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Los trastornos de ansiedad en el siglo XXI: una pandemia silenciosa

Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud sobre


“Depresión y Otros Trastornos Mentales Comunes”, liberado el año 2017, un
6,5% de la población chilena sufre algún trastorno de ansiedad. Esta cifra es
mayor al 5% de chilenos que sufren un trastorno depresivo.

Este porcentaje se traduce en 1.100.584 afectados por algún trastorno de


ansiedad, siendo solo superados a nivel americano por Brasil (9,3%) y
Paraguay (7,3%), situándonos sobre países desarrollados de la región
(Estados Unidos con un 6,3%). A nivel mundial, la estimación de trastornos de
ansiedad para el año 2015 fue de un 3,6% (siendo más frecuente en mujeres
que en hombres, con un 4,6% v/s 2,6% respectivamente), con un incremento
de 14,9% en el periodo 2005-2015. Habría que agregar además los llamados
“trastornos subumbrales” (conjunto de síntomas que crean malestar e
incapacidad pero que no cumplen todos los criterios necesarios para configurar
un diagnóstico), que en la consulta médica general alcanzan al 25% de los
consultantes.

Es decir, 1 de cada 4 chilenos que acuden al policlínico de medicina general


sufren síntomas, malestar y cierto grado de discapacidad asociados a un
trastorno de ansiedad.

Antes de seguir resulta necesario realizar ciertas aclaraciones. Primeramente,


la ansiedad es una experiencia universal. Ya sea una cita importante o una
entrevista de trabajo (la percepción de cualquier situación como potencialmente
peligrosa), la mayoría de las personas enfrentan en sus vidas circunstancias
donde experimentan la respuesta de activación ansiosa: taquicardia, palmas
sudorosas, aceleración de la respiración, temor, rigidez muscular, etc. En
segundo lugar, la ansiedad, por sí misma, no es una reacción negativa o
necesariamente patológica, sino todo lo contrario. Cumple una función esencial
para la supervivencia del individuo, como mecanismo de activación y alerta
ante posibles peligros o exigencias ambientales, facilitando su afrontamiento
rápido y eficaz. Los síntomas asociados a la ansiedad son la manifestación
externa de la activación que nuestro cuerpo atraviesa para intentar hacer frente
a la situación percibida como amenazante.

Los Trastornos de Ansiedad, en cambio, son trastornos psicológicos que


difieren cuantitativa y cualitativamente de la agitación que surge
espontáneamente ante una situación desafiante. Estos pueden llegar a
interferir negativa y significativamente con la habilidad de un individuo para
desenvolverse y adaptarse a su entorno. Sus síntomas se manifiestan como
reacciones desproporcionadas y/o injustificadas ante estímulos o situaciones
ambientales cotidianas, las cuales escapan del control voluntario de la persona,
teniendo un carácter intenso y recurrente, generando incomodidad y malestar.

En lugar de cumplir su función primaria (actuar como mecanismos de


preparación, atención, protección y alerta frente al peligro), estos fenómenos de
activación pierden su valor adaptativo y convierten algunas situaciones
cotidianas en fuentes potenciales de terror y pánico. Cuando no son
adecuadamente diagnosticados y tratados, pueden impulsar a la persona a
adoptar medidas extremas de evitación y/o huida que le mantengan ‘seguro’
(por ejemplo, evitar salir de casa o incluso esquivar cualquier tipo de contacto
social).

Estas medidas desadaptativas afectan la calidad de vida del enfermo a nivel


personal: familiar, social y laboral, y su verdadero impacto parece no estar
suficientemente reconocido en nuestra sociedad. La no inclusión de los
Trastornos de Ansiedad en el listado de patologías del Régimen General de
Garantías Explícitas en Salud (GES) parece corroborar dicha apreciación.
En base a los datos disponibles resulta necesario, e impostergable, fomentar la
visibilización de la prevalencia e impacto de los Trastornos de Ansiedad en
nuestra sociedad, entendiéndolos como un problema de salud pública que
requiere atención inmediata.

Su pesquisa precoz y la instauración de un tratamiento oportuno, ya sea en una


modalidad psicoterapéutica o asociado al uso temporal de psicofármacos,
previenen la pérdida de funcionalidad y mejoran el pronóstico y evolución de
los mismos.

Aún más, en un contexto global dinámico, vertiginoso y amenazador, la


constante vorágine de nuestra cotidianeidad debe impulsarnos a adoptar
medidas preventivas para hacer frente al incesante avance de esta pandemia.

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