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A principios del siglo XX, mientras la ópera italiana era cultivada con pasión entre
nosotros, se desconocía todavía algunos de los grandes valores del arte europeo
contemporáneo, incluso las figuras sobresalientes del romanticismo, y los músicos
chilenos debían sucumbir ante el estilo imperante, o bien desaparecer en el olvido o el
anonimato. Este estado de cosas trae, por cierto, una reacción encabezada por quienes
podríamos llamar precursores del modernismo en Chile. (117)
Si bien a fines del siglo pasado era posible obtener en nuestro país una formación musical
eficiente, en manos de los numerosos músicos italianos avecindados en Chile, esta
formación estaba dirigida, prácticamente, a perpetuar el reinado de la ópera italiana.
(118)
La primera organización privada que se dedicó, según sus estatutos, a “propagar la música
clásica y dar a conocer las obras modernas de estilo análogo por medio de conciertos”, fue
la Sociedad de Música Clásica, fundada en 1879. (118)
El año 1889 marca el breve apogeo de la música de cámara en estos promisorios decenios,
ahogado por el fácil lirismo y la frívola reacción de fin de siglo. (121)
El verdadero sucesor del espíritu de la Sociedad Cuarteto fue don Luis Arrieta Cañas, quien
entre 1890 y 1900 organizó en Peñañolén numerosas audiciones de música de cámara que
constituyeron, junto con las tertulias de José Miguel Besoaín, la verdadera pauta musical
de esos años. (121)
Los Diez fueron el primer núcleo de avanzada de la cultura chilena, en la síntesis fraterna
que acometieron de poesía, música y arte plásticas. Su labor transcurrió alrededor de la
segunda década de este siglo y los primeros Diez fueron: Alfonso Leng, Pedro Prado,
Manuel Magallanes, Aberto Ried, Acario Cotapos, Aberto García Guerrero, juan (sic.)
Francisco González, Julio Bertrand, Augusto D’Halmar y Armando Donoso. (123)
La Sociedad Bach, al iniciar su labor pública en 1924, fue heredera del espíritu de Los Diez
respecto de la música, porque en esa época este grupo se hallaba prácticamente disperso
y su labor conclusa. (123)
Este organismo [coro universitario Sociedad Bach], fundado por un grupo de jóvenes
visionarios encabezados por Domingo Santa Cruz Wilson, se transformó, en 1924, en una
organización púbica cuyas finalidades eran “fiscalizar el movimiento musical de Chile y
auspiciar la formación de un cuarteto, una orquesta y la creación de una revista musical”;
es decir, la Sociedad Bach contribuiría al desarrollo y correcto desenvolvimiento de la
cultura musical en Chile e iniciaría una campaña depuradora, encauzadora y
organizadora [énfasis propio] de nuestro ambiente musical. (123)
Una de las máximas de la Sociedad consistía en dar a conocer el pasado musical para
comprender el arte del presente, trabajando para ello en forma amplia y generosa. (123)
Comprendemos sin embargo que, dado el limitado campo artístico en que se desarrollan
las actividades musicales en nuestro país, algunos músicos, más o menos reputados,
tengan que recurrir a lugares poco edificantes con el fin de subsistir, ejecutando música
bailable y «de oído» en cafetines y cinemas; pero, en todos las actividades humanas cabe
esperar un poco de honradez, y si bien es cierto que es tolerable ejecutar a Bellini para
ganarse el pan, no es ni siquiera admisible que se eche mano a Beethoven,
prostituyéndole criminalmente, con fines parecidos. (36)
Quien quiera dedicarse al arte, deberá comprender que tiene mucho sacerdocio, y que,
como en las órdenes religiosas ascéticas y abstinentes, no convencen los franciscanos
gordos. (36)
La misión del artista intérprete y del maestro debe consistir en la difusión, noble y
desinteresada, de las obras de arte, que en su gran mayoría, nacieron del hambre y del
dolor de sus autores, de lo más íntimo y secreto de sus almas, como las páginas de
Beethoven, para satisfacción integral del espíritu humano, y no para servir de instrumento
en manos de mercaderes al usufructo de sus pasiones bastardas. (37)
Existe pues, en el arte de nuestros días, una tendencia marcada hacia una escrupulosa
realización de todas las posibilidades específicas de la técnica, lo que lleva a delimitar
estrictamente el campo que a cada arte corresponde. (49)
Nadie ignora ya, que los asuntos musicales pasan por una aguda crisis: la prensa y la
Sociedad Bach pide, en los términos más apremiantes, una reorganización radical del
establecimiento que el Estado mantiene como único vehículo de la cultura musical. (73)
En aquellos felices tiempos en que el Conservatorio era gobernado por una «Junta de
Vigilancia», especie de tutelaje colectivo de ciertas personas, cuya singularización en la
clase alta les había granjeado fama de artistas, era indiferente toda idea estética; hoy nos
parecen épocas mitológicas y es admirable que en tan pocos años hayamos dado vuelta
tan redonda. Nuestros padres creían de buena fe que el hombre culto era el que llegaba a
tener un título universitario, y a este, le era solo indispensable la lectura de ciertos autores
o de determinados filósofos; en cuanto a nociones de arte, eran cosa de especialistas.
