella fue de las que asumieron que una silla
vacíáa era una invitacioá n, a pesar de mi anterior afirmacioá n de que yo no
estaríáa disponible.
Me sorprendíá cuando Ramseá s y David llegaron, ambos vestidos con trajes y
corbatas. "Normalmente no nos vestimos para el teá ", les dije mientras se
sentaban. "¿Es ese el traje de tu padre, Ramseá s? No le queda bien en su marco
maá s ligero. Ademaá s, estoy seguro de que le regaleá esa corbata el anñ o pasado en
su cumpleanñ os".
"Síá, es de eá l", dijo Ramseá s. "Lo sacoá de su maleta antes de irse a Amarna." Se
inclinoá hacia atraá s, como si me lo hubiera explicado todo a mi satisfaccioá n.
Puedo asegurar a mis lectores que estaba lejos de estar satisfecho.
Me volvíá hacia David. "¿Y tuá ?"
"Se lo pedíá prestado a un viejo amigo que trabaja en un banco. Estuvimos
juntos en la escuela durante muchos anñ os".
Les servíá teá y espereá mientras ellos tomaban saá ndwiches y rebanadas de
pastel de los platos. "Mi expedicioá n de compras fue muy bien, aunque conocíá a
una mujer que puede convertirse en una molestia. Se llama Ermintrude de
Vere Smith. Es la autora de esas tontas novelas sobre un jeque que sigue
rescatando a desventuradas doncellas de cualquier circunstancia calamitosa
en la que se encuentren. Todos se enamoran locamente de eá l, pero es un
caballero por encima de todo reproche. Sin saberlo, es el hijo menor de un
baroá n que fue expulsado de su casa tras la muerte de su padre. Su hermano,
un sinverguü enza y un mujeriego, lo incriminoá por el asesinato de una joven y
hermosa doncella que..."
"¿Quieres que te diga adoá nde fuimos esta tarde?" dijo Ramseá s, incapaz de
soportar mi alegre parloteo. Es un rasgo (o una debilidad) heredado de su
padre. Se me conoce por aprovecharme de ello cuando se me permite.
"Si es necesario", dije con voz dolorida.
"Bien hecho, tíáa Amelia", murmuroá David.
"Hmph", dijo Ramses. "Decidimos averiguar si la embajada alemana conocíáa
el alojamiento de Morgenstern. Un agregado dijo que no."
"Habíáa algo extranñ o en eá l", anñ adioá David. Repitioá la respuesta de Helmut
Gunter. "Nos quedamos en la zona hasta hace media hora. Observeá la entrada y
Ramseá s se escondioá en el callejoá n detraá s del terreno. La uá nica persona que
visitoá fue un hombre de pelo blanco con un maletíán. Llegoá en carruaje y no
habíáa salido para cuando nos fuimos".
Ramseá s se tragoá el uá ltimo bocado del pastel. "Si Gunter tiene acceso a una
copia de"Burke's Peerage", puede sospechar. El actual Lord Cavendish es
anciano, pero tiene dos hijos. Tambieá n hay otras familias en el grupo con el
mismo nombre".
"¿Le dijiste que eras Lord Cavendish?" Le pregunteá , horrorizado.
David se rioá . "Deberíáas haber oíádo su actuacioá n como un completo imbeá cil.
Empiezo a preguntarme doá nde aprendioá los matices. . .”
"Si puedo continuar", dijo Ramses, "sospechamos que Gunter sabe doá nde se
esconde Morgenstern. Si tenemos suerte, esta noche iraá a Morgenstern o le
enviaraá un mensaje dicieá ndole que venga a la embajada".
"Y tienes la intencioá n de estar allíá", le dije. "Eres consciente de que no
puedes capturarlo, supongo. No hay pruebas de que haya cometido un crimen.
Harun no especificoá que el senñ or Morgenstern le trajo la estatua, que ha
desaparecido, junto con Harun. No tenemos testigos, ni pruebas".
"Si se acerca a la embajada, lo persuadiremos para que nos acompanñ e", dijo
Ramses. "Esto puede requerir enganñ o. No te opones al enganñ o, ¿verdad,
madre? Creo recordar que usted se ha servido de ella en el pasado." Levantoá
una ceja mientras me miraba a traveá s del borde de su taza de teá .
No era un tema que me importara discutir. "Manñ ana por la manñ ana debo
llamar al Sr. Russell a su oficina. He sido negligente al compartir informacioá n
con eá l sobre estos horribles Godwins. Despueá s, supongo que debo decirle al Sr.
Maspero lo que sospechamos de la traicioá n de Morgenstern".
Daoud grunñ oá mientras miraba por encima de mi hombro. Me preocupaba un
poco que estuviera agachado, con las manos en los brazos de la silla,
preparado para atarse a traveá s de la terraza sin tener en cuenta a nadie
(incluyeá ndome a míá) en su camino. Echeá un vistazo y me di la vuelta. "No,
Daoud. La Srta. Smith no es una asesina. Es inofensiva, aunque un poco
cansada. Parece que ha seguido comprando; su ayudante se parece a una
bestia de carga. ¿Pido maá s saá ndwiches?"
"No lo creo, madre", dijo Ramseá s, ya de pie. Extendioá su mano para
ayudarme. "Retrocedamos a nuestras habitaciones para conversar sobre la
sabiduríáa de reconocer a los extranñ os que se acercan a ti en puá blico."
Ignoreá su mano mientras me levantaba. "No soy un ninñ o ni un ingenuo,
Ramseá s, y no tolerareá que me reganñ en." Me di la vuelta y entreá en el vestíábulo,
con la esperanza de que no me topara con la causa de la pelea. Para mi alivio,
la Srta. Smith habíáa continuado su camino. Me detuve en la recepcioá n, escribíá
notas al Sr. Russell y al Sr. Maspero para alertarles de mis intenciones al díáa
siguiente y les pedíá que entregaran los sobres lo antes posible. Baksheesh
intercambioá las manos, y me aseguraron que las notas se presentaríáan en
menos de una hora. Daoud, Ramseá s y David estaban haciendo todo lo posible
para no llamar la atencioá n detraá s de una gran planta en maceta; el turbante de
Daoud se asemejaba a un enorme capullo de rosa blanca en la parte superior
de las hojas. Les concedíá el pequenñ o triunfo de pensar que me habíáan
enganñ ado yendo hacia arriba sin mirarles.
Todos los hombres, sin importar su edad o nacionalidad, son ninñ os en el
fondo. Incluso Emerson, impecablemente bien educado, brillante y altamente
considerado por los arqueoá logos de todo el mundo, ha sido conocido por
pavonearse y cacarear de una manera no muy diferente a la de Peter Pan del
Sr. Barrie. Sonreíá mientras recordaba la inquietud de Emerson cuando
asistimos a la produccioá n esceá nica en 1904. Me habíáa costado mucho
convencerlo de que no saliera corriendo del teatro.
Me puse una modesta bata y me puse a escribirle una carta a Katherine. No
levanteá la vista cuando Ramseá s y David entraron en la sala de estar,
disfrutando perturbadoramente de fingir que estaban ofendidos. Cuando
Ramseá s se ofrecioá a prepararme un whisky con soda, simplemente asentíá.
Una vez repartidas las libaciones y sentados los hombres, dejeá de lado mi
pretensioá n y dije: "¿Es posible que el senñ or Morgenstern se haya establecido
temporalmente en la villa de la Deutsche Orient-Gesellschaft? Es el director,
despueá s de todo."
David agitoá la cabeza. "El primer lugar al que fuimos esta tarde fue a la isla
de Gezirah. El secretario, un hombre tíámido y deslucido, juroá que habíáa sido el
uá nico residente durante el uá ltimo mes y que no habíáa recibido ninguna
comunicacioá n de Morgenstern. Despueá s de recibir un generoso baksheesh, el
guardia de seguridad insistioá en que Morgenstern no habíáa entrado en la villa
en varios meses. Aceptoá , motivado por la perspectiva de una recompensa
sustancial, alertarnos inmediatamente si veíáa a nuestra presa".
Ramseá s resoploá . "Nos haces sonar como cocodrilos en el banco de arena,
esperando una sabrosa comida de salchichas."
"¿Ha hecho averiguaciones sobre el paradero actual de Harun?" Le
pregunteá .
"No con eá xito", admitioá Ramses con un suspiro. "EÉ l y sus aprendices parecen
haber desaparecido como si fueran alimanñ as con una madriguera subterraá nea.
He hecho saber a algunos conocidos que pagareá muy bien por la informacioá n
sobre la ubicacioá n de su actual taller".
"Lo que podríáa ser en cualquier parte", anñ adioá David, "ya que tiene una
familia numerosa, asíá como asociados desagradables. Sus herramientas no
estaban. Todo lo que necesita es una habitacioá n con luz adecuada".
Me encogíá de hombros. "Podríáa estar en cualquier parte de El Cairo o de las
aldeas vecinas. Nuestra mejor oportunidad es encontrar a Herr Morgenstern,
aunque puede que tampoco conozca la ubicacioá n de la madriguera de Harun.
Dudo que los hombres del Sr. Russell tengan maá s eá xito, pero lo alentareá por la
manñ ana". Me detuve a reflexionar sobre el significado innegable del busto de
la reina Nefertiti. Tutmose habíáa creado su obra maestra, y luego la enterroá
bajo su estudio cuando Amarna fue abandonado abruptamente a los estragos
de la naturaleza y el tiempo. Lo habíáa hecho tan profundamente que un
arqueoá logo anterior, Sir Flinders Petrie, no lo habíáa descubierto durante su
expedicioá n dos deá cadas antes. "¡No podemos permitir que Herr Morgenstern o
cualquier otra persona prive al mundo de su belleza!"
"No," dijo Ramseá s con severidad, "no podemos. Vamos a nuestra habitacioá n,
David. Siento como si estuviera usando una soga alrededor de mi cuello.
Madre, si no te opones a cenar sola, volveremos a la embajada alemana para
continuar nuestra vigilancia. Contrateá a un muchacho para que nos echara un
vistazo mientras veníáamos a tomar el teá , pero no puede vigilar las dos salidas
potenciales. Daoud vigilaraá la tienda de Harun en caso de que Morgenstern
esteá cerca, aliviaá ndote asíá de salir con esa misma intencioá n".
“I am aware of the danger in the dark labyrinth of Khan el-Khalili,
particularmente para una dama no acompanñ ada." No vi ninguna razoá n para
admitir que la idea habíáa pasado por mi mente. Daoud habíáa encontrado a
Herr Morgenstern en temporadas anteriores y lo reconoceríáa. Lo que podríáa
hacer si lo viera estaba maá s allaá de mis poderes de especulacioá n.
Despueá s de despedirse, volvíá a mi carta a Catalina, recordaá ndole que ella y
Ciro vendríáan el díáa de Navidad. Me abstuve de mencionar a los Godwins, ya
que los intentos de asesinato podríáan palidecer nuestras festividades, y
tampoco expliqueá por queá se nos habíáa dado permiso para excavar en Amarna.
Cyrus pediríáa detalles, pero eso se lo dejaríáa a Emerson.
Decidíá no participar de la cena en el comedor. Aunque la idea de cenar solo
no me molestaba en lo maá s míánimo, no me gustaba que la Srta. Smith se
uniera a míá. Ali, el sufragio que habíáa sido negligente durante nuestra estancia
inicial, estaba de servicio en el pasillo cercano. Pedíá que se trajera una bandeja
a mis aposentos, confiando en que seríáa raá pido para compensar su anterior
ineficiencia en el caso de Judas. Luego retomeá mi asiento y saqueá mi diario
para hacer una lista de todas las personas con las que nos habíáamos
encontrado o a las que nos habíáan referido despueá s de nuestra llegada a El
Cairo. Como mi intencioá n era compartirlo con Emerson, omitíá el nombre de la
persona que podríáa tener un efecto perjudicial en la buena naturaleza de mi
amada.
El clan Godwin encabezaba la lista, no hace falta decirlo. El simple hecho de
mirar sus odiosos nombres me dio una sensacioá n de naá useas. No teníáamos
forma de saber doá nde se alojaban, asíá que todo lo que podíáamos hacer era
protegernos cuando llegara la proá xima ocasioá n. Judas no habíáa perdido el
tiempo. No estaba seguro de cuando Ramseá s se encontroá con el villano de
cuchillo en Alejandríáa, pero habíáa sucedido poco despueá s de su llegada de
Palestina. Guy habíáa hecho su desafortunado intento el díáa anterior. Tuve que
admitir que los hermanos Godwin eran diligentes.
A nuestra llegada a Amarna, nos encontramos por primera vez con Octavio
Buddle. Su falta de reaccioá n a mi advertencia basada en la tarjeta en el bolsillo
de Judas fue extranñ a. El Sr. Dullard, sobre quien Emerson habíáa saltado, no
parecíáa ser nada maá s siniestro que un misionero. Sin embargo, los
acontecimientos del pasado han demostrado que nadie puede ser eliminado
como sospechoso. Von Raubritter, otra víáctima de la impetuosidad de
Emerson, cayoá en la misma categoríáa. Ramseá s y David habíáan nominado al
agregado alemaá n para mi lista. Herr Morgenstern, confabulado con Harun,
obviamente no era bueno.
Eso dejoá a Ermintrude de Vere Smith, prolíáfico escritor de dudoso talento. El
comentario de Ramseá s sobre el reconocimiento de extranñ os en puá blico teníáa
cierto grado de validez. Si me hubiera quedado con la mirada helada y me
hubiera dado la espalda cuando me habloá en la tienda, no la habríáa evitado en
el hotel. Estaba seguro de que ella no era Sethos con uno de sus disfraces maá s
tontos. Para aquellos de mis lectores que especulan sobre la posibilidad,
permíátanme notar que la Srta. Smith era maá s baja que yo y teníáa ojos azul
paá lido.
Ali llegoá con mi comida y una botella del vino que Emerson y yo solíáamos
pedir. Puso la mesita con ropa de cama y cubiertos y abrioá el vino. Despueá s de
haberme perdido el almuerzo y haber visto a los hombres devorar los
saá ndwiches y los pasteles a la hora del teá , teníáa un apetito robusto. Despueá s de
terminar de comer, me sirvioá una segunda copa de vino y serpenteeá hacia la
ventana para contemplar a los peatones, los automoá viles, los carruajes y los
numerosos peatones que acechaban cerca de la entrada del hotel. Todavíáa
estaba preocupado con mi lista, asíá que habíáan pasado varios minutos antes de
que notara a un hombre solitario flotando en la acera del otro lado de la calle.
Estaba paseando de un lado a otro y mirando subrepticiamente a los pisos
superiores del hotel. Incluso desde lejos, podíáa ver la suciedad en su abrigo y
su cara sin afeitar. A pesar del suave aire nocturno, parecíáa temblar.
Me puse ropa maá s adecuada y bajeá apresuradamente al vestíábulo. El Sr.
Baehler pronuncioá un tibio saludo, que yo ignoreá cuando salíá por la entrada
principal. El hombre se encogioá en una puerta cuando cruceá la calle para verlo
mejor.
"Herr Morgenstern -dije, confirmando mis sospechas-, ¡queá bueno es volver
a verle! Esperaá bamos encontrarnos en Amarna y nos decepcionoá saber que no
estabas allíá".
"¿Sabes doá nde estaá ? Lieber Gott, ¡debo encontrar a mi hermosa reina!" Su
voz era un quejido deá bil y aá spero. Escupitajo goteaba de sus labios mientras
agarraba sus manos en suá plica. Parecíáa tan fraá gil que si lo hubiera empujado
por la frustracioá n, se habríáa caíádo a la acera.
"No puedo responder a su pregunta, pero insisto en que me acompanñ e a mis
aposentos para que pueda ofrecerle un ambiente maá s civilizado y una comida
caliente. Parece que tiene un corte feo en la mano que requiere atencioá n
meá dica. Tengo antiseá ptico y vendas entre mis suministros." Lo agarreá
firmemente de la manga y lo empujeá al otro lado de la calle y al vestíábulo del
hotel. El Sr. Baehler nos miroá sin decir nada cuando pasamos por la recepcioá n.
Ali, que estaba en el pasillo, tambieá n se quedoá sin palabras. Ordeneá que
trajeran una bandeja para el senñ or Morgenstern, y continuamos hacia mi sala
de estar. En la luz se veíáa mucho peor de lo que me habíáa dado cuenta. Su
barba, su bigote y su ropa estaban cubiertos de mugre, y sus zapatos estaban
raspados. Sus ojos estaban desenfocados y llorosos sobre sus mejillas
coá ncavas. Parecíáa como si hubiera comido poco en las uá ltimas semanas. Lo
envieá a la caá mara de banñ o para que se lavara mientras sacaba los utensilios
necesarios para tratar el desgarrado corte de su mano.
Cuando emergioá , estaba huá medo pero no perceptiblemente maá s limpio. No
habíáa dicho una palabra desde nuestro encuentro en la calle. Lo lleveá a una
silla, lo empujeá suavemente hacia abajo y comenceá a ministrar. "Esto no parece
estar infectado", dije tranquilamente, "pero debe ser doloroso. ¿Queá fue lo que
pasoá ?" Me miroá con la mirada perdida. "Estoy seguro de que te sentiraá s mejor
una vez que me haya ocupado de esto", continueá ,"y hayas tenido una comida
caliente. ¿Le apetece una copa de vino?"
Habíáa tenido conversaciones maá s animadas con un camello. Puse la venda
en su lugar y le pedíá que se quitara el abrigo. Cuando no respondioá , lo saqueá a
empujones y lo puse junto a la puerta con la esperanza de que el olor fuera
menos potente. No teníáa sentido intentar interrogarle sobre la ubicacioá n del
actual taller de Harun hasta que le dieran de comer. Mi expectativa de que me
enteraríáa de algo uá til disminuíáa cada minuto, basada no soá lo en su condicioá n
fíásica, sino tambieá n en su lastimosa suá plica de reencontrarse con la estatua de
Nefertiti. Era iroá nico que Ramseá s, David y Daoud estuvieran buscaá ndolo para
encontrar la ubicacioá n del taller, mientras que eá l habíáa venido a casa de
Shepheard anticipando que podríáamos compartir esa misma informacioá n.
Al menos esa era mi teoríáa, y rara vez me equivoco.
Seis

No me vendríáa bien regodearme en mi eá xito a la hora de localizar y aislar a


Herr Morgenstern, sobre todo porque no teníáa ni idea de queá hacer con eá l. Una
comida caliente podríáa revivirlo, pero lo dudaba. Permanecioá tirado en la silla,
murmurando en voz baja y movieá ndose como si estuviera infestado de pulgas.
Los callejones de El Cairo proporcionaban un santuario cruel para perros y
gatos callejeros, y su herida bien podríáa haber sido causada por depredadores
que luchaban por la basura detraá s de un restaurante. Nunca habíáa tenido
sentimientos caá lidos por eá l, pero era imposible evitar sentir compasioá n por un
colega que ha caíádo en picado hasta el nadir. La compasioá n no debe
confundirse con la parcialidad, ni siquiera para el cristiano maá s devoto. Herr
Morgenstern habíáa robado un descubrimiento invalorable. Hice una mueca de
dolor al imaginar la probable respuesta de Emerson en la situacioá n actual.
Se me habíáa ocurrido un plan de accioá n cuando Ali llegoá con la bandeja de la
cena. Espereá a que preparara la mesa y le dije: "Mi hueá sped necesita una bata
mientras limpia y plancha su ropa, y estoy seguro de que encontraraá algo
adecuado en la lavanderíáa del hotel. Cuando pase por el vestíábulo, informe al
Sr. Baehler que necesito los servicios inmediatos del meá dico del hotel".
La expresioá n de Ali indicaba que yo me hundíáa en su estima, pero eá l aceptoá
sombríáamente el baksheesh y salioá de la habitacioá n. Mireá al senñ or
Morgenstern con poco entusiasmo. Lo puse en pie y lo lleveá a la mesa. Sus ojos
estaban vacíáos y no mostraba conciencia de la comida que teníáa ante eá l.
Coloqueá el tenedor en su mano, pero se le cayoá de los dedos y rebotoá debajo
de la mesa. Lo recogíá, le di una toallita raá pida con una servilleta, lo reemplaceá
en su mano, y lo guieá a un bocado de carne de res.
"Tienes que comer", dije severamente. "Si no recuperas tus fuerzas, nunca
encontraraá s la estatua de Nefertiti". La perderaá s para siempre. ¡Ahora come!"
Parpadeoá cuando mis palabras entraron en su confusa conciencia. Metioá el
tenedor en la mordedura y se lo llevoá a la boca de forma inestable. Cuando eá l
repitioá la accioá n por segunda vez, le servíá una copa de vino y me retireá de su
omnipresente redolencia.
Fue desafortunado que no pudiera notificar a Ramseá s y David.
Permaneceríáan fuera de la embajada alemana la mayor parte de la noche,
disfrazados de alguna manera y esperando que Gunter los condujera hasta
Herr Morgenstern. Daoud se quedaba vigilando en el taller de Harun hasta que
uno de nosotros aparecíáa en persona para hablarle de la inutilidad de su
esfuerzo. No me atrevíáa a dejar solo al Sr. Morgenstern.
Me sentíá aliviado cuando Ali llegoá con una bata limpia, una bata larga que
era del largo de una camisa de dormir extendida pero maá s elegante, seguida
de un hombre de mejillas rosadas, no mayor que Nefret, que se identificoá a síá
mismo como el Dr. Forbes (sin relacioá n con mi querida Evelyn,
aparentemente). A lo largo de los anñ os ha habido varios meá dicos relacionados
con el hotel, algunos alojados y otros que necesitaban ser instruidos sobre su
funcioá n. El joven que llegoá era nuevo para míá, pero obviamente habíáa oíádo
hablar de míá. Sus ojos se abrieron de par en par hasta un punto alarmante
cuando me presenteá .
"Este caballero sufre de una enfermedad psicoloá gica", le expliqueá . "¿Queá tan
versado eres en tales desoá rdenes?"
"Er", dijo el joven Dr. Forbes.
"Como pueden ver, mi invitado necesita atencioá n meá dica. Por favor, lleá velo a
la caá mara de banñ o, baá nñ elo a fondo y examíánelo para ver si tiene llagas, heridas
e infecciones. Despueá s de eso, necesitaraá una evaluacioá n fíásica y mental.
Apreciareá mucho su diagnoá stico."
El meá dico estaba visiblemente perturbado por mi peticioá n, pero su juventud
y su limitada experiencia (y quizaá s mi tono autoritario) le impidieron negarse
a realizar las tareas maá s comuá nmente asignadas a una enfermera o a un
ordenanza. Convencioá a Herr Morgenstern de que se bajara de la silla y lo llevoá
a la caá mara del banñ o. Una vez que oíá correr agua en la banñ era, me recompenseá
con las uá ltimas gotas de vino. Tambieá n hice una nota para deshacerme de mi
lufa y de mi pastilla de jaboá n con olor a lavanda en un futuro inmediato. Podíáa
confiar en que el personal del hotel reemplazaríáa las toallas y los panñ os.
Cuando el senñ or Morgenstern salioá del cuarto de banñ o, vestido con la larga
tuá nica blanca, parecíáa maá s civilizado. Todavíáa necesitaba los servicios de un
barbero y una manicura, pero su aspecto general ya no era repugnante. El
meá dico lo llevoá a una silla y lo obligoá a sentarse.
"¿Coá mo estaá su salud fíásica?" Pregunteá .
"Su cuerpo estaá cubierto de aranñ azos, costras y picaduras de insectos. El
corte en su mano no parece estar infectado. No he visto ninguá n síántoma que
sugiera que padece una enfermedad como disenteríáa o malaria". Sacoá un
estetoscopio de su bolsa, y despueá s de un asentimiento de mi parte, continuoá
su examen. "Su corazoá n y sus pulmones estaá n sanos, y no ha habido heridas
graves, ni externas, ni tan cerca como puedo decir, internas. Yo diríáa que estaá
sufriendo de falta de alimentos, agua e higiene personal. Antes de que se
tomen medidas maá s draá sticas, yo recomendaríáa un largo descanso, con
cuidados constantes de enfermeríáa para asegurarse de que toma comida y
agua a intervalos regulares".
"¿Y mentalmente?"
"No pudo responder a mis preguntas de manera coherente, lo que sin duda
se debe a su estado de debilidad. Si se le cuida durante los proá ximos díáas,
deberíáa recuperar sus facultades mentales. Ahora debo irme, Sra. Emerson.
Otro hueá sped del hotel sufre de migranñ a y ha solicitado mi atencioá n. Le deseo
la mejor de las suertes con este caballero".
El meá dico huyoá con demasiada prisa, dejaá ndome considerar a mi invitado,
que ahora tambieá n era mi paciente. No pude arreglar otra habitacioá n para eá l
porque podríáa partir a cualquier hora de la noche para reanudar su buá squeda
ineficaz de su reina pintada. El personal del hotel fue entrenado para no
interferir con los deseos de los hueá spedes. Aunque pudiera ordenar al sufragio
nocturno que hiciera de guardia en la puerta, no estaba seguro de que pudiera
impedir que el senñ or Morgenstern se marchara. La idea de que me sentara en
el pasillo toda la noche era absurda. Esto dejaba soá lo una opcioá n, algo menos
absurda, pero sin embargo molesta.
"Deá jame ayudarte a ponerte en pie", dije con una voz notablemente
desprovista de camaraderíáa. "Estaraá s durmiendo en el dormitorio por la
noche, mientras yo me quedo aquíá. Se haraá n otros arreglos por la manñ ana".
Era incapaz de hacer una protesta audible. Despueá s de acomodarlo en la
cama y apagar la luz, volvíá a la sala de estar. Ninguno de los muebles fue
disenñ ado para una noche de suenñ o confortable; el sofaá era demasiado corto
para acomodarme, y las sillas teníáan respaldos erguidos y cojines abultados.
En el pasado, habíáa dormido en el suelo de las tumbas y en tiendas primitivas,
pero siempre con Emerson a mi lado (y a menudo dentro de mi saco de
dormir).
Metíá una silla bajo el pomo de la puerta del dormitorio para evitar que el
senñ or Morgenstern intentara salir. Quiteá los cojines y creeá una cama
improvisada en el suelo, consciente de que me esperaba una noche incoá moda.
Decidíá que seríáa prudente permanecer en mi ropa en lugar de arriesgarme a
ser obligado a perseguirlo por el pasillo mientras va vestido inadecuadamente.
Pasoá casi una hora antes de que me quedara dormido.

"La madre auá n debe estar dormida", dijo Ramseá s en voz baja al entrar en la
sala de estar desde el pasillo. "¿Pedimos el desayuno en nuestra habitacioá n o
bajamos al comedor?"
"Preferiríáa mucho maá s banñ arme e irme a la cama", dijo David con
rotundidad.
"Tuá fuiste el afortunado. Yo soy el que fue atrapado por el rocíáo de la
manguera y empapado a fondo. ¿Quieá n iba a imaginar que el personal de la
embajada alemana regaba los parterres y los arbustos detraá s del edificio?"
"Cualquiera que luchoá contra mosquitos toda la noche mientras estaba
agachado bajo arbustos espinosos."
"Necesitaremos cuatro bandejas para el desayuno", dije mientras me
levantaba de los cojines alineados frente al sofaá . Ramseá s, que dominoá el arte
de la impasibilidad a una edad temprana, se quedoá boquiabierto ante míá.
David agarroá el marco de la puerta mientras retrocedíáa. Debo admitir que
encontreá sus expresiones graciosas, pero no me permitíá sonreíár. "¿Por queá
cuatro bandejas? Tenemos un invitado en el dormitorio y debemos ofrecer
hospitalidad. Por favor, localiza a Ali y píádele que traiga las bandejas
raá pidamente. Necesito desesperadamente cafeá ". Basado en numerosas
experiencias en el pasado, no me sorprendioá que estuvieran vestidos con
ropas andrajosas, sus pies sucios calzados con sandalias, sus rostros con
barbas y bigotes sin recortar. "Es posible que desee cambiarse a ropa maá s
respetable y quitarse el vello facial falso tan pronto como tenga la
oportunidad", agregueá . "Estoy impresionado de que hayas podido entrar en el
hotel vestido como estaá s."
David sonrioá . "No entramos por el vestíábulo, tíáa Amelia. El soá tano es un
laberinto, pero estamos familiarizados con eá l".
"¿Puedo preguntar la identidad de este invitado?" preguntoá Ramseá s,
negaá ndose a distraerse.
"Herr Morgenstern, obviamente", respondíá. "Tan pronto como terminemos
de desayunar, uno de nosotros debe ir a buscar a Daoud antes de que sus pies
esteá n permanentemente en la acera de enfrente del taller de Harun en Khan
el-Khalili."
David se fue para darle a Ali nuestra orden de desayuno. Ramseá s miroá en
silencio mientras recogíáa los cojines y los reemplazaba en sus lugares
adecuados. Entreá en la caá mara de banñ o para refrescarme lo mejor que pude,
con cuidado de evitar las toallas mojadas en el suelo. No podíáa estar seguro de
que el meá dico no hubiera usado mi cepillo o peine en la cabeza de su paciente,
asíá que los hice a un lado y me paseá los dedos por el pelo. Mi lista de la compra
se hacíáa maá s larga, penseá mientras volvíáa a la sala de estar.
Ramseá s estaba mirando la silla que estaba debajo de la perilla de la puerta.
Se volvioá hacia míá, levantoá una ceja y me dijo: "¿Te importaríáa explicarme
coá mo llegoá a estar el senñ or Morgenstern en tu habitacioá n, madre?"
"Estoy decepcionado de ti. Estaba bastante seguro de que usted lo razonaríáa
por síá mismo, pero estareá encantado de explicarlo despueá s de que lo haya
despertado y lo haya acompanñ ado a la caá mara del banñ o para que pueda hacer
uso de las instalaciones. Es vital que permanezca bajo nuestra constante
supervisioá n hasta que recupere el sentido comuá n".
"¿Dejaste el hotel anoche?" Su tono era acusatorio, como si fuera un maestro
de escuela interrogando a un alumno travieso.
"Por no maá s de un minuto o dos, y siempre estaba a la vista del portero. No
es tan fiable como Daoud, por supuesto, pero supongo que no permitiríáa que
uno de los hueá spedes fuera molestado delante del hotel. Por favor, atienda las
necesidades de Herr Morgenstern en el banñ o. Comeraá mejor si su comida estaá
caliente, y llegaraá pronto. Tendraá que usar el thobe hasta que su ropa sea
devuelta de la tintoreríáa. Me gustaríáa pensar que no se atreveríáa a salir del
hotel vestido como estaá , pero es fanaá tico de encontrar la estatua de Nefertiti y
es capaz de acciones extranñ as".
Ramseá s me miroá fijamente, sus labios pellizcados, y luego fue a la puerta de
la habitacioá n, quitoá la silla y entroá en la habitacioá n. Un momento despueá s le oíá
hablar bruscamente al Sr. Morgenstern, urgieá ndole a que se levantara de la
cama. Los dos cruzaron el saloá n y entraron en el cuarto de banñ o. Me senteá y
comenceá otra lista. En la parte superior de la lista estaba el informar a Daoud
que teníáa que venir al hotel, ya que era maá s que capaz de hacer guardia en la
recieá n asignada habitacioá n del senñ or Morgenstern. Lo siguiente en la lista era
organizar dicha habitacioá n. Uno de nosotros necesitaba enviar un telegrama a
Emerson para informarle de las circunstancias actuales. Conocíáa una tienda
cercana donde podíáa comprar artíáculos de tocador nuevos, lo cual teníáa la
intencioá n de hacer inmediatamente despueá s del desayuno. Ramseá s, David y
Daoud tendríáan que alternar la guardia hasta que se pusieran al díáa con su
suenñ o; los tres habíáan estado despiertos toda la noche. Planeaba dormir una
siesta, pero soá lo despueá s de que el dormitorio hubiera sido limpiado a fondo y
la cama equipada con saá banas frescas y crujientes. Hice una anotacioá n para
que cambien las almohadas.
Mientras Ramseá s y David desayunaban con gusto, el senñ or Morgenstern
tragoá algunos bocados pequenñ os, y yo con gratitud tomeá cafeá y leíá en voz alta
mi lista maá s reciente. David se ofrecioá raá pidamente para enviar el telegrama a
Emerson, posiblemente porque la oficina de teleá grafos estaba a soá lo dos
cuadras. Ramseá s aceptoá ir a buscar a Daoud y llevarlo de vuelta al hotel.
Terminaron su comida y partieron para sus tareas asignadas, dejaá ndome a
míá para atender al senñ or Morgenstern hasta que regresaran. No era un
hueá sped atractivo -o un cautivo, para ser maá s precisos- que los huevos
mimados que habíáa intentado comer habíáan goteado por la parte delantera de
su thobe. Apreteá los dientes y lo limpieá lo mejor que pude.
"Bien," le dije alegremente,"¿te sientes mejor ahora que estaá s limpio,
descansado y alimentado?"
"¿Adoá nde la llevaste?", baloá .
"Asumiendo que se refiere al busto de Nefertititi, puedo asegurarle que no la
hemos llevado a ninguna parte. Eso fue obra de Harun. ¿Tienes alguna idea de
doá nde podríáa haber montado su nuevo taller?" Agitoá la cabeza entumecida.
Sospecheá que estaba diciendo la verdad, ya que no habríáa venido a buscarnos
si hubiera tenido esa informacioá n. "¿Hiciste alguá n arreglo con Harun para
devolver el original y las copias despueá s de que se completaran?"
"No, no lo creo... No puedo recordar...." Se frotoá la cara mientras las laá grimas
inundaban sus ojos. "Debo encontrarla, mi precioso Nefertiti. ¿La tienes,
quienquiera que seas?"
"Soy Amelia Peabody Emerson, esposa y colega de Radcliffe Emerson, el
maá s grande arqueoá logo de los siglos anterior y actual, y no tengo la estatua en
mi poder", dije resueltamente. "Necesitas retirarte al dormitorio para
descansar maá s. Te despertareá cuando las bandejas de almuerzo hayan sido
traíádas aquíá."
Lo mireá fijamente hasta que se levantoá y entroá en el dormitorio. No vi
ninguna razoá n para poner la silla bajo el pomo de la puerta como habíáa hecho
la noche anterior; estaba alerta y confiada en mi capacidad de controlarlo si se
esforzaba por salir. Aunque era maá s grande que yo, apenas podíáa tambalearse.
Sin embargo, me asegureá de que mi sombrilla estuviera al alcance de la mano.
Despueá s de que David regresoá de la oficina de teleá grafos, accedioá a
permanecer en la sala de estar mientras yo me ocupaba de otros asuntos de mi
lista. Me detuve en el escritorio del vestíábulo y conserveá una habitacioá n para el
Sr. Morgenstern. El Sr. Baehler, que sin duda habíáa recibido informes del
meá dico y de Ali, estaba claramente descontento, pero hizo lo que le pedíá. Debe
haberse dado cuenta de que participar en una pelea a gritos conmigo soá lo
daríáa lugar a una alegre especulacioá n entre sus invitados. Salíá de Shepheard's
y fui a la tienda a comprar artíáculos de tocador, esperando con ansias la
oportunidad de atender mis exigentes necesidades personales. Una vez que
estuviera presentable, llamaríáa al Sr. Russell y al Sr. Maspero como yo queríáa.
Me sentíá un poco agraviado cuando me encontreá con la Srta. Smith a mi
regreso al hotel. Su vestido rosa habíáa sido reemplazado por uno de color
amarillo caleá ndula, y una vez maá s su maquillaje habíáa sido aplicado con una
mano pesada. "Buenos díáas", murmureá educadamente mientras intentaba
pasar junto a ella.
"Espero que auá n esteá disponible para tomar el teá conmigo esta tarde, Sra.
Emerson", dijo entusiasmada. "Estoy tan emocionada por la perspectiva de
que apenas dormíá anoche. Sentarse frente a ti y escuchar tus aventuras seraá
un gran honor. Estoy temblando de miedo ante el..."
"Síá, a las cuatro en la terraza. Te vereá entonces." Continueá a su alrededor y
subíá las escaleras, ignorando cualquier otra cosa que pudiera haber dicho, y
jurando no volver a leer nunca maá s sobre su tonto jeque. Me alegroá encontrar
a Ramseá s y a Daoud en mi sala de estar.
"¿Estaá s ileso, Sitt Hakim?" Gritoá Daoud mientras se poníáa en pie de un salto.
"¡El Padre de las Maldiciones nunca me perdonaríáa si te hubiera pasado algo
malo! ¡Nunca me lo perdonaríáa! Jureá protegerte, pero ese hombre entroá en tu
habitacioá n y durmioá en tu cama. Lo castigareá duramente por su
impertinencia".
Estaba bastante seguro de que cualquier castigo infligido por Daoud seríáa
improbable que ayudara a la recuperacioá n del senñ or Morgenstern. "Estoy bien,
mi fiel amigo, y conmovido por tu lealtad. Sin embargo, es vital que ayudemos
al senñ or Morgenstern a recuperar su salud, asíá que debe ser amable con eá l. Eso
agradaraá al Padre de las Maldiciones". Le di la llave que habíáa adquirido en el
escritorio. "Herr Morgenstern necesita ser trasladado a la habitacioá n del final
del pasillo. Por favor, acompaá nñ elo hasta allíá y píádale que descanse. Bajo
ninguna circunstancia se le puede permitir salir del hotel".
"Oh síá, Sitt Hakim", dijo Daoud. Antes de que pudiera reiterar mis
instrucciones sobre el continuo bienestar del senñ or Morgenstern, Daoud entroá
en la habitacioá n y regresoá con un cuerpo de tuá nica blanca sobre su hombro.
Estaba tarareando mientras continuaba en el pasillo con su carga.
"Entonces debemos considerarnos enfermeras durante los proá ximos díáas",
dijo Ramses sin inflexioá n.
"¿Tienes una sugerencia mejor?" Le pregunteá .
"Loá gicamente podemos extrapolar que el senñ or Morgenstern no tiene
conocimiento de la ubicacioá n del taller de Harun. De lo contrario, no nos
habríáa buscado por esa misma informacioá n".
"Ya he llegado a esa conclusioá n", respondíá. "Debemos suponer que prometioá
pagarle a Harun muy generosamente para hacer las copias. Si el dinero no ha
cambiado de manos, Harun estaraá obligado a localizar a Herr Morgenstern
para completar su acuerdo. Es por eso que todos necesitamos regresar a
Amarna tan pronto como nuestro hueá sped sea capaz de viajar". Me detuve a
pensar. "Auá n no me ha dicho si aprendioá algo importante mientras merodeaba
frente a la embajada alemana."
"Me temo que no", admitioá Ramseá s. "El anciano que observamos entrando
en la embajada poco antes de las cuatro de la tarde estaba todavíáa dentro
cuando volvimos para reanudar nuestra vigilancia. Debe haberse quedado a
cenar. Seguá n David, el visitante y el agregado intercambiaron palabras afables
y apretones de manos en el escaloá n superior antes de que el caballero llegara a
la puerta para esperar su carruaje. David estaba vestido como tuá viste, y se le
acercoá , rogando por baksheesh. El guardia intercedioá , asíá que David no vio al
caballero maá s que brevemente antes de entrar en su carruaje".
"¿Y eso es sospechoso? Hay muchos alemanes en El Cairo en estos díáas. Uno
supondríáa que el embajador tiene amigos entre ellos y puede que le guste
entretenerlos".
Ramseá s se tiroá de la barbilla de la misma manera que su padre. "Cierto, pero
estoy seguro de que Helmut Gunter estaá involucrado de alguna manera. Puede
que crea que sabe coá mo localizar a Herr Morgenstern, pero estaá muy
equivocado a menos que tenga a Ali o al meá dico en su noá mina. Alemania debe
mantener una fuerte presencia en Egipto ante el caos políático que se avecina.
La inauguracioá n de la estatua de Nefertiti aumentaraá su prestigio como
egiptoá logos dedicados".
Un pensamiento inquietante entroá en mi mente. "Este hombre de pelo
blanco al que observoá entrar en la embajada, ¿podríáa haber sido Sethos?"
"David dijo que la estatura del hombre no descartaba la suposicioá n.
Lamentablemente, no tenemos a nadie en nuestra noá mina en la embajada que
pudiera haber escuchado conversaciones que nos permitieran obtener maá s
informacioá n. Los egipcios empleados allíá trabajan en la cocina y nunca se les
permite subir las escaleras, me informoá una sirvienta de fregadero saliente. El
soborno no serviraá de nada".
"Puede que a Sethos le falte el deseo de ayudar a los alemanes en su
buá squeda de la estatua de Nefertiti -comenteá lentamente-, pero es muy
consciente de su valor. Tenga en cuenta que los aprendices de Harun estaban
creando al menos dos copias. Tiene sentido que el senñ or Morgenstern soá lo
necesite uno de ellos para enganñ ar al Departamento de Antiguü edades.
Tenemos que averiguar si le pidioá a Harun que hiciera el segundo".
Ramseá s tembloá sus largos dedos. "Es un idiota en este momento, y ni
siquiera Daoud puede sacarle una respuesta luá cida. Tenemos que salir de El
Cairo lo antes posible. Estaraá s mucho maá s seguro en Amarna con el Padre para
que te vigile. Basado en lo que Nefret nos dijo sobre los hermanos de Geoffrey
Godwin, tres de ellos siguen dedicados a causar nuestra muerte. "¿Por queá no
le das al senñ or Morgenstern una dosis de laá udano, lo metes en un bauá l grande
y tomas el tren nocturno?".
"Eso no tendraá un efecto positivo en su recuperacioá n", dije. "Hareá todo lo
posible para que vuelva a estar en un estado de coherencia para que podamos
interrogarlo. Si no tengo eá xito manñ ana por la tarde, reconsiderareá su plan.
Tengo laá udano en mi botiquíán de primeros auxilios y le dareá lo suficiente para
que se despierte en su casa de excavacioá n en Amarna. Ahora me retirareá a la
caá mara del banñ o para prepararme a visitar al Sr. Russell y al Sr. Maspero".
"Te acompanñ areá en estas visitas", anuncioá Ramseá s. "No puedes dejar el hotel
sin proteccioá n."
Habiendo predicho exactamente lo que iba a decir (y encontraá ndolo
bastante razonable), tomeá el atuendo del dormitorio, recogíá mis compras
recientes y entreá en el cuarto de banñ o. Puede que haya perdido el tiempo,
disfrutando de un banñ o caliente despueá s de lavarme a fondo con mi nueva
esponja. Nadie parecíáa inclinarse a tambalearse en la habitacioá n y murmurar
la palabra"asesinato".
Me sentíá mucho maá s tranquilo cuando emergíá. Ramseá s, por alguna razoá n
inexplicable, caminaba impaciente dentro de los confines de la sala de estar.
No me hizo un cumplido cuando fuimos al vestíábulo y dejamos que el portero
del díáa llamara a un taxi. Cuando llegamos a la jefatura de policíáa, insistioá en
salir primero para escanear la corriente de peatones inofensivos. Me abstuve
de senñ alar que no teníáamos idea de coá mo identificar a los hermanos Godwin
que quedaban. Judas habíáa sido un gran bruto; Guy habíáa sido bajo y delgado.
La uá nica caracteríástica que compartíáan era la propensioá n a usar monoá culos.
El Sr. Russell nos saludoá calurosamente y nos ofrecioá cafeá . Ramseá s no
respondioá , asíá que acepteá amablemente por los dos. Procedíá a describir el
ataque maá s reciente en Khan el-Khalili, omitiendo la identidad de la persona
que haá bilmente habíáa capturado y devuelto el cartucho de dinamita.
"¡Esto es terrible!" dijo el Sr. Russell, con la cara enrojecida. "Debemos
capturar a estos villanos antes de que intenten hacerle danñ o, Sra. Emerson, y a
usted tambieá n, Ramseá s. No he recibido ninguá n comunicado uá til de la policíáa de
Cornualles, por lo que no tenemos ni idea de su paradero en El Cairo. El curso
de accioá n maá s sabio es que dejes la ciudad".
"Se ha sugerido", dijo Ramses con frialdad.
"Planeamos partir manñ ana por la noche", dije, "aunque no hay razoá n para
creer que no puedan determinar nuestro destino, Amarna. Todo el mundo en
El Cairo sabe que estamos excavando allíá, incluso los ladrones y los bribones".
"Sus actividades tienden a llamar la atencioá n, Sra. Emerson, en que un caos
de uno u otro tipo suele estar involucrado", contestoá el Sr. Russell con una seca
sonrisa. "Se rumorea que tiene a un reheá n en una habitacioá n del Hotel
Shepheard. Lo encuentro increá dulo, por decirlo suavemente."
Ramseá s resoploá . Le fruncíá el cenñ o y le dije raá pidamente: "No tengo ni idea de
doá nde se originan estos rumores tan difamatorios, pero puedo asegurarles
que la familia Emerson no retiene a personas inocentes en contra de su
voluntad. Creo que he relatado todo lo que sabemos sobre los Godwins. Si me
entero de algo de menor importancia, me encargareá de que tenga esa
informacioá n antes de partir". Me levanteá , obligando al Sr. Russell y a Ramseá s a
hacer lo mismo. "Gracias por su tiempo. Me anima saber que sus hombres
haraá n todo lo posible para detener a los hermanos Godwin en El Cairo. Vamos,
Ramseá s. Tenemos muchos maá s recados que hacer hoy."
Una vez que estaá bamos en un taxi, Ramseá s dijo: "¡Infierno y condenacioá n!
Parece como si cada aliento que uno de nosotros toma fuera digno de
especulacioá n. Si estornudas en puá blico, todos sabraá n que has sido
hospitalizado con neumoníáa".
"Tu padre comparte el sentimiento", le dije, daá ndole palmaditas en la
rodilla. "No hay nada que podamos hacer para acabar con el rumor que, sin
duda, fue iniciado por Ali en la lavanderíáa o en la cocina del hotel. Hablareá con
eá l cuando regresemos. Ahora debemos visitar al Sr. Maspero para darle la
desagradable noticia de la traicioá n del Sr. Morgenstern".
El director no nos hizo esperar. Parecíáa un poco nervioso cuando Ramseá s se
sentoá raá pidamente en una silla de esquina y cruzoá las piernas. Despueá s de
inclinarse sobre mi mano, me preguntoá coá mo podríáa servirnos.
"Estoy aquíá para servirle, monsieur", contesteá con una sonrisa. "Sentíá que
deberíáa recibir un informe sobre las actividades de Herr Morgenstern, que, si
recuerda, nos pidioá que investigaá ramos."
Le di un relato sucinto y bien organizado de los acontecimientos recientes,
comenzando con nuestro descubrimiento en el taller de Harun y terminando
con mi pronoá stico del estado fíásico y mental de Herr Morgenstern.
"Mais quel contretemps!" Exclamoá Masparo. "Lamento, cheè re madame, que
haya tenido que pasar por tantas dificultades. Seguramente debe haber otra
explicacioá n para su comportamiento. Peut-eô tre creyoá necesario hacer una
reá plica de la estatua en caso de que el original se perdiera o destruyera
inadvertidamente. Su reputacioá n como egiptoá logo, aunque apenas tan
magníáfica como la del profesor Emerson, es loable. Usted ha dicho que el
senñ or Morgenstern estaá mejorando. ¿Seraá capaz de continuar con sus deberes
de forma segura y responsable?"
"Estoy bastante seguro de ello. Sin embargo, si hay una recaíáda, ¿podemos
asumir que nos autoriza a tomar el control si lo juzgamos incapaz?"
Los ojos de Maspero se movieron. "Entiende, Madame Emerson, que soá lo
puedo pedirle que me informe de sus preocupaciones. Es lamentable que no
tengamos pruebas de que se haya cometido un delito. La D.O.G. tiene el firme
de Amarna; son una institucioá n importante en egiptologíáa y les corresponde a
ellos proporcionar un sucesor para el Sr. Morgenstern si no es capaz de
reanudar su puesto. ¿No tiene personal, incluido un ayudante de direccioá n? He
oíádo hablar de un joven..."
"Su nombre", dije, "es von Raubritter, o eso dice. ¿Le es familiar el nombre?
No lo es para míá. No puede ser un egiptoá logo entrenado. Cerroá el lugar y lo
dejoá sin vigilancia, lo que habla mal de su dedicacioá n".
"Herr Morgenstern tiene derecho a nombrar a su propio personal, y no
tenemos la costumbre de cuestionar a los estudiosos de su distincioá n."
"No hay nada que me impida interrogarlo, supongo."
"Ciertamente no puedo impedíárselo, Sra. Emerson", dijo Maspero con un
suspiro de martirio.
"Por supuesto que les informareá de mis hallazgos", les dije.
"Merci, Madame Emerson."
Ramseá s se levantoá de la silla. "¿Nos vamos, madre? Como M. Mapsero no
puede darnos la autorizacioá n adecuada para supervisar la excavacioá n de
Amarna, no nos sirve para nada. El profesor Emerson se decepcionaraá , estoy
seguro."
"Bonjour", dije mientras seguíáa a Ramseá s fuera de la oficina.
Ninguno de los dos habloá mientras el taxi nos llevaba de vuelta al hotel. Nos
separamos en mi puerta sin formular ninguá n plan futuro. Fui al dormitorio y
me asegureá de que la ropa de cama y las almohadas habíáan sido cambiadas,
me puse una bata y me acosteá para una muy necesaria siesta.

La luz del sol habíáa cambiado cuando me desperteá varias horas despueá s. Me
habíáa perdido la comida del mediodíáa, pero teníáa la intencioá n de tomar un teá
abundante, lamentablemente con la Srta. Smith. Contrariamente a sus
aspiraciones, no me meteríáa en un monoá logo que me impidiera devorar
delicados saá ndwiches y pasteles. Una dama decente nunca habla con vestigios
de comida en la boca.
Despueá s de refrescarme y de ponerme un vestido de teá adecuado, paseá por
el vestíábulo hasta la terraza. No me sorprendioá que la Srta. Smith ya hubiera
elegido una mesa y dado su orden al camarero. Me saludoá como si hubiera
quedado varada en un bote salvavidas y yo fuera un carguero de paso. Esto no
pasoá desapercibido para las mujeres esnob de las mesas cercanas, que se
inclinaron hacia adelante para dedicarse a su pasatiempo favorito.
"Buenas tardes", dije mientras me sentaba. "Espero que esteá disfrutando de
su estancia en El Cairo."
"¡Oh, síá, tanto! Tal vez no sea nada maá s que el calor implacable, pero siento
la pasioá n surgiendo en míá, amenazando con inflamarme. ¿Puedo servirle una
taza de teá , mi querida Sra. Emerson?"
"Gracias, Srta. Smith." Produje una especie de sonrisa. La temperatura era
suave, como corresponde a la temporada de invierno, y por la noche hacíáa un
poco de fríáo. La Srta. Smith debe haber sido muy sensible para estar llena de
pasioá n a pesar del sueá ter de caá rdigan que llevaba sobre los hombros.
"Debes contarme sobre el Oasis Perdido", dijo ella. "No se me ocurre nada
maá s emocionante que descubrirlo en medio del desierto!"
Mireá con nostalgia un saá ndwich de pepino, pero me abstuve de meterlo en
la boca. "Fue todo un calvario", comenceá obedientemente. "El uá ltimo camello
murioá al mediodíáa, dejaá ndonos sin comida ni agua en el desierto al oeste del
Nilo. Si no hubieá ramos descubierto el oasis, seguramente habríáamos
perecido". Continueá con una versioá n editada, omitiendo nuestro primer
encuentro con el querido Nefret, pero quizaá s adornando el peligro en el que
nos encontramos.
La Srta. Smith se abanicoá con un libro de bolsillo. "¡Queá emocionante, Sra.
Emerson! Me temo que habríáa sucumbido al duro desierto si me hubiese visto
forzado a seguir tu firme resolucioá n. Espero no ser presuntuoso al ofrecerle
esta pequenñ a muestra de mi admiracioá n". Ella empujoá el libro a traveá s de la
mesa. "Es mi uá ltima novela, aunque palidece en comparacioá n con tus
aventuras. Por favor, aceá ptalo con mi mayor gratitud".
No tuve maá s remedio que quitarle el libro de la mano. El arte de la portada
teníáa la familiar representacioá n del jeque de piel clara mirando a un ingenuo
buxoma en medio de un desvanecimiento, y se titulaba La sombra del jeque. Lo
examineá con míánimo intereá s hasta que vi una fotografíáa de la Srta. Smith en la
contraportada. Parecíáa maá s joven, como suelen hacer los autores en sus
fotografíáas publicitarias, pero su imagen era inconfundible. Como bien saben
mis lectores, tengo una naturaleza sospechosa y habíáa considerado
ociosamente la posibilidad de que fuera una impostora. Ella no lo era. Me
acordeá de decirle a Daoud que no debíáa abalanzarse sobre ella si la veíáa en el
pasillo. "Saltar" no era la palabra maá s precisa para describir su posible
reaccioá n; su altura y volumen probablemente resultaríáa en un movimiento
maá s apropiado para un luchador. No seríáa un buen augurio para la Srta. Smith-
o para alguien de menor estatura.
"Espero que lo disfrutes", dijo ella. "La heroíána es una chica valiente que
estaá dispuesta a defenderse. Cuando uno de los esbirros del jeque entra en su
tienda, lo estrangula con un panñ uelo. Fue muy estimulante para míá, su creador.
Mi editor intentoá redactar la escena, pero yo me mantuve firme en que se
quedara. La modeleá en usted, Sra. Emerson, porque seguramente usted habríáa
hecho lo mismo en esa situacioá n". Me dio una mirada de acero que me
inquietoá .
Me sorprendioá su comportamiento atíápico. "Nunca he estrangulado a nadie,
ni tengo la intencioá n de hacerlo en el futuro. Debes buscar tu inspiracioá n en
otra parte. Estos pasteles son deliciosos, ¿no?"
Despueá s de una hora en la que me pidioá maá s historias, le agradecíá por mi
regalo y me disculpeá . Fui arriba, donde encontreá a Daoud vigilando la puerta
de Herr Morgenstern. Me desvieá a mi habitacioá n para deshacerme de la
sombra del jeque y de su cruel heroíána, inspeccionar mi atuendo en busca de
migajas errantes y recoger un objeto potencialmente uá til. Entonces emergíá y
envieá a Daoud a descansar. Se requirioá una gran asertividad en mi nombre
antes de que accediera a dormir en el sofaá de mi habitacioá n. (Los dos sabíáamos
que se quedaríáa en la puerta para escuchar el maá s míánimo indicio de
perturbacioá n).
Abríá la puerta. Las cortinas se abrieron, y soá lo una astilla de luz solar
atravesoá la oscuridad. La ropa de Morgenstern habíáa sido limpiada y
planchada, y colgada en un armario abierto. Fui de puntillas a la cama para
examinar a mi paciente. Se quedoá quieto, con los ojos cerrados, mientras yo
me sentaba junto a su cama, pero obviamente se habíáa dado cuenta de lo que
estaba sucediendo, pues ahora sus ojos se abrieron y dijo: "¿Queá me va a
pasar?
Saqueá la bruá jula que habíáa comprado para Emerson como regalo de
Navidad. Brillaba mientras colgaba de una cuerda. "Soá lo van a pasar cosas
buenas", dije tranquilamente. "Mira este objeto. Mira como captura la luz. Es
bueno verlo mientras tu mente descansa." Gireá la bruá jula suavemente de un
lado a otro. "Tus paá rpados son pesados. Apenas puedes mantenerlos abiertos.
Estaá n cerrando. Pero auá n puedes oíár. Puedes oíárme. Dormiraá s cuando te pida
que duermas, pero cuando despiertes recordaraá s lo que te digo ahora".
David, presumiblemente despueá s de haber notado que Daoud ya no estaba
en el pasillo, entroá en la habitacioá n. Puse el dedo en mis labios y retomeá mis
instrucciones suaves y melifluas, terminando con un uá ltimo "suenñ o". Herr
Morgenstern teníáa una leve sonrisa en la cara mientras se hundíáa en la
inconsciencia.
"Le dijiste..." David comenzoá .
"Que eá ramos sus amigos y que eá l era nuestro amigo. ¿Queá hay de malo en
eso?"
"No es exactamente cierto", dijo dudoso.
"Pero nos conviene que lo crea", le dije mientras lo sacaba de la habitacioá n y
cerraba la puerta con cuidado. "La sugerencia posthipnoá tica ha demostrado
ser muy eficaz en estos casos, y su reaccioá n fue la que yo habíáa previsto.
Manñ ana regresamos a Amarna en el tren de la noche. Maspero parece creer
que el senñ or Morgenstern puede reanudar su trabajo de forma ejemplar, a
pesar de su obsesioá n por la estatua de Nefertiti. Creo que Harun nos seguiraá ,
exigiendo una buena compensacioá n por sus copias. Eso nos daraá la mejor
oportunidad de aprovechar a este falsificador y exigirle informacioá n".
"Me sorprendes, tíáa Amelia."
"Gracias", respondíá modestamente.
Siete

A la manñ ana siguiente opteá por abandonar la precaucioá n y desayuneá en el


comedor, a pesar del peligro potencial de ser capturado por la Srta. Smith para
recitar maá s de mis hazanñ as mientras mis huevos se congelaban. Para mi alivio,
ella no estaba presente. Estaba tomando una uá ltima taza de cafeá cuando
Ramseá s cruzoá la habitacioá n y se sentoá frente a míá. Por su expresioá n (y con eso
me refiero a un minuá sculo tic en la mandíábula), pude ver que estaba agitado.
"¿Queá es lo que estaá mal?" Pregunteá .
"¿Estaá el senñ or Morgenstern en su habitacioá n?", preguntoá en voz baja.
"Síá, lo es. Me detuve cuando veníáa hacia aquíá. EÉ l y Daoud estaban
desayunando de una manera razonablemente amable. El senñ or Morgenstern
se dirigioá a míá por su nombre, lo que me parece alentador. Tendreá otra sesioá n
de hipnosis con eá l esta tarde. Creo que no seraá difíácil convencerlo de que nos
acompanñ e a Amarna".
"Su presencia puede ser irrelevante. La estatua de Nefertiti ha sido vista en
una tienda frente al museo. Nos corresponde ir a buscarlo inmediatamente."
"¡Queá !" exclameá , casi dejando caer la taza. "¿Coá mo puede ser eso? ¿Es el
original?"
"Baja la voz, madre. No somos las uá nicas personas freneá ticas para obtener la
posesioá n de este objeto uá nico", dijo Ramses, mirando a los clientes a las mesas
cercanas. Varias mujeres joá venes agitaron sus pestanñ as y se rieron; Ramseá s
parece tener ese efecto en ellas a pesar de su respuesta a menudo indiferente.
"No sabremos si es el original hasta que lo examinemos. Si has terminado tu
desayuno, sugiero que contratemos un taxi y nos pongamos en camino".
Puse mi servilleta sobre la mesa y me puse de pie, mi corazoá n latiendo
ferozmente y mis rodillas gelatinosas. Nadie se fijoá en nosotros cuando
pasamos por el vestíábulo del hotel, donde el portero llamoá a un taxi. Una vez
que nos instalamos en el asiento trasero, respireá hondo y dije: "¿Coá mo has
llegado a conocer esto, Ramseá s? ¿Alguno de sus conocidos compartioá esta
informacioá n con usted?"
"Síá, aunque me costoá una buena suma. La tienda es propiedad de un
malhechor llamado Abubakar, y atiende a la multitud de turistas que visitan el
museo. Afirma que muchas de sus piezas son originales, lo que puede ser
cierto en el sentido de que algunos miembros de su familia son ladrones y
saqueadores de tumbas. Tambieá n se ocupa de reá plicas. Mi fuente afirma que
Abubakar no se da cuenta de la importancia de la cabeza de Nefertiti, y la ha
valorado nominalmente".
Me inclineá hacia adelante y empujeá al conductor. "Recibiraá un buen
baksheesh si llegamos a nuestro destino en cinco minutos. Un encuentro con
la policíáa soá lo nos retrasaraá , asíá que debes obedecer la ley. ¿Lo entiendes?"
Contestoá con un murmullo gutural mientras aceleraba a traveá s de una
concurrida interseccioá n, su mano presionando contra el cuerno en una
inarmoá nica advertencia. Los caballos que tiraban de los carruajes retrocedíáan,
lanzando a sus pasajeros unos contra otros, y un burro lleno de paá nico estrelloá
su carro contra el estante de alfombras de un vendedor en la acera. Cuando
nuestro conductor se desvioá por la acera para evitar un camello, las frutas y
verduras volaron por el aire como bolas de nieve multicolores. Aunque mi
aá rabe es de la variedad maá s educada, no tuve dificultad en traducir las
blasfemias (y los productos magullados) que nos arrojaban mientras
corríáamos por las estrechas callejuelas. Ramseá s se desplomoá contra la
tapiceríáa, sus hombros temblando mientras luchaba por no reíárse en voz alta
de mi consternacioá n con los ojos muy abiertos.
"Bien hecho, madre", dijo mientras el taxi se deteníáa bruscamente y el
conductor se giraba para darnos una sonrisa algo desdentada. "Parece como si
hubieá ramos llegado en soá lo cuatro minutos, maá s o menos. Por favor,
recompense a nuestro conductor como prometioá mientras observo a los que
merodean por los alrededores".
Trateá con el conductor, recibiendo una sonrisa auá n maá s amplia y algo
desdentada, y luego salíá de la cabina. "Dudo que alguien pudiera seguirnos,
por mucho que lo intentara. Compremos la estatua sin regatear el precio y
volvamos al hotel para prepararnos para salir en el tren nocturno. Por mucho
que me gustaríáa enviarle un telegrama a su padre con esta sorprendente
noticia, me resisto a arriesgarme a compartir la informacioá n con un empleado
de la oficina de teleá grafos. Tienes a tus espíáas, pero tambieá n Sethos. Esto
requiere la maá xima discrecioá n".
"Asíá es", dijo Ramseá s mientras me tomaba del brazo y me acompanñ aba a una
tienda mal iluminada llena de estantes que mostraban macetas, figuras,
pergaminos de papiro, narguiles y recuerdos chillones. Con un míánimo de
consideracioá n por los turistas que parloteaban por encima de las mercancíáas,
nos obligoá a ir hasta el mostrador.
Abubakar, que obviamente nos reconocioá , asintioá con cautela. "Queá amable
de tu parte visitar mi humilde tienda, Sitt Hakim, tuá y tu hijo. Me honra tu
presencia y hareá todo lo que esteá a mi alcance para complacerte. Tengo varias
piezas de la Duodeá cima Dinastíáa, si quiere examinarlas".
"Se me ha llamado la atencioá n -dije con una sonrisa- que tienes una estatua,
bueno, nada maá s que una cabeza, de una reina o de una consorte egipcia
desconocida. Aunque es soá lo una copia, me gustaríáa anñ adirla a mi coleccioá n.
No lo veo en la pantalla, asíá que supongo que estaá en tu cuarto trasero".
"Nos gustaríáa verlo ahora", anñ adioá Ramses. Su tono dejoá claro que no se
trataba de una peticioá n.
"Por supuesto", se quejoá Abubakar, y luego corrioá a traveá s de la cortina
detraá s de eá l. Me estaba felicitando por mantener la compostura a pesar de la
tensioá n de mi garganta y la dificultad para respirar cuando reaparecioá y dejoá la
estatua de Nefertiti. "Es muy bonita, esta pieza, y hermosa. Lamentareá
perderla, pero hareá el sacrificio por ti, Sitt Hakim".
Oíá a Ramseá s inhalar bruscamente mientras lo miraá bamos. Antes de que
pudiera responder, y estaba seguro de que lo haríáa de una manera que
alarmaríáa a otros clientes de la tienda, le dije: "¿Doá nde has conseguido esto,
Abubakar?"
"No puedo decirlo", dijo, su cabeza agachada para evitar vernos a los ojos.
Ramseá s se inclinoá hacia adelante y agarroá la parte delantera del thobe del
tendero. "Creo que puedes decirlo, y lo haraá s ahora a menos que te atrevas a
desafiar al Hermano de los Demonios. No seraá un buen presagio para ti si me
mientes".
"¿No es bonito, Lucinda?" dibujoá una voz con un acento distintivo
americano. "Si a esta gente no le gusta, creo que se veraá muy bien en nuestra
repisa junto a la estatua de Buda que compramos en Japoá n el anñ o pasado."
"¡Se lo agradezco!" Ramses se quebroá al tomar mi brazo y sacarme de la
tienda. "¡Maldita sea! Ni siquiera es una copia decente! ¿Viste al maldito ladroá n
en su nariz?"
Insistíá en que nos sentaá ramos en una de las mesas frente a un cafeá . Yo
estaba tan decepcionado como eá l, y luchando para no gritar de frustracioá n.
Despueá s de varias respiraciones profundas, dije: "Es probable que haya sido
vendido a Abubakar por uno de los aprendices menos haá biles en el taller de
Harun. El muchacho no soá lo distorsionoá su nariz, sino que tambieá n le rompioá
el loá bulo de la oreja. Lo maá s inquietante es que no puede ser una de las piezas
que vimos hace soá lo dos díáas, que estaban en una etapa preliminar".
"Insinuando que Harun ha estado haciendo copias durante al menos un
mes", grunñ oá Ramseá s, con los dientes al aire. Un camarero que se acercaba se
giroá abruptamente a nuestro alrededor para dar la bienvenida a un grupo de
estudiantes. "No tenemos nada maá s que hacer aquíá, asíá que sugiero que
volvamos al hotel para interrogar a Herr Morgenstern."
"Podríáa ser maá s comunicativo en un estado hipnoá tico", dije con optimismo,
aunque teníáa mis reservas sobre el resultado. "Hay carruajes estacionados al
otro lado de la calle, esperando a los clientes del museo."
Ramseá s me dio una sonrisa seca. "¿Busco un chofer que nos lleve al hotel
Shepheard en menos de cinco minutos?"
"No creo que sea necesario." Estaba a punto de exponer la necesidad previa
de la conveniencia cuando vi al caballero americano salir de la tienda,
agarrando el busto de Nefertititi en sus brazos como si fuera un bebeá . Llevaba
pantalones vaqueros ajustados, lo que yo creíáa que era un sombrero de
vaquero, botas de cuero y una camisa de tela escocesa que se esforzaba para
cubrir su considerable circunferencia. Tomeá un pequenñ o grado de placer
mientras se tambaleaba por la acera con su compra de cuarenta libras. Se
sentiríáa muy a gusto en su repisa, junto a la estatua de Buda, ya que ambas
teníáan un valor míánimo y no teníáan ninguá n meá rito artíástico. Su esposa
invisible, Lucinda, debioá quedarse en la tienda para buscar maá s recuerdos de
mal gusto.
Cuando llegamos al hotel, Ramseá s me informoá que teníáa que hacer un
recado, pero que regresaríáa a tiempo para partir hacia la estacioá n de tren. Ali
estaba merodeando por el pasillo por si alguá n hueá sped requeríáa su atencioá n.
Al verme, intentoá mezclarse con el papel pintado floral sin eá xito.
"Deseo tener unas palabras con usted", dije severamente.
"Masa el-kheir, Sitt Hakim. Hace muy buen tiempo, ¿no? Es un buen díáa para
comprar cosas bonitas".
Comenzoá a marchitarse mientras yo daba a conocer mis sentimientos con
respecto a su incapacidad para abstenerse de chismorrear con los miembros
del personal del hotel. Sentíá una punzada de simpatíáa por eá l, ya que lo conocíáa
desde hacíáa mucho tiempo y siempre lo habíáa encontrado un tipo decente,
pero era vital que nuestra inminente partida no se hiciera de dominio puá blico.
Continueá reganñ aá ndolo hasta que sus ojos se llenaron de laá grimas y me pidioá
perdoá n. Satisfecho de que no se arriesgaríáa a maá s indiscreciones, le
recompenseá con una palmadita en el hombro.
Toqueá la puerta de la habitacioá n del senñ or Morgenstern y entreá , esperando
encontrar a Daoud sentado en una silla entre la cama y la uá nica salida. Por lo
tanto, me sorprendioá cuando David se levantoá de un silloá n. "¿Doá nde estaá
Daoud?" Pregunteá .
"Lo envieá a descansar. Espero que te parezca bien, tíáa Amelia".
"Confíáo plenamente en ti, querido muchacho."
"El paciente parece estar bien. ¿Quieres mirarlo?"
"Parece que ha pasado del estado hipnoá tico al suenñ o ordinario. Interesante.
Eso no siempre ocurre". El volumen de los ronquidos del senñ or Morgenstern
era una garantíáa adecuada de reposo. Sin embargo, como haríáa cualquier
meá dico responsable, me asegureá realizando un breve examen. La respiracioá n y
el pulso estaban dentro de los rangos normales, y cuando levanteá uno de sus
paá rpados, un ojo plaá cido parecioá devolverme la mirada con vago intereá s.
Lleveá a David a un rincoá n de la habitacioá n y en silencio le hableá de la copia
de Nefertiti. "Debemos establecer el nuá mero de falsificaciones que Herr
Morgenstern solicitoá , asíá que estoy decidido a hipnotizarlo de nuevo. Tengo la
bruá jula en mi bolso, habiendo tenido la intencioá n de tener otra sesioá n en alguá n
momento del díáa de hoy".
"Tengo mucha fe en ti, tíáa Amelia. Estoy seguro de que podríáas encantar a
una cobra".
Yo teníáa menos confianza que eá l, ya que siempre estoy inquieto en presencia
de víáboras. Me senteá en el borde de la cama y sacudíá suavemente al senñ or
Morgenstern hasta que se despertoá . "Mira esto", murmureá mientras la bruá jula
iba y veníáa. "Mira coá mo brilla la luz. Cuaá n relajante es su movimiento, cuaá n
agradable es verlo. Ahora tienes suenñ o, pero tus ojos permaneceraá n abiertos y
oiraá s mi voz".
Una vez que me convencíá de que estaba en un trance hipnoá tico, empeceá a
hablar en voz baja de su amado Nefertiti. Le pregunteá si habíáa ordenado a
Harun que hiciera maá s de una copia, y agitoá la cabeza. Luego le repetíá lo que le
habíáa dicho en la sesioá n anterior, que era que eá ramos sus amigos maá s queridos
y que podíáa confiar en nosotros. Hice hincapieá en que regresar a Amarna era
su uá nica esperanza de recuperar la estatua. Cuando asintioá de acuerdo, le dije
que se durmiera.
"Todo estaá bien", le dije a David. "¿Quieres que te busque un poco de
algodoá n para taparte los oíádos?"
"No, gracias", respondioá , cuadrando los hombros. "Si hay alguá n cambio en su
respiracioá n, debo ser consciente de ello."
"Eres un gran consuelo para míá, David." Le di un abrazo. No pude resistirme
a anñ adir:"Como tuá eres con Lia".
Lo dejeá con un rubor en la cara y me retireá a mis aposentos para preparar
nuestra partida. El recuerdo de lo que habíáa ocurrido en la tienda de Abubakar
me pesaba mucho. La alegre expectativa de recuperar el busto de Nefertiti,
acompanñ ada de lo que soá lo puedo describir como una carrera bastante
emocionante a traveá s de El Cairo, soá lo para resultar en una decepcioá n
devastadora, me abrumoá una vez maá s y me vi obligado a recostarme con una
compresa fríáa sobre mi frente. Estaba imaginando la mirada en la cara de
Emerson cuando escuchoá lo que habíáa ocurrido, bastante seguro de que
estallaríáa en furia. Si hubiera estado con nosotros, el falso busto habríáa
acabado en el suelo en cientos de pedazos, privando asíá al caballero americano
de la oportunidad de realzar la decoracioá n de su saloá n. Algo acerca de su
partida me preocupoá , pero no pude poner el dedo en la llaga. Habíáa caíádo en
un suenñ o incoá modo cuando oíá un golpe en la puerta.
Asumiendo que Ramseá s habíáa regresado de su supuesto recado, lo que muy
probablemente teníáa que ver con la reticencia de Abubakar a identificar a
quien le habíáa vendido la pateá tica copia, abríá la puerta.
"Sieá ntate Hakim", jadeoá Ali, "¡debes venir raá pido! Estoy oyendo ruidos en la
habitacioá n al final del pasillo, donde se aloja su hueá sped. Suena como si
hubiera una pelea."
Paseá junto a eá l y me apresureá a ir a la habitacioá n. La apertura de la puerta
mostraba un cuadro singular: Herr Morgenstern, ahora vestido con su propia
ropa, luchando con David. Se tambaleaban de un lado a otro, aferraá ndose el
uno al otro en un extranñ o vals. Una mesa habíáa sido volteada, y pedazos de una
laá mpara de porcelana estaban esparcidos en el suelo.
"¿Queá demonios?" Griteá .
"Estaá tratando de irse", dijo David, jadeando por el continuo esfuerzo. "Sabíáa
que querríáas examinarlo primero. "No parece ser tan bueno como eá l mismo".
Casi podíáa oíár a Emerson gritando: "¡Síá, lo es! "¡Desagradable, irrazonable,
desagradecido!"
"¡Frau Emerson!" Gritoá el senñ or Morgenstern. "¿Eres tuá quien me mantiene
cautiva aquíá?"
Le hice un gesto a David para que soltara a su oponente, lo cual hizo a
reganñ adientes. "Nadie lo retiene aquíá contra su voluntad, Herr Morgenstern.
Te encontreá vagando por las calles, incoherente y sucio. Ahora han disfrutado
de nuestra hospitalidad y se les ha dado comida y una cama caliente. ¿Sabes tu
nombre completo?"
Lo hizo, y respondioá a mis otras preguntas sobre su edad, posicioá n, y maá s
auá n (como eá l habríáa dicho) con una disposicioá n que me aseguroá que mis
ministraciones le habíáan devuelto a su competencia normal. Entonces le dije
que podíáa ir, y se marchoá con una agradable inclinacioá n de cabeza en mi
direccioá n general.
"¿Lo sigo?", preguntoá David.
"Si lo desea, pero sospecho que se dirigiraá a la Deutsche Orient-Gesellschaft
para refugiarse hasta que regrese a Amarna. Cree que esta es su uá nica
esperanza de reencontrarse con Nefertiti". Suspireá mientras pensaba en esto.
"Oh, ¡maldita sea! Emerson y yo planeaá bamos quedarnos en la casa de
excavacioá n, y perdíá un díáa entero aseguraá ndome de que fuera habitable. No
podemos negarle la posesioá n de ella, ya que es la persona que ordenoá su
construccioá n y pagoá a los trabajadores".
"Seá que seraá doloroso para ti soportar las abundantes comidas de Faá tima,
los elaborados teá s y los peá talos de rosa rociados en tu cama", dijo David con
una sonrisa. "¿Me olvideá de mencionar el whisky y la soda en la cubierta
superior, con una espleá ndida vista de la puesta de sol detraá s de las montanñ as
en el desierto?"
Le arrojeá el thobe desechado y regreseá a mi cuarto a empacar.

