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NATURALEZA DE UNA OBSESIÓN

DE

MARTINA BENNET
Beteado

Marta Salazar

Beta FFAD
Su destino era el amor, su naturaleza la obsesión. Más de mil años esperando por ella, sumido en la más profunda oscuridad.

¿Estará ella dispuesta a aceptar su destino?...


PRÓLOGO

Montes Cárpatos, Eurasia. 885 d.c

S u hermoso cabello rubio ondeaba al viento como un estandarte


orgulloso que se alza luego de una irreprochable victoria. Sus brazos
como serpientes de seda bajo el agua, hacían movimientos precisos y
armónicos. Sus caderas, perfectas para la procreación se bamboleaban
como jugosos duraznos parcialmente cubiertos por las hojas, colgando
de las ramas de un árbol que se mece con gracia divina.

Él no podía apartar los ojos de ella, de su cuerpo, de su sensualidad


agobiante y enriquecedora. Ella bailaba para él, aunque ella no lo
supiera. Sabía que no debía estar ahí, pero no pudo hacer más que
detenerse a mirar cuando escuchó la hipnotizante música que provenía
del claro del bosque. Sabía que las mujeres se reunían ahí para hacer
ofrendas a la luna y alejarse un momento de las obligaciones del hogar,
pero nunca antes había presenciado esos rituales.

Sentadas alrededor de una gran fogata ubicada en un pequeño claro


protegido por árboles frondosos y espesa maleza se encontraban todas
las mujeres de la tribu. Las más viejas cantaban al compás de los
tambores que tocaban las de edad media y las más jóvenes danzaban
alrededor del fuego con movimientos ondulantes e individuales que
evocaban épocas lejanas, ancestros y ritos perdidos en el tiempo. Las
danzarinas usaban poca ropa, solo un retazo de piel para cubrir sus
pechos y otro más grande en forma de taparrabo amarrado a la cintura
con cuerdas de fibra de lino. Llevaban el cabello suelto y los pies
descalzos y sus rostros estaban pintados con líneas que se
entrecruzaban formando figuras abstractas y símbolos de rovás que
hacían honor a los dioses.

Kopján, hijo menor de Kond, uno de los siete líderes tribales húngaros,
era un hombre alto para sus 18 años, piel bronceada, cabellos lizos y
negros como la más oscura noche, y ojos grises rasgados, mandíbula
cuadrada, pómulos altos y labios finos. Ya había pasado las pruebas
que lo llevaban a la adultez, y en unas semanas iría con su padre, sus
hermanos y los hombres de la tribu a una batalla. Ahí podría portar
con orgullo los colores de guerra de su clan y pertenecer a los
conocidos como El Azote de Dios como eran llamados por sus enemigos
por la habilidad que tenían de acertar con flechas en caballos a todo
galope.

El muchacho seguía mirando, mientras la música que fluía de los


tambores se tornaba cada vez más frenética, y las mujeres agilizaban
los movimientos danzando y brincando al ritmo de las llamas que
adoraban. Los golpes de tambores se hicieron más y más rápidos hasta
volverse un zumbido y los cuerpos femeninos casi unos borrones de
sensualidad. Sin aviso todo se detuvo, los tambores cesaron, y las
mujeres detuvieron sus movimientos. La rubia cayó de rodillas
respirando aceleradamente, su cabeza agachada y su cabello tapándole
el rostro, su cuerpo en dirección al joven guerrero. De repente ella
levantó la cabeza y sus miradas se encontraron, ella tenía los ojos de un
azul intenso y era la cosa más hermosa que él había visto en toda su
vida.

Ella le sonrió. Él supo que había perdido su alma.

Sensualidad

Sexualidad

Pasión

Lujuria
Desenfreno

Había perdido completamente su voluntad, sus intereses, sus


ambiciones y sus sueños de guerra y poder. El cuerpo de ella lo era
todo, lo tocaba y perdía la noción del tiempo y del espacio. No le
importaba nada, solo poseerla, estrecharla entre sus brazos y saber que
era solo suya.

Era la primera mujer con la que estaba íntimamente, desde niño había
soñado con ser como su padre, un gran guerrero que combatía en
grandes batallas al lado del príncipe Almos, esa había sido su meta,
pero ahora todo eso era eclipsado por la belleza rubia que calentaba su
lecho.

—Únete a mí Sarolta, quiero que lleves mi nombre y portes mi insignia


—Tomo su mano y la apretó delicadamente contra su fuerte y
musculoso pecho —Quiero que todos sepan que me perteneces, que
eres mía. Únete a mí y te daré todo lo que me pidas y más.

Imara, madre de Kopján, notaba como su hijo menor era devorado por
algo que ella aún no lograba descubrir. Creía que era una mujer e
imaginaba cuál podría ser, pero cuando preguntó al muchacho qué
sucedía este le respondió que todo estaba bien y que no se preocupara,
que solo eran las ansias de la batalla.

No contenta con las palabras de su hijo, la mujer, antes de unirse a su


marido en el lecho oró al Turul -una gran ave mensajera entre los
dioses y los humanos- para que esta le diera alguna señal de si la unión
entre esa pareja era lo mejor.

A la mañana siguiente Imara se despertó angustiada. El Turul se había


manifestado en un sueño revelador —Sarolta será la perdición para tu
hijo, su corazón será partido en dos y su sangre derramada serán las lágrimas
de su alma. —Y sentada en el lecho, con lágrimas corriendo por sus
mejillas, miró hacia su regazo y descubrió una gran pluma plateada.
Muestra de que no había sido solo un sueño.

La mujer intentó por todos los medios hacer entrar en razón a su hijo,
habló con su esposo, pero a pesar que le mostró la pluma, él le dijo que
quizás había mal interpretado las palabras de la gran ave.

Pocos días después se anunció el compromiso, y se dispuso que la


ceremonia se llevaría a cabo el día antes de la partida de los hombres a
la próxima batalla.

Kopján no podía creer lo que veía. Era la noche anterior al día de la


ceremonia que lo uniría por siempre a Sarolta. Ella debía estar siendo
preparada para el festejo, o al menos descansando para un día muy
largo. Pero no, ella estaba ahí, tirada tras unos matorrales en el inicio
del bosque, su cuerpo desnudo, sudado y jadeante, mientras era
embestida salvajemente por uno de los guerreros de menor rango.

Al observar la escena lo primero que pensó fue en que el maldito


hombre la estaba forzando, y cuando estaba a punto de lanzarse sobre
este para apartarlo de su amada, escuchó lo que él consideró en ese
momento, su condena a un sufrimiento eterno.

—No te detengas… así, así… —Rio de manera histérica —Si no


deseara la posición que obtendré… uniéndome a Kopján… lo traería
aquí para que aprendiera cómo se hace.

Dolor

Desolación

Angustia

Muerte
El joven se alejó no pudiendo ver más. Sentía como en su pecho se
formaba un vacío y como su alma moría lentamente. Deseó sentir
rabia, ira, pero no pudo. La amaba demasiado como para deshonrarla
rompiendo el compromiso y más aún anunciando el motivo. Me casaré
contigo Sarolta, y cuando regrese del campo de batalla me encargaré que seas
solo mía.

La ceremonia se llevó a cabo con normalidad. Sarolta sonreía todo el


tiempo, Imara lloraba y el muchacho sufría en silencio. Le costó mucho
trabajo pronunciar las palabras que le prometían a ella protección y
cuidado, y solo la creencia en que había sido un mal momento por el
que ella pasó la noche anterior, fue lo que le permitió terminar el ritual.

En el lecho matrimonial él se olvidó de todo lo ocurrido, como pasaba


siempre que estaba con ella.

— ¿Me amas Sarolta? —Le había preguntado en un momento de duda,


ella con una sonrisa le había contestado:

—Amo todo lo que eres, todo lo que representas —Y él


malinterpretando sus palabras, se sintió feliz.

Al día siguiente partieron hacia las tierras bajas de los Cárpatos y no


fue hasta un mes después que la realidad que él mismo quería apartar
de su mente y su corazón le cayó con todo el peso de la desazón.

—No sé cómo Kopján no se dio cuenta nunca de la clase de mujer que


tiene.

—Lo tiene envuelto en sus piernas, ella es experta en eso.

—Yo no me atreví a decirle nada, quiero seguir teniendo la piel sobre


la carne y pensé que ella podía haber cambiado por él —dijo un tercer
hombre.
—Todos los que hemos estado con ella pensamos lo mismo, pero
Sarolta no es mujer de un solo hombre, y solo espero que Kopján no lo
descubra nunca. Él es un buen muchacho, un excelente guerrero y se
merece una hembra digna de su nombre, no una que ofrece sus favores
a tantos hombres como árboles tiene el bosque.

—Y es probable que se haya unido a él por su posición. —Opinó el otro


hombre asintiendo con gravedad.

Eso era todo lo que tenía que escuchar. Las palabras que ella había
dicho la noche antes de la ceremonia en el bosque calaron en su mente
y atravesaron su corazón. Ella no lo amaba, solo deseaba lo que él le
podía dar como hijo de uno de los líderes de los siete clanes. Ella lo
engañó, lo traicionó, y él aún la amaba.

Quemazón, eso fue lo que sintió. Un ardor tan grande en el pecho que
pensó que se incendiaba por dentro. Pero solo fueron un par de
segundos, y luego la oscuridad. No sabía qué le había producido esa
sensación, solo recordaba estar montado en su caballo en una retirada
fingida, una táctica que usaban para hacer creer a sus enemigos que se
retiraban y luego giraban la mitad de su cuerpo para lanzar flechas y
tomarlos desprevenidos.

Fue en el momento de la retirada que su mente se volvió a nublar por


el recuerdo de su esposa. Su cuerpo, su rostro, su hermoso cabello y
luego la traición, y el dolor; dolor que se transformó en físico cuando
una flecha atravesó su corazón.

La distracción que le habían provocado los recuerdos lo hizo ser lento


en sus movimientos y uno de los enemigos aprovechó la lentitud del
jinete para mostrar su recién adquirida destreza con el arco y lanzar un
ataque certero contra el joven. La flecha había impactado en su espalda
y atravesado perfectamente la cota de malla, para incrustarse en su
corazón.

Desconcierto. Al poder ver su propio cuerpo recostado sobre el lomo


del caballo, que por el impacto repentino se dirigía a todo galope hacia
la posición de sus aliados.

Angustia. Al ver a su padre recibir su cuerpo, mientras caía de rodillas


con él en brazos, gritando como un poseso a los cielos el dolor de la
pérdida de su hijo menor.

Tristeza. Al imaginar a su madre recibir la noticia de su ya aceptada


muerte.

Y rabia, ira de la más intensa al darse cuenta que la culpable de toda


esa desgracia tenía nombre propio. Sarolta.

¡Maldita mujer!

Su madre se lo había advertido y no quiso escucharla, y ahora ella


sufriría por su estupidez, su padre, sus hermanos, el nombre de la
familia manchado por su absurda muerte.

Todo era culpa de ella, cuánto la odiaba y cuánto se odiaba a sí mismo


por haber entregado su corazón a una arpía como ella.

—No te atormentes más Kopján, yo daré consuelo a tu madre, fortaleza a tu


padre, y una muerte en batalla nunca será una deshonra.

El Turul se encontraba detrás de él. Sabía qué forma tenía por los
relatos que había escuchado de las mujeres y de los pocos hombres que
tuvieron revelaciones, pero nunca lo había visto por sí mismo.

— ¡Esa mujer me destrozó a mí y a mi familia! —Se sorprendió al darse


cuenta que intentó hablar pero no pudo, solo pensó la frase, y cuando
el Turul le contestó se dio cuenta que este también le hablaba en
pensamiento.
—Yo me encargaré que pague por lo que ha hecho, tú ahora solo debes
descansar y esperar.

— ¿Esperar qué? —Preguntó el joven guerrero.

—Tu tiempo en esta época ha terminado, pero no tu tiempo en el mundo.


Renacerás y todo se equilibrará.

— ¿Cuándo será eso? —Kopján frunció el ceño.

—Cuando sea el tiempo. Ahora descansa, yo me encargaré de tu familia.

Todo desapareció a su alrededor y una oscuridad que nada tenía que


ver con el miedo o la agonía, sino con la paz y la tranquilidad como
estado del alma lo envolvió.

1430

— ¿Ya es hora?

—No, sigue durmiendo, yo te avisaré.

1852

—Quiero que esto acabe, ¡ya no puedo esperar más!

—Ten paciencia, no falta mucho. Duerme.

Londres, Inglaterra. 20 de junio de 1976

—Despierta, ah llegado tu hora de nacer de nuevo.


— ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—El suficiente para que el mundo que conociste desapareciera por completo.

— ¿Qué tendré que hacer?

—Solo dedicarte a vivir, todo llegará a ti a su tiempo. La felicidad y con ella la


mujer que está destinada para ti, la que hará que todo se equilibre, la que te
pertenecerá por completo y tú le pertenecerás a ella.

—Pero ¿Cómo la reconoceré? Dime cómo es ella, dónde la encontraré, cuándo


la conoceré.

—De nada servirá, una vez nazcas todos tus recuerdos serán borrados, así
debe ser y así será. Pero tu alma la reconocerá, y con eso será suficiente para
que sepas que ella te ha de pertenecer.

—Y ¿Quién seré yo?, dime a qué me dedicaré, en qué parte del mundo
naceré. —El Turul negó con la cabeza —Al menos dime cual será mi
nombre, solo eso te pido, mi nombre.

—Edward Cullen.

Y la oscuridad lo adsorbió de nuevo, pero esta vez para dar paso a una
luz enceguecedora. La luz de la lámpara de la sala de maternidad.
CAPÍTULO 1


Voy hacia allá,
nunca he estado ahí.
Voy a hacer algo,
pero no sé qué es.
Voy hacia ti,
pero no sé quién eres.

—¡ Q ué envidia!… Y no de la buena precisamente. —Dijo Ángela


levantándose de la cama y empezando a caminar por la habitación —
Cómo es posible que te vayas con semejante bombón a un viaje de
placer a Paris…

—Primero que todo, —le interrumpió la otra chica —no es un viaje de


placer y segundo no es a Francia, es a Inglaterra.

— ¡Lo que sea! —Refutó Ángela levantando las manos y agitándolas en


el aire —Londres, Paris, Tokio… es lo mismo y con ese Adonis yo voy
a donde sea con tal de tener una noche de salvajes folla…

— ¡Alto ahí! —Gritó la otra castaña —mi salud mental depende de que
no termines esa frase… ¡Por Dios! ¿Estamos hablando del mismo
hombre? Espero que no, porque eso sería espantoso.

Bella Swan no entendía cómo su amiga de toda la vida fantaseaba de


manera tan perversa y pervertida con el que ella consideraba su
hermano. Era claro que no lo era. Y tampoco se habían criado juntos ni
nada por el estilo. Pero cuando ellos se conocieron la amistad que
surgió fue tan grande y especial que solo podían verse como lo que
sentían que eran: hermanos. Contando además con que la situación
actual en la que se encontraban, lo reafirmaba por decirlo de alguna
manera.

—Tus libros y números te han jodido tanto la cabeza que no logras ver
la belleza masculina cuando se te pone en frente —Comento Ángela
sentándose en un pequeño sillón, apoyando los codos sobre las rodillas
y la cabeza sobre sus dos manos al tiempo que suspiraba —yo con un
hermano así me condenaría por cometer incesto… y me iría feliz y
chorreante al infierno.

—No puedo seguir escuchando esto —Susurró Bella levantándose de


la cama y dirigiéndose a la puerta.

Se encontraban en el cuarto de Ángela Weber, una chica de dieciocho


años al igual que Bella, de tez blanca cabello negro y -un poco loca-
como la definía su amiga en muchas ocasiones. El cuarto de la chica
siempre le había gustado a Bella, pero estaba segura que nunca
escogería algo así para ella. Las paredes de los costados estaban
pintadas de un color rosa vieja mientras que las paredes del fondo y la
anterior tenían un color mora en leche; el mobiliario constaba de una
cama en madera blanca con líneas intrincadas de un amarillo pálido,
un tocador y una mesita de noche con el mismo diseño, y un sillón rosa
con líneas amarillas y moradas; toda la decoración consistía en lo
mismo. Solo Bella sabía cuánto le había costado a su amiga conseguir
todo a juego. Ella misma lo había sufrido en carne propia al ofrecerse a
acompañarla.

— ¡A qué hora paso por tu casa para ayudarte a empacar! —Gritó


Ángela estirando la cabeza para poder ver mejor a su amiga que ya
salía del cuarto.

— ¡A las seis está bien! —contestó Bella antes de cerrar la puerta.


—Al fin, ¿A qué hora pasamos a recogerte? —Preguntó el hombre
rubio a Bella.

—Jasper dijo que a las 9:00 estaba bien —Bella le sonrió, mientras se
dirigía a la cocina para llevar los platos de la comida al fregadero.

Phil Whitlock, el nuevo y único novio que ha tenido su madre desde la


muerte de Charlie, su padre, además de ser el padre de Jasper era un
hombre cariñoso y divertido. Hacía tan solo unos 4 meses que estaban
saliendo y ya se había ganado la confianza absoluta de Bella quien
impulsó a su madre a que se diera una segunda oportunidad.

No era que hubiera olvidado a su padre, solo ella, su madre y Dios


sabían por lo que habían tenido que pasar. Todo el sufrimiento, el
dolor, la angustia que sintieron mientras veían como al hombre que
más amaban se le iba la vida lentamente. Lo intentaron todo, pero su
cuerpo no aguantó más, y después de una última respiración flemática
y forzada, todo acabó. Y después la desolación, Bella no se permitió
llorar frente a su madre, tenía que darle las fuerzas que ella misma no
sentía y como pudo sacó a su madre del pozo de oscuridad en el que se
había sumergido.

En ese proceso conoció a Jasper, quien fue fundamental para ella.


Mientras Bella salvaba a su madre, Jasper la salvaba a ella. Fue él quien
le dio la idea de salir de Forks y mudarse a Seattle. Y ahí en esa ciudad
comenzaron su nueva vida. Conocieron a Phil y después de tanto
luchar, la chica consiguió que Renée, su madre, aceptara darse una
segunda oportunidad con él. Pero aun le dolía cuando a veces la
escuchaba llorar en las noches.

—De acuerdo preciosa, a esa hora estaremos aquí —Dijo Phil


levantándose de la mesa del comedor para ir a sentarse al sofá a ver
televisión con Renée.
— ¡Bella hija llegó Ángela! —Gritó Renée casi enseguida al escuchar
unos golpes en la puerta y un fuerte llegó por quien lloraban que era una
de las frases con las que la chica solía hacerse notar cuando llegaba a su
"segundo hogar" que era como ella misma lo llamaba.

Las dos se conocieron cuando Bella se mudó a Seattle y entró a


estudiar en el mismo instituto que ella, fue amor a primera vista, como
decía Ángela, y Bella coincidía con esa teoría.

Varios minutos después Bella suspiraba mientras veía como su amiga


que se encontraba acostada en la cama, leía un folleto de viajes que
Jasper le había dado para que conociera algo más del lugar hacia
donde harían el viaje.

— ¿Viniste a ayudarme a empacar o a estar mirando revistas? —


Protestó Bella.

—Oye necesito estar enterada de cuál será el recorrido que hará mi


amiga con el follable de Jasper.

— ¡No voy a follar con Jasper! Ni siquiera sé que hago refutando eso —
Replicó Bella con cara de cansancio. Ángela rodó los ojos e ignoró lo
que le había dicho.

—Bueno según dice acá los meses más fríos son enero y febrero, siendo
que el mes más cálido es julio. Las precipitaciones se distribuyen de
manera uniforme a lo largo del año, siendo que la región oeste es la
que tiene más precipitaciones. —Comentó Ángela ojeando el folleto —
así que como estamos en junio, lleva ropa de verano pero con
posibilidades de frío y lluvia.

—Y eso traduce…

—Que lleves un biquini con una chaqueta de cuero y botas


impermeables —Sonrió Ángela con satisfacción, para luego esquivar
con una carcajada la almohada que le lanzó Bella.

—Hola amor, ya empacaste me imagino.

—Sí, Ángela me ayudó o al menos eso intentó, en realidad estaba más


pegada al folleto que me diste y divagando sobre cosas sin sentido que
solo ella entendía —Contestó Bella con el teléfono sostenido entre su
oreja y hombro, ya que estaba arreglando el bolso de mano con todos
los documentos que llevaría al viaje.

—Esa amiga tuya está un poco loca, si no fuera porque prefiero las rubias le
habría callado la boca con mi po…

—Por favor… no… otro no… no termines esa frase —Tartamudeo


Bella con desesperación y algo de asco.

—Si no fuera porque eres como mi hermana y tienes el cabello oscuro también
te la callaría a ti —Dijo Jasper desde el otro lado del teléfono y soltó una
carcajada cuando escuchó que su amiga chillaba y hacía un ruido de
intentar vomitar. —Bueno olvídalo, hablando de cosas no muy gratas, ya le
dejaste a Renée la lista de exigencias de la rata.

— ¿Cuál rata?

—La rata.

— ¡La gata!

—Por eso, la rata.

Bella gruñó con desesperación, y giró su cabeza para mirar hacia el


rincón de su habitación junto a la ventana. Allí sobre una mullida
camita redonda de color azul celeste y pequeños cojines del mismo
color con dibujos de estrellas y flores de diferentes colores se
encontraba la muy acomodada y dormida Naomi, su gata. Sabía
perfectamente por qué su amigo le llamaba rata, era una gata de raza
Sphinx de color gris plomo en su totalidad. Pero para ella no era una
"rata" era toda una modelo, en realidad le recordaba a Naomi
Campbell en el porte y delgadez, de ahí que la llamara así.

Cuando estaba cerrando la puerta de la que fue su casa desde que


nació, y daba vuelta para subir al auto en el que la esperaban una
sollozante Renée y su polo a tierra Jasper, para partir a Seattle,
encontró a sus pies al pequeño animalito. Cuando lo vio se asustó
porque pensó que era una rata -nunca lo admitiría- pero en ese
momento el animal maulló y ahí se dio cuenta que era un gato.
Recordó entonces haber visto imágenes de esa raza de gatos cuando
era niña. Su padre le había mostrado una foto del gato que tenía
cuando pequeño, era de la misma raza de la que ahora tenía en frente,
y no dudó un momento en llevarla consigo.

—Qué dijo tu madre —La mente de Bella regresó a la conversación.

—Mi madre ¡ama! a Naomi, y no tiene problemas en quedarse con ella.

—Si tú lo dices, pasamos por ti a las 9:00 entonces, prefiero esperar, a que nos
toque correr por todo el aeropuerto.

—Me parece bien, entonces a esa hora —Se ahorró el te amo con que
siempre se despedía por la indignación que aun sentía por lo de la
gata, y colgó.

Los pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto, rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta.

—Qué te pasa amor, tienes cara de cansancio, ¿acaso no dormiste bien?


—Preguntó Jasper a Bella cuando Phil estaba encendiendo el auto para
dirigirse al aeropuerto.

—Tuve una pesadilla, eso es todo —Dijo Bella mirando por la ventana
del auto.

— ¿Estás segura? —La chica asintió —ok, dormirás unas horas en el


vuelo a Chicago.

Bella sonrió y asintió, Jasper le recordaba a su padre cuando no estaba


haciendo bromas pasadas de nota. Era algo autoritario y por lo general
no opinaba si no que daba órdenes y a pesar que no siempre le
convenía, era una de las cosas que más le agradaba de él. Pero ahora
tenía razón. Debía dormir un poco en el avión.

Se había despertado agitada a las cuatro de la mañana, nunca antes


había tenido un sueño como ese. En esa figura había algo que no podía
descifrar. No era solo una estatua, parecía que tuviera alma, como si en
cualquier momento fuera a moverse y abalanzarse sobre ella. Era algo
atemorizante, pero hipnótico a la vez. Una magia que no entendía,
pero a la que sentía que pertenecía. A pesar que tenía los ojos cerrados
sentía como si la mirara fijamente, a ella y a ningún otro lugar. No
sabía si quería en realidad que abriera los ojos, sentía curiosidad pero a
la vez sabía… presentía que eso podría ser su perdición.

Cincuenta minutos después llegaron al aeropuerto de Tocama. Seis


horas después estaban desembarcando en Chicago, Y catorce horas
más tarde se encontraban desembarcando en el aeropuertoLondon
Heathrow. Tomaron un taxi y se dirigieron al hotel.

Bella no podía creer que por fin estuviera realizando ese anhelo que
tenía desde niña, un anhelo que apareció desde aquella vez, que para
ella fue real, guiada por esa voz que le decía lo que tenía que hacer y
ella sentía que tenía que confiar en esa voz, y eso era lo que estaba
haciendo.

Barrios residenciales cuyas casas parecían sacadas de revistas de


decoración, y en algunos casos repetidas de tal forma que daba la
impresión que no te movías de tu lugar. Grandes edificios y complejos
empresariales e industriales, y lo mejor de todo eran las fachadas
arquitectónicas que demostraban la historia y los estilos antiguos de las
construcciones londinenses, y los parques… ya se imaginaba
escribiendo en ellos sus amados y algún día –esperaba– polémicos
ensayos.

El Olympic House Hotel ubicado en el Sussex Gardens a unos cuarenta y


cinco minutos del aeropuerto, poseía una fachada espléndida,
hermosas columnas blancas daban la bienvenida a sus visitantes. Y las
pequeñas ventanas repartidas uniformemente por toda la parte frontal
le hacía ver urbano pero con un toque de sofisticación.

— ¡Wow!, ¿conseguiste esto por solo, al cambio, sesenta y cinco dólares


la noche? —Bella cruzó la entrada del hotel y mirando a su alrededor
quedó maravillada con la vista.

El living era espacioso, el mostrador de la recepción estaba cubierto en


madera clara mientras que las paredes estaban pintadas de color
mostaza y las columnas con un efecto de mármol en zanahoria, una
mesa de madera con un enorme florero con grabados abstractos y
coronado por un hermoso arreglo de Fresias amarillas recibía a los
huéspedes antes de ingresar a la zona de los ascensores.
—Fresias preciosa, especiales para ti —Le susurró Jasper al oído.

— ¡Qué más se le puede pedir a la vida! —Exclamó la chica girando


sobre sí misma de manera teatral.

Los atendió un hombre de mediana estatura, rubio y con un uniforme


negro con costuras y detalles dorados. Les entregó una tarjeta con el
número 33 en blanco sobre un fondo negro. Me gustan los números
impares, sobre todo si se repiten. Bella sonrió ante ese pensamiento.

Siempre le gustaron las matemáticas, era excelente en eso. Creía que


los números escondían el secreto de la vida y más allá en el universo.

Subieron al ascensor con un botones y sus maletas, solo hasta el tercer


piso. Su habitación se encontraba a unos pasos del ascensor y
caminando hacia ella entraron.

Paredes de color vino tinto y beige se combinaban con columnas que


serpenteaban los mismos colores con brochazos y trazos indefinidos,
un par de camas con sábanas y cojines que hacían juego con las
paredes, un televisor LCD de 48'' frente a estas, en una esquina una
pequeña nevera y del otro lado un armario no muy grande que se
encontraba al lado de la puerta del baño que tenía baldosas jaspeadas
de amarillo y blanco y un enorme espejo horizontal con dos lavamanos
debajo de éste y los típicos productos de los hoteles con sus marcas.

Bella miraba todo esto y algo en su pecho se contrajo, Dios, ¿Estoy


haciendo bien?, ¿Podré soportar lo que me espera? ¿En realidad hay algo que
me está esperando? Dios, Dios, ¡Dios!, no me dejes sola en esto, tú sabes que
lo necesito, no tengo otra opción, nunca la he tenido.

—Bueno, ¿qué te parece amor? —Bella sonrió olvidándose por un


momento de sus pensamientos.

—Es perfecto Jasper… es magnífico, y lo sería más si no tuviera el


trasero dormido por completo y el Jet lag jodiéndome el cerebro.
— ¿Y qué quieres hacer? son las 18:15 aquí, a esta hora deberíamos
estar comiendo una fruta según los nutricionistas para almorzar en un
rato.

—Yo no tengo sueño pero estoy súper cansada, porqué no pedimos


servicio a la habitación y luego salimos a ver qué hay de interesante en
esta ciudad. —Bella se encogió de hombros.

Jasper se frotó las manos y la miró de manera maliciosa —Mmm,


servicio a la habitación… mi sueño hecho realidad —Y acompañó la
carcajada de su querida amiga.

Al día siguiente se levantaron más tarde de lo que esperaban, pero aun


así era buena hora para salir y realizar alguna actividad para
aprovechar el domingo. No habían salido la noche anterior, se
quedaron viendo películas, por lo que ahora se encontraban
descansados para cualquier plan.

Estaban en Londres porque Jasper había optado por una Beca para
estudiar Negocios y Administración de Empresas. Ya había realizado
el examen online dos meses antes y al aprobarlo tenía la entrevista
programada para ese mismo lunes.

Al bajar a la recepción del hotel preguntaron por el alquiler de


bicicletas para paseos, alquilaron dos y se dirigieron al Hyde Park que
estaba ubicado a unas cuantas cuadras del hotel.

—Internet no vale nada —Comentó Bella mientras pedaleaban por el


parque y observaba a su alrededor.

La gran entrada del Hyde Park era magnífica, la entabladura estaba


soportada por cuatro columnas, las puertas eran de hierro, bronce, y
fijadas de los rieles por anillos de metal. El diseño consistía en un
hermoso arreglo de ornamentos en madreselva griega y los detalles de
las hojas eran asombrosos.

— ¡Internet vale mierda! —Convino Jasper.

Pasaron por un gran jardín de rosas que se mezclaba con las demás
plantas del lugar. El aroma de las flores era increíblemente fuerte por
la época del año. Bella aspiró profundamente y rememoró el sueño que
había tenido la noche antes de llegar a Londres. Estaba segura que de
haber podido oler algo en el sueño la experiencia habría sido muy
parecida a esta.

Después de un tiempo de estar recorriendo el parque llegaron a la


esquina noreste, al Speakers Corner, un curioso lugar en el que los
domingos por la mañana se reunían personajes oradores y excéntricos
para hacer discursos sobre diferentes temas, tanto religiosos como
políticos.

—Es imposible negar el poder de la unión de las masas cuando estas buscan
un fin en común. ¿Pero quién asegura que dicho fin no será luego la prisión a
sus propias libertades?…

—Este sería el lugar perfecto para que hables de tu "estupidez de la


inteligencia" —Comentó Jasper mientras reía divertido al escuchar
como algunos aplaudían las ideas del hombre que daba el discurso,
mientras que otros lo abucheaban.

— ¿Para qué? —La joven se encogió de hombros —si igual muchos de


estos estúpidos poseen la suficiente inteligencia como para no entender
nada.

— ¡Estás completamente loca! —gritó el rubio al tiempo que reía con su


amiga.
A la hora del almuerzo comieron lo primero que se les cruzó por el
frente, ya que por querer aprovechar la mañana solo habían tomado
unos cuantos tragos de jugo de naranja.

Por la tarde bordearon el Lago Serpentine y decidieron que en el


transcurso de la semana regresarían para subir a uno de esos botes.

—Por Dios te puedes apresurar, ¡se nos hace tarde!

—Quién fue el que dijo: Duerme unos minutos más mientras me baño —
Gritó Bella desde el baño tratando de imitar la voz de Jasper

— ¡Dije minutos no horas! —Y escuchó como la chica bufaba.

Estaban bien de tiempo para llegar a la entrevista de Jasper que se


había programado para las diez de la mañana, pero no era eso lo que lo
tenía nervioso, era la misma entrevista en sí que lo hacía querer darse
contra las paredes. Su puntaje había sido muy bueno en las pruebas
que había realizado anteriormente, pero aun así temía no tener las
facultades necesarias para impresionar a los entrevistadores.

—Ya estoy lista, vámonos.

Bella llevaba unos jeans negros, con unos converse también negros con
costuras grises, y una blusa de franela sin mangas blanca con gris.
Jasper iba más formal con un pantalón gris y una camisa azul pálido.

—Tienes la corbata y el saco en tu bolso, ¿cierto?

—Sí mi amor, tranquilízate, todo saldrá bien —Las prendas, el joven


había insistido en llevarlas por si acaso creía conveniente usarlas
basándose en los demás aspirantes.

Llamaron a un taxi desde la recepción y a los cuarenta y cinco minutos


ya se encontraban ingresando a la Universidad Gillemot. Poseía un
aspecto antiguo, pero aun así contaba con sistemas de vigilancia y
seguridad automatizados. Constaba de un edificio central de 4 pisos y
dos grandes torres a los costados de 6 pisos cada uno, además de
amplias zonas verdes con palmeras de tres y cuatro metros de altura
que permitían a los estudiantes descansar junto a éstas mientras
estudiaban o charlaban. La entrada principal la conformaba un gran
arco de ladrillo naranja con rejas negras. En lo alto del arco se podía
visualizar en metal dorado las palabras Elizabeth Gillemot University y a
un lado un escudo que mostraba a una gran ave con las alas extendidas
que sostenía un pergamino en una de sus patas y una rama de olivo en
la otra, el marco del escudo lo formaba un círculo de líneas intrincadas.
Al llegar mostraron la citación al vigilante y recibieron las fichas de
visitante. Se dirigieron al ala este en donde sería realizada la entrevista.
Al llegar, un gran grupo de jóvenes, hombres vestidos similarmente a
Jasper y mujeres con trajes de sastre se paseaban de un lado a otro con
la clara expresión de nerviosismo en el rostro.

—Hola, disculpa, ¿aquí se están haciendo las entrevistas para las becas
de negocios? —Preguntó Bella a un chico bastante alto, de piel
bronceada y cabellos negros, que se encontraba recostado en la pared.

—Sí, ¿te vas a presentar? —Preguntó el joven con una sonrisa.

—Jasper, mi amigo lo hará, yo solo lo estoy acompañando, Bella Swan


—Dijo extendiéndole la mano.

—Ya quisiera yo que una chica tan linda me acompañara, Jacob Black,
un gusto.

Se saludaron entre ellos, y después de comparar las citaciones a la


entrevista, comenzaron a conversar sobre cada uno. Le contaron a
Jacob que eran amigos desde hacía algunos años y que sus padres
estaban saliendo, que él era mayor que ella pero no había estudiado
porque estaba haciendo cursos cortos para prepararse para poder optar
a la beca, además de trabajar para reunir para el viaje y la estadía.
—Mi padre trabaja en la zona de recursos humanos de una
multinacional que realiza inversiones en diversos campos —Comentó
Jacob —es un negocio familiar, precisamente ellos son los dueños de
esta universidad y como soy hijo de uno de los empleados me
ofrecieron una beca de estudios. Me libré del examen pero la entrevista
es necesaria.

—Oh, no sabía que esto pertenecía a una sola familia, ¿quiénes son? —
Preguntó Bella.

—Son los Cullen, entre primos se encargan de los diferentes negocios


según la actividad. Mi padre dice que son buenas personas, yo pienso
entrar a trabajar ahí ahora que empiece mis estudios.

—Precisamente eso quería preguntarte, ¿será posible que yo pueda


entrar también?, quiero adquirir mejor experiencia y ganar algo de
dinero extra. —Bella sonrió al escucharlo, la conversación lo había
relajado bastante.

—Claro, es posible, te daré los datos para que entregues tu hoja de


vida, y hablaré de ti con mi padre. —Contestó Jacob sonriendo
amigablemente.

Jasper le agradeció y en ese momento una mujer de unos cuarenta


años, vestida de sastre color gris llamó a Jacob a Jasper y a otro chico a
pasar.

Treinta minutos después salieron de la universidad los tres para


dirigirse a un restaurante cercano y así almorzar juntos.

Las entrevistas habían sido primeramente con todos juntos, pero luego
atendieron a cada uno por separado para evaluarlos de manera
individual. Los resultados los darían en una reunión el viernes de esa
misma semana, así que tendrían tres días y medio libres de tenciones.
Pasaron la semana con Jacob como guía. Fueron de nuevo a Hyde
Park, alquilaron una barca de remos en el lago Serpentine, tumbonas
para secarse después de una guerra de agua que casi los saca de la
barca. Escucharon al mediodía como el Big Ben resonaba. Pasearon por
el Bond Street y vieron las estatuas de Churchill y Roosevelt. Se
tomaron fotos en el Arco del Triunfo de Wellington. Contemplaron el
cambio de guardia en Windsor. Y a pesar que Bella quería tocar el
timbre del palacio de Buckingham y preguntar si la reina estaba, Jasper
y Jacob lograron persuadirla, no sin usar la fuerza, de que no hiciera un
espectáculo mayor al que ya estaban presentando.

Bella casi no pensaba en el motivo por el que había insistido en


acompañar a Jasper en ese viaje. Sabía que algo iba a suceder, pero no
sabía qué era y eso muchas veces la hacía sentir una gran
incertidumbre y sobre todo miedo, pero no podía ignorar las señales
que por tanto tiempo la habían estado atormentando. Pero ahora se
encontraba disfrutando de esa hermosa ciudad con dos amigos y no
iba a empañar esa felicidad y tranquilidad que sentía.

El viernes llegó y con él, los nervios de Jasper y la renovada paciencia


de Bella.

Al llegar a la universidad realizaron el mismo recorrido y se


encontraron con Jacob en la entrada del salón al que los habían citado.
A los pocos minutos hicieron entrar a todos los aspirantes.

—Buenos días damas y caballeros. La Ciudad de Londres es uno de los centros


financieros más importantes del mundo… —fue lo que Bella logró
escuchar antes que las puertas del pequeño auditorio se cerraran.

Una hora después las puertas volvieron a abrir y Bella notó que la
mayoría de los hombres y mujeres salían sonrientes, mientras que unos
pocos mostraban clara decepción y tristeza. Estaba muy nerviosa, sabía
cuán importante era obtener esa beca para su amigo y también para
Jacob. Se desesperó aún más cuando notó que estrujaba el dobladillo
de la blusa color azul rey que llevaba puesta, tenía mangas cortas, unos
jeans desgastados y los converse azules, se había dejado el cabello
suelto y liso. Jasper salió en el momento en que estaba a punto de
entrar a buscarlo.

—Amor ¡Pasé, pasamos Jacob y yo! —La chica corrió y se lanzó a sus
brazos, él la hizo girar mientras los dos reían, al detenerse la mantuvo
aún cargada y ella por encima del hombro de él vio como desde el final
del corto pasillo un hombre la miraba con intensidad. Era bastante alto,
vestido de manera formal, el traje era de color gris plomo al igual que
la corbata y la camisa blanca, tenía el cabello alborotado, y aunque no
le pudo ver bien la cara por la sombra que generaba la pared lateral
pudo concluir que era un hombre guapo.

La expresión en el rostro del hombre, era una mezcla de ira y reclamo,


parecía que fuera a saltar sobre ella en cualquier momento. Sintió como
si su corazón se detuviera. Todo a su alrededor desapareció, solo
existían ese hombre y ella. Ya no había gente ni paredes, ni suelo ni
techo, no sentía ruido alrededor, no habían sensaciones físicas, solo las
emociones que fluían.

Furia

Miedo

Posesión

Incertidumbre

Quiso gritar pero su cuerpo no le respondía, y eso era lo que más la


aterraba, porque sabía que ese hombre que estaba ahí, le había
arrebatado todo en ese instante, la había reclamado como suya y temía
que fuera cuestión de tiempo para que ese hecho se reafirmara.
— ¡Bella pasamos! —Exclamó Jacob llegando donde ellos y sin esperar
respuesta añadió —Hey Jasper ahí está el presidente de la compañía
CullenWorld donde trabaja mi padre.

Jasper soltó a Bella y se giró para ver en dirección a donde su nuevo


amigo le había señalado. Bella parpadeó varias veces para salir del
aturdimiento en que la había dejado ese misterioso hombre, ahora
parecía como si todo hubiese sido un sueño y aunque solo fueron
segundos a ella le pareció una eternidad. Los dos estiraron el cuello
para tratar de ver sobre las personas que salían del auditorio, mientras
el rubio preguntaba cuál era.

—Estaba ahí hace un momento, al parecer ya se fue —Dijo Jacob


encogiéndose de hombros.

— ¿Cómo era, Jacob? —Preguntó Bella mientras seguía mirando en esa


dirección, el hombre que la había perturbado también había
desaparecido en la multitud.

—Estaba de traje, gris si no estoy mal, y tenía el cabello despeinado


como siempre. Su nombre es Edward Cullen.

Un escalofrío recorrió la columna de la chica al escuchar el nombre, del


que estaba segura, era el mismo que la observaba.
CAPÍTULO 2


Siento tu presencia,
siento que me observas.
Mi miedo se acrecienta,
mis dudas me superan.
De nada me ha servido luchar,
porque fuera de aquí no hay nada más.

U na brisa fresca golpeaba su rostro y alborotaba su cabello. Era una


sensación agradable, una aura de paz se extendía por todo su cuerpo y la hacía
sentir plena, tranquila. Tenía al frente un extenso mar, azul y pacífico. Las
pequeñas olas mojaban sus pies y la espuma blanca se enredaba entre sus
dedos. Miró a su alrededor y se encontró con una larga playa que llegaba hasta
donde la vista alcanzaba, por ambos lados. En toda la escena se respiraba
confianza y seguridad, nadie podía dañarla, de eso estaba segura.

De pronto el mar se empezó a tornar oscuro, más y más cada vez. La brisa
comenzó a golpear con mayor fuerza y las olas, antes pequeñas y sosegadas,
ahora empezaban a tornarse altas y feroces. Todo el panorama había cambiado.
El mar estaba embravecido, las olas eran gigantescos monstruos que
amenazaban con devorarla sin piedad.

Toda la tranquilidad que había sentido antes, era ahora pánico puro. Se dio la
vuelta para echar a correr, pero aunque su intensión fue huir hacia tierra alta,
se dio cuenta que estaba corriendo en paralelo por toda la playa. Corría y
corría cada vez más, pero eso no lograba alejarla de las altas olas que se
estrellaban contra la arena junto a ella.
Sin previo aviso la arena en la que corría se levantó y la franja de tierra que
había al frente de ella se hundió y fue remplazada rápidamente por el mar. Ella
tambaleó y cayó sentada por el fuerte movimiento que se había producido bajo
sus pies. Abajo, grandes olas parecían enormes seres negros que tenían como
único objetivo devorarla.

Con un fuerte temblor la porción de tierra en la que se encontraba se inclinó de


repente, ella trató de sujetarse para no caer en las profundidades de esa
oscuridad, sus dedos buscaban soporte desesperadamente, pero todo fue en
vano. Con un último movimiento brusco, la joven cayó en las profundidades y
un grito desgarrador escapó de sus labios.

— ¿Qué pasa?… que… Bella, aquí estoy —Jasper que estaba


profundamente dormido saltó de la cama al escuchar el grito que había
proferido su amiga. Corrió a su cama y la atrajo hacia su cuerpo
mientras ella lo abrazaba con fuerza y sollozaba con la cara enterrada
en su pecho. —Ya pasó mi vida, yo estoy aquí, tranquila —La
consolaba mientras acariciaba su cabello.

Poco a poco los estremecimientos de Bella disminuyeron y recibiendo


el vaso de agua que le brindaba Jasper se recostó. Él se acostó a su lado
en la pequeña cama y la atrajo hacia sí. — ¿Quieres contarme qué
soñaste?

—Corría por una playa y un mar negro me tragó por completo.

Él la abrazó con más fuerza y besó su cabello.

—Duerme, yo estoy aquí para protegerte, no permitiré que nada malo


te suceda Bella, Duerme.

— ¿Qué hora es? —Preguntó Bella con los ojos cerrados, tratando de
conciliar el sueño, ahora que se sentía protegida en los fuertes brazos
de su amigo. El sueño había sido tan real como el anterior, pero este la
aterró aún más. No le tenía miedo al mar, pero el hecho de que no
supiera nadar la hacía sentirse indefensa en una situación como esa.
—Las cuatro y cinco, todavía es muy temprano, duérmete.

Algunas horas más tarde se estaban arreglando para salir con Jacob a
seguir buscando un apartamento para Jasper. La búsqueda comenzó la
tarde del viernes, luego de que les dieran la noticia de que habían sido
admitidos en la universidad, pero lo que encontraron, o era demasiado
lejos del campus, o era muy costoso, y deseosos de celebrar la buena
nueva habían decidido que era mejor dejarlo para el lunes siguiente.
Después de todo, las clases comenzaban una semana después, y
aunque el sistema becario daba un auxilio de sostenimiento quería que
le quedara algo más del salario que se pudiera ganar.

Esa noche del viernes habían ido a un bar en el distrito de Islington, al


norte de Londres. El sitio era confortable y lo mejor de todo era que
ponían buena música. Jasper había ligado con una hermosa rubia que
parecía una muñeca inflable viviente como me gustan a mí nena: altas,
rubias y con buen relleno en los lugares precisos. Bella había soltado una
carcajada y quedándose con Jacob habían conversado y bailado toda la
noche. Algunos hombres se habían acercado pero el moreno los
ahuyentó muy hábilmente y aunque Jasper estaba muy a
gusto manoseando -como decía Bella- a la rubia, constantemente miraba
hacia su dirección y cuando alguien se acercaba, hacía el intento de
intervenir, pero al darse cuenta que Jacob hacia bien su trabajo se había
relajado. —Charlie me envió desde el más allá para cuidar a su niña— Era lo
que decía cada vez que Bella le recriminaba su protección.

Al día siguiente, martes, ya tenían tres apartamentos en perspectiva,


todos cumplían con los requisitos básicos, por lo que decidieron ir a la
compañía para que Jasper se presentara ante Billy, el padre de Jacob, y
entregara personalmente la hoja de vida.

CullenWorld, era un rascacielos de forma triangular de cuarenta y un


pisos, tenía un aspecto metálico dado por los vidrios polarizados y
colores grises. Desde la mitad hacia arriba, en las esquinas se aplanaba,
formando un hexágono en la parte superior. En una de los lados en el
último piso, sobresalía una plataforma redonda, un helipuerto, que
tenía acceso directo a la oficina del presidente de la compañía y a la
sala de juntas presidencial, según les había comentado Jacob. En la cara
del edificio contiguo al helipuerto se podían ver dos enormes letras en
metal blanco, una C y una W entrecruzadas un poco, formando así el
logo de la compañía y desde ahí se podían apreciar dos ascensores
panorámicos, que parecían dos extensos canales que recorrían toda la
larga fachada.

Cuando llegaron a la oficina de recursos humanos Bella se sintió


nerviosa, ese sexto sentido que tienen las personas cuando alguien las
observa se activó. Disimuladamente miró hacia todos lados, pero no
había nadie prestándole atención, todos estaban concentrados en sus
labores, pero aun así se sentía vigilada, sabía que el hombre que la
había observado con tanta intensidad en la universidad era el
presidente de esa compañía.

Aun no lograba explicarse el porqué de esa reacción por parte de él, ni


por qué ese miedo y angustia por parte de ella, por lo que su cerebro
prefería hacerse a la idea de que solo había sido su imaginación, pero
su alma era otra cosa. Habría preferido no acompañar a Jasper a ese
lugar, aun más después del sueño de la noche anterior, pero no quería,
no podía dejar a su hermano solo. Fue a Londres no solo siguiendo la
voz de su infancia, sino también para apoyarlo, y eso haría, no
importaba lo que sucediese.

Sintiéndose vulnerable y en un intento por no empezar a temblar tomó


la mano de Jasper y se pegó a él, su amigo malinterpretando sus
acciones la besó en la frente y le dijo que estuviera tranquila, que
recordara que el nervioso debía ser él. Ella le sonrió y entraron en la
pequeña oficina del Jefe de Recursos Humanos. Billy Black era un
hombre de unos sesenta años de edad, tenía el cabello canoso y una
expresión en el rostro que denotaba los años de experiencia y sabiduría
que había acumulado a lo largo de toda su vida.
—Papá, estos son mis amigos de los que te hablé, Jasper Whitlock y
Bella Swan.

El hombre los saludó con amabilidad y los invitó a tomar asiento.

—Jacob trabajará aquí conmigo, como mi asistente, y el trabajo que


tenía pensado para ti muchacho —Dijo Billy mirando ahora a Jasper —
es en la oficina de presupuesto, están necesitando un auxiliar y según
me ha contado mi hijo eres muy bueno con los números.

Jasper asintió y sonrió al tiempo que comenzaba a explicar más de sus


facultades y la corta experiencia laboral que tenía.

—De todos modos tengo que pasar la hoja de vida a mis superiores
para que den la aprobación. —Comentó Billy —Pero dime Bella, tú no
piensas quedarte también, aquí podrías…

—Hola Billy —Fueron interrumpidos por Sue, la hermana de Billy


quien llegaba en ese momento para entregarle unos documentos —
Jacob hijo, que bueno verte por aquí, ¿cuándo empiezas a trabajar?

—La otra semana, Tía te presento a unos amigos, Jasper y Bella, chicos
mi tía trabaja en la oficina de Tesorería. —La mujer de cabellos negros
lisos, y ojos negros profundos, estrechó las manos de los jóvenes pero
cuando lo hizo con Bella su semblante cambió, la hilaridad con la que
había entrado a la oficina había desaparecido y su expresión se tornó
sombría. Bella se sintió incómoda por el escrutinio al que estaba siendo
sometida.

—Ten mucho cuidado niña, hay algo que te acecha y no es bueno. No


debiste venir a esta ciudad, pero así estaba escrito. Solo cuídate. —Y la
soltó.

Un silencio incómodo se situó en la habitación, Bella temblaba y sentía


que su corazón le iba a explotar en cualquier momento si seguía
latiendo de esa manera tan frenética. Sabía a qué se refería la mujer, en
parte. Sabía que su destino estaba ahí pero nunca había estado segura
de si era bueno o malo lo que la esperaba, y ahora esa mujer le acababa
de dar la confirmación de lo que tanto temía. También estaban los
sueños, y esa sensación de ser acechada como una presa indefensa.
Pero luego recordó que su temor se había hecho hombre en Edward
Cullen, el presidente de esa compañía. Eso no tenía ningún sentido, un
hombre como ese ¿porqué tendría algo que ver con su destino?, ella
solo era una chica de pueblo americano, que vivía en una pequeña casa
con su madre y una gata que parecía rata llamada Naomi, y él un
poderoso empresario presidente de una multinacional, que
seguramente vivía en alguna mansión o un lujoso departamento y con
toda una legión de perros negros para custodiar sus jardines; si,
definitivamente eso no tenía ningún sentido, de seguro hasta tendría
esposa o como mínimo una hermosa novia. Estaba paranoica, eso era
todo, y quizás la mujer solo pudo sentir su angustia y la interpretó de
esa manera, después de todo sabía que existían personas con ciertos
dones que les permitían saber o ver cosas que a otros no. De todas
maneras no quería dejar pasar eso por alto, tendría que buscar la forma
de hablar a solas con ella y contarle sobre sus sueños y temores, quizás
pudiera ayudarla y así dejaría de estar tan alerta sobre todo ese asunto.

—Tía por favor, estas asustando a Bella —Dijo Jacob mostrándose


sumamente apenado.

—No te preocupes Jacob —Bella sonrió para tranquilizar al chico y


miró fijamente a Sue para que esta entendiera sus palabras —Esta bien,
entiendo.

Sue asintió casi imperceptiblemente y volviendo a su estado de ánimo


anterior les ofreció darle un pequeño recorrido por ese piso.

Los espacios eran amplios, las paredes pintadas de color champagne y


con molduras del mismo color por todo lo largo de la parte superior de
las paredes, los techos con ojos de buey, los pisos de mármol beige y los
arreglos de flores artificiales aquí y muebles allá daban una sensación
de sofisticación que no parecía provenir de un edificio de oficinas.

Cuando llegaron a una de las tres grandes cafeterías los chicos se


dirigieron a comprar algo para tomar y Bella aprovechó para hablar
con Sue.

—Sue, ¿A qué se refería usted cuando me dijo que estaba en peligro?


—preguntó Bella tocando el tema sin tapujos, no tenía mucho tiempo
antes de que sus amigos regresaran y después de todo no sacaba nada
con rodeos.

— ¿Qué has soñado últimamente Bella? —La chica se sorprendió,


cómo sabía ella acerca de sus sueños extraños. Decidida a sacar la
mayor información le contó los dos sueños que la habían impactado.

—Tu primer sueño es confuso, y parece que no estuviera terminado.


Tienes que prestar mucha atención a ese sueño en especial porque
puede que más adelante te revele lo que sucederá. El segundo es más
claro y no me gusta nada hija, soñar con mar y playa anuncia la llegada
de algo nuevo, muchos cambios en el futuro próximo, pero al volverse
tumultuoso indica que es inminente un combate difícil, pero lo que
más me asusta es que caíste en él, eso quiere decir que serás duramente
golpeada por el destino. Estás segura que no te ahogaste en el sueño.

—Totalmente, solo alcancé a caer —comentó Bella temblando, todos


sus temores se habían confirmado, sentía ganas de llorar, pero no
podía derrumbarse ahí, tendría que ser fuerte Dios mío, protégeme y
dame fuerzas rogó a los cielos. Tenía miedo, pero algo muy en el fondo
le gritaba que así debía ser, que ese era su destino y ella, aunque
pareciera loco, estaba dispuesta a enfrentarlo, así sufriera un ataque
cardiaco en el proceso.

—Chica, no tengas miedo —Tomó su mano y la apretó para darle


fuerzas —La vida nos pone duras pruebas, pero nunca más allá de las
que podemos soportar. Tú eres fuerte, lo veo en tus ojos. Aguanta todo
lo que puedas, recuerda que siempre, después de la tormenta viene la
calma.

Bella trató de sonreír y en ese momento llegaron Jasper y Jacob con


unos refrescos.

Al día siguiente a primera hora Jasper recibió la llamada de Billy en la


habitación. El hombre lo había llamado muy sorprendido diciéndole
que el vicepresidente de la compañía lo había visitado y al revisar
rápidamente las hojas de vida que tenía pendientes, había escogido la
de él sin siquiera ojearla.

—Será que el hombre es gay y le gustó tu foto —Había bromeado Bella


y Jasper temblando teatralmente le había dicho:

—Tendré que ponerme un tapón entonces, porque mi culo solo trabaja


de salida, ni muerto pienso ponerlo a funcionar en reversa.

Bella se había carcajeado y bromeado todo el camino hacia la


compañía.

—Hola chicos —Saludó Billy —esto es algo muy inusual, te comenté


ayer que el puesto que tenía para ti Jasper era el de auxiliar de
presupuesto, pero recibí la orden de que te enviara a presidencia, al
parecer la asistente te entrevistará y luego decidirán en qué
dependencia ubicarte, ¿O te quieren allá?, ay hijo no lo sé, creo que ni
el mismo vicepresidente entendía muy bien lo que estaba diciendo.

—Pero ¿Sucedió algo Billy? —Preguntó Bella algo preocupada por la


suerte de Jasper.

—No niña no es nada, o eso creo. Mejor vayan de una vez, Heidi debe
estar esperándolos y ella no es muy paciente que digamos.
Subieron a uno de los ascensores, la vista era impresionante, se podía
apreciar casi todo Londres, y los dos jóvenes parecían niños pequeños
en dulcería pegados al vidrio observando todo a su alrededor.

Al llegar al último piso entraron a una gran estancia iluminada por la


luz que ingresaba de los grandes ventanales que cubrían las paredes:
anterior y la lateral derecha. A un lado se encontraba la sala de espera
con cómodos sofás y sillones en cuero marrón. Al otro lado había una
pared de madera con dos puertas, una de ellas con una placa con la
palabra "Archivos". Junto a la pared se encontraban dos pequeños
escritorios, en ellos estaban dos jóvenes, un chico que aparentaba unos
veintitrés años, tenía el cabello demasiado brillante y peinado con un
camino en la mitad, enormes gafas redondas y vestido como si su
abuela lo llevara al primer día de escuela.

—Y yo que pensé que solo eran producto de la ciencia ficción. ¡Augh!


—Se quejó Jasper cuando Bella le dio un codazo mientras trataba de
contener la risa.

El otro escritorio era ocupado por una chica de cabello rubio, piel
pálida y expresión tímida, tenía gafas que aunque no eran tan grandes
como la de su compañero no estaban para nada a la moda, y su ropa
no le favorecía tampoco.

—Definitivamente, ese no es mi tipo de rubia. —Logró apartarse a


tiempo para no recibir un segundo golpe.

En el fondo de la estancia se vislumbraban un pequeño hundido en la


pared con dos puertas, cada una con pequeñas placas, que indicaban la
sala de juntas y la oficina de presidencia, y antes de llegar a las dos
puertas un escritorio más grande que los otros con una mujer sentada
en él.

Era hermosa, tenía el cabello color caoba y los ojos de un fuerte color
violeta, eran algo extraños pero atrayentes a la vez. La mujer los miró
con una ceja alzada en clara señal de que no estaba para perder el
tiempo.

Los chicos se presentaron y tomaron asiento en la sala de espera junto


con Heidi. Comenzó con preguntas básicas hacia Jasper, pero Bella
notó que le prestaba más atención a ella que a él.

—Y tú, ¿qué tienes para decir? —Bella quedó muda ante el repentino
cambio de tema, ¿qué tenía que decir ella si no era la entrevistada?,
miró a Jasper quien la miraba igual de confundido y luego a la mujer
que esperaba una respuesta.

—No sé a qué se refiere, yo solo lo estoy acompañando a él. —


Respondió Bella algo nerviosa.

—Entonces, eres su novia —No fue una pregunta, ¿qué le pasa a esta
mujer? No sabía qué responder a eso, estaba claro que no lo era, él era
como su hermano, pero le molestó tanto la pregunta que le dieron
ganas de responder que si, aunque a último momento prefirió decir la
verdad, quizás esa mujer estaba interesada en Jasper y decir que si
tenían una relación podía perjudicarlo.

—No… solo somos amigos.

—Ya veo, y ¿piensas quedarte aquí en Londres o regresarás a América?


—Ahora sí que esta raro esto, pensó Bella, qué le importaba a ella eso.
Miró a Jasper pero él estaba tanto o más confundido que ella.

—Tengo vuelo programado para dentro de dos días. —Sin ninguna


razón, la mujer saltó en el sillón en que se encontraba sentada, como si
algo la hubiera asustado y maldijo por lo bajo mientras recobraba la
compostura.

— ¿Sucede algo malo?, qué tengo que ver yo en esto, después de todo
quien trabajará aquí será Jasper no yo. —Bella se estaba molestando,
algo no iba bien definitivamente, ¿será lesbiana?, no, eso era imposible,
si así fuera definitivamente ella no era una chica que pudiera llamar la
atención de esa manera. Sabía que era bonita, eso nunca lo había
puesto en duda, no era egocéntrica, solo estaba consciente de que al
menos fea no era. Pero esa mujer debía conocer a otras mucho más
hermosas que ella, así que esa opción estaba descartada, y ella seguía
igual de desconcertada.

—Claro que no sucede nada, es solo que hay una vacante y quizás
podrías estar interesada, eso es todo.

—Muchas gracias por la oferta pero ya tengo planes para estudiar en


mi país.

—La Universidad Gillemot tiene un gran sistema de becas, podrías


trabajar y estudiar al mismo tiempo como tu amigo.

—Gracias de nuevo pero no me interesa, quiero salir de aquí cuanto


antes —Lo que no sabía la mujer era que el "salir de aquí" se refería
tanto al edificio como al país mismo.

—Muy bien, entonces eso es todo —Heidi se levantó, los jóvenes la


imitaron y se dirigió a Jasper—comenzarás el lunes, así tendrás tiempo
de organizar lo de la universidad, trabajarás hasta las 4, el contrato lo
arreglas en Recursos Humanos, te espero puntual.

— ¿Aquí? —Preguntó Jasper después de su largo silencio —pero tenía


entendido que era para auxiliar de presupuesto.

—No, eso ya cambió, ahora serás auxiliar de… —La mujer dudó por
un momento —auxiliar de asistente de presidencia, si eso. Bueno ahora
váyanse que ya no tengo tiempo para estarlo perdiendo.

— ¿Auxiliar de asistente de presidencia? —Preguntó un Billy muy


sorprendido —pero ese cargo no existe, los dos jóvenes que viste son
pasantes de último año de la universidad Gillemot, ellos hacen las
veces de auxiliares pero siempre ha habido solo dos y no reportan
como tales, y a mí no se me ha notificado nada de eso.

Todo era muy extraño, preguntas sobre la vida privada de ellos, el


viaje de Bella, un puesto de trabajo que no existe.

Billy se comunicó con Heidi y después de una conversación muy


confusa, el hombre les indicó que al parecer el cargo se iba a crear, que
le diera hasta el final de la semana para realizar los procesos
pertinentes y poder firmar el contrato.

Pasaron los dos días, realizando trámites para que Jasper pudiera
iniciar las clases, matriculando asignaturas, cuadrando los horarios y
asistiendo a las charlas de inducción en el que le entregaron la tarjeta
de transporte, alimentos y los acuerdos de auxilio de vivienda.

Bella no había vuelto a tener sueños extraños, en realidad esos dos días
no había soñado nada más, ni bueno ni malo.

Era cierto que quería salir de la ciudad, pero también tenía ganas de
quedarse a averiguar qué era lo que la voz de su infancia le decía, y lo
que significaba todo lo que había pasado en el corto tiempo que llevaba
en Londres. Igual sabía que cual fuera su destino, se cumpliría quisiera
o no, así que si en algún momento la vida quería que volviera a esa
ciudad entonces lo haría. Pero eso sería más adelante.

El viernes en la tarde se dirigieron al aeropuerto. Bella le enviaría a


Jasper por mensajería toda su ropa y las pertenencias que él ya le había
indicado. En la mañana él había ido a la CullenWorld para firmar el
contrato, todo estaba listo y aunque Billy seguía sin entender muy bien
qué había pasado, ya era oficialmente "Auxiliar de asistente de
presidencia".
—Señorita Swan, lo siento pero no aparece ninguna reserva
confirmada a su nombre, ni para este vuelo ni ningún otro —Informó
la joven que los atendió en el aeropuerto.

—Eso es imposible, yo mismo hice la reservación hace unos días, aquí


tengo la confirmación de la reserva que arrojó la plataforma virtual. —
Jasper extendió un papel de confirmación a la mujer.

—Señor, efectivamente esta reserva se hizo, pero aparece cancelada el


día de ayer en las horas de la mañana, y el dinero se rembolsó a la
cuenta de la cual se había realizado el pago.

— ¡Pero nadie ha cancelado nada! —Bella se estaba desesperando. La


mujer se disculpó y le dijo que no se podía hacer nada, el vuelo estaba
lleno —Entonces puedo tomar otro vuelo ¿Cuál es el próximo que sale
para Estados Unidos? —Luego de buscar en su computador, la
empleada les informó que había otro vuelo para New York en un par
de horas.

—Ese esta perfecto —Bella entregó su pasaporte y comenzaron el


registro.

—Lo siento señorita Swan, no registra su pasaporte, puedo venderle el


tiquete pero igual no podrá salir.

— ¿A qué se refiere con que el pasaporte no registra? —Preguntó


Jasper exaltado. Bella cerró los ojos y respiró profundamente, esto no le
estaba gustando nada. La joven se disculpó de nuevo y Jasper de
manera poco amable le exigió hablar con un superior. Es el destino… el
maldito destino… ¡No seas paranoica Bella Swan, es solo un error, eso le pasa
a cualquiera! La castaña trataba de darse fuerzas, pero no sabía en el
momento si reír o llorar.

—Señores —Un hombre de baja estatura de unos cuarenta años de


edad y cabello negro se presentó ante ellos, su expresión era
completamente indiferente cuando les dio la información —tenemos
un reporte de un proceso legal en contra de la señorita Isabella Marie
Swan, por tal motivo no es posible su salida del país, y su pasaporte ha
sido bloqueado. No podemos hacer nada más, eso es todo.

Dios, dame paciencia, rogó, pero al parecer el creador no estaba mirando


en su dirección en ese momento.

Sin previo aviso Bella colocó las manos sobre el mostrador y se


impulsó, la mitad de su cuerpo quedó sobre este, y en un rápido
movimiento tomó las solapas de la chaqueta del hombre, y dejó sus
rostros a pocos centímetros de distancia.

—Escuche bien lo que le voy a decir —Su voz era baja pero
amenazante —me vale una grandísima mierda lo que sus plataformas
virtuales digan o lo que el puto sistema judicial de este país tenga en
mi contra. No pienso pasar un maldito día más aquí para que estatuas
comemierdas y mares enloquecidos me atrapen, así que usted y el
estúpido destino se pueden tragar sus deformes testículos y meterse
sus "problemas" para conmigo ¡por su gordo peludo y arrugado culo!

— ¡Lo siento, lo siento! —Bella sollozaba. Tenía los codos apoyados


sobre una simple mesa de madera y sus manos sostenían su cabeza —
Juro que no sé qué pasó. Yo… no sé, perdí el control… ni siquiera
recuerdo qué le dije a ese hombre… Oh Dios, Renée me va a matar,
Phil me va a matar ¡Jasper me va a matar!

— ¿Te quieres calmar Bella?, estás hablando como si yo no estuviera


aquí. —Jasper se encontraba en una silla metálica similar a la de Bella,
recostado y con la cabeza apoyada en la pared. —Ya llamé a Jacob, está
hablando con su padre a ver qué se puede hacer para sacarnos de aquí.

Llevaban dos horas encerrados en esa pequeña habitación del


aeropuerto, después de que Jasper pudo apartar a Bella de un muy rojo
director de vuelos de la aerolínea, fueron llevados a ese lugar por unos
vigilantes, y solo se les permitió hacer una llamada. Desde ese
momento no habían sido informados de nada más.

La habitación era de tres por tres metros, tenía una sola mesa de
madera con cuatro sillas metálicas, una lámpara colgaba del techo, y
un gran espejo se encontraba ubicado en una de las paredes.

Bella no había parado de sollozar y de decir incoherencias según


Jasper. Pero ella sabía que no eran desvaríos, era el maldito destino que
se estaba cerniendo contra ella, era esa estatua que aun no se había
mostrado por completo, era ese mar que se la quería tragar sin
contemplaciones. Todo se estaba confabulando para que ella no
pudiera salir de ahí, de esa ciudad que ya no le parecía tan mágica, o
quizás sí, pero no era esa magia con la que sueñas de niña y que te
hace girar con los brazos extendidos, riendo alegremente en medio de
un hermoso parque; era la magia que se condenaba varios siglos atrás,
la que practicaban brujas y seres que tenían pacto con el demonio y
que gozaban con el sufrimiento de las almas puras e inocentes.

Jacob entró a la habitación acompañado de un hombre de unos


cincuenta y cinco años, calvo y chaparro, con algo de barriga. Bella se
lanzó sobre su amigo y tartamudeando, trató de explicarle lo que había
pasado.

—No te preocupes, ya todo está arreglado, les presento al Sr. Jenks, es


uno de los abogados de CullenWorld, Heidi lo envió cuando mi padre
le comentó lo sucedido.

El hombre se acercó y estrechó las manos de los jóvenes.

—Muchachos la situación es la siguiente: podrán irse de aquí


enseguida, logré alegar que la actitud de la chica fue un momento de
desesperación al darse cuenta de que no podía regresar a su país.
Además que su edad y el espectáculo que ha estado dando desde que
la encerraron aquí ha servido para justificar mis argumentos.
Bella se sonrojó fuertemente y miró hacia el gran espejo que había en la
pared, estaba claro que se habían recreado con su locura en la
habitación contigua.

—Pero aun así hay malas noticias —Continuó el abogado —existe un


proceso abierto en su contra señorita, por inconsistencias presentadas
en su pasaporte, al parecer el número no registra en el sistema. Esto
puede ser tomado como falsificación de documentos y eso muchacha
es un delito grave.

— ¡Pero yo no he falsificado nada!

—Y si ese fuera el caso cómo se explica que logró ingresar al país. —


Alegó Jasper —lo habrían detectado incluso antes de salir de los
Estados Unidos

— ¡Eso es! —Exclamó Bella levantando los brazos — ¡La embajada!,


podemos dirigirnos allá, ellos deben tener registros, algo que pueda
comprobar que mi pasaporte es oficial, que no es una falsificación.

—Ya hicimos eso y tampoco reporta, según su sistema, usted sí salió


del país, pero no se explican cómo pudo ser, debido a que no tienen
reporte de su documento.

—Eso no tiene sentido Sr. Jenks —Refutó Jasper, estaba muy nervioso.
Bella era su responsabilidad y temía que terminara implicada en algo
grave que la pudiera incluso llevar a la cárcel.

—En realidad joven, —Jenks se pasó un pañuelo por la frente para


secar el sudor —esto es algo, no común, pero si posible. Le explico:
Algunas veces pueden generarse errores en el sistema de migración y
los números que arroja para el registro del documento, o el mismo
documento en sí, puede contener errores, que luego se ven reflejados
en inconvenientes de este tipo. Según los sellos, es la primera vez que
lo usa, las autoridades contemplan el hecho de que puede ser un error
al momento de generarlo, pero aun así no podrá salir del país hasta
que no se solucione todo este asunto.

—Y eso ¿cuántos días puede demorar? —Preguntó Jacob

—Creo que no me he explicado bien, el hecho de contar con conocidos


y que es un asunto que tiene poca importancia para el gobierno, podría
demorar semanas, incluso meses. Lo mejor será que avise a su familia.
Me he comunicado con la señorita Heidi y CullenWorld está dispuesta
a ofrecerle una beca para que estudie en la Universidad Elizabeth
Gillemot en la carrera que usted escoja y un trabajo en la compañía
para que se sostenga.

—Pero si es un asunto sin importancia ¿por qué no la dejan salir? —


Jasper ya se encontraba más tranquilo, Bella no iría a la cárcel. Aunque
él no tenía problema en mantenerla el tiempo que ahí estuviera, sí era
un alivio saber que no estaría sin hacer nada, porque conociéndola, eso
la volvería loca.

—Poca importancia joven, no sin importancia, entonces señorita usted


dirá… ¿Señorita Swan?

Bella parpadeo varias veces cuando la voz del abogado la trajo de


vuelta a la realidad. Se había perdido por un tiempo en sus
pensamientos, No tiene sentido luchar, está más que claro que me tengo que
quedar aquí… lo que sea que esté por venir tengo que afrontarlo, yo sé que
puedo. Sue me dijo que la vida nunca ponía pruebas que nos sobrepasaran…
yo sé que puedo.

—Disculpe Sr. Jenks, al parecer no tengo otra opción, llamaré a mi


madre y… trataré de explicarle todo.

El domingo ya se encontraban instalados en el departamento que


Jasper había alquilado. Tenía dos habitaciones, —Pensaba alquilar la otra
para compartir gastos, pero ahora ya no será necesario— le había dicho el
rubio. Una sala y a un costado la cocina con una pequeña mesa de
comedor. Las paredes eran de un azul pálido y los pisos eran blancos.
Los muebles no eran lo más moderno pero eran agradables. En
conjunto era un lugar acogedor.

Bella se había comunicado con su madre y trató de explicarle lo que


había sucedido. Al principio se preocupó mucho, sus temores eran los
mismos que los de Jasper cuando pensó que todo terminaría mal, pero
luego de que este le explicara bien cómo se podrían solucionar las
cosas, había quedado tranquila, más aún sabiendo que Jasper estaría
con ella. —Esto puede ser algo bueno para ti Bella, piénsalo, cuando lo
sucedido con tu padre, tuviste que esforzarte el doble para rendir en la escuela
y no tuviste oportunidad de vivir tu adolescencia, cuando nos mudamos aquí a
Seattle, yo me convertí en tu carga… no me interrumpas, eso fue en lo que me
convertí, aunque sé que me amas lo suficiente como para no considerarlo de
esa manera, pero así fue hija. Esta es tu oportunidad de vivir un rato y
replantear tu vida, quizás tu futuro se encuentre allá, nadie lo sabe, pero sea lo
que sea, vive el momento. Yo estaré bien, Phil estará pendiente de mí para que
estés más tranquila, yo cuidaré a Naomi. Te amo hija, y tu padre desde el cielo
te está cuidando, nunca lo olvides, los dos te amamos.

Bella había llorado luego de esa llamada, recordando todo lo que


habían sufrido con su padre, más aún lo que él sufrió.

El ánimo se lo había levantado su amiga Ángela quien había pasado de


la preocupación a la rabia y luego a la emoción —Piénsalo Angie, tendrás
donde bajarte aquí si vienes antes de que todo se arregle. —esa fue la manera
que pudo apaciguar a la chica.

Por recomendación de Jasper había decidido no estudiar, hacerlo sería


pensar en quedarse por largo tiempo y eso no era lo que tenía
planeado, solo aceptaría el empleo en CullenWorld y así se mantendría
ocupada mientras lograba viajar.
Al día siguiente se presentaron a primera hora a la compañía. Jasper
para instalarse en su puesto de trabajo y Bella para acordar con Billy
cómo sería su contratación y el lugar que ocuparía.

Cuando llegaron, Jasper acompañó un momento a Bella a la oficina de


Billy, pero este lo detuvo antes de que saliera para informarle que
había un cambio de planes.

—Jasper, en la vicepresidencia se está necesitando un auxiliar, es casi


lo mismo que la presidencia, incluso te puede convenir más porque ahí
se encargan de muchos negocios que el presidente no tiene tiempo de
convenir, además el vicepresidente es más asequible y no es de
extrañar que te tome como aprendiz lo que es poco probable que
suceda con el Sr. Edward Cullen. Por el contrato no hay problema
porque ahí se especificaba que se te podía trasladar de cargo siempre
que esto no afectara tu salario y tú estuvieras de acuerdo. —Jasper
aceptó emocionado, la palabra "aprendiz" tenía más conveniencia que
auxiliar, de eso no había duda. —Para ti hija, —Continúo dirigiéndose
a Bella —será el cargo de auxiliar de presidencia, por tu inexperiencia
al parecer prefirieron hacer el cambio, tomando en cuenta que ya
existen dos pasantes.

Bella no estaba muy contenta con estar en presidencia cerca de ese tal
Edward Cullen, pero resignada a que se había convertido en un títere
del destino, no tenía más que aceptar.

Los dos subieron al ascensor y Jasper se quedó en el piso cuarenta,


Bella llegó al piso de presidencia y se encontró con el mismo panorama
de la vez anterior, el mismo chico con el cabello engominado, la chica
de mirada tímida y Heidi, con su ya conocida ceja levantada.

—Veo que ya te informaron del cambio —Bella asintió, ni siquiera la


había saludado. —Bien, trabajarás directamente con Edward, te está
esperando en estos momentos, pasa de una vez.
—Pero… no entiendo —Bella estaba sorprendida y algo nerviosa,
¿cómo iba a trabajar con el presidente si no tenía ninguna experiencia?,
la única que poseía era el trabajo de medio tiempo en una tienda de
artículos deportivos en Forks. Estaba segura que eso no alcanzaba ni
para el dichoso cargo de auxiliar que supuestamente debía ocupar. —
Se suponía que mi cargo sería auxiliar del asistente, su auxiliar, no el
del presidente directamente.

—Mira niña, aquí las cosas se hacen como los jefes así lo digan, no
como tú lo creas, trabajarás directamente con él, así que entra de una
vez, no tengo tiempo para seguirlo perdiendo contigo.

Bella suspiró y caminó hacia la puerta que tenía la placa con las letras:
Presidente – Edward Anthony Cullen.

Es solo un hombre Bella, tranquilízate, no puede hacerte nada, además ese no


podía ser el mismo de la universidad… imposible.

Tomó la manija dorada de la puerta y la giró. La oficina era extensa,


grandes ventanales cubrían dos de las paredes del suelo hasta el techo,
en uno de los costados se podía ver la salida al helipuerto, en ese sector
se apreciaba una pequeña mesa de juntas, y una puerta en la pared
contigua que no poseía ventanas, al lado opuesto, el derecho, se
apreciaba una pequeña sala con sillones de cuero marrón parecidos a
los que se encontraban en la habitación anterior, una gran biblioteca
con libros y algunos adornos, y a un lado de esta, otra puerta.

De frente un gran escritorio de madera color caoba se mostraba


imponente, como queriendo preceder la estancia. Ahí sentado en un
gran sillón negro se encontraba un hombre. Cabello cobrizo
despeinado, anchos hombros, vestido todo de gris. Levantó la cabeza
lentamente y fijó su mirada en la joven que se encontraba en la puerta.

Era él, Bella no tenía ninguna duda ahora, ese era el hombre de la
universidad, era el que la había mirado con tanta intensidad como
ahora. Logró atisbar la misma ira por un momento, pero cambió casi
enseguida y un sentimiento de satisfacción y orgullo se estableció en su
rostro, una lenta sonrisa ladeada se formó en su rostro.

Bella soltó un pequeño jadeo, ese hombre tenía un poder que no


consistía en el dinero o los contactos políticos, era algo del alma, algo
que era dado a solo unos cuantos, y que la hacía estremecer y sentirse
vulnerable por completo.

El hombre se levantó de su asiento y apoyó las manos sobre el


escritorio para inclinarse hacia adelante. Su sonrisa se ensanchó aun
más y con una voz que parecía presagiar tormentas eternas y pasiones
violentas dijo:

—Isabella Marie Swan… ahora me perteneces.

Un títere, soy un maldito títere del destino.


CAPÍTULO 3


No sabía que te esperaba,
no sabía que tú vendrías.
¿Será posible que no seas solo mía?,
¿Tendré acaso que arrebatarte de sus brazos?
No importa cuánto quieras huir de mí,
puedes estar segura que jamás te dejaré ir.

U n niño caminaba por la calle tomado de la mano de su madre.


Miró el yeso que cubría parte de su brazo izquierdo y volvió a sollozar,
recordando el dolor que sintió, momentos después de haberse
fracturado el brazo, por estar saltando en el estacionamiento de la
escuela, mientras su madre hablaba con su maestra.

Llegaron a una esquina y el niño levantó la mirada cuando su madre


detuvo el andar. Ahí, en medio de la calle, esperando el cambio del
semáforo para seguir su camino, estaba uno de sus juguetes en tamaño
real. Oh Dios! un Bentley Continental GT modelo 2005, motor delantero W
engine de 5998 ccm, dos puer…

—Otra vez pensando en autos, —lo reprendió su madre al encontrarlo


observando el auto negro frente a ellos, con la boca abierta —si
prestaras más atención a las clases y menos a tus fichas de colección tus
notas en la escuela serían mejores.

—Mamá mira, algún día yo tendré un auto como ese. —Su madre bufó.

Andy Butler, de 7 años de edad, cabello rubio casi blanco y ojos tan
azules como el cielo de primavera, sabía que si se lo proponía, podría
tener uno igual algún día. Todas las personas lo mirarían con respeto y
asombro, como ahora mismo él miraba el auto y se imaginaba al
hombre que lo manejaba.

Edward Cullen sonreía. Ese niño, que se había quedado mirando el


auto asombrado, sería un hombre con dinero y carros como el suyo en
el futuro. Pudo ver en sus ojos, el deseo de poseer algo y de estar
dispuesto a luchar por eso, con dientes y uñas si era necesario. Él sabía
lo que eso era. Desear algo con todas tus fuerzas y tener la esperanza
de que algún día llegaría. Pero también sabía lo que era creer que se
tenía, que por fin se había encontrado, para luego, caer en la amargura
y la desesperanza, al darse cuenta de que solo fue un espejismo, un
engaño, con crueles consecuencias.

Su expresión cambió al mismo tiempo que el semáforo, y emprendió la


marcha. Recordar lo hacía un hombre amargado, y resentido de la
vida. Encontraba en el trabajo la liberación que tanto necesitaba. Era su
escusa para escapar de la realidad que se cernía sobre él, como las
nubes negras sobre el prado, en un día de tormenta.

Habría dado lo que fuera por retroceder el tiempo, y evitar así, cometer
el que consideraba, el peor error de su vida. Pero ya no había marcha
atrás, y ahora tenía que afrontar las responsabilidades de sus actos, y
sobre todo de su estupidez.

Llegó a la Universidad Gillemot a los pocos minutos. Ingresó sin


ningún problema y parqueó su auto, en el lugar que siempre tenía
reservado para él. La universidad había sido fundada por su bisabuelo
en el año 1943, y queriendo honrar a su tan amada esposa, Elizabeth
Gillemot, le había colocado su nombre y mandado a diseñar su escudo,
en base a su cultura húngara.

Se bajó de su auto y se dirigió a la oficina del vicerrector de


investigación.
Manejaba él mismo sus autos. No le gustaba tener que lidiar con
choferes pacientes y cuidadosos, que recorrían un tramo en una hora,
cuando él lo podía hacer en cuarenta minutos, o incluso media hora si
estaba de afán. Su hermana siempre le recriminaba esa decisión. Eres el
presidente de una multinacional Edward, no un adolescente manejando sin
permiso el costoso auto de su padre.Siempre era lo mismo, pero a él no le
importaba. Precisamente, era el presidente de una gran empresa, y
hacía lo que quería. Tampoco tenía escoltas, le parecían fastidiosos y
algo que solo tenían los empresarios que querían llamar la atención.
Aun así, insistía en que su familia tuviera, al menos uno por persona.
—Si quieren hacerme daño no lo harán conmigo, sino con los que amo. —
Decía, y Emmett, estaba de acuerdo con él.

Habló con el vicerrector un largo rato, sobre los nuevos proyectos, que
se aprobarían a los grupos de investigación ya existentes, la apertura
de unos nuevos, y las dotaciones que llegarían en un par de semanas,
para los nuevos laboratorios. Le gustaba supervisar personalmente
todo lo referente a la universidad. Su abuelo le había dicho que esa
institución, era la representación de la obstinación y la perseverancia
Cullen, —mi padre me la legó a mí, fue su forma de ir en contra de los
designios de su padre, que le parecía ridículo que a su hijo le gustara la
enseñanza —y él como máximo exponente de esos adjetivos, velaba
porque todo se diera como lo tenía planeado.

Hicieron el recorrido por las instalaciones remodeladas, y después de


dar su aprobación, bajaron al segundo piso, para echar una ojeada a los
afortunados becados, que se encontraban en ese momento en una
reunión.

El hombre que lo acompañaba, fue requerido por uno de los


empleados, y pidiendo disculpas, se apartó por un momento. Edward
caminó unos pasos más, y miró hacia el pasillo que llevaba al
auditorio, donde se estaba llevando a cabo la reunión.
El pasillo desapareció, ya no había suelo que lo sostuviera, ni aire que
llenara sus pulmones. Ya no había un hombre cerca suyo, hablando
con otro. No había corbata que anudara su cuello, zapatos que calzaran
sus pies, ni ropa que cubriera su cuerpo. Su auto, el niño que lo
admiraba, la madre que lo regañaba, ya no existían. Su adorada
familia, su empresa poderosa, su pasado tormentoso, los errores
cometidos, la carga de sus temores, ya nada de eso importaba.

¡Es ella! Susurró una voz en su cabeza, y ya nada podía interferir en lo


que ahora sentía.

Adoración

Veneración

Deseo

Pasión

Posesión

Ahora estaba seguro, era ella. No sabía por qué, ni cómo, pero algo le
decía, que era a ella, a quien había estado esperando toda su vida y
más.

Es una niña… y es hermosa pensó. Tenía el cabello color caoba, y una


piel blanca inmaculada. Deseó poder pasar los dedos por sus mejillas,
para comprobar que era tan suave como se veía. Ella se mordía el labio
inferior, y él deseó poder tomarla de la barbilla y probar su sabor.
Deseó poder estrecharla entre sus brazos, y comprobar, que no era una
cruel jugada de su mente.

Imposible, mi mente jamás podría crear algo tan puro y bello como ella.

Hizo el intento de caminar, de acercarse a ella, pero sus piernas no le


respondieron.
En ese momento las puertas del auditorio se abrieron, hombres y
mujeres empezaron a llenar el espacio entre ellos.

Reaccionando ante todo el movimiento que se producía entre ellos,


caminó unos pasos, para poder observarla mejor. La vio estrujar el
borde de su blusa, de un fuerte color azul rey. Le pareció una
combinación hermosa, la manera como el azul resaltaba sobre su piel
pálida, era algo fascinante.

Parecía una niña nerviosa, tratando de tomar una decisión. Él sonrió e


hizo un nuevo intento por acercarse, pero su sonrisa se borró y todo
pasó a ser oscuro y doloroso.

En ese momento, todos sus sueños y anhelos, recién devueltos por la


visión de ella, ahora se desmoronaban, sin piedad a su alrededor.
Sintió un intenso fuego que lo consumía por dentro, como si el edificio
estuviera en llamas, y enormes lenguas de fuego, intentaran devorarlo
por completo. Pero todo a su alrededor, seguía sin alterarse. Era su
alma la que ardía de rabia y celos descontrolados.

Un hombre rubio había aparecido en escena, y su nena con una enorme


sonrisa, se había arrojado a sus brazos, a los brazos de otro, otro que no
era él.

Al instante el hombre la hizo girar y ella quedó mirando en su


dirección. Sus ojos se encontraron y él no pudo evitar emitir un
gruñido.

Un chico de baja estatura, que iba pasando por su lado, saltó asustado,
por el ruido que el hombre había proferido. Lo miró por un momento,
y la expresión que vio en su rostro, lo aterró tanto, que solo fue capaz
de dar dos pasos hacia atrás, y alejarse de ese demonio con forma
humana, lo más rápido que pudiera.

Ella lo miraba fijamente y se veía sorprendida y algo asustada.


¿Por qué lo abrazas? ¡Maldita sea!, ¿Por qué? Si tú eres mía ¡mía!

Otro chico llegó y ese malnacido y su nena se separaron. No pudo


seguir ahí, necesitaba alejarse o sería el autor material de un asesinato.
De eso estaba seguro.

Escuchó como el vicerrector lo llamaba, pero no le prestó atención.


Caminó, casi corrió hacia su auto, y salió lo más rápido que pudo de la
universidad. Recorrió las calles como un loco, contando con la suerte
de no encontrar a ningún oficial de policía en el camino.

Llegó a su residencia ubicada en el Distrito de Chelsea. Un ático de


lujo, en un gran edificio de apartamentos. Estacionó como pudo, subió
a su ascensor privado, con los puños fuertemente apretados. Su
corazón latía furiosamente, su pecho subía y bajaba con cada
respiración agitada. Las puertas se abrieron, entró a su apartamento, y
su control se esfumó por completo.

— ¡Maldición! —Exclamó Edward cuando vio el nombre que titilaba,


en la pantalla de su celular. Se pasó una mano por su cabello y tiró un
poco de él, a modo de frustración. Contestó con la voz ronca por el
sueño y la resaca — ¿Qué…

— ¿Edward?, ¡por Dios!, al fin apareces, te he estado llamando todo el día.