Cuando algún caballero pasaba por artista era porque adquiría obras de arte o solía hablar
de pintura; el músico pertenecía a la categoría de gente rara, casi sospechosa. Entonces,
¿qué importancia podía tener la historia de la música? ¿para qué necesitaba el pianista o
el violinista saber más allá de sus corcheas? Lógicamente, el Conservatorio Nacional de
Música era, como la Escuela de Artes y Oficios, un organismo destinado a dar profesión
honrada a ciertas personas que ganaban su vida alrededor de las compañías líricas que
venían de Italia y últimamente, como empleados en teatros o cafees. Agréguese a esto
uno que otro ejecutante o profesor formado en el empirismo, y tendremos el ideal de la
labor que se asignaba al establecimiento. (75)
Para desgracia de los que dirigen el Conservatorio, la cultura chilena hizo necesaria una
nueva actitud; vino por si sola su anexión a la Universidad de Chile, (principio de
dignificación). Aquí habría debido producirse la reforma de sus bases y el encauzamiento
de sus programas dentro de una visión más amplia, más universitaria en el recto sentido.
(75)
Es por esto que cabe afirmar categóricamente, que la actual dirección del Conservatorio
carece de la autoridad moral para dirigir actividades que ella misma ha combatido y que
se impone como medida indispensable una (sic.) cambio en las personas que la tienen.
(76)
Para que ella pueda ser desarrollada con fruto, deben subsanarse los defectos principales
de la actual orientación el misoneísmo, el italianismo y el prejuicio anti-nacional. (76)
a los alumnos del Conservatorio les falta totalmente el amor a su arte, la curiosidad, la sed
del música, y se contentan con repetir eternamente las mismas composiciones que ya nos
hastían en los conciertos. (77)
Los alumnos son víctima de tres defectos capitales: del exceso de matrícula, de la
confusión de las carreras y de los males planes de estudio. (78)
La enseñanza del Estado, los fondos públicos que en ella se gastan, están destinados a
subvertir la misión del gobierno de dar campo a las actividades artísticas, él lo hace en la
medida de sus fuerzas, con la sola condición de que instituya una enseñanza honrada y
completa. Es la diferencia que hay con la instrucción general: ella corresponde a todos los
habitantes de la República; la artística sólo a los dotados. (78-79)
el artista nace, hay que captarlo, que pulirlo, que robustecerlo. (79)
el Estado solo debe instruir el número extricto (sic.) de individuos a los que pueda enseñar
racional y completa, según los recursos de que dispone: su misión no es mantener un gran
Conservatorio sino uno bueno. (79)
tenemos músicos al margen de todos los problemas culturales. Los estudios humanísticos
no están destinados a formar sabios, ellos tienen por fin principal desarrollar la mente del
niño, darle amplitud, hacerla pasar por cierta gimnástica que la hace apta, con ideas
generales que se aconchan para todas las actividades de la vida. ¿Por qué van a formarse
los músicos en un criterio diverso? ¿No es la música una profesión esencialmente
intelectual que debe ir aparejada a una cultura artística general muy completa y a una
mente muy ejercitada? ¿Hay algún gran artista que haya surgido sin un espíritu cultísimo,
sin quem por sus estudios, o por si solo se haya buscado la claridad intelectual? […] Sin
embargo el Conservatorio se declara satisfecho con formar mentalidades pequeñas de
«obreros del arte» a quienes, como a un albañil o a un carpintero, es inútil hacer
explicaciones generales. (81)
El misoneísmo que hemos apuntado antes, preside los planes de estudio, al alumno no se
le familiariza desde pequeño ni con el ritmo, ni con la armonía, ni con el espíritu de la
música de hoy. Tocar música moderna, es casi una picardía y demostrar por ella
preferencia es causa de grave sospecha de pasarse a otro campo. Sin embargo, la música
moderna tiene sus estudios, sus tratados y su teoría.