Para sorpresa de nadie, la estacioá n de ferrocarril estaba abarrotada de gente


que esperaba la llegada de pasajeros en el tren y que se preparaba para subir a
eá l. La imponente estatura de Daoud nos proporcionoá un camino hacia la
plataforma de embarque en medio de los codazos y la cacofoníáa de voces
parlanchinas y multilinguü es. Ramseá s mantuvo un firme agarre de mi brazo
mientras buscaá bamos un espacio adecuado en el que esperar el tiempo que
fuera necesario. Las autoridades ferroviarias egipcias no estaá n obsesionadas
con los horarios estrictos; nuestro tren particular apareceríáa, inshallah,
cuando apareciera. David colocoá nuestro equipaje como una barrera frente a
nosotros, y yo me senteá en un banco para descansar, prefirieá ndolo a los
estrechos confines de la Sala de Espera de Damas.
Lo que siguioá sucedioá tan raá pidamente que apenas pude recordar los
hechos maá s tarde. Ramseá s, que habíáa estado de pie con los brazos cruzados de
una manera amenazadora, gritoá y se agarroá la mano al cuello. Una mujer
detraá s de eá l gritoá mientras se desmayaba en la plataforma. Intenteá levantarme
para ofrecer ayuda, pero Daoud me agarroá con tal vigor que mis pies colgaban
varios centíámetros por encima del hormigoá n. Al mismo tiempo, Ramseá s y
David se abrieron paso entre la freneá tica multitud y desaparecieron. Les griteá
que se detuvieran en vano; mis palabras fueron ahogadas no soá lo por los
gritos, sino tambieá n por la inminente llegada del tren.
A pesar de mis estridentes suá plicas de que me soltaran, Daoud me llevoá a
traveá s del andeá n, y cuando el tren se detuvo, abrioá la puerta del vagoá n de
pasajeros maá s cercano y me depositoá en el escaloá n superior. "Debo protegerte,
Sitt Hakim. Encontraremos el compartimento adecuado cuando el tren salga
de la estacioá n".
No teníáa sentido discutir con eá l o intentar eludirlo. La mujer que se habíáa
desmayado estaba ahora rodeada de familiares, amigos, funcionarios con
uniformes caqui y mirones. No pude ver si era capaz de ponerse de pie. Estaba
luchando para mirar por encima del hombro de Daoud a Ramseá s y David
cuando vinieron corriendo hacia nosotros. Daoud les permitioá unirse a míá,
aunque siguioá bloqueando la puerta, para indignacioá n de nuestros
companñ eros de viaje.
"¿Queá estaá pasando?" Exigíá cuando entramos en el compartimento maá s
cercano. "¿Tienes sangre en el cuello, Ramseá s? ¿Estaá s herido?"
La tez de Ramseá s estaba paá lida. "El proyectil soá lo me rozoá . No sentíá nada
maá s que una debilidad momentaá nea en mi cuello y hombro. Considerando el
estatus de la mujer que fue golpeada, fui muy afortunado. Hay una larga y
variada historia de la utilizacioá n de dardos venenosos. Heracles y Odiseo los
usaron para derrotar a sus enemigos, pero Magallanes, Alejandro Magno y
Luá culo cayeron víáctimas de ellos. En AÉ frica, los venenos maá s comunes
provienen de la adelfa y el algodoncillo, aunque las tribus del desierto de
Kalahari a menudo utilizan las larvas y pupas de una especie particular de
escarabajo".
Me di cuenta de que el motivo de su conferencia no era para iluminarme,
sino para darnos a todos la oportunidad de recobrar nuestro ingenio.
"Fascinante, mi querido muchacho," dije,"pero insisto en saber lo que pasoá
despueá s de que tuá y David corrieron entre la multitud en lo que debo asumir
que fue para perseguir al perpetrador."
En lugar de cumplir, dijo Ramseá s, "Ubiquemos nuestro compartimento
reservado, donde haríáamos bien en tomar un sorbo de whisky antes de
continuar".
"Ciertamente", dijo David, que estaba tan paá lido como Ramseá s y temblando
a pesar del sofocante calor.
Daoud aparecioá en la puerta del compartimento, cargado con nuestro
equipaje. El tren comenzoá a alejarse de la estacioá n a medida que avanzaá bamos
a traveá s de varios vagones y finalmente ubicoá nuestro compartimento privado,
donde nos derrumbamos en silencio. Despueá s de que Daoud habíáa llevado el
equipaje al vagoá n de almacenamiento adecuado, regresoá y se colocoá frente a la
puerta con un cenñ o fruncido siniestro.
Tomeá el frasco pequenñ o de mi bolso y se lo ofrecíá a Ramseá s. Despueá s de
haber tomado una golondrina, se la pasoá a David, que hizo lo mismo. "¿Y
bien?" Exigíá mientras resistíá el impulso maternal de utilizar mi panñ uelo para
limpiar las gotas de sangre de su cuello. "¿Fue otro intento de los Godwin de
asesinar a uno de nosotros?" Debo reconocer que mi voz temblaba. Cuando
David me dio la petaca, dejeá que el whisky que me quedaba goteara por la
garganta.
Ramseá s tomoá una tarjeta doblada de su bolsillo y me la dio. "Me tiroá esto
antes de hacer un audaz esfuerzo para escapar saltando sobre las víáas del tren.
Su pie se enganchoá en la barandilla y cayoá tendido a soá lo unos centíámetros del
motor del tren. pero puedo asegurarte que ni eá l ni su monoá culo
sobrevivieron".
Mireá fijamente a David hasta que, con dolorosa reticencia, dijo: "La cabeza
de Cromwell fue cortada mientras miraá bamos con horror. No habíáa posibilidad
de salvarlo de su locura."
"Queá terrible", dije, dispuesto a no imaginar la escena. "No podríáa desearle
esto a nadie, ni siquiera a mis maá s dedicados asesinos. Es iroá nico que haya
llegado a una muerte tan desagradable. El Cromwell original apoyoá la
decapitacioá n de Carlos I, pero luego sufrioá el mismo destino despueá s de que
los realistas recuperaron el poder y desenterraron su cadaá ver en 1660.
Ramseá s, ¿estaá seguro de que no siente los efectos nocivos del dardo?"
"Estoy bien", dijo. "Estoy maá s preocupado por la mujer inocente que fue
víáctima del feroz ataque de Cromwell. Estos Godwins deben ser detenidos
antes de que hagan maá s danñ o, ¡malditos sean! ¡¿Creen que pueden esconderse
detraá s de sus absurdos monoá culos?!"
"Soá lo quedan dos hermanos", comenteá . "Absaloô n y el extranñ amente llamado
Flitworthy. Oremos para que tarden mucho tiempo en determinar doá nde
estamos y nos sigan. No tengo ninguna duda de que lo haraá n, pero estaremos
dispuestos a poner fin a esta venganza. El pobre Nefret debe lamentarse de
haber sido atraíádo al matrimonio por Geoffrey".
Ramseá s no respondioá .

El tren llegoá con soá lo dos horas de retraso a la parada no designada que
conveníáa a nuestra dahabeeyah. Cuando aparecíá al final de la escalera,
Emerson me apretoá contra su pecho masculino. Ignorando las sonrisas de
Selim y de los miembros de nuestra tripulacioá n, dijo: "¡Te extranñ eá
terriblemente, Peabody! No deberíáa haberte dejado en El Cairo. Por favor,
aseguá rame que estaá s bien y a salvo".
Me movíá de su abrazo para que mis pies llegaran a tierra firme. "Ya deberíáas
saber que soy maá s que capaz de cuidarme a míá misma. Admitireá que han
ocurrido muchas cosas desde que recibioá el telegrama, algunas de ellas
bastante desagradables. Preferiríáa describir estos acontecimientos despueá s de
haber tenido la oportunidad de refrescarme y desayunar o almorzar, como
elija Faá tima. Las ofrendas en el tren no han mejorado."
Emerson miroá a Ramseá s, quien habíáa hecho una bufanda alrededor de su
cuello para que pareciera un panñ uelo (y coincidentemente cubrioá la herida de
su cuello). "Hmph!" dijo, sus ojos entrecerrados por la sospecha. La cara de
Daoud era de piedra, y la de David estaba oculta por el humo de su pipa. En
lugar de pedir explicaciones, Emerson me ofrecioá su brazo y nos subimos a la
barca para cruzar a la Amelia. Daoud se unioá al resto de nuestro equipo.
Faá tima estaba saltando de alegríáa cuando subimos a bordo. Ella me abrazoá y
luego envolvioá a Ramseá s en un abrazo materno que hizo que sus orejas se
pusieran rosadas de verguü enza. "¡Debo preparar una comida inmediatamente!
Deben comer, todos ustedes. La comida en El Cairo no es saludable".
Desaparecioá en la cocina y empezoá a dar oá rdenes estridentes a su personal.
Emerson intentoá acompanñ arme a nuestro camarote, pero puse mi mano
sobre su ancho pecho y le dije que me reuniríáa con eá l en breve en la cubierta
superior. Fue reconfortante estar de vuelta en la comodidad de nuestro hogar
naá utico (y en las caá maras matrimoniales). Faá tima habíáa adornado el lavabo
con peá talos de flores y habíáa anñ adido unas gotas de aceite aromaá tico. Estaba
exhausto, pero resistíá la tentacioá n de extenderme sobre la cama y, en cambio,
me puse un vestido adecuado para la inquisicioá n que se avecinaba, y la
inevitable explosioá n de maldiciones de Emerson cuando escuchoá la historia.
Cuando aparecíá en la cubierta, lo encontreá a eá l, a Ramseá s y a David tomando
whisky y soda. "Es un poco temprano para esto, ¿no?" Dije con el cenñ o
fruncido.
"Si estoy en lo cierto", dijo Ramseá s, "son las cinco de la tarde en Mongolia.
En cualquier caso, esto es bien merecido. ¿Puedo ofrecerte una, madre?"
"Una copita de jerez seraá suficiente", dije mientras me sentaba junto a
Emerson y le poníáa la mano encima. "Te ves cansada, querida. ¿Va todo bien en
la excavacioá n?"
"No te esfuerces por distraerme", contestoá con voz fríáa, su frente baja por
encima de sus ojos. "Para empezar, ¿doá nde estaá Herr Morgenstern? ¿Por queá
no llegoá contigo en el tren de El Cairo?"
Tomeá un sorbo de jerez y relateá en detalle mi descubrimiento de Herr
Morgenstern fuera del hotel, el diagnoá stico e instrucciones del meá dico y mi
eá xito con la hipnosis. "No podíáamos obligarlo a quedarse en el hotel despueá s
de que recobrara el sentido comuá n y lograra un míánimo de salud. Creo que
volveraá aquíá al díáa siguiente o dos para retomar sus funciones. Tuá y eá l tendraá n
que llegar a un acuerdo sobre el lugar de la ciudad".
Ramseá s aclaroá su garganta. "¿Le contaraá s la copia que encontramos en la
tienda de Abubakar al otro lado de la calle del museo, o lo hago yo?"
Le hice senñ as para que iluminara a Emerson y me senteá a prepararme para
una larga diatriba, interrumpida por maldiciones y amenazas. Soá lo
empeoraríáa cuando supiera lo que habíáa ocurrido en la estacioá n de tren,
reflexioneá . Y lo hizo. La voz de Emerson pudo haber sido escuchada desde
Luxor, y debe haber sido dolorosamente audible para los turistas que
desembarcaban a menos de una milla de distancia para poder ver los restos de
Amarna desde debajo de sus sombreros de ala ancha y sus bolos.
Rompioá en medio de un despotricar especialmente cargado de blasfemias
cuando Faá tima parecioá anunciar que se habíáa servido el almuerzo. Le sonreíá
con gratitud mientras íábamos al comedor. Aunque todos los miembros de
nuestro personal estaá n acostumbrados a los arrebatos de Emerson, eá l hace un
esfuerzo por moderar su lenguaje en presencia de mujeres. Sin embargo, eá l
seguíáa acosando en voz baja mientras nosotros ocupaá bamos nuestros puestos
en la mesa.
"¿Sabes algo de Nefret?" Le pregunteá .
Emerson sonrioá por primera vez en mucho tiempo. "Despueá s de recibir su
telegrama, le envieá uno a ella informaá ndole de lo que yo creíáa que era su logro
al proporcionarle hospitalidad al Sr. Morgenstern. Su respuesta decíáa que
llegaríáa aquíá esta tarde."
Terminamos la comida sin maá s conversacioá n, interrumpidos soá lo por las
suá plicas perioá dicas de Faá tima para que rellenaá ramos nuestros platos. Emerson
dejoá su servilleta y me preguntoá si teníáa la intencioá n de acompanñ arlo al lugar
para evaluar el progreso que se habíáa hecho en los uá ltimos díáas. Su tono de voz
y su comportamiento general indicaban poco entusiasmo, pero auá n menos
dudas de que responderíáa afirmativamente.
"Por supuesto, Emerson", dije eneá rgicamente. "Permíáteme ponerme ropa
maá s praá ctica. Volvereá en no maá s de unos minutos. Ramseá s, sospecho que auá n
sientes los efectos del veneno de ese dardo. Necesitas descansar, mi querido
muchacho."
David, que probablemente conocíáa a Ramseá s mejor que nadie, dijo: "Su
andar es inestable. Me quedareá aquíá para vigilarlo, a menos que creas que mi
presencia es necesaria".
"Soy capaz de proteger a Peabody", dijo Emerson con una mirada sombríáa.
Sabíáa que recordaba la nota de que Sethos se habíáa colado por debajo de la
puerta del hotel. "Síá, lo eres. Os veremos a los dos a la hora del teá , y a Nefret
tambieá n si el tren llega a tiempo".

En teoríáa, no hay ninguna razoá n por la que dos excavadoras no puedan


compartir un mismo emplazamiento. En la praá ctica es una receta para el
desastre, excepto en raras circunstancias. En Giza, por ejemplo, los campos de
mastaba que rodean las piraá mides son tan extensos que ninguá n hombre
razonable podríáa oponerse a una divisioá n en ciertos momentos. A menudo
habíáa varias expediciones diferentes trabajando allíá, maá s o menos
amablemente.
Amarna era un sitio mucho maá s pequenñ o, pero las caracteríásticas
arqueoloá gicas eran de una naturaleza tan diversa que un hombre razonable
estaríáa dispuesto a compartir, especialmente cuando una tarea en particular
estaba maá s allaá de sus recursos. Las tumbas de los nobles, maravillosamente
decoradas e inscritas, requeríáan haá biles copistas. Las estelas fronterizas,
situadas en lo alto de los acantilados, estaban muy maltratadas y eran de
difíácil acceso; el senñ or Morgenstern no habíáa intentado acceder a ellas. El sitio
de la ciudad se extendíáa a lo largo de varios kiloá metros, una compleja mezcla
de templos, elegantes villas y pequenñ as viviendas.
La Aldea de los Trabajadores, que no le interesaba, conteníáa a menudo
material que arrojaba luz sobre las costumbres y las condiciones de vida de
los egipcios que trabajaban habitualmente, un tema que no se ha estudiado
con tanta intensidad como los haá bitos de sus superiores. Pero estas humildes
casas no producíáan elegantes esculturas ni joyas. Fueron esos descubrimientos
los que llevaron a los periodistas a entrevistar a los excavadores que los
encontraron, y lamento decir que los arqueoá logos no son maá s reacios a ser
aclamados por el puá blico que los hombres comunes. Emerson es una
excepcioá n a esta regla general. Como eá l dijo una vez:"Hemos tenido que
maldecir la atencioá n de la prensa". Le hubiera gustado culpar a mi haá bito de
meter la nariz en actividades criminales -como eá l lo llamaba- pero se vio
obligado a admitir que sus propios haá bitos, como la vez que tiroá a patadas a un
periodista por las escaleras del Palacio de Invierno de Luxor, habíáan atraíádo al
menos el mismo intereá s por parte de la prensa.
Pero estoy divagando.
El lector habraá notado mi eá nfasis en las palabras "hombre razonable". No
teníáa ninguna razoá n para suponer que el senñ or Morgenstern fuera razonable
en cuanto a su emplazamiento, y para ser honesto, dudo que muchos
excavadores lo hubieran sido. Son tan posesivos con sus concesiones como la
gente con sus hogares. Apenas se puede imaginar al Sr. X invitando al Sr. Y a
mudarse a su sala de estar. Para el senñ or Morgenstern, invitar a Emerson a que
se uniera a eá l en la excavacioá n del sitio de la ciudad habríáa sido igualmente
inimaginable.
Y que Emerson limitase sus actividades a la Aldea de los Trabajadores era, si
no inimaginable, decididamente improbable. Mi advertencia de que eá l y el
senñ or Morgenstern teníáan que llegar a un acuerdo se habíáa perdido en la brisa.

Como esperaba, Emerson atravesoá el desierto en direccioá n a la ciudad. No


habíáa pensado en una forma de disuadirle, asíá que solo pude frenarlo un poco
mientras seguíáa pensando.
"Por favor, no camines tan raá pido", le dije, agarraá ndole el brazo. "Estoy sin
aliento."
Inmediatamente aflojoá el paso, pero me miroá sorprendido. "¿Estaá s bien,
Peabody?"
"Una bajeza momentaá nea", dije. "¿Adoá nde vas, Emerson? El camino maá s
corto a la Aldea de los Trabajadores es..."
"Maldita sea, conozco la ubicacioá n de todas las estructuras de Amarna, asíá
como las cicatrices de mi cuerpo. Maspero nos autorizoá a hacernos cargo del
sitio, en caso de que lo consideraá ramos necesario. Es evidente que el senñ or
Morgenstern la abandonoá y no ha habido senñ ales de actividad desde que
partimos hacia El Cairo. Tenemos la obligacioá n de asegurarnos de que ninguno
de los ladrones locales esteá molestando su excavacioá n".
"Nadie puede discutir con esa intencioá n," admitíá,"si estaá s seguro de que es
todo lo que pretendes."
"Tambieá n tengo la intencioá n de interrogar al tal von Raubritter", dijo
Emerson. "¿Quieá n diablos es eá l, de todos modos? Por lo que sabemos, puede
que haya usurpado la autoridad de Morgenstern y se esteá escapando con
valiosos descubrimientos".
Cuando llegamos a la zona donde el senñ or Morgenstern habíáa estado
trabajando, la encontramos desierta, excepto por unas cuantas cabras y un
fellah indolente dormitando a la sombra de un aá rbol de tamarindo espinoso.
Despueá s de haber sido sacudido por Emerson, este individuo afirmoá que habíáa
venido al lugar con la esperanza de ser contratado. Sin embargo, partioá con tal
celeridad que podríáa llevar a uno a cuestionar esta intencioá n cuando von
Raubritter aparecioá , sin aliento y despeinado.
"Cielo santo", dije. "¿Se encuentra bien, Herr von Raubritter? ¿Ha pasado
algo?"
"No, no. Eso es... síá, estoy bien. No me ha pasado nada. Teníáa prisa,
esperando hablar con usted, Sra. Emerson. Me han dicho que se encontroá con
el senñ or Morgenstern en El Cairo y que no estaba en sus cabales. Basaá ndome
en lo que me han dicho de eá l, tengo una teoríáa que podríáa explicar sus
síántomas. Estoy desesperado por compartir esto con ustedes antes de que le
ocurran maá s calamidades".
Emerson, que habíáa estado investigando una concavidad detraá s de un muro
en ruinas, de repente se levantoá , brillando como una desagradable
encarnacioá n de Ra, el dios sol. Von Raubritter soltoá una palabrota alemana
estrangulada. "¡La Sra. Emerson no debe ser abordada tan bruscamente!"
Emerson enloquecioá . "Si desea hablar con ella, debe concertar una cita con los
dos."
"Síá, senñ or, por supuesto. Eso seríáa mejor. No quiero mantener a la Sra.
Emerson de pie bajo el sol. Me disculpo. Cuando-"
Emerson hizo un gran espectaá culo consultando su inexistente reloj.
"Eres bienvenido a tomar el teá con nosotros si quieres", dije antes de que
Emerson pudiera desalojar al pobre hombre.
"Gracias, es muy amable." El educado joven teníáa la cara cenicienta.
"Vamos, Peabody", dijo Emerson. Y se fue, agarraá ndome del brazo y dejando
a von Raubritter miraá ndonos fijamente.
"Queá grosero fuiste, Emerson", le reganñ eá .
"En absoluto. No debes animar a estos tipos, Peabody. Es probable que
confundan tu cortesíáa con algo maá s caá lido".
Es una ilusioá n de Emerson que cada persona masculina que conozco
desarrolle sentimientos amorosos hacia míá. Sin embargo, se trata de un delirio
bastante entranñ able, por lo que he dejado de intentar convencerle de que estaá
equivocado.
"Estoy seguro de que las intenciones de Herr von Raubritter son
completamente honorables. Parecíáa muy perturbado por el estado del senñ or
Morgenstern. Los alemanes tienden a ser estoicos. ¿No lo encuentras ominoso,
Emerson?"
"Ni siquiera me parece interesante", contestoá suavemente.
No le creíá ni por un instante.
Ocho

Von Raubritter no se presentoá a tomar el teá . Asumíá que la groseríáa de Emerson


lo habíáa asustado, y como estaá bamos completamente ocupados (con una cosa
y otra) por el resto de la noche, no le di otro pensamiento.
Por lo tanto, me sorprendioá cuando, despueá s de buscar el sofaá conyugal,
Emerson de repente estalloá : "¿Queá demonios crees que le pasoá a von
Raubritter? Es hora de que hable con ese joven".
"No es tan joven. Yo estimaríáa su edad..."
"No es su edad, sino sus credenciales y sus motivos lo que cuestiono.
Maldita sea, la egiptologíáa se estaá convirtiendo en un juego sin supervisioá n! La
gente aparece de la nada y empieza a cavar. Ese tal Biddle..."
"Buddle, Emerson".
"¡Biddle, Baddle, Buddle, como se llame! ¿Quieá n demonios es eá l, de todos
modos? Y el tipo peludo..."
"Es un misionero."
"Asíá que dice. ¿Has oíádo hablar de la Iglesia de los Iluminados?"
"No," le dije,"pero hay un nuá mero de sectas religiosas extranñ as vagando por
el campo ingleá s. Me han dicho que en Estados Unidos uno puede encontrarlos
en las esquinas con senñ ales que proclaman la inminente destruccioá n del
mundo. Por lo que puedo decir, auá n no ha ocurrido. El miedo apocalíáptico se
ha apoderado de muchas culturas antiguas, incluida Roma. Hicieron
numerosas predicciones que se remontan al anñ o 753 a.C. Los esenios, una
secta de ascetas judíáos-"
"¡No me sermonees, Peabody! Soy muy consciente de estas tonteríáas
religiosas. Nuestra preocupacioá n es Amarna. Hay demasiadas personas no
identificadas vagando por ahíá. Manñ ana a primera hora me pondreá al díáa con
von Raubritter y lo interrogareá . Tengo una sensacioá n incoá moda sobre eá l."
"¡Vaya, Emerson!" exclameá . "¿Estaá s teniendo una premonicioá n?"
"Nunca tengo premoniciones", dijo enfaá ticamente.
Naturalmente, no le contradije.

Sonñ eá con Abdullah esa noche. El viejo y yo habíáamos desarrollado una extranñ a
pero extranñ amente satisfactoria relacioá n a lo largo de los anñ os en que eá l habíáa
servido como nuestro rey. Algunos diraá n que sonñ eá con eá l porque me resistíáa a
admitir que habíáa dejado mi vida para siempre. Creo que no se arrepintioá de
haber ido. Su salud era mala, y se habíáa quejado de estar sentado al sol como
otros viejos inuá tiles. Hubiera preferido salir en un gesto glorioso de heroíásmo,
como lo hizo cuando recibioá en su propio cuerpo la bala que significaba para
míá.
Sin embargo, esos suenñ os no eran como las visiones amorfas, medio
recordadas, que normalmente vienen en el suenñ o. Eran afilados y tan víávidos
como la vida, y el escenario era siempre el mismo: el acantilado detraá s de Deir
el-Bahri, donde tan a menudo nos habíáamos quedado juntos mirando la luz del
sol esparcieá ndose por el valle del Nilo. Y Abdullah no era como el anciano
habíáa sido al final. Era alto, fuerte y de barba negra, y se acercoá a míá con los
pasos libres de un hombre en la flor de la vida.
Me reíá en voz alta cuando se acercoá , en parte por la alegríáa de verlo y en
parte porque su rostro estaba fruncido en un cenñ o fruncido familiar. Abdullah
nunca habíáa pensado bien de mi sentido comuá n. Teníáa que dar una
conferencia.
No le di la mano ni lo abraceá como lo habríáa hecho en vida. Algo me dijo que
no estaríáa permitido.
"Me alegro de volver a verte", dije, y volvíá a reíárme porque las palabras eran
tan banales, tan inexpresivas.
Me parecioá ver una chispa de diversioá n en sus oscuros ojos, pero me habloá
con la severidad con la que siempre lo habíáa hecho.
"¿Cuaá ndo aprenderaá s a ser sensato, Sitt? Te enfrentas a un enemigo como
ninguno que hayas conocido, y te ríáes como una colegiala".
"Entonces debes hacerme ser sensato, Abdullah. Dime coá mo conocer a mi
enemigo".
Abdullah agitoá la cabeza. "Sabes que no puedo hacer eso, Sieá ntate. Arregla
tu mente sobre el problema en cuestioá n. Te distraes demasiado faá cilmente con
otros asuntos."
"Pero hay demasiadas cosas en marcha. El hombre que me atacoá en mi banñ o,
el supuesto bombardero, la horrible decapitacioá n en la estacioá n de tren, asíá
como los extranñ os sucesos de Amarna. Herr Morgenstern, que ha vuelto a
desaparecer, dejando el lugar sin vigilancia. Pero tuá lo sabes, supongo."
"No hay nada misterioso en su ausencia", dijo Abdullah con exasperacioá n.
"Reuá ne lo que sabes de sus actividades y preguá ntate por queá estaba vestido
con ropa sucia y despotricando como un loco en El Cairo."
"Oh," dije. Despueá s de reflexionar un momento, dije lentamente: "Habíáa
llegado al busto de Nefertiti y estaba enamorado de eá l. Sabíáa que en la divisioá n
final la gente de antiguü edades no le dejaríáan quedaá rsela, asíá que la ocultoá y fue
al falsificador maá s famoso de todo Egipto. Supongo que deseaba mantener su
plan en secreto, por lo que no decidioá quedarse en la Deutsche Orient-
Gesellschaft. Sin embargo, estoy seguro de que teníáa fondos para vivir en un
hotel anodino donde no estaríáa..."
"Sieá ntate".
"¿Síá, Abdullah?"
"Tres hombres intentaron asesinarte recientemente. No es un
acontecimiento inusual", dijo Abdullah con gran sarcasmo, "pero que merece
su atencioá n. ¿O no cree que estos intentos de asesinato son importantes?"
"No seríáa la primera vez", dije, tratando de aligerar el ambiente. No tuvo
eá xito. Su cenñ o fruncido se oscurecioá auá n maá s. "Abdullah, no me reganñ es", le
dije. "Emerson me cuidaraá como siempre lo hace. Ademaá s, no soy incapaz de
defenderme."
Abdullah suspiroá . "Mi tiempo aquíá ha terminado por ahora. A veces no seá
por queá me molesto. Pronto seguiraá s tu alegre camino sin tomar ni siquiera las
precauciones normales. Emerson no puede protegerte si te comportas de
forma imprudente. Debes mantener una vigilancia constante para aquellos
que te desean danñ o. Estaá n muy cerca."
Parecíáa una cosa extraordinaria para eá l decir. Entonces me di cuenta de que
estaba despierto y que la voz que oíá no era la de Abdullah, sino la de Emerson,
murmurando en su suenñ o como a veces lo hacíáa.

Cuando salimos del barco a la manñ ana siguiente, encontramos a un viejo


conocido esperando: Reis Abdul Azim, asistente del Sr. Morgenstern.
"Me alegro de verte", dijo Emerson, daá ndose la mano. (Los egipcios se
habíáan resignado a este haá bito de Emerson.) "¿Doá nde diablos has estado?
¿Queá haces aquíá afuera?"
"Esperando".
"¿Para queá ?" Le pregunteá .
"Para Morgenstern Effendi. O a ti. Alguien que sabe queá hacer". Las cejas
blancas e indoá mitas del anciano se agitaban de forma alarmante, y continuoá
con creciente pasioá n: "¿Quieá n es este von Raubritter? ¡No sabe nada de
excavaciones!"
"¿No sabes quieá n es?" Dije, sorprendido.
"No, y no recibireá oá rdenes de eá l. Vino aquíá despueá s de que Morgenstern
Effendi fuera a El Cairo, y tropezoá con una mirada desconcertante en su cara".
Abdul Azim fruncioá el cenñ o como un camello malhumorado. Como mis lectores
saben, la mayoríáa de los camellos estaá n de mal humor y no cooperan, al igual
que algunos miembros de mi familia. Guardo una variedad de polvos para los
dolores de cabeza y la indigestioá n en mi caja de primeros auxilios, y los
repongo cada temporada.
"Tuá tampoco deberíáas", le contesteá . "Herr Morgenstern ha estado enfermo.
Ahora estaá mucho mejor y pronto podraá volver a trabajar. ¿Queá sabes de su
partida a El Cairo tan temprano en la temporada?"
"Nada. No me correspondíáa buscar una explicacioá n".
Le di una mirada feroz. "¿Asíá que no estabas allíá cuando descubrioá el busto
de Nefertiti? ¿Estabas tomando una siesta?"
Reis Abdul Azim parecíáa estar encogieá ndose mientras agachaba los
hombros y bajaba la cabeza. "No, Sieá ntate, yo no estaba allíá. Anuncioá que iba a
cerrar el sitio por el díáa y nos envioá a todos lejos, aunque quedaban varias
horas de luz del díáa. Al díáa siguiente se habíáa ido. Pude ver que un objeto habíáa
sido removido y el espacio lleno de arena; no sabíáa lo que era".
Emerson pronuncioá una colorida blasfemia, pero le corteá el paso antes de
que pudiera lanzarse a un torrente. "En cualquier caso, el senñ or Morgenstern
se ha recuperado. Esperaba encontrarlo aquíá, de vuelta al trabajo."
"No ha venido. Este hombre von Raubritter..."
"Vamos a hablar con eá l ahora", dijo Emerson. "Ven con nosotros si quieres.
Hemos sido autorizados por Maspero para asegurarnos de que el trabajo
continuá e".
No se les ocurrioá a los Reyes preguntar si el senñ or Morgenstern habíáa
aprobado esto. Si se me permite decirlo, nuestra reputacioá n era tan alta (y el
dominio de Emerson de las invectivas aá rabes tan extenso) que nadie se atrevioá
a cuestionar nuestra autoridad.
Por lo general, habíáa una pequenñ a multitud alrededor de cualquier aá rea de
excavacioá n, algunos con la esperanza de trabajar, otros sin nada mejor que
hacer. Esta manñ ana no habíáa ni un alma a la vista.
Me volvíá hacia Reis Abdul Azim. "¿Queá estaá pasando?"
Se encogioá de hombros y extendioá sus manos para indicar ignorancia, pero
habíáa miedo en sus ojos cuando empezoá a alejarse de nosotros.
Emerson prestoá un juramento reverberante y se lanzoá a la carrera. Despueá s,
pronto vi lo que eá l habíáa visto: un objeto que sobresalíáa de la arena como un
palo que marcaba un lugar en particular. No era un palo. Era un antebrazo
humano.
El cuerpo no habíáa sido enterrado profundamente. A Emerson le tomoá soá lo
unos segundos descubrir la cara y el cuello de la persona de la que habíáamos
estado hablando momentos antes. "Sieá ntate, querida, y toma un sorbo de
agua", ordenoá . "Pareces un poco molesto."
Seguíá su consejo, porque la vista era perturbadora. Le di la petaca. La vacioá
de un trago y dijo: "Von Raubritter era un joven civilizado, aunque no fuera un
arqueoá logo entrenado. ¿Quieá n podríáa haber hecho algo asíá? Un Godwin, ¿tuá
crees?"
"Eso no tiene sentido, Emerson. ¿Queá conexioá n podríáa haber tenido con los
Godwins?"
"Los cinco hermanos parecen poseíádos por venganza, pero hay un meá todo
en la locura, como dice el dicho. ¿Queá significado arcano puede tener este
peculiar retablo?"
"El brazo extendido puede no haber sido deliberado", comenteá . "Hay un
fenoá meno conocido como espasmo cadaveá rico: rigor mortis instantaá neo. A
veces sigue a una lucha violenta".
Las pruebas de ello son indiscutibles. Parches oxidados de sangre seca
cubríáan la camisa del muerto y su cabeza y cara golpeadas.
"Fue apunñ alado en el cuello", continuoá Emerson, "y luego golpeoá o pateoá la
cabeza mientras yacíáa en el suelo. Despueá s de que recoja su billetera y todo lo
que tenga en sus bolsillos, supongo que seraá mejor que lo cubramos de nuevo".
No le llevoá mucho tiempo encontrar una billetera de cuero y unas cuantas
cosas que no eran de importancia. Teníáa la intencioá n de analizarlos todos de la
misma manera. Como mis lectores saben, el diablo estaá en los detalles.
"Espera", dije. "Dile a Selim que traiga la caá mara".
Emerson le gritoá a Selim, quien se acercoá trotando y tomoá varias fotografíáas.
Le di a Emerson uno de mis panñ uelos grandes. La colocoá cuidadosamente
sobre la cara del muerto y comenzoá a recoger la arena de nuevo en su lugar.
"Pidioá hablar con nosotros", reflexioneá , "pero no vino. Lo mataron para
evitar que nos lo dijera... ¿queá ? Puede que nunca lo sepamos."
"No seas melodramaá tico, Peabody. Esta no es una de esas estuá pidas novelas
goá ticas que escondes en el estante superior del armario de la ropa blanca.
Supongo que tienes en uno de tus innumerables bolsillos una libreta y un
bolíágrafo. Debemos enviar un telegrama a Russell." He localizado esos objetos.
Garabateoá un mensaje y le pidioá a Selim que lo enviara desde la oficina de
teleá grafos de Minya. "¿Queá demonios tenemos que ver con von Raubritter? No
podemos dejarlo tirado en el suelo en esa posicioá n grotesca".
"No veo queá maá s podemos hacer, Emerson. La arena es el mejor conservante
que tenemos. El rigor estaá completamente avanzado y duraraá al menos dos
díáas maá s. No seraá molestado, ya que sabes coá mo se sienten los hombres sobre
lo que Abdullah llamoá 'cadaá veres frescos'".
"Deberíáamos hacer algo para marcar el lugar en caso de que los chacales
sean arrastrados a su brazo. Ah, lo tengo. No soá lo un marcador apropiado, sino
una proteccioá n efectiva".
"¿De los chacales?" Dije.
"Hmph", contestoá Emerson. "Podríáamos romperle el brazo para enterrarlo
maá s eficientemente, pero no me atrevo a hacerlo. A menos que tuá ... . . ?”
Cuando dejamos a von Rabriutter para su descanso (temporal), mi segundo
mejor sombrilla estaba firmemente anclada en una gran roca, protegiendo el
lugar. No estaba convencido de que los chacales se sintieran intimidados por
mi olor, pero no teníáa otras sugerencias.

Despueá s de revelar las fotografíáas, Selim se dirigioá a El Cairo con copias de


ellas. Le habíáamos ordenado que los mostrara a la policíáa de Minya en caso de
que desearan investigar, pero aparentemente no sentíáan ninguna urgencia.
Nefret llegoá al final de la tarde. La saludeá con un caá lido abrazo, al igual que
Emerson, y le sugeríá que la iluminara sobre los acontecimientos anteriores en
El Cairo y el fatal ataque a von Raubritter. Sus ojos eran redondos en su
conclusioá n. "¡Queá terrible para ti, tíáa Amelia!", gritoá . "Soá lo alguien con tu
fortaleza podríáa haber sobrevivido a tales actos calamitosos. Siento mucho
haberme permitido ponerte en peligro por culpa de los Godwins". Las
laá grimas empezaron a correr por sus mejillas sonrosadas. "¿Podraá s
perdonarme alguna vez?"
"Esto no es culpa tuya", dije gentilmente. "Ven a sentarte a mi lado y
cueá ntanos sobre tu clíánica. "¿Estaá todo bien con sus meá dicos y comadronas?
"Síá, y tuvieron el placer de mostrarme la nueva sala de maternidad. Una
docena de recieá n nacidos estaban prosperando felizmente, aunque
ruidosamente. Paseá una tarde en una mecedora, conocieá ndolos. Superviseá
varias cirugíáas, todas ellas realizadas seguá n mis estaá ndares". Ella agarroá mi
mano con fuerza. "Pero me siento tan mal que no insistíá en acompanñ arla a El
Cairo."
"Debo admitir que hubo momentos en los que deseeá que estuvieras allíá. Sin
embargo, todos sobrevivimos y estamos aquíá para darte la bienvenida".
"Ciertamente", insistioá Emerson, miraá ndola con profundo afecto paterno.
"Esto es digno de una celebracioá n. ¿Tomamos unas copas en la cubierta
superior antes de cenar? Peabody, ¿has visto a Ramseá s y David?"
Nefret se puso en pie. "¿Sigue sintiendo Ramses los efectos adversos del
dardo envenenado de la estacioá n de tren? No estoy seguro de queá medicacioá n
podríáa ayudarlo, pero puedo experimentar con lo que tengo disponible".
"Ireá a su cabanñ a ahora," dije apresuradamente,"y nos encontraremos en la
cubierta para disfrutar de una feliz vista del sol poniente." Mi tono, aunque
carente del autoritarismo de Emerson, resolvioá el asunto. Ramseá s, que parecíáa
no tener síántomas persistentes, estaba conversando profundamente con David
cuando entreá en su camarote. En lugar de investigar sobre cualquier esquema
que hubieran tramado (lo que les obligaríáa a equivocarse, si no a mentir), les
hableá de la llegada oportuna de Nefret y de la salida inoportuna de von
Raubritter. Nos reunimos con Emerson y Nefret para tomar una copa antes de
que Faá tima nos invitara a cenar. La conversacioá n posterior se centroá en
posibles descubrimientos arqueoloá gicos tanto en la Aldea de los Trabajadores
como en el estudio de Thutmose. Las muertes recientes no fueron comentadas
por nadie, ni siquiera por míá.

Gracias a la lentitud de mi coá nyuge por las manñ anas, al díáa siguiente
seguíáamos sentados desayunando, cuando quieá n debíáa aparecer sino el propio
Herr Morgenstern. Le habíáan cortado el pelo y le habíáan manicurado las unñ as,
y su ropa estaba impecable. Esperaba sus primeras palabras con curiosidad.
Comenzoá con un saludo amistoso ("Guten Morgen") y se disculpoá por la
intromisioá n. Emerson se quedoá sin palabras por esta cordialidad inesperada;
yo, que habíáa esperado tal reaccioá n a mi tratamiento hipnoá tico, respondíá con
una amabilidad a juego.
"Acompaá nñ enos a desayunar, Herr Morgenstern", le dije. "Es bueno verte de
pie de nuevo."
"Creo que debo darle algo de creá dito, Frau Emerson." Se sentoá y miroá con
aprecio el plato de huevos que Faá tima colocoá frente a eá l. Despueá s de recibir
cafeá y tostadas, se metioá en su desayuno con un verdadero apetito teutoá nico.
Cuando terminoá , dio un suspiro de satisfecha replecioá n, se puso la servilleta
en el bigote y dijo: "No es bueno para la digestioá n hablar de temas
desagradables mientras se come, pero creo que debemos ocuparnos de uno de
ellos ahora". Me han dicho que encontraste un cadaá ver en el lugar de mi
excavacioá n". Me agitoá el dedo. "Es un haá bito muy travieso suyo, Frau Emerson."
La nota de frivolidad no soá lo era inapropiada, sino muy diferente a eá l. Le
respondíá severamente:"No soá lo muerto, sino asquerosamente asesinado".
"¿Asesinado? ¿Estaá s seguro?"
"No se cortoá su propia garganta y luego se enterroá a síá mismo", dijo
Emerson, resentido por la implicacioá n de que yo habíáa inventado o imaginado
un crimen. "¿No teníáas la curiosidad de examinar el cuerpo?"
"Viendo que la notoria y famosa Frau Emerson, es decir, que el paraá sito
habíáa sido dejado para marcar el lugar, di por sentado que ella habíáa llevado a
cabo su habitual y minucioso examen." El senñ or Morgenstern tomoá un
profundo trago de cafeá , volvioá a aplicar su servilleta y continuoá : "Confíáo en que
retiraraá los restos tan pronto como sea posible. Fueron enterrados en un aá rea
donde habíáa estado descubriendo material interesante".
"¿Oh?" Los ojos de Emerson se iluminaron. "¿Queá ...?"
"Emerson," le dije bruscamente,"no te dejes distraer. No podemos perturbar
los restos hasta que hayamos tenido noticias de las autoridades de El Cairo.
Selim ha ido allíá con copias de las fotografíáas que tomoá de von Raubritter, pero
pasaraá un tiempo antes de que recibamos una respuesta".
"¿Ordenaste a tus Reyes que tomaran fotografíáas del hombre muerto?" El
tono de Herr Morgenstern era una mezcla de admiracioá n y desaprobacioá n. "Su
aplomo me asombra, mi querida senñ ora."
"Sin duda lo consideras poco femenino, pero ya deberíáas estar
acostumbrado a mis haá bitos."
"Deberíáa", dijo con un suspiro, "pero dudo que alguna vez lo haga. ¿Tienes
copias de las fotografíáas?"
Lo hice, por supuesto. Aquíá Morgenstern tardoá mucho tiempo en
inspeccionarlos y finalmente agitoá la cabeza. "Me recuerda a alguien. No puedo
pensar quieá n."
Emerson lo miroá fijamente. "¿No reconoces a este hombre que dijo haber
sido dejado a cargo cuando fuiste a El Cairo?"
"No puedo estar seguro", murmuroá , frotaá ndose las sienes. "Es todo muy
confuso."
"He examinado el contenido de la billetera del hombre", dijo Emerson sin
rodeos. "Tiene 27 anñ os y vivíáa en Darmstadt, en el sur de Alemania.
Recientemente, fue estudiante en la universidad, que tiene un departamento
de arqueologíáa. Si usted lo contratoá , podríáa haber tenido credenciales
acadeá micas adecuadas, pero obviamente no tiene experiencia en el campo. Es
curioso que lo hayas cargado con la supervisioá n de la excavacioá n en tu
ausencia".
"¿Lo hice?" Herr Morgenstern reexaminoá las fotografíáas. "¿Estaá s seguro?"
"Eso es para que nos lo digas tuá ."
Mireá a Emerson, sorprendido por su tacto. Es una virtud que rara vez
emplea. "No se preocupe, Herr Morgenstern", le dije. "Es difíácil de decir, dadas
las circunstancias."
"Aber natuü rlich. Gracias por un desayuno excelente. Espero que pasen por
mi excavacioá n en cualquier momento".
Despueá s de irse, Emerson me miroá con asombro y sin esconderse. "Por Dios,
Peabody, ¿queá le hiciste? El viejo cascarrabias es tan suave como un cordero,
aunque notablemente confuso".
"Debo decir -reconocíá- que no esperaba una reforma tan profunda. Tal vez el
proceso hipnoá tico ha sacado a la luz su verdadera naturaleza, oculta para
todos estos..."
"Conocemos bien su verdadera naturaleza, que es la de un ríágido pedante
prusiano. Esta hipnosis tuya. . . ¿Estaá s seguro de que deberíáas estar jugando
con la mente de la gente?"
"Todos nos metemos con la mente de la gente todos los díáas, Emerson.
Tratamos de influir en ellos con palabras y actos de diversa eficacia. Algunos
meá todos son maá s efectivos que otros". No teníáa intencioá n de desarrollarlos.
"Hmph."
"Si duda de la legitimidad de mis meá todos, ignoraraá la invitacioá n de Herr
Morgenstern a visitar su excavacioá n."
Se echoá a reíár a carcajadas. "Toucheá , Peabody. Juego y partido para ti." Tiroá
su servilleta sobre la mesa y se levantoá .
"¿Adoá nde vas?" Le pregunteá .
"Para visitar la excavacioá n. ¿Pensaste que iba a Luxor a mecer a los bebeá s en
la clíánica de Nefret?"
"Al menos podríáas esperar hasta esta tarde. Herr Morgenstern puede estar
dispuesto a que lo visite, pero dudo que le entregue su concesioá n".
"Esa idea nunca se me ocurrioá ", dijo Emerson.
Era maá s faá cil de leer que una de las novelas de la Srta. Smith, y mucho maá s
entretenido.

"Recuerda, Emerson -dije con una pizca de acidez-, lo que el Sr. Maspero nos
dijo a Ramses y a míá cuando estuvimos recientemente en su oficina. En
nuestra visita anterior, insinuoá que nos autorizaríáa a tomar el control de la
concesioá n si encontraá bamos la causa. Ahora se ha retractado de esa
afirmacioá n".
Estaá bamos caminando hacia la Aldea de los Trabajadores, seguidos por
Ramseá s y David. Nefret se habíáa retirado para desempacar su maleta y
disfrutar de unas horas de soledad.
"Maspero es un idiota", dijo Emerson despectivamente. "Evaluaremos la
situacioá n y haremos lo necesario para asegurar la integridad de la excavacioá n.
El senñ or Morgenstern ya ha robado el busto de Nefertiti para sustituirlo por
una falsificacioá n destinada a enganñ ar al Servicio de Antiguü edades. No se puede
confiar en eá l, Peabody".
"Estoy de acuerdo en que su motivo no fue ejemplar, pero hasta que no
tengamos pruebas debemos mantener un acuerdo civilizado sobre su primer
hombre. Es suyo, Emerson. No puedes usar la fuerza fíásica para obligarlo a que
te conceda autoridad".
"¡Tonteríáas!"
Estaba lleno de aprensioá n cuando llegamos a la Aldea de los Trabajadores,
ya que teníáa pocas esperanzas de que resultara ser nuestro destino final.
Emerson no permite que nadie lo frustre cuando ya ha tomado una decisioá n.
Por lo tanto, me sentíá aliviado cuando saludoá a Selim (con un fuerte apretoá n de
manos, por supuesto) y comenzoá a dar oá rdenes de comenzar a trabajar en una
estructura parcialmente vertical. Podíáa sentir que Ramseá s y David estaban
desconcertados, pero eran lo suficientemente sabios como para no hacer
comentarios. Al igual que yo.
Permanecimos en el lugar maá s allaá de la hora del teá , a pesar de las nubes
grises que se iban acumulando. Me disponíáa a sugerir que volvieá ramos a la
dahabeeyah cuando Emerson dijo: "Es hora de llamar a Herr Morgenstern. Ha
tenido toda una tarde para reunir a su tripulacioá n y reanudar el trabajo.
Deberíáamos aplaudir sus esfuerzos para animarlo".
"Nunca te he visto expresar un gesto tan altruista", dije draá sticamente.
"¿Me encuentras incapaz de altruismo?"
"No, por Dios, mi querido Emerson. Eres la encarnacioá n de la generosidad
hacia el proá jimo". Ya me habíáa preparado para el intercambio anterior, ya que
sabíáa que era inevitable. Le atraveseá el brazo y nos dirigimos a la ciudad.
No habíáa nadie allíá. Emerson retumboá siniestramente mientras miraba el
suelo del estudio de Thutmose, auá n cubierto con una gruesa capa de arena.
"¡Esto es incompetencia del maá s alto nivel!", gritoá . "¡No hay nadie haciendo
guardia! Debo hablar con Morgenstern inmediatamente."
"Es probable que haya reanudado su residencia en la casa de excavacioá n.
Prefiero esperar aquíá mientras ustedes dos discuten el asunto, estoy seguro de
que con mucho detenimiento. Por favor, tenga en cuenta que el sol se pondraá
pronto, y el regreso seraá maá s arduo en la oscuridad".
Despueá s de que Emerson caminara en direccioá n a la casa de excavacioá n, su
expresioá n formidable, me di cuenta de que el cuerpo de von Raubritter no
habíáa sido perturbado por el hombre ni por la bestia. Reposicioneá mi segunda
mejor sombrilla, que se habíáa derrumbado, con unas cuantas piedras maá s.
Satisfecho de haber hecho todo lo posible, opteá por explorar estructuras de
intereá s potencial en el futuro. Paseeá por el otrora gran Siket es-Sultan,
contemplando con gran curiosidad lo que habíáan descubierto los arqueoá logos
anteriores. Fue cartografiado por primera vez por el cuerpo de sabios de
Napoleoá n en 1798, y fue fuente de gran intereá s para los egiptoá logos de
numerosos paíáses.
Me volvíá para mirar los acantilados, donde Alessandro Barsasti habíáa
descubierto la tumba del rey hace veinte anñ os. Fue entonces cuando la vi por
primera vez, una mujer con un teloá n de fondo de nubes de metal armado
bordeadas de oro por el sol. Se movíáa como un paá jaro herido, sus cortinas
negras ondeando a su alrededor. La llameá para que se detuviera. O el viento se
llevoá mi voz, o ella no le hizo caso. La perseguíá tan raá pido como me atrevíá en el
terreno desigual, pero de alguna manera se las arregloá para mantenerse
delante de míá mientras cojeaba a lo largo del wadi en la base de los
acantilados.
Ya he mencionado que hacia la mitad de la tarde el cielo se habíáa oscurecido,
pero apenas nos habíáamos dado cuenta. La lluvia es tan rara en esta parte del
mundo que me sorprendioá cuando se desatoá en un aguacero a martillazos.
Murmurando en voz baja, abríá mi sombrilla y continueá persiguieá ndola. Las
rocas bajo mis pies se volvieron resbaladizas cuando el agua se elevoá . La mujer
anoá nima tambieá n parecíáa tener dificultades. Le griteá , pero no miroá hacia atraá s.
Un chorrito de agua mojoá mis botas mientras perseveraba. El chorro se
elevoá raá pidamente hasta convertirse en un arroyo. Sabíáa por experiencia
pasada que el agua seguiríáa subiendo y que se llevaríáa piedras y otros objetos
que amenazaríáan mi seguridad. Tendríáa que llegar a un terreno maá s alto, y
pronto. Las paredes de la rambla se elevaban abruptamente, y los riachuelos
de agua impedíáan cualquier esperanza de revolverlos. Habíáa, si la memoria
servíáa, una tumba abandonada en el acantilado cercano, pero yo carecíáa de los
medios para refugiarme allíá. Comenceá a entrar en paá nico mientras luchaba por
mantener el equilibrio en el traicionero arroyo.
Entonces oíá un grito como el de un halcoá n, pero pronunciaba las síálabas de
mi nombre. Mirando hacia arriba, vi una forma humana encaramada en una
cornisa. El oscurecimiento del cielo impidioá la identificacioá n, pero teníáa una
idea muy buena de quieá n podríáa ser.
Una cuerda se cayoá . Era un mensaje suficiente en síá mismo, y lo anudeá
firmemente alrededor de mi cintura. Soá lo tuve tiempo de cerrar mi sombrilla
antes de que me levantaran con tal velocidad que ciertas partes de mi
anatomíáa entraron en contacto doloroso con la pared del acantilado.
Sethos -mi presentimiento habíáa sido correcto- me subioá a la cornisa de la
tumba. Estaba vestido con una tuá nica azul y un kaffiyeh de cuadros rojos y
blancos, su cara tenñ ida oscurecida por anteojos con montura de alambre, un
bigote escandalosamente grande, una variedad de verrugas artíásticas y una
singular ceja de escarabajo negro. "Estaá s extremadamente huá medo por encima
de las rodillas", dijo. "¿Le importaríáa quitarme...?"
"No", jadeeá . Colgar de una cuerda a gran altura sobre el agua enrarecida
siempre ha tenido un efecto perjudicial en mi compostura.
"Ah, bueno. Sieá ntate entonces, y disfruta de la vista. Dudo que el agua suba
maá s alto."
Entreá en razoá n y mireá el wadi. "¡La mujer!" exclameá . "No la veo. ¿Queá fue de
ella? Se dirigíáa directamente a las aguas maá s profundas".
"¿Una mujer en apuros? ¿Y la seguiste? ¿Nunca aprenderaá s?"
"Puede que haya sido arrastrada. La inundacioá n-"
"Fue un acto de la Providencia", interrumpioá Sethos. "Si la hubieras seguido
un poco maá s lejos, te habríáas enfrentado no a una mujer, sino a un hombre
armado con armas mortales. Probablemente habríáa usado un cuchillo, pero
una pistola podríáa haber sido una opcioá n viable. Habríáa estado en el
acantilado y lejos antes de que Emerson llegara. ¿Coá mo diablos eludiste a
Emerson? Se supone que deberíáa estar vigilaá ndote."
"Fue a hablar con el senñ or Morgenstern."
"¿Y te fuiste corriendo sin decir una palabra a nadie?"
Estaba seguro de que escucharíáa una repeticioá n (y maá s de una vez) de esta
críática de Emerson, asíá que delibereá brevemente sobre mi respuesta. No es que
me sintiera obligado a poner excusas, o incluso a dar explicaciones, por mi
comportamiento, pero ahorraríáa tiempo y energíáa si Emerson aceptara mis
razones sin un debate excesivo. Decidíá averiguar coá mo responderíáa Sethos a
ellos.
"Era necesario actuar de inmediato", le dije. "Creíá que la mujer estaba en
peligro inminente."
"Amelia, haznos a míá y a tu esposo el favor de detenernos a pensar antes de
actuar. Parece que necesitamos al menos dos de nosotros para mantenerte
fuera de problemas, y no puedo pasar todo mi tiempo aquíá. Mi negocio estaá
sufriendo."
"Eso difíácilmente despierta mi simpatíáa, ya que su negocio es el robo de
tumbas, la falsificacioá n, el fraude y el asesinato."
Sethos emitioá una carcajada. "Si tu intencioá n era insultar, querida Amelia,
has errado el tiro. Es una descripcioá n relativamente precisa".
Nos sentamos en un silencio extranñ amente agradable durante un rato,
mirando el torrente de piedras y agua espumosa que habíáa debajo. Una vez
maá s Sethos habíáa venido a rescatarme -la frase es trillada pero exacta- en el
momento justo, pero yo estaba molesto con eá l. Habíáa estado en su presencia
en varias ocasiones memorables, pero soá lo podíáa describir sus rasgos
generales. Su altura, casi tan grande como la de Emerson, no podíáa ser
ocultada, pero sus hombros se inclinaban y un aire general de .... ¿Coá mo debo
llamarlo? Una postura de ineptitud, incompetencia, impotencia puede crear
una impresioá n de menor tamanñ o. La seguridad y la competencia tienen el
efecto contrario, razoá n por la cual la mayoríáa de los egipcios afirman que
Emerson mide por lo menos siete pies de altura.
Estaba pensando en mis posibilidades de arrancarle el bigote a Sethos
cuando dijo: "¿Has averiguado cuaá l es el problema aquíá en Amarna?"
"¿Problema? Oh, ¿asíá que fuiste tuá quien dejoá el Ushebti danñ ado?"
"¿Quieá n maá s? Sabíáa que seríáas lo suficientemente inteligente para entender
su significado".
"Tambieá n Emerson". Esperaba que esto lo irritara, pero soá lo sonrioá .
"Nunca he subestimado la inteligencia de Emerson. Su debilidad es que
permite que su indignante temperamento prevalezca sobre su sentido comuá n".
"¿Queá hay de ti?" Le pregunteá . "¿No tienes idea de lo que estaá pasando aquíá?
No nos hubieras traíádo el ushebti si no hubieras sospechado."
"El comportamiento de Herr Morgenstern fue peculiar. Dejoá a Amarna en
medio de la noche, llevando una gran bolsa de lona. Un conocido míáo lo siguioá
a El Cairo, pero lo perdioá en la estacioá n de tren. Estaba, digamos, intrigado."
Lo mireá con ira. "Y cuando no pudiste encontrarlo, elegiste seguirnos.
¿Nuestra visita a la tienda de Harun te ofrecioá algo de iluminacioá n?"
"Harun es un viejo amigo míáo -dijo Sethos-, aunque me gustaríáa que se
peinara la barba cada pocos meses. Siempre parece tan polvoriento".
"En efecto", dije distraíádo. Si le creyera, no habíáa hecho un trato con Harun
por una copia del busto de Nefertiti. Experimenteá algo de iluminacioá n por mi
cuenta. "¿Estaá Lucinda disfrutando de su viaje a El Cairo y encantada con su
reciente compra en la tienda frente al museo?"
"Me di cuenta por tu reaccioá n y la de Ramseá s que era falsa, pero sentíá que
merecíáa un examen maá s profundo. Uno nunca sabe cuaá ndo puede necesitar un
facsíámil de una obra maestra". EÉ l sonrioá un momento y luego dijo con voz
sobria: "Pero algo anda mal aquíá. Sospecho que el hombre que se hace llamar
von Raubritter estaá involucrado. No es uno de mis sospechosos habituales, asíá
que no he podido localizarle".
"Estaá muerto. Encontramos su cuerpo ayer. Estamos enviando fotografíáas a
El Cairo para que lo identifiquen". No mencioneá que el Sr. Morgenstern no lo
reconocioá .
"Desgraciadamente, debemos poner fin a este delicioso encuentro. Creo que
oigo a Emerson acercarse."
No habíáa ninguna duda al respecto. Los gritos estentoá reos de Emerson
resonaron de acantilado en acantilado. "¡Peabody! ¿Doá nde te has metido?
¡Respoá ndeme! Peeaaabody..."
"Seraá mejor que respondas", dijo Sethos, ponieá ndose en pie. "Por favor,
discuá lpenme. Prefiero evitarlo cuando estaá en este estado de aá nimo".
"¿Adoá nde vas?"
"Arriba", dijo sucintamente. Y subioá , escalando con la experiencia de un
alpinista. Estaba fuera de la vista cuando aparecioá Emerson, abrieá ndose paso a
traveá s del feroz arroyo.
Levanteá mi voz al tono que se ha sabido que sofoca a las turbas que se
amotinan y a las discusiones familiares. "¡Aquíá arriba, Emerson!"
Emerson se detuvo, plantando firmemente los pies contra el torrente y
apoyaá ndose contra la pared. Soá lo un hombre de enorme fuerza podíáa
progresar hasta ahora, pero aunque el nivel del agua estaba empezando a
bajar, Emerson estaba siendo golpeado por piedras de varios tamanñ os.
"¿Queá haces ahíá arriba?", gritoá . "Maldita sea, Peabody..."
"Caá lmate. Como puedes ver, estoy perfectamente a salvo. Tuá eres el que estaá
en peligro. Por favor, uá nase a míá."
"Eso parece sensato", admitioá Emerson. Comenzoá a escalar. Varias veces su
pie resbaloá , pero su agarre a la roca le impidioá caer y pronto estuvo a mi lado.
Su primer acto fue agarrarme en un abrazo que me sacoá el aire de los
pulmones. El segundo fue iniciar una diatriba, intercalaá ndola con ternuras y
blasfemias, que no reproducireá por cortesíáa a mis maá s gentiles lectores. Una
vez que se quedoá sin aliento, se sentoá a mi lado. Saqueá mi panñ uelo y le limpieá
la sangre de la mejilla.
"Oh, Dios míáo", dije. "Debemos volver al campamento para que pueda
atender sus heridas."
"Otra camisa arruinada", refunfunñ oá Emerson.
Asentíá con la cabeza. "Ciertamente lo es. Faltan la mayoríáa de los botones, y
hay innumerables alquileres y laá grimas, por no hablar de algunas manchas de
sangre. Supongo que deberíáa haberte comprado maá s camisas en El Cairo.
Parece que las revisas en poco tiempo. Podríáa ser maá s econoá mico comprarlos
por el precio bruto."
"No puedes distraerme tan faá cilmente, Peabody. ¿Por queá te fuiste sin
anunciar tus intenciones?"
"Habíáa una mujer en la distancia..."
"O una figura envuelta en una cortina negra anoá nima. ¿Nunca aprenderaá s?"
"Eso es lo que dijo Sethos." Me arrepentíá de las palabras tan pronto como
salieron de mi boca, pero para mi sorpresa, Emerson no reaccionoá como solíáa
hacerlo ante la mencioá n de ese nombre.
"Supongo que fue eá l quien te trajo aquíá", dijo, mirando la bobina de soga.
Abríá la boca para responder, pero eá l me hizo un gesto de silencio con un gesto
magistral. "Te ruego que no digas nada maá s, Peabody. Seá muy bien cuaá les eran
los motivos de Sethos. No han cambiado desde ese díáa que te encarceloá en su
serrallo y te cortejoá con discursos caprichosos y entornos voluptuosos".
"No me impresionaron, Emerson. Yo era y siempre soy soá lo tuya."
"Lo seá , pero tambieá n seá que tienes cierta debilidad por el tipo, ya que no se
aprovechoá de ti, o no lo habíáa hecho antes de que yo llegara a la escena. No
olvides que no llevas mucho tiempo con eá l".
"¿Coá mo podreá olvidarlo? La visioá n de ti entrando por la puerta, con una hoja
desenvainada en cada mano. Confieso que el duelo que siguioá hizo latir mi
corazoá n maá s raá pido..."
"-hmph," dijo Emerson, daá ndome una mirada significativa. "Manteá n ese
pensamiento, Peabody. Bajemos ahora, antes de que la luz falle".
Nueve

Para cuando vi los cortes y moretones de Emerson en nuestra cabanñ a,


llegamos tarde a la cena. Cuando nos sentamos a la mesa, encontramos que
Mahmoud habíáa quemado el asado. Siempre lo hizo deliberadamente, para
castigarnos por nuestra tardanza, aunque lo hubiera negado con su uá ltimo
aliento. Era tan temperamental como un chef franceá s, y no teníáa sentido
reganñ arlo, ya que su respuesta fue caer al suelo, lamentarse y declararse
incapaz de volver a cocinar.
La frente de Emerson se arrugoá cuando vio la carne quemada. "¡Dile a
Mahmoud que puede retirarse! Ahora, y sin una referencia de caraá cter!"
Como esta escena ocurríáa cada pocas semanas, Faá tima reaccionoá sin
alarmas indebidas. "Síá, Padre de las Maldiciones. No es tan malo como parece."
Agarroá un cuchillo grande y cortoá el asado por la mitad. Habíáa una sugerencia
de rosa en el medio. Despueá s de que ella habíáa tallado y servido, Emerson se
calmoá un poco y pasamos el resto de la comida en companñ íáa agradable con
Ramseá s, David y Nefret.
Una vez que nos retiramos al saloá n, comenceá a describir mi encuentro con
Sethos en la cornisa del acantilado. La atmoá sfera se desplomoá como si
estuvieá ramos en Inglaterra en un díáa invernal (en este caso, una tormenta de
hielo).
"¿Perseguiste a una figura oscura?" dijo Ramseá s, claramente horrorizado.
"¿No se te ocurrioá que te estabas poniendo en peligro? Von Raubritter fue
asesinado hace soá lo un díáa. ¿Coá mo pudiste, madre?"
Nefret me fruncioá el cenñ o. "¿Has olvidado que todavíáa hay dos hermanos
Godwin en Egipto? ¿Cuaá ntos intentos de asesinato se necesitan para llamar tu
atencioá n, tíáa Amelia?"
"Esos bestiales Godwins nunca se daraá n por vencidos", anñ adioá David al
pasar la jarra de brandy. "Debes ser maá s consciente del peligro."
No me importa ser criticado por actos de deber cristiano, y esto ciertamente
calificoá . "¿Y si la mujer era de la aldea y estaba huyendo de los abusos?
Intentaba salvar su vida, como cualquiera de ustedes habríáa hecho. Es una
cuestioá n de altruismo, Emerson. Estaá s familiarizado con ese concepto, ¿no?"
"Hmph."
"Asíá que sugiero," dije,"que analicemos la historia de Sethos. Afirmoá no tener
conocimiento del paradero de Herr Morgenstern en El Cairo, y nos siguioá
hasta el lugar de trabajo de Harun. Esto implica que no hizo una copia de la
estatua de Nefertiti y soá lo se dio cuenta de su significado en la tienda de
Abubakar".
"¡Es un maldito mentiroso!" dijo Emerson caliente. "No habríáa contratado
espíáas para vigilar a Morgenstern si no hubiera hecho sus viejos trucos."
"Estoy de acuerdo", dijo Nefret. "Debe haber oíádo rumores. Las
tripulaciones parlotean como viejas sentadas a la sombra, y siempre hay
espectadores sin sentido que se prestan al soborno".
"Von Raubritter podríáa haber sido igualmente amable," dijo Ramseá s,"pero
eso no explica su asesinato."
"Sethos no teníáa motivos para matarlo", dije, vigilando a Emerson, que se
sabe que pierde los estribos cada vez que me veo obligado a defender a Sethos,
por leve que sea. Cuando sus ojos se entrecerraron, me levanteá y dije: "Estoy
exhausto de la prueba. Emerson, por favor, haá game el honor de acompanñ arme
a nuestra cabanñ a. Buenas noches, queridos hijos".
Era posible que yo hubiera irritado las plumas de Emerson, asíá que fui a
calmarlas con celo femenino.