Heidi me dijo que no habías aparecido el viernes y que solo llamaste para hacer
unos pedidos extraños. Emmett te ha estado buscando todo el fin de semana, y
estuvo en tu apartamento, pero la tarjeta de acceso estaba bloqueada. Ni
siquiera contestabas los teléfonos, agradece que mamá está ocupada con la
visita del tío, que no se le ha ocurrido intentar comunicarse contigo, porque
habría trepado las paredes del edificio para saber si estabas bien.

—Alice, hablas demasiado rápido… estoy bien. Solo decidí tomarme


libre el fin de semana, ¡acaso no puedo tener algo de espacio para mí
solo! —Giró sobre su propio cuerpo para quedar boca arriba y pasó
una mano por su cara para tratar de quitar los últimos resquicios de
sopor.

—Te hemos dicho cientos de veces que te tomaras tiempo libre, vacaciones, y
nunca quisiste hacerlo. Y ahora que por fin lo haces, no eres capaz de avisar.
¡Se puede saber qué te pasa!, tú no eres así.

—No es nada, en serio. Por qué mejor no me dejas en paz y nos vemos
mañana…

— ¡Imposible! —Lo interrumpió la chica —estoy abajo tratando de que mi


tarjeta de acceso funcione. Así que mueve tu culo de una buena vez, si es que
estás aquí, y desbloquea el sistema, voy a subir. —La mujer colgó, y él, con
un gruñido de frustración, se levantó de su cama, y caminó hacia las
puertas del ascensor, para desbloquear las tarjetas de –visitantes
autorizados- que había dado a su familia, para que accedieran cuando
lo desearan. Muchas veces se había arrepentido de esa decisión. Pero
su familia jamás permitió que las anulara.

Al poco rato, su hermana se encontraba observando la sala del


apartamento, con los ojos exorbitados, y una clara expresión de
asombro y miedo en su rostro.

— ¡Edward! ¿Qué demonios pasó aquí?

La estancia, con pisos de madera de roble, y paredes pintadas en


tonos beige, con columnas en mármol color tierra, se encontraba
totalmente irreconocible.

Los adornos que ella misma, junto con su madre, habían escogido, se
encontraban hechos pedazos esparcidos por el suelo. Los dos sofás de
cuero claro estaban tumbados, al igual que los dos sillones que los
acompañaban, la alfombra persa se encontraba arrumada al pie de la
chimenea, y una pintura original de Franz Marc llamada –El Tigre–,
estaba perforada por una escultura de Miren Itxaso en metal, de cintas
que se entrecruzaban y terminaban en punta.
Edward suspiró, levantó uno de los sofás y se acostó sobre él,
tapándose los ojos con un brazo.

—Me pasé de tragos, eso fue todo —Contestó con voz cansada.

— ¿Te pasaste de tragos?, ¿Estás de broma?, esto no es obra de unas


copas de más —Alice se acercó al sofá y apartando un poco las caderas
de su hermano, se sentó junto a él.

Edward se quitó el brazo de los ojos y la miró.

Su hermanita era diez años menor que él, tenía veinte años, cabello
negro cortado de forma extraña, haciendo que cada punta señalara a
un lugar diferente. Sus ojos eran de color azul marino, una hermosa
combinación entre el azul de su madre y el verde de su padre. Su baja
estatura le daba la impresión de ser aun más joven.

— ¿Qué te sucede Edward?, soy tu hermana, me preocupo por ti —dijo


Alice acariciándole la mejilla tiernamente.

Edward negó con la cabeza y Alice suspiró derrotada. —Está bien, si


no quieres, no me digas. Pero sabes que estoy aquí ¿verdad? —Edward
asintió —Siempre estaré para ti, no importa nada.

Él sabía que podía contar con ella. Pero prefería mantenerla al margen
de sus problemas. Ella era muy delicada e inocente, y no quería
mancharla con sus secretos.

Alice se fue un par de horas después, luego de ayudar a su hermano a


organizar el apartamento, ya que no solo la sala estaba destrozada. Su
habitación no estaba muy diferente, el colchón estaba salido de los
bordes de la cama, la lámpara de la mesa de noche estaba estrellada
contra la pared del baño, varias botellas de whisky vacías, estaban
esparcidas por la habitación, y una a medio terminar estaba regada
sobre la sábana blanca tirada en el suelo.
Era domingo. Solo había tenido un momento de lucidez el día anterior
cuando había revisado los videos y registros que le habían llegado a su
correo.

El viernes, luego de destrozarlo todo, había llamado a Heidi y le pidió


que le consiguiera los registros de los aspirantes a la beca para
negocios, así como los admitidos y los videos de seguridad de la
universidad de esa mañana.

No pudo reconocer ningún nombre entre los reportes, no había fotos y


al no saber el nombre del hombre que la abrazaba, no tenía mucho que
hacer con eso. Gruñó al recordar la escena, estaba decidido a cambiarla
por completo.

Sabía que ella no estaría en la lista, ya que de haber sido una de las
aspirantes, no habría estado afuera esperando.

Revisó los videos de seguridad, de la entrada de la universidad, y del


pasillo del bloque en el que se encontraban. La vio entrar con él y
dirigirse al auditorio. Pero los perdió de vista cuando cruzaron hacia la
entrada de este. Una hora después los vio salir del edificio, esta vez
acompañados de un hombre moreno, lo poco que pudo ver de su
rostro le pareció familiar, pero al no recordarlo había desechado la
idea.

No sabía qué hacer, ni dónde localizarla, ni siquiera sabía si vivía en


Londres o en Inglaterra. La mitad de los aspirantes a esas becas eran
extranjeros.

Una foto borrosa, que había impreso del video, mostraba a la chica
entrando a la institución. La había guardado antes de que su hermana
entrara, y ahora, tratando de dormir, para ir al día siguiente a la
oficina, la miraba fijamente. Tendría que imprimir otra, esta se había
arruinado, luego de ser salpicada de su semen cuando se masturbó
pensando en ella. La última vez que había hecho algo semejante, tenía
tan solo dieciséis años, pero esta vez no había podido controlar la
necesidad que crecía en su interior.

La deseaba como nunca antes había deseado a otra mujer, y eso lo


había llevado al baño, bajarse los bóxers y agarrando su miembro
completamente erecto, había empezado a bombear con fuerza,
mientras que con la otra mano sostenía la foto de ella. Colocando la
foto sobre el tanque del sanitario, había tomado sus testículos y los
masajeaba al tiempo que su otra mano seguía la tarea de ordeñar su
miembro. La corrida había sido tan fuerte que hasta que no terminó, no
se dio cuenta que algunos resquicios de su excitación, habían
manchado la foto. Habría deseado saber qué nombre gritar en ese
momento, pero se juró que no pasaría mucho tiempo antes de saberlo.
Limpiándola con cuidado la colocó sobre su cama, al tiempo que su
mente le jugaba una mala pasada. ¿Cuántos orgasmos le has dado a él?
¿Cuántas veces te ha hecho gritar de placer? ¡Maldito!

Volviendo al presente, miró la foto, y como si la tuviera en frente le


habló.

—No importa cuántas veces te ha hecho suya… yo me encargaré de


borrar de tu cuerpo su recuerdo.

—Hay una cena mañana en casa de mis tíos —dijo Heidi mientras se
limaba las uñas, sentada frente al escritorio de Edward, quien
torturaba con frustración su computadora portátil.

Había logrado llegar temprano esa mañana a trabajar. Pero su humor


estaba tan negro, como el traje que llevaba puesto. Los pobres chicos
pasantes, habían sido sus víctimas. El chico, John, corría como gallina
descabezada dentro del cuarto de archivos. La chica rubia, Sara, tenía
los ojos brillantes, por las lágrimas que querían escapar, y las manos
temblorosas, mientras escribía un informe que todos sabían, era
innecesario. Solo Heidi, que lo conocía mucho mejor que la mayoría de
los miembros de su familia, había logrado calmarlo y encerrarlo en su
oficina.

—Ya me lo imaginaba —Contestó seco, sin apartar la mirada de la


pantalla.

—Me alegro —dijo Heidi en tono irónico —¿Me vas a decir qué te
pasa?, Alice me contó que tu apartamento estaba destrozado, y esos
pedidos que hiciste el viernes. —Chasqueó la lengua y continuó —
Definitivamente, eso no es normal.

Se lo quedó mirando fijamente, con los ojos entrecerrados, esperando


una respuesta.

—Conocí a una chica.

— ¡Maldita sea! Lo sabía —Se inclinó hacia delante a modo


confidencial — ¿Quién es? ¿Dónde la conociste? ¿Cómo se llama? ¿La
conozco?

Edward suspiró y se recostó en su asiento.

—No sé quién es, ni cómo se llama. La conocí en la universidad el


viernes en la mañana. Solo la vi y… todo tuvo sentido, o dejó de
tenerlo, aun no lo sé. Es ella, es la mujer con la que quiero pasar el resto
de mis días. —Se pasó una mano por el cabello y tiró de él un poco —
La quiero para mí, —la miró fijamente —me ayudarás, ¿no es así
Heidi?

Edward sabía que no podría hacer nada, hasta que se realizaran las
matrículas, ahí los jóvenes se tomaban fotos para los carnets. Estaba
seguro que sería capaz de reconocer al estúpido rubio. Luego solo
quedaría investigarlo, para que lo llevara a ella.
La mujer suspiró y se levantó de su asiento para sentarse en las piernas
de él. Él abrió los brazos y la recibió con cariño. Ella tomó su rostro
entre sus manos —Siempre seré tu cómplice en todo. ¿Acaso no ha sido
así desde pequeños?

Edward sonrió y la abrazó.

Heidi McCarty era hermana de Emmett, quienes eran hijos de Joseph


McCarty y Elizabeth Cullen, hermana difunta de Carlisle, el padre de
Edward.

Desde niños habían sido muy unidos, tanto en las risas como en las
peleas. Un día se les podía ver, corriendo felices por la casa, luego de
haber realizado alguna travesura, y al otro día, escuchar los gritos de
Edward, porque una pequeña y caprichosa Heidi, lo tenía prendido de
los cabellos mientras lo zarandeaba con rabia. Emmett decía que ese
era el motivo por el cual, el cabello de Edward, ahora que ya era
adulto, no podía ser peinado decentemente.

Alice era su princesita, y la cuidaba de todo. Pero Heidi, a pesar de ser


cinco años menor que Edward, tenía un carácter muy parecido al de él.
Edward Encontraba en su prima un apoyo en todos sus problemas.
Ella siempre lo secundaba en todo, aunque fuera de mala gana, y él
lograba que las salidas clandestinas de ella para irse de rumba, fueran
todo un éxito.

Terminó como su asistente, porque su padre había alegado que estaba


muy consentida, y que ya era hora que hiciera algo de provecho,
además de hacer servir sus estudios en administración de empresas.
Ella había rogado que le dieran el cargo de asistente de su hermano,
quien era el vicepresidente de CullenWorld, pero Joseph McCarty
sabía que Emmett, se dejaba manipular por ella, y terminaría haciendo
él todo el trabajo, mientras ella solo leía revistas, y hablaba por su
teléfono. —Edward sabe cómo tratarte, si no te mata te hará una persona
responsable. Me conformo con cualquiera de las dos. —De eso ya había sido
un año, y aun no había sucedido ninguna de las dos cosas, aunque no
había sido nada fácil para los dos.

Solo Heidi sabía sus secretos completamente, solo ella lo había visto
enloquecer en los momentos más difíciles, y solo ella sabía lo que lo
atormentaba constantemente.

—Ahora solo pensemos en tu cumpleaños —dijo Heidi cambiando de


tema. —Podríamos ir todos a algún Bar luego de cenar. —Tomó un
mechón del cabello de Edward y lo giró en sus dedos.

— ¿Me crees imbécil?, lo usarás como excusa para no venir a trabajar el


miércoles —dijo Edward mientras le daba una fuerte palmada en el
muslo.

Heidi confirmó la suposición de Edward cuando jaló con fuerza el


mechón que tenía entre sus dedos. Se levantó del regazo de su primo y
caminó hacia la puerta de la oficina, para luego cerrarla con más fuerza
de la necesaria.

En la mañana del martes, Heidi le llevó a Edward unos contratos para


que los firmara.

—Entre esos está el del hijo de Billy Black, Jacob, que trabajará con él
en Recursos Humanos. —Le extendió unos documentos, y al abrir la
primera carpeta vio la foto de un joven de piel morena y cabello negro.
Lo reconoció enseguida.

— ¡Heidi te debo la vida!, es él, el chico que los acompañaba en el


video, es el hijo de Billy, sabía que lo había visto en algún lado.

Salió apresurado de la oficina sin esperar respuesta, y subió al


ascensor. Recordó que el joven había optado por la beca de
negocios. ¿Serán amigos hace tiempo? O ¿Se habrán conocido en la
entrevista? Se preguntaba mientras hacía el recorrido en el ascensor.
Cuando bajó de este, corrió a la oficina de Recursos Humanos. Los
empleados lo miraban extrañados, a pesar que era conocido como un
hombre amable, él nunca bajaba de los últimos pisos del edificio,
siempre eran sus empleados los que acudían a él, y era más extraño
aún, verlo en ese estado de excitación.

Cuando ingresó al área en la que Billy era jefe, se detuvo bruscamente.


Ahí estaba ella, su niña, en su compañía, en su territorio. Ella giró su
cabeza por un momento en su dirección, pero él alcanzó a esconderse
tras uno de los modulares de la oficina. Me sientes ¿no es así mi
amor? Una chica de unos veinticuatro años de edad se lo quedó
mirando con la boca abierta, por el extraño comportamiento del
presidente de la multinacional. Edward se percató de eso, y
poniéndose un dedo en los labios, le indicó que no dijera nada. El
corazón de la chica se aceleró, a tal punto, que creyó que se le saldría
del pecho. Él era el hombre más hermoso que había visto, y al hacer
una comparación rápida con su novio, bajó la cabeza, suspiró de forma
triste y continuó haciendo su trabajo.

Su niña se veía nerviosa, y en un momento tomó la mano del hombre


rubio que la acompañaba, a lo que él respondió dándole un beso en la
frente.

Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad, para no lanzarse


sobre el miserable que besaba lo que a él le pertenecía. No le importaba
los empleados, su reputación o la salud del malnacido. Pero no quería
asustarla, no quería darle esa impresión de salvajismo que en el
momento lo dominaba. La pareja y Jacob, entraron al despacho de Billy
y cerraron la puerta.

—El chico moreno que acaba de entrar, es el hijo de Billy, ¿cierto? —


Preguntó Edward a la secretaria del jefe de unidad.

La mujer, de cuarenta y dos años de edad, que no se había percatado


de la presencia del gran jefe, saltó sobre la silla y se puso una mano en
el pecho para regular su respiración.
—Eh… sí señor, ese es. —Edward le preguntó quiénes lo
acompañaban. —Son unos jóvenes americanos que vinieron para el
proceso de becas de la universidad, Jacob me los presentó, se llaman
Jasper y Bella. Al parecer el chico vino a presentar su hoja de vida para
trabajar aquí señor.

— ¡Perfecto! —Edward dio media vuelta y corrió de nuevo hacia el


ascensor, la suerte le estaba sonriendo. Tenía que hablar con Emmett
urgentemente.

Bella. El nombre de la chica se repetía, una y otra vez en su mente. Era


hermoso igual que ella, aunque al parecer era una abreviatura, o un
sobrenombre. No creía que ese fuera su nombre completo. Pronto lo
averiguaría, de eso estaba seguro.

—Edward… ¡Edward! —El grito de Emmett lo trajo de vuelta a la


realidad sin ninguna contemplación. —Llevas sentado en esa silla
veinte minutos y no has pronunciado palabra. ¿Acaso mi hermana por
fin te dejó bobo con uno de sus jalones de cabello? —Emmett soltó una
carcajada y Edward bufó.

Se encontraban en la oficina de vicepresidencia. Emmett tenía


veintisiete años de edad, era el alma de las fiestas, según él mismo se
había denominado. Era el mejor amigo de Edward. No sabía todos sus
secretos, pero sí un poco más que Alice. Edward decía que él nunca lo
podría entender, Es demasiado alegre como para soportar tanto drama,
decía él cuando pensaba en su primo.

Edward le contó lo de Bella sin entrar en detalles. Le dijo que quería


conocer a la chica y que necesitaba un favor.

—Este es el plan Emmett —dijo Edward levantándose y paseándose


por la oficina —Bajas a la oficina de Billy, y le dices que quieres ver qué
hojas de vida tiene ahí, buscas una en la que aparezca el nombre de
"Jasper" —Soltó el nombre del chico, como si fuera una blasfemia —El
hombre es rubio, así que te fijas que sea ese. Le dices que lo contrate y
que lo envíe mañana a mi oficina, que Heidi lo entrevistará. Que me
mande una copia de su hoja. Quiero saber más sobre ellos y tu
hermana me va a ayudar.

Emmett le dijo que iría en la tarde porque en ese momento tenía una
reunión importante, pero que no se preocupara, al día siguiente el
chico estaría en su oficina.

Edward regresó a su oficina, y llamando a Heidi a su despacho, le


había contado lo sucedido, y la tarea que Emmett tenía.

—Cuando te da la gana, pones a todo el mundo a trabajar para ti —


Heidi se recostó en la silla y cruzó las piernas.

— ¿Llamaste a Recursos Humanos? —Preguntó Edward ignorando su


comentario anterior.

—Salieron del edificio mientras hablabas con Emmett —Edward gruñó


y se levantó de su asiento para empezar a pasearse por la oficina. Era
algo que hacía siempre que tenía alguna locura en mente. Cuando era
niño sus padres le temían a esa actitud, sobre todo si estaba Heidi
cerca. Nunca terminaba en nada bueno.

—Presta atención, quiero que todo salga perfecto. Mañana cuando


vengan los atenderás. Tendrás el dispositivo bluetooth en tu oreja para
que escuches lo que yo te diga con tu celular, y con el de la empresa me
llamarás al teléfono de aquí de mi oficina, lo pondrás en altavoz y yo lo
colocaré en Mute de esa manera escucharé lo que dicen, pero ellos no
me escucharán a mí. Empezarás con unas preguntas al tipo, su
experiencia, cosas así —Sacudió las manos para restarle importancia —
y después yo te indicaré lo que preguntarás a ella. ¿Quedó claro Heidi?
— ¡Oh por Dios! Edward, ¡eres un genio! —Heidi rodó los ojos para
indicar el sarcasmo. —Esto te costará una invitación a almorzar.
Recoge tu saco, ya tengo hambre.

En la tarde, Emmett le confirmó que ya todo estaba hecho, y Heidi le


entregó la hoja de vida de Jasper, que había enviado la secretaria de
Billy, la revisó y le molestó el tener que admitir que el chico parecía ser
alguien responsable y dedicado.

Se percató de que la dirección de contacto, era un hotel cerca del Hyde


Park, por lo que llamó a James, uno de los hombres que en algún
momento, había trabajado para él, y le ordenó que montara guardia, y
que le avisara de los movimientos que hacía la pareja que ya le había
descrito.

A las siete de la tarde, se dirigió a la casa de sus padres, ubicada en el


área de Hampstead. Era una edificación espléndida nombrada –La
Mansión– por su diseñador Harrison Varma. Plasmaba correctamente
la elegancia y el esplendor, al que estaban acostumbrados los Cullen.

Toda su familia se encontraba ahí. Sus padres Carlisle y Esme Cullen,


su tío Joseph, su hermana y sus primos Emmett y Heidi, quien se había
escapado del trabajo a las cuatro de la tarde, con la escusa de que
necesitaba arreglarse. — ¡Te han visto en pañales! Qué importa qué lleves
puesto —Le había gritado Edward por el teléfono, pero ella
despidiéndose con un simple "Bye" le había colgado.

Lo recibieron con abrazos y muestras de cariño, deseándole un feliz


cumpleaños. —Treinta años hijo —Carlisle posó una mano en el
hombro de su hijo y sonrió —Tu abuelo estaría orgulloso de ti.

—Gracias papá… y hablando de viejos dónde está…

— ¡Aquí estoy! —Un hombre alto y delgado, de cabello color gris


oscuro por las canas, lizo y que le llegaba hasta un poco más debajo de
los hombros, agarrado con una coleta, apareció en la sala familiar de la
mansión, llevando un bastón negro con un mango plateado, con la
forma de la cabeza de un cuervo. —No me iba a perder por ningún
motivo el cumpleaños del "culicagado" de mi sobrino.

—Tengo treinta años Aro. No soy ningún "culicagado" —dijo Edward


gruñendo.

— ¡Bah! Diez de esos años los pasaste cagando en pañales y tomando


biberón, los diez siguientes, perdiendo el tiempo en ataques
hormonales… y los otros diez no cuentan —Agitó la mano para
restarle importancia.

—No le prestes atención cariño, ya sabes cómo es. Feliz cumpleaños. —


Esme lo abrazó por la cintura, y él bajó la cabeza para recibir el beso en
la frente.

Aro Cullen era el hermano de Marcus Cullen, el padre de Carlisle. Al


morir su hermano junto con su esposa Didyme y su hija Elizabeth, la
madre de Emmett y Heidi, en un accidente de tránsito hacía ya varios
años, Aro había tomado el mando de la familia, y aunque no se metía
en los asuntos de la empresa, sí había tomado la autoridad de los
asuntos personales de todos.

Edward no lo soportaba, siempre estaba regañándolo o contradiciendo


sus decisiones, sin contar con el hecho de que, según él, todo lo hacía
mal. Emmett lo sobre llevaba, pero a diferencia de los hombres, Alice y
Heidi eran sus consentidas. También las regañaba, y mucho. Pero al
final las llamaba, las sentaba en su regazo y dándoles una palmada le
decía: —Ya, ya chiquilla, al menos no son un desastre como esos dos de allá.
—y señalaba a Edward y a Emmett.

Para descanso de todos, el hombre no vivía en la ciudad, y solo lo


veían para fiestas especiales, cuando estaba de humor. No tenía hijos,
su esposa Sulpicia, había muerto cuando tenía treinta y cinco años, al
momento del parto del que sería su primer hijo. El niño había nacido
muerto.

Luego pasaron a la mesa y cenaron tranquilamente. Alice volvió a


insistir sobre el tema del fin de semana, pero Edward, solo le pidió que
no dijera nada a sus padres, y cambió de tema. Sabía que si le decía a
su hermana que quería a una chica, ella trataría de sacarle toda la
historia, y eso era algo de lo que no estaba dispuesto a hablar con ella.
Heidi y Alice habían insistido en salir a un Bar, pero Aro, haciendo
sonar su bastón, les había dicho que la semana se hizo para trabajar,
que lo dejaran para el fin de semana. Edward agradeció en silencio al
viejo, no tenía ganas de salir a divertirse. No hasta que tuviera a Bella
en sus manos.

Al día siguiente Edward parecía un león enjaulado. Se paseaba de un


lado a otro de su oficina, salía del despacho y daba otra vuelta. Los dos
pasantes estaban encogidos en sus escritorios, rogando por no ser
vistos, y Heidi revisaba tranquilamente unos documentos, que había
pasado Emmett, de la reunión del día anterior.

El teléfono de Heidi sonó y luego de un "de acuerdo" colgó.

—Están subiendo Edward. —Anunció, se colocó el


dispositivo bluetooth en la oreja y lo disimuló con el cabello.

Edward entró rápidamente a su oficina y recibiendo la llamada de


Heidi en el teléfono fijo, lo colocó en función de mute.

—Que empiece la función —dijo Heidi desde el otro lado de la línea.

—¿Pregúntale algo a ella?… que imaginación prima… ¿Pregúntale que


si es su novia?… ¡No tan directamente!

Entonces ¿por qué te dejas abrazar por él? ¿Por qué maldita sea, te dejas besar
por él? ¡No te creo! Pensó.
— ¿Pregúntale si se quedará aquí en Londres? y por cuánto tiempo…
¡No! —Gritó al tiempo que golpeaba su escritorio. Tenía suerte de que
las paredes estaban construidas de tal manera que el sonido no saliera
de la oficina.

No lo voy a permitir mi amor, jamás voy a permitir que te alejes de mí.

—Ofrécele trabajo, una beca, lo que sea… No importa, ya buscaré la


manera de retenerla. Déjalos ir y dile al tipo, que será auxiliar de
asistente de presidencia. —Edward trancó la llamada y se recostó en su
asiento pasando un brazo por sus ojos.

No sabía si creer que en realidad no eran novios, el solo pensar en ellos


dos como pareja, besándose, acariciándose, haciendo el amor, lo volvía
loco. ¿Y si solo eran amigos como ella había dicho?, entonces seguro
había tenido otros novios. ¿Se habría entregado a alguno de
ellos? ¡Maldición! Prefería no pensar en eso. No soportaba las imágenes
que su mente, formaba para atormentarlo.

Además, tenía que pensar rápido, cómo haría para evitar que saliera
del país. Si tan solo la dejara el vuelo, eso le daría algo más de tiempo,
o se le perdiera el pasaporte…

— ¡Si, eso es!

— ¿Qué es qué? —Preguntó Heidi entrando a la oficina. —La chica es


algo insignificante, como todas las americanas, aunque tiene carácter,
eso me gusta. Pero algo si te digo, dudo mucho que tío Aro la apruebe.

— ¡Me vale mierda lo que el viejo piense! —Gruñó Edward y empezó a


pasearse por la oficina. —Llama a Jenks y dile que lo necesito aquí en
el menor tiempo posible. Comunícame con Tyler Crowley y con ese
amigo tuyo de migración, Demetri Di Lombardo, me debe un favor y
es hora de cobrárselo.

— ¿En qué estás pensando Edward?


—Haré que le sea imposible salir del país, y cuando sea solo una chica
americana, acusada de posible falsificación, e inmigración ilegal,
tendrá que quedarse. Nadie le dará trabajo, no podrá hacer nada, y
justo ahí, aparecerá CullenWorld como su salvador, y entonces, la
tendré en mis manos.

En ese momento Sara llamó a la puerta y anunció a Heidi que tenía una
llamada de Billy.

—Pásame la llamada aquí. —Le indicó Heidi y cuando el teléfono


sonó, lo descolgó —Presidencia… si, es un cargo que se está
necesitando, solo que no habíamos tenido tiempo de informar… Solo
realicen todos los trámites para antes del viernes, para que el chico
firme el contrato ese día. — se despidió y colgó.

—Estás seguro de esto, no crees que te estás yendo a los extremos.

—No me importan los límites, cuando de tenerla junto a mí se trata.

Edward habló con Demetri, uno de los novios que había tenido Heidi.
Le pidió información sobre Jasper Whitlock, fecha de ingreso al país y
los datos sobre la persona que lo acompañaba.

—Ingresó al país el sábado 10 de junio, al mismo tiempo que una


joven, y pasaron juntos todo el proceso. Su nombre es Isabella Marie
Swan.

Isabella, Bella, me gusta tanto tu nombre como tu alias, mi amor.

—Envíame la información de ella al correo de Heidi. —Le dijo Edward


—Necesito que borres los registros de su pasaporte por unos días —El
chico protestó, tratando de explicarle las implicaciones que eso podría
tener. —Solo serán unos días, hasta el domingo. Encárgate de que
nadie de migración revise los registros, no quiero que termine en la
cárcel.
Luego se comunicó con Tyler, un joven hacker de veinticuatro años que
había descubierto, tras un denuncio realizado en la Universidad
Gillemot. Las notas de varios estudiantes habían sido alteradas, y tras
una exhaustiva investigación, se descubrió que el chico cobró, por
sabotear el sistema y alterar los resultados. A los estudiantes los
sancionaron, pero a Tyler le ofrecieron un trabajo en CullenWorld. Un
chico como ese es mejor tenerlo de este lado. Había dicho Carlisle.

Le pidió al joven que averiguara, la aerolínea y el vuelo en el que


viajaría la joven, ingresara al sistema y cancelara el vuelo.

—Haz que el dinero sea devuelto a la cuenta que realizó el pago.


También necesito que ingreses un reporte de investigación legal por
posible falsificación del pasaporte, pero que solo sea visible para la
aerolínea. De esa manera si intenta cambiar de vuelo, no podrá realizar
la compra.

A los pocos minutos Jenks llegó a la oficina y escuchó las pretensiones


de Edward.

Jenks era uno de los abogados de la familia y de la empresa, pero


Edward sabía cuándo acudir a él. El hombre tenía contactos no muy
legales que se pueda decir, además que se prestaba para todo tipo de
cosas extrañas que él pudiera pedir, sin revelar nunca a su familia sus
movimientos. Ya le había hecho trabajos en otras ocasiones, y gracias a
eso era que podía llevar una vida, relativamente tranquila.

—La chica solo conoce a Jacob Black, el hijo de Billy Black, en este
continente.

— ¿Billy Black? —Preguntó el hombre — ¿El jefe de Recursos


Humanos?

— ¡El mismo! —Contestó Edward —Cuando se vea acorralada en el


aeropuerto, sin poder salir del país y con una situación tan seria, lo
llamará a él. El chico llamará a su padre y estoy seguro que él se
comunicará conmigo. Ya Heidi le ha dejado claro que cualquier cosa
que necesiten los jóvenes, nos sea informado, con la escusa de que al
ser extranjeros, podían estar un poco perdidos, ya sabe, hospitalidad
Cullen —se burló y continuó —Heidi le avisará y usted irá enseguida,
hará que revisa los registros y todo eso, y por último la asustará
diciéndole la seriedad de la situación. Necesito que crea que el
problema, no se arreglará pronto, y que usted ya ha agotado todas las
posibilidades, dígale que llamó a la embajada y que tampoco tiene
registro. No permita que se comunique con ellos. Ofrézcale trabajo, y
estudios. Tiene que aceptar, a menos que quiera vivir este tiempo del
sueldo de su amiguito.

Despidió al hombre, al tiempo que Heidi entraba con el informe que


Demetri le había enviado.

P – USA – 135105437 – Swan – Isabella Marie - Estados Unidos de


América - septiembre 13, 1987 – F – Forks, Washington, USA – Abril
21, 2004 – Departamento de Estado – Abril 21, 2014 – Ver página…

—Solo tiene dieciocho años Edward, es incluso menor que Alice —dijo
Heidi mirándolo fijamente mientras él observaba la información.

—Se ve hermosa incluso en la foto del pasaporte.

— ¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo?

— ¡No me importa cuántos años tenga!, es mayor de edad y con eso me


conformo —Pasó una mano por su cabello y tiró de él — ¡Demonios!
Ni siquiera me importaría si fuera menor de edad.

Heidi suspiró y se levantó para regresar a su puesto de trabajo. —


Tengo cosas que hacer, si necesitas algo más me avisas.

— ¿Me ayudarás Heidi? Lo prometiste.

—Y así será. —Edward sonrió y siguió observando la foto.


El jueves Tyler y Demetri le confirmaron a Edward, que ya todo estaba
listo. Ahora solo tocaba esperar a que al día siguiente llegaran al
aeropuerto, y se desarrollaran los acontecimientos.

James le informó que se estaban quedando en la misma habitación en


el hotel, pero el vigilante no tenía mayor información. Solo espero que
haya dos camas en esa habitación. Pensó tratando de no perder la razón.

El viernes en la mañana Edward maldijo cuando Heidi le informó, que


Jasper había llegado solo para la firma del contrato. Pero no desesperó,
pues toda su atención estaba concentrada en lo que sucedería esa tarde.

— ¿Cómo vas con lo de la chica? —Preguntó Emmett a Edward en un


susurro mientras se encontraban en una reunión con Valenci's, una
famosa agencia, que impulsaba diseñadores de modas en Inglaterra, y
que requería de una inversión para poder expandirse por todo el Reino
Unido. Alice quería invertir en ellos desde hacía tiempo, pero Edward
no estaba muy convencido, y luego de recibir una gran propuesta por
parte de la agencia, cuya idea había impulsado la misma Alice, se
encontraban ahora escuchando los argumentos.

—Si las cosas salen como las tengo planeadas y sé que así será, la
tendré trabajando para mí la próxima semana —Edward sonrió y luego
se quejó cuando Alice, que estaba sentada a su lado, lo pisó
fuertemente con su tacón para que prestara atención a la exposición.

Al terminar la reunión en la que se aprobó la inyección de capital por


parte de CullenWorld a la agencia, Jenks llamó a Heidi para informarle
cómo se estaba desarrollando todo.

—Edward, al parecer las cosas se complicaron —Le dijo Heidi a


Edward, cuando se estaban despidiendo de los representantes de la
agencia.

— ¿A qué te refieres con que se complicaron?


—Jenks me acaba de llamar, parece que la chica agredió al director de
vuelos de la aerolínea, los tienen encerrados, en un cuarto de
interrogatorio en el aeropuerto. Ya él está haciendo todo para sacarlos
de ahí.

— ¿Lo agredió?, mi Bella, pero si ella se ve tan delicada, tan frágil, ¿Ella
está bien? ¿Está herida? —dijo Edward desesperado y preocupado
pensando en que el hombre, o los guardias hubieran reaccionado con
violencia.

—Ella esta perfecta, pero tal parece ser, que "tu Bella", tiene las uñas
más afiladas de lo que crees.

Edward sonrió divertido, su chica tenía agallas, quizás la mirada


pícara que se podía observar en la foto del pasaporte era precisamente
eso y no coquetería como pensó en un principio.

—Comunícate con Jenks, dile que consiga una copia del vídeo de
seguridad, quiero ver qué sucedió exactamente, y que evite que se
levanten cargos en su contra, no quiero que tenga problemas judiciales
reales.

Al poco rato Heidi le volvió a informar que ya todo estaba arreglado,


los jóvenes estaban fuera de peligro, y Bella había aceptado trabajar en
CullenWorld, mientras se resolvía todo el asunto del pasaporte.

—Lo que ella no sabe, es que todo fue un montaje, y para cuando se
entere…

—Para cuando se entere ¿Qué? Edward —Preguntó Heidi frunciendo


el entrecejo. Conocía bien a Edward y sabía de lo que era capaz, pero
nunca lo había visto actuar de una forma tan posesiva y obsesiva como
ahora.

Edward rió maliciosamente —Ya lo verás Heidi, ya lo verás.


Esa misma tarde Jenks le había hecho llegar el video de seguridad.
Edward se carcajeó cuando vio la cara del hombre y la forma en la que
Bella se encontraba subida sobre el mostrador.

—Tienes carácter mi nenita, no puedo esperar para ver esa misma


intensidad, mientras te haga el amor.

El Domingo fue informado, que Jasper y Bella se habían cambiado a un


pequeño apartamento que estaba alquilado a nombre del chico. Su
ubicación era cercana a la universidad, y según había comentado el
vigilante del pequeño edificio de 4 pisos, el apartamento que ellos
habían escogido tenía dos habitaciones.

—Es posible que no compartan habitación, señor —Le comentó James


luego de darle todo el informe.

—Eso espero —gruñó Edward —Me informas de cualquier otra


novedad.

Colgó y se recostó en su cama, al día siguiente ella iría a firmar


contrato y a iniciar su trabajo con él. Estaba nervioso, sería la primera
vez que hablara con ella, que la tendría cerca, con toda su atención
para él.

Se veía aún más hermosa de cerca, llevaba una falda negra, de talle
alto, que le llegaba hasta las rodillas, y una blusa azul de manga corta y
cuello en V. ¿Te vestiste así frente a él?, ¿Te subió él la cremallera de la
falda? La ira lo atacó, pero enseguida su razón le indicó, que gracias a
su astucia, ella estaba ahí, frente a él. Y no pasaría mucho tiempo para
que fuera suya por completo.

La chica jadeó, y él sintió como su cuerpo reaccionaba ante ese sonido.


—Isabella Marie Swan… ahora me perteneces. —No pudo contener
esas palabras.

—De lunes a viernes, en horario laboral y horas extras señor Cullen, el


resto del tiempo no. —Edward frunció el entrecejo, pero le gustó su
carácter. Además de su voz.

— ¿Osa contradecirme Isabella?

—No señor, solo aclaro ciertos puntos, y si me va a llamar por mi


nombre preferiría que me llamara Bella. —Edward rodeó el escritorio,
y empezó a acercarse a ella, lentamente.

— ¿Le molesta que la llame por su nombre? o ¿que la tuteé?

—No señor Cullen, puede llamarme como quiera. —Edward Sonrió. La


chica se veía nerviosa, pero se notaba que estaba haciendo todo lo
posible por ocultarlo.

—Lo tendré en cuenta, no lo dude. —Comentó, pensando en todos los


apelativos que deseaba darle —Pero ya que estamos hablando de esto,
qué tal sí, yo te llamo "Bella" y tú me dices "Edward".

—No creo que sea correcto —Retrocedió un poco, al verlo ya tan cerca.

—Por qué no dejas que sea yo quien decida qué es correcto y qué no —
Edward acortó el espacio entre ellos y acorralándola contra la puerta
de la oficina, apoyó un brazo en esta. —Anda, inténtalo. —Se acercó a
su oído y le indicó: —"Edward".

Bella cerró los ojos y con una voz que lo hizo ponerse aún más duro de
lo que ya estaba, susurró: —Edward.

El timbre del teléfono fijo los sobresaltó a los dos. La chica se apartó
rápidamente y él maldijo a toda la mierda del mundo. Frustrado se
acercó a su escritorio.
— ¡Te dije que no me molestaras! —gritó a Heidi, cuando levantó el
auricular.

—Es de allá Edward —Fueron las únicas palabras que escuchó, antes de
que Heidi direccionara la llamada.

— ¡Maldita sea! —gritó enfurecido, la muy maldita no podía escoger


otro momento para llamar que ese. Le dio la espalda a Bella y apoyó
una mano en el ventanal.

—Habla Edward —dijo contestando la llamada entrante.


CAPÍTULO 4


Estoy aquí frente a ti,
aun no sé que pretendes de mi.
Seduces, gritas, decretas
y pretendes que yo te obedezca.
Yo no soy igual a ellas,
porque jamás podré amar apenas

— E dward, ¿En qué momento se me asignó un aprendiz? Tengo a


un chico en mi oficina informándome que ahora trabaja conmigo. ¿Me
puedes explicar eso?

Bella, que se encontraba sentada en la pequeña mesa de juntas


organizando unos documentos, se sobresaltó por la abrupta
interrupción de un hombre en la oficina del que ahora era su jefe. Y no
era cualquier hombre. Jasper era alto, y su jefe también, bastante en
realidad; pero el que llegó, era todo un gigante, debía medir un metro
noventa o quizás más, su piel era blanca como la de Edward, pero su
cabello era negro y lo tenía más corto. Era muy guapo, y el cuerpo
mostraba una gran pasión por el gimnasio.

Pero no solo eso le llamó la atención, sino también la mención de un


nuevo aprendiz, ese tenía que ser Jasper, y si eso era así, este debía ser
el vicepresidente de la compañía, y eso la preocupó. ¿A qué se refería
con que no sabía nada de él?, ¿Será posible que le terminen anulando el
contrato? No quería ni pensar en eso. Había visto a Jasper tan
emocionado por la oportunidad que se le estaba presentando, que
sabía cuán decepcionante podría ser quitársela, y más aún antes de
comenzar.

Edward frunció el entrecejo y maldijo por lo bajo.

—Se me olvidó avisarte Emmett, eso es todo.

— ¿Se te olvidó? —Emmett levantó una ceja y miró a su primo


extrañado.

—El chico necesita un trabajo —Edward apretó los puños y continuó


—Tiene una muy buena hoja de vida, a pesar de no haber empezado
sus estudios. Tú necesitas ayuda, y no te vendría mal tener a alguien
que tenga más noción sobre los negocios, que tu eficiente secretaria. —
Bella notó el tono irónico en sus últimas palabras. Al parecer la chica
no era lo mejor en asistentes.

—Puede ser… —Emmett se sentó en la silla frente al escritorio —Pero


te agradecería hermano, que la próxima vez me avises. No soy vidente
para enterarme de tus decisiones, si no me las dices.

—Aja… —Edward continuó concentrado en su computadora.

Bella giró la cabeza para observar al hombre llamado Emmett, y se dio


cuenta que este la estaba mirando con curiosidad.

—Y ¿Quién es esta muñequita tan hermosa? —El hombre se levantó de


la silla y empezó a caminar hacia ella.

— ¡Esa muñequita es mía! —Bella saltó en su asiento, sorprendida por


la salvaje reacción de Edward. Había golpeado el escritorio tan fuerte,
que todo lo que estaba sobre él vibró, y unas banderitas que allí se
encontraban cayeron al suelo.

Emmett giró y miró a Edward con los ojos entrecerrados, volvió a


mirar a Bella y luego soltó una estruendosa carcajada.
Estos hombres me van a matar entre tantos sustos. Pensó Bella, no se
esperaba esa respuesta por parte de Emmett, y el fuerte sonido la
sobresaltó.

Edward resoplaba y miraba a Emmett con rabia. Bella estaba casi


segura que el hombre tenía algún tipo de trastorno mental, además
¿Qué derecho tenía para hablar de ella así, ¿suya?, ¿Quién se creía que
era?

— ¡Yo no soy suya! —Bella se levantó de su asiento y lo miró fijamente.

Edward rodeó rápidamente su escritorio y se encaminó a Bella con una


clara expresión de furia en su rostro.

—Cálmate hermano —Emmett le colocó una mano en el hombro y


apretó un poco a modo de advertencia. Edward levantó la mano y
señaló a Bella con un dedo. Su mirada era amenazante.

—Sal de aquí ahora —Su tono fue tan bajo y pausado que, aunque
Bella había tratado de mantenerse firme en su postura recta y
desafiante, no pudo evitar temblar un poco.

Emmett miró a Bella y haciendo un leve movimiento con la cabeza, le


indicó que eso era lo mejor. Bella caminó hacia la salida con la mayor
parte de su valor reunido y sin mirar atrás cerró la puerta. Apoyándose
en esta, cerró los ojos y tomó aire profundamente, necesitaba calmarse.

Edward Cullen era un hombre muy extraño, y su manera de actuar la


asustaba y desconcertaba. La forma como la había recibido solo una
hora atrás, le puso el corazón a mil. Su cercanía, su aliento rozando su
oído, la forma en que la miraba, había hecho que lo odiara al instante,
pero se odió más a ella misma por haberle seguido el juego al
pronunciar su nombre, no sonó como ella hubiera querido. Al decirlo
tenía todo el aire contenido por la aversión que sentía por ese hombre,
pero ese mismo aire fue el que hizo que su voz sonara como un jadeo.
Había agradecido profundamente la llamada que él recibió en ese
momento, y aunque él hablaba en claves y en voz baja, tampoco le
importaba, había tenido que recostarse en la pared y tomar aliento, y
más agradeció cuando el hombre, luego de la llamada, se había
tornado sombrío y mirándola con una profunda tristeza y ¿miedo?, le
había entregado un pequeño trabajo para realizar en la mesa de juntas.

Su madre una vez había tenido un jefe así, y por ese motivo se vio
obligada a renunciar, no sin que ella misma fuera a la oficina y le
gritara unas cuantas verdades en la cara al maldito que, creyendo que
"la pobre viuda" necesitaba consuelo, se había sobrepasado en sus
tratos para con ella. Claro estaba que la diferencia entre los dos
hombres era muy grande. El otro era un hombre de baja estatura y
demasiado seboso para el gusto de cualquier mujer, mientras que
este… este era hermoso, tenía que reconocerlo y eso la enfurecía aún
más. Jasper era muy guapo, eso no lo había negado nunca, pero
Edward era un hombre capaz de conseguir a la mujer que deseara y
precisamente ese, ese era el gran problema, le molestaban los hombres
que usaban el poder que tenían, para aprovecharse de las mujeres que
necesitaban un trabajo para salir adelante. Ella no sería una más en la
lista de un jefe que acumulaba asistentes. De seguro Heidi había
pasado mil veces por su cama, su escritorio o quién sabe qué otro
lugar, pero ella no sería así.

— ¿Estás bien? —Bella abrió los ojos de golpe y se encontró con la


chica pasante, mirándola de forma tímida. Bella asintió.

—Sí, estoy bien… —Se detuvo indicándole que no sabía su nombre.

—Sara y tú eres Bella, ¿No es así?

Asintió —El jefe esta algo ocupado con el que creo, es el


vicepresidente. —Comentó ocultando la verdad de lo que había
sucedido. — ¿Te puedo ayudar en algo?, no tengo experiencia, pero si
me explicas…
—Claro que si, ven conmigo.

La chica era muy amable, le indicó cómo rellenar una base de datos
con los activos reportados por una de las empresas que captaban
inversiones de CullenWorld, en una computadora portátil, mientras
que ella continuaba con su trabajo en la computadora de escritorio.

John era otra historia, al parecer demasiado inteligente como para


rebajarse a hablar con ella, o al menos esa fue la impresión que le
dio. Lo suficientemente inteligente para ser un completo estúpido.—Pensó
Bella.

Heidi solo la había mirado y luego de fruncir el ceño, entró a la oficina


de presidencia.

—Sara ¿Eres de aquí de Londres? —Preguntó Bella para hacer


conversación.

—No, soy de Nottingham, la ciudad de Robin Hood —Las dos rieron


— ¿y tú?, tu acento no es de por aquí.

—Soy de Estados Unidos —Respondió Bella.

—Qué interesante, siempre he querido conocer América, qué te parece


si almorzamos juntas y me cuentas cómo es de dónde vienes. —
Propuso la chica claramente entusiasmada. Bella asintió sonriendo y
siguieron trabajando.

—Señorita voy a almor…

—Heidi, llámame por mi nombre —La mujer le sonrió con


¿compasión? ¿Qué le pasaba a esa gente? Ira, satisfacción, tristeza,
miedo, deseo, compasión. Bella no entendía por qué tantas emociones
diferentes iban dirigidas a ella. Pero al menos se consoló con el hecho
de que Heidi fuera amable con ella. —Sería bueno que entraras y le
avisaras a Edward, se molesta cuando no sabe dónde están las
personas que… necesita.

Bella frunció el ceño por la manera como Heidi pronunció la última


palabra, pero decidió dejarlo pasar, ahora tenía que concentrarse en
entrar a la oficina y hablar con el bipolar de su jefe.

—Señor, voy a salir a almorzar, ¿necesita algo más? —Edward la miró


fijamente. Bella se mantuvo erguida ante él, ni muerta iba a permitir
que ese hombre supiera que la atemorizaba, así fuera un poco.

—Creo haberte dejado bien claro, que quería que me llamaras por mi
nombre —El hombre parecía no tener expresión en el rostro. Pero sus
ojos verdes eran intensos como dos piedras llameantes que se
concentraban en ella.

—Le llamaré como considere que es mejor, si no está contento con eso,
señor, puede hacer una llamada para que le asig…

—Si en algo aprecias tu vida, no termines esa maldita frase Isabella —


Arrugó el papel que tenía en sus manos, al parecer sin siquiera
percatarse del hecho, y se puso de pie para apoyarse en el escritorio. —
Llámame como se te dé la gana, pero que no se te pase por la cabeza
dejarme, a mí nadie me deja Isabella, y menos las personas que
necesito a mi lado.

De nuevo la "necesidad" salía a relucir, ¿Qué podía necesitar ese


hombre de una chica como ella?

— ¡No me amenace! Señor. —Refutó Bella apretando los dientes.

— ¡Y tú no me contradigas! —Gritó, enseguida cerró los ojos, suspiró


rápidamente, volvió a abrir los ojos y la miró con súplica. —
Perdóname —Rodeó el escritorio y se acercó a ella rápidamente. Bella
intentó alejarse, pero una de las sillas la detuvo. Edward la tomó por
los hombros y la atrajo un poco hacia su cuerpo. —No quise gritarte
mi… me sacas de mis casillas tan fácilmente Bella y yo no quiero
tratarte mal, solo quiero… —levantó la mano derecha y acarició
tiernamente su mejilla, para retirarla rápidamente y regresar a su
asiento, pero ahora, con una expresión de frustración en el rostro.

Bella ya no tenía duda sobre la condición mental de su jefe. Bipolar, el


hombre es un maldito bipolar. Estaba loco y a los locos era mejor
ignorarlos.

—Voy a almorzar, regreso a las dos, permiso —dijo Bella secamente y


se retiró.

—Bella, ¿estás lista?, vamos —le preguntó Sara cuando la vio. No sabía
qué expresión tenía en el rostro, pero Heidi se levantó rápidamente de
su escritorio y corrió a la oficina de su jefe. —Almorzaremos en el
comedor principal. ¿Te encuentras bien?

—No es nada, llamemos a Jasper y a Jacob para que nos acompañen,


son dos amigos que están trabajando aquí.

A los pocos minutos llegaron al comedor, Sara le había explicado a


Bella que había tres cafeterías en total, una de las cuales –El comedor
principal– era donde se reunían los empleados que preferían quedarse
a almorzar en el trabajo, debido a la lejanía de sus residencias. Los
empleados al mostrar su carnet, les realizaban un descuento de la
mitad del costo, y la otra mitad era descontada de los sueldos.

—Creo que tendré que comprar mi almuerzo entonces, quedaron de


entregarnos los carnets mañana a Jasper y a mí —comentó Bella. Los
chicos no habían podido acompañarlas, porque sus jefes los tenían lo
suficientemente ocupados, e iban a almorzar en sus respectivas oficinas
con ellos.

—Gracias a Dios me libré de eso —comentó Bella mientras se sentaban


en una mesa libre junto a los ventanales, se podía apreciar gran parte
de la ciudad, pero desde la oficina de presidencia se apreciaba mejor,
mucho mejor.

—El Señor Cullen es bueno —Sara sonrió moviendo la cabeza y


continuó —Cuando comencé mis pasantías, hace cinco meses, estaba
loca por él. Me parecía el hombre más hermoso que había visto en toda
mi vida. —Soltó una risita divertida. —Aun me lo parece, pero ya no
sueño con que llegue un día a mí, y me declare su amor, ahora mi
sueño es que se acerque a mi escritorio, me mire fijamente a los ojos y
me diga: Sara Flint eres perfecta para… manejar una de nuestras
sucursales en el exterior, felicidades Señorita Gerente. —Bella soltó una
carcajada por la imitación —Lo admiro mucho, es un gran empresario,
espero ser como él algún día.

Bella le sonrió, sabía que la chica, si se lo proponía, podía llegar muy


lejos. —Es algo extraño —comentó.

—Es un poco malgeniado, es verdad, pero es un buen jefe, John y yo


hemos aprendido mucho con él, aunque los últimos días ha estado
muy extraño: grita y se pasea como loco por la oficina. Deberá tener
algún negocio privado entre manos que no le está resultando como
desea. —Sara se encogió de hombros y comió un bocado del cerdo
asado que había pedido. —Al menos tenemos a Heidi, ella sabe cómo
manejarlo muy bien.

—Me imagino —dijo Bella sarcásticamente.

— ¡Oh no! no es lo que piensas. Heidi y el Señor Cullen son primos, la


madre de Heidi, que murió hace varios años, creo, era hermana del
señor Carlisle, el padre del jefe. Y el hombre que entró esta mañana a
su oficina, el jefe de tu amigo Jasper, es hermano de Heidi. —Se acercó
un poco a Bella de manera confidencial —Dicen que ella está ahí por
castigo del padre.
Por eso el parecido de Emmett con Heidi. Y ahora que lo pensaba mejor,
Edward y ella tenían casi el mismo color de cabello.

—Y la novia o esposa del jefe, ¿Quién es? —Cualquiera que fuera, de


seguro no le caería bien la noticia de que su pareja, le estaba
coqueteando a su nueva asistente.

—Esposa no tiene, y novia no se la he conocido hasta el momento. Si la


tiene, no ha venido a la oficina a visitarlo en el tiempo en que he estado
aquí.

—Sara querida, ¿ya viste al bombón americano que entró hoy a


trabajar con Emmett? —Una chica rubia, demasiado maquillada y con
un atuendo que era más adecuado para una cita para follar, que para
trabajar en una empresa, se acercó a la mesa y sin preguntar se sentó en
la silla junto a Bella.

—Hola Jessica —Saludó Sara escuetamente —Te presento a Bella, la


nueva auxiliar del Señor Cullen.

—Qué suerte tienes —Jessica miró a Bella de arriba abajo y frunció los
labios —Edward Cullen es uno de los hombres más deseados de
Londres, Inglaterra diría yo. Y mi Emmett, está en esa lista. —Suspiró
teatralmente — ¡Qué hombres!

—No es "tu Emmett" Jessica, ten un poco de respeto, es tu jefe. —Le


reprochó Sara. —Además, él ni siquiera te mira.

— ¿Tú qué sabes? Ya casi lo tengo en mis manos, un poco más de


presión y cae porque cae. —Jessica sonrió con suficiencia y miró a Bella
con una sonrisa burlona. — ¿Y tú? ¿Ya estás rendida a los pies de
Edward?

¿Es posible ser más cínica? Admitía estar detrás de su jefe y se burlaba de
que ella pudiera estar encantada con su jefe.
Escogió cuidadosamente su respuesta, esta chica se veía muy peligrosa,
y no quería que fuera contando por ahí que ya odiaba a su jefe, pero
luego pensó una estrategia mejor.

Se encogió de hombros —No me interesa, el "bombón rubio" como tú


lo llamas, ese es mi objetivo. —Sonrió con malicia — Yo también soy
americana, nos conocimos en el avión, y decidimos alquilar un
apartamento juntos. En cualquier momento me meto en su cama y todo
listo.

Sara abrió desmesuradamente los ojos, y luego, entendiendo el juego,


sonrió y bajó la cabeza para que Jessica no lo notara.

Jessica miró a Bella con rabia — ¡Ja! ¿Crees que él se va a fijar en ti,
teniéndome a mí junto a él todo el día?

Bella sonrió, la muy estúpida había caído en la trampa, y al parecer los


quería a todos para ella. —Pero yo lo tengo por las noches. —Miró a
Sara, que estaba tan roja, que parecía que en cualquier momento
explotaría, y le guiñó un ojo.

—Eso lo veremos —Jessica se levantó de la silla rápidamente y


tomando su bandeja se alejó refunfuñando.

Sara temblaba en su silla, cuando la otra rubia estaba lo


suficientemente lejos, se tapó la cara con las manos y empezó a reír. —
Eres… perversa. —Logró decir.

Bella también rió negando con la cabeza — ¿Cuánto tiempo crees que
pase, antes de que le vaya con el chisme a Jasper?

—Conociéndola, una hora máximo, pero ella nunca almuerza aquí, se


cree demasiado para juntarse con los empleados. Lo más seguro es que
va a viajar con su padre. —Respondió Sara y tomó un sorbo de su
refresco para terminar de calmarse.
—Acaso ¿no es una empleada más?

Sara asintió con la cabeza —Sí lo es. Entró a trabajar aquí después que
yo, pero es la hija del jefe de la oficina jurídica y amigo del señor
Carlisle.

—…Y por eso cree que tiene derecho a ganarse al vicepresidente —


Dedujo Bella.

—Aja, Heidi la odia, una vez dijo que Jessica estaba loca si creía que
alguien como ella iba a capturar a su hermano, y conociéndola, es
capaz de dejarla calva. —Las dos rieron y continuaron almorzando.

— ¿Cómo te fue en tu primer día Jazz? —Bella todavía estaba algo


nerviosa por la ignorancia del vicepresidente, sobre el cargo de su
amigo.

—Muy bien, Emmett, mi jefe, es un buen tipo, al principio estaba algo


desconcertado, al parecer entre tanto cambio no sabía que trabajaría
con él, pero igual hablamos y luego de salir un rato regresó, me dijo
que trabajaríamos de la mano y se ofreció a ayudarme en cualquier
cosa que necesitara de la universidad —Respondió Jasper mientras se
recostaba en el sofá de la sala del apartamento. Acababa de salir de sus
clases y estaba agotado, aunque había tenido un pequeño descanso
antes de llegar al campus, el día había estado muy ajetreado.
Agradeció no estar solo en la travesía, Jacob fue una gran ayuda y
compañía, además de que compartían todas las clases. —Y en las clases
todo muy bien, te juro Bella que aún no me creo que esto esté
sucediendo.

Bella se sentó a su lado y se palmeó las piernas para que Jasper


colocara su cabeza en ellas, y empezó a jugar con su cabello rubio.
—No te extrañes, te lo mereces, y ya verás que si tu jefe sigue como
pinta, todo saldrá muy bien.

Jasper la miró fijamente — ¿Cómo te fue a ti? ¿Qué tal es tu jefe?

—Es un idiota… —Enseguida se arrepintió de haber dicho eso, sabía


que Jasper lo interpretaría de muy mala manera, y no se equivocó.

Se levantó rápidamente y le tomó la cara entre las manos — ¿Qué te


hizo? ¿Se sobrepasó contigo? ¿Se te insinuó? Dímelo Bella, porque si es
así te ju…

— ¡No! no, cómo crees mi vida, no. —Bella sabía que Jasper era capaz
de ir y romperle la cara a Edward sin importarle que lo despidieran y
le cancelaran la beca. —Es solo que es un poco temperamental, y
cambia de genio rápidamente, eso es todo. En serio, no es nada.

—Bella, no tienes que volver si no quieres, yo puedo correr con los


gastos mientras tu situación legal se soluciona.

—Jasper, sé que eres mayor que yo, pero ya tengo dieciocho años, casi
diecinueve, no voy a renunciar a mi primer empleo formal solo porque
mi jefe tiene un trastorno mental. —Bella lo tomó de los hombros y
haló un poco para que se recostara de nuevo.

—Tienes razón. —Convino Jasper recostándose de nuevo en el regazo


de su amiga —es solo que, no quiero que nada malo te pase, y esos
hombres poderosos y ricos, muchas veces creen que pueden tener a la
mujer que quieran sin importar nada.

—No te preocupes, todo está bien.

—Y lo del mal genio, creo que es cierto, llegó a la oficina un poco antes
de que me fuera y me quedó mirando de una forma muy extraña,
como si me inspeccionara. Yo le sostuve la mirada, pero en la suya
había algo así como, advertencia y odio, no sé muy bien.
—Quizás odia a los americanos, yo qué sé. Pero cambiando de tema:
¿Qué tal Jessica, la asistente de tu jefe?

Jasper soltó una carcajada y negó con la cabeza —Es una chica bastante
rápida, y es rubia, quizás salga con ella…

— ¡No estarás pensando en tener algo con ella! —Le interrumpió Bella
golpeando el brazo de Jasper.

—Claro que no, al menos nada serio, ella no es una mujer para tomar
en serio, y sabes que ya hemos hablado de eso —Le dijo Jasper a modo
de advertencia. Él siempre le había dicho que para los hombres existían
dos clases de mujeres: las que son para pasar el rato, y otras que son
para pasar la vida entera. Él siempre le recalcaba que ella debía ser de
las segundas. Sonaba cruel, pero lastimosamente era cierto. —Además,
—Continuó luego de que Bella asintió —Ella parece estar detrás de
Emmett, aunque dudo mucho que lo atrape, él parece no percatarse de
los avances de ella, aunque yo solo estuve con ellos en la mañana.

— ¿En la mañana?, ¿acaso ella no fue en la tarde o algo así?

—No, salió de viaje con su padre, es el jefe de la oficina jurídica, según


sé, regresa al trabajo el viernes. ¿Dónde la conociste?

—A la hora del almuerzo, mientras estaba con Sara, la pasante de


presidencia —Contestó Bella. Entonces la chica no había tenido tiempo
de irle con el chisme, era una lástima, quería burlarse un rato, pero ya
sería en otra ocasión, si la chica volvía a tratarla de esa manera.

Los pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto, rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, Jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta. Bella lo contempló por un momento,
sumergida en esas facciones que no parecían reales. Repentinamente la estatua
abrió los ojos y la miró fijamente, eran de un color verde tan intenso que
parecían dos esmeraldas brillando en sus cuencas.

Esos ojos verdes, ni en sus sueños la dejaban en paz. Era el mismo


sueño de la noche anterior a la llegada a Londres, pero ahora que la
estatua había abierto los ojos, sabía que eran los mismos que los de
Edward.

Había tenido el mismo sueño dos noches seguidas, y mientras su jefe la


atormentaba con su mirada en el día, la estatua lo hacía por las noches.

El lunes no le dijo a Jasper que Edward le había ofrecido llevarla a la


hora de la salida, y al ver que ella se negaba, la retuvo hasta luego de
las ocho de la noche. Agradecía que Jasper llegara de clases no antes de
las diez, no quería mortificarle la vida con sus asuntos.

La ropa que le había enviado su madre, junto con la de Jasper, Había


llegado el martes, y se había lamentado al percatarse que no alcanzaría
a llegar al final de la semana, sin repetir más de una prenda. Toda su
ropa era demasiado informal para ir a trabajar a un lugar como ese.
Renée le había enviado dinero también, y aunque no quería gastarlo en
ropa, tendría que hacerlo si no quería desentonar con el lugar.
Al llegar el miércoles en la mañana, Edward la puso a trabajar en lo
mismo que los dos días anteriores: archivar. No podía creer que le
estuviera pagando un sueldo solo para eso, cuando cualquiera podía
hacerlo en simples horas extras. Pero por como el hombre actuaba, no
era en realidad algo de extrañar. Muchas veces detenía su propio
trabajo solo para supervisarla desde su escritorio, y se quedaba
mirándola trabajar por un largo rato, hasta que al parecer, se cansaba y
regresaba a lo suyo. Otras veces se levantaba y colocándose detrás de
ella le susurraba en el oído: ¿Todo Bien? A lo que ella respondía: Hasta
hace un momento. Eso lo hacía despreciarlo más. Manzanas como él eran
las que dañaban todo el árbol.

Emmett era diferente, aunque muchas veces, cuando llegaba a la


oficina le guiñaba el ojo, o besaba su mano a escondidas de Edward
mientras le susurraba:Si me ve haciendo esto me cose la boca.Su actitud era
muy diferente a la de su jefe, estos eran actos llenos de diversión, que
le arrancaban risitas que él acallaba poniéndose un dedo en la boca,
indicándole que hiciera silencio, mientras él mismo también reía. Pero
Edward era otra historia, la mayoría de las veces, cuando él la miraba
se sentía vulnerable, su mirada era de posesión, algunas veces lujuria,
y eso la ponía nerviosa y al mismo tiempo enojada.

— ¡Te dije que no me llamaras a este número! —Contestó Bella en voz


baja y girando su cuerpo para darle la espalda al escritorio de su jefe.

— ¡Pero me haces falta!, y no me…

— ¿Con quién hablas Isabella? —Bella se sobresaltó al escucharlo, no


quería que creyera que estaba usando el teléfono móvil que le había
dado la empresa, para hacer visitas personales. Pero ahora se daba
cuenta que quizás, fue un error darle el número a Ángela, para lo que
le había aclarado, serían asuntos de emergencia, de resto sería ella
quien la llamaría.
—Lo siento señor, es una amiga de mi país, le dije que no me llamara a
este número —Edward extendió la mano en clara señal de que le
entregara el teléfono, en su mirada se notaba incredulidad y disgusto.

— ¡Oh por Dios! ¿Esa es la voz de tu jefe?, ¡Qué sexy!

Bella ignoró los desvaríos de su amiga —Señor le aseguro que no


volverá a…

—Entrégame el móvil sin cortar la llamada, ahora —Bella se mordió el


labio y con renuencia le entregó el aparato. Edward se lo colocó en la
oreja.

— ¿Quién Habla? —Bella se retorcía las manos, nerviosa. No quería


que fuera grosero con su amiga, y si lo era, no tenía mucho que alegar,
él tendría todo el derecho de molestarse.

Bella se atrevió a levantar la cabeza para mirarlo y alcanzó a ver cómo


las facciones de Edward se suavizaban y una sonrisa traviesa se posaba
en su rostro. Eso la puso aún más nerviosa, sabía cuán loca era Ángela.

—Ángela, muy bonito nombre, ¿hace cuánto eres amiga de Bella?…

—Entonces debes conocer sus secretos y anhelos ¿no es así?… —Bella


sintió como la sangre le subía al rostro, era capaz de meterse por el
teléfono y ahorcar a Ángela si cometía alguna locura.

—Hagamos algo, Angie. Tú me dices todo lo que sabes sobre esta


chica, mientras yo observo cómo se muerde el labio y le suben los
colores al rostro… —Edward le guiñó un ojo y Bella deseó arrebatarle
el móvil o cortarle la oreja, cualquiera de las dos opciones eran
completamente viables.

—Interesante… ¡No me digas!… Mmm, eso suena delicioso —Bella no


aguantó más. En un rápido movimiento, haló el brazo de Edward, le
arrebató el móvil, y quedó de espalda a él.
Edward soltó una fuerte carcajada, se acercó a ella por detrás, y
pegando su pecho a la espalda de Bella se inclinó para susurrarle al
oído: —Te tengo en mis manos, preciosa. —Se retiró riendo y se sentó
de nuevo en su escritorio para seguir trabajando.

Bella corrió a la sala de juntas principal, entró en ella por la puerta que
estaba en la oficina de presidencia y la cerró.

— ¿Qué fue lo que le dijiste? —Preguntó Bella apretando los dientes.

—Bella tienes que decirme ahora mismo cómo es ese hombre, ¡Qué voz más
sexy! Y esa forma de reír. —Ángela hizo un sonido de "saborear",
ignorando por completo la pregunta de Bella. —Te juro que mojé mis
bragas con solo escucharlo…

—Ángela Weber, dime ahora mismo qué le dijiste a mi jefe, si no


quieres que me haga deportar, e ir a matarte con mis propias manos
ahora mismo. —dijo Bella de forma amenazante.

— ¡Está bien!, cálmate. Solo le dije que era tu mejor amiga y que por nada del
mundo diría nada sobre ti, pero quería burlarme un rato, así que si accedía,
hiciera como si le estuviera contando tus más oscuros secretos. —Dijo esto
último con tono de malicia.

Bella se recostó en la puerta y soltó el aire de golpe. —No basta con


que él quiera acabar conmigo, ahora también mi mejor amiga está en
mi contra —dijo más para sí misma que para la otra chica.

—Bella tranquilízate, el hombre es divertido y por la voz que tiene, debe ser
muy guapo, tienes que decirme todo sobre él, lo quiero todo amiga, todo. —La
voz de su amiga sonó emocionada y Bella tuvo que respirar profundo
y cerrar los ojos un momento para no terminar cortando la llamada. —
Anda Bella, no seas mala, dime algo, solo me dijiste que era el presidente de la
compañía, pero nada más.
—Se llama Edward Cullen, tiene mal genio, a veces, y otras… no sé…
me mira extraño.

— ¿Cómo si te deseara? — ¿La chica era bruja o qué? Bella guardó


silencio para no tener que admitir algo así — ¡Oh Dios mío! ¡Te desea!
¡Te desea!, Bella tienes que perder la virginidad con ese hombre, te lo juro
amiga, no importa cuántos años tiene, tienes que dejar que ese hombre te
enseñe cómo se hace nena, ¡Ay nooo! Se me va a acabar la tarjeta de llamada.
Lo voy a buscar en Google, ahí tiene que salir alguna foto. Bella acuéstate con
él ¡Acuéstate co… Pi Pi Pi…

Bella no podía creer todo lo que acababa de escuchar, ni siquiera dio


para interrumpirla, estaba atónita. Sabía que su amiga tenía problemas,
pero ese hombre la había dejado totalmente trastornada. ¿Que se
acostara con él?, ¿Hablaba en serio?, definitivamente era mejor olvidar
esas palabras, no quería tenerlas en su mente cuando su amiga le
contara que ya había encontrado una foto de Edward. Sin duda sería
capaz de nadar por todo el océano Atlántico para arrancarle la ropa,
amarrarla y ofrecerla a su jefe como una ofrenda virginal. Estoy rodeada
de locos. —Pensó apesadumbrada.

Pero ahora tenía otro asunto mayor. En la otra habitación estaba


Edward, esperando a que ella saliera para burlarse. Había sentido
muchas emociones con respecto a ese hombre, pero nunca vergüenza y
en ese momento sentía mucha. Odió haber caído en esa trampa, pero
ya no había marcha atrás.

Suspiró y abrió la puerta. Edward estaba trabajando como si nada,


pero cuando Bella intentó caminar hacia su puesto habitual, escuchó la
voz de él.

—Tu amiga es interesante, estoy seguro que nos llevaríamos muy bien,
deberías invitarla a pasar una temporada aquí.
—Ni loca —susurró Bella, sin poder evitar que su cuerpo temblara, al
imaginarse la escena del sacrificio hecha realidad; pero al parecer
Edward la escuchó y por lo visto, entendió lo que significaban esas
palabras, porque volvió a soltar una carcajada y siguió con su trabajo
con una sonrisa adornando su rostro.

Minutos más tarde Bella decidió tomarse el tiempo del almuerzo e ir a


comprar un par de blusas para los próximos días, hasta que llegara el
fin de semana.

—Señor, me voy, nos vemos en un par de horas —dijo Bella tomando


su bolso.

— ¿Vas a almorzar con Sara de nuevo? —Edward le sonrió


tiernamente. ¡Qué cambios! Pensó Bella. —Quédate conmigo, pediremos
lo que tú quieras comer. —Le dijo en tono suplicante, con la mirada de
un niño que pide permiso para salir a jugar.

Bella tenía que aceptar que ese hombre, algunas veces, podía inspirar
cosas buenas.

—Lo siento señor, pero no voy a almorzar con nadie —Explicó Bella —
Sucede que toda mi ropa es muy informal, y necesito ir a comprar un
par de prendas para usar hasta el fin de semana.

—Pero eso no es problema nena —dijo Edward y llamó a Heidi por el


intercomunicador. La mujer entró a la oficina y se ubicó al lado de
Bella.

—Edward, me voy a almorzar, lo que sea quedará para la tarde.

—Precisamente eso quiero que hagas —Edward se levantó de su


asiento y se acercó a su prima, revisando su billetera. —Llévate a Bella
a almorzar y tómense la tarde libre. —Le entregó una tarjeta de color
azul con un monumento dibujado en él —Necesita ropa para venir a
trabajar y quiero que la acompañes, cómprale todo lo que necesite, y
para ti también, si quieres. Nos vemos mañana.

Heidi recibió la tarjeta con una gran sonrisa —Te espero afuera Bella.
—Y salió de la oficina.

Bella no podía creer lo que había escuchado. ¿En serio pensaba


comprarle ropa?, ¿Pero, por qué? Dudaba mucho que hiciera lo mismo
con Sara o John. No podía permitirle algo así, era cierto que no tenía
mucho dinero, pero tampoco podía aceptar que él hiciera ese tipo de
gastos en ella.

—Señor… no… no es necesario… yo no…

Edward se acercó un poco más a ella y retiró un mechón de cabello de


su hombro. Tenía el cabello recogido en una coleta, pero lo
suficientemente largo para que se posara sobre sus hombros.

La mirada de él era complaciente y cariñosa, pero había algo más en


ella que Bella no supo descifrar.

—Quiero hacerlo Bella. Míralo desde este punto, estarás conmigo en


muchas reuniones y viajes, debes estar bien vestida para no desentonar
con las personas que allí estén. —A Bella le pareció una excusa recién
inventada.

—En ese caso, podría adelantarme el pago del mes, con eso tendría
para comprar lo que necesito.

—Bella, Bella, hasta cuándo me contradecirás. Tómalo como un regalo


de CullenWorld, o un aporte de mi parte a mi empleada más cercana,
¡yo que sé! —Edward suspiró y la tomó por los hombros —Hagamos
algo, compra todo lo que desees, y te lo descontaré de tu sueldo mes a
mes en pequeñas cuotas.

—Pero solo estaré aquí un par de meses, el doble como mucho.


— ¡No! —Bella se sobresaltó por el repentino cambio: las anteriores
emociones se tornaron sombrías y la furia salió a relucir en sus ojos
verdes. Apretó un poco su agarre sobre los brazos de ella.

—Señor…

Edward respiró profundamente y aflojó las manos —Perdóname, no


quería lastimarte. —La soltó y se giró para darle la espalda. —Lo de tu
ida todavía no está claro, y puede que termines quedándote mucho
más tiempo del que tienes planeado, si te llegas a sentir lo
suficientemente a gusto para formar una vida aquí… con nosotros —
Caminó hacia su escritorio y se sentó en su asiento. —Igualmente ahí
está tu amiguito, cualquier cosa acordaremos una forma de pago por
medio de él: consignaciones, giros, cualquier cosa.

—Pero yo…

—Isabella, ve a comprar la maldita ropa y deja de pelearme, ¿Que no te


cansas de hacerlo? —Bella sonrió por la forma en que lo dijo, pero
decidió provocarlo un poco más.

—La verdad señor, está empezando a tornarse en un pasatiempo muy


agradable —Edward rió ante su respuesta.

—Anda ve, y trata de comprar más que Heidi. —Se giró en su asiento
para darle la espalda y dejar en claro que no admitía más discusión.

Bella suspiró resignada y salió de la oficina para encontrarse con una


muy ansiosa Heidi.

—Vamos de una vez Bella, ¿compras y tarde libre? Estas


oportunidades no se presentan todos los días. —Gracias a Dios. —Pensó
Bella.

Minutos después se encontraban almorzando en el Corrigans Mayfair,


un restaurante de cocina internacional, ubicado en Grosvenor Street. El
lugar era glamuroso, la iluminación amarilla resaltaba las paredes, que
tenían paneles dorados a todo lo largo de éstas, el piso era de madera
oscura y las mesas con manteles blancos, contrarrestaban con las sillas
en cuero azul turquí. A Bella le llamó la atención una lámpara de mesa
ubicada en una de las esquinas: la base era las patas de un pájaro y la
cubierta estaba toda forrada en plumas, dando la simulación de un
pájaro.

Nunca había entrado a un lugar como ese, pero se sentía bien, era
lujoso, pero al mismo tiempo tenía un aire acogedor.

—Heidi no tenemos que hacer esto, solo entrégame lo de mi salario y


yo gastaré de ahí, con eso es suficiente —dijo Bella en tono suplicante,
Heidi era su última oportunidad, la mujer no era exactamente la
amabilidad personificada, en realidad era pretenciosa y orgullosa, pero
no llegaba a ser grosera con los empleados, era solo que los trataba con
la superioridad de su cuna, y aún así prefería que la llamaran por su
nombre directamente.

— ¿Estás loca Bella? ¿Quieres que Edward me riña cuando vea el


estado de su cuenta? Olvídalo querida.

—Pero él no tiene por qué darse cuenta, compra muchas cosas para ti y
le dices que la mitad o más son mías. —Dijo Bella tratando de razonar.

—Chica, como se nota que no conoces a Edward o por lo menos jamás


te has movido en nuestro medio —El tono que Heidi usó, hizo que las
últimas palabras no sonaran ofensivas —Edward es un hombre de
mundo, ha tratado con cientos de mujeres que gastan en un día, lo que
tú ganas al año. ¿Crees que no se va a dar cuenta de la baja calidad de
las prendas que podrás comprar con tu sueldo?, o, en el caso en que
compres una o dos de diseñador ¿No se dará cuenta cuando empieces
a repetir?
Bella se estremeció al entender lo que estaba implícito bajo esas
palabras, dichas como si fueran las más obvias. Empezó a retorcerse las
manos, nerviosa por confirmar sus sospechas.

—No estarás pensando lo que yo tanto me temo, ¿Verdad? —Heidi


sonrió con malicia. Bella jadeó y colocando un brazo sobre la mesa,
apoyó la frente sobre la mano, negando con la cabeza. —Esta tarjeta va
a sangrar querida, Edward me la debe y tú serás el puente para llegar a
mi venganza. —Su mirada se tornó maliciosa y una risilla terrorífica,
como las de las niñas asesinas en las películas de terror, brotó de sus
labios.

— ¿Qué fue eso tan horrible que te hizo Edward? —Preguntó Bella. No
parecía que ellos dos, tuvieran rencores guardados.

— ¡Me obliga a cumplir horario y no me da los permisos que le pido!


—Respondió Heidi, como si fueran los actos más crueles que se hayan
cometido en la historia de la humanidad.

Bella se le quedó mirando, procesando lo que ella le había dicho, y


luego soltó una carcajada. Definitivamente esa familia era todo un caso
de estudio, y aún no los conocía a todos.

—Pero cuéntame de ti Bella: tu familia, amigos, novios. —La última


palabra la dijo levantando una ceja de forma sugestiva. —Anda dime,
no podemos ir de compras, si no sabemos lo esencial la una de la otra.

—En realidad no hay nada interesante que contar: nací en Forks, un


pueblo de Estados Unidos, mi madre se llama Renée y mi padre
Charlie, pero él murió hace algunos años —Prefirió omitir la forma en
la que murió, no quería que nadie sintiera compasión por él. —Luego
de eso nos mudamos a Seattle, terminé mis estudios, y en un arrebato
de libertad, se me ocurrió acompañar a Jasper en este viaje, y aquí me
tienes, inmigrante ilegal en tierra inglesa.
—Tienes razón, nada interesante —dijo Heidi moviendo la mano para
quitarle importancia. Bella sonrió, le gustaba la gente sincera, así
fueran un poco bruscas, además, agradecía que pasara por alto lo de su
padre. —La mía es igual, solo que con más dinero, y en el caso de la
pérdida, no fue mi padre sino mi madre. —Bella notó como la mirada
de Heidi se tornó triste cuando mencionó lo último.

—Lo siento. —Se arrepintió enseguida de haber dicho eso, pero no lo


pudo evitar, el solo pensar en perder a su madre era algo inconcebible,
estaba segura que Jasper y Ángela debían hacer su mejor esfuerzo para
salvarla, si algo así llegara a ocurrir.

—No te preocupes, fue hace unos diez años en un accidente


automovilístico, con mis abuelos, que también murieron, y aunque
tanto a Emmett como a mí nos hace mucha falta, tía Esme se ha
encargado de que el vacío no sea tan grande. —Sonrió tiernamente y
Bella pensó que así se veía mucho más hermosa.

—Tu tía Esme ¿es la madre de Edward? —Preguntó Bella con


curiosidad.

Heidi levantó una ceja y la miró divertida — ¿Edward?

Bella se sonrojó un poco —Él me pidió que lo llamara por su nombre,


solo que yo prefiero llamarlo "Señor".

Heidi rió divertida —No te preocupes ya lo sé, por mí puedes decirle


como quieras, cosas como: Ogro, malcriado, salvaje, idiota, imbécil…

— ¡Ya entendí! Tranquila, ya entendí —dijo Bella riendo, cada vez le


caía mejor esa mujer.

Heidi también rió, y rememorando la pregunta de Bella continuó —


Pues si, Esme y Carlisle son los padres de Edward y Alice. Mi madre
Elizabeth era la hermana de mi tío Carlisle.
—No sabía que Edward tenía una hermana.

Heidi tomó un sorbo de vino —Es menor que él, tiene solo veinte años,
es su protegida, muy celoso con ella. Emmett intenta hacer lo mismo
conmigo —Se inclinó un poco hacia adelante, a modo de confidencia —
Pero no sabe que Edward es mi encubridor.

Las dos rieron y Bella continuó, esa familia le causaba curiosidad,


nunca había tratado con personas como ellos, y mucho menos de otro
país. Solo esperaba que Heidi no la tomara por entrometida.

—Y… Las parejas de ustedes ¿Son socios de CullenWorld? o… —Trató


de decirlo de la manera más global posible, pero en realidad por el que
estaba más interesada era por Edward, no era que le importara para
algo personal, Dios sabía que el hombre era insoportable, pero sí tenía
curiosidad por saber qué mujer se aguantaba a un hombre así.

Heidi negó con la cabeza y esperó a que el mesero que acababa de


servirles, se alejara. —Ninguno de nosotros tiene pareja de momento,
Emmett es algo coqueto, pero solo cuando alguien le cae muy bien y es
más por juego que por otra cosa —Bella sonrió, no se había equivocado
cuando se formó una buena opinión sobre él. —Alice casi no le presta
atención a eso, dice que sus sueños están primero que cualquier
hombre, igual cuando alguien se le acerca, Edward lo ahuyenta sin
importar quién sea —Heidi torció la boca en una graciosa mueca —
según él está muy pequeña para pensar en eso. Es un hipócrita —Lo
último lo dijo tan bajo, que Bella no estaba segura de si había
escuchado bien.

—Y, ¿tú? Y ¿Edward?

—Yo no pienso en tener nada serio por ahora, y Edward… —Heidi se


quedó por unos segundos mirando a lo lejos, como rememorando
algún hecho. —Edward es un hombre que… no se siente muy
orgulloso de ciertos errores que ha cometido y menos aún, de cómo los
intentó solucionar, pero ya no tiene vuelta atrás, y ahora tiene que vivir
con eso. —Volteó a mirar a Bella a los ojos. —Bella, mi primo es un
hombre difícil, autoritario y caprichoso, de niño tuvo todo lo que quiso
y creció con la idea de que todo lo merece y todo lo que quiere lo
puede obtener, sin importarle las consecuencias, y es ahí cuando se
torna peligroso. —Extendió el brazo sobre la mesa, tomó la mano de
Bella y la apretó un poco. —Bella, prométeme que le tendrás paciencia,
que por muy molesto que se torne no lo abandonarás. —Su mirada era
suplicante —Tengo miedo Bella, no quiero que sufra, no sé si él lo
soportaría.

—Pero… ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?, no entiendo Heidi ¿Qué
va a pasar? —Bella se había puesto nerviosa, la voz le salió ronca por el
nudo que tenía en la garganta. Su mente lógica le indicaba que nada de
eso le incumbía, pero en su alma, algo le gritaba que prestara mucha
atención, porque ella tenía que ver mucho más de lo que creía, en esa
extraña historia.

Heidi retiró la mano y se enderezó en su silla —No lo sé, solo sé que


él… te ha tomado cariño, aunque lleve tan solo unos días de conocerte,
no quiero que sufra, eso es todo. Lo soportarás ¿Verdad Bella?,
prométemelo por favor.

Bella la miró por un momento, pudo sentir la lucha interna que había
dentro de aquella mujer, y lo peor es que no era por ella misma, sino
por su primo. Ella había tenido que lidiar con traumas que no se
curaban con una ida al doctor, y al parecer Heidi también, en la piel de
otra persona. No podía prometerle que se quedaría, ni siquiera ella
misma lo sabía, pero sí podía prometerle que le tendría paciencia,
después de todo, también era sano para ella, si no vivía peleando todo
el tiempo.

—Te lo prometo Heidi, trataré de sobrellevarlo —Le dijo con una


pequeña sonrisa para reafirmar sus palabras. Heidi también sonrió y le
agradeció.
Pasaron la tarde recorriendo Bond Street, desde Russell &
Bromley hasta Gucci, pasando por tiendas como Jimmy Choo, Cartier,
Channel y otras de las que Bella no recordaba el nombre. Aprendió
rápido que no podía sonreír al ver alguna prenda, porque Heidi
enseguida la hacía entrar y probársela, y si también era del agrado de
ella, la compraban. Los dos hombres que las acompañaban, los
guardaespaldas de Heidi, se turnaban para llevar las bolsas al auto, ya
que ellas habían decidido hacer el recorrido a pie. Bella estaba agotada,
no le disgustaba comprar ropa, era algo que la tenía indiferente, pero
solo por un corto periodo de tiempo. Odiaba las largas jornadas a las
que la sometía Ángela, pero esta vez era peor, porque sabía que los
ceros en los tiquetes de compra, eran más que en sus habituales salidas
con su amiga. Las protestas de Bella no hacían mella alguna en Heidi,
muchas veces la miraba y le decía —¡Pero qué fastidiosa eres Bella! —y
continuaba como si nada. Faldas, pantalones, blusas, abrigos,
chaquetas, zapatos de tacos altos, bolsos y una que otra joya, hacían
parte ahora, del guardarropa de Bella.

— ¿Qué pasó aquí? —Preguntó asombrado Jasper cuando vio las


bolsas y cajas regadas por toda la sala del apartamento. —Robaste un
banco y te fuiste de compras o ¿Qué?

—Te llamé para avisarte que mi jefe me había enviado de compras con
Heidi —Respondió Bella acostada sobre el sofá, estaba exhausta, nunca
se había probado tanta ropa en tan poco tiempo y si a eso le sumaba la
larga caminata, tenía razones de sobra para estar de muerte.

—Sí, pero no me dijiste que te habías ganado la lotería.

—Le dije a mi jefe que necesitaba ir a comprar algo de ropa y le entregó


su tarjeta de débito a Heidi y nos mandó de compras, le dije que no era
necesario, pero él alegó que tendría que estar con él todo el tiempo, e ir
a reuniones, viajes, y que tenía que estar a la altura. —Bella suspiró
sonoramente y recostó la cabeza en el espaldar del sofá —Y aquí lo
tienes.

—Bueno, viéndolo desde esa perspectiva tiene algo de razón. Te lo


descontará del sueldo, supongo. —Jasper fue alzando la voz conforme
se alejaba hacia la cocina.

—Aja, y si no alcanzo, se lo consignaré periódicamente cuando me


haya ido. —Gritó Bella para que la escuchara.

Jasper salió de la cocina y se apoyó en el marco de la puerta. — ¿No


has pensado en quedarte Bella?

Ella lo miró y vio en su cara la tristeza que ese pensamiento le


producía. Se levantó rápidamente, se acercó a él y lo abrazó por la
cintura. — ¿Quieres que me quede? —Jasper asintió y le devolvió el
abrazo.

Bella suspiró y pegó su rostro al pecho de Jasper. —Ya veremos qué


pasa, nada está escrito en esta vida.

Bella se encontraba sentada junto a Sara, ayudándola con un informe


que se necesitaba para antes de que se acabara el día. Era viernes y
Edward quería revisarlo el fin de semana para una junta que se
realizaría el lunes. John trabajaba en el mismo documento pero en otro
punto de este, para así, ganar tiempo.

—Bella, llévale estos documentos a Edward —Dijo Heidi entregándole


una carpeta blanca, con varios documentos dentro. —Está
esperándolos en la oficina de Emmett.

—Enseguida Heidi —Respondió Bella dirigiéndose a los ascensores.

Solo tenía que bajar un piso, pero como aún no estaba muy
acostumbrada a los tacones tan altos que Heidi le había hecho
comprar, prefería caminar lo menos posible para no terminar rodando
por las escaleras.

No había visto a Emmett desde que fue de compras con Heidi y, tenía
que admitirlo, la nueva ropa le sentaba muy bien, solo esperaba que a
él no se le ocurriera hacer algún comentario pasado de tono, que fuera
a molestar a Edward, pero sabía que al menos una guiñada de ojo le
esperaba. Sonrió imaginándoselo, ahora entendía por qué Heidi había
sido obligada a trabajar con Edward y no con su hermano, si ella
misma tuviera alguna oportunidad haría el cambio. El hombre era
divertido y le caía muy bien, no le extrañaba que en tan solo una
semana, Jasper hablara maravillas de él casi como si fueran amigos, y
ella pensó que los que podían darse ese crédito, eran muy afortunados.

Ya se había acostumbrado a la posesividad de Edward, Heidi le había


dicho que le molestaba que sus empleados más allegados se distrajeran
con coqueteos y relaciones con otras personas de la compañía. Pero él
no se portaba así ni con Sara, ni con John, ni siquiera sabía si
permanecían todo el día en sus puestos de trabajo, pero cuando se lo
había comentado a Heidi, esta la había mirado divertida y le dijo: —
¿Crees que en realidad, habría que mantener vigilados a esos dos? —Bella
había tenido que aguantar la risa, cuando le reprochó a Heidi el
comentario poco grato, pero no pudo resistir mucho tiempo y
terminaron las dos riendo.

Llegó enseguida al piso cuarenta. No era como el de presidencia, en


donde el ascensor abría en la misma oficina. Aquí se llegaba a una
pequeña estancia, con un par de puertas de oficinas a la izquierda, que
según le había contado Jasper, era en las que se coordinaban las
sucursales, ya que aunque estas tenían gerentes, los informes, controles
y decisiones, eran compilados tras esas puertas; y una a la derecha que
indicaba en el letrero "vicepresidencia". Entró por esa puerta y se
encontró con el escritorio de Jessica de frente, el lugar era muy
parecido a la sala de recibo de presidencia, pero en menor tamaño y en
vez de dos escritorios adicionales al de la asistente había solo uno, el de
Jasper, Emmett había ordenado colocarlo el mismo día que su amigo
empezó a trabajar ahí. ¿Por qué Edward no podía hacer lo mismo con
ella?, la mantenía sentada en la pequeña mesa de juntas, sin tener un
espacio propio de trabajo, incluso le ordenó usar su propio baño, que
solo usaban Heidi y él, mientras que los pasantes usaban el que se
encontraba afuera, junto a la sala de archivos.

Tanto la chica como su amigo levantaron la cabeza y sonrieron cuando


entró. Pero eran sonrisas muy diferentes: Jasper le sonreía con
diversión y picardía, mientras que Jessica lo hacía con suficiencia y
malicia. Esta última se levantó de su asiento y mirando a Bella de
arriba abajo, y sin cambiar la expresión de su rostro, pasó junto a ella y
salió de la estancia con unos sobres en la mano. Bella le levantó una
ceja en muda interrogación, y cuando escuchó la puerta cerrarse, miró
a Jasper, quien se había levantado de su asiento y se acercaba a ella.

Bella se giró para señalar la puerta, iba a preguntar a Jasper si sabía


qué le pasaba a la rubia, cuando éste la abrazó por la cintura. —
Entonces preciosa, ¿Esta noche te vas a meter en mi cama? —Dijo con
voz sensual para enseguida morderle suavemente la oreja.

Bella ya había olvidado la conversación que tuvo con Jessica el lunes a


la hora del almuerzo, y ahora estaba claro que la mujer le había ido con
el chisme a Jasper apenas llegó de su viaje, con la clara intensión de
hacerla pasar como una cualquiera.

La carcajada que se formó en la garganta de Bella, no alcanzó a salir.


Una voz que conocía muy bien, en un tono que no le gustaba escuchar,
resonó por todo el lugar, como un trueno en plena tormenta.

— ¡Quítale las manos de encima!

¡Mierda!
CAPÍTULO 5


La angustia me invade,
la impotencia me sobrepasa.
Quieres reclamar lo que no te pertenece,
y aprovechas el momento para imponerte.
Y aquí estoy ante ti sumisa,
Esperando una sentencia que no es mía.

L a vida de Bella, como ya le había dicho a Heidi, no había sido


nada emocionante. Tuvo muy buenos momentos, sobre todo antes de
la muerte de su padre, cuando aún no conocía los horrores del dolor y
el sufrimiento de perder a un ser querido de una forma tan cruel. Era
una niña común y corriente, tenía pocos amigos, más que todo
compañeros de escuela, porque prefería pasar tiempo con su padre en
la Estación de Policía, escuchando relatos de asaltos y operativos de los
demás oficiales, en los que casualmente el que las contaba, terminaba
siendo el héroe de la historia; o con su madre escuchando música vieja,
mientras ella le enseñaba de manera cómica cómo se bailaba,
cocinando, u horneando las deliciosas galletas de pasas y chocolate,
que por lo general, resultaban en varias idas al sanitario por parte de
Bella.

Pero una sola palabra cambió por completo toda su realidad…

"No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto" había dicho Albert
Einstein una vez. Pero aunque Bella no pensaba nunca en su futuro, el
que se suponía muy lejano, llegó mucho antes de lo que ella esperaba.
Su papá ya no estaría más con ella, al menos en cuerpo.
Luego de eso conoció a las personas que la ayudaron a salir, a ella y a
su madre, de ese lugar oscuro en el que se habían sumergido, los que
ahora consideraba su familia.

Lo único que había alterado su infancia, era precisamente lo que nadie


conocía: sus sueños. Una voz que le hablaba cuando su mente se
alejaba de la realidad, le repetía que algún día tendría que viajar a
Londres para cumplir con su destino. Era una voz pausada y tierna, no
le daba una orden, ni la asustaba con tonos misteriosos, era más bien
como si le diera indicaciones, como si quisiera guiarla al lugar donde
debía estar. Nunca le fue claro si la voz pertenecía a un hombre o a una
mujer, su tono era como delicadas campanas repicando suavemente.
Pero la voz no había durado siempre. La noche que su padre murió,
ella se había quedado dormida en un sillón junto a la cama de este,
soñó de nuevo con la voz, pero esa vez no le habló de Londres, ni de
destino, ni de nada parecido. Solo una frase había sido pronunciada
firmemente, pero con extremo cariño al mismo tiempo.

"Nunca estarás sola"

Despertó de inmediato, para encontrar a su madre llorando


angustiada, su padre acababa de morir. Nunca más volvió a escuchar a
quien le hablaba en sueños.

— ¡Quítale las manos de encima!

Y aquí estaba ella, con su vida de cabeza, y sin siquiera haber tenido
tiempo de asimilarlo.

Mierda.

Sin previo aviso fue apartada del brazo de Jasper, y apretada


fuertemente contra un torso duro que respiraba agitadamente. Miró
hacia arriba y se encontró con la quijada firmemente apretada de
Edward, su mirada era de odio y locura, pero eran emociones que no
estaban dirigidas hacia ella, si no hacia su amigo, y eso la angustió.
Giró la cabeza para mirar a Jasper y lo vio cambiar de sentimientos
rápidamente: Primero sorpresa y confusión, segundo entendimiento y
por último rabia.

Jasper miró a Edward y luego a Bella, pasó su mirada por todo el


cuerpo de ella que estaba vestido totalmente con la ropa que su jefe le
había comprado, y finalmente, su mirada se detuvo en el brazo que
apretaba fuertemente y de manera posesiva, la cintura de su amiga.

Bella vio como Jasper volvió a mirar a Edward, con una rabia que
jamás había percibido en sus ojos, empuñó fuertemente las manos y lo
que nunca se imaginó por parte de su hermano, sucedió.

Un puño voló hacia un objetivo ubicado un poco más arriba de su cara,


y por el fuerte sonido que escuchó, y la manera como Edward fue
apartado repentinamente de su lado, dedujo que había dado en el
blanco.

— ¡Maldito miserable! —Fue lo que Jasper gritó cuando golpeó


fuertemente la cara de Edward, quien terminó tirado en el suelo de la
oficina.

Edward se levantó rápidamente y encorvando su cuerpo, embistió a


Jasper al tiempo que lo tomaba por la cintura, lo levantaba del suelo y
caían juntos sobre el escritorio del rubio. El aterrizaje fue tan fuerte,
que las patas del mueble cedieron ante el peso de los hombres y estos
dos terminaron en el suelo junto con el escritorio. Con las manos
apretando fuertemente el cuello del otro oponente, Edward y Jasper
rodaron por el suelo de la habitación, gruñidos de furia y ahogo se
escuchaban apagados por la presión en las gargantas, hasta que
Edward golpeó fuertemente con un puño un costado de Jasper y lo
hizo soltar su cuello, este jadeó por el dolor y Edward aprovechando el
momento, golpeó a Jasper en el rostro al tiempo que este, por acto
reflejo, con una rodilla, lo empujaba en un costado para quitárselo de
encima. Los dos se separaron y se levantaron para, sin perder tiempo,
continuar con la lucha, golpes iban y venían de un lado a otro, parecían
dos pandilleros peleando por la ganancia del día.

Bella corrió a la puerta de la oficina de Emmett, pero este ya aparecía


con clara expresión de confusión en el rostro, para encontrarse con que
su primo que era el Presidente de la compañía, y su aprendiz, un joven
brillante y muy capacitado, estaban luchando a puño limpio como dos
salvajes en la arena.

— ¡Emmett has algo! ¡Se van a matar! —Gritó Bella angustiada, nunca
había visto a Jasper actuar de esa manera, él no era un hombre
aburrido, pero si calmado y pacífico, odiaba las peleas, algunas veces
se exaltaba, pero se enfriaba rápidamente y terminaba solucionando
todo con palabras, como un buen negociante. Pero ahora era diferente,
algo se había apoderado de él y estaba haciendo que golpeara
salvajemente al Presidente de CullenWorld, mientras que este le
respondía con la misma intensidad.

Emmett se abalanzó sobre Edward desde atrás y lo agarró por los


brazos, no sin que este asestara una última patada en el estómago del
chico. No fue un golpe fuerte, pero Jasper perdió el equilibrio y
girando sobre sus pies, al tratar de sostenerse, cayó al suelo junto a la
entrada de la estancia. Un grito de mujer se escuchó, pero este no
provino de la boca de Bella. Una mujer hermosa, con cara de niña y
cabello negro, cortado con un estilo algo extraño, se encontraba debajo
del cuerpo de Jasper quien casi la ocultaba por completo.

Bella corrió a ayudar a Jasper a levantarse, y éste le tendió una mano a


la joven que había tumbado para que se levantara, disculpándose de
manera un poco brusca.

—Alice ¿Estás bien? —Preguntó Emmett mientras intentaba contener a


su primo que se revolvía en sus brazos para intentar zafarse.
—Alguien me puede decir ¿Qué esta pa… ¡Edward!, por Dios qué te
pasó —El hombre tenía la cara muy golpeada y sangraba levemente
por una ceja y el labio. La cara de su oponente no se encontraba muy
diferente. Alice corrió hacia donde se encontraba su hermano y
desesperada trataba de revisarle las heridas del rostro.

— ¡Malnacido! ¿Cómo pudo hacer algo así? Es solo una niña —Jasper
intentó acercarse nuevamente, pero Bella se interpuso intentando
calmarlo.

— ¡Maldito! Ahora sales con moralismos estúpidos, cuando, sabrá Dios


cuántas veces te la has tirado —Edward gruñó las últimas palabras y
realizó un nuevo intento de zafarse de Emmett y Alice.

— ¡Ella es mi hermana!

— ¡Mientes! Ustedes no son hermanos.

— ¡Como si lo fuéramos! ¿Qué haría si supiera que una chica de


dieciocho años que quiere como a su hermanita, es seducida por un
hombre mucho mayor que ella ¡su jefe! y la deslumbra con ropas caras
y un mundo de poder? ¡¿Qué haría?!

Todos se quedaron mirando a Jasper fijamente, dos de ellos con


asombro, uno con análisis y la otra con súplica.

—Jasper, no… —Bella intentó abrazarlo por la cintura pero él le apartó


los brazos y bajó la mirada para verla directamente a los ojos.

Jasper no dijo nada, pero Bella pudo leer claramente en sus ojos color
miel, la fuerte decepción que sentía por ella en esos momentos. Sabía
cuánto él la quería, y cómo había tratado de infundirle los valores
sureños que le había inculcado su madre. —Hay dos clases de mujeres
Bella, y tú sabes a cuál debes pertenecer —Yo te enseñaré todo lo que tu padre
no tuvo tiempo —Siempre quise tener una hermanita, y aquí estás tú para
ocupar ese lugar. —Todas esas palabras dichas con cariño, protección, y
Bella estaba segura que él estaba pensando que nada de eso había
calado en ella. La estaba considerando de ese otro grupo de mujeres, y
ella no podía soportar algo así.

Jasper la apartó con delicadeza de su cuerpo y girando hacia la puerta,


salió de la recepción de Vicepresidencia a paso rápido y sin mirar a
nadie más.

Bella soltó un fuerte sollozo, al tiempo que gruesas lágrimas


empezaron a rodar por sus mejillas. Tenía que ir tras él, no podía
permitir que Jasper pensara mal de ella. Nunca le había importado
mucho lo que la gente pensara de ella, pero Jasper no era cualquier
persona, sentía que no solo él estaba decepcionado, sino también su
padre, y eso era algo que no podía resistir.

—Bella… —Susurró Edward intentando llamar su atención.

— ¡Déjeme en paz! —Gritó Bella antes de salir corriendo por la misma


puerta que Jasper segundos antes, miró a todos lados y lo vio caminar
hacia el final del pasillo.

— ¡Bella regresa! Isabella ¡Isabella ven acá! —Ignorando los gritos de


Edward y las cabezas curiosas que se asomaban por las dos puertas de
enfrente, corrió hacia donde Jasper desapareció. Cuando llegó allí, giró
a la izquierda y se topó con un par de puertas que se encontraban
ocultas desde el pasillo. Eran los baños del piso, e identificando el de
caballeros, entró en él sin importarle quiénes más pudieran estar ahí.

Jasper se encontraba apoyado en el mesón de mármol gris jaspeado de


los lavamanos, con la cabeza gacha, su cabello y rostro goteaban agua.
Se había lavado para quitar la sangre, pero se podía ver que las
hinchazones estaban empezando a formarse por toda la cara. No se
movió cuando ella entró. Parecía derrotado y eso le partió el corazón,
porque sabía que ella era la causante. Una frase dicha varias veces por
él retumbó en su mente como fuertes tambores haciendo un llamado al
recuerdo, y con él a la angustia y la culpa.

—Siempre te protegeré. —Tres simples palabras que hicieron que Bella


sintiera que el mundo se le venía encima, que hicieron que se sintiera
como la peor persona sobre la tierra. Él no solo estaba decepcionado de
ella, estaba decepcionado de sí mismo, por haber fallado en la labor
que se había autoimpuesto.

Corrió hacia él y lo abrazó fuertemente desde atrás por la cintura.

—Jasper… mi vida… yo no… te lo juro… yo no… lo siento… —Bella


casi no podía hablar, se ahogaba en sus propios sollozos y estaba tan
desesperada que no lograba formar frases coherentes.

Jasper suspiró y zafándose del abrazo de ella, caminó hacia la puerta


del baño.

—No… Jasper —Rogó Bella y se apoyó en el mesón de los lavamanos,


sentía que sus fuerzas la estaban abandonando.

Jasper salió del baño y cuando Bella intentó seguirlo de nuevo, él entró
enseguida con un vaso desechable en la mano y trancó la puerta con el
seguro. No la iba a dejar de nuevo. Recordó en ese momento haber
visto un pequeño espacio sin puerta en el que se encontraban unos
termos sobre gabinetes y un dispensador de agua.

Jasper colocó el vaso en el mesón y tomando a la chica por la cintura, la


levantó y la sentó al lado del vaso, luego lo tomó y se lo ofreció.

—Bebe despacio —Le ordenó. Bella tomó poco a poco para no


atragantarse con los sollozos que todavía salían de su garganta.

—Lo… siento —Repitió cuando se terminó toda el agua. Las lágrimas


seguían saliendo de sus ojos ahora que no se atrevía a mirar a Jasper a
la cara. A pesar de que estaba decepcionado, se preocupaba por ella y
la atendía como a una niña pequeña, corroborando lo que ella había
pensado hacía unos instantes.

— ¿Quieres más agua? —Bella negó con la cabeza y él sacando su


pañuelo, le secó la cara con cuidado y se lo dejó para que se sonara la
nariz. — ¿Te obligó? ¿Te amenazó con algo?

Bella negó frenéticamente —Jasper, yo no tengo nada con él, te lo juro.

Jasper negó a su vez y se giró para darle la espalda —Lo de la ropa se


me hizo muy extraño, no me gustó para nada en realidad, pero me
tranquilicé un poco cuando dijiste que se la pagarías, incluso estaba
sacando cuentas para abonar yo también a esa deuda y así terminarla
rápido. —Se giró nuevamente hacia ella y la miró —Pero cómo me
explicas lo que acaba de pasar, la manera como actuó cuando nos vio
juntos, cómo te mantenía abrazada como si fueras de su propiedad. No
puedes decirme que ahí no pasa… —Jasper se interrumpió cuando
sintió unos golpes suaves en la puerta del baño. —Yo lo arreglo. —Dijo
y se encaminó hacia la salida.

Bella no giró el rostro para ver quién estaba tras la puerta, pero cuando
escuchó que una voz suave, aunque firme, pedía permiso para hablar
con los dos, miró en esa dirección, pero el cuerpo de Jasper ocultaba
por completo a quien allí se encontrara, hasta que rodeándolo la
persona se acercó hasta donde ella estaba sentada.

La misma chica que había entrado en la Oficina de Vicepresidencia se


encontraba ahí frente a ella. Llevaba en una mano una cajita blanca con
una cruz roja pintada en medio, y sobre esta un vaso desechable con
agua. Sin pronunciar palabra, sacó de la caja un pequeño frasquito
oscuro con tapa de gotero, y agregando unas gotas sobre el agua, le
entregó el vaso a Bella ordenándole que lo bebiera todo.

Jasper cerró la puerta y ubicándose frente a las dos mujeres, miró con
confusión a Bella, estaba claro que no tenía ni idea quién era la mujer.
Bella se encogió de hombros y empezó a beber. Sabía que la chica era la
hermana de Edward, Había visto una foto de ella en la biblioteca que
se encontraba en la oficina de su jefe, lo que no sabía era por qué ella
estaba ahí en ese momento.

—Pueden hablar con confianza, nada de lo que hablen aquí se sabrá


allá afuera —Los miró a los dos y sonrió —Soy Alice Cullen, hermana
de Edward.

—Y ¿pretendes que hablemos tranquilamente? Aparte de eso ni


siquiera te conocemos —Dijo Jasper alzando las manos para destacar lo
obvio.

—Agradece que estoy aquí para curarte las heridas antes que se te
infecten, cuando fuiste tú quien le volvió la cara mierda a mi hermano.
—Alegó Alice con tono calmado, su voz era tan juvenil como su
aspecto.

— ¡Porque tu hermano convirtió a mi hermana en una puta! —Gritó


Jasper, pero el sonido de su voz fue apagado por el sonido de una
fuerte cachetada.

Jasper quedó aturdido, parpadeó varias veces y miró a Bella con


asombro, el golpe lo había tomado totalmente por sorpresa.

Bella también miraba a Jasper con asombro, pero no por el comentario


que hizo hacia ella, era de esperar que él pensara algo así, si no porque
no podía creer lo que acababa de pasar, ¿De dónde salió la mano que lo
abofeteó?

Los dos giraron sus cabezas para mirar a Alice, quien a su vez, miraba
a Jasper con rabia.

—No te permito que le digas así a esta chica, sea tu hermana, tu amiga
o lo que sea —Alice habló señalando a Jasper con el dedo —Sea lo que
sea que haya pasado, estoy segura que ella tiene una explicación para
darte, así que ahora ve a ese cubículo y saca la silla plegable que debe
estar allí. —Dijo lo último señalando el último cubículo del baño, cuya
puerta era un poco más grande que los demás y decía en un letrero –
Implementos de Aseo-.

Jasper miró nuevamente a Bella pero esta vez con cara de incredulidad
—Ella me pegó.

Bella asintió también asombrada, era obvio que la chica, a pesar de su


apariencia, tenía un carácter que no aceptaba réplicas.

—La silla —Le recordó Alice a Jasper y éste mirándola de nuevo pero
con el ceño fruncido, obedeció. —Tu nombre es Isabella ¿Cierto? —
Preguntó Alice con voz dulce.

—Solo Bella —Le corrigió.

—Y el del idiota.

— ¿Edward?

—No Bella, yo sé el nombre de mi hermano —Respondió Alice


mientras sacaba unas cosas del botiquín y rodaba los ojos. —Hablo del
otro idiota. —Y señaló a Jasper que ya regresaba con la silla y con clara
molestia por la conversación.

Bella sonrió a la chica, le gustaba su forma de ser, extraña pero sincera.

—Se llama Jasper, no es mi hermano, ni mi amante como piensa


Edward, es mi mejor amigo —Bella miró a Jasper con ternura —Es una
extraña mezcla entre padre, hermano y amigo.

—Bueno Jasper ahora siéntate ahí y deja que Bella nos explique qué
pasó —Le dijo cuando él colocó la silla frente a ella. Se acercó con un
pequeño corte de gaza untado con un líquido oscuro. —Y relaja la
frente que cada vez que frunces el ceño te empieza a salir sangre por la
ceja de nuevo. Ahora Bella, ¿Tienes algo con mi hermano?
Ya no tenía importancia la presencia de la chica, después de todo Bella
estaba segura de que no se iría hasta terminar su trabajo.

Bella negó rápidamente con la cabeza —Absolutamente nada, la ropa


que me compró era solo un préstamo, se la voy a pagar hasta el último
centavo, y la forma como actuó… —Bella no supo cómo continuar,
sabía por todo lo que había pasado, por la forma como la miraba y le
hablaba, que ella le gustaba, pero tenía que aceptar que algo más había
ahí, solo que ella no podía decir qué era, por que no lo sabía. Lo único
que tenía seguro, era que debía mentir ante Jasper, después de esa
descarga de furia, no quería imaginar qué pasaría luego. —…como tú
precisamente —Completó señalando al chico.

— ¿A qué te refieres con eso? —Preguntó Jasper confundido para


enseguida quejarse cuando Alice le tocó el labio con la gaza. — ¡¿Por
qué no estás cuidando a tu hermano?! —Esta vez se dirigió a Alice,
molesto de nuevo.

—Eres un maldito desagradecido —Le apretó el labio con fuerza, lo


que hizo que el rubio se quejara más fuerte aún. Se encogió de
hombros y continuó —A él lo está curando Heidi.

Jasper miró nuevamente a Bella para indicarle que estaba esperando su


respuesta.

—Mira a Alice —Dijo Bella señalando a la chica. Su mente trabajaba


rápidamente para crear argumentos medianamente convincentes. —
tiene veinte años según me dijo Heidi. —Alice asintió para corroborar
la información. —Yo tengo dieciocho, ¿crees que él se va a meter
conmigo, siendo que su hermanita que tanto protege es dos años
mayor que yo?

— ¿Qué quieres decir? ¡Maldición! —Exclamó Jasper cuando Alice


comenzó a hacerle las suturas mariposas con el esparadrapo en la ceja.

— ¡Quédate quieto! —Le regañó Alice.


—Él solo me ve como tú a mí —Bella no sabía muy bien por qué lo
protegía tanto, pero se decía a sí misma que era más por Jasper que por
Edward, en realidad cuando lo pensaba bien, no le importaba mucho
lo que le pasara a Edward. —Conoce mi situación legal, sabe que con la
única persona con la que cuento aquí es contigo, y aunque le he dicho
que tú eres mi amigo, dice que no está bien que estemos solos en un
apartamento.

— ¿Edward dijo eso? —Preguntó Alice con incredulidad.

Bella asintió, ya se sentía más calmada y había dejado de llorar, al


parecer esas gotitas que Alice le había dado, eran muy efectivas.

—Bella —Dijo Jasper difícilmente, porque Alice estaba terminando de


aplicar un tópico al moretón del labio. —Eso es lo más ridículo que he
escuchado en toda mi vida.

—Pero es la verdad Jasper, te lo juro, si quieres ve y pregúntale. —Se


arriesgó Bella a proponer.

—No tengo que ir a preguntar nada, ya no importa —Jasper se levantó,


ya que Alice se encontraba guardando todo en el botiquín. —Ve a
recoger tus cosas mientras yo voy por las mías. Está claro que estoy
despedido, y aunque tú no lo estés, no pienso dejarte aquí con ese tipo.
Nos vamos los dos.

— ¡No! —Gritaron las dos al tiempo. Jasper se sobresaltó ante las


reacciones de las dos chicas.

—Y ¿Por qué no? —Preguntó mirando a Bella.

—No necesariamente te tienen que despedir, después de todo, tenías


razón en actuar de esa manera —Argumentó Alice.

—No te estoy preguntando a ti —Dijo Jasper apretando los dientes. Era


obvio que la chica no le agradaba mucho que se diga.
—Alice tiene razón —Intervino Bella bajándose del mesón de los
lavamanos. —Yo puedo hablar con Heidi, y Alice con Emmett —Miró
a Alice en una pregunta silenciosa y la chica asintió. —Puedes seguir
con tu trabajo sin ningún problema.

—Nadie va a hablar con nadie, Bella no me contradigas y recoge tus


cosas. —Caminó hacia la puerta y cuando la abrió se giró hacia ellas. —
Y pregúntale a Heidi a dónde puedes enviarle toda la ropa que te
compraron, porque sea verdad o no lo que me dices, la devolverás. —
Cerró la puerta tras de sí.

Tan mandón y terco como siempre.

Bella miró a Alice con súplica, esta la tomó de la mano y la arrastró


fuera del baño para seguir a Jasper.

Lo vieron entrar a la oficina y lo siguieron. Encontraron a Jessica


sentada en su escritorio con cara de necesitar información urgente. Al
parecer se había enterado de que algo había pasado pero no sabía
exactamente qué era.

— ¿Quiénes están en la oficina? —Preguntó Alice a la rubia.

— ¡Alice qué gusto verte! —Respondió Jessica con una sonrisa, pero al
ver que no obtenía la misma respuesta, prosiguió ya sin tanto
entusiasmo —Emmett, está solo.

Alice se giró hacia Jasper que se encontraba tratando de abrir una de


las gavetas de su destruido escritorio que se había atorado por el
impacto, y habló solo para que él y Bella la escucharan.

—Jasper, entra conmigo y hablemos con Emmett.

—Te dije que no quería…

—Al menos debes despedirte de él, después de todo no tiene culpa de


nada y no puedes irte así no más —Alegó Alice.
Jasper suspiró y asintió, se giró hacia Bella y le dijo: —Solo voy a entrar
a despedirme y a pedirle disculpas por lo sucedido aquí en su oficina,
así que ve a buscar tus cosas. —Bella asintió. Miró a Alice y ésta
moviendo los labios sin emitir sonido, le dijo que hablara con Edward.
Bella volvió a asentir y salió del recinto.

Cuando llegó a Presidencia, ni Sara ni John se encontraban en sus


lugares de trabajo. El escritorio de Heidi también estaba vacío, por lo
que Bella intuyó que estaba con Edward en la oficina.

Se acercó y dio unos golpes en la puerta para avisar su entrada. Su


deseo hubiera sido entrar de repente y terminar el trabajo de Jasper:
reventarle lo que le quedaba de cara al imbécil que seguramente se
encontraba del otro lado de la puerta. Pero sabía que no podía hacerlo.
—Cálmate Bella, respira profundo, recuerda que esto es por Jasper. —Se
decía Bella así misma para hallar la fuerza y paciencia que necesitaba.

Al entrar, encontró a Heidi inclinada sobre Edward, con una pequeña


gaza en la mano, curándole la herida del labio. Bella no estaba feliz, la
situación no se lo permitía, pero sí le complacía, y mucho, que Edward
estuviera en las mismas condiciones que Jasper, con puntos mariposas
incluidos, pero en este caso en la parte alta de la mejilla izquierda.

Al verla, Edward apartó a Heidi y levantándose de su asiento se


encaminó hacia ella rápidamente. Bella retrocedió algo asustada, la
intensidad que se mostraba en las facciones del hombre le hacían temer
que pudiera reaccionar violentamente en su contra.

Cuando llegó a ella, la tomó por los hombros y pasando su mirada por
toda la cara y el cuerpo de Bella le preguntó: — ¿Estás bien? ¿Te hizo
algo? ¿Te agredió?

Bella cayó en cuenta que el rostro de él no era de rabia, sino de


preocupación. La miraba de forma frenética, como tratando de buscar
alguna señal de maltrato. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de
voluntad para no abofetearlo y gritarle lo que se merecía en ese
momento. ¿Cómo se atrevía a pensar que Jasper sería capaz de tocarla?
Esta bien que le había gritado ¿Pero golpearla? ¡Eso jamás!

—Jasper nunca sería capaz de hacerme daño —Dijo con la voz más
calmada que pudo crear.

Edward suspiró de alivio, pero su rostro se volvió serio enseguida y se


giró, para encaminarse de nuevo a su asiento.

—Claro, el perfecto Jasper Whitlock jamás osaría hacer algo incorrecto


—Dijo con sarcasmo y se sentó en el sillón para que Heidi terminara de
curarlo. —Siéntate.

Bella obedeció —Señor yo…

— ¿Es verdad lo que dijo él? Sobre la relación de ustedes dos —


Preguntó Edward, girando su cabeza para mirarla.

— ¡¿Por qué tengo yo que…?! —Bella se calló cuando Heidi le hizo


frenéticas señales de que cortara. Miró a Edward y lo encontró con el
ceño fuertemente fruncido. Cálmate Bella ¡Cálmate! —Lo siento señor, es
solo que todo esto que pasó me tiene muy nerviosa. —Se explicó con
un tono más tranquilo y aparentemente apenado.

Edward asintió e insistió en la pregunta.

—Sí, es cierto, desde que lo conocí ha sido así conmigo. Es como mi


hermano mayor, como usted para Alice. —Explicó Bella con la
intensión, no solo de que él entendiera la reacción de Jasper, sino
también, recordarle de manera sutil que ella era menor que su
hermana.

Edward se quedó mirándola por un momento, y adivinando el por qué


de la presencia de ella ahí, habló. —Viniste a interceder por él —No fue
una pregunta, sino una afirmación.
Heidi, que ya había terminado de curarlo, empezó a caminar hacia la
puerta, pero cuando pasó al lado de Bella, esta le agarró la mano y la
miró con súplica. No quería quedarse sola con él en una situación
como esa, en realidad nunca le había gustado quedarse sola con él en
ninguna. La mujer la miró y dándole unos golpecitos alentadores en la
mano, rodeo a Bella y se sentó en la silla a su lado. Bella le agradeció
con una sonrisa.

Las dos notaron que a Edward no le gustó la idea de que su prima se


quedara, pero no teniendo opción, continuó. — ¿Por qué se supone que
debo permitirle continuar aquí? o incluso ¿En la universidad?

— ¡No! —Jadeó Bella, al tiempo que Heidi, frunciendo el ceño, decía:


—Edward no.

Bella se levantó rápidamente de su asiento y se apoyó en el escritorio


inclinándose hacia adelante —No, no por favor señor no lo haga… yo
asumo toda la responsabilidad, despídame, hagan que me deporten, lo
que sea, no importa, pero por favor, no le haga eso a él, ha luchado
demasiado por esto, por favor. —No se dio cuenta en qué momento las
lágrimas habían empezado a correr por su rostro de nuevo, hasta que
sintió el sabor salado en la boca y la mano de Heidi frotando su
espalda a manera de consuelo.

—No llores por favor, no llores mi… no llores. —Edward se había


levantado y extendiendo los brazos sobre el escritorio, le tomó la cara
entre sus manos y con los pulgares le limpiaba las lágrimas. Bella lo
miraba con súplica, estaba dispuesta a lo que fuera por Jasper, él había
arriesgado todo por defenderla: su puesto, su beca, todo por lo que se
había esforzado en conseguir; así que ella también estaría dispuesta a
hacer lo mismo. Edward leyendo sus pensamientos a través de sus ojos
le dijo: —Harías cualquier cosa por él ¿no es así?

— ¿Lo haría usted por Alice?


Edward la miró por un momento, con el rostro de ella aun en sus
manos, no pronunció palabra, pero en sus ojos se leía claramente la
respuesta. Pero también parecía como si estuviera analizando algo,
como si estuviera sopesando posibilidades, y Bella esperó que fuera
sobre la decisión de Jasper, ya después se encargaría de convencer a su
amigo de que se quedara, aunque no dudaba que Alice, con el carácter
que tenía, sería capaz de amarrarlo a la silla del escritorio si fuera
necesario. Solo esperaba que Edward no se excediera en sus
pretensiones y tuviera ella que terminar haciendo algo que
definitivamente no quería, aunque dudaba de todos modos que él se
atreviera a tanto delante de su prima.

Edward la soltó y empezó a caminar por la oficina de un lado a otro.


Bella lo miraba con expectación, en la semana que había estado
trabajando con él había aprendido lo que ese accionar significaba.

—Tranquila, ya verás que todo se resolverá para bien. —Heidi se ubicó


detrás de ella y empezó a frotarle los hombros para reconfortarla.

—Heidi —Habló Edward por fin. —Déjanos solos.

—No.

—Heidi.

— ¡Te dije que no Edward! solo me iré de aquí cuando Bella me lo


pida.

Bella negó frenéticamente y Heidi levantó la cabeza para mirar al


hombre de manera desafiante.

Edward gruñó y caminó hacia el ventanal detrás de su escritorio.

—Bella, con respecto a tu amigo todo seguirá como hasta ahora. —


Bella soltó un fuerte suspiro de alivio.
—Gracias, muchísimas gracias. —Dijo Bella abrazando a Heidi, quien
también se veía un poco aliviada.

—Pero entre tú y yo las cosas cambiarán… un poco.

— ¿A qué se refiere señor? —Preguntó Bella con reticencia. Ahora


venía la parte complicada del asunto: escuchar sus pretensiones y
acceder a ellas.

—A cosas como esa precisamente. —Edward se giró y la miró a los


ojos. —Me llamarás por mi nombre, almorzarás conmigo todos los
días, en las tardes no te irás hasta que yo lo haga y dejarás que te lleve
a tu apartamento, irás conmigo a las juntas que se hagan tanto aquí
como por fuera: reuniones, eventos, todo. Y aceptarás la ropa que te dé
para que asistas a ellos. No me importa lo que le digas a tu amigo, eso
es asunto tuyo, pero para ayudarte, si ya le dijiste algo me lo dirás, así
estaremos de acuerdo por si se le ocurre preguntarme. Si es cierto lo
que me dices, vendrá a aclarar las cosas, yo lo haría en el caso de que
pasara con Alice. —Se acercó un poco a la mesa y apoyó las manos
sobre él, quedando así a poca distancia de ella. —Esas son mis
condiciones Isabella, o lo tomas o lo dejas, pero piénsalo bien, porque
de tu respuesta depende el futuro profesional de tu amigo.

Bella desvió la vista y lo analizó por un momento. No le pidió nada


que no pudiera cumplir cualquier asistente personal. Había temido que
le pidiera cosas más íntimas o indecentes incluso, pero esto era mucho
mejor de lo que había imaginado. El asunto era explicarle a Jasper
ciertos puntos. Los almuerzos y las llegadas tardes no eran problema,
pues él acostumbraba a almorzar con Emmett y llegaba siempre al
apartamento no antes de las diez de la noche. Lo difícil sería justificar
los eventos a deshoras, o los vestidos, aunque siempre quedaba la
posibilidad de decirle que Heidi la había invitado, y guardar bien la
ropa. Solo esperaba que él le creyera al menos la mitad. No le gustaba
mentirle, pero por el bien de él, tendría que hacerlo.
—Estoy esperando —Insistió Edward. —Dijiste que harías lo que fuera.

Bella lo miró de nuevo, esta vez con seguridad y firmeza. —Y así es, lo
tomo señor.

—Edward —Le corrigió.

—Lo tomo Edward.

La sonrisa que se formó en el rostro del hombre que estaba frente a


ella, hizo que se le helara la sangre. En esa sonrisa no solo había
satisfacción por haber ganado una batalla, había más, mucho más,
como si para él, el juego apenas comenzara y lo peor de todo, era que
ella sería solo una ficha sin voluntad sobre el tablero.

Dios, ¿en qué lío me metí?


CAPÍTULO 6


Pretendes incumplir tu palabra,
y salir vencedor en esta tú batalla.
Aprovechas el momento,
y te impones cual caballero.
No te das cuenta que así me pierdes,
no te das cuenta que no me tienes.

— N o creo que pueda esperar a que terminen de hablar —dijo Bella


frotándose las manos en claro signo de desesperación y angustia.

— ¡Yo tampoco! —Concordó Alice —Necesito saber qué está pasando


allí dentro.

— Y esas malditas paredes que aíslan el sonido no ayudan nada… ¡Ya


sé! —Exclamó Heidi con cara de triunfo. —Si tratamos de abrir esta
puerta, —Señaló la puerta de Presidencia —Nos descubrirán, pero si
vamos por la puerta de la Sala de Juntas, abre para el lado contrario y
no nos verían, ni nosotros a ellos, pero sí podríamos oírlos.

— ¡Eso es perfecto Heidi! —Dijo Alice tomando a las otras dos de las
manos y arrastrándolas hacia el lugar acordado.

En la oficina de Edward, se encontraban reunidos él con Emmett y


Jasper.
Emmett había entrado sin avisar, casi enseguida que Bella aceptara la
propuesta de Edward. Estaba claro que se encontraba más molesto con
su primo que con su asistente por lo sucedido.

—Es el colmo que por tu actitud de niño malcriado y posesivo yo me quede sin
el mejor asistente que he tenido. —Había dicho Emmett muy molesto, sin
importarle la presencia de Heidi y Bella en la oficina. —Eso sin contar
con el hecho de que ese chico tiró todo por la borda por tu culpa.

—Tú lo has dicho Emmett. —Había respondido Edward. —Él fue el que
comenzó, yo no hice nada, y si se quiere largar que lo haga, yo no pienso
rogarle para que se quede.

—Le recuerdo señor que tenemos un trato —Le dijo Bella ubicándose a su
lado y hablándole en voz baja. Ella sabía perfectamente cuáles eran los
puntos del acuerdo, y si él se iba, ella también, y estaba segura de que
Edward no lo permitiría. —Porque no tiene sentido que yo me quede si…

Edward la había tomado por el brazo y acercándola a su cuerpo le dijo:


—No me retes Isabella, ya sé que tenemos un trato y mi maldito nombre es
Edward, ¡Edward!, o ¿Acaso olvidaste el "trato"? —Bella lo miró con rabia
y sonriendo hipócritamente se había apartado de él.

—No te preocupes Emmett, Jasper no irá a ningún lado, ¿Cierto Edward? —


Heidi lo miró con su característica ceja levantada y con los brazos
cruzados en su pecho.

Edward gruñó y dándole la espalda a todos dijo: —Si quiere hablar


conmigo aquí estoy, tampoco pienso salir a buscarlo.

—Eso no será necesario Señor. —Todos voltearon al escuchar la voz


proveniente de la puerta. —Pero no estoy aquí para hablar sobre mi
permanencia en esta empresa, sino de algo más importante. —Su mirada se
había posado sobre Bella al pronunciar las últimas palabras.
La chica se acercó a él, le agarró el brazo y lo miró con súplica. —Por
favor Jasper, piénsalo, hablen y aclaren las cosas, pero por favor, no hay
necesidad que desperdicies por lo que tanto has luchado.

—Espera afuera. —Fue lo único que le dijo, luego de habérsela quedado


mirando por un momento.

Solo habían pasado un par de minutos desde que las mujeres salieran,
pero ya se encontraban inclinadas junto a la puerta entreabierta de la
Sala de Juntas que daba a Presidencia.

—…Solo me interesa saber qué tipo de relación tienen ustedes dos —


dijo Jasper. Bella recordó en ese momento, que no había tenido tiempo
de decirle a Edward lo que había hablado con su amigo, por lo que,
teniendo una idea, tomó el celular que cargaba siempre en un bolsillo
interno de la falda y envió un mensaje de texto al celular de su jefe,
rogando porque él no decidiera dejarlo para después.

Me ves como a Alice, y te preocupas por mí. Por si pregunta.

Añadió lo último para que él no se diera cuenta que estaban


escuchando y volvió a mirar por la rendija que formaba la puerta entre
las bisagras al abrirse. Desde ahí solo tenía visión para el escritorio y el
hombre sentado en él.

Edward se había quedado mirando a Jasper y según dedujo Bella, para


hacer tiempo mientras algo se le ocurría, le había contestado: —Por lo
que veo, es cierto lo que dijiste abajo: la quieres mucho.

En esos momentos sonó el timbre de mensaje de texto y Edward miró


de reojo el celular. Lo tomó y revisó el mensaje mientras escuchaba la
respuesta de Jasper.

—Muchísimo, quiero lo mejor para ella y estoy dispuesto a cualquier


cosa para que este bien.
Edward asintió y dejando el celular a un lado lo miró directamente. —
Yo tengo una hermana menor, por la cual mataría y moriría de ser
necesario. Entiendo lo que piensas y sientes, pero quiero que sepas que
Isabella a mi lado estará segura, yo solo quiero protegerla, cuidarla,
darle todo lo que le fue negado en algún momento. —Edward hablaba
con tono pausado y extrañamente suave. —Sé de la muerte de su
padre, aunque no tengo los detalles, e imagino que fue algo muy duro
para ella. Su situación legal también me preocupa, y no quiero que
tenga problemas con eso, pero no podré hacer nada si ustedes se van,
si ella se va de esta empresa. —Jasper intentó hablar pero Edward lo
detuvo. —Déjame terminar. —Acercó un poco más la silla a su
escritorio y se inclinó hacia adelante. —Jasper, cuando te escuché
hablándole de esa manera… diciéndole eso… —Edward cerró los ojos
con fuerza, y apretó la mandíbula. Por favor, que no se descontrole, por
favor. Pensaba Bella desde el otro lado de la puerta, sabía que Edward
era capaz de cambiar de ánimo en cualquier momento, y ese no era el
momento.

—Eso solo fue una broma que ella misma se inventó para fastidiar a
Jessica —Explicó Jasper, al darse cuenta de que Edward no iba a
pronunciar más palabras.

— ¡En serio! —Exclamó Emmett, divertido. Mientras Edward abría los


ojos y miraba a Jasper con curiosidad. —Cuenta de qué se trataba, una
buena broma siempre es digna de contar.

Edward miró mal a Emmett, pero no dijo nada.

—Jessica se me acercó, cuando llegó a la oficina esta mañana, y me dijo


que la chica que vivía conmigo, que según ella le había dicho, conocí
en el avión hacia acá, quería meterse en mi cama por la noche. —
Emmett se carcajeó fuertemente, al igual que las chicas, pero estas lo
hicieron en un tono muchísimo más bajo. Jasper sonrió y continuó. —
Conozco a Bella hace mucho tiempo y estoy seguro que lo que quería
era jugarle una broma a la chica, al tiempo que corroboraba su
capacidad de transmitir información.

Emmett rió aún más fuerte. — ¡Es mi heroína! —Gritó. —Edward, no


puedes dejar que esa chica se nos escape, no sé cómo van a hacer
ustedes dos para solucionar sus diferencias, pero Bella ¡No se va de
aquí! —Terminó de decir de forma rotunda, mientras continuaba
riendo.

Edward y Jasper se miraron fijamente, como tratando de descifrar los


pensamientos del otro.

—Ya escuchaste a Emmett. —Edward fue el primero en hablar. —No


los dejará ir a ninguno de los dos, y yo… tampoco. —Bella sabía que
ese "Tampoco", se refería a ella únicamente.

—No lo pienses más. —Intervino Emmett. —Tú mismo me contaste


que desde hacía varios años, te estabas preparando con cursos y
estudios por internet, y ahorrando, trabajando en cosas que ni siquiera
te gustaban solo para poder ganarte esa beca y venir aquí. No
desperdicies la oportunidad que la vida te está dando, con nosotros
puedes llegar muy lejos. —Le colocó una mano en el hombro y apretó
en señal de apoyo.

Jasper se quedó mirando el suelo por un largo momento, luego levantó


la vista y miró a Edward.

—Bella merece ser tratada y respetada como toda una dama. No quiero
que termine como "la querida" de alguien.

Edward se levantó de su asiento, apoyó las manos sobre el escritorio, y


se inclinó hacia adelante, sin apartar la mirada del rubio. —Te puedo
asegurar Jasper, que tú mismo la entregarás en el altar.
Bella frunció el entrecejo. ¿Por qué Edward decía eso? Ella era muy
joven aún para pensar en el matrimonio, y cuando llegara el momento,
haría ya mucho tiempo que se habría ido de Inglaterra.

— ¿Me lo asegura? —Preguntó Jasper luego de un breve silencio.

—Te lo prometo —Respondió Edward.

Todos habían estado tan concentrados en el momento, que nadie se dio


cuenta cuando Emmett, se levantó de su asiento y se dirigió a un lado
de la oficina. Sin previo aviso, abrió rápidamente la puerta que daba a
la Sala de Juntas, al tiempo que gritaba: — ¡Chismosas!

Las tres mujeres gritaron, sorprendidas por el repentino movimiento.

Jasper y Edward rieron por lo bajo, mientras Emmett se burlaba de


ellas abiertamente.

—Cuídala Edward, porque no me importará quién seas, si le llegas a


hacer daño —dijo Jasper ya sin reír, y en voz baja para que nadie más
escuchara, pero aun así con firmeza. —Pero sobre todo ámala, ámala
con todas tus fuerzas.

—Ya lo hago Jasper, no te imaginas cuánto. —Respondió Edward


mirando intensamente a Bella.

Jasper supo en ese momento, que ese hombre poderoso y arbitrario


que tenía al frente, jamás dejaría ir a su hermana, costara lo que le
costara. Sintió tranquilidad al ver la intensidad en su mirada y saber
que ese hombre podía protegerla de todo lo que intentara hacerle
daño; pero al mismo tiempo sintió miedo, porque no sabía si sería
capaz de evitar que fuera el mismo Edward quien la dañara, aunque al
menos haría hasta lo imposible por impedirlo.

Bella no se enteró de esa conversación.


— ¿Qué quieres almorzar hoy, nena? —Preguntó Edward sin apartar la
vista de la pantalla de su computadora.

— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me digas "nena"? —Dijo


una Bella muy molesta. Ya había pasado una semana desde el
incidente en la oficina de Vicepresidencia. Edward la hacía almorzar
todos los días con ella como había prometido, pidiendo siempre lo que
ella deseara comer. También la había hecho permanecer hasta tarde en
la oficina con él, muchas veces sin hacer nada, mientras él adelantaba
trabajo. Luego, de camino al apartamento de ella, él la invitaba a cenar,
pero Bella siempre se negaba, porque no quería darle más alas de las
que él ya mismo se había creado, y también porque no quería que
Jasper se enterara de sus demoras; aunque en esa semana, se había
estado comportando de forma extraña. La llamaba por las noches
durante los cambios de clase, cuando Bella aún seguía en la oficina, y le
preguntaba si todo estaba bien, si ella se encontraba bien, y que
siempre, pasara lo que pasara, podía contar con él, para lo que fuera.
No le había vuelto a tocar el tema de Edward, pero Bella sentía que
algo había pasado, porque por todo lo anterior, y la forma cómo la
miraba: como un padre que mira a su niña que ya está saliendo con su
primer novio, intuía que entre él y Edward pasó algo más que ella no
pudo escuchar.

— ¡Bella no me pelees! Y solo dime ¿qué quieres? O si prefieres,


podemos ir a algún restaurante y…

— ¡Que no! Edward. —Lo interrumpió —El que haya accedido a tus
pretensiones no indica que tenga que intimar contigo de esa manera, el
acuerdo decía cenas de negocios, no personales. Así que pediremos
algo aquí, ya que no quieres bajar a almorzar como la gente normal, en
el comedor de tu propia empresa.

—No se me había ocurrido algo así. —Se detuvo por un momento y


miró hacia el techo en actitud pensativa. —Si eso es lo que quieres,
vamos a almorzar en el comedor. Nunca he probado la comida de aquí
y sería bueno saber qué clase de almuerzos le sirven a mis empleados
—dijo Edward suspendiendo su computadora y poniéndose de pie.

— ¿Estás hablando en serio? —Preguntó Bella con incredulidad.

—Claro nena, si eso es lo que tú quieres, no veo por qué no hacerlo. —


Bella se lo quedó mirando con la boca abierta. Ese hombre hacía
apenas una semana se había impuesto ante ella con condiciones y
exigencias, que sabía solo iban encaminadas a tratar de seducirla, y
ahora como si nada, accedía a algo que ella solo había insinuado.

— ¡Definitivamente eres bipolar! —Dijo rodando los ojos y


encaminándose a la puerta de la oficina.

—Pero ¿Qué dije ahora? —Preguntó Edward levantando los brazos


para enfatizar la duda que tenía y la siguió.

Al salir a la sala de recibo Jhon y Sara ya se encontraban organizando


sus escritorios para salir, al igual que Heidi que estaba incluso con el
bolso bajo el brazo.

— ¿Van a almorzar en algún restaurante? —Preguntó Heidi uniéndose


a ellos.

—No, vamos al comedor —Contestó Edward.

—Suerte entonces —Comentó Heidi quitándole importancia y se


dirigió hacia el ascensor.

—Sara, John —Edward llamó la atención de los dos chicos. — ¿Vienen


con nosotros?

—Muchas gracias por su amable invitación Señor Cullen. —Habló


primero John con su típico aire de suficiencia y empleado adulador. —
Pero ahora tengo un almuerzo con mi tutor, para finiquitar unos
puntos sobre mi trabajo de grado.
—Yo sí voy con ustedes, Señor —dijo Sara de forma tímida. Bella le
sonrió, agradeciéndole mudamente que no la dejara sola con él,
porque, aunque no estarían solos, no quería más habladurías de las
que ya Jessica había divulgado. Sara le había contado que ya varios
empleados comentaban que la chica nueva de Presidencia, pasaba
demasiadas horas con el jefe, y que luego se iban juntos mucho tiempo
después de terminada la jornada laboral, y esos eran solo los que no
sabían del altercado con Jasper. Bella estaba muy molesta por todo eso,
pero no por ella, sino porque llegara a oídos de su amigo, que por la
manera como se comportaba, lo más seguro es que ya Jessica le hubiera
informado de las últimas noticias.

Los cuatro se dirigieron al otro ascensor. John continuó, mientras que


los otros tres se bajaron en el piso del comedor.

La mayoría de los empleados, sobre todo los más jóvenes, miraban


boquiabiertos cómo el Presidente de CullenWorld, se ubicaba en lo
último de la fila para comprar el almuerzo.

— ¡Jovencito, ya era hora de que te bajaras del pedestal! —Un hombre


de unos sesenta y cinco años, cabello rubio, casi blanco y algunas
arrugas surcándole los ojos, le colocó una mano en el hombro a
Edward.

— ¡Stuart! —Exclamó Edward. —Pensé que ya habías dejado este


mundo hacía mucho tiempo.

—Todavía no te voy a dar el gusto muchachito —El hombre se irguió


orgulloso. —Soy un roble, y todavía tengo energías para pegarte unos
buenos coscorrones como te sigas metiendo conmigo.

— ¡Tranquilo! Viejo cascarrabias. —Respondió Edward levantando las


manos en signo de rendición, y sonando divertido. —Con los que me
diste cuando niño fue suficiente.
—Eso espero. —El hombre se giró para mirar a Bella que se encontraba
sorprendida por el intercambio tan informal que habían tenido los dos
hombres. —Tú eres la chica que está haciendo de asistente de este
hombre, ¿Cierto?

—Así es Señor, Bella Swan —Se presentó.

—Stuart Sutton. —Extendió la mano para recibir la que la chica le


ofrecía. —Y como Jefe del Departamento de Presupuesto por más de
treinta años y conocedor de la familia Cullen, te aconsejo que tengas
mucha paciencia con este de aquí —dijo señalando a Edward. —Es un
malcriado que le gusta que se haga lo que él dice, y nada más. —
Edward resopló. —Te lo digo yo que muchas veces tuve que sacarlo a
rastras de mi oficina cuando tenía ocho años, porque pretendía usar
mis barcos de colección para ponerlos a navegar en los fregaderos de
las cocinas.

— ¡Me gustaban tus barcos! —Replicó Edward falsamente


enfurruñado.

— ¡Pero estaban más seguros en mi repisa! —Defendió el anciano.

Sara y Bella rieron. Le parecía increíble que un hombre como Edward,


tan autoritario y exigente, se tratara de esa manera con sus empleados,
y sobre todo, que su niñez haya sido, al menos en un sentido, como la
de cualquier otro. Aunque pensándolo mejor, ya eran tres las personas
que decían que Edward era un malcriado, y por experiencia propia, ya
se sentía con autoridad de confirmar esa teoría.

Algunos empleados, observando el intercambio de palabras entre los


dos hombres, se acercaron a saludarlo, y los que estaban antes en la fila
le ofrecieron avanzar en los puestos. Bella se sorprendió aún más al
darse cuenta, de que Edward conocía los nombres de la mayoría de sus
empleados, y a los que no, recordaba en qué área estaban trabajando.
Luego de escoger del bufet lo que comerían, Edward insistió en llevar
la bandeja de Sara y Bella hasta la mesa y luego regresar por la suya.

—Trato amable con empleados y caballeroso con las damas, no me


extraña de ti. —Comentó Bella en tono sarcástico.

—No sé por qué el sarcasmo ne… Bella —Se corrigió enseguida,


cuando Bella lo miró con advertencia y enseguida a Sara, que al
parecer no estaba prestando atención. —Todas las hojas de vida pasan
por mis manos, me gusta saber a quiénes se emplea, y aunque confío
plenamente en Billy, prefiero estar al tanto de todo. Además, ¿por qué
no habría de tener un trato amable con ellos? Son los que sostienen la
empresa, sin ellos todo esto se vendría abajo. Yo no soy de esos jefes
cabrones que se pasean por los corredores como si fueran dioses
mirando su reino, ¡eso es ridículo! Eso solo lo hacen los que nunca han
tenido control de nada, y cuando adquieren un poco de este, ya creen
que tienen a Zeus agarrado de las pelotas.

Bella lo miraba con atención, le impresionaba ver cómo un hombre


como él, podía tener pensamientos tan acertados, y más aún, tan
parecidos a los de su padre. —Si un jefe es arrogante, no merece el puesto
que ocupa, mi niña. —Era lo que su padre siempre le decía cuando veían
el caso en alguna película o de algún conocido.

—Y con respecto a lo de ser caballeroso. —Continuó Edward. —Uno


debe serlo con todas las mujeres, incluso las que no se lo merecen. Un
hombre que solo lo es con ciertas mujeres, entonces no es caballeroso,
solo es un maldito hipócrita que sabe lo que le conviene —Terminó
Edward encogiéndose de hombros, como para remarcar lo obvio.

— ¿Me estás diciendo que tú nunca has usado a una mujer para tu
propio beneficio o placer?

Preguntó Bella con ironía.


—No se usa a una mujer cuando ella misma se ofrece Bella. Y aún en
esos casos, ser un patán no es de hombres, solo de cobardes.

— ¡No te entiendo Edward! —Bella bajó la voz para que Sara no


pudiera escuchar. —Me retienes de esta manera, me chantajeas, me
humillas, y aún así ¿piensas todo eso? De verdad que no lo entiendo.

—Isabella. —Pronunció su nombre mirándola a los ojos. —Se usa a una


persona, cuando solo se espera algo efímero de ella sin que esta tenga
conocimiento, y luego se deja tirada cuando ya no sirve más. El tener
una aventura con una mujer no es usarla si ella sabe a qué atenerse. El
despreciarla de forma humillante no es de hombres, es de maricones
desmadrados con ínfulas de grandeza. Hay mujeres que les gusta eso,
pero solo porque son una extensión de ellos, no creen merecer algo
mejor y se aferran al que les presta atención así sea para ofenderlas. Yo
no soy un hombre de rosas ni serenatas, ni siquiera sé conquistar a una
mujer, nunca he tenido que hacerlo. —Se encogió de hombros. —Me
gusta tomar lo que quiero sin importar las consecuencias, pero no me
gusta humillar a nadie, como te dije, eso es de cobardes que se escudan
en el poder para no demostrar a los demás que no son nadie. Ya
quisiera ver a un hombre así sin poder y sin protección, te juro que no
sería más que una rata asustadiza y llorona. —Rió por un momento de
su propio comentario, enseguida cambió la expresión a una más seria,
estiró un poco la mano y con un dedo rozó la de Bella, quien la retiró
enseguida. —Yo no te estoy usando Bella y mucho menos humillando,
jamás haría algo así, tú misma aceptaste el trato, tú viniste a mí
rogando por tu amigo, yo solo aproveché el momento para obtener lo
que quería.

—Eso se llama manipulación —Refutó Bella.

—No. —Contestó Edward con vehemencia. —Eso se llama


desesperación.
Bella se lo quedó mirando por un momento. El término
"Desesperación" no le gustó para nada. Todos sabían que un hombre
desesperado era capaz de cualquier cosa, y más aún uno como él, con
un razonar tan profundo y un actuar tan descarado.

— ¿Qué es lo que quieres de mí, Edward? —Se encontró preguntando,


cuando su intención solo había sido pensarlo.

Edward la miró fijamente, sus ojos verdes como los de la estatua del
sueño parecían querer traspasar su alma y adentrarse en lo más
profundo de su ser.

— Come Isabella, se nos acaba el tiempo del almuerzo. —Se enderezó


en su asiento y entabló una conversación banal con Sara, para darle a
entender a Bella, que el tema estaba clausurado.

—Bella, mañana vamos a salir a bailar, paso por ti a las 5:30 para ir a la
casa de mis tíos a arreglarnos —dijo Heidi mientras se encontraba
sentada frente al escritorio de Edward, quien revisaba unos
documentos que ella le acababa de entregar.

Bella la miró con interrogación. — ¿Me estás preguntando? ¿O estás


ordenando? —Preguntó.

— ¿Tú qué crees? —Contestó Heidi con sarcasmo.

Bella se mordió el labio, necesitaba hacer una pregunta, y aun así ya se


imaginaba la respuesta, y estaba segura que no le iba a agradar para
nada. — ¿Quiénes van?

—Pues Emmett, Alice, Edward, Jasper, tú y yo.

¡Lo sabía! Pensó Bella. La idea de salir a bailar con Edward, así fuera en
grupo, no le gustaba nada y mucho menos con Jasper ahí. Miró a
Edward por un momento para ver su reacción, pero él no se había
inmutado con la conversación.

—No sé si pueda Heidi, y ¿Jasper dijo que sí?

—De Jasper se encarga Emmett, y tú no me vengas a salir con peros


Bella, ¡porque no te servirán de nada! —Heidi se levantó de su asiento,
caminó hacia ella y le habló haciendo uso de su característica y cruda
sinceridad. —No conoces a nadie aquí en Londres, no tienes trabajo
que hacer, no estudias, no tienes novio, no tienes amigos, no tienes
nada, así que deja de estar inventando excusas y confirma la hora de
una buena vez.

—Gracias por recordarme que estoy sola en este continente Heidi —


dijo Bella con sarcasmo pero a la vez divertida.

—Eso no es cierto —Las dos miraron a Edward sorprendidas, quien se


suponía, estaba concentrado en su trabajo. —Me tienes a mí, y con eso
basta para que no estés sola.

—Preferiría estar en un manicomio, rodeada de locos. —A pesar que


Bella habló más para sí misma que para los demás, Edward la escuchó.

—Yo estoy loco Isabella. —Edward la miró directo a los ojos desde su
escritorio. — No necesitas buscar en otro lugar la obsesión que en mí
encontrarás.

Bella frunció el entrecejo. Una chica de dieciocho años, que nunca se


había topado de frente con la pasión que encerraban actos de maldad y
posesión, no entendió lo que el hombre, al que le temía y despreciaba
al mismo tiempo, le quiso decir.

Heidi, al parecer, necesitando cambiar de tema, insistió a Bella para


que respondiera.
—Olvídalo, no le prestes atención —dijo moviendo una mano para
restarle importancia. —Entonces paso por ti a las 5:30.

—Al menos ¿Puedo invitar a dos amigos? Es que no quisiera que…

— ¿Qué amigos? —Preguntó Edward de forma brusca desde su lugar.

Bella lo miró con rabia. Ahí estaba de nuevo con su autoritarismo y


posesión, pero no iba a reñirle, estaba decidida a respirar hondo y
sobrellevarlo el poco tiempo que ahí estuviera. Aunque tenía solo
dieciocho años, sabía de gente mucho más joven que había muerto de
un infarto, y ella no pensaba sufrir algo así en medio de una rabieta, y
mucho menos si esta se producía por culpa de Edward Cullen.

Cerró los ojos por un momento y contestó: —Son Jacob el hijo de Billy
Black y Sara. Ellos nos han recibido muy bien y, —Miró a Heidi con
fingida molestia. —A diferencia de lo que algunas personas creen, son
nuestros amigos y teníamos planes de reunirnos y ver algunas
películas.

Bella quería que Jacob y Sara se conocieran. La chica rubia ya había


visto al joven una vez y confiando en Bella, le había contado que le
parecía muy guapo, pero dudaba que alguna vez se fijara en ella. Bella
le había comentado a Jasper, sin entrar en detalle sobre los
sentimientos de su amiga, que quería incitar algo entre los dos. Jasper
no muy convencido de que su amigo se pudiera fijar en alguien como
Sara, había accedido renuentemente, y solo por complacerla, a invitarlo
al apartamento ese fin de semana.

—No quisiera dejarlos plantados —Terminó mirando aún a Heidi.

—Por mí no hay ningún problema. Solo dile a la chica que esté en tu


casa a esa hora, para recogerlas juntas. —Heidi corrió la silla que
estaba junto a Bella y se sentó. Edward no dijo nada y volvió su
atención a los documentos.
—Yo les digo entonces. —Bella bajó la voz para que Edward no
escuchara. —Heidi, ¿Qué me pongo de lo que compramos? En Seattle
no salía a bailar, a menos que fuera una fiesta de cumpleaños de algún
conocido, y en su casa. No sé qué se está usando y menos aquí.

—Heidi, pasa más temprano por ella y cómprale un vestido, zapatos,


lo que necesite.

— ¡¿Estás aquí o estás allá?! —Preguntó Bella exasperada. Ese hombre


estaba siempre pendiente de lo que hiciera y dijera, y tomaba
decisiones sobre ella con la mayor naturalidad posible, como si tuviera
algún derecho a hacerlo.

—Estoy donde se me dé la gana —Contestó Edward de forma


monótona, como restándole importancia a la molestia de Bella. —
Llévense a Sara también, lo más seguro es que no tenga nada que
ponerse.

—Tú no tienes por qué estar comprándole cosas a Sara —dijo Bella con
los dientes apretados, pero enseguida se arrepintió del comentario. Su
idea no era sonar celosa, porque no lo estaba, pero le molestaba el
hecho de que Edward hiciera algo así por ella, solo porque era su
amiga y también necesitara tener control sobre ellos.

Edward despegó los ojos de los documentos y los clavó en Bella. Su


mirada era seductora y la acompañó con una sonrisa torcida de
satisfacción y diversión. Se levantó de su asiento y caminó lentamente
hacia ella. Si Bella no hubiera tenido sentimientos previos de fastidio y
rabia hacia él, ese hombre le habría parecido extremadamente sexy. Se
acercó a ella y colocando una mano en el respaldo de la silla y otra en
la mesa, se inclinó y dejó su rostro a pocos centímetros del de ella.

— ¿Debo creer que estás celosa? —Habló pausadamente, como


saboreando cada palabra en su boca para luego acariciarla con ellas.
¡Ni siquiera le importa que Heidi esté aquí! Pensó Bella indignada, aunque
ya sabía perfectamente que el hombre era un descarado. No quería
demostrarle temor, sabía que eso podía enardecerlo más, pero sí estaba
dispuesta a manifestarle toda su animadversión hacia él.

Bella miró por un momento en la dirección de Heidi, y la vio abriendo


la puerta para salir de la oficina. Había estado tan concentrada, que no
había escuchado ni siquiera sus tacones repiqueteando en el suelo.
¡Maldita traidora!

Miró de nuevo a Edward y acercando aún más su rostro al de él,


buscando enfatizar sus palabras como hacían los malos en las películas,
habló apretando la mandíbula.

—No me importa en quien gastas tu dinero, solo no quiero que


manipules a mis amigos con tu maldito poder.

Bella se lo quedó mirando, inmóvil. Esperaba una respuesta agresiva


por su parte, o lo que fuera, pero en ese momento cayó en la cuenta de
que Edward no la miraba a los ojos, sino un poco más abajo.

Edward estaba embelesado mirando sus labios. ¡No será capaz… Tenía
que retroceder enseguida y así lo hizo, pero el pensamiento no llegó lo
suficientemente rápido a su cerebro, ni la orden al resto del cuerpo.
Sintió como algo húmedo y cálido le acariciaba suavemente el labio
inferior. Fue solo un leve roce, pero suficiente para alcanzar a
enardecer su ira, y extrañamente, a activar algo desconocido en su
cuerpo.

Con cuerpo y mente en una refriega sin precedentes, se terminó de


retirar bruscamente, para comprobar, al ver a Edward cerrando la
boca, que había sido precisamente su lengua la que había rozado sus
labios.

Bella no dio para pronunciar palabra. Su cerebro le gritaba que lo


golpeara, lo insultara; pero la suave y fugaz sensación que había
experimentado, la mantuvo observándolo con expresión de confusión
en el rostro.

Lo que había sentido era nuevo para ella, no se imaginaba que algo tan
simple podía producir una sensación tan placentera. Fue como si una
suave brisa de verano, pasara sobre ella, adentrándose en su ropa y
acariciando delicadamente su piel; pero no fue frío lo que sintió, sino
una calidez que la recorrió centímetro a centímetro, poro a poro, y
luego como ave que encuentra el nido, se instaló en la parte baja de su
vientre, para ahí, sacudir sus alas levemente, y enseguida levantar
vuelo de nuevo, fuera de su cuerpo. Fue algo tan efímero, que no sabía
si creer que en realidad había sucedido, o solo fue producto de su
imaginación.

De lo que sí estaba segura era de la rabia que sentía, esa sí estaba


latente en su cabeza como una serpiente enroscada a punto de atacar, y
al parecer así sucedió. Una vez que el reptil, atrapó a la avecilla en
pleno vuelo, y la devoró por completo, solo un sentimiento quedó para
hacer frente a la situación.

Levantó la mano derecha y haciéndola volar en arco, la estampó


fuertemente contra la mejilla izquierda de Edward, sobre la cual, ya
solo quedaba un leve indicio de la pelea con Jasper.

La cara de Edward, giró hacia un lado por el golpe, enseguida volvió


su rostro de nuevo a ella y se enderezó lentamente, sin quitarle la
mirada de encima. Su ceño estaba fruncido, y la mandíbula la tenía
fuertemente apretada, pero a diferencia de lo que Bella imaginaba, el
hombre dio media vuelta caminando de regreso a su escritorio, se
sentó y retomó la revisión de sus documentos.

—Mañana Sara y tú irán a comprar los vestidos con Heidi y Alice. —


Habló como si ordenara algo sin importancia a uno de sus empleados,
pero había algo en la forma pausada de decir las palabras, que no
dejaba cabida a la negación.
— ¡No! —Bella no levantó la voz, pero la palabra sonó con
determinación.

Edward pasó una mano por su cabello, y tiró de él con fuerza, como si
el dolor pudiera apaciguar lo que sea que estaba sintiendo en ese
momento. Giró el rostro hacia su dirección y la miró directamente a los
ojos. Lo que esos pozos verdes demostraron, aún a esa distancia,
paralizaron a la chica: Locura y rabia contenida, todo eso formando un
remolino violento que giraba en torno a su iris.

— Te recuerdo, que tú y yo tenemos un trato. —Su voz la paralizó aún


más. Era como la suave y pacífica superficie de altamar, bajo el cual se
estaba formando el tsunami que silenciosamente arrasaría con la costa
más cercana. —Y si tú lo rompes, yo no dudaré en hacer lo mismo. ¿Te
quedó claro?

Bella, con un fuerte sentimiento de frustración atenazándole el pecho,


se levantó de su asiento y salió lo más rápido que pudo de la oficina.

— ¡Isabella! ¡Maldita sea! —Fue lo último que escuchó antes de cerrar


la puerta.

— ¿Estás segura? —Preguntó Sara con incredulidad. —Vas a salir a


bailar con los Cullen y dijeron ¿Que yo podía ir?

— ¡Que si! Sara, ya te lo he dicho varias veces. —Respondió Bella ya


algo exasperada. —Heidi me invitó, le dije que los invitaría a Jacob y a
ti, y ella dijo que sí. No hay ningún problema.

Sara se quedó pensativa por un momento, mirando algo que le pareció


interesante en el piso. —Nunca me han invitado a nada parecido. —
Levantó la cabeza y la miró con algo de angustia. — ¡Ni siquiera sé
bailar! No tengo ni idea qué ponerme, en realidad no creo tener algo
que ponerme. No, definitivamente yo no voy.
—Lo de la ropa es otro asunto —dijo Bella mordiéndose el labio. —
Edward… él quiere que… que salgamos con su hermana y Heidi a
comprar lo que nos pondremos.

—Bueno, al menos tengo la escusa de que no tengo dinero. —Sara se


encogió de hombros.

Bella arrugó la cara, no sabía cómo decirle que el dinero no era un


problema, o más bien, que era el más grande.

—Creo que no has entendido, Sara. Edward quiere que compremos…


con su dinero.

— ¡Que!

— ¡Baja la voz! —Le exigió Bella mirando hacia todos lados, y


agradeció que estuvieran solas en una de las pequeñas cafeterías. Eran
las 6:20 de la tarde, y los pocos empleados que aún quedaban estaban
en sus oficinas afanados por terminar sus trabajos.

—Ahora sí enloqueciste, —Bella negó rápidamente. —o entendiste mal.


Definitivamente es eso, entendiste mal.

—No, Sara, me lo repitió dos veces. —Y no de muy buena manera que


digamos —Pensó. —Si quieres vamos a preguntarle.

—Es que Bella, yo entiendo que lo haga contigo, pero…

— ¡Oye!

—No me malinterpretes. Te he podido conocer bien en estas semanas y


sé que los cuentos de Jessica no son ciertos. —Sara miró a todos lados,
acomodó sus gafas y bajó la voz. —Pero es imposible no darse cuenta,
sobre todo para los que estamos ahí todo el día, que tú le gustas al
Señor Cullen, y mucho. Después de lo que pasó con Jasper en la oficina
del Señor McCarty, se han tejido miles de historias, claro entre los más
jóvenes, los veteranos no se meten en esos asuntos, y todo eso a pesar
que Heidi se encargó de explicar que todo había sido un malentendido
por unos documentos y no sé qué más. —Bella tenía la cara tapada con
las manos y la movía de un lado a otro. Soy la puta de CullenWorld,
Jasper tenía razón. Sara pareció leer sus pensamientos. —No te
angusties, lo importante es que tú sabes la verdad y tus amigos
también.

—Todo esto es culpa de Edward.

—No le eches la culpa, esa clase de hombres están acostumbrados a


conseguir lo que quieren, y al no tenerlo actúan de esa manera. —Sara
se inclinó un poco. — ¿Cuánto te apuesto que con una sola de sus
sonrisas, ha tenido a cuanta mujer ha querido metida en su cama?

Bella levantó el rostro y se la quedó mirando extrañada. — ¿Cómo


sabes todo eso?

—Lo he visto en las películas y leído en los libros —dijo la rubia


encogiéndose de hombros.

Bella rió, la chica compartía sus mismos gustos, pero casi enseguida
volvió a estar seria. —No importa, después de todo tienes razón,
aunque no se me quita la idea de que Jasper no me cree. Me llama a
cada cambio de clase que tiene, cuando llega al apartamento me
pregunta si estoy bien, si tengo algo que decirle, me dice que puedo
confiar en él, cosas así. Estoy segura de que él cree que tengo algo con
Edward, a pesar de que le he dicho mil veces que no es así.

— ¿No has pensado en hablar con el jefe sobre eso?

—Con él no se puede hablar, es autoritario, arrogante, insinuante… —


Bella se ruborizó fuertemente al pronunciar la última palabra, en
realidad se le había salido. Sara le sonrió con comprensión.
—Tú tampoco le tienes mucha paciencia que digamos, varias veces has
salido de esa oficina echando chispas. —Sara torció la boca. —Incluso
he tenido que frenar los comentarios malintencionados de John.

— ¿Paciencia? —Exclamó Bella ignorando la referencia de John, ese era


el que menos le interesaba. —Sara, ¿Cómo te sentirías si ese hombre
estuviera todo el día pendiente de ti, ordenándote cosas como si fuera
tu dueño, y haciéndote ojitos cada vez que puede?

—Pues yo no sé, pero sí te puedo decir que la mayoría de las mujeres


de Londres, de cualquier edad, estarían encantadas de estar en tu
lugar. —Sara miró su reloj y continuó. —Él es uno de los solteros más
cotizados de Inglaterra, incluso algunas chicas de la nobleza están
detrás de él, según las revistas. Así que, según las estadísticas, deberías
sentirte afortunada.

— ¡Estás loca, y están locas todas! —Dijo Bella arrugando la cara. —Por
mí que vengan a ocupar mi lugar cuando quieran, yo le pongo un
moño de seda en el cuello y se los regalo sin rechistar.

Sara soltó una carcajada. —No me lo imagino usando un lazo rojo en el


cuello, eso debe ser muy gracioso.

— ¡No te rías! Que esto es serio. —Exigió Bella riendo a su vez.

—Lo siento Bella —dijo Sara controlando los espasmos. —Pero sí te


reitero que es mejor que hables con él. Yo no sé nada de relaciones,
pero en la universidad nos enseñaban sobre relaciones interpersonales
y diálogo conciliatorio. Lo mejor para solucionar un problema es
hablarlo, y si definitivamente, no se llega a ningún acuerdo, usa sus
debilidades en su contra y ¡Destruye, destruye la maldita empresa!

Bella se la quedó mirando sorprendida por el arrebato de energía que


acababa de tener su amiga. Por un momento pensó que la mujer se iba
a abalanzar sobre ella.
Sara se dio cuenta de la reacción de Bella y encogiéndose de hombros
explicó: —Eran las palabras favoritas del Señor Lauper, cuando nos
impartía la clase de "Estrategia empresarial".

—Definitivamente… ¡Estás loca! —Logró decir Bella en medio de


fuertes carcajadas.

El timbre de su celular sonó y riendo aún, lo revisó.

¿Dónde estás? Te necesito aquí conmigo, ven enseguida.

—Tengo que ir a cambiarle el pañal al niño —dijo Bella torciendo la


boca.

Sara volvió a reír. —Yo también me tengo que ir ya. —Pasó una mano
por la mesa y tomó la de Bella, antes de que esta se levantara. —
Piénsalo Bella, es mejor que hables con él, así sea para saber a qué
atenerte.

Bella asintió. Quizás su amiga tenía razón. —Lo del vestido es cierto.
Te espero mañana a las cinco, no me vayas a dejar sola en esto.

Sara asintió frunciendo el ceño, la idea le agradaba tan poco como a


Bella.
CAPÍTULO 7

...
Me introduces en tu mundo,
un lugar nuevo para mí.
Me envuelves en todas tus pasiones,
y yo sin poder evitarlo empiezo a sucumbir.
Tengo miedo de todo lo nuevo,
tengo miedo de ti, pero mas aún de mí.
...

— A ún no puedo creer que esto esté sucediendo Bella. —Sara Flint


miraba los detalles de la limusina y a la misma Heidi de reojo.

—La vida puede cambiar en un segundo, de eso soy testigo. —


Contestó Bella en un susurro, imitando a su amiga para que Heidi no
la oyera.

—Somos ricos no ogros, querida. —Dijo Heidi mirándose las uñas con
indiferencia.

—Por lo que veo, la súper audición es de familia. —Comentó Bella


sarcásticamente.

—Es que en mi familia, sí nos lavamos los oídos. —Contestó Heidi


remarcando las palabras "familia" y "oídos", pero más que todo en son
de burla, por lo que las tres chicas rieron.

Hacía unos minutos que Heidi, había pasado a recogerlas al


apartamento de Bella en una limusina plateada Porsche Cayenne, que
era lo suficientemente larga, para angustia de ella y Sara. Por dentro
los sillones eran de cuero, con listones de madera oscura en los
laterales del techo, y un mini bar muy bien equipado.

Según la mujer dijo, iban a recoger a Alice a su casa para ir a comprar


los vestidos y almorzar, luego regresarían para arreglarse.

La hora del encuentro la cambiaron cuando Heidi le avisó a su prima


lo que debían hacer, pero todavía las dos chicas guardaban la
esperanza de ahorrarse el ir de compras.

—Heidi… —Dijo Bella en un susurro que sonó temeroso.

—Sé lo que vas a pedir y la respuesta es ¡No! —Heidi ni siquiera la


miraba directamente—. Si Edward se entera que les prestamos los
vestidos nos mata a Alice y a mí, y yo soy muy joven y hermosa como
para morir aún.

—El Señor Cullen no se tiene que enterar. —Trató Sara de argumentar.

Heidi alzó una ceja y la miró. — ¿Estás hablando de mi primo? O ¿De


otro Señor Cullen?

—Sara tiene razón. —Bella ignoró la pregunta sarcástica de la mujer—.


Él no conoce todos los vestidos que ustedes tienen, los hombres casi no
se fijan en eso.

—Si no quieres prestarnos los vestidos, lo entiendo. —Comentó Sara


tímidamente—. Pero podrían ser unos que ya no uses o que pienses
desechar…

— ¡El problema no es prestarles los malditos vestidos Sara! No tengo


ningún inconveniente en que usen mi ropa, y estoy segura que Alice
tampoco. —Dijo Heidi algo exasperada, luego cerró los ojos y suspiró
lentamente. Ojalá el bipolar usara esa misma técnica para relajarse. Pensó
Bella.
—Es que entiéndenos. —Suplicó Bella—. Nosotras no estamos
acostumbradas a este tipo de cosas, es algo abrumador y sabes
perfectamente que no está bien recibir esa clase de regalos en esta
situación. —Completó Bella, mirando a la mujer con intensidad al decir
las últimas palabras.

—Las comprendo perfectamente… Está bien, les prestaremos algo. —


Las dos chicas suspiraron aliviadas—. Pero lo más seguro es que a
Alice no le guste la idea.

—Tú puedes convencerla. —Afirmó Bella.

—De todos modos Bella… —Heidi se inclinó un poco hacia adelante


para reafirmar lo que iba a decir—. Es mejor que te acostumbres a todo
esto, porque las personas que estamos cerca a Edward lo vivimos
constantemente.

Bella no dijo nada, no quería comenzar ese tipo de conversación con


Sara presente, porque aunque ella sabía la mayor parte de todo, no
conocía ciertos detalles, por lo que solo desvió la mirada y se mordió el
labio.

Entendía lo que representaba ser familia o alguien cercano a un


hombre como él, pero a lo que la chica no lograba encontrarle lógica,
era a ¿Por qué tenía ella que pertenecer a ese círculo? ¿Cómo encajaba
ella en todo eso? No era tonta, era consciente de que Edward quería
algo con ella, lo más seguro solo llevarla a la cama y luego de unos
días, se cansaría y la botaría, como seguro había hecho con muchas
mujeres, así él dijera que nunca las había humillado. Pero ella no era
así, le molestaba que él lo pensara, que creyera que todas eran iguales,
que se dejaba deslumbrar por una gran chequera y una cara bonita -
hermosa en realidad-, pero que aún así no era suficiente para obviar el
hecho de que solo la trataría como a una más.
No quería exactamente que la sedujera de una manera más
"diplomática", ella no era de las chicas de rosas y chocolates, le gustaba
comerlos, pero no recibirlos en cajas con formas de corazón, junto con
un peluche que dijera "te amo". Definitivamente eso no iba con ella, era
más de la pasión y la apropiación.

Su experiencia en cuestiones de amor era nula, pero siempre soñó con


ese hombre que llegara y le dijera que le pertenecía y apretándola
fuertemente de la cintura le robara un beso apasionado.
¡Maldición! Edward era un hombre capaz de enloquecer a cualquier
mujer -no tenía la menor duda-, y era eso precisamente lo que quería
evitar. Ya se imaginaba cuantas mujeres habían caído en sus redes y
ahora, lejos de él, lloraban su lejanía y anhelaban su compañía. Él era
alguien de mundo, capaz de conseguir a quien deseara y por eso estaba
segura, que con ella solo quería una aventura.

No era que deseara tener alguna relación seria con él, pues había algo
que no le inspiraba confianza, algo que le indicaba que corriera, que le
temiera, además de la diferencia de edades que también la ponía en
alerta, pero estaba segura de que si su acercamiento no hubiese sido
tan insinuante de la manera "playboy sin escrúpulos" recordándole al
aprovechado del jefe grasiento de su madre, al menos podrían llevarse
bien, pero eso sí, nunca tendría nada con él, de eso estaba segura.

Al poco rato llegaron a la casa de Alice, que vivía con sus padres. "La
mansión" como les indicó Heidi que le había colocado su diseñador, se
veía cómoda, pero al mismo tiempo elegante y sofisticada. Enormes
ventanales cubrían toda la fachada y por dentro era la muestra perfecta
del buen gusto y la distinción.

— ¡La casa de mis padres cabe en esta sala! —Comentó la rubia en voz
baja a Bella.
—Y te aseguro que mi apartamento actual cabe en la cocina. —Las dos
chicas rieron pero enseguida se recompusieron cuando vieron a Alice
acercarse.

— ¡¿Se puede saber cómo es eso de que ya no vamos a ir de compras?!


—Alice tenía las manos puestas en sus caderas y una expresión que
asustaba a cualquiera. Heidi se encontraba detrás de ella con una
sonrisa burlona. Bella suspiró, al parecer convencerla a ella sería más
difícil que lo que fue con su prima.

— ¡Alice! A los invitados se saludan cuando llegan, no se regañan. —


La chica bufó y cruzó sus brazos en su pecho. La mujer que había
hablado con tono reprobatorio y el ceño fruncido, era un poco más alta
que Alice, el cabello era de un brillante, hermoso color caramelo y los
ojos eran de un profundo color azul, cálidos y maternales, que
combinaban perfectamente con su rostro amable y sincero, y por sus
facciones no había ninguna duda de quién era—. ¿No me vas a
presentar a tus amigas? —Lo último lo dijo con una sonrisa en los
labios.

Alice también cambió por completo la expresión de su rostro a una de


alegría. —Mami, te presento a Bella Swan, la chica de la que te hablé y
ella es Sara Flint, la pasante de Edward.

La bipolaridad es otra condición que comparte esta familia.

La mujer se acercó y abrazó afectuosamente a las dos chicas, quienes


recibieron el gesto con un poco de incomodidad, pero con sonrisas
sinceras. —Es un gusto conocerlas, soy Esme Cullen, la madre de
Edward. Díganme ¿Es un buen jefe, o son muchas las veces que han
deseado cumplir el sueño de todo empleado?

No se imagina cuántas. Pensó Bella riendo al mismo tiempo que Sara. —


Es soportable. —Contestó, era la manera más decente que tenía de ser
sincera.
— ¿Soportable? —Preguntó Heidi con indignación—. Es el peor jefe
que existe tía, es mandón, arrogante, exigente, un maldito imbécil
come mierda…

— ¡Heidi! ¿Qué clase de palabras son esas? —Esme la reprendió y


luego se giró de nuevo a las invitadas—. Lo siento chicas pero los
hombres de esta familia no son un muy buen ejemplo para estas dos.

Las dos sonrieron y Sara por fin se atrevió a hablar. —No se preocupe
Señora Esme…

—No querida, nada de señora, no soy tan vieja para ese apelativo,
llámame Esme. —Dijo la mujer con una sonrisa. Si a Bella le quedaba
alguna duda de que esta familia, a pesar de su dinero, eran amables y
sencillos con las personas de menor nivel económico, dejó de existir en
ese momento.

Por fin pasaron a la habitación de una refunfuñante Alice. La


decoración era en tonos morados y plateados. La pared del fondo era
plateada con círculos blancos de todos los tamaños, y las paredes
laterales eran de un color moras en leche, con muebles de estilo
moderno en metal y cuero lila. Ángela amaría esta habitación.

Luego de terminar de convencer a la chica de que no era necesaria la


compra de vestidos, más aun cuando Bella revisó el gran vestidor de
Alice, en el que había ropa que todavía tenía la etiqueta puesta. Se
apresuró a argumentar:

—Alice ¡Esto parece una tienda!—Exclamó Bella luego de que Alice se


los abriera.

—Qué exagerada Bella, esta es solo la ropa de uso diario y cosas así, la
de invierno y viajes está en otra habitación. —Contestó la chica
agitando el brazo para quitarle importancia al comentario.
Bella y Sara se miraron, definitivamente, encajar con esas personas no
era nada fácil para dos chicas sencillas como ellas, por lo que Bella
agradeció por estar segura de que nunca pertenecería a esa familia.

Luego de medirse varios vestidos, tanto de Heidi como de Alice, Bella


terminó con un vestido azul rey, escote en forma de corazón, justo
hasta la cintura y que abría un poco hacia las caderas, con varias capas
en caída de tela de seda del mismo tono, a pesar de que pertenecía a
Heidi, que era más alta que ella, le quedaba bastante corto.

—Heidi ¿Cómo puedes decir que esto es tuyo? —Preguntó Bella


tratando de halarse un poco la falda—. Tú eres más alta que yo ¿Estás
segura que no es una blusa?

Heidi rodó los ojos. — ¿Cómo se te ocurre que va a ser una blusa? En
realidad el vestido no era para mí, lo compró Alice hace un par de
meses, pero no le gustó como le quedó y yo quedé en probármelo, pero
se me olvidó y ya pasó el tiempo para devolverlo, así que no importa,
porque a ti te queda perfecto.

—Es demasiado corto. —Refunfuñó de nuevo.

— ¡Ay ya Bella! Te vuelves cansona cuando te lo propones, te lo


quedas y punto. —Heidi batió los brazos en señal de exasperación—.
¡Por Dios! ¿Cómo te soportas a ti misma?

Sara se acercó a Bella disimuladamente y le dijo: —Es mejor que no


digas nada más, al menos tú tienes buen cuerpo, yo soy un desastre.

—Tú ya deja de quejarte. —Intervino Alice—. Tienes un cuerpo


excelente, lo que pasa es que lo escondes tras esas ropas horrorosas que
usas.

La chica tenía razón, Sara aunque no tenía muchas curvas, pues más
bien era de senos pequeños y caderas algo angostas, no era flaca del
todo, lo que le daba una forma bonita, sobretodo que sus piernas eran
bien torneadas aunque algo blancas para el gusto de los hombres. Era
del mismo alto de Bella, pero por falta de relleno, terminó con uno de
los vestidos más largos de Alice, que de igual forma le quedaba corto,
pero no tanto como a Bella.

Luego de que cada una tuviera ya su vestido escogido, pasaron a


almorzar. Esme les había preparado Roast Beef en salsa Horseradish y
ensalada de brócoli con zanahorias y patatas, pero ellas decidieron
comer en la habitación de Alice.

—A mi padre lo conocerás después Bella, pues ya Sara lo conoce de la


oficina. —Comentó Alice—. Tuvo que viajar esta mañana temprano a
Plymouth para la revisión de un negocio y no regresa hasta mañana,
mi mamá lo iba a acompañar, pero cuando supo que ustedes venían
prefirió quedarse para conocerlas.