De este modo, los egresados de los colegios [de los grandes centros culturales Europeos,
como Alemania], gracias a su preparación científica y metodizada, se hallan en situación
no sólo de reccionar con mucha sensibilidad ante el estímulo de belleza que constituye un
trozo de buena música, sino que puede seguir también el desarrollo temático de lo que
escuchan, diferenciando las frases e interpretando su sentido: en una palabra, sus
conocimientos técnicos les permiten comprender los detalles estructurales de la partitura,
su fundamento armónico y todos aquellos factores que reunidos determinan la belleza del
trozo. (128)
En Chile esta clase de instrucción no existe. Cierto es que en los establecimientos docentes
hay una clase de canto; pero ella (128) no obedece a ningún plan de educación musical, y
los profesores, en su gran mayoría, se limitan a enseñar «de oído» algunas melodías sin
valor alguno. […] Si está dotado de una gran sensibilidad, esta falta de conocimientos
básicos lo convertirá en el diletante que encontramos a cada paso en los conciertos,
absolutamente incapaz de juzgar de las obras que escucha, que sólo aprecia de un modo
general, de acuerdo con las frases hechas de la crítica musical al uso. (129)
Para corregir este mal, debe pue intensificarse en forma científica la enseñanza de la
música, no sólo con el criterio usado con el alumno que va a estudiar un instrumento, sino
con el objeto más general de prepararlo musicalmente como un buen auditor, como un
aficionado que no sólo juzgue el arte por instinto sino con verdadero conocimiento. (129)
Debe desde luego educarse su capacidad auditiva, en forma que pueda separar, desligar
los tonos fundamentales de los demás y percibir la construcción de la frase y sus diversas
variaciones y transformaciones.
Hemos opuesto al hombre práctico, que considera el mundo según su utilidad, al sabio y al
artista. Los dos últimos representan las dos formas de actividad teórica o cognoscitiva del
espíritu humano: el intelecto y la intuición. (285)
el artista por el contrario intuye la realidad concreta, se sumerge en el fenómeno y nos
revela su individualidad viviente transformada en una imagen. Imagen y concepto, he ahí
los dos aspectos que el espíritu es capaz de extraer de las cosas. Mas el concepto es solo
un escalón en el conocimiento intelectivo, el punto de partida d euna complicada
construcción lógica de principios y de relaciones abstractas, y la imagen es el primero y
último grado del conocimiento intuitivo. Ella refleja de una manera simple la vida total
que el sabio trata de aprender en sus enmarañadas redes conceptuales. (285)
Ambas formas de conocimiento tienen una misión armónica, y ambas han contribuido por
iguales partes al progreso y a la dignificación del ser humano. Mas, el prejuicio
racionalista, negando o ignorando la existencia de las facultades intuitivas, impidió por
largos siglos la comprensión de la verdadera naturaleza del arte, y así la estética es una
ciencia reciente, cuyos dominios vastos se hallan aun en gran parte inexplorados. (285)
Solo en las postrimerías del siglo XVII, Juan Bautista Vico hace luz sobre el significado de la
intuición artística. A él pertenece, cómo lo ha demostrado Benedetto Croce, la gloria de
haber encontrado las bases definitivas de una verdadera Estética. (286)
Solo el artista, por la actividad creadora de su espíritu, por si visión intuitiva, es capaz de
hacernos penetrar en el corazón de la vida, en la realidad esencial. (286)
Es abusivo asimilar el arte al placer sensual, porque, como veremos mas (sic.) delante, la
labor del artista consiste precisamente ne transformar la materia sensual en objeto de
pura contemplación (288)
Mas algunos arguyen: la obra de arte produce placer. Es verdad; pero una forma especial
de placer: el placer estético, que se distingue precisamente de todas las formas de placer
sensual. (288)
Hemos establecido que la obra de arte es intuición pura y simple, y que por lo tanto no es
legítimo reducirla a conceptos filosóficos o morales que nada tuvieron que ver con su
producción. Buscar tesis o alegorías en la obra de grandes artistas, resulta una empresa
tan vana y absurda como la de fijar arcos a un paisaje natural, o de pegar etiquetas a las
cosas con el nombre arbitrario que les damos en el lenguaje corriente. (288)
la mente puede proceder intelectivamente respecto de la obra de arte, como lo hace con
relación a la naturaleza; pero de eso no se sigue que estas abstracciones constituyen el
sentido del arte, ni que fueran tenidas en vista para realizar la creación estética. (288)
La obra de arte tiene un carácter de expresión total: ella refleja en sí la vida cósmica, y de
esta manera contiene virtualmente todos los aspectos, y ninguno determinado. (288)
el arte es el supremo liberador, que eleva al hombre del mundo de la necesidad instintiva,
de las discordancias tumultuosas, a la región serena de la belleza y de la contemplación.
(291-291)
Palabra de Soro. “El conservatorio de mucho no es, como muchos creen, un criadero de
genios”