Emerson, que habíáa dormido profundamente, me precedioá al desayuno.


Cuando entreá en el comedor, Ramseá s me miroá mal mientras me sentaba al
final de la mesa. "Hemos estado hablando de los hermanos Godwin", dijo
(como si no hubiera anticipado tanto). "Judas, Guy y Cromwell ya no son
amenazas debido a sus intentos impulsivos de hacernos danñ o. Debes tener en
cuenta, madre, que dos de ellos siguen sueltos: Absaloá n y el extranñ amente
llamado Flitworthy".
"¿Quieá n era Absaloô n?" Nefret preguntoá mientras untaba con mantequilla
una rebanada de pan tostado. "Por la Biblia, me parece recordar, pero no
conozco los detalles."
Volvíá a llenar la taza de cafeá de Emerson (auá n no estaba suficientemente
cafeinado para participar en un discurso corteá s), y luego dije: "Absaloá n era el
tercer hijo del rey David y conocido por su belleza, encanto y amor a la pompa
y a las pretensiones reales. Eventualmente se declaroá a síá mismo como el rey,
violando a las concubinas de su padre como un gesto repugnante de
superioridad. Fomentoá una rebelioá n que concluyoá con su muerte en la batalla
del bosque de Efraíán". Me estremecíá mientras tomaba un sorbo de cafeá . "Una
muerte de lo maá s indigna, se podríáa decir."
"Debes decirme queá le pasoá ", dijo Nefret con una sonrisa píácara.
"Fue atrapado por su cabeza en las ramas de un roble y colgado allíá, auá n
vivo. A pesar de recibir oá rdenes contrarias del rey David, Joab perforoá a
Absaloá n en el corazoá n. Habíáa muy pocas familias felices en el Antiguo
Testamento".
"No hay robles en Egipto," dijo David,"y es desafiante imaginar a alguien
siendo atrapado por su cabeza en una palmera."
Hice una mueca. "Eso es cierto. Sin embargo, no podemos ignorar la ironíáa
de la forma en que los tres primeros hermanos Godwin se encontraron con su
destino. Judas fue apunñ alado por la espalda y Guy fue asesinado con un
cartucho de dinamita. Cromwell fue decapitado por el tren."
"No tenemos tiempo para ironíáas", interrumpioá Emerson en voz alta.
"Estamos aquíá para trabajar, y tambieá n para controlar el estado mental de
Herr Morgenstern. Me aseguroá que pondríáa guardias en el lugar para
asegurarse de que nadie pudiera robar ni un solo fragmento del estudio de
Thutmoses".
"Lo cual me parece bastante iroá nico", dije. "Los americanos tienen un dicho
sobre la inutilidad de cerrar la puerta del establo despueá s de que los caballos
hayan sido robados."
"¡Bah!"
"David y yo planeamos regresar a El Cairo esta noche", dijo Ramseá s,
mirando directamente a su padre.
El cenñ o fruncido de Emerson fue lo suficientemente feroz como para enviar
a Faá tima de vuelta a la cocina. "Os necesito a los dos, y a Nefret, en la
excavacioá n. Estamos aquíá para concentrarnos en nuestra concesioá n, no para
huir a El Cairo con una idea descabellada".
"Nos iremos soá lo un díáa o dos."
"¡Absurdo! Tu madre necesita ser protegida por todos nosotros. ¿Quieá n sabe
lo que podríáa hacer si se quedara sola?"
"Discuá lpenme," dije bruscamente,"pero soy muy capaz de cuidarme a míá
mismo y no tolerareá que me traten como a un ninñ o recalcitrante. Ramseá s, ¿por
queá tuá y David sienten la necesidad de ir a El Cairo? ¿Sigues obsesionado con
la embajada alemana?"
"No lo describiríáa como una obsesioá n, madre."
Intenteá hacer algunas preguntas maá s, y luego reconocíá que no obtendríáa
maá s informacioá n de eá l o de David. Nefret permanecioá en silencio, quizaá s
imaginando la desaparicioá n del bíáblico Absaloá n. Emerson terminoá su cafeá y
anuncioá que nos íábamos inmediatamente al lugar, lo que me obligoá a senñ alar
que estaba vestido con una bata bordada y zapatillas. Comentoá que parecíáa
que yo perdíáa mucho tiempo cambiando de ropa. Le pregunteá si preferíáa que
durmiera con pantalones y cinturoá n caqui. El intercambio fue de un lado a otro
hasta que Emerson vomitoá las manos, literalmente.
"Cuando esteá s listo, Peabody", dijo. "Creo que necesito otra taza de cafeá ."

Selim nos estaba esperando en la orilla del ríáo. "La detective jefe Russell te
manda saludos", comenzoá . "No reconocioá al hombre de las fotografíáas, ni
tampoco a ninguno de sus oficiales. Hizo averiguaciones en la embajada
alemana y en la Deutsche Orient-Gesellschaft, pero nadie sabíáa nada de un
hombre llamado von Raubritter".
"¿Teníáa alguna sugerencia sobre lo que debemos hacer con el cuerpo?" Le
pregunteá . "No podemos ignorarlo. Me siento tan mal que fue agredido con
tanta violencia. Puede que no fuera un arqueoá logo experto, pero era un joven
muy corteá s y bien hablado".
Emerson se estremecioá . "Síá, lo era. Selim, ¿queá sugirioá Russell?"
"Dijo que enviaríáa un telegrama a la policíáa de Minya con instrucciones de
investigar."
"¡Estamos aquíá para excavar, no para hacer una vigilia alrededor de una
tumba! Si la policíáa no aparece al mediodíáa, ireá a su cuartel general y los
arrastrareá hasta aquíá por los talones".
No cuestioneá la sinceridad de su amenaza. A Emerson rara vez le
impresionan (y nunca lo intimidan) aquellos que asumen que poseen
autoridad, o se atreven a discrepar con eá l. No tolera la incompetencia ni la
pereza, caracteríásticas de los policíáas de pueblo. Soá lo podíáa rezar para que
llegaran pronto.
Continuamos hacia la Aldea de los Trabajadores y comenzamos a trabajar.
Estaba midiendo trozos y piezas cuando oíá voces. Levanteá la vista con la
expectativa de ver a un policíáa uniformado, pero me irritoá ver a los turistas.
Amarna es una parada popular para los cocineros de vapor; los visitantes
maá s letaá rgicos (hechos auá n maá s letaá rgicos por el enorme desayuno ingleá s
servido a bordo) se sientan en la cubierta, observando a sus companñ eros de
viaje maá s eneá rgicos montando burros hacia las tumbas de los acantilados.
Afortunadamente, pocos de ellos se molestan con lo que se les dice que son
sitios aburridos, lo cual es bueno. Como habíáamos aprendido de experiencias
pasadas, la mayoríáa de los que se acercaban hacíáan preguntas estuá pidas o
manejaban los artefactos, o intentaban robar unos cuantos como recuerdo.
Emerson es conocido por exigir que algunos de ellos vacíáen sus bolsos y
bolsillos para su inspeccioá n. Tiene un ojo agudo para los ladrones de poca
monta.
Trabajamos hasta el mediodíáa. Emerson, que rara vez usa un reloj porque
puede determinar la hora como si fuera un reloj de sol, pidioá un descanso para
que pudieá ramos tener nuestro almuerzo en el dahabeeyah. Para mi alivio, nos
encontramos con dos oficiales de policíáa embarcados en un barco; no teníáa
ninguna duda de que Emerson habríáa cumplido con su promesa si no hubieran
llegado a tiempo. Lo reconocieron, naturalmente, y comenzaron a pedirle
perdoá n por su tardanza y a prometer investigar el asesinato. En lugar de
sermonearlos sobre los puntos maá s delicados del anaá lisis forense, los envioá en
su camino con una blasfemia superficial.
La tarde pasoá sin incidentes. Solo habíáa una pequenñ a posibilidad de que
encontraá ramos un artefacto de asombrosa importancia, y no lo hicimos.
Esperaba que Emerson sugiriera una visita al sitio del senñ or Morgenstern para
confirmar que estaba bajo vigilancia o para interrogar a los policíáas, pero no
dijo nada. Cuando Ramseá s y David se ofrecieron para revisar el lugar, Emerson
asintioá secamente.
Faá tima habíáa preparado un teá especialmente rico, al que habíáamos invitado
a Selim y a Daoud. Daoud habíáa tomado la costumbre inglesa de tomar el teá de
la tarde (con los saá ndwiches, pasteles y galletas concomitantes) con gran
entusiasmo. Como hombre grande, requeríáa una alimentacioá n considerable, y
asintioá de acuerdo cuando Emerson comentoá : "No veo por queá Faá tima se
molesta con estos pequenñ os saá ndwiches. Son soá lo un bocado. ¿Por queá no un
buen trozo de carne o queso entre dos gruesas rebanadas de pan?"
Sonreíá con indulgencia, pero no me molesteá en responder a lo que era
claramente una pregunta retoá rica. "Si recuerda, Emerson, tuvimos una razoá n
para invitar a nuestros amigos esta tarde. ¿Le importaríáa explicarme la
situacioá n, o lo hago yo?" Emerson intentoá hablar, pero su boca estaba llena de
saá ndwich (confieso que lo habíáa tenido en cuenta). "Muy bien, querida, me
encargareá de esta tarea."
"Lo hareá ", dijo Nefret.
La mireá con cierta sorpresa, pues no era propio de ella presentarse. "Por
supuesto, si lo desea. Penseá que no querríáas recordar..."
"No se trata de lo que yo quiera, tíáa Amelia, sino de lo que sea necesario.
Estaá bamos de acuerdo en que Selim y los demaá s deberíáan ser informados de la
situacioá n para que puedan tomar medidas para protegerte".
Ella lo cubrioá todo muy bien, asíá que no interrumpíá. Selim escuchoá con la
gran atencioá n que siempre demostroá , Daoud con su habitual mirada plaá cida.
Comprendioá perfectamente la situacioá n: mantener a los extranñ os alejados de
la sentada. Todo lo demaá s no teníáa importancia.
"Asíá que," dijo Selim, "esta gente quiere hacerte danñ o. ¿Coá mo vamos a
conocerlos?"
"Bueno, son ingleses", dijo Nefret. "A diferencia de los turistas ingleses, que
suelen viajar con un grupo, estaraá n solos."
"Eso es una ayuda", dijo dudoso, "pero ¿queá les impide unirse a un grupo
asíá? ¿No puedes describir su apariencia? Color de pelo, altura? ¿Cualquier
cosa?"
"Me temo que no", murmuroá Nefret. "Oh, Selim, siento ser tan poco uá til. Lo
uá nico que tienen en comuá n los Godwin es su exceá ntrica aficioá n a los
monoá culos".
Como toda nuestra gente, Selim adoraba a Nefret. "Encontraremos a esta
gente, Nur Misur, no importa coá mo aparezcan."
Daoud volvioá a asentir con la cabeza, sus mejillas repletas de pastel.

Despueá s de que se fueron y Nefret indicoá que no deseaba maá s conversacioá n,


fui a nuestra cabanñ a y me puse mi vestido bordado. Me gustaba mucho porque
permitíáa una agradable circulacioá n de aire y una sensacioá n de libertad.
Siempre me ha horrorizado el concepto de los corseá s porque contorsionan el
cuerpo de una mujer y ponen en peligro sus oá rganos internos. Muchos de mis
amigos en Inglaterra se someten a corpinñ os fuertemente atados para
conseguir figuras de reloj de arena. La vida es demasiado corta para tales
tonteríáas, especialmente con un marido cuyos dedos tienden a resbalar en
momentos de pasioá n.
Fui a la cubierta superior, donde encontreá a Emerson instalado en su silla
favorita, fumando su pipa y leyendo.
"¡Vaya, Emerson!" exclameá . "¿Estaá s leyendo la Biblia?"
"Queríáa refrescar mi memoria en cuanto a las actividades de esa banda de
villanos", dijo, cerrando el libro de golpe. "¡Queá grupo maá s repulsivo eran!
¡Aduá lteros, asesinos, violadores, culpables de incesto, traicioá n y peor! El rey
David codiciaba a Betsabeá , que era la esposa de otro hombre, y lo envioá a una
muerte segura. Eso violoá al menos dos de los llamados Diez Mandamientos,
supuestamente escritos en piedra. Dios hizo la vista gorda".
"No siempre entendemos sus caminos."
Bajoá el punñ o sobre el libro. "Esto no es maá s que una tradicioá n oral de una
tribu de baá rbaros que de alguna manera teníáa la nocioá n de que un uá nico dios
todopoderoso estaba a cargo de ellos y del universo. Eso habríáa sido bastante
inofensivo si no fuera porque el corolario era que como eá l era el uá nico dios,
todos los demaá s teníáan que reconocerlo, o morir. Asíá nacioá el monoteíásmo. Ha
sido llamado un gran regalo para el mundo; maá s bien, es una maldicioá n que ha
sido responsable de algunos de los críámenes maá s atroces cometidos contra la
humanidad".
De vez en cuando Emerson sigue asíá. Me he acostumbrado a sus arrebatos,
aunque son hereá ticos en extremo. He descubierto que no es bueno cuestionar
las Escrituras literalmente, pues algunas partes del Antiguo Testamento,
incluso debo confesar, pueden ser un tanto desagradables o estresantes para
la credulidad. Los inteá rpretes autoproclamados de los mandamientos divinos
a menudo no escuchaban claramente sus palabras.
"¿Por queá no lees el Nuevo Testamento?" Yo sugeríá.
"Bueno," dijo Emerson, con un aire un poco tíámido, "admito que los
discursos de ese tipo tienen sentido desde un punto de vista moral."
"Son las normas por las que todos vivimos, incluyeá ndote a ti, Emerson. Y
tienes mucho maá s eá xito que los predicadores despotricadores. En la casa de mi
Padre hay muchas mansiones. Estoy seguro de que uno estaá reservado para ti."
"Debes confesar, Peabody -dijo Emerson, daá ndome una de sus miradas de
reojo- que el otro lugar tiene sus atractivos. Una companñ íáa mucho maá s
interesante allíá. Todos los paganos: Soá crates, Platoá n, Genghis Khan, Confucio,
los faraones..."
Entrando en el espíáritu de la cosa, le respondíá: "¿Coá mo sabes que estaraá n
allíá? El Redentor puede perdonar a los paganos dignos y darles la bienvenida
al Paraíáso".
"No ireá a ninguá n lado a menos que tuá tambieá n esteá s allíá. ¿Consideraríáas
cometer algunos pecados menores para ser elegible para el Hades?"
"Tendraá s tu pequenñ a broma, Emerson."
"No era una broma. Pero si le hablas bien de míá, puedo ir al cielo despueá s de
todo. Lo que estoy a punto de proponer -anñ adioá , miraá ndome con sentido- no
es un pecado. Incluso ese viejo palo que St. Paul dijo..."
"Conozco ese pasaje, Emerson."
"Me alegra oíárlo, Peabody. ¿Deberíáamos...? ?”
"Una idea excelente", dije.

Ramseá s y David se habíáan ido despueá s de la cena, cargados con un paquete de


saá ndwiches y trozos de baklava y basbousa que Faá tima les habíáa obligado con
numerosas advertencias a desconfiar de la comida de El Cairo. Daoud se habíáa
instalado en la cubierta superior, equipado con una manta, un rifle, su
alfombra de oracioá n y un plato de sobras de la cena.
Despueá s del desayuno, Emerson, Nefret y yo salimos hacia nuestro sitio.
Selim sufrioá un apretoá n de manos y nos dijo que habíáa hablado con la
tripulacioá n, y que todos ellos estaríáan atentos a los extranñ os. Cuando le
pregunteá si habíáa mencionado los monoá culos, se rioá .
"Si un monoá culo estaá destinado a ser un disfraz", dijo, "no es efectivo. Lo que
es maá s, todo lo que el asesino necesita hacer es quitarlo. Eso no seríáa difíácil,
Sitt Hakim".
"Cierto", admitíá.
Emerson acosoá y empezoá a dar oá rdenes. Reanudeá la medicioá n de los
oddments, principalmente cuentas de azulejos y algunas figuritas de ceraá mica
rotas, mientras que Nefret y Selim tomaban fotografíáas de lo que Emerson
indicaba. Hacia el final de la manñ ana, anuncioá que era hora de visitar al senñ or
Morgenstern.
"No penseá que esperaríáas tanto tiempo, Emerson", dije mientras
caminaá bamos por el sendero a traveá s del cultivo hacia la ciudad propiamente
dicha.
"Hay que darle al hombre la oportunidad de seguir excavando", dijo a
reganñ adientes. "Sin embargo, si encontramos el sitio vacante y sin guardias,
tomaremos el control hasta que el D.O.G. lo asigne a alguien maá s competente."
Me miroá , sus ojos brillando peligrosamente. "Y por favor no repitas lo que te
dijo Maspero, Peabody. La excavacioá n es demasiado importante para ser
sacrificada por una burocracia incompetente".
"Síá, querida", le dije. El argumento fue inuá til. Ademaá s, estuve totalmente de
acuerdo con eá l, aunque no estaba seguro de que el senñ or Morgenstern
consintiera en no encogerse de hombros. "Se me ocurre que algo andaba mal
en la casa de excavacioá n. Es costumbre que el asistente de un egiptoá logo
tambieá n se quede. Cuando estuvimos allíá, no habíáa indicios de que nadie maá s
que Herr Morgenstern hubiera estado residiendo en la casa. ¿Doá nde crees que
se alojaban el Sr. Buddle y von Raubritter?"
"Eso no se me habíáa ocurrido, Peabody. Buddle afirma que estaá aquíá como
representante de alguien llamado Ridgemont, que debe estar pagando una
buena parte del costo de la excavacioá n. No seá von Raubritter, pero uno
pensaríáa que Herr Morgenstern estaba obligado a ofrecer hospitalidad a
Buddle".
"Cuyo nombre estaba en la tarjeta que encontramos en el bolsillo de Judas",
respondíá. "Se volvioá loco cuando le advertíá que estaba en peligro. Todo esto es
desconcertante, Emerson".
"Maldita perplejidad", murmuroá .
Cuando llegamos al lugar donde habíáamos descubierto el cuerpo de von
Raubritter, me sentíá aliviado al ver que la policíáa se lo habíáa llevado. Mi
sombrilla permanecioá abierta pero torcida. El pragmatismo me inclinoá a
recuperarlo.
"¡Herr Morgenstern!" gritoá Emerson, agitando su brazo. "Hemos aceptado
su invitacioá n para visitar el sitio."
"Guten Tag", respondioá cuando nos unimos a eá l. Estaba de pie en el
períámetro del estudio de Thutmose; sus trabajadores estaban de rodillas,
cepillando cuidadosamente la arena en cubos. "Estamos cerca del nivel que
habíáamos alcanzado cuando me fui a El Cairo."
Emerson, su brazo akimbo, observoá la escena sin expresioá n. "¿Esperando
encontrar algo que compita con la estatua de Nefertiti?"
"No le entiendo", dijo el senñ or Morgenstern, mirando desconcertado. "Pero,
síá, tengo expectativas. "Thutmose hizo todo lo posible para asegurar su trabajo
despueá s de que Amarna fuera abandonada y dejada a los saqueadores.
Estaba a punto de decir que apenas podíáa decir que ignoraba la estatua
cuando escucheá mi nombre gritar a lo lejos. Sombreeá mis ojos y vi una figura
muy peculiar e inoportuna vestida con una voluminosa tuá nica de lavanda y un
velo puá rpura, encaramada precariamente sobre un camello. Precariamente,
porque ella (no teníáa ninguna incertidumbre en cuanto a su identidad) estaba
siendo sacudida de un lado a otro mientras el camello trabajaba sin prisa, con
las riendas en las manos de un exasperado conductor de camellos.
"¡Queá demonios!" exclamoá Emerson. "Parece que atraes a la gente maá s rara,
Peabody."
"Entiendo que no es un cumplido", contesteá , incapaz de refutar su
acusacioá n.
El camello se detuvo cerca. Subirse y bajarse de dicha bestia puede ser
sorprendente. Un extremo cae abruptamente, causando un aá ngulo de cuarenta
y cinco grados, y antes de que su pasajero pueda respirar, el otro extremo cae
tan abruptamente. La cara de la Srta. Smith estaba cenicienta cuando el
camellero la agarroá por la cintura y la arrancoá de la silla de montar.
"La Sra. Emerson", dijo, luchando por recuperar el equilibrio, "¡queá
emocionante! Es la primera vez que subo a un camello, y es probable que sea
la uá ltima. Queá animales tan bulliciosos son! Testarudo, vicioso, picado por las
pulgas y apestoso. Pude haber contratado un burro, pero sentíá que era una
oportunidad de oro".
"Ah, síá", dije. "Permíátanme presentarles a Herr Morgenstern, que estaá a
cargo de la excavacioá n, y a mi esposo, Radcliffe Emerson. Caballeros, esta es la
Srta. Ermintrude de Vere Smith".
"Estoy encantado de conocerte", sonrioá ella. "He oíádo hablar mucho de
usted, profesor Emerson. Muchas de las caracteríásticas de mi jeque ficticio
estaá n inspiradas en tu legendario personaje. Eres conocido como el Padre de
las Maldiciones. Rezo para que no sea el sujeto de uno."
"Es ist eine Ehre, Fraü ulein Smith," dijo Herr Morgenstern mientras inclinaba
y besaba su mano.
Miroá a Emerson, quizaá s anticipando que eá l haríáa lo mismo. Produjo una fríáa
sonrisa. "Espero no interrumpirte", continuoá valientemente. "Cuando oíá en el
barco que usted y la Sra. Emerson estaban excavando en este lugar, me temo
que cedíá a uno de mis impulsos tontos y que me quitaron el equipaje y lo
transportaron a Minya. Una vez en tierra me di cuenta de que no habíáa hoteles.
Fue intimidante, por decir lo menos, pero decidíá alquilar una pequenñ a casa de
barro en el pueblo para poder experimentar Egipto al maá ximo. Estoy
planeando mantener un diario que detalle cada momento de mi estadíáa". Se
rioá , pestanñ eando ante los hombres. "Ahora todo lo que debo hacer es
encontrar un jeque apuesto. ¿Alguno de ustedes conoce a uno cercano?"
La cara de Emerson era de piedra. "No, Srta. Smith, no lo seá . Le sugiero que
continuá e maá s lejos en el Desierto Oriental, donde los jeques retozan en las
dunas de díáa y sus harenes de noche. Siempre estaá n buscando maá s esposas y
concubinas".
"Senñ or, me haces sonrojar", dijo tíámidamente. "No debes burlarte de míá
ahora que vamos a ser vecinos."
Intervine antes de que Emerson pudiera responder, ya que sabíáa que estaba
menos que encantado con la situacioá n. "¿Estaá segura de que esto es sabio, Srta.
Smith? La mayoríáa de los aldeanos son gentiles y considerados, pero hay
algunos que no tienen en alta estima a las mujeres solteras. Las casas no son
seguras. Creo que deberíáas reconsiderar tu decisioá n y preguntarle a Minya
sobre la posibilidad de alquilar un coche para que puedas volver a subir al
vapor del Cook's."
"Cuando vi las condiciones de vida primitivas e insalubres, sentíá cierto
temor", respondioá ella. "Sin embargo, no puedo vivir mi vida a traveá s de
personajes ficticios y escenarios imaginarios mientras escribo en mi casa de
campo, con mi gato en mi regazo. Su coraje, Sra. Emerson, me ha dado poder.
Seguramente tuá maá s que nadie entiendes mi sed de aventuras, aunque haya
peligro".
"Lo entiendo..." Me detuve cuando vi una figura que veníáa raá pidamente hacia
nosotros. "Creo que es el Sr. Dullard, Emerson. Por favor, recuerda que ya has
intentado arrancarle la barba."
"Hmph", dijo Emerson, frunciendo el cenñ o. "Aunque sea quien dice ser, no
me sirve ni para eá l ni para ninguá n otro misionero. Supongo que recuerdas lo
que pasoá en Dahshur, Peabody. Ese tipo se volvioá bastante loco despueá s de que
encontramos el manuscrito copto en un caso de momias que se referíáa al"hijo
de Jesuá s". Asesinoá a un anticuario e intentoá hacer lo mismo con usted, todo por
sus creencias religiosas."
"Debes contaá rmelo todo", dijo la Srta. Smith, y luego se quedoá boquiabierta
al ver mejor a Dullard. "Dios míáo, parece que tiene mucho pelo..."
"Das ist wahr", murmuroá el senñ or Morgenstern. "Permíátanme asegurarles
que es inofensivo. Ha venido a este sitio muchas veces en el pasado porque
siente curiosidad por el proceso de excavacioá n arqueoloá gica. Con mucho gusto
he respondido a sus preguntas, le he invitado a tomar algo y a comer, e incluso
he hecho una pequenñ a donacioá n a su iglesia. Todos somos cristianos, ¿no es
asíá?"
Discretamente piseá el pie de Emerson para evitar que explotara con una
corriente de invectivas.
Dullard estaba jadeando mientras se acercaba. "Buenos díáas, Profesor y Sra.
Emerson, y usted tambieá n, Herr Morgenstern." Sus ojos se abrieron de par en
par mientras miraba a la Srta. Smith. En su voz aguda y chillona, dijo: "No creo
que nos hayan presentado, senñ ora".
Realiceá la tarea social obligatoria de hacer las presentaciones apropiadas, y
me quedeá atoá nito cuando los dos se miraron el uno al otro con lo que podríáa
describirse como una intensidad profunda. Ninguno de los dos parecíáa capaz
de hablar. Finalmente dije:"¿Queá lo trae por aquíá hoy, Sr. Dullard?"
"He oíádo que mi amigo Herr Morgenstern ha vuelto", dijo distraíádo. "¿Y
usted, Srta. Smith? ¿Te interesa la egiptologíáa?"
"Oh, síá, por supuesto", contestoá ella, sus ojos fijos en el de eá l como si se
estuviesen comunicando sin palabras. "Soy el autor de una serie de libros
ambientados en un pasado muy reciente, en el Egipto del siglo XIX, y estoy
aquíá para experimentarlo por míá mismo."
"¿Un autor?" Dullard la miroá como si se hubiera declarado trapecista.
"¿Escribes libros?"
"Eso es lo que hacen los autores", comenteá .
Se mordioá el labio mientras reflexionaba sobre esto. "¿Desea visitar una
aldea copta? Estareá encantado de escoltarte. Los coptos en Egipto datan del
siglo I y tienen una fascinante historia de persecucioá n y aceptacioá n".
"Queá amable de su parte, senñ or", dijo ella.
Emerson le dio una palmada a Dullard en la espalda. "¡Una idea excelente,
viejo amigo! La Srta. Smith estaá ansiosa por experimentarlo por síá misma,
como acaba de decir. Por favor, no permita que lo detengamos maá s". Se volvioá
para seguir observando a los obreros. "Morgenstern, ven a ver esto. Tuá
tambieá n, Peabody. Creo que estamos a punto de descubrir otra escultura de
Thutmose."
Me quedeá pasmado cuando la Srta. Smith le ofrecioá su brazo al Sr. Dullard,
quien la miraba con la mirada perdida como si estuviera intoxicado. Hacíáan
una pareja extranñ a; eá l era por lo menos un pie maá s alto que ella y estaba
cubierto de abundante pelo oscuro, mientras que ella era de piel clara y tan
regordeta y rosada como una granada. Los vi caminar en direccioá n al Nilo,
donde presumiblemente teníáa un medio de transporte hacia la orilla lejana. Se
alejaron entre chillidos y risas.
"Emerson," le dije,"Creo que volvereá al dahabeeyah ahora. Recuerda que
Faá tima puede ser un poco beligerante cuando llegamos tarde a una comida.
Que tenga un buen díáa, Herr Morgenstern".
"Guten Tag, Frau Emerson."
Sabíáa perfectamente bien que mi declaracioá n dejaba a Emerson en un
doloroso dilema. Habíáa jurado estar a mi lado para protegerme, pero habíáa
vislumbrado algo que podríáa ser de valor arqueoloá gico. La decisioá n fue suya,
por supuesto, pero habíáa que recordarle que el senñ or Morgenstern estaba a
cargo. No mireá hacia atraá s mientras caminaba hacia el sitio de la aldea.
"¡Peabody!", dijo con una voz bastante pateá tica.
Levanteá la mano y me despedíá con los dedos. Cuando llegueá a nuestro sitio,
encontreá a Nefret y Selim en medio de una pequenñ a disputa sobre la
colocacioá n del tríápode. Reuníá a Nefret y caminamos por las chozas dispersas a
lo largo de la orilla. Despueá s de relatar la llegada inesperada de la Srta. Smith y
su partida igualmente inesperada en el brazo del misionero, dije: "Me
preocupa su seguridad, pero ella estaá decidida".
"Tal vez esperaba que le ofrecieras una cabanñ a en el Amelia", dijo Nefret con
una sonrisa malvada. "Eso podríáa provocar la ira del Padre de las Maldiciones."
"Uno se estremece al imaginar la reaccioá n de Emerson a tal invitacioá n. En
cualquier caso, no tenemos espacio para ella. Supongo que deberíáa invitarla a
tomar teá o incluso a cenar, pero ese es el alcance de mi deber cristiano. Ha
tomado una decisioá n y debe soportar las consecuencias. Si podemos averiguar
queá cabanñ a seraá su hogar temporal, le pedireá a Selim que haga que el guardia
nocturno mantenga sus oíádos atentos a los sonidos de la angustia".
"Eso no seríáa un problema, tíáa Amelia." Fue a la cabanñ a maá s cercana y
conversoá con sus ocupantes. Despueá s de un raá pido intercambio en aá rabe,
Nefret volvioá al camino. "Se ha hablado mucho de la apariencia de la mujer
inglesa. Fueron necesarios tres hombres para transportar su bauá l, maletas y
sombrereras desde Minya a este lugar, y maá s de una hora para forzar el bauá l a
entrar por la puerta. ¿Vamos a echar un vistazo?"
"Creo que deberíáamos, aunque soá lo sea para ser buenos vecinos", le dije.
Nefret llevoá el camino a una pequenñ a estructura construida con ladrillos de
arcilla. Parecíáa como si se hubiera derretido un poco por las recientes lluvias,
pero el techo habíáa sobrevivido. "La familia que vivíáa aquíá aceptoá una gran
suma de dinero para mudarse por un tiempo indeterminado, y lo hicieron
alegremente."
"Puedo entender por queá ", dije cuando entramos en la cabanñ a. Conteníáa una
habitacioá n que servíáa como dormitorio, cocina y saloá n. Una caldera colgaba
sobre un montoá n de lenñ a carbonizada en una pequenñ a chimenea. El mobiliario
estaba compuesto por colchonetas, una mesa tosca con bancos, utensilios de
cocina al azar y una linterna. La cantidad de equipaje era extraordinaria. A la
Srta. Smith le resultaríáa difíácil desempacar en una habitacioá n que carecíáa de
armarios, pero claramente estaba preparada para estar presente en todos los
asuntos sociales elegantes. No encontraríáa ninguna en Amarna.
Un gran grupo de aldeanos estaba esperando afuera, parloteando como
urracas. Despueá s de que le dieron los saludos habituales y los cumplidos
extravagantes, se agolparon alrededor de Nefret y la inundaron de preguntas,
todas incluyendo las palabras aá rabes para "quieá n" y "por queá ".
La rescateá y continuamos caminando hacia la orilla, donde uno de nuestros
hombres nos esperaba para escoltarnos hasta el dahabeeyah. "La Srta. Smith
ha perdido la cabeza", le dije. "Esa puede ser la uá nica explicacioá n de su
comportamiento. Lamento que no haya tenido la oportunidad de observarla a
ella y al Sr. Dullard cuando se los presenteá . Si creyera en esas tonteríáas, que no
es asíá, lo describiríáa como amor a primera vista".
"Asíá que ha encontrado a su jeque. ¡Bien por ella!"
Le sonreíá indulgentemente a Nefret. "Posiblemente, pero no ha conocido al
Sr. Dullard. Lo describireá mientras almorzamos, con o sin Emerson".
Emerson llegoá mientras nosotros estaá bamos tomando el postre y el cafeá .
Ofrecioá una disculpa a medias, y simplemente se estremecioá cuando Faá tima
golpeoá un plato de comida fríáa. "El equipo de Herr Morgenstern descubrioá una
estatua, probablemente de una de las hijas de Akenatoá n. Estaá roto, pero se
puede salvar".
"¿Pensoá en preguntarle por queá ni Buddle ni von Raubritter estaban en la
casa de excavacioá n?" Le pregunteá .
"Dijo que no lo sabíáa", dijo Emerson. "Su conocimiento parece venir y
marcharse, o es un mentiroso consumado. Hice una referencia al busto de
Nefertiti y de nuevo dijo que no teníáa conocimiento de eá l. Cuando le pregunteá
por queá habíáa ido a El Cairo, murmuroá algo sobre la compra de suministros. Al
momento siguiente comenzoá a describir con gran claridad la composicioá n de
la familia y el linaje de Akenatoá n. Entonces, sin razoá n ni provocacioá n, se echoá a
llorar y corrioá en direccioá n a su casa. ¿Podríáa ser el resultado de tus intentos
de hipnosis, Peabody?"
"Absolutamente no", le dije.
Nefret fruncioá el cenñ o. "Sus síántomas sugieren episodios psicoá ticos. Me
pregunto si estaá tomando alguá n tipo de droga que cause estas severas
fluctuaciones en la lucidez. Si me disculpan, me gustaríáa consultar mis revistas
meá dicas". Al salir del comedor, se detuvo brevemente en la entrada para
reordenar las flores en un florero.
"¿Te has dado cuenta", le dije a Emerson, "de una tensioá n entre ella y
Ramseá s? No se han hablado entre ellos, a excepcioá n de las civilizaciones
necesarias".
"Estoy seguro de que síá, Peabody, pero no dentro de tu oíádo. Son adultos y
estaá n maá s allaá de tu deseo de entrometerte. La uá ltima vez que estuvieron
juntos resultoá en una pesadilla para todos nosotros. Nefret vio a su marido
caer hasta la muerte a pesar del esfuerzo de Ramseá s por salvarlo. Puede que
Ramseá s no estuviera encarinñ ado con Geoffrey, pero nunca lo menosprecioá ".
"Porque fue criado para ser un caballero", le dije,"y piensa en Nefret como
una querida hermanita. Por lo menos, eá l solíáa..."
"Permíátanme repetir que son adultos." Su voz se elevoá . "Faá tima, ¿se me
permite postre?"
No hubo respuesta de la cocina.
Diez

Del manuscrito H

Cuando el tren llegoá a El Cairo, con soá lo dos horas de retraso, David y Ramseá s
salieron de la estacioá n sin echar un vistazo a las manchas de sangre que auá n
podíáan ser visibles en las víáas. Durante el viaje se habíáan convertido en sucios
thobes y kaffiyehs, y fueron directamente a un cafeá , donde fueron recibidos de
una manera amistosa pero incoá moda.
Despueá s de haber comido, David encendioá su pipa y dijo: "¿Cuaá nto tiempo
crees que tardaraá n tus espíáas en llegar, con las palmas de sus manos deseando
cobrar?
"Estoy seguro de que nuestra llegada ha sido anotada." Ramses hizo un
gesto para pedir otra taza de cafeá . "¿Quieres hacer una apuesta?"
"Me arriesgareá a que nadie aparezca en una hora, a partir de ahora".
"Saca tu billetera", dijo Ramses con una sonrisa de satisfaccioá n. "Latif nos
estaá mirando desde la acera. Seguramente puede encontrar el valor para
acercarse a nosotros antes de que haya pasado una hora. Mira, aquíá viene."
Latif, un muchacho inteligente de no maá s de doce anñ os de edad, hablaba con
bastante fluidez el ingleá s de sus encuentros con turistas creá dulos, vivíáa en las
calles y dependíáa de su ingenio para sobrevivir. Ramseá s simpatizaba con su
difíácil situacioá n y siempre le recompensaba generosamente cuando le
proporcionaba informacioá n.
Ramseá s le dijo que se sentara con ellos y pidiera lo que quisiera del menuá .
Latif lo hizo apresuradamente, y luego se tragoá la comida. Una vez terminado,
se inclinoá hacia adelante y susurroá : "He oíádo que en el mercado de El Cairo hay
una estatua asombrosa de Amarna. Puedo mostrarte la tienda, Hermano de los
Demonios. Seraá un gran honor".
"Y por favor, permíátanme tener el gran honor de pagar la cuenta", dijo David
con una sonrisa iroá nica.
Poco despueá s, entraron en las estrechas calles del Khan el-Khalili y pasaron
por el taller de Harun (oscuro y vacíáo) hasta la tienda de un conocido
anticuario. Ramseá s puso una suma liberal en la mano de Latif y lo envioá a su
camino. EÉ l y David entraron y examinaron las mercancíáas en los estantes y en
las vitrinas, hablando entre síá en aá rabe.
"¿Esto es todo lo que tienes?" Ramseá s le dijo al propietario. "¿Basura?"
"Vaá yanse con ustedes mismos", dijo el hombre con desdeá n. "No tengo nada
que ustedes, mendigos, puedan permitirse. Si no te vas inmediatamente, te
echareá por la puerta. Todos se reiraá n cuando te tumbes en la calle".
"¿Asíá es como te diriges al Hermano de los Demonios?", dijo David.
El propietario jadeoá , sus ojos parpadeando de miedo. "¡Oh, no! No me di
cuenta de que eras tuá . Debes perdonarme por mi insolencia, pero no te
reconocíá vestida asíá. ¡Estoy abrumado por la verguü enza, hermano de los
demonios!"
Ramseá s lo miroá con un geá lido desdeá n. "Me han dicho que tienes un raro
hallazgo de Amarna. Mueá stramelo".
"Por supuesto, por supuesto. Lo adquiríá ayer mismo y lo he guardado hasta
que pueda tasarlo, pero se lo traereá . ¿Puedo ofrecerle un teá ?"
"Mueá stramelo", repitioá simplemente Ramseá s.
David estaba ahogando sus risas, sus hombros temblando. "Suenas muy
parecido a alguien cuyo nombre no necesito mencionar."
"¿Crees que hay alguna posibilidad de que tenga el original?"
"Lo sabremos en un minuto," dijo David,"a menos que Sethos llegue
disfrazado y nos lo arrebate de las narices. La uá ltima vez que fingioá ser un
americano con ropa de vaquero".
"Estareá buscando mujeres embarazadas en burkas, condes italianos,
senñ ores o senñ oras britaá nicos, pashas turcos y marchantes de arte chinos.
Mantente alerta por todos los demaá s".
"Por supuesto, por supuesto", contestoá David, imitando al propietario.
"Cualquier cosa que pueda hacer por el Hermano de los Demonios".
El propietario regresoá de su cuarto trasero y colocoá la estatua de Nefertiti
en el mostrador. "Es de lo maá s hermoso. Como he dicho, auá n no he valorado su
valor, pero le dareá un precio excelente. Por favor, examíánelo a su satisfaccioá n."
"Maldicioá n", murmuroá Ramses en voz baja, "otra falsificacioá n. Empiezan a
aparecer como malezas. Debemos detener a Harun antes de que haga maá s
copias y las disperse por El Cairo".
"¿Una falsificacioá n?", dijo el propietario. "Eso no puede ser. Me aseguraron
que es original y vale mucho dinero". Se detuvo un momento y dijo: "Ese
mismo díáa pensaba llevarlo al museo y daá rselo a ellos, ya que no trato con
ladrones. Debes tomarla, Hermano de los Demonios, y decir a las autoridades
mi buena intencioá n."
Ramseá s lo ignoroá . "Queá tonta debe ser esta aprendiz para haber
reemplazado el iris negro que faltaba en su ojo izquierdo. El Padre habíáa
notado su curiosa ausencia muy particularmente. Síá, nos lo llevaremos
despueá s de que nos diga quieá n se lo vendioá ".
"Un ninñ o, no me dijo su nombre. Estaba muy nervioso y temeroso de que lo
siguieran. Despueá s de pagarle, le dejeá salir por la puerta trasera. Lo siento
mucho, no puedo ser de maá s ayuda". Envolvioá torpemente el busto en papel
marroá n y cuerda, reafirmando al mismo tiempo su "buena intencioá n" y
subrayando que no aceptaríáa ninguá n pago por lo que merecíáa ser colocado en
el Museo Egipcio.
Y estando ellos en la calle, dijo David: "¿Queá haremos nosotros con esta
maldita falsificacioá n? No me apetece cargarlo todo el díáa. Sethos seguro que
estaraá cerca, observaá ndonos. Podríáa apreciar un regalo de Navidad
anticipado".
"Que puede vender como el original a alguá n coleccionista codicioso", dijo
Ramses mientras cambiaba el paquete pesado a su otro brazo. "Preferiríáa
romperlo en pedazos, pero creo que deberíáamos conservarlo hasta que las
circunstancias nos dicten lo contrario. Sethos no sabe que es soá lo el trabajo de
otro aprendiz inepto del taller de Harun. Eso puede resultar uá til, de alguna
manera. Busquemos un hotel donde no nos reconozcan y consideremos
nuestro proá ximo movimiento".
"Lord Cavendish, supongo."
"Y como mi humilde asistente, puedes llevar esta maldita cosa."
"El honor deberíáa ser vuestro, senñ or."
"Mierda", dijo Ramses, riendo.
El hotel que eligieron no cumpliríáa con los estaá ndares requeridos de
cualquier persona con un desagrado por olores extranñ os, insectos y roedores,
higiene cuestionable, o un míánimo de seguridad. La cerradura de la puerta de
la habitacioá n del hotel consistíáa en un cerrojo interior para evitar la intrusioá n
cuando los hueá spedes estaban presentes, aunque una fuerte patada lo
frustraríáa. El mobiliario míánimo no ofrecíáa un escondite adecuado para
Nefertiti en su ausencia.
"Supongo que podríáamos pedirle al empleado del hotel que lo guarde en
una habitacioá n cerrada", dijo David con dudas, "pero es susceptible a los
sobornos como sus hermanos en el mismo negocio".
"¿Por queá no pudo haber sido un ushebti?"
Cuando salieron del hotel, vestidos con ropa de caballero, David llevaba una
bolsa de lona llena de bultos. El empleado levantoá las cejas mientras decíáa una
deá bil despedida. Llamaron a un carruaje para que los llevara a la embajada
alemana, y fueron recibidos por el guardia. Ramseá s lo hizo a un lado con una
palabra grosera en alemaá n, y subieron por el camino hacia la puerta principal.
"Estamos aquíá para ver al embajador", le dijo al anciano mayordomo.
"Informe a Herr Gunter que esperaremos todo el tiempo que sea necesario."
"Herr Gunter no estaá aquíá en este momento. El embajador se fue hace varias
semanas a una conferencia en Berlíán".
"En ese caso, tomaremos un poco de whisky mientras esperamos en el
saloá n", dijo Ramses mientras eá l y David entraban, ignorando la protesta del
mayordomo. "¿Podríáa haber un tablero de ajedrez o una baraja de cartas con
la que podamos divertirnos hasta que vuelva Herr Gunter? La tarde estaá a
nuestra disposicioá n."
El mayordomo les mostroá la habitacioá n en la que habíáan esperado
previamente, senñ alando en silencio una bandeja con jarras y vasos, y luego se
alejoá arrastrando los pies, murmurando para síá mismo. Se sirvieron de una
modesta cantidad de whisky diluido en agua.
"¿Y ahora queá , Lord Cavendish?" David preguntoá mientras deambulaba por
la habitacioá n, abriendo cajones y gabinetes. "Sin tablero de ajedrez, sin cartas.
Su senñ oríáa se aburriraá terriblemente, me temo."
Ramseá s abrioá la puerta y miroá el pasillo de entrada. "Ese tipo molesto ha
desaparecido. Echemos un vistazo mientras podamos. Gunter mintioá sobre el
paradero del embajador la uá ltima vez que estuvimos aquíá. Si regresa mientras
merodeamos, lo senñ alareá y direá que estamos confundidos y que queremos
verlo por nosotros mismos. Una excusa deá bil, lo seá , pero de caraá cter."
"Es probable que las oficinas esteá n aquíá en la planta baja, pero estaraá n
cerradas."
"Eso nunca nos ha disuadido antes", dijo Ramses mientras entraba en el
pasillo. "No olvides la bolsa. Si Gunter se vuelve beligerante, puede que nos
veamos obligados a irnos con prontitud".
La embajada era espaciosa, pero no palaciega. Miraron en un gran saloá n
adecuado para reuniones sociales, una biblioteca y un comedor con una
amplia mesa con cubiertos, cristal fino y arreglos florales marchitos. No
escucharon voces ni pasos mientras seguíáan adelante. El mayordomo, pensoá
Ramses, debe haberse retirado hacia abajo para tomar un trago de
aguardiente y recuperarse de la descarada demostracioá n de impropiedad de
David y Ramses.
La oficina del embajador estaba en orden impecable pero ligeramente
polvorienta. En contraste, el escritorio y los archivadores de Gunter conteníáan
pilas de carpetas desordenadas y correo sin abrir. Las paredes estaban
cubiertas con mapas de Europa, Egipto y el Medio Oriente.
David se agachoá frente a un armario y utilizoá una pequenñ a herramienta para
abrirlo. "Dios míáo", dijo, olvidaá ndose de susurrar. Cuando se levantoá , estaba
agarrando un busto de Nefertiti. "Increíáble".
"¿El hombre de pelo blanco que vimos la otra noche llevaba algo cuando
entroá en la embajada?"
"Ambos vimos su maletíán, que no podíáa contener nada tan grande. ¿Crees
que podríáa ser el original?"
Ramseá s fruncioá el cenñ o. "No veo ninguá n defecto evidente, pero tendreá que
examinarlo con maá s detenimiento. Este no es el mejor lugar para hacerlo.
Vuelva a cerrar el armario y la puerta cuando nos vayamos. Recuerdo que hay
una salida al final del pasillo, y sugiero que la usemos inmediatamente". Tomoá
la bolsa de lona y el busto, se asomoá por la puerta e hizo un gesto a David para
que se uniera a eá l. "Esto seraá muy incoá modo si Gunter aparece ahora. Por otro
lado, difíácilmente puede hacer que nos arresten sin explicar por queá posee una
valiosa antiguü edad".
"¿Pensamos en sus opciones o nos largamos de aquíá?"
"¿Es esa la forma de hablarle a Lord Cavendish, suá bdito luá gubre? Por tu
impertinencia, puedes llevar una de la Reina Nefertitis. ¿Cuaá ntas de esas
malditas cosas hay? Quizaá necesitemos comprar un bauá l de vapor para
llevarlos a Amarna con nosotros".
Salieron por la puerta al final del pasillo, y estaban cruzando el patio trasero
cuando una voz masculina gritoá : "¡Agaá chate!". Reaccionaron instintivamente.
Una bala disparada desde la puerta detraá s de ellos se astilloá contra la puerta
de madera, seguida de un disparo desde el callejoá n. "¡Ahora corre, maldita
sea!", ordenoá la voz.
Ramseá s y David cumplieron, mantenieá ndose agachados y zigzagueando
hasta que llegaron al santuario del callejoá n. Otra bala golpeoá la puerta. "¡Alto,
Diebe!" gritoá una voz maá s familiar, la de un enfurecido Helmut Gunter.
Mientras corríáan hacia la calle maá s cercana, Ramseá s dijo: "Toma mi abrigo y
envueá lvelo alrededor de la estatua. Lo maá s probable es que Helmut venga a
por nosotros, y sabemos que estaá armado. Creo que seríáa prudente alojarse en
el hotel Shepheard por la noche".
"¿Y dejar El Cairo por la manñ ana?" preguntoá David.
"Bueno, no", dijo Ramses frunciendo el cenñ o. "Debemos descubrir el víánculo
entre Herr Morgenstern y Helmut Gunter. Tal vez deberíáamos preguntarle a
Sethos; parece que estaá siguiendo nuestros pasos y cuidando de nosotros".
David llamoá a un taxi. Una vez que habíáa ordenado al conductor que los
llevara a casa de Shepheard, dijo: "Soá lo por su devocioá n a tu madre. De lo
contrario, nos habríáa incapacitado o disparado para ponerle las manos encima
a Nefertiti. Podríáa haberse quedado perplejo cuando terminoá con dos de
ellos".
"Un total de tres, hasta ahora." Ramseá s examinoá la estatua que habíáan
tomado de la embajada. "Otra falsificacioá n, ¡maldita sea! Tenemos que
encontrar el taller de Harun antes de que las copias de Nefertiti empiecen a
aparecer en todas las tiendas de El Cairo. Por poco dispuesto que esteá a la
violencia fíásica, me gustaríáa estrangularlo".
Once

Mi amado Emerson intentaba sofocar una rebelioá n. Estaba rodeado por una
multitud de obreros que ventilaban sus quejas a gritos, mientras que el Sr.
Dullard refrenaba al Sr. Morgenstern con un abrazo de oso. Reis Abdul Azim se
agachoá en un lugar sombreado, sus manos cubriendo su cara. El Sr. Buddle
estaba a una distancia prudente, irradiando desagrado. El puá blico se habíáa
reunido para disfrutar del espectaá culo.
Vi a Nefret en el tiroteo y me abríá paso a su lado. "¿Queá demonios estaá
pasando?" Dije, obligado a levantar la voz para ser escuchado.
"¡Me he hecho cargo de esta excavacioá n!" Rugioá Emerson. "¿Te atreves a
desafiar al Padre de las Maldiciones?"
Puede que a los obreros les faltara el coraje para desafiarlo, pero estaban
decididos a protestar por su trato. Sonaban, penseá cansadamente, como una
manada de burros recalcitrantes. Emerson se enfurecioá , como era de esperar,
pero fue incapaz de gritarles para que se sometieran. Esto fue sorprendente.
Mi marido es maá s que capaz de intimidar a un batalloá n para que se retire
freneá ticamente. Lo que haya hecho Herr Morgenstern para enfurecer a los
obreros debe haber sido horrible.
Nefret se inclinoá hacia adelante para ser mejor escuchado. "Herr
Morgenstern estaá abrumado por el afecto y el entusiasmo. Selim me contoá lo
que provocoá este desagrado. Herr Morgenstern ha estado abrazando e incluso
besando a sus trabajadores, y para empeorar las cosas, otorgaá ndoles
baksheesh al azar. Los que maá s lloran son los que soá lo recibieron una moneda
o nada en absoluto".
"¿Tienes un diagnoá stico?" Le pregunteá .
Ella agitoá la cabeza. "No tengo ni idea, tíáa Amelia. Me gustaríáa entrevistarlo
en un ambiente maá s tranquilo".
"No digas maá s", dije enfaá ticamente mientras agarraba mi sombrilla y
utilizaba su punta para forzar mi camino a traveá s de cuerpos sudorosos hacia
el Sr. Morgenstern y el Sr. Dullard. "Creo que seríáa prudente permitir que
Emerson se ocupe de la situacioá n. ¿Nos retiramos a la casa de excavacioá n?"
"¡Frau Emerson!" exclamoá el senñ or Morgenstern, levantando arena mientras
intentaba liberarse. "¡Estoy encantada de volver a verle despueá s de nuestra
hermosa estancia en El Cairo! Debemos irnos otra vez, tuá y yo, para poder
cenar y luego bailar hasta el amanecer. Eres el maá s divinamente maravilloso..."
"¡Ahora!" Le griteá al Sr. Dullard. "Síágueme y haz lo que puedas para no pisar
a nadie. Esto no puede degenerar en una pelea de mal gusto".
El Sr. Dullard levantoá al Sr. Morgenstern unos centíámetros y lo llevoá a traveá s
de los agitados trabajadores, tirando a varios de ellos al suelo. Una vez que
estuvimos maá s seguros bajo una palmera, dijo: "Buenos díáas, senñ ora Emerson.
¿Coá mo estaá s hoy?"
"Encantador", dije acerbamente. "¿Tiene idea de por queá Herr Morgenstern
se comporta de forma extranñ a?"
Agitoá la cabeza con tanta vehemencia que su barba se lanzoá como un animal
peludo pendular. "Anoche estaba bien cuando lo visiteá , aunque bebíáa
aguardiente hasta el punto de embriagarse. Como yo mismo no me entrego a
las bebidas alcohoá licas, lo desanimeá lo mejor que pude y finalmente lo ayudeá a
acostarse".
Mireá a Emerson, cuyos gritos se habíáan hecho tan fuertes que resonaban en
los acantilados a lo lejos, y determineá que pronto tendríáa la perturbacioá n bajo
control. "Herr Morgenstern, vamos a su casa de excavacioá n para que todos
podamos disfrutar de una buena taza de teá ."
"¡Queá espleá ndida idea, Frau Emerson! No hay nada maá s agradable que una
taza de teá a media manñ ana. Me perdonaraá s si no puedo ofrecer galletas, pero
mi despensa es muy pequenñ a".
"No tienes por queá disculparte", respondíá. Una vez que el Sr. Dullard lo dejoá
en el suelo, tomeá su brazo y lo propulseá en la direccioá n correcta. Nefret nos
siguioá , su frente arrugada. El Sr. Dullard tambieá n lo hizo, pero nos abandonoá
sin ceremonias cuando vio a la Srta. Smith salir del cultivo y saludarnos
vigorosamente. O, maá s probablemente, a eá l.
Nefret agarroá el otro brazo del senñ or Morgenstern. Se inclinoá hacia adelante
para que pudiera ver sus ojos girar increá dula, sus elegantes cejas levantadas
casi hasta la líánea del cabello. Le habíáa dado cuenta del peculiar encuentro del
díáa anterior entre los dos, pero yo mismo habíáa luchado por asimilarlo. No
podríáa culparla por su escepticismo.
La casa de excavacioá n no era maá s ordenada que la de Emerson y la habíáa
encontrado antes. Era menos polvoriento, pero el olor de la basura era casi tan
acre y sucio como el de los platos y las botellas que llenaban el mostrador. El
senñ or Morgenstern habíáa regresado de El Cairo con un abundante suministro
de aguardiente y whisky, o habíáa escondido su alijo en la habitacioá n cerrada.
Incapaz de contener mi afinidad natural por restaurar el decoro, hice un gesto
a Nefret para ver a Herr Morgenstern y utiliceá un sucio trapo de cocina para
recoger los restos de carne y vegetales feá tidos. Apileá todo en una pila de platos
y lo lleveá afuera, con la nariz arrugada. Una cosa es enfrentarse a la redolencia
de una tumba asquerosa, mohosa, hasta ahora cerrada; es una experiencia de
lo maá s estimulante, cargada de anticipacioá n y de ensuenñ o de tesoros que hay
que descubrir. Los alimentos infestados de gusanos no tienen ninguá n atractivo.
Teníáa algo de experiencia en estos asuntos, ya que el dormitorio de la infancia
de Ramseá s estaba lleno de platos que conteníáan los restos de fruta a medio
comer y saá ndwiches. Cuando le habíáa dado un sermoá n sobre el asunto, me
habíáa explicado pacientemente que estaba llevando a cabo una investigacioá n
cientíáfica que revolucionaríáa las teoríáas sobre la descomposicioá n de la carne
humana. Con eso se referíáa a la aparicioá n de gusanos. Si mal no recuerdo, no
teníáa maá s de seis anñ os. Emerson le dio un microscopio para su proá ximo
cumpleanñ os.
Nefret estaba haciendo teá cuando regreseá . "Herr Morgenstern fue a su
habitacioá n a ponerse una camisa limpia en honor a la ocasioá n. No seá queá
pensar de eá l, tíáa Amelia. En un momento es doá cil y en el siguiente exuberante".
"Es curioso que no presente los síántomas asociados con las secuelas de un
exceso de alcohol. Las bebidas como el aguardiente tambieá n tienen un alto
nivel de azuá car, lo que puede resultar en un dolor de cabeza intenso que puede
persistir todo el díáa". Levanteá una mano. "No, querida ninñ a, no lo seá por
experiencia personal. "Ramseá s ha probado varias bebidas potentes en nombre
del avance del conocimiento de la incapacidad mental, o eso dice.
Me di cuenta de que mis pensamientos seguíáan volviendo a Ramseá s porque
estaba preocupada por eá l y por David. Compartíá mi preocupacioá n con Nefret,
quien respondioá encogieá ndose de hombros. Siempre habíáa sido testaruda e
insistente en unirse a los dos en sus peligrosas incursiones, y a menudo los
agotaba hasta que consintieron a reganñ adientes. No puedo explicar la fuente
de su astuta persistencia, por lo que debo suponer que se desarrolloá durante
su infancia en el remoto oasis. Esta vez habíáa permanecido en silencio. "Nefret
-dije con vacilacioá n-, he notado que tuá y Ramseá s rara vez os hablaá is. ¿Hay
alguá n problema?"
Me miroá con indignacioá n. "No seá por queá dices eso, tíáa Amelia. No hay
ninguá n problema. "Ramseá s estaá distraíádo por la idea de que esos insidiosos
hermanos Godwin han prometido hacerte danñ o". Ella se detuvo, frunciendo el
cenñ o y dijo: "A menos que me culpe a míá, lo cual no es irrazonable. Elegíá
casarme con Geoffrey. Me arrepentireá de esa decisioá n el resto de mi vida, ya
que nos ha causado mucho dolor a todos".
"Nadie te culpa, como te hemos dicho innumerables veces. Ninguno de
nosotros era consciente de su verdadera naturaleza. Incluso yo, con mi
habilidad superior para juzgar la naturaleza humana, no reconocíá la
profundidad de su maldad".
"Eso no me absuelve, tíáa Amelia, pero no hablemos maá s de esto. Herr
Morgenstern ha estado en su habitacioá n durante mucho tiempo. Si buscas
tazas de teá limpias, golpeareá su puerta".
Apenas habíáa dado un paso cuando regresoá , una mirada perturbada en su
rostro. "¿Queá pasa?" Exigíá. "¿Estaba en estado de desnudez parcial o total?
¿Hizo comentarios vulgares?" Recogíá mi sombrilla. "Esto es completamente
impropio y se lo dejareá claro."
"EÉ l no estaba allíá."
"¿Estaá s seguro?" Solteá mientras varias de las blasfemias maá s elegantes de
Emerson inundaban mi mente. "¿Miraste debajo de la cama?"
Nefret ignoroá mis preguntas estuá pidas. "Hay una puerta en la parte trasera
de la casa para que los ocupantes tengan un acceso maá s faá cil a un retrete
primitivo. Supongo que podríáa haber aprovechado la oportunidad de
enfrentarse a un imperativo natural, pero no estoy seguro. Si ha regresado al
lugar, el profesor se pondraá furioso".
"Bastante furioso", murmureá . Nefret y yo localizamos una puerta abierta en
la parte de atraá s de la casa, y nos acercamos al retrete. Me detuve a una
distancia corteá s y dije: "¡Herr Morgenstern! ¿Estaá s ahíá?"
No hemos oíádo ninguna respuesta. Despueá s de varios intentos maá s para
obtener una respuesta, apreteá los dientes, me acerqueá y golpeeá con fuerza en
la puerta. "Por favor, aparta los ojos, Nefret; esta puede ser una escena que
ninguno de nosotros desea tener grabada en nuestra memoria."
Abríá la puerta para exponer el interior. No lo describireá , por respeto a mis
lectores maá s delicados, pero inmediatamente me di cuenta de que estaba
deshabitada. Mi reaccioá n fue ambigua. Pragmaá ticamente, esperaba encontrar
al senñ or Morgenstern y ordenarle que volviera a la casa. Pero no queríáa
encontrarlo con los pantalones en los tobillos.
"Por aquíá, tíáa Amelia", dijo Nefret. "No soy un egiptoá logo bien educado, pero
no creo que esta ropa sea de la Dinastíáa XVIII, a menos que Akenatoá n usara
pantalones, un abrigo de tweed, botas y pantalones sin tirantes."
Escudrinñ eá el terreno sombríáo. "¡Ese maldito hombre! No soá lo ha huido, sino
que lo ha hecho sin pensar en lo apropiado. Debemos detenerlo antes de que
intente encontrar una pareja de baile nuá bil en el pueblo. Las mujeres egipcias
son modestas, y sus parientes masculinos son protectores y faá cilmente
indignados. Si el senñ or Morgenstern aparece con su atuendo actual, seraá
golpeado sin sentido, si no asesinado. Ireá allíá inmediatamente, y luego al sitio
de la ciudad. Encuentra a Mahmoud y dile que reuá na un grupo de buá squeda.
Esperemos que Herr Morgenstern esteá cerca, felizmente construyendo un
castillo de arena."
"O un templo de arena para Nefertititi."
Nos separamos. Tomeá el camino a traveá s de la aldea, escuchando gritos de
indignacioá n, pero todo parecíáa tranquilo. Continueá hasta el sitio de la ciudad.
Como se anticipoá , Emerson habíáa tomado el control y estaba dando oá rdenes a
la tripulacioá n. El Sr. Buddle estaba de pie en la periferia, garabateando notas
en un bloc de papel; el Sr. Dullard y la Srta. Smith no podíáan ser vistos. Una
gran sensacioá n de alivio me invadioá , pero soá lo por un momento. El senñ or
Morgenstern se habíáa ido a otra parte y se escondíáa en los restos de
estructuras en ruinas o en el peligroso desierto. Estaríáa relativamente seguro
hasta que cayera la oscuridad (a menos que pisara un escorpioá n o una víábora).
Despueá s de eso, podríáa caer inadvertidamente por un terrapleá n y despertar el
intereá s de los chacales. Siempre es deprimente escucharlos grunñ ir por la
noche y luego ver buitres dando vueltas al amanecer.
Nefret, Mahmoud y media docena de hombres esperaban fuera de la casa de
excavacioá n. Les advertíá del estado de desnudez del senñ or Morgenstern, los
dividíá en equipos y los envieá en varias direcciones. La topografíáa visible era un
semicíárculo, definido por los acantilados. A menos que fuera un experto
montanñ ero, teníáa pocas rutas de escape disponibles. Hice un gesto de dolor
ante la imagen de un cuerpo regordete, arrugado y, por desgracia, desnudo,
con las nalgas ondulando mientras intentaba escalar las rocas. Si hubiera sido
de caraá cter menos robusto, habríáa recordado los grupos de buá squeda y me
habríáa preparado una taza de teá .
Asíá las cosas, tomeá un trago de agua, me puse en pie y me dirigíá en direccioá n
a una aldea al sur, Hag Kandil.

Del manuscrito H

Despueá s de varias horas, Ramseá s comenzoá a preocuparse por David, que se


habíáa ido al hotel en el que se habíáan cambiado de ropa para recoger sus
pertenencias. Estaba en el otro lado de El Cairo, cerca de la estacioá n de tren,
pero David llevaba suficientes fondos para tomar un taxi de ida y vuelta.
Utilizando atajos y callejones, se puede completar la vuelta a pie en poco maá s
de una hora.
Ramseá s habríáa seguido vigilando por la ventana si le hubiera dado una vista
de la calle, pero la modesta habitacioá n del hotel soá lo ofrecíáa una vista de la
parte trasera de un edificio. Queríáa dejar la casa de Shepheard y seguir la ruta
que David probablemente habíáa tomado. Sin embargo, no parecíáa prudente, ya
que Sethos era muy capaz de asumir un disfraz que le permitiríáa acceder al
hotel y robar las dos falsificaciones de Nefertiti.
Era un dilema muy molesto, pensoá mientras caminaba de un lado a otro en
los pequenñ os confines. ¿Habíáa encontrado Sethos una manera de detener a
David, sabiendo que el primer impulso de Ramseá s seríáa ir al destartalado
hotel? O, lo que es maá s inquietante, ¿habíáa estado Gunter esperando fuera de
la casa de Shepheard, acompanñ ado por un par de matones teutones y
musculosos?
Cuando se golpeoá la espinilla en el pie de la cama por tercera vez, Ramseá s
dejoá de caminar y abrioá la puerta. El pasillo estaba vacíáo. Ali fue asignado a las
lujosas suites en la parte delantera del edificio; soá lo habíáa venido a su
habitacioá n por cortesíáa y para hablar de la muy estimada Sra. Amelia Peabody
Emerson.
Ramseá s dejoá la puerta ligeramente entreabierta para que pudiera oíár los
pasos si alguien se acercaba. Un grupo de estudiantes pasaron por allíá,
hablando en un bullicioso italiano, y entraron a las habitaciones al final del
pasillo. Unos minutos maá s tarde, una joven delgada vino empujando una silla
de ruedas. Su ocupante, un fraá gil viudo con soá lo unos pocos mechones de pelo
blanco, le miroá con desconfianza hasta que cerroá la puerta. Ni siquiera Sethos,
el Maestro del Disfraz, podríáa haber asumido la identidad de un estudiante de
rostro brillante o de una dama diminuta cuya cabeza estaba maá s baja que el
respaldo de la silla de ruedas.
"¡Maldita sea!" Ramseá s se dijo a síá mismo mientras se sentaba en la cama y
miraba a las dos falsificaciones. Los aprendices se estaban volviendo maá s
haá biles, pensoá infelizmente, y Harun habíáa perdido el control de ellos, sin
importar cuaá ntos habíáa en el taller secreto.
La luz del atardecer se estaba desvaneciendo. Pronto los muecines subíáan
las escaleras hasta la cima de sus minaretes para cantar el adhan y apresurar a
los piadosos a la oracioá n. Era exasperante sentirse como si estuviera cautivo
en la habitacioá n del hotel, incapaz de salir del lugar y buscar a David.
Se extendioá sobre la cama y estaba contemplando lo que su padre haríáa
(sitiar la ciudad de El Cairo) y lo que su madre haríáa (hacer una lista de los
sospechosos obvios) cuando oyoá un crujido en el pasillo. Se puso en pie de un
salto y abrioá la puerta a tiempo para ver el aleteo de una bata en la escalera.
Cuando llegoá al escaloá n superior, no vio a nadie. Maldiciendo con facilidad,
volvioá a la habitacioá n y descubrioá que su visitante invisible habíáa deslizado un
trozo de papel doblado bajo la puerta. Lo cogioá y leyoá :"Keller". Era la palabra
alemana para"soá tano". Soá lo tomoá un segundo deducir que se referíáa a la gran
casa de la que eá l y David se habíáan retirado esa manñ ana.
Podríáa ser una de dos cosas: Sethos le estaba informando del paradero de
David como un favor, o Gunter le estaba tendiendo una trampa. Ambos
escenarios requirieron que Ramseá s dejara el hotel, con o sin una carga de
ochenta libras. Aunque no confiaba en el Sr. Baehler, se dio cuenta de que no
teníáa maá s remedio que dejar las falsificaciones en la caja fuerte del hotel.
Colocoá uno en la bolsa de lona y envolvioá al otro en el papel marroá n, cerroá con
llave la puerta detraá s de eá l y bajoá al escritorio.
"Buenas tardes", dijo Baehler, apenas levantando la vista. "¿Va a salir,
senñ or?"
"Síá, y necesito que guardes esto en la caja fuerte."
"Me temo que eso es imposible. Esta es nuestra temporada alta, y muchas de
las damas insisten en que sus joyas esteá n aseguradas".
Ramseá s se abstuvo de senñ alar la insensatez de los turistas tontos que
viajaban con diamantes y perlas soá lo para impresionarse mutuamente en la
cena. "Eso es inaceptable. Por favor, haz sitio para esto en la caja fuerte".
Baehler sonrioá con suficiencia. "Aunque me quitara los joyeros, no podríáa
hacer que sus paquetes caben dentro de la caja fuerte. ¿Puedo sugerirte que
los dejes en tu habitacioá n?"
"De hecho, usted puede sugerirlo, pero eso es imposible porque no es lo
suficientemente seguro, como estoy seguro de que estaraá de acuerdo, de lo
contrario no habríáa necesidad de cajas fuertes de hotel", respondioá Ramseá s
con una actitud caá ustica. "Estos son extremadamente importantes y mi madre
estaríáa muy disgustada si algo inapropiado les ocurriera. Le pertenecen a ella.
Odiaríáa tener que decirle que esto fue dejado en mi habitacioá n despueá s de que
ella me pidiera expresamente que lo guardara en su caja fuerte, Sr. Baehler".
La amenaza velada de la madre de Ramseá s funcionoá .
Aparecieron gotas de sudor en la frente del gerente. "Estoy muy molesto por
no poder acomodarte, pero hareá todo lo que pueda para proteger los paquetes
de la Sra. Emerson. Hay un armario en la oficina que se utiliza para el
almacenamiento de los suministros. No tiene cerradura, pero no se permite a
nadie en la habitacioá n, excepto a míá y al empleado nocturno".
Ramseá s sabíáa que pronto oscureceríáa. David se habíáa ido por seis horas, y la
uá nica explicacioá n podríáa ser que estaba atado a una silla en el soá tano de la
embajada. Ramseá s se negoá a reconocer cualquier alternativa. "Mueá strame este
armario".
Resultoá ser un armario estaá ndar con estantes para guardar montones de
papeleo, junto con el sombrero del Sr. Baehler, una chaqueta extra, un par de
zapatos de vestir y una caja grande de tortas de chufa. Una vez que los
paquetes habíáan sido almacenados en el suelo del armario, Ramseá s ordenoá al
gerente que llamara al encargado de mantenimiento para que trajera un
martillo y clavos. "Si necesita algo de los estantes, seraá mejor que lo recupere
ahora."
Aunque su suspiro era audible, Baehler tuvo la sensatez de agitar la cabeza.
"No, Sr. Emerson. Permanecereá vigilante hasta que regreses. Por favor, díágale a
la Sra. Emerson que sus artíáculos estaá n a salvo de las garras de los ladrones. Yo
tambieá n trabajareá en el turno de noche".
Ramseá s golpeoá una docena de clavos en la puerta del armario, y luego salioá
del hotel por la puerta del soá tano que eá l y David utilizaban maá s a menudo que
la entrada principal. El callejoá n estaba poblado soá lo por perros, gatos y ratas,
todos amigablemente en busca de comida a traveá s de los contenedores de
basura. Vio un tendedero detraá s de una casa y escaloá haá bilmente la pared.
Tomoá un thobe y un ghutra, usoá una pinza para dejar una amplia suma a
cambio, y se puso las prendas sobre sus ropas una vez que volvioá al callejoá n.
Era tentador ir a la embajada alemana, pero imprudente hasta que no
dispusiera de maá s informacioá n.
He headed for the Khan el-Khalili, y vagoá por los callejones y las calles
claustrofoá bicas hasta que se dio cuenta de que no lo seguíáan, y luego se dirigioá
al miserable hotel junto a la estacioá n de tren. El empleado lo miroá con
curiosidad mientras pasaba por el escritorio y continuoá subiendo las escaleras
hasta la habitacioá n. Sus maletas parecíáan estar intactas, y no habíáa senñ ales de
que algo anduviera mal. Despueá s de enrollar la ropa aá rabe en un paquete
apretado, bajoá las maletas y las dejoá caer en el vestíábulo.
"Ocuá pate de esto hasta que regrese", le dijo Ramseá s en aá rabe al empleado.
"¿Alguien ha preguntado por mi companñ ero y por míá?"
"La, effendi."
"¿Nadie?"
El empleado agitoá la cabeza. "He estado aquíá todo el díáa."
Ramseá s salioá a la calle y miroá a los peatones que pasaban con tanta furia
que varios de ellos se dieron la vuelta abruptamente y huyeron. No teníáa
ninguna razoá n para creer que el empleado (o para creer que las maletas se
volveríáan a ver), pero sabíáa que el secuestro de David habíáa tenido lugar en el
camino desde la casa de Shepheard, y a plena luz del díáa. Lamentablemente,
Ramseá s no encontroá nada que sugiriera una interrupcioá n.
Baehler hizo un gesto con la mano cuando Ramseá s entroá en el vestíábulo.
"Todo estaá bien, Sr. Emerson. Un caballero de pelo blanco pidioá que te unieras
a eá l en el bar. No ofrecioá su nombre".
Ramseá s no teníáa ninguna duda sobre la identidad del caballero, si alguien
podíáa considerarlo un caballero. Ramseá s no lo hizo. Entroá en el bar y se sentoá
frente a un hombre que faá cilmente podíáa pasar por un don de Oxford maá s allaá
de su mejor momento. Su cutis estaba enfermizo, paá lido y salpicado de
manchas en el híágado y verrugas; su grueso bigote y barba dominaban sus
rasgos.
"Whisky con soda", le dijo Ramses al camarero.
"Entiendo que tu amigo David estaá en apuros", comenzoá Sethos suavemente.
"Uno podríáa pensar que síá. "¿Pusiste el papel debajo de la puerta o lo hizo
Gunter?"
"Gunter parece creer que ahora estaá s en posesioá n del busto original de
Nefertiti. ¿Lo estaá s?"
"Estoy maá s preocupado por mi amigo. ¿Era tu mensaje?"
"Me recuerdas tanto a tu querida madre. No recuerdo cuaá ndo fue la uá ltima
vez que contestoá una pregunta, pero respondereá la tuya. Síá, yo estaba fuera del
hotel cuando David salioá y estaba rodeado de varios hombres, uno de los
cuales teníáa una aguja hipodeá rmica. Sucumbioá a la inyeccioá n y fue metido en
un coche privado con una placa especial para dignatarios extranjeros. Aunque
tiene muchos enemigos aquíá y en el Medio Oriente, creo que podemos suponer
que el coche vino de la embajada alemana".
"¿Y por eso estaá en el soá tano?" preguntoá Ramseá s, frunciendo el cenñ o.
"Una conclusioá n loá gica. ¿Doá nde maá s tendríáas un reheá n? en una habitacioá n
de hueá spedes espaciosa?" Sethos llamoá a un camarero y pidioá otra ronda de
bebidas. Una vez que llegaron, dijo: "No creo que consigas rescatar a David sin
ayuda. A estas alturas, Gunter ya ha asignado guardias dentro de la embajada y
en el recinto, todos han sido advertidos de que los vigilen. Creo que nuestra
mejor oportunidad es crear una distraccioá n de tal magnitud que los guardias
se distraigan lo suficiente para que puedas bajar al soá tano y buscar a tu amigo.
Lo admito, se necesitaraá maá s que nosotros dos."
Ramseá s se inclinoá hacia atraá s y pensoá durante varios minutos. "Por mucho
que me niegue a aceptar su cooperacioá n, siento que debo hacerlo. ¿Queá
sugieres?"
"Un ataque al corazoá n".

* * *

Wuando llegueá a Hag Kandil, mi peor temor se hizo realidad. Los fellahin
estaban bien reunidos cerca de la comunidad, sus voces chillonas mientras
reganñ aban a un joven de rodillas en la arena. Estaba sin ropa. Teníáa una idea
muy buena de lo que habíáa pasado, pero asentíá educadamente a un anciano y
le pregunteá lo mejor que pude en aá rabe. La respuesta fue difíácil de entender,
aunque deduje que un camello era la fuente del descontento. Dirigíá mi
atencioá n al ninñ o, que estaba claramente perturbado por mi presencia y
humillado en sollozos temblorosos.
"¿Por doá nde?" Le pregunteá , senñ alando en diferentes direcciones.
No pudo mirarme a los ojos, pero levantoá el brazo y senñ aloá hacia el Desierto
Oriental. Le di las gracias y, con mis propios ojos desviados para evitarle maá s
verguü enza, dije: "Necesito un camello".
Despueá s de un largo debate entre ellos, el mayor de los ancianos nombroá
una suma. Agiteá la cabeza y ofrecíá una suma menor (aceptar el precio inicial
seríáa un insulto para ambos, ya que el regateo es una costumbre necesaria en
Egipto). Soá lo nos llevoá unos minutos llegar a un compromiso aceptable. Poco
tiempo despueá s, fui montado en un camello y corriendo por una ruta hacia un
cisma en las formidables montanñ as. Herr Morgenstern no podíáa estar maá s de
una hora delante de míá, bendecido con la tuá nica blanca y el ghutra del ninñ o, y
trabajando a la misma velocidad en un camello robado.
Llegueá a la cresta y me detuve para contemplar la vasta extensioá n de las
arenosas tierras altas. Las dunas rodaban sin parar, brillando con la luz del sol.
Montanñ as escarpadas y profundos uadis ofrecíáan pocas oportunidades para
atravesar el terreno hasta el Mar Rojo. No habíáa oasis para ofrecer comodidad
a los viajeros. Los uá nicos habitantes eran tribus noá madas beduinas que habíáan
aprendido a lo largo de los siglos a encontrar agua para sus rebanñ os de ovejas,
cabras y camellos. Ojalaá supiera coá mo localizar a Herr Morgenstern con la
misma perspicacia.
Empujeá al camello con mis botas para animarlo a moverse maá s raá pido, pero
me ignoroá con un resoplido indiferente. Caminamos durante bastante tiempo
hasta que vi un grupo de tiendas de campanñ a y actividad humana. Mi camello,
por razones que soá lo eá l conocíáa, empezoá a trotar. Se me salioá el casco de la
meá dula de la cabeza. Me agarreá a la silla de montar porque me sacudieron de
manera muy desagradable (y dolorosa), y me sentíá aliviado cuando llegamos
al campamento beduino. Basaá ndome en el nuá mero de tiendas, deduje que la
tribu estaba compuesta por treinta o cuarenta hombres y sus muá ltiples
esposas e hijos. Un gran nuá mero de ellos se habíáa congregado para mirarme
fijamente. No era aprensivo; Emerson y yo conocíáamos a varios jeques, y
Ramseá s (por su propia insistencia) habíáa pasado mucho tiempo viviendo entre
una tribu en particular para aprender sus habilidades de supervivencia. Me
preocupaba que tambieá n hubiera aprendido algunas habilidades masculinas,
pero era un tema que ambos habíáamos evitado.
"¡As-salaam-alaykum!" Llameá de manera amistosa.
"Wa 'alaykum-salam wa rehmat-allah wa barakat ahu!" respondieron varios
de los hombres. Las mujeres, por supuesto, no dijeron nada, pero sus ojos con
zumbidos de kohl estaban redondeados por el asombro. Era probable que yo
fuera la primera persona de piel clara que habíáan visto en su vida, ademaá s de
ser una mujer sin acompanñ ante, y que montara un camello en mi falda
dividida.
"Sieá ntate Hakim", dijo un joven con un grito ahogado. Los otros hombres se
reunieron a su alrededor y le hicieron preguntas. No podíáa entender su
dialecto beduino, pero sus gestos y miradas hacia míá sugeríáan que mi
reputacioá n no era desconocida ni siquiera para las tribus maá s remotas. Una
mujer con bata y bufanda roja se acercoá con cautela y tomoá las riendas del
camello. La bestia se arrodilloá , empujaá ndome hacia delante, y luego dejoá caer
sus ancas, empujaá ndome hacia atraá s. Habíáa aprendido hace mucho tiempo a
coger la silla de montar y a esperar lo mejor.
Un octogenario con barba blanca que colgaba de su cintura me hizo senñ as.
"¿Sentar a Hakim?", dijo, su voz imbuida de temor.
"Aywa", murmureá modestamente al jeque, y luego me volvíá para sonreíár a
las mujeres y los ninñ os que se reíáan. Si Emerson hubiera aparecido en mi lugar,
las mujeres habríáan estado aplastando tiendas de campanñ a y recogiendo
utensilios de cocina. Los hombres habríáan estado demasiado petrificados
como para enfrentarse a su mirada de acero. "Busco a un viajero, un alemaá n
canoso. "¿Lo has visto?" Dije esto en aá rabe, pero sus desconcertados fruncidos
de cenñ o fruncido insinuaron que no me entendíáan. Mi aá rabe es pasable, asíá que
soá lo podíáa asumir que la tribu teníáa su dialecto uá nico y poco contacto con el
resto del mundo.
"¿Puedo ayudarte?", dijo un joven con un mechoá n de barba. "Hablo ingleá s".
"Estoy encantado con su amable oferta. ¿Doá nde aprendiste ingleá s?"
"Es una historia muy triste, Sitt Hakim. Me llamo Omar Hassan el-Tayeb, si le
parece bien. Yo teníáa siete anñ os y cuidaba de nuestro rebanñ o de ovejas cuando
una oveja se deslizoá por un lado de la rambla y yo fui tras ella. Me encontreá
con una banda de turcos, que me golpearon y me llevaron cautivo. Cuando
llegamos a El Cairo, me vendieron a una familia britaá nica para que trabajara
como criado. El maestro era un hombre amable y me permitioá acompanñ ar a
sus hijos a su clase para que recibieran tutoríáa. Aprendíá muchas cosas, pero
todo lo que sonñ aba era reunirme con mi tribu y mi familia. Despueá s de ocho
anñ os, me escabullíá y busqueá en el desierto hasta que los encontreá ".
Parpadeeá hasta que pude confiar en míá mismo para mantener la
compostura. "Una historia muy triste, estoy de acuerdo. Me horroriza que una
familia britaá nica tenga algo que ver con la esclavitud. Debes decirme su
nombre".
"No puedo hacer eso. Fueron buenos conmigo. Conocíá a otros ninñ os en mi
situacioá n que dormíáan sobre mantas en el soá tano, trabajaban dieciseá is horas al
díáa y vivíáan de las sobras de la cocina".
"Entonces deberíáa tener la oportunidad de elogiarlos por su generosidad."
Me dio una sonrisa iroá nica. "Creo que no, Sitt Hakim. ¿Dijo que estaá
buscando a un alemaá n?" Cuando asentíá, continuoá . "Llegoá aquíá hace una hora,
apenas logrando permanecer en la cima del camello. Estaba cantando en voz
alta en un idioma que no conozco. Podríáa haber sido alemaá n o galimatíáas. Una
vez que recuperoá el equilibrio en la arena, abrazoá al jeque Nasir el-Din y lo
besoá en los labios". Omar se estremecioá ante el recuerdo. "Luego se abalanzoá
sobre la mujer maá s cercana, que es una de las nietas del jeque. Le habríáan
cortado la garganta si no hubiera tenido fiebre. Mi propia madre lo llevoá a
nuestra tienda y le ha estado banñ ando la cara con agua, pero sigue delirando.
No estamos seguros de queá hacer con eá l."
"Por favor, díágale al jeque Nasir el-Din que el profesor Emerson y yo
estamos satisfechos con su benevolencia. Este alemaá n es un arqueoá logo y un
amigo. Su comportamiento reciente es despreciable, pero creemos que estaá
enfermo. Si el jeque no tiene objeciones" -le sonreíá calurosamente al viejo, que
nos estaba frunciendo el cenñ o-"Llevareá al senñ or Morgenstern de vuelta a
Amarna para que pueda recibir atencioá n meá dica".
Omar se encogioá de hombros. "Le direá lo que usted me ha dicho, pero no se
sorprenda si desea pensar en ello. Su reputacioá n se ha visto ennegrecida por la
falta de respeto de este alemaá n".
"Respetamos profundamente su necesidad de dignidad y entendemos su
indignacioá n, pero tambieá n sabemos que es un hombre misericordioso que no
castigaríáa a alguien que estaá enfermo por hechos que van maá s allaá de la
voluntad de esa persona".
"Hareá lo que pueda", contestoá morosamente.
"Estoy seguro de que lo mejor de ti seraá suficiente. Mientras tanto, me
gustaríáa ver a Herr Morgenstern para evaluar su condicioá n fíásica. Es un largo
viaje de vuelta a Amarna y el sol es duro."
Omar asintioá . "Por supuesto, Sitt Hakim. Inshallah, todo esto puede terminar
pronto y sin rencores".
Las tiendas estaban en hileras, decoradas con coloridos paneles de pared y
alfombras tejidas con pelo de camello. Por lo menos dos docenas de ninñ os nos
siguieron, susurrando y riendo. Un buen nuá mero de mujeres estaban detraá s de
ellos, haciendo casi lo mismo. Sentíá como si estuviera dirigiendo un desfile al
Palacio de Buckingham para visitar al Rey Jorge V, aunque sin la pompa
asociada con el protocolo adecuado.
"Esta es la tienda de mi madre", dijo Omar con un gesto. "Volvereá a hablar
con el jeque Nasir. Espero que acepten comida y agua, y que descansen hasta
que el sol haya avanzado y sea menos castigador. No seríáa prudente irse antes
de eso. El desierto es cruel. No hay oasis en los que refugiarse, por lo que no
hay rutas comerciales a Suez, soá lo los huesos de aquellos que sobreestimaron
su astucia y experiencia".
"Me gustaríáa pensar que nunca lo he hecho", dije primariamente. Una
imagen de Emerson aparecioá en mi mente. Se reíáa a carcajadas y se daba
palmadas en los muslos. Tuve la premonicioá n de que no se reiríáa cuando se
enteroá de mi viaje en solitario al campamento beduino. Se inclinaríáa maá s a
reganñ arme largo y tendido por romper mi palabra y por comportarse
imprudentemente, asíá como por sobreestimar mi astucia y mi pericia. "Por
favor, vuelva aquíá despueá s de que haya hablado con el jeque."
La madre de Omar flotaba en la puerta. Sonreíá calurosamente cuando me
presenteá y luego pregunteá por su nombre. Hablaba aá rabe, y tíámidamente
admitioá que su nombre era Ikram, que reconocíá como un derivado aá rabe de la
hospitalidad y la generosidad.
"¿Puedo ver al alemaá n?" Dije en aá rabe, con cuidado de enunciar y hablar
despacio. Ella asintioá y me llevoá detraá s de una tela tejida. El senñ or
Morgenstern estaba tendido sobre una alfombra, roncando como un toro
asmaá tico. Un tazoá n de agua y una pequenñ a tela estaban cerca, pero
prudentemente fuera de su alcance. Su cara estaba inquietantemente roja y
seca. Reconocíá los síántomas de insolacioá n, una condicioá n seria que requeríáa
atencioá n meá dica inmediata. Ikram senñ aloá el cuenco de agua y se encogioá de
hombros; no tuve dificultad en comprenderla.
Estaba frunciendo el cenñ o al paciente cuando me di cuenta de que la luz
habíáa adquirido una intensidad peculiar. Los patrones de los paneles
comenzaron a latir en un remolino caleidoscoá pico. Sentíá la mano de Ikram en
mi brazo cuando perdíá el conocimiento.
Doce

Un animal huá medo se deslizoá por mi cara. Intenteá detenerlo, pero mis brazos
estaban firmemente inmovilizados y las voces me reganñ aban. El paá nico me
abrumoá con la ferocidad de una tormenta de arena, chupando mi aliento y
haciendo que mi corazoá n golpeara erraá ticamente. Sacudíá mis brazos, rodeá
sobre mi costado y griteá : "¿Doá nde estoy? ¿Quieá n es usted?"
No podíáa entender las respuestas balbuceantes. Forceá a abrir los ojos y vi
patrones de colores brillantes en la pared y a las mujeres rondando a mi
alrededor. Un panñ o, en lugar de un jerboa ahogado (un roedor del desierto de
orejas largas, como la mayoríáa de mis lectores saben), me cubríáa la frente.
Despueá s de un largo momento para pensarlo, me senteá . Sabíáa doá nde estaba (el
campamento beduino) y quieá nes eran las mujeres (esposas, viudas y doncellas
beduinas), pero no pude encontrar una explicacioá n adecuada de por queá
estaba tumbado en una estera. "¿Queá pasoá ?" Exigíá.
"Demasiado sol", respondioá Omar desde una distancia corteá s. "Mi madre te
ruega que te quedes en la alfombra y bebas agua hasta que te sientas maá s
fuerte. Mi hermana tiene un tazoá n de caldo para ti. Todos estaá bamos muy
preocupados, Sitt Hakim, a pesar de que tienes una reputacioá n de fortaleza y
valentíáa".
"Gracias." Acepteá una taza de agua y la sorbíá hasta que mi memoria se
reorganizoá . "Supongo que debo haberme desmayado, cosa que rara vez hago.
Hay que reconocer la intensidad del sol del desierto en su cuá spide, pero estaba
desesperado por encontrar a Herr Morgenstern antes de que se perdiera sin
remedio. "¿Estaá mejor?" Mi pregunta fue superficial, ya que sabíáa que estaba
en grave peligro por el golpe de calor. Preferiríáa que Nefret estuviera
disponible para ofrecer consejo meá dico, pero me habríáa puesto furioso si me
hubiera seguido en mi estuá pida travesíáa por el desierto.
Omar hizo una mueca de dolor. "Lamento no poder decirle que su estado ha
mejorado. Estaá entrando y saliendo de la locura, a veces permitiendo que mi
madre le banñ e la cara con agua, y luego tratando de empujarla a un lado y
ponerla de pie a trompicones. El jeque Nasir el-Din auá n no ha decidido queá
hacer con eá l."
Bebíá otra taza de agua y luego levanteá las manos para permitir que las
mujeres me ayudaran a pararme. Despueá s de tambalearme un poco, me senteá
en un taburete. Una bella mujer joven con los ojos redondos de una cierva
puso un cuenco en mis manos y luego retrocedioá como si hubiera hecho una
ofrenda a uno de los innumerables dioses y diosas de la antiguü edad.
"Shukran", dije calurosamente y me obligueá a tomar un pequenñ o trago. No
estaba de humor para una bebida caliente, pero no esperaba un whisky con
soda, especialmente uno que me sirvioá mi amado Emerson. Si estuviera
presente, arrojaríáa a Herr Morgenstern por encima del hombro, convocaríáa a
las nubes para cubrir el sol, y volveríáa a Amarna en poco tiempo.
Lamentablemente, me faltaba la fuerza para hacerlo, pero teníáa dos camellos.
Tomeá un segundo trago del caldo para ser corteá s, dejeá a un lado el tazoá n y
fui detraá s del panel de la pared para evaluar el estado de Herr Morgenstern.
Estaba acostado sobre una alfombra y en un silencio inquietante. Una mujer se
arrodilloá junto a eá l, humedeciendo sus labios con un trapo. No respondioá
cuando lo empujeá con el pie, lo que me obligoá a agacharme y comprobar que
teníáa un pulso filiforme. "¡Herr Morgenstern! ¡Debes abrir los ojos ahora! He
venido a llevarte de vuelta a Amarna para recibir ayuda meá dica." No le
amenaceá con meterle un jerboa en la boca, aunque debo admitir que la idea se
me cruzoá por la cabeza. Si se hubiera comportado como un arqueoá logo de
verdad desde el principio, ninguna de las calamidades posteriores se habríáa
producido. Habríáa descubierto el busto de Nefertiti, habríáa alertado al Sr.
Maspero en el Servicio de Antiguü edades y habríáa disfrutado de la publicidad
que le correspondíáa. Lo empujeá una vez maá s con el pie, quizaá s con maá s vigor
del necesario. "¡Abre los ojos, disculpa por ser egiptoá logo!"
Emitioá un suave gemido.
Suspirando, me quiteá los restos de arena de la ropa, me acaricieá el pelo,
recupereá la sombrilla y le dije a Omar: "Me gustaríáa hablar con el jeque". Por
favor, acompaá nñ ame hasta eá l."
"Como desees, Sieá ntate Hakim", dijo sin entusiasmo.
Habíáa poca gente visible mientras caminaá bamos por las filas de tiendas de
campanñ a. A pesar de mis anñ os (bueno, deá cadas) de experiencia excavando en
los desiertos, hice una mueca de dolor cuando el sol se puso sobre míá. Siempre
he insistido en que el trabajo cese durante el peor de los calores en
cumplimiento de la advertencia del Sr. Kipling de que soá lo los perros locos y
los ingleses salen al sol del mediodíáa. Emerson era conocido por objetar,
afirmando que yo era tan sobreprotector como una gallina madre, pero rara
vez intentaba contrarrestar mi orden. Los trabajadores de otros sitios
esperaban trabajar desde el amanecer hasta el atardecer con descansos
nominales para el agua y la comida para ganar una miseria por su trabajo
agotador. Siempre hemos tratado a nuestros trabajadores con respeto y les
hemos pagado lo suficientemente bien como para mantener su lealtad. Esto no
quiere decir que no hayan sido perturbados por los estallidos perioá dicos de
Emerson y los subsiguientes flujos de blasfemias. La mayoríáa de la gente lo
era.
El jeque Nasir el-Din estaba sentado en una alfombra en una gran tienda de
campanñ a, resoplando en una narguile y viendo a los bebeá s babear y a los ninñ os
pequenñ os preocuparse por la habitacioá n. Cuando me vio, sus labios temblaron,
pero no habloá .
"Shukran", dije mientras me sentaba cerca de eá l, sin invitacioá n pero decidido
a obtener su permiso para llevar a Herr Morgenstern de vuelta a Amarna. Mireá
a Omar. "Por favor, díágale al jeque que estoy muy agradecido por su
hospitalidad. Estoy seguro de que la profesora Emerson pensaraá bien de usted
por proporcionarme agua y sombra". Espereá a que Omar hubiera traducido
mis palabras, y luego continueá . "Herr Morgenstern se comportoá muy mal, muy
mal, pero no sabíáa lo que estaba haciendo y nunca habríáa hecho esta cosa tan
terrible si hubiera estado en su sano juicio. Estoy seguro de que el jeque estaá
familiarizado con la idiosincrasia de aquellos que sufren del calor formidable,
y les ha mostrado compasioá n. Espero que lo haga en este caso".
EÉ l escuchoá sombríáamente la recitacioá n de Omar, y luego murmuroá algo. No
espereá a que Omar lo interpretara, y paseá a mi siguiente taá ctica. Durante la
caminata, hice un inventario mental de mi cinturoá n de herramientas. Recupereá
mi linterna eleá ctrica de uno de mis bolsillos. "Tal vez este regalo pueda
ablandar la justificada indignacioá n del jeque." Lo encendíá y dejeá que su rayo
ondeara alrededor del techo de la tienda, y luego se lo entregueá . "Es una
herramienta uá til."
Despueá s de media hora de regateo, era el orgulloso poseedor de la antorcha,
una taza plegable, un pequenñ o par de tijeras y un bloc de notas (si desea hacer
una pequenñ a lista). Tuve su consentimiento para sacar a Herr Morgenstern de
su vista para siempre.
Omar sonreíáa mientras volvíáamos a la tienda de su madre. "Bien hecho, Sitt
Hakim. "El jeque Nasir el-Din puede ser obstinado, especialmente cuando ha
sido tratado irrespetuosamente.
"No puedo culparlo por eso. He pasado muchas temporadas en Oriente
Medio y soy consciente de las costumbres y tradiciones del pueblo aá rabe. Los
britaá nicos son igualmente reservados en cuestiones de familiaridad. Uno no le
guinñ a el ojo al rey ni le ofrece su mano a la reina. La reina Victoria, en
particular, no se divirtioá con la informalidad". Abríá mi sombrilla mientras
sentíáa el sol en mi cuello. "Tuá y yo, Omar, debemos averiguar coá mo transportar
a Herr Morgenstern a Amarna lo maá s raá pido posible para que pueda recibir un
tratamiento adecuado. Ahora que ya no tengo una linterna eleá ctrica o un
cuaderno para intercambiar, ¿puedo ofrecerte un camello?"
Hubiera preferido esperar hasta que el sol hubiera comenzado a retirarse,
pero sabíáa muy bien que mi ausencia habíáa sido notada no soá lo por Nefret,
sino tambieá n por Emerson, Selim, Daoud, y sin duda alguna Faá tima. No
anticipeá lo que podríáa ser categorizado como una caá lida bienvenida de
regreso, particularmente de mi amado esposo, quien puede ser irritable (e
irritante) cuando cree que me he comportado de manera imprudente.
Media hora maá s tarde, Omar y yo dejamos el campamento beduino. Herr
Morgenstern, envuelto en una tuá nica empapada y kaffiyeh, fue envuelto sobre
el camello, y mi sombrilla estaba abierta y sujeta a la silla de montar para dar
sombra. Me habíáa cubierto la cabeza y el cuello lo mejor que pude con
bufandas mojadas. Omar, a pie, sosteníáa las riendas de ambos camellos,
utilizando senñ ales verbales, invectivas intraducibles y un interruptor
(probablemente hecho de pelo de camello) para animarlos a moverse a una
caminata raá pida. Me dolíáa demasiado la cabeza como para intentar una
conversacioá n agradable. Bebíá agua y me aferreá a la silla de montar. A menos de
una milla del campamento, Omar encontroá mi casco de meá dula y me lo
devolvioá con una alegre sonrisa que no pude devolver. Insistíá en que
paraá ramos de vez en cuando para rociar el cuerpo inerte del senñ or
Morgenstern con el agua que el jeque Nasir el-Din nos habíáa proporcionado
generosamente.
El sol estaba en mi cara cuando nos acercamos a Hag Kandil. Los residentes
se movíáan, hacíáan negocios y se comportaban de manera ordinaria, con una
excepcioá n. Como en la mayoríáa de las aldeas, el pozo sirve como centro
comunal para el intercambio de chismes, el arbitraje de los ancianos y las
negociaciones sobre la compra de esposas y ganado. Uno espera ver un
míánimo de actividad en cualquier momento dado. Una solitaria figura estaba
junto al pozo, con los brazos cruzados.
"Oh, Dios míáo", murmureá . "Creo que Emerson ha averiguado que estuve aquíá
esta manñ ana, y ha sabido de mi esfuerzo cristiano para rescatar a Herr
Morgenstern. Sospecho que no estaá contento."
Omar tragoá . "Esta no es la forma en que esperaba encontrar al Padre de las
Maldiciones. ¿Tienes alguna sugerencia, Sitt Hakim?"
Si hubiera sido capaz de batir sus alas y elevarse, lo habríáa sugerido.
"Ayuá dame a bajar del camello, y luego montarlo y volver a tu campamento. No
mire por encima de su hombro. La vista de Emerson es notablemente aguda,
pero puede que no sea capaz de ver tus rasgos a esta distancia".
"Me resisto a abandonarla, mi senñ ora. ¿Estaá s seguro de que eres capaz de
caminar esta uá ltima distancia?"
"Ayuá dame a bajar del camello", repetíá con tristeza. "Si no puedo caminar, me
arrastrareá . "Seraá mejor que dejes de balar y sigas mis instrucciones antes de
que mi esposo se encargue de correr hacia nosotros en un torbellino de fuego
y azufre".
Momentos despueá s, Omar estaba a caballo sobre el camello y galopando en
direccioá n este. Me detuve para reajustar las bufandas alrededor de mi cuello,
enderezar mi casco de meá dula y preparar mi defensa. En lugar de venir en mi
ayuda, Emerson no parpadeoá tanto como yo conduje el camello al pozo. Quizaá s
me imagineá el leve olor a azufre que emanaba de sus oíádos.
"¡Gracias a Dios que estaá s aquíá!" exclameá . "Herr Morgenstern necesita
urgentemente asistencia meá dica. Cuando huyoá al desierto, fue golpeado por un
golpe de calor. Espero que Nefret pueda salvarlo antes de que sucumba".
Parecíáa un comienzo razonable.
"Y tuá lo seguiste", dijo Emerson sin rodeos.
"No podíáa permitir que perdiera. A pesar de tu comportamiento firme, eres
un hombre de gran compasioá n, como me has dicho a menudo. No te habríáas
perdido aquíá, esperando que otros se unieran a tu misioá n de misericordia;
habríáas hecho precisamente lo que yo hice". Abrioá la boca, pero yo continueá
antes de que me dieran un sermoá n interminable. "Debemos llevar a Herr
Morgenstern al dahabeeyah para continuar hidrataá ndolo en un esfuerzo por
bajar su temperatura corporal."
"¿No te preocupaban los asesinos auá n no identificados que queríáan
matarte?"
Para ser honesto, me habíáa olvidado de ellos. "Por supuesto que síá, y tomeá
precauciones. Sin embargo, no podíáa permitir que la timidez anulara mi deber
cristiano hacia un ser humano que ahora estaá al borde de la muerte".
Emerson parecioá reconocer la inutilidad de continuar la discusioá n (en ese
momento, de todos modos) que se centraba en mi comportamiento
irresponsable y en el desprecio de sus palabras de advertencia. "¿Estaá seguro
de que es el alemaá n y no una momia recieá n envuelta? Los aldeanos estaá n
desconcertados".
Noteá que habíáamos atraíádo a una multitud de personas ocupadas, ninñ os y
hombres con barba. "Si hay ladrones de tumbas entre ellos, la uá nica momia
que podríáan haber visto seríáa marroá n, desecada y susceptible de
desmoronarse si se la molestaba. ¿Coá mo sugiere que transportemos mejor a
Herr Morgenstern?"
"Parece que has ideado un meá todo razonablemente eficiente, Peabody", dijo
Emerson con un ligero trasfondo de admiracioá n. Gritoá a uno de los aldeanos,
que se alejoá corriendo y regresoá raá pidamente sujetando la brida de un robusto
corcel negro. Una vez que mi marido me habíáa depositado en la silla de
montar, tomoá las riendas del camello y se balanceoá detraá s de míá. Nuestra
pequenñ a y peculiar procesioá n se dirigioá a Amarna.
Sentíá su aliento en mi cuello mientras decíáa: "Cuando deduje adoá nde habíáas
ido, casi me vuelvo loco de preocupacioá n. Estaba esperando a que mi caballo
recibiera agua antes de venir a buscarte, aunque tuviera que recorrer cada
centíámetro de este horrible y sangriento desierto desde aquíá hasta el Canal de
Suez. Estoy dispuesto a sacrificar mi vida por ti, Peabody, pero menos
dispuesto a sacrificar mi cordura. ¿Hay alguna esperanza de que seas capaz de
prestarme la maá s míánima atencioá n cuando te ruego que te resistas a estos
impulsos ridíáculos y te protejas?".
"Siempre hay esperanza, Emerson."

Teníáamos una fiesta de recepcioá n esperaá ndonos cuando llegamos al muelle,


aunque nadie nos animaba. Los brazos de Selim estaban akimbo mientras me
miraba con ira. Los obreros no se atrevieron a hacer maá s que refunfunñ ar
(Emerson tiene ese efecto en ellos). Daoud se asomoá detraá s de ellos, con la
mandíábula apretada.
"Me alivia ver que mis equipos de buá squeda han regresado sanos y salvos",
dije, resuelto no permitir que me intimidaran maá s. "Este cuerpo envuelto
sobre el camello es el Sr. Morgenstern, que fue incapacitado por una
insolacioá n. Debemos llevarlo al barco y hacer lo que podamos para ayudarlo a
recuperarse".
Emerson me dejoá en el suelo cuando Selim y la tripulacioá n sacaron a Herr
Morgenstern del camello. No lo hicieron con gentileza, lamento decirlo, pero
difíácilmente podríáa reprochaá rselo, ni tampoco Emerson. Dejaremos de
trabajar ese díáa", anuncioá , "y despueá s de haber visto a nuestro indeseable
hueá sped, volvereá para recompensarte por haberte ayudado a buscarlo". Habraá
maá s"baksheesh" para quien se ofrezca a devolver el camello a su legíátimo
duenñ o en Hag Kandil".
Podíáa sentir como el aura de desaprobacioá n empezaba a disiparse, o eso
creíá hasta que Nefret aparecioá por detraá s de Daoud. Su cenñ o fruncido era feroz,
sus ojos parpadeando como los de una cobra indignada.
"¡Tíáa Amelia! ¿Queá es lo que te pasa? Comenzoá con una voz estridente que
rebotoá en los acantilados y pudo haber hecho que los cocodrilos se deslizaran
en el agua. Le permitíá que me reganñ ara (lo que hizo en teá rminos inequíávocos)
hasta que se detuvo para recuperar el aliento.
"Síá, querida ninñ a, tienes toda la razoá n, pero no podemos quedarnos aquíá
mientras el senñ or Morgenstern lucha por su vida. Puede reanudar su
meticuloso y detallado anaá lisis de mi incursioá n esta tarde. ¿Ha tratado alguna
vez a un paciente por insolacioá n?"
"No, pero he leíádo sobre ello." Se agachoá y descubrioá la cara florida de Herr
Morgenstern. "No estaá sudando, es una mala senñ al. La uá nica razoá n por la que
ha sobrevivido hasta ahora es porque su piel se ha mantenido huá meda.
Debemos subirlo a bordo y meterlo en la banñ era de hojalata de inmediato".
Comenzoá a dar oá rdenes con tanta autoridad que nadie dudoá . Cuando su
paciente fue transportada a lo largo de la tabla, me miroá con una mueca de
frustracioá n. Afortunadamente, he practicado mucho para calmar las
emociones desordenadas. Es una habilidad esencial para tratar con los
miembros de mi familia.
Despueá s de una eneá rgica protesta, Faá tima permitioá que Daoud colocara la
banñ era de hojalata en la cabanñ a utilizada por Ramseá s y David. Una vez que se
llenoá con agua tibia, Nefret y yo desenvolvimos a Herr Morgenstern y lo
supervisamos mientras los miembros de la tripulacioá n lo bajaban a la banñ era.
Sumergíá el kaffiyeh y se lo puse sobre la cara, luego me senteá abruptamente en
el borde de la cama mientras mis rodillas se doblaban.
"¡Peabody!" exclamoá Emerson, que habíáa estado paseando en el fondo.
"¿Estaá s enfermo?"
Nefret se dio la vuelta. "Tíáa Amelia, ¿te sientes deá bil? ¿Le ayudamos a llegar
a su camarote para que pueda descansar?"
Me obligueá a sentarme derecho. "No necesito descansar en este momento.
Necesito un whisky con soda en la cubierta superior, donde la brisa seraá
reparadora. Emerson, tu brazo, por favor."
"Pero he preparado teá ", objetoá Faá tima. Pudo haber tenido la intencioá n de
elaborar, pero captoá la mirada de Emerson y corrioá hacia una relativa
seguridad cerca de la puerta. "Enviareá una bandeja de saá ndwiches y bollos".
Nefret me valoroá . "Antes de subir a cubierta, debes ponerte una bata que
permita una mejor ventilacioá n." Ella extendioá su mano. "Ven, tíáa Amelia." No
era una invitacioá n.
Tomeá su mano ofrecida y la apreteá . Entramos en la cabanñ a y le permitíá
mansamente que me ayudara a quitarme la ropa polvorienta y odiosa.
Preferiríáa decir que habíáa transpirado delicadamente durante el viaje de ida y
vuelta a la aldea beduina, pero no podíáa negar las zonas huá medas que afligíáan
a varias zonas de mi persona. Ademaá s, habíáa estado muy cerca de un camello
durante varias horas. Hay una razoá n por la que Eau de Camel no se vende en
las mejores tiendas de Londres.
Despueá s de haber utilizado jaboá n, agua y una toalla, Nefret me ayudoá a
ponerme la bata y las zapatillas. Salíá de la cabanñ a y casi me tropiezo con
Emerson, que estaba al acecho en la puerta. Me ofrecioá su brazo musculoso.
Acepteá su ayuda mientras subíáamos los escalones de la cubierta, y le permitíá
que me sentara en una silla como si fuera una deá bil viuda. Faá tima habíáa
proporcionado una abundancia de saá ndwiches de teá , asíá como rebanadas de
pastel, bollos frescos y una olla de mermelada de fresa.
"Tu whisky con soda, Peabody", dijo mientras poníáa una bebida en la mesita.
"He hecho las paces con la tripulacioá n y he devuelto el camello a su duenñ o.
Esperareá a que te alimentes adecuadamente antes de continuar nuestra
conversacioá n anterior".
"¿Conversacioá n? Esa no es la palabra que usaríáa para describir tu diatriba
irracional, Emerson. Pruebe los saá ndwiches de salmoá n ahumado con pepino.
Son muy sabrosas". Tomeá un trago de mi bebida y cerreá los ojos, deseando que
el whisky pudiera ablandar mi memoria de los recientes acontecimientos.
"Perdíá el apetito hace horas cuando deduje adoá nde habíáas ido." Se metioá tres
o cuatro de los delicados saá ndwiches en la boca y se masticoá con una mueca de
dolor, como si estuviera sufriendo un castigo. "Me abstendreá de hacer maá s
diatribas irracionales, pero debemos llegar a un acuerdo. Estaá s volviendo loca
a tu familia con tu desprecio por tu seguridad personal. Nada me gustaríáa maá s
que ordenar a Daoud que se mantenga a un pie de ti desde el momento en que
termines de desayunar hasta que nos hayamos retirado a la caá mara marital
para pasar la noche. No puedo perderte, Peabody. Eres mi vida, mi razoá n de
ser, a pesar de que eres maá s testarudo que un elefante y maá s valiente que un
chacal".
"Parece que tengo esa reputacioá n", reconocíá mientras comíáa un pedazo de
torta de seá samo. "No deberíáa haber ido tras el Sr. Morgenstern, pero sentíá que
no teníáa eleccioá n. Síá, era mi deber cristiano -y tambieá n mi imperativo moral-
rescatar a un ser humano que estaba mentalmente incapacitado. No podemos
dejar a un lado a los maá s pequenñ os, nuestros hermanos".
"¿Eso incluye a los hermanos Godwin?"
Lo he pensado bien. "En el sentido de que estaá n mentalmente incapacitados
por su trastornado deseo de venganza, supongo que síá". Nunca desearíáa una
muerte tan espantosa a nadie, incluyendo a mis enemigos maá s malvados. Peor
auá n son las ejecuciones a sangre fríáa orquestadas por el sistema judicial. Los
Diez Mandamientos incluyen el dictado'No mataraá s'. No hay excepciones en
una nota al pie de paá gina al final de la paá gina".
Emerson resoploá . "Entonces, ¿queá debemos hacer con ellos? ¿Enviarlos a un
balneario para su rehabilitacioá n? ¿Forzarlos a tomar pasatiempos que no
incluyan el caos y el asesinato? Debemos hacer lo que sea mejor para la
sociedad".
"Una sociedad civilizada no tolera la violencia. Ya no arrojamos víárgenes a
los volcanes ni sacrificamos ninñ os en un altar manchado de sangre. No
llevamos a los que nos desagradan a un cadalso para ser decapitados por un
verdugo encapuchado".
Nefret subioá los escalones a tiempo para escuchar mis uá ltimas palabras.
"Dios, espero que no estemos discutiendo el futuro de Herr Morgenstern."
"¿Entonces sobreviviraá ?" Le pregunteá .
"No puedo decirlo con seguridad, pero su temperatura corporal ha bajado
unos grados." Se hundioá en una silla y asintioá a Emerson mientras eá l le daba
un trago. "Queá díáa tan horrible ha sido este para todos nosotros. Una semana
horrible, para el caso. Creo que deberíáamos hacer las maletas y zarpar hacia El
Cairo o Luxor, no me importa si vamos al norte o al sur".
"No podemos dejar a Amarna en estas circunstancias", respondioá Emerson
con una suavidad sorprendente. Si hubiera hecho la misma sugerencia, habríáa
tenido la oportunidad de escuchar un sermoá n tedioso sobre el sitio, su
historia, su significado, su magnificencia, su vulnerabilidad, su venerabilidad y
cada uno de sus descubrimientos desde finales del siglo XVIII, todos los cuales
me resultaban maá s que familiares. El pensamiento hizo que mis paá rpados se
volvieran pesados.
"Síá, me doy cuenta de eso", dijo Nefret mientras buscaba un saá ndwich, "pero
¿queá vamos a hacer con la tíáa Amelia?"
Me aclareá la garganta de una manera gentil. "Disculpe, pero ¿ha olvidado
que estoy presente? Estoy bastante seguro de que si me pellizco a míá mismo,
sentireá una clara sensacioá n de dolor, al igual que tuá , Emerson, si te pellizcara a
ti. Puede que esteá agotado, pero estoy lejos de tener una mente deá bil. Si los
dos quieren hablar de míá como si fuera una copia falsificada de Nefertiti, me
retirareá a la sala de espera y empezareá una nueva lista de sospechosos. Ya no
tengo mi cuaderno, pero síá tengo papeleríáa".
Nefret abrioá la boca y luego la cerroá .
El tacto no es prominente entre las virtudes de Emerson. "¡En serio,
Peabody! Todos nosotros estamos dedicados a protegerte hasta que esos
abominables hermanos Godwin ya no sean una amenaza. Me opongo
igualmente a las ejecuciones autorizadas por el Estado, pero me sentiríáa
satisfecho si estuvieran encarcelados por el resto de sus apesadumbradas
vidas. Mientras tanto, debemos llegar a un acuerdo".
Levanteá la mano para mostrar su palma. "Prometo no saltar a bordo de un
camello y galopar en el desierto sin informarte de antemano. Permitireá que
Daoud permanezca cerca de míá siempre que esteá en tierra. Pasemos ahora a
otras cuestiones. ¿Recibimos una respuesta del jefe Russell sobre el asesinato
de von Raubritter?"
Emerson no estaba contento con mi ingenioso intento de cambiar de tema,
pero despueá s de un estruendo de disgusto dijo: "Recibimos un telegrama esta
manñ ana. Von Raubritter entroá en Egipto con un visado de turista hace varias
semanas, maá s o menos cuando el senñ or Morgenstern fue a El Cairo con el
busto de Nefertiti. Russell envioá a uno de sus hombres a la Deutsche Orient-
Gesellschaft y se le informoá que no teníáan conocimiento de von Raubritter, ni
tampoco lo teníáa la embajada alemana. Las autoridades de Darmstadt
confirmaron que era residente y que nunca habíáa sido arrestado ni habíáa
participado en una investigacioá n policial oficial. Vivíáa solo en un apartamento
y, seguá n su casero, pagaba el alquiler con prontitud".
Nefret fingioá un bostezo. "¿La policíáa interrogoá a sus mascotas?"
"Lo que es curioso -reflexioneá - es su aparicioá n aquíá. ¿Podríáa haber venido a
visitar a Herr Morgenstern y sorprenderse por la inexplicable ausencia de su
amigo? Puede ser que fuera de los que no toleran la ociosidad. Podríáa haberse
encargado de volver a poner a trabajar a la tripulacioá n".
"A pesar de la presencia de Biddle?" comentoá Emerson.
"Buddle", le dije. "Sabemos que el Sr. Buddle no tiene calificaciones en el
campo de la egiptologíáa. Afirma estar aquíá para representar los intereses de
propiedad de Ridgemont, pero no ha presentado ninguna prueba. Debemos
entrevistarlo lo antes posible."
Emerson asintioá . "Sabemos que ha alquilado habitaciones en una casa
privada al norte de Minya. En lugar de pasar la noche llamando a las puertas,
creo que seríáa menos oneroso entrevistarlo manñ ana por la manñ ana en la
ciudad".
"Tiende a esconderse en la sombra y garabatear notas", dijo Nefret.
"Octavius Buddle es un hombrecillo arrogante con un elevado sentido de la
importancia de síá mismo", dije.
"Si estaá tan dedicado a proteger y mantener la integridad del sitio, es eá l
quien deberíáa haber exigido que Maspero encontrara un sustituto adecuado
para continuar la excavacioá n." La expresioá n de Emerson no dejoá duda alguna
sobre la identidad del candidato maá s obvio.
"Por eso el Sr. Maspero lo invitoá a su oficina en cuanto llegamos a El Cairo, si
recuerda."
Nefret puso un saá ndwich a medio comer. "¿Te olvidas del trozo de papel que
encontraste en el bolsillo de Judas cuando murioá en tu cuarto de banñ o? ¿Cuaá l
puede ser el víánculo entre los hermanos Godwin y el Sr. Buddle? Si tienen la
intencioá n de asesinarlo, lo estaá n haciendo muy mal".
"Buddle no podíáa defenderse contra un remolino de polvo", dijo Emerson.
"O un jerboa", agregueá . "Si el Sr. Buddle no es una víáctima intencionada, no
puedo encontrar una teoríáa alternativa sobre su participacioá n. No puedo
imaginarlo socializando con una familia de matones asesinos de clase baja".
"¿Un jerboa?"
Trece

Del manuscrito H

Tan repugnante como era el concepto, Ramseá s se obligoá a reconocer que su


mejor expectativa de rescatar a David yacíáa en una alianza con Sethos.
Permanecieron en la sala de espera del hotel durante mucho tiempo,
reflexionando sobre las opciones hasta que finalizaron su plan.
"Todavíáa me preocupa que Gunter me reconozca", dijo Ramses.
Sethos se burloá . "Tienes tu sobrenombre, mi querido muchacho, pero no
olvides que uno de los míáos es el Maestro de los Disfrazados. Tienes que ir a la
tienda del tejedor y ensenñ arle coá mo hacer el artíáculo que discutimos. Debo
organizar a algunos de mis asociados menos escrupulosos, averiguar la
ubicacioá n del hospital maá s cercano a la embajada alemana y comprar algunos
artíáculos. Sugiero que nos encontremos en tu habitacioá n en una hora".
"¿Coá mo seá que no irrumpiraá s en mi habitacioá n tan pronto como salga del
hotel?"
"Se me pasoá por la cabeza," dijo Sethos suavemente,"pero estoy seguro de
que has encontrado un lugar para esconder las dos falsificaciones del busto de
Nefertititi."
Ramseá s levantoá una ceja. "¿Queá te hace pensar que ambas son
falsificaciones?"
"Si te hubieras topado con el original, tuá y David estaríáan en el tren a Minya."
"A menos que Gunter secuestrara a David antes de que pudieá ramos irnos.
No lo habríáa hecho si no creyera que el busto que hemos trasladado de su
oficina es el original. Negoá tener conocimiento del paradero de Morgenstern
en El Cairo, pero estaba mintiendo".
"Interesante", murmuroá Sethos. "Corre a la tienda que te recomendeá y
utiliza mi nombre si Shamal hace objeciones. Te vereá en una hora."
A Ramseá s no le gustoá que lo trataran como a un recadero, pero salioá del
hotel y llamoá a un taxi para que lo llevara al borde del Khan el-Khalili.
Instintivamente tomoá precauciones para que no lo siguieran mientras se abríáa
paso por callejones y calles estrechas para llegar a la tienda del tejedor.
Shamal, un anciano de piel particularmente oscura, comenzoá a graznar cuando
Ramseá s explicoá la conveniencia de la misioá n.
"¡No se puede hacer hoy! Vuelve manñ ana o pasado manñ ana. El macrameá
requiere dedos aá giles y configuraciones ingeniosas, que llevan tiempo. Puedo
ser el mejor de Egipto, pero lo que deseas no es faá cil. Debo pensar en ello."
"Puede que me conozcas mejor como el Hermano de los Demonios", dijo
Ramseá s con voz siniestra, condenado si utilizaba el nombre de Sethos para
intimidar al tejedor. "No me importa escucharte quejarte. Iremos a la
habitacioá n de atraá s y dibujareá un boceto para ti." Entrecerroá los ojos. "Ahora,
Shamal."
Los dedos de Shamal demostraron ser lo suficientemente aá giles para
traducir el crudo dibujo en yute, cuerda y cuero. Ramseá s le pagoá
generosamente, aceptoá el paquete y tomoá un taxi de regreso al hotel de
Shepheard. No le sorprendioá encontrar a Sethos sentado en su habitacioá n.
"¿Encontraste algo interesante?" preguntoá Ramseá s con fingida curiosidad.
"No me molesteá en buscar debajo de la cama o en el armario", dijo Sethos
encogieá ndose de hombros. "Tengo mejores cosas que hacer, y tuá tambieá n.
Caá mbiate de ropa y luego sieá ntate para que pueda cambiar tu apariencia".
Su mandíábula apretada, Ramses cumplioá .

Cuando hicieron senñ as a un carruaje en la acera fuera del hotel, el conductor


simplemente miroá al anciano de pelo blanco y a su ayudante excesivamente
regordete con la nariz torcida, las orejas rojas que se asemejaban a los peá talos
de rosa, la tez acribillada por el acneá , y los dientes desatendidos. El traje y la
corbata de Sethos eran distintivamente victorianos; el atuendo de Ramseá s era
barato y no le quedaba bien.
"A la embajada alemana", le sonrioá Ramses al conductor, "y date prisa.
Bueno, tan raá pido como puedas. No atropelles a nadie. Moderacioá n, querido
amigo, y autodisciplina. Estas son las claves para una vida armoniosa".
Sethos resoploá . "Por favor, haz lo que puedas para minimizar el coito con
Gunter. No te reconoceraá , pero puede que se moleste tanto que te dispare de
todos modos. Si eá l no lo hace, yo podríáa."
"¿Y arriesgar la ira de mi madre?"
"Tiene mal genio, a veces maá s rabioso que el de tu padre. Tendreá cuidado de
dispararte en una parte no esencial del cuerpo."
"Queá reconfortante", dijo secamente Ramseá s, "pero todas las partes de mi
cuerpo son esenciales para míá. No puedo volver a Amarna sin mi dedo
menñ ique. Estoy planeando aprender a tocar el kanun, que requiere que todos
mis díágitos toquen las cuerdas de una manera melodiosa. Ademaá s, mis dedos
de los pies seraá n indispensables cuando me dedique al ballet".
El carruaje se detuvo en la acera frente a la embajada, y el guardia les
permitioá continuar hasta el porche. Ramseá s se endurecioá para no reaccionar
cuando el mayordomo abrioá la puerta y murmuroá : "Guten Abend".
"Buenas noches," dijo Sethos. "Estoy aquíá para ver a Herr Gunter una vez
maá s. Dile que es de suma importancia. Mi nombre, por si lo has olvidado, es
Profesor Ambrose Doyle. Esta es mi secretaria, Higginsnort."
El mayordomo les hizo un gesto para que entraran. Los llevoá a la sala
principal y senñ aloá las jarras. "Machen Sie es sich bequem", dijo con la misma
voz adusta al salir de la habitacioá n.
"Si queremos ponernos coá modos, debemos tomar un trago", dijo Ramses.
"¿Queá prefieres?"
"Whisky con soda. ¿No es esa la preferencia de tus padres?"
"No es asunto tuyo, ¿verdad?" Ramseá s vertioá una pequenñ a cantidad de
whisky en dos vasos y los cubrioá con soda. Le entregoá uno a Sethos, y luego se
sentoá frente a eá l. "¿Cuaá ntos guardias viste en el patio?"
"Tres escondidos en los arbustos, y el de la puerta. Supongo que estaá n todos
armados".
"Pasaste por alto al que estaba en el tejado", comentoá Ramseá s mientras
probaba su bebida, "y es probable que haya maá s detraá s de la casa". ¿Cuaá l era tu
historia cuando llegaste aquíá hace varios díáas? Debe haber sido creíáble, ya que
te quedaste tanto tiempo".
"Le dije a Gunter que era un viejo conocido del embajador y que disfruteá de
su hospitalidad cuando estuve en Berlíán en anñ o sabaá tico. Tambieá n mencioneá
que era profesor de historia antigua en Cambridge y que estaba familiarizado
con las dinastíáas egipcias. Gunter insistioá en que me quedara a cenar y me
salpicoá con preguntas bastante ingenuas sobre la actividad arqueoloá gica
actual, incluyendo a Amarna. EÉ l no mencionoá a Nefertititi, ni yo tampoco." Miroá
a la puerta. "Recuerde que es un pretexto pateá tico para una secretaria con
acento galeá s."
Gunter entroá en la habitacioá n y se inclinoá . "Buenas noches, profesor Doyle.
El criado me informa que dice que estaá aquíá en una misioá n importante". Miroá a
Ramseá s, rizoá su labio y volvioá a prestar atencioá n a Sethos. "Por favor,
ilumíáneme, senñ or."
"Estoy ansioso por hacerlo, pero me siento mareado. Estuve en una
excavacioá n en Giza por un díáa y puede que haya sobrestimado mi resistencia.
Cuando tengas mi edad, hijo, aprenderaá s la necesidad de tomar precauciones
contra el calor embrutecedor del desierto". Se abanicoá con la mano.
"Higginsnort, mis pastillas estaá n en una pequenñ a botella marroá n en mi
maletíán. ¡Encueá ntrenlos y haá ganlo raá pido!"
"Inmediatamente", respondioá Ramseá s con la voz de un tenor treá mulo (con
acento galeá s, por supuesto). "¿Necesitas un vaso de agua?"
"No, idiota, simplemente quiero tenerlos cerca." Sethos se aflojoá la corbata y
el cuello. "Me parece que esta habitacioá n estaá intolerablemente congestionada,
Herr Gunter. Sugiero que nos mudemos al comedor para disfrutar de la brisa
de la noche. Higginsnort, ayuá dame a ponerme de pie."
Gunter no tuvo maá s remedio que seguirlos mientras Sethos se tambaleaba
por el pasillo y entraba en el comedor. "Estoy muy preocupado por su
bienestar, profesor. El embajador tiene un meá dico privado de guardia díáa y
noche. ¿Deberíáa enviar por eá l?"
"No, pero aprecio tu oferta. Estoy seguro de que me sentireá mejor una vez
que se hayan abierto las ventanas". Sethos se hundioá en una silla de comedor y
le acunoá en la cara con las manos. "Debo contar los chismes de los arqueoá logos
de Giza. Se trata de un busto de Nefertititi, encontrado en Amarna y en
condiciones excepcionales. Se rumorea que es bastante hermosa."
Gunter se sentoá frente a eá l, visiblemente salivando. "Por favor, díágame maá s,
profesor Doyle. Soy ignorante en tales asuntos, pero encuentro que el campo
es de gran fascinacioá n. ¿Le dijeron lo que pasoá con este arresto? ¿Estaá bajo el
control de la Deutsche Orient-Gesellschaft o del Service des Antiquiteá s?"
"No precisamente", dijo Sethos cuando empezoá a temblar. Se secoá la frente
con un panñ uelo impecable. "Necesito ir al banñ o maá s cercano. Higginsnort, no
te sientes ahíá como una ciruela demasiado madura. ¡Ayuá dame!"
Ramses ayudoá a su ostensible empleador a ponerse de pie y miroá a Gunter
con curiosidad. Gunter los llevoá al banñ o y murmuroá solíácitamente mientras
Sethos entraba en la pequenñ a habitacioá n. Ramseá s notoá la presencia de un
guardia armado apoyado en la penuá ltima puerta. No era una de las puertas
que eá l y David habíáan investigado el díáa anterior. Parecíáa loá gico que se abriera
en las escaleras que conducen al soá tano -o a Keller, si se prefiere. La presencia
del guardia indicaba que habíáa algo que valíáa la pena vigilar, probablemente
un prisionero. A menos que Gunter tuviera el mal haá bito de secuestrar gente
en las calles de El Cairo, la víáctima obvia era David.
"Creo que deberíáa llamar al meá dico", dijo Gunter mientras eá l y Ramseá s
regresaban al comedor. "El profesor Doyle no estaá bien. ¿Queá tipo de pastillas
estaá tomando?"
"Nitroglicerina, para su corazoá n. Me resisto a decirle que la botella estaá
vacíáa. Si no es maá s robusto cuando regrese, estoy de acuerdo en que debe
enviar a alguien a recoger al meá dico. El profesor se pondraá furioso".
"¿Te contoá maá s de los rumores de Giza?"
Ramseá s agitoá la cabeza. "Le pedíá detalles, pero se negoá a elaborar y senñ aloá
que estoy aquíá uá nicamente para ayudarle en la redaccioá n de sus memorias.
Estamos en Egipto porque deseaba refrescar sus recuerdos de sus anñ os de
postgrado, cuando estuvo presente en varias excavaciones y aperturas de
tumbas. Normalmente me dicta inmediatamente despueá s del desayuno hasta
la hora del teá . Paso las noches en la maá quina de escribir. Mientras eá l estaba en
Giza, aprovecheá la oportunidad para ponerme al díáa y revisar los uá ltimos
capíátulos. El profesor Doyle recuerda muy bien las minucias. Casi hemos
terminado con Egipto y el Sudaá n. Nos preparamos para comenzar el capíátulo
53, cuando decidioá pasar un anñ o en Siberia investigando a los cazadores-
recolectores del Holoceno Medio de la regioá n del lago Baikal".
"Oh", dijo Gunter. No parecíáa intrigado.
"Nos vamos manñ ana en un barco a Estambul. Una vez que hayamos
atravesado el Mar Negro, viajaremos en tren. El Trans-Siberiano seraá muy
cansado, me temo, y sin los aclamados lujos del Orient Express". Ramseá s se
detuvo para escuchar cualquier sonido que emanara del lavabo. El tiempo de
la improvisacioá n se acercaba raá pidamente. EÉ l y Sethos habíáan anticipado una
variedad de escenarios basados en la reaccioá n de Gunter, pero Ramseá s sabíáa
muy bien que la naturaleza humana era impredecible y potencialmente volaá til.
"¿Ha estado en Siberia, Herr Gunter? Me han dicho que es fríágida y hostil,
poblada por campesinos. Curiosamente, no hay nieve, pero las temperaturas
pueden bajar de los sesenta grados centíágrados. Seraá un reto escribir a
maá quina con los dedos congelados".
Gunter no fingioá escuchar mientras Ramseá s hablaba de Siberia. Este uá ltimo
se estaba quedando raá pidamente sin hechos siberianos cuando Gunter lo
interrumpioá . "Debo pedirle que vaya a ver al profesor Doyle. Han pasado cinco
minutos desde que fue al banñ o."
"Una idea excelente. Si me disculpan, lo hareá de inmediato". Ramseá s fue por
el pasillo y golpeoá la puerta. "Profesor Doyle, ¿hay algo que pueda hacer por
usted?"
La puerta se abrioá de golpe. "¡Fuera de mi camino, Higginsnort! Soy capaz
de caminar sin tus inadecuados intentos de dirigirme." Los pasos de Sethos
resonaron mientras se dirigíáa lentamente hacia la puerta del comedor.
"Gunter, seá un buen hombre y encueá ntrame una copa de brandy."
"Senñ or", dijo Gunter, alarmado, "tu cara estaá sonrojada y tu respiracioá n es
difíácil. ¡Insisto en llamar a un meá dico!"
Sethos puso su mano en su pecho. "¡Tonteríáas! No permitireá que un
desconocido se me acerque. Higginsnort, traá eme..." Se arrugoá al suelo como un
globo desinflado. Cuando cerroá los ojos, soltoá un quejido lastimoso.
"¡Oh, Dios míáo!" exclamoá Ramseá s mientras se arrodillaba junto a Sethos.
"Profesor Doyle, ¿puede oíárme? ¿Queá debo hacer?" Levantoá la vista. "Herr
Gunter, ¡debe llamar a una ambulancia! Me temo que esto es un ataque al
corazoá n. Tuvo uno en la primavera y casi lo mata. Le advertíá que viajar era
estresante, pero se negoá a escucharme. ¿A queá distancia estaá el hospital maá s
cercano?"
Gunter fue a la puerta principal y le ladroá una orden a una persona invisible.
Ramses se sintioá aliviado al escuchar las palabras "Rettungswagen" y
"Krankenhaus", que sugeríáan fuertemente que Gunter habíáa caíádo en la
melodramaá tica representacioá n (y no pudo ver las manchas de maquillaje rojo
en el cuello de Sethos). "El hospital estaá a soá lo unas cuadras, asíá que la
ambulancia y sus asistentes deberíáan estar aquíá en cuestioá n de minutos. ¿Hay
algo que podamos hacer mientras tanto? Dijiste que el frasco de pastillas
estaba vacíáo. ¿Podríáa haberse derramado alguna de las píáldoras en el fondo de
su maletíán?"
"Lo buscareá , pero lo reviseá esta manñ ana, buscando algunas de sus notas
sobre un oasis en el desierto occidental." Ramseá s se levantoá y cruzoá el pasillo
hasta el saloá n, detenieá ndose para mirar al guardia. Cogioá el maletíán, salioá de la
habitacioá n y esperoá en el pasillo hasta que oyoá voces desde el porche. El
mayordomo abrioá la puerta principal y retrocedioá mientras cuatro hombres
fornidos vestidos de hospital casi lo atropellan con una camilla. Gritaron en
aá rabe, exigiendo conocer el paradero del paciente y su estado. El mayordomo
se encogioá cuando la camilla le pasoá por encima del pie. Gunter salioá del
comedor e intentoá tomar el control, lo que aumentoá el frenesíá vocal.
Iba bastante bien, pensoá alegremente Ramseá s. Sethos habíáa entrenado (y
pagado) a sus jugadores para proporcionar una diversioá n adecuada, y estaban
tan comprometidos como el elenco de una obra de Shakespeare. El
mayordomo, ahora furioso, gritoá cuando lo empujaron contra la pared. Gunter
levantoá la voz mientras seguíáa dando oá rdenes que fueron ignoradas. El equipo
de la ambulancia tambieá n levantoá la voz.
Ramseá s respiroá hondo y agarroá la camilla. "¡Quita esto de en medio! Tu
paciente estaá en esa habitacioá n. Necesitas examinarlo antes de transportarlo
al hospital, y este artilugio estaá bloqueando la entrada". Haciendo una mueca a
Gunter, llevoá la camilla por el pasillo y se detuvo cuando el guardia se adelantoá .
"No se queden ahíá parados y vean como si se estuviera jugando un partido de
cricket. Temo por la seguridad de Herr Gunter".
"Debo quedarme aquíá. Tengo mis oá rdenes."
"Pero no tendraá un empleador que le pague si Herr Gunter termina en el
hospital, ¡o peor! No tengo idea de por queá dice que debe quedarse aquíá, pero
lo hareá mientras somete a los asistentes del hospital".
Tan pronto como el guardia se dirigioá al comedor, de donde salieron gritos y
blasfemias, Ramseá s abrioá la puerta y bajoá un corto tramo de escaleras. A pesar
de la luz limitada, no tuvo dificultad en ver a David atado a una silla.
"Ya era hora", dijo David. "Me he quedado sin poesíáa para citar y he sido
reducido a contar escarabajos y cucarachas. Los escarabajos superan en
nuá mero..."
Ramseá s desatoá a David y lo arrancoá . "¿Sigues bajo los efectos de las drogas?
Si es necesario, te arrastrareá por las escaleras, pero puede ser muy incoá modo".
David dio un paso cauteloso. "Parece que soy capaz de caminar bajo mi
propio poder. ¿Coá mo vamos a pasar a los guardias de Gunter? Por lo que oíá
cuando pensaron que estaba inconsciente, tuve la clara impresioá n de que
estaban en la casa y en el patio esperaá ndote".
"Te iluminareá maá s tarde", dijo Ramseá s mientras empujaba a David por las
escaleras hacia la puerta. Miroá al pasillo, que ahora estaba vacíáo, los
ayudantes, el guardia y Gunter habíáan llevado la pelea al comedor. "Hay una
especie de hamaca justo debajo de la superficie plana de la camilla. Meá tete en
eá l y trata de no menearte".
"¿Estaá s loco?"
"¿Preferiríáas quedarte en el soá tano y hacer carreras de cucarachas?"
Maldiciendo en voz baja, David finalmente se las arregloá para colocarse en
la hamaca. Ramseá s tomoá la saá bana al final de la camilla y la cubrioá para que
David no fuera visible, y luego la llevoá a la puerta del comedor. Sethos
permanecioá en el suelo, con los ojos cerrados. Dos de los asistentes reprendíáan
a Gunter, cuyo rostro era tan rojo como el de Sethos, mientras que los otros
dos se quejaban de Sethos y hacíáan acusaciones lascivas sobre la paternidad
del otro. El guardia se cerníáa, inseguro de coá mo intervenir.
"¡Ponga al paciente en la camilla!" gritoá Ramseá s, luchando por mantener su
supuesto acento galeá s. "¡Debes llevarlo al hospital inmediatamente!"
"¡Síá, idiotas!", anñ adioá Gunter. "Cabalgareá con usted para asegurarme de que
reciba la mejor atencioá n meá dica disponible. Levaá ntalo suavemente."
Sethos habíáa entrenado a sus actores aficionados, quienes comenzaron a
gritar que tales cosas no estaban permitidas y que eran ilegales y
meá dicamente peligrosas y contrarias a su procedimiento. Levantaron a su
paciente, no con la delicadeza con que lo habíáan hecho, y lo llevaron a la
camilla. "¡Vamos ahora!", dijo uno de ellos con un grunñ ido.
Los cuatro asistentes bajaron la camilla por las escaleras del porche y la
llevaron hasta las puertas abiertas de una ambulancia. Ramseá s contuvo la
respiracioá n mientras la levantaba, temeroso de que Gunter pudiera ver a
David. Afortunadamente, la luz era inadecuada para que alguien viera maá s que
un contorno voluminoso. Cuando dos de los asistentes comenzaron a trepar
por la espalda con su paciente, una lluvia de disparos resonoá desde detraá s de
la embajada.
"¡Verdamnis!" gritoá Gunter. "¡Ve a averiguar queá estaá pasando!"
Los guardias de los arbustos emergieron y corrieron hacia el patio trasero,
disparando al azar y con maá s probabilidades de hacerse danñ o unos a otros que
a un intruso. Ramses saltoá a la parte trasera de la ambulancia y cerroá de un
portazo las puertas. "¡Conduce!", gritoá . Se aferroá a la camilla mientras la
ambulancia giraba en la grava y luego corríáa a traveá s de las puertas hacia la
calle.
Sethos, que habíáa sido arrojado de la camilla, comenzoá a reíárse a carcajadas.
"Bien hecho, mi muchacho galeá s."
"¿Es posible -dijo la voz de David- explicar lo que estaá sucediendo? Debo
admitir que soy un poco curioso. Fui asaltado fuera del hotel y recupereá el
conocimiento hace soá lo una hora. Si no hubiera oíádo una declaracioá n alemana
de uno de los agresores, no tendríáa ni idea de doá nde estaba ni de por queá ".
"Tendraá s que esperar", dijo Ramseá s. "Hemos llegado a la entrada del
hospital, donde nos espera un carruaje. Salga de ese artilugio antes de que nos
vean. Pagareá a nuestros participantes por su entusiasmo y su voluntad de
robar una ambulancia".
David grunñ oá mientras luchaba por salir de la hamaca y cayoá sobre Sethos.
"Reconozco tu voz, ¿pero quieá n demonios es este?"
Ramseá s los dejoá para que se liberaran de la maranñ a de brazos, piernas y
aparatos meá dicos. Despueá s de haber pagado a los hombres, que auá n estaban
vestidos con ropa de hospital mientras se disolvíáan en la oscuridad, hizo un
gesto para que se acercase el carruaje. David miraba a sus dos companñ eros
mientras se subíáan y se hundíáan contra la tapiceríáa de cuero pelado. Sethos
estaba sentado con la serenidad de una estatua de Buda frente a un templo.
David jadeoá al darse cuenta de la identidad del Maestro Criminal. "Ramseá s,
¿por queá diablos estaá aquíá?"
"La misma razoá n por la que estoy aquíá, que fue para rescatarte antes de que
Gunter decidiera que ya no teníáas valor." Se pasoá el dedo por la garganta.
"Hubieran dejado tu cadaá ver en el desierto por carronñ eros."
El bigote de Sethos se movioá . "Actueá puramente por altruismo, aunque si se
exponíáa nuestro esquema, no me inclinaba a hacer de maá rtir. Por eso permitíá
que Higginsnort tomara un papel predominante. Se ha creíádo un maá rtir en
muchas otras situaciones extremas".
¿"Higginsnort"? David dijo, divertido.
"¡Ponte en orden!" Golpeoá Ramseá s. "Estaá s cubierto de polvo y telaranñ as, y tu
pelo se estaá asomando. Nuestra familia tiene una reputacioá n que mantener en
casa de Shepheard".
"Tu madre estaríáa muy orgullosa de ti, Higginsnort." Sethos se rioá tan fuerte
que el conductor del carruaje se dio la vuelta para mirarlo fijamente.

* * *

TDurante toda la noche, Nefret y yo nos turnamos para ver a Herr


Morgenstern. Su inmersioá n en el agua fríáa tuvo un efecto beneficioso, bajando
su temperatura corporal y reduciendo la feroz rudeza de su tez. Dawn se
acercaba cuando entreá en la cabanñ a y lo encontreá agitado.
"Estaá mejorando constantemente, Herr Morgenstern", le dije mientras le
daba una toalla. "¿Preferiríáas acostarte en la cama?"
Sus ojos entrecerraron los ojos mientras intentaba identificarme en el
residuo de la desvanecida luz de la luna. "Ach, Frau Emerson, una vez maá s he
hecho el ridíáculo, aunque no recuerdo detalles especíáficos. Cabalgueá en un
camello, una criatura espantosa, hacia el desierto, pero no seá queá pasoá
despueá s". Suspiroá con tristeza. "Ojalaá pudiera explicar mi comportamiento. No
soy de los que abandonan mi trabajo por un fríávolo paseo".
Nefret debe haber oíádo nuestra conversacioá n. Entroá en la sala, mostrando
un entusiasmo míánimo, y dijo: "Me alegro de ver que se estaá recuperando,
Herr Morgenstern. Basaá ndome en tu anterior condicioá n, soá lo teníáa un
pequenñ o parpadeo de esperanza de que pudieras sobrevivir a la noche. Deje
que le ayudemos a ponerse ropa seca para que pueda descansar
adecuadamente en la cama. Tíáa Amelia, ¿tenemos que llamar al profesor?"
"No creo que sea prudente interrumpir su suenñ o." Lo dije suavemente, pero
me imaginaba la reaccioá n beligerante de Emerson. EÉ l no era, como saben mis
lectores, amable cuando se despertaba, especialmente cuando un neá mesis era
la causa de la interrupcioá n. "Herr Morgenstern, haga lo mejor que pueda para
ponerse de pie. Nefret y yo te abrazaremos mientras sales de la banñ era y te
diriges a la cama. La camisa de Ramseá s seraá suficiente; yo la traereá . Creo que
eres lo suficientemente fuerte como para cambiarte de ropa si Nefret y yo te
ayudamos a levantarte".
Puso sus manos sobre el borde y luchoá por ponerse en pie. Tanto Nefret
como yo agarramos sus brazos, y con muchos grunñ idos de parte de todos
nosotros, le llevamos los pocos pasos hasta la cama, donde yo habíáa puesto la
camisa de dormir. Nefret y yo volteamos nuestras cabezas mientras se quitaba
su thobe huá medo, que se aferraba a su cuerpo en una piel diaá fana. "Por favor,
poá ngase la camisa limpia, Herr Morgenstern. Puede que sea un poco corto,
pero deberíáa serlo."
"Son tan amables, Frau Emerson y Fraü ulein Forth, y yo estoy tan humillada.
Me he comportado abominablemente y deberíáa ser desposeíádo del primero.
Tan pronto como haya suficiente luz del díáa, cruzareá el ríáo e ireá a Minya para
enviar un telegrama al Servicio de Antiguü edades informaá ndoles de mi
inminente partida".
Lo que significaba, me di cuenta, que la excavacioá n se detendríáa hasta que el
Sr. Maspero encontrara un candidato para asumir el cargo. Por lo que habíáa
dicho en su oficina de El Cairo, Emerson no estaba en lo maá s alto de la lista.
Cada momento en que el lugar estuviera desprotegido seríáa una oportunidad
para los ladrones que merodeaban por el períámetro. Ya habíáa reconocido a
Farouk, Asmar, Agha y, por supuesto, a Sethos; sin duda, muchos de sus
despiadados colegas llegaban a diario.
"Discutiremos esto despueá s de que hayas descansado", le dije. Le hice una
senñ a a Nefret y entramos en el pasillo. "Este es un gran dilema. ¿Quieá n sabe
cuaá nto tiempo tardaraá el Sr. Maspero en encontrar un sustituto adecuado? Por
razones que no entiendo, ha insinuado que no entregaraá la excavacioá n a
Emerson, que es, con mucho, el maá s adecuado para este y cualquier otro
puesto de prestigio en egiptologíáa".
"Entonces mantendremos al senñ or Morgenstern aquíá a pesar de su
tendencia a marcharse", dijo con sensatez. "Debemos animarle a que se sienta
capaz de supervisar el lugar, mientras que el profesor maneja discretamente a
los obreros y protege los descubrimientos maá s valiosos."
"Emerson no es la personificacioá n de la discrecioá n", senñ aleá .
"Debe hacerle entender que si pierde los estribos con el Sr. Morgenstern, se
encontraraá moviendo los pulgares hasta que llegue un sustituto. La semana
que viene, el mes que viene, o cuando sea. Es un hombre razonable".
"Tambieá n es un hombre impaciente que no tolera la incompetencia y la
indolencia. Tuá y yo tenemos que estar cerca de eá l en caso de que el senñ or
Morgenstern haga otro truco que resulte en un desastre. Ojalaá Ramseá s y David
estuvieran aquíá. Podríáan ayudar a mantener a los obreros en líánea y a
mantener a los bribones alejados del lugar. ¿Cuaá l puede ser la causa de su
retraso en El Cairo?"
"Por favor, discuá lpame, tíáa Amelia. Necesito dormir unas horas maá s antes de
intentar encontrar una explicacioá n para todo lo que hace Ramseá s". Entroá en su
camarote y cerroá la puerta.
Despueá s de un momento de contemplacioá n sobre su actitud actual hacia mi
hijo, decidíá que estaba demasiado agitada para seguir durmiendo. Fui a la
cubierta superior y mireá un cielo lleno de nubes rosadas y anaranjadas. Los
acantilados estaban tenñ idos con una diadema dorada. El silencio era profundo.
Deseaba que Abdullah estuviera a mi lado, ofreciendo consuelo si no
iluminacioá n, pero soá lo aparecíáa en mis suenñ os. Vino por su propia voluntad;
no podíáa ser llamado por mi capricho.
Una mano tocoá mi hombro. Me di la vuelta, con los punñ os listos para
defenderme. Emerson cogioá mi mano antes de que pudiera darle un punñ etazo
en la nariz. "Peabody," dijo,"¿por queá estaá s aquíá solo a esta hora tan poco
probable?"
"Cuando fui a ver a nuestro paciente, lo encontreá mucho mejor. Nefret y yo
lo ayudamos a acostarse. Ella regresoá a su cabanñ a, y yo vine aquíá para admirar
el amanecer. Como puedes ver, Emerson, es una espectacular muestra de la
paleta de Dios".
"Faá tima no serviraá el desayuno por lo menos hasta dentro de una hora".
"No estoy de humor para tomar sustento, aunque una taza de teá estaríáa
bien."
"Entonces tendraá s uno, aunque tenga que hacerlo yo mismo."
"¿Y arriesgar la ira de Faá tima? Eres un hombre valiente, mi querido esposo".
"Quizaá s no tan valiente", murmuroá mientras tomaba mi mano.

Estaba disfrutando de una generosa porcioá n de esponjosos huevos revueltos


cuando Nefret se nos unioá en el comedor. Miroá a Emerson, que estaba perdido
en sus propios pensamientos, y dijo: "Herr Morgenstern estaá durmiendo
profundamente. No quise molestarle, pero pude ver desde la entrada que su
tez es normal, o tan normal como puede ser si se tiene en cuenta la extensioá n
de su quemadura solar. La piel ya se le estaá descamando en la nariz. Es un
hombre afortunado por haber sobrevivido a la insolacioá n".
"Suerte que Peabody lo encontroá ", murmuroá Emerson.
"Por segunda vez", dije mientras le rellenaba la taza de cafeá . "No puede
seguir desapareciendo asíá, primero en El Cairo y luego en el desierto oriental.
Si no se hubiese encontrado por casualidad con la tribu beduina, no habríáa
durado maá s de una hora. Necesitamos hacer un collar y ponerle una correa, o
atarlo a una estaca."
Nefret fruncioá el cenñ o. "Creo que seríáa maá s praá ctico confinarlo en el barco
hasta que recupere un mejor control de su comportamiento. Daoud puede
proteger la tabla. Es capaz de tirar al agua a Herr Morgenstern con un dedo, y
sin duda se sentiraá orgulloso de ello". Se sentoá y se frotoá la cara. "Estudieá
quíámica y farmacologíáa durante mi primer mandato, y he olvidado mucho del
material. Hasta cierto punto, sus síántomas podríáan ser los de una enfermedad
mental llamada"la folie circulaire", o locura circular, que consiste en brotes
alternados de maníáa y melancolíáa. Como no tengo faá cil acceso a los libros aquíá,
enviareá un telegrama a mi profesor en Paríás para maá s detalles".
"Tonteríáas". Emerson levantoá su taza para tomar maá s cafeá . Se considera a síá
mismo como el epíátome del temperamento uniforme. Los que tienen la
audacia de contradecirlo son maá s que conscientes de su temperamento, pero
apenas lo consideran parejo. Me viene a la mente la palabra "tempestuoso".
"Lo hemos visto en un modo maníáaco -dije-, pero no en las garras de la
melancolíáa, a menos que su balido por'su' Nefertititi califique. Estoy de
acuerdo en que tenemos que confinarle, aunque solo sea para evitar maá s
problemas. Has tenido la oportunidad de observarlo. ¿Hay alguá n meá todo
discernible para su locura?"
Nefret se detuvo mientras Faá tima colocaba un plato de huevos, pan y fruta.
"No lo seá , tíáa Amelia. No tenemos idea de lo que pudo haber ocurrido antes de
su viaje no programado a El Cairo. Sabemos por queá fue, pero algo debe haber
ocurrido despueá s de que se reunioá con Harun y negocioá el precio de una o maá s
falsificaciones. Podríáa haberse establecido temporalmente en la Deutsche
Orient-Gesellschaft o incluso en la embajada alemana. En vez de eso, vivíáa en
las calles y buscaba comida. ¿Por queá haríáa algo asíá?"
"Cuando regresoá aquíá, parecíáa estar en su sano juicio. Su memoria estaba
llena de lagunas, lo admito, pero fue capaz de funcionar durante un breve
períáodo. Entonces, ayer algo se rompioá y lo envioá a una espantosa
demostracioá n de amor fraternal. Si Emerson no hubiera intervenido, los
obreros podríáan haberlo atacado. Basado en el relato del Sr. Dullard, habíáa
estado ebrio la noche anterior. ¿Podríáa haber tenido una reaccioá n aleá rgica al
aguardiente?"
"Ridíáculo", inserta Emerson. "Probablemente aprendioá a beber aguardiente
en las rodillas de su abuelo."
No podíáa reprimir ni una risita como imaginaba al senñ or Morgenstern, que
pesaba en el rango de las dieciseá is piedras, sentado en el regazo de su fraá gil
abuelo de noventa anñ os. "Soá lo una suposicioá n", dije. "Cuando lo encontreá en la
acera frente al hotel, no olíá alcohol en su aliento, ni tampoco ayer por la
manñ ana. En realidad, era demasiado exuberante para un hombre con resaca".
Nefret comenzoá a hablar, pero se detuvo cuando nuestro camarero de
cabina entroá en el comedor y le entregoá un telegrama a Emerson.
Emerson la abrioá y la escaneoá . "Es de Ramseá s. EÉ l y David estaá n bien, y
volveraá n manñ ana". Su punñ o golpeoá la mesa, sacudiendo la porcelana. "¡Ya era
hora! Los necesito a los dos aquíá, no en El Cairo como colegiales
enloquecidos".
"Apenas se movíáan", dije resueltamente. "Han estado intentando localizar el
nuevo taller de Harun, un trabajo hercuá leo en el laberinto de El Cairo. Ramseá s
es demasiado precavido para admitir el eá xito o la derrota en un telegrama".
Nefret se levantoá , su desayuno apenas se tocoá . "Supongo que partiremos en
breve hacia el lugar. Necesito instruir a Daoud para que impida que Herr
Morgenstern abandone el barco. Faá tima puede visitarlo de vez en cuando y
prepararle una bandeja cuando recupere el apetito". Me miroá con
preocupacioá n. "Tíáa Amelia, pareces cansada. Usted sufrioá el calor, al igual que
el senñ or Morgenstern. Tal vez deberíáas descansar y unirte a nosotros maá s
tarde."
Mireá impotente a Emerson. Su cara estaba tan bronceada que era difíácil
distinguir el rubor que se extendíáa por sus mejillas. Ninguno de nosotros fue
capaz de ofrecer una explicacioá n simplista. Exhaleá soá lo despueá s de que Nefret
habíáa salido de la habitacioá n. "No es una jovencita inocente", le dije. "Ella ha
estado casada y ha experimentado la intimidad."
Emerson me miroá fijamente. "Como nosotros, Peabody. Soá lo espero que se
encuentre en una relacioá n como la nuestra".
Catorce

Emerson y yo caminamos a traveá s del cultivo, de la mano, teorizando


alegremente sobre lo que podríáamos desenterrar en el estudio de Thutmose.
Antes de su partida a El Cairo, el senñ or Morgenstern habíáa descubierto
algunos moldes parciales de yeso de caras y cabezas, las anteojeras de marfil y
pedazos de jarrones rotos. El objeto maá s valioso hasta ahora, el busto de
Nefertititi, se nos ha perdido en la actualidad. Acordamos que era
improductivo especular sobre lo que Ramseá s y David habíáan logrado en El
Cairo. El tren de la manñ ana era notoriamente poco fiable, parando en cada
aldea (y cruce de camellos), pero podíáa aparecer tarde en el díáa. Si no, el tren
nocturno llegaríáa antes del amanecer y podríáan iluminarnos con el desayuno.
A peticioá n de Emerson, Selim se habíáa hecho cargo de la excavacioá n. Habíáa
asignado a algunos de nuestros tripulantes para que continuasen en la Aldea
de los Trabajadores, y trajo a otros con eá l. El reis de Herr Morgenstern, Abdul,
hizo pucheros a la sombra de una pared de roca. El fellahin merodeaba cerca,
asíá como los sospechosos habituales; si Sethos estaba entre ellos, era
indistinguible. Todo parecíáa serenamente cotidiano. Emerson se abstuvo de
darle a Selim un fuerte apretoá n de manos, tal vez debido a la demostracioá n
ofensiva de camaraderíáa del díáa anterior. Nefret se unioá a ellos, y los tres
pronto se vieron envueltos en una animada disputa sobre los aá ngulos de
caá mara oá ptimos para delinear el interior del estudio.
El Sr. Buddle estaba cerca, con un cuaderno en la mano. Cuando me acerqueá
a eá l, levantoá brevemente la vista y luego reanudoá la grabacioá n de datos,
presumiblemente para su patroá n. Opteá por interpretar su falta de hostilidad
manifiesta como una invitacioá n a unirse a eá l. Puede que no lo haya visto de esa
manera precisa.
"Buenos díáas, Sr. Buddle", dije con una sonrisa. "¿Queá encuentras digno de
ser anotado?"
"Todo lo que pasa, aunque no tenga consecuencias. El Sr. Ridgemont pidioá
una documentacioá n meticulosa de la excavacioá n".
Permitíá que mi sonrisa disminuyera. "Queá difíácil ha sido para usted, con el
asesinato de Herr von Raubritter y el comportamiento inexplicable de Herr
Morgenstern. ¿Habíáa conocido a alguno de ellos antes de su llegada a
Amarna?"
"No que yo recuerde, Sra. Emerson." Cerroá el cuaderno y lo metioá en un
bolsillo de su bata blanca. "Si me permite el atrevimiento, me gustaríáa saber
queá es lo que usted sospecha que estaá causando que el senñ or Morgenstern
pierda el control de su sensibilidad. Examineá sus credenciales y las encontreá
impresionantes. Su reputacioá n es excelente, o lo era hasta que huyoá a El Cairo.
Hay rumores de que se llevoá algo de gran valor con eá l. Envieá un telegrama al Sr.
Ridgemont, pero no seá coá mo puede aconsejarme desde su casa solariega en
Kent. Esto deberíáa haber sido una tarea sencilla, a pesar de que hay una
cantidad sustancial de dinero invertido en el esfuerzo. He fallado
miserablemente." Sacoá un panñ uelo para secarse los ojos, y luego se sonoá
vigorosamente la nariz. "Por favor, discuá lpenme por esta vulgar exhibicioá n de
debilidad emocional. He estado en el empleo del Sr. Ridgemont durante once
anñ os, pero ahora temo por mi futuro. ¿Quieá n me contrataraá sin una carta de
recomendacioá n de mi anterior empleador?"
"Lo comprendo, Sr. Buddle." En mi interior, estaba encantado de explotar su
debilidad, lo que me dio una ventaja. "Encontremos un lugar a la sombra para
continuar nuestro discurso." Tomeá su brazo y lo lleveá a la proteccioá n irregular
de una palmera, haciendo todo lo posible para ignorar sus rapeá s. Un verdadero
caballero puede derramar una laá grima, pero no resoplar. Cuando estaá bamos
sentados, le ofrecíá mi petaca. "Prueba un poco de whisky. Tiene un efecto
calmante en momentos como eá ste".
Miroá por encima de su hombro como si temiera que el Sr. Ridgemont
estuviera al acecho en el follaje lejano. "Como regla general, no tomo bebidas
de naturaleza alcohoá lica, con la excepcioá n de una copa de vino ocasional en la
cena. Gracias, Sra. Emerson". Tomoá un trago sustancial del frasco, y luego se
apoyoá en el tronco del aá rbol con un suspiro. "Cuando era ninñ o, sonñ aba con
convertirme en un jugador de críáquet de renombre mundial. Me crieá en
Gloucestershire e idolatraba a W. G. Grace, el mejor jugador de críáquet del siglo
XIX. Lamentablemente, carecíáa del fíásico necesario. Maá s tarde me intereseá en
estudiar derecho, pero no podíáa permitirme ir a la universidad. Hice un
aprendizaje como contable y podríáa haber hecho una carrera si mi mentor no
se hubiera fugado con la noá mina de una empresa manufacturera. Su
reputacioá n fue destruida, y la míáa fue empanñ ada. Ahora no soy maá s que un
exaltado chico de los recados que estaá en un rincoá n esperando instrucciones
del Sr. Ridgemont". Una vez maá s utilizoá su panñ uelo para secarse las laá grimas
mientras tomaba otro trago de whisky.
Sentíá una pizca de simpatíáa por eá l, a pesar de su comportamiento grosero (y
mi frasco vacíáo). "No todo estaá perdido, Sr. Buddle. Como puedes ver, Emerson
tiene el sitio bajo control y descubriraá maá s artefactos. Herr Morgenstern
permaneceraá en nuestra dahabeeyah hasta que estemos seguros de que es
capaz de reanudar su posicioá n. Cuando lo haga, Emerson continuaraá
supervisando a distancia. Es lamentable que Eric von Raubritter haya sido
asesinado. ¿Queá sabes de eá l?"
"Nada, nada en absoluto. Llegoá poco despueá s de que el senñ or Morgenstern
partiera hacia El Cairo, y anuncioá que iba a tomar el relevo temporalmente. Me
parecioá que no teníáa ni idea de coá mo instruir a los obreros".
"No residíáa en la casa de excavacioá n. ¿Tienes alguna idea de doá nde se estaba
quedando?"
El Sr. Buddle se encogioá de hombros. "Apenas hableá con el hombre. Al final
del díáa un pequenñ o barco me transporta a traveá s del Nilo hacia una vivienda
maá s civilizada, aunque, como cabríáa esperar, estaá muy por debajo de mis
estaá ndares. Von Raubritter debe haber encontrado un lugar por aquíá". Sus ojos
se volvieron hacia míá con una sospecha diminuta. "¿Queá sabes de eá l?"
"Muy poco", admitíá. "Era ciudadano alemaá n y estaba al díáa en sus
obligaciones con la policíáa de Darmstadt. No tengo ni idea de si conocíáa o no a
Herr Morgenstern antes de su aparicioá n en la escena. Es ciertamente curioso
que afirmara tener su autorizacioá n".
"No veo que importe, ya que estaá muerto."
"Estoy seguro de que le importaba", dije acerbamente. "Su cabeza fue
golpeada y su cuerpo enterrado en la arena. Si no hubiera sido por un golpe de
suerte de rigor mortis, podríáa haber permanecido allíá hasta que el inevitable
hedor fuera detectado por los animales depredadores. He visto los restos
despueá s de que los chacales y buitres se salieran con la suya. Es bastante
espantoso."
Se estremecioá y dijo: "Bueno, por supuesto. Pido disculpas si parezco ser
blasfemo sobre su horrible muerte, y desearíáa poder darle maá s informacioá n
sobre eá l. Parece probable que estuviera en las cercaníáas del campamento
improvisado de los obreros ríáo abajo y que se viera envuelto en alguá n tipo de
conflicto con ellos".
"Todo es posible, supongo. Despueá s de todo, encontramos tu nombre escrito
en una tarjeta en el bolsillo de un asesino que irrumpioá en mi cuarto de banñ o.
Cuando compartíá esa informacioá n con usted, usted fue un blasfemo. ¿Tienes
alguna explicacioá n?"
"¿Coá mo podríáa? No tengo ni idea de quieá n era este hombre. Al llegar a
Alejandríáa, tomeá un tren a El Cairo y me quedeá soá lo dos díáas en un hotel
decente. Hice una visita turíástica y luego me uníá a Herr Morgenstern aquíá en el
lugar. No hableá con nadie en el hotel, excepto con el personal, y no tuve
encuentros significativos con los lugarenñ os".
"¿Has estado alguna vez en Cornualles?"
Me guinñ oá el ojo. "No que yo recuerde, y si me llevaron allíá cuando era ninñ o,
no fue memorable. ¿Cuaá l es la importancia de Cornualles?"
"Ahíá es donde creemos que residíáa este asesino, junto con sus cuatro
hermanos y medio hermanos", respondíá. No vi ninguna razoá n para explicar
con maá s detalle la disminucioá n de su nuá mero. "Han jurado vengarse de mi hijo
y de míá a causa de un suceso nefasto en el pasado. Debe tomar precauciones,
Sr. Buddle".
"Si usted lo dice, Sra. Emerson, aunque mi vida ha sido tan mundana que no
puedo imaginarme por queá alguien se molestaríáa en asesinarme. No tengo
amigos ni enemigos".
No ofrecíá una contradiccioá n. "¿Queá puede decirme de la repentina partida
de Herr Morgenstern a El Cairo?"
"Casi nada, lamentablemente. Si uno de los obreros no lo hubiera
encontrado por casualidad a la manñ ana siguiente en la estacioá n de tren de
Minya, comprando un billete a El Cairo, no tendríáamos ni idea de adoá nde habíáa
ido. Durante el díáa anterior, el trabajo se estaba llevando a cabo en el estudio
de Thutmose". Sacoá su cuaderno y hojeoá las paá ginas. "Ah, aquíá estaá . Uno de los
hombres descubrioá un molde roto de una cabeza de hombre. Se conjeturoá que
podríáa haber sido el de Akenatoá n. El senñ or Morgenstern ordenoá a los hombres
que se retiraran mientras se arrodillaba en la arena para examinarla maá s de
cerca, y un cuarto de hora maá s tarde les dijo que se fueran a pasar el díáa. Sacoá
la pieza, dejoá un cubo para marcar el lugar y se lo llevoá con eá l a la casa de
excavacioá n. Esa fue la uá ltima vez que lo vi hasta su reciente regreso".
"¿Por queá no lo acompanñ aste para verlo mejor?" Le pregunteá .
El Sr. Buddle se quitoá el sombrero y se pasoá los dedos por su pelo erizado.
Me recordaba a heno cultivado de cerca en un campo quemado por el sol. Se
fijoá en mi mirada y se cambioá el sombrero antes de responder. "Se lo pedíá,
pero me hizo a un lado como un mosquito molesto. Se regocijaba, reganñ aá ndose
a síá mismo en alemaá n. Le oíá usar la palabra"aguardiente" mientras caminaba
hacia la casa de excavacioá n".
"Un reparto parcial de un hombre que puede o no haber sido Akenatoá n no
es digno de celebracioá n."
"Preguá ntale al misionero. Lo vi yendo en esa direccioá n mientras caminaba
hacia el ríáo. Un producto muy desafortunado del humor perverso de la
naturaleza, debo decir. Cuando lo vieron por primera vez, muchos de los
obreros estaban convencidos de que era un demonio del inframundo. Yo
mismo me lo imaginaba como el hijo de un oso y un gorila. Cuando habloá , fue
todo lo que pude hacer para no reíárme".
"No debemos rebajarnos a divertirnos a su costa", dije distraíádo,
reflexionando sobre el significado de la presencia del Sr. Dullard esa noche.
Era difíácil imaginar una caá lida amistad entre el egiptoá logo teutoá nico y el
misionero hirsuto (y ex luchador vagabundo). Herr Morgenstern debe haber
estado desesperado por companñ íáa.
"¡Maldita sea!" grunñ oá el Sr. Buddle, y luego me miroá horrorizado. "Le ruego
me disculpe, Sra. Emerson. Ruego encarecidamente no haberte ofendido. Es
esa mujer, esa mujer irritante y sonriente que no tiene maá s sentido que una
gallina de Guinea!"
No requeríáa un ingenio raá pido para darse cuenta de quieá n hablaba. Apreteá
los dientes mientras la Srta. Smith se acercaba, envuelta en seda lila y volantes.
Llevaba una sombrilla a juego y unos zapatos delicados.
"Buenos díáas, Sra. Emerson y Sr. Buddle", dijo ella, agitando las pestanñ as.
"¿No es emocionante?"
Me obligueá a devolverle la sonrisa. "¿Queá te parece emocionante de esto? La
arqueologíáa puede ser un proceso muy aburrido, y la mayor parte de lo que se
encuentra estaá compuesto de fragmentos y fragmentos. No obstante, deben
ser medidos, fotografiados, registrados y almacenados para anaá lisis futuros,
en caso de que se considere que tienen alguna consecuencia. El soá tano del
Museo Egipcio estaá lleno de cajas de fragmentos sin etiquetar. La mayoríáa de
las tumbas han sido robadas varias veces en siglos anteriores y en eá pocas maá s
recientes. Es raro encontrar un sitio que no haya sido saqueado."
La Srta. Smith fruncioá los labios por un momento. "Estoy seguro de que es
cierto, Sra. Emerson, pero soy un neoá fito en este campo. Todavíáa no estoy
preparado para tener una visioá n cíánica de lo que puede resultar ser una
aventura de hormigueo en la columna vertebral. ¿Encuentra esto aburrido, Sr.
Buddle?"
"Encuentro tus expectativas poco realistas. He estado aquíá todos los díáas
desde que comenzoá la excavacioá n, y puedo asegurarles que nadie ha
descubierto un cetro de oro o un collar de joyas preciosas. Eso es, querida
senñ ora, cosa de ficcioá n. Te sugiero que vuelvas a casa a escribir tus caprichosos
libritos".
"Entonces te decepcionaraá s", dijo ella. "Estoy disfrutando la oportunidad de
exponerme a la cultura para que mis libros reflejen mejor las realidades de la
vida en el desierto."
Hableá antes de que el Sr. Buddle aprovechara la oportunidad para
sermonearla sobre su temeraria empresa. "Si me disculpan, voy a volver al
lugar para ayudar a mi marido. ¿Quizaá s venga esta noche, Srta. Smith? Estoy
deseando verte entonces." No anñ adíá que teníáa la intencioá n de sermonearla
sobre su temeraria empresa, aunque le llevara toda la noche. Con el apoyo de
Emerson y Nefret, podríáa convencerla de su locura, no de que Emerson se
alegrara de volver a ver a la Srta. Smith.
La Srta. Smith deslizoá haá bilmente su brazo a traveá s del míáo. "Una idea
espleá ndida, querida Sra. Emerson. Tengo algo que me gustaríáa discutir con
usted en privado."
Resignada, le permitíá que me acompanñ ara. Reis Abdul estaba de mejor
humor, despueá s de haber sido invitado a trabajar junto a Selim. Los obreros
cepillaban cuidadosamente la arena en cubos y los arrojaban maá s allaá de los
líámites del estudio del escultor. El fellahin observoá en silencio. Y de pie sobre
una roca plana, sus brazos poderosamente esculpidos cruzados y sus pies
plantados de frente, su pelo negro brillando a la luz del sol, su perfil maá s
majestuoso que el de cualquier faraoá n, estaba mi amado Emerson. Todo lo que
le faltaba era su casco de meá dula, que habíáa descartado. Era un haá bito que auá n
no habíáa desanimado, a pesar de mis esfuerzos a lo largo de los anñ os. Esto no
quiere decir que haya concedido el punto, por supuesto.
Me preguntaba," dijo la Srta. Smith,"si me atrevo a abusar de su hospitalidad
preguntaá ndole si podríáa considerar incluir al Sr. Dullard en su cena...". Su
opinioá n es de gran valor para míá. Mi afecto por eá l se estaá fortaleciendo, pero
no puedo confiar en mi juicio en asuntos del corazoá n. Esto le daraá la
oportunidad de evaluar su sinceridad y valíáa. Estaríáa muy agradecida, Sra.
Emerson".
Me sorprendioá su audacia y me preparaba para decir lo mismo cuando se
me ocurrioá que teníáa preguntas para el Sr. Dullard. Debe haber sido la uá ltima
persona que vio al Sr. Morgenstern en la víáspera de su partida a El Cairo, seguá n
el Sr. Buddle. Emerson estaríáa indignado por la incorporacioá n del Sr. Dullard;
ya me habíáa hecho saber su desagrado por la Srta. Smith. No podríáa culparlo
por eso, ya que la encontreá exasperante.
"Síá, si me encuentro con eá l, le hareá una invitacioá n", le dije. "Debe tener
historias fascinantes de sus hazanñ as como misionero en un paíás aá rabe. Es
afortunado de haber encontrado consuelo en la aldea copta".
"¡Queá amable es usted, Sra. Emerson! Confíáo en que aprovecharaá la
oportunidad para evaluar su caraá cter. Significaraá mucho para míá tener tu
aprobacioá n".
Desengancheá mi brazo. "Ya veremos. En este momento, necesito reunirme
con mi marido para ayudar en la excavacioá n. Anticipo pasar la manñ ana
escudrinñ ando a traveá s de ese montíáculo de arena. Como pueden imaginar, mis
muchos anñ os de trabajo como eá ste me han dado una idea muy clara del valor
arqueoloá gico potencial de lo que sea que encuentre".
Los ojos de la Srta. Smith se abrieron de par en par. "Estoy asombrado de tu
perspicacia."
Me resistíá a la necesidad de pisar su zapato lila.

Como anticipeá , Emerson se enfurecioá cuando anuncieá mis intenciones de


ampliar la cena. "¡Esto no serviraá , Peabody!" Rugioá con tanta vehemencia que
resonoá desde los acantilados. "¡Me niego a tener a ese simio piadoso y
pretencioso en mi mesa! Me he resignado a aguantar a esa mujer nauseabunda
durante dos horas, pero no puedo tolerar a Dullard durante dos segundos.
"¡Bajo ninguna circunstancia lo invitaraá s!
Le expliqueá por queá teníáa la intencioá n de hacerlo, omitiendo con tacto la
participacioá n de la Srta. Smith. "Es desconcertante imaginar un parentesco tan
fraterno entre el Sr. Morgenstern y el Sr. Dullard, pero parece que existe desde
hace alguá n tiempo. Es posible que nuestro peludo misionero pueda elaborar
sobre el peculiar comportamiento de Herr Morgenstern. Tienes la fortaleza de
un conquistador, Emerson. Seguro que seraá s capaz de moderar tu aversioá n a
los dos durante una simple cena". Le di una sonrisa traviesa. "Ha madurado
mucho desde la noche en que arrojoá el contenido de una copa de vino a la cara
del marqueá s de Salisbury, que era el ex primer ministro."
"¡El hombre era un asno!" exclamoá Emerson, lleno de ira. "Se opuso al
gobierno de Irlanda y al sufragio de los hombres de la clase obrera. Instigoá la
guerra contra los boá ers, que causoá setenta y cinco mil víáctimas, un tercio de las
cuales eran mujeres y ninñ os. ¿Creíáste que queríáa hacer un brindis por eá l?"
"Vi que tu mandíábula se tensaba y tus cejas bajaban mientras eá l pontificaba
a lo largo. Estaba agradecida de no estar sentada a su lado. Si recuerdas, y
estoy seguro de que lo recuerdas, llevaba un vestido de seda azul
particularmente atractivo. Las salpicaduras de vino tinto lo habríáan
arruinado".
"Er, síá", murmuroá , a pesar de su ignorancia general de mi guardarropa. (Se
da cuenta cuando no estoy usando nada de eso.)
"Entonces estaá decidido", dije con firmeza. "Ahíá estaá , viniendo del ríáo. Le
invitareá a que se una a nosotros esta noche. Todo lo que necesitas es ser
educado. Me encargareá de interrogarlo astutamente sobre su relacioá n con el
senñ or Morgenstern, que se estaá recuperando bajo la diligente atencioá n de
Nefret. Le enviareá una bandeja con la esperanza de que el Sr. Dullard hable
maá s libremente de eá l si no estaá presente en la mesa".
"No puedo prometer coá mo reaccionareá cuando se entrometa en ese chillido
intolerable."
Mientras Emerson resoplaba y retumbaba siniestramente, hice todo lo
posible para no predecir lo que podríáa ocurrir en la mesa de la cena. Mis
premoniciones no siempre son bienvenidas, especialmente las relativas a la
fruta en el aire.

Nefret se habíáa quedado en el barco para vigilar el estado de Herr


Morgenstern. Ella se unioá a nosotros en el comedor para la comida del
mediodíáa. "Su temperatura corporal se acerca a lo normal", anuncioá mientras
nos sentamos.
Faá tima trajo una sopera de sopa de pepino fríáa. "Entonces deberíáa dejar a
ese hombre. Estaá en la habitacioá n de Ramseá s. Esto es malo, muy malo. ¿Y si
aparecen Ramseá s y David? ¿Doá nde dormiríáan?"
"No tomaron el tren nocturno, o estaríáan aquíá", dijo Emerson mientras
metíáa el dedo en la sopa y la probaba. "Esto estaá delicioso, Faá tima, pero estoy
de humor para un saá ndwich sustancioso. ¿Hay sobras del asado?"
Ella miroá la sopa, luego Emerson. La puerta se cerroá de golpe al volver a la
cocina, pero sus invectivas murmuradas eran audibles. Metíá la sopa en dos
tazones y le paseá uno a Nefret, que luchaba por no reíárse de la treta
transparente de Emerson.
"La sopa no debe ser fríáa", dijo en su defensa.
"Los grandes chefs de Paríás no estaá n de acuerdo." Me lleveá una cucharada a
la boca. "Es realmente delicioso, pero no merece maá s debate." Le informeá a
Nefret de la inminencia de los invitados a la cena y de mi decisioá n de mantener
a Herr Morgenstern oculto en los aposentos de los chicos.
"EÉ l es coherente", contestoá ella, "pero esporaá dicamente. Cuando le pregunteá
sobre Nefertititi, se metioá en una historia enrevesada sobre sus experiencias
en Siria. No creo que estuviera fingiendo estar confundido."
"¡Por supuesto que síá!" tronoá Emerson. "¿Y doá nde estaá esa maldita mujer
con mi saá ndwich? ¿Estoy obligado a irrumpir en la cocina y prepararla yo
mismo?"
"Eres libre de hacer lo que quieras, Emerson, pero te recomiendo paciencia.
Si insultas a Faá tima, es probable que te sirvan huevos fríáos durante una
semana. Nefret, ¿has sabido algo de tu profesor en Paríás?"
Ignorando el murmullo del final de la mesa, dijo: "Auá n no. Ireá a Minya
manñ ana, ya que hoy no he tenido tiempo de enviar un telegrama al Dr.
Willoughby. Estudieá el material que tengo conmigo y en la clíánica de Luxor, y
descarteá los derivados de los opiaá ceos. Apagan la actividad cerebral y causan
mareos y somnolencia. Las anfetaminas, en cambio, estimulan el sistema
nervioso central. Pueden causar confusioá n, ansiedad y una falsa sensacioá n de
bienestar. La investigacioá n estaá en su infancia y nadie ha encontrado una
aplicacioá n meá dica. No puedes comprar un frasco de pastillas o una pocioá n en
una farmacia".
"Los síántomas reflejan el comportamiento de Herr Morgenstern", dije
lentamente. Me detuve mientras Faá tima entraba al comedor y golpeaba un
plato frente a Emerson. Un trozo de carne de res banñ ado en salsa de raá bano
picante habíáa sido aplastado entre dos rondas de pan de pita carbonizado.
Parecíáa poco apetecible.
"Hmph", grunñ oá Emerson. Faá tima se dio la vuelta y volvioá a salir del comedor.
Dejeá mi cuchara. "Debo decirle a Faá tima que tenemos un segundo invitado
para cenar. Seríáa muy reconfortante si David y Ramseá s estuvieran en el tren en
este momento. ¿Queá pueden estar haciendo en El Cairo, Emerson?
¿Irrumpiendo en la embajada alemana? ¿Secuestrar al embajador? Si los
hubieran arrestado, el Sr. Russell habríáa enviado un telegrama".
"No los subestimes", dijo antes de comerse el saá ndwich. La salsa de raá bano
picante goteaba por su camisa. Nefret y yo logramos contener nuestra risa
mientras eá l ineficazmente limpiaba el desastre con su servilleta. "¡Maldita sea!
Todo lo que pedíá fue un simple saá ndwich. ¿Queá tan difíácil puede ser eso?"
Me disculpeá y entreá corriendo a la cocina antes de sonreíár. Aunque Emerson
es muy aficionado a mis dientes blancos e iguales, no parecíáa prudente
permitirle que los viera en ese momento. Faá tima y yo discutimos el menuá . Le
hableá del segundo invitado y de la deá bil posibilidad de que Ramseá s y David
llegaran a tiempo para la cena. Una vez que estuvimos de acuerdo, regreseá a
nuestra cabanñ a para refrescarme. Emerson habíáa tirado al suelo su camisa
sucia y se estaba poniendo una limpia. No me preocupaba la mancha, ya que
estaba maá s acostumbrado a lidiar con las sangrientas decoloraciones.
"Necesitareá la companñ íáa de Daoud esta tarde", dije.
Emerson me miroá fijamente. "¿Piensas ir a galopar al desierto una vez maá s,
Peabody?"
"Voy al campamento donde viven los obreros. El Sr. Buddle parece pensar
que von Raubritter estaba allíá. Tenemos que averiguar por queá vino a Amarna
y tomoá el control de la excavacioá n. Si en realidad teníáa una tienda de campanñ a
o alquiloá una cabanñ a, puede que haya dejado cartas personales o un diario que
nos ayude a mejorar nuestro conocimiento. Daoud puede llevarme en el bote
pequenñ o y servirme de guardaespaldas".
"No me gusta", dijo simplemente. "Estaá s mucho maá s seguro conmigo."
"Claro que síá, querida, pero es vital que determinemos el papel de von
Raubritter. No pueden supervisar el trabajo en curso y acompanñ arme al
mismo tiempo. Daoud puede protegerme adecuadamente, y traducir si es
necesario. Deberíáamos estar de vuelta en unas pocas horas."
"¿A tiempo para vestirse para la cena?" dijo Emerson con una mueca.
"Por favor, recuerda usar tu casco de meá dula, querida." Lo beseá en la mejilla
y fui a buscar a mi guardaespaldas, que estaba comiendo un saá ndwich
civilizado en la cubierta superior. "¿Sabe doá nde se alojan los obreros de Herr
Morgenstern?"
"Ríáo abajo, no muy lejos. A veces por la noche puedo oíárlos." Su mandíábula
se apretoá . "No es un lugar para damas, Sitt Hakkim."
"Ya veremos." Le pedíá que preparara nuestro barco. Carece de la elegancia
flexible de una felucca con su voluminosa vela que le permite pasar
raá pidamente por encima del agua. Cuando subíá a bordo, Daoud levantoá la vela
improvisada y consiguioá coger una leve brisa. Bajamos por el Nilo lentamente,
como en una regata real en el Taá mesis. Estaba un poco arrepentido de haber
elegido mi casco de meá dula en lugar de un sombrero con estilo.
Daoud navegoá el barco hasta un banco de arena. "No estaá lejos de aquíá", dijo
mientras me ofrecíáa su mano.
"Bien hecho", dije una vez en tierra. "¿Este es el camino?"
Asintioá a reganñ adientes. "No entiendo por queá hemos venido aquíá, Sitt
Hakim. Los obreros son incultos y rudos. Ademaá s, estaá n en el sitio. No
encontraraá s a nadie aquíá."
"Tal vez no, pero es posible que algunos de los hombres trajeran a sus
esposas. Tenemos que determinar si von Raubritter estaba entre ellos. Si es
asíá, buscareá informacioá n en su casa".
Daoud se inclinoá , pero no sin antes echar un vistazo a su cenñ o fruncido. Se
dirigioá entre las palmeras y las acacias hacia una coleccioá n de tiendas de
campanñ a, chozas de barro de construccioá n rudimentaria, cíárculos de piedras
llenas de cenizas y ropa que se secaba sobre las ramas. Era increíáblemente
silencioso.
"As-salaam-alaykum, estoy buscando informacioá n. Hay una recompensa
para cualquiera que pueda ayudarme", dije en voz alta.
"No hay nadie aquíá", pronuncioá Daoud. "Volvamos al barco y volvamos al
dahabeeyah."
Agiteá la cabeza. "Auá n no. Siento un hormigueo en mi columna vertebral que
me dice que estoy siendo observado por alguien cercano. Tienes que dar un
paso atraá s y dejar de mirarme asíá". Me acerqueá a una cabanñ a que habíáa sido
severamente danñ ada por la reciente tormenta. El techo se hundioá
precariamente y las paredes exteriores se arquearon. "¡Hola!" Llameá con una
voz amistosa.
Una mujer joven y corpulenta vestida con una tuá nica negra salioá de una
cabanñ a vecina. Sus ojos estaban rodeados de kohl y su labio superior
oscurecido por un deá bil bigote. "Masa el-kheir", susurroá ella.
"Y buenas tardes a usted, senñ ora. Soy Amelia Peabody Emerson. Daoud,
preguá ntale si habíáa un joven alemaá n en esta zona. Se llamaba von Raubritter y
teníáa una cicatriz en la mejilla". Con el dedo, dibujeá una líánea desde el poá mulo
hasta la comisura de la boca. "Asíá."
Mientras conversaban, la escudrinñ eá por cualquier indicio de masculinidad
en su cara o manos. Mis lectores ya saben que soy muy consciente de la
destreza de Sethos en cuestiones de ilusioá n y disfraz. Sin embargo, la mujer no
era maá s alta que yo. La flexibilidad de su piel era la de una ninñ a que apenas
pasaba la pubertad.
"¿Queá dijo ella?" Le pregunteá a Daoud.
"Ella dice que el hombre paá lido con una cicatriz vivíáa en una tienda muy fina
detraá s de estas cabanñ as. Le pagoá para que cocinara para eá l. Su marido le dijo
que el hombre estaba muerto, lo que la entristece".
"Píádele que nos muestre su tienda", le dije mientras sacaba varias monedas
y se las ofrecíáa.
Nos hizo una senñ a para que la siguieá ramos, y lo hicimos. La tienda de lona
estaba sostenida en posicioá n vertical en ambos extremos por dos postes, los
lados asegurados por cuerdas roscadas a traveá s de ojales metaá licos y con
estacas. Calculeá que el interior era del tamanñ o de mi cuarto de costura. Daoud
desatoá el cordel que manteníáa unidas las solapas delanteras.
Me adelanteá , pero luego me detuve. "¿Sabe si el hombre paá lido tuvo alguna
visita?"
Daoud repitioá mi pregunta en aá rabe. Los labios de la mujer se arrugaron
cuando se miroá los dedos de los pies. Finalmente, y con obvia reticencia,
asintioá .
"¿Puede describir al visitante?" Le pregunteá .
La mujer se encogioá de hombros, y luego se fue trotando en direccioá n a lo
que yo suponíáa que era la cabanñ a habitada por ella y su marido. "Bueno,
entonces", dije mientras bestiraba mi inimitable coraje para entrar en la
tienda,"¿vamos a echar un vistazo dentro?"
Daoud tiroá hacia atraá s de la solapa de la tienda de campanñ a y se asomoá al
espacio mal iluminado. "Retrocede, Sieá ntate Hakim. Yo me encargareá de este
intruso".
Estaba demasiado familiarizado con su meá todo de tratar con personas que
eá l consideraba sospechosas. "No, yo me encargareá de esto." Entreá en la tienda
de campanñ a y me encontreá intercambiando miradas desconfiadas con una
mujer desconocida de treinta y tantos anñ os. Estaba sentada con las piernas
cruzadas en una cuna, vestida con pantalones caqui y una blusa manchada de
sudor. Su cabello rubio opaco necesitaba champuá . Su frente, mejillas y barbilla
estaban quemadas por el sol y ya teníáan ampollas. "¿Quieá n eres tuá ?" Dije,
asombrado.
"¿Quieá n eres tuá ?", respondioá con acento alemaá n. "Tuá eres el Schuldige... . el
intruso. Esta tienda pertenece a Eric von Raubritter".
"No estaá en posicioá n de oponerse a mi presencia. Soy Amelia Emerson,
actualmente involucrada en la excavacioá n de Amarna."
"Liezel Hasenkamp, un colega. Vine aquíá para asegurarme de que estaba
disfrutando de sus vacaciones. Ahora me he enterado de su muerte. Muy
traá gico, ¿no? Era un hombre bueno y amable. Lo siento mucho." Su cara estaba
arrugada mientras miraba hacia otro lado. "EÉ l y yo estaá bamos... ...muy cerca."
Su declaracioá n de dolor fue convincente, decidíá mientras echaba un vistazo
al interior relativamente espacioso de la tienda de campanñ a. A un lado estaba
la cuna con una almohada y una manta ligera de algodoá n. La ropa estaba
doblada ordenadamente en una maleta abierta. El contenido de una segunda
maleta se habíáa derramado en el suelo y parecíáa ser ropa de mujer. Se habíáa
construido una mesa con tablas de madera que descansaban sobre ladrillos de
barro; una silla hecha con los mismos materiales parecíáa precaria en el mejor
de los casos. Me quedeá boquiabierto mientras mis ojos se concentraban en una
pila de cuadernos sobre la mesa. "Dios míáo," dije a la ligera,"Creo que hay un
orinal detraá s de la maleta. Seguramente no lo trajo de Alemania. ¿Queá opinas,
Liezel?"
"¿Coá mo voy a saberlo? ¿Por queá estaá aquíá, Frau Emerson? ¿Estabas
planeando robar algunas de las posesiones de Eric?"
El grunñ ido de detraá s de míá insinuoá que Daoud no estaba contenta con su
impertinencia y que era probable que la sacudiera hasta que se le salieran los
dientes de la boca. Le echeá una mirada severa. "No seas ridíáculo", dije
fríáamente, con los brazos cruzados. "Soy bien conocido en el campo de la
egiptologíáa y se me tiene en alta estima. Vine a buscar una explicacioá n para la
presencia de Herr von Raubritter aquíá. Por lo que me han dicho, afirma que el
senñ or Morgenstern, que se habíáa marchado a El Cairo, le ordenoá que se
encargara de la excavacioá n. Eso fue una falsedad. Su supuesto colega no sabíáa
nada de arqueologíáa. ¿Cuaá l era su profesioá n?"
Liezel miroá hacia el suelo de lona cubierto de arena. "Era investigador, pero
le interesaba la arqueologíáa. Teníáa varios libros con fotografíáas de templos,
tumbas y jeroglíáficos egipcios. No seá nada de su relacioá n con Herr
Morgenstern. Tal vez se conocieron en alguá n momento y Eric fue invitado a
este lugar caliente, sucio y espantoso para observar la operacioá n".
"¿Investigador? Por favor, sea maá s especíáfico."
"Es complicado y aburrido. Eric lo admitioá . Le encantaba viajar por todo el
mundo y estaba ansioso por venir a Egipto, era maá s emocionante que su
investigacioá n".
La mireá fijamente. "El Cairo estaá lleno de turistas, pero muy pocos de ellos
instalan tiendas de campanñ a en Amarna. Herr Morgenstern afirmoá no
reconocer el nombre de Herr von Raubritter ni siquiera una fotografíáa suya.
Usted ha dicho que su trabajo era demasiado complicado para explicarlo, pero
yo no soy ni inculta ni ignorante. ¿Cuaá l fue la aplicacioá n de su investigacioá n?
Estoy seguro de que no era Akenatoá n."
Se cubrioá la cara con las manos y comenzoá a sollozar. Los jadeos y las
inhalaciones irregulares eran perturbadores, pero soá lo sentíá una punzada de
remordimiento por hablar con ella como lo habíáa hecho yo. Me abstuve de dar
golpecitos en el pie mientras esperaba que su arrebato se calmara. Las cejas de
Daoud estaban bajas y su boca rizada hacia abajo en simpatíáa. Podríáa haber
sido divertido, penseá , si la asfixiaba con un abrazo de simpatíáa. Ha habido
incidentes en los que sus intenciones han sido demasiado celosas.
Tomeá un panñ uelo de uno de mis bolsillos y se me cayoá en el regazo de Liezel.
"Líámpiate los ojos", dije suavemente. "Le pedireá a la mujer que vive cerca que
te traiga comida y agua. Manñ ana tienes que acompanñ ar a los obreros al lugar
para que yo pueda informarte sobre la muerte de Eric y decirte coá mo tratar
con la policíáa en Minya. Tendraá que ponerse en contacto con la embajada
alemana para que envíáen los restos de Herr von Raubritter a Alemania".
El volumen de su angustia se elevoá a un incoá modo nivel de decibelios. Le
engancheá el brazo a Daoud y lo saqueá de la tienda. Era posible que hubiera
subestimado la capacidad de un alemaá n para expresar su dolor. Supongo que
deberíáa haberme quedado para consolarla, pero necesitaba volver a la Amelia
para refrescarme antes de que llegaran los invitados a la cena. Casi podíáa oíár a
Emerson resoplando de burla.
Quince

Cuando llegueá al dahabeeyah, me encontreá con Emerson en nuestros


aposentos. Se habíáa lavado la acumulacioá n de polvo y sudor del díáa, se habíáa
afeitado y se habíáa puesto pantalones limpios y una camisa blanca. Estaba
entusiasmado por ayudarme con un banñ o de esponja, y temíáa que llegaá ramos
tarde para recibir a nuestros invitados. Poco despueá s, nos volvimos a montar y
subimos a la cubierta superior. Emerson me trajo un whisky con soda
mientras describíáa mi encuentro con Liezel. "Su historia," continueá ,"era
endeble y teníáa muy poco sentido. Ella afirma que vino a Egipto para averiguar
si von Raubritter estaba disfrutando de sus vacaciones. Incluso si hay un
atisbo de verdad en eso, ¿coá mo supo ella que eá l estaba en Amarna?"
"Es posible que le escribiera una carta que incluyera informacioá n especíáfica
sobre su ubicacioá n, pero eso no explica por queá gastaríáa su tiempo, energíáa y
una cantidad de dinero no insignificante para encontrarlo. Dijo que eran
colegas. Seríáa uá til conocer el tema de su investigacioá n".
"Se negoá a explicarlo, lo que era sospechoso en síá mismo." Me detuve a
pensar mientras contemplaba los exquisitos tonos del atardecer reflejaá ndose
en la distancia del Desierto Occidental. "Le dije que viniera al lugar manñ ana
por la manñ ana para poder aconsejarla sobre coá mo recuperar el cuerpo de von
Raubritter en Minya y organizar su regreso a Alemania para un entierro
adecuado. Supongo que tendraá que comunicarse con el Sr. Russell, la Deutsche
Orient-Gesellschaft y la embajada alemana".
Emerson puso una mueca de dolor. "¡Al diablo el papeleo y los buroá cratas!
Pueden pasar semanas antes de que su cuerpo pueda ser transportado. Espero
que no tenga intencioá n de acompanñ arla en sus ingratas tareas, Peabody. Te
necesito aquíá para ofrecer tu experiencia. Ademaá s, dos de los hermanos
Godwin pueden estar merodeando cerca, esperando la oportunidad de
causarte dolor. No puedo permitir que eso suceda. Estaríáa perdido para
siempre sin ti para reganñ arme, reíárme, discutir conmigo, y... y cuidar de mis
camisas", terminoá mi esposa, a quien no se le dieron muestras verbales de
emocioá n.
Estaba inundado de calor mientras nos miraá bamos el uno al otro. Habíáa
formulado una respuesta cuando una voz de abajo nos interrumpioá .
"¡Ah!" llamada Srta. Smith. "¿Podemos subir a bordo?"
Ignorando un grunñ ido exasperado de Emerson, me levanteá y mireá por
encima de la barandilla. "Por favor, por favor", dije de una manera falsamente
alegre,"y usted tambieá n, Sr. Dullard. Bajaremos de inmediato y te escoltaremos
al saloá n para un aperitivo."
A pesar de mi afirmacioá n de que no nos vestimos elaboradamente para la
cena, la Srta. Smith usoá un atrevido vestido de seda roja y numerosas hebras
de perlas. Su maquillaje habíáa sido aplicado con una mano maá s pesada que de
costumbre; los cíárculos rosados en sus mejillas chocaban con sus labios
escarlata. Si no hubiera sabido que era escritora, le habríáa atribuido una
profesioá n menos sabrosa. En contraste, el traje marroá n y la corbata del Sr.
Dullard eran decididamente aburridos. Se habíáa cortado el pelo y la barba,
pero la transformacioá n general fue insignificante. Ni siquiera Meryma'at, el
barbero de la Dinastíáa XVIII del Templo de Amoá n, podríáa haber triunfado
sobre una cantidad tan copiosa de cabello. Me sorprendíá a míá mismo
especulando si el Sr. Dullard podíáa oíárlo crecer en la noche. No pude reprimir
un escalofríáo de repulsioá n, pero me recordeá a míá mismo que eá l fue víáctima de
un mal funcionamiento geneá tico.
"Muy amable de tu parte por invitarme", chillaba.
“I am pleased that you are joining us,” I said as I glanced back at Emerson.
“Is that not so, my dear? You are always in the mood for convivial
conversation.” I was relieved that his reply was inaudible. I beckoned our
guests to follow me to the salon, where Fatima had placed decanters of sherry
and whiskey. Miss Smith promptly requested sherry. Mr. Dullard tugged on his
beard and finally acknowledged that he might enjoy a nip of the same. Once
we were settled, I smiled at the missionary. “Is everything well at Deir el-
¿Mowass?"
"Creo que síá. Aunque hay una gran pobreza entre ellos, los coptos siguen
dedicados a su fe y a la caridad con sus hermanos".
Emerson levantoá una ceja. "¿Asíá que estaá s viviendo de su benevolencia? Queá
suerte para ti que te proporcionen comida y alojamiento".
"Ciertamente", interrumpioá la Srta. Smith. "Han aceptado al Sr. Dullard como
su líáder espiritual, su faro de piedad y sumisioá n al Senñ or Todopoderoso. Si los
conocieras, veríáas su afecto por eá l".
"Síá", dije con firmeza antes de que Emerson tuviera la oportunidad de
responder en lo que podríáa haber sido un tono sarcaá stico. "Nuestros pocos
encuentros con miembros de la fe copta han sido amables. Han demostrado un
gran valor para una minoríáa, rodeados de aquellos que se adhieren a sus
creencias musulmanas".
"Soá lo porque los musulmanes no se molestan con ellos y estaá n
acostumbrados a vivir juntos", dijo Emerson.
Los ojos del Sr. Dullard se entrecerraron. "Eso puede cambiar, profesor. En el
futuro, los coptos se convertiraá n en un factor a medida que se avecina la
probabilidad de una guerra".
"No son tan numerosos. Si intentan instigar una rebelioá n, y por queá razoá n,
se podríáa preguntar, nadie se daraá cuenta".
El Sr. Dullard se tragoá el resto del jerez y volvioá a llenar su copa. "Estaá s
desinformado, siento decirlo. Hay disturbios en marcha".
Me levanteá antes de que el intercambio se convirtiera en punñ etazos.
"¿Vamos al comedor? Nuestra cocinera puede ser muy irritable si se la
mantiene esperando para servir la cena. Nefret se uniraá a nosotros y estaá
deseando ser presentado". Esto no era particularmente cierto, pero la cortesíáa
me prohibioá repetir sus comentarios mordaz (e hilarantes) sobre cada uno de
ellos. Me dirigíá a la mesa, que habíáa sido puesta con nuestra tercera mejor
plata (nuestra primera y segunda mejor plata estaban guardadas en Kent),
copas de vino de cristal, servilletas de lino y flores frescas. Puse a Emerson a la
cabeza de la mesa, donde siempre preside las comidas, e indiqueá a nuestros
invitados que se sentaran uno frente al otro. Cuando Nefret entroá
recatadamente, la dirigíá a la silla entre Emerson y el Sr. Dullard. Ya habíáa
decidido hacerlo para crear una distancia entre los dos hombres. En caso de
que surgiese una discusioá n, se habíáa ofrecido a rociar a ambos con vino.
"Srta. Smith", murmureá ,"este es nuestro protegido, el Dr. Nefret Forth. Creo
que ya ha conocido al Sr. Dullard".
"Nefret, querida," sonrioá la Srta. Smith, "¿coá mo estaá su paciente? Me dijeron
que lo rescataste del borde de la muerte. Me sorprende que una chica tan
guapa como tuá pueda tener eá xito en una profesioá n masculina. Soy demasiado
tíámido. Me temo que me desmayaríáa si me enfrentara a un paciente
ensangrentado, ya sea herido o muerto".
El Sr. Dullard aclaroá su garganta. "No estoy de acuerdo con usted, Srta.
Smith. Demostraste un coraje admirable cuando dejaste la seguridad del vapor
para instalarte entre los paganos".
¿"Paganos"? Le respondíá. "Los hombres, mujeres y ninñ os que viven en
Amarna son musulmanes devotos. Se adhieren a las ensenñ anzas del Coraá n y
oran maá s a menudo que los cristianos".
"Rezan a Alaá , un dios falso."
A pesar de mi mirada severa, Emerson no pudo contenerse. "A los ninñ os se
les adoctrina para que crean una cosa u otra, basaá ndose en su cultura. Si
hubieras nacido en la India, adoraríáas a Brahma, Vishnu y Shiva".
"¡Herejíáa!" replicoá el Sr. Dullard.
"Nefret", dije, notando con un poco de alarma que habíáa agarrado el tallo de
su copa de vino, "no respondiste a la pregunta de la Srta. Smith. Quizaá pueda
contarnos lo que nos dijo antes sobre su estado".
Ella asintioá . "Síá, por supuesto, tíáa Amelia. El senñ or Morgenstern, que prefirioá
cenar en su cabanñ a esta noche, se estaá recuperando de la insolacioá n que le
afectoá en el desierto. Su temperatura corporal es normal, pero su mente a
veces estaá confundida. Parece que no recuerda por queá fue a El Cairo o queá le
pasoá mientras estaba allíá".
Mahmoud, nuestro mayordomo, salioá de la cocina con una bandeja de perca
del Nilo en salsa de limoá n. Espereá impaciente hasta que nos sirvieran a todos y
llenaran nuestras copas de vino, y luego dije: "Sr. Dullard, usted estaba en la
casa de excavacioá n con el Sr. Morgenstern la noche antes de que se fuera en el
tren a El Cairo. ¿Te mostroá el yeso parcial que quitoá del lugar?"
"Este pez es divino", comentoá la Srta. Smith. "Tan fresco y escamoso. Me trae
recuerdos de Brighton, una ciudad encantadora, donde ceneá con un
descendiente directo del Duque de Cumberland. Me invitoá porque estaá
enamorada de mis libros".
El Sr. Dullard la transportoá . "¿Coá mo podríáa no estarlo?"
Tratar de mantener el tema en el buen camino era tan frustrante como
matar moscas en un tarro de miel. Me di cuenta por la expresioá n de Emerson
de que estaba ansioso por promover el debate religioso. Aunque no tendríáa
sentido, estaba dispuesto a permitirle hacerlo, despueá s de haber interrogado
al Sr. Dullard. Una vez retirados los platos de pescado, le dije: "Me alegro de
que haya encontrado el pescado de su agrado, Srta. Smith. Seguimos
preocupados por el senñ or Morgenstern. Usted lo acompanñ oá a la casa de
excavacioá n, ¿verdad, Sr. Dullard? ¿Habloá de su plan de ir a El Cairo?"
El Sr. Dullard se tiroá de nuevo de la barba mientras pensaba. "No, no dijo
nada fuera de lo normal. Cuando le pregunteá queá habíáa descubierto en el lugar,
me dijeron que podríáa ser importante si se trataba de Akenatoá n. Como mi
opinioá n no teníáa valor, no me la mostroá . Tuvimos una comida de carne
enlatada y galletas pasadas."
"Y aguardiente", le dije. "Aquíá estaá Mahmoud con lo que espero sea un plato
principal satisfactorio. Faá tima compra pollos y verduras en el pueblo".
Emerson sonrioá con suficiencia. "¿Consiguioá un pollo extra para realizar un
ritual cuando la luna estaá llena? Los paganos beben sangre fresca y-"
"Prueba el baba ghanoush", interrumpioá Nefret. "Estaá hecho de berenjena y
ajo. No parece especialmente apetitoso, pero es muy sabroso. Faá tima usa la
receta de su tata".
El Sr. Dullard no necesitaba que se le animara a probarlo, ni a probar
ninguno de los otros platos. Llenoá su plato a una altura escarpada y comenzoá a
comer ruidosamente. La jarra de vino estaba a su alcance, lamentablemente.
La Srta. Smith se volvioá para mirarme, sus labios fruncidos de desaprobacioá n.
Me negueá a responder. La conversacioá n se reducíáa a una discusioá n sobre el
clima, ocasionalmente muy caluroso pero generalmente tolerable. Mahmoud
nos quitoá los platos y nos sirvioá el cafeá mientras repartíáamos una bandeja de
frutas, quesos y galletas. Prefiero los menuá s sencillos todos los díáas, aunque
nuestras comidas son maá s elaboradas en los díáas festivos.
A peticioá n míáa, Emerson ofrecioá brandy. Espereá a que el Sr. Dullard vaciara
su vaso antes de decir: "¿Recuerdas el estado de aá nimo del Sr. Morgenstern esa
noche?"
"Estaba alegre", dijo el Sr. Dullard mientras miraba con tristeza su copa
vacíáa. "¿Podríáa tomar otro chorrito de brandy?"
Emerson se lo agradecioá , aunque con un suspiro de martirio. Nefret, la Srta.
Smith y yo nos negamos amablemente. Acepteá que no habíáa aprendido nada
del Sr. Dullard, ni era probable que lo hiciera a pesar de su evidente
intoxicacioá n. Era hora de sacar a mi amado esposo de su miseria. "Esto ha sido
delicioso, pero nos despertamos antes del amanecer para aprovechar la
temperatura maá s fresca. Muchas gracias por su companñ íáa".
"Debemos agradecerle su amable invitacioá n", twitteoá la Srta. Smith. "Nunca
sonñ eá que cenaríáa con personas tan ilustres. Escribireá una carta a mi editor,
relacionando todos los detalles. Quedaraá muy impresionado". Puso su mano
en el hombro del Sr. Dullard. "Vamos, se hace tarde."
El Sr. Dullard se puso de pie y nos dio las gracias por nuestra hospitalidad.
Luego agradecioá a Nefret por haber salvado la vida de Herr Morgenstern, y
pudo haber ido a la cocina para agradecer a Faá tima por su baba ghanoush si la
Srta. Smith no hubiera tomado su brazo y lo hubiera conducido hacia la
puerta. Los seguíá hasta la cubierta y discretamente trateá de ayudar al Sr.
Dullard a bajar por nuestro estrecho muelle. Se sacudioá mi mano y se
tambaleoá hacia la orilla, zigzagueando precariamente. Me apresureá a seguirlo
para evitar que cayera al agua. No me preocupaba demasiado que fuera a ser
atacado por cocodrilos, pero no teníáa ni idea de si sabíáa nadar.
La Srta. Smith se unioá a nosotros en tierra firme. "Me preocupa que no
pueda remar en su barco por el Nilo. ¿Queá hacemos con eá l, Sra. Emerson?"
"No tengo ni idea."
"Oh, Dios míáo", comenzoá , y luego jadeoá . "¿Queá es ese ruido?"
Mireá en la direccioá n del cultivo. El grosor de los aá rboles y arbustos permitíáa
que la luz de la luna penetrara muy poco. "Los cascos de un caballo en la
distancia, pero acercaá ndose. Creo que es prudente volver al dahabeeyah
inmediatamente."
"¡Te protegereá !" proclamoá el Sr. Dullard con su voz aguda. No era
tranquilizador, ser sincero. Era grande, pero era improbable que fuera capaz
de someter a un caballo galopante.
Mireá intensamente a las sombras. "Hay un jinete, pero no puedo distinguir
sus rasgos. Parece que lleva un thobe azul o negro y un turbante, y tiene alguá n
tipo de espada en la mano". Le arranqueá el brazo a la Srta. Smith. "¡Debemos
retirarnos ahora!"
"¿Quieá n podríáa ser?", me preguntoá con voz temblorosa.
Aprendíá a agarrar con maá s fuerza. "Discutamos eso desde la seguridad del
dahabeeyah. ¡Debemos retirarnos! ¡Sr. Dullard, escuá cheme!"
Soá lo unos pocos aá rboles nos separaban del jinete y su caballo cuando el Sr.
Dullard cogioá una roca y la lanzoá con la velocidad de un famoso jugador de
bolos. "¡Detente, villano!", gritoá .
No seá si el misil o el chillido hicieron que el caballo se alarmara. Bajoá con
fuerza y se desvioá hacia los aá rboles. El jinete se habíáa subido a la silla de
montar para mantener el equilibrio, y no pudo agacharse cuando el caballo
casi choca con un aá rbol de acacia. Desafortunadamente, una rama en forma de
V cogioá al hombre por el cuello; cuando el caballo desaparecioá , las patas del
jinete se balancearon como un peá ndulo debajo de eá l.
"Santa madre de Jesuá s", dijo el Sr. Dullard con voz maá s apagada.
La Srta. Smith cayoá de rodillas. "¿Queá has hecho? ¡Esto es.... esto es
indecible!" Se cubrioá la cara con las manos y empezoá a balancearse. "¿Coá mo
pudiste? ¿Coá mo pudiste hacer algo tan terrible?"
"Debemos averiguar si estaá vivo", dije de forma inestable.
Emerson aparecioá a mi lado. "Queá date aquíá", nos ordenoá . "No creo que haya
podido sobrevivir, pero lo averiguareá en un momento."
El Sr. Dullard estaba inmoá vil, con la boca abierta. La Srta. Smith se quejaba
mientras seguíáa balanceaá ndose. Espereá a que Emerson estuviera a medio
camino del aá rbol antes de alcanzarlo. "Queá escena tan extranñ a", comenteá
cuando me miroá con ira. "Me sorprendioá la raá pida respuesta del Sr. Dullard,
por lo que le estoy agradecido."
"Sintieá ndome necesitado de aire fresco, estaba en la cubierta superior y lo vi
todo. David matoá a Goliat con una piedra de una honda. Las acciones del Sr.
Dullard fueron menos poeá ticas, pero efectivas". Se detuvo y miroá a la cara del
jinete. "El bastardo parece haber muerto por un cuello roto. Sus ojos estaá n
rodeados de terror. Por mucho que prefiera dejarlo aquíá, supongo que debo
arrastrarlo para que descanse en paz, si los depredadores nocturnos
mantienen su distancia. Uno de nuestros hombres puede hacer guardia hasta
que llegue la policíáa por la manñ ana".
Cuando me adelanteá para mirar maá s de cerca, oíá un crujido bajo mi zapato.
No necesiteá una premonicioá n para identificar la fuente del sonido. "Aquíá estaá
su monoá culo, Emerson. Es demasiado tarde para presentarte adecuadamente
a Absaloô n. Sospecho que encontraraá su tarjeta de visita en su bolsillo".
Emerson agarroá al hombre de las piernas y lo levantoá hasta que el cuerpo
cojo fue liberado de la rama, luego lo dejoá caer sin ceremonias, lo volteoá sobre
su espalda y levantoá el thobe, que cubríáa un par de pantalones occidentales.
Despueá s de una raá pida buá squeda en los bolsillos del hombre, Emerson sacoá un
pequenñ o rectaá ngulo de cartoá n y dijo: "EÉ l es Absaloá n. No lloraremos su muerte,
Peabody. Su cimitarra voloá bajo esa palmera al otro lado del camino. ¡Maldita
sea, estoy obligado a agradecer a ese maldito misionero por haberte salvado la
vida! Desearíáa haber estado a tu lado".
"Debe reconocer la valentíáa del Sr. Dullard. Por favor, trate de hacerlo sin
esnifar en voz baja o fruncir el cenñ o". No pude evitar temblar mientras la
escena se repetíáa en mi mente. Emerson me agarroá de la cintura mientras mis
rodillas se doblaban. Mi cara contra su pecho varonil, dejeá que unas pocas
laá grimas le mojaran la camisa. "Queda otro de estos hermanos bestias. Esto es
intolerable, Emerson. Soá lo podemos esperar el proá ximo intento de asesinato".
"Eso es verdad, mi querida Peabody." Su voz se hizo maá s grave. "Nada me
gustaríáa maá s que localizar a ese maldito sinverguü enza, golpearlo hasta que
llore de pena y dejarlo pudrirse en una celda". Se dice que los alojamientos de
la prisioá n de Tura son indescriptiblemente sucios y estaá n repletos de bichos. Si
te sientes maá s fuerte, debemos volver al barco para ocuparnos de esto. Si los
chacales llegan antes que la guardia, no me abrumaraá el remordimiento".
Me escapeá del abrazo de Emerson y me inclineá para examinar los rasgos de
Absaloá n. Noteá un parecido con Judas. Ambos teníáan frente ancha y cejas
prominentes, labios flaá cidos y una pleá tora de marcas de viruelas. Soá lo pude
ver la cara de Guy antes de que lanzara el cartucho de dinamita en nuestra
direccioá n, pero recordeá sus mejillas coá ncavas y su nariz delgada. Nunca vi a
Cromwell, que habíáa sido ocultado por la multitud en la estacioá n de tren.
Geoffery habíáa sido un tipo guapo, popular entre las joá venes y sus
acompanñ antes. Incluso Nefret habíáa caíádo en su encantador comportamiento.
"Estos hermanos Godwin parecen venir de todos los tamanñ os, queá curioso",
dije mientras daba palmaditas en una ligera protuberancia bajo su thobe.
Dejando a un lado la abertura en la garganta, descubríá que llevaba un chaleco
de sastre debajo, y metíá mi mano en su bolsillo. Fui recompensado con una
pequenñ a tarjeta. "Esto tiene algo escrito, pero estaá demasiado oscuro para
leerlo."
Emerson tiene la vista de un depredador nocturno. Tomoá la tarjeta y la
examinoá . "Es un nombre. ¿Te importaríáa adivinar, Peabody?"
"Octavio Buddle", dije cansado. "Lo interrogueá hoy temprano. Era inflexible
en cuanto a que no conocíáa a nadie que pudiera desear asesinarlo, pero su
nombre aparece una y otra vez".
"Debe llevar una vida muy aburrida. En un momento dado, usted y nuestro
hijo teníáan a cinco posibles asesinos conspirando para asesinarlo, y no fueron
los primeros. Parece que Ramseá s termina en peligro cada temporada. Has
hecho muchos enemigos, tambieá n."
"¿Y no lo has hecho, Padre de las Maldiciones?"
"La egiptologíáa puede ser una ocupacioá n peligrosa. Debemos regresar ahora
para que pueda informar a las autoridades de lo ocurrido". EÉ l mantuvo su
brazo alrededor de mi cintura mientras caminaá bamos hacia el muelle. "¿Por
queá esa mujer ulula como una viuda afligida? Ella alarmaraá a todos en la aldea,
y posiblemente a Luxor".
"Ella escribe sobre la violencia de una manera peatonal. Su jeque puede
cortar la cabeza de un turco merodeador, pero nunca estaá salpicado de sangre.
Dudo que se haya enfrentado a la brutalidad o a la carniceríáa". Mi mente
recordoá la conversacioá n que ella y yo tuvimos durante el teá en casa de
Shepheard cuando, alegremente, decribioá coá mo su heroíána habíáa estrangulado
a un hombre con su bufanda. "En la vida real, eso es."
La Srta. Smith se puso de pie al acercarnos. "Estaá muerto, ¿no?"
"De un cuello roto", dije. "¿Quiere subir a bordo y tomar un brandy para
calmar sus nervios? Todos estamos muy molestos por lo que pasoá ".
"Prefiero ir a mi cabanñ a", contestoá ella,"pero tengo miedo".
El Sr. Dullard dio un paso torpemente en su direccioá n, pero se quedoá helado
cuando ella le miroá con ira. "Te protegereá ", declaroá .
"No en tu estado", dijo bruscamente.
Emerson le dio una palmadita en el hombro. "Daoud te escoltaraá y
permaneceraá fuera de tu morada por el resto de la noche. Nuestra criada
vendraá por la manñ ana para ayudarte a empacar. Es demasiado tarde para que
se reuá na con los pasajeros en el barco, asíá que debe tomar el tren de vuelta a El
Cairo".
"Es usted muy amable, profesor Emerson. Me sentireá mucho maá s seguro con
un hombre que me proteja. Sin embargo, manñ ana no necesito una criada
porque no estoy listo para dejar Amarna. Vine aquíá por aventura y la he
experimentado maá s allaá de mis expectativas".
El Sr. Dullard lo intentoá de nuevo. "La protegereá , Srta. Smith."
"¡No lo creo!", dijo ella. "Has deshonrado tu voto de templanza. Seraá s
afortunado si tus coptos te llevan de vuelta a su redil".
"¿Temperancia? Jureá servir a mi Dios, cuyo hijo convirtioá el agua en vino en
las bodas de Canaá . No podemos saber si continuoá haciendo tales milagros en
otros lugares".
"¿Como convertir el Mar de Galilea en cerveza?" Emerson sugirioá .
Estaba demasiado cansado para escuchar otro altercado verbal. Le hice un
gesto a Daoud para que se acercara a nosotros, y le ordeneá que cuidara de la
Srta. Smith. Despueá s de que Emerson le aseguroá que yo estaríáa bien protegido,
Daoud recogioá a la Srta. Smith como si fuera una gran bolsa de papas y
comenzoá a caminar por el camino, a pesar de sus agudas objeciones. El Sr.
Dullard trotoá tras ellos. Despueá s de que volvimos a abordar el dahabeeyah,
Emerson envioá a un camarero a vigilar el cuerpo de Absaloá n.
Nefret me abrazoá . "¡Tíáa Amelia! ¿Queá ha pasado?"
Relateá los eventos, incluyendo la identidad del atacante. "Los hermanos
Godwin son infatigables, debo decir. No puedo pensar por queá el Sr. Buddle
podríáa estar entre sus objetivos. Es un tipo tan inocuo. ¿Queá podríáa haber
hecho para merecer tal enemistad? Tal vez el Sr. Ridgemont hizo algo vil a la
familia Godwin, y el Sr. Buddle es considerado su representante. Ramseá s y yo
estamos en la cima de su lista, sus primeras prioridades. La hora del Sr. Buddle
llegaraá cuando nos hayan eliminado. Por la manñ ana, lo llevareá a un lado y
reiterareá mi advertencia".
Emerson me dio un trago de brandy. "Te quedaraá s a bordo hasta que el
uá ltimo Godwin haya sido expuesto y derrotado, Peabody."
"¿Y si este personaje Flitworthy es un pirata? Estareá mucho maá s seguro a tu
lado, Emerson, y debo tener la oportunidad de hablar con Liezel y el Sr.
Buddle".
"Hablareá con ellos."
"¿Pero te escucharaá n? Me quedareá a un brazo de ti hasta que Daoud se
recupere de su noche fuera de la cabanñ a de la Srta. Smith. Me acompanñ araá el
resto del díáa. Debe estar molesto porque estaba en cubierta cuando Absaloá n
atacoá , y ansioso por tener la oportunidad de golpear al Godwin que quedaba".
Nefret suspiroá . "Estoy de acuerdo con mi querido profesor, pero seá que no
puede ser faá cilmente disuadido. Necesito ver a Herr Morgenstern antes de
retirarme". Nos besoá a cada uno de nosotros en la mejilla y dejoá el saloá n,
murmurando para síá misma.

Del manuscrito H

Ramseá s, todavíáa en el personaje de Higginsnort, asintioá a Baehler cuando


cruzoá el vestíábulo del hotel y subioá a la diminuta habitacioá n. David habíáa
optado por usar la entrada del soá tano, y estaba lavando la parte superior de su
cuerpo. Concedioá el lavabo con una sonrisa.
"Tengan en cuenta que este disfraz era necesario", dijo Ramses
amargamente mientras tiraba de las bolsas de plaá stico pegadas a sus mejillas
con goma araá biga. "A menos, por supuesto, que hubiera preferido permanecer
en el soá tano de la embajada alemana hasta que Herr Gunter dispusiera que lo
torturaran. Por tu culpa, estoy en deuda con Sethos. Me duele admitir que el
plan y su implementacioá n fueron obra suya".
"¿Queá piensas decirle a tu padre?"
"Lo menos posible". Ramseá s puso una mueca de dolor cuando arrancoá la
uá ltima bolsa. "Obviamente, no podemos quedarnos aquíá. Recuperareá las dos
copias del armario de suministros de Baehler y me reunireá contigo en el
soá tano. ¡Maldito sea ese sinverguü enza de Harun! ¿Quieá n sabe cuaá ntas copias
maá s hay en las tiendas de antiguü edades? ¿Diez? ¿Veinte? Debemos asumir que
el busto original de Nefertiti estaá en su nuevo taller, ¡dondequiera que esteá !".
David terminoá de abotonarse la camisa. "Estoy de acuerdo en que
deberíáamos mudarnos a otro lugar, pero dudo que estemos maá s seguros en
cualquiera de los hoteles, destartalados o grandiosos. Gunter se anticiparaá a
eso y tendraá a sus espíáas en alerta. ¿Cuaá ndo fue la uá ltima vez que un
recepcionista se negoá a aceptar un soborno? No en este siglo ni en el anterior.
Mi primo Tahir tiene un apartamento cerca de la estacioá n de tren. Podemos
quedarnos allíá hasta que sea hora de tomar el tren nocturno".
"Podemos quedarnos allíá hasta que encontremos a Harun y lo
estrangulamos", replicoá Ramses mientras se lavaba la cara. "Me corresponde
enviar un telegrama a mis padres, diciendo que estamos bien y que nos
quedaremos unos díáas maá s." Dejoá caer la ropa de Higginsnort en el suelo y se
vistioá con su propia ropa. "No entres en paá nico si me lleva un rato encontrarte
en el soá tano. Baehler tendraá que traer un martillo, y quizaá s una palanca. No
estaraá contento".
David le hizo un saludo simulado. Ramseá s salioá de la habitacioá n y se dirigioá
a las escaleras, considerando la mejor manera de transportar las
falsificaciones de Nefertiti mientras se acercaba a la recepcioá n. Uno de ellos
estaba en una bolsa, el otro envuelto en papel fino.
"Ha recibido un telegrama, Sr. Emerson", dijo Baehler con una sonrisa servil.
"Si hubiera sabido que estabas en tu cuarto, te lo habríáa entregado."
Ramseá s puso el sobre en el bolsillo de su abrigo. "Necesito mis paquetes.
¿Todavíáa tiene el martillo o tiene que pedirlo? Tengo un poco de prisa."
"Cualquier cosa para complacer a tu exaltada madre." Baehler metioá la
mano en un cajoá n y sacoá un martillo. Ramseá s atacoá los clavos que habíáa
golpeado contra la puerta antes, ignorando los gemidos de detraá s de eá l
mientras el tiburoá n martillo marcaba la madera. Recogioá los dos grandes
paquetes, anuncioá que se marcharíáa en menos de una hora y se dirigioá hacia
las escaleras. Una vez que ya no se le podíáa ver desde el escritorio, bajoá al
soá tano.
David lo estaba esperando. "¿Recuerda el comentario de que podríáamos
necesitar un bauá l de vapor para llevar nuestra coleccioá n de copias de
Nefertiti? Bueno, he encontrado uno. Seguá n la etiqueta, pertenece a la Srta.
Annabelle Hadley de Somerset. Estaá vacíáa. Podemos tomarlo prestado
temporalmente y enviarlo de vuelta al hotel antes de que se deá cuenta de su
ausencia".
Ramses se sintioá aliviado al colocar las copias en el maletero del vapor.
"Desearíáa que Tutmose hubiera elegido un tamanñ o maá s pequenñ o para honrar
a la Reina Nefertititi, algo en el rango de una piedra en lugar de cerca de tres
piedras. Si nos topamos con otros diez, necesitaremos ayuda para cargar el
bauá l en el tren".
"Baksheesh puede hacer maravillas", dijo David mientras cerraba la tapa e
hizo un gesto a Ramseá s para que le ayudara a llevar el bauá l al callejoá n. "Basado
en la historia reciente, no es prudente que me vean en la esquina de
Shepheard. Tienes que llamar a un taxi o a un carruaje y dirigirlo hacia aquíá".
"¿Para que me ataquen los matones de Gunter, armados con agujas
hipodeá rmicas?"
"Al menos estaá s advertido."
"Estoy conmovido por tu preocupacioá n." Ramseá s fue por el callejoá n y dobloá
la esquina. Cuando llegoá a la concurrida calle frente al hotel, le gritoá a un
conductor de carruajes que tirara hacia la acera, y le ordenoá al hombre que
girara por la calle lateral y entrara al callejoá n. David estaba esperando junto al
maletero. Con la ayuda del conductor, el maletero estaba asegurado detraá s del
asiento del pasajero. El conductor los llevoá a la direccioá n de Tahir, y despueá s
de una oferta de baksheesh, les ayudoá a descargar el bauá l.
Ramseá s y David lo llevaron al segundo piso del edificio. David golpeoá
persistentemente hasta que la puerta se abrioá y Tahir los saludoá en aá rabe.
Despueá s de que eá l y David se abrazaron, insistioá en ayudarlos a mover el bauá l
a su apartamento.
"Esto", dijo David, tambieá n hablando aá rabe, "es un amigo míáo. Es mejor que
no sepas su nombre".
Tahir aspiroá un poco de aliento. En ingleá s zancudo, dijo: "Pero yo lo
reconozco. Es el Hermano de los Demonios".
"No debes mencionar mi presencia aquíá", dijo Ramses con severidad. "O de
David, para el caso. Hay gente desagradable a la que le gustaríáa hacernos danñ o.
Estaraá s maá s seguro si nadie sabe que estamos aquíá". Sonrioá y extendioá su
mano. "Puedes llamarme Ramseá s, amigo míáo."
"Gracias, hermano de"-Tahir se atrapoá a síá mismo-" Ramseá s. Por favor,
acepten mi pequenñ a hospitalidad y por favor ignoren el estado de nuestra
casa; no siempre es asíá. Mi esposa ha ido a visitar a sus padres."
Ramseá s sacoá el telegrama de su bolsillo y lo leyoá . "El Padre exige que
volvamos inmediatamente a Amarna. Sin detalles extranñ os, como siempre. Es
increíáble lo estruendoso que puede ser un trozo de papel". Empaquetoá el
papel y lo tiroá a un cesto de basura desbordante. "David, queá date aquíá, donde
estaá s a salvo de los secuaces de Gunter. Ireá a la oficina de teleá grafos para
enviar una respuesta. Despueá s de eso, ireá a un cafeá y esperareá encontrar a Latif
por el camino. Tiene una extranñ a habilidad para sentir mi paradero cuando
estoy en El Cairo. Puede que haya aprendido algo sobre la ubicacioá n del
escondite de Harun".
"Estareá un paso detraá s de ti", dijo David, con los brazos cruzados. "Tíáa
Amelia no esperaríáa menos de míá. Ademaá s de eso, odiaríáa perderme la
diversioá n si uno de los hermanos Godwin salta del callejoá n, blandiendo un
cuchillo. Calculo que quedan dos de ellos".
Los ojos de Tahir eran redondos mientras les pedíáa una salida segura.
Ramseá s y David bajaron a la calle y caminaron eneá rgicamente hasta la oficina
de teleá grafos. Despueá s de dictar un mensaje de que teníáan la intencioá n de
permanecer en El Cairo al menos un díáa maá s, se dirigieron al cafeá donde
habíáan encontrado a Latif. Seleccionaron una mesa en la acera, pidieron cafeá y
no hablaron de nada de importancia mientras observaban a los peatones en la
creciente oscuridad.
"¿Le gustaríáa hacer otra apuesta?", dijo Ramseá s.
"Subestimeá tu magnetismo la uá ltima vez", contestoá David riendo. "Eres tan
haá bil como el Flautista de Hamelin, que atrajo a las ratas de Hamelin."
"Folklore, junto con ogros y hadas. La paciencia puede ser una virtud, pero
puede ser irritante. ¿Doá nde diablos puede estar Latif? Bah, este cafeá es vil!"
"Estaá al otro lado de la calle, tratando sin eá xito de ocultarse en una puerta.
Tu cenñ o fruncido debe asustarlo, Hermano de los Demonios. Parece como si
pudieras arrancarle la cabeza a cualquiera que esteá a su alcance". David saludoá
a la pequenñ a figura agachada en las sombras.
Latif corrioá entre las cabinas y los carruajes, y se acercoá con una mirada
cautelosa. "Masa el-kheir", susurroá , sus ojos bajaron respetuosamente.
"Buenas noches a ti", dijo Ramseá s. "¿Has visto u oíádo algo que pueda
interesarme?"
Latif asintioá . "He estado observando la tienda a la vuelta de la esquina desde
el museo. Un hombre joven, muy nervioso, con soá lo unos pocos bigotes en la
barbilla, entroá con algo envuelto en un kaffiyeh. Era asíá de grande". Sostuvo
sus manos a la anchura de los hombros. "Cuando salioá sin eá l, lo seguíá. Comproá
fruta a un vendedor, se detuvo en una esquina para cotillear con sus amigos y
finalmente se dirigioá a un edificio a la orilla del ríáo. Un edificio grande, no tan
grande como la Ciudadela de Saladino o la Plaza de Ismailia, pero grande.
¿Quieres que te lleve allíá?"
"Eres un chico listo", dijo Ramseá s. "Por favor, cueá ntenos maá s sobre la
ubicacioá n del edificio y lo que lo rodea."
David llamoá a un camarero. "Traá ele a este chico un vaso de teá y una gran
rebanada de basbousa."
"Shukran", dijo Latif mientras se sentaba. "El edificio estaá cerca de donde
atracan los barcos para descargar las cajas. Hay muchos almacenes, algunos
vacíáos y otros no. Vi al hombre entrar en uno, pero no me atrevíá a acercarme a
eá l. Estaá construido de ladrillo y las ventanas estaá n cubiertas de trozos de
madera". Se mojoá los labios cuando el camarero dejoá el teá y la pasta. "Estareá
encantado de llevarte allíá en un minuto."
"Toá mate tu tiempo", dijo Ramseá s, divertido por las migas que ya se
acumulan en la camisa andrajosa del ninñ o. "David, ¿crees que deberíáamos
recuperar este uá ltimo busto de Nefertiti antes de visitar Harun?"
"Podríáa ser el original, robado por un aprendiz", dijo David encogieá ndose de
hombros.
"Soá lo me preguntaba si deberíáamos anñ adirlo a nuestra coleccioá n. Este
aprendiz no se habríáa atrevido a volver al taller si lo hubiera hecho. Por otro
lado, no puede tener una inteligencia ejemplar. Uno pensaríáa que Harun ya
deberíáa haberse dado cuenta de que las copias se estaá n agotando".
"A menos que Harun sea responsable de enviar a los aprendices a vender las
copias antes de que lo localicemos. Fue amenazado por el Padre de las
Maldiciones, y seguramente sabe que el Hermano de los Demonios lo estaá
buscando por todo El Cairo".
"Junto con el Maestro Criminal", dijo Ramses sombríáamente. "Latif, ¿alguien
maá s ha estado preguntando por la ubicacioá n del taller de Harun?"
"Mi amigo Hessam me dijo que fue detenido por un hombre alto con una
gran barba espesa que buscaba a Harun. Hessam se asustoá y huyoá . Es un
cobarde. habríáa pateado al hombre antes de huir."
Ramseá s miroá a David. "No me sorprende que Sethos esteá tan ansioso como
nosotros por encontrar este taller y poner sus manos sobre el busto original.
Estaba en el callejoá n detraá s de la embajada alemana cuando salimos a toda
prisa. Debioá creer que Gunter lo poseíáa y que planeaba robarlo cuando lo
eclipsamos".
"No intentoá quitaá rnosla", comentoá David mientras encendíáa su pipa. "Teníáa
un arma, despueá s de todo. Podríáa habernos obligado a parar y... bien..."
"Si no fuera por su inexplicable adulacioá n de mi madre, probablemente lo
habríáa hecho. Ahora estamos un paso por delante de eá l. No estaá muy lejos del
Museo Egipcio. Sugiero que vayamos a la tienda de turismo y compremos el
busto. Si es el original, quizaá podamos tomar el tren nocturno. Si no, entonces
procedemos al almaceá n para tratar con Harun. Latif, necesitaremos tus
servicios durante las proá ximas horas. Seraá s recompensado generosamente por
tu ingenio".
"Shukran", dijo Latif alegremente mientras el teá caíáa por su barbilla. "Estoy
listo."
Ramseá s pagoá la cuenta. Para deleite del muchacho, tomaron un carruaje
hasta la tienda, y luego entraron. El propietario se encogioá de hombros cuando
Ramseá s hizo a un lado a los turistas y se acercoá .
"Masa el-kheir, Hermano de los Demonios", gimioá . "Estoy muy agradecido
por su presencia en mi indigna tienda. Por favor, dime coá mo puedo
complacerte."
"Produzca el busto de Nefertititi que comproá antes."
"No seá de queá hablas. Tengo un shabti muy bueno de la tumba de Taharqa.
¿Puedo ensenñ aá rtelo?"
Ramseá s extendioá sus manos sobre el mostrador y se inclinoá hacia adelante.
"No estoy de humor para escuchar tus evasivas. ¡Traá iganme el busto o
enfrenten mi furia!" Una vez que el busto fue colocado sobre el mostrador,
grunñ oá frustrado. "Ahora tenemos tres copias, ¡maldita sea! Puedes ver donde el
aprendiz le cortoá la garganta. Intentoá remendarlo con yeso y repintarlo, pero
estaá defectuoso".
"Toá malo", le rogoá el propietario. "Es una porqueríáa, y debo proteger mi
reputacioá n. Por favor, deá jame envolverlo por ti, Hermano de los Demonios".
David se habíáa inclinado para examinar la muesca. "Soá lo tuá lo notaríáas", dijo
mientras se enderezaba. "Si vamos a tomar esta maldita cosa, necesitamos una
bolsa. Seguramente se puede encontrar uno en el cuarto de atraá s."
"Asíá es", dijo Latif, con los brazos cruzados. "¡Traá enos una bolsa o el
Hermano de los Demonios te destruiraá ! Te prometo que habraá sangre!"
Ramseá s y David intercambiaron sonrisas mientras los pocos turistas
holgazaneando en la tienda se dirigíáan a la puerta. El propietario murmuroá en
voz baja mientras buscaba detraá s del mostrador una bolsa y la sacoá a
reganñ adientes. Ramseá s exigioá saber cuaá nto habíáa pagado por la falsificacioá n.
"Es tuyo. No quiero tener nada que ver con esto, lo que pagueá no importa.
Soá lo toá malo, Hermano de los Demonios".
"Entonces pagareá por la bolsa desalinñ ada", dijo Ramseá s, dejando caer
algunas monedas en el mostrador. "Si este fuera el original, te habríáa arrestado
por traficar con antiguü edades robadas. Eso es, como debe saber, ilegal".
Latif insistioá en llevar la bolsa cuando salieron de la tienda. "Ahora vamos al
almaceá n, ¿síá? Si alguien intenta atacarnos, le dareá una patada tan fuerte que
aullaraá de dolor".
David hizo senñ as para que viniera otro carruaje. "Tendraá s que darle las
direcciones al conductor, Latif. Una vez que hayamos identificado el almaceá n,
debes permanecer en el carruaje y llevar esta bolsa al apartamento de mi
primo. Te escribireá la direccioá n".
El carruaje serpenteaba por calles cada vez maá s desoladas y estrechas
mientras Latif gritaba alegremente las instrucciones. Despueá s de un cuarto de
hora, le dijo al conductor que se detuviera. "Aquíá es donde me detuve. El
edificio estaá a la vuelta de la esquina. ¡Quiero ir contigo, hermano de los
demonios! Soy pequenñ o, pero soy fuerte y raá pido".
"Síá, lo eres", dijo Ramses con seriedad, "pero tienes una tarea importante,
que es llevar esta bolsa a un lugar donde esteá segura. Aquíá tienes algo de
dinero si tienes que pagarle a alguien para que lo almacene, y el resto es para
ti". Le dio un punñ ado de monedas al chico. "Estoy seguro de que nos
volveremos a ver, Latif. Mueá strale la direccioá n al conductor y manteá n la cabeza
baja". Al conductor del carruaje le dijo: "Te pagareá ahora, pero si no llevas mi
prodigio a su destino, tarde o temprano te encontrareá para discutir el asunto".
"Aywa", dijo el conductor nervioso. "Hareá lo que el Hermano de los
Demonios me pida."
Latif suspiroá mientras se hundíáa contra el cojíán. Ramseá s y David salieron del
carruaje, esperaron hasta que se alejoá , y dieron la vuelta a la esquina. El
almaceá n se alzaba en la oscuridad, pero destellos de luz escaparon a traveá s de
las ventanas entabladas. A medida que se acercaban, podíáan oíár un ruido
constante, que indicaba la presencia de cinceles en la piedra caliza. Se
movieron sigilosamente a la ventana maá s cercana para mirar hacia el interior.
El uá nico mobiliario en la vasta habitacioá n era una larga mesa y media docena
de taburetes.
"Veo a Harun, ese maldito bastardo", dijo Ramseá s, "y a tres aprendices. Lo
que no veo es el busto de Nefertiti."
"Yo tampoco, pero tiene que estar ahíá. De lo contrario, hemos perdido
mucho tiempo recogiendo falsificaciones y siendo blancos de disparos y
molestando al Sr. Baehler. Tengo un moretoá n antiesteá tico en el brazo por la
aguja hipodeá rmica. Estamos en deuda con Sethos, lo que hace que mi
estoá mago se revuelva. ¡Mira! Harun se ha hecho a un lado. En la mesa hay dos
bustos, inquietantemente similares. ¿Los recuperamos?"
"Con precaucioá n." Ramseá s continuoá hacia una puerta y proboá la perilla.
"Estaá cerrado, y la puerta es robusta. Si lo atravesamos, Harun podríáa tener
tiempo de arrebatar el Nefertiti original y desaparecer por una puerta trasera.
No estoy dispuesto a perder maá s tiempo buscando su proá ximo taller. Vamos a
rodear el edificio".
David ya habíáa llegado al final de la fachada de ladrillo. "No veo ventanas ni
puertas al costado", dijo al regresar. "Si esto se usaba como almaceá n, debe
haber una gran entrada donde las cajas fueron descargadas."
Se dirigieron a la parte trasera del edificio y ubicaron un conjunto de
puertas dobles que dan a un callejoá n. Un olor rancio proveníáa de la comida
descartada y del pescado podrido. Las puertas eran fraá giles y cedieron cuando
Ramseá s las empujoá para abrirlas. Se deslizaron dentro y se metieron en un
rincoá n oscuro.
"¿Ves a alguien maá s aparte de Harun y sus aprendices?" Preguntoá Ramseá s
en voz baja.
"No veo a un guardia armado, si eso es lo que estaá preguntando. No excluye
la posibilidad de que uno esteá sentado en las sombras."
"Es cierto", reconocioá Ramses con tristeza, "pero soá lo hay una manera de
averiguarlo. Harun estaá revoloteando alrededor de lo que debe ser el Nefertiti
original. Sus aprendices estaá n trabajando en bloques de piedra caliza en bruto.
Ha completado una haá bil copia, digna de su reputacioá n como maestro
falsificador. Yo dareá la vuelta por aquíá y tuá por el otro lado. Si ninguno de
nosotros se encuentra con un guardia, podemos apresurar la mesa y agarrar
los dos bustos. Podemos determinar cuaá l vino del estudio de Thutmose
cuando estemos en una circunstancia maá s coá moda".
Los dientes de David brillaban en la oscuridad. "¿Y en cuanto a Harun? EÉ l ha
desafiado al Padre de las Maldiciones y nos ha molestado. ¿Va a ser
castigado?"
"Es un hombre viejo. No puedo causarle dolor fíásico, pero hareá lo que sea
necesario para lograr nuestra meta. Si intenta frustrarnos, lo haraá por su
cuenta y riesgo. Tuá ve a la izquierda y yo ireá a la derecha. Cuando te lo indique,
los dos irrumpiremos en medio de la habitacioá n, bramando como salvajes".
David asintioá y desaparecioá silenciosamente en la oscuridad. Ramseá s fue en
la direccioá n opuesta, sus oíádos atentos a cualquier sonido que no fueran los
murmullos de los aprendices y los incesantes chasquidos de sus cinceles.
Harun ofrecíáa duras críáticas a su trabajo, reprendieá ndolos por su lentitud y
falta de atencioá n a los detalles. Su voz de junco resonaba en la inmensidad del
interior, como si fuese una caverna.
Ramseá s se detuvo en lo que eá l sentíáa que era el punto de vista oá ptimo. Podíáa
ver a David al otro lado de la habitacioá n, agachado junto a una caja rota.
Respiroá hondo varias veces mientras la adrenalina corríáa por sus venas. Harun
no podríáa ofrecer una resistencia significativa. Los tres aprendices no teníáan
maá s de veinte anñ os, y no teníáan motivacioá n para arriesgarse a la violencia
fíásica para proteger a Nefertiti y a su hermana gemela.
Sus manos apretadas, Ramseá s lanzoá un grito espeluznante mientras corríáa
hacia Harun. "¡Has insultado al Padre de las Maldiciones, perro miserable y
lloroá n! Yo, Hermano de los Demonios, he venido a buscar venganza en su
nombre!"
"El hermano de los demonios no puede ser negado", gritoá David mientras
emergíáa, su rostro contorsionado en una mueca de ferocidad.
La mandíábula de Harun se cayoá . Despueá s de un segundo de vacilacioá n, se
hundioá bajo la mesa. "No quise insultar, no quise insultar a nadie", gritoá .
"¡Lleá vatela!"
Los aprendices corrieron hacia la puerta principal, balbuceando
estridentemente mientras se apartaban unos de otros. La barra de la puerta
fue tirada al suelo. Continuaron peleando mientras abríáan la puerta y corríáan
hacia la calle.
"Esto es demasiado faá cil", dijo Ramses mientras recogíáa uno de los bustos.
"Estoy de acuerdo". David agarroá el segundo. "¿Seguimos nuestro camino?"

* * *
I estaba exhausto a la manñ ana siguiente, mi suenñ o continuamente
interrumpido por pesadillas que presentaban a un jinete anoá nimo que me
perseguíáa con la furia de una Valquiria. Emerson, que habíáa sido despertado
repetidamente por mis arrebatos, drenoá tres tazas de cafeá sin hablar. Faá tima
salioá de la cocina de puntillas con los platos del desayuno y los puso delante de
nosotros en silencio.
Nefret entroá en el comedor, me dio un abrazo y se sentoá a la mesa. "Queá
noche tan horrible", dijo. "No se me ocurre nada agradable que decir sobre la
Srta. Smith y el Sr. Dullard, que son odiosos. El episodio con Absaloô n debe
haber sido aterrador". Ella sonrioá deá bilmente. "Y luego, tíáa Amelia, estuviste
perseguida por pesadillas toda la noche. Podíáa escuchar tus palabras a traveá s
de la pared, y los esfuerzos del Profesor para consolarte. Siento mucho haber
traíádo a los Godwins a nuestro entorno. Si no me hubiera enfadado tanto con
Ramseá s -si le hubiera pedido una explicacioá n- si no me hubiera comportado
tan impulsivamente..." Se limpioá los ojos con una servilleta. "Espero que
Geoffrey esteá sufriendo en el inframundo, rechazado por Osiris y obligado a
vagar entre los monstruos grotescos y las bestias sobrenaturales".
"Con cuatro de sus hermanos", murmuroá Emerson. Miroá su plato con una
expresioá n de desconcierto. "¿Coá mo aparecioá esto?"
"Come mientras esteá caliente", le dije. "Nefret, mi querida ninñ a, debes dejar
de culparte a ti misma. Nadie podíáa haber anticipado el lado oscuro de
Geoffrey. ¿Ha hablado con Herr Morgenstern esta manñ ana?"
"Continuá a recuperaá ndose. Le pregunteá si queríáa desayunar con nosotros,
pero se negoá y se volvioá a dormir". Ella untoá mantequilla y mermelada sobre
un pan de pita y comenzoá a mordisquear. "Le animareá a que nos acompanñ e a
tomar el teá ."
"Una idea excelente", murmureá mientras tomaba cafeá y consideraba mi
proá ximo plan. "Nefret, te necesitareá esta manñ ana en la excavacioá n. Le dije a la
chica alemana, Liezel, que la ayudaríáa a hacer los arreglos para que el cuerpo
de von Raubritter fuera devuelto a su ciudad natal. Una vez que la haya
interrogado, seraá mejor que la acompanñ e a Minya para tratar con las
autoridades".
Emerson se golpeoá la taza de cafeá . "Necesito a Nefret en el lugar para ayudar
con la fotografíáa. No puedo tenerla haciendo pequenñ os recados que podríáan
durar el resto del díáa".
"¿Deberíáa ir?" Le pregunteá dulcemente. "¿Significa eso que tuá tambieá n nos
acompanñ araá s?"
"¡No seas ridíáculo!", balbuceoá . "Morgenstern sigue incapacitado. Hasta que
recupere la cordura, lo que puede llevar semanas o meses, yo estoy a cargo.
Prometiste permanecer a mi lado hasta que el quinto, y espero que el uá ltimo
asesino, se haya vuelto inofensivo".
"Instruireá a uno de los comisarios de cabina para que detenga a Herr
Morgenstern", dijo sin entusiasmo Nefret, "e ireá con Liezel para que se
encargue del papeleo preliminar. Selim y yo podemos discutir la mejor
ubicacioá n de las caá maras y pantallas reflectoras cuando lleguemos al lugar."
La frente de Emerson estaba arrugada, pero simplemente retumbaba en voz
baja. Me retireá a nuestra cabanñ a, me puse mi ropa praá ctica y fui a la cocina
para hablar con Faá tima sobre la alimentacioá n de nuestro hueá sped no deseado.
Emerson y Nefret ya habíáan desembarcado y me estaban esperando al final del
muelle. Daoud me siguioá de cerca mientras me uníáa a ellos. Sospecheá que, si se
me daba la oportunidad, estaríáa respirando sobre mi cuello el resto del díáa. No
lo haríáa.
Selim estaba supervisando a los obreros cuando llegamos al sitio del estudio
de Thutmose. El Sr. Buddle habíáa encontrado un lugar protegido en el que
observar y tomar notas. Estaba ansioso por hablar con eá l sobre los
espeluznantes acontecimientos de la noche anterior (y sobre la tarjeta que
habíáamos encontrado en el bolsillo de Absaloá n), pero llegueá a la conclusioá n de
que podíáa esperar. Me di la vuelta abruptamente, casi pisaá ndole los pies a
Daoud. "Necesito que vayas al campamento de los obreros y traigas a la chica
alemana, su equipaje y todas las posesiones de von Raubritter. Deje la tienda
de campanñ a y el equipo de campamento para los trabajadores. Sea corteá s, por
favor, pero si se resiste, sea amable. Emerson estaá cerca, asíá que no tienes que
preocuparte por mi seguridad".
Pude ver el disgusto en su expresioá n cuando se dirigioá hacia el camino que
conducíáa a la recogida de tiendas de campanñ a y cabanñ as temporales. Nefret y
Selim estaban en un desacuerdo animado sobre las pantallas reflectantes.
Emerson se agachoá en la arena, examinando un fragmento de ceraá mica,
mientras Abdul revoloteaba cerca. Si Ramseá s y David hubieran estado
presentes, yo habríáa considerado que esto era el parangoá n de la armoníáa
arqueoloá gica.
Dieciseá is

Del manuscrito H

"¿No somos listos?", dijo David mientras eá l, Ramseá s y Tahir bebíáan teá en la sala
de estar de Tahir. "Ahora tenemos cinco bustos de esa maldita reina, con cuatro
falsificaciones y el original, a menos que sea una falsificacioá n perfecta."
"Es el original. La otra es una falsificacioá n ejemplar con soá lo dos defectos
casi indistinguibles. El trabajo de Harun merece su reputacioá n". Ramseá s hizo
una mueca de dolor. "Calculo que su peso colectivo es de maá s de doscientas
libras. El maletero del vapor de la Srta. Annabelle Hadley puede resultar
inadecuado para una carga tan pesada".
"¿Hablas de la Reina Nefertititi?" Tahir jadeoá . "He oíádo rumores..."
"Todo el mundo ha oíádo rumores", respondioá con frialdad Ramses. "Escucheá
un rumor de que Howard Carter ha jurado encontrar la tumba de Tutankamoá n
en una deá cada. Es maá s probable que encuentre gatos momificados". Se volvioá
hacia David. "He envuelto cada busto con toallas, perioá dicos y nuestra ropa.
Puede llevarnos horas transportar el bauá l desde aquíá hasta la estacioá n de
tren".
"Lo que le da a ese bastardo de Helmut Gunter todo el díáa para
encontrarnos. Tambieá n tendraá a sus matones en la estacioá n de tren. Seraá un
poco difíácil defenderse de ellos mientras luchan con el bauá l. Latif no seraá un
guardaespaldas adecuado".
"¡Ireá contigo!" Tahir se puso en pie de un salto.
"Gracias." Ramseá s se tiroá de la barbilla mientras contemplaba el dilema. Sus
enemigos estaríáan armados con agujas hipodeá rmicas y muá sculos. Basado en el
recuerdo de David de su ataque frente al Hotel Shepheard y el nuá mero de
guardias armados que rodeaban la embajada cuando fue rescatado, podríáa
haber hasta una docena de ellos. "Voy a reclutar un gran nuá mero de hombres
para que nos acompanñ en. David, debes quedarte aquíá por si Gunter descubre
doá nde estamos. Defiende la puerta con un reposapieá s. Estareá de vuelta a
tiempo para que tomemos el tren nocturno."
"¿Coá mo pretendes encontrar a estos reclutas?" preguntoá David, mirando al
banquillo con duda.
"Pensareá en algo", contestoá Ramses mientras salíáa del apartamento y
caminaba por la acera iluminada por el sol hacia un cafeá frecuentado por los
lugarenñ os. Seleccionoá una mesa al aire libre, pidioá cafeá y observoá
pensativamente a los peatones. Cuando Latif aparecioá , no inesperadamente,
Ramseá s le hizo un gesto para que se sentara. "Hiciste un excelente trabajo
entregando los paquetes como se te ordenoá ", dijo con una sonrisa. "Pide lo que
quieras".
"Gracias, Hermano de los Demonios. ¿Queá maá s puedo hacer por ti? ¿Hay
maá s paquetes en El Cairo? Puedo ir a todas las tiendas que venden estatuas
falsas a los turistas. Hay tantas tiendas que me llevaraá todo el díáa, pero con
gusto lo hareá por ti". Se detuvo y miroá el menuá escrito en una pizarra. "Tan
pronto como termine de comer, de todos modos."
"Tengo otra misioá n para ti, pero soá lo despueá s de que hayas disfrutado tu
comida. Quiero que corra la voz entre los hombres sanos de la zona de que yo,
Hermano de los Demonios, pagareá cinco libras de ingleá s al hombre que mejor
me ayude a transportar un bauá l a la estacioá n de tren esta noche. Todos los
demaá s que nos protejan recibiraá n un hermoso blasfemo".
"¡Cinco libras! Eso es una fortuna. Lo hareá por una vez."
Ramseá s mantuvo una expresioá n sombríáa. "Es muy amable de tu parte, pero
todavíáa necesito al menos una docena de.... reclutas. Diles que me quedareá
aquíá una hora o maá s para iluminarlos con los detalles. Ahora decide lo que te
gustaríáa comer y yo lo pedireá por ti."

* * *

Liezel Hasenkamp parecíáa exhausta cuando salioá del camino que conducíáa al
campamento improvisado de los obreros. Llevaba una maleta desgastada.
Daoud la siguioá , cargada con el equipaje y la parafernalia de von Raubritter. Le
hice una senñ a, y cuando se unioá a míá, dijo: "Espero que Daoud no haya
interrumpido su descanso, pero es imperativo que empiece el calvario del
papeleo en la comisaríáa de Minya esta manñ ana". No parece prudente anñ adir
que la descomposicioá n es un factor importante. "Las autoridades de este paíás
no se parecen a sus contrapuntos alemanes; se mueven pesadamente y exigen
que todo se haga por triplicado. Le he pedido a mi hija Nefret que te
acompanñ e."
"Danke", dijo ella con desaá nimo. "Anoche no pude dormir. Lo que le pasoá a
mi querido Eric fue tan vil, tan inuá til. EÉ l nunca habríáa hecho nada para danñ ar a
otra persona. ¿Por queá alguien le haríáa algo asíá?"
"Estamos haciendo todo lo posible para llevar al villano ante la justicia", le
dije. "¿Por queá no nos sentamos a la sombra para poder hablar de ello?"
Liezel se secoá los ojos con un panñ uelo empapado. "Me temo que puedo ser
un poco iluminado. Eric me pidioá que viniera aquíá, asíá que lo hice tan pronto
como pude. Imagineá un romance bajo el cielo estrellado". Laá grimas inundaron
sus ojos. "No imagineá esta tragedia, Sra. Emerson."
La tomeá del brazo y la dirigíá hacia una sombra oblonga de la pared de un
edificio semicolapsado. "¿Quieres un poco de agua?" Le pregunteá mientras le
ofrecíáa mi cantimplora. Despueá s de que ella hizo lo que le sugeríá, reemplaceá la
tapa. "La deshidratacioá n es peligrosa, incluso cuando la temperatura es
moderada. Estoy seguro de que usted es consciente de ello, ya que es un
cientíáfico. ¿Exactamente en queá campo estaá s? Las especialidades cientíáficas
van desde la agronomíáa hasta la zoologíáa".
"Soy un investigador quíámico, al igual que Eric. Nos conocimos en un
laboratorio de Darmstadt y nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.
Hablamos de matrimonio, pero mis padres estaban preocupados por mi edad,
veinte anñ os en ese momento. Vine a este lugar desolado para decirle a Eric que
estaba listo para aceptar su propuesta". Inclinoá la cabeza y empezoá a sollozar.
Estaba muy emocionada, penseá irritada. Hubiera preferido al menos un
elemento de estoicismo germaá nico en lugar de esta propensioá n al llanto.
Espereá a que se calmara y le ofrecíá mi pequenñ o frasco. "¿Quieres un pequenñ o
sorbo de whisky, Liezel? Podríáa ayudarte a mantener la compostura".
"Nein, gracias. Debo mantener la cabeza despejada en la comisaríáa. Como
Eric y yo no estaá bamos casados, no seá si tengo el derecho legal de transportar
su cuerpo a El Cairo y luego a Alemania".
"Seguramente la embajada alemana seraá de ayuda."
"Eso es cierto. He conocido al embajador, que parece ser un hombre afable.
Le telegrafiareá si no puedo persuadir a la policíáa local para que coopere.
Tendraá contactos con las autoridades egipcias".
Me alivioá el hecho de que su autocontrol innato se habíáa afirmado, al menos
temporalmente. Sonaba como si pudiera entrar en batalla con el embajador y
los buroá cratas del gobierno. "¿Cuaá ndo conociste al embajador?"
Liezel fruncioá los labios mientras pensaba. "Hace varios meses. EÉ l y un
seá quito de funcionarios alemanes, entre los que se encontraban embajadores,
oficiales militares de alto rango, ayudantes y agregados, recorrieron el
laboratorio e hicieron preguntas sobre los proyectos de investigacioá n en
varios departamentos. El nuestro fue de intereá s nominal, ya que se encuentra
en una etapa muy preliminar. Estaban maá s enamorados de los que teníáan
aplicaciones militares potenciales. Me preocupa que parte de ella se utilice en
un futuro proá ximo. Hay un gran descontento en Alemania y en otros paíáses
europeos".
"Síá", dije con una mueca. "Es desafortunado que los paíáses esteá n gobernados
por hombres, que son poleá micos por naturaleza. Desde su nacimiento se
enorgullecen de acariciar sus egos demostrando superioridad en todos los
asuntos, incluso en los maá s triviales. Si las mujeres estuvieran a cargo, se
sentaríáan y negociaríáan en lugar de declarar guerras sin sentido que resultan
en mutilacioá n y muerte. Lo hacíáan con teá y bollos".
"Pero ellos no estaá n a cargo y lo maá s probable es que nunca lo esteá n." Se
levantoá y se quitoá la arena de la falda. "He disfrutado de nuestra conversacioá n,
Sra. Emerson, pero ahora debo cuadrar mis hombros y enfrentarme a la dura
prueba que me espera."
"Ven y te presentareá a Nefret. A pesar de su delicado semblante, no soá lo
domina el aá rabe, sino que tambieá n es formidable a la hora de tratar con la
burocracia. No recuerdo que me hayas dicho tu aá rea especíáfica de
investigacioá n, Liezel".
"Eric y yo estaá bamos experimentando con compuestos a base de
metilendioxi para determinar si podríáan ser de utilidad en el control del
sangrado anormal. El comportamiento de las ratas de laboratorio ha sido
erraá tico e impredecible, por lo que no hemos podido probarlo en seres
humanos. Hasta ahora no hemos encontrado una aplicacioá n segura y
funcional".
No pude comentar, ya que no teníáa ni idea de lo que estaba hablando. Tales
ocurrencias raramente ocurren, pero mi dominio de los quíámicos enrevesados
era insignificante. "Aquíá estaá Nefret. Le he hablado de su situacioá n y con
mucho gusto le ayudaraá . Ella es doctora en medicina. Tal vez usted y ella
puedan discutir su investigacioá n en alguá n momento del díáa".
Los presenteá y les dije: "Nefret, por favor, lleva a Liezel a la dahabeeyah para
que Faá tima pueda prepararle un buen desayuno. Despueá s, el administrador de
la cabanñ a te llevaraá a traveá s del Nilo hasta Minya. Daoud seguiraá en breve con
el equipaje de von Raubritter." Una vez que las chicas se quedaron sin oíádo, me
uníá a Daoud. "¿Son todas sus posesiones?" Me sentíá como si fuera un cuervo
salivador que habíáa caíádo sobre un suculento cadaá ver. Lucheá para no abrir la
maleta.
"Dejeá la tienda de campanñ a y el equipo de campamento para las esposas de
los trabajadores", dijo con rigidez. "Podíáa oíárlos pelearse mientras nos íábamos.
Todo lo demaá s que te he traíádo, Sitt Hakim."
Las prendas de vestir se habíáan metido en la maleta sin tener en cuenta la
organizacioá n. Los cuadernos que habíáa visto en la tienda estaban en el fondo
del desastre. Hice una nota mental para que nunca permitiera a Daoud hacer
las maletas por míá en el futuro, por si fuera necesario un eá xodo apresurado.
Saqueá los cuadernos y me senteá en una piedra para examinar su contenido.
Algunos de ellos estaban llenos de foá rmulas quíámicas garabateadas que eran
incomprensibles. Otros teníáan bocetos y diagramas de aficionados del lugar de
la excavacioá n y sus estructuras circundantes, con anotaciones sobre los
descubrimientos de fragmentos insignificantes de ceraá mica. Von Raubritter
habíáa sido diligente, aunque ineficaz. El uá ltimo cuaderno conteníáa un diario.
Me retireá a la sombra para estudiarlo.
Estaba escrito en alemaá n. Mi aptitud fundamental en idiomas extranjeros
incluye franceá s, espanñ ol, italiano, griego, aá rabe, hebreo, arameo y, por
supuesto, jeroglíáficos egipcios. Aunque soy capaz de leer (de forma vacilante)
obras egiptoloá gicas en alemaá n, nunca he ido al alemaá n con entusiasmo porque
me parece que es desagradablemente gutural. Si tuviera que dedicar horas a la
traduccioá n de la revista, podríáa hacer un progreso limitado con ella. Sin
embargo, mi brillante esposo era semifluente en todos los idiomas
imaginables. Cerreá el diario y averiguü eá su ubicacioá n en medio del estudio de
Thutmose. Sin darse la vuelta, sintioá mi avance.
"Peabody", dijo con entusiasmo, "nos hemos encontrado con el
descubrimiento maá s notable: ¡una caá mara sellada bajo el suelo! Puede
contener esculturas como estatuas de Akenatoá n y sus seis hijas, o un retrato
de Kiya, madre de Tutankamoá n".
"¿Por queá Tutmose no habríáa puesto el busto de Nefertiti en este serdab?"
Emerson se encogioá de hombros. "Es desafiante entender los motivos de un
artista de la Dinastíáa Dieciocho. Tal vez sintioá una amenaza inminente y no
tuvo tiempo de guardar el busto en el serdab, o teníáa la intencioá n de llevaá rselo
con eá l cuando huyoá ".
"Explicaciones razonables", dije, asintiendo con la cabeza,"dignas del maá s
grande egiptoá logo del siglo". Me di cuenta de que estaba extaá tico ante la
perspectiva de abrir el serdab; sus ojos zafirinos brillaban con la intensidad de
los faros. Traducir el diario de von Raubritter seríáa notablemente menos
intrigante que un posible trozo de esculturas impecables. "¿Cuaá ndo puedes
abrirlo?"
"Manñ ana por la manñ ana, si todo va bien. Los trabajadores estaá n retirando la
arena sobre y alrededor de la tapa, que estaá compuesta de una losa de piedra
muy pesada. Debe reubicarse con precisioá n para que no se ponga en peligro el
contenido. Deá jame ensenñ aá rtelo, Peabody".
"Estoy ansioso por verlo, pero necesito un poco de ayuda primero." Le
entregueá el diario y le expliqueá mi incapacidad para comprender todo excepto
el vocabulario y la estructura baá sica. "Esto puede ayudarnos a determinar por
queá von Raubritter vino aquíá y por queá fue asesinado."
Su indecisioá n fue dolorosa de observar. La perspectiva de descubrir una
reserva de obras maestras de un escultor de renombre era afrodisíáaca.
Traducir un diario para buscar pistas sobre la identidad de un asesino era un
imperativo moral molesto. Casi podíáa ver una nube oscura formaá ndose sobre
su pelo negro y rizado. (Como siempre, habíáa perdido o descartado su casco
de meá dula.)
"Soá lo tomaraá unos minutos", dije tranquilamente. "Selim es muy capaz de
supervisar la excavacioá n. No podemos permitir que la muerte de von
Raubritter quede impune. Encontremos un lugar para sentarnos cerca,
Emerson. Eres la uá nica persona presente que es capaz de traducir lo que
puede resultar ser de grave importancia".
EÉ l resoploá , pero me quitoá el cuaderno, y nos retiramos a un lugar a una
distancia razonable de la perca perenne del Sr. Buddle. Se tiroá a la arena, abrioá
el cuaderno y hojeoá las paá ginas. Me obligueá a permanecer en silencio a pesar
de la urgencia de exigirle que comenzara a leer.
"Tedioso y aburrido", murmuroá Emerson, "pero te lo leereá en su totalidad.
Trata de mantenerte despierto, Peabody. La prosa del joven, por ser delicada,
estaá estrenñ ida". Comenzoá en la primera paá gina, y con pocas palabrotas cuando
se topoá con palabras desconocidas, leyoá el contenido del diario en un tono
monoá tono.
Para mi consternacioá n, no habíáa ninguna referencia a las interacciones
pasadas con Morgenstern. Una vez en El Cairo, von Raubritter habíáa ido al
Departamento de Antiguü edades y se habíáa presentado como arqueoá logo
aficionado. Maspero habíáa sugerido Amarna e hizo una referencia furtiva al
comportamiento exceá ntrico de Morgenstern. Von Raubritter estaba
entusiasmado (aunque no pudo explicar por queá ). Despueá s de llegar a
Amarna, se enteroá de la ausencia de Morgenstern. Los trabajadores estaban de
mal humor porque temíáan que no se les pagara a tiempo. Abdul, el reis, era
igualmente hosco, ya que habíáa recibido instrucciones limitadas sobre coá mo
proceder con las excavaciones. Von Raubritter se habíáa encargado de
coaccionarlos para que volvieran a sus puestos de trabajo (a pesar de su falta
de educacioá n y experiencia en el campo, sobre la cual se dedicoá a elaborar a
fondo), hasta que Morgenstern regresoá para retomar su puesto. Von
Raubritter habíáa escrito una carta a Liezel, rogaá ndole que viniera y le ayudara
a confirmar sus dudas de que su investigacioá n conjunta habíáa sido utilizada
para fines nefastos. No mencionoá coá mo o por queá se habíáa utilizado la droga,
ni tampoco insinuoá intimidad bajo el cielo estrellado.
El resto del diario trataba de las quejas sobre la comida, los insectos, los
obreros hostiles, la imposibilidad de un banñ o decente y la falta de companñ íáa
civilizada. Cuando Dullard aparecioá despueá s de una semana, von Raubritter
intentoá interrogarlo sobre su relacioá n con Morgenstern, pero no recibioá nada
maá s que una declaracioá n de camaraderíáa basada en la compatibilidad lingual y
el intereá s del misionero por la arqueologíáa. Von Raubritter queríáa interrogarlo
de nuevo.
No acepto la derrota con gracia. "¿Asíá que no hay comentarios sobre el Sr.
Buddle?" Le pregunteá a Emerson, con los dedos cruzados, que habíáa leíádo
paá rrafos que eá l consideraba irrelevantes.
"Nada", dijo, mirando el lugar como si fuera una reencarnacioá n de Nefertiti
sentado en un trono. "Mi esposo, debo regresar al estudio de Thutmose antes
de que un idiota obrero desaloje una esquina de la piedra en el serdab.
Entiendes lo importante que puede ser esto, ¿verdad? Me apena que
Morgenstern no esteá presente en la inauguracioá n."
Sabíáa que no estaba en absoluto angustiado, y en realidad estaba freneá tico
al ver lo que se encontraba en el serdab, despueá s de haberlo excavado a su
medida. Y no era contrario a reclamar parte de la gloria de descubrirlo.
Aunque Emerson profesa aborrecer la publicidad, es consciente de que la
notoriedad (del tipo virtuoso) lleva al prestigio y, por lo tanto, a los firmantes
maá s deseables. Debo admitir que me gustaron las alabanzas y los elogios que
se le dieron. "Debe hacerse cargo de la excavacioá n. Me sentareá a reflexionar
sobre lo que fue revelado o excluido del diario de von Raubritter".
"¿Tienes un sospechoso?" Su pregunta era sincera, pero ya estaba de pie y
me miraba fijamente.
"Debo hacer una lista de las apariciones y desapariciones de todos. Lo
discutiremos cuando paremos a almorzar en el dahabeeyah." Mireá su cara
frunciendo el cenñ o. "O teá ", lo modifiqueá raá pidamente. "Nefret ha llevado a la
prometida de von Raubritter a Minya para tratar con la burocracia. Una vez
que los arreglos hayan sido finalizados, Liezel tomaraá el tren a El Cairo. Dice
haber conocido al embajador, asíá que supongo que le ofreceraá un cuarto de
hueá spedes en la embajada. Nefret deberíáa estar de vuelta a tiempo para el teá ."
La frente de Emerson se arrugoá . "Entonces seremos tres para el teá . Si
involuntariamente o de otra manera invitas a alguien maá s, Peabody, me
quedareá en este sitio hasta el amanecer para proteger su integridad."
"Se refiere a la Srta. Smith y al Sr. Dullard. Reconozco que no eran los
invitados maá s simpaá ticos de la cena. La Srta. Smith es molesta, pero no veo
indicios de que esteá involucrada en este caos. Me siento muy diferente sobre el
Sr. Dullard. No puedo explicar por queá ."
"¿Una premonicioá n?"
"No te burles de míá, Emerson. Mis premoniciones suelen estar bien
fundadas y son precisas. Bueno, exacto hasta cierto punto. El comportamiento
humano es fortuito, no faá cilmente previsible. Necesito interrogarlo sin
levantar sospechas".
"Por supuesto, Peabody", dijo Emerson con una sonrisa de satisfaccioá n.
"Estaá saliendo de la cultivacioá n. Amaá rralo, aá talo a un aá rbol, haz que un burro
se siente sobre eá l hasta que chillen. ¡En cualquier caso, no lo invites a tomar el
teá !" En esa nota enfaá tica, se alejoá eneá rgicamente para reanudar la supervisioá n
de la excavacioá n de la caá mara subterraá nea. Soá lo podíáa rezar para que no
quedara devastado despueá s de que le quitaran la tapa.
"Sra. Emerson", comenzoá el Sr. Dullard con su voz chillona y aguda,"Debo
hablar con usted. Me temo que anoche me puse un poco ebrio y me comporteá
de una manera grosera. Le ruego su perdoá n, el suyo y el del profesor
Emerson".
"Nos salvaste de lo que podríáa haber sido un encuentro fatal con el jinete.
Por eso, debo ofrecer mi gratitud. ¿Ha tenido la oportunidad de hablar con la
Srta. Smith? Ella estaba, digamos, agitada por el evento."
El Sr. Dullard barajoá sus pies. "No me he acercado a su morada. A pesar de
que estaba impedido por el exceso de alcohol, recuerdo las duras palabras que
me dijo. ¿He saboteado nuestra incipiente relacioá n, Sra. Emerson? ¿Deberíáa
arrastrarme hasta ella de rodillas y defender mi caso? ¿Seríáa inuá til tal gesto?"
Agiteá la cabeza. "No tengo ni idea de si te perdonaraá o no. Ella y yo no somos
confidentes íántimos, y no hemos hablado esta manñ ana. Debe tomar sus
propias decisiones, Sr. Dullard-igual que cuando decidioá seguir a Morgenstern
a El Cairo. ¿Tienes idea de adoá nde iba?"
"¿Por queá crees que lo seguíá hasta El Cairo?"
"Racismo lineal. Cuando fuiste a la casa de excavacioá n con eá l, viste el busto
de Nefertiti. Tal vez le dijo su plan de hacer una falsificacioá n para poder
quedarse con el original para síá mismo. Estaba enamorado de ella, ¿no es asíá?
Despueá s de que encontroá transporte a traveá s del Nilo y se fue a la estacioá n de
tren, usted lo siguioá ".
Los ojos del Sr. Dullard se entrecerraron. "Necesitaba proteccioá n de los
ladrones. Cuando llegamos a la estacioá n de El Cairo, pidioá un taxi para llevarlo
a la Deutsche Orient-Gesellschaft. Encontreá un hotel barato para pasar la
noche, y a la manñ ana siguiente paseá unas horas comprando pequenñ os regalos
para mis amigos coptos antes de partir esa tarde. En cuanto al busto de
Nefertititi, me lo mostroá antes de colocarlo en una bolsa de alfombra. Asumíá
que lo estaba entregando a la embajada alemana".
"Nunca fue al D.O.G.", dije simplemente,"o a la embajada."
"Entonces no tengo ni idea de adoá nde fue. Soá lo estoy repitiendo lo que le oíá
decir al conductor."
"No apareciste en este sitio durante una semana. ¿Doá nde estaba usted, Sr.
Dullard? ¿Estaá seguro de que no se quedoá en El Cairo para vigilar a
Morgenstern?"
“No, I did not.” Droplets of perspiration appeared above his thick black
eyebrows. “I went to Deir el-Mowass para entregar mis regalos. Los coptos
estaban agradecidos y me agradecieron por mi generosidad. Es usted muy
curiosa, Sra. Emerson".
Sonreíá dulcemente. "Mi marido seríáa el primero en estar de acuerdo con
usted. Sus trabajadores se han encontrado con un serdab en el estudio de
Thutmose, y se estaá n preparando para abrirlo pronto. Te pareceraá muy
intrigante".
Su sonrisa era agria, pero dijo: "Estoy seguro de que lo hareá ". Buenos díáas,
Sra. Emerson". Su copiosa barba estaba erizada mientras caminaba hacia el
resplandor de la luz del sol.
Comenceá a hacer una lista del paradero de la gente, rociaá ndola con signos
de interrogacioá n y exclamaciones. El Sr. Buddle habíáa estado aquíá en Amarna
en el momento del brutal asesinato de von Raubritter, al igual que el Sr.
Dullard. Morgenstern se habíáa trasladado a la casa de excavacioá n. Abdul
estaba en el campamento y habíáa expresado su descontento por la conducta
presuntuosa de von Raubritter. No podíáa pasar por alto a mi tríáo de ne'er-do-
wells: Mahmud, Asmar y Mustafa. La Srta. Smith estaba twitteando en su
choza de barro. Escribíá el nombre de Sethos con vacilacioá n. No teníáa ni idea de
si todavíáa estaba en El Cairo, rastreando metoá dicamente la ubicacioá n del
actual taller de Harun, o si habíáa regresado a Amarna en busca de
Morgenstern.
Desgraciadamente, ninguno de ellos parecíáa tener un motivo determinable
para asesinar al joven quíámico alemaá n. En retrospectiva, cuando nos dijo a
Emerson y a míá que deseaba hablar con nosotros, deberíáa haber insistido en
que nos acompanñ ara inmediatamente al dahabeeyah. En su diario, se refirioá a
la carta que habíáa escrito a Liezel en la que sospechaba que su droga
experimental habíáa sido abusada. No habíáa insinuado coá mo habíáa llegado a
Amarna. Dibujeá una fila ordenada de signos de interrogacioá n mientras
pensaba. El robo del busto de Nefertititi por parte de Morgenstern habíáa
tenido lugar antes de la llegada de von Raubritter, y dudaba de que alguien se
hubiera molestado en iluminarlo. Mi cabeza estaba empezando a latir. El latido
se intensificoá cuando el Sr. Buddle se acercoá a míá.
"Sra. Emerson", dijo, sacudieá ndose el sombrero, "He oíádo lo que pasoá
anoche. De hecho, he oíádo varias versiones, pero todas me han parecido
espantosas. ¿Por queá este jinete intentaríáa hacerte danñ o en un ataque tan
brutal?"
"Fue uno de los asesinos que nos han asediado desde nuestra llegada a El
Cairo. Hemos tenido la suerte de disuadirlos hasta ahora". Respireá hondo,
decidido a no permitirle ver mis escalofríáos mientras las imaá genes enfermizas
invadíáan mi mente. "Lo que es maá s curioso, Sr. Buddle, es que el jinete teníáa
una tarjeta en el bolsillo con su nombre impreso en ella. Cuando le informeá
antes que otro asesino teníáa una carta similar, usted no reaccionoá . Me
sorprende que sigas vivo, ya que eres un blanco faá cil".
Sacoá un panñ uelo y se secoá la cara. "Te he hablado de mi deprimente vida.
Mis padres me ignoraron, mis hermanos nunca me incluyeron en sus
excursiones, y mis maestros no podíáan recordar mi nombre. No hay
posibilidad de que haya ofendido a nadie, ni siquiera inadvertidamente. Soy
demasiado aburrido para atraer la atencioá n de un asesino, y como ustedes han
opinado, soy tan vulnerable como una paloma en el parque. La uá nica
explicacioá n racional para mi nombre en las cartas es que estos sinverguü enzas
creen que podríáa llevarlos a un artefacto invaluable. Por supuesto, estaá n
profundamente equivocados".
"¿Coá mo podríáan saber tu nombre? Incluso si se enteraron de que estabas
aquíá como agente de Ridgemont, ¿por queá creeríáan que estabas manejando
tales artefactos? Me parece curioso que hayan intentado asesinarnos a mi hijo
y a míá, ignoraá ndote a ti".
"No puedo ofrecer hipoá tesis", dijo el Sr. Buddle disculpaá ndose. "Usted
parece saber mucho maá s que yo sobre estos hombres asesinos. Si me disculpa,
Sra. Emerson, debo averiguar queá es lo que intriga a su marido. En este
momento, estaá de rodillas con un cepillo."
"Antes de que se vaya, permíátame preguntarle sobre von Raubritter. Debe de
haberle perturbado que un aficionado se haya apoderado de la vigilancia del
primer oficial. Eso no podríáa ser lo mejor para su patroá n".
"¿Queá iba a hacer? Los obreros requeríáan supervisioá n, y yo ciertamente no
podíáa proporcionar ni siquiera comentarios mansos. Síá, inmediatamente me di
cuenta de que el muchacho alemaá n era incompetente, pero obligoá a continuar
la excavacioá n. Anticipeá el regreso de Morgenstern en cualquier momento."
Le fruncíá el cenñ o. "¿No tiene idea de por queá Morgenstern se fue en medio
de la noche?"
"Ese misionero dijo que Morgenstern se habíáa ido por orden de una mujer
en El Cairo. No me lo creíá, pero no pude refutarlo. Cuando regresoá , noteá su...
comportamiento extranñ o. Sin embargo, estoy aquíá como un observador
discreto y discreto. El Sr. Ridgemont estaraá encantado de saber que el profesor
Emerson tiene el control del sitio. Debo posicionarme para ver este nuevo
descubrimiento".
La uá nica manera de evitar que se alejara seríáa saltar sobre su espalda, lo
cual era impensable. Puedo ser franco en el habla, pero soy la personificacioá n
de la cortesíáa. En ocasiones, Emerson ha afirmado que soy directo e
imprudente; nunca ha sugerido que soy ajeno a las interacciones refinadas con
los demaá s. Es uno de sus rasgos maá s entranñ ables (a pesar de sus estridentes y
prolongadas conferencias tras ciertos acontecimientos menores).
Estaba ansioso por examinar el serdab. El Sr. Buddle y el Sr. Dullard estaban
tan cerca como se atrevíáan, recelosos de entrometerse en el dominio de
Emerson. Los sospechosos habituales y el fellahin rondaban tras ellos. Coá mo
se habíáa difundido tan raá pidamente la noticia era un enigma, aunque tíápico de
los trabajadores egipcios. Mi talla de zapatos era indudablemente bien
conocida, al igual que la adiccioá n de Emerson a su cafeá matutino. Los chismes
eran parte integral de su sociedad. Eso no quiere decir que los residentes del
Hotel Shepheard permitan que se produzca un minuá sculo error sin
comentarios y condenas duros y aceá rrimos.
Me abríá paso entre la multitud. Las manos de Emerson estaban sobre sus
caderas y eá l estaba regodeaá ndose mientras miraba hacia abajo el paá rpado
parcialmente expuesto. Algunos de los trabajadores habíáan sido asignados a
otras aá reas del estudio, pero miraban hacia atraá s subrepticiamente para
evaluar el progreso. Le apreteá el hombro a Emerson. "Queá emocionante es
esto", murmureá al considerar lo que podríáa estar expuesto a la luz del díáa
despueá s de treinta siglos enterrado bajo la arena.
"Puede que no encontremos nada maá s que escombros", contestoá con
firmeza. "Tutmose podríáa haberla usado como foso de basura, pero lo maá s
probable es que ya haya sido saqueada. Sin embargo, los ladrones difíácilmente
habríáan reemplazado la tapa con precisioá n. Morgenstern no fue el primer
egiptoá logo en examinar este sitio y nadie lo encontroá ". Sus ojos recuperaron su
brillo. "La arena se ha acumulado durante tres mil anñ os. Imagineá el estudio tal
como era entonces, e instruíá a los obreros para que excavaran profundamente.
El sonido de una pala confirmoá mi expectativa".
"Comparto tu expectativa, Emerson. Si no te opones, me gustaríáa volver a la
dahabeeyah para analizar mis notas. Nefret y yo esperamos oíár maá s sobre esto
cuando tomemos el teá esta tarde." Me puse de puntillas para besarle la mejilla,
y luego regreseá entre la multitud. Mientras caminaba hacia el cultivo, no me
sorprendioá ver a uno de nuestros leales obreros siguieá ndome. Hasta que el
quinto asesino fue expuesto y desarmado, sabíáa que Emerson se encargaríáa de
que me escoltaran. Insistíá en que el hombre me acompanñ ara y le pregunteá , en
aá rabe, por su familia, que residíáa en una pequenñ a aldea al norte de Luxor. Su
letaníáa de nacimientos, matrimonios y muertes nos mantuvo ocupados hasta
que llegamos a la pasarela. Le di las gracias y lo envieá de vuelta al lugar.
Faá tima salioá de la cocina cuando entreá en el saloá n. "¡Por favor, no se enfade
conmigo, Sra. Emerson! No sabíáa queá hacer! Mahmoud habíáa llevado a Nefret y
a la joven a Minya y no estaba aquíá para ayudarme. Lo siento mucho si he
hecho algo malo."
Le pilleá temblando la mano. "Para empezar, no seá lo que has hecho.
Senteá monos y discutamos mientras tomamos un vaso de teá . Necesito unos
minutos para refrescarme, y luego me reunireá contigo en la mesa".
Faá tima corrioá a la cocina. Me retireá a la caá mara marital para ordenar mi
cabello y limpiarme la cara con un panñ o huá medo. Esto uá ltimo no era faá cil, ya
que el lavabo estaba lleno de tantos peá talos de flores que apenas podíáa
penetrar en ellos para acceder al agua. Cuando Faá tima se enfada conmigo, no
deja maá s de dos o tres peá talos en la superficie del agua. Teníáa curiosidad por
saber queá habíáa hecho para evocar un ramo.
Fui al comedor y me senteá . Segundos despueá s salioá de la cocina con teá y un
plato de galletas. Sonreíá y dije: "Sieá ntate, Faá tima, y por favor dime queá te
preocupa."
"¡Ese hombre, ese hombre alemaá n! No sabíáa queá hacer", dijo, con la cara
desanimada. "Si soá lo hubiera estado aquíá, Sra. Emerson."
Mi mandíábula se cayoá en lo que debe haber sido un rostro poco atractivo.
Respireá hondo, exhaleá y dije: "¿Acaso eá l... er... hizo burdos avances de una
intencioá n amorosa? Oh, mi pobre Faá tima, ¡queá terrible! Hablareá con
Morgenstern muy duramente y le prohibireá que abandone su camarote. El
profesor Emerson se pondraá furioso cuando se entere de esto. No puedo
predecir con cuaá nta fuerza amonestaraá al canalla".
"No," dijo Faá tima, "He hablado mal. Poco despueá s de que las ninñ as se fueron,
entroá en la cocina y aplaudioá mi cocina. Estaba vestido con la ropa de Ramseá s.
Casi me ríáo porque no me quedaban bien y eá l se veíáa coá mico. Me informoá que
se iba, pero que estaba deseando volver a cenar aquíá". Tomoá una taza de teá .
"No pude detenerlo. Es grande y ruidoso. No me atrevíáa a hablar."
Uno de los improperios maá s coloridos de Emerson se me escapoá de la boca.
Mis lectores deben confiar en su imaginacioá n, ya que el decoro me impide
grabarla. Morgenstern, un alemaá n corpulento con rasgos fuertes, se habíáa
vuelto tan efíámero como un espectro en lo alto de una escalera de una casa
solariega abandonada. Sus frecuentes desapariciones eran exasperantes, por
no decir maá s, y me entretuve brevemente con una imagen de eá l encadenado a
un somier.
"¿Dijo adoá nde iba?" Le pregunteá a Faá tima.
"A su casa. Le ofrecíá una comida para que no se fuera, pero dijo que estaba
ansioso por reanudar su excavacioá n tan pronto como se pusiera su propia
ropa".
Le di una palmadita a Faá tima en la mano. "Hiciste todo lo que pudiste para
retrasarlo. Al menos no anduvo divagando sobre robar un camello y
aventurarse en el Desierto del Este por lo que sea que lo motivoá antes".
Me vinieron a la mente maá s improperios mientras caminaba por el cultivo y
la extensioá n de arena hacia la casa de excavacioá n. Parecíáa que Morgenstern
habíáa recobrado su sensibilidad, de la misma manera que lo habíáa hecho
despueá s de que lo hubieá ramos retenido en la habitacioá n del hotel en El Cairo.
Era bastante razonable despueá s de regresar a Amarna, pero en pocas horas
habíáa perdido la cordura una vez maá s. Aumenteá mi ritmo, ignorando la
humedad debajo de mi blusa. Su comportamiento erraá tico estaba ligado a la
casa de excavacioá n en una afiliacioá n oscura. Sabíáa que el pan mohoso y la
carne podrida conducíáan a dolencias corporales poco delicadas
(principalmente debido a los experimentos de Ramseá s en su juventud; sus
conclusiones no requieren elucidacioá n). Sin embargo, Morgenstern no habíáa
estado plagado de tales dolencias; con la excepcioá n de su desnutricioá n en El
Cairo y la insolacioá n provocada por su inexplicable incursioá n en el desierto,
parecíáa ser robusto. Como anfitriona, deberíáa haberle visitado en la cabanñ a de
los chicos, pero estaba demasiado enfadada como para indagar sobre su
recuperacioá n.
La puerta de la casa estaba entreabierta. Golpeeá perfunctorily y entreá en la
sala principal. "Herr Morgenstern", le dije,"He venido a asegurarme de que
estaá bien."
Afortunadamente, estaba vestido con un atuendo adecuado. Su barba y su
cabello estaban bien arreglados, y su cintura recuperada (de la deliciosa
comida de Faá tima). "¡Frau Emerson! Estoy encantado de verle. ¿Coá mo estaá s
esta manñ ana? ¿No es un Schoü ner Tag, un díáa precioso?"
"Síá, lo es. Es alentador descubrir que se ha recuperado de la insolacioá n. Tu
temperatura era peligrosamente alta cuando te encontreá en el campamento
beduino. ¿Por queá demonios decidiste ir allíá?" No me atrevíáa a mencionar su
lucha por la desnudez.
Se rascoá la cabeza. "No puedo recordar nada de eso, lamento decirlo. Era
imperativo en ese momento, y sucumbíá al impulso. Por lo que me han dicho,
me salvaste de morir en una tienda en el desierto. Siempre estareá a su servicio.
¿Puedo ofrecerle una taza de teá ?"
"Muy amable de tu parte". Me senteá y le transporteá . No teníáa intencioá n de
comer o beber nada de su cocina, pero queríáa quedarme para hacer maá s
preguntas.
"Ach, soá lo hay cenizas en la chimenea y no tengo medios para hervir agua.
¿Le apetece una taza de aguardiente?" Tomoá una botella y un trago. "Me gusta
mucho el aguardiente. Calienta el alma y estimula la mente".
"¿Lo hace?" Pregunteá suavemente. "Se ha sugerido que enreda la mente."
"Los ingleses tienen su teá ; los alemanes, su cerveza y su aguardiente. Tengo
recuerdos felices de asistir a las Oktoberfests en Munich con mis compatriotas.
Bebíáamos litros de cerveza y cantaá bamos sobre nuestra querida patria. Nos
dimos un festíán con pretzels, bratwursts, bierocks y strudel." Tomoá otro trago
de aguardiente mientras sus ojos lloraban. Se golpeoá el pecho y empezoá a
retumbar lo que yo suponíáa que era el himno nacional alemaá n, intercalado con
eructos.
Conseguíá mantener una expresioá n de admiracioá n hasta que finalmente se
detuvo. "Queá conmovedor, Herr Morgenstern. Eres muy leal a la tierra que te
vio nacer. Esto me hace preguntarme por queá no entregaste el busto de
Nefertiti al Servicio de Antiguü edades, sino que se lo llevaste a un falsificador
conocido para que hiciera una reá plica pasable. ¿Cuaá l queríáas conservar?"
Sus ojos comenzaron a parpadear. "Me preocupaba que las autoridades
egipcias tomaran posesioá n de eá l y lo almacenaran en el soá tano del Museo
Egipcio. La bella reina merece un lugar de honor en un museo alemaá n, donde
puede ser apreciada. Mi nombre estaríáa en una placa de bronce."
"¿Planeaba ofrecer la copia al Servicio de Antiguü edades y pasarla de
contrabando a Alemania?" Me costoá creerme una palabra.
"Ja, ese era mi plan. De alguna manera me confundíá y busqueá inuá tilmente en
el Khan el-Khalili la tienda del falsificador. No podíáa comer ni dormir. Estaba
fuera del Hotel Shepheard porque mi mente lo asociaba con la comodidad en
el pasado. No seá queá habríáa sido de míá si no me hubieras llevado adentro".
"¿Por queá no fuiste a la embajada alemana?"
Morgenstern se frotoá la sien con una mano mientras utilizaba la otra para
tomar otro trago de aguardiente. "Lo intenteá , Frau Emerson, pero estaba
despeinado y mi ropa estaba cubierta de suciedad. El guardia de la entrada se
negoá a dejarme pasar. He disfrutado de nuestra conversacioá n, pero ahora es el
momento de volver a la excavacioá n. No quiero que el Sr. Ridgemont concluya
que he estado malgastando sus fondos". Su voz se redujo a un susurro. "Como
saben, el Sr. Buddle afirma que estaá aquíá para proteger la inversioá n de su
mecenas, pero en realidad es un espíáa de la alianza austrohuá ngara. Ha sido
enviado por el mismo Francisco Fernando para frustrar la exploracioá n
arqueoloá gica hasta que su imperio tome el control de Egipto y de todo el norte
de AÉ frica".
Bloqueeá la puerta principal. "Herr Morgenstern, ¿doá nde se enteroá de la
identidad secreta del Sr. Buddle? No he visto ninguna indicacioá n de que sea
maá s de lo que dice ser".
Fruncioá el cenñ o. "El sinverguü enza tambieá n trabaja para los otomanos. Es un
infame agente doble y una amenaza para su marido, asíá como para míá. Cuando
lo encuentre, lo golpeareá hasta que salga sangre de su boca".
Estaba al borde de la paranoia, me di cuenta con alarma. Le agarreá de los
hombros y lo empujeá de nuevo a la habitacioá n, inseguro de poder dominarlo
indefinidamente. "Herr Morgenstern, debe controlar estos sentimientos
iloá gicos. Por favor, sieá ntese y permíátame reavivar el fuego para hacer teá .
¿Tienes una lata de galletas?"
"Faá tima me preparoá un desayuno abundante, asíá que no tengo deseos de
galletas. Debemos apresurarnos a llegar al lugar antes de que Buddle escape
con artefactos maá s preciosos. Estaá armado con una pistola. Debemos proteger
a su esposo, Frau Emerson".
"Bueno, síá, debemos hacer algo antes de que haya maá s derramamiento de
sangre", murmureá , abrumado por una sensacioá n de impotencia. Sentíá una
punñ alada de simpatíáa por Faá tima, que se habíáa encontrado en la misma
situacioá n. Morgenstern era maá s grande y maá s fuerte que yo. Estaba delirando
y paranoico, una combinacioá n que podríáa llevar a una confrontacioá n
desastrosa. El uá nico elemento que encontreá de cierta comodidad fue que no se
estaba desnudando mientras se ampollaba. "Escuá cheme, Herr Morgenstern.
Sabes que Emerson y yo somos tus amigos, y actuaremos por tu bien".
Se tambaleoá hacia adelante, puso sus manos sobre mis hombros y me dio un
beso prolongado en los labios. Ignorando mi indignacioá n, salioá por la puerta y
empezoá a correr en direccioá n al estudio de Thutmose. Podíáa oíárle reganñ ar
mientras luchaba por recuperar la compostura. Habríáa una escena de alguá n
tipo, penseá con un suspiro, aunque Buddle estaba maá s en peligro que
Emerson. No teníáa ninguna teoríáa de por queá Morgenstern habíáa llegado a sus
salvajes acusaciones. Me pregunteá si podíáa haber juzgado mal a Buddle y no
discernido que era un espíáa fanaá tico empleado por los imperios
austrohuá ngaro y otomano. No parecíáa probable. Mi siguiente pregunta era queá
hacer. En ese momento, Morgenstern se estaba acercando al lugar y se estaba
enfocando en Buddle, quien esperaba que estuviera ubicado cerca de
Emerson. Podríáa producirse una pelea cuerpo a cuerpo, pero mi amado esposo
refrenaríáa a Morgenstern antes de que llevara a cabo su intencioá n de golpear a
su ilusionario oponente.
Contento con mi escenario, dirigíá mi atencioá n a la casa de excavacioá n. Habíáa
latas polvorientas de galletas y carne en maceta en una esquina del mostrador.
No encontreá pan mohoso ni carne y verduras estropeadas, negando asíá mi
conjetura de que Morgenstern habíáa comido algo que afectaba a su mente. Mis
ojos se entrecerraron mientras miraba la botella de aguardiente. Olfateeá y no
percibíá una redolencia peculiar. La prudencia y un ligero pinchazo de naá useas
dictaron que no lo probara. Entreá en las habitaciones y en la habitacioá n que eá l
utilizaba como oficina. La decoracioá n consistíáa en desorden en todas partes;
libros, cuadernos, papeles perdidos y ropa desechada cubríáan los pisos. La
uá ltima habitacioá n, supuestamente para el almacenamiento de artefactos,
estaba asegurada con un candado. Prudence se fue. Di un paso atraá s y pateeá la
puerta con toda la fuerza que pude reunir. Para mi sorpresa, el cerrojo se
dobloá y la puerta se soltoá de sus bisagras. Una segunda patada lo liberoá
completamente. Lo uá nico que lamento es no tener puá blico, incluso mi hijo se
habríáa quedado impresionado.
Los estantes en bruto dominaban el pequenñ o espacio. En ellos habíáa
fragmentos, macetas, esculturas fragmentadas y los artefactos de los que von
Raubritter nos habíáa hablado durante nuestro primer encuentro. Todo estaba
bien etiquetado con una fecha y un lugar. Borchardt y Morgenstern habíáan
seguido los caá nones de los dictados arqueoloá gicos. Sin embargo, dudaba de
que Borchardt, antes de su partida debido a una crisis familiar, hubiera
almacenado una caja de aguardiente. Morgenstern estuvo bien preparado
durante toda la temporada. No podíáa recordar ninguá n rumor de que en el
pasado era incapaz de funcionar de manera profesional debido a su aficioá n por
el alcohol. (Se sabe que los egiptoá logos tambieá n chismean.)
Decidíá no intentar reposicionar la puerta del depoá sito. No habíáa artefactos
de gran valor. Los aá rabes se abstienen del alcohol, por lo que ninguno de los
obreros ni de los holgazanes se veríáa tentado a robar el caso del aguardiente.
Cerreá fastidiosamente la puerta principal, mireá en la direccioá n del lugar y
luego volvíá a caminar hacia el dahabeeyah. Emerson podíáa forzar la retirada de
una horda de baá rbaros simplemente levantando la voz, a menudo descrito
como un trueno en el cielo. Se ha dicho que podríáa separarse del Mar Rojo si
estuviera motivado. Cuando sugeríá esto, me trataron con una larga diatriba
sobre las inexactitudes histoá ricas y la mitologíáa sesgada de la Biblia.
Faá tima estaba de pie junto a la pasarela. "¿Estaá todo bien, Sra. Emerson?
¿Has razonado con ese alemaá n? No creo que el profesor le deá la bienvenida a la
paá gina."
"Hice lo mejor que pude", respondíá. "No pude frustrarlo, pero confíáo en que
la profesora Emerson lo haraá con facilidad." Continueá en el saloá n, sintieá ndome
inadecuado. "Me gustaríáa una comida ligera, lo que sea faá cil. Voy a la cubierta
superior a estudiar mis notas." Aunque auá n no era mediodíáa, me desvieá a
nuestra cabanñ a y me puse una bata suelta y zapatillas para relajarme con la
brisa. Por supuesto, me pondríáa un vestido de teá antes de que aparecieran
Nefret y Emerson, pero mi agudeza cognoscitiva maá s aguda surgioá cuando no
teníáa restricciones de mi vestimenta de trabajo habitual (y a menudo
necesaria).
Cuando Faá tima subioá los escalones con una bandeja, le di las gracias y le
dije: "¿Alguien visitoá al senñ or Morgenstern mientras se recuperaba aquíá?"
"Nefret dejoá claro que nadie debíáa entrar en la cabanñ a excepto Mahmoud,
que trajo bandejas de comida y las recogioá maá s tarde, y una de las chicas para
cambiar la ropa de cama. Esa inglesa con el maquillaje de una mujer de mala
reputacioá n vino esta manñ ana despueá s de que usted, Nefret, y el profesor
Emerson terminaran de desayunar y se fueran. Le dije que no podíáa visitar a
ese hombre. Ella lloroá , pero yo era severo."
La Srta. Ermintrude de Vere Smith (un nombre bastante tonto, en mi
opinioá n) no era rival para Faá tima, que podíáa mirar fijamente a un toro de lidia.
Se sabe que Emerson parpadea durante los enfrentamientos con ella. Le he
dicho muchas veces que el tacto era maá s efectivo, pero sin resultado. "¿La Srta.
Smith le dijo por queá queríáa ver a Herr Morgenstern?" Pregunteá .
"Soá lo que ella estaba preocupada por su salud. Le dije que se estaba
recuperando y que ella no podíáa subir a cubierta".
Despueá s de que Faá tima se fue, tomeá un saá ndwich de pepino y lo mordisqueeá
pensativamente. No se me ocurríáa ninguna razoá n por la que la Srta. Smith
mostrara preocupacioá n por el paciente. Hasta donde yo seá , habíáan
intercambiado algunas palabras. ¿Ha llegado a la conclusioá n de que el Sr.
Dullard ya no es un pretendiente viable y ha recurrido al Sr. Morgenstern para
que lo sustituya? La idea era tan confusa que abríá mi cuaderno y dibujeá una
flecha con un signo de interrogacioá n. Emerson, que aborrecíáa las trivialidades
romaá nticas, no se dignaríáa a debatir esta posibilidad. Nefret habíáa conocido a
los tres jugadores en el triaá ngulo amoroso, y podríáa disfrutar de la
oportunidad de especular conmigo.
Termineá de comer el saá ndwich, tomeá un sorbo de teá , me hundíá de nuevo en
las almohadas del divaá n y sucumbíá a una siesta.
Diecisiete

Del manuscrito H

Tahir miroá por la ventana que daba a la calle. "Hay docenas de hombres en la
acera, murmurando unos a otros y asustando a las mujeres que estaá n cargadas
con bolsas y ninñ os. ¿Son estos los reclutas de los que hablaste, Hermano de los
Demonios?"
Ramseá s asintioá , habiendo admitido que Tahir nunca se atreveríáa a usar una
forma maá s familiar de dirigirse a eá l. "Síá, pero llegan temprano. No queremos
llegar a la estacioá n de tren dos horas antes de nuestra salida. Ese seraá nuestro
momento maá s vulnerable, y no podemos confiar en que los granujas de Gunter
dupliquen el intento fatal de Cromwell de evitar ser aprehendidos. Tahir, por
favor, baja y recueá rdales a mis supuestos reclutas que especifiqueá a las cinco
en punto".
David esperoá hasta que Tahir salioá corriendo por la puerta. "Felicito su eá xito
en el arte de inspirar a vagos inuá tiles para que nos protejan. Superaraá n en
nuá mero a los enviados por Gunter para recuperar su busto de Nefertititi, que
supongo que eá l cree que es el original. ¿Deberíáamos darle una de las
falsificaciones como un gesto de arrepentimiento?"
"Nos disparoá un arma", le recordoá Ramseá s, "y te secuestroá . Lo uá nico que le
daríáa es una bolsa de estieá rcol de camello. Cuarenta libras de ella, bien
madura". Se acercoá a la ventana y miroá hacia abajo. "Tahir no ha tenido ninguá n
impacto en el creciente nuá mero de nuestros guardaespaldas, que ahora son
unos cuarenta. Habraá poco espacio en el andeá n de la estacioá n de tren para
viajeros inocentes. Me pregunto si Sethos estaraá entre ellos."
"¿Te lo preguntas?" David dijo sardoá nicamente. "Por supuesto que lo haraá ,
aunque no se puede predecir coá mo se disfrazaraá . Ya debe saber que poseemos
la escultura original. Estaraá en el mismo tren, vestido como un rabino, un
derviche de ojos salvajes, una matriarca robusta o un muá sico eslavo con un
estuche de violíán. En caso de que lo hayas olvidado, la tíáa Amelia se refiere a eá l
como el Maestro del Disfraz, entre otras cosas".
Ramseá s resoploá . "Reconocereá a Sethos a pesar de sus mejores esfuerzos.
Estaremos en el uá ltimo vagoá n antes del vagoá n de carga. No podraá pasar por
delante de nosotros para robar el bauá l, y brillaraá si sale del tren en nuestra
habitual parada no programada antes de Minya. Una vez que hayamos
depositado el tronco en el dahabeeyah, alertaremos a nuestro personal para
que lo busque. Si Sethos intenta subirse a bordo, mi padre agradeceraá la
oportunidad de expresar su animosidad".
"Que lo haraá . Espero poder observar desde una distancia segura. Puede que
se vea obligado a refrenar a la tíáa Amelia, que tiene una ternura inexplicable
por Sethos. ¿Vamos a echar un uá ltimo vistazo al contenido del maletero para
asegurarnos de que todos los bustos estaá n bien envueltos? Pueden estar
sujetos a empujones."
"Esa es una leve descripcioá n de lo que puede pasar", respondioá Ramseá s
mientras abríáa el maletero y veíáa el contenido. "La esposa de Tahir se
angustiaraá si nos apropiamos de sus cortinas, asíá que esto tendraá que ser
suficiente. Tomemos un uá ltimo vaso de teá antes de entrar en la refriega".
"Preferiríáa algo maá s fuerte, pero ya he revisado los armarios sin suerte.
Tahir es claramente un musulmaá n observador, peor suerte. Todo lo que
podemos hacer es fortificar el teá con azuá car".
Bebieron el teá en silencio, se aseguraron de que todas sus pertenencias
personales estuvieran en el maletero, y cada uno tomoá un asa lateral.
¿"Catorce piedras"? David gimioá . "Parece como si hubiera un hipopoá tamo
pigmeo escondido bajo los perioá dicos."
"Una vez que lo llevemos a la calle, podemos delegarlo a los reclutas maá s
musculosos. Eso nos daraá una mejor oportunidad para vigilar a los matones de
Gunter. Ahora deja de quejarte y trata de no dejar caer tu parte".
Con frecuentes paradas para bajar el tronco para recuperar el aliento,
llegaron a la acera. Los hombres se apinñ aron de ellos, gritando a la atencioá n
del Hermano de los Demonios. Muchos se ofrecieron a llevar el bauá l solos para
recibir las cinco libras que Ramseá s habíáa prometido. Otros exhibíáan cuchillos y
largos de cadena como armas de proteccioá n. Latif se abrioá paso entre ellos
para pararse junto al tronco, con los brazos cruzados como si fuera un
guardiaá n de piedra del Templo de Karnak.
"¡Silencio!" Gritoá Ramseá s, de pie sobre el bauá l. Senñ aloá a dos de los hombres
maá s grandes. "Llevaraá s el bauá l. El resto de ustedes los rodearaá por todos lados
y vigilaraá a cualquiera que parezca sospechoso. No deseo que se derrame
sangre a menos que sea necesario. Una vez que estemos en la estacioá n de tren
y el bauá l esteá cargado en el vagoá n de carga, repartireá baksheesh a todos y la
recompensa al hombre que considere maá s uá til".
Los hombres se calmaron y cerraron la boca, aunque sus expresiones eran
de resentimiento. Ramseá s se bajoá del bauá l e instruyoá a los portaaviones
designados para que ocuparan sus lugares. EÉ l, David y Latif dirigieron la
asamblea rebelde a traveá s de sucias callejuelas hasta la estacioá n de tren. La
plataforma estaba abarrotada, pero no de forma inusual. Ramseá s seleccionoá
una esquina lejana para su fortaleza temporal e hizo un gesto a sus seguidores.
En el camino, algunos de los fellahin se habíáan desvanecido, pero la mayoríáa,
motivados por la avaricia (y quizaá s por su miedo al Hermano de los
Demonios) formaron una barrera alrededor del tronco.
Ramseá s escudrinñ oá a sus companñ eros de viaje, que lo miraban fijamente.
Nadie parecíáa estar tramando un asalto. Admitioá que habíáa hablado
impetuosamente cuando afirmoá que podíáa reconocer a Sethos incluso con el
disfraz maá s astuto. La mayoríáa de los hombres, vestidos con thobes y
kaffiyehs, teníáan bigotes y barbas que ocultaban sus caras inferiores; las
mujeres estaban vestidas con modestas abayas, su cabello invisible bajo los
hijabs. Los turistas extranjeros se identificaban faá cilmente por su ropa
ordinaria y sus rostros quemados por el sol. El profesor Ambrose Doyle, una
de las personalidades maá s recientes de Sethos, no estuvo presente.
David se habíáa llevado a dos guardaespaldas cuando fue a comprar los
boletos. Entregoá una a Ramseá s y le dijo: "Si Gunter estaá cerca, se ha escondido
bien. Tuve un breve vistazo de uno de los matones que me abordoá fuera del
hotel, y no he visto a nadie maá s que me sea vagamente familiar. ¿Crees que
abordaremos el tren y nos iremos sin incidentes?"
"Inshallah", contestoá Ramses distraíádo, auá n escudrinñ ando las caras de los
que estaban en la plataforma. "Siento que no hayamos tenido la oportunidad
de enviar un telegrama informando a mis padres de nuestra llegada."
"Bueno, lo hice mientras estabas en tu excursioá n de reclutamiento. Tahir
prometioá poner barricadas en la puerta y armarse con el escabel. Nadie
intentoá entrar en el apartamento".
"Mientras te expones a los matones de Gunter! Maldita sea, David, te
habríáan torturado hasta que les dijiste doá nde encontrar el busto de Nefertiti.
Rescatarte la primera vez fue estimulante, pero dudo que siga sintieá ndome asíá
si se vuelve habitual. Me averguü enza que Sethos inventara el plan y me
delegara para ser su subordinado".
"Podríáas haber sido secuestrado con la misma facilidad", replicoá David
frunciendo el cenñ o. "A menos que creas que eres invencible, por supuesto. Ha
sido capturado en alguna ocasioá n, si mal no recuerdo."
"Pequenñ os percances", dijo Ramseá s. "Sigue vigilando a los suá bditos
alemanes, y no olvides que quedan dos asesinos de Godwin. Parece que hemos
adquirido un notable nuá mero de enemigos malvados. Cualquiera o todos ellos
podríáan estar cerca".
"Un pensamiento reconfortante. Me sentireá mucho maá s relajado cuando
estemos en el dahabeeyah, bebiendo whisky y soda en la cubierta superior
mientras Daoud golpea a los intrusos". Volteoá la cabeza. "Oigo el tren, aunque
estaá a cierta distancia. ¿Has averiguado coá mo piensas distribuir el baksheesh y
el gran premio?"
"No me atrevo a pagar a los reclutas hasta que el bauá l esteá en el vagoá n de
carga y estemos preparados para abordar el tren. Mi padre es tan intimidante
que ninguno de ellos desafiaríáa sus oá rdenes y se iríáa sin completar la misioá n.
Apenas puedo evitar que se peleen entre ellos". Se detuvo. "El tren llegaraá en
un minuto. Es mejor que nos movamos raá pidamente para disminuir la
posibilidad de un intento de ataque. Díágale a los hombres que llevaron el bauá l
que lo coloquen al final de la plataforma. Todos los demaá s necesitan seguir
rodeaá ndolos".
El tren llegoá a la estacioá n, los frenos chillando, los carros haciendo ruido.
Una cacofoníáa de chismes estalloá cuando los que estaban en el andeá n se
empujaron para posicionarse junto a las puertas del tren. Los conductores
abrieron las puertas y gritaron a la multitud para que retrocediera para que
salieran los pasajeros que llegaban. Nadie escuchoá .
Ramses respiroá hondo mientras el jefe de estacioá n abríáa la puerta del uá ltimo
coche. EÉ l y los demaá s se vieron obligados a esperar mientras se retiraban las
cajas, los paquetes de tablas, el equipaje y las cajas voluminosas y se apilaban
en la plataforma. Una vez terminado el trabajo, dio instrucciones a los
hombres que sosteníáan el bauá l para que lo pusieran en el auto. Estaban
luchando por levantarla cuando una docena de hombres, de piel clara y pelo
rubio, se asomaron a la puerta, armados con barras de hierro y cuchillos.
"¡Bastardos de Gunter!" gritoá David. "Deben haber entrado en el vagoá n de
carga de la estacioá n anterior. ¡Defieá ndete, pero no permitas que agarren el
bauá l!"
Ramseá s agarroá la pierna de uno de los matones y lo sacoá del coche. El
resonante golpe cuando el hombre golpeoá la plataforma fue de lo maá s
satisfactorio. Los guardaespaldas de Ramseá s se apresuraron a deshabilitar a
los demaá s de manera similar. Los punñ os, las barras de hierro y los cuchillos se
blandíáan al azar cuando los brazos y las piernas se agitaban. Expletivos en
alemaá n y aá rabe reverberaban por el andeá n, enviando a los posibles pasajeros
al santuario de la estacioá n. Los policíáas se precipitaron y comenzaron a
separar a los combatientes.
"¡Pon el bauá l en el vagoá n de carga!" Ramseá s rugioá mientras golpeaba a un
asaltante en la nariz. La sangre salpicoá a ambos. El hombre aulloá mientras
escapaba entre la multitud. Ramses saltoá a la cornisa del auto y ayudoá a
levantar el maletero para ponerlo a salvo. Los hombres de Gunter se
apresuraban a huir mientras la policíáa gritaba ineficazmente que todo el
mundo estaba bajo arresto.
Latif se unioá a Ramseá s. "¡Les hemos vencido, hermano de los demonios! Tu
bauá l estaá a salvo."
"Soá lo cuando David y yo estamos sentados en un compartimento y el tren ha
salido de la estacioá n", respondioá Ramseá s con una confianza que no sentíáa. No
habíáa visto a nadie que pudiese ser Sethos de incoá gnito, pero era inverosíámil
que el Maestro Criminal hubiese concedido la derrota. El busto de Nefertititi
tendríáa un valor tremendo en el mercado negro. Los coleccionistas privados
eran ricos, codiciosos y carentes de escruá pulos.
David estaba discutiendo con los oficiales de policíáa cuando miroá a Ramseá s.
"¡Cuidado!", gritoá . "¡Detraá s de ti!"
Asustado, Ramseá s se giroá cuando Latif saltoá sobre la espalda de un hombre
que sosteníáa una daga. El hombre se congeloá , daá ndole a Ramseá s la
oportunidad de patearlo en un lugar muy vulnerable. Latif gritoá mientras
aranñ aba la cara del hombre con la furia de un gato salvaje acorralado. El
asaltante se tambaleoá hacia delante y empezoá a caer hacia la plataforma.
Ramses agarroá a Latif en el uá ltimo segundo y se alejoá de la cornisa. "Tu
mano estaá sangrando", dijo mientras examinaba al ninñ o. Tomoá un panñ uelo de
su bolsillo y lo envolvioá alrededor de la herida.
"No es nada. Ese hombre iba a apunñ alarte. No podíáa permitir que eso pasara
despueá s de todo lo que hiciste por míá, Hermano de los Demonios. "Ojalaá
hubiera encontrado un arma para golpearlo en la cabeza".
"Eres un amigo leal y verdadero, y te has ganado las cinco libras de ingleá s.
Me preocupa que si los demaá s se enteran de esto, te roben antes de que salga
el tren, y tambieá n que los alemanes y sus matones te cuiden. Por lo tanto,
debes venir con nosotros hasta que yo determine queá es lo mejor para ti.
¿Estaá s de acuerdo?"
"Nunca he estado en un tren, pero intentareá ser valiente. ¿Queá me pasaraá si
voy contigo?"
Ramseá s le sonrioá . "En este caso, abundante comida y un lugar seguro para
dormir. Salta y uá nete a David, quien compraraá un boleto para ti. Una vez que
ustedes dos esteá n en el tren, les pagareá a mis reclutas". Arrastroá el bauá l a una
esquina, bajoá a la plataforma, aseguroá la puerta del vagoá n de carga y comenzoá
a pagar a los hombres. Ignoroá las demandas de reconocer al receptor de la
recompensa, diciendo soá lo que cumplioá su promesa. Algunos de los hombres
miraban con el cenñ o fruncido mientras subíáa apresuradamente las escaleras
del carruaje.
Ramseá s se unioá a David y Latif en el uá ltimo compartimiento. Dos
estudiantes estaban jugando al backgammon en un tablero de juego
balanceado sobre sus rodillas. Una anciana miroá fijamente hacia adelante, con
los brazos alrededor de una canasta en su regazo. Ramseá s los escudrinñ oá . Los
ninñ os teníáan una piel impecable y ojos marrones, y la mujer era tan diminuta
que sus zapatos colgaban por encima del suelo. Se sentoá frente a David, que
teníáa un agarre en la munñ eca de Latif.
"Quiere despedirse y contarles su triunfo", explicoá David con una sonrisa.
"No queremos que ninguno de los hombres suba a bordo en el uá ltimo
momento y venga a buscarlo, ni que busque venganza por incapacitar a su
colega. Debes estar alerta en todo momento, muchacho. "Inquieta estaá la
cabeza que lleva la corona". En tu caso, la corona vale una pequenñ a fortuna".
Vio que los tres pasajeros lo miraban fijamente. "Contrariamente a lo que
puedas pensar, el muchacho no es un descendiente directo del rey Enrique IV
de Inglaterra. Su fortuna espera la muerte de su gordito y antiesteá tico patroá n,
Lord Higginsnort, que ganoá millones de libras importando kumquats de la
India".
Ramseá s puso los ojos en blanco, pero permanecioá en silencio cuando el tren
comenzoá a alejarse de la estacioá n.

* * *

Nefret me despertoá con un beso en la frente. "Es hora del teá , querida. El
profesor estaá pisando el saloá n, freneá tico por volver al lugar y al serdab. Queá
descubrimiento tan estimulante! ¿Coá mo es posible que todos los egiptoá logos
anteriores no lo descubrieran?"
Me senteá y me froteá los ojos. "Emerson no tiene companñ eros en el campo. Se
sirvioá de su perspicacia, como siempre. Deberíáamos bajar antes de que saque
su frustracioá n con los muebles. Tiene el mal haá bito de arrojarse en sillas
inocentes y reprenderme por su fragilidad". Evitando un cambio de ropa a la
luz del estado de aá nimo de mi coá nyuge, me arregleá apresuradamente el pelo y
me laveá la cara antes de unirme a eá l.
Emerson no hizo ninguá n esfuerzo por moderar su frustracioá n. "No estoy de
humor para hacer girar mis pulgares mientras duermes en la cubierta
superior, Peabody. Nefret, ¿nos has librado de la fraü ulein? Ya hay demasiada
gente extraviada". Levantoá la voz. "¡Faá tima, estamos listos para el teá !"
Faá tima estaba sosteniendo una bandeja mientras se deteníáa en la entrada.
"No hay necesidad de gritarme. Seá que es hora del teá . Siempre he sabido
cuaá ndo es la hora del teá . Si crees que no soy de fiar, eres libre de prepararlo tuá
mismo."
Me abstuve de volver a la cubierta superior para disfrutar de la soledad.
"Esto se ve delicioso, Faá tima. Por favor, pon la bandeja al alcance del profesor
para que pueda comerse los pasteles y saá ndwiches y volver al lugar". Despueá s
de servir teá a Nefret y Emerson, me servíá y me senteá .
"¿Queá me perdíá?" dijo Nefret mientras tomaba un saá ndwich de la bandeja.
"¿Ha hecho alguá n progreso con el serdab, profesor?"
"No tanto como lo habríáa hecho si ese maldito Morgenstern no hubiera
aparecido", grunñ oá Emerson. "Los obreros todavíáa estaá n enojados con eá l, y
habríáan causado un alboroto si el misionero no lo hubiera sacado del lugar.
Ninguno de nosotros podíáa entender su galimatíáas. ¿Coá mo escapoá del
dahabeeyah?"
Estudieá un saá ndwich de huevo rebanado mientras consideraba la mejor
manera de explicarlo sin molestarle maá s. "Le dijo a Faá tima que se iba y se fue a
la casa de excavacioá n. Lo encontreá allíá. Estaba luá cido cuando llegueá , pero
empezoá a deteriorarse raá pidamente. No pude detenerlo. Asumíá que podíáas
hacer lo que fuera necesario, Emerson, asíá que busqueá en la casa de
excavacioá n y regreseá al dahabeeyah para pensar".
"Tal vez pueda ayudar a explicar su comportamiento", se ofrecioá Nefret.
"Mientras Liezel y yo estaá bamos sentados en un banco de la comisaríáa de
policíáa, esperando interminablemente que alguien de la embajada alemana le
enviara un telegrama autorizaá ndole a transportar el cuerpo a El Cairo, le
pregunteá sobre su investigacioá n. Ella y von Raubritter estaban
experimentando con un medicamento que tiene una foá rmula complicada pero
que se conoce comuá nmente como MDMA. Merck, una companñ íáa farmaceá utica
con sede en Darmstadt, ha solicitado una patente, a pesar de que el
medicamento no tiene aplicaciones meá dicas o terapeá uticas aceptables. Sin
embargo, puede producir graves efectos secundarios. Muchos de los animales
de laboratorio mostraron confusioá n, peá rdida de memoria y psicosis".
Emerson se rioá . "¿Estos animales de laboratorio se sometieron al
psicoanaá lisis? ¿Olvidaron sus nombres y direcciones?"
"Se estrellaron contra los barrotes de sus jaulas -respondioá con firmeza
Nefret- y fueron incapaces de navegar por un laberinto familiar que les llevaba
a la comida. Morgenstern ha mostrado muchos de los síántomas. Liezel no pudo
explicar coá mo pudo haber recibido dosis de MDMA. Seguramente no lo habríáa
tomado voluntariamente."
Dejeá mi taza de teá . "Liezel me dijo antes que el laboratorio fue visitado por
oficiales militares alemanes, embajadores y ayudantes diversos. Uno de ellos
podríáa haber robado algunos frascos de ella."
"¿Sospecha del embajador alemaá n en Egipto?" Emerson se burloá . Puede ser
bastante sarcaá stico cuando estaá en las garras de la impaciencia. Es una
reaccioá n que casi he dejado de intentar suavizar a lo largo de los anñ os.
"Pues bien, no -me vi obligado a responder-, y aunque eá l fuera el culpable,
¿coá mo pudo haberle dado tantas dosis a Morgenstern? La uá nica constante en
la vida de Morgenstern es el aguardiente. Cuando me lo encontreá por primera
vez esta manñ ana, era racional, pero seguíáa tragando de una botella en el
mostrador. Tiene una caja de cosas viles en el almaceá n."
"Alguien podríáa haber manipulado los biberones", dijo Nefret, dejando
abruptamente a un lado su taza de teá .
Emerson se tragoá un saá ndwich. "Lo has rescatado demasiadas veces,
Peabody. Si decide volver a vagar por el desierto, o escalar el acantilado para
divertirse en las tumbas, que lo haga. Lo importante es que se mantenga
alejado del sitio hasta que se abra el serdab y se extraigan y cataloguen los
contenidos. No confíáo en que se comporte de manera profesional".
"Podríáamos llevarlo de vuelta a la dahabeeyah hasta que ya no esteá bajo la
influencia de esa droga", le propuse.
Nefret nos dio una sonrisa con hoyuelos. "Eso haraá que las cosas se llenen
de gente, ya que Ramseá s y David van a tomar el tren nocturno. David envioá un
telegrama a la oficina de Minya pidiendo que el barco y Daoud se reuá nan con
ellos".
Los ojos de Emerson se iluminaron, pero ocultoá su respuesta emocional con
un golpe de suerte. "¿Tienen el busto de Nefertititi?"
Sentíá una poderosa efusioá n de alivio. Sabíáa que habíáan estado en peligro en
El Cairo, y en el pasado no habíáan demostrado que tomaran precauciones
sensatas, si es que las tomaban. "Lo que importa es que estaá n a salvo y en
camino hacia aquíá."
"El telegrama de David fue breve", dijo Nefret. "No he puesto los ojos en este
busto, y no me importa un bledo".
"Si lo hubieras visto, podríáas sentirte diferente", dije en voz baja.
Emerson recogioá el uá ltimo de los saá ndwiches y anuncioá que regresaba al
lugar. Estaba murmurando amenazas de golpear a Morgenstern al salir de la
habitacioá n.
"¿Hay alguna manera de probar el aguardiente?" Le pregunteá a Nefret.
Ella agitoá la cabeza. "Mi clíánica en Luxor no tiene el equipo para hacerlo, y
llevaríáa semanas, o incluso meses, enviar una muestra al hospital de Paríás y
recibir una respuesta. Podríáa beber una pequenñ a cantidad de aguardiente para
ver queá efecto puede tener en míá".
"¡Absolutamente no! Te prohíábo que lo consideres. He observado el efecto
perjudicial que ha tenido en Morganstern, y no permitireá que se ponga en
peligro. Eres muy querido para nosotros, Nefret."
"Era soá lo un pensamiento", dijo ella, rieá ndose de la ferocidad de mi
expresioá n. "¿Vamos a la cubierta superior y tomamos algo maá s que teá ? He
tenido un díáa agotador. Liezel rompíáa a llorar con frecuencia, ante la alarma de
los agentes de policíáa. Ella exigioá ver el cadaá ver de von Raubritter. Trateá de
disuadirla, pero ella insistioá , luego se desmayoá en mis brazos y tuvo que ser
sacada de la improvisada morgue, que soá lo es enfriada por un ventilador y
unos pocos bloques de hielo. Estaba agotado cuando subioá al tren, con el
equipaje y el atauá d guardados en el vagoá n de carga. La embajada alemana
prometioá que alguien se reuniríáa con ella en la estacioá n de El Cairo".
"Eric era un buen tipo", comenteá mientras subíáamos los escalones. Le conteá
sobre su diario y su referencia a la droga. "No aclaroá por queá vino a Egipto en
lugar de.... alguá n otro paíás cuyos embajadores habíáan estado en el laboratorio.
Terminoá en Amarna porque el Sr. Maspero repitioá rumores de que
Morgenstern se habíáa comportado de forma extranñ a".
Nefret hizo unos tragos y me dio uno. "Liezel me dijo que eligioá este paíás
porque sospechaba que el embajador en Egipto o uno de sus agregados habíáa
robado una cantidad de MDMA. Nos dijo que Ramseá s y David tuvieron un
encuentro con un agregado en la embajada. Si eá l es el culpable, ¿coá mo podríáa
haber puesto la droga en las botellas de aguardiente?"
Mireá las plaá cidas aguas del Nilo, esperando inspiracioá n. Me eludioá . "El Sr.
Buddle ha estado monitoreando la excavacioá n desde su inicio. Le preguntareá si
alguien de la embajada visitoá el lugar y encontroá una razoá n para ir a la casa de
excavacioá n, pero no parece probable. Eso deja a Buddle y a Dullard, el hirsuto
misionero".
"No puedo imaginarme al Sr. Buddle como un companñ ero de bebida alegre",
dijo Nefret iroá nicamente. "Es ríágido como una estela y puede escribir sus notas
en jeroglíáficos."
"Podríáa haber ido a la casa de excavacioá n para asegurarse de que todos los
artefactos estuvieran debidamente listados, pero eso no explica coá mo pudo
haber puesto este MDMA en las botellas de licor. Tampoco explica coá mo llegoá a
poseerlo. Supongo que el agregado pudo haberle sobornado, o afirmado que
era un suplemento vitamíánico para mantener saludable a Morgenstern".
Recordeá conversaciones anteriores. "Buddle no me parece ingenuo o poco
inteligente. Se dedica a defender la inversioá n financiera de su patroá n".
"Eso deja al Sr. Dullard, quien ciertamente puede ser agradable con un
consumo adecuado de alcohol. EÉ l y Morgenstern son amigos".
“He admitted that he accompanied Morgenstern to the dig house after the
bust of Nefertiti was uncovered. They surely celebrated. When Morgenstern
came up with the idea of going to Cairo so that Harun could make a copy,
Dullard followed him. He claimed that he did so in order to protect
Morgenstern from thieves. After he heard his so-called friend order a cab to
the Deutsche Orient-Gesellschaft, he said that he checked into a cheap hotel
and departed the following day for Deir el-Mowass para presentar regalos a
los coptos. Podríáamos intentar verificarlo, pero soy esceá ptico de que oigamos
la verdad".
"¿Coá mo sabíáa Morgenstern lo de Harun?" preguntoá Nefret.
Me resistíáa a desencantarla, pero no se me ocurríáa ninguna manera de
ignorar su pregunta. "Muchos egiptoá logos son conscientes de sus habilidades.
No puedo decir si alguno de ellos ha utilizado sus servicios, pero es probable
que algunas piezas de museo sean falsificaciones. Emerson y yo hemos oíádo
rumores desde que llegamos a Egipto. Nunca difamaríáa a nuestros colegas
egiptoá logos mencionando sus nombres".
"Morgenstern tambieá n debe haber oíádo los rumores. ¿Intentoá conservar el
original?"
Me encogíá de hombros. "Esta manñ ana le pregunteá , y parecíáa como si quisiera
conservar ilegalmente el original y dejar una copia en su lugar aquíá en Egipto.
Seguá n otros, incluyendo a Harun, era maá s que apasionado por el busto. Estaba
obsesionado con eso".
"Asíá que", dijo Nefret pensativo, "el Sr. Dullard podríáa haber inducido a
Morgenstern a beber aguardiente y sugerido la posibilidad de un duplicado.
Dullard lo siguioá a El Cairo y luego siguioá suministraá ndole aguardiente de
cordoá n. Cuando vio a Morgenstern frente al hotel, estaba aturdido y en una
forma fíásica horrible de vagar por la ciudad sin comida ni refugio. Despueá s de
pasar alguá n tiempo sin tener acceso a la droga, se volvioá racional, aunque
confundido sobre lo que habíáa sucedido. La peá rdida de memoria es uno de los
síántomas".
"Síá, y cuando regresoá a Amarna y nos sorprendioá en el desayuno, estaba
bien. Luego se instaloá en la casa de excavacioá n, y poco despueá s comenzoá a
mostrar síántomas extranñ os de nuevo. ¡Ese maldito aguardiente!" Me obligueá a
no detenerme en el insensato paseo en camello hacia el Desierto Oriental.
"Estoy empezando a sentirme seguro de que Dullard es el culpable, pero no
puedo pensar por queá o coá mo tuvo en sus manos el MDMA robado. ¿Cuaá l
podríáa ser su motivo para tal sabotaje?"
"Para adquirir el busto de Nefertititi, pero decíáa ser un aficionado
entusiasta. Por otro lado, Morgenstern podríáa haber discutido sobre su valor
en el mercado negro. Dullard hizo un voto de piedad. Puede que no haya
tomado uno de pobreza, y claramente no tomoá uno de abstinencia."
"O celibato", anñ adíá con ternura.
Las mejillas de Nefret se enrojecieron. "No cree que eá l y la Srta. Smith... ? Me
estremezco al imaginarlo."
"No, no lo seá , pero su relacioá n se estaba profundizando, y podríáa haber
llevado a un compromiso. No puedo predecir lo que podríáa haber ocurrido si
no hubiera ocurrido esa desastrosa escena anoche. Esta manñ ana, Dullard me
pidioá perdoá n por su embriaguez. La Srta. Smith intentoá visitar Morgenstern,
pero se vio frustrada y ha permanecido en su choza de barro. Espero que haya
estado empacando sus pertenencias para poder partir hacia Minya y esperar
el proá ximo vapor, o tomar el primer tren a El Cairo. No tengo ninguá n problema
con ninguna de esas opciones. Ha sido una fuente de dolores de cabeza desde
el momento de su llegada".
"Quizaá s deberíáa ofrecerme a ayudarla a empacar", murmuroá Nefret.
"Por la manñ ana, mientras coordino el transporte por el Nilo. No necesita
salir en camello. Mahmoud y Abdul pueden llevar sus bauá les hasta el muelle,
cruzar el ríáo con ella y alojarla en un hotel. Hace tiempo que no tiene la
oportunidad de banñ arse en agua caliente y dormir en un colchoá n, aunque esteá
plagado de chinches. Cuando regrese a su acogedora cabanñ a, su gato se instaloá
en su regazo, podraá escribir sobre sus emocionantes aventuras en el desierto,
viviendo entre los salvajes y exoá ticos aá rabes y beduinos".
"Si me disculpan, me gustaríáa ver el serdab. Traereá al profesor de vuelta
aquíá cuando esteá demasiado oscuro para seguir trabajando. Selim puede
poner guardias en el lugar durante la noche."
La abraceá y la envieá lejos. A pesar de la fiebre arqueoloá gica que habíáa
provocado el nuevo hallazgo de Emerson, me sentíáa obligado a averiguar
quieá n estaba detraá s de los problemas de Amarna y la fuente del
comportamiento erraá tico de Herr Morgenstern, y volvíá a examinar mis notas.
Dullard, concluíá, era el candidato maá s probable para haber pinchado las
botellas de aguardiente. Posteriormente, siguioá a Morgenstern a El Cairo y
continuoá suministraá ndole la droga malvada hasta que su víáctima se escabulloá
a callejones luá gubres y peligrosos. Lo que no pude explicar es por queá a
Dullard se le habíáa proporcionado la droga en primer lugar. Morgenstern no
habíáa mostrado ninguna particularidad hasta que llevoá el busto de Nefertititi a
la casa de excavacioá n para regodearse en su serena belleza. Dullard le habíáa
animado a participar en el aguardiente; por lo tanto, Dullard ya teníáa la droga
con eá l. Nadie podríáa haber anticipado el notable descubrimiento. La pregunta
maá s desconcertante era por queá el agregado le habíáa dado la droga y con queá
propoá sito. Me di cuenta de que necesitaba visitar la aldea copta, pero tendríáa
que esperar hasta la manñ ana.
Por ahora teníáa una misioá n maá s convincente, que era alertar a Faá tima de la
llegada de Ramseá s y David antes del amanecer. Nuestro desayuno seríáa
espleá ndido, asíá como el almuerzo, el teá y la cena en un futuro previsible.
Dieciocho

Del manuscrito H

Ramseá s fue incapaz de dormir a pesar del ritmo relajante del tren mientras
eá ste se movíáa a traveá s de la oscuridad. Los estudiantes estaban desplomados
en sus asientos, y aunque la anciana permanecíáa erguida, estaba roncando
muy fuerte. Latif estaba tendido en el regazo de David; ambos estaban
perdidos en sus suenñ os.
Aburrido y un poco hambriento, Ramseá s dejoá el carruaje y caminoá a traveá s
de varios maá s hasta el bar de servicio. Estaba cerrado. Recordoá que David
habíáa puesto barras de chocolate en una bolsa de papel que ahora estaba en el
bauá l con su ropa y los cinco bustos de Nefertiti. Mientras caminaba hacia su
carruaje, vio a un conductor dormitando sobre un taburete. Le sacudioá
suavemente el brazo y le dijo en aá rabe: "Disculpa, ¿pero puedes decirme
cuaá nto tiempo pasaraá antes de que lleguemos a Minya?"
Despueá s de un tiroá n, el hombre abrioá los ojos y sacoá un reloj de bolsillo. Lo
miroá con los ojos entrecerrados y dijo: "Menos de una hora, Hermano de los
demonios, a menos que una manada de camellos deambulara por las víáas". Eso
causaraá un retraso. El ingeniero ha sido informado de su presencia y se
detendraá en su lugar habitual despueá s de Minya. ¿Hay algo que pueda hacer
por ti?"
Hubo momentos en que Ramseá s hubiera preferido el anonimato, pero en
este caso se alegroá de que no se viera obligado a ir a la parte delantera del tren
para hablar con el ingeniero. Le dio las gracias al director. Pasaríáa maá s de una
hora y media antes de que salieran del tren. Cargar el bauá l y cruzar el Nilo
hasta el dahabeeyah requeriríáa otra hora. Despueá s de que el tren habíáa salido
de la estacioá n de El Cairo, David habíáa ido al bar de servicio para comprar
warak enab y shawarmas para la cena. El apetito de Latif por las hojas de uva
rellenas y los saá ndwiches habíáa dejado a sus espectadores asombrados. No
habíáa ni una migaja en el suelo del compartimento.
Cuando Ramseá s llegoá al uá ltimo vagoá n, dudoá frente a la puerta que se abríáa
en el vagoá n de carga. En terribles ocasiones que habíáan durado díáas, se habíáa
quedado sin sustento, y su cuerpo no habíáa sufrido. Se recordoá a síá mismo de
esto, ya que la nocioá n de chocolate dio lugar a la salivacioá n. El aroma podríáa
despertar a Latif, pero podríáan compartir el botíán.
"Queá demonios", dijo mientras entraba en la oscuridad total del vagoá n de
carga. Teníáa un mapa mental del coche y fue directamente al maletero robado
de la Srta. Annabelle Hadley. Recordaá ndose a síá mismo que debíáa asegurarse
de que se la devolvieran a ella a su debido tiempo, se arrodilloá y la abrioá . Se
sintioá a gusto hasta que rozoá el saco de papel con barras de chocolate. Se
felicitoá a síá mismo cuando se lo puso en el bolsillo, pero luego se sentoá sobre
sus talones. El contenido del bauá l no estaba ordenado como eá l lo recordaba, y
su memoria era muy aguda. El bauá l habíáa sido transportado por las calles
erosionadas de El Cairo, y luego elevado al vagoá n de carga. Su contenido se
habríáa desplazado, pero no reubicado. Quitoá los perioá dicos y los adornos de la
ropa. Los cinco bustos estaban alineados en la parte inferior. El papel de
envoltura se habíáa aflojado, y la bolsa de lona estaba abierta.
Nadie podríáa haber manipulado el contenido del maletero mientras se
transportaba, pensoá con una mueca. Era obvio que alguien habíáa perturbado
su contenido desde entonces, y eso solo podíáa significar que el culpable se
habíáa escondido en alguá n lugar cercano. Ramseá s habíáa estado demasiado
distraíádo por los asaltantes de la embajada alemana como para buscar detraá s
de la carga a un merodeador. La identidad del acechador era obvia. Sethos
habíáa entrado en el vagoá n de carga en una estacioá n anterior, quizaá s junto a los
secuaces de Gunter.
Lo que significa que Sethos estaba presente.
Ramseá s regresoá al pasillo y entroá en su compartimento. Pasoá por encima de
las piernas de los estudiantes para llegar a su asiento y luego se inclinoá hacia
adelante para ajustar la nariz de David.
Asustado, David se despertoá y lo miroá fijamente. "¿Queá pasa contigo?" David
susurroá enfadado.
Ramseá s era reacio a molestar a los otros pasajeros, especialmente a Latif. Le
hizo una senñ a a David para que se uniera a eá l en el pasillo. Cuando David agitoá
la cabeza con vehemencia, Ramseá s repitioá el gesto y siseoá : "¡Sethos!"
A David le tomoá unos minutos liberarse del brazo y hombro de Latif sin
despertarlo. Como Ramseá s habíáa hecho, David caminoá con cautela sobre las
piernas extendidas de los estudiantes mientras salíáa del compartimento.
"¿Queá hay de Sethos?", exigioá . "¿Fuiste a dar un paseo y lo viste en otro
compartimento? ¿Te acompanñ oá a tomar un cafeá en el bar de servicio? ¿Queá
demonios estaá pasando?"
"No hay necesidad de estar de mal humor porque te desperteá de un suenñ o
sobre Lia", respondioá Ramses. Relatoá lo que habíáa descubierto cuando abrioá el
maletero. "He llegado a la conclusioá n de que Sethos se esconde allíá. Esto es
intolerable, aunque no haya podido identificar el busto original de Nefertiti
debido a la oscuridad. Debemos tomar medidas".
"Estoy de acuerdo contigo. ¿Tienes alguna idea de coá mo proceder? Como
has dicho, estaá muy oscuro ahíá dentro. No podremos verlo, y es probable que
esteá armado con una pistola".
"¡No me importa si tiene un rifle con bayoneta!" Ramses declaroá mientras
abríáa la puerta del vagoá n de carga. Tan pronto como eá l y David entraron,
Ramseá s cerroá la puerta y escuchoá un leve respiro. No esperaba que el Maestro
Criminal expusiese su localizacioá n tan faá cilmente. La oscuridad era absoluta.
Reacio a lidiar con las cajas y el equipaje de gran tamanñ o, ya que Sethos podíáa
rastrear sus movimientos y los de David mientras merodeaban, Ramseá s optoá
por un enfoque directo. "¡Sethos, sabemos que estaá s aquíá! Eventualmente te
encontraremos, y si es necesario, te arrastraremos por los talones fuera de tu
escondite. No hay necesidad de que ninguno de nosotros se arrastre a traveá s
de telaranñ as o se encuentre con escorpiones. ¿Y bien?"
"No me importan ni las telaranñ as ni los escorpiones", dijo una voz desde un
rincoá n trasero. "Me reunireá con ustedes en el maletero. Tu madre se enfadaraá
cuando se entere de que lo robaste del almaceá n del hotel Shepheard".
Lo tomamos prestado", replicoá David en voz alta, "y lo devolveremos tan
pronto como lo hayamos descargado". Su duenñ o no se lo habraá perdido".
Ramseá s tomoá el brazo de David y lo guioá hasta el bauá l. Escuchoá las pisadas
acolchonadas de Sethos acercaá ndose. "Todavíáa hay cinco bustos en el fondo
del maletero, lo que implica que no pudo identificar el original."
"Desgraciadamente, eso es cierto. Los hooligans alemanes me permitieron
subir al vagoá n de carga con ellos cuando les di un generoso soborno. Despueá s
de una charla cordial sobre el tiempo y todo eso, me robaron mis zapatos, el
resto de mi dinero, una antorcha eleá ctrica y un panñ uelo de seda
extremadamente fino de China. Me retireá a una esquina y me ignoraron. Si no
hubieran tomado mi antorcha eleá ctrica, habríáa detectado el busto original sin
dudarlo. Sin embargo, descarteá tres de las falsificaciones, y sabíáa que notaríáa
la diferencia de peso si me fugaba con las otras dos".
"Habríáa notado la diferencia de peso si te hubieras fugado con un par de
calcetines", dijo Ramses con desprecio.
Sethos se rioá . "Piensa muy bien de usted mismo, ¿verdad, Higginsnort? Si
pudieras verme, te daríáas cuenta de que estoy moviendo mi dedo hacia ti. ¡Tut,
tut, tut, hijo míáo! Y esta es una oportunidad para que me veas como realmente
soy. No sentíá la necesidad de disfrazarme, ya que no esperaba un encuentro
entre tuá y David. Entonces, ¿queá pretendes hacer conmigo?"
Ramseá s se mordioá el labio inferior para no soltar uno de los improperios
maá s escandalosos de su padre. "Podríáamos forzarte a salir al pasillo, donde
hay una luz tenue. Una vez que hayamos estudiado tu semblante, te
entregaremos a un conductor que te exigiraá que veas tu billete. Seraá s detenido
hasta que el tren llegue a la estacioá n de Minya".
"Una propuesta digna", dijo David. "La tíáa Amelia y el profesor estaraá n muy
interesados en escuchar una descripcioá n detallada de ti."
"Pero no es probable", respondioá Sethos desde el lado opuesto del vagoá n de
carga. "Dales mis mejores deseos para una temporada fructíáfera."
La puerta corrediza se abrioá , pero no habíáa suficiente luz para ver maá s que
una silueta contra el cielo estrellado. La figura se detuvo, enderezoá su espalda,
y luego desaparecioá .
"¿Crees que sobrevivioá ?" David dijo mientras se dirigíáa a la puerta y miraba
hacia abajo. "No quiero sentirme culpable por haberle obligado a una
zambullida fatal."
Ramseá s deslizoá la puerta y la cerroá . "El tren ha estado frenando debido a
una curvatura en las víáas. Sethos debe haberlo sentido tambieá n y haber
elegido el momento. Ha resuelto un problema, pero si decíáa la verdad, no tiene
zapatos ni dinero. Seraá una larga caminata hasta Minya."

* * *

ODurante la cena, Emerson, Nefret y yo tuvimos una larga conversacioá n sobre


Morgenstern y Dullard. La conversacioá n no comenzoá hasta que se sirvioá el
plato de postre, ya que Emerson no pudo contener su emocioá n por el serdab y
continuoá sin parar durante los aperitivos y el plato principal. Hacíáa tiempo que
no estaba tan dotado de entusiasmo, y me gustaba ver sus ojos brillar y sus
manos cortar el aire mientras especulaba sobre lo que podríáa ser revelado. No
me esforceá por distraerlo hasta que cedioá y me permitioá ofrecer mi teoríáa y
exponerla. Aunque reconozco el concepto de coincidencias, hice hincapieá en
las oportunas oportunidades de Dullard.
"Entonces, ¿estaá de acuerdo en que eá l es el responsable de meter la droga en
las botellas de licor?" Le pregunteá a Emerson.
Se acaricioá la barbilla mientras consideraba la pregunta. "Síá, Peabody, debes
tener razoá n en esto. Es maá s, ese maldito misionero fue forzado a asesinar a
von Raubritter para evitar que confiara en nosotros".
"Pero no tenemos pruebas", senñ aloá Nefret. "Por mucho que intentes
convencer a la policíáa de la loá gica explicacioá n de la culpabilidad de Dullard,
ellos no actuaraá n en consecuencia. Son tontos y perezosos. Despueá s de haber
pasado el díáa con ellos, puedo asegurarles que mi evaluacioá n es correcta".
Suspireá . "Es cierto que no tenemos pruebas. Nuestra mejor oportunidad es
ir a la aldea copta para interrogar a sus habitantes, pero pueden ser reacios a
hablar libremente de eá l. Para ellos, es un hombre piadoso lleno de espíáritu
evangeá lico".
Emerson se golpeoá la copa de brandy. "¡Ni siquiera pienses en ir al pueblo,
Peabody! Te he pedido innumerables veces que no te vayas por tu cuenta. ¿Se
te ha olvidado que queda un asesino? Absaloá n nos siguioá hasta aquíá, y no hay
ninguna razoá n creíáble por la que el quinto hermano no le hubiera
acompanñ ado. Estaá s en peligro cuando no estaá s a mi vista". Recuperoá la copita y
tomoá un trago. "Ademaá s, necesito que tuá y Nefret esteá n presentes cuando
descubramos el serdab y saquemos su contenido. Esto nos llevaraá díáas."
"Pero debemos encontrar pruebas de la culpabilidad de Dullard", protesteá .
"Me levantareá temprano y volvereá a tiempo para desayunar." Se cruzoá de
brazos y me miroá fijamente. "Los coptos podríáan no confiar en una persona
desconocida, especialmente en un oficial, y se sentiraá n maá s coá modos con un
companñ ero cristiano que conozcan, al menos por su reputacioá n." Devolvíá la
mirada de acero. "Me llevareá a Daoud conmigo por si nos tropezamos con el
fastidioso asesino. Su nombre es Flitworthy, si mal no recuerdo. Queá nombre
tan ridíáculo. No parece nada amenazador".
Los ojos de Emerson fueron cortados como los de una víábora. "Su nombre
no importa si te ataca, Peabody."
Nefret agitoá los dedos. "A míá tambieá n me gustaríáa ir. Daoud tendraá que
permanecer a distancia, y dos hembras no les pareceraá n intimidantes, tíáa
Amelia".
"Te perderaá s la llegada de Ramseá s y David", dijo Emerson con reproche. "Se
sentiraá n muy decepcionados si no los saludas desde la cubierta."
Me divirtioá su uá ltimo intento desesperado de disuadirme. "Estaraá n aquíá
mucho antes del amanecer, y no podraá n verme saludando o bailando una giga.
Cuando esteá n a bordo, los abrazareá y los mandareá a la cama. Eso significa que
podreá llevarme a Daoud con nosotros. Formaremos un grupo de desembarco
tan formidable como los guerreros troyanos".
"Prefiero pensar en nosotros como feroces guerreros amazoá nicos", me
corrigioá Nefret.
Emerson was not amused. “Then I shall be the one leading this party to Deir
el-Mowass, aunque retrasaraá el trabajo en el serdab."
"No, mi amado esposo", le contesteá , tratando de no poner un rostro
horrorizado, "los coptos ni siquiera saldraá n de sus casas si ven al Padre de las
Maldiciones. Seguramente se negaraá n a hablar con nosotros. Me ganareá su
confianza con una confesioá n de hermandad religiosa".
Estaba demasiado emocionada para dormir. Emerson se habíáa quedado
dormido, pronunciando intermitentemente frases sin sentido que yo
interpretaba como referencias al serdab. Esperaba ardientemente que Nefret y
yo completaá ramos nuestra misioá n y regresaá ramos a la dahabeeyah a tiempo
para unirnos a eá l, a Ramseá s y a David cuando partieran hacia el lugar. Emerson
requeríáa cafeíána para funcionar, asíá que aunque podríáa tragar el desayuno
(para consternacioá n de Faá tima), tendríáa que tomar varias tazas de cafeá .
Me senteá mientras escuchaba pasos pesados en la cubierta, junto con golpes
y exclamaciones susurradas. Me puse la bata y salíá corriendo a la sala de estar
para saludar a Ramseá s y a David. Una vez que transmitíá mi felicidad extrema
con abrazos y besos, vi a un joven en la entrada. "¿Quieá n es este?" Pregunteá .
Ramseá s instoá al ninñ o a dar un paso adelante. "Este es Latif, que me salvoá de
un asalto en la estacioá n de tren de El Cairo. Se quedaraá con nosotros hasta que
decidamos queá es lo mejor que podemos hacer con eá l. Latif, esta es mi madre.
Puedes llamarla Sitt Hakim. En cuanto a mi padre, llaá malo'senñ or'".
"Eres bienvenido a quedarte aquíá", le dije calurosamente. "Te pondremos
una cama en la cabanñ a que ocupan Ramseá s y David cuando no esteá n
deambulando por el mundo. El peligro no los sigue. Se dedican a descubrirlo".
Habríáa continuado si Faá tima no se hubiera apresurado a entrar en la
habitacioá n con gritos de alegríáa y una efusiva muestra de afecto. Nefret les
siguioá a un ritmo maá s tranquilo y les saludoá alegremente. Presenteá a Latif, que
estaba abrumado por la timidez. No podíáa culparlo. Faá tima anuncioá que se
dirigíáa a la cocina para preparar un banquete de desayuno porque, como todo
el mundo sabíáa, la comida en El Cairo no era segura. David se negoá y dijo que
necesitaba dormir. Ramseá s le hizo eco y tomoá a Latif de la mano para llevarlo a
su cabanñ a. Fatima fruncioá el cenñ o. Con voz firme pero amable, le ordeneá que
volviera a su propia cama hasta que fuera el momento de comenzar los
preparativos de la comida. Cuando ella se fue, casi pude escucharla planear su
horario para que la mesa del comedor fuera casi invisible debajo de todos los
platos de comida. Mireá el tronco que ocupaba un espacio importante en la
habitacioá n, y luego le sugeríá a Nefret que intentara robar unas horas de suenñ o.
Emerson habíáa logrado permanecer en su suenñ o. Me acurruceá a su lado,
reconfortado por su calidez y el conocimiento de que Ramseá s y David estaban
a salvo. Penseá que no podíáa dormir, pero debo admitir que me equivoqueá .
Tengan en cuenta, mis leales lectores, que tales admisiones rara vez ocurren.
Me desperteá cuando una mano cayoá sobre mi pecho. Lo saqueá suavemente y
se lo devolvíá a su duenñ o, luego me levanteá de la cama y me puse un vestido sin
pretensiones. Hubiera preferido mi robusta vestimenta caqui, repleta de mi
uá til cinturoá n y botas, pero queríáa que los coptos me consideraran como una
mujer sencilla y piadosa, que los visitaba como un companñ ero cristiano. Fui de
puntillas a la cabanñ a de Nefret y noteá que su cama estaba desocupada. La
encontreá en la sala de estar, arreglada y vestida como yo.
"Daoud nos estaá esperando en el muelle", dijo en voz baja. "Auá n no ha
amanecido, pero hay suficiente luz para que navegue hasta el muelle que
utilizan los coptos y el Sr. Dullard. Para cuando lleguemos, todo el mundo
deberíáa estar de pie. Me gustaríáa estar de vuelta aquíá antes de que el profesor
haya terminado su tercera taza de cafeá . La presencia de los chicos ayudaraá a
mantenerlo ocupado".
"Estoy tan ansioso como tuá . Faá tima ya estaá dando vueltas en la cocina.
Insistiraá en que Emerson, Ramseá s, David y el muchacho le hagan justicia a su
desayuno. Emerson se veraá obligado a quedarse hasta que esteá satisfecho, y
eso llevaraá alguá n tiempo, no importa cuaá nto proteste. ¿Nos unimos a Daoud?"
No habíáa brisa, lo que obligoá a Daoud a remar ríáo abajo hasta un
destartalado muelle que parecíáa como si fuera a caer al agua del Nilo en
cualquier momento. Nefret y yo salimos del bote y pisamos las tablas
astilladas y desgastadas hasta que estuvimos a salvo en tierra firme. Daoud
saltoá al agua poco profunda y arrastroá el barco hasta que se raspoá en el banco
de arena rocoso.
Mientras atravesaá bamos el ríáo, habíáa pensado en la mejor manera de
establecer una relacioá n con los coptos. Afirman su conversioá n religiosa a San
Marcos, que fue a Alejandríáa a principios del siglo I para difundir el
cristianismo. Fueron perseguidos bajo el dominio del Imperio Romano, e
intermitentemente despueá s de las conquistas aá rabes. Su historia de
supervivencia era tan erraá tica como las onduladas dunas del desierto
occidental. En la actualidad, vivíáan pacíáficamente en sus coá nclaves cristianos.
Habíáa explicado mi propuesta a mis companñ eros, enfatizando a Daoud que
necesitaba permanecer al borde del cultivo.
A medida que nos acercaá bamos a la aldea, vi las casas y calculeá que la
poblacioá n era de aproximadamente quinientas personas. Una de las casas maá s
grandes mostraba una cruz sobre la puerta, indicando que era el lugar de
culto. Una docena de mujeres se reunieron alrededor de la comunidad bien
delineadas por una pared de ladrillos de barro a la altura de la cintura; nos
observaron con cenñ o fruncido de desconfianza. La mayoríáa de ellos nunca
habíáa visto extranñ os de piel clara. El cabello rubio de Nefret, que brillaba en
los primeros rayos de sol, parecíáa un halo, y su rostro era angelical.
"Sabah el-kheir", los saludoá . "Ana esmi Nefret".
"Sabah el-kheir", dije con una sonrisa cordial. "Ana esmi Amelia".
Como mencioneá antes, mi aá rabe es funcional, pero no es elegante con
fluidez, y no siempre estaá en sintoníáa con los diferentes dialectos que se
encuentran en los pequenñ os pueblos. Mi pronunciacioá n puede ser ridíácula, es
decir, a menudo provoca risas. Habíáa preparado a Nefret para hacer preguntas
particulares cuando se presentoá la oportunidad. Hice todo lo posible para
seguir la raá pida conversacioá n que siguioá en un dialecto muy local entre Nefret
y el grupo de mujeres vestidas con largas tuá nicas y bufandas en la cabeza.
Comprendíá que nos habíáan invitado a tomar el teá en una de sus casas y asentíá
con la cabeza. Mientras seguíáa a las mujeres, mireá a Daoud y agiteá la cabeza.
Fruncioá el cenñ o, pero acatoá mis instrucciones de que no interfiriera a menos
que yo lo llamara.
La casa era maá s espaciosa que las chozas de barro de Amarna. Me llevaron
al asiento de honor en un calcetíán deshilachado. La noticia se habíáa extendido
a las mujeres vecinas, que se apinñ aron en la habitacioá n. A Nefret y a míá nos
regalaron vasos de teá y un plato de ghorayebahs dulces y mantecosos, mis
galletas egipcias favoritas. Nefret y las mujeres charlaban amablemente
mientras yo trataba de no hacerme un glotoá n.
El timbre de la conversacioá n cambioá gradualmente. Me habíáa perdido lo que
Nefret les habíáa pedido, pero me di cuenta de que las mujeres estaban
perturbadas. Reconocíá las palabras para "alemanes", "ingleses" y "egipcios".
Muchas de las mujeres se angustiaron tanto que levantaron la voz para
ahogarse unas a otras. El nombre de Dullard comenzoá a ser incluido en sus
diatribas. Me quedeá estupefacto; habíáa supuesto que su nombre se
pronunciaríáa con reverencia, no con desprecio. Capteá las palabras aá rabes para
"arma" (slah) y "guerra" (harb), una combinacioá n aterradora que me dio
escalofríáos.
Nefret se paroá a mi lado y me dio una palmadita en el hombro. "Creo que es
mejor que nos vayamos, tíáa Amelia. Les direá que te sientes mal debido a tu
abundante consumo de ghorayebahs. La anfitriona se sentiraá halagada." Ella
volvioá a hablar en aá rabe mientras nos dirigíáamos a la puerta.
"Shukran", llameá con una deá bil ola. La fragilidad no era en absoluto el
resultado de demasiadas galletas (despueá s de todo, no habíáa desayunado); las
referencias a la guerra me habíáan desconcertado. Una vez que nos alejamos de
las casas, me detuve. "No podíáa seguir el intercambio con exactitud. ¿Guerra?
¿Estos cientos de cristianos coptos estaá n conspirando para derrocar al
gobierno, o van a invadir el Vaticano?"
"El Sr. Dullard estaá trotando por aquíá", contestoá con urgencia. "Intentemos
llegar al muelle antes de que nos alcance. No puedo responderle con cortesíáa,
y creo que es un pecado patear a un misionero".
Levanteá la vista mientras Dullard aumentaba su ritmo. "He leíádo la Biblia en
su totalidad, y patear a los misioneros no estaá entre los siete pecados
capitales. Tenga en cuenta que Daoud ha evaluado la situacioá n y estaraá a
nuestro lado mucho antes de que Dullard-que ha comenzado a retirarse."
Conecteá mi brazo con el de ella. "Ahora deseo saber lo que aprendiste."
Su breve recitacioá n me dejoá atoá nito. Me cogioá mientras tropezaba y me
obligoá a sentarme hasta que mi mente dejoá de girar. Daoud se ofrecioá a
llevarme a nuestro barco, pero le hice senñ as para que se fuera.
“I need to hear this again,” I said to Nefret, “but please go into greater detail.
Dullard came to Deir el-Mowass hace unos tres meses, ¿correcto?"
"Síá, bajo la apariencia de un misionero evangeá lico. Inicialmente, su
apariencia y tamanñ o hirsuto los asustoá , pero finalmente lo aceptaron en su
comunidad. Se le dio una pequenñ a casa y se le proporcionoá comida, y participoá
en sus servicios religiosos y díáas festivos. Todo estaba bien, seguá n las esposas,
hasta que comenzoá a tener reuniones a puerta cerrada con los maridos y los
joá venes por las noches, sirvieá ndoles cerveza. EÉ l les proporcionoá armas y les
ensenñ oá a usarlas. A menudo volvíáan a casa con un espíáritu anormalmente alto,
con energíáa pero sin enfoque. Se burlaban de los intereses y el control
britaá nico en Egipto".
"Dullard estaá creando una milicia", dije, casi ahogaá ndose con la palabra. "Los
coptos siempre han sido gente amable que cree que la salvacioá n estaá en la
caridad y en las ensenñ anzas de Jesuá s. Los ha convertido en insurgentes
deslizando esa horrible droga en cualquier cosa que les sirva. A diferencia de
los musulmanes, su religioá n no prohíábe las bebidas alcohoá licas. ¡Es
despreciable!"
Nefret me estabilizoá mientras continuaá bamos nuestro camino hacia el
muelle. "Nada me gustaríáa maá s que enviar a Daoud de vuelta al pueblo para
poner fin al vil plan de Dullard."
"La uá nica manera en que Dullard pudo haber entrado en posesioá n de MDMA
es que alguien de la embajada alemana se lo proporcionara. Su misioá n debe
haber sido motivar a los coptos a rebelarse contra la autoridad britaá nica en
Egipto". Me detuve para frotarme las sienes. "La guerra se avecina en toda
Europa. Si los alemanes reciben apoyo de los coptos y otros insurgentes,
estaraá n en mejores condiciones de apoderarse de Egipto y otros paíáses del
norte de AÉ frica. La lealtad de Dullard es de los alemanes, aunque soá lo sea por
promesas de que seraá recompensado financieramente".
"Y debemos detenerlo", dijo Nefret con voz siniestra, a diferencia de ella.
La mireá sorprendido. Nefret era la protectora de las mariposas y las flores
silvestres. En casa, en Inglaterra, la habíáa visto devolver a las aranñ as a sus
telaranñ as y a los polluelos a sus nidos. Recogioá insectos dentro de la casa para
soltarlos en el jardíán. Habíáa utilizado sus recursos financieros no soá lo para
construir la clíánica en Luxor, sino tambieá n para apoyar al orfanato local.
Yo estaba demasiado sorprendido como para responder cuando Daoud nos
ayudoá a subir al barco y comenzamos el viaje de vuelta a la dahabeeyah.

ur round-trip mission to Deir el-OMowass habíáa tardado casi dos horas, pero
eá ramos optimistas en cuanto a que Emerson y los ninñ os no habíáan encontrado
el valor para desafiar la demanda de Faá tima de que tomaran un buen
desayuno. Tan pronto como Daoud guioá el barco hasta nuestro companñ ero,
nos apresuramos a entrar en el comedor. Algunos de los platos habíáan sido
removidos al aparador, haciendo espacio para cinco bustos de Nefertiti en una
fila ordenada.
"¡Cielo santo!" Dije, deslumbrado por la pantalla. "¿Es posible que uno de
ellos sea el original tomado del estudio de Thutmose?"
Ramseá s me acompanñ oá a una silla y me trajo una taza de cafeá . Nefret estaba
demasiado confundido para moverse. David sacoá otra silla y le sugirioá que se
sentara antes de caer. Se permitioá sentarse, auá n mirando los bustos. "Son
notablemente similares", dijo.
"No a los ojos entrenados", dijo Ramseá s con lo que yo consideraba una
condescendencia insufrible. "Tres de ellos tienen defectos obvios, y fueron
producidos por aprendices ineptos. Uno de los dos uá ltimos es obra de Harun,
que es digno de su reputacioá n como el Maestro Forjador".
"Hizo un muy buen trabajo", comentoá Emerson. "No he tenido la
oportunidad de escudrinñ arlas a fondo, aunque lo hareá maá s tarde."
"¿Coá mo te las arreglaste para adquirirlas?" Exigíá.
David se rioá . "Puedo asegurarle, tíáa Amelia, que no fue una tarea sencilla.
Gracias a Latif, pudimos encontrar el uá ltimo taller de Harun". Luego describioá
sus gritos ensordecedores mientras salíáan de las sombras para agarrar los dos
bustos. "Ramses supervisoá el transporte del bauá l hasta la estacioá n de tren,
donde nos encontramos con sinverguü enzas bajo las oá rdenes de la embajada
alemana. Latif desvioá al uá ltimo, asíá que lo trajimos con nosotros. Dejareá que
Ramseá s se explaye sobre el viaje en tren".
Ramseá s lo hizo con su impasibilidad tíápica.
"¡Sethos!" Me quedeá sin aliento.
Emerson grunñ oá profundamente en su garganta. "¿Creíáste que podríáa
concederlo, Peabody? Ramseá s deberíáa haber deducido que el villano estaba
tras su rastro. Muy descuidado de tu parte, hijo."
"Estoy obligado a estar de acuerdo con usted, senñ or", contestoá Ramseá s.
"Es hora de partir hacia el lugar." Emerson nos miroá a Nefret y a míá.
"Supongo que pretenderaá cambiarse a un atuendo maá s adecuado. Anticipo un
díáa largo y arduo". Le sonrioá a Latif, quien ignoraba el intercambio y estaba
devorando abundantes raciones de huevos, tostadas, hummus y pan de pita.
"Te cortaremos los pantalones y te buscaremos una camisa, y pareceraá s un
arqueoá logo profesional con mi casco de meá dula."
"Hay maá s en la parte de atraá s de nuestro armario", dije fríáamente. "Vamos,
Nefret. No podremos trabajar si vamos vestidos como empleados de tienda o
como hijas solteronas de vicarios".
"O las esposas de los misioneros", anñ adioá Nefret, con hoyuelos.
Emerson acosoá . "Mientras caminamos hacia el lugar, puedes contarnos lo
que aprendiste sobre ese villano misionero y su pequenñ o rebanñ o de canarios
coptos, si es que cantaban."
"Puede que no hayan cantado," dije mientras me poníáa de pie, "pero
twitteaban. Nefret y yo nos refrescaremos y nos pondremos la ropa.
Estaremos listos para partir en breve. Por favor, no arruines ninguno de tus
pantalones, Emerson. Soá lo puedo repararlas con aguja e hilo tantas veces
como sea necesario antes de que se reduzcan a jirones. Los Vandergelts vienen
para Navidad. Espero que todos parezcamos respetables".
"¿Queá es la Navidad?" preguntoá Latif entre bocados.
Ramseá s hizo un gesto al ninñ o para que se levantara. "Te lo explicareá
mientras te ayudamos a cambiarte de ropa."
Emerson estaba tomando cafeá cuando regreseá al comedor. Mi cinturoá n de
artíáculos uá tiles sonaba como campanillas de viento mientras me servíáa una
taza de cafeá y preparaba un plato de huevos tibios. Comíá con voraz desprecio
por la etiqueta apropiada. Mantuvo educadamente su mirada fija en los cinco
bustos que conformaban nuestro actual centro de mesa. Ninguno de los dos
levantoá la vista cuando Nefret recogioá los uá ltimos huevos.
As soon as Ramses, David, and Latif appeared, Emerson announced that we
were leaving. I slipped a pita sandwich wrapped in a napkin into my pocket as
I rose. We walked down the pier and took the path through the cultivation.
Nefret repeated what she had told me about Dullard’s ploy to convince the
Copts of Deir el-Mowass para levantarse contra los britaá nicos cuando los
soldados alemanes entraron en Egipto para tomar el control del gobierno.
David se puso tenso de ira. "Los coptos deliran si creen que esto conduciraá a
la autonomíáa egipcia. El rey Abbas II ya estaá bajo amenaza de ser expulsado
por Lord Kitchener. Los otomanos se niegan a reconocer que Egipto es un
protectorado britaá nico. Tropas bien armadas de varias facciones chocaraá n en
Alejandríáa, El Cairo y destinos al sur".
"Seraá un desastre sangriento en el sentido de que se perderaá n vidas
militares y civiles", dijo Emerson con tristeza. "Estaá fuera de nuestro control."
"Lo uá nico que podemos hacer es detener a Dullard", respondíá. "Ademaá s,
debe ser llevado ante la justicia por el asesinato de Eric von Raubritter."
Los hombros de Nefret se desplomaron. "No tenemos pruebas".
"¡Al diablo con eso!" exclamoá Emerson. Anticipeá un nuevo estallido de
blasfemias y condenas sobre la necesidad de pruebas, asíá que me sorprendioá
cuando se quedoá callado. Una mirada sobre mi hombro confirmoá que nuestro
seá quito estaba siendo seguido por un nuá mero de hombres y mujeres aá rabes
que residíáan en chozas a lo largo del camino.
Nefret puso su mano sobre mi brazo, y en voz baja dijo: "La Srta. Smith no
aparecioá cuando nuestro bullicioso desfile pasoá por su triste cabanñ a. ¿Es
posible que haya empacado sus pertenencias y haya huido a Minya?"
Mi actual agitacioá n de emociones se agotoá en una fríáa realidad. "Si eso fuera
cierto, me dedicaríáa a una celebracioá n bulliciosa. Emerson se poníáa el
esmoquin y bailaba conmigo en la cubierta superior mientras bebíáamos
champaá n. El Sr. Buddle podríáa sonreíár. A Dullard se le romperíáa el corazoá n,
pero eso no nos concierne, especialmente si estaá encarcelado en una prisioá n
en El Cairo".
Me hizo una sonrisa píácara. "¿Quieres que vuelva a su cabanñ a y averiguü e si la
ha dejado vacíáa?"
"No," le dije,"no puedo soportar la idea de que la encuentres ponieá ndose
maquillaje como preparacioá n para unirse a nosotros. Este seraá el momento de
eá xtasis de mi amado Emerson cuando ordene a los obreros que retiren la losa
y expongan el contenido del serdab. Aunque no creo en la telepatíáa, enviareá un
fuerte mensaje a la Srta. Smith para que se mantenga alejada del sitio".
"Esperemos que el mensaje sea recibido."
"Inshallah", murmureá mientras continuaá bamos caminando.
Cuando llegamos al estudio de Thutmose, vi que Selim habíáa organizado a
los obreros. Emerson le dio un fuerte apretoá n de manos y se puso de pie junto
al serdab. Seleccionoá a los trabajadores maá s musculosos y los colocoá alrededor
de la losa de piedra.
"Aseguá rate de que puedes agarrar debajo de la tapa", dijo. Su voz era firme,
pero podíáa oíár un trasfondo de ansiedad. Se agachoá sobre la cabeza de la
piedra y puso sus manos debajo de ella. "A mi orden, la levantaremos y la
deslizaremos hacia ese lado. ¿Estaá n listos? ¡Ahora!"
Los obreros, asíá como mi esposo, grunñ eron y maldijeron cuando la losa se
levantoá lo suficiente como para sacarla de los bordes de piedra del serdab.
"Serdab" es la palabra aá rabe para "bodega"; en las tumbas denota caá maras
funerarias para estatuas, repletas de aberturas para que las estatuas puedan
vigilar las cosas. Esta era una bodega maá s tradicional.
Emerson sacoá su antorcha eleá ctrica para iluminar el contenido. El resto de
nosotros nos apinñ amos a su alrededor lo mejor que pudimos.
"¡Maldita sea!" Ladroá .
Diecinueve

Me asomeá al serdab. "Veo soá lo dos de ellos, Emerson. La mesa del comedor
puede no ser capaz de soportar el peso adicional".
"Lo cual seríáa un total de aproximadamente veintiuna piedras", comentoá
Ramseá s. "Podríáamos dejarlos aquíá para que los futuros egiptoá logos los
descubran."
Emerson lanzoá su casco contra una pared que se desmoronaba. "Tengo una
reputacioá n que mantener, y no permitireá que se vea manchada por rumores de
que no he excavado con precisioá n profesional. Selim, traá eme la escalera. Tuá y
Nefret deben tomar fotografíáas antes de que perturbemos el contenido. Si
apareciera Thutmose, lo estrangularíáa". Se alejoá , maldiciendo en voz baja
(aunque sus blasfemias eran audibles para todos nosotros, incluyendo al
fellahin, al Sr. Buddle y a los ladrones omnipresentes).
Nefret y Selim descendieron y comenzaron a discutir la mejor manera de
colocar las pantallas reflectantes para capturar la luz. David se retiroá a fumar
su pipa. Ramseá s y yo nos encogimos de hombros. Sabíáa por experiencia que
era prudente mantener una distancia hasta que la diatriba de Emerson
siguiera su curso. Como era capaz de seguir adelante durante horas, soá lo podíáa
rezar para que su curiosidad innata lo atrajera de vuelta al serdab.
Nefret emergioá y miroá con cautela el trasero de Emerson. "Hay muchos
artíáculos que pueden ser de gran importancia, y la mano de obra es
extraordinaria", me dijo en voz alta. "No nos atrevimos a tocarlos, pero vimos
muchas esculturas. Una parece ser de Nefertititi con un ninñ o en brazos".
"¿Podríáa ser Tutankamoá n?" Le pregunteá .
"¡Ridíáculo!" Emerson ladroá sobre mi hombro. "Nefertititi teníáa seis hijas. El
padre de Tutankamoá n era presumiblemente Akenatoá n, pero la madre era
hermana o prima suya. Muy posiblemente Tutankamoá n se casoá con una de sus
hermanastras, haciendo la situacioá n maá s incestuosa".
Yo estaba muy consciente de que el incesto era comuá n entre los faraones,
despueá s de haber participado en discusiones exhaustivas sobre este tema con
mi marido, mi hijo y mi cunñ ado. Sin embargo, Nefret y yo escuchamos
mansamente mientras exponíáa sobre el tema y sus implicaciones políáticas.
Noteá que el enrojecimiento de su cara estaba disminuyendo y su voz habíáa
vuelto a su nivel normal de decibelios (alto pero tolerable). Cuando se detuvo
para tomar un respiro, lo aprovecheá y le dije: "Selim te estaá buscando,
Emerson. Lo maá s probable es que necesite su aprobacioá n antes de que eá l y
Nefret empiecen a instalar su equipo. Debes ir con eá l. "No vi ninguna razoá n
para anñ adir que estaba deseando comer el saá ndwich de pita que habíáa
guardado en mi bolsillo.
No tuve la oportunidad de hacerlo. El senñ or Morgenstern, ahora tan
bienvenido como una infestacioá n de piojos, saltoá por entre los espectadores,
con las mejillas redondas sonrojadas y los ojos saltones. "¡Hola, hola!", gritoá .
"Tengo noticias sorprendentes que compartir con ustedes. Recibíá un
telegrama del Sr. Maspero informaá ndome de que el Sr. Borchardt estaraá aquíá
dentro de unos díáas para reanudar la supervisioá n de la empresa. Sabíáa que mi
puesto era temporal, pero no anticipeá que seríáa tan estresante. Estoy ansioso
por volver a El Cairo para ocuparme de una tarea incompleta".
"¿Buscando el estudio de Harun?" Lo sugeríá amablemente.
Un chorrito de saliva se le escapoá de la boca. "No seá nada de esta persona,
Frau Emerson. Es un asunto personal. He empacado mis pertenencias y me he
preparado para que me lleven a la estacioá n de tren de Minya. Ha sido un honor
trabajar con usted y su estimado esposo. Auf Wiedersehen!" Me guinñ oá un ojo,
asustoá a Nefret con un beso descuidado y luego desaparecioá entre la multitud
de espectadores.
"Olíáa a licor en su aliento", me dijo Nefret, moviendo la cabeza. "Esperemos
que pueda llegar a la seguridad de la casa de la Deutsche Orient-Gesellschaft
antes de que se desoriente."
"Ya no es nuestra responsabilidad. Debo informar a Emerson de la
inminente llegada de Borchardt. Tendraá un gran impacto en la forma en que
procedemos hoy". Encontreá a Emerson en un diaá logo con Selim y le conteá la
noticia.
Su reaccioá n no fue discreta. "¡Maldita sea! Selim, que los obreros dispersen a
los mirones con la fuerza que sea necesaria. Despueá s de eso, infoá rmeles que
deben tomar un descanso en la sombra hasta que se requiera su presencia.
Peabody, preguá ntale a tu Dios por queá quiere complicar mi vida. Debe tener
una racha de sadismo."
"Tiene mejores cosas que hacer que asediarte", contesteá acerbamente.
"Sugiero que tengamos una conferencia en el dahabeeyah."
Aparentemente Emerson no estaba enamorado de mi propuesta. Su varonil
voz resonoá contra los acantilados mientras ordenaba a la multitud que se
marchase. Noteá que el Sr. Buddle cumplioá inmediatamente, su libreta sujetaba
su pecho. Selim y los obreros reforzaron el mensaje con aliento fíásico. Una vez
que nos liberamos de espíáas y fisgones, nos sentamos en un lugar sombreado.
Contrariamente a su habitual postura dictatorial, Emerson explicoá la situacioá n
y preguntoá por nuestros pensamientos.
"Morgenstern no puede atribuirse el meá rito de haber descubierto el busto
de Nefertiti", afirmeá . "Si alguna vez recuerda que lo descubrioá , tendríáa que
admitir que lo roboá para tener una copia falsificada que presentar al Servicio
de Antiguü edades."
"Y no puedo decir que lo descubríá", dijo Emerson. "Eso seríáa moralmente
reprobable."
Ramseá s aclaroá su garganta. "Borchardt deberíáa tener ese honor. Podríáas
contarle sobre el serdab que encontraste. Nadie creeraá que no quitaste la
tapa..."
"Habíáa al menos cincuenta testigos", inserta David.
"Lo hizo por curiosidad," continuoá Ramses,"pero reconocioá que era
prerrogativa de Borchardt continuar el trabajo."
"Ademaá s, encontraraá el busto de Nefertiti", le dije.
Nefret arrugoá su nariz. "En la mesa del comedor, en fila con las cuatro
falsificaciones?"
Emerson acosoá . "En el serdab, con los primeros esfuerzos de Thutmose."
Apoyoá la cabeza en su punñ o mientras pensaba. "Ramseá s, ve a la dahabeeyah y
trae el busto de Nefertiti en una bolsa. Lo ocultareá en el serdab para que no
sea visible a primera vista. Borchardt es conocido por su meticulosa diligencia.
Deduciraá que los otros dos bustos tambieá n fueron hechos por Tutmose".
"Como quieras, padre." EÉ l y Emerson intercambiaron una mirada cautelosa
que yo no pude interpretar. O no queríáa interpretar, lo admito ante mis
lectores.
"Ahora," anuncioá Emerson,"continuaremos excavando en otras aá reas del
estudio. Esos objetos enterrados que pueden ser dignos de nuestra atencioá n.
Latif, esta es tu oportunidad de ser arqueoá logo. Selim te proporcionaraá una
paleta y te ensenñ araá a medida que avanzas, para que puedas cavar
cientíáficamente y no soá lo en busca de antiguos tesoros en la arena. David,
vigíálalo de cerca. Les direá a nuestros trabajadores que regresen".
Le dije a Emerson que deseaba bajar por la escalera hasta la parte inferior
del serdab para echar un vistazo antes de cambiar la tapa. Abrioá la boca para
protestar, pero la cerroá y se dirigioá hacia los amontonados obreros. Nefret me
dio la antorcha eleá ctrica y me advirtioá acerca de la escalera que consistíáa en
trozos dudosos de madera y peldanñ os algo podridos. Despueá s de haber
descendido a tumbas profundas por escaleras menos robustas, procedíá con
confianza.
Me arrodilleá para examinar los dos bustos de Nefertiti. Ninguno de los dos
captoá el encanto incomparable de la obra maestra que Morgenstern habíáa
llevado a El Cairo. Uno teníáa una nariz grande. El segundo teníáa un pequenñ o
casco y carecíáa de simetríáa perfecta. Tutmose debe haber sido reganñ ado por la
reina Nefertiti cuando presentoá a cada uno de ellos, y asíá los relegoá al serdab.
La estatua de Nefertititi y un recieá n nacido masculino reflejaban una intimidad
entre ellos. Me preguntaba si Borchardt podríáa considerar mi hipoá tesis de que
el bebeá podríáa ser Tutankamoá n. Utiliceá el rayo de luz para admirar los frascos
de ceraá mica pintados de colores, una caja con incrustaciones de oro y marfil, y
un collar ancho y brillante de piedras semipreciosas que alguna vez habíáa
adornado uno de los bustos. Salíá del serdab, mi mente girando con imaá genes
brillantes, y noteá que los obreros habíáan retomado sus tareas asignadas. Los
brazos de Emerson estaban cruzados y su expresioá n era inusualmente adusta.
Fingioá que no se fijaba en míá.
Poco despueá s, Ramseá s regresoá con una bolsa de lona deformada y
desaparecioá por la escalera. La bolsa estaba desinflada cuando reaparecioá .
Emerson ordenoá a algunos de los hombres que levantaran la losa de piedra y
la colocaran de nuevo en el serdab.
Los obreros encontraron varios artefactos y los pusieron en sus canastas
asignadas. Latif estaba decidido a probar su valíáa; chillaba de alegríáa cuando
su paleta se encontroá con un objeto. EÉ l y David sacaron arena hasta que
expusieron un fragmento de ceraá mica pintada de azul, tíápica del períáodo de la
Amarna. Trabajamos mucho maá s allaá de nuestro acostumbrado descanso para
almorzar, y comenceá a preocuparme de que Emerson no nos permitiera
detenernos a tomar el teá en el dahabeeyah. Habíáa compartido mi pita con
Nefret, pero ninguno de los dos habíáa desayunado lo suficiente.
Estaba trabajando en el tamiz y recogiendo los objetos maá s pequenñ os
cuando levanteá la vista y vi a Dullard que veníáa hacia nosotros. Por suerte para
eá l, Emerson y Ramseá s estaban ocupados en la parte trasera del estudio. Nefret
se colocoá detraá s de míá.
"Mi querida Sra. Emerson -comenzoá Dullard con voz ronca-, lamento mucho
no haber tenido la oportunidad de hablar con usted cuando visitoá la aldea
copta. Me dijeron que usted y el Dr. Forth tomaron teá y galletas en una de las
casas".
Nefret lo miroá fijamente. "Síá, y nos enteramos de su plan malvado.
Notificaremos a las autoridades de El Cairo para que sea arrestado por
fomentar una rebelioá n".
"No tengo idea de lo que hablas. Soy un hombre de Dios, no un agitador. Me
reuá no con mis companñ eros cristianos para ensenñ arles a llevar una vida
virtuosa. Animo a los hombres a que respeten a sus esposas y las traten con
deferencia".
"Tuá les diste armas -le corrigíá con frialdad- y los entrenaste mientras no
podíáan pensar con claridad. Lo que me intriga es coá mo obtuviste acceso a esa
droga en el laboratorio de Merck en Darmstadt. Seguramente usted no estaba
incluido en el seá quito del embajador alemaá n. Eric von Raubritter te habríáa
descrito en su diario, y Liezel Hasenkamp nos habríáa hablado de tu aspecto
fíásico".
"Me temo que has estado demasiado tiempo en el sol", respondioá . "Ambos
deberíáan sentarse a la sombra hasta que recuperen el sentido comuá n".
Nefret apretoá los punñ os. "Sabemos que asesinaste a von Raubritter antes de
que pudiera confiar en nosotros sobre la droga."
"Me adhiero a los Diez Mandamientos, uno de los cuales prohíábe tomar la
vida de otra persona. No mataraá s', para ser precisos. No tiene pruebas de que
yo le hice danñ o a ese joven".
No estaba dispuesto a admitir que no teníáamos ninguna prueba. Mireá hacia
otro lado mientras buscaba una respuesta en mi ingenio. "Oh, pero nosotros
síá", dije, recurriendo a la mendicidad. "El Dr. Forth examinoá su cuerpo cuando
estaba en la morgue en Minya. Inmediatamente se dio cuenta de que habíáa
cabellos negros incrustados en las heridas. Von Raubritter era rubio". Me
inclineá hacia adelante y le tireá de la barba hasta que saqueá una muestra. "Pelo
negro como este, Sr. Dullard."
Nefret, ninguá n aficionado en el arte de la fabricacioá n, asintioá vigorosamente.
"Tomeá muestras del cabello y enviareá las suyas a las autoridades de El Cairo.
Los compararaá n bajo un microscopio".
Comenzoá a retroceder. "No tuve eleccioá n. Von Raubritter me atacoá cuando
iba a la casa de excavacioá n para asegurarme de que no habíáa sido vandalizada
durante la ausencia de Herr Morgenstern. Estoy seguro de que teníáa la
intencioá n de robar todo lo que encontrara y venderlo en el mercado negro. No
tuve maá s remedio que defenderme, a pesar de que era mucho maá s joven".
"Teníáas el doble de su tamanñ o", le dije. "Si tu historia hubiera sido cierta,
cosa que no lo es, podríáas haberle detenido faá cilmente. No, Sr. Dullard, usted lo
asesinoá para protegerse de la exposicioá n de su despreciable plan".
“You may revel in your ludicrous theory if it amuses you,” he retorted shrilly,
“but I will not stand here and listen to it! I shall return to Deir el-Cortar el
ceá sped para empacar mis escasas pertenencias y encontrar otra aldea copta
donde sereá considerado como un portavoz justo para la gloria de Dios. Buenos
díáas, Sra. Emerson y Dr. Forth." Se dio la vuelta y comenzoá a trotar en direccioá n
al ríáo.
"¿Hay algo en la Biblia sobre mentir a los misioneros?" Nefret me preguntoá
con una falsa inquietud.
"No que yo recuerde." Le hice una senñ a a Daoud y le dije: "Dullard admitioá
que habíáa asesinado al joven alemaá n. Debemos retrasarlo hasta que haya sido
arrestado y puesto bajo custodia en la comisaríáa de policíáa. Ellos pueden
decidir queá hacer con eá l hasta que yo envíáe y reciba telegramas del Sr. Russell".
Daoud, que habíáa participado en nuestra conversacioá n mientras nos llevaba
de vuelta a la dahabeeyah, me teletransportoá . "Como quieras, Sieá ntate Hakim.
Recuperareá nuestro bote de inmediato y lo perseguireá ". Se fue corriendo,
gorjeando como un paá jaro de cola espesa. Daoud es maá s feliz cuando se le ha
asignado una tarea que no excluye la carniceríáa.
"¿Y bien?" Preguntoá Emerson mientras se dirigíáa hacia nosotros. Su
audicioá n es notablemente aguda, y sabíáa que habíáa escuchado la mayor parte
de la conversacioá n. "Confesoá el asesinato de von Raubritter. Nefret, estoy
impresionado de que tuvieras los medios para arrancar los pelos negros del
cadaá ver para probar su culpabilidad".
"Gracias, profesor". Me miroá para pedir ayuda.
"Le has ensenñ ado bien", dije suavemente. "Volvamos al dahabeeyah a tomar
el teá , Emerson. Empiezo a sentirme un poco deá bil. Permíátanme mencionar que
Nefret y yo hemos comido poco hoy."
Ramseá s, que compartíáa muchos rasgos geneá ticos con su padre, incluyendo
la habilidad de escuchar a escondidas, avanzoá . "¿Te acompanñ o a ti y a Nefret,
madre?"
Hubiera estado de acuerdo, pero Emerson dijo: "Te necesito aquíá, Ramseá s.
Debemos asegurarnos de que el sitio no se vea perturbado en nuestra
ausencia, por muy breve que sea. Peabody, tuá y Nefret iraá n acompanñ ados por
Ilyas. Ha sido advertido sobre la posibilidad de un ataque del asesino final y
estaraá alerta".
"¿Has olvidado la pistolita en mi cinturoá n?" Dije con calma.
Emerson resoploá . "Durante muchos anñ os he oíádo que suena cada vez que
das un paso. Considere la posibilidad de que se le dificulte soltarlo cuando una
cuchilla se le clava en la espalda". Se detuvo y miroá hacia otro lado, sus ojos
parpadeando raá pidamente. Despueá s de un momento, se volvioá hacia míá.
"Debes estar protegido, Peabody. No puedo concebir la vida sin ti."
Yo tambieá n me encontreá parpadeando. "Muy bien, Emerson, Nefret y yo
daremos la bienvenida a la presencia de Ilyas mientras caminamos hacia el
dahabeeyah, y lo invitaremos a tomar el teá con nosotros. Latif no estaá
acostumbrado a la dureza del sol. Nos lo llevaremos con nosotros tambieá n."
Latif metioá su mano en la míáa. "Te protegereá , Sieá ntate Hakim. Si un hombre
malo sale de detraá s de un aá rbol, saltareá sobre su espalda y le rascareá la cara
hasta que pida misericordia. Entonces lo tirareá al suelo y lo pisoteareá ".
"Gracias", dije solemnemente.
Tan pronto como estuvimos a bordo del dahabeeyah, alerteá a Faá tima de que
habríáa cuatro para el teá . Ilyas estaba dolorosamente incoá modo ahora que su
deber habíáa sido cumplido y se refugioá en un rincoá n. Latif, que ahora se
consideraba un miembro auteá ntico de nuestro partido, fue a consolar a su
nuevo amigo. Nefret y yo fuimos a nuestras respectivas cabanñ as a
refrescarnos. Me puse un atuendo maá s coá modo y me salpicaba la cara con
agua. Nefret habíáa hecho lo mismo, y estaá bamos en la sala de estar cuando
Faá tima llegoá con una bandeja llena de pasteles y delicados saá ndwiches.
Mahmoud siguioá con una bandeja para la tetera, tazas y platillos.
Mi estoá mago revoloteaba con anticipacioá n mientras servíáa el teá . Ilyas se
sentoá en el borde de una silla y sostuvo la taza de porcelana como si fuera una
preciosa antiguü edad. Nefret amonestoá gentilmente a Latif para que mostrara
cortesíáa y autocontrol. Ella no me miroá cuando me metíá un saá ndwich en la
boca, tomeá un trago de teá y busqueá un pastel de crema. Sin embargo, cargoá su
plato con saá ndwiches antes de sentarse a mi lado en el sofaá .
"He estado sonñ ando con este momento todo el díáa", admitioá felizmente. "Si
no hubieá ramos sabido del advenimiento de Borchardt, el profesor habríáa
comenzado a retirar el contenido del serdab. Nos habríáa mantenido ocupados
hasta que oscurecioá tanto que chocamos entre nosotros".
"Hemos trabajado a la luz de la luna", le dije. "Cuando el entusiasmo de
Emerson estaá en su apogeo, no permite que nada interfiera. Hemos dormido
en tumbas infestadas de murcieá lagos y en tiendas de campanñ a que no nos
protegíáan de los mosquitos, la lluvia, las serpientes o los escorpiones. Por eso
todos reconocen que es el mejor egiptoá logo del siglo".
"Necesito una siesta", dijo Nefret. "Si compartes mi fatiga, enviareá a Ilyas de
vuelta al sitio."
Me puse la mano en los labios para cubrir un bostezo. "Una idea excelente,
querida. Ireá a la cubierta superior y me reclinareá en un silloá n mientras
reflexiono sobre los acontecimientos recientes. Latif, ¿preferiríáas quedarte
aquíá y tener una clase de cocina con Faá tima?"
Se tragoá el pastel que se habíáa metido en la boca. "No, sieá ntate", balbuceoá ,
migajas arqueaá ndose por toda la habitacioá n. "Prefiero aprender a ser
arqueoá logo para que alguá n díáa sea famoso como el Sr. Profesor Emerson.
Levaá ntate, Ilyas, y deá janos seguir nuestro camino." Si no hubiera sido
preadolescente, habríáa sonado como Emerson.
Asfixieá mi risa hasta que se cayeron por la plancha. "Me alivia que Emerson
sea su íádolo, a diferencia de alguien como Sethos, que entrenaríáa al chico para
ser carterista y ladroá n."
"¿Crees que nos hemos librado del Maestro Criminal?" preguntoá Nefret.
"De la misma manera que creo en las hadas y las momias ambulantes.
Ramseá s y David estaá n convencidos de que saltoá del vagoá n de carga, pero tenga
en cuenta que estaba muy oscuro. Sethos se paroá en la puerta y luego
desaparecioá . Puede que hayan caíádo por la explicacioá n maá s racional de su
accioá n. Sethos tiene una notable historia de crear ilusiones para satisfacer a su
puá blico".
"Prefiero creer que estaá cojeando hacia Minya", contestoá ella con un
movimiento de barbilla. Entroá en su camarote y cerroá la puerta.
Lamentablemente noteá que los pasteles y saá ndwiches habíáan desaparecido.
Faá tima y yo ya habíáamos discutido el menuá para la cena, asíá que subíá los
escalones hasta la cubierta superior y me desplomeá graá cilmente en un silloá n.
Cuando cerreá los ojos, no pude desterrar una imagen de la reina Nefertiti que
me miraba con reproche. Su acusacioá n taá cita teníáa validez, en el sentido de que
las falsificaciones inferiores de su busto habíáan sido esparcidas por todo El
Cairo como baratijas turíásticas baratas. "Pero tendraá s un lugar de honor en el
Museo Egipcio", le dije.
"O en un museo alemaá n", respondioá amargamente. "¿Confíáa en que
Borchardt no sacaraá de contrabando la obra maestra de Thutmose de Egipto?
Seguramente no has olvidado que la Piedra Rosetta estaá en el Museo Britaá nico,
junto con los Maá rmoles Elgin".
"Concedereá eso", dije, incapaz de refutar su afirmacioá n, y síá, lectores, era
consciente de que estaba manteniendo una conversacioá n con una ilusioá n. Me
ha resultado uá til expresar mis pensamientos en voz alta. Hacerlo me anima a
analizar y corregir mis conjeturas. Emerson ha perfeccionado la habilidad de
fingir que me escucha mientras considera la actividad del díáa siguiente en una
excavacioá n. A menudo se sorprende cuando le pido corteá smente que se ponga
su ropa de noche para un evento social esa noche.
Pude ver por la mirada de Nefertititi que estaba descontenta con mi
respuesta. "No tenemos por queá desconfiar de Borchardt", continueá
intentando aplacarla. Ella habíáa sido, despueá s de todo, la coregente de
Eknatoá n y posiblemente un faraoá n por derecho propio. Uno no deberíáa
discutir con faraones muertos hace mucho tiempo.
Sus labios se tensaron. "Puedes confiar en Borchardt, pero yo no. ¿Has
examinado todos los bustos de la mesa del comedor? Un estudio cuidadoso
puede conducir a la iluminacioá n."
"Sabemos que fueron hechas por Harun y sus aprendices. Soá lo una de las
falsificaciones es casi perfecta". Me puse de pie y me vertíá un vaso de agua
mientras contemplaba su insinuacioá n de que habíáamos pasado algo por alto.
Estaba tan absorto que casi me tropiezo cuando una voz dijo: "Sra. Emerson,
¿estaá usted aquíá? Me he encargado de venir sin invitacioá n. Por favor,
perdoá neme si he interrumpido su conversacioá n."
Recupereá el equilibrio y mireá al final de las escaleras. "No, Srta. Smith, soá lo
estaba meditando en voz alta. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?" No anñ adíá que
lo uá nico que queríáa hacer por ella era saludarla mientras se iba a Minya.
Llevaba un vestido verde lima, una bufanda llamativa y una tiara esmeralda.
Su laá piz labial habíáa sido aplicado por una mano inestable y los cíárculos rojos
en sus mejillas eran asimeá tricos. Se dio cuenta de que la estaba mirando. "Me
disculpo por mi apariencia, Sra. Emerson. No he sido yo mismo desde la
horrible experiencia de hace dos noches. No he podido dormir ni comer. He
venido a pedirle consejo sobre el Sr. Dullard." Le hice un gesto para que se
sentara y se uniera a ella. Se sentoá con un ruido sordo y empezoá a retorcerse
las manos. "Puede que nos haya salvado la vida, pero a costa de la de otro.
¿Deberíáa perdonarle?"
"Permíátame ofrecerle un vaso de agua", le dije para que se entretenga antes
de explicarle la soá rdida historia de la traicioá n de Dullard.
"Muy amable de su parte, Sra. Emerson. Preferiríáa una gota de jerez para
calmar mis nervios. No es que no esteá familiarizado con la violencia.
¿Recuerdas mi libro en el que Lady Whitbread fue atacada en su tienda y
obligada a decapitar al hermano gemelo malvado del jeque para proteger su
virtud?"
"Puede que me lo haya perdido", murmureá , empezando a sentirme
incoá modo.
"Cuando vuelva a Inglaterra, le enviareá una copia. En otro libro, la heroíána
sospecha que el jeque asesinoá a su hermano y estaá decidida a vengarse. Ella se
arrastra detraá s de eá l, envuelve su bufanda alrededor de su cuello, y habríáa
logrado estrangularlo si no la hubiera convencido de su inocencia en su uá ltimo
suspiro". Tomoá un trago del jerez que le habíáa dado. "La lealtad familiar es la
base de la civilizacioá n. Tengo entendido que tienes un hijo llamado Ramseá s".
Mi desasosiego se intensificoá . "Síá, y estoy muy orgulloso de eá l."
"¿A pesar del hecho de que ha cometido un asesinato?"
"Ramseá s tiene un corazoá n bondadoso y hace todo lo posible para evitar
causar dolor fíásico a sus enemigos."
"Aunque escribo bajo el seudoá nimo de Miss Ermintrude de Vere Smith, me
he casado dos veces y he tenido mis propios hijos. Entiendo su necesidad de
defender a Ramseá s, pero no es un caballero caballero". Fue al carro y
reabastecioá su bebida. "Has tenido muchos encuentros de naturaleza asesina,
¿no es asíá? Puede desestimarlos alegando defensa propia, pero yo seá que no es
asíá".
El paá nico invadioá el malestar. "¿Volvemos a hablar del Sr. Dullard? Lamento
decir que he recibido informacioá n inquietante sobre eá l. Es un agente de
alguien de la embajada alemana..."
"¿De verdad crees que le tengo afecto?" Su risa era amarga. "No es maá s que
un peoá n, que me da una excusa para quedarme en Amarna. Pobre e ingenua
Srta. Smith, embelesada con un misionero peludo y repugnante con la voz de
un ninñ o petulante".
Necesitaba que la Reina Nefertititi viniera a rescatarme, pero las
probabilidades eran escasas. "No sabíáa que se escribe bajo un seudoá nimo,
pero entiendo que es una praá ctica comuá n entre los autores. Ermintrude de
Vere Smith es una eleccioá n peculiar."
Se enfurecioá . "Mi nombre de pila es Ermintrude. Es una combinacioá n de
Hermiony y Gertrude, mis bisabuelas".
La iluminacioá n se tomoá su propio y dulce tiempo, pero finalmente se instaloá
en mi cerebro. Ya habíáa visto el lado acerado de su naturaleza, asíá como su
melodramaá tico despliegue cuando Absaloá n sucumbioá a la rama del aá rbol. Soá lo
una madre puede sentir tal agoníáa. "¿Les pusiste a tus hijos el nombre de
parientes?"
"¡Apenas!", respondioá ella olfateando.
"Ni le puse a mi hijo el nombre de un faraoá n. EÉ l mismo eligioá su apodo.
¿Cuaá ntos hijos tuvo, Sra. Godwin?" La pregunta, ofrecida con una sonrisa
amistosa, era retoá rica.
Permanecioá junto al carro. "Seis, pero cinco de ellos murieron a manos de
usted y de su hijo."
"Cinco de ellos murieron por su celo e incompetencia. Los vendedores no
estaá n exentos de peligro inherente". Me levanteá y me movíá al otro lado de la
cubierta. "Esta conversacioá n ha terminado. Regresa a tu cabanñ a, empaca tus
bauá les y contrata a algunos hombres para que te lleven a ti y a tus
pertenencias a Minya. Una vez allíá, tome el tren a El Cairo y luego a Alejandríáa.
Reserva el proá ximo pasaje disponible a Inglaterra y regresa a tu casa en
Cotswolds, Cornualles o donde sea que esteá ".
"Eso es lo que voy a hacer despueá s de que me deshaga de usted, Sra.
Emerson. Esperareá ansiosamente a leer su obituario en el Times. La de Ramseá s
vendraá poco despueá s." Estrechoá la brecha entre nosotros (la cubierta superior
era bastante pequenñ a), con las manos enroscadas.
"No le tengo miedo, Srta. Smith, ni a usted ni a su nombre. Tu mente estaá
distorsionada por la furia." Me recordeá a míá mismo que los maníáacos pueden
demostrar una fuerza increíáble.
"¡Asesino!", gritoá mientras se lanzaba hacia míá.
Me aparteá y permitíá que su impulso la propulsara por encima de la
barandilla. No pasoá maá s de un segundo antes de que hubiera una fuerte
salpicadura. Bajeá apresuradamente y fui a la cubierta. Nefret, Faá tima y
Mahmoud ya estaban allíá, peleando por la posicioá n. Escaneeá el agua en busca
de alguna senñ al de ella, pero la superficie estaba intacta.
"¿Quieá n... queá ?" Fatima dio un grito ahogado.
Espereá hasta que mi corazoá n dejoá de martillar. "La Srta. Smith vino
inesperadamente. ¿Queá le ha pasado a ella? ¿Por queá no podemos verla? No
tuve la oportunidad de preguntarle si sabíáa nadar".
"¿Antes de que la empujaras?" Preguntoá Nefret con voz treá mula.
"¡No seas absurdo! ¿Por queá no ha luchado hasta la superficie?"
Mahmoud me tocoá el brazo. "A primera hora del díáa vi a varios cocodrilos
tomando el sol en la orilla de la arena. Ya no estaá n allíá".
Mireá el banco de arena desocupado. "Creo que me gustaríáa sentarme ahora
y agradecereá su ayuda." Faá tima y Mahmoud sostuvieron mis brazos mientras
yo entraba tambaleaá ndome en la sala de estar. Nefret me trajo una copita de
conñ ac, se sentoá a mi lado y me dijo: "¿Seríáas tan amable de empezar por el
principio?"
Me preguntaba coá mo reaccionaríáa mi pequenñ o puá blico si dijera:"Si quieres
saberlo, estaba discutiendo con la reina Nefertiti cuando la Srta. Smith nos
interrumpioá ".
Veinte

Nefret debe haber enviado un mensaje al sitio, porque Emerson, David,


Ramseá s y Latif llegaron en un cuarto de hora. Emerson me ayudoá a ponerme
de pie y me llevoá a nuestra cabanñ a.
Su abrazo fue feroz. "Mi querida Peabody, podríáas haber sido asesinado por
esa asquerosa mujer. Siento mucho que te hayas visto obligado a estar allíá,
pero no puedo decir que vaya a llorar su muerte. Sobek, la deidad
supuestamente asociada con los cocodrilos, decidioá no salvarla. No habíáa nada
que pudieras hacer".
Me reconfortoá demasiado su cercaníáa como para admitir que deberíáa haber
intentado encontrar una manera de rescatar a la Srta. Smith, tambieá n conocida
como la Sra. Godwin, madre de los cinco asesinos empenñ ados en una venganza
mortal. "Lamento que haya pasado."
"No habíáa nada que pudieras hacer", repitioá . "Si te hubieras tirado al agua
para subirla, habríáas sido el postre de los cocodrilos."
Despueá s de otras interacciones de naturaleza reconfortante, Emerson y yo
fuimos a la cubierta superior para unirnos a los demaá s. Latif estaba
enfurrunñ ado porque su bebida consistíáa uá nicamente de agua con gas. David
nos mostroá su copia de un relieve encontrado en el estudio. Ramseá s fruncioá el
cenñ o mientras estudiaba los jeroglíáficos. Emerson se sentoá y me miroá con sus
ojos zafirinos, sus labios erguidos en una suave sonrisa. Me resultoá difíácil
seguir la conversacioá n general. Atrapeá a Nefret mirando a Ramseá s, su
expresioá n indescifrable.
Daoud subioá las escaleras y se detuvo. Se habríáa quedado allíá si yo no le
hubiera dicho: "Haá blenos del Sr. Dullard, por favor". ¿Tuvo eá xito en seguirlo
despueá s de que huyera hacia el Nilo?"
"Síá, Sitt Hakim", dijo, visiblemente ofendido. No le gusta que se pongan en
duda sus habilidades. "Tomeá el bote de nuestro muelle y remeá ríáo abajo con
todas mis fuerzas. Pronto lo vi y le griteá para que encallara su bote. En vez de
eso, tontamente intentoá escapar de míá remando hacia un pantano. Este
comportamiento no teníáa sentido. Le seguíá y vi que estaba oscurecido por
altos juncos. De nuevo, le griteá . Se levantoá y me apuntoá con un arma, pero su
bote volcoá y cayoá al agua".
"Asíá que lo sacaste", dijo Emerson, "y lo llevaste a la comisaríáa de policíáa de
Minya. Bien hecho, Daoud. Siempre podemos confiar en ti."
Daoud bajoá la cabeza. "Las canñ as estaá n acosadas por enormes peces ra'ad, el
bagre eleá ctrico, asíá como por cocodrilos. Una vez que se cayoá y quedoá
impactado por los peces que miden maá s de dos pies y medio de largo, se
acaboá . Lo que los peces no destruyeron, los cocodrilos seguramente lo haríáan.
Habríáa sido inuá til intentar recuperar alguna de sus partes del cuerpo.
Consciente de que la enorme masa de peces y cocodrilos podíáa volcar mi
barco, me retireá apresuradamente".
Me mordíá el labio. El Nilo se habíáa cobrado dos víáctimas, ninguna de las
cuales podíáa considerarse santa. Me horrorizoá la naturaleza violenta de sus
muertes. Emerson puso su brazo alrededor de mi hombro.
Nefret habíáa ido a la barandilla a mirar fijamente las ondulantes aguas
marrones. Ramseá s se levantoá como para unirse a ella, pero se sentoá de nuevo y
tomoá el contenido de su vaso. David lo miroá y luego se fue a su lado.
"Recuerda que la Srta. Smith habíáa venido a matarme", dije, rompiendo el
silencio. "El plan de Dullard habríáa resultado en derramamiento de sangre y
peá rdida de vidas. No podemos culparnos a nosotros mismos porque su
maldad resultoá en su muerte. En un díáa o dos, ireá a El Cairo y me reunireá con el
Sr. Russell".
Emerson se puso de pie. "Una vez maá s, Peabody, has olvidado la existencia
del quinto asesino. No iraá s a ninguna parte sin míá."
"Y yo", afirmoá Daoud con firmeza.
"Creo que es hora de cenar. Faá tima ha trabajado todo el díáa en la cocina. Le
debemos el respeto de cenar a una hora de moda".
Nadie protestoá . Fuimos al comedor y nos sentamos a la mesa. Hice una
mueca de dolor al ver las falsificaciones del busto de Nefertiti, que en la
actualidad son cuatro. Observeá que todos nosotros, con la excepcioá n de Latif,
seguíáamos miraá ndolos mientras comíáamos.
"¿Queá vamos a hacer con las malditas cosas?" Emerson dijo que mientras
servíáa brandy.
Ramseá s se rascoá la barbilla. "No podemos permitir que vuelvan a circular.
Supuestamente, Borchardt auá n no ha descubierto el original".
"Seríáa difíácil explicar la existencia de las falsificaciones", dijo David, "aunque
nos merecemos un recuerdo despueá s de todo lo que hemos pasado para
recuperar las copias de las babosas manos de Harun".
"Podríáamos quedarnos con uno", sugeríá. "No aquíá, por supuesto, sino en
nuestra casa en Inglaterra. El Servicio de Antiguü edades nos ha permitido
conservar algunas piezas de nuestras excavaciones a lo largo de los anñ os".
Emerson arqueoá las cejas. "Seraá menos complicado si viaja en uno de
nuestros bauá les. No tengo intencioá n de pasar horas en la oficina de Maspero,
tratando de explicar su origen".
"¿Cabreá en uno de sus bauá les, Sr. Profesor Emerson?" preguntoá Latif. Me
volvioá sus grandes ojos marrones. "No seá doá nde estaá este lugar de Inglaterra,
pero estoy seguro de que me gustaraá . Sereá un sirviente y dormireá en el suelo
de tu soá tano. Sereá muy bueno fregando pisos despueá s de que me ensenñ es,
Sieá ntate".
"Ven a pararte a mi lado", dijo Ramses. "Selim y yo tuvimos una larga charla
sobre tu futuro. Se ha encarinñ ado mucho con usted y cree que su hermana y su
marido le daraá n la bienvenida a su familia. Iraá s a la escuela para aprender a
leer y escribir. Estudiaraá s geografíáa, historia y ciencias. Es vital que un gran
arqueoá logo sea educado sobre el mundo".
"Me escapareá ", dijo Latif con una mirada oscura.
"Si lo haces, te arriesgaraá s al desagrado del Padre de las Maldiciones.
Tambieá n me decepcionaraá s a míá".
Le sonreíá. "Te quedaraá s aquíá por Navidad y el resto de la temporada."
David levantoá su vaso. "Brindemos por el futuro de Latif. Tendraá la
oportunidad de convertirse en el mejor egiptoá logo de la uá ltima parte del siglo
XX".
Nefret levantoá su copa. "Debemos conmemorar este momento con una
ceremonia solemne en la cubierta."
"Una idea excelente", dijo Ramses. "Puedo llevar dos de los bustos, y David
traeraá el otro. Fueron creados por el ingenio egipcio. Es justo que siempre
residan dentro de sus líámites".
"Espera un momento", dije mientras todos se poníáan de pie. "Por lo que nos
dijo antes, usted y David encontraron uno de estos en un armario cerrado con
llave en la oficina del agregado del embajador alemaá n. Morgenstern estaba
demasiado confundido para haberle dicho algo. La uá nica otra persona que
sabíáa de su existencia era Dullard. Ahíá estaá la conexioá n."
Emerson se acaricioá la barbilla. "Este agregado roboá la droga cuando fue
incluido en la visita al laboratorio Merck. Queríáa que Dullard experimentara
con la comunidad copta para averiguar si podíáan ser uá tiles en una guerra.
Dullard debioá tener un frasco cuando vio lo que Morgenstern habíáa
descubierto. Estoy empezando a pensar amablemente en los habitantes del
pantano".
Estaba dispuesto a amonestarlo por su falta de caridad, pero decidíá
levantarme y seguir al resto de nuestro grupo hasta la cubierta. David y
Ramseá s tiraron al agua dos de las flagrantes falsificaciones y me ofrecieron la
tercera. Cuando me negueá , Latif mencionoá que habíáa pasado horas buscando
tiendas por todo El Cairo especializadas en antiguü edades. Cantoá al oíár el
sonido del chapoteo.

he following morning we were able to enjoy a plentiful breakfast while


Emerson concentrated on coffee. I would have preferred to spend the morning
alone, trying to assimilate the events of the previous day, but Emerson insisted
that I accompany him to the site. Selim conferred with him, and ordered our
men to go back to the original site to continue excavating there. The remaining
workmen were visibly pleased when they were told that Borchardt would take
charge soon. Morgenstern had infuriated them. It is true that my beloved
husband has been known to express his temper when he is not pleased, and
this excavation Ha habido una serie de frustraciones. Ramseá s, David y Nefret
aceptaron mansamente sus deberes asignados. Latif correteaba, saltando
sobre y desde las rocas y ofreciendo a todos su ayuda. EÉ l, como Emerson, se
habíáa deshecho de su casco de meá dula.
"Debo hablar con el Sr. Buddle", le dije a Emerson. "Merece ser informado
para que pueda enviar un telegrama a su patroá n."
"No confíáo en ese hombre. Basado en lo que me has dicho de eá l, es tan
arrogante que se imagina a síá mismo por encima del peligro. Voy a interrogar a
cada obrero para asegurarme de que no es ese asesino. Queá date a mi vista,
Peabody".
"Por supuesto, querido."
El Sr. Buddle dejoá su libreta cuando me acerqueá a eá l. "Una vez maá s, he oíádo
rumores inquietantes. ¿Puede decirme si alguno de ellos es cierto?"
Me senteá en una roca conveniente. "Lamentablemente, la mayor parte de lo
que has oíádo es cierto." He elaborado en detalle, pero he pasado por alto los
detalles maá s espantosos. "Me arrepiento de no haber reconocido antes la
participacioá n de Dullard. Podríáa haber salvado a Morgenstern de sus ridíáculas
aventuras. Ya se ha ido, y rezareá para que no se ponga en peligro antes de que
se le acabe el aguardiente".
"Siento el mismo remordimiento por no haber podido convencer a la Srta.
Smith de que abandonara Amarna. Estoy horrorizado de que intentara herirla,
Sra. Emerson."
"Ella admitioá que habíáa dado a luz a seis hijos. Uno de ellos, Geoffrey, estuvo
casado brevemente con mi ahijada. Nefret estaba en un estado mental
perturbado en ese momento, y se dejoá cegar por su comportamiento
encantador y sus bellos rasgos. No pudimos ver el mal en su corazoá n".
"Ese es a menudo el caso, ¿no es asíá? Preferimos pensar en lo mejor de la
gente. A veces nos equivocamos".
"Rara vez me equivoco", dije. "Emerson cree que eres un tonto, pero yo creo
lo contrario. Eres astuto, y te deleitas en enganñ ar a la gente. Descubriste que
un hombre llamado Ridgemont estaba financiando la excavacioá n. Te
presentaste como su agente, y nadie estaba en posicioá n de cuestionar esto.
Elegiste llamarte Octavio Buddle. Tu verdadero nombre es Flitworthy. ¿Por
queá tu madre decidioá cargarte con un nombre tan absurdo? Esto no quiere
decir que hubiera elegido llamar a mis hijos Judas, Guy, Cromwell y Absaloá n".
"Me bautizaron con el nombre de Rasputíán. No puedo recordar por queá elegíá
llamarme Octavio. Siempre he pensado que tiene una cadencia meloá dica." Se
puso de pie, me agarroá del brazo y me puso de pie. "Su esposo y los otros
miembros de su familia parecen estar distraíádos. Ninguno de ellos estaá
mirando hacia aquíá. No pueden ver la pistola que estoy apretando contra tu
caja toraá cica".
"Eres la excusa maá s lamentable para un asesino que he conocido", dije
mientras íábamos detraá s de una formacioá n de cantos rodados. "Tus hermanos
eran unos fracasados, pero demostraron cierta elegancia."
Buddle me miroá con ironíáa. "El asesinato no es tan faá cil como uno podríáa
pensar. Mis hermanos eran temerarios, demasiado fanaá ticos para considerar
las consecuencias de sus intentos".
Tuve una pequenñ a epifaníáa. "Cuando te vestiste con una tuá nica negra y
trataste de atraerme al wadi, deberíáas haber sido maá s consciente de la
inminente inundacioá n repentina. Me refugieá en una cornisa en el acantilado.
¿Queá hiciste?"
"Tuve la suerte de salir del wadi antes de que me arrastraran."
"¿Me habríáas matado?" Pregunteá sin rodeos.
Bajoá el arma. "No seá queá podríáa haber hecho ese díáa, Sra. Emerson. Has
mostrado empatíáa y bondad. Por otro lado, mi principal deber es mantener el
honor de la familia Godwin".
"La familia Godwin carece de honor."
"Y tristemente falto de nuá meros." Buddle miroá a la distancia, su frente
arrugada. "Soy el uá nico que queda."
Desengancheá la copa de hojalata que forma parte de mi cinturoá n de
herramientas, habieá ndome visto obligado a reemplazarla despueá s de mi
encuentro con el jeque beduino. Lo habíáa hecho con prontitud, ya que siempre
he considerado que no es propio de una dama tragar líáquido de una botella o
cantimplora. Vertíá whisky en la taza y fingíá que bebíáa.
Buddle me miroá con una sonrisa sarcaá stica. "¿Estaá suficientemente
fortificada, Sra. Emerson? ...y luego..." Un regodeo se extendioá por su cara
mientras levantaba la pistola.
Le metíá el líáquido directamente en los ojos. Me han informado que la
sensacioá n no es nada agradable. Su comportamiento lo confirmoá . Se tambaleoá
hacia atraá s, apretando sus manos contra su cara y llorando en voz alta.
Levanteá mi sombrilla y la puse sobre su cabeza con toda la fuerza que pude
reunir.
Despueá s de esto, era simplemente una cuestioá n de atar sus manos y pies
con las cuerdas de mi cinturoá n de herramientas. Entonces me senteá en una
roca y espereá la llegada de mis rescatadores.
Quedaban una o dos cucharaditas de whisky en el frasco.
Acerca de los autores

Elizabeth Peters es el seudoá nimo de Barbara Mertz, quien obtuvo su


doctorado en Egiptologíáa en el famoso Instituto Oriental de la Universidad de
Chicago. A lo largo de sus cincuenta anñ os de carrera escribioá maá s de setenta
novelas de misterio y suspenso, y tres libros de no ficcioá n sobre Egipto.
Recibioá numerosos premios de escritura, incluyendo premios de gran maestro
y de logros de por vida de los Escritores de Misterios de Ameá rica, Malicia
Domeá stica y Bouchercon. En 2012 se le otorgoá el primer Premio Amelia
Peabody, creado en su honor, en la convencioá n Malicia Domeá stica. Murioá en
2013, dejando un manuscrito parcialmente terminado de La Reina Pintada.

Joan Hess es el autor de los Misterios de Claire Malloy y los Misterios de Arly
Hanks, formalmente conocidos como los Misterios de Maggody. Es ganadora
del American Mystery Award y del Agatha Award, por los que ha sido
nominada cinco veces, y es miembro de Sisters in Crime y ex presidenta de la
American Crime Writers League. Vive en Austin, Texas.

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Libros de Elizabeth Peters

La serie Amelia Peabody

 Cocodrilo en la orilla de la arena


 La maldición de los faraones
 El caso de la momia
 León en el Valle
 Los hechos del alborotador
 El último camello murió al mediodía
 La Serpiente, el Cocodrilo y el Perro
 La piscina del Hipopótamo
 Ver un gato grande
 El simio que guarda el equilibrio
 El Halcón en el Portal
 Trueno en el cielo
 Señor del Silencio
 El Dorado
 Los niños de la tormenta
 Guardián del Horizonte
 La Serpiente en la Corona
 Tumba del Pájaro de Oro
 Un río en el cielo
 La Reina Pintada
y
 El Egipto de Amelia Peabody (editado con Kristen Whitbread)

La serie de Vicky Bliss

 Prestatario de la noche
 Calle de las Cinco Lunas
 Silueta en escarlata
 Troyano Oro
 Tren nocturno a Memphis
 La risa de los reyes muertos

La serie de Jacqueline Kirby

 El Séptimo Pecador
 Los asesinatos de Ricardo III
 Muere por amor
 Una vez más desnudo

 La cabeza del chacal


 La alcaparra de Camelot
 El Cifrado del Mar Muerto
 La noche de los cuatrocientos conejos
 Leyenda en terciopelo verde
 El diablo podría preocuparse
 Verano del Dragón
 El Hablador de Amor
 La conexión de Copenhague

Libros de Joan Hess

La serie Claire Malloy

 Prosa Estrangulada
 El Asesinato en el Asesinato en el Mimosa Inn
 Estimada Srta. Demeanor
 Un cadáver muy lindo
 Una dieta por la que morir
 Vuélvete y hazte el muerto
 Muerte a la luz de la luna
 Alfileres envenenados
 Cosquillas hasta la muerte
 Cuerpos ocupados
 Muy cerca del asesinato
 Un Holly, Jolly Murder
 Un cadáver convencional
 Afuera en una extremidad
 El cuerpo de la despedida
 Damas en peligro
 Mami, querida.
 Casas y Jardines de Muerte
 Asesinato como segundo idioma
 Orgullo v. Prejuicio

La serie Arly Hanks

 Malicia en Maggody
 Travesura en Maggody
 Mucho Ado en Maggody
 Locura en Maggody
 Restos mortales en Maggody
 Maggody en Manhattan
 O Pequeña ciudad de Maggody
 Marcianos en Maggody
 Milagros en Maggody
 La Milicia Maggody
 La miseria ama a Maggody
 murder@maggody.com
 Maggody y los Rayos de Luna
 Tren de mulas a Maggody
 Negligencia en Maggody
 Las alegres esposas de Maggody
Derechos de autor

Esto es una obra de ficcioá n. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son
producto de la imaginacioá n del autor o se utilizan ficticios y no deben ser
interpretados como reales. Cualquier parecido con eventos reales, locales,
organizaciones o personas, vivas o muertas, es totalmente coincidente.

THE PAINTED QUEEN. Copyright © 2017 por MPM Manor, Inc. todos los
derechos reservados bajo las Convenciones Internacionales y Panamericanas
de Copyright. Mediante el pago de las tasas requeridas, se le ha concedido el
derecho no exclusivo e intransferible de acceder y leer el texto de este libro
electroá nico en pantalla. Ninguna parte de este texto puede ser reproducida,
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introducida en cualquier sistema de almacenamiento y recuperacioá n de
informacioá n, en cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electroá nico o
mecaá nico, ahora conocido o de aquíá en adelante inventado, sin el permiso
expreso y por escrito de HarperCollins e-books.

PRIMERA EDICIOÉ N

Biblioteca del Congreso Datos de catalogacioá n de publicaciones


Nombres: Peters, Elizabeth, 1927-2013, autor. | Hess, Joan, autor.
Tíátulo: La reina pintada / Elizabeth Peters y Joan Hess.
Identificadores: LCCN 2016055125| ISBN 9780062083517 (tapa dura) | ISBN
9780062201362 (letra grande) | ISBN 9780062083524 (ebook)
Sujetos: LCSH: Peabody, Amelia (personaje ficticio)--Ficcioá n. | Mujeres
arqueoá logas... Ficcioá n. | Egipto--Ficcioá n. | BISAC: FICCIOÉ N / Misterio y
detective / Mujeres detective. | FICCIOÉ N / Misterio & Detective / General. |
GSAFD: Ficcioá n misteriosa.
Clasificacioá n: LCC PS3563.E747 P28 2017 | DDC 813/.54--dc23 Registro LC
disponible en https://lccn.loc.gov/2016055125

Edicioá n Digital JULIO 2017 ISBN: 978-0-06-208352-4

Imprimir ISBN: 978-0-06-208351-7

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www.harpercollins.com DIFUNDE LA PALABRA-
* Ofilepos23999 el Custodio se apresura a anñ adir, de aquellos que
trabajaron para terminar La Reina Pintada.
Tabla de Contenidos

Portada
Paá gina de tíátulo
Dedicacioá n
Contenido
Proá logo
Prefacio
Introduccioá n
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseá is
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
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