— ¿Tu padre también trata los negocios de la empresa? —Preguntó


Bella.

Heidi fue la que contestó: —Nunca los ha dejado. Cuando son negocios
con algún viejo amigo, prefiere él hacerse cargo junto con mi padre,
están los dos allá.

Bajaron a llevar la vajilla, y prosiguieron a escoger los zapatos. Sara


quedó con unos de Alice pues sus pies eran una talla más pequeños
que los de Bella que escogió unos plateados de Heidi.

Alice quería que Sara usara unos tacones bastante altos, pero luego de
varios tropiezos y tambaleos por parte de la chica, desistió y le entregó
unos un poco más bajos, sin dejar de ser considerados altos.

Casi enseguida llegaron dos chicas que les arreglarían las uñas. Rieron,
contaron chismes de personas que Bella y Sara ni siquiera conocían,
pero les parecía muy divertido cómo las demás contaban las vidas
íntimas de otros y al parecer, las manicuristas, sí sabían de quienes
estaban hablando, pues agregaban uno que otro dato a las historias que
se contaban.

Cuando terminaron, las mismas chicas las ayudaron a cepillarse el


cabello para que no se dañaran las uñas. Todas decidieron usar el
cabello suelto, y Sara, aunque reacia al principio, la convencieron de
que tenía un muy bonito cabello rubio.

Más tarde las manicuristas se fueron y empezó todo el proceso del


maquillaje, afortunadamente a ninguna de las dos les obligaron a usar
tonos muy fuertes, solo algo que acentuaba sus rasgos y las hacía lucir
muy bien en realidad.

— ¡Niñas llegaron los chicos! —Gritó Esme desde el pasillo. Bella sabía
que Emmett llegaría con Jacob y Jasper, quienes quedaron en llegar a la
casa del primero. Edward sí llegaría solo.

—Yo no sé si pueda salir vestida así ante ellos. —Dijo Sara


retorciéndose las manos nerviosamente.

—Y se puede saber ¿Por qué? —Preguntó Alice con una ceja alzada.

—Porque dos de ellos son mis jefes, otro es un compañero de trabajo, y


el último… —Se interrumpió para morderse el labio inferior como otra
señal de nerviosismo.

— ¡El chico que te gusta! —Gritó Alice dando saltos y aplaudiendo.

— ¡Baja la voz por favor! —Rogó Sara en un susurro.

—Más aún tienes que bajar Sara. —Dijo Heidi aplicándose perfume—.
No eres una gran belleza pero por cómo te vez ahora, estoy segura que
lo dejarás boqueando como pez fuera del agua.

Sara que ya conocía la tan cruda sinceridad de Heidi, se ruborizó, pues


sabía perfectamente que ese era un cumplido.
Luego de un buen rato, en el que se aplicaban perfume, se miraban de
nuevo en el espejo, jugaban con el cabello de la otra para darle mejor
forma, conversaban de cualquier trivialidad y terminaron de convencer
a Sara de que se quitara los anteojos, pues según ella misma había
afirmado podía andar sin ellos sin caer o estrellarse contra algo,
bajaron a la sala a encontrarse con los chicos.

Heidi y Alice fueron las primeras en bajar.

Los chicos se encontraban sentados conversando, incluso Edward, al


ya no tener dudas sobre los sentimientos entre Bella y Jasper,
participaba activamente o incluso hasta reían juntos por algún chiste
malo de Emmett. Jacob, algo intimidado al principio por el trato
directo de los dos grandes jefes de CullenWorld, no tardó en integrarse
perfectamente al grupo cuando Emmett, dándole un fuerte golpe en la
espalda, se había burlado porque tenía a su padre en la casa y en el
trabajo, gritándole y dándole órdenes todo el día.

Cuando sintieron los tacones sonando por las escaleras, se levantaron y


se asomaron.

Alice luego de saludar a todos, se ubicó de un lado de la escalera y


Heidi hizo lo mismo del otro lado.

—Chicos, mi querida prima y yo, tenemos el honor y el placer de


presentarles a… —Alice se detuvo por un momento para darle
suspenso a la situación.

—Pareciera que están presentando a unos fenómenos de circo, solo


espero que no me toque a mí prime…

— ¡Sara Flint!

— ¡Maldición! —Esa parte Sara no la susurró tanto como la primera.


—Al menos tu vestido no es una blusa larga. —Le dijo Bella al tiempo
que le ponía una mano en la espalda para darle un empujoncito.

Sara empezó a bajar las escaleras y Bella pudo escuchar cómo se hacía
el silencio total. Por la forma de la escalera, que se curvaba al final
estaba oculta de la vista de los demás, al igual que ellos de ella.

Solo se escuchaban los pasos de Sara y la risita emocionada de Alice.


Hasta que se escuchó una gran exclamación:

— ¡Oh mierda! ¡Dónde carajo estaba escondida esta belleza! —La voz
de Emmett retumbó por toda la casa.

Edward, volviendo un poco a la infancia, alzó los brazos y empezó a


batirlos en el aire frenéticamente al tiempo que gritaba roncamente
como si estuviera celebrando un gol de su equipo favorito. Emmett
empezó a imitarlo mientras Jasper se carcajeaba limitándose a
aplaudir.

Si eso hacen con ella, no quiero imaginar qué harán conmigo cuando vean este
vestido tan corto. Pensó Bella mordiéndose el labio nerviosa.

El único que no pronunció palabra fue Jacob. Él solo miraba a la chica,


que ahora parecía que fuera a arder en cualquier momento de lo roja
que estaba. Su mirada recorrió todo el cuerpo de la rubia y tuvo que
tragar para que el líquido no saliera de su boca.

— ¡Traga Jacob! ¡Traga! —Gritó Emmett riendo—. Que tu boca


produce dos litros de baba por segundo.

Todos rieron menos los directos implicados, que desviaron sus


miradas y el fuerte color rojo se instaló en sus rostros.

Incluso Bella rió, pues eso era precisamente lo que quería, que Jacob se
fijara en Sara, y por el grito de Emmett, intuyó que así sucedió.
—Bueno ya chicos, silencio que todavía no hemos terminado. —Dijo
Alice ubicándose en su lugar junto a la escalera—. Y por último pero
no menos importante…

Qué no me vaya a caer Dios.

— ¡Isabella Swan!

La chica tomó aire y empezó a bajar las escaleras. Sus tacones


resonaban más que los de Sara y el corazón le latía al compás de esos
sonidos. No se atrevía a levantar la vista, pues no quería ver las
expresiones de los demás. Al igual que cuando Sara no había ningún
ruido, hasta que de nuevo, Emmett lo rompió:

— ¡Yo me pido las piernas! —Gritó levantando un brazo, como un niño


que pide la palabra en clase.

— ¡No! —El grito enfurecido de Edward acalló cualquier burla que se


pudiera presentar—. ¡Maldita sea! Este vestido está demasiado corto.

—Estoy de acuerdo. —Dijo Jasper de una forma más calmada.

Ya somos tres. Pensó Bella. Por primera vez agradecía los ataques de
rabia de Edward y estaba segura que él podría impedir que saliera
vestida así.

—Por favor, no vengas con tus berrinches Edward, es solo un vestido.


—Alegó Heidi.

—Para mí es perfecto. —Dijo Emmett acercándose a Bella, tomándola


por la cintura con un brazo y alzándola para bajarla de los dos últimos
peldaños. Antes de soltarla, acercó su rostro al de la chica y le dijo—:
Yo no tendría problema en custodiar esas hermosas piernas toda la
noche.
— ¡Suéltala! —Edward empujó a Emmett y arrancando a Bella de sus
brazos, la miró y le ordenó—: Tú vas ahora mismo y te cambias, no voy
a permitir que salgas vestida así.

Bella lo miró con el ceño fruncido, aunque estaba de acuerdo con él, no
tenía por qué darle órdenes de esa manera, no estaban en la oficina, así
que no tenía por qué obedecerle, y sabía perfectamente que si lo hacía,
sería su perdición, pues él lo tomaría como una muestra de sumisión y
ella nunca serviría para serlo en una relación, al menos no por
voluntad propia.

—No tengo por qué hacer lo que me dices. —Bella habló apretando los
dientes, si tenía que salir mostrando las piernas para contradecirlo, lo
haría sin ningún problema—. El vestido me gusta, y voy a salir con él
quieras o no.

—Bella, a mí tampoco me gusta, ve a cambiarte. —Dijo Jasper llegando


a donde ellos.

— ¡Basta! —Dijo Alice acercándose también—. Jasper tú te callas, y


Edward déjala en paz, no vamos a salir solas, iremos con ustedes, los
guardaespaldas estarán ahí, nadie le hará nada.

—Y si alguien se atreve a mirarla de más, yo mismo le partiré la cara.


—Dijo Emmett chocando sus puños.

—Esto es tu culpa. —Acusó Edward a Heidi mirándola


amenazadoramente.

—Tu mirada no me asusta primito. —Heidi agarró la mano de Bella y


la haló hacia ella—. A mí me parece que se ve hermosa. —Alzando la
mano, la hizo girar sobre sí misma—. Vamos a causar furor nena.

Edward se acercó de nuevo a Bella y la miró fijamente—. No te


despegues ni de Jasper ni de mí, y procura mantenerte alejada de
problemas, porque no me va a importar reventar a quien se te acerque.
Bella no le contestó, pero con la mirada, y la sonrisa fingida, le dejó en
claro que ella era libre de hacer lo que le diera la gana.

Luego de despedirse de Esme, quien no se enteró de la discusión por


estar hablando con su esposo por teléfono en su habitación, subieron a
la misma limusina para dirigirse al pub escogido por Alice y Heidi.

Bella estaba sentada entre Jasper y Heidi en uno de los laterales. Pero
para su total incomodidad, Edward se sentó en frente y en ningún
momento del recorrido le quitó los ojos de encima. Miró a Jasper por
un momento y lo vio hablando con Alice, o mejor dicho, ella le hablaba
a él, mientras que él se limitaba a asentir y a suspirar de forma
cansada. Jacob y Sara estaban sentados juntos conversando, pero ella se
notaba aún muy tímida con él.

Bella ya estaba segura de que Jasper creía que entre ella y Edward
había algo. El solo hecho de no interferir o protestar, cuando Edward la
abrazó y le habló de esa manera tan posesiva, indicaba que los veía
como pareja, de ahí su mirada preocupada y su constante vigilancia. La
dejaba ser independiente, pero sin dejar de estar atento a la situación.
Pero algo más había ahí, Bella estaba segura que Jasper no se quedaría
quieto si creyera que era solo una aventura, algo había pasado entre
esos dos, pero no lograba saber qué era.

Por un momento, notó como la mirada de Edward se desviaba hacia


sus piernas, y se pasaba un dedo por los labios lentamente, como
saboreando algo. Bella sintió como sus mejillas se sonrojaban, y un leve
estremecimiento la atravesaba. La sensación no le gustó para nada, era
algo nuevo para ella, y le temía. No sabiendo cómo tapar sus piernas,
tomó la mano de Jasper, colocó su brazo sobre ellas, y empezó a jugar
inocentemente con los dedos de él. El rubio no se inmutó con el
movimiento, pues no era extraño que Bella hiciera algo así; quien sí
reaccionó fue Edward, que enseguida levantó la vista, y la miró
ceñudo. Ella desvió la mirada, y entabló conversación con Heidi. Al
rato dio gracias a Dios que Edward no formara problema.
Cuando llegaron al pub, una larga fila de personas esperaban una
posibilidad para entrar al exclusivo lugar.

La limusina se detuvo justo enfrente de la puerta, y luego de que los


guardaespaldas que iban en otro auto, se posesionaran en sus lugares,
abrieron la puerta del vehículo y uno a uno empezaron a bajar.

— ¡Oh por Dios! Es Emmett McCarty —Gritó una chica que se


encontraba en la fila. Bella giró para verlas y se dio cuenta de que lo
que les sobraba en maquillaje, les faltaba en tela, enseguida se
arrepintió de ese pensamiento. Solo me falta el exceso de maquillaje para
ser igual a ellas. Pensó con pesar.

Emmett rió y enseguida fue abrazado por Heidi, quien les lanzó a las
chicas una mirada demasiado atemorizante. Otra mujer del mismo
grupo, una pelirroja con unas curvas claramente delineadas por un
cirujano, gritó: —Edward Cullen, nos vemos adentro.

El implicado, que se había ubicado entre Bella y la multitud, no giró su


rostro para ver quién había gritado su nombre, solo se limitó a
continuar caminando hasta que estuvieron dentro del establecimiento.

El Drinks Factory ubicado en el distrito de Islington, al norte de


Londres, eran unas oficinas convertidas por Tony Conigliaro en uno de
los más famosos pubs del mundo, su diseño era de estructuras simples
y rectas, con muebles de madera y cuero rojo y beige. El ambiente era
confortable y animado, el lugar perfecto para pasar una buena noche.

Al entrar, uno de los meseros los ubicó en una zona que se encontraba
algo apartada de la pista de baile, quedaba un poco escondida, y para
llegar a ella era necesario asomarse por una pared, en donde se
ubicaron dos de los guardaespaldas.

Edward enseguida se sentó junto a Bella y le pasó un brazo por el


espaldar del sillón, pero no llegó a tocarla.
Todos pidieron el clásico coctel Presidente, una mezcla de ron blanco,
Martini Rosso, licor de naranja y granadina, madurado durante medio
año, y comenzaron a conversar de cosas triviales mientras se
adecuaban al ambiente.

—Bella. —Llamó Edward su atención en un susurro. Ella levantó la


cabeza y lo miró—. Por favor, por mi salud mental, no bailes con nadie
que no seamos Jasper o yo.

Bella se sorprendió un poco por el tono de su voz, no era autoritario


como otras veces, sino suplicante; más un ruego que una orden. ¿Qué
decir ante algo así? Definitivamente era más fácil cuando él se ponía
difícil, solo bastaba con retarlo, discutir y contradecirlo; pero ¿qué
decirle a un hombre que pedía algo tan simple de semejante manera?

Recordó entonces el concejo que Sara le había dado. —Piénsalo Bella, es


mejor que hables con él, así sea para saber a qué atenerte.

Tomando aire y dispuesta a ser amable con él, habló calmadamente.

—Jacob es solo un amigo, y ahora mismo solo tiene ojos para Sara. —
Sonrió al desviar la mirada hacia la pareja, y comprobar que Jacob
tomaba la mano de la chica para acariciarla, y ella muy sonrojada lo
dejaba hacer—. Y ya sabes cómo es Emmett, no veo por qué no pueda
bailar con ellos también.

—A Jacob no lo conozco lo suficiente como para tener confianza en él,


y a Emmett le gusta sacarme de casillas.

Bella soltó una risita por las últimas palabras de Edward.

—Emmett es muy divertido, me hace reír bastante. —Dijo con una


sonrisa.

—Cómo desearía ver esa sonrisa en tu rostro cuando hablas de mí.


Bella desvió la mirada hacia su regazo. Aunque no quería, fue
inevitable sentir algo pequeño en su corazón, que sin saber qué
nombre ponerle, lo llamó "pena". Era ridículo sentir pena por un
hombre que lo tenía todo; pero eso fue lo que creyó sentir al ver en la
mirada de él un sentimiento de tristeza, de dolor. Ella no podía
corresponderle, fueran sinceras o no sus intenciones para con ella, no
sentía nada por él que no fuera aprehensión y en ciertos casos
desprecio.

— ¡Ya está bueno de tanta charla! —Dijo Alice poniéndose de pie, tomó
la mano de Jasper que estaba sentado a su lado y lo haló—. Vamos
todos a bailar.

Bella no pudo evitar reír al ver a Jasper echar la cabeza hacia atrás y
cerrar los ojos por un momento. Está pidiendo paciencia. Lo conocía lo
suficiente como para estar segura de su afirmación.

Jacob también se levantó y arrastró a una reacia Sara a la pista.

—Bueno preciosa. —Emmett se acercó a Bella—. Ya que no voy a bailar


con mi hermana, tú eres la elegida para esta noche.

Bella con una sonrisa divertida en el rostro, hizo el intento de


levantarse, pero Edward la agarró por la cintura y la hizo sentar de
nuevo.

—Baila con quien te dé la gana. —Respondió Edward entre dientes—.


Pero no con ella.

—Vamos Emmett, por aquí no nos quieren cerca. —Dijo Heidi con una
sonrisa pícara, y se llevó a su hermano, quien bufó antes de seguirla.

Cuando la pareja desapareció, la mano de Edward aflojó su agarre y


Bella se acomodó la falda, que se había subido un poco por el
movimiento.
—Te das cuenta, no es mentira, Emmett adora hacerme enojar. —
Edward estaba molesto y eso a Bella no le convenía. Sabía que cuando
estaba así, era cuando más posesivo y autoritario se volvía.

Se levantó y tomó a Edward de la mano.

—Vamos Edward no te amargues, hoy no es un día para estar


discutiendo, para eso tenemos toda la semana. —Edward se levantó
riendo y se acercó a ella por la espalda.

—No sabía que te pagaba para pelear conmigo.

Bella se dio la vuelta y dio unos pasos de espalda. —No tendría


problema en hacerlo gratis. —Los dos rieron y siguieron la ruta de los
demás.

Al llegar, acababa de empezar a sonar la canción de poker face de Lady


Gaga, y Bella, tratando de no acercarse mucho a Edward, empezó a
moverse al tiempo que él. Casi al instante él la tomó por la cintura y la
acercó un poco a su cuerpo. Bella para tener el respaldo de sus manos,
en caso de que Edward decidiera acercarse más, las apoyó sobre su
pecho; pero en ese momento, una mano se interpuso entre los dos y
ella fue apartada bruscamente del agarre de Edward. Aturdida por el
movimiento repentino, levantó la vista para ver quién era la persona, y
reconoció a la pelirroja siliconada de la fila.

—Te dije que nos veríamos aquí dentro. —La mujer giró y miró a Bella
con desprecio—. Olvídate de la chiquilla y baila con una mujer de
verdad.

¿Chiquilla? ¿Mujer de verdad? Ni siquiera el mismo Edward la había


hecho enojar tanto. No le importaba si él la conocía, o a cuál de las dos
prefería, lo único que le pasó por la cabeza en ese momento, era que no
iba a permitir que una perra inflable le pisoteara su orgullo. Solo
fueron segundos en los que ninguno de los otros dos tuvo tiempo de
hacer nada.
Tomando el brazo de la mujer, Bella la apartó también con
brusquedad, agarró a Edward por la camisa y lo atrajo hacia ella, pasó
sus brazos alrededor del cuello del hombre y haciendo uso de su parte
más femenina, apretó su cuerpo con el de él, y empezó a moverse
sensualmente sin apartar la mirada de la intrusa.

No se dio cuenta cuando Edward le colocó las manos en las caderas y


la pegó aún más a su cuerpo. No se dio cuenta cuando él enterró el
rostro en su cuello, y empezó a acariciarla con la punta de su nariz,
aspirando su aroma.

Su mente estaba concentrada en sonreír de manera triunfal a una muy


cabreada mujer, pues él no la había rechazado, y eso demostraba a
quién prefería. La pelirroja, no aguantando más la humillación, dio
media vuelta y salió de la pista despotricando.

Bella sonrió más ampliamente, era la primera vez que lo intentaba y


aún así venció a una mujer más adulta y claramente más
experimentada que ella; y fue en ese momento, cuando sintió como
unos besos húmedos, la recorrían lentamente desde su clavícula y
ascendían por su cuello.

Cerró los ojos por la sensación que eso le provocaba, el maldito


pajarillo había encontrado la manera de salir de la boca de la serpiente
y ahora se instalaban de nuevo en su vientre. La sensación era
maravillosa, pero eso le disgustaba. No quería sentir algo así, se
suponía que debía sentir repulsión o al menos serle indiferente, pero
no. A cada beso, a cada roce de la lengua de Edward en su piel, el
pajarillo batía las alas más y más fuerte, y eso la inquietaba.

—Edward… Por favor detente. —Rogó con la poca consciencia que le


quedaba.

Él ya estaba en su mejilla y justo cuando llegó a la comisura de sus


labios habló pegado a su piel.
—No puedo Isabella… no ahora.

Y se apoderó por completo de sus labios. Como la vez anterior, la


cabeza de Bella le gritaba una y otra vez que se apartara, que no lo
dejara seguir. Pero existen momentos en los que el cuerpo y su
necesidad prevalece, y ese era uno de ellos. Nunca antes había besado
a nadie, ese era su primer beso y aunque era con un hombre al que casi
no soportaba, el fuego que estaba recorriendo su cuerpo le indicaba
que esa unión de labios le fascinaba.

El pájaro ya no era un ave normal, se había convertido en un ave de


fuego que la quemaba por completo a cada aleteo.

Edward la abrazó de forma posesiva, al tiempo que intentaba


introducir su lengua en la boca de ella, y al fin lo logró. Su lengua
chocó con la de Bella y comenzó una danza frenética que demostraba
pasión y necesidad.

Sin darse cuenta, Bella acarició la nuca de él, lo que provocó que
Edward soltara un gemido que resonó directamente en la garganta de
ella y se esparció por todo su cuerpo para terminar en su vientre,
sirviendo de combustible a las llamas del animalito que ahí se
encontraba.

Deseando más de esa sensación, enterró sus dedos en el cabello de él y


haló suavemente. Ahí estaba lo que deseaba, otro gemido de él que la
terminó de aturdir, pero al mismo tiempo la hizo entrar en razón sobre
lo que estaba haciendo; pero no con rabia como la vez pasada, sino con
confusión e incertidumbre.

Bajó su cabeza para terminar el beso. Su respiración era agitada, al


igual que la de él.

—Bella…
—Déjame en paz. —Susurró suplicante al igual que él pronunció su
nombre.

Se apartó y caminó hacia un pequeño jardín interno, apoyó las manos


en la baranda que impedía el acceso a la zona floral, y cerró los ojos.

Todavía podía sentir la brisa suave que había dejado el aleteo del
pájaro de fuego en su vientre.

Miedo era lo que sentía, miedo a lo que estaba empezando a sentir con
los roces de él, miedo a la experiencia de él y la falta de ella. Ángela le
diría mojigata, le gritaría y le exigiría que cerrara los ojos y abriera las
piernas, en realidad ya se lo había dicho, pero aunque eran amigas, no
eran iguales. Ángela no era una fácil, en realidad era más lo que
hablaba que lo que hacía, pero ella si sería capaz de estar con Edward
solo por tener el placer de una noche con un hombre así.

Si Edward no tuviera tanto poder, y fuera al menos de la edad de


Jasper, todo sería más fácil. ¡Diablos! Si así fuera no sería Edward
Cullen, solo uno más del montón, alguien a quien ella podría manejar
mejor.

Y estaban las sensaciones. Si tan solo él no hubiera rosado sus labios


con su lengua, ahora mismo le estaría ardiendo la mejilla como aquella
vez. Pero no pudo reaccionar, incluso correspondió al beso y eso era lo
que más la atormentaba. Ahora era solo una reacción física, que
cualquier mujer viva sentiría por un hombre tan atractivo, pero no
quería que se convirtiera en algo más, todavía le faltaba mucho por
vivir, era demasiado joven para estar con problemas de amores no
correspondidos e historias de telenovela barata. Lo más seguro que él
hiciera lo mismo con todas, y ella no tenía la experiencia suficiente
para diferenciar entre una farsa y la realidad.

Bella suspiró y abrió los ojos, tenía que regresar, de seguro Jasper la
estaba buscando, a menos que Alice lo tuviera todavía amarrado a ella.
Sonrió ante ese pensamiento, y se dio la vuelta, pero se sorprendió con
la escena que encontró.

Edward tenía a un hombre de unos veinticinco años, agarrado


fuertemente de la muñeca de su brazo izquierdo, el rostro de Edward
era inexpresivo completamente, lo que Bella sabía era furia contenida;
mientras que la expresión del otro hombre era de puro dolor.

—No te atrevas a intentar tocarla de nuevo. —Edward habló


demasiado calmado—. O te arrancaré la mano y te la haré tragar
entera.

—Lo siento lo siento… pensé que estaba sola… me duele, lo siento. —


El hombre de cabello negro, piel blanca, y algo atractivo, trataba de
zafarse del agarre de Edward.

Bella enseguida intuyó de qué se trataba: el hombre había intentado


nalguearla o algo parecido, y Edward que al parecer la había estado
observando, lo impidió enseguida. Aunque deseaba partirle la cara al
maldito aprovechado, no quería tampoco un escándalo ahí. Si los
chicos se enteraban, entre los cuatro lo molerían a golpes y no tenía
ganas de pasar la noche en una estación de policía.

—Edward suéltalo por favor. —Rogó Bella colocándole una mano


sobre el brazo.

Edward la miró y luego de unos segundos, lo soltó bruscamente y lo


volvió a mirar.

—Lárgate. —Esa sola palabra bastó para que el chico asintiera


frenéticamente, y se alejara masajeando su muñeca. Edward miró de
nuevo a Bella y le acarició la mejilla con un dedo—. ¿Estás bien?

—Sí, gracias. —Bella le sonrió en agradecimiento—. Es este vestido, lo


sé, es demasiado corto.
—Es culpa de Heidi, le dije que no comprara nada atrevido.

Bella se mordió el labio, era hora de decirle la verdad, después de todo


ya qué importaba.

—Es que… el vestido no lo compró Heidi, bueno si, pero no para mí…
es de ella y me lo prestó. —Edward alzó una ceja y Bella se apuró a
explicar—. Pero no es culpa de ella, te lo juro, yo me negué
rotundamente a ir de compras y Sara me apoyó, no es culpa ni de ella
ni de Alice.

—Me crees idiota Bella. —Edward se acercó a ella con una sonrisa
burlona—. El vestido que tienes puesto, al igual que los zapatos,
fueron comprados por Heidi ayer luego de salir de la oficina. Ella
conoce tu talla, y yo tu terquedad. —Su sonrisa se ensanchó al ver a
Bella abrir los ojos y la boca con expresión sorprendida—. Con Sara no
pudimos hacer lo mismo, pero igual el vestido de Alice le quedó muy
bien.

—Eres imposible. —Se quejó Bella.

—Siempre obtengo lo que quiero. —Su rostro se tornó serio y su


mirada intensa—. Cueste lo que cueste.

Bella bajó la cabeza por un momento, ya era hora de que hablara con
él, no podía seguir retrasando más el momento. Aspiró aire para
llenarse de valor y confianza.

—Necesitamos hablar, es lo mejor para los dos.

—Si así lo crees, vamos entonces. —Edward la tomó de la mano, la


llevó a una pequeña salita algo escondida del movimiento del
establecimiento. Tomó su celular y llamó a uno de los guardaespaldas
para que se ubicara en la entrada y así no ser molestados por nadie.

Bella se sentó en un sofá y Edward a su lado.


—Tú dirás.

—En realidad eres tú quien me tiene que decir qué es lo que quieres de
mí. —Bella habló con toda la seguridad que logró reunir.

Edward no respondió, solo la miró por un largo rato y luego se recostó


en el espaldar del sofá y cerró los ojos.

—Edward por favor háblame, dime cualquier cosa, lo que sea. —


Estaba dispuesta a ser paciente, con tal de arreglar un poco la
situación—. No quiero irme de aquí llevándome un mal recuerdo de ti.

Él levantó la cabeza y la miró. — ¿A qué te refieres con irte de aquí?

—Eso mismo, irme. —Bella suspiró—. Edward yo tengo una vida en


Estados Unidos, allá esta mi mamá, mi casa, mi mejor amiga, la
universidad en la que quiero estudiar, todo.

—No, tú no puedes irte, tienes un problema legal recuerdas, no puedes


salir del país. —El tono de él empezaba a tornarse desesperado.

—Precisamente en un par de semanas voy a ir a inmigración y a la


embajada a hablar personalmente de ese asunto. Se me va a pasar la
fecha para inscribirme en la universidad y necesito viajar lo antes
posi…

—No… no no no puedes no —Edward la tomó por los brazos y la agitó


un poco.

—Edward tranquilízate, no es para tanto, si quieres podemos seguir en


contacto.

— ¡No! Así no. —Acercó su rostro al de Bella y pegó sus frentes—.


Bella, yo puedo darte todo lo que desees, estudios, riquezas, el mundo
a tus pies si así lo quieres.
—No lo necesito. —Bella se separó un poco y lo miró a los ojos—. Lo
único que necesito es regresar y seguir con mi vida tranquila. No hay
nada que me retenga aquí.

—Y ¿Cómo quedo yo? ¿Qué pasará conmigo? —La mirada de él era


angustiante y eso a Bella le estrujó el corazón.

—Si no me dices qué quieres de verdad, qué es lo que sientes, lo qué


pasa por tu mente, nunca podré responder esas preguntas.

Edward cambió la expresión de su rostro a una de total seriedad. —No


hay necesidad de que las respondas. —Se levantó y caminó hacia la
salida.

— ¿Por qué? ¡Por favor Edward dime algo! —Rogó Bella tratando de
hacer que la conversación no terminara como siempre—. Déjame
ayudarte.

—Vamos Isabella, nos deben estar buscando. —Bella suspiró resignada


y lo siguió. ¿Qué sentido tenía seguir discutiendo por algo que nunca
llegaría a su fin? Después de todo en poco tiempo se iría, y todo sería
como antes.

Regresaron a la zona en la que se habían ubicado desde un comienzo, y


se sentaron para calmarse un poco luego de lo sucedido.

Luego de eso, Bella bailó con Jasper y después de tanto alegar con
Edward logró hacerlo con Emmett.

La noche pasó rápido entre risas, burlas y más baile, pero ellos dos no
volvieron juntos a la pista.

Cerca de las tres de la mañana, Jasper y Jacob se levantaron para


despedirse.
—Tenemos que terminar un trabajo para la universidad y ya es
demasiado tarde. —Jasper miró a Bella—. ¿Quieres que te llevemos
primero o te irás con ellos?

—No se preocupen, nosotros ya nos vamos también, podemos dejarlos.


—Edward se levantó y llamó al mesero para pagar la cuenta.

—Permítanos dar nuestra parte Señor Cullen. —Dijo Jacob sacando su


billetera.

—Mi nombre es Edward y no te preocupes, yo invito. Lo que sí te pido


es que nada de lo que viste u oíste aquí, salga de tu boca. ¿Puedo
confiar en ti? —Preguntó Edward entregando una tarjeta y su
identificación al mesero.

—Claro Se… Edward, esta demás decirlo.

—Muy bien. —Se giró para tomar a Bella de la mano y cuando ella se
levantó, él colocó una mano en su espalda—. Peter, recibe los
documentos y avisa que estamos saliendo.

—Enseguida Señor. —Contestó uno de los guardaespaldas para luego


girarse y seguir al mesero.

Todos se dirigieron a la salida y Bella pudo ver a la pelirroja siliconada,


bailando con el mismo tipo que había intentado nalguearla. Tal para
cual.

Cuando ya estaban todos en la limusina, decidieron llevar primero a


Bella, que era quien más cerca quedaba. Esta vez, Edward estaba
sentado junto a Bella y Jacob enfrente; y aunque este en ningún
momento intentó mirar las piernas de ella, Edward tomó una servilleta
de tela del mini bar y se la colocó abierta sobre las piernas a ella. Bella
no dijo nada, pues en realidad seguía sintiéndose incómoda con el
vestido, sobre todo cuando se sentaba.
Luego de un rato, llegaron al edificio y Jasper se bajó también para
acompañarla hasta la puerta del apartamento.

— ¿Te vas con Jacob? —Preguntó Bella quitándose los zapatos en la


sala.

—Sí, el lunes si quieres pasamos a recogerte para irnos juntos a la


oficina.

—No, yo puedo irme sola no te preocupes, nos vemos allá. —Bella se


acercó y le dio un beso en la mejilla a modo de despedida.

—Está bien. Cierra bien la puerta y si necesitas algo me llamas.

—Sí papá tranquilo, no me va a pasar nada en un solo día. —Jasper rió


y la besó en la frente.

—Te quiero. —Me dijo mientras salía al pasillo.

—Yo también.

Cuando Jasper se fue, ella cerró la puerta con llave, pero no le colocó el
pestillo por si él necesitaba entrar y ella aún dormía.

Llegó a su habitación, se desvistió, se bañó rápidamente y se puso un


viejo pantaloncito negro que había tenido que cortar pues Naomi lo
cogió de juguete y para no desecharlo, lo dejó tan corto que apenas le
tapaba las nalgas; y una blusita gris de tirantes.

Se tiró en su cama y casi enseguida se quedó dormida.

Los pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto, rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, Jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo, dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta. Bella lo contempló por un momento,
sumergida en esas facciones que no parecían reales. Repentinamente la estatua
abrió los ojos y la miró fijamente, eran de un color verde tan intenso que
parecían dos esmeraldas brillando en sus cuencas. Bella aturdida y a la vez
hechizada por esa mirada quedó inmóvil contemplando cómo la figura que
antes era de piedra se convertía en un hombre y este sin dejar de mirarla saltó
del pedestal y cayó frente a ella —Eres mía —le dijo con una voz firme y
potente.

Se despertó con el sol dándole en la cara, se había olvidado de cerrar


las cortinas antes de acostarse.

Ese maldito sueño no me deja tranquila. Había avanzado un poco la


escena, como le dijo Sue que sucedería, pero no le gustaba el rumbo
que estaba tomando.

Miró el reloj de la mesa de noche y se dio cuenta que eran las 10:30 de
la mañana. Hizo el intento de levantarse pero sintió algo que la retenía
por la cintura. Bajó la vista y vio el brazo de un hombre abrazándola
desde atrás. Jasper. Lo más seguro era que se le hubiera quedado algo y
al ir a recogerlo, decidió dormir un rato y se le había pasado el
tiempo. Qué raro ¿Por qué no lo hizo en su cama?
Procurando no despertarlo, retiró el brazo del hombre con cuidado y se
levantó lentamente de la cama. Cuando se giró para acomodarlo y
arroparlo, sus ojos casi se le salen de las cuencas.

— ¡¿Pero qué mierda?!


CAPÍTULO 8


Me perteneces por completo,
solo que aún tu no lo sabes.
Puedes sentir el deseo en tu interior,
deseo que yo avivo con mi pasión.
Falta poco para que seas mía,
y no habrá nadie que lo impida.

—¡ E stamos hechos! A falta de novias tenemos hermanas. —Se


quejó Emmett mientras alzaba a Heidi en brazos.

—Totalmente de acuerdo contigo, pero ¿Qué haríamos sin ellas? —


preguntó Edward mientras hacía lo mismo con Alice.

— ¿Vivir más tranquilos?

Los dos rieron en tono bajo para no despertar a las chicas que después
de tanto dar vueltas, repartiendo a los demás, se habían quedado
dormidas en la limusina y ellos, haciendo mérito a la educación
recibida en la infancia, las llevaban cargadas al interior de La Mansión
Cullen, mientras Esme les abría la puerta de par en par, aunque su hija
y su sobrina estaban con sus hermanos, ella no se estaba tranquila
hasta que no llegaran.

—Mis niñas. —dijo la mujer en tono tierno, para luego continuar un


poco más seria—: No las habrán dejado tomar mucho ¿Verdad?
—No son unas bebés tía, y no, no tomaron mucho, solo están cansadas.
—Explicó Emmett subiendo por las escaleras para dirigirse a la
habitación que Heidi tenía asignada para ocasiones como esa.

—Eso espero, hijo tú encárgate de tu hermana mientras ayudo a


Emmett con Heidi. —pidió Esme siguiendo a su sobrino.

Edward asintió y se dirigió al cuarto de su hermana, una vez allí, la


acostó en la cama, le quitó los zapatos, el vestido, y dejándola solo en
ropa interior, la arropó hasta la barbilla. Cuando ya se dirigía a la
puerta, escuchó la voz de su hermana.

— ¿Edward? —Su voz sonaba pesada por el sueño.

—Aquí estoy muñeca. —Se acercó de nuevo a la cama de Alice y se


sentó a su lado.

— ¿Por qué no me dijiste que tenías algo con Bella?

—Porque ella aún no lo sabe. —Le contestó mirándola a los ojos. La


chica sonrió.

—Jasper tampoco sabe que tenemos algo. —Edward le devolvió la


sonrisa y le dio un beso en la frente.

—Si te hace daño me lo dirás. —pidió—. No me importará romperle la


cara de nuevo.

—Él te dejó peor. —alardeó.

—Eso fue porque me cogió desprevenido. —Alegó falsamente


indignado.

—Si tú lo dices. —Alice bostezó y cerró los ojos.

Edward volvió a sonreír y a besarla en la frente. En ese momento


terminó de comprender la actitud de Jasper. Estaba seguro de que
estaría dispuesto a arriesgar todo el Imperio Cullen, si eso garantizaba
la felicidad de su hermanita.

Luego de despedirse de su madre y de Emmett, quien decidió


quedarse a dormir ahí también, siguió el consejo de Esme de dejarse
llevar por el chofer, no importando que fuera en su propio auto. Estaba
cansado, y para tranquilidad de ella, así lo hizo.

A los pocos minutos llegó a su apartamento. Acomodó al chofer en una


de las habitaciones del servicio, y se dirigió a la suya.

Al entrar todo, todo estaba como lo había dejado. Nada faltaba, nada
sobraba, en apariencia; pero para él faltaba todo, lo más importante:
Isabella Swan desnuda y dormida en la cama.

Empezó a quitarse la ropa, para quedarse solo con los bóxers negros.
Abrió el mini bar ubicado en una esquina del cuarto y sacó una botella
de whisky a medio terminar y empezó a beber a pico de botella.

Volvió a mirar la cama y frunció el ceño, así no era como la quería:


vacía, simple y arreglada. La necesitaba revuelta, ocupada por un
hermoso cuerpo, llena de su olor, de su presencia, de su ser.

—…en un par de semanas voy a ir a inmigración y a la embajada a hablar


personalmente de ese asunto…

Recordó la conversación de hacía unas pocas horas. Si ella llegaba a


alguna de esas oficinas, se enteraría inmediatamente de que no existía
problema alguno. Ya todo el sistema había sido arreglado para evitarle
complicaciones reales, y cualquier persona podría decirle que el
inconveniente nunca existió, y ella se iría en el menor tiempo posible.
No podía permitir que saliera del país, una vez en Estados Unidos, le
sería muy difícil traerla de vuelta, y aún más obligada.

Tomó su teléfono celular del bolsillo del pantalón que estaba en el


suelo y marcó. La voz de un hombre soñoliento le contestó.
—Señor… ¿Sucede algo?

—Sucede que Isabella irá a inmigración en dos semanas y yo todavía


no tengo en mis manos lo que te pedí. —dijo con tono molesto.

—Lo sé señor, pero entienda, lo que usted pide no es de este país, y son
muchas cosas. —El hombre explicaba calmadamente—. A más tardar, el
viernes estará en sus manos absolutamente todo.

—Eso espero James, porque si ella se llega a enterar de que no tiene


ninguna complicación con su pasaporte, al día siguiente estará
tomando un vuelo para América. —Edward tomó otro trago largo y
continuó—. Y si eso sucede, tendrás que planearlo todo para un
secuestro.

—Eso no será necesario, el viernes tendrá eso en sus manos, se lo aseguro.

Edward cortó la llamada, dejó el teléfono en la mesa de noche, y se


recostó en la cama. Volvió a empinarse la botella y sonrió
amargamente. Debería ser de ti de quien estuviera bebiendo en este
momento.

Tomó el control de la pantalla de televisión y la activó para que


descendiera de una ranura en el techo. Apretó un par de botones más,
y una presentación de fotos empezó a pasar lentamente frente a sus
ojos.

Era lo mismo que hacía todas las noches, mientras intentaba conciliar
el sueño. Una y otra vez las fotos tomadas por James y sus hombres, lo
atormentaban y al mismo tiempo lo hacían conciliar el sueño.

Bella caminando, subiéndose a la ruta, llegando a CullenWorld,


asomada al pequeño balcón de su apartamento… tantas situaciones, y
en ninguna estaba con él.
Siguió bebiendo de la botella hasta que ya no quedaba nada. Se levantó
para tomar otra botella, que sí estaba llena, y siguió bebiendo.

Una tras otra, las imágenes pasaban. Cientos de fotos, algunas tan
seguidas, que daban la impresión de ser un video en cámara lenta; y
uno tras otro, los tragos quemaban su garganta, pero nada de eso era
comparado con el ardor que sentía en su alma al estar solo, lejos de
ella, y lo peor de todo, sabiendo que no era suya.

—Sí lo es. —susurró—. Solo que ella no lo quiere aceptar.

Luego de varios minutos, seguía en la misma posición, con la mirada


fija en la pantalla, y lo único que movía era su brazo para alzar la
botella. Su cabeza era un caos total, sus ojos estaban rojos, perdidos y
la botella varias veces había estado a punto de derramarse sobre el
colchón.

—Estoy solo… ven… aquí —No era muy consciente de lo que decía,
solo eran palabras de necesidad que salían sin permiso de su boca—.
Te amo… te…

En ese momento, gracias a lo poco que le quedaba de conciencia,


recordó algo que tenía guardado en el primer cajón de su mesa de
noche.

Con movimientos torpes abrió la gaveta, y ahí estaba, una llave como
cualquier otra, pero que abría justo lo que él quería en ese momento.

Se colocó los pantalones no sin fallar un par de veces, la camisa sin


abotonar, los zapatos sin medias, tomó la llave, y con la botella en
mano, salió de su habitación tropezando con todo a su paso. Sabía que
ella estaría sola todo el día, pues Jasper estaba en casa de Jacob.

Al llegar a la sala, intentó esquivar una mesa, pero no lo logró y un


jarrón terminó en el suelo.
—Mierda…

Siguió caminando, bordeando los trozos de porcelana rota.

— ¿Quién está ahí? Señor ¿Es usted? —El chofer, un hombre de


treintaicinco años, asomó la cabeza por el pasillo que daba a la cocina.

—Shhh —Edward se colocó un dedo en los labios al hacer ese sonido y


trastabilló un poco—. Escuchará Katy. —Terminó susurrando.

—Señor Katy está de vacaciones, y la chica que la remplaza no viene


hoy. —explicó el hombre.

— ¡Haberlo sabido! —gritó Edward levantando los brazos—. Thomas


nece… necesito que te lleves a un lugar… pero no me digas a todos…
¿De acuerdo?

El hombre lo miró extrañado, pues lo que decía no era coherente, pero


logró entender lo que quería expresar, por lo que asintió y lo ayudó a
llegar al auto sin ningún tropezón grave.

— ¿Qué hora es?

—Las seis de la mañana señor. —Contestó el chofer—. ¿Cuál es la


dirección señor?

—No sé… eh… tú sabes… dejaste a una chica allí.

— ¿La castaña o la rubia?

— ¡La castaña! —gritó—. Esa castaña hermosa… preciosa ¿No crees?


¡No contestes! Solo yo tengo derecho a decirlo… Porque ella es mía…
mía…

El chofer suspiró y arrancó, sabía perfectamente que cuando un


hombre estaba en ese estado, era mejor no contradecirlo, y mucho
menos darle la razón, simplemente quedarse callado y soportar la
escena. Minutos después se encontraban frente al edificio en el que
vivía Bella.

—Señor ¿Cree que lo dejarán entrar? —preguntó Thomas mientras veía


como el vigilante se acercaba al auto con aire precavido.

—Lo harán James —contestó Edward con voz pastosa—.


Thomas nos compró a todos.

El chofer asintió resignado y bajó la ventanilla del auto para hablar con
el vigilante. Efectivamente, los dejaron entrar sin problemas, apenas
nombró el apellido Cullen. Les indicó que el apartamento quedaba en
el tercer piso y cuando por fin lograron llegar, Edward despidió al
chofer y hundió la llave en la cerradura.

No tuvo problema en abrir. Al entrar en la sala, revisó todo a su


alrededor, pero no veía nada, todo estaba oscuro. Se dio la vuelta
tanteando la pared y halló el interruptor, cuando ya podía ver, colocó
el pestillo en la puerta y se giró de nuevo. El lugar era agradable, nada
comparable con el lujo al que estaba acostumbrado. Sería feliz hasta
debajo de un puente si es contigo. Al menos sus pensamientos eran más
coherentes.

Caminó con cuidado hacia un pasillo que se encontraba a un lado y se


topó con una puerta, al abrirla la encontró vacía, y vio tirado sobre la
cama un pantalón de hombre. Era la habitación de Jasper.

Dio unos pasos más y se encontró con otra puerta, la abrió también con
cuidado y ahí estaba ella, acostada en la cama, con el cabello revuelto
esparcido sobre la almohada, con una sábana tapándole las piernas
hasta las caderas.

Edward sonrió, y cerró la puerta con suavidad, se quitó la camisa, los


pantalones y los zapatos, quedando solo en bóxers. Con cuidado,
levantó la sábana y se metió en la cama, ella le daba la espalda, así que
acercándose con cuidado, le pasó un brazo por la cintura y pegó su
cuerpo al de ella, quien se acomodó un poco y balbuceó algo
ininteligible, para enseguida quedarse tranquila de nuevo. Él enterró la
nariz en el cabello de Bella y aspiró, olía a fresas. Sonriendo, acercó su
rostro al de ella.

—Eres mía —susurró en su oído, acomodó la cabeza detrás de la de


ella, y se quedó profundamente dormido.

Lentamente, ella se giró hacia él, estaba sonriente, como complacida de verlo
ahí. Él también le sonrió y se acercó para besarla, ella lo recibió con pasión,
abriendo la boca enseguida para que la lengua de él entrara y explorara todo lo
que deseara. Era un beso apasionado, necesitado, una lucha constante entre
dos lenguas que deseaban apoderarse del otro y reclamarlo como suyo. Él
empezó a bajar su mano por toda la espalda de ella, hasta llegar al comienzo de
sus pequeños pantaloncitos que casi no la cubrían; metiendo sus manos en
ellos, empezó a masajear sus nalgas suavemente para enseguida, apretarla un
poco y acercarla a él, quien ya estaba totalmente erecto bajo sus bóxers. Ella
jadeó y metiendo la mano entre los dos cuerpos, tomó su miembro y lo apretó,
haciéndolo gemir en su boca y apretarse más a ella. Él imitando los
movimientos de ella, pasó la mano de atrás hacia adelante y metiéndola en los
pantaloncitos de ella, llegó a su intimidad; alargando el dedo medio de la
mano, le abrió los labios de la vagina y acarició todo su interior. — ¡¿Pero qué
mierda?! —gritó ella, pero él no entendió por qué. En ese momento, ella se
esfumó en una nube de humo y él quedó solo en la cama, desorientado.

— ¡¿Pero qué mierda?!

Bella no podía creer lo que sus ojos veían: ahí en su cama durmiendo
plácidamente, estaba Edward Cullen, con la sábana tapándolo hasta las
caderas. Se alivió un poco cuando notó que él tenía unosbóxers negros
puestos, pero su alivio no duró mucho al preguntarse cómo había
llegado a entrar, y más aún ¿qué hacía ahí?
En ese momento, su cabeza empezó a producir imágenes que aunque
excitantes para muchas, en ese momento eran angustiantes para ella,
pues solo indicaban una cosa: Edward iba a abusar de ella.

Actuando instintivamente, tomó la almohada más cercana y como una


adolecente en pijamada, empezó a golpear frenéticamente al hombre
acostado en su cama.

Edward, con algo de alcohol todavía en la cabeza, se despertó


sobresaltado al sentir unos golpes fuertes, pero con algo suave, al
tiempo que escuchaba los gritos de una mujer.

— ¡Maldito! Cómo te atreves a meterte en mi casa ¡En mi cama! —


gritaba Bella al tiempo que continuaba golpeándolo con la almohada.

Edward reconociendo la voz de Bella, pero ya no era en su sueño, sino


en la vida real. Recordó vagamente el recorrido que hizo para llegar
hasta ahí, y entendiendo el agite de la chica, se levantó para intentar
calmarla.

Bella al ver que él se incorporaba, soltó la almohada y tomó


rápidamente la lámpara de la mesita de noche, jalándola con tanta
fuerza que la desconectó enseguida; comenzó a retroceder a medida
que él se bajaba de la cama, y empezaba a acercarse a ella con
movimientos torpes y los brazos hacia adelante.

—Nena cálmate, no voy a hacerte daño. —afirmó Edward con voz


todavía pastosa.

— ¡No te acerques! —A Bella el corazón le latía frenéticamente.

—Nena mírame, soy yo Edward, dame esa lámpara, ven anda.

Bella aferraba la lámpara como si fuera un arma mortal. Edward


confiando en su rapidez, no pensó en que sus movimientos estaban
limitados por el alcohol que aún quedaba en su cuerpo, se lanzó sobre
ella para arrebatarle la lámpara, pero Bella, estando en sus cinco
sentidos, fue más rápida y en un movimiento instintivo, golpeó con
fuerza al hombre en un costado de la cabeza; Edward se tambaleó y
cayó cuan largo era en el suelo de la habitación, en estado inconsciente.

Bella enseguida soltó la lámpara, tirándola en el suelo, y acercándose


con cuidado, con un pie movió levemente el cuerpo de Edward, pero
este no respondió. Se agachó para darle la vuelta y estremecerlo pero
seguía sin responder.

— ¡Ay no, lo maté…! lo maté, lo maté —Repetía una y otra vez


desesperada, hasta que pensándolo mejor, cambió el discurso—, pero
fue en defensa propia, sí lo fue, él me iba a violar ¿Cierto? —En ese
momento la lógica acudió a su cerebro—. ¡Oh Dios mío! Si hubiera
querido violarme, lo habría hecho apenas llegó. ¡Ay no! Ahora si voy a
ir a la cárcel, no me va a salvar nadie. ¡Jasper! ¡Jasper! —gritó
frenéticamente, para luego arrepentirse—. No, no, Jasper no, si se
entera de esto me mata. Oh Dios ¿Qué hago? ¿Qué hago?

Como era común en ella, su accionar impulsivo era seguido por


momentos de alto estrés y desvaríos, así como había sucedido con el
incidente en el aeropuerto.

— ¡Heidi! Ella sí. —Corrió hacia la mesa de noche, cuidando de no


pisar a Edward en el proceso, y marcó el número de la mujer, que
luego de varios timbrazos contestó.

— ¿Qué? —preguntó Heidi bruscamente y con voz de sueño desde el


otro lado de la línea.

—Heidi soy yo Bella, te necesito por favor. —Bella habló rápidamente


y bastante desesperada.

—Bella cálmate —pidió la mujer—. ¿Estás herida?

—No.
— ¿Te duele algo?

—No.

— ¿Algún asesino psicópata entró o intenta entrar en tu apartamento? —


Bella miró a Edward tirado en el suelo. Definitivamente él no entraba
en esa descripción.

—No.

— ¡Entonces deja de joder de una maldita vez! —gritó Heidi y cortó la


llamada.

—No, no, no me cuelgues. —Intentó llamar de nuevo, pero el teléfono


celular estaba apagado—. Maldición Heidi.

Estaba desesperada y sola, no tenía a nadie más a quién acudir para


una situación así, tendría que solucionarlo por sí sola.

Agachándose junto a Edward lo tomó por los hombros y lo estremeció


fuertemente, pero al ver que no funcionaba, lo tomó por el cabello y
sacudió su cabeza de un lado a otro, al ver que nada sucedía, fue al
baño y tomó una taza, la llenó de agua y regresando se la aventó en la
cara, pero no reaccionó.

— ¡Alcohol! Algodón y alcohol, eso es.

Corrió de nuevo al baño y sacó del gabinete una botella blanca y un


paquete transparente, regresó al lado de Edward y sacando una gran
mota de algodón, la empapó en el líquido y se la colocó sin ningún
cuidado sobre la nariz y la boca.

Edward casi enseguida abrió los ojos repentinamente y se incorporó


mientras tosía fuertemente. El penetrante olor le había hecho arder la
nariz y un par de gotas que se filtraron por sus labios, le quemaron un
poco la lengua.
Bella, intentando ayudarlo, le palmeó bruscamente la espalda, pero
solo consiguió que Edward tosiera más fuerte.

Al cabo de un minuto la tos cedió, quedando solo en carraspeos, y


poniéndose de pie, al igual que Bella, se giró hacia ella.

— ¿Qué pasó? ¿Por qué estoy mojado? —preguntó Edward algo


aturdido.

—Porque te desmayaste, te tiré agua en la cara y luego te puse alcohol.


—explicó Bella rápidamente.

No sabía cómo iba a reaccionar Edward, y aunque estaba dispuesta a


defenderse de él como fuera, sentía que ella tenía más culpa en el
asunto por haberlo atacado de esa manera, sin antes percatarse de que
él no tenía malas intensiones, o al menos eso parecía.

Edward recordó todo lo que había sucedido, desde la fiesta, hasta que
vio como Bella levantaba el brazo para golpearlo con la lámpara, tenía
que disculparse y dar explicaciones. No quería hacerlo, pues sentía que
estaba de más, ella era suya y no tenía por qué molestarse por
encontrarlo durmiendo a su lado, así debería ser -todas las noches-, y
no solo dormir, sino entregarse mutuamente, cuerpo a cuerpo hasta
quedar exhaustos, terminando lo que habían empezado en su sueño;
pero tenía que actuar, si es posible mostrar arrepentimiento, ya habría
tiempo para reclamar lo que le pertenecía.

—Bella lo siento, estaba borracho, no sabía lo que hacía, ni siquiera sé


muy bien cómo llegué hasta aquí. —Se acercó a Bella e intentó
acariciarle el rostro, pero ella retrocedió enseguida—. Estaba solo y
sabía que tú también, solo quería dormir abrazado a ti.

— ¿A qué hora llegaste? —preguntó Bella con el ceño fruncido,


ignorando sus explicaciones.
—No sé muy bien, alrededor de las siete de la mañana creo, pero eso
no importa. —Edward hablaba pausadamente y mirándola a los ojos—
. Te aseguro que no te toqué.

— ¿Cómo entraste? —Volvió a ignorarlo.

—El vigilante estaba adormilado y yo me escabullí. —Mintió, no le


convenía que ella supiera que todos los vigilantes estaban comprados,
y mucho menos que tenía una llave—. En recepción encontré una llave
maestra y la usé para entrar. —Terminó de explicar con voz inocente.

Bella se lo quedó mirando por un momento, tratando de descubrir que


tan ciertas eran sus palabras, pero al no tener mucha experiencia, no
logró atisbar ninguna falsedad. Sabía que no estaba bien lo que él hizo
y que no tenía justificación, pero la manera como le hablaba, y esos ojos
casi suplicantes, la hicieron compadecerlo un poco. Según Heidi le
había dicho una vez, él necesitaba ser comprendido, o incluso mimado
por la forma en que fue criado, ella no llegaría a tanto, pero al menos lo
sobrellevaría.

—Báñate y cámbiate mientras preparo el desayuno, luego de que lo


tomes te irás. —No le dio tiempo a protestar, pues salió enseguida de
la habitación y cerró la puerta.

Edward se quedó mirando el lugar por donde ella escapó. Muy pronto
no podrás hacerlo, muy pronto mi sueño se hará realidad, pero con el final que
yo deseo. Caminó hacia el baño para hacer lo que ella le indicó.

Bella luego de ponerse una pantaloneta de Jasper, empezó a preparar


el desayuno, el corazón ya se le había normalizado, pero la cabeza la
tenía peor que hacía un momento. Por la conmoción de la situación, no
había podido percatarse de algo, pero ahora que estaba algo más
calmada, su mente la bombardeaba con las imágenes del cuerpo de
Edward semidesnudo ante ella.
Muchas veces había visto a Jasper de la misma forma, y aunque el
cuerpo de los dos era parecido, el de Edward la perturbó como
ninguno. Más que miedo a él, era miedo a ella misma, a lo que podría
suceder si él se proponía seducirla. No lo quería, no lo amaba, pero
sabía que no se necesitaban esa clase de sentimientos, para desear a un
hombre, y ella para su propio pesar estaba empezando a desear a
Edward. Su cuerpo era perfecto, no era flaco pero tampoco muy
musculoso, tenía las proporciones perfectas para trastornar la cabeza y
hormonas de cualquier mujer; y su entrepierna. Oh Dios ese bulto. Solo
lo había mirado por un segundo, pues no se atrevió a más, pero ese
corto tiempo fue suficiente para darse cuenta de que él estaba excitado,
bastante en realidad y eso hizo que sintiera una punzada de deseo en
su vientre.

Tenía que solucionar ese problema como fuera, no estaba dispuesta a


entregar su virginidad por una noche de pasión con un hombre como
Edward. No era de las que pensaba esperar hasta el matrimonio, claro
que no, pero al menos quería que fuera algo especial, con alguien que
la respetara, la valorara, y Edward no parecía ser de esos.

No podía dejar la ida a la Oficina de Migración para dentro de dos


semanas, tendría que ir en los próximos días. Necesitaba solucionar el
problema y regresar a América lo antes posible. No solo estaba la fecha
límite para inscribirse en la universidad, sino también las sensaciones
que habían empezado a agobiarla hacía apenas un par de días. Sí,
estaba decidido, esa semana que empezaba, arreglaría su situación
legal y viajaría a su casa, donde el único peligro que corría con respecto
a hombres, era que algún compañero de estudios se fijara en ella, y si
no le gustaba, podía deshacerse de él con algún desaire o simple
indiferencia.

— ¿Te puedo ayudar? —La voz de Edward la sobresaltó, pero él


enseguida se apresuró a disculparse—. Lo siento, no quería asustarte.

—No lo parece. —contestó ella sarcásticamente.


—Bella perdóname, ya te lo dije, estaba borracho. —Avanzó hacia ella.

—Eso no te da derecho meterte a en mi casa y en mi cama…

— ¿Derecho? —Edward se acercó a ella rápidamente—. Tengo todo el


derecho del mundo a hacer lo que me dé la gana.

—Pero no conmigo. —dijo Bella entre dientes, alzando la cabeza para


retarlo.

Edward se la quedó mirando. Eso es lo que tú crees. Quiso decirle, pero


decidió que no era el momento. Giró sobre sus talones y se sentó en la
mesa sin decir nada más.

Bella cerró los ojos y aspiró hondamente para calmarse. Aguanta un


poco Bella, solo un poco más. Se decía para darse fuerzas.

—Vas a desayunar o te largas de una vez. —preguntó bruscamente.


Edward, que tenía la cabeza agachada, no levantó la vista para
responderle, solo se removió un poco en la silla.

—Tengo hambre. —Su voz sonó como la de un niño regañado.

Bella volvió a cerrar los ojos y asintió. Esos cambios de humor de


Edward no le convenían a ella para nada, pues en muchas ocasiones,
como en esa, le ablandaban el corazón y terminaba por tenerle
compasión o ternura, como en ese momento, solo que no estaba
dispuesta a demostrarlo.

Le sirvió el desayuno y se sentó a comer en la silla del frente, para estar


lo más alejada posible de él. Ninguno de los dos pronunció palabra
durante ese momento, solo se dedicaron a comer, ni siquiera se
miraron.

—Como Jasper no estará aquí mañana. —dijo Edward cuando estaba


en la puerta del apartamento, dispuesto a marcharse. Ya Thomas lo
estaba esperando para entregarle las llaves del auto e irse, pues
Edward le había dicho que prefería manejar él mismo—. ¿Quieres que
pase por ti?

—No es necesario, yo puedo irme sola.

Edward la miró por unos segundos y asintió, salió del apartamento y


Bella cerró la puerta enseguida, se recostó en ella y suspiró aliviada
levemente. Había salido bien librada de esa, pero no podía exponerse a
otras, pues temía el resultado.

— ¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo?

Edward miró a Emmett con rostro de confusión, estaba claro que no


había escuchado ni una sola palabra de su conversación, toda su mente
estaba enfocada en idear un plan para evitar que Bella fuera a
Migración esa semana. En el pub, ella le había dicho que iría en dos
semanas, pero estaba seguro que por lo sucedido el día anterior -en
que lo encontró acostado en su cama-, no pasaría de esa semana para
que ella descubriera todo, y él no recibiría la información por parte de
James hasta el viernes.

— Edward ¡No me estas escuchando! —Emmett se levantó de la silla y


empezó a caminar por la Oficina de Presidencia—. Llevo más de veinte
minutos hablándote del negocio en York y tú pensando en las pelotas
del cangrejo.

— ¿York? —Preguntó Edward con curiosidad ignorando el último


comentario—. ¿Tienes que viajar a York?

Emmett se pasó una mano por la cara frustrado.

—Hermano, tengo que viajar pasado mañana a York para reunirme


con la gente de Gray&Jones para finiquitar el acuerdo. —habló como si
estuviera explicando algo a un niño retrasado.
—El miércoles. —susurró Edward pasándose una mano por la barbilla.

— ¡Sí Edward el miércoles! Pasado mañana, es lo mismo ¿Qué coño es


lo que te pasa? Estás más idiota que de costumbre.

—Déjame ir a mí. —Eso era lo que Edward necesitaba para mantener a


Bella ocupada, estaría tan atareada esa tarde y el martes arreglando lo
del viaje, que no tendría tiempo de averiguar nada hasta la otra
semana.

— ¿Estás loco? Ellos esperan verme a mí, yo he sido quien ha hablado


con ellos todo este tiempo ¿para qué quieres ir tú?

— ¡Porque si! ¿Cuál es el problema? yo estoy tan enterado de ese


negocio como tú. —Se pasó una mano por el cabello y tiró un poco de
él—. Además, Isabella está algo aburrida aquí y este viaje le haría bien.

—Hmm, Bella Bella. Mándala conmigo entonces, yo puedo hacer que


se divierta como nunca. —Emmett habló de manera bastante sugestiva.

— ¡No! —Edward se levantó de su asiento y señaló a Emmett con el


dedo de forma amenazante—. Aléjate de ella Emmett, Isabella me
pertenece y no estoy dispuesto a permitir que ni tú ni nadie me la
arrebate.

— ¡Vaya! Por lo que veo la cosa va en serio. —Emmett se sentó de


nuevo sonriendo, pues no le temía a las amenazas de Edward—. Y solo
por curiosidad ¿Ella lo sabe?

Edward se sentó y se enfurruñó en su silla—. No, pero eso no importa,


porque pronto lo sabrá y lo aceptará.

—Si tú lo dices. —Emmett no entendió lo que se encontraba implícito


en esas palabras—. Bueno, mejor para mí si quieres ir tú. Esa ciudad es
algo aburrida y esa gente lo es más. Pensaba llevarme a Jasper, pero
como todavía no le digo nada, no hay problema con el cambio de
planes.

Edward asintió. Ahora solo quedaba avisarle a Bella y esperar porque


no protestara demasiado.

Al poco rato Bella entró a la oficina. Estaba ayudando a Sara con unos
documentos y ya casi era hora de almorzar.

—Nena el miércoles nos vamos a York. —Edward habló sin


preámbulos—. Necesito que alistes todo lo que necesites para el viaje.
Regresamos el sábado.

Bella lo miró aturdida. Procurando aclarar sus pensamientos, en un


pobre intento exclamó:

— ¿Qué… qué es York? —Fue todo lo que atinó a decir.

—Es una ciudad al noroeste del país —explicó Edward sin darle
mucha importancia—. Tengo una reunión con unos empresarios y tú
vas conmigo.

—Y se puede saber ¿Por qué tengo que ir contigo? —Esa idea del viaje
no le estaba gustando para nada a Bella.

—Porque tenemos un trato, porque trabajas para mí, y porque me da la


gana. ¿Algo más? —preguntó Edward con una ceja alzada en forma
retadora.

Bella frunció el ceño. Y agregó en tono demandante:

—Siempre te tienes que salir con la tuya ¿Cierto?

—Cierto. —Afirmó Edward.

Bella se acercó molesta al escritorio de él, tomó unas carpetas, y se


dirigió a su puesto de trabajo habitual sin decir palabra. Lo mismo
había sucedido en la mañana, cuando estaba saliendo del edificio
donde vivía para dirigirse a CullenWorld. Edward estaba esperándola
dentro de su auto, cuando la vio salir, abrió la puerta y la llamó, pero
Bella aún molesta por lo sucedido el día anterior, lo ignoró por
completo y empezó a caminar en dirección a la parada del autobús. Él
sin darse por vencido, arrancó el auto y comenzó a seguirla a muy baja
velocidad, cuando llegaron a la esquina que Bella iba a cruzar, Edward
aceleró y se le atravesó.

—Sube o me bajo y te cargo, así armemos el escándalo de nuestras vidas.

Bella se lo había quedado mirando con el ceño fruncido, como


esperando a ver si era verdad que cumpliría su amenaza, pero corrió a
subirse cuando lo vio abriendo la puerta del auto para salir de él.

Cuando no era por una cosa era por la otra, pero Edward siempre se
salía con la suya, y eso era lo que más la irritaba.

Al llegar la noche, Jasper llegó unos minutos más tarde de lo


acostumbrado, pues las sustentaciones de los trabajos se habían
extendido un poco.

—Mi vida —Bella entró al cuarto de Jasper y se sentó en la cama


mientras él se cambiaba de ropa—. Tengo algo que decirte.

— ¿Qué pasó preciosa? Te ves preocupada.

Bella se mordió el labio antes de continuar—. Es que Edward necesita


ir a un viaje de negocios a una ciudad llamada York.

— ¿York? —preguntó Jasper colocándose frente a Bella, pues estaba a


sus espaldas mientras se colocaba la pantaloneta para dormir—. Pero
ese negocio lo tiene Emmett.

—Sí, pero al parecer entre los dos decidieron que sería Edward quien
iría a reunirse con ellos.
—Entiendo. —Jasper se acostó en la cama y le puso los pies en el
regazo a Bella—. Y ¿Para qué me cuentas eso?

Ella se removió y empezó a jugar con los dedos de los pies de él.

—Es que… yo tengo que ir con él. —dijo con miedo y sin mirarlo a los
ojos.

Jasper la miró por un momento y suspiró hondamente.

—Bella, ya no eres la niña que conocí, eres una mujer mayor de edad
capaz de tomar tus propias decisiones.

—Tenía catorce años cuando me conociste, ya no era una niña. —


protestó Bella juguetonamente para aliviar la tensión.

—Para mí lo eras y punto. —Jasper rió por un momento, pero luego se


puso serio, se sentó en la cama y tomó la cara de Bella entre sus
manos—. Yo te apoyaré en todo lo que decidas, siempre estaré ahí para
lo que necesites, y si en algún momento te estrellas contra algo, yo
estaré a tu lado para ayudarte a levantar y agarrar a golpes a lo que
quiera que te hiciera daño. —Bella sonrió—. Solo necesito que confíes
en mí, y me digas cuando algo te molesta o te preocupa, ¿Está bien?

Bella asintió y Jasper la besó en la frente.

—Entonces, ¿Quieres ir? —preguntó Jasper.

Sí, en realidad sí quería, sería muy bueno conocer otra ciudad antes de
partir, y según estuvo averiguando en internet, York era una ciudad
más que todo histórica, y esas eran las mejores para visitar, así no le
quedara mucho tiempo por las reuniones y ocupaciones de Edward.
Habría preferido ir con Emmett o cualquier otra persona, pero a más
no poder, tenía que conformarse con el bipolar de su jefe.

Asintió y luego de conversar por unos minutos más, le dio las buenas
noches a Jasper, se dirigió a su habitación y se acostó.
Al día siguiente en la oficina todo fue más agitado, Edward encargó a
Heidi de apartar las habitaciones en un hotel y de los vuelos. Como el
viaje era dentro del país, no tenía problema con lo del pasaporte, pues
ni siquiera necesitaba mostrarlo en el aeropuerto. Lo que más
lamentaba era no poder ir a migración esa misma semana, y no quería
solo llamar, pues era algo muy complicado para tratar por teléfono.

Edward estaba aparentemente tranquilo, pero en realidad la ansiedad


lo consumía, serían unos cuantos días en que estarían los dos solos, sin
nadie que los interrumpiera. Y aunque sabía que Bella no lo dejaría
llegar muy lejos, sí podía jugar con su autocontrol y hacerla dudar de
su propias sensaciones.

—Ya está todo listo Edward, tal como lo pediste. —Le informó Heidi
sentándose frente al escritorio de Edward, luego de que Bella saliera
para ir a buscar unos documentos en otra oficina, que se necesitaban
para las reuniones—. Solo espero que sepas lo que estás haciendo.

—Tú no te preocupes por nada, yo sabré manejar la situación. —dijo


Edward con indiferencia.

—No me preocupo por ti, sino por Bella. Realmente te pasaste con lo
del domingo.

—No era consciente de lo que hacía, además, no sé por qué se molesta,


es mejor para ella que se vaya acostumbrando a verme dormido a su
lado cuando se despierta.

—Eres un maldito Edward. —Heidi levantó los brazos con


exasperación—. Ni siquiera sé por qué te ayudo.

—Lo haces porque quieres verme feliz, y sabes que ella es toda mi
felicidad. —alardeó Edward porque sabía el cariño que le tenía su
prima.
—Puede ser —contestó—, pero realmente espero que todo esto no
termine mal, ni para ti, ni para Bella, porque aunque no lo creas le he
tomado cariño a la chica.

—Eso es precisamente lo que quiero Heidi, que toda mi familia la


aprecie y acepte, así debe ser y así será.

Heidi miró a su primo por un largo momento en el que él continuaba


con el trabajo que estaba haciendo. Sabía que él era capaz de todo por
conseguir lo que deseaba, y eso era lo que más le preocupaba.
CAPÍTULO 9


Me seduces al extremo,
y me haces caer en tú juego.
Te aprovechas de mi deseo,
y te sacias con todo mi cuerpo.
Pero yo no estoy dispuesta a continuar,
lo antes posible debo marchar.

— N o entiendo para qué me haces venir hasta aquí, si podía


perfectamente llegar sola al aeropuerto —preguntó Bella, mientras
acomodaba la maleta junto a la mesa de juntas de la oficina de Edward.

— ¿Para qué quieres llegar al aeropuerto? —Edward la miró con


confusión.

—Edward no entiendo, vamos a viajar a York, Heidi ayer habló de


unos vuelos, así que… —Bella se detuvo cuando su mirada se fijó en el
helicóptero negro con las letras plateadas CW que se encontraba en el
helipuerto, fuera de la oficina—. ¡Oh Dios! No me digas que vamos a
viajar en esa cosa —dijo lo último señalando con un dedo hacia el lugar
donde estaba el aparato.

—Claro, cuando Heidi hablaba de vuelos se refería a los permisos para


despegar y aterrizar. —Edward sonrió al ver que Bella aún no había
bajado la mano—. Nena, demoramos más llegando al aeropuerto y
embarcando, que en el propio vuelo si viajamos en avión.

Bella tragó en seco y miró a Edward con el ceño fruncido.


—No tienes un avión privado o ¿Algo así?

—Yo no, prefiero los helicópteros. Cuando los vuelos son largos viajo
en la aerolínea de la familia. Considerando que solo reservamos para
volar en primera clase, tenemos que esperar a que la otra se llene; no
nos gusta monopolizarlos sin ninguna necesidad —contestó Edward
encogiéndose de hombros.

— ¡¿Tu familia tiene una aerolínea?! —Bella estaba asombrada, una


cosa era un avión, pero una aerolínea era demasiado para procesarlo
fácilmente.

—Es de mi tío Joseph en realidad, el padre de Heidi y Emmett —


explicaba mientras recogía unos documentos y los guardaba en un
maletín ejecutivo—. Era piloto por hobbie, siempre llevaba a mi tía
Elizabeth con él en sus vuelos, pero cuando ella murió, él no volvió a
pisar ningún avión de la compañía, prefiere hacerlo en cualquier otra.

—Lo entiendo. —Claro que Bella sabía lo que era perder a una pareja,
no lo había sentido en carne propia, pero sí por medio de su madre—.
Y ¿Cómo se llama la aerolínea?

—Lizzy Airlines.

— ¿Lizzy? La universidad también lleva el nombre de Elizabeth —


comentó Bella.

—Mi bisabuelo quien fundó la universidad, le puso el nombre de su


esposa, y mi abuelo el nombre de su madre a su hija —explicó Edward.

—Al parecer las "Elizabeth" causan grandes pasiones en los hombres


de esta familia —comentó Bella sin darle mucha importancia a sus
palabras.

Edward se le acercó y mirándola fijamente le contestó:


—Isabella, ¿Sabías que tu nombre es un derivado de Elizabeth? —Sin
esperar respuesta salió de la oficina.

Bella se quedó mirando la puerta con el ceño fruncido. No sabía muy


bien por qué, pero esa pregunta le sonó más como una amenaza, algo
así como si le estuviera avisando algo.

La semana siguiente iría a migración, y todo se arreglaría, sabía que no


había cometido ningún delito y sus documentos no eran ninguna
falsificación, por lo que consideraba que dando la cara todo se
solucionaría más rápido que por medio de un abogado.

Pensó que era mejor no atormentarse con los comentarios de Edward,


estaba segura de que él solo lo hacía para provocarla y ella no se
amargaría su vida en las pocas semanas que le quedaban en ese país.
Ahora tenía otra preocupación, una más próxima y que la angustiaba
más que cualquier comentario mal intencionado de su jefe.

Media hora después, Bella se aferraba fuertemente al brazo de Edward,


al tiempo que mantenía los ojos cerrados.

—No sabía que le tenías miedo a las alturas —habló Edward por el
micrófono que estaba unido a los audífonos, y que ya había
desconectado de la conexión con el piloto.

—No le tengo miedo a las alturas, pero nunca me había montado en


uno de estos… —Bella se interrumpió cuando el helicóptero empezó a
elevarse. El vacío que sintió en su estómago, fue mucho más fuerte que
el de un avión cualquiera. En el momento no supo qué le impidió
gritar como una posesa por la sensación, pero cuando sintió a Edward
forcejear para zafar su brazo, su rostro se tornó excesivamente rojo por
la vergüenza. Mientras su estómago sufría los efectos del ascenso, ella
hincaba los dientes, inconscientemente, en el brazo de Edward.
— ¡Maldición Bella! —se quejó él frotando su brazo—. No me molesta
que me muerdan mientras follo, pero nunca había conocido a una
mujer con la mandíbula tan fuerte como la tuya.

—Lo siento, lo siento, es que… ¡Oh Dios! —Bella volvió a aferrarse al


brazo de Edward. No le gustaba demostrarle esa familiaridad, pero en
ese momento su vida valía más que cualquier prejuicio.

—Tranquila mi nena, solo estamos girando —explicó Edward riendo.


Zafándose de nuevo del agarre de Bella, pasó el brazo por la espalda
de ésta y la atrajo a su pecho—. Relájate, tienes el cinturón puesto y las
puertas están bien cerradas. Mejor abre los ojos y disfruta de la vista.

Bella que se aferraba fuertemente al saco de Edward, abrió primero un


ojo y luego el otro con temor. En el momento solo divisó el cielo
londinense, pero cuando bajó un poco la vista, pudo observar la ciudad
como tal.

— ¿Ese es el Big Ben?

—Así es. —Edward sonrió, ordenó al piloto que sobrevolara la zona y


la apretó más contra su pecho—. Y junto a él, el Palacio de
Westminster, esa de ahí atrás es La Abadía, y por este lado… —La hizo
voltear para la ventanilla de ella—. Está el puente del mismo nombre.
Ese de ahí es el llamado "El Tesoro de su Majestad" que es el
Departamento Gubernamental del Reino Unido… —Uno a uno,
Edward iba nombrándole a Bella los grandes monumentos y
edificaciones importantes que sobrevolaban.

Ella miraba todo con fascinación. Nunca se imaginó poder sobrevolar


Londres en un helicóptero. La vista era magnífica, aunque desde tierra
se podían ver con más detalle, desde el aire era como observar una
maqueta perfectamente diseñada.

—Tienes que ver todo esto de noche —comentó Edward aún


sonriente—. La iluminación hace que la vista sea impresionante.
—Gracias por todo esto Edward, jamás habría tenido la oportunidad
de ver algo así, si no fuera por ti —dijo Bella apartándose un poco de él
pero sin soltar su agarre.

Edward la miró a los ojos intensamente.

—Te dije que puedo poner el mundo a tus pies si así lo deseas.

—No eches a perder este momento, por favor. —Bella lo miró con algo
de súplica y exasperación. Ese tema estaba cerrado para ella, era algo
que no tenía futuro, por lo que no valía la pena perder tiempo
hablando de eso.

Edward no le contestó, solo giró su cabeza y se quedó mirando a lo


lejos, sin ninguna expresión en el rostro. Ella lo observó por unos
segundos más. Tus silencios me asustan. Pensó, no sabía por qué, pero
así era. Algo dentro de ella le advertía de las tormentas que se podían
esconder bajo esa aparente calma. Sin embargo mientras él no
decidiera hablar y contarle qué era lo que pensaba en realidad, a ella
solo le quedaba rogar porque lo que fuera que estuviera formándose,
no la tomara como su objetivo, como su presa.

Varios minutos después se encontraban sobrevolando los campos de


Keyston. Las diferentes tonalidades de verdes, divididas en cuadrados,
rectángulos, y otras figuras geométricas, mostraban un panorama rural
hermoso. A Bella siempre le había gustado el campo más que la
ciudad. El olor de la tierra húmeda por el rocío de la mañana, el verde
extendiéndose por doquier coloreando las perfecciones de la
naturaleza, el sonido de los animales en el bosque, todo eso la hacía
recordar a su padre y el bosque detrás de su antigua casa. Habían sido
los años más felices de su vida, pero aunque sintiera que estaba
traicionando el tiempo que pasó con su padre, no podía negar que
agradecía haber conocido a personas como Jasper, Phil y Ángela —
quienes ahora eran su familia—.
— ¿En qué piensas? —preguntó Edward acariciándole el brazo. Aún
no la había soltado, y ella por precaución seguía levemente aferrada a
él.

—En mi padre —susurró—. Y en cómo ha cambiado mi vida desde su


muerte.

Edward frunció el ceño.

— ¿Para bien o para mal? —preguntó con tono preocupado.

—No lo podría decir realmente, solo cambió. Conocí personas que


ahora son muy importantes en mi vida. —Bella sonrió al pronunciar
esas palabras.

—Entre esas personas está Ángela, supongo.

Bella rió al escuchar el nombre de su amiga. Tenía varios días que no


hablaba con ella y le hacía mucha falta, tendría que llamarla para
contarle que había viajado en helicóptero, y que si todo salía bien,
pronto estaría con ella. Asintió en respuesta al comentario de Edward.

—Me gustaría conocerla, ¿Cuándo crees que pueda viajar? —continuó


él.

—Lo que tiene reunido es para los gastos de la universidad —


respondió Bella mirando distraídamente un pequeño grupo de casas
junto a unos grandes pastizales.

—Nadie está hablando de dinero. —Edward se encogió de hombros—.


Es cuestión de tiempo y disposición, los gastos corren por mi cuenta.

Bella se enderezó por completo en su asiento, pero sin soltar el brazo


de él. Al parecer volvían a lo mismo del control sobre los amigos y eso
la disgustaba.
—Te he dicho muchas veces que no me gusta que hagas eso —habló
firmemente y con el ceño fruncido—. De nada te servirá tu dinero
conmigo.

—Puedo asegurarte Isabella, que el dinero es muy eficiente al


momento de conseguir lo que deseas.

Otra amenaza que Bella dejó pasar por alto. Ella sabía que Edward no
era solo lo que mostraba, pero como una joven que no conocía las
grandes pasiones y los poderes que las acompañaban, creía que solo
eran eso, formas de amedrentarla, sin ningún actuar peligroso. Perro
que ladra no muerde. Pensó, sin saber cuán equivocadas eran sus
palabras.

—Quién mejor que tú para decirlo ¿No es así? —dijo sarcásticamente y


giró su cabeza bruscamente para dejar de mirarlo.

Edward suspiró y se acercó un poco a ella.

—Mejor olvidemos el asunto del dinero, que me enfermo cada vez que
te molestas conmigo —pidió Edward en tono suplicante.

Cuando Bella giró para verlo de nuevo, lo encontró con una mirada de
niño bueno y un leve puchero en la boca. Ese hombre era capaz de
cambiar de expresión en el rostro con una facilidad asombrosa, y lo
que más le sorprendía a Bella, era que en ninguna de esas facetas,
lograba atisbar ningún signo de falsedad; obviamente no era experta
en eso, pero al menos a simple vista, todas sus emociones eran
honestas.

Esa cara era capaz de derretir el corazón de cualquier mujer, y en ella


se estaba mostrando un leve ablandamiento. Bajó su vista un poco y
miró sus labios. Una sensación de deseo se empezó a formar en su
vientre. Su cuerpo quería volver a experimentar la sensación del beso
en el Pub, su primer beso, dado precisamente por esos labios que ahora
la provocaban de nuevo. Sin ser consciente de lo que estaba haciendo,
lamió sus labios lentamente, como saboreando el recuerdo de aquel
beso que tanto deseaba repetir.

Edward de inmediato cambió su expresión a una de total picardía, en


su boca se extendió una sensual sonrisa, y acercando un poco su rostro
al de Bella, como si leyera sus pensamientos le dijo:

—Yo también deseo repetir ese beso, preciosa.

Esas palabras, escuchadas por medio de los grandes audífonos que


traía puestos, vibraron en todo su cuerpo como ondas de placer
esparcidas por cada célula. Quiso besarlo, quiso acortar la distancia
que había entre los dos, apartar los micrófonos que se encontraban
cerca de sus labios y besarlo sin importarle quién era él, ni ella, ni
dónde se encontraban.

Edward pasó una mano por la cintura de Bella, y la atrajo a su cuerpo


lo más que el cinturón de seguridad permitió.

— ¿Alguna vez te han besado en pleno vuelo Isabella?

En el momento justo en el que Edward se apoderaba de sus labios, la


razón de Bella se reactivó y la hizo apartarse rápidamente.

Si permitía ese segundo beso, estaba segura de que ese viaje sería todo
un infierno para ella. Él aprovecharía su debilidad y sería capaz de
meterse en su habitación, pero esta vez no a dormir, sino a seducirla, a
provocar lo que él ya seguramente sabía que bullía en su interior, y ahí
ya no tendría ninguna salvación. No estaba segura de que su razón
pudiera combatir con su deseo y ella prefería prevenir antes que
lamentar. Después de todo, su tiempo ahí estaba llegando a su fin.

Edward al ver el rechazo de ella, cerró los ojos y con un suspiro de


resignación, se enderezó en su asiento.
—Crees que de haberme conocido —dijo Edward con claras
intensiones de evitar alguna respuesta insultante por parte de Bella—.
Tu padre me… ¿Crees que le caería bien?

— ¡Obviamente no! —contestó Bella bruscamente. Se había librado por


poco de volver a caer en el juego de él, y eso la tenía más molesta
consigo misma que con el propio Edward.

Edward se acercó nuevamente para susurrarle al oído sin ninguna


necesidad, pues el pequeño micrófono junto a su boca, permitía que
entre los dos escucharan cualquier sonido.

—Entonces somos la pareja perfecta. —Esperó a que ella girara su


cabeza y cuando así lo hizo con una expresión interrogante, él
completó—: Pareja que se respete el suegro odia al novio. —Le guiñó
un ojo, y con una carcajada, se acomodó en su puesto decidido a no
importunarla por el momento.

—Eres insoportable.

—Es una de mis mejores cualidades. —Sonrió con satisfacción y giró su


cabeza para mirar por la ventanilla.

Bella seguía molesta, pero tuvo que hacer un esfuerzo por no sonreír
con las últimas bromas de Edward. Se mordió el labio, y no queriendo
agarrar de nuevo el brazo del hombre a su lado, se aferró a su asiento y
se dedicó a admirar el paisaje que se extendía varios metros bajo sus
pies.

El vuelo duró hora y media, por lo que a los pocos minutos, el piloto
avisó que ya se estaban acercando al aeropuerto de Yorkshire, donde
aterrizarían.

—Cuando aterricemos colócate la chaqueta antes de salir, la


temperatura aquí es un poco más baja que en Londres —indicó
Edward a Bella, entregándole la prenda que se encontraba en el asiento
de adelante.

Bella asintió, acomodó la chaqueta en sus piernas, y poniéndose


nerviosa por el aterrizaje, se aferró de nuevo al asiento.

—Si quieres de regreso, podemos viajar en tren —comentó Edward


sonriendo de manera comprensiva.

—Nunca he subido a uno pero estoy segura que es mucho mejor que
esto. —Miró a Edward y le preguntó con timidez—: ¿Estás seguro que
no te importará hacerlo?

—Por ti haría cualquier cosa mi… nena —Edward le acarició la mejilla


con un dedo.

Bella le sonrió y dándole las gracias sin ser muy efusiva, giró el rostro
para prepararse para el momento del aterrizaje.

Luego de un aterrizaje algo tenso para Bella, se bajaron del helicóptero


y subieron a una limusina parecida a la de la familia, pero algo más
pequeña, y tomaron la Elvington Ln rumbo a York, serían solo unos
cuantos minutos, por lo que Bella se dedicó a observar los grandes
campos de cultivo que se extendían a lado y lado de la carretera, hasta
donde la vista alcanzaba.

Minutos después llegaron al Cedar Court Grand, un hotel y spa cinco


estrellas, ubicado en el corazón de York frente a las antiguas murallas
de la ciudad. Al bajar un botones se acercó para recoger el par de
maletas y guiarlos a la recepción.

—Es hermoso —comentó Bella admirando la fachada de la edificación


que estaba toda cubierta en ladrillos expuestos, y tenía un aire de
elegancia antigua y sofisticación.
—El sábado antes de irnos te mostraré la ciudad —dijo Edward
colocando una mano sobre la espalda de ella para guiarla al interior del
hotel.

Se acercaron a recepción y Edward indicó a la joven vestida de negro


sus nombres y mostraron sus documentos.

—Señor Cullen, lamentablemente ha habido un error con la habitación


de la Señorita Swan.

Bella frunció el entrecejo y prestó atención, no le gustaba cómo


sonaban esas palabras.

— ¿A qué se refiere con eso? —Se adelantó a Edward.

—Señorita, al parecer su reservación no fue ingresada con éxito y solo


se registró la suite Penthouse como única habitación para… —Se detuvo
por un momento mientras revisaba su pantalla—. El Señor y la Señora
Cullen.

— ¡¿Qué?! —Bella gritó sin poder evitarlo. Sintió una punzada de dolor
en la cabeza. Estaba segura de que terminaría con un derrame cerebral
antes de lograr volver a su país.

—Nena cálmate, estás armando un escándalo por nada —le reprochó


Edward suavemente.

— ¡Esto es obra tuya, estoy segura! —habló entre dientes, mientras su


cara se tornaba de un color rojo, muestra de la rabia que estaba
sintiendo.

—Yo no hice las reservaciones, si quieres llama a Heidi y pregúntale


qué pasó. —Edward le entregó su teléfono celular, pero algo en la
expresión del rostro de él, le indicaba a Bella que no era tan inocente
como aparentaba.
Bella le arrebató el teléfono de las manos y buscó rápidamente en la
lista de contactos; al par de timbrazos, la mujer contestó.

— ¿Qué quieres?

— ¿Heidi me puedes explicar por qué hay reservada una sola


habitación a nombre del Señor y la Señora Cullen? —Bella ni siquiera
respiró al pronunciar toda la frase.

Heidi se carcajeó fuertemente desde el otro lado de la línea antes de


hablar:

—Esas cosas solo te pasan a ti Bella. —Volvió a reír—. Pero yo no tengo


nada que ver con eso, yo solo llamé a la agencia y di las indicaciones. Si la
chica que me atendió era una estúpida no es mi culpa.

—Heidi por Dios, no me salgas con esas. Tú más que nadie sabe que no
puedo dormir en la misma habitación que Edward. —La voz de Bella
sonaba suplicante y angustiada.

—Mira Bella, eso se soluciona pidiendo que te den otra habitación y ya está,
eso no tiene complicación alguna. —Se escuchó en el fondo una voz que le
indicaba a Heidi que podía seguir a algún sitio—. Tengo que colgar, estoy
aprovechando los días de libertad para consentirme un poco, cálmate y pide
otra habitación. —La mujer colgó sin decir más.

Heidi tiene razón, estas cosas solo me pasan a mí. Pensó Bella con angustia,
pero todavía le quedaba la opción que la misma mujer le había dado.
Se acercó de nuevo a la recepcionista, ignorando por completo a
Edward.

—Señorita, debe haber alguna otra habitación para mí, cualquiera, no


importa qué clase sea.

—Permítame un momento. —La mujer tecleó unas palabras y revisó en


su pantalla—. Lo siento Señorita Swan, no hay ninguna habitación
disponible, ahora mismo hay una convención de médicos especialistas
en cardiología infantil y el hotel está totalmente ocupado, solo la
suite Penthouse está disponible, y es la que está reservada para ustedes
dos.

—Señorita entienda, este hombre y yo somos jefe y asistente, no


marido y mujer —dijo señalando a Edward sin siquiera voltear a
mirarlo.

—Lo siento Señorita Swan, pero no puedo hacer nada, permítanos


disculparnos con usted y con el Señor Cullen por el error cometido,
pero así fue como se registró y no está en nuestras manos poder
ayudarla. —La mujer hablaba sinceramente y con algo de vergüenza,
por lo que Bella asintió con una media sonrisa para indicarle que la
entendía, y se giró hacia Edward.

— ¡Debes estar feliz! —dijo Bella con ironía.

—No me puedo quejar —respondió Edward encogiéndose de


hombros.

Bella se acercó a él y lo miró de forma amenazante para tratar de


enfatizar sus palabras:

—Procura no pasarte de listo conmigo Edward Cullen, porque juro que


mientras duermas, tomo el abrecartas de tu portafolio, y te castro.

Edward sonrió cínicamente, haciendo caso omiso de la amenaza de la


chica.

— ¿Por qué querrías deshacerte del que será tu juguete favorito? —Le
guiñó un ojo, y giró a su derecha para ir a la zona de ascensores.

Bella tomó aire profundamente. Sentía rabia con Edward, pues aunque
no estaba segura, sospechaba que él tenía algo que ver en todo el
asunto, pero lo que más temía era su propia fortaleza. Sabía que ese
hombre era capaz de hacer caer en sus brazos rogando por placer, a la
más pura e inocente de las vírgenes. Ella había empezado a desearlo
desde que él rozara sus labios con su lengua aquella vez en la oficina.
Parecía ilógico para Bella desear a un hombre que rara vez soportaba,
pero al mismo tiempo comprendía que el cuerpo no atendía a las
razones de la mente cuando era provocado por alguien tansexy como
él.

Lo siguió al ascensor privado que daba directo a la habitación ubicada


en el último piso, y al abrir las puertas de éste, Bella sintió como si
entrara a la guarida de un lobo que está dispuesta a devorarla. El
mayordomo de la suite, un hombre alto, casi de la misma edad de
Edward y rubio, se presentó ante ellos como William, y se ofreció a
mostrarles las diferentes estancias.

Bella notó cómo Edward colocó posesivamente una mano en su cintura


y la atrajo hacia él, ella intentó zafarse, pero él no se lo permitió, por lo
que decidió dejarlo pasar por el momento para no discutir delante del
mayordomo.

Todo el lugar era puro lujo, tenía un salón con cómodos sofás y un
escritorio en madera; todo en colores sutiles y una decoración elegante.

Al entrar a la zona del dormitorio, lo primero que Bella observó fue lo


que en la guarida del lobo sería algo así como la piedra sobre la cual el
animal pensaba devorarla: Una cama super-king vestida con lujosas
sábanas de algodón egipcio. Ni loca me meto a esa cama con este
hombre. Pensó Bella, tratando de convencerse de ese hecho. Al menos
agradecía que los cuartos de baño fueran por separado, porque no
quería tener sorpresas "desagradables" mientras se duchaba.

Cuando el mayordomo se retiró, Edward aflojó el agarre y se giró para


mirarla.
—Ese hombre va a estar revoloteando fuera de esta habitación por si
necesitamos algo. —Se acercó aún más a ella para acentuar sus
palabras—. No te quiero ver andando ligera de ropa por la suite, y
mientras te duchas, si yo no estoy aquí, cierra primero la puerta de la
habitación. No quiero que él escuche como el agua cae sobre tu cuerpo.

— ¡Estás completamente loco Edward! —Bella habló entre dientes y


con el ceño fruncido.

—Solo haz lo que te digo si no quieres averiguar tan rápido cuan loco
estoy —Edward habló rechinando los dientes. Bella notó que no estaba
bromeando, y aunque estaba dispuesta a hacer lo que él decía, no
porque se lo ordenara, sino porque era lo más lógico; se giró
bruscamente y se encaminó a la cama para sacar unas cosas de su
maleta.

—No pienso dormir en esta cama contigo —dijo Bella en tono tajante—
. Así que si estás empeñado en dormir en ella, yo lo haré en uno de los
sofás de afuera, o en el de aquí para no incomodar al mayordomo.

—Dormiré en el sofá —refunfuñó Edward con su típico tono de niño


regañado y salió de la habitación sin decir nada más.

Bella se giró para darle el frente a la enorme cama y suspiró.

—Solo espero no encontrarte sobre ella a media noche —susurró para


sí misma.

Al poco rato bajaron a almorzar al salón comedor. Bella pudo


comprobar que lo de la convención de médicos era cierto, pues
hombres y mujeres con batas blancas se paseaban de un lado a otro.
Luego de almorzar, Edward le pidió que se cambiara de ropa, pues
debían recibir a los ejecutivos con los que se reunirían en uno de los
pequeños salones del hotel.
La tarde pasó entre presentaciones de propuestas y charlas de
negocios. Bella solo tenía la tarea de estar junto a Edward para
alcanzarle cualquier documento, e incluso algunas veces él se acercaba
a ella para comentarle o explicarle algún asunto del que se estuviera
hablando. Ella en el corto tiempo que había estado trabajando para él,
se había dado cuenta que le gustaba todo lo referente a los negocios.
Mientras ayudaba a Sara, había aprendido bastante, y aunque no tenía
aún la capacidad para entender en su totalidad la reunión en la que se
encontraba, sí se atrevía a dar su opinión sobre si era algo viable o no,
o lo que opinaba sobre cierta idea, así fuera solo una opinión general.
Pero en ese momento su mente no solo no estaba concentrada en la
presentación, sino que tampoco en las palabras que se decían. Su
atención yacía más que todo en el hombre a su lado, su jefe. Lo miraba
de reojo, para que éste no se diera cuenta que estaba observándolo. La
forma de Edward de sentarse, de mover las manos cuando hablaba, de
mover la cabeza cuando algo no lo convencía o de parpadear si estaba
de acuerdo con un comentario era algo fascinante para Bella. No había
estado con él antes en una reunión, por lo general solo entraba, dejaba
algo y salía, pero ahora que podía verlo actuar como el gran
empresario que era, se daba cuenta de cuánto podía ese hombre llegar
a gustarle de verdad, no solo físicamente, pues con solo verlo bastaba,
pero el empezar a sentir interés por él, iba más allá de su cara, su
cuerpo o su dinero. Lo que a ella verdaderamente le importaba era la
esencia misma, y ahora que lo veía dominar a esos hombres sentados a
su alrededor, de forma cortés pero firme, sin ningún tipo de titubeo; le
hizo desear poder extender su mano y tomar la de él para decirle que
podría contar con ella, así solo fuera para apoyarlo en las simples
tareas que su escaza experiencia le permitía.

—Bella si estás aburrida puedes ir a relajarte en el spa o salir en la


limusina a donde desees —le susurró Edward en un momento de una
presentación.
—No, quiero estar aquí, me gusta esto —le contestó de vuelta con una
pequeña sonrisa. Edward también sonrió y asintió.

Al terminar la reunión, los hombres se despidieron respetuosamente


de Edward y afectuosamente de Bella. El menor de ellos tenía unos
cuarenta y cinco años, y todos estaban encantados con la chiquilla
hermosa e inteligente que Edward tenía a su lado, porque aunque ella
no participó de la reunión, sí se integró a la conversación luego de ésta,
en la que todos le preguntaban por América, cuáles eran las empresas
más conocidas, cómo se encontraba la economía, y ella que estaba
acostumbrada a escuchar de esos temas por Jasper y las noticias, se
desenvolvía lo mejor que podía ante ellos, tanto así que le pidieron a
Edward que debía llevarla al día siguiente y la hicieron prometer que
almorzaría con ellos para seguir charlando.

Mientras comían juntos en el salón del hotel, Edward le dijo lo


orgulloso que se sentía de ella y que apenas llegaran se lo contaría a
Jasper personalmente, pues estaba seguro que él se sentiría igual.

— ¿No has pensado en dedicarte a esto al igual que Jasper? —le


preguntó Edward mientras cenaban solos.

—Me gustan las matemáticas —comentó Bella como respuesta—. He


notado últimamente que esto me gusta también, pero sigo prefiriendo
mi elección original y es algo que ya tengo planeado desde hace
tiempo.

—A lo que sea que te dediques, estoy seguro que serás la mejor —le
dijo Edward con una sonrisa y ella le agradeció con una igual.

Al poco rato terminaron de cenar y Bella decidió quedarse a leer en un


pequeño espacio del primer piso del hotel, que era como una sala de
descanso; a esa hora eran pocas las personas ubicadas en los sofás y así
podía tener un momento para relajarse a su manera. Al menos eso le
dijo a Edward, pero la verdad era que quería alargar lo más posible el
tiempo que le quedaba para entrar en esa habitación sola con Edward y
sus hormonas.

—Nena son las 10:30 de la noche, vamos para que te acuestes, ya es


muy tarde. —Edward hablaba de una forma tan conciliadora, que a
Bella le daban ganas de sonreír.

—No te preocupes Edward, ve a acostarte tú, yo no tengo sueño


todavía y el libro está en lo mejor, quiero saber qué pasará —dijo
mostrándole su ejemplar de Drácula el no muerto de Ian Stoker. Era la
tercera vez que se lo leía, pero Edward no tenía por qué saberlo.

Edward asintió no muy conforme y se marchó.

Luego del asesinato de Jonathan Harker, Bella no supo en qué


momento se quedó dormida, solo se percató de que al despertar, ya no
se encontraba en el salón de descanso, sino en una cama grande y
mullida. Se frotó los ojos para aclararlos y giró la cabeza a su derecha
para ver la hora, eran casi la una de la mañana.

—Lo siento, no quería despertarte. —Bella se sobresaltó al escuchar la


voz de Edward a su lado.

Estaba acostado junto a ella, con un pantalón de pijama largo, pero sin
camisa. Bella enseguida se miró el cuerpo y jadeó angustiada al darse
cuenta que ya no estaba usando la ropa de la tarde, sino una bata de
pijama corta.

— ¿Qué… qué me hiciste? —preguntó aturdida, pensando en que


Edward la había desvestido para cambiarla de ropa.

—Yo no te cambié, dos empleadas del hotel te ayudaron, según me


dijeron te despertaste en el proceso, pero tenías tanto sueño que caíste
rendida casi enseguida.
Bella suspiró aliviada, recordaba vagamente la cara amable de las dos
mujeres que le indicaban que levantara los brazos, pero la presencia de
Edward en la cama no la dejaba estar totalmente tranquila.

— ¿Por qué no estás en el sofá? —preguntó sin atreverse a mover un


músculo, no estaba molesta, en realidad estaba asustada.

—Quería verte dormir. —Edward apoyó suavemente una mano sobre


el abdomen de ella.

Bella se tensó aún más. Intentando apartarlo, apoyó un puño sobre el


pecho de Edward, y empujó, pero este en vez de alejarse, se acercó más
y rodeándola por la cintura, la haló hacia su cuerpo y se posesionó
levemente sobre ella.

—Bella, no me apartes por favor, te necesito y no te imaginas cuánto —


habló mientras enterraba su rostro en el cuello de ella y empezaba a
besar apasionadamente toda la piel de esa zona.

—Edward… no —rogó Bella.

Edward ignoró la súplica de la chica y se acomodó totalmente sobre


ella. Metiendo una pierna entre los muslos de ella, los separó al tiempo
que se apoderaba de su boca con un beso intenso.

Bella gimió al sentir el cuerpo de Edward presionando el suyo, pero lo


que más la conmocionó en el momento, fue el bulto duro y grande que
apretaba contra su vientre bajo, contra su intimidad. Como las veces
anteriores, su mente inició una lucha feroz contra su cuerpo, pero
mientras se llevaba a cabo la contienda, Edward aprovechaba para
tomar sus brazos y levantárselos por encima de la cabeza.

—Quiero saborearte Isabella, déjame saciarme de ti.

Esa petición provocó en Bella lo que más temía: La inclinación de la


balanza a favor de su cuerpo.
Edward volvió a tomar su boca. Los movimientos de sus labios eran
apasionados, llenos de necesidad, de deseo. Presionando un poco con
su lengua, hizo que Bella abriera los labios y lo recibiera gustosamente,
para que él pudiera recorrer toda su boca con ella. Casi al instante,
Edward empezó a mover sus caderas rítmicamente, una y otra vez, al
tiempo que con su lengua entraba y salía de la boca de Bella como si
estuviera poseyéndola con ella.

Bella tenía los ojos cerrados. Poderosas lenguas de fuego lamían todo
su cuerpo, y en el lugar en que el miembro de Edward presionaba con
cada movimiento, podía sentir cómo una lava ardiente empezaba a
bullir, preparándose para la inminente erupción.

Pero al parecer Edward no solo deseaba saborear su boca, pues


liberando sus labios, comenzó a bajar por su barbilla, y luego su
garganta, dejando un camino de besos ardientes que hacían estragos en
la poca razón que le quedaba a ella.

Para cuando finalmente liberó sus brazos, fue para empezar a apartar
los tirantes de la bata que Bella tenía puesta, sin dejar de besar la piel
del nacimiento de sus pechos.

—Edward… yo nunca… —Bella no pudo terminar de hablar, pues uno


de sus senos fue cubierto completamente por la boca de Edward.

Ella jadeó fuertemente y arqueó su espalda en un movimiento


instintivo de su cuerpo. La lengua de Edward se movía en círculos
alrededor de su pezón, que para ese momento ya era una dura
piedrecita color rosa, con un capullo del mismo color a su alrededor.

—Lo sé… —dijo Edward mientras movía su boca al otro pecho para
hacer lo mismo con él.

Bella podía sentir la necesidad de la lengua de Edward por reclamar


sus senos como suyos. Los dientes de él rozaban por momentos la
sensible piel, y eso la hacía emitir gemidos y jadeos, mientras tomaba
aire para no ahogarse en su propio deseo. Necesitándolo más cerca,
aferró la cabeza de Edward con sus manos y la apretó más contra su
pecho, pero él tenía otros planes para su propia boca.

Zafándose de las manos de Bella, Edward bajó mucho más, hasta


posesionarse en medio de sus piernas y levantó su cabeza para mirarla.

Bella estaba completamente agitada, su pecho desnudo —brillante por


la saliva que él había dejado al saborearla—, subía y bajaba de forma
irregular, y su mente era un caos incapaz de enlazar ideas u ordenar
movimientos lógicos. Desde esa posición pudo ver la mirada de
Edward, sus ojos verdes se veían mucho más oscuros de lo normal, el
deseo estaba explícito en su expresión, y la necesidad y la locura, se
mostraban en sus facciones claramente.

—Lo sé… —repitió él lo que había dicho anteriormente—. Pero esta


noche no voy a tomarte, solo voy a saborearte… a beber de ti. —Y
diciendo eso, levantó la pijama de Bella y enterró su cara entre sus
muslos.

La chica jadeó tan fuerte que se podría decir que fue más un grito. En
ese momento se dio cuenta que todavía tenía la panty puesta, pero eso
no era ningún impedimento para Edward, quien succionaba, lamía y
mordía suavemente toda la intimidad de Bella oculta bajo la fina tela.

Sin embargo, Edward no se conformaba con solo saborear la tela,


quería más y lo obtendría. Tomando la panty con las dos manos, la haló
hacia abajo y la sacó rápidamente por las piernas de Bella, quien las
levantó para ayudarlo.

— ¡Dios! ¿Qué estoy haciendo? —susurró Bella impresionada por su


manera de actuar, pero no impidió que Edward, ignorando sus
palabras, volviera a enterrar su cara en su sexo y esta vez Bella no
pudo evitar gritar.
Edward la atacaba con una necesidad voraz que encendía sus sentidos
y entorpecía su razón.

Sonidos de goce y lujuria se escuchaban de entre sus piernas:


Succiones, relamidas, gemidos del mismo Edward formaban una
música salvaje y alucinante que a Bella la hacía suspirar y gemir sin
control.

Bajó la vista hacia donde se concentraba su locura, y pudo ver cómo el


cabello cobrizo de Edward, se mezclaba con sus rizos oscuros.

—Mmmm… Edward… así, más…

En un rápido movimiento, Edward pasó los brazos alrededor de las


caderas de Bella y la atrajo más hacia su cara, haciéndola levantarlas
un poco para tener más acceso a su sexo, y sacando la lengua, la
enroscó un poco y buscó con ella el agujero de su entrada y la enterró
en el.

— ¡Edward! Ah… Dios… mmm —Bella no lograba formar una frase


coherente. Sus manos estaban fuertemente aferradas a las sábanas de la
enorme cama, y sus caderas se balanceaban sin permiso al ritmo de la
lengua de él.

Podía sentir cómo su cuerpo se quemaba por dentro, cómo algo


desconocido para ella se formaba con fuerza en su vientre y la hacía
retorcerse de pura pasión y lujuria.

—Edward… Ahh… no puedo… no puedo más.

Pero Edward no se compadeció de su ruego, si no que atacó con más


vehemencia, regresando su atención a su clítoris hinchado que servía
de botón de encendido a la excitación sin límites de Bella.

Sentía que ya no aguantaba más, no sabía si eso era normal, pero


aunque sentía que iba a explotar, deseaba hacerlo sin importar las
consecuencias. Su cuerpo anhelaba esa liberación que solo la boca de
Edward podía provocar en ese momento, y en un fuerte apretón de los
labios de Edward en su punto más sensible, y luego un jalón, el mundo
de Bella estalló.

Todo en la habitación desapareció, la cama en la que estaba acostada,


la pequeña bata que tenía enrollada en su cintura, incluso el aire que
respiraba ya no le llenaba los pulmones. Solo existían ella y el placer
tan intenso que estaba sintiendo en ese momento.

Su cuerpo se convulsionaba sin control, sus caderas temblaban aún


sujetas por los brazos de Edward, y los flujos calientes que emanaban
de su coño, eran bebidos y saboreados sin piedad por la boca del
hombre, quien estaba empeñado en no desperdiciar la más mínima
gota.

—Mmmm… deliciosa —gemía Edward una y otra vez.

Pocos minutos después, su cuerpo ya se encontraba más calmado, su


mente ya se empezaba a centrar en el contexto, y su respiración se
estaba normalizando; pero ese era precisamente el momento en que la
culpa la atacaba y su cabeza empezaba su función de recriminarla por
lo que acababa de suceder.

Edward se acostó a su lado e intentó abrazarla, pero ella se giró para


darle la espalda.

—Isabella…

—Ahora no Edward… por favor. —La voz de Bella salió entrecortada.


Estaba llorando.

—Bella, no te arrepientas de esto. —Edward hablaba en tono bajo y


conciliador.

—Te lo suplico… déjame sola —pidió llorando un poco más.


Edward suspiró y se levantó de la cama por el otro lado, pero antes de
dirigirse al sofá en el que se suponía debía dormir, se giró para
hablarle de nuevo:

—No te servirá de nada arrepentirte. —Se encaminó de nuevo al sofá y


se acostó en silencio.

Bella se acurrucó en la cama y extendiendo el brazo, se tapó con la


sábana. Su cabeza era un total caos, las sensaciones que había sentido
fueron intensas y excitantes, jamás se había sentido de esa manera,
nunca había experimentado un placer tan penetrante como ese, y ni en
sus sueños más eróticos, podía encontrar imágenes como las que sus
ojos acababan de contemplar.

Pero esos mismos ojos ahora derramaban lágrimas de confusión, no era


exactamente arrepentimiento como pensaba Edward, era confusión
total por no sentirse arrepentida. No estaba feliz por lo sucedido, pero
si pudiera volver el tiempo atrás, le permitiría a Edward hacerle lo
mismo.

Su sollozo se hizo más fuerte ante ese pensamiento, pero ella lo


amortiguaba con la almohada. Su tormento se acrecentaba al pensar
que si Edward hubiera querido hacerla suya en ese momento, ella no
se lo habría impedido, no por opción de su mente o su corazón, sino
por dictamen de su propio cuerpo. Ese hombre tenía la propiedad de
manipular una parte de ella, que nunca había tenido la necesidad de
controlar.

No podía seguir permitiendo esa situación, ella no sería una más en la


lista de Edward Cullen; tenía que darse a respetar y lo haría, no iba a
dejar que su cuerpo le ganara de nuevo. Ella era una mujer, aunque
joven aún, madura y razonable, y no estaba dispuesta a seguir cayendo
en los juegos eróticos de un hombre como Edward, así tuviera más
experiencia que ella.
Entre cavilaciones, reproches y más sollozos, Bella se quedó dormida.

Cuando despertó, unos cuantos rayos de sol se filtraban por las lujosas
cortinas. Sentía sus ojos algo pesados por el llanto, pero su cuerpo se
sentía más relajado a pesar de lo sucedido hacía varias horas. Miró
hacia la mesa de noche y se dio cuenta que faltaba una hora para el
medio día. Se giró de nuevo para mirar a las ventanas y se dio cuenta
de algo sobre la almohada que antes no había notado: Una rosa roja
sobre un papel doblado.

Apartó la rosa y tomó la nota para leerla.

No te preocupes por la reunión, yo te disculparé con todos.

Tienes reservado un día en el spa para que te relajes.

Pide todo lo que desees pero no salgas sola del hotel, y menos aún sin
avisarme.

E.

PD: Toma el maldito día de spa y no me contradigas…

— ¡Y aparte de todo, tiene el descaro de darme órdenes! —dijo Bella en


voz alta.

No es solo su culpa Bella, tú se lo permitiste. Le recriminaba su conciencia.

—Pero ¡¿Qué mujer se podría resistir a un avance como ese?! —Se tapó
la cara con las manos y negó con la cabeza—. Estoy peleando conmigo
misma.

Bella pensó que quizás Edward tenía razón en lo del spa. Nunca había
ido a uno, lo más cercano que había estado de experimentar algo así,
eran las sesiones de belleza que tenía con Ángela en su habitación.
Media hora después se encontraba terminando de arreglarse para bajar
a almorzar con los ejecutivos, no tenía por qué perderse de verlos de
nuevo y charlar amenamente con ellos y de paso le demostraría a
Edward que aunque siguiera sus consejos, o sus órdenes, lo haría
cuando deseara y no cuando él lo dispusiera. Ya tendría toda la tarde
para consentirse como decía Heidi.

Sabía que no podía mostrarse asustada o tímida ante Edward, pues él


aprovecharía eso para acosarla y tratar de seducirla otra vez. Así
muriera por dentro cuando lo viera de nuevo, tenía que mostrarse
segura y sin ningún tipo de complejo.

Al verla entrar al salón comedor, Edward automáticamente saltó de la


silla y se apresuró a salir a su encuentro.

—Bella, te dije que no era necesario que vinieras, no quiero que te


sientas mal por…

—Lo que pasó anoche Edward —dijo ella completando la frase de él—,
no fue nada, eso no me va a impedir reunirme con ustedes, al menos
para almorzar.

—No puedo creer que estés tan indiferente a lo que sucedió —Edward
hablaba con el ceño fruncido.

—No soy indiferente, solo estoy resignada a aceptarlo y te aseguro que


no se repetirá —respondió Bella entre dientes.

— ¡Yo no me arrepiento! —afirmó él vehementemente.

—Ese es asunto tuyo, no mío. —Se apartó de él y caminó hacia la mesa


para saludar a los presentes.

A las siete de la tarde, Bella se encontraba acostada sobre la cama


mirando fijamente el techo de la habitación. Nunca se imaginó que
unas hábiles manos combinadas con piedras volcánicas, aceites
esenciales y cremas, podían hacerla sentir como si flotara sobre nubes
de algodón.

— ¿Puedo pasar? —preguntó Edward al entrar a la habitación.

—Ya lo hiciste —contestó Bella sin ninguna emoción.

— ¿Cómo te fue en el spa? —preguntó frunciendo el entrecejo al verla


en esa posición.

—Morí y renací.

Edward rió ante la simple respuesta de la chica, se acercó a la cama y


se sentó junto a ella.

—No me toques, no quiero quitar esta sensación de relajación en mi


cuerpo con una rabieta. —Bella hablaba sin despegar la vista del techo.
Tenía puesta una pijama de pantalón largo y una blusa de tirantes. Sus
brazos estaban extendidos a los lados y sus piernas completamente
estiradas.

—Puedes estar tranquila, no vengo a importunarte, solo quiero saber si


ya cenaste, yo lo hice con tus nuevos amigos.

Bella sonrió ante ese comentario.

—Son personas muy amables. Me caen bien.

—Lo que me mantiene tranquilo es que todos son mayores y te ven


como a sus hijas.

Bella cerró los ojos por un momento y suspiró.

—Edward no empieces, que si se me quita esta sensación que tengo,


tendrás que pagar otro día mañana —dijo Bella en tono de advertencia,
pero sin moverse ni mirarlo.
Edward rió fuertemente, se levantó de la cama y caminó hasta
colocarse en la piecera de esta.

—Por mí puedes hacer lo que desees siempre y cuando sepa dónde


estás, así que si para que te tomes otro día tengo que molestarte —dijo
Edward maliciosamente—. Qué mejor que con un beso. —Y
agachándose rápidamente, le besó la punta del dedo gordo del pie
derecho.

Bella se mordió el labio para no reír y sacudió el pie como si estuviera


espantando un insecto. Edward se carcajeó y saliendo de la habitación
le gritó:

— ¡Haré que te traigan la cena!

Es tan difícil estar enojada con él por largo tiempo. Pensó Bella con pesar.

Esa noche Edward no durmió en la habitación, sino en uno de los sofás


de afuera, por decisión propia, y Bella se lo agradeció en silencio.

Al día siguiente, en la mañana Bella probó nuevos tratamientos de


Belleza y relajación que no había tenido tiempo el día anterior, y se
encontraba tan relajada, incluso aún más, tanto que decidió almorzar
en la habitación y despedirse de los ejecutivos de Gray&Jones en la
tarde, al término de la última reunión.

—Podemos irnos ahora en helicóptero, o esperar hasta mañana para


irnos en tren. Tú decides —le comentó Edward luego de haber
despedido a los hombres, quienes en una semana, recibirían la primera
consignación de la inversión acordada.

—Edward no es necesario que hagas estos sacrificios por mí… —Se


detuvo por un momento y frunciendo el ceño, continuó—: ¡Un
momento! Sí tienes que hacerlos, por todo lo que me has hecho pasar,
así que nos iremos mañana en tren y esta noche dormirás afuera de
nuevo.
—Como el perro que soy.

—Como el perro que eres —afirmó Bella para enseguida gruñir con
desesperación al descubrir su juego—. ¿Por qué tienes que convertir
mis reproches en una burla?

—Porque me gusta verte patalear como niña chiquita.

Bella golpeó el suelo con el pie inconscientemente y mientras Edward


se carcajeaba, ella se dirigía furiosa al ascensor.

El sábado antes de partir, Edward decidió hacer primero un recorrido


por la ciudad en la limusina, para que Bella pudiera conocerla un poco.

Pasaron por lugares históricos de la ciudad como la Catedral de Todos


los Santos, el Castle Museum y La Abadía de St. Mary.

— ¿Estás segura que no quieres bajar y conocerlos por dentro?


Podemos viajar en la tarde sin ningún problema.

Bella negó con la cabeza. —No es necesario, en serio.

En realidad lo habría preferido, pero también quería llegar rápido a su


apartamento y alejarse lo más posible de Edward.

Luego del recorrido, regresaron casi por la misma vía al hotel, pues la
estación de trenes quedaba a pocas cuadras.

Viajaron en un espacio privado en el vagón de lujo de la empresa Cross


Country Trains, el viaje tardaría cerca de dos horas y media hasta la
estación de King's Cross en Londres. Tiempo en el que Edward,
sentado al frente, se dedicó a revisar unos documentos en su
computadora, y Bella a tomar decisiones importantes.

Está decidido, el lunes mismo voy a la oficina de Migración a resolver mi


problema, ésta situación ya no da más espera.
CAPÍTULO 10


Ni en mis sueños me libero de tu influjo,
y me acosas de todas las formas que te son posibles.
Mientes y manipulas a tu antojo,
y ahora me tienes en tus manos, vulnerable.
¿Crees qué eres mi Heathcliff?
yo nunca podré ser tú Catherine.

L os pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto; rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo, dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta. Bella lo contempló por un momento,
sumergida en esas facciones que no parecían reales. Repentinamente la estatua
abrió los ojos y la miró fijamente, eran de un color verde tan intenso que
parecían dos esmeraldas brillando en sus cuencas. Bella aturdida y a la vez
hechizada por esa mirada quedó inmóvil contemplando cómo la figura que
antes era de piedra se convertía en un hombre y este sin dejar de mirarla saltó
del pedestal y cayó frente a ella. —Eres mía, —le dijo con una voz firme y
potente. Ella reaccionó en ese momento y sintiendo miedo, dio media vuelta
para echar a correr percatándose hasta entonces que el cielo se había
oscurecido. Remolinos de nubes moradas y grises surcaban el aire y una brisa
helada golpeaba contra ella. Bajó la mirada y vio que las flores (antes
radiantes), se hallaban ahora marchitas y esparcidas por el suelo. Levantó de
nuevo la vista y a unos metros frente a ella, vio al hombre que la seguía
mirando fijamente. —Eres mía —repitió y Bella girando hacia su izquierda,
corrió presa de un terror nunca antes conocido. Frente a ella divisó un enorme
castillo, hermoso en su estructura pero descuidado y casi en ruinas en cuanto
a sus detalles—. ¡No huyas Isabella, me perteneces! —Escuchó la misma voz
del hombre, pero esta vez no parecía una voz humana, sino una voz de trueno
que llegaba a ella desde todos los sentidos.

— ¿Qué te pasa mi vida? Parece que no dormiste bien.

—No es nada, el Jet Lag a veces me afecta como el primer día. —Jasper
miró a Bella con el ceño fruncido. Era claro que no le había creído
nada; pero ella no podía decirle sobre ese sueño recurrente, y mucho
menos que precisamente esa noche notó que la cara de la estatua era
idéntica a Edward. Era él, no tenía ninguna duda, y ese hecho la
asustó.

Desde que se despertó en la madrugada, tenía una extraña sensación


en el pecho, como un presentimiento de que algo iba a pasar ese día, y
no era nada bueno; pues el terror que sintió en el sueño, ahora
atormentaba su espíritu, avisándole que tuviera cuidado, pero al
mismo tiempo diciéndole que ya no había escapatoria, que estaba
perdida.

—Hoy voy a Migración —continuó Bella mientras servía dos vasos con
jugo de naranja—. Necesito averiguar personalmente qué ha pasado
con mi proceso.
—Si quieres te puedo acompañar —dijo Jasper tomando el vaso que su
amiga le ofrecía—. Puedo informarle a Emmett que también llegaré
tarde, y sé que él no tendrá ningún inconveniente en darme el permiso.

—No es necesario, solo será un momento mientras me dan la


información, no creo demorarme mucho y llamaré a Heidi para
avisarle. —Bella se encogió de hombros y cambió la expresión de su
rostro a una más divertida. Necesitaba cambiar el tema, pues no quería
que Jasper notara la preocupación que sentía por lo que pudiera
suceder en pocas horas—. Por qué mejor no me cuentas de Alice
Cullen, la chica me cae muy bien.

Jasper frunció el ceño y se sentó junto a la pequeña mesa de la cocina


del apartamento.

—Pues a mí no me cae para nada bien. —Se acomodó en la silla y


pensó en algo por unos segundos para enseguida bufar—. Está
completamente loca y pretende volverme loco a mí también, ¡tú la
vieras! Parece una fastidiosa muñequita que le dan cuerda, más cuerda
y nunca se le acaba. Se mueve de un lado a otro como si estuviera
drogada, habla más que un político, se cuelga de mi brazo como si
fuera un mono, me hala, me da órdenes como si yo fuera su lacayo, me
grita y enseguida me sonríe, se autoinvita a almorzar con nosotros casi
todos los días, ordena la comida sin siquiera preguntarme qué quiero y
tengo que comer lo que a ella le dé la gana, eso sin contar que hace
planes conmigo para el fin de semana y soy el último en enterarme, la
única excusa que acepta es que tengo trabajos de la universidad.
Cuando llega a la oficina me saluda de beso en la mejilla, si estoy de
pie se apoya completamente en mí y habla con Emmett como si yo solo
fuera una maldita columna, y cuando estoy sentado apoya sus brazos
en mis hombros o si no juega con mi cabello hasta dejarme despeinado
como su hermano.

Bella lo miraba con los ojos muy abiertos, nunca lo había escuchado
hablar tanto y tan rápido; él siempre fue alguien calmado, que se
tomaba un respiro para todo, a menos que algo lo sacara de sus casillas
y al parecer esta chica lo estaba consiguiendo y si él no le hacía ningún
desaire, era por ser todo un caballero.

Colocando su vaso en el mesón a tiempo para no romperlo, estalló en


carcajadas.

— ¡Claro! Como a ti no te toca aguantártela… —dijo Jasper; enseguida


bufó y se levantó del asiento para acercarse al lavaplatos.

—Definitivamente… esa familia es todo un circo —dijo Bella como


pudo entre risas.

Jasper cambiando a un tono más serio, se acercó a Bella.

— ¿Cómo… cómo vas tú con Edward? —No quería preguntar


directamente por la relación que estaba seguro tenían ellos dos.

Bella todavía no le contaba nada, y mientras no lo hiciera, él no le


tocaría el tema de forma directa. Quería que confiara más en él, pero
tampoco podía obligarla y eso lo atormentaba en cierta forma; el no
poder saber que estaba sucediendo realmente entre ellos, le hacía
imaginarse miles de situaciones, y ninguna le agradaba. Lo que más le
preocupaba era lo del viaje, nunca le pareció una buena idea, y cuando
le preguntó a Bella cómo le había ido, ella le sonrió, le contestó
escuetamente y luego se concentró en hablarle del helicóptero y lo que
sintió mientras despegaba y aterrizaba. Cada vez que se imaginaba lo
que pudo haber pasado en ese hotel, aunque tuvieran habitaciones
separadas, le provocaba escalofríos y ganas de matar a Edward. Jasper
sabía perfectamente que ella ya no era la niña triste que conoció años
atrás, pero para él, que sin permiso tomó las responsabilidades de
hermano mayor, ella aún era su niña inocente; y el imaginarse a
Edward, un hombre incluso mayor que él, corrompiéndola, haciéndola
suya, le producía un fuerte dolor de cabeza.
La chica se giró para darle la espalda. En ese momento llegó a su mente
el recuerdo de lo que había pasado con Edward en la habitación, la
forma tan sensual en que la besó, la acarició, hasta encenderla al punto
de dejar que él le hiciera… eso. Ni siquiera era capaz de pronunciar las
palabras en su mente; pero aún así, las imágenes se repetían una y otra
vez, como una película erótica que ella no podía detener; sin contar con
las sensaciones que llegaban a ella y recorrían todo su cuerpo al tiempo
que sucedían en sus recuerdos. Jasper era muy intuitivo, y con solo
verle la cara de martirio que seguramente tenía en ese momento, sería
capaz de darse cuenta de que algo malo pasó en ese viaje, aunque por la
forma de preguntar, era claro que él estaba seguro de la relación de los
dos.

—Lo mismo de siempre —contestó Bella sin mirarlo y encogiéndose de


hombros para darle más veracidad a sus palabras—. Pero estoy
deseando poder irme de aquí, cuanto antes.

Jasper se le acercó por detrás y la abrazó. Él también deseaba que ella


se fuera y rápido, aunque respetaba la relación que tenía con Edward,
no consideraba que él fuera el hombre para ella; podía aprovecharse de
su inexperiencia para su propio placer, y aunque le había dicho que la
amaba, era un hombre de negocios y por ende no le sería difícil mentir
para conseguir lo que quisiera. Pero su lado egoísta no quería que ella
se fuera. Se había acostumbrado en las pocas semanas que llevaban
ahí, a estar con ella. Le gustaba llegar y encontrarla esperándolo,
contarse lo sucedido en el día, y dormir sabiendo que ella estaba a
salvo en la habitación de al lado. Ciertamente podía decir que estaba
obsesionado con la niña, pero cuando la conoció despertó en él ese
deseo de protección que tenía dormido desde pequeño, cuando veía
cómo sus amigos cuidaban a sus hermanitas y él no tenía a nadie a
quien cuidar; pues por su educación sureña, consideraba que su deber
era proteger a niñas pequeñas para ser un verdadero hombre, así solo
tuviera ocho años de edad.
Bella entendiendo el abrazo de su hermano, se giró y le rodeó la
cintura con sus brazos.

—Yo también quisiera quedarme —dijo Bella apoyando su cabeza en el


pecho del hombre—, pero sabes que no he hecho las vueltas de la
universidad y… —Quiso decir que quería alejarse de Edward y así
mantener controladas sus hormonas, además de demostrarle que haría
lo que le diera la gana sin importarle lo que él pensara, pero nada de
eso podía decirle a Jasper—. Quisiera hacer una vida allá y no acá
precisamente. Pero te prometo que hablaremos todos los días y vendré
en vacaciones a supervisar cómo te está tratando Alice.

Jasper rodó los ojos y volvió a bufar cuando Bella lo miró de manera
sugestiva mientras aguantaba la risa.

—Yo mejor me voy para el trabajo —dijo Jasper con fastidio antes de
darle un beso en la frente a Bella—. Solo espero que hoy se le parta una
uña y no pueda ir a fastidiar.

— ¡Qué malo eres! —gritó Bella riendo de nuevo.

El acoso es algo que también comparte esa familia. Pensó irónicamente.

Luego que Jasper se fuera, Bella pensó en llamar a Ángela. Desde la


bromita en complicidad con Edward no había hablado con ella, y
aunque no le gustaba usar el teléfono celular de la empresa para
asuntos privados, Edward se lo debía después de lo de York.

Luego de escuchar los reclamos por ser la peor amiga sobre la faz de la
tierra, Bella le preguntó por las novedades de su vida.

—Ya solicité la beca de antropología en la UC Berkeley —dijo Ángela con


voz emocionada—. ¡Hablé directamente con el Decano! Él me dijo que con
mis notas y estudios autónomos estaba casi seguro que ganaría alguna de las
plazas.
— ¡Eso es perfecto Angie! No te imaginas cuánto me alegra —dijo Bella
muy contenta, pues sabía cuánto quería su amiga esa oportunidad.
Desde hacía tiempo venía preparándose con cursos por internet y
talleres cortos, para tener su cupo asegurado.

—Tengo todas mis esperanzas puestas en eso Bella, las universidades están
muy caras y lo que tengo reunido solo me alcanza para la residencia y
manutención —explicó Ángela hablando más seriamente—. Pero si no lo
logro, tengo mi plan B. El Decano me explicó que puedo financiar la mitad de
la colegiatura directamente con la universidad, y lo pago con trabajo por horas
en alguna de las dependencias. El problema es que para que no me salga muy
caro debo iniciar con cursos básicos, lo que me atrasaría bastante… pero
bueno, por algo se empieza.

— ¡No te eches sal tú misma! —regañó Bella—. Yo estoy segura que


ganarás una de las becas sin ningún problema, y tú también debes
estarlo, ya verás como todo te saldrá de maravilla.

—Yo también tengo fe, tranquila; pero ahora, hablemos de temas más
deliciosos. —La chica cambió su tono de voz por uno más sugerente—
. Cuéntame cómo van tus cosas con el bombón británico. Busqué su nombre en
Google y déjame decirte que todavía tengo sueños eróticos con ese hombre.

—No empieces por favor —rogó Bella—. Ese hombre es insoportable,


si lo conocieras entenderías de lo que hablo.

— ¡Bella por Dios! —exclamó—. Eso es lo de menos, en cualquier momento


te regresas y qué mejor que traerte como recuerdo el haber estado con el
hombre más sexy de toda Europa, aunque podrías considerar también al
vicepresidente, Emmett creo que se llama, ese hombre esta como para chuparse
los dedos. Qué genes los que se manda esa familia, porque son primos,
¿verdad?

—Sí lo son, pero a pesar de que Edward es tan sexy como dices, tengo
miedo… —Las últimas palabras las pronunció en un susurro.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Ángela en tono serio y preocupado—
. ¿Qué es lo que no me has contado Bella?

Bella se mordió el labio, no debió hablar de más con su amiga, y la


única forma de salvarse de un fuerte interrogatorio, era contarle
algunas cosas sin entrar en detalles.

—No es nada serio en realidad, es solo que he tenido una pesadilla


recurrente y a eso se suma que Edward es un poco… intenso.

— ¿Acaso te está acosando? Isabella si es así debes decirle a Jasper; lo que yo


te digo es solo un juego, pero un acoso es algo muy serio. —Ya no había ni
un ápice de diversión en la voz de la chica.

—No, claro que no es eso, ¿cómo se te ocurre? —explicó Bella


apresuradamente. Visto desde el significado literal de la palabra, sí era
acoso lo que Edward tenía con ella; pero no estaba dispuesta a
preocupar a su amiga con esos temas, pues sabía que no dudaría en
llamar a Jasper y contarle todo—. Es solo que le gusta que las cosas se
hagan como quiere y… muchas veces nos tiene a todos corriendo en la
oficina.

— ¿Seguro es solo eso? Porque no entiendo por qué tienes miedo de algo tan
común en cualquier trabajo.

—Sí es solo eso, además sucede que hoy voy a migración y estoy
nerviosa por saber qué me van a decir, eso es todo, en serio.

—Eso espero, porque sabes que puedes confiar en mí, ¿cierto?

—Lo sé, y no sabes cuán agradecida estoy contigo. —Bella sonrió aún
sabiendo que su amiga no la podía ver—. Pero te dejo que se me hace
tarde y tengo que llamar a la oficina para avisar que me demoro.
Luego de despedirse de Ángela y asegurarle nuevamente que no
pasaba nada y que trataría de estar con ella antes de que se fuera a
estudiar, marcó a Heidi para avisarle de su demora.

—Bella, pero no es necesario que vayas, puedo enviar al abogado y que él te


informe.

—No, quiero solucionar esto rápido y prefiero hacerlo personalmente,


no quiero que luego digan que me estoy escondiendo —explicó.

—Está bien, pero no creo que a Edward le agrade la idea —replicó Heidi
desde el otro lado de la línea.

—No me importa lo que él piense, y si es por la deuda, espero


pagársela apenas regrese a América, así no estudie el año que viene.

—Dudo mucho que él acepte que hagas eso, pero tú sabrás…

Se despidieron, y mientras Bella salía de su apartamento, Heidi subía


por el ascensor que daba a presidencia, y antes de ubicarse en su
puesto habitual, se dirigió directamente a la oficina de su primo,
sabiendo que él llegaba temprano siempre.

—Te tengo una noticia que no te va a gustar mucho.

—Buenos días prima, yo estoy muy bien gracias —contestó Edward


con voz monótona revisando unos documentos en su escritorio.

—Déjate de estupideces Edward. Ahora mismo Bella debe estar rumbo


a Migración —explicó Heidi—. Y si llega a hablar con cualquiera de los
empleados, esta misma tarde estará atravesando el atlántico en un
avión comercial, a menos claro, que ya no te importe.

— ¡Claro que me importa! —respondió Edward levantando la vista


para mirar a la mujer sentada del otro lado del escritorio—. La amo, y
no voy a permitir que se aleje de mí. Ya tengo todo solucionado.
— ¿Qué piensas hacer? —preguntó Heidi entrecerrando los ojos—. Por
qué no simplemente le dices que estás enamorado de ella y ya, pueda
que no lo esté de ti, pero al menos podría darte una oportunidad —
continuó encogiéndose de hombros.

—Sabes perfectamente lo que pasó la última vez que le dije a una


mujer que la amaba —replicó Edward entre dientes.

— ¡Ay por favor Edward! No compares. —Heidi levantó los brazos


para afirmar sus palabras—. Ella era una zorra, mientras que Bella es
una chica totalmente diferente, incluso me atrevería a decir que es
mojigata. Sin contar con que en realidad no estabas enamorado de ella.

—Lo sé, lo que siento por Isabella es algo que me supera, nunca había
sentido algo así por una mujer. —Edward se levantó de su asiento y
dándole la espalda a Heidi, miró hacia la ciudad que se extendía más
allá del gran ventanal—. Por eso mismo no me voy a arriesgar a dejar
algo al azar. No tendrá opción, a menos que desee ver cómo todo se
derrumba a su alrededor.

— ¿De qué estás hablando? —preguntó Heidi con preocupación, ella


había sido testigo y cómplice de los alcances de Edward, pero ahora su
forma de actuar le daba miedo. Ni siquiera la vez anterior se había
comportado de esa manera, pues solo fue un error, pero ahora estaba
segura que era amor y obsesión lo que rebosaba en el corazón de él, y
una verdadera obsesión, no tenía límites—. ¿Qué pretendes Edward?

—Paciencia prima, si mis cálculos no me fallan, antes del medio día lo


sabrás.

Heidi se lo quedó mirando, desde que Bella había llegado a Londres,


su primo se tornaba cada vez más misterioso, hasta el punto de
desconocerlo por momentos; pero aún así, esperaba que solo fuera su
impresión. Al ver que él no continuaba, se levantó de su asiento y se
dirigió a la puerta de la oficina.
—Sea lo que sea que tengas planeado —habló girándose para verlo—,
solo te pido que no la dañes Edward, esa chica me cae muy bien, y no
sé si tendrá la fuerza suficiente para soportar lo que sea que tienes en la
cabeza.

Edward no le contestó, y su silencio la preocupó aún más.

Minutos más tarde, Bella entraba a la Oficina de Migración, ubicada en


el 40 de Wellesley Road. Luego de hablar con la recepcionista, se
dirigió a la Sección de Inmigración y Pasaporte en donde después de
un par de personas, fue atendida por un hombre de unos treinta años
de edad, a quien le explicó en qué consistía su problema.

—Señorita Swan, según el sistema usted no posee ningún reporte


negativo —explicó el hombre.

—Pero eso no puede ser señor —alegó Bella—. Como le dije, intenté
salir del país el viernes 23 de junio y no pude hacerlo por un problema
en el registro de mi pasaporte, incluso se consideró una falsificación.

—Señorita, ya se lo dije, no hay ningún reporte, pero si quiere déjeme


preguntar en otra dependencia, para corroborar la información.

Bella asintió, el hombre marcó un número y empezó a hablar. No


entendía lo que sucedía ahora, si era cierto que todo estaba bien con su
ingreso al país, entonces el error debió ser en el sistema del aeropuerto;
pero aún así, el Doctor Jenks estaba al pendiente del proceso, y ya le
habría informado que su situación estaba arreglada.

—Acabo de hablar con la Oficina de Antecedentes Penales —dijo el


hombre luego de cortar la llamada—. Y como le informé, no existe
ningún tipo de denuncia en su contra, ¿está segura que el error no fue
en el aeropuerto?

—Totalmente —respondió Bella—. Incluso el abogado de la compañía


en la que laboro está llevando el caso, yo misma le firmé un poder.
—Pero señorita —replicó el hombre—, póngale lógica a todo esto: la
única forma en que usted pueda estar trabajando con un reporte de
ilegalidad, sería precisamente de esa forma, ilegal. A menos que
alguien quisiera hacerle un favor, no es posible contratar a alguien con
ese tipo de antecedentes.

—En realidad sí fue un favor. —Bella estaba indecisa en decir el


nombre de la compañía, pero si era cierto todo, no tendrían
inconveniente en que se supiera—. La compañía CullenWorld me
contrató para ayudarme, y ellos mismos me proporcionaron al
abogado.

— ¡Ah entiendo! CullenWorld es una de las compañías más poderosas


de todo el Reino Unido, quizás ellos pudieron solucionar todo en
tiempo record. —El hombre lo pensó por un momento—. Pero de
todos modos, debería aparecer en su registro, la denuncia y la
absolución. Permítame y hago otra llamada, ¿cuál es el nombre de su
abogado?

—Jason Jenks

El hombre realizó otra llamada mientras Bella se sentía más angustiada


a cada minuto, eso no le estaba gustando nada. Era bueno que su
historial estuviera limpio, pero el silencio del abogado no era normal.
No era muy supersticiosa, pero basándose en los eventos del último
mes y sumado al sueño que tuvo en la madrugada, la sensación de que
algo malo iba a suceder se hacía más fuerte cada vez.

—Efectivamente él reporta como su apoderado, pero no solucionó


nada con respecto a lo que me comenta, pues una vez más me
confirman, que en su historial no existe ni existió nada. Lo que el
Doctor Jenks hizo, fue extender el tiempo de estancia, reportado por
usted al momento de ingresar al país, y sacar su permiso para laborar.
Como le dije con la influencia de CullenWorld los papeleos se reducen
y todo es mucho más fácil y rápido.
Bella cerró los ojos por un momento, la imagen de Edward le llegó a la
mente, al tiempo que la estatua de su sueño y lo que esta repetía: —
Eres mía.

—Señorita ¿se siente bien? —preguntó el hombre con voz


preocupada—. Está pálida.

Asintió sin abrir los ojos y con la mano le indicó que le diera un
momento. Su respiración era agitada, la cabeza le latía fuertemente.
Sabía que Edward tenía que ver en todo eso, estaba segura que algo se
traía entre manos.

— ¿Cuánto tiempo fue prolongada mi estadía? —preguntó Bella


abriendo lentamente los ojos y con voz baja.

—En realidad señorita, al sacar su permiso de trabajo se establece


como… —El hombre vaciló al decirle, la cara de la chica lo asustaba,
parecía como si en cualquier momento se fuera a desmayar—:
Indefinida.

Bella jadeó y se levantó de la silla rápidamente. ¡Dios! ¿Qué está


pasando? ¿Qué es todo esto? Pensó. Empezó a dar vueltas por la pequeña
oficina, con una mano en la cintura y otra en la frente; esta última la
sentía caliente, y el hombre que la miraba se alarmó al ver cómo el
rostro de la chica, antes blanco como un papel, ahora estaba del rojo
más intenso posible.

—Por favor siéntese, le va a dar algo. —Se apresuró a salir un


momento de la oficina y regresó con un vaso de agua—. Tome, es agua
para que se tranquilice un poco. —Bella le obedeció monótonamente—.
Dígame qué sucede, acaso ¿no era eso lo que usted quería?

Bella lo escuchaba lejos, como si se encontrara tras una pesada cortina


que amortiguaba el sonido. Su mente trabajaba rápidamente, tratando
de entender el porqué de todo lo sucedido. Sabía que Edward la
deseaba, pero armar todo ese montaje solo para retenerla no tenía
sentido, algo más debía suceder; una simple calentura con una
jovencita americana no justificaba tanto trabajo, porque estaba segura
que si el Doctor Jenks había hecho todo eso, era por orden de Edward y
no por voluntad propia.

—Señorita dígame algo por favor, ¿tiene alguien a quien pueda llamar
para que venga a recogerla?

Jasper

— ¡No! —gritó Bella cuando el nombre del chico se le vino a la mente;


antes de hablar con Jasper necesitaba hacerlo con Edward, exigirle que
le explicara qué estaba sucediendo. Si su amigo se enteraba de todo, no
dudaría ni un minuto en renunciar a su trabajo, abandonar la
universidad, y sacarla a ella del país en el menor tiempo posible.
Definitivamente era un problema que debía solucionar por sí sola, al
menos de momento—. No, estoy bien, solo fue… un leve mareo… sí
eso, un mareo.

— ¿Está segura? —preguntó el hombre aún preocupado.

—Sí, segura. —Bella trató de tranquilizarse para no angustiar más al


hombre—. ¿Puede usted darme una certificación de todo lo que me
acaba de decir?

—Puedo darle copia de las solicitudes hechas por su abogado, así como
de las actas de aprobación y una certificación de cómo es su estado
legal hasta la fecha.

—Sí, eso me sirve. —Bella miró al hombre y le sonrió como pudo—.


Muchas gracias.

El hombre asintió, salió de la oficina, y luego de unos minutos regresó


con un sobre de manila que lo entregó y dándole de nuevo las gracias,
Bella se despidió.
Necesitaba llegar a CullenWorld lo antes posible. No tenía la paciencia
necesaria para tomar un transporte de servicio masivo, por lo que paró
un taxy y le indicó su destino.

No podía hacerse conjeturas pues no sabía por dónde empezar.


Edward era un hombre que podía tener a la mujer que deseara, y por
muy encaprichado que estuviera con ella, no era normal que un
hombre hiciera tanto por tener a una mujer, a menos que… Interrumpió
el pensamiento pues le pareció ilógico. Antes de lo sucedido en el
aeropuerto, solo se habían visto una vez, y fue algo muy rápido. Él la
había mirado con ira y posesividad, pero siempre pensó que fue solo
su imaginación; no tenía motivos para hacerlo pues era la primera vez
que la veía. ¿Acaso puede alguien enamorarse tan rápido? Volvió a
desechar el pensamiento, Edward no podía estar enamorado de ella, y
si lo estaba, lo más normal era que el sentimiento naciera del trato
entre los dos, lo cual empezó a suceder luego de su intento fallido por
salir del país.

El pensar en el asunto no aplacaba su ira; necesitaba una explicación, y


la iba a obtener así tuviera que arrancarle cada cabello de la cabeza al
presidente de una de las más poderosas compañías del Reino Unido,
como había dicho el trabajador de Migración.

Llegó al gran edificio y entró sin saludar a nadie, el vigilante se la


quedó mirando extrañado, ella siempre se había caracterizado por ser
una chica amable, pero al parecer no estaba en su mejor momento.

Los cuarenta y un pisos se le hicieron eternos en el ascensor a Bella.


Sujetaba con fuerza el sobre que contenía las pruebas de lo que fuera
que Edward estaba planeando, y aunque su cabeza intentaba procesar
todo, no encontraba cómo encajar las piezas de ese rompecabezas.

Cuando las puertas se abrieron, siguió de largo por donde estaba Heidi
sentada y abriendo la puerta del despacho de Presidencia, la cerró en el
mismo movimiento, produciendo un fuerte sonido. Caminó
furiosamente hacia el escritorio donde se encontraba sentado el
hombre de cabellos cobrizos garabateando sobre unos documentos y
sacando los papeles del sobre, se los arrojó sobre la mesa, haciendo que
estos se esparcieran por todos lados.

— ¡Me explicas ya mismo qué significa esto Edward Cullen! —gritó


Bella expulsando toda la ira que había contenido en el camino. El latir
frenético de su corazón hacía eco en su cerebro, provocándole dolor de
cabeza.

Edward levantó la vista y se puso de pie lentamente, su rostro carecía


de expresión alguna y su mirada se encontraba fija en la cara de la
mujer frente a él.

— ¿Sabes por qué manejo mi auto, Isabella? —preguntó sin mirar


siquiera los documentos sobre su escritorio.

— ¿De qué demonios estás hablando? —habló Bella entre dientes—.


¡Contesta de una maldita vez qué es todo esto!

—Yo manejo mi propio auto, Isabella —se contestó a sí mismo,


ignorando las palabras de la chica—. Porque me gusta tener el control
de mi camino, de mi vida, de lo que quiero.

Bella no atinó a pronunciar palabra; su ira se estaba convirtiendo en


miedo, la calma de Edward le indicaba que sabía de lo que ella estaba
hablando, y que estaba tan seguro de sí mismo que no temía lo que
pudiera suceder.

— ¿Sabes por qué tengo a varios guardaespaldas siguiendo a cada


miembro de mi familia, mientras que yo no tengo a ninguno? —
continuó Edward—. Porque si se meten conmigo, me defiendo hasta
las últimas consecuencias, así me lleve al mundo por delante, pero si
algo le pasa a mi familia, me vuelvo completamente vulnerable. Daría
todo lo que tengo y más, para que nada ni nadie los toque. —Bordeó el
escritorio y se acercó a ella lentamente—. Ahora dime tú Isabella, ¿qué
estás dispuesta a hacer por los que amas?

Bella se paralizó, esa última pregunta era la clave de todo, y lo que más
la asustaba era la respuesta.

Todo. Pensó con angustia. Si ese hombre había sido capaz de hacer todo
eso por retenerla, prefería no imaginarse a qué se atrevería ahora por
obtener lo que quería. Después de todo no eran muy diferentes; ella
también tendría guardaespaldas siguiendo a su familia, pero como no
podía hacerlo, entonces los protegería ella misma.

Edward sonrió con suficiencia. —Eso imaginaba.

Bella cerró los ojos. Estaba completamente perdida, lo sabía.

Edward se giró y tomando una carpeta que estaba sobre su escritorio,


la abrió y empezó a hojearla.

—Veamos, ¿por dónde empezamos? —Se giró de nuevo hacia Bella—.


¡Ah sí! Ángela.

Bella apretó fuertemente los puños, todo estaba empezando.

—Solicitud de beca para estudiar Antropología en la Universidad de


California, charla con el Decano, esperanzas de financiación si no sale
favorecida, toda su vida dedicada a cursos extras para resaltar
su curriculum, sin dinero para costearse los estudios por sí sola.

La chica tragó sonoramente.

—Phil Whitlock, padre de nuestro amigo Jasper —continuó Edward


como si estuviera hablando de negocios—. Tiene un taller de autos en
Seattle, ¡uno de los mejores según parece! con planes de comprar un
nuevo local y extenderse al otro lado de la ciudad, solicitó un préstamo
al Banco de América; tiene todos los impuestos al día, documentos en
regla, el orden personificado.
El corazón de Bella latía fuerte y rápido, mucho más de lo normal.

—Renée Swan, o debería decir ¿futura Señora Whitlock? —Edward


seguía pasando las hojas de la carpeta—. ¡Así es! Phil le compró hace
una semana un anillo de compromiso, según le comentó al hombre de
la joyería, piensa esperar a que ella esté lista para darle el sí. Vive de la
pensión de tu padre luego de que le prohibiste trabajar por un
incidente con un jefe abusivo, pero aún así se dedica a dar clases extras
por las tardes a los chicos de la zona que tienen problemas con las
notas. Vive en una casa con hipoteca y todavía es dueña de su antigua
casa en Forks. Es una mujer hermosa… igual que tú.

—Edward… —El tono de Bella fue de advertencia, se estaba metiendo


en terreno sagrado para ella, pero él la ignoró por completo.

—Charlie Swan…

— ¡No! —gritó Bella abalanzándose sobre él, lo tomó por la solapa del
saco e intentó estremecerlo—. ¡No te atrevas…!

Edward arrojó la carpeta al suelo y tomó a Bella por los brazos.

— ¡No te atrevas tú a ignorar esto Isabella! —gritó Edward en


respuesta—. Tu padre, un hombre intachable, ni un solo incidente en
toda su carrera policial: el policía perfecto, el jefe querido, el hombre
ejemplar, ni una maldita mancha en toda su vida. Pero ahora dime
Isabella ¡Dime! Qué pasaría si a Ángela le niegan la beca, la
financiación, y no la aceptan en ninguna universidad en todo Estados
Unidos. Si a Phil le niegan el préstamo, si le aparecen impuestos sin
pagar, documentos falsificados, fraudes, desvíos. A tu madre le quitan
la casa porque ninguna de las cuotas que ha dado hasta el momento
aparecen registradas en el sistema, la casa de Forks termina
misteriosamente incendiada y sus cuentas cerradas —hablaba
rápidamente y con la voz casi en gritos—. A tu padre le aparezca una
mujer con una niña o un niño, tú escoges; informes negativos, malos
procedimientos, abuso de autoridad. Todo sin poder defenderse. ¡Y de
Jasper ni hablemos, pues es el más fácil de hundir!

Si el infierno existía, Bella estaba segura de encontrarse en él en ese


momento. Todo lo que amaba, todos los que consideraba su familia,
todo lo que existía para ella, se encontraba ahora en manos del
demonio de ojos verdes que tenía en frente. Los sueños de sus amigos,
el trabajo de su padrastro, las posesiones de su madre, la reputación de
su padre; todo eso dando vueltas en una ruleta a la espera del disparo
que desangrará su existencia.

En ese momento ya no cabía duda de que todo lo que le había sucedido


desde su llegada a Londres era culpa de Edward. Lo tenía todo
fríamente calculado, había jugado sus piezas y ahora ella se encontraba
en jaque.

Ten mucho cuidado niña, hay algo que te acecha y no es bueno. No debiste
venir a esta ciudad, pero así estaba escrito. Solo cuídate.

Habían sido las palabras de Sue cuando la conoció. Palabras de


advertencia que dejó pasar, y ahora se le estrellaban en la cara como
castigo a su ignorancia.

Soñar con mar y playa anuncia la llegada de algo nuevo, muchos cambios en el
futuro próximo; pero al volverse tumultuoso indica que es inminente un
combate difícil, pero lo que más me asusta es que caíste en él, eso quiere decir
que serás duramente golpeada por el destino…

Más palabras, más advertencias, sus sueños se lo indicaban, pensaba


que debió huir cuando aún podía, pero ¿qué habría sido capaz de
hacer Edward para que regresara? La respuesta a esa pregunta ya no
importaba, pues lo que se mostraba ante ella era lo que tenía prioridad.
¿A qué estaba dispuesta por ellos? A todo, se repitió de nuevo. No le
importaba lo que hiciera con ella, pero no iba a permitir que tocara a su
familia, primero muerta.
— ¿Qué quieres? —preguntó Bella con la voz entrecortada, hasta el
momento no se había dado cuenta que gruesas lágrimas rodaban por
sus mejillas.

Edward cambió la expresión a una frenética, tomó el rostro de la chica


entre sus manos y trató desesperadamente de secar sus lágrimas.

—No, mi amor no llores. Yo nunca te haría daño a ti, te lo prometo. Tú


no serás dañada, estarás bien…

— ¡Déjame en paz, no me toques! —gritó Bella apartándose


rápidamente de él—. ¡Dime de una maldita vez qué quieres! ¡Dímelo!

En esos momentos la puerta de la oficina se abrió y Heidi entró


cerrando la puerta tras de sí.

—Se puede saber ¿qué esta pasan…? —Se detuvo cuando vio a Bella
bañada en lágrimas. Aunque la oficina tenía aislamiento para el ruido,
cuando vio a Bella entrar tan furiosamente, intuyó lo que se avecinaba
y se pegó a la puerta para estar al pendiente de algo, y aunque no
podía distinguir palabras, sí había escuchado los gritos de los dos—.
¿Bella, qué tienes? Bella. —La chica se abrazó a ella y Heidi volteó a
mirar a Edward—. ¿Qué le hiciste Edward?

— ¡Tú no te metas Heidi! esto es algo entre Isabella y yo.

—Me vale mierda, Edward. Si te apoyé en todo esto es porque te


quiero, pero no voy a permitir que le hagas daño.

Bella no podía articular palabra, estaba ahogándose en su propio llanto


con el rostro enterrado en el pecho de la mujer. Escuchó las palabras de
Heidi, las que la culpaban de cómplice de lo sucedido; pero también
comprendió que ella solo sabía una parte de todo, y en el momento, era
el único apoyo que tenía.
—Ya no está en mis manos su destino —dijo Edward con voz fría—.
Ahora todo depende de ella.

— ¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que tiene que decidir? —


preguntó Heidi con confusión mientras aferraba fuertemente a Bella,
que continuaba temblando por el llanto.

—Ver cómo destruyo todo lo que ama. —Edward apretó la mandíbula


por un momento, como tomando fuerza para lo que seguía—. O
casarse conmigo.

Bella giró la cabeza hacia él rápidamente. No podía creer lo que había


escuchado. Ella siempre pensó que solo la quería para un par de
noches y no más, pero ¿casarse?… La palabra se repetía una y otra vez
en su mente.

Sabía que para tener sexo con un hombre solo era necesario el gusto
físico, pero casarse implicaba mucho más: amor, devoción, ternura,
necesidad. Nada de eso sentía ella por él, todo lo contrario. Si en algún
momento empezó a creer que podía llegar a quererlo, e incluso estaba
segura de desearlo, ahora toda esperanza se había esfumado, no
quedaba nada de las sensaciones antes experimentadas.

—No puedes estar hablando en serio —dijo Heidi igual de atónita—.


Pensé que solo querías retenerla aquí para tener tiempo de
conquistarla.

—Te dije que no iba a dejar nada al azar. —Edward se giró, dándoles la
espalda—. Decide Isabella, hay gente esperando mis órdenes.

— ¡Vete al infierno maldito miserable! —gritó Bella con todo su odio.

—El infierno lo viviría el día que tú me faltaras… —dijo Edward


girándose y acercándose de nuevo a ellas e ignorando totalmente a su
prima, citó mirando a Bella fijamente a los ojos—: No puedo vivir sin
mi vida, no puedo vivir sin mi alma.
Bella se lo quedó mirando a su vez. Esas palabras bastaron para
mostrarle a Bella a qué se estaba enfrentando.

Obsesión

Pero no la que poseen los hombres por sus sueños inalcanzables y


anhelos irrealizables, que se extingue con el tiempo y la visión de
nuevas pasiones; sino la obsesión que viene del alma, esa que carcome
la conciencia y sumerge la razón en un lago profundo de necesidad y
ardor. Esa que atraviesa montañas y océanos por solo una limosna de
lo deseado. Esa que es capaz de devastar el mundo para poner a los
pies del otro las más delicadas ofrendas. Esa que no conoce más límites
que la existencia propia y el fin de lo inimaginable. Una verdadera
obsesión.

—Dime Catherine, ¿qué historia quieres que la pluma escriba? —


preguntó Edward sin apartar su mirada de ella.

—No puedes llamarme así, cuando en mi corazón solo hay desprecio


hacia ti –habló Bella entre dientes separándose de Heidi y encarando a
Edward.

—Pero puedo hacer que quienes amas, despierten entre tormentos.

Bella dejó escapar un sollozo. Ya no tenía escapatoria, nunca la tuvo en


realidad.

No entendía por qué se encontraba en esa situación. Había llegado a


Londres siguiendo la voz de su infancia, esa que le hablaba en sueños y
le indicaba cuál era su destino, la que le prometió protegerla luego de
la muerte de su padre; por eso no lograba comprender por qué la había
guiado a esa clase de destino; por qué la engañó haciéndole creer que
sería algo hermoso, feliz, tranquilo, y ahora estaba ahí, amenazada por
un hombre que con solo mover un dedo podía volver un hermoso
jardín en un camino marchito y tenebroso.
¿Acaso este es mi destino?

Cerró los ojos por un momento y se imaginó cómo sería su mundo si se


negaba a las pretensiones de Edward, y siendo su familia todo su
universo. Lo que veía a su alrededor eran cenizas de algo que ella
pudo salvar y que por orgullo egoísta…

Cuando abrió los ojos de nuevo, las lágrimas habían dejado de


emerger, y su mirada era tan fría como el hielo que en ese momento
albergaba su corazón.

—Te odio con todas mis fuerzas Edward Cullen —dijo con la mayor
sinceridad de la que su alma era capaz.

—Y yo Isabella Swan, te amo con toda mi locura.


CAPÍTULO 11


Me tienes en tus manos,
siempre ha sido así.
Me tratas como si fuera tuya,
pero eso nunca ha de ser.
¿Es qué no te das cuenta que te aborrezco?
¿Qué solo alimentas mí odio?

L os anhelos de una niña, no siempre son las vivencias de una


mujer, pero eso no impide que se pueda cerrar los ojos, y soñar con el
perfecto concepto de felicidad que cada fémina contempla, desde antes
de saber el significado que encierran la mayoría de las palabras.

Isabella Swan nunca esperó un príncipe azul sobre un corcel blanco, a


pesar de que los cuentos que su madre le leía, le indicaban qué era lo
que cada princesa tenía destinado. Ella solo esperaba a un hombre
normal, de carne y hueso, que la amara con pasión y la hiciera muy
feliz. Solo esperaba el amor.

En los años en que esa voz le hablaba en sueños, era muy inocente para
imaginarse que se referían al amor de su vida, al hombre con el que
pasaría el resto de sus días. Creía que se refería a su vida en general, a
su trabajo, a su destino en sí, pero no a una persona en específico, y
cuando estas revelaciones desaparecieron, el día que su padre murió,
sus pensamientos no cambiaron en absoluto, pues nunca se imaginó
encontrar el amor verdadero tan joven y de esa forma. Pero el
matrimonio no necesariamente iba ligado al amor.
Sentada en la mesa de juntas de la oficina del hombre que hacía unos
momentos le había declarado no solo un amor loco y obsesivo, sino
también la guerra a su libertad; Bella recordaba todo lo que era querido
por ella.

Ángela, su amiga, esa loca que siempre la estaba instando a hacer cosas
que luego le traían problemas; esa que cuando la encontraba llorando
por su padre la abrazaba y sin decir palabra dejaba que descargara
todo el dolor de su ausencia; la misma que hacía algunas horas le había
contado muy emocionada que casi tenía su tan ansiada beca en las
manos. Phil, ese hombre que enamorado de su madre, la había
consolado mientras la mujer lloraba en su pecho al amor perdido; ese
que esperó pacientemente durante años, para mostrar sus verdaderos
sentimientos a la mujer que amaba; el que nunca podría remplazar el
lugar de su padre en su corazón, pero al que quería como si de un tío
cariñoso y juguetón se tratase. En su madre y su padre no podía ni
pensar, pues los sollozos escapaban involuntariamente de su boca
nuevamente; la casa en Forks que su madre se negó a vender por el
recuerdo de su padre, y que ahora se encontraba cerrada, decorada tal
cual como lo estaba cuando él vivía; un hombre intachable, cuyos
amigos que también eran oficiales de policía, rompieron el protocolo
en su sepelio y lo lloraron como si una parte de ellos les hubiese sido
arrancado, para nunca más ser devuelta y del que conservaban una
foto enmarcada en una de las paredes de la Estación de Policía. Y por
último estaba Jasper…

Un fuerte estremecimiento la recorrió y un sollozo ahogado resonó en


las paredes de la Oficina de Presidencia.

—Mi amor, no te pongas así, tu familia estará bien. Te lo prometo —


dijo Edward con voz cargada de angustia, como si adivinara sus
pensamientos—. Y yo te haré muy feliz, ya lo verás.

Bella intentó hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta por


su propio llanto; pero Heidi que no estaba en ese estado, sí logró su
cometido: Levantándose rápidamente de la silla junto a Bella, se acercó
a Edward que se encontraba recostado en su escritorio y lo abofeteó
con todas sus fuerzas.

— ¡Cállate malnacido! —Heidi, que con tacones era igual de alta que su
primo, lo tomó por la camisa y acercó sus rostros hasta que sus narices
casi se tocaron—. He sido cómplice en tus locuras, te he guardado
secretos que nadie se imaginaría nunca, pero con esto te pasaste
Edward, ¡te pasaste!

Edward la tomó por los brazos, la apartó un poco y la miró fijamente.

—Te quiero Heidi, pero si tengo que pasar por encima de ti para
tenerla a ella, lo haré, con o sin tú consentimiento.

Heidi lo miró a los ojos por unos momentos. No sabía por qué se
sorprendía por las palabras de su primo, pues en el fondo, sabía que él
era capaz de todo por conseguir lo que deseara; y en sus ojos, podía
ver la necesidad por la chica que lo agobiaba hasta hundirlo en la
desesperación.

Empujándolo para zafarse de su agarre, se acercó a Bella que la miraba


como si no la reconociera, la tomó por los hombros para levantarla, y la
arrastró hacia la sala de juntas sin voltear a mirar al hombre.

Bella caminaba por inercia. Parte de su mente aún se negaba a aceptar


la situación en la que se encontraba. Luego de que Edward le dijera
que la amaba con toda su locura, no pudo hacer otra cosa que
quedárselo mirando sin saber qué contestar. Nunca se imaginó eso de
él, y mucho menos con tanta intensidad, no solo en sus palabras, sino
también en su mirada: Los ojos de Edward reflejaban tanta angustia y
necesidad, que su corazón se contrajo y su mente se paralizó. Ese
hombre estaba completamente loco, y eso no significaría un problema
para Bella si dicha locura no estuviera dirigida totalmente a ella. Lo
único que pudo liberarla de esa mirada abrazadora fue Heidi, que la
hizo sentarse; lo entendió hasta ahora, que la dirigía a la sala contigua
a la oficina.

Necesitaba entender qué estaba pasando, por qué todo eso estaba
sucediéndole justamente a ella, por qué no a otra persona en otro lugar
del mundo, por qué…

¡Sue!

El nombre le llegó a la mente de repente como la respuesta a todas sus


preguntas. Ella debería saber qué estaba sucediendo, y lo que más la
mortificaba, cuál sería su futuro.

Cuando regresó de sus cavilaciones ya se encontraban en la Sala de


Juntas con la puerta que daba a la Oficina de Presidencia cerrada.
Haciendo caso omiso de la petición de Heidi de que se sentara, caminó
hacia la puerta externa, para ir en busca de la mujer que podía
ayudarla en ese momento.

—Bella, ¿para dónde vas? Ven siéntate —pidió Heidi tomándola del
brazo.

—Tengo que ir a hablar con Sue, ella es la única…

—Bella, Bella cálmate, en ese estado no puedes estar recorriendo el


edificio.

—Tú no entiendes Heidi, ella me lo advirtió y yo no le hice caso.

—No sé de qué estás hablando, pero no puedes mostrarte así ante


todos —decía Heidi tratando de razonar con la chica—. Imagínate,
¿qué pensaría Jasper si te ve así?

A la mención del nombre de Jasper, la chica se paralizó. No podía


permitir que él se diera cuenta de lo que estaba sucediendo; pues por
mucho que llorara y suplicara, Jasper le partiría la cara a Edward –de
nuevo– y sin importarle las consecuencias, la sacaría del país antes de
que el día se terminara.

Haciendo caso a la mujer, se sentó en una de las sillas de la larga mesa.


Heidi la imitó.

— ¿Por qué hace esto? —preguntó Bella algo más calmada, pero
gruesas lágrimas seguían saliendo de sus ojos—. Tú tienes que saber
Heidi, eres su confidente. Tú misma dijiste que lo sabías todo.

—No todo, yo no sabía que planeaba obligarte a que te cases con él,
¡debes creerme! —rogó la mujer—. Yo jamás lo habría apoyado en algo
así para contigo, nunca. Es cierto que sabía lo de tu permanencia aquí,
pero creí que era para tener tiempo de enamorarte, para conquistarte,
no para cometer semejante estupidez.

—Y ¿por qué no lo hizo? Él es un hombre experimentado, habría


podido al menos intentarlo, después de todo consiguió que yo… —
Bella se detuvo al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir. Pero
al mismo tiempo el recuerdo la castigó con el látigo de la culpa.

Cerró los ojos por un momento y otro sollozo escapó de sus labios. Si
en aquella noche en el hotel de York, Edward hubiera querido hacerle
el amor, estaba segura que se habría entregado a él sin miramientos. El
solo pensar en eso le hizo odiarlo más.

Heidi ignoró a propósito la pausa de Bella, pues entendía que había


cosas que ella no quería contar. Frotó la espalda de la chica y habló:

—Ya te lo he dicho, él es un hombre que está acostumbrado a obtener


lo que quiere. —Lo pensó por un momento y continuó—: No me pidas
que traicione a mi primo contándote cosas que solo le incumben a él,
pero lo que sí te digo, es que pasó por una experiencia muy amarga, y
eso lo marcó de por vida. Estoy totalmente segura que te ama como él
mismo lo dijo, nunca ha amado a una mujer como a ti, y por lo que me
ha dicho, no se podía dar el lujo de perderte, más aun que no eres de
este país y pretendías irte en corto tiempo. Quiero que me entiendas
Bella, no lo estoy justificando, solo trato de explicarte a ti y a mí misma,
el por qué de sus acciones.

Bella bajó la cabeza y apoyó la frente sobre la mesa. Se sentía cansada;


en su cabeza todavía daban vueltas las amenazas de Edward, una y
otra vez; todo sucedió tan rápido que no había tenido tiempo de
asimilarlo por completo.

— ¿Qué piensas hacer? —preguntó Heidi en un susurro.

Bella giró la cabeza hacia la mujer.

—No tengo opción, me casaré con él.

—Bella, no tienes que hacerlo, yo puedo hablar con mis tíos, ellos no
permitirán que algo así suceda, sé que lo podrán controlar, ya lo verás.

Bella la miró con incredulidad.

— ¿En serio crees que alguien podrá detenerlo, después de todo lo que
ha hecho?

Heidi frunció los labios y guardó silencio. Nadie podía detener a


Edward cuando se proponía algo.

—Entonces, ¿solo piensas ceder y ya?

Bella se incorporó en la silla apoyando un codo sobre la mesa, sostuvo


su frente con la mano.

—Todo por lo que mi familia ha luchado durante años, está ahora en


manos de un hombre sin escrúpulos y obsesionado conmigo, ¿qué se
supone que haga? ¿Sentarme y contemplar cómo todo se derrumba a
mi alrededor?
Heidi no alcanzó a contestarle, pues la puerta que daba a Presidencia
se abrió, dando paso a Edward, que enseguida enfocó su mirada en
Bella.

—Déjanos solos Heidi —pidió Edward con voz suave, pero fría.

—De ninguna manera…

—Estaré bien, si te necesito grito. —Bella se sorprendió de que su


sentido del humor todavía funcionaba, ¿o sería sarcasmo?

—Bella —susurró Edward luego de que su prima abandonara


reaciamente la estancia. Se acercó a la silla en la que la chica se
encontraba sentada y se acuclilló junto a ella—. A mi lado no te faltará
nada, te daré el mundo, si así lo deseas.

La chica se levantó bruscamente de la silla y dirigió a él una mirada tan


llena de odio y desprecio, que Edward sintió que su corazón era
atravesado por una daga.

—Solo prométeme, júrame que mi familia estará bien si me caso


contigo.

—A tu familia no le faltará absolutamente nada, si lo haces —aseguró


Edward incorporándose y mirándola a los ojos.

—No, Edward, tú no entiendes. —Bella se acercó a él lo más que su


repudio le permitía—. No quiero que tu sucio dinero los toque, ni para
bien ni para mal. Limítate a dejarlos en paz.

—No tienes por qué estar tan prevenida nena, si tú supieras cuánto te
amo te entregarías a…

— ¡Ay por favor Edward! —exclamó Bella levantando los brazos—.


Déjate de estupideces que si no te he arrancado la cabeza aún, es
porque no sé si ya diste la orden a tus hombres de actuar.
—La orden está detenida por el momento —dijo Edward frunciendo el
ceño—. Y será totalmente cancelada luego de que des el sí frente a un
altar.

Bella se lo quedó mirando fijamente. En ese momento, su mente


perversa ideaba cientos de formas de asesinarlo y dejar su cuerpo
totalmente irreconocible; mientras que su mente razonable, trataba de
encontrar la forma de evitar un enlace matrimonial con ese hombre.

Tenía que tratar de llegar a algún acuerdo con Edward, o al menos


intentarlo. Cerró los ojos por un momento y suspiró. Necesitaba
fuerzas para lo que iba a hacer.

—Edward —habló en tono conciliador, aunque por dentro el fuego de


la ira la consumía. Se acercó más a él y colocándole una mano en el
pecho, lo miró a los ojos—. Me deseas ¿no es así?

—No te imaginas cuánto. —La voz de Edward sonó como un gemido.

Bella estiró un poco las comisuras de sus labios, rogando que la mueca
pareciera una sonrisa.

— ¿Por qué no hacemos algo? —Pegó su cuerpo más al de él y se tragó


el poco orgullo que le quedaba—. Vamos a tu apartamento, y seré tuya
como deseas. Puedo incluso quedarme un tiempo más, hasta que ya
no…

Edward se apartó de ella bruscamente. Su rostro mostraba una mezcla


de indignación y disgusto.

—Yo no te quiero para una noche, ni para un mes ni un año. —Las


manos de Edward temblaban vueltas puños a los costados de su
cuerpo—. ¿Crees que esa es la solución? ¡¿Lo crees?!

Bella retrocedió un poco y lo miró con los ojos muy abiertos. Había
sido una mala idea decirle eso. En ese momento, temió que Edward
pudiera agredirla físicamente, y aunque ella no se dejaría, él era más
grande que ella y si quería, nada impediría que lo hiciera.

Edward se acercó rápidamente a ella y la tomó por los brazos.

— ¿Te entregarías a cualquiera con tanta facilidad? —El rostro de


Edward estaba desfigurado por la ira—. ¿Dejarías que cualquiera te
follara? ¿Que te tocara? ¿Que te quitara lo que es mío?

—Y ¿qué quieres que haga? Si es la única opción que me has dejado,


con tus amenazas. —Bella se tragó su miedo y dejó resurgir su rabia—.
Da lo mismo si es contigo o con cualquier otro, Edward, la repugnancia
sería igual.

Edward la miró con el ceño más fruncido, y sin previo aviso, estrelló
sus labios con los de Bella, y apretándola por la cintura, la besó de
forma devoradora.

Bella intentó zafarse de su abrazo. Ese beso, aunque para otra mujer
habría sido en extremo excitante, para ella, en ese momento, y más aún
luego de lo sucedido, era molesto e incómodo; pero Edward no parecía
querer soltarla. La apretaba cada vez más, y entre tanta agitación ella
sintió que el aire empezaba a faltarle.

— ¡Suéltala! —gritó Heidi al entrar a la sala y tomando a Edward por


el cabello, lo haló para separarlo de la chica.

— ¡Heidi! ¡Maldición! —se quejó Edward por el dolor ya tan conocido,


pero sobre todo por la interrupción.

—Déjala en paz, al menos hasta que asimile tus estupideces —habló


Heidi abrazando a Bella y apartándola lo más que pudo de Edward—.
Es una chica decente, no como las zorras con las que estás
acostumbrado a toparte.
—Eso lo sé perfectamente —dijo Edward entre dientes—. ¿Qué
quieres?

—Mi tío Carlisle está con Emmett en su oficina y ya vienen para acá.

Edward asintió y dio un paso hacia ellas mirando a Bella, que hasta el
momento no había dejado de mirarlo con rabia.

—No intentes nada delante de mi padre ni de nadie de mi familia —


dijo Edward totalmente serio y en tono de advertencia—. Esme puede
darme un sermón y Carlisle quitarme la presidencia, pero yo tengo
suficiente dinero y poder como para que mis planes no se alteren en
absoluto.

Y sin esperar respuesta, entró a su oficina y cerró la puerta.

— ¿Estás bien? —preguntó Heidi girando a Bella, para poder


observarla.

—En la medida de lo posible —contestó la chica limpiándose los labios


con la mano. Quería borrar ese beso de sus labios y de su mente; pero
no tanto como el recuerdo de la cabeza de Edward entre sus piernas.

—Vámonos para mi casa, mi padre no está en la ciudad, así que


podemos estar tranquilas —explicó Heidi.

—No quiero molestarte.

— ¡Ay Bella! No seas ridícula, vamos para que te relajes un poco y de


paso aprovecho y me tomo el día libre. —Bella sonrió ante esas
palabras—. Podemos incluso llamar a Jasper y decirle que te quedarás
a dormir conmigo, para que no tengas que enfrentarte a él tan rápido.

—No tengo ni idea de qué le voy a decir —dijo Bella apoyando una
mano sobre la frente.
Ahora que estaba más calmada, un fuerte dolor de cabeza la hacía
incluso sentir los ojos pesados.

—No pienses en eso ahora, te ayudo a recoger tus cosas y nos vamos,
les diremos a todos que estás algo indispuesta —propuso Heidi con
una sonrisa y Bella asintió pues no tenía una mejor idea, ya tendría
tiempo al día siguiente para hablar con Sue.

Al entrar a la Oficina de Presidencia estaban dos hombres muy


conocidos para Bella, pero el tercero, un hombre rubio, alto y hermoso
como el que suponía era su hijo, se giró hacia ella cuando la puerta se
abrió.

—Pero, si aquí está mi hermosa muñequita —dijo Emmett con una


gran sonrisa acercándose a Bella, pero enseguida se detuvo con el ceño
fruncido—. ¿Qué te pasó?

Bella lo miró sin comprender por qué decía eso, ¿tan mal me veo?, se
preguntó a sí misma, y en realidad así era. Tenía los ojos rojos e
hinchados, la nariz y las mejillas parecían las de alguien con fiebre
muy alta, y caminos de lágrimas secas se podían ver en sus mejillas.

Emmett se acercó a Bella, tomó su rostro en sus grandes manos, y la


revisó con mirada preocupada.

— ¿Qué tienes Bella, por qué llorabas? —Volvió a preguntar Emmett.

—Solo tiene un fuerte dolor de cabeza, migraña —explicó Heidi—. ¿No


es así Bella?

La chica asintió y le sonrió a Emmett para tranquilizarlo.

—Estoy bien Emmett, en serio, solo necesito recostarme un rato. —


Bella le tomó las manos para retirarlas de su rostro y las apretó un
poco para reafirmar sus palabras—. Cosas de mujeres.
Emmett cambió automáticamente su expresión a una de total
entendimiento y sonrió abiertamente.

—Bueno muñequita, en ese caso, déjame presentarte a mi tío Carlisle


—dijo Emmett rodeándole los hombros con un brazo y atrayéndola a
su cuerpo—. Tío, te presento a mi futura esposa y madre de mis hijos,
Isabella Swan.

Un leve gruñido se escuchó por parte de Edward, pero todos lo


ignoraron. El hombre rubio se acercó a Bella y con una sonrisa tierna,
pero aun así deslumbrante, extendió su mano hacia ella.

—Tú eres la chica de la que Alice y Esme no dejan de hablar —afirmó


Carlisle estrechando la mano de la chica.

—Imagino que sí —dijo Bella tratando de regalarle su mejor sonrisa.


Ese hombre no tenía la culpa de lo que su hijo estaba haciendo con ella.

— ¿Por qué no te vas a descansar y te tomas lo que resta del día? —


Carlisle se giró hacia su hijo—. Espero que mi hijo no esté siendo muy
duro contigo.

—Está siendo todo un maldito —dijo Heidi entre dientes, para luego
regalarle una sonrisa de inocencia a su tío y abrazarse a él.

Edward la miró con advertencia pero Heidi le dirigió una sonrisa


claramente hipócrita.

El hombre mayor rio, pues conocía como era el trato entre ellos dos,
por lo que ignoró los gestos y rodeó con un brazo a su sobrina.

—De casualidad, ¿no querrías acompañarla y tomarte también el día?


—preguntó Carlisle a Heidi al tiempo que le guiñaba un ojo.

Heidi asintió sonriente y besó al hombre en una mejilla, para luego


preguntarle a Bella si estaba lista para irse, a lo que ésta contestó
afirmativamente.
Estaba deseosa de salir de ahí. Se sentía muy incómoda con Edward
observando cada uno de sus movimientos.

—En ese caso yo puedo llevarlas —dijo Emmett para enseguida


abrazar más a Bella y darle un beso en la mejilla.

— ¡Deja de manosearla! —gritó Edward al tiempo que rodeaba su


escritorio y los separaba bruscamente.

— ¡Edward! —lo reprendió Carlisle.

Lo miró con los ojos entrecerrados, como tratando de descifrar el


porqué del comportamiento de su hijo. Aunque no era difícil darse
cuenta de que la chica le gustaba, pues no le había quitado la mirada
de encima; pero nunca lo había visto actuar de esa manera con ninguna
otra mujer.

— ¡Entonces dile que no toque lo que es mío! —advirtió Edward


tomando a Bella y sacándola de la oficina, mientras Emmett reía a
carcajadas, porque su travesura había dado resultado.

Afortunadamente ni Sara ni John se encontraban en sus puestos de


trabajo, porque cuando Heidi supo que Bella se dirigía a Migración, los
envió a trabajar a otra oficina, previniendo lo que se avecinaba.

Edward colocó a Bella contra la pared, luego de cerrar la puerta de su


oficina.

—Pareces un bebé llorón.

—Di lo que quieras, pero no soy ningún marica que permite que le
estén acariciando a su mujer —dijo Edward entre dientes.

—Yo no soy tu mujer —refutó Bella en la misma forma.

Edward acercó su rostro al de ella, y besándola en la comisura de la


boca le contestó: —Aún.
Para tranquilidad de Bella, Heidi salió enseguida y amenazando a
Edward con ser ella quien hablara, la sacó de CullenWorld y se la llevó
a su casa.

Varios minutos después, Bella se encontraba recostada en el sofá de la


sala de la casa McCarty. Una elegante residencia ubicada en el Distrito
de Knightsbridge, decorada de forma muy parecida a la de los Cullen,
pero siendo ésta un poco más pequeña y con un ambiente más
moderno.

— ¿Qué quieres almorzar? —preguntó Heidi, acostada en el sofá de


cuero blanco del frente—. Nos pueden preparar algo o pedir a
domicilio.

—En este momento me da lo mismo comer lo que sea —contestó Bella


con los ojos cerrados para tratar de que se le pasara el dolor de cabeza.

Heidi se quedó en silencio por unos momentos y luego con voz


emocionada, se enderezó. Una estupenda idea, al menos según ella,
había cruzado su mente.

Varias horas después, las dos mujeres se encontraban en los mismos


sofás, con la misma ropa, pero profundamente dormidas y con varios
grados de alcohol en su cuerpo.

Luego de que Bella estuviera de acuerdo con la idea de Heidi, y


llamara a Jasper para avisarle dónde pasaría la noche y le explicara que
estaba algo indispuesta, pidieron pizza y cuando ya sus estómagos
estuvieron saciados, asaltaron el bar del dueño de la casa y acabaron
entre risas, llanto y canciones de los setentas y ochentas interpretadas
desafinadamente.

Habían reído con las historias vergonzosas de la niñez de Edward y


llorado con el relato de la muerte del padre de una y la madre de la
otra. A pesar de que el nombre de su jefe –ahora prometido a la
fuerza– fue mencionado varias veces, Bella evitó pensar en lo sucedido
y más aún en lo que estaba por llegar. Solo se dedicó a pasar el
momento para olvidarse de sus problemas, y deseando que Ángela
estuviera ahí y poder contarle lo que estaba sucediendo, pero sabía que
eso era imposible.

Cuando sus cuerpos no aguantaron tanto alcohol, cayeron


profundamente dormidas y así se encontraban desde hacía media hora,
cuando Edward llegó, para saber por qué no contestaban sus llamadas.

—Señor, llevan así una media hora —explicó Marie, una de las
empleadas de la casa, de unos cuarenta años de edad—. Bebieron
durante toda la tarde, e íbamos a esperar un tiempo más para ver si
despertaban, sino estábamos pensando que los guardaespaldas las
subieran a las habitaciones.

Edward observó el desastre en el que se había convertido la sala de su


tío: un par de botellas de whisky vacías se encontraban tumbadas junto
a los sofás, una gran caja de piza con unos pedazos sin terminar y
bañados en Coca Cola cubría la mesa de centro y los cojines estaban
tirados por todas partes, sin ningún cuidado. Agradeció por un
momento que su tía Lizzy no haya vivido en esa casa, porque con lo
ordenada que era, estaría ahora mismo revolcándose en el otro mundo.
Esa propiedad la habían adquirido luego de la muerte de la madre de
Heidi, pues el padre de ella no hacía otra cosa que llorarla y
despertarse por las noches llamándola ebrio y con desvaríos.

—No se preocupe Marie, yo me encargo —dijo Edward acercándose a


su prima—. Suba y despeje la cama de Heidi, enseguida subo con ella.

La mujer obedeció al instante y Edward luego de echar una rápida


mirada a Bella, tomó a la mayor de las dos en brazos y se dirigió al
segundo piso.

— Señor, ¿preparo una habitación para la otra señorita? —preguntó la


empleada.
—No, ella se va conmigo —explicó Edward—. Mejor arreglen la sala
por si el tío Joseph se adelanta.

La mujer asintió y entre los dos despojaron a Heidi de su ropa de calle


y la acostaron.

Edward regresó a la sala, donde Bella no se había movido en absoluto,


y acercándose a ella intentó despertarla con suavidad; pero al igual que
Heidi, no reaccionó ante el movimiento ni el llamado.

—Marie, entréguele estas llaves a Thomas, y dígale que nos vamos en


mi auto —ordenó Edward pues no quería sentar a Bella a su lado y
exponerla a un golpe con algún movimiento brusco del auto.

Tomándola en brazos como si del más delicado cristal se tratase, salió


de la propiedad y se subió en el asiento trasero de su auto, con ella
sentada en su regazo.

El camino a su apartamento no fue muy largo, pero Edward lo


aprovechó para poder observar el rostro de la chica dormida. Entre
más la miraba más hermosa le parecía. Sus ojos chocolates ahora
ocultos por sus párpados, su nariz pequeña, sus pómulos, su barbilla;
todo en ella era perfecto a sus ojos; y tratando de mantenerla lo más
quieta posible, no se atrevió a mover sus manos.

Cuando llegaron, llevó a Bella a su habitación, la tendió con delicadeza


sobre su cama y se quedó contemplándola. Muchas veces había
imaginado con tenerla ahí acostada, y ahora que la tenía, podía
disfrutar de ella como deseara.

Empezó a quitarse la ropa y cuando estuvo solo con sus bóxers,


continuó con la de ella hasta dejarla en ropa interior, y la tapó con la
sábana; enseguida se tendió junto a ella y la atrajo hacia su cuerpo. Su
intensión no era satisfacer sus deseos sexuales, sino derramar sobre ella
todo el amor que sentía; pues como un verdadero hombre enamorado,
comprendía que no se necesitaba del acto sexual en sí, para deleitarse
con el objeto de su adicción.

Con la yema de los dedos empezó a acariciar el contorno del rostro de


la chica. Su toque era tan suave, que si Bella hubiera estado consciente,
creería que una suave brisa rozaba su piel. Edward continuó con su
nariz, y luego bajó hasta sus labios; los tenía algo resecos por el alcohol
ingerido, por lo que se humedeció las puntas de los dedos con su
lengua, y se los pasó por los labios a la chica para hidratarlos. Luego
acarició los párpados con extrema suavidad, y observó cómo las
pestañas se curvaban coquetamente, era muy leve el maquillaje que
tenía puesto, solo rímel y algo de delineador, pero estos dos, casi
habían desaparecido por efecto de las lágrimas derramadas y todas las
veces que se había frotado los ojos. Continuó con las orejas, que
recorrió al tiempo que recitaba palabras de amor y obsesión.

Te amo, Te necesito.

Eres mía, Solo mía.

Te deseo Isabella.

Siempre te tendré.

Jamás te dejaré ir.

Tu lugar está a mi lado, junto a mí, en mí.

Soy tu más fiel esclavo, y tú mi hermosa reina.

Todo, eso eres tú en mi vida.

Tomó entonces las manos de la chica, e incorporándose en la cama las


detalló, primero una y luego la otra. Acarició todos y cada uno de los
dedos, los nudillos, y delineó las líneas de la palma, como si fuera la
primera vez que sus ojos veían esa parte de la anatomía humana.
Acercándolas a su boca, las besó con una devoción tal, que cualquiera
pensaría que ella era su diosa y él su más ferviente discípulo.

Luego, retiró las sábanas y contempló el cuerpo de la chica. Pasó su


mano por encima de este, pero sin tocarlo; solo tratando de llenarse de
su energía y vitalidad. Agachando su cabeza, repartió delicados besos
por todo su cuerpo, comenzando por el pecho, y bajando por el
abdomen plano. Recorrió las piernas con sus labios, y cuando llegó a
los pies, besó todos los dedos, deseando que ella pudiera sentir sus
roces.

Hasta ese momento, Bella solo se había removido un poco pero sin
llegar a despertarse, lo que no impidió las acciones de él.

Si alguien los estuviera viendo, se daría cuenta de que no había lujuria


en la actuación de Edward. Solo el amor más puro reflejado en suaves
caricias y besos que prodigó al cuerpo de la mujer que se había
convertido en su paz y tormento desde el momento en que sus ojos se
posaron sobre ella. La deseaba, de eso no tenía duda, pero existían
muchas formas de hacerle el amor a una mujer, sin llegar a penetrarla;
y él pensaba enseñárselas a Bella, alternándolas con momentos fogosos
y pasionales, en los que se fundieran en un solo cuerpo, y con los gritos
del éxtasis demostrar sus emociones.

Cuando ya hubo disfrutado de poder tenerla solo para él, y sin que ella
pudiera negarse, se acostó nuevamente a su lado y la atrajo hacia su
cuerpo, quedando los dos frente a frente. Bella se removió e
inconscientemente se pegó aún más al cuerpo de él, se acurrucó en su
pecho y murmuró algo que Edward no pudo comprender. Éste sonrió
y después de besarla en la frente y repetirle que la amaba, con ella en
brazos se quedó dormido.

Para cuando Bella despertó, el sol ya había salido en su totalidad, y


unos rayos se filtraban por las persianas de la ventana. Abrió los ojos
lentamente, pues un fuerte martilleo como tambores africanos
retumbaba en su cabeza. Su primera visión fue un techo blanco, el cual
dedujo no era el de su apartamento. Parpadeando varias veces miró a
su alrededor y se encontró en una habitación que estaba muy lejos de
pertenecer a alguien de su clase social o género, porque la decoración
se notaba masculina.

Se sentó y una fuerte punzada de dolor le atravesó el cerebro, entonces


recordó los sucesos del día anterior: La ida a Migración, las amenazas
de Edward, la pasada de tragos con Heidi.

¡Heidi!

Se le ocurrió que debía encontrarse en la casa de la mujer todavía. Se


recostó nuevamente sobre la almohada y el olor de las sábanas llegó a
su nariz. Era un olor delicioso, a hombre: excitante, sexy, varonil. Tomó
la almohada entre sus manos y la pegó a su rostro para aspirar con
fuerza, lo que provocó que la cabeza le doliera de nuevo, pero lo dejó
pasar. Esa debía ser la habitación de Emmett, pues solo los hombres de
esa familia podían oler de esa manera; además, de que la fragancia le
era conocida. Al menos estaba tranquila de no haberlo incomodado,
pues sabía que él no vivía en esa casa, y su habitación la usaba solo
cuando era necesario.

Incorporándose, miró hacia la mesa de noche donde un reloj indicaba


las 9:15, torció la boca pues no le importaba, sería el colmo que Edward
le hiciera cumplir horario. Bajándose de la cama se dispuso a salir de la
habitación, cuando un hecho la detuvo: Estaba en ropa interior.

Revisó rápidamente con la mirada y encontró su ropa colocada sobre


una silla, se dispuso a colocársela rápidamente mientras su mente
trataba de encontrarle explicación al porqué de su falta de ropa. Quizás
fue Heidi, pensó y esa idea la tranquilizó. Se pasó las manos por el
cabello para tratar de aplacar el desorden que tenía y abrió la puerta
para salir al encuentro de la que se imaginó, debía estar en el mismo
estado que ella.
Creí que la casa era de dos pisos.

Pensó extrañada mientras caminaba por el corredor y llegaba a una


sala totalmente diferente a como la recordaba. En su estado no había
reparado mucho en la decoración del lugar, pero estaba casi segura que
este solo se parecía en el lujo a la sala en la que se había emborrachado
con Heidi.

—Buenos días señorita —le habló una mujer de unos cincuenta años de
edad, que la miraba con una sonrisa amable en los labios—. ¿Desea
desayunar de una vez?

—Buenos días —contestó Bella con una sonrisa—. ¿Heidi ya lo hizo?

La mujer la miró con desconcierto.

— ¿La Señorita Heidi? No lo sé, ella no vive aquí —dijo la mujer


encogiéndose de hombros.

— ¿Cómo que Heidi no vive aquí? No entiendo, yo vine ayer con ella
al medio día y estuvimos tomando toda la tarde —explicó Bella cada
vez más confundida.

—No señorita se equivoca, el Señor Edward la trajo aquí anoche y me


dio indicaciones esta mañana que la atendiera y cubriera todas sus
necesi… ¿se encuentra bien señorita? Está pálida.

Bella se colocó una mano en la frente que en ese momento parecía


querer estallarle.

— ¿En dónde estoy? —preguntó sabiendo ya la respuesta.

—En el apartamento del Señor Edward Cullen, ¿se siente bien?

Bella jadeó como única respuesta. No podía creer que eso le estuviera
sucediendo, aunque sabía que no debería extrañarse, porque un
hombre que hizo todo lo posible por tenerla en sus manos, sin
posibilidad de escape; le sería muy fácil transportar a una joven ebria y
dormida de un lugar a otro.

De pronto sintió miedo, si ella no se había dado cuenta de todo ese


movimiento, él perfectamente habría podido…

No pudo ni terminar el pensamiento, corrió de nuevo a la habitación


que estaba segura era la de Edward, y abriendo la puerta, se abalanzó
sobre la cama, revisando las sábanas frenéticamente. Nada. Corrió
entonces al baño, se quitó el pantalón y empezó a revisar sus pantys.
Totalmente limpias. Suspiró aliviada, Edward no la había tocado
mientras dormía, o al menos no de la forma que ella más temía.

—Señorita ¿qué tiene? Me está preocupando, voy a llamar al Señor…

— ¡No! —gritó Bella saliendo del baño—. No se preocupe, estoy bien


en serio, es solo que me encuentro algo desorientada.

— ¡Ah! Eso es normal. El señor me dijo que la Señorita Heidi estaba en


las mismas condiciones.

—Sí, supongo, tengo que llamarla, pero… Edward ¿dónde pasó la


noche? —Sabía que eran preguntas estúpidas pero necesitaba hacerlas.

—Pues con usted, aquí en la habitación —contestó la mujer mirándola


con extrañeza.

—Claro, no sé ni para qué pregunto.

—Entonces, ¿va a desayunar de una vez? Debería hacerlo porque


según tengo entendido no come nada desde el medio día de ayer.

Bella asintió y siguió a la mujer a la cocina, donde desayunó unas


tostadas con huevos y tocino, acompañada de una taza de té que según
la mujer, era perfecto para pasar las resacas, y cuyo efecto pudo
comprobar al poco rato.
Qué vergüenza, esta mujer debe estar pensando que soy una cualquiera.

Pensó Bella mordiéndose el labio. Pero al menos se consoló en que no


la miraba con desdén, si no con ternura y amabilidad.

— ¿Cuál es su nombre? —preguntó Bella para entablar conversación.

—Catalina, pero de cariño me dicen Katy —respondió la mujer. Bella le


indicó su nombre y esta dijo que ya lo sabía.

— ¿Hace mucho que trabaja para Edward?

—Hace treinta y dos años, con sus padres, lo vi nacer y cuando decidió
independizarse, la Señora Esme me pidió que me mudara con él para
cuidarlo. Regresé el sábado de mis vacaciones.

— Y ¿por qué si lleva tanto tiempo le sigue diciendo señor? —preguntó


Bella, aunque imaginaba que en el mundo de los ricos ese tipo de
confianzas no era permitido.

La mujer soltó una risita.

—El señor ya se cansó de pedírmelo, pero yo le digo que debo dar el


ejemplo a los demás empleados. Aquí trabaja otra chica que me
colabora con la limpieza, y algunos de los otros empleados de la
familia, vienen algunas veces cuando son solicitados. No quiero que
por querer imitarme empiecen a tutearlo.

—Entonces, Edward es un buen jefe —preguntó Bella pero sonó más a


una afirmación.

—Toda la familia lo es —contestó la mujer con una sonrisa—. A pesar


de todo el dinero que tienen, son personas amables, incluso la Señorita
Heidi que a primera vista parece ser orgullosa y antipática, es cariñosa
conmigo y amable con los demás empleados; nunca ha llegado a mis
oídos alguna queja sobre ellos. El señor es quisquilloso y malcriado, le
gusta que las cosas se hagan a su manera o si no la tierra tiembla. —La
mujer rio y Bella le sonrió en respuesta—. Pero es un buen chico, solo
hay que saberlo tratar.

Bella se quedó pensando por un momento. Lo que la mujer dijo era


algo que ella había podido comprobar, tanto de la familia como de
Edward. Aunque él tenía treinta años, a veces se comportaba como un
niño de diez o de cinco en casos graves. Se notaba que la mujer lo
quería mucho, pues hablaba de él como si de un hijo se tratase, y por
ende, para ella era fácil decir que era un buen chico y todo lo demás.

¿Qué pensaría de su niño si se enterara de lo que me está haciendo?

Obviamente no pensaba averiguarlo, por la seguridad de su familia, y


porque no quería causarle una tristeza a esa amable mujer.

Minutos después buscó en la habitación de Edward y encontró su


bolso junto a la silla en la que estaba su ropa; llamó a Heidi para saber
cómo estaba. Ésta le preguntó si estaba bien, si Edward le había hecho
algo, pues le informaron que se la había llevado la noche anterior. Bella
la tranquilizó y le preguntó si iría al trabajo ese día.

— ¡Claro que no! —contestó la mujer desde el otro lado de la línea—. Mi


cabeza martillea como loca y no tengo ganas de verle la cara al idiota. Tampoco
pienso llamar para avisarle, él se lo debe suponer. ¿Imagino que tú tampoco
vas?

—No, ¿cómo se te ocurre?, pero no quiero llegar a mi apartamento, no


estoy lista para verle la cara a Jasper en la noche.

— ¿Por qué no lo llamas y le dices que te quedarás aquí conmigo?, invéntale


que sigues mal y que no quieres estar sola en el apartamento. Te mando a
Thomas para que te recoja.

Bella estuvo de acuerdo y se dispuso a llamar a Jasper, al que no fue


fácil tranquilizar.
—No es nada grave, solo tengo la marea roja* y el malestar me está
matando, Heidi tampoco se siente bien y pidió el día, así que nos
acompañaremos mutuamente —explicó lo mejor que pudo. Después
de todo no era tan falsa esa información, pues ninguna de las dos
estaba en condiciones de trabajar ese día.

Luego de que Jasper accediera a no llevarla a rastras donde un médico,


esperó a que llegaran por ella.

—Señorita —llamó una joven de unos veintitrés años, de la misma


estatura de ella pero con el cabello un tono más claro que Edward y
expresión algo insolente.

Ahora entiendo las razones de Katy para negarse a tutear a Edward.

—El Señor Cullen pregunta por usted —continuó la mujer de forma


fría, la miró con menosprecio luego de entregarle el teléfono y se
marchó sin decir más.

Bella estaba segura que los pensamientos que creía tenía Katy hacia
ella, ésta los exteriorizaba sin miramientos.

— ¿Qué quieres? —preguntó bruscamente.

—Saber cómo está mi nena. —Si lo hubiese tenido en frente le habría


partido la boca de un puño, pues le habló como cualquier novio
enamorado y juguetón.

—No seas imbécil, Edward, ¿cómo te atreves a traerme a tu


apartamento sin mi consentimiento? ¿Y acostarme en tu cama para
dormir contigo? —dijo Bella con rabia.

—Oye, no te pongas así. Te pregunté si querías irte conmigo y murmuraste


algo, así que supuse que era un sí —se defendió Edward con voz de
inocencia.

— ¡Ay por favor! No seas ridículo.


— ¡Bueno ya! No me riñas que sabes que no me gusta. ¿Por qué no mejor te
paso a recoger en un rato, te llevo a tu apartamento para que te cambies y
almorzamos en donde tú quieras? —propuso Edward sin ningún tipo de
remordimiento.

—Edward, no me trates como tu mujer, ni como tu novia porque no lo


soy. Si por mí fuera, estaría ahora mismo del otro lado del océano
siguiendo con mi vida tranquilamente, olvidándome de que existen
personas tan desagradables como tú.

—Anoche no te parecí tan desagradable, cuando te acurrucaste contra mi


pecho —dijo el hombre con voz sugerente.

Bella emitió un gruñido de frustración, y luego de mandarlo a comer


sus propios desechos orgánicos, cortó la llamada para que enseguida el
teléfono sonara de nuevo.

— ¡¿Qué?! —contestó furiosamente.

— ¿No vienes hoy? Quiero verte.

— ¡No! ¡Y Heidi tampoco! —gritó en respuesta y cortó de nuevo la


llamada. El teléfono no volvió a sonar.

Respiró hondo para tratar de calmarse. Edward actuaba como si fuera


inocente de todo. Es un descarado, pensó Bella con desespero. Estaba
claro que para él, ella era suya y era un hecho tan natural que no
lograba entender por qué ella no lo aceptaba.

Luego de despedirse de Katy, quien la invitó a regresar cuando


deseara, y le pidió tener paciencia con Edward, pues al parecer escuchó
parte de la discusión, fue llevada por el chofer de Heidi de vuelta a la
casa de la mujer.

En el camino llamó a la Oficina de Tesorería de CullenWorld.

—Sue soy Bella, la amiga…


—Mi niña —La voz de la mujer sonó angustiada—. No puedo ver qué
sucedió, pero en tu voz está implícito que las advertencias de tus
sueños se hicieron realidad.

Bella se asombró por las palabras de la tía de Jacob, al parecer el poder


que tenía la mujer era más grande de lo que se imaginaba. Sin poder
contener el llanto que se producía al recordar las advertencias de esa
mujer, trató de hablarle de nuevo pero ésta la interrumpió.

—No llores, Bella, ya verás cómo todo se resuelve, ¿estás aquí en la


empresa?

—No —contestó Bella ahogadamente—. No voy… hoy.

—Bueno, no importa, yo también tengo muchas cosas pendientes aquí


y no podríamos hablar tranquilas. Mejor ven mañana que estés más
calmada, almorzamos juntas en mi oficina donde nadie nos moleste y
me cuentas qué sucedió —propuso Sue—. Y tranquilízate mi niña, que
como te dije la otra vez, la vida nunca nos pondrá pruebas que no
seamos capaces de superar. Se fuerte, trata de no pensar en nada, ya
hablaremos mañana.

—Gracias… Sue.

Bella cortó la llamada y se secó las gruesas lágrimas que recorrían sus
mejillas. Esperaba que Sue pudiera darle respuestas a tantas incógnitas
que surcaban su cabeza en ese momento. Lo mejor era seguir el consejo
de ella; ya nada podía hacer para cambiar las cosas, y mortificarse más
no la llevaría a nada bueno. Ese día se relajaría con Heidi y al siguiente
trataría de encontrarle sentido a sus problemas.

*Periodo menstrual
CAPÍTULO 12


Por mucho que lo intento,
no logro comprenderlo.
Energías, auras e influencias,
y yo como su victima perfecta.
¿Crees tener mi vida en tus manos?
no seré yo quién siga tus pasos.

— T odavía no entiendo para qué viniste; yo estaría feliz de no tener


que cumplir horario, ni verle la cara; claro, no como jefe —dijo Heidi
mientras entraba al ascensor de CullenWorld.

—Yo preferiría cumplir horario y que siguiera siendo mi jefe; en


realidad escogería no verlo nunca más —replicó Bella siguiéndola de
cerca—. Pero necesito hablar con alguien primero, y luego aclarar con
él ciertos puntos. No me voy a casar sin estar segura de que mi familia
estará a salvo de su locura.

Bella oprimió el número 23, luego de que Heidi oprimiera el de


presidencia.

—Vas a ver a Sue, ¿cierto? —Bella asintió y Heidi continuó—: No sé


qué te traes con esa mujer, pero si necesitas que te acompañe no tengo
ningún inconveniente.

—No es necesario —respondió Bella con una sonrisa—. Ya te contaré


qué sucede, pero estoy segura que ella puede ayudarme, al menos a
entender qué está sucediendo.
Heidi siguió sin comprender, pero no insistió más. Luego de unos
momentos la puerta del ascensor se abrió y Bella bajó, prometiéndole
que llegaría a la oficina en unos momentos.

Aunque no estaba obligada a ir vestida como de costumbre, pues


intuía que ya no trabajaba en esa compañía, se vistió con la ropa que su
madre le había enviado semanas atrás, pero trató de conservar el aire
de seriedad con el que venía hasta entonces.

El día anterior Heidi y Bella, no tomaron una sola gota de licor. Se la


pasaron hablando trivialidades, viendo películas a las que no prestaron
mucha atención, y consumiendo alimentos que no se podrían llamar
nutritivos. Edward no se apareció por la casa de los McCarty en todo el
día. Pero llamó en la noche para saber qué estaban haciendo, con tan
mala suerte para él, que quien contestó el teléfono fue su prima, y lo
despachó rápidamente.

— ¡Edward querido!, ahora Bella no puede hablar, tiene una en el coño y otra
en la boca, lo siento.

Luego de eso colgó. Segundos más tarde, un hombre bastante alto y


fornido, parecido en físico a Emmett pero sin la belleza del rostro de
éste, que era uno de los guardaespaldas alojados siempre fuera de la
casa; entró a la sala de estar, y mirándolas detenidamente, empezó a
buscar en los lugares en los que alguien se podía esconder.

—No pierdas tu tiempo, Derek, ten más confianza en tus hombres… Nadie ha
entrado en casa.

Le había dicho Heidi. Ninguna de las dos dudó, que había sido
enviado por Edward para matar a cualquiera que estuviera con ellas.

Atravesando los cubículos con divisiones de un metro y medio de alto,


que formaban un amplio corredor, preguntó dónde quedaba la Oficina
de Tesorería, y siguiendo las indicaciones, habló con la secretaria;
luego de ser anunciada, le dieron el pase.
—Hola Sue —saludó Bella con una media sonrisa—. Sé que me dijiste
que almorzaríamos juntas, pero quería saber si estabas desocupada, o
si prefieres puedo esperar…

La oficina de Sue era muy parecida a las demás, sólo que decorada con
un toque de feminidad, predominando un hermoso arreglo de flores
frescas en una mesa junto a la pared, y custodiada por dos sillas de
estilo victoriano, que combinaban perfectamente con los colores
neutros de las paredes.

—No, Bella, ven; lo que estoy haciendo lo puedo posponer unos


momentos, por favor toma asiento y cuéntame qué te ha pasado… ¡Oh!
Mi niña, no te imaginas lo que te he pensado, la oscuridad que cierne
sobre ti es grande y tanto así tu pesar y angustia.

Bella, como el día anterior, no pudo reprimir las lágrimas que luchaban
por salir de sus ojos. El poder conversar con alguien totalmente
imparcial, era reconfortante; porque aunque Heidi estuviera de su
lado, no dejaba de ser la prima de Edward, y no solamente en una
relación de típica familiaridad por lazos de sangre, sino que además,
ella era su mejor amiga, y en el fondo, no podía evitar desear la
felicidad del hombre, fuera al precio que fuera. No obstante, no
pensaba contarle a Sue exactamente lo que estaba sucediendo, pero sí
tratar de explicarle lo difícil de su situación.

Sue al ver el estado de la chica, rápidamente le brindó un vaso de agua,


de una pequeña nevera escondida tras un gabinete de madera.

—Bebe un poco y tranquilízate, para que puedas decirme qué sucedió


muchacha —pidió Sue acariciándole el cabello de forma maternal.

Luego de unos segundos, en los que le fue casi imposible controlar los
espasmos de su cuerpo, productos del llanto y la congoja, Bella
procedió a contar lo poco que se atrevía a decir.
—Nunca me había visto envuelta en una situación semejante —explicó
Bella con lágrimas aún rodando por sus mejillas, pero con la
respiración mucho más calmada—. Estoy obligada a hacer algo que no
quiero, pero no tengo ninguna otra opción; no puedo arriesgar a mi
familia si su salvación está en mis manos. En estos momentos desearía
estar lejos, en mi casa, junto a mi madre, y siguiendo con mi vida sin
lujos, pero mía después de todo —suspiró—. Eso no es posible… no
tengo opción Sue.

La mujer mayor caminó pensativa hacia su puesto y se sentó; luego de


un corto silencio, lanzó un profundo suspiro.

—Jamás imaginé que Edward fuera capaz de algo así. Siempre fue un
niño malcriado, te lo digo yo que lo vi corretear por estos pasillos…

— ¿Cómo sabes que es de Edward de quien estoy hablando? —


preguntó Bella confundida y atónita al mismo tiempo, pues estaba
segura de no haber pronunciado, ni insinuado nada sobre la persona
en cuestión.

—Es algo que me imaginaba desde hacía tiempo —respondió Sue—.


La vez que bajaron a almorzar con la chica pasante, la rubia, ustedes
dos estaban hablando; estoy segura que nadie más pudo notarlo, pero
lo que vi me dejó muy preocupada, sobre todo por ti, mi niña: Una
gran masa de energía se desprendía del cuerpo de Edward, y te
envolvía de manera tan posesiva que creí, te consumiría por completo.

—No entiendo, ¿una energía? ¿A qué te refieres? —preguntó la chica.

—Cada persona tiene algo que tú habrás escuchado nombrar


como aura, ésta es diferente en cada persona, y se rige por sus
pensamientos y actitudes, por su forma de ser y la pureza o maldad de
su alma. Yo no puedo verlas claramente, pero sí soy capaz de percibir
algunas veces cómo fluyen las energías de una persona a otra,
consciente o inconscientemente; por lo que pude observar como la que
Edward proyectaba, su energía vital, se cernía sobre ti como si le
pertenecieras. Nunca había visto algo parecido, ni siquiera en parejas
que se aman profundamente; es como si para él, fuera algo natural el
estar a tu lado, el poseerte, como si te sintiera suya desde hace
muchísimo tiempo, incluso antes de haberte conocido.

"Conozco el amor cuando lo veo en los ojos de una persona, que es


capaz de dar la vida por el ser amado; pero lo que vi en ese momento,
no sólo en sus ojos verdes que parecían brillar intensamente cada vez
que te observaban, sino cómo todo su ser te envolvía en una burbuja
protectora y obsesiva, capaz de consumirte por completo en su locura;
era de una persona dispuesta a arrancarse el corazón del pecho, para
ofrecértelo en sacrificio, por una sola de tus sonrisas. Sí, mi niña, ese
hombre está loco, y por algún motivo que no logro comprender todo
esto se concentra en ti. ¿Estás segura que no lo conoces de antes?"

—Completamente; jamás en mi vida lo había visto —contestó Bella


muy segura—. En mi sueño, el de la estatua, el rostro de ésta se
convirtió en el de él, y me gritaba una y otra vez que soy suya, que le
pertenezco.

—Eso es precisamente a lo que me refiero: Edward te reclama


como suya, como si realmente sintiera que así es y nadie se lo puede
refutar. Pero dime, ¿a qué te está obligando? ¿Acaso, quiere que te
conviertas en su amante o algo así?

—Quiere que me case con él, y si no lo hago, tiene planeado arruinar


por completo a mi familia y amigos cercanos. Tú sabes perfectamente,
que con su poder es capaz de hacerlo —explicó Bella de forma tan
monótona que incluso ella misma se sorprendió. Había repetido la
misma frase en su mente tantas veces, que ya no encontraba sentido a
sobresaltarse o excitarse al hablar de ella, además, estaba resignada a
hacer cualquier cosa.
Si al menos su amenaza hubiese sido arruinarle la vida a ella, y a nadie
más, le habría gritado que se fuera al infierno, y salido del país cuanto
antes, sin importarle las consecuencias; pero cuando se trataba de los
que amaba, como él mismo había dicho, las cosas eran a otro precio.

—Era lo que me esperaba, pues esa obsesión tan enérgica, no podía


conformarse con sólo un trato verbal y mucho menos temporal —
comentó Sue y enfocó su vista en los ojos de la chica, para hablar
enseguida de manera sombría—. Bella, esto no es nada comparado con
lo que se avecina.

Bella tembló ante las palabras pronunciadas por la mujer sentada


frente a ella. Lo del matrimonio era algo que ya la perturbaba bastante,
aunque lo hubiese asimilado al no poder hacer otra cosa, pero el saber
que otras pruebas peores a ésta se aproximaban, era algo que no sabía
si podía soportar.

Sus temores hacían que su cerebro le proporcionara miles de imágenes


sobre lo que podría ser su futuro como esposa de Edward; tantas, que
su mente era una confusión de cuadros borrosos que pasaban
rápidamente como si de una película en cámara rápida se tratara.

Edward es capaz de todo. Pensó acongojada.

— ¿A qué te refieres con eso? Sue, no me asustes por favor —suplicó


Bella sollozando nuevamente.

—No quiero hacerlo, mi niña; pero debo advertirte que debes ser fuerte
y aferrarte lo más que puedas a tu entereza y paciencia. No es sólo la
mente de Edward o el cuerpo lo que te reclama, es su alma en sí, la que
te siente suya por naturaleza y legítimo derecho; es como si en una vida
pasada tú le hubieses pertenecido, pero al mismo tiempo, haya sido
arrebatada de su lado, y ahora, que se ha encontrado contigo, no
piensa perderte de nuevo, y hará lo que sea por tenerte y retenerte.
—Pero, ¿a qué pruebas te refieres? Por favor, tienes que decirme para
saber a qué me enfrento —pidió Bella desesperadamente.

Sue negó con la cabeza.

—No puedo angustiarte desde ahora con hechos que puedes hacer más
llevaderos, pero que estoy segura, no estás dispuesta a hacerlo. Hagas
lo que hagas, no podrás evitar que el destino cumpla su objetivo de
unirlos como dos almas destinadas a estar juntas. —Bella intentó
refutar sus afirmaciones sobre el destino, pero Sue se lo impidió—. No
es como tú crees. El destino está escrito para cada uno de nosotros, y
sea cual sea, llegaremos a él sin importar los obstáculos que
encontremos en el camino, o si es el que deseamos o no. Nosotros no
podemos cambiarlo, solamente el camino a éste se modifica, pero el fin
siempre será el mismo, y al no saber cuál es el que nos depara, muchas
veces creemos que hemos cambiado el resultado.

"Es como el hombre que nace en la más absoluta miseria, y luego de


esforzarse mucho estudiando y trabajando bajo grandes penurias,
termina siendo un hombre adinerado, cuya fortuna es el extremo
opuesto a su anterior condición. Cualquiera pensaría, incluso el mismo
hombre, que ha podido cambiar el destino, pues cree que éste era ser
pobre toda su vida; pero no es así. Da lo mismo si él se dedicó a la
construcción, a las finanzas, computación, o si simplemente se ganó un
billete de lotería, porque el camino no importa, pero su destino, su
final, contrario a lo que él y todos los que lo rodeaban pensaban, no era
morir en la pobreza, sino ser uno de los hombres más poderosos de su
región."

"Como vez, mi niña, tu destino parece estar al lado de este hombre que
ahora odias, pero si en realidad es así, no puedes hacer nada para
cambiarlo, sólo soportar con entereza las pruebas que se aproximan.
Edward está obsesionado contigo, Bella, y no descansará hasta
poseerte por completo. Si en mis manos estuviera, te libraría de esto,
pero no hay opción, más aún ahora que estás resuelta a aceptarlo, pero
lo que sí puedo hacer es darte un consejo, o más bien una información:
Edward tiene el poder del dinero y las influencias que éste otorga, pero
tú, tienes un poder mayor; algo que podría derrumbar por completo
las barreras de Edward y hacer que caiga rendido a tus pies con una
sola de tus palabras, pues el amor que él siente por ti es tan grande,
que se convertiría en tu más fiel esclavo, si así se lo pidieras."

— ¿Poder? ¿Yo? —Bella bufó—. Con todo respeto, creo que te


equivocas, Sue. Yo no tengo forma de dominarlo a él. Lo mucho que
puedo hacer es gritarle y no contestarle el celular, o cosas por el estilo,
pero nada más.

Sue le sonrió tiernamente.

—Es normal que no lo entiendas. Puedo ver en tus ojos lo inexperta e


ingenua que eres; además de tu juventud, no has tenido el suficiente
contacto con los hombres como para darte cuenta cómo funciona su
obsoleto y retrógrado cerebro. —Bella sonrió por las últimas palabras y
negó con la cabeza. La mujer también sonrió—. Es cierto, y lo irás
descubriendo a medida que convivas más con él y aprendas a
conocerlo me…

Sue fue interrumpida por el timbrazo del teléfono que le indicaba que
su secretaria la necesitaba, luego de contestar y dar una corta orden,
colgó y miró a Bella de nuevo.

—Me tengo que ocupar —explicó la mujer. Bella asintió rápidamente


de forma apenada por haberle robado su tiempo. Sue se levantó y
caminó hasta ubicarse frente a Bella que ya se dirigía hacia la puerta—.
Ten fuerza muchacha, tu futuro te enseñará lecciones muy grandes,
pero estas están acompañadas de acontecimientos que te arrancarán
lágrimas en la mayoría de los casos, pero en otros, te sentirás tan
dichosa que juzgarás que todo ha valido la pena, y que serías capaz de
volver a vivir todo lo anterior, con tal de poder gozar ese momento.
Edward es un hombre difícil, y está haciendo todo al revés, pero no se
te olvide algo: él te ama, y aunque te hará pasar momentos difíciles, en
los que creerás que no podrás continuar, también está dispuesto a todo
por protegerte y hacerte sumamente feliz. El destino no cambia, pero sí
el camino para llegar a él, y en ti está escoger el que quieres recorrer.

Bella asintió, abrazó a la mujer, y dándole las gracias por sus palabras
y apoyo, se dirigió al último piso del edificio.

No había entendido algunas cosas que ella le había dicho; pero eso del
destino de ellos juntos, más que no entenderlo, no podía aceptarlo.

Aunque de niña siempre la voz en sus sueños le había hablado del


destino, y ella ahora mismo se encontraba en esas circunstancias, por
estar buscando lo que supuestamente le tocaba vivir; siempre fue más
curiosidad, que creencia en un destino fijo para cada persona. Al
parecer, el suyo era estar con Edward, al menos según lo dicho por
Sue, y poniéndole lógica al asunto, él se obsesionó con ella apenas la
vio, o eso cree ahora que recordaba cómo la miró en la universidad, y
las palabras de su primer encuentro personalmente.

—Isabella Marie Swan… ahora me perteneces.

Una frase que resonó en su mente y la hizo darse cuenta de lo estúpida


que había sido, al no entender las señales que le llegaban de todas
partes.

De todas formas ella seguía sin creer en que el destino no se


modificaba, estaba segura que sí podía hacerlo. Sus vivencias con
Edward podrían ser sólo una de las tantas pruebas que coloca ante uno
la vida, para que los seres se vayan forjando como personas y
madurando de acuerdo a las experiencias.

Pero a mí me tocó una de las peores. Pensó con ironía.

¿Por qué de tantas mujeres en el mundo, tenía que ser justamente ella
la que estuviera designada para ser el objeto de la obsesión de un
hombre como Edward?, esa era una pregunta a la que no le podía
encontrar respuesta.

Lo peor de todo radicaba en las dificultades que se le avecinaban.


Tenía miedo, mucho en realidad; ella siempre había sido una chica
fuerte, dentro de lo que su edad le permitía, pero esto era algo
totalmente diferente a lo que había tenido que vivir, y si Edward era
capaz de todo eso por tenerla, no quería imaginarse qué más se le
podría ocurrir para retenerla.

Las puertas del ascensor se abrieron y la espabilaron de sus


pensamientos.

—Bella, ¿estás bien? —le preguntó Sara acercándose rápidamente a


ella, cuando hubo salido del ascensor—. Me tienes preocupada, esta
semana no has aparecido por aquí y Jasper me dijo que estabas
enferma.

—Estoy bien, no te preocupes, es sólo que he estado indispuesta, tú


sabes —respondió Bella con una sonrisa tranquilizadora.

La rubia suspiró algo aliviada, al entender a qué se refería, y continuó:

—Temía que hubiese pasado algo entre el Señor Cullen y tú. —Sara se
acercó más a ella y continuó—: Últimamente ha estado muy excitado.
He tenido que trabajar directamente con él, pues Heidi tampoco
aparecía, y por momentos se quedaba mirando fijamente a un lugar y
así permanecía un buen tiempo; luego caminaba de un lado a otro
rápidamente, sonriendo y hablando para sí mismo. Incluso me
preguntó ayer en la tarde: "Sara, ¿crees que existe la felicidad?" Yo me
sorprendí por esa pregunta tan extraña, pero le respondí lo que
pensaba y le dije que sí;se quedó un momento analizando algo y luego
volvió a hablar y me preguntó que qué creía yo que se debía hacer para
conseguirla, y le respondí: "Perseguirla a toda costa, y no desistir hasta
obtenerla".No me atreví a preguntarle por qué me hacía esos
cuestionamientos, y él sólo se limitó a decir luego de un momento: "Eso
es precisamente lo que estoy haciendo". Y no volvió a dirigirme la palabra.

— ¡Ay! ¡Sara! —exclamó la castaña en medio de un jadeo—. Le has


dado el peor consejo que ese hombre puede recibir.

— ¿Qué? ¿Por qué dices eso? ¿Qué…?

—No importa, no me prestes atención —dijo Bella moviendo su mano


para quitarle importancia. Después de todo, Edward no necesitaba
consejos de sus empleados para hacer lo que le viniera en gana—.
¿Dónde están los demás? —preguntó luego de pasar la vista por la
estancia y ver los otros dos escritorios vacíos.

—Todos estamos en una reunión con los constructores de Cambridge,


¿recuerdas?

Bella asintió. Esa reunión estaba programada desde hacía dos semanas,
pero con todo lo sucedido se le había olvidado por completo.

—Yo salí para buscar unos documentos y debo entrar enseguida —


continuó Sara acercándose a su escritorio para tomar una carpeta que
ahí se encontraba—. Por qué no entras conmigo y así él se entera que
ya llegaste, ¿vamos?

—Creo que mejor lo esperaré en la oficina, pero no le digas que estoy


aquí, lo más seguro es que Heidi ya lo haya hecho.

Sara asintió y cada una entró por una puerta diferente. Como esperaba,
la Oficina de Presidencia estaba vacía; se acercó a la puerta que daba a
la Sala de Juntas y pegando la oreja, escuchó murmullos ininteligibles;
se retiró de la puerta y se sentó en una de las sillas ubicadas frente al
gran escritorio. Luego de varios minutos miraba a todas partes
buscando algo qué hacer; se levantó y revisó los libros en la biblioteca
de madera, pero sólo eran libros gerenciales y enciclopedias de
negocios.
—Ni matemáticas o literatura a la vista —pensó en voz alta.

Aún así ojeó algunos que pudieran contener procesos financieros, pero
desistió luego de unos momentos, pues más que todo trataban de
estrategias de monopolización y ejemplos de negocios.

Caminó bordeando el escritorio y observó dos portarretratos que ahí se


encontraban, nunca los había revisado, pues imaginaba que eran de la
familia de Edward, pero esta vez, sí les prestó atención: en uno estaba
el hombre en cuestión junto a Heidi, Alice y Emmett, estaban mucho
más jóvenes, pero sus facciones eran inconfundibles y todos se
encontraban riendo mirando a la cámara, sentados en un bordillo de
piedra; Edward tenía a Heidi sentada en su regazo, mientras que Alice
abrazaba a Emmett por la espalda y rodeaba su cuello con sus
pequeños bracitos; y en el otro estaban dos parejas, una la reconoció
como los padres de él, y la segunda, imaginó eran los McCarty; pues el
hombre era parecido a Emmett, al menos en el rostro, y la mujer tenía
las hermosas facciones de Heidi.

—Para ti, Edward, tu familia también es tu mundo —dijo en un


susurro.

Cuando se enderezó para alejarse, se tropezó con la gran silla de cuero


de Edward y cayó sentada en ella, que giró un poco por el peso de la
chica. Bella soltó un grito que fue convertido rápidamente en una risita
por lo sucedido y el susto que por un momento sintió al pensar en el
golpe que la esperaba, si caía sentada en el suelo.

Sintiéndose segura, se recostó en la silla completamente y se dio cuenta


que era muy cómoda en realidad; con un pie se impulsó sin ser
consciente del movimiento y la silla dio medio giro. Entonces su
sonrisa se ensanchó.

Sabía que lo que estaba a punto de hacer era estúpido a los ojos de
cualquiera que la viera, pero de niña siempre deseó hacerlo en una silla
que girara bien. La de su padre en la estación de policía, era un poco
dura, y por mucho que se impulsara no alcanzaba a dar una vuelta
completa, además de que era una forma de olvidar su tormentoso
presente.

Alejándose un poco del escritorio, puso los pies en el suelo y tomando


impulso, empujó con todas sus fuerzas hacia un lado. La silla empezó a
girar rápidamente; ya llevaba dos tres vueltas cuando se volvió a
impulsar y ésta giró más rápido, no pudo evitar soltar una carcajada,
parecía una niña pequeña en la silla de trabajo de su padre; o al menos
eso fue lo que pensaron los hombres que la vieron al entrar a la oficina.

Bella al ver fugazmente a un grupo de figuras vestidas de sastre que la


miraban, lanzó una fuerte exclamación de asombro, y colocando
nuevamente los pies en el suelo para detener las vueltas, intentó
levantarse al tiempo que la silla frenaba, lo que ocasionó que ésta, en el
brusco frenar y por inercia, la impulsara hacia adelante, terminando
ella, siendo arrojada al suelo con fuerza.

— ¡Bella! —Escuchó que Edward gritaba, y enseguida sintió cómo éste


la giraba para ponerla boca arriba—. Mi amor, ¿estás bien? ¿Te hiciste
daño?

—Lo siento… —Fue lo único que se atrevió a decir, pues detrás de


Edward, se asomaron Carlisle y Emmett.

—Muñequita, ¿estás bien? —preguntó Emmett agachándose junto a


ellos.

—Sí, estoy bien, lo siento de verdad, yo… —Sus palabras se atoraron


en su garganta. Imaginaba que estaba completamente sonrojada, ya
que sentía el rostro caliente.

Estas cosas solo me pasan a mí.


—No te preocupes, mi nena —le dijo Edward mientras la ayudaba a
ponerse en pie—. No ha pasado nada, lo importante es que estés bien.

—Disculpen señores —dijo Carlisle dirigiéndose a los demás hombres


que miraban con curiosidad la escena—. La joven es…

—Mi novia —interrumpió Edward a su padre y les dio el frente a


todos, aferrando fuertemente a la chica por la cintura—. Ella es mi
novia, Isabella Swan.

—Y al parecer le gusta jugar con las sillas giratorias —dijo Emmett


riendo, y siendo secundado por la mayoría de los presentes, lo que
provocó que Bella se sonrojara aún más. Bella se sorprendió al darse
cuenta, que muchas de esas risas eran fingidas claramente, pero el
hecho de que fuera uno de los dueños de CullenWorld quien soltara el
chiste, era motivo suficiente para reír por su propio beneficio—. Bueno
señores, eso ha sido todo, síganme para poder…

Todos se dirigieron a la salida. Carlisle fue el último, y antes de cerrar


la puerta se volvió hacia la pareja con expresión serena, pero mirada
escrutadora.

— ¿Todo bien, Isabella?

—Sí señor, discúlpeme —respondió la chica bajando la mirada.

Carlisle asintió.

—Tenemos que hablar, Edward. —El hombre rubio cerró la puerta sin
esperar respuesta.

Bella estaba tan apenada por haber hecho el ridículo delante de todas
esas personas, que apenas empezaba a asimilar que Edward la
presentara como su novia delante de su padre y su primo, sin contar
con que posiblemente John y Sara también hubiesen escuchado.
— ¿Te duele algo? —preguntó Edward mientras le acariciaba la mejilla
suavemente.

Bella se alejó de él y fue a sentarse a una de las sillas delante del


escritorio.

—Ya te dije que estoy bien, discúlpame por ocupar tu silla y


comportarme de esa manera tan infantil —dijo Bella retorciéndose las
manos. No le importaba lo que Edward pensara de ella, pero no quería
hacer quedar mal a la compañía y menos con personas tan importantes
y delante de la familia.

Edward se acercó a ella y se acuclilló a su lado.

—Tú puedes hacer en esta oficina lo que te plazca, nena —replicó


Edward sonriendo—. Y comportarte de la manera que desees.
Recuerda que eres mi novia y tienes total libertad de hacer…

—No soy tu novia, Edward —refutó la chica—. Soy la mujer a la que


estás obligando a casarse contigo, y esas son condiciones muy
diferentes.

—Para efectos prácticos es lo mismo, y te guste o no, así será.

Edward se levantó con el ceño fruncido y rodeando el escritorio, se


sentó en su silla.

Bella lo miró y también frunció el ceño, ese era precisamente el tema


que quería tocar, porque una cosa era aceptar sus pretensiones, y otra
muy diferente, andar a ciegas por un camino totalmente desconocido
para ella.

— ¿Y, siempre será así? ¿Siempre tendré que estar a tus órdenes y
hacer cuanto me pidas por temor a represalias?

Edward suspiró y se inclinó hacia adelante.


—Tú no entiendes, Bella —dijo mirándola a los ojos—. No eres mi
esclava ni nada parecido, eres la mujer que amo, y por la que estoy
dispuesto a lo que sea. Luego de la ceremonia, tu familia estará segura,
ya te lo he dicho. Te daré todo lo que desees, incluso ahora, pídeme lo
que quieras, lo que sea, no me importa, será tuyo.

—Lo que yo quiero no me lo vas a dar nunca, que es mi libertad.

— ¡No, si esa libertad es lejos de mi abrazo! —gruñó Edward—. Eres


libre de hacer lo que desees, siempre y cuando yo sepa en dónde estás
y con quién. Ahora que mi familia lo sabe, y no tardarán en enterarse
todos, ya no tiene sentido que lo sigamos ocultando. Te asignaré un
par de hombres para que te cuiden…

—Para que me vigilen, querrás decir.

— ¡Para lo que sea! —exclamó Edward, para enseguida respirar


profundamente y continuar—: Ellos serán tu sombra y te llevarán a
donde tengas que ir, porque no quiero que manejes sino estás
acostumbrada a hacerlo del lado contrario; igual necesito que me digas
qué auto deseas para pedirlo y que te lo entreguen cuanto antes.
Mañana te daré una tarjeta de crédito a tu nombre, puedes gastar
cuanto gustes, en ti y en tu familia, no me importa. No quiero que
vivas más con Jasper, sé perfectamente que es como tu hermano y todo
eso, pero aún así prefiero que te mudes mientras nos casamos; si no lo
quieres hacer a mi apartamento, puedes escoger cualquier otro en el
distrito que prefieras, o en un hotel, si lo crees mejor…

Bella lo miraba fijamente sin pronunciar palabra; se había quedado


muda al escucharlo planear su vida de la misma forma en la que
impartía órdenes sobre la agenda de una reunión. Sentía que él no
estaba hablando con su enamorada sino con una empleada más.

—…la boda la planearás de acuerdo a tus gustos —continuó Edward


sin detenerse ni un momento—. Si necesitas que tu madre y Ángela
vengan para ayudarte, sólo es necesario que me lo digas y las tendrás a
tu lado apenas ellas puedan viajar; igual ahí tienes a Heidi, Alice y a mi
madre para que te orienten.

— ¿Ya terminaste? —preguntó Bella con sarcasmo.

Edward frunció el ceño, pero no le contestó.

—Edward. —Bella tomó aire para calmarse y continuó—: No debería


ser yo la que estuviera usando la mayor parte de su capacidad cerebral
para mantener la paciencia, y no matarte ahora mismo, con una de esas
banderitas de tu escritorio. ¿Cómo te atreves a decirme que tengo
libertad cuando estás planeando cada uno de mis movimientos, como
si se tratara de tus malditos negocios? ¿Qué clase de libertad es esta?
¡Por Dios! ¿Es que acaso tu definición de libertad sobre mi persona es
tenerme encerrada en una enorme jaula de oro? ¿O amarrada con una
larga cadena de diamantes? ¿¡Es eso!? —La calma de la que creía gozar
se había esfumado por completo—. Accedí a casarme contigo y lo voy
a hacer, pero eso no te da derecho a decirme lo que tengo que hacer o
no. Puedes mandar a seguirme si te da la gana, pero no puedes
obligarme a subir a un auto que no pienso escoger; no voy a aceptar tu
dinero plástico o como sea, tampoco voy a dejar de vivir con Jasper en
lo que me queda de vida normal y con la boda puedes hacerla dónde y
cómo te plazca, pues no tengo intensiones de mover un solo dedo por
esa empresa. ¿Te quedó claro? ¡¿Te quedó claro?!

Edward la miró por unos momentos. Segundos en los que Bella


respiraba agitadamente y tenía las manos firmemente aferradas a los
brazos de la silla.

El hombre se levantó y dando unos pasos, se ubicó junto a la ventana


para observar el panorama.

—Debemos informarle a nuestras familias formalmente —continuó con


el mismo tono de antes. Bella gimió de frustración y se tapó la cara con
las manos; tratar de razonar con Edward era una pérdida de tiempo,
estaba acostumbrado a hacer su voluntad y nadie lo podría cambiar—.
¡Cuanto antes mejor!, pues como te diste cuenta, no podremos
ocultarlo por mucho más tiempo, y quiero que la boda sea lo más
pronto posible.

—No pretenderás que le diga a Jasper que nos vamos a casar así nada
más, ¿cierto? —preguntó Bella con más preocupación que
incredulidad.

—Yo estaré contigo cuando se lo digas, no te pienso dejar sola con él,
pues no sé cómo pueda reaccionar.

— ¡Edward entiende! Jasper no me va a hacer daño, estoy hablando de


la noticia en sí. ¡Por favor! No puedo llegar a decir que me voy a casar
contigo o con quien sea, siendo que apenas tenemos un mes de
conocernos y no hemos dado muestras de nada, y ¿mi mamá? ¡Dios!
Esto es una locura.

—Bella, nuestro matrimonio es inevitable; serás mi esposa así Jasper


enloquezca y a tu madre le dé un infarto; pero te aseguro que será
mucho peor si no nos ponemos de acuerdo en ciertos aspectos y los
demás se dan cuenta de tu renuencia a esto. —Edward se acercó a ella
lentamente, mientras la miraba directamente a los ojos, se recostó en la
mesa y se inclinó hacia ella—. Piensa en que si se dan cuenta que no
eres feliz, sufrirán por tu situación, y tú no quieres que ellos estén
tristes… ¿No es así, Isabella?

Bella desvió la mirada y sintió cómo sus ojos se llenaron de lágrimas. Si


ellos se enteraban, o al menos sospechaban la verdad, harían todo lo
posible por evitarlo sin importar las consecuencias, y eso acarrearía la
furia de Edward, lo que sería mucho peor.

Una lágrima se le escapó y cuando levantó la mano furiosa consigo


misma, por no poder ocultar su debilidad ante el hombre, sintió como
éste le agarró la mano y acercando su rostro al de ella, besó la gota que
corría por su mejilla y la absorbió. Bella intentó apartarse, pero él le
sostuvo el rostro y con suavidad, se lo giró para que lo mirara.

—Yo beberé cada una de tus lágrimas y las convertiré en las mías,
Isabella; tus sufrimientos, serán los míos y tus alegrías, mi completa
paz.

—Habría sido tan fácil enamorarme de ti Edward, tan fácil… —susurró


Bella al tiempo que sentía que más lágrimas superaban la barrera de
sus pestañas.

Edward al ver su llanto y escuchar esas palabras, la rodeó con sus


brazos, la atrajo a su pecho y con sus rostros muy cerca le dijo:

—Tendrás toda la vida para hacerlo, mi amor. —Y unió sus labios con
los de ella.

Bella no se movió, las últimas palabras de Edward le confirmaban que


jamás aceptaría una separación o alejamiento por parte de ella.

Edward la besaba, pero no con la rabia y la locura con que lo había


hecho dos días atrás; sino con ternura, con amor, como si quisiera
saborearla lenta y apasionadamente. En el beso había necesidad, algo
que nunca acabaría en él, pero esta vez fue tranquilo, más suave, como
si quisiera demostrarle que su amor también era capaz de ser cariñoso
y delicado.

Hasta ese momento Edward sólo saboreaba sus labios, recorría su


lengua por ellos tratando de captar su esencia, su delicioso sabor; pero
Bella no le permitía el acceso a su boca, ella sólo lo dejaba hacer sin
inmutarse por lo que estaba sucediendo, sus labios no reaccionaban a
los movimientos que se producían sobre ellos, y él así lo captó. En ese
momento Edward comprendió cómo sería todo, ella accedería a todas
sus exigencias, o al menos a la del matrimonio, pero no sería parte
activa en su vida de casados. Lo dejaría hacer y ella solamente sería
una autómata que viviría porque su cuerpo así se lo permitía, pero no
porque sintiera que en realidad debía ser partícipe de esa vida. Pero lo
que él no sabía es que esos no eran precisamente los planes de la chica.

Edward se separó de ella y al ver que todavía sus ojos estaban


húmedos, los besó a cada uno, para luego colocar suave y fugazmente
los labios sobre la punta de su nariz.

—No quiero una muñeca, Bella, quiero a una mujer… a mi mujer.

—Pues, no lo parece cuando no me has dejado opción a nada —replicó


Bella alejándose de él—. Ya me mostraste cómo será mi vida antes de
casarnos, ahora, tendrías la amabilidad de informarme ¿cómo será
cuando sea tu esposa?

—No seas sarcástica Isabella, no te estoy diciendo lo que tienes que


hacer, sólo a diferencia de tu vivienda, de resto te estoy dando absoluta
libertad para escoger lo que desees, y te estoy dando los medios para
que lo ejecutes a tu antojo.

— ¡Vigilada por dos gorilas las 24 horas del día! —exclamó Bella
levantando los brazos volviéndose a excitar.

—Es por tu seguridad, no tengo enemigos declarados en el ámbito


personal, pero el dinero los atrae como moscas a la miel. No me voy a
arriesgar a que se sepa que me importas y a alguien se le dé por
secuestrarte o hacerte algún daño. Eso no tiene discusión.

—Nada tiene discusión —replicó Bella en un susurro sin poder


evitarlo.

— ¡Deja de refutar todo lo que digo!

— ¡No me grites! —gritó Bella a su vez y se acercó a él rápidamente—.


No me levantes la voz Edward, porque eso no te lo voy a permitir. Has
acabado con mi voluntad, pero no pisotearás mi dignidad ni me
doblegaré ante ti por mucho miedo que tenga a tus reacciones.

Edward la miró asombrado.

—Bella, yo jamás te agrediría, ¿cómo puedes pensar algo así?

Bella no contestó, le dio la espalda y se quedó un momento mirando


hacia la puerta de la oficina. No sabía por qué exactamente, pero creía
en las palabras de Edward, o al menos en que no recibiría golpes o
algún maltrato físico de su parte.

— ¿Qué pasará luego de que nos casemos? —preguntó Bella ignorando


las últimas palabras de Edward.

Edward suspiró y se pasó la mano por el cabello para jalárselo con


frustración.

—Nos mudaremos a una propiedad a las afueras de la ciudad —dijo


con voz cansina—. Es una casa de campo que ha pertenecido a la
familia desde hace varias generaciones; tendrás todo lo que necesites, y
cuando desees venir a Londres no habrá inconveniente, pues las
distancias son cortas incluso en auto. Sé que te va a gustar.

Esa no era precisamente la respuesta que esperaba, necesitaba saber


qué pasaría con su vida privada, con su vida como pareja; pero no se
atrevía a preguntarlo directamente, por lo que optó por una pregunta
más sutil que la que quería formular.

— ¿Y qué pasará… con nosotros? —preguntó Bella girando para


mirarlo.

Edward se puso de pie con expresión sombría, caminó hasta su silla y


tomó asiento.

—Debemos hablar con nuestras familias esta misma semana, y pensar


cómo se lo diremos a tu madre para que yo pueda estar a tu lado…
—Edward, por favor contéstame, dime cómo será —pidió Bella con
desesperación al tiempo que se acercaba al escritorio y apoyaba las
manos en él para inclinarse hacia adelante—. Necesito saberlo.

—Eso no depende de mí, sino de ti… —contestó Edward mirándola


con firmeza—. Todo, Isabella, depende de ti.

Bella sufrió un estremecimiento involuntario. Esas palabras dejaban


muchas posibilidades abiertas, y dudaba mucho que las que menos le
atemorizaran fueran las acertadas.

—…El destino no cambia, pero sí el camino para llegar a él, y en ti está


escoger el que quieres recorrer.

Recordó las últimas palabras que Sue le había dicho y entendió que ella
podía escoger entre dos caminos: vivir en paz con Edward aceptando
todas sus pretensiones con sumisión, o hacer de su vida un infierno y
mantenerse firme en sus convicciones.

Sabía que nunca serviría para ser sumisa, eso era para mujeres que
carecían de la autoestima suficiente como para hacerse valer, o peor
aún, con complejo de inferioridad. Por lo que cerrando los ojos, tomó
una decisión.

—No me voy a mudar del apartamento que comparto con Jasper —dijo
Bella abriendo los ojos y pronunciando las palabras firmemente para
no dar opción a refutaciones—, el auto puede ser el que sea pues no me
interesa, la tarjeta de crédito cancélala, porque no te la voy a aceptar, y
con respecto a hablar con nuestras familias, ya que insistes, puede ser
mañana mismo, después de todo el impacto será grande, suceda
cuando suceda.

Edward no pronunció palabra, sino que la miró largamente, mientras


ella esperaba alguna reacción por parte de él, alguna palabra o acción,
pero nada. Luego de un momento, al ver que no iba a hablar, Bella se
retiró, dando por sentado que él estaba de acuerdo con todo lo que ella
había dicho. Cuando alcanzó la puerta de la oficina y colocó la mano
en el pomo de ésta, escuchó la voz de Edward.

— ¿No te quedas a almorzar, nena?

Bella se sobresaltó al escuchar la pregunta y cerró los ojos fuertemente


para llenarse de paciencia, la voz de Edward no fue autoritaria ni
exigente, sino la que usaba siempre que quería pedirle algo, esa voz de
niño bueno que no era capaz de matar a una mosca. ¿Cómo era posible
que después de todo lo sucedido momentos antes él actuara como si
nada?

Descaro, puro y maldito descaro.

—Te llamo luego… —Fue lo que escuchó antes de cerrar fuertemente


la puerta tras de sí.
CAPÍTULO 13


Poco a poco lo pierdo todo,
poco a poco me hundo más.
Haces todo para molestarme,
pero luego llegas y me consientes.
¿Cuándo conoceré al verdadero hombre?
¿O siempre has sido tú?

— Q uerido, te ves ansioso, ¿sucede algo malo? —preguntó Esme


con preocupación, colocando una mano en el antebrazo de su esposo,
apretando un poco para reafirmarle su presencia.

Carlisle se giró para mirarla y forzó una sonrisa tranquilizadora. Era


cierta la ansiedad que su cuerpo exteriorizaba, pero no quería
transmitírsela a su mujer, y menos aún, sin haber discutido primero
con Edward, sobre qué estaba sucediendo en realidad con la chica. A
pesar de todo, decidió indagar efímeramente, sobre las opiniones de su
esposa.

—No es nada —dijo dándole un suave beso en la frente—. Solo estoy


esperando a Edward, para conversar con él unos asuntos de la
compañía. —Sonrió de vuelta cuando la mujer así lo hizo—. Amor,
¿recuerdas que me comentaste que Sara, la pasante de Edward, y otra
chica vinieron hace un par de semanas para ir a un pub con los chicos?
—Cuando Esme asintió, él continuó—: Isabella, la joven que trabaja en
presidencia, la americana, ¿qué opinas de ella?

—Es una buena chica —afirmó Esme—. Al menos por lo poco que
pude tratarla, me agradó bastante, ¿pasó algo con ella?
— ¿Estarías… interesada en tratarla más? —preguntó, ignorando el
cuestionamiento de ella—. Quiero decir, ¿te gustaría que nos
frecuentara, que perteneciera…?

Carlisle dejó la pregunta inconclusa, pues casi se le escapa lo que


precisamente no deseaba conjeturar erróneamente en su mente, y
menos aún en voz alta.

Esme lo miró con los ojos entrecerrados y lo vio rehuir su mirada; esa
era la señal que le indicaba que algo le estaba ocultando.

—Carlisle, me vas a decir ahora mismo qué está ocurriendo, y déjate de


titubeos, porque sabes que no me gustan.

Carlisle guardó silencio unos segundos y continuó:

— ¿Recuerdas cuando Edward era pequeño y amenazaba con romper


todo en la casa si no le dábamos lo que deseaba? —Esme asintió, aún
sin entender—. ¿Y cómo tú corrías a darle lo que pedía porque te
encantaba consentirlo, mientras que yo lo arrastraba a su habitación y
le decía que ahí hiciera lo que le placiera, pues no iba a ceder a sus
caprichos? —Esme volvió a asentir más recelosa todavía—. Bueno… si
lo que sospecho es cierto, es todo culpa tuya.

La mujer abrió los ojos desmesuradamente, sorprendida por una


acusación de la que no entendía exactamente cuál era el cargo, e
intentó rebatir la delación, pero la voz de su hijo llamó su atención,
cosa que Carlisle agradeció. No le gustaba agredir a su esposa de esa
manera, pero si había una culpable de la forma de ser de su hijo varón,
era precisamente la madre de éste.

Edward entró a la sala de estar saludando a su madre con un fuerte


abrazo, y a su padre, solo con una mirada prevenida. Luego de que
Edward le diera a Esme, la misma explicación que le dio su marido, se
dirigieron al despacho de Carlisle.
— ¿Qué pasa? —preguntó Edward impaciente, sin aceptar el asiento
que su padre le ofrecía.

—Eso mismo me pregunto yo, Edward, ¿qué pasa? —Carlisle esperó a


que su hijo hablara, pero al darse cuenta de que era en vano,
continuó—: Me explicas ahora mismo ¿cómo es eso de que esa chica es
tu novia?

—No tengo por qué explicarte nada —respondió Edward a la


defensiva—. ¡Tengo treinta años y estoy con quien se me dé la gana!

—No cuando esa chica es tan reacia a tu toque y tu mirada —refutó


Carlisle en tono de reproche. Edward se cruzó de brazos y bufó—. Dos
veces la he visto a tu lado, y esas dos mismas veces, ella trataba de
alejarse de ti, y te miraba como a un enemigo en el campo de batalla.

— ¡Eso no es cierto! —contradijo Edward vehementemente—. Es solo


que se siente nerviosa cuando la familia está presente; le intimida
nuestra riqueza.

—Si eso es cierto, ¿por qué no actuó de la misma forma cuando estuvo
pasando el día aquí, con Heidi y Alice? Porque incluso delante de tu
madre se mostró muy abierta —aventuró el hombre para tratar de
hacer hablar a su hijo.

—Dime de una vez si tienes algún problema con Isabella, porque no


voy a permitir que ni tú ni nadie la menosprecie o se interponga entre
nosotros. —La voz de Edward sonó amenazadora, pero lo que en
realidad quería, era desviar la conversación, pues sabía cuán perspicaz
era su padre.

—No tengo nada en contra de ella y tú lo sabes perfectamente. —


Carlisle hablaba calmadamente—. Pero te conozco Edward, soy tu
padre, y sé que eres capaz de cualquier cosa, para conseguir lo que
deseas; y no es difícil darse cuenta, que estás loco por ella.
Edward caminaba de un lado a otro de la oficina, halando su cabello
con frustración.

— ¿¡Y qué si estoy loco por ella!? —exclamó al no poder aguantar más
la presión—. ¡Es cierto! La amo y así tenga que pasar por encima del
mundo entero incluyéndolos a ustedes para tenerla. —Se acercó a su
padre señalándolo con un dedo en tono de advertencia—. No dudes
que será mía, gústele a quien le guste.

Carlisle guardó silencio por un momento, mientras que el hombre


frente a él, respiraba agitadamente, sin dejar de mirarlo a los ojos, para
reafirmar su amenaza.

— ¿Incluso si no le gusta a ella? —Edward gruñó en respuesta, al


tiempo que golpeaba el escritorio con el puño—. ¿Con qué la
amenazaste para que aceptara estar contigo?

Solo el fuerte grito, que sonó más a un feroz gruñido, fue el aviso de la
siguiente acción de Edward: Tomando por el espaldar una de las sillas
que se encontraba frente al escritorio de su padre, la lanzó hacia una de
las paredes laterales, provocando que ésta se rompiera por el fuerte
choque.

— ¡Contéstame, Edward! —gritó Carlisle, enfurecido por la reacción de


su hijo, que confirmaba sus sospechas—. ¿Qué le dijiste? ¿Qué le
hiciste? ¡Habla de una maldita vez!

— ¡Soy tu hijo! —Edward se acercó al hombre, hasta que casi se


tocaron—. ¡Deberías apoyarme en todo lo que hago! ¡Más aún cuando
eso implica mi felicidad y mi paz!

— ¡Precisamente! Por lo que no quiero ver tu felicidad enturbiada, ni


tu paz devastada es que estoy tratando de evitar que cometas una
locura.

— ¡Ella me ama!
— ¡No te creo!

Carlisle se tambaleó hacia atrás cuando Edward le propinó un fuerte


golpe en la cara, pero no alcanzó a caer al suelo, gracias a la silla,
compañera de la que estaba destruida, de la que se sostuvo. Miró
sorprendido a su hijo; él nunca le había faltado el respeto de esa
manera.

—Ella me ama… me ama —repitió Edward respirando agitadamente—


, y te lo voy a demostrar muy pronto, a ti y a todos.

Intentó caminar hacia la puerta, pero la voz conciliadora de su padre lo


detuvo.

—Edward, no quiero que sufras, entiende eso hijo, por favor. —Esperó
un momento la reacción de él, pero al ver que no se movía, continuó—:
Tú nunca has tenido una novia formal, solo aventuras, pero jamás nos
has presentado a nadie, y ahora te comportas de esta manera con una
chica, que solo conoces de hace algunas semanas.

—Tú te enamoraste de mamá apenas la viste.

—Eso es diferente.

— ¿En qué? —preguntó Edward molesto de nuevo—. En que mamá


era hija de un banquero, mientras que Isabella de un oficial de policía
americano, ¿es eso?

— ¡No pongas palabras en mi boca! Sabes que yo nunca he


menospreciado a nadie por sus orígenes, y si consideras que esa chica
es ideal para ti, yo te apoyaré; pero temo que la estés manipulando
como hacías con tu madre, y con todas las personas de las que
deseabas conseguir algún beneficio.

—Yo amo a mamá, no puedes decir…


—Eso lo sé —dijo Carlisle limpiándose el hilo de sangre que le salía de
su nariz—, pero el amor puede ser manipulador, cuando no se tiene
conciencia de qué está bien y qué está mal. —Suspiró y cerró los ojos
por un momento, decidiendo si debía confesar o no el recuerdo que
llegó a su mente—. "Cuando conocí a tu madre, ella estaba saliendo
con otro hombre. El maldito la exhibía como si fuera un trofeo; en
realidad lo era, el más hermoso de todos, y yo deseaba poseerlo con
todas mis fuerzas. Comencé a frecuentarla, a seguirla como un
acosador a su víctima; y pude notar que yo no le era indiferente.

Luego de algún tiempo, en el que la relación de ellos se deterioraba


cada vez más, y algo crecía entre ella y yo; decidí tomar las riendas de
la situación y asegurarla para mí, de una vez por todas.

Ya yo había realizado indagaciones con sus amigas, y sabía que ella no


se había entregado a él. En esa época las cosas no eran como ahora,
además que su padre la protegía como a su tesoro y yo me aproveché
de eso. Le rogué que me aceptara una invitación a cenar, y luego de
tanto insistir aceptó; cuando estábamos saliendo del restaurante, le dije
que me sentía muy mal, que no sabía si era capaz de llegar a mi
apartamento, casi me desmayé; y ella cuán inocente era, no advirtió lo
que me proponía."

— ¿Qué hiciste papá? —preguntó Edward con curiosidad, pero al


mismo tiempo con asombro. Nunca había escuchado esa historia y no
se imaginaba a su padre en ese tipo de plan.

—Cuando llegamos a mi apartamento —continuó Carlisle—, ella me


ayudó a llegar a mi habitación, me tumbó en la cama e intentó huir lo
más rápido posible, pero yo fui más resuelto y se lo impedí… Esa
noche la hice mía.

— ¡Abusaste de mamá! —exclamó Edward con el ceño fruncido y las


manos en puños.
—Claro que no, ¿cómo se te ocurre? La seduje hasta el punto en que no
pudo resistirse; en realidad no tuve que hacer mucho, pues ella ya
estaba enamorada de mí. —Carlisle se encogió de hombros y luego
sonrió para sí mismo—. Cuando terminamos, yaciendo acurrucada en
mi pecho, le dije que si no terminaba con el imbécil ese y se casaba
conmigo, le diría a su padre lo que había sucedido entre los dos y que
conociéndolo, con lo anticuado que era, la obligaría a casarse conmigo
para que yo no armara escándalo.

— ¿Y qué dijo ella?

Carlisle sonrió ladeadamente, algo que su hijo había heredado de él a


la perfección.

—Llevo casado con tu madre treinta y un años, y desde ese momento


no he dejado de hacerle el amor ni una sola noche siempre que la tengo
a mi lado. ¿Qué crees que dijo?

Edward se ruborizó un poco por el descubrimiento, de la activa vida


sexual de sus padres; pero aprovechó la oportunidad para reclamar la
hipocresía del hombre.

—A pesar de que hiciste eso con mamá, tienes el descaro de acusarme


a mí, falsamente, de manipular a Isabella para que esté conmigo.

—Yo si estaba seguro de que tu madre me amaba —replicó Carlisle—.


¿Crees que le hubiera hecho algo así, asumiendo que no estaba
enamorada de mí? ¿Que no deseaba estar conmigo? De haber sido así,
le habría insistido mucho más, pero nunca actuaría de alguna forma
que la dañara, o que la hiciera sentir infeliz.

—Tú no sabes nada —dijo Edward entre dientes—. Isabella me ama,


estoy seguro de eso; no tienes ningún derecho a asumir que no es así.
Si deseas llámala y pregúntale, indaga todo lo que quieras, las
respuestas serán las mismas.
Carlisle suspiró hondamente y pasó una mano por su cabello, otra de
las manías que heredó a su hijo.

—Nunca has tenido una novia formal, ¿por qué esta chica?

Edward se acercó al escritorio y apoyó las manos en éste, para mirar a


su padre fijamente a los ojos y de esa manera, reafirmar las palabras
que su locura hacía brotar de sus labios.

—Porque desde el momento en que la vi, sentí como el alma se me


desprendiera del pecho para ir a postrarse ante ella; porque si supiera
en qué instante la veré por última vez, me arrancaré los ojos, para que
ella sea la última visión que tenga de este mundo; y el día que ella me
faltare, mi cuerpo inerte caerá sobre la tierra santa, para que los
ángeles, negros o de luz, vengan a mí, para unirme a ella por toda la
eternidad.

El hombre rubio pudo sentir como su corazón se aceleraba y su


respiración se entrecortaba. Un gemido lastimero salió de su boca y su
alma se contrajo con la intensidad de esas palabras. Ese hombre frente
a él no era su hijo…

¡Mientes!

Gritó su conciencia como réplica. Él sí era su hijo, sangre de su sangre,


igual a él. Si Esme no lo hubiese amado, él habría hecho cualquier cosa,
por desmedida que fuera, para hacerla suya; no habría permitido que
se escapara de su abrazo, nunca. Pero no lo admitiría ante su hijo, ni
ante nadie.

Rodeó rápidamente el escritorio, colocó sus manos a ambos lados de la


cabeza de Edward, y con los pulgares en sus mejillas le habló:

—Yo conté con la fortuna de que tu madre me amara. —La voz de


Carlisle era de angustia. Guardó silencio por unos segundos y
continuó—: Júrame Edward, júrame que estás seguro que Isabella te
hará feliz, que te ama y que tu corazón no sufrirá nunca las
inclemencias del desamor. Júramelo.

—Te juro que no podré ser más feliz, que cuando la tenga asegurada
para mí.

Carlisle miró en las verdes profundidades que eran los ojos de su hijo,
y pudo ver la verdad de sus palabras; pero aun así, no le pasó
desapercibido que no le aseguró el amor que anteriormente había
dicho, que la chica sentía por él.

Bella se encontraba sentada en el sofá de la pequeña sala del


apartamento que compartía con Jasper. Enfrente suyo, apoyado en la
mesa de centro estaban: una taza de chocolate caliente; un paquete con
catálogos de los mejores concesionarios, en los que se podía observar
algunas referencias resaltadas en marcador amarillo; una carpeta del
Lloyds Bank de Londres, en el que la felicitaban por la adquisición de
su nueva tarjeta de crédito Gold, con folletos con explicaciones sobre
los beneficios y utilidades de ésta; un catálogo de una empresa de
bienes raíces, con propiedades ubicadas en los mejores distritos de
Londres, también con algunas referencias resaltadas; y media docena
de revistas especializadas en organización de Bodas, así como una en
la que se contemplaban los vestidos de novia, de las mejores
diseñadoras del mundo. Sin contar la nota que sostenía sobre su mano,
escrita a puño y letra de Edward, con una caligrafía que parecía la de
un joven educado en un colegio religioso.

Mi nena,

Te envío lo que te prometí ayer, más unas revistas que imagino podrían
servirte para organizar la ceremonia y la recepción.

El viaje de tu madre y Ángela, puedes convenirlo con Heidi para que usen la
aerolínea de la familia y así viajen más cómodas.
Dacre y Alex estarán contigo todo el tiempo, por favor nena, SIGUE SUS
INDICACIONES.

Si necesitas alguna otra cosa no dudes en llamarme, no importa en lo que me


encuentre, siempre estaré disponible para ti, preciosa.

¿Sabes algo, deliciosa? Aún llevo gravada en mi mente la imagen de tu cuerpo


desnudo y jadeante, y en mi boca el sabor de tu placer y deseo. Quisiera
saborearte de nuevo.

Deberíamos aprovechar que Jasper está de viaje y tenemos el apartamento para


los dos solos… tú llámame o escríbeme y estaré con mi rostro enterrado entre
tus piernas en menos de lo que tus bragas dejan tus caderas.

Te amo, te amo, te amo.

Te extraño y te amo.

Edward

PD: Quédate con la maldita tarjeta, escoge el auto y no les riñas a los
guardaespaldas.

¡HAZ LO QUE TE DIGO!

Te amo.

Alargó la mano y tomando la taza, bebió otro sorbo de chocolate, para


enseguida, dejar la carta en la mesita, recostarse en el sofá, y cerrar los
ojos y tratar de calmarse.

Desde que Edward la había amenazado para que se casara con él, solo
habían pasado tres días; pero para ella, parecía que fueran tres largos
años. Tantas emociones juntas, las amenazas, y antes de que se diera
cuenta, estaba recibiendo palabras tiernas y cariñosas, y al siguiente
segundo, siendo seducida eincitada a placeres ya experimentados,
aunque en la actualidad, no deseaba volver a recibirlos de ese hombre,
ni de ningún otro por el momento.

Edward era hermoso, eso nadie lo podía poner en duda, ni siquiera ella
misma; pero su mente ya estaba vacunada contra su rostro; su cuerpo,
contra sus manos; sus labios, contra su lengua; y su corazón, contra sus
palabras. Era difícil no desear a un hombre como él, pero a ella se lo
había puesto demasiado fácil. No sabía cómo su cuerpo podría
reaccionar a los embates de placer que él pudiera provocar, pero de lo
que sí estaba segura, era que al menos su mente y corazón, no darían
tregua alguna, para buscar la respuesta a ese interrogante.

El sonido de su teléfono celular la sacó de sus cavilaciones y de su


intento de relajación fallido. Tomó el aparato entre sus manos,
dispuesta a proferir un extenso repertorio de insultos si se trataba
de cierto presidente de compañía; pero su rabia se convirtió en
felicidad, y al segundo siguiente en tensión, cuando vio el nombre de
Jasper titilando en la pantalla iluminada.

La reunión con él tuvo que posponerse para el fin de semana, pues la


noche en que Bella pensaba decirle que Edward quería hablar con él,
Jasper se le adelantó y le comentó que viajaría con Emmett a Newcastle
para adelantar unos negocios con unos clientes de la zona, y no
regresaría hasta el sábado en la mañana; esta situación había
tranquilizado a Bella, pues demoraba la conversación que tanto temía,
pero había traído también la cobardía, porque ya no encontraba las
palabras para informarle de las intensiones de Edward de hablar con
él, y eso la tenía incluso más nerviosa.

Contestó la llamada, y trató de que su tono fuera animado, pero logró


solo el efecto contrario y su amigo no lo pasó desapercibido.

—Jasper, andas un poco paranoico últimamente, es solo cansancio,


nada más —explicó Bella lo mejor que pudo.
—No me vengas con evasivas, ni a estar desviando el tema. Algo muy raro
está pasando desde el lunes que fuiste a la Oficina de Migración —decía
Jasper en tono demasiado serio para el gusto de ella—. Te enfermaste de
la nada, te dieron los días sin una excusa médica, y anoche estabas tan
nerviosa, que creí te arrancarías el labio de tanto morderlo. ¿Qué se supone
debo pensar sobre esto?

Bella se mordió el labio, dándole la razón. Estaba cansada de mentirle,


sin contar con que era muy difícil hacerlo cuando Jasper era tan
receptivo con las emociones de los demás, y más aún con las de ella.
No sabiendo cómo actuar de forma correcta, optó por el camino fácil.
La indignación.

— ¿Es que ahora no tengo derecho a enfermarme? —preguntó Bella


con falsa molestia—. Si me dieron esos dos días o no, no es tu
problema. Yo los solicité y el mismo Carlisle Cullen me los dio, porque
notó lo mal que me encontraba; pero como a ti no te importa lo que a
mí me suceda…

— ¡No me salgas con esas estupideces! —gritó Jasper desde el otro lado de
la línea—. Tú eres lo más importante para mí y lo sabes. Eres tú la que no
confías en mí, me estás ocultando muchas cosas y te refugias en pataletas
injustificadas, para no decirme qué está sucediendo.

— ¡Yo no tengo por qué estarte dando explicaciones a ti! —gritó Bella
de vuelta—. Tú no eres ni mi padre, ni mi hermano, ni nada mío para
que te creas con derecho a estar reclamándome lo que hago o dejo de
hacer.

El silencio del otro lado de la línea, hizo que Bella se estremeciera, al


tiempo que un sollozo escapaba de su boca. Esas palabras proferidas
en un momento de desesperación le dolieron en lo más profundo de su
alma, porque sabía el daño que habían proferido.
—Jasper… —susurró Bella de forma entrecortada. Su táctica se había
ido contra ella misma.

—Estoy ocupado, hablamos después. —La voz de Jasper fue tan apagada,
seria pero al mismo tiempo dolida, que ella sintió cómo su corazón se
rasgaba sin ninguna compasión. Quiso hablar de nuevo, rogarle que la
perdonara, pero solo el vacío de una llamada cortada le respondió.

Bella soltó el teléfono, y lloró amargamente. Estaba salvando a quienes


perdería por no poder explicar los argumentos que justificaban sus
acciones. Su vida se estaba yendo por un caño recubierto en oro;
empujada a él por el amor que sentía por ellos; pero no le importaba,
ella podría vivir en su amargura y desgracia, sabiendo que toda su
familia era feliz.

Necesitaba aire fresco, tenía que salir de su apartamento y caminar


para calmarse, antes de cometer alguna estupidez como la que ya había
hecho con Jasper. Rápidamente se secó las lágrimas y lavándose la cara
en el fregadero de la cocina, abrió la puerta de salida. Dos hombres
altos, incluso algo más que Edward, y musculosos como los que
seguían a Heidi y a Alice a todas partes, vestidos de traje, corbata
negra y camisa blanca; se ubicaron inmediatamente a cada lado de la
puerta y la miraron sin ninguna expresión en el rostro.

Bella los miró a cada uno, e intentó emitir un gruñido, pero éste
compitió en su garganta con un sollozo y salió vencido en la contienda.

— ¡Lárguense! —gritó y tiró la puerta con todas sus fuerzas.

Corrió hacia su sofá y se lanzó llorando de nuevo. El que haya


aceptado su situación, no le impedía llorar y desahogarse todo lo que
deseara.

El sonido de su teléfono celular volvió a retumbar en la habitación.

Jasper.
Rápidamente tomó el aparato y contestó sin mirar la pantalla.

—Mi vida, perdóname… por favor… no quería… no quería, perdón…


—rogó desesperadamente entre sollozos.

— ¡Bella! ¿Qué tienes? ¿Te sucedió algo? ¡Por Dios! ¡Dime que estás bien! —
La persona que le hablaba, sonaba casi al borde de la locura.

Bella quedó muda por un momento, luego de reconocer la voz del otro
lado de la línea; pero enseguida se recuperó y siendo la última persona
con la que deseaba hablar en ese momento, colgó.

El teléfono volvió a repicar varias veces más.

Edward, déjame en paz… por favor… Pensó sosteniendo la cabeza entre


sus manos.

Unos golpes se escucharon en la puerta, y uno de los hombres


preguntó a través de la madera, si se encontraba bien; pero Bella no
contestó. No quería saber de nadie en ese momento. Simplemente
deseaba estar sola.

Corrió hacia su habitación, tiró la puerta y se abrazó a su almohada


que enseguida se humedeció con su llanto.

Naomi.

Deseó poder tenerla consigo, abrazarla y que ella le lamiera las


lágrimas como siempre hacía cuando lloraba por su padre. Era una
actuación más propia de un perro, pero ella era así, era su amiga, sufría
junto con ella; y ahora estaba lejos. En un momento de divagación sin
sentido, se preguntó qué amenaza habría proferido Edward contra ella,
y solo se le ocurrió que la enviaría a algún albergue para animales
desamparados, donde le darían comida corriente, la pondrían a dormir
sobre el suelo frío en un rincón, nadie la acariciaría por las tardes, y
estaría revuelta con gatos mugrientos que la mirarían de forma hostil o
la llenarían de gatitos, que ella no tendría paciencia para cuidar,
porque no había nacido para ser madre.

Enterró más su rostro contra la almohada y se permitió llorar por su


amiga de cuatro patas, a la que nadie era capaz de reconocerle su
belleza, solo ella. Así estuvo hasta que, algunos minutos después, la
puerta de su habitación se abrió violentamente.

— ¡Isabella! —gritó Edward y se abalanzó sobre la cama de la chica.


Antes de que ella pudiera reaccionar, la tomó en sus brazos al tiempo
que él se sentaba sobre la cama, la atrajo hacia su pecho y la abrazó
fuertemente—. ¿Qué tienes mi amor? Por favor, dime qué te sucedió…
estoy muriendo Isabella.

Bella había soltado la almohada a la que estaba aferrada y su apoyo


pasó a ser las solapas del saco de Edward. Su mente le gritaba que se
apartara, que no se permitiera recibir consuelo de él, pero lo
necesitaba, y en el estado en el que estaba, no era muy consciente de
quién la sostenía, solo sabía que era reconfortante sentirse protegida.

Edward, recordando las palabras que ella le había dicho por teléfono,
intuyó que había discutido con Jasper, y conociendo la relación
existente entre los dos, logró comprender el estado de la chica; pero eso
no evitó que sintiera rabia hacia Jasper por hacerla sufrir, y el deseo de
protegerla afloró más en su interior. Con ella todavía llorando en su
pecho, empezó a mecerla suavemente, mientras apoyaba los labios en
el cabello castaño de la chica.

Luego de un largo rato, en que Bella estuvo llorando


desconsoladamente, empezó a calmarse lentamente. La fragancia que
despedía el cuerpo de Edward y los mimos que le profería, la relajaron
hasta el punto de dormirla profundamente.
Edward pudo sentir cómo su respiración se acompasaba poco a poco, y
no queriendo perturbarla, se quedó con ella por algún tiempo,
cuidando de no moverla mucho, para no sacarla del plácido descanso.

Para cuando Bella despertó, yacía recostada en su cama, cubierta por el


cobertor hasta sus hombros, descalza, con el botón de sus Jeans y la
corredera abiertos, y una suave música sonando a bajo volumen por
toda la habitación, era la Traviata Prelude de Giuseppe Verdi. Giró la
cabeza para averiguar de dónde procedía la melodía, y encontró su
celular en la mesita de noche, sobre una hoja escrita con letra que
reconoció de Edward. Detuvo la música y con el ceño fruncido leyó la
nota.

Nena:

No me quedé hasta que despertaras, porque sabía que te podría causar más
malestar, y aunque no lo creas, yo solo quiero hacerte feliz.

Pedí un domicilio que Dacre colocará en la cocina cuando llegue. Dejé tu


habitación con llave para que nadie pudiera entrar.

Por favor, llámame y confírmame que solo fue una discusión con Jasper… por
mi salud mental. Te amo.

Edward

—No creo que tu salud mental pueda estar peor —dijo Bella para sí
misma.

No se molestó en revisar ni las sábanas, ni a ella misma; ya había


comprobado anteriormente que Edward no la tocaría, al menos
mientras estuviera dormida.

Los siguientes días, Bella no se apareció por CullenWorld, pues no


consideraba que tuviera nada que buscar allá, y mucho menos con
dos gorilassiguiéndola a sol y sombra. Había sido frustrante en
extremo, pero al menos, había logrado conservar algo de dignidad, y
más que todo orgullo, al dejarle en claro a Edward que no haría las
cosas a su manera.

Al día siguiente de la visita de Edward, que agradeció no se hubiese


quedado, porque estaba segura que le habría dado un derrame cerebral
de la rabieta; tomó todo lo que Edward le había enviado, lo colocó
dentro de la misma caja, y se dirigió al apartamento de éste.

Como ya se esperaba, los dos hombres la siguieron por la escalera,


pero ella solo se limitó a dar los buenos días, porque después de todo,
ellos solo cumplían con su trabajo. Al salir del edificio, un auto negro,
bastante lujoso al parecer, la esperaba con la puerta trasera abierta, que
según quien recordaba era Alex, la había abierto para ella. Conocía los
nombres de las mejores marcas de autos, pero no era experta en el
tema como para reconocerlos a simple vista; para ella eso era un auto
negro demasiado costoso y punto.

Solo observó el auto por unos segundos; con caja en manos, giró a su
izquierda sin decir palabra, y empezó a caminar hacia la parada del
autobús. Al instante, Dacre, que era el que más cerca estaba de ella, la
siguió y se interpuso en su camino.

—Señorita, el auto es para usted, solo díganos a dónde quiere ir.

—Voy hacia el apartamento del hombre que los contrató —explicó


Bella tratando de no sonar grosera—. Pero lo haré como siempre.

Bordeó al hombre e intentó seguir su camino, pero este se interpuso de


nuevo.

—Señorita, por su seguridad no podemos dejarla ir de esta forma, es


preciso que haga lo que le indicamos.
Bella lo miró con el ceño fruncido, ellos no tenían la culpa; pero su
paciencia, en esos días no estaba para reclamos, más todavía cuando
no se había reconciliado con Jasper.

—Escuche muy bien lo que le voy a decir porque no lo pienso repetir


—habló Bella entre dientes sin importarle ya su tono—. La única forma
de que yo entre a ese auto, es siendo obligada, y si me llega a poner un
solo dedo encima, más demoraré yo en informarle a Edward, que él en
hacerles desear no haber tenido nunca esa idea. Ahora apártese de mi
camino.

El hombre sin pensarlo dos veces, se apartó y le permitió el paso. No


era la primera vez que trabajaba para el Señor Cullen, y aunque era un
hombre amable con sus empleados, sabía perfectamente qué sucedía
cuando se salía de sus casillas. Ya había sucedido anteriormente,
cuando un compañero había tomado a la Señorita Alice por el brazo,
para impulsarla a que caminara más rápido de lo que sus piernas le
permitían. No le había dejado ninguna marca considerable, solo la piel
un poco enrojecida, pero al hombre sí le habían quedado recuerdos que
el mismo Edward Cullen, se había encargado de marcarle en la cara
con sus propios puños.

Haciéndole una seña rápida a su compañero, se dispuso a seguirla a


pie, mientras que el otro lo haría en el auto.

Bella subió a la ruta que necesitaba y el hombre hizo lo mismo. Por


simple curiosidad, miró por el vidrio trasero del autobús, y reconoció
el auto negro demasiado costoso siguiéndolos de cerca, suspiró y tomó
asiento. No podía impedir que ellos la siguieran, y mientras no
interfirieran en sus planes para cada día, podían hacer lo que desearan.

Cuando llegó al apartamento de Edward, fue recibida por Katy, quien


la saludó con mucho cariño y le ofreció quedarse para tomar el té. La
otra chica, que descubrió se llamaba Gina, la siguió mirando con
hostilidad, pero ya no había altivez en su mirada, si no algo parecido a
la envidia, no precisamente de la buena, y casi enseguida descubrió el
por qué de su cambio de actitud.

—Oh, niña, el Señor Edward ya me contó la noticia —dijo Katy con


una sonrisa en el rostro—. Estoy tan contenta que todavía no lo asimilo
bien.

Bella inmediatamente intuyó, a qué se refería la mujer, y al verla tan


emocionada, no fue capaz de hacer un comentario sarcástico.

Todos los que lo rodean son personas tan amables que no merecen los dardos
que quiero dirigir a él.

Pero cuando Gina pasó y le lanzó una mirada de odio, completó su


antiguo pensamiento.

Bueno, casi todos.

—No sé cómo pasó exactamente, pero de un momento a otro terminé


comprometida con Edward —dijo Bella forzando una sonrisa. Gustosa
habría cambiado de puesto con Gina, si tanto deseaba ocupar su lugar
en el corazón de Edward.

La mujer soltó una sutil carcajada.

— ¡Ese es mi niño! —susurró para que la otra chica no la escuchara—.


Él siempre tiene lo que quiere. Nadie sabe muy bien cómo lo hace, pero
cuando uno menos piensa, se ve haciendo todo lo que él dice.

—Es un manipulador de primera categoría —dijo Bella más para sí,


que para la mujer.

—Solo hay que tenerle paciencia, no me extraña que te hayas


enamorado de él en tan poco tiempo, puede ser un chico muy
encantador cuando se lo propone.
—Sí, bastante y no te imaginas cuánto lo amo. —Bella se arrepintió
enseguida de su sarcasmo, pero se tranquilizó cuando la mujer sonrió
aún más y empezó a servirle la taza. No lo había captado.

Luego de dejarle la caja con las cosas que Edward le había enviado, y
pedirle que le dijera que ahí le dejaba una basura que encontró en su
apartamento. Se despidió de ella y se dirigió a un supermercado para
comprar los víveres con el dinero que Heidi le había enviado, por los
días que había trabajado en CullenWorld.

Todo el tiempo fue seguida por los hombres. Compró lo que


necesitaba: comida para ella y Jasper, artículos de aseo personal y una
que otra golosina. Cuando se encontraba en la caja registradora,
pagando la cuenta, recibió una llamada de Heidi en donde le pedía que
se fuera para su casa, para que no estuviera sola esos días.

—Tengo que llevar unas cosas a mi apartamento, tomo algo de ropa y


enseguida salgo para allá —propuso Bella.

Heidi le indicó que ya había avisado para que le permitieran la entrada


y la atendieran todo el día hasta que ella llegara, también le dijo que no
se preocupara por su padre, pues estaba en casa de los Cullen y no
regresaría hasta después de que ella llegara. Así lo hizo.

Cuando Heidi llegó, Bella se encontraba en la sala de estar, viendo en


televisión un documental llamado: Problemas y misterios matemáticos
sin resolver.

— ¡Por Dios, Bella! Tantos programas buenos que deben estar dando y
tú te concentras en un documental sobre matemáticas. —Tomó el
control del televisor y lo apagó

— ¡Oye! Yo no me meto en tus gustos, así que déjame tranquila —


protestó Bella, pero la mujer se limitó a bufar y a arrastrarla a su
habitación.
Solo hablaron un momento sobre los regalos de Edward. Heidi trató de
persuadirla de recibirlos, alegando que era el pago por todo lo que la
estaba haciendo pasar.

—Me gustan los regalos cuando son de alguien que aprecio, y que sé,
son dados con cariño, por cariño —explicó Bella con el ceño fruncido—,
no por querer ratificar su poder sobre mí. Eso no lo voy a permitir.
Además, hay regalos de regalos, y los que da tu primo se pasan de tono.

Heidi rodó los ojos y cambió de tema, sabiendo que era un caso
perdido.

— ¿Y cómo te la llevas con tus custodios?

—Los soporto, pero no les presto atención —contestó Bella


encogiéndose de hombros.

— ¿Por qué no me extraña que no sean para nada guapos? —preguntó


Heidi con ironía.

—Porque obviamente Edward no quiere hombres guapos a mi


alrededor —respondió Bella levantando los brazos—. Ni siquiera le
gusta cuando tu hermano se me acerca. Está totalmente paranoico.

—Deberías aprovecharte de eso para tu propio beneficio —aconsejó


Heidi con una mirada pícara dirigida hacia Bella.

—La verdad no me interesa, solo quiere casarme con él y que nos deje
la vida en paz.

—Suerte con eso…

Heidi empezó a hablar sobre otros asuntos, y el tema de Edward


quedó olvidado.

Esa misma noche Bella conoció al padre de su ahora gran amiga.


Joseph McCarty seguía casi igual a como aparecía en la foto en el
escritorio de Edward, solo que con una que otra arruga más
pronunciada, sin perder la belleza varonil de su rostro, ni la fortaleza
de su cuerpo; pero Bella pudo notar que algo, que resaltaba en la
fotografía, ahora le faltaba a él: el brillo de alegría y las ganas de vivir
de un hombre que está verdaderamente enamorado. Ahora su mirada
estaba apagada, se veía triste, como si solo siguiera en este mundo,
porque sabía que la solución a su sufrimiento, era considerado un
pecado ante los ojos del creador.

Para Bella fue algo difícil de ver, pues ese hombre reflejaba la misma
angustia y desolación, que su madre antes de conocer a Phil; en
realidad todavía se podía atisbar en sus ojos rastros de ese estado, pero
no tanto como a este hombre, que ahora la saludaba con una sonrisa
amable en sus labios. Agradeció que él se retirara rápidamente, porque
ya sentía su corazón contrayéndose por los recuerdos y la pena.

Cuando se fueron a dormir, Bella se quedó en el cuarto de Emmett


como la vez anterior. Tenían habitación de invitados, pero Heidi decía,
en tono de burla, que ella era como de la familia, y que a Emmett no le
importaría que ocupara su habitación, que solo usaba en muy pocas
ocasiones.

Luego de recostarse, decidió que hablaría con Sara la tarde siguiente.


No quería que ella se enterara como todos los demás de su matrimonio
con Edward, pues estaba segura que el lunes todos en la compañía lo
sabrían.

Heidi le había confirmado que ni Sara ni John, se habían enterado de la


declaración de Edward en su oficina, ya que ellos habían salido por la
otra puerta, para organizar unos documentos resultantes de la reunión.

No le importaba lo que nadie más pensara, y estaba segura que si las


habladurías se daban, sería sobre un posible embarazo de ella, o cosas
por el estilo, y no la típica historia de la secretaria y el jefe. Todos
sabían que ella era más una auxiliar que una secretaria, que en realidad
nunca se desempeñó en ese oficio, y también que había entrado allí,
más por un favor, que por mérito propio o competencia; por lo que no
tendría que preocuparse por ser una más en la larga lista de mujeres
que terminaban protagonizando esa historia; y que dijeran que estaba
esperando al heredero Cullen, la tenía sin cuidado, con que Jasper
supiera que no era así, le bastaba.

Lo que sí la preocupaba era que no se había reconciliado precisamente


con éste último. En la tarde había intentado llamarlo, pero él no
contestó a ninguna de sus llamadas; solo minutos después, le había
enviado un mensaje de texto diciéndole que estaba ocupado que la
llamaba en la noche, pero no lo había hecho, y aunque lo intentó de
nuevo, él tampoco respondió.

El que sí llamó fue Edward, seguramente para saber cómo seguía; pero
no deseaba hablar con él, y como sabía que no la dejaría en paz hasta
saber de ella, le envió un mensaje de texto, indicándole escuetamente
que estaba bien y en casa de Heidi; cosas que imaginó, ya él debía
saber.

Derramando algunas lágrimas silenciosas por su situación con su


amigo, se quedó dormida luego de decidir que lo intentaría de nuevo
al día siguiente.

Cuando despertó, ya Heidi se había marchado al trabajo. Se bañó, se


colocó una sudadera color caramelo bastante cómoda, con sus
pantuflas de casa, porque no tenía planeado salir hasta la tarde que se
reuniera con Sara.

Luego de desayunar, llamó a la chica para acordar una reunión.

—Podríamos almorzar juntas, tengo cita con mi director de tesis apenas salga
de trabajar y no me queda tiempo de reunirme contigo —propuso Sara. Bella
aceptó, y quedaron de encontrarse en una pequeña cafetería cerca de la
compañía, pero le pidió que no le informara a Edward para dónde iba,
aunque era de esperarse que él igual se enterara.

Bella intentó nuevamente llamar a Jasper, pero tampoco respondió, por


lo que decidió dejarle un mensaje en el buzón de voz.

Jasper, por favor perdóname. Tú sabes perfectamente que te quiero, eres mi


hermano, ese que nunca tuve y lo encontré cuando te conocí. (Larga pausa) No
soporto estar así contigo, grítame, dime lo que quieras, insúltame, cualquier
cosa, pero no soporto tu silencio. Te quiero. Soy la estúpida de tu hermanita.

Luego de cambiarse de ropa, y colocarse unos jeans una blusa color


rojo con manga larga, y una chaqueta también de Jean, se calzó unos
Converseazules y se recogió el cabello rápidamente en una coleta.

Salió de la casa de Heidi, indicando que almorzaría por fuera, y como


ya esperaba que sucediera, fue seguida de cerca por los dos hombres y
el auto negro demasiado costoso.

Llegó a un pequeño establecimiento de solo cinco mesas, y ambiente


bastante informal, donde por referencia de Sara, vendían los mejores
almuerzos caseros de todo Londres. Ya Sara se encontraba en la
primera mesa, ubicada junto a la ventana, y sus dos seguidores se
sentaron en una de las dos mesas ubicadas afuera, que quedaba justo
del otro lado del vidrio. Las dos chicas se saludaron y ordenaron un
almuerzo corriente con Coca-Cola y de entrada unos aros de cebolla.

—Son ideas o esos dos tipos vinieron contigo y uno de ellos se bajó de
ese espectacular Aston Martin —comentó Sara más a modo de
afirmación que de pregunta.

¡Dios!

Bella habría preferido no enterarse nunca de la marca del auto, pues


sabía que los Aston Martin, no eran para nada económicos.
¿Acaso no son esos los que usan en los eventos de la realeza?

Prefirió no salir de la duda, y limitarse a explicarle a su amiga lo que


sucedía, o al menos la versión que le debía dar.

—Tengo que contarte algo que… sé es un poco extraño… —dijo Bella


indecisa, no de contarle a Sara, sino de cómo empezar.

—Bella, me estás asustando, ¿sucede algo malo? —preguntó Sara con


evidente preocupación.

Decidiendo que era mejor hacerlo como las enfermeras con las
curitas*, soltó la parte principal de la historia, sin compasión.

—Me voy a casar con Edward —dijo tan rápidamente que Sara se la
quedó mirando confundida.

— ¿Cómo? Repite, porque no te entendí bien —pidió Sara, espabilando


rápidamente y moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Que me voy a casar con Edward.

— ¿Qué Edward?

—Tu Edward, mi Edward… el Edward de ese edificio —respondió


Bella señalando los últimos pisos de CullenWorld, que se podían ver
desde ahí.

Sara abrió desmesuradamente los ojos y tomó aire sin ser muy
consciente del hecho.

— ¡¿Qué?! —gritó Sara casi levantándose de la silla.

Los dos hombres fuera del establecimiento, se levantaron rápidamente,


Bella les hizo señas para que se sentaran de nuevo y prefiriendo dejar a
su amiga solo un momento para que asimilara la noticia, se levantó de
su silla y se acercó a ellos, para indicarles que pidieran algo para
almorzar, y que ella lo costeaba si era necesario.

—Muchas gracias señorita, pero almorzaremos cuando regresemos a


casa, no podemos descuidarla por estar comiendo —explicó Alex.

—No importa, es mi culpa por no avisarles que saldría, por favor


pidan algo, así sea un refrigerio —pidió Bella con una sonrisa. Sabía
que la cantidad de comida ingerida por un hombre era abundante, más
en unos del tamaño de ellos, y pensar que por capricho de Edward
ellos tendrían que esperar para almorzar no la hacía muy feliz—. Yo no
tengo enemigos, esto es solo, una necedad, háganme feliz… por favor.

Los hombres se miraron y luego la miraron a ella.

—Tenemos dinero, muchas gracias por el ofrecimiento, enseguida


pediremos algo —dijo Dacre con una sonrisa amable que hizo que sus
facciones se suavizaran un poco.

Bella le sonrió de vuelta y regresó a la mesa, donde Sara miraba atónita


la pared lateral.

— ¿Sara…?

—No entiendo, tú lo odiabas, ¿cómo…? No entiendo.

Bella suspiró y se dispuso a contar la historia que ahora tendría que


relatar una y otra vez, a varias personas.

—Supongo que las cosas son así —contestó Bella. Se mordió el labio
dándose cuenta que debía ser más convincente—. Yo no lo odiaba, solo
era que no sabía cómo actuar o reaccionar ante un hombre que me
gustaba tanto.

—Eso no tiene sentido, Bella —refutó Sara.


— ¡Sí lo tiene! Recuerda que soy menor que tú —explicó Bella—.
Vengo de un pequeño pueblo de Estados Unidos, los únicos hombres
con los que me he rodeado son mis profesores y compañeros de clase;
el único realmente guapo que he conocido en mi vida, antes de venir
aquí, es Jasper, y sabes cuáles son mis sentimientos hacia él. Entonces,
llego aquí y encuentro a un hombre como Edward: hermoso,
encantador, seductor y que aparte de todo se interesa por mí. ¿Qué
esperabas que hiciera? ¿Abrirme de piernas y proclamarle amor eterno
desde un comienzo? Yo no tengo experiencia con hombres y mucho
menos de la clase de él; estaba asustada y su insistencia me confundía
más; no sabía si quería solo estar conmigo como un pasatiempo, o en
realidad deseaba algo serio.

Sara se la quedó mirando por unos momentos, analizando las


explicaciones de Bella, y cuando consideró que eran totalmente
justificadas, una sonrisa se extendió por su rostro, y la emoción se
reflejó en sus ojos.

— ¡No lo puedo creer! Bella, te vas a casar con Edward Cullen,


presidente de CullenWorld.

—Qué emoción, ¿cierto? —habló Bella con claro sarcasmo, pero Sara
no lo notó.

—Pero, cuéntame cómo fue, cómo te propuso matrimonio. ¿Fue


romántico? ¿Con velas y todo eso? ¿Y el anillo? —Sara empezó a
buscar con la mirada en la mano de la chica.

Esas eran las preguntas que Bella no quería responder, pero


recordando cómo solucionaban en las películas estas situaciones, logró
formar su respuesta.

—Fue algo muy privado —dijo Bella forzando una sonrisa—. Edward
es un hombre… peculiar, y de esa misma forma fue su propuesta de
matrimonio.
— ¿En serio?

—Sí, un día llegué a la oficina y me dijo: Isabella, o te casas conmigo, o


arruino a tu familia —dijo Bella tratando de imitar la voz de Edward y
luego continuó encogiéndose de hombros—. Y no me tocó de otra que
aceptar.

Sara la miró con los ojos muy abiertos, y enseguida soltó una fuerte
carcajada.

— ¡Eso es tan típico del Señor Cullen! —exclamó entre risas. Era claro
que no le había creído una sola palabra.

Bella sonrió por la risa contagiosa de la chica y miró hacia la mesa


donde estaban los guardaespaldas, que se encontraban comiendo
unos sándwich con lo que al parecer era jugo de naranja.

La charla continuó con las típicas preguntas a una amiga que se va a


casar, pero Bella las evadió eficazmente, alegando además que no
había anillo porque aún no había hablado con Jasper, y como no le
gustaban mucho las joyas, lo más seguro era que no lo aceptara. Sara al
notar la renuencia, intuyó que se sentía apenada por la situación, y
cambió de tema para no hacerla sentir incómoda.

Cuando ya estaba de regreso a la casa de Heidi, Bella recibió un


mensaje de Texto.

He preguntado por ti a Heidi todo el tiempo, pero le he pedido que no te diga


nada.

Lo eres todo para mí, mi vida, mi niña, esa a la que deseo proteger.

Nos vemos mañana al medio día.

Te quiero mucho.

Jasper
A Bella se le llenaron los ojos de lágrimas por las palabras de
su hermano, pero la preocupación y la angustia la agobiaron de nuevo;
ya no habría viajes, ni nada que impidiera que Jasper se enterara de su
matrimonio con Edward. Solo era cuestión de horas para descubrir
cuál sería la reacción de Jasper, y ella estaba segura, que no sería nada
buena.
CAPÍTULO 14


Miedo e incertidumbre me abruman,
y temo perder lo que intento salvar.
Confusión y aturdimiento siento por un momento,
y el tiempo y espacio desaparecen para mí.
¿Qué significa esa palabra pronunciada?
¿Qué valor puede tener para mi alma?

B ella se encontraba de pie frente a la puerta de su apartamento,


buscando en el bolsillo delantero de su morral, las llaves para ingresar
en él.

—Aquí están las mías —anunció Jasper sacando su mano del bolsillo, y
entregándole un pequeño llavero plateado con las letras CW
intercaladas, como en el logo de CullenWorld.

Bella alzó una ceja de forma interrogativa hacia el hombre.

—Me lo dio Emmett cuando entré a trabajar —explicó Jasper—. Creí


que tenías uno también.

—A mí solo me dieron un carnet y el peor contrato de mi vida —dijo


para enseguida arrepentirse por sus palabras, y soltó una risita
tratando de hacer pasar su confesión como una broma. Jasper le
devolvió la sonrisa y ella suspiró aliviada.

Emmett y Jasper habían llegado hacía cuatro horas a la casa de los


McCarty, porque Heidi les avisó que Bella se estaba quedando con ella,
y que allí los estaban esperando.
Cuando Jasper cruzó la puerta de la pequeña mansión, Bella no se
atrevió a acercársele, pero éste, luego de colocar la maleta en el suelo,
extendió los brazos hacia ella, y la chica entendiendo el mensaje, corrió
hacia él y rodeando su cuello con sus brazos, lo abrazó fuertemente, al
tiempo que Jasper la levantaba del suelo para también abrazarla.

— ¡Perdóname! Por favor… soy una estúpida —sollozaba Bella contra


el cuello de su amigo.

—No digas eso, mi vida, todos pasamos por malos momentos —


respondió Jasper a manera de consuelo, frotándole la espalda.

La deslizó hasta el suelo permitiendo que quedara sobre sus pies, le


dio un beso en la frente, al tiempo que le secaba las lágrimas con los
pulgares.

— ¡Ay, que tiernos! —exclamó Emmett en tono de falsa ternura,


acercándose a Heidi—. ¿Para mí no hay un recibimiento así, tal vez?

Heidi batió las pestañas cuando su hermano le tendió los brazos de la


misma forma en que Jasper lo había hecho con Bella, y se acercó a él
para abrazarlo por la cintura.

— ¿Qué me trajiste? —preguntó como una niña pequeña a su padre


que llega del trabajo.

Emmett sonrió pícaramente, se metió una mano en el bolsillo derecho


de su pantalón, y sacó algo pequeño envuelto en un papel ruidoso.

— ¡Un chocolate! —exclamó burlonamente agitándolo en la cara de su


hermana. Ésta bufó, le arrancó el dulce bruscamente, y caminó
aparentemente molesta hacia la sala de estar—. ¡Oye! Tienes una tarjeta
de crédito que me va a dejar en la ruina —protestó Emmett,
levantando los brazos para enfatizar su indignación.
Aunque al parecer no era su responsabilidad, pues Heidi trabajaba y
ganaba un buen sueldo por aguantarse a su propio primo, ella era su
consentida y él se encargaba de pagar todos sus gastos. —Tu propia
hermana te tiene agarrado de las pelotas—. Le decía Edward
constantemente, pero a él no le importaba—. No tengo en quién más
gastar mi dinero, y me gusta hacerla feliz —respondía siempre
encogiéndose de hombros.

Emmett sonrió cuando su hermana desapareció por la puerta de la


habitación contigua, y se giró hacia la otra pareja de hermanos. —
Quédense a almorzar, ya es tarde para que lleguen a su apartamento a
cocinar.

Los amigos agradecieron y los siguieron al saloncito. Jasper había


conversado amenamente con ellos por algunos minutos, hasta que la
puerta principal se abrió y la voz de su pequeña pesadilla,como él la
llamaba en sus pensamientos, se escuchó desde el otro lado de la
puerta. Alice había entrado a la estancia y saludando rápidamente a los
demás, se abalanzó sobre un Jasper ceñudo, y dándole un beso en la
comisura de los labios, le dijo cuánto lo había extrañado.

— ¡Que cuarteto! —gritó Emmett soltando una carcajada, que


enseguida fue acallada por un fuerte golpe de Heidi, indicándole que
no hiciera ese tipo de comentarios delante de Jasper.

Alice comentó que había llamado a Edward para que se les uniera,
pero Bella al escucharla, se disculpó indicando que necesitaba usar el
baño. Cuando se apartó de ellos, marcó rápidamente a Edward para
pedirle que no se presentara, que esperara hasta que hablara con
Jasper.

—Llego a tu apartamento a las ocho en punto Isabella; no voy a tolerar más


demoras —indicó Edward desde el otro lado de la línea—. No quiero que
nos sigamos escondiendo, mi amor, quiero poder abrazarte, besarte y que todos
sepan que eres mía. Somos adultos y no tenemos por qué pedirle permiso a
nadie para estar juntos, pero quiero hacer las cosas bien, por ti, preciosa; para
que tu familia se dé cuenta que te amo sinceramente.

Bella solo se había limitado a aceptar la hora propuesta y a rogarle que


le dijera a los guardaespaldas que no la siguieran hasta su
apartamento, para que Jasper no los notara; porque aunque estaban
postrados a la entrada de la mansión McCarty, se confundían con los
de esa familia; Edward se negó rotundamente, y solo aceptó que la
siguieran desde lejos, cuidando de no ser vistos; al no tener más
oportunidad, Bella aceptó y luego colgó. Al menos por ese tiempo que
compartiera con sus amigos, podía estar tranquila, imaginar que todo
estaba bien y que su vida era perfecta.

Pero el tiempo estaba llegando a su fin, y solo tenía un par de horas


para que Edward llegara a pedirla en matrimonio.

Entraron al apartamento y Jasper acomodó su maleta junto a un sillón.


Bella dejó su morral junto a la maleta y cuando se giró para
acomodarse en el sofá, su corazón se saltó un latido.

— ¿Qué es esta caja, Bella? Tiene tu nombre escrito —preguntó Jasper


estirando la mano para levantar la tapa.

Maldito desgraciado.

Bella se apresuró a impedir que su amigo descubriera el contenido, y


prácticamente se la arrebató de las manos. No tenía el valor suficiente
para hablar con él a solas, en realidad si por ella fuera, no se lo diría
nunca.

—Son cosas del trabajo —explicó rápidamente—. Heidi me pidió que


las revisara y las dejé aquí antes de irme para su casa.

Jasper aceptó el argumento y se recostó en el sofá claramente agotado.


Bella se dirigió a su habitación, depositó su carga sobre la cama y la
destapó. Ahí estaba todo lo que Edward le había enviado, pero con una
nueva nota.

"Revisa todo de nuevo, nena, si definitivamente no te gusta nada, te envío más


catálogos.

Te amo.

Edward."

Bella se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos, suspirando


profundamente.

¿O es?, ¿o se hace?

Bella no entendía cómo Edward podía crearse una película en su


cabeza, e imaginar que todo iba a la perfección; que ella lo aceptaba
por él, y no por la amenaza proferida hacia su familia; que ella deseaba
todo lo que él quisiera darle, e incluso exigirle, le diera más opciones
porque no le gustaba lo que él le ofrecía.

Era como si Edward creyera que ella era caprichosa y que por eso no se
mostraba tierna y complaciente con él. En su mente, él no había hecho
nada malo. Todo era tan natural, que en su pensamiento ella lo
aceptaba porque así debía ser; porque ella le pertenecía, aunque no lo
quisiera aceptar.

—Esto va a ser una lucha incesante —susurró Bella para sí misma.

Colocó la nota de nuevo sobre las revistas, y cerró la caja para


enseguida esconderla debajo de su cama. Regresó a la sala donde
Jasper se encontraba aún recostado en el sofá, se sentó junto a él, y
aceptó el abrazo que éste le ofrecía, pegándose a su pecho, y pasando
un brazo por su cintura. Necesitaba cruzar con él algunas palabras
antes que Edward llegara.
—Jasper, ¿puedo… preguntarte algo? —susurró. Tenía muy claro lo
que quería preguntar, pero no qué palabras usar para que no sonara
extraño. Aunque con el poco tiempo del que disponía ya casi nada
importaba, y lo mejor era que no se arriesgara a levantar sospechas
sobre su verdadera situación.

—Claro, mi niña, ¿qué ocurre? —preguntó Jasper girando la cabeza


para mirarla.

Bella se quedó en silencio por unos segundos, tratando de formar en su


mente, frases coherentes que pudieran buscar respuestas a lo que su
corazón más temía.

—Tú me seguirías queriendo como ahora, ¿hiciera lo que hiciera? —Su


voz se tornó en un susurro nuevamente. Tenía miedo de hablar y
revelar más de la cuenta.

Jasper la miró extrañado, pero con una sonrisa en los labios, como un
padre que mira a su pequeña hija, luego de una pregunta sin sentido.

—Bella. —Jasper se acomodó y la pegó más a su pecho, colocándole un


dedo bajo la barbilla, para levantarle la cabeza y así lo mirara a los
ojos—. Lo que te dije en el mensaje es cierto, tú lo eres absolutamente
todo para mí. ¿Cómo se te ocurre que puedo dejar de quererte, cuando
yo te adoro con toda mi alma? Eres mi hermanita, Bella, mi niña, todo lo
que más quiero en este mundo. Hagas lo que hagas siempre será así;
pueda que me enoje contigo, y te grite o te ignore; pero mis
sentimientos por ti no cambiarán nunca, o dime, ¿acaso tu padre te
dejó de querer alguna vez porque cometías alguna travesura, o tu
madre por la misma razón? Nunca, ¿cierto? ¡Lo vez! Yo tampoco
puedo dejar de quererte, al contrario, mi deber es apoyarte y estar
contigo para enseñarte a no cometer el mismo error, o para impedir
que tomes el camino equivocado.
A ese punto, Bella tenía los ojos llenos de lágrimas, y una sonrisa triste
reflejada en su rostro. Si Jasper fuera diferente con ella, si su respuesta
hubiese sido que solo la quería porque era como era, pero que si
cambiaba, miraría hacia otro lado y jamás la volvería a reconocer
como su niña; ella habría podido al menos, pensar en que se condenaba
sola; porque él al no quererla más, no sufriría por ella, sin importar lo
que sucediera; pero luego de esas palabras, era imposible no llorar,
porque le indicaban cuán incondicional era su amor, su deseo de
protegerla, de verla feliz, de verla terminar de crecer, si es que para él,
algún día dejaría de ser una niña, cosa que no creía posible.

Ese pensamiento la hizo sonreír más alegremente. Ella siempre


sería su niña, y era precisamente por eso, que estaba dispuesta a
convertirse en la esposa de Edward Cullen.

—Pero, ¿por qué preguntas eso? —habló en un tono más serio. Cuando
Bella desvió la mirada, él suspiró y continuó—: Sé que algo me estás
ocultando, sé lo que es, y no me gusta.

Bella abrió los ojos desmesuradamente e intentó refutarle, pero Jasper


se lo impidió al ignorarla y seguir hablando:

—Lo sé, desde el día en que discutí con Cullen en Vicepresidencia.


Cuando él se mostró tan posesivo contigo, me di cuenta que algo
estaba sucediendo y por eso lo golpee; luego me dijiste que era solo
porque te veía como a Alice, y no te creí; sus actuaciones eran de un
hombre enamorado, celoso, y en su oficina me lo confirmó.

— ¿En su oficina? Pero… —Bella estaba tan aturdida por las palabras
de Jasper que en ese momento olvidó que ya no tenía sentido ocultar la
verdad y fue eso, exactamente lo que hizo—. No sé de qué hablas; yo
no…

— ¿Por qué crees que no intervine cuando los vi besándose en el pub?


—interrumpió Jasper. Su tono de voz no era alterado, ni molesto, pero
sí se notaba cansado y para nada a gusto con el tema—. Incluso sé que
algo más pasó en ese viaje a York, cuando evadías mis preguntas y te
salías por la tangente.

Bella estaba enmudecida. Jasper lo sabía todo, absolutamente todo.


Ahora entendía por qué él siempre se mostraba tan calculador con ella,
cuando hablaban de Edward; por qué le preguntaba cómo estaban sus
cosas con él, qué le decía o hacía, y cómo se sentía ella a su lado; pero
lo peor, o quizás lo mejor de todo, era que él pensaba que ella estaba de
acuerdo, feliz con la relación.

Jasper la abrazó más fuerte, le dio un beso suave en la frente y apoyó


su mejilla en el cabello de ella.

—Solo quiero que me digas que estás con él porque así lo deseas, y no
porque te está presionando con alguna estratagema.

La chica levantó la cabeza y lo miró con temor.

¿Acaso también sabe de la amenaza?

Eso sería lo peor que podría pasar, pero por la calma con la que
hablaba, era solo una sospecha o suposición por parte de Jasper, y no
un hecho que creyera certero. Ahora solo dependía de ella quitarle esa
idea de la cabeza, y dejarle bien en claro que estaba con Edward
porque lo quería; y con respecto al matrimonio, porque lo amaba, así
su corazón se retorciera de agonía con el solo pensamiento.

—No te lo había dicho porque no sabía cómo ibas a reaccionar, y


cuando asumiste que yo estaba deslumbrada por su poder y dinero y
no por él como persona, decidí que era mejor mantenerlo oculto.

— ¿Él te lo pidió?

—No, fue decisión mía —explicó Bella—. Edward deseaba contarle a


todos de nuestra relación, pero yo le pedía que guardáramos silencio.
— ¿Por qué él Bella? —susurró Jasper negando con la cabeza—.
Emmett es tan diferente, sería perfecto para ti. Por qué no intentas, no
lo sé… acercarte a él, si quieres yo puedo hacer las veces
de celestino y…

—Jasper —interrumpió Bella. Qué no daría ella porque fuera Emmett y


no Edward al que estuviera esperando en ese momento. No era que le
gustara pero, como decía su amigo, él era muy diferente a su primo, y
no sería infeliz siendo su pareja—, nadie puede mandar sobre… el
corazón. Solo fue algo que sucedió y nada más, cuando me di cuenta,
ya estaba en sus manos y, no tenía salida.

—Pero nada es definitivo, tú puedes terminar con él. Si no quieres estar


con Emmett puede ser con cualquier otro; eres muy joven aún, te falta
gente por conocer. —Jasper tomó el rostro de ella entre sus manos y
continuó—: Regresa a América, con tus notas puedes conseguir una
beca en la universidad que desees, incluso, yo puedo ayudarte con tu
manutención, y los gastos extras que tengas. Lo que tú quieras dímelo
y yo trataré de conseguirlo, haré lo posible porque tengas lo que
desees.

—Lo que quiero Jasper, es precisamente esto, lo que ahora tengo y lo


que tendré.

La paz de mi familia y la tuya.

—No podré ser feliz si me separo de Edward. —Su voz sonaba firme,
tratando de ser convincente tanto para él como para ella misma—.
Entiéndeme por favor, no deseo estar en otro lugar que no sea junto a
Edward, no puedo y no quiero.

—No me gusta, no me gusta nada.

— ¿Qué cosa exactamente? —preguntó Bella con cautela.


—Sé que puedo estar equivocado, o que quizás sea un reflejo de los
sentimientos que tiene por ti, pero te aseguro que jamás había visto
algo parecido —explicó. Se pasó la mano por la cara, como sinónimo
de frustración y continuó—: Es como si tú fueras la totalidad de su
mundo, su razón para existir, para respirar. Cuando te mira, revisa tu
cuerpo de arriba abajo, pero en sus ojos no hay lujuria, al menos no la
mayoría de las veces, sino más bien reconocimiento, es como si
quisiera cerciorarse que estás intacta, libre de cualquier rasguño o
ínfima herida. Luego de grabarse tu imagen en su mente, estira la
mano y te toca sin que te des cuenta; no toca precisamente tu piel,
quizás por eso no lo has notado, pero sí acaricia alguna hebra de tus
cabellos, o roza tu ropa, como si deseara comprobar que no eres una
visión. —Jasper suspiró y negó con la cabeza—. Me da miedo, Bella,
ese no es un comportamiento normal, por muy enamorado que esté de
ti, no es para que muestre todas esas actuaciones… temo que esté
obsesionado contigo y llegue a obligarte a hacer cosas que no deseas.

Bella sintió cómo su respiración se cortó por un momento. Jasper había


dado en el punto exacto de toda la situación: Edward estaba
obsesionado con ella y la obligaba a hacer cosas que no deseaba.
Después de esa revelación, tenía que actuar con mayor cautela para
que Jasper no se diera cuenta de que sus sospechas eran totalmente
ciertas. Eso sería catastrófico.

Era el momento de indagar sobre las consecuencias de su decisión.

Ya su amigo le había dicho que no dejaría de quererla, hiciese lo que


hiciese; pero un matrimonio con un hombre al que solo conocía hacía
un mes, y al que precisamente no le caía bien a él, no era precisamente
una travesura infantil.

Tenía que hacer algo que no deseaba, pero era la única forma de
convencer a Jasper: defender a Edward.
—Edward nunca sería capaz de hacerme daño, él solo desea lo mejor
para mí —afirmó lo más convincente que pudo; y su determinación le
permitió que fuera creíble.

—Tú no tienes la experiencia suficiente para dictaminar si sus palabras


son ciertas o no —refutó el hombre—. Te digo que no es normal lo que
él siente por ti.

Bella se incorporó para poder mirarlo de frente y así darle más énfasis
a sus palabras. Esperaba que no notara la mentira parcial en sus ojos,
porque después de todo, estar con Edward había sido su decisión, sin
opción a tregua, pero su decisión finalmente.

—Sé que es la primera relación que tengo, y él es un hombre mucho


más experimentado que yo, pero soy capaz de darme cuenta de lo que
él siente por mí, y yo por él. —Se levantó un poco más, acomodó las
piernas sobre el sofá y quedó sentada sobre sus talones—. Quiero estar
con Edward, Jasper. Déjame hacer las cosas a mi manera, equivocarme
y aprender de mis errores. Cuando era niña, mi padre estaba siempre
pendiente que nada malo me pasara, al igual que mi madre; luego,
cuando él murió, apareciste tú, y te convertiste en mi ángel de la
guarda. Nunca he tenido la oportunidad de tomar mis propias
decisiones sin la influencia de ustedes, y saber si elegí bien o no;
porque no es solo mi decisión, sino la compartida con todos, por todos.

Como ahora.

—Permíteme crecer, por favor —continuó luego del pensamiento—.


Reconoce que ya es hora de que empiece a pensar por mí misma, a
tomar las decisiones que afectarán el resto de mi vida.

Jasper frunció el ceño con confusión.

— ¿A qué te refieres con que afectarán el resto de tu vida? —preguntó


con tono de suspicacia y exigencia.
Bella abrió la boca para tratar de explicarse sin llegar a contar sus
planes impuestos, pero el timbre de la puerta la interrumpió.
Conmocionada, miró el reloj de la pared lateral de la sala y vio que
marcaba las ocho en punto. No se había percatado de lo rápido que
corrió el tiempo, y éste ya se le había acabado.

— ¿Quién puede ser a esta hora? ¿Estás esperando a alguien?

Jasper se levantó y caminó hacia la puerta para abrirla. Bella sintió un


retumbar rítmico de tambores por toda la estancia, pero en seguida se
dio cuenta que era su corazón el que martillaba contra su pecho
violentamente. Había llegado la hora.

El chico rubio colocó la cadena de seguridad antes de abrir, giró la


perilla y abrió la puerta hasta donde ésta se lo permitió; volvió a cerrar
la puerta y giró para mirar a Bella con el ceño completamente fruncido.

— ¿Isabella? —interrogó. Se giró, retiró el sistema de seguridad y abrió


la puerta de par en par.

La alta y bien formada figura de Edward Cullen, se alzaba desde el


otro lado de la entrada. Estaba vestido con un pantalón negro, una
camisa, correa y zapatos del mismo color, sin corbata ni saco, las
mangas las tenía recogidas hasta los codos y los dos primeros botones
abiertos, permitiendo que se atisbara el suave bello que le cubría
levemente el pecho; su cabello estaba húmedo y desordenado como
siempre. Se veía demasiado sexy, tuvo que admitir Bella, pero su
conciencia enseguida la recriminó por ese pensamiento, así que lo
desechó.

—Jasper. —Edward fue el primero en hablar—. He venido a hablar


contigo algo de suma importancia, tanto para ti, como para mí.

El tono del hombre fue calmado, sereno y suave, pero tan firme que no
admitía ninguna negativa.
Jasper no contestó. Giró sobre sus talones y se encaminó a un sillón que
se encontraba frente al sofá y tomó asiento.

—Atiende a tu invitado, Isabella —ordenó Jasper con tono mordaz,


mirándola fijamente a los ojos—. Pídele que entre y tome asiento,
quiero escuchar lo que tiene que decirme.

Bella se apresuró a obedecer y tomó a Edward de la mano, para halarlo


hacia adentro, pero él la tomó por la cintura y la atrajo a su cuerpo para
susurrarle rápidamente al oído:

—Yo lo manejaré amor, tranquilízate.

Bella tampoco le contestó, y lo volvió a halar para llevarlo hasta el sofá.


Esta vez sí accedió. Cuando ya estaban sentados los dos juntos,
Edward tomó la mano de Bella y la retuvo a pesar de los sutiles
forcejeos de ella.

—Los escucho —anunció Jasper totalmente serio, pero su mirada


estaba fija en el rostro compungido de la chica.

—Sabes que amo a Isabella —lanzó Edward sin ningún preámbulo.

— ¡Edward! —exclamó Bella al tiempo que Jasper desviaba su mirada


rápidamente hacia el hombre.

—Lo sabes porque yo mismo te lo confesé —dijo Edward ignorando el


reclamo de la chica.

— ¿Pero en qué momento hablaron ustedes? —preguntó Bella pasando


la mirada de un hombre a otro.

—Lo tuyo no es amor, Edward, es obsesión. —refutó Jasper ignorando


a su amiga.

— ¿Y qué es el amor sino una especie de obsesión? —interrogó Edward


de vuelta—. Tú también estás obsesionado con ella bajo tu forma de
amarla, Jasper. Arriesgaste todo por lo que has luchado toda tu vida:
La beca, el mejor empleo que un estudiante de primer año pueda tener,
toda una vida de éxitos, todo por protegerla a ella, por querer apartarla
de mí. —Edward se inclinó hacia adelante, penetrando con su mirada
los ojos del chico, como tratando de descubrir sus pensamientos—.
Incluso me atrevo a decir que en este momento, tu mente maquina la
forma de enviarla a algún lugar lejano, donde yo jamás, a tu parecer,
pueda encontrarla. ¿Me equivoco acaso, Jasper?

El rubio apretó la mandíbula fuertemente y sus ojos reflejaron el deseo


ardiente de deshacerse del hombre frente a él.

— ¡No es lo mismo! —refutó Jasper, con voz tensa—. Mi deseo es


protegerla, no pervertirla.

—Y el mío es hacerla mi esposa, cuanto antes.

El silencio reinó en la habitación. Jasper se enderezó rápidamente en su


silla, y su cabeza giró como impulsada por un resorte, para mirar a
Bella buscando alguna contradicción en su expresión. No la encontró.

La chica se limitó a bajar la mirada, y zafándose del agarre del hombre


a su lado, empezó a retorcerse las manos frenéticamente.

— ¿Estás embarazada? —preguntó Jasper entre dientes, al tiempo que


sus manos empezaban a masajear rápidamente, de arriba abajo, sus
muslos.

Bella levantó la cabeza rápidamente, y vio los movimientos acelerados


de su amigo. Su corazón empezó a latir más fuertemente, el ritmo era
ensordecedor, y sintió cómo su boca se resecó a causa del miedo. Jasper
estaba a punto de estallar.

Pocas veces había visto ese frenético frotar de sus piernas en Jasper, y
sabía muy bien lo que significaba. Cuando él lo hacía, era porque
estaba conteniéndose para no desatar el caos. Quizás en ese momento
deseaba abofetearla y la única manera de evitar hacerle daño era
precisamente esa. Era su forma de mantener sus manos ocupadas, para
no descargarlas sobre alguien más. Sobre ella o Edward.

La boca de Bella se abrió intentando articular palabra, pero solo logró


pronunciar el nombre del que siempre consideraría su hermano.

— ¡Contesta! —gritó Jasper al ver la incapacidad de Bella para


responder.

—No le levantes la voz —gruñó Edward apretando los dientes y


mirando al rubio de forma amenazante.

—Edward, por favor no te metas —rogó Bella de forma desesperada.

Sin previo aviso, Jasper se puso de pie, se acercó a la chica y la tomó


por el brazo, levantándola con el impulso. Edward reaccionó
rápidamente, sujetando la camisa de Jasper por la parte delantera.

— ¡Suéltala!

Jasper con la mano que tenía libre, empujó a Edward por el pecho y
gruñó en respuesta; pero antes de que Edward pudiera responderle,
Bella reaccionó.

— ¡Ya basta! —gritó ubicándose en medio de los dos. No deseaba que


la escena de la recepción de Vicepresidencia se repitiera en la sala de su
apartamento, ni en ningún otro lugar.

Colocando las manos en el pecho de Jasper, lo miró a los ojos para que
él pudiera ver en los suyos la verdad de sus palabras.

—No estoy embarazada, mi vida. Te lo juro.

Edward pasó un brazo por la cintura de Bella, y la atrajo a su cuerpo


de forma posesiva, apoyando así la espalda de ella en el pecho de él.
Claramente celoso del término que ella usó para dirigirse al chico.
— ¡No la toques! Ella no te pertenece —dijo Jasper sin soltar el brazo
de la chica.

— ¡Ella es mía! —refutó Edward acaloradamente.

Bella pudo sentir el estremecimiento, que recorrió el cuerpo del


hombre sobre el que estaba apoyada. Contradecir a Edward con
respecto a la posesión o no de ella, era como gritarle a un Jesuita que
Cristo jamás bajó a la tierra. Una total blasfemia.

Previendo lo peor, y sabiendo que en sus manos estaba evitarlo, estiró


su mano libre hacia atrás, y encontrando la de Edward, la apretó
fuertemente.

Edward bajó la vista hacia ella y Bella, mirándolo para advertirle


silenciosamente que se controlara, pudo observar la agonía que en sus
ojos se mostraba, al estar consciente de que su última afirmación, aún
no era del todo cierta.

Era la primera vez que ella lo veía de esa manera. Toda su locura y
obsesión, provocadas por una verdad que ni su propia alma
perturbada podría refutar vehementemente.

Todo a su alrededor desapareció: La sala, los muebles, su amigo. Todo


se había convertido en nada, para hacer del hombre que la miraba
agónico, su completo universo. En su pecho, afloró el deseo de
protegerlo, de acariciar su rostro y reconfortarlo. Quería demostrarle
que ella podía hacerle olvidar todos sus sufrimientos, y que estaba
dispuesta a todo por conseguirlo.

Su mente estaba desconectada por completo, e incluso su corazón


había dejado de cumplir su función; era su alma la que le mostraba
sentimientos, que nunca había experimentado por nadie; y que en ese
momento parecían naturales en su percepción.
Él era el hombre, el componente poseedor de la fuerza, en ese íntimo
dúo; pero ella deseaba convertirse en la guardiana y protectora de su
alma, para así, no tener que ver nunca más en él, el sufrimiento que
carcomía su propio ser.

En ese instante, decidió apartar ese tormento de él. No por evitar que
los dos hombres se fueran a los golpes, si no porque sintió como su
corazón se contraía debido a la pesadumbre de su igual. No era ella la
que en ese momento, necesitaba consolarlo; era su alma.

—Siempre… —susurró involuntariamente mirando esas verdes


piscinas de agonía.

El cuerpo de él se relajó instantáneamente, y su respiración empezó a


normalizarse rápidamente. Una pequeña sonrisa se posó en sus labios,
y sus ojos mostraron toda la gratitud hacia ella, por pronunciar las
palabras que tanto necesitaba escuchar; así no fueran ciertas. Su alma
estaba complacida.

La pareja estaba tan concentrada en el momento, que no se percataron


de que Jasper se había apartado de ellos y los miraba desde una
distancia prudente. Pero su retirada no se debió al miedo a ser
agredido físicamente; si tuviera que enfrentarse él solo a toda una
pandilla, para defender a su hermanita, lo haría sin siquiera medir las
consecuencias; su retirada se debió a lo que vio en ella, a su
transformación.

Jasper pudo ver cómo sus miradas se conectaron, cómo los ojos de ella
brillaron de forma inexplicable y su rostro, demostraba un sufrimiento
tan agónico, como el de Edward. Los padecimientos de él, eran los de
ella, cualquier daño causado en contra de ese hombre, su niña los
sufriría doblemente; y eso era algo con lo que jamás podría convivir.
Ella debía ser feliz, ese era su destino, y él mismo se encargaría de que
así fuera, aunque tuviera que ir en contra de sus propios deseos, como
eran los de apartarla de un hombre que no consideraba correcto como
cuñado.

Pero no fue solamente la expresión de la chica lo que lo impresionó.


Bella había pronunciado una palabra que haría callar a cualquiera, así
no entendiera su significado. Por la forma en la que fue articulada, era
una palabra que tenía un alto valor para ella, como si de una expresión
sagrada se tratase. Algo que podía salvarla o hacerla yacer en el
infierno de la desolación para siempre. Y por la forma en la que
Edward le respondió, no cabía duda de que para él, también
representaba una gran importancia.

A pesar de todo, Jasper no pensaba desaprovechar la oportunidad de


hacer cambiar de parecer a Bella y alejarla de ese hombre que no le
agradaba en lo absoluto.

—Isabella, necesito hablar contigo —dijo Jasper seriamente. Miró a


Edward y continuó—: A solas.

La voz de su amigo la sacó de la ensoñación en la que estaba sumida.


Parpadeó rápidamente para aclarar su vista que se encontraba
nublada. Al notar su cercanía con Edward, frunció el ceño y se retiró
bruscamente. No era muy consciente de lo sucedido, solo que sin
poder explicar el porqué, le había confirmado a Edward que siempre
sería suya, y eso la disgustó consigo misma.

—No me iré de aquí hasta que aceptes nuestro compromiso, y pronto


matrimonio —anunció Edward vehementemente.

Jasper frunció el ceño, y tuvo que apretar fuertemente los dientes y los
puños a cada lado de su cuerpo, para no hacer algo que dañara a Bella.
Le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera, y se dirigió a su
habitación, la primera del pasillo.
Luego de que la chica lo siguió, entró al cuarto, cerró la puerta y se
recostó sobre ella. Bella se sentó tímidamente en la cama, y prefirió
guardar silencio, dejándole a él, el uso de la palabra.

— ¿Cuándo? —preguntó el chico mirándola.

—No hemos fijado una fecha —respondió Bella en voz baja—, pero
dudo que pase de un mes.

Jasper dejó caer la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y suspiró.

—Cuando él me dio a entender que se casaría contigo, creí que hablaba


de una suposición, de un algo que sucedería en un año o dos; por eso
imaginé que tenía tiempo suficiente para alejarte de él, para enviarte de
regreso a Estados Unidos, o al menos hacer que tu atención se centrara
en Emmett, en Jacob, en cualquier otro que no fuera él.

— ¿En qué momento hablaste con Edward sobre el matrimonio? —


preguntó Bella en un tono más alto—. ¿Por qué nunca me platicaste de
esa conversación?

—Porque tú te negabas a aceptar la relación que tenías con él —explicó


Jasper mirándola extrañado—. Fue el día que él y yo nos peleamos. Le
dije que tú eras una mujer para respetar, para valorar, y Edward me
respondió que yo mismo te entregaría en el altar.

— ¡¿Qué?! —exclamó Bella levantándose de la cama, y colocando una


mano en la frente.

— ¿Cuál es el problema, Bella? Te vas a casar con él. Lo amas. No veo


qué diferencia haría que lo supieras antes o ahora.

Bella no contestó. Pero la respuesta fue gritada por su


conciencia: Habría hecho toda la diferencia.

Si ella hubiese sabido, en ese tiempo, que Edward tenía la intención de


casarse con ella, probablemente no se encontraría en esa situación.
Habría podido crear una estrategia para escapar, algo que le permitiera
evitar el chantaje.

Él no lo habría permitido. Se dijo a sí misma luego de razonar. Edward la


tenía en sus manos desde mucho antes de pisar su oficina.
Precisamente por él era que había pisado esa oficina.

Ya no tenía sentido recriminarse, ni a ella ni a nadie. No había marcha


atrás, y él nunca le hubiera dado tregua a nada. La seguiría hasta el fin
del mundo.

—Isabella Marie Swan… ahora me perteneces.

Recordó las primeras palabras que Edward le dijo, y con eso le bastó
para entender que nunca tuvo escapatoria.

— ¿Qué pasa Bella? ¿No esperabas su propuesta? ¿O es que te está


amenazando con algo? —preguntó Jasper caminando hacia ella.

— ¡Que no! —exclamó Bella girando para quedar frente a él.

Jasper la tomó de los brazos y la acercó a él, para verla directamente a


los ojos.

—Júrame Bella, que te casas con él porque lo amas y no porque te tiene


solamente deslumbrada o peor aún, chantajeada —rogó Jasper
desesperadamente—. Tú quieres estudiar, ser la próxima Newton o
Laplace. ¿Es que acaso te olvidaste de tus sueños? Esas noches en las
que en el porche de tu casa, nos sentábamos a imaginar cómo serían
nuestras vidas luego de ser profesionales, y de cómo usarías a tus
estudiantes para vengarte indirectamente de los profesores que no te
agradaban.

Bella lo miró y ahogó un sollozo que quería escapar de su garganta.


Sus sueños, claro que había pensado en ellos. Todos esos deseos ahora
estaban tirados por la borda, sacrificados por el mismo motivo que
toda su vida: El amor que sentía por su familia.

Tuvo que tragar fuertemente y convencerse que mentir, era la única


forma de mantenerlo a él y a todos a salvo del demonio que en ese
momento, se encontraba en su sala.

—Quiero casarme con Edward, no por chantaje ni deseo de riquezas,


me conoces muy bien, y sabes que eso no me interesa. Me casaré por
amor, esa es la única razón.

Por amor a ustedes.

Jasper inspeccionó sus ojos, buscando algún tipo de vacilación o


mentira. Pero no encontró nada, solo la determinación de un hecho
real, expresado en las palabras que acababa de decir. La pegó
totalmente a su cuerpo, y la rodeó con los brazos firmemente. Apoyó
su mejilla en la cabeza de ella.

—Solo tienes un mes de conocerlo. ¿Cómo es posible que ya hables de


amor? —preguntó Jasper intentando hallar la forma de hacerla
desistir—. Si te quieres casar con él está bien, pero al menos espera un
poco más, unos meses. Quizás descubras que no es amor lo que sientes
por él, sino cariño, un simple enamoramiento.

Bella negó con la cabeza contra su pecho.

—No hay forma de que el matrimonio se aplace. —Levantó la cabeza y


lo miró a los ojos—. Soy consciente de lo que siento por él, estoy segura
de ello. Es mi decisión, quiero que lo entiendas, por favor.

Jasper observó los ojos color chocolate de la chica por un momento y


contrajo los labios en una mueca de derrota.
—Si él te hace daño, si te causa el más mínimo dolor, solo me bastará
una palabra tuya para dejar todo y largarnos de este maldito país, al
que me arrepiento una y mil veces, haberte traído.

Bella acomodó su rostro en el fuerte pecho de su hermano, que muchas


veces la había reconfortado y consolado.

—Eso nunca sucederá, estoy segura —contestó.

Pero Bella no se refería a los posibles maltratos, porque aunque


Edward se lo había asegurado muchas veces, no estaba segura de si él
sería capaz de agredirla físicamente en un ataque de rabia. Ella se
refería a informarle a Jasper, si en algún momento llegaba a suceder.
No importaba lo que Edward hiciera con ella, él nunca lo sabría.

Cuando regresaron a la sala, Edward se encontraba sentado en el sofá.


Al ellos entrar, se puso de pie, y extendió la mano hacia la chica para
que se acercara. Bella sabiendo que debía aparentar cuando tuvieran
público, tomó la mano de Edward, y dejó que éste le rodeara la cintura
con un brazo.

—Jasper —dijo Edward—, quiero que te quede claro, que no te estoy


pidiendo permiso para casarme con Isabella; te informo para
demostrarte, que mis intenciones con ella, son serias y honorables; y
que tú, como el representante de su padre ya fallecido, tienes derecho a
saberlo en la forma de lo que en otros tiempos sería una petición de
mano.

Edward se quedó callado, mirando al rubio a los ojos, esperando


alguna respuesta de él.

—Si esto es una pedida de mano, entonces debo decirte que no tienen
mi bendición, pero aunque ahora mismo desearía estar dos siglos en el
pasado, y así tener poder sobre las acciones de ella, ese no es el caso, y
debo resignarme a aceptar la decisión de Bella de casarse contigo.
Edward asintió, e intentó hablar, pero Jasper lo interrumpió:

—Pero, si me llego a enterar que le has hecho derramar una sola


lágrima que no sea de felicidad, te juro Edward Cullen, que así me
lleve la vida, no descansaré hasta hacerte pagar el doble, cada uno de
sus sufrimientos, por más ínfimo que pueda parecer.

Edward lo miró fijamente.

—Antes de atreverme a agredirla de cualquier manera, me arrancaría


la piel y luego me expondría al sol ardiente para sufrir mil veces su
dolor.

—Cuenta con mi ayuda —dijo Jasper mirándolo directamente a los


ojos.

Bella no pudiendo soportar por más tiempo esa situación tan tensa, se
disculpó con Jasper rápidamente y arrastró a Edward fuera del
apartamento. Cuando ya estaban en el pasillo, cerró la puerta detrás de
ella y se recostó contra la pared.

— ¡Dios! Pensé que moriría ahí dentro —dijo con los ojos cerrados.

Edward caminó hacia la chica sin que lo notara, acercó su rostro al de


ella y colocó las manos sobre la pared.

—Relájate mi amor, ya pasó lo peor —susurró contra sus labios.

Bella al sentir la respiración de Edward tan cerca, abrió los ojos


rápidamente, pero no lo suficiente como para evitar, que éste la besara.

El beso fue suave, no para estimularla, sino para reconfortarla; de esa


forma le indicaba que estaba ahí para apoyarla en todo, para ser su
soporte y compañía. Siempre sería así.

Antes de que Bella intentara apartarlo, la puerta del apartamento se


abrió y Jasper apareció, frunciendo el ceño al verlos en esa situación.
Bella se sonrojó profundamente, mientras que Edward sonreía con
satisfacción. Aunque tenía bien claro que Jasper no sentía nada
romántico por la chica, su mente enfermiza se complacía con
demostrar su posesión sobre la mujer.

—Necesito saber qué sucederá ahora —dijo Jasper seriamente—. No


quiero más sorpresas.

Edward miró a Bella y le sonrió.

—Ve a tu cuarto, preciosa; necesito hablar con Jasper ciertos asuntos.

—Claro que no —respondió Bella negando con la cabeza—. No los voy


a dejar solos.

—Somos personas civilizadas —refutó Jasper—. Solo vamos a hablar.

— ¿Y esperan que les crea? No pienso dejarlos…

—Nena —interrumpió Edward—, haznos caso, ve a tu cuarto y


espéranos ahí. Te prometo que no me iré sin despedirme.

Bella deseó decirle que podía largarse cuando le diera la gana y no


regresar nunca más, pero se contuvo por la presencia de Jasper. Asintió
y se acercó un poco a Edward para susurrarle:

—Que te quede claro que no me voy a ir de este apartamento, hasta el


día de la boda. No tienes opción con eso —advirtió Bella entre dientes.

Edward suspiró cansadamente y asintió.

—Lo que desees —dijo antes de darle un rápido beso en los labios.

La chica se encaminó a su habitación, cerró la puerta y empezó a


caminar de un lado para otro. No podía espiar porque el pasillo no le
permitía pasar desapercibida; y la curiosidad, y el miedo a la
imprudencia de Edward, no la dejaban esperar tranquilamente.
Intentó ocuparse en algo, para distraerse. Leer no funcionó, escuchar
música tampoco, solo podía retorcerse las manos nerviosamente.

Se recostó en la cama y analizó lo sucedido hacía unos momentos.


Jasper no se lo había tomado bien, incluso si ella no hubiese
intervenido, habrían terminado a los golpes; pero aun así, sintió que
pudo ser peor, y agradeció a Dios por la comprensión o al menos la
resignación de Jasper. Solo le quedaba orar por no escuchar gritos ni
sonidos de golpes del otro lado de la puerta.

Había pasado una media hora, cuando sintió pisadas acercándose a su


puerta, y vio cómo esta se abría para dar paso a Edward, sin Jasper. Se
levantó de la cama y corrió hacia el hombre.

— ¿Qué le hiciste? —preguntó asomando la cabeza por el marco de la


puerta.

—Cálmate, nena —dijo Edward—. Está en la sala esperando a que me


despida.

La tomó por la cintura y pegó a su cuerpo, para intentar besarla. Bella


giró el rostro y lo empujó un poco.

—Ya te puedes largar entonces —dijo secamente.

Edward ignoró sus crudas palabras, la abrazó fuertemente y la besó,


esta vez, de forma apasionada. Bella intentó separarse, pero él la tenía
firmemente sujeta. Levantándola del suelo, cerró la puerta del cuarto
con el pie, y la llevó hasta la cama, donde se recostó junto con ella.

Bella seguía forcejeando, pero sabía que no podía ser ruidosa porque
Jasper podía oírlos y darse cuenta de la verdad. Logrando separar por
fin sus labios de los de él, le rogó que la soltara.

—Edward, Jasper está afuera, por favor, déjame en paz.


El hombre lanzó un gruñido de frustración, y se separó de ella un
poco, quedando los dos acostados de lado, frente a frente.

—No veo la hora de tenerte por fin, de que estemos solos sin que nadie
nos esté esperando ni con deseos de interrumpirnos.

—Podríamos estar en medio del desierto —dijo Bella en respuesta—,


con nadie a miles de kilómetros, y aun así, no podrías besarme ni
tocarme sin que yo me resistiera. No es la gente Edward, soy yo la que
no desea que esto suceda.

Edward la miró por unos segundos y suspiró, se incorporó en la cama


y luego de acariciar levemente su mejilla, se puso de pie.

—Me voy —anunció—. No soporto seguir escuchándote hablar de esa


manera. Duele aquí, Isabella —dijo señalando el lugar donde se
encontraba su corazón.

—Tienes la solución a ese dolor en tus manos —respondió Bella


duramente—. No escucharlas más.

—Prefiero morir lentamente con el filo de cada una de ellas, que


perecer al instante por su ausencia.

Sin esperar respuesta, dio media vuelta y salió de la habitación sin


pronunciar palabra. A los pocos segundos, entró Jasper y anunció que
Edward se había marchado.

Bella lo miró con ojos de interrogación y miedo. No le importaba lo que


Edward pudiera sentir, su prioridad era su amigo. Éste al observarla,
entendió su preocupación, y deseó aliviarla al instante.

—Te quiero, Bella, no importa lo que suceda, siempre lo haré.

Bella sonrió aliviada y Jasper caminó hacia ella, se sentó en la cama y la


abrazó.
—Tengo un mes para hacerte cambiar de opinión —dijo serenamente.

Bella rio, más por la ocurrencia que por lo que implicaba.

— ¿De qué hablaron? —preguntó sin separarse de él.

—Me comentó de los guardaespaldas, de una casa de campo a la que


se irían a vivir a las afueras de Londres, de su deseo de traer a mi
padre, Renée y a Ángela para informarles de la boda personalmente. —
Jasper se encogió de hombros—. Cosas así.

No quería darle detalles sobre las advertencias que le lanzó a Edward,


ni las respuestas de éste, que aunque no fueron agresivas, sí
demostraban que no había ninguna posibilidad, de que desistiera del
matrimonio.

— ¿Cómo te fue en el viaje? —preguntó Bella luego de unos segundos.

Sabía que Jasper no le estaba diciendo todo sobre la conversación, pero


intuía que eran cosas de hombres, que no podían evitar decirse en una
situación como esa. En el momento solo quería olvidar todo y disfrutar
de los pocos momentos que le quedaban con su hermano, antes de que
se distanciaran por obvias razones. Al menos agradecía que la
distancia sería menos, que si Jasper se quedara en Inglaterra, y ella
volviera a Estados Unidos.

—Déjame bañarme y cambiarme, y regreso a contarte todo —dijo


Jasper poniéndose de pie y dirigiéndose a la puerta de la habitación de
Bella.

Bella decidió hacer lo mismo, para relajarse y quitarse la tensión que


sentía en sus músculos. Luego se vistió con una vieja pijama amarilla,
que consistía en un short y una blusa de tirantes con algunos pequeños
agujeros y unas ovejas con caras graciosas en la zona del abdomen.
Jasper se unió a ella a los pocos minutos, usando una pantaloneta gris
y una camiseta blanca bastante fresca.

Se recostaron en la cama, y Jasper la abrazó, dejando que ella apoyara


la cabeza en su pecho. Estuvieron hablando por un largo rato. Jasper le
contó lo que había conocido de la ciudad, los monumentos expuestos,
las personas que conoció, incluso lo que se conversó en las reuniones,
por petición de Bella que deseaba saber hasta el más mínimo detalle.

—Alice me llamó un par de veces —contó torciendo la boca—. La


primera vez contesté porque no sabía su número, la segunda no pasó
igual.

Bella se burló de la situación y Jasper cambió de tema rápidamente,


volviendo al asunto de las reuniones. Le contó que le había comprado
unos dulces que sabía le gustarían, y que había acomodado en la
despensa mientras se terminaba de cambiar y otros regalitos sin
importancia, los cuales prometió entregárselos al día siguiente.

Cuando sintió que Bella se estaba quedando dormida, intentó retirarse


sin molestarla, pero no lo consiguió; la chica se despertó y lo abrazó
fuertemente por la cintura.

—Quédate conmigo —rogó—. No quiero dormir sola.

Jasper le sonrió, asintió y se acomodó de nuevo; pero antes de que ella


se durmiera, quiso salir de una duda.

—Bella… —llamó, y continuó luego de que ella le contestara—.


Cuando Edward dijo que tú eras suya, en la sala… ustedes se miraron
y luego de unos segundos, dijiste algo que no logré comprender.

Bella se tensionó al momento, pero Jasper la tranquilizó, explicándole


que solo deseaba saber qué significaba, por curiosidad.
—Le dije siempre, dándole a entender que siempre lo sería —explicó
Bella, aún sin entender por qué había pronunciado esa palabra, que no
representaba sus sentimientos ni su pensar.

—No me refiero a esa palabra, que entendí perfectamente —contestó


Jasper—. Hablo de la que dijiste luego de esa. Fue algo que no logré
comprender, como si estuviera dicha en otro idioma, pero aun así no
parecía una expresión suelta, sino una forma de referirte a él, como si
ese fuera su nombre.

Bella intentó recordar qué palabra había pronunciado después


del siempre, pero solo recordaba haberla dicho y quedarse callada. De
todas formas no podía estar segura, pues fue un momento en el que se
sintió abrumada y confundida; completamente aturdida por algo que
tampoco era capaz de explicar.

—No lo recuerdo —dijo negando con la cabeza—. ¿Qué palabra fue?

—Kopján.
CAPÍTULO 15


Una expresión que no comprendo,
con ella te nombro sin saber por qué.
Pero no tiene ahora importancia,
cuando ellos están más cercas de tu locura.
Desearía que no nos separen nunca más,
pero sé, que lejos de ti deben estar.

Kopján… Kopján… Kopján…

S e repetía una y otra vez en su mente. Bella no había logrado


conocer el significado de dicha palabra, y tampoco estaba segura de si
era un nombre o un adjetivo. Le había preguntado a Jasper varias veces
si estaba seguro de lo que escuchó, y cómo creía él que se podía
deletrear, pero la respuesta del joven era la misma: —Si tú no lo sabes,
que fuiste la que lo dijo, mucho menos yo —decía.

Al principio parecía algo molesto, como si no creyera la ignorancia de


la chica sobre el significado de esa expresión, pero luego de cierta
insistencia, y de ver la duda plasmada en su rostro, se convenció de
que ella no se lo estaba ocultando. Bella le había pedido que confiara
en ella, que ya todo estaba dicho, y si en algún momento le ocultó lo de
su relación con Edward, fue por la enemistad entre los dos, y nada
más; a lo que él le contestaba que no se preocupara, que todo iba bien;
sin embargo, ella sabía que no era cierto.

Si antes Jasper la miraba como sabiendo que algo le ocultaba, ahora


parecía analizar cada uno de sus movimientos, esperando el momento
justo, alguna señal o quiebre de su parte que le indicara que él tenía
razón, en cuanto a la amenaza o chantaje. Jasper siempre había sido
muy persuasivo, parecía poder sentir las emociones de los demás a
simple vista, por lo que Bella sabía que sería un gran empresario, al
poder evaluar a sus clientes o socios en una mesa de trabajo; pero la
parte negativa radicaba, en que con ella era un experto.

La confirmación a las sospechas de la chica llegaron, tan solo unos días


después de la pedida de mano de Edward. Jasper y Bella se encontraban
desayunando; aunque ella ya no tenía ninguna razón para levantarse
temprano, cosa que odiaba en realidad, prefería hacerlo para atender a
su amigo y acompañarlo a tomar la única comida que consumía en
casa; el rubio la miraba insistentemente, mientras ella se encontraba
ajena al escudriño al que era sometida, concentrada completamente en
su comida, cuando la voz de él llamó su atención, aunque no tanto
como el contenido de su discurso.

—Le comenté a Jacob lo de tu matrimonio, algo que ya es más que


público. Le dije que no lo aprobaba y que deseaba sacarte del país,
pero que no podía hacerlo debido a los guardaespaldas que te
asignó él, entonces me dio la solución: ve a tu cuarto enseguida y
empaca solo la ropa con la que viniste, una maleta y tu morral como
máximo, mientras yo agrego un fuerte sedante que tomaba el padre
Billy, en el jugo de naranja y se los ofrezco a ellos; cuando estén
dormidos, salimos directamente para el aeropuerto, y tomamos el
primer avión que salga para España, tienes ya tu pasaporte registrado
así que no tendrás problemas; una vez que lleguemos, nos
transportaremos a Málaga adonde un primo de mi padre, que sé nos
recibirá; estaremos con ellos un mes o el tiempo que sea necesario,
hasta que él se calme y decida no buscarte más, y luego de eso,
regresaremos a Estados Unidos, te inscribirás en la universidad que
desees y yo haré lo mismo para poder estudiar y…

Bella lo miraba asombrada por todo lo que su amigo decía. ¿En qué
momento ideó todo esto? Se preguntó mientras lo escuchaba hablar como
el gran estratega que ella sabía que era. Sería el plan perfecto, si él no
tuviera que tirar por la borda todo su futuro, que ella estaba segura,
podía conseguir trabajando con Emmett en CullenWorld; pero lo que
hacía de esa idea algo totalmente descabellado y un camino seguro al
fracaso, era que no estaban hablando de cualquier hombre, sino de
Edward Cullen, quien sería capaz de levantar la corteza terrestre, si
fuera posible, con tal de hallarla, y cuando lo hiciera, solo Dios sabía
cómo iba a reaccionar, y cuáles serían las consecuencias de su furia.
Definitivamente, tenía que hacer que su amigo olvidara ese absurdo.

—Jasper… ¡Jasper! —Levantó la voz cuando se dio cuenta que él


seguía con su monólogo—. Quiero que entiendas de una vez, no voy a
ir a ningún lado, me casaré con Edward, porque quiero hacerlo, ni tú ni
nadie lo impedirá, solamente que él decida que no me ama, y dudo
mucho que eso vaya a suceder.

—Pero Bella…

— ¡No! Bella nada —suspiró y extendió la mano por la mesa para


tomar la de él—. Éste es un paso muy importante en mi vida, y quiero
que tú estés ahí para mí, por mí. No necesito tus dudas, necesito tus
certezas; que me apoyes y me digas que estoy haciendo bien, porque
así lo siento. No quiero que llegue ese día y no estés ahí para
entregarme, para reafirmar lo que me dijiste hace unos días, que me
querrás, haga lo que haga, estés de acuerdo o no. Por favor, te necesito
ahora más que nunca, pero no tus reproches ni inconformidades, sino
tu seguridad y sonrisa, para poder sentir que no estoy cometiendo una
locura.

Jasper había suspirado y levantándose de su silla, se acercó a ella y la


abrazó.

—Prométeme que si…

—Sí, sí ya sé —lo interrumpió ella moviendo la cabeza de un lado a


otro—. Si Edward me hace algo, yo te digo y tú lo matas.
—Exactamente —confirmó seriamente. Estaba claro que no bromeaba.

Luego de unos momentos, Bella lo había despedido, y haciendo acopio


de sus enseñanzas de niña, se había ido a su habitación, a orar a Dios,
para que a su hermano se le quitaran esas ideas de la cabeza, y de esa
forma, hacerle a ella ese proceso mucho más fácil.

—Nena… preciosa, ¿estás bien?

La voz de Edward la sacó de sus cavilaciones.

—Solo pensaba en algo —contestó Bella escuetamente.

—No tienes nada de qué preocuparte, mi amor. Mi familia lo tomó


muy bien —le recordó—. Y estoy seguro que con tu madre no habrá
ningún problema. Soy encantador por naturaleza.

Bella rodó los ojos, y prefirió no contestarle, no deseaba iniciar una


discusión antes de una situación tan tensa para ella, como la que se
avecinaba. En ese momento se encontraban rumbo al aeropuerto, para
recibir a la familia de Bella, que llegaba en un vuelo especial de Lizzy
Airlines, programado solo para ellos. Phil, Renée y Ángela llegarían en
pocos minutos; Naomi se había quedado al cuidado de una de las
niñas a las que Renée daba clases por las tardes, pues Bella prefería que
Edward no supiera de ella todavía, no tenía una explicación lógica
para sí misma, pero no deseaba que un ser tan indefenso estuviera en
manos de ese loco.

Su familia se enteró de la inesperada noticia al día siguiente que Jasper.


La cena con la familia de Edward era en la noche, y Bella ya no podía
aguantar más la espera; lo de Jasper había sido difícil, lo de los demás
no quería imaginárselo.

Luego de conversarlo con él, quien estuvo de acuerdo en que lo hiciera


ese mismo día, y lo peleara con Edward, quien estaba empecinado en
estar presente en la videollamada; Bella les contó sobre su próxima
boda sentada en la cama de Jasper, con él a su lado, para tratar de
explicarle a Renée, cómo era que ella le había entregado a su hija por
una semana, y ahora le anunciaban que pertenecería a alguien más por
toda la vida.

—No entendí, ¿tú lo hiciste? —preguntó desde el otro lado de la


pantalla, una Renée muy desconcertada, a un Phil en la misma
condición. Mientras Ángela daba gritos desde detrás de ellos.

—Podrías ser más sutil la próxima vez —la reprendió Jasper.

Bella no había tenido ningún tacto al momento de darles la noticia.


Solo los había saludado, les dijo que tenía algo importante que decirles,
y luego de un suspiro, anunció sin ningún preámbulo: —Me voy a casar
con Edward Cullen, mi jefe. —Y no era de extrañar la reacción de su
madre.

—Renée —habló Jasper decidiendo tomar las riendas de la


conversación—, Edward Cullen es el presidente de la compañía en la
que nosotros trabajamos, CullenWorld.

—Eso lo sabemos —contestó Phil—, lo que no logramos comprender, es,


cómo es eso que la princesa se va a casar con él.

Bella sonrió al escuchar de nuevo el apodo que Phil le tenía.

—Phil yo…

— ¿Acaso estás embarazada? —la interrumpió el hombre, pues Renée no


había vuelto a pronunciar palabra—. Jasper, dejamos que la niña se fuera
contigo, porque pensamos que cuidarías de ella, y mira con lo que nos sales
ahora.

— ¡¿Pero por qué todo el mundo cree que estoy embarazada?! —


exclamó Bella exasperada—. ¡Por Dios! Ya no estamos en el siglo XIX.
—Entonces me vas a salir con la historia de que te enamoraste de él, ¿es
eso?—prosiguió Phil, mientras Renée parecía pensativa y Ángela
seguía haciendo un baile extraño detrás de ellos, y cantando alguna
canción que nadie entendía—. ¡Ángela! —La chica hizo silencio al
instante, pero no dejó de bailar.

Bella no deseaba pronunciar esas palabras, pues lo que sentía por


Edward no era amor, sino un profundo desprecio. Pero como cuando
habló con Jasper el día anterior, tuvo que hacer creer que sí lo estaba.

—Sí, es eso, estoy enamorada, no pude hacer nada, no tuve opción,


estoy enamorada de él. —Prefirió no decir su nombre para que su
corazón no se estrujara por la mentira.

—No me vengas con estupideces, Isabella, nadie se enamora en… cuánto


tienen allá… un mes, ¡un mes!

—Te recuerdo que tú te enamoraste de mi mamá apenas la viste —


alegó Bella algo divertida.

Renée enseguida miró la pantalla del computador con los ojos muy
abiertos, y desvió la mirada claramente apenada; mientras que el rostro
de Phil tomó un color rojo tan intenso, que incluso les pareció a los
chicos, que su cabello rubio se le tornaba anaranjado.

—No me cambies el tema, señorita, que no estamos hablando de nosotros, sino


de ti. ¿Estás segura que es amor lo que sientes por él y no un capricho de
adolescente?

Bella suspiró y cerró los ojos por un momento. Le parecía estar


experimentando un déjà vu, Jasper era idéntico a su padre, y por eso no
le extrañaba que éste repitiera las mismas preguntas que su hijo. Sí, en
el chico a su lado, tenía a un hermano; en el hombre del otro lado de la
pantalla, tenía una especie de tío, con ínfulas de padre.
—No soy una adolescente, y sí, estoy segura. Me voy a casar con él,
porque eso es lo que quiero.

—Y tú, ¿no vas a decir nada? ¡Es tu hija! —reclamó Phil a Renée, pero no
la dejó responder—. Y tú, Jasper, ¡di algo! ¿Cómo permitiste que esto
sucediera? Al menos dime qué tal es el tipo, ¿crees que la ama? ¿La trata
bien? ¿Cuántos años tiene? ¡Habla de una maldita vez!

Jasper abrió la boca para defenderse, pero Bella sabía que en un estado
como ese, podía perfectamente darle la razón a su padre, y ya tenía
suficiente con uno, como para tener que soportar a otro. Por eso
disimuladamente le dio un golpe en la pierna a modo de advertencia,
donde los demás no podrían notarlo. El chico entendió el mensaje, y de
mala gana, accedió a responder solo lo necesario.

—Edward se ve que la ama, y al parecer ella también lo hace, se


ven felices juntos.

— ¿Cuántos años tiene, Jasper? —Volvió a preguntar exasperadamente.

—Treinta.

— ¡¿Qué?!

Enseguida comenzó un largo sermón por parte del hombre, alternando


gritos, gesticulaciones y más gritos, seguido por un arduo
interrogatorio por parte de Phil. Deseaba saber hasta el más mínimo
detalle de toda la relación, y para alivio de Bella, él estaba tan molesto,
que no caía en cuenta de que ella no le contestaba concretamente, sino
cosas en general. Jasper prefirió quedarse callado y limitarse a asentir
con la cabeza y a repetir una y otra vez: ¿Ves? Pero había alguien que
escuchaba sin pronunciar palabra, como analizando profundamente la
situación.

Renée pareció recobrar la voz, miró a Bella a través de la cámara y le


hizo una única pregunta:
— ¿Serás feliz con él?

A Bella se le estrujó el corazón. Mentirle directamente a su madre, era


algo que nunca había hecho, totalmente inconcebible. Pero verla al
rostro, imaginarla llorando de tristeza por su culpa, como lo había
hecho con la muerte de su padre; verla preocupada, esperando a
recibir alguna llamada desesperada de ella, o enterarse por Phil que no
duerme bien pensando en que algo malo le podía suceder; eso sí sería
insoportable. Y como desde que llegó a Londres, decidió que solo tenía
una salida.

—Sí, mamá, Edward me hará muy feliz. —Y rogó silenciosamente


porque así fuera.

Después de eso todo pasó como una comedia norteamericana con risas
gravadas. Phil protestaba y alegaba evidentemente molesto,
levantando los brazos y con el ceño fruncido; Jasper se cruzó de brazos
y solo le dijo a Bella que ya eran dos los inconformes; Ángela volvió a
gritar emocionada y empezó a preguntarle nuevamente todos los
detalles a su amiga, apartando bruscamente a Phil del frente de la
cámara; y Renée, luego de sonreírle a su hija, se dedicó a la tarea de
tratar de calmar al hombre.

Bella ignoraba a todos. A su lado, sentía la respiración, teatralmente


alta de Jasper, y del otro lado, tres voces, con emociones diferentes que
se entrecruzaban entre sí. Deseaba que algo o alguien la rescatara de
ese momento tan tenso, pero no que fuera exactamente el culpable de
todos sus problemas. La llamada entró, y luego de que Bella se
apartara, Edward le preguntó cómo había ido todo.

—Mi madre lo tomó… bien, creo. Phil está muy molesto y no está para
nada de acuerdo con…
—No me importa lo que él diga —protestó Edward desde el otro lado de
la línea—. Bastante tengo con aguantarme al hijo, como para que ahora el
padre también se crea tu dueño.

—Phil tiene todo el derecho de protestar y oponerse. Él pertenece a


mi familia y no te permito que hables de él de esa forma tan despectiva.

Después de una pequeña discusión, que ya se estaba volviendo


costumbre entre ellos, y de que él le reprochara que de haber estado
presente, las cosas serían diferentes, le dijo que acordara con ellos un
viaje para Londres, el día que desearan, pero que debía ser lo antes
posible, y que no admitía negativas.

Bella regresó y encontró a Phil gritando que viajaría para conocer


al tal Edward Cullen, porque no le iba a entregar a su princesa a
cualquiera, por mucho dinero que tuviera. Ella les comentó lo dicho
por su prometido, y luego de otra discusión, en la que Phil se negaba a
viajar con dinero de ese hombre, un grito de Renée los silenció a todos.
Viajarían bajo las condiciones de su futuro yerno, le gustara a quien le
gustara.

Ya había pasado una semana de ese hecho. Phil no pudo viajar antes,
porque debía dejar algunos asuntos listos en su negocio; totalmente
contrario a Ángela, quien solo tuvo que avisar en su casa que se iba a
Londres con la madre de Bella, con todos los gastos pagos, para que le
dieran el permiso, y al poco rato, ya tenía listas las maletas.

Llegaron al aeropuerto minutos después, Jasper prefirió esperarlos en


un apartamento que pertenecía a Edward, pero que solo Heidi o Alice
usaban cuando por cualquier motivo lo necesitaban; y ahora estaba
designado solo a ellos, para la semana que estarían en la ciudad. Phil
no podía demorar más tiempo, y Renée deseaba seguirlo.

Una vez llegaron al aeropuerto, les fue aprobada la entrada a una serie
de pistas de aterrizaje adyacentes, en donde desembarcaban los vuelos
privados. Bajaron del auto, y a Edward le informaron que el avión
acababa de aterrizar y estaba carreteando, para acercarse a esa zona.
No era un avión grande, pues Bella le había pedido que enviara el más
pequeño para no intimidar a su familia; pero lo que no consiguió fue
un acuerdo respecto al otro medio de transporte.

—Ya te dije que no es necesario —dijo Bella una vez que se


encontraban recostados en el auto de éste—. Con un
auto normal hubiese bastado.

—Nena, las limusinas son autos normales, solo que más largos —refutó
Edward divertido—. Y en un auto pequeño irían demasiado apretados.
Yo solo quiero brindarles comodidad.

—Tú como siempre tan considerado —alabó Bella sarcásticamente.

—No puedo evitarlo —contestó, acercó su rostro al de ella, y le susurró


al oído—: Soy el hombre perfecto.

Una larga y negra limusina. Esas eran las palabras que le llegaban a la
mente cada vez que pensaba en el medio de transporte que Edward
había designado para los tres visitantes, además del respectivo chofer,
y dos guardaespaldas, y que se encontraban parqueados junto al auto
de Edward; pero ellos solo serían para cuando estuvieran los tres
juntos, porque si por algún motivo se separaban para estar solos, ya él
lo tenía solucionado con autos individuales y el pertinente personal. El
maldito quiere comprar a mi familia, pensó luego de que él le comunicara
sus planes.

Bella giró el rostro para mirarlo, con el ceño fruncido.

— ¿En realidad crees que te mereces todo en la vida? —preguntó


molesta por el alto ego del hombre.

—No todo —respondió Edward mirándola fijamente a los ojos—. No


soy digno de tu presencia, y sé que nunca lo seré.
—Entonces, por qué no haces acopio de ese pensamiento y dejas que
me vaya con mi familia para no vernos nunca más, es lo más
razonable, ¿no crees?Mr. Perfección.

Edward frunció el ceño.

—Porque lo único que me falta para sentirme completo eres tú, y


aunque no te merezca, te tendré porque así lo deseo —declaró
seriamente, luego se giró hacia la pista, donde el avión acababa de
detenerse, y la puerta empezaba a abrirse—. Ahora pon tu mejor
sonrisa, trátame como si estuvieras loca por mí; recuerda que de todo
esto depende que mis amenazas se queden solo en palabras.

La chica no dijo nada, solo se preparó para representar el papel de


novia feliz, o al menos complacida.

Renée fue la primera en bajar, seguida de Phil.

— ¡Mamá! —gritó Bella y se lanzó a correr hacia sus brazos.

Solo tenía poco más de un mes de no verla, pero era el mayor tiempo
que había pasado sin ella; y aunque solo hubiese sido así, a ella le
parecía una eternidad. Deseaba ser fuerte, y lo estaba logrando, pero
cuando vio a su madre, deseó con todas sus fuerzas tener de nuevo 10
años de edad, y saber que los brazos que la rodeaban con fuerza,
podían protegerla de todo y de todos. Sin embargo, los papeles se
habían invertido y ahora era ella la encargada de proteger a su madre,
del hombre junto a ella.

—Bella… hija, te he extrañado tanto, pero… ¿por qué lloras? —


preguntó Renée también con lágrimas en los ojos.

—Es solo que estoy emocionada de verte —contestó Bella separándose


un poco de ella, y sonriéndole con el rostro empapado—. Yo también
te extrañé, no te imaginas cuánto.
—Princesa, ¿para mí no hay un abrazo?

Bella sonrió más ampliamente y abrazó a Phil fuertemente,


derramando algunas lágrimas más en el proceso. De él extrañaba su
forma de ser, siempre era tan risueño y cariñoso que hacía felices a los
que estuvieran a su lado.

—Todos los que quieras, Phil —dijo Bella sonriendo, aún abrazada a él.
Se separó un poco del cuerpo del hombre y miró a todos lados—.
¿Dónde está Ángela?

Unos gritos provenientes de la puerta del avión, delataron la ubicación


de la chica.

— ¡Oh, por Dios! Mi cuñado favorito —gritó Ángela corriendo hacia


donde todos se encontraban.

Bella no entendió a lo que se refería, hasta que la vio lanzarse sobre


Edward que la esperaba con los brazos abiertos y con una gran sonrisa
en los labios.

— ¡Angie, Angie! —exclamó Edward levantándola del suelo, y


haciéndola girar con él, al tiempo que ella reía a carcajadas.

Bella se los quedó mirando por un momento, analizando la extraña


situación que se desarrollaba frente a ella. Luego de un par de
segundos, la comprensión la invadió, al igual que la rabia y la
indignación. Abrió los ojos desmesuradamente y su boca de igual
forma, al tiempo que sus manos se volvían puños.

— ¿¡Ustedes dos han estado hablando a mis espaldas!? —gritó.

—Tranquila, nena, no tienes por qué estar celosa, ella y yo…

— ¡Celosa! ¿Quién te dijo que estoy celosa? ¡Grandísimo imbécil!


¿Cómo te atreviste a… —Bella calló apenas notó que su madre la
miraba con asombro, Ángela con diversión, Phil con perspicacia, y
Edward con advertencia.

Tenía que controlarse, no podía tratar a Edward de esa forma delante


de los demás, mucho menos delante de Phil, que era intuitivo y podía
llegar a la misma sospecha de Jasper, sobre que Edward la estaba
chantajeando o amenazando, y si eso sucedía, todo sería mucho más
difícil para ella, porque él podía llegar a ser mucho más terco que su
hijo.

—Yo… yo solo… —tartamudeó, pero enseguida su mente le brindó


una salida—. Yo estoy indignada, sí, ¡indignada! ¿Cómo es posible,
Ángela Weber, que a mí me dijeras que no tenías mucho tiempo para
hablar, pero en cambio lo hacías con él? —Se felicitó internamente por
su idea y continuó—: ¡y tú! ¿Eso era lo que hacías cuando me decías
que estabas ocupado con asuntos de la oficina y que no podías hablar
conmigo?

Phil asintió en silencio, como aceptando la explicación de Bella. Renée


rio, pero aun así se sintió apenada con Edward, al que ninguno de los
dos había notado hasta el momento.

—Preciosa, todo tiene una explicación. —Edward se separó de Ángela


y se acercó a Bella con una sonrisa de complacencia, y le pasó un brazo
por la cintura, para pegarla a su cuerpo—. Solo quería conocer más a tu
amiga, me agradó mucho cuando hablé con ella, e imaginé que ya que
tú serás mi esposa, yo podría ser amigo de ella también.

—Sí, Bella, ¡fresca! No pasa nada, mejor salúdame como me merezco —


pidió Ángela y abrazó a su amiga de forma efusiva. Bella le devolvió el
abrazo, y le hizo saber que estaba muy feliz de verla, en realidad, la
había extrañado bastante.

—Bella, ¿no nos vas a presentar a tu prometido, a Renée y a mí? —


preguntó Phil acercándose a ellos, y mirando fijamente a Edward.
—Claro, disculpen, él es…

—Edward Anthony Cullen —completó por ella—. Es un placer conocer


a la familia de Isabella, y que una vez ella sea mi esposa, serán también
la mía.

Renée lo saludó con una sonrisa y un beso en la mejilla que el mismo


Edward propició. Le pareció un hombre muy guapo, lo suficiente
como para que aparentara ser más joven de lo que en realidad era, y
eso era un alivio para ella, pues la diferencia de edad no se notaba
tanto entre los dos. También se notaba que era un hombre sumamente
educado, sus movimientos, la forma de hablar, de gesticular, indicaban
la excelente educación en cuanto a los buenos modales que había
recibido, y lo que más le agradó a ella, fue que miraba a su hija con
adoración, de la misma forma en que la miraba a ella su amado… y
ahora lo hacía Phil. Pueda que el hombre tuviera un poco de mal genio
como había dicho Jasper en días anteriores, o que fuera algo posesivo y
autoritario según había afirmado Bella, pero se podía notar a simple
vista que amaba verdaderamente a su hija, y para ella, eso bastaba.

Phil también lo saludó, pero con un frío apretón de manos más fuerte
de lo necesario y una clara advertencia en la mirada. Edward Cullen
podía tener todo el dinero que quisiera, pero esa chica a su lado
era su princesa, y él haría lo que fuera por su bienestar; lo había
prometido sobre la tumba de Charlie Swan, en una visita de la que
nadie tenía conocimiento, y en la que le había jurado, que si él permitía
que su esposa se enamorara de él, se encargaría de protegerlas y
amarlas como solo el difunto podía hacerlo; esa misma noche, soñó con
un hombre que solo había visto en fotos, y éste, mirándolo de forma
amigable, le había dicho: Cuídalas y ámalas por mí. Y con esas simples
palabras Phil Whitlock, un hombre que no era muy supersticioso, supo
que Charlie Swan, le había dado autorización para hacer de ellas, su
familia; y así lo cumpliría.
Después de que Edward les presentara al chofer y a los dos custodios,
les indicara cuál era el plan de transporte que tenía para ellos, y que
podían disponer como lo desearan, ignoró las protestas de Renée y las
malas caras de Phil, prefiriendo hacer caso a los brincos de emoción de
Ángela.

—No entiendo cómo puedes demostrarle tanta amistad y entusiasmo a


Ángela y pensar al mismo tiempo en troncar su futuro —dijo Bella
cuando ya se encontraban en el auto de nuevo.

Eran seguidos por la limusina, pero Edward le pidió de forma muy


melosa, para su gusto, que se fuera con él en el auto, así lo había hecho.

—Porque lo único que me importa es tenerte —explicó Edward—.


Ángela me cae muy bien, pero tenerte es mi prioridad, por encima de
quien sea.

—Y lo único que buscabas con ella era tenerme más en tus manos.

—No, lo que deseaba era saber más de ti, porque intuía que no me lo
contarías.

Bella no le contestó, en momentos como esos prefería mantenerse


callada, pues no sabía qué responder, y antes de terminar diciendo
palabras que pudieran parecer dulces, optaba por el silencio.

—Solo te pido que me prometas algo, Edward —dijo al cabo de unos


momentos—. Que no les harás daño mientras estén aquí; yo hago lo
que me pidas, pero no los toques, por favor.

—Todo depende de ti, Isabella, siempre ha sido así.

Finalmente llegaron al apartamento donde Jasper los esperaba, se


saludaron afectuosamente y Edward se dispuso a mostrarles el lugar,
así como el personal de servicio. El lugar era en estructura muy
parecido al de Edward, ya que el arquitecto de los dos edificios había
sido el mismo, y quedaban uno al lado del otro, pero estaba decorado
de una forma más sencilla, sin dejar de ser elegante y a la vez cómodo.

Renée había decidido dormir sola, pues todavía sentía algo de


vergüenza con su hija, al dormir abiertamente con Phil, y más ahora
que estaban todos ahí. Siempre había sido una mujer conservadora, y
eso era difícil de dejar; pero lo que no le había contado a Bella, era que
en todo el tiempo que ella llevaba en Inglaterra, Phil se había
trasladado a su casa, a su cama, y si Bella no regresaba con ellos, la
situación seguiría igual. El hombre no había estado de acuerdo con la
repartición de las habitaciones, pues se había acostumbrado a dormir
abrazado a la mujer que amaba, pero no tuvo otra elección que aceptar.
Ángela dormiría en otra, pero como Bella y Jasper decidieron quedarse
con ellos toda la semana, y solo habían cuatro habitaciones, Ángela y
Bella compartirían una y Jasper se quedaría en la otra.

Se reunieron en la sala para conversar un rato y conocerse mejor.


Aunque era de mañana, todos estaban lo suficientemente agotados por
el vuelo, como para no querer hacer otra cosa que descansar al menos
unas cuantas horas. Bella se sentó junto a Edward y tuvo que aceptar
que él le pasara un brazo por los hombros, y los besos que le daba en la
mejilla o en la frente; al menos agradecía que no la besara en la boca.
La conversación empezó bien, Ángela conversaba animadamente con
Edward, Jasper lo hacía con Renée; pero de repente, una voz se alzó
sobre las demás.

— ¿Qué tan serias son sus intensiones para con Isabella?

Fue la fría y contundente pregunta que lanzó Phil hacia Edward, sin
ningún tipo de preámbulo. Y fue ahí donde comenzó un arduo
interrogatorio que terminó un par de horas después. Phil no se había
quedado con ninguna duda, le preguntó incluso si entendía que Bella
era una joven inocente, y que si no lo había comprobado aún, que lo
supiera de una vez.
— ¡Phil! —gritaron las tres mujeres al mismo tiempo, pero él las
ignoró, al igual que Edward quien respondió pacientemente.

—Esa es una de las cosas que más amo de Isabella, y lo será hasta que
un sacerdote nos dé la bendición.

Bella se tapó la cara con las manos. Estaba apenada al extremo, todos
eran de su más entera confianza, pero que su virginidad se expusiera
tan abiertamente en una reunión no era nada fácil de asimilar.

Luego de que Phil quedara medianamente satisfecho con las


respuestas de Edward, y que pudo comprobar por sí mismo que al
menos en apariencia, la trataba bien y la quería, pasaron a almorzar. La
conversación fue menos tensa, y Bella se pudo relajar al notar que
Edward se portaba complaciente con su madre. Era cierto lo que decía,
era un hombre encantador por naturaleza, sobre todo con las mujeres,
pero era una lástima que a ella no la supiera tratar.

—Sé que deben estar agotados por el largo viaje —comentó Edward
cuando ya se estaba despidiendo—. Pero mi madre está muy ansiosa
de conocerlos y ha organizado una cena para esta noche, será en la
casa, y totalmente informal, solo será la familia, así que si aceptan, los
esperamos a las siete.

Renée aceptó por todos y Edward se despidió amablemente, y de Bella,


con un suave beso en los labios, y un te amo susurrado en el oído.

Phil y Jasper se quedaron conversando en la sala, y las mujeres se


dirigieron a la habitación de Renée, que era la más grande de todas,
para lo que Ángela llamaba, actualizar cuaderno.

— ¡Ahora sí! Respóndeme cómo es eso que Edward y tú han estado


conversando sin que yo me enterara —exigió Bella mirando a su amiga
con reproche.
— ¡Oye! No me mires así que no es mi culpa —aclaró la chica—. Él fue
el que me llamó unos días después de la llamada aquella y me dijo que
quería hablar conmigo. Hemos estado haciéndolo por Skype desde
entonces.

Bella cerró los ojos para tomar aire, no sabía si matar a Edward o a
Ángela. Los abrió de nuevo y estos parecían llamear.

— ¿De qué hablaban exactamente?

Ángela hizo una mueca de temor con la boca, y se sentó detrás de


Renée en la cama, para así sentirse más segura.

—Eh… de ti.

—Te mato.

—Bella, cálmate —pidió su madre—, la pobre Ángela solo


confraternizaba con su futuro cuñado, aunque hubiese preferido que
me dijera que estabas de novia con él.

— ¿A qué te refieres con eso, mamá? ¡Ángela! ¿Acaso él te dijo algo?


Habla de una vez antes de que te haga saber lo que siente Bart cuando
Homero lo estrangula.

Ángela se estremeció. Bella solía ser calmada, pero sabía cómo se ponía
cuando tenía una crisis de rabia o desesperación, y que ella fuera la
causante la preocupaba aún más.

—Él me dijo que estaban saliendo, pero que tú no decías nada porque
al no conocer sus verdaderas intensiones, él sabía que temías que solo
fuera un romance pasajero.

Bella sentía que su corazón bombeaba demasiado rápido para su salud.


Estaba a punto de sufrir una apoplejía, o al menos eso era lo que ella
pensaba. Necesitaba hacer una pregunta, pero temía ya saber la
respuesta.
—De casualidad —habló con voz baja y calmada—, ¿él te dijo cuáles
eran sus intensiones?

Ángela se mordió el labio, y comenzó a estrujar el borde de la blusa de


Renée, que hasta el momento solo veía todo, como una típica discusión
de amigas.

—…

— ¿Qué dijiste? Habla más duro, Ángela, que estoy perdiendo la


paciencia.

—Casarse contigo.

Bella se puso de pie al instante. Sintió fuertes deseos de matar a su


amiga, pero sabía que eso ya no tenía ningún sentido. Sin decir nada,
se dirigió hacia el cuarto de baño y cerró la puerta tras de ella.

No lloró, al contrario, empezó a reír, primero suavemente, y luego de


forma histérica. Resbaló hasta el piso y con las manos en su estómago,
se balanceaba de adelante hacia atrás, al tiempo que fuertes carcajadas
salían de su boca, y sus ojos se humedecían pero por la intensidad de
su reacción. Así estuvo por unos diez minutos, hasta que su ataque de
histeria empezó a menguar, y se convirtió en una sonrisa de
incredulidad. Una vez, había leído un libro llamadoCrónicas de una
Muerte Anunciada, de un escritor colombiano que había ganado un
Nobel; y ahora, ella se sentía identificada de algún modo con Santiago
Nasar, todos sabían lo que le esperaba, y nadie había sido capaz de
advertirle nada.

Al menos mis intestinos no quedarán expuestos a la vista de todos.

Debía empezar a controlar esos ataques de histeria, porque la estaban


volviendo irracional; desde niña los había tenido, un médico dijo una
vez que era su manera de explotar cuando su límite de soporte de
estrés, que era bastante alto, se superaba; pero en el último mes se
estaban haciendo más frecuentes, y supuestamente en esos momentos
debería estar furiosa, pero no era eso lo que sentía. Su vida se había
convertido en un mal chiste, y si no trataba de tomarse las cosas con
calma, terminaría encerrada en un manicomio.

Regresó a la habitación, donde las dos mujeres la miraban extrañadas.

—Lo siento, tuve un ataque.

—Al menos esta vez no la pagaste con nadie —comentó Ángela con
una sonrisa de inocencia. Claramente se había referido a ella misma.

—Bueno, ya niñas, dejen eso para después que hay algo más
importante ahora. —Renée miró a su hija y la preocupación se reflejó
en sus ojos—. Estoy nerviosa, Bella. Edward es un hombre sencillo y
amable, a pesar de su posición social y dinero. Pero no sé cómo es su
familia, temo que no nos acepten, y eso se vea reflejado en el trato
hacia ti.

—No tienes de qué preocuparte, mamá. —Bella sonrió y le tomó la


mano para reafirmar sus palabras—. Los conozco a todos, y son
personas incluso más sencillas que Edward. Esme la madre de él, es…

Y se embarcó a detallar cada uno de los integrantes de las dos familias,


tanto física como personalmente, para que ella y su amiga, supieran
con qué se iban a encontrar. Su madre era una mujer sencilla, siempre
lo fue; cuando su padre vivía, era extrovertida y algo alocada, sin dejar
de ser conservadora; pero después de la muerte de él, esa llama se
había apagado en su interior, y apenas ahora estaba empezando a
surgir de nuevo gracias a Phil; sin embargo, la sencillez siempre había
formado parte de ella, y consideraba que no se necesitaba dinero extra
para ser feliz, siempre y cuando los seres amados, estuvieran al alcance
de, al menos, una llamada.

—Emmett es todo un caso —continuó riendo—, puede ser algo


intimidante a primera vista, pues es un hombre enorme, pero al
instante, sonríe pícaramente, y suelta unos comentarios que el afectado
no sabe en qué lugar meterse de la vergüenza, y los demás ríen a
carcajadas de la penosa broma; es muy divertido, les va a caer muy
bien. De quien se pueden llevar una mala impresión es de Heidi, la
hermana de Emmett, es orgullosa, y algo sarcástica, pero cuando la
conoces te das cuenta de que puede llegar a ser una gran amiga, y eso
se ha vuelto para mí. —Soltó una risita cuando Ángela torció la boca y
rodó los ojos—, tranquila Angie, tú eres irremplazable, y ya verás que
te va a caer muy bien, si logras ver más allá de su ceja levantada y sus
"no seas estúpida…

Así continuó hasta completar a la familia de Edward. Renée se relajó al


escucharla. El saber que su hija era aceptada a pesar de su procedencia,
de la cual no se avergonzaba, pero sabía cómo podían llegar a ser las
familias adineradas, la tranquilizaba enormemente, pues no deseaba
que Bella, fuera víctima de desprecios o indirectas.

— ¿Pero cómo tomó la familia lo del matrimonio? ¿Cómo les contaron?


Anda, suéltala —pidió Ángela emocionada por todos esos relatos de
personas que para ella eran de otro mundo.

Ella no era para nada sencilla. Le encantaban las prendas de marca,


estar siempre a la moda, y tenía una cierta fijación hacia las personas
adineradas; podía pasar días enteros viendo en la televisión programas
como Mundo de Millonarios, Zona VIP y Bodas Espectaculares; sin
embargo, no era superficial en el mal sentido de la palabra, ya que
jamás tendría una amistad por conveniencia, y cuando se llamaba
amiga de alguien, era porque en realidad estaba dispuesta a entregarse
por completo, hecho que Bella había comprobado muchas veces.

—La única que sabía de nuestra relación era Heidi, aunque Emmett y
Alice ya lo sospechaban. Edward lo anunció repentinamente en un
suceso de la oficina, así que los que no se enteraron en ese momento, lo
hicieron porque los demás se lo comentaron. Lo del matrimonio fue
anunciado en una reunión, y aunque no fue la forma más correcta de
hacerlo, lo tomaron muy bien. Esme no lo podía creer pero estaba muy
emocionada; y Carlisle era menos efusivo, se concentró más en los
asuntos legales, pero también estuvo complacido…

Y ciertamente, ese era el resumen de lo sucedido en la cena de hacía


ocho días atrás, cuando Edward y Bella se presentaron a La Mansión,
para anunciar su compromiso. Él les había dicho que deseaba
comunicarles algo muy importante, y que era imperativo que
estuvieran todos presentes, incluidos los McCarty, que como ya era
sabido por Bella, formaban una sola familia muy unida.

Luego de que Bella le anunciara a su familia su matrimonio, se vistió


para esperar a Edward que pasaría por ella a las siete en punto. Se
había colocado un vestido negro de tirantes gruesos y cuello en V, con
una franja del mismo color pasada debajo del busto y que le llegaba
justo arriba de la rodilla, los zapatos de tacón medio eran del mismo
color, y el cabello recogido en una coleta algo floja, con unos risos
cayendo a cada lado de su rostro. Era uno de los vestidos que había
comprado en compañía de Heidi, pues no quiso aceptar que Edward le
comprara uno especial para la ocasión, teniendo todavía algunos sin
estrenar.

Llegaron por fin a su destino y se acercaban a la puerta de entrada.


Bella estaba muy nerviosa, aunque no deseaba casarse con Edward, y
no importaba lo que su familia dijera, terminaría siendo su esposa; a
ella le preocupaba que la buena relación que tenía con ellos se acabara,
que Esme la viera como a unacaza fortunas que había atrapado a su hijo,
o cualquier otro pensamiento nada grato hacia ella. Su cuerpo ya
estaba mostrando las consecuencias de su turbación interna.

— ¡Dios! Tengo los labios resecos —dijo Bella.

—Yo podría humedecértelos con mi lengua —propuso Edward


susurrándole al oído de forma sensual, al tiempo que se relamía los
labios.
—No, gracias —contestó Bella de forma seca—, puedo hacerlo con la
mía.

Edward se enderezó y la miró extrañado.

— ¿Te alcanza hasta allá abajo? Que lengua tan larga tienes, nena.

Bella se detuvo bruscamente, y su cara se tornó de un fuerte color rojo,


cerró los ojos para no asesinar al heredero Cullen en la entrada de la
casa de sus padres, y continuó caminando rápidamente, ignorando la
risa cínica de Edward.

Fueron recibidos por Esme, quien les informó que todos los estaban
esperando en la sala de estar, mientras esperaban que la cena estuviera
servida. Les ofrecieron unos pasabocas y cócteles ligeros.

La conversación comenzó animadamente. Heidi estaba sentada al lado


de Bella para darle apoyo. Carlisle no dejaba de observar cada
movimiento de Bella, la forma cómo miraba a Edward, sus reacciones a
los toques de él, y lo que vio no le agradó. La chica, a pesar de hacer su
mayor esfuerzo, y parecer natural, era reacia hacia Edward. Con
Emmett era risueña, y lo miraba con aprecio, pero para su novio, sus
ojos no demostraban nada, su mirada era vacía, y cuando él la tocaba,
o la besaba suavemente en la sien o la mejilla, ella no le regalaba ni la
más mínima sonrisa.

Para un hombre como Carlisle Cullen, que se había enfrentado a lo


largo de su vida a cientos de negociadores altamente experimentados,
y se había salido con la suya en todos los enfrentamientos, sabía medir
las reacciones de los demás, y deducir de esto, qué papel querían
representar y sobretodo, qué deseaban ocultar; e Isabella Swan,
deseaba ocultar el desprecio por su hijo, pero al no ser experta en crear
falsas emociones, solo evitaba exteriorizar, sin demostrar nada en
remplazo. Luego desvió la mirada hacia Edward, y observó algo en él,
que lo identificaba como su hijo más que la propia genética: Edward
estaba obsesionado con la chica, al igual que él después de más de
treinta años, seguía obsesionado con su esposa. Giró entonces su
mirada hacia la mujer que había compartido con él su cama por tres
décadas, y la que aún lograba enardecerlo con solo una mirada, hasta
el punto de que en varias ocasiones terminaba arrojándola contra la
cama, arrancándole frenéticamente la ropa del cuerpo, y embistiéndola
como si su vida dependiera de eso, al tiempo que ella jadeaba y le
rogaba que no se detuviera. Rápidamente apartó esos pensamientos de
su mente, pues sintió cómo sus pantalones empezaban a apretarle en
una zona en específico, y se concentró en imaginar, qué sería de él, si
no la tuviera a ella; si hubiese permitido que ese imbécil de Caius la
tuviera antes que él, si no hubiese planeado tenerla a costa de lo que
fuera, y si no la hubiese seducido la noche en la que la hizo suya; pero
no logró ver nada, pues la más profunda y aterradora oscuridad era lo
único que le mostraba su mente. Volvió a mirar a su hijo y suspiró
resignado; Edward estaba forzando a Bella a casarse con él, pero no
podía ni deseaba impedirlo, porque sabía que hacerlo y lograrlo,
implicaría la desgracia de su primogénito. Dirigió su mirada a la chica,
y mentalmente le pidió perdón por no ayudarla.

—Antes de pasar a la mesa —habló Edward, haciendo silenciar a los


demás—, quisiera hacerles un anuncio importante para Isabella y para
mí.

— ¡Se van a casar y a tener tarados y muñequitas corriendo por esta


sala en unos cuantos años! —gritó Emmett y empezó a reír a
carcajadas. Al cabo de unos segundos notó a Bella y Edward
mirándolo fija y seriamente, y su hermana negando con la cabeza al
tiempo que sonreía divertidamente. Su risa se detuvo inmediatamente,
los observó por un momento más y estalló en carcajadas aún más
fuertes—. ¡Soy adivino!

— ¿Eso es cierto? Ustedes dos, ¿se van a casar? —preguntó Alice con
una sonrisa en los labios, sentada junto a su tío Joseph, quien le tenía
un brazo pasado por los hombros.
Ella habría deseado poder estar en la misma posición que Heidi, en
cuanto a Bella se refería. Pero siempre consideró que sus sueños y
planes estaban primero; que cualquier relación estaba en un segundo
plano cuando de esto se trataba, al menos hasta que conoció a Jasper;
por lo que sus constantes viajes para poder supervisar la inversión
realizada a Valenci's, ya que deseaba demostrarle a su hermano, que
ella podía encargarse sola, y así ser designada como la socia que
representaba a la compañía para dicho negocio; y el poco tiempo que
estaba en Londres, lo dedicaba a estar con su Jasper, quien no había
asistido a la reunión, por encontrarse terminando un trabajo de la
universidad que debían entregar al día siguiente en compañía de
Jacob, sin contar con el hecho de que Bella había insistido, sutilmente,
en que no era necesario que la acompañara.

— ¿Edward? —insistió Joseph.

Edward suspiró y miró a Bella, quien se encogió de hombros y soltó


una risita tardía por la acertada intervención de Emmett.

—Ya lo dijo el tarado de tu hijo —contestó con una mueca.

— ¡Oh, por Dios! Edward, no sé qué decir —dijo Esme con las puntas
de sus dedos sobre su boca.

—Dime que te alegras, mamá —pidió Edward—, y que aceptas a


Isabella como tu futura nuera.

— ¡Pero claro que me alegro, hijo! —exclamó la mujer levantándose de


su asiento y recibiendo el abrazo de Edward que la había imitado—. Y
claro que acepto a Bella, ¿cómo podría no hacerlo? Ven acá pequeña.

Bella se acercó a Esme con lágrimas en los ojos y la abrazó fuertemente.


Las dos mujeres lloraban por motivos opuestos: una de alegría, y la
otra de tristeza. Bella no podía pedir una suegra mejor que ella, ni una
cuñada ni familia política mejor que todos ellos, pero daría lo que fuera
por cambiar al hombre que en unas semanas la uniría a ellos para
siempre.

Todos estaban complacidos y emocionados con la noticia, y Carlisle


aunque algo aprehensivo, su corazón no podía evitar sentir alegría al
darse cuenta de lo feliz que era su hijo, al lado de esa chica. Luego de
las felicitaciones correspondientes y las debidas bromas infaltables, se
acercaron a la mesa, donde la conversación giró en torno a los
preparativos de la boda. Lo correcto era ofrecer una recepción para
presentar a la futura integrante de la familia, a los amigos y clientes
más importantes, pero Edward decidió que fuera algo pequeño, solo
los más cercanos, pues no quería intimidar a Bella con algo demasiado
pomposo.

—Entonces serán unos trescientos aproximadamente —comentó Alice,


antes de llevarse a la boca un bocado de carne de búfalo en salsa de
arándanos y especies.

—Trescientos, ¿qué? —preguntó Bella con los ojos entrecerrados.

—Invitados, querida —respondió Esme con una sonrisa—. Va a ser


muy difícil hacer una lista tan reducida, pero si eso es lo que desean,
así se hará.

Bella abrió la boca para hablar, pero la cerró nuevamente al darse


cuenta que no tenía nada que decir. Trescientos invitados… lista tan
reducida. Para ella cien personas en una fiesta era una gran celebración,
si alcanzaba a encontrar tantas personas para invitar; pero estas
personas consideraban quetrescientos era reducido. Suspiró y pensó que
lo mejor sería acostumbrarse, porque esa sería su nueva vida; pero al
menos tenía que aceptar que Edward la había ayudado en esos
momentos, y expondría a su madre a la ardua tarea de crear una lista
reducida, solo para que ella no se sintiera incómoda. Pero si eso era solo
para anunciar el compromiso, no quería imaginarse cómo sería la fiesta
principal.
La recepción tendría lugar en dos semanas, pero las invitaciones se
repartirían antes, contrario al orden común. El motivo era que hacerlo
de la forma acostumbrada, implicaría retrasar el matrimonio, porque
las invitaciones debían repartirse un mes antes, y Edward estaba
demasiado ansioso por casarse, como para estar haciendo acopio de
protocolos y normas sociales.

Acordaron que Alice estuviera más al pendiente de los preparativos, y


lo mejor era dividirse para poder trabajar en la recepción de
presentación y la boda al mismo tiempo. Esme y su hija se encargarían
de la primera y Heidi junto con Bella de los primeros arreglos de la
segunda.

—Yo no tengo ninguna experiencia en este tipo de eventos, y no sabría


cómo organizar una boda, mucho menos con sus costumbres —explicó
Bella, pero más que todo, con la intensión de que no la incluyeran,
pues le daba lo mismo cómo se llevara a cabo la fiesta y el matrimonio,
no quería casarse, y como tenía que hacerlo, le daba lo mismo dónde, y
cómo se desarrollaría.

—No te preocupes, Bella, nosotras te guiaremos en todo —anunció


Alice—. Lo primero que debes hacer es acoger nuestra religión,
¿perteneces a alguna en particular?

—No, solo soy creyente, pero fui bautizada bajo la iglesia católica —
respondió la chica.

—No importa, eso es fácil de solucionar. Debemos ir a la iglesia…

Alice se había embarcado en la explicación del proceso. Esme de los


documentos que necesitaba Bella para poder contraer matrimonio en
Inglaterra, y demás preparativos que se tomaron todo el tiempo de la
cena.
Cuando terminaron, Carlisle y Joseph pidieron a la pareja que los
acompañaran al estudio. Una vez adentro, el padre de Edward fue el
primero en hablar.

—Joseph y yo queremos conversar sobre el acuerdo prenupcial que…

—Lo que yo haga o deje de hacer no afecta en nada los bienes de la


familia —aclaró Edward con el ceño fruncido—. Tengo mis propias
acciones, y soy libre de hacer con ellas lo que desee.

—Eso es cierto, hijo —acordó Joseph—. Pero es nuestro deber proteger


los intereses de la familia, y eso te incluye a ti, no deseamos que en el
caso de un divorcio, tus acciones se vean…

— ¡No va a haber divorcio! —exclamó Edward con los puños


apretados.

Hasta el momento, Bella no había pronunciado palabra, le daba igual


la conclusión a la que llegaran, y si tenía que firmar algo lo haría,
después de todo, nada podía empeorar su situación, pero aun así
decidió intervenir a favor de los hombres mayores, para no dar la
impresión de que sí le importaba el dinero de Edward.

—Edward, ellos tienen razón, no sabemos qué pueda suceder y por el


bien de todos es mejor que tus acciones queden en manos de tu familia.

Edward frunció el ceño, y su mirada se oscureció por la ira que ella


sabía, estaba acumulándose en su interior, pero sin previo aviso, su
expresión se suavizó, sus puños se soltaron y una sonrisa de suficiencia
se formó en sus labios. Bella se estremeció. Alguna idea se había
formado en su trastornada cabeza.

—Sabes, mi amor, tienes toda la razón, yo necesito proteger mis


intereses, y tú los tuyos. —Bella aguantó la respiración. Al parecer se
arrepentiría de haber abierto la boca—. Si por algún motivo nos
divorciamos, quien inicie la demanda… se quedará sin nada.
Tu familia.

Eso era lo que Edward había querido decir con esa expresión. No era
abogada, pero solo se necesitaba tener sentido común, para entender
que con el solo hecho de solicitar el divorcio, lo aprobaran o no, su
familia pagaría las consecuencias.

—No hay necesidad de eso —dijo tratando de arreglar la situación—.


Yo nunca…

—Es mejor estar seguros —la interrumpió Edward—, después de


todo, uno nunca sabe.

Bella frunció el ceño y estaba a punto de contestarle cuando Carlisle la


interrumpió.

—Eso es precisamente lo contrario a lo que te estamos diciendo, se


supone que al momento de un divorcio…

— ¡Dejen de repetir esa palabra! —gritó Edward al tiempo que


golpeaba el escritorio—. No va a haber ningún divorcio, por ningún
motivo. Entiéndanlo de una maldita vez.

—Pero entonces, ¿qué es lo que propones? —preguntó Joseph.

—Si ella instaura la demanda —dijo Edward señalando a la chica—. Lo


perderá absolutamente todo. Si lo hago yo, cosa que nunca sucederá,
ella se quedará con la mitad de mis bienes sin incluir nada referente a
la compañía.

—Eso no tiene sentido, Edward —dijo Joseph—. Estás hablando de


quitarle sus posesiones a una chica que tiene mucho menos que tú.
Isabella, ¿cuáles son tus bienes materiales?

—La ropa que tengo puesta —contestó mirando fijamente a Edward.


Sabía que a él no le interesaban sus faldas y blusas, sino algo que no se
podría calificar como riqueza material: el bienestar de su familia.
—Lo vez —concordó Joseph—. ¿Qué sentido tiene entonces esa
cláusula? En ese caso estoy de acuerdo con tus activos adquiridos por
ti mismo, que después de todo, es tu problema lo que hagas con ellos,
siempre que no toquen los que pertenecen a la compañía, pero esta
chica no tiene nada.

—Ella sabe a lo que me refiero —respondió Edward mirándola con


advertencia—. ¿No es así, nena?

Bella frunció el ceño, y sintió fuertes deseos de infringirle un severo


daño físico al hombre que le hablaba, pero solo se limitó a asentir
tensamente.

Carlisle no había intervenido más, porque sus sospechas se acababan


de confirmar ante sus ojos. Pueda que su cuñado no entendiera a qué
se referían, pero él comprendió perfectamente, que Edward tenía
amedrentada a la chica, con hacerle daño a algo o alguien, y como ella
no tenía posesiones ni fortuna que arrebatarle, lo más seguro era que
los objetivos de la amenaza eran sus parientes.

¡Ay, hijo! Yo habría matado por poseer a tu madre.

Pensó Carlisle, suspiró y se internó en la conversación del documento


final. La cláusula propuesta por Edward, aunque sin sentido, se
incluiría.

Luego de terminar la charla con su madre y su amiga, que les llevó


algunas horas, Bella decidió que era hora de arreglarse para la cena de
esa noche. Jasper también les había dado buenas referencias de los
Cullen-McCarty, así que la tensión de Renée y Phil se había esfumado
casi por completo, el hombre temía más que todo que la familia de
Edward no fuera amable con ella, pero luego de que Jasper le dijera lo
contrario, era una preocupación menos referente a la dichosa boda.

El momento de la cena con las tres familias llegó, y Bella se sentía aún
más nerviosa que la vez anterior. Esperaba que todo saliera a pedir de
boca, porque sinceramente deseaba que las familias se llevaran bien,
principalmente para tranquilidad de su madre y de Phil, al poder
comprobar personalmente, que ella quedaba en buenas manos.
CAPÍTULO 16


Todo continúa, todo sigue su camino,
todos siguen tú camino.
Tus deseos están a punto de cumplirse,
ya no hay marcha atrás.
Pero yo también encuentro mis deseos,
personas que se encargan de los míos.

L os pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto; rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo, dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta. Bella lo contempló por un momento,
sumergida en esas facciones que no parecían reales. Repentinamente la estatua
abrió los ojos y la miró fijamente, eran de un color verde tan intenso que
parecían dos esmeraldas brillando en sus cuencas. Bella aturdida y a la vez
hechizada por esa mirada quedó inmóvil contemplando cómo la figura que
antes era de piedra se convertía en un hombre y este sin dejar de mirarla saltó
del pedestal y cayó frente a ella. —Eres mía —le dijo con una voz firme y
potente. Ella reaccionó en ese momento y sintiendo miedo, dio media vuelta
para echar a correr percatándose hasta entonces que el cielo se había
oscurecido. Remolinos de nubes moradas y grises surcaban el aire y una brisa
helada golpeaba contra ella. Bajó la mirada y vio que las flores (antes
radiantes), se hallaban ahora marchitas y esparcidas por el suelo. Levantó de
nuevo la vista y a unos metros frente a ella, vio al hombre que la seguía
mirando fijamente. —Eres mía —repitió y Bella girando hacia su izquierda,
corrió presa de un terror nunca antes conocido. Frente a ella divisó un enorme
castillo, hermoso en su estructura pero descuidado y casi en ruinas en cuanto
a sus detalles—. ¡No huyas, Isabella, me perteneces! —Escuchó la misma voz
del hombre, pero esta vez no parecía una voz humana, sino una voz de trueno
que llegaba a ella desde todos los sentidos.

Ahora su sueño tenía completo sentido. Esa voz era de Edward que la
proclamaba como suya, como ya había hecho en persona, como lo
reafirmaría el día de la boda.

Era miércoles en la mañana, Bella se dirigía a la oficina de Edward con


Heidi, Alice y Ángela, para ultimar los detalles de las invitaciones para
la boda, que por la influencia del dinero y el apellido, estarían listas en
tres días, y asegurarían la asistencia a la ceremonia de mil doscientas
treinta y cuatro personas, y para la recepción, setecientas cincuenta
invitados. Números astronómicos para Bella, pero para las mujeres de
la familia, era algo necesario y limitante, y para Ángela, algo fascinante
y divertido. Pero al menos, entre tanto agobio por los preparativos de
la fiesta de compromiso y la boda, tenía el consuelo de que las dos
familias se habían llevado muy bien. Demasiado bien debía admitir.

La cena en La Mansión Cullen había sido todo un éxito. Cuando


llegaron a la residencia en la limusina designada por Edward, fueron
recibidos con gran entusiasmo y afecto. Esme se comportó como la
gran anfitriona, y conociendo la renuencia de Phil a la unión de los
jóvenes, decidió que serían su esposo y su cuñado quienes se
encargarían de demostrarle al hombre que su princesa estaba en buenas
manos, con personas que la querían y la apoyaban.Después de todo, entre
hombre se entienden. Había sido su pensamiento al organizar la sencilla
reunión, mientras ella se encargaba de Renée; y las chicas de Ángela,
que era la que menos le preocupaba de todos, ya que por referencias de
Edward, estaba dichosa con el acontecimiento. Además, Esme también
tuvo en cuenta que la riqueza de su familia podría intimidar a la de
Bella, por lo que quiso hacerles participes de ciertas actividades que los
involucraran en ese mundo, y también, les mostrara que a pesar de sus
bienes materiales, eran personas sencillas y que podían confiar en ellos.

Para cuando la cena terminó, Carlisle, Joseph y Phil, tenían planeada


una salida al Club Cuddington, a unos cuarenta minutos de la ciudad,
en el que podían jugar golf, polo, y otros deportes típicos de hombres
londinenses, y que al americano le llamaban la atención; Esme y Renée
saldrían a recorrer las grandes tiendas, algunas propiedades que
estaban a la venta para conocer la decoración, e inclusive
contemplaban la visita al spa; y por último, Ángela permanecería todo
el tiempo con Bella y las chicas, quienes estarían encargadas de los
detalles de la boda, mientras Esme estaba ocupada. Después de todo, la
fiesta de compromiso ya estaba organizada desde la semana anterior, y
solo era cuestiones simples, que no les quitaban mucho tiempo de cada
día.

Esa noche, Renée le contó a su hija que la familia de Edward era


encantadora, que quien la había intimidado un poco fue Heidi, pero
que su hermano le hizo sonreír durante toda la noche.

—Es un chico verdaderamente encantador —comentó la mujer, cuando


todos se encontraban reunidos en la sala del apartamento, luego de
regresar de la cena—. Nada parecido a su hermana, que es un poco
pretenciosa. Me habría encantado tener un hijo como él.

—A mí también me habría encantado que tuvieras un hijo así —


aseguró Ángela suspirando teatralmente—. Seríamos familia ahora
mismo. Me lo comería completico.
Palabras que se ganaron una amonestación de Phil, y risas disimuladas
por parte de los demás.

—Yo habría preferido tenerlo como cuñado —comentó Jasper más


serio.

—No empieces, por favor —pidió Bella, frotándose la frente con la


mano.

—Yo también —intervino Phil—. Hay algo en Edward que no termina


de convencerme. No tengo problema con la familia, son personas
sencillas y pude notar que aprecian y aceptan a la Princesa, pero ese
hombre no me gusta, ni su edad ni su forma de mirarla, pareciera que
estuviera obsesionado con ella, su mirada no es sana.

Bella suspiró y recostó la cabeza en el espaldar del sofá. Bastante tenía


con la intuición de Jasper, como para también tener que soportar la de
Phil. Su amigo había heredado de su madre el aplomo, la pasividad y
la forma calmada de ser; pero de su padre, la testarudez, y era eso
precisamente, lo que le estaba haciendo las cosas más difíciles en el
último tiempo; sin embargo, ella sabía que ellos tenían razón, pero
después de todo, ese era un factor añadido a su estado como
prometida de Edward.

— ¡Bah! Edward la mira así porque la ama, nada más —alegó Ángela
moviendo una mano para desechar las anteriores afirmaciones—.
¿Acaso prefieren que la mire con desprecio o indiferencia?

—Claro que no —contestó Phil—. Pero no es normal cómo la mira, y


sigo sin entender cuál es el afán que tiene en casarse. Deberían esperar
un tiempo prudente, y no ir tan a la ligera, no sé… conocerse mejor.

—No necesitan meses para conocerse mejor, Phil —comentó Ángela—.


Con un par de horas a solas y una enorme cama sería suficiente.
— ¡Ángela! Tus chistes no me hacen ninguna gracia —la regañó el
hombre mayor con el ceño fruncido. La misma expresión que adquirió
Jasper al escuchar a la chica.

— ¡Pero yo no dije ningún chiste!

— ¡Suficiente! —exclamó Bella abriendo los brazos para enfatizar sus


palabras—. Estoy harta del mismo alegato de siempre, primero Jasper
y luego tú —dijo señalando a Phil—. Cómo se nota que son padre e
hijo. ¡Por Dios! Ya cambien de discurso. Mamá, ayúdame por favor —
rogó teatralmente con las manos juntas y mirando a la mujer con ojos
de desesperación.

—Bella tiene razón —concordó Renée seriamente, mirando a los dos


hombres que se cruzaron de brazos y giraron la vista hacia otro lado—.
Una cosa es que ustedes o cualquiera de nosotros opinemos sobre las
decisiones que ella toma, y otra muy diferente es que, sabiendo que es
feliz y es el camino correcto, pretendamos cambiarlas porque a ustedes
dos no les convence el hombre que ella eligió para pasar el resto de la
vida.

El resto de la vida.

Repitió Bella en su mente, pero enseguida desechó ese pensamiento.


No deseaba pensar en su futuro en ese momento, cuando éste no
dependía de ella.

Gracias a la intervención de Renée, el acoso de los hombres cesó, pero


en sus miradas estaba tan claro como el agua, lo que sus labios no
expresaban.

No podía culpar a Phil por su renuencia, más aún sabiendo cuanto


amaba a su madre, y a ella como a su propia hija. Al volver a mirarlos
juntos, su corazón se llenaba de alegría, porque la mujer se estaba
dando una segunda oportunidad para amar, y aunque estaba segura
de que su padre siempre ocuparía un lugar importante en su corazón,
el hecho de que la llama del amor refulgiera nuevamente en sus ojos,
era motivo de sobra para sentirse tranquila, y complacida. Por Edward
se había enterado de que Phil le pediría matrimonio, pero no sabía si
ya lo había hecho y para no dañarle la sorpresa, prefería esperar a que
la noticia se divulgara. Sabía además, que Renée y Phil no leían libros
cuando se quedaban solos en la casa, y mucho menos en el último
tiempo que había tenido la casa sola para ella, y aunque su madre no
se lo había dicho, estaba segura que Phil pasaba con ella la mayoría de
las noches, sino era que ya se había instalado del todo. Pero darse
cuenta por sí misma que su madre tenía una vida sexual tan activa,
como cualquier otra mujer, fue un poco bochornoso para ella.

La noche de la cena, luego de que todos se fueran a sus habitaciones, y


de ver entrar a la pareja a puertas diferentes, como se había acordado,
se despertó con la boca reseca, y habiendo olvidado colocar en su mesa
de noche un vaso de agua, como hacía siempre, se levantó para ir a la
cocina. Tomó su teléfono celular para alumbrarse el camino, se acercó
al reloj de pared junto a la puerta de la habitación que compartía con
Ángela, y se dio cuenta que era la 1:30 de la madrugada. Salió al pasillo
y emprendió su camino, pasando junto al cuarto de su madre, cuando
sintió cómo la puerta siguiente, se abría con mucho cuidado; sabía
quién dormía ahí, y sin saber muy bien por qué, decidió esconderse en
un pequeño pasillo que daba a la habitación de Jasper, para ver qué
camino tomaba el hombre. Phil sigilosamente se deslizó hasta la
habitación de Renée, abrió la puerta y suavemente la cerró
desapareciendo ante sus ojos. Bella no sabía qué hacer, si seguir su
camino o regresarse, pero una parte atrevida de su ser decidió que
necesitaba saber qué pasaría, por lo que se acercó a la puerta, y pegó el
oído en ella; primero escuchó un grito ahogado, y luego lo que
parecían ser negativas por parte de su madre, y enseguida, una risita
pícara; no deseó escuchar nada más. Caminó rápidamente a la cocina y
tomó tres vasos de agua.

Dios, en estos momentos mi mamá debe estar…


No fue capaz de terminar el pensamiento. Se sentía como una madre
que descubre que su hija ya no es virgen, y ciertamente no se sentía
nada bien. Regresó por el mismo camino, pues no tenía otra opción,
pero al pasar por la habitación de su madre de nuevo, se dio cuenta
que hubiese sido mejor idea quedarse a dormir en la sala, porque al ser
el pasillo tan estrecho, y al tener que pasar cerca de la puerta, no pudo
evitar escuchar un sonido rítmico, un golpeteo de lo que parecía ser
madera, y al mismo tiempo un gruñido bajo, y un fuerte gemido; y
sintió que sus pies no corrían lo suficientemente rápido, y al arrojarse
sobre la cama, se tapó la cara con una almohada, y luego de varios
minutos tratando de apartar esos sonidos de su cabeza, una risita
afloró de sus labios. Su madre era feliz, eso era lo que importaba.

Al día siguiente los grupos tomaron sus rumbos. Bella no sabía cómo
mirarlos a la cara, sentía que si lo hacía, ellos sabrían que los había
descubierto; pero al no poder evitar hacerlo, agradeció que ellos no se
comportaran melosamente delante de los demás, eso era un gran alivio,
además de que descubrió que la miraban como todos los días, así que
no tenía de qué avergonzarse, ellos no sabían nada, y después de todo,
ella no había hecho nada malo.

Antes de que todos salieran, le había pedido a su madre que no


permitiera que Esme le comprara nada, a lo que ésta contestó que no
era necesario que se lo dijera, ella por ningún motivo aceptaría algo de
quienes no tenía manera de pagarle de igual forma; y por referencia de
su hija sabía que sus detalles, no eran sencillos como su manera de
tratar. Ese día no fueron de compras, ni tampoco se separaron, sino
que estuvieron en el Amida Spa en Hampton, todo el día, las seis
mujeres en total por decisión de Heidi y Alice, quienes alegaron que
para la semana que les esperaba, necesitaban un comienzo para nada
estresante. El spa era tan grande, y tenía tantas actividades aparte de
las relajantes y embellecedoras, que no necesitaron abandonarlo, si no
hasta la tarde.
Con los hombres era algo diferente. Bella no tenía que preocuparse
porque Phil aceptara o no regalos, ellos gastaban el dinero de forma
diferente, global, y no se imaginaba a los tres, yendo de compras por
Bond Street con cuatro bolsas de diseñador en cada mano, riendo y
conversando sobre lo horrible que le quedaba la camisa, al hombre con
el que se cruzaron en la última tienda. Definitivamente eso era
inconcebible… y muy gracioso, debía admitir.

Por la noche, cuando todos se reunieron en la casa, Phil comentó que le


agradaban mucho los dos hombres mayores.

—Son personas agradables, sencillas, sin ningún tipo de locura


aparente, me alegra saber que no es genético.

—Phil… —dijo Renée en tono de advertencia, y nadie hizo ningún otro


comentario al respecto.

El martes, Renée se fue con Esme a lo que parecía ser una escapada de
compras, y Bella le reafirmó su petición. Los dos hombres decidieron
mostrarle la compañía a Phil, y le pidieron que los acompañara a
supervisar a unos inversionistas, tanto en Londres como en otras
ciudades vecinas; actividad que entusiasmó mucho al padre de Jasper,
ya que podía aprender ciertas estrategias de negocios, y como luego se
enteró Bella, los hombre se ofrecieron a darle varios consejos, que
podría aplicar basándose en la economía norteamericana, y de esa
forma obtener dividendos mucho mayores a los que actualmente
captaba. Las cuatro chicas, se reunieron con la mujer que estaría a
cargo de la organización de la boda, y al ser un evento tan apresurado,
y con tan poco tiempo para poder realizar todos los preparativos como
se acostumbraba, tuvieron que tocar varios aspectos de forma
inmediata, tal como la escogencia del diseño de las invitaciones, tanto
de la ceremonia, como de la recepción y participación, los colores que
definirían el estilo, y otras cuestiones que por mucho que a Bella le
pareciera demasiado, no terminaban de abarcar todo lo que se
necesitaba para que la boda fuera un evento, medianamente aceptable,
para su círculo social.

—Heidi, por favor, no quiero participar de todo esto —rogó Bella en


un susurro mientras las otras dos se encontraban ojeando un catálogo
de centros de mesas—. Esme, Alice y tú pueden hacer lo que deseen,
no me importa si es el evento del año, o si nos casamos en una pequeña
capilla con cinco invitados, pero no quiero nada de esto, solo deseo
irme a mi país y olvidarme de todo.

—Ese todo me incluye también a mí —afirmó Heidi haciendo un


puchero gracioso, pero Bella pudo notar en sus ojos, que realmente le
dolía el solo pensarlo.

Le rodeó el cuello con los brazos, y la abrazó fuertemente.

—Heidi, si he podido soportar todo esto, ha sido gracias a ti. —Se


separó un poco de ella y la miró a los ojos—, y estoy segura que no
importa lo que se venga, tú estarás ahí para mí, ¿no es así?

Heidi asintió.

—Así Edward me echara del país, y yo me fuera feliz sin ganas de


saber más de él —continuó la chica—. Soportaría tener que volver a
escucharle la voz, si eso implica hablar contigo de nuevo.

—Lo siento tanto…

Esa fue la primera vez que Bella observó cómo los ojos de Heidi, se
llenaban de lágrimas.

Las puertas del ascensor se abrieron, y las cuatro mujeres bajaron de él.
Bella presentó a Ángela con Sara, y le pidió a esta última que las
acompañara a la oficina de Edward.

—Pretendes dejarnos solos ahora que es cuando más trabajo tenemos


—dijo John de forma despectiva y altiva—. Te recuerdo que no
perteneces a la familia, Sara, y que el hecho de que tu querida amiga te
solicite, no implica que puedes abandonar tu…

—Y yo te recuerdo a ti, John —interrumpió Bella mirándolo fijamente y


señalándolo con el dedo—, que yo muy pronto sí perteneceré a la
familia, y una orden mía, se cumple como si viniera del mismo
Edward, y si lo dudas, puedes preguntarle para ver que…

—No es necesario.

Bella se paralizó al escuchar la voz de Edward. Solo había querido


defender a su amiga y dejar poner en su sitio al molesto chico, que
antes de que se anunciara la boda, la miraba con desprecio, y que aún
seguía haciéndolo, pero con mayor moderación; pero en este momento,
era ella la que estaba a punto de quedar en ridículo ante todos, si
Edward rebatía su orden y afirmaba que ella no tenía ningún derecho
en la compañía. Se quedó mirando fijamente al joven, esperando
escuchar las palabras que la desmentían y ver la cara de satisfacción
del odioso joven.

—Isabella es mi prometida y futura esposa —continuó Edward desde


la puerta de la oficina—, y como tal tiene todo el derecho de hacer lo
que desee, aquí y en cualquier otro lugar que nos pertenezca. Una
orden de ella debe y es un deseo para todos nosotros, incluyéndome, y
el que no esté de acuerdo con esta situación, puede tomar sus cosas e
irse cuando lo desee. ¿Entendido John?

El muchacho estaba totalmente pálido. Nunca había sido reprendido


delante de absolutamente nadie. Sus docentes lo alababan y sus
compañeros lo envidiaban; por lo que ser ridiculizado de esa forma,
delante de su compañera de trabajo que consideraba inferior a él, y por
causa de una "puta aparecida que había enamorado a Edward Cullen a base
de mamadas expertas", era lo peor que le había sucedido en la vida.
— ¿Entendido, John? —Volvió a preguntar el hombre al no escuchar
respuesta por parte del muchacho.

—Sí… sí, Señor Cullen… entendido —tartamudeó el chico, para


enseguida mirar a la causante de su reprimenda, con odio.

Bella no se había movido de su lugar, ni siquiera había dado para


sonreírle con suficiencia al muchacho que ahora la quería asesinar con
la mirada. Nunca imaginó que Edward hiciera algo así por ella. El
defenderla de esa forma delante de su familia y empleados era algo
que solo podía hacer un hombre… prefirió no pensar en la palabra que
completaba la frase, pues su mente estaba tan reacia a albergar
cualquier buen sentimiento hacia Edward, que no permitía que su
corazón se ablandara; pero aun así, una parte de su conciencia no se
resistió. Enamorado…

—Nena, eres la dueña de todo lo mío, no lo olvides—susurró Edward


en su oído al tiempo que le pasaba un brazo por su cintura—. Edna,
llama a Recursos Humanos y pide a Billy que te envíen a alguien que
te ayude por estos tres días que Sara no estará disponible.

—Enseguida, señor —contestó la mujer de cuarenta y cinco años de


edad que estaba remplazando a Heidi, hasta que se oficiara la boda.

—Señor, no es necesario —intervino Sara colocándose frente a Edward,


quien ya se dirigía a su oficina con una Bella totalmente en silencio—.
Yo tengo trabajo pendiente y…

— ¿Va a desobedecer una orden mía, Señorita Flint?

—No… no, señor claro que no, es solo que…

—Sara, ya cállate y entra a la oficina —ordenó Heidi batiendo una


mano y adelantándose a los demás—. Tenemos mucho qué hacer y nos
estás retrasando.
La chica rubia tomó un fuerte color rojo en sus mejillas, que se extendió
hasta todo su rostro. Si su forma de ser fuera diferente, estaría
vanagloriándose ante su compañero, pero como se trataba de ella, una
chica tímida, que nunca había sido aceptada en ningún grupo ni en su
escuela, ni en la universidad; era una experiencia tan extraña para ella,
y tan contradictoria a sus costumbres, que no supo cómo reaccionar, y
solo se limitó a seguir la orden impartida por Heidi, sin siquiera,
atreverse a mirar el rostro del chico, por lo que no supo que estaba
igual de rojo que el de ella, pero por motivos muy diferentes.

Todos entraron a la oficina, pero antes de que se acomodaran


alrededor del escritorio de Edward, Ángela le arrebató a éste a su
amiga de los brazos y la arrastró hacia un lado donde no pudieran
escucharlas.

—Déjame decirte, amiga, que ese hombre está loquito por ti —susurró
emocionada la chica en el oído de Bella—. Dejó en ridículo a ese idiota
y te proclamó dueña de todo y de todos, incluyéndolo. ¡Lo tienes
comiendo de tu mano! ¿Qué le hiciste? ¿El Kama Sutra completo?

—Sigo siendo virgen, Ángela —dijo Bella entre dientes.

—Entonces es algo en ti, porque estoy segura que si le dices que se te


arrodille y te bese los pies, él lo hará encantado.

Ángela se retiró y tomó asiento en la silla que Edward le ofrecía. Bella


se la quedó mirando con el ceño fruncido y su disgusto fue mayor
cuando levantó la vista hacia Edward, y éste le extendía una mano y le
ofrecía una tierna sonrisa. Le molestaba sentir gratitud o afecto por ese
hombre.

Se acercó y aceptó a regañadientes la silla que Edward tenía para ella,


al lado de la suya, del otro lado del escritorio.

—Si quieres te puedes sentar en mis piernas —susurró Edward de


forma insinuante.
—Prefiero sentarme en carbones encendidos.

—Yo estoy ardiendo, ¿eso te basta? —Bella giró bruscamente el cuerpo


y le dio la espalda para tomar asiento, tratando de ignorar su
comentario, pero soltó un fuerte jadeo cuando sintió cómo una mano
grande y fuerte, le cubría una nalga sobre la tela del pantalón y la
apretaba. Las chicas presentes rieron disimuladamente al ver lo
sucedido, y el rojo rostro de Bella, quien se sentó rápidamente y sin
poder evitar darle, por reflejo, una palmada en la mano al hombre. La
única que no rio fue Heidi.

Un par de horas después, Edward se encontraba totalmente ajeno a la


conversación que se producía en torno a él, su mente se encontraba
sujeta a unos documentos que revisaba, mientras las mujeres a su
alrededor, parloteaban sobre las invitaciones y si colocarían alguna
dedicatoria o no en ella, y debían decidirlo ese mismo día para que
pudieran empezar a hacerse.

—Por mí, decidan ustedes, no soy buena escribiendo frases de ese tipo
—comentó Bella mirando a Heidi para pedirle ayuda.

—Es cierto, dejen a Bella en paz, ya bastante hace con casarse con ese
idiota, como para que ahora tenga que decirle que lo ama con una frase
cursi en una tarjeta —comentó Heidi guiñándole el ojo a su amiga.

—Tú siempre tan romántica, prima —dijo Alice sarcásticamente—.


Preguntémosle al novio si tiene algo para decir. Hermanito, ¿qué
opinas? ¿Edward?

—Dime… —contestó el hombre sin levantar la mirada.

—Necesitamos alguna dedicatoria para incluir en las invitaciones —


explicó la chica—. ¿Quieres decirles algo a los invitados?

—Me vale mierda si asisten o no, con o sin ustedes, ella será mi esposa.
Bella lanzó un fuerte suspiro, y cambió de posición en su asiento; Alice
bufó, y volvió sus ojos al anotador que tenía en la mano; Sara y Ángela
rieron; Heidi rodó los ojos, y negó con la cabeza; y Edward continuó en
su revisión, sin comentar nada más. Decidieron que definitivamente
las invitaciones irían sin ninguna frase extra.

De todas formas, Edward no estaba nada contento con que se retrasara


la entrega de las invitaciones por lo que el protocolo reglamentaba.
Pero Bella, en un afán por atrasar la boda al menos una semana, pidió
que estas se repartieran el mismo fin de semana de la fiesta de
compromiso, y con Heidi de su lado, y por ende el resto de la familia,
la decisión se tomó tal como ella lo deseaba. Pero aun así, sentía que el
tiempo pasaba demasiado rápido para su gusto, y no encontraba la
forma de detener el reloj.

Esa tarde, cuando aún se encontraban en la oficina de Edward, el


hombre furioso poseído por el demonio que todas conocían menos
Ángela, afloró; sin embargo, el concepto que ésta tenía de él no cambió,
sino que mejoró. El teléfono había sonado, y luego de unos segundos
de que Edward estuviera conversando con alguien, la puerta se abrió y
un paquete fue entregado por un joven desconocido para todas, que
debía ser quien Billy había enviado en remplazo de Sara; Edward
afirmó recibir el encargo, a la persona del otro lado de la línea y colgó;
pero su expresión ceñuda indicaba que era una mala noticia. Abrió el
paquete, extrajo lo que parecía ser una revista, pero compuesta por
recortes de fotos y escritos pegados de forma organizada. La ojeó, y
luego de unos segundos el infierno se desató.

— ¡No! —gritó de tal forma, que las chicas saltaron en sus asientos, y
emitieron pequeños gritos, pensando que un león enfurecido había
penetrado en la oficina—. ¡Malditos! ¿Qué se creen?

Edward golpeó la mesa fuertemente, se colocó de pie, y rápidamente


revisó las otras revistas que estaban en el paquete, mientras las mujeres
se miraban asombradas unas a las otras sin poder pronunciar palabra.
— ¡Heidi! ¡Ven ya!

— ¡Hey! No me grites que aquí estoy —respondió la mujer—. ¿Qué


pasó ahora?

— ¡Mira! —gritó arrojando la revista que tenía en su mano sobre el


escritorio.

Heidi la tomó y observó la portada.

—Es una copia del previo del ejemplar de Vogue de agosto, con Jessica
Stam en la portada —explicó, encogiéndose de hombros.

— ¡Lo tienes! —exclamó Alice con una sonrisa emocionada—. Saldrá


una nota sobre un desfile de modas que se hizo en…

— ¡Eso ya lo sé! —volvió a gritar Edward, ignorando a su hermana—.


¡Lee! ¡Lee la puta nota que te mostré!

—Si dejas de gritar lo haré —dijo Heidi mirándolo fijamente, sin


dejarse intimidar por la mirada de advertencia que su primo le lanzó.
Bajó la mirada de nuevo y se dispuso a leer.

"Ésta es una de las noticias más desilusionantes del año, sobre todo para las
jóvenes herederas de Londres, y por qué no, de todo el Reino Unido: el
matrimonio de Edward Anthony Cullen, uno de los solteros más cotizados y
atrevidamente guapos entre las familias adineradas y la nobleza, heredero del
imperio familiar y presidente de CullenWorld, con una chica americana de la
que nadie sabía nada."

—Y… ¿eso qué tiene de malo? —preguntó Bella levantando las palmas
de las manos y encogiéndose de hombros. No le sorprendía el
reportaje, pues por advertencia de Heidi, esperaba que eso sucediera.

— ¿Que qué tiene de malo? ¡¿Que qué tiene de malo?! —gritó tomando
el ejemplar de otra revista y lo leyó para todos.
"El guapo y millonario, heredero de un vasto imperio, se dejó atrapar por una
chiquilla americana que pasará de ser una desconocida sin nombre, a una de
las mujeres más envidiadas del mundo."

— ¡¿Y todavía lo preguntas?!

Bella seguía sin entender, miró a Heidi de forma interrogativa,


tratando de buscar una explicación a la rabieta del hombre, pero ella se
limitó a negar con la cabeza y desvió la mirada hacia la revista que aún
conservaba en las manos.

Edward al no escuchar respuesta, su furia se intensificó, pues eso le


indicaba que la mujer que él consideraba todo su universo, no se
valoraba así misma.

— ¡Te tratan como a una cualquiera! —gritó, y comenzó a destrozar la


revista que tenía en sus manos; luego arrojó lejos los pedazos que
quedaban de ella, tomó el resto del paquete que consistía en otras
cuatro revistas, y las lanzó también. Se giró hacia Bella que se había
encogido en su asiento por el arrebato de ira, y le habló señalándola
con el dedo—: Tú eres mi novia, tú eres mi prometida, ¡no
una "desconocida sin nombre"! Si esos imbéciles no quieren que les
arruine las vidas cerrándoles sus estúpidas revistas escolares, van a
tener que modificar esos reportajes. ¡Heidi!

— ¡Que no me grites, que aquí estoy!

—Comunícate ahora mismo con todas esas editoriales —ordenó


Edward ignorando las palabras de la mujer, y girándose para mirar
hacia ese lado—, también tú, Alice. Que modifiquen el reportaje,
quiero un informe completo de Isabella…

—Eso es imposible —alegó Alice—. Si el previo ya está listo, quiere


decir que el tiraje se hará en cualquier momento, si no es que ya
comenzó, no pueden…
—No me digas a mí que es imposible. Si ellos desean tener cubrimiento
total en la fiesta de compromiso, tendrán que retrasar sus impresiones
hasta entonces; pero que si se niegan… que se atengan a las
consecuencias.

Un par de horas después, todas las revistas habían confirmado su


asistencia al evento, y las grandes máquinas de tiraje, estarían
detenidas hasta entonces. Les interesaba el cubrimiento del evento, de
eso no había duda, pero lo que los hizo aceptar sin reparos, fue la
amenaza enviada por Edward Cullen. Pueda que el hombre no les
cerrara las revistas, pero podía hacer que los inversionistas y socios se
retiraran, que los diseñadores desistieran de sus servicios, y que las
ventas se vieran tan disminuidas, que estarían a un paso de la quiebra,
y eso era algo que no podrían permitir. Las publicaciones de agosto se
retrasarían un par de días, pero al menos ellos conservarían su
tranquilidad.

—Edward, nada de esto era necesario —comentó Bella en voz baja al


hombre que en ese momento se encontraba con una gran sonrisa de
satisfacción en la cara—. ¿Qué más pueden decir de mí?

—Pueden decir que tienes 18 años, el día de tu cumpleaños, la


nacionalidad, el nombre de tus padres, tu escuela, que estás
perdidamente enamorada de mí —dijo lo último con tono pícaro, y
mordiéndose el labio inferior—. Todo lo que dicen de mí y de ti nada
—frunció el ceño—, como si fueras menos que yo.

—Edward… socialmente soy menos que tú —dijo Bella sonando más


comprensiva de lo que esperaba; sin embargo, por alguna razón que
imaginaba era su deseo a no escuchar sus gritos, no le gustaba cuando
Edward se encontraba de mal humor.

—Eso a mí no me importa —respondió, levantando una mano y


acariciando suavemente la mejilla de ella, quien se dejó hacer.
—Lo sé —afirmó ella tomando la mano de Edward y retirándola de su
rostro, pero de manera tan delicada, que nadie pensaría que rehusaba
su toque, y la dejó apoyada sobre el brazo de la silla de él—, pero para
ellos funciona diferente, y yo no quiero que su atención se vierta sobre
mí. Sabes que no estoy acostumbrada a nada de esto, y ahora tendré a
revistas que Ángela lee, hablando de mí. No sé cómo manejarlo.

—Eres tan diferente —susurró Edward con una sonrisa que a Bella le
pareció melancólica.

— ¿A quién? —preguntó Bella con expresión de extrañeza. La forma en


la que él pronunció las palabras, le indicaron que la estaba
comparando con alguien más.

—No tienes que preocuparte por nada, mi amor —dijo Edward


enderezándose en su asiento, e ignorando la pregunta—. Todos los
ojos estarán puestos en ti, pero yo me encargaré de que ninguno de
ellos te incomode, te lo prometo.

Y sin agregar nada más, continuó con su trabajo.

Los dos días siguientes, pasaron en los preparativos para el evento más
próximo, que sería ese fin de semana, el domingo específicamente,
pero la familia de Bella no asistiría, porque debían viajar el sábado por
Phil, sin contar con que Renée prefería no asistir a ese evento.

—Cuando era joven, me gustaban las fiestas de terrazas, con unos


tragos y entre amigos, bailando y riendo toda la noche —explicó a su
hija—. Luego me casé con tu padre y él se volvió mi mundo, para
enseguida llegar tú. No soy mujer para este tipo de celebraciones,
entiéndeme Bella.

—No te preocupes mamá —la tranquilizó la chica con una sonrisa—.


Alegaremos la prisa de Phil por el negocio.
Ángela no estaba para nada contenta con despedirse tan pronto, pero
en una llamada a su madre, ésta le había contado que llegó una carta
de la Universidad de California, en la que se anunciaba que su
solicitud de beca había sido aprobada, y que debido a su
excelente curriculum le otorgaban la beca completa, incluyendo la
manutención, los tiquetes de ida y regreso a su casa cada seis meses,
bono para libros y papelería, y otro para transportarse totalmente
gratis por la ciudad; por lo que debía presentarse cuanto antes en la
decanatura correspondiente.

—Bella, esto es increíble —dijo Ángela muy emocionada—. La beca


solo cubría la colegiatura, por eso tenía ahorrado lo de mis gastos, pero
ahora todo eso lo puedo invertir en otras cosas. Te juro que esto es una
especie de milagro, y quisiera saber quién fue el santo, porque me
arregló la vida.

Edward Cullen.

Bella no tenía ninguna duda de que había sido él quien intervino para
que todo eso se diera, incluso podía asegurar, que los fondos no
provenían de las arcas de la universidad, sino del bolsillo mismo de su
prometido. Era una forma de demostrarle su poder, y a la vez de
hacerle saber lo que perdería si cometía alguna estupidez; pero como
eso no estaba en sus planes, no podía evitar sentirse feliz por su amiga,
quien tendría una gran oportunidad como siempre lo había deseado.

Cuando se despedía de su familia, Bella evitó que las lágrimas


cubrieran sus mejillas, y se mostró solamente melancólica por la
partida, pero al mismo tiempo, esperanzada por el regreso.

—Estaremos aquí para la boda, Princesa —prometió Phil mientras


abrazaba a la chica—, y si para entonces has decidido que…

—Phil, no voy a huir a España.


—De acuerdo —dijo el hombre frunciendo el ceño—. Me llamas si
necesitas algo.

—Lo haré, te lo prometo —confirmó Bella sonriendo y recibiendo el


beso que el hombre le daba en la frente.

Bella se giró y miró a su madre.

— ¿Cuántas cosas extras te llevas? —preguntó con una ceja levantada.

—Solo las que yo misma compré —respondió la mujer—. Un par de


cosas nada más, no permití que nadie me regalara nada.

Las dos rieron, se abrazaron, y dijeron palabras cariñosas mutuamente.

—No puedo creer que no me permitiste comprar nada —dijo Ángela


falsamente molesta con su amiga.

—Porque no ibas a comprar nada, ibas a dejar que Edward lo hiciera.

— ¿Y qué? ¿Acaso no puedo recibir obsequios de mi cuñado?

—No, no puedes y punto —respondió Bella tajantemente—. Ahora ven


y dame un abrazo que te voy a extrañar.

La chica le respondió y de esa forma, se despidió de su familia, quienes


abordaron de nuevo el avión privado. Luego de salir del aeropuerto,
donde solo habían ido Jasper y Bella, debido a que ésta le pidió a
Edward que deseaba ese momento de privacidad con ellos, se
dirigieron a la casa de Jacob donde se quedaría el chico, y ella
continuaría hasta la casa Cullen, donde pasaría la noche para no perder
tiempo por el evento del día siguiente.

—Supongo que regresarás al otro auto —comentó Jasper mirando a la


chica a su lado.
—Preferiría volver al servicio público, pero no tengo remedio —explicó
Bella—. Edward no quiere que esté sin protección, es algo quisquilloso
con respecto a eso.

—Entiendo, si yo pudiera te tendría encerrada en una esfera de cristal,


donde nadie pudiera tocarte ni lastimarte —dijo el chico, al tiempo que
pasaba un brazo por los hombros de ella, y la atraía hacia sí, para darle
un beso en la sien.

Bella sonrió, y acomodó su cabeza en el hombro de él.

—Lo has hecho muy bien hasta ahora, pero ya es hora de que dejes de
hacerlo, y me dejes esa responsabilidad a mí sola.

Jasper suspiró, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el espaldar del


asiento de la limusina.

—No empieces, por favor —pidió la chica.

—Sé perfectamente que Edward puede protegerte de cualquier cosa en


el mundo —dijo ignorándola—, pero… ¿quién te protegerá de él?

—Nadie lo hará —contestó Bella girando su cuerpo y atrayendo el


rostro de su amigo para quedar frente a frente—. No será necesario, y
ya me lo dijiste y te contesto igual: él nunca me hará daño, lo sé. Me
ama, y estoy segura que si en algún momento te llamo desesperada, es
porque habrá llegado al punto de bajarme cargada por las escaleras
para evitar que ruede por ellas.

—No sería una mala idea, debería proponérselo… —comentó Jasper


con expresión pensativa, pero claramente divertida.

— ¡Cállate! —exclamó Bella empujándolo, riendo al mismo tiempo.

— ¡Ah, no, señorita! A mí me respeta que usted está muy chiquita para
levantarme la voz.
Y se lanzó sobre ella haciéndole cosquillas, que la hicieron gritar.

— ¿Está todo bien, Señorita Swan? —Se escuchó la voz de uno de los
hombres sentados en los asientos delanteros y de los que estaban
divididos por un vidrio oscuro.

Bella se apresuró a tomar el intercomunicador.

—Sí, Alex… no te preocupes —dijo jadeante, tratando de alejar a su


amigo que continuaba con sus manos en su abdomen.

Colgó y accionó el mecanismo de aislamiento de sonido, que era un


segundo vidrio más grueso que bajaba en la pequeña ventana. Jasper
no se detuvo, solo hasta que fue el teléfono celular de ella el que
timbró.

— ¿Se puede saber qué estás haciendo con tu amiguito? —Escuchó la voz
molesta y sarcástica de Edward desde el otro lado de la línea.

—Edward, ¿cómo…? ¡No, quita! —gritó lo último porque Jasper al


escuchar el nombre de quien llamaba, intensificó sus ataques.

— ¿Quita qué? ¡¿Quita qué, Isabella?! Tiene sus manos sobre ti, ¿no es así?
¡Se las voy a cortar al maldito! ¡Nadie toca lo que es mío! ¡Isabella maldita
sea…!

Jasper le arrebató el teléfono al escuchar los gritos de Edward, pero sin


llegar a entender lo que decía, y colgó.

— ¡¿Cómo se te ocurre colgar?!

—Tranquila, Bella —dijo Jasper bufando—. Déjalo que sufra un rato,


debe estar que se lo comen los celos.

El celular volvió a timbrar una y otra vez, lo mismo que el teléfono de


la limusina. Bella intentó contestarlos pero Jasper se lo impidió.
—Jasper, por favor, déjame contestar… Dios, nos va a matar.

—No, sé que él siente celos cuando te ve conmigo, bueno que tenga


motivos para creerlo.

—Tú no entiendes —jadeó Bella al darse cuenta que el vehículo se


había detenido—. ¡Dios! Edward te va a matar.

En esos momentos se abrió la puerta del lado de Bella y Dacre asomó la


cabeza.

—Señorita Swan, tenemos órdenes de cambiarla de auto, si me


permite…

— ¡Ay, por favor! Esto es ridículo —exclamó Jasper, levantando los


brazos.

—Mi vida, no me lo hagas más difícil —rogó Bella—. Edward es muy


celoso, tú mismo lo has dicho, por favor…

— ¿Te agredirá? —preguntó él mirándola seria y fijamente.

Bella negó con la cabeza rápidamente. Sabía que Edward no la


golpearía, pero sí le gritaría, y posiblemente la besaría rudamente, para
afirmar su posesión.

—Señorita, por favor…

—No es necesario, yo me bajo —indicó Jasper rodeando a Bella para


bajar de su lado, y giró el rostro para mirarla—. Si te hace algo me
avisas, estaré donde Jacob.

—No te preocupes, nos vemos mañana.

Quince minutos después, la chica se encontraba caminando hacia la


entrada de La Mansión Cullen, donde Esme la esperaba con los brazos
abiertos y para hacer que su corazón se acelerara, Edward se
encontraba detrás de ella, con el ceño fruncido, y su mirada fija en la de
ella.

Pareciera que los ojos le llamean.

¡Fuerza, Bella! Están en casa de sus padres, no te hará nada.

Como si eso pudiera detenerlo.

Fue la rápida conversación que tuvo consigo misma, antes de


devolverle el abrazo a su futura suegra. Edward no se movió de su
lugar, solo seguía observándola fijamente, siguiendo cada uno de sus
movimientos.

—Hola… —lo saludó Bella tímidamente, y para aparentar frente a su


suegra, se empinó, y le besó la mejilla.

Sin previo aviso, sintió cómo los brazos de él la rodeaban fuertemente,


haciéndole soltar una exclamación de sorpresa que terminó en un
jadeo. Edward enterró su rostro en el cuello de ella, y aspiró
fuertemente.

—Hueles a un hombre que no soy yo —le susurró en el oído.

Bella sintió cómo su corazón se paralizó. El olor que Edward sintió era
el perfume de Jasper, que por el juego que habían tenido en la
limusina, se había impregnado en su ropa, y al parecer en su cabello,
sin contar con el hecho de que su ropa estaba algo arrugada. Pero no
tenía duda de que Jasper sabía muy bien lo que hacía.

Estas cosas solo me pasan a mí.

—Edward, ten más cuidado con Bella —reprendió su madre—. Ella no


es Heidi que está acostumbrada a tus juegos bruscos.

El hombre no contestó, y Bella solo le sonrió mientras ella se alejaba.


Una vez solos, Edward tomó a Bella y la arrastró hacia una esquina de
la estancia contigua, donde quedarían escondidos de la vista de todos
los que pasaran por la zona, debido a una pequeña saliente en la
arquitectura, y una mesa con un gran jarrón apoyado en ella.

—Edward, yo solo jugaba con Jasper, nada más —explicó Bella


mirándolo a los ojos.

Edward la apoyó contra la pared, quedando de frente a ella y


colocando los brazos a cada lado de su cabeza. No pronunció palabra,
simplemente continuaba mirándola, como evaluando sus reacciones.

—Sabes que Jasper es como mi hermano, y tú también tienes esa clase


de confianza con Heidi —alegaba mirando ahora a todas partes menos
a su rostro. No era que le importaba lo que él pensara, pero sus
rabietas la desesperaban, y no deseaba que una de ellas fuera dirigida a
Jasper—. Incluso puede que ella recuerde haberte visto sin ropa alguna
vez, y yo te puedo asegurar que ni lo he visto, ni él a mí desnuda.

—Ya estaría muerto, te lo aseguro.

—Es solo algo divertido —continuó Bella pasando por alto la amenaza,
porque su amigo nunca la había visto desnuda, pero sí en ropa interior,
aunque eso Edward nunca lo sabría—. Cosquillas. —Sonrió y
enseguida arrugó los labios, como una niña pequeña—. Le grité y
quiso castigarme…

—Isabella.

Bella levantó la mirada inmediatamente y se encontró con la de él, tan


penetrante que pensó se desmayaría por la intensidad. No dijo nada.

—La próxima vez que tu hermanito quiera jugar contigo, o castigarte por
algo —continuó—, procura que no lo haga, porque si vuelvo a sentir su
olor en tu cuerpo, o a saber que él tiene sus manos sobre ti, violaré el
quinto mandamiento. ¿Está claro?
Bella, una chica que había sido bautizada bajo la religión católica, y que
realizó su primera comunión a los ocho años, sabía perfectamente, cuál
pecado cometería el hombre frente a ella.

— ¡¿Se puede saber por qué el mocoso Cullen se casa y yo me entero por una
tarjeta de invitación?!

— ¡Mierda! —exclamó Edward al escuchar la voz que provenía desde


el corredor contiguo, luego de que la puerta de entrada de la casa se
abriera, y golpeó la pared con uno de sus puños.

— ¿Quién es…?

—Quédate aquí, yo lo soluciono.

Se separó de la chica y giró para salir al encuentro del hombre que


había formulado la pregunta de forma indignada. Bella obedeció, pero
para calmarse y así salir al encuentro de la familia.

— ¡Ah, ahí estás! Muchachito insolente, ¿crees que soy algún invitado más,
para enviarme una tarjeta para la fiesta de compromiso?

— ¡Mira vie…!

— ¡Edward! —Escuchó Bella que decía Esme—. Tío, no te pongas así.

—No me vengas con excusas mujer, que tu eres la única culpable por haber
malcriado a este inmaduro y estúpido hijo tuyo…

El hombre siguió alegando y Bella no podía aguantar más la


curiosidad. La voz sonaba como la de un hombre mayor, y bastante
molesto, pero al tratarse de un familiar, pues Esme le había dicho tío,
prefirió aguardar hasta que Edward fuera por ella. Además, su
molestia parecía ser causada por la boda, y no deseaba que su rabia se
desbordara sobre ella, que después de todo, era el punto clave del
problema.
— ¡Tío! —exclamó la voz de Heidi alegremente.

—No vengas con arrumacos que no estoy de humor —regañó el hombre,


pero sin saber bien por qué, a Bella le causó gracia, y tuvo que sofocar
una risita—. Exijo saber ahora mismo dónde está la que pretende hacer parte
de mi familia sin mi consentimiento.

Bella pudo incluso escuchar un bastón golpeando el suelo. Ya no le


importaba ser reprendida por ese hombre. Causaba en ella una extraña
mezcla de ternura y gracia, tanta que estaba ansiosa por conocerlo.

— ¡No tengo por qué pedirte permiso para casarme! —gritó Edward,
claramente más furioso a cada segundo—. Y no te atrevas a hacerle el más
mínimo desaire porque te juro viejo mise…!

— ¡Edward! —gritó Bella sin poder evitarlo, y salió de su escondite con


el ceño fuertemente fruncido—. ¿Es que nadie te enseñó a respetar a
tus mayores? ¿O es que crees que todo el mundo tiene que aguantar
tus berrinches porque eres el gran Edward Cullen, Presidente de…?

Se detuvo al darse cuenta que todos la miraban con los ojos muy
abiertos, todos, pues al escuchar la discusión, la familia entera se había
trasladado a esa zona de la casa. Su cara se calentó, e imaginó que
estaría tan roja como un adorno navideño. Giró su rostro rápidamente
hacia otro lado y se encontró con la mirada escrutadora de un hombre
alto de piel muy blanca y pálida; cabello negro, liso y largo hasta un
poco por debajo de los hombros; de contextura delgada, y de unos
setenta años de edad, con un bastón en una de sus manos, pero de una
elegancia que podía competir con la de cualquier rey o militar.

El anciano levantó una mano y la señaló.

— ¿Quién es esta chiquilla? —preguntó con el ceño fruncido.

—Isabella Swan —contestó la chica antes de que Edward lo hiciera,


quien ya se había aproximado un paso hacia ella, y abierto la boca.
Bella decidió en ese momento que no le temía al hombre, por eso lo
trataría con respeto pero sin dejar de seguirle la corriente—. La
prometida del mocoso de su sobrino.

En la estancia se escucharon las risitas de Alice y Heidi, y una fuerte


carcajada de Emmett, pero el hombre frente a ella, solo se limitó a
continuar mirándola fijamente.

— ¿Cuántos años tienes, niña? —preguntó.

—Dieciocho, señor.

— ¡¿Ahora este imbécil se volvió pedófilo?!

—No, solo murió su última neurona, y se le aflojó el último tornillo —


respondió Bella encogiéndose de hombros.

Los mismos sonidos se escucharon, mientras Edward la miraba como


si no pudiera creer lo que estaba sucediendo. Él había visto a muchos
hombres y mujeres, mayores que su nena, temblar ante los gritos de su
tío, o incluso ante su sola presencia, pero increíblemente, ahora estaba
ella ahí, bromeando con el hombre sin el más mínimo temor. No le
importaba que el objeto de burlas fuera él, solo podía ver a la mujer
valiente y decidida de la que se había enamorado sin saber cómo.

Bella observó cómo el hombre se enderezaba en toda su estatura, sin


dejar de mirarla, e ignorando el silencio que se había formado a su
alrededor, donde todos esperaban una reacción. De pronto comenzó a
caminar hacia ella, apoyando su bastón con cada paso de su pierna
derecha. Acercó su mano libre al rostro de ella, y colocándolos debajo
de la barbilla, la hizo girar la cabeza suavemente de un lado a otro.

—Sírveme un trago. —La soltó y caminó hacia el interior de la sala de


estar—, y ven a contarle a tu tío Aro de dónde saliste niñita del
demonio.
Bella sonrió abiertamente y se escucharon varios suspiros de alivio.
Esas palabras habían sido una clara aprobación a la nueva integrante
de la familia.

—Si te molesta…

—Tranquilo, Edward. Tu tío… perdón mi tío —corrigió con expresión


de orgullo—, es un completo amor. No entiendo por qué te llevas tan
mal con él, si es tan simpático.

—Sí, claro —dijo Edward bufando, pero al mismo tiempo complacido.


Nunca se llevaría bien con el viejo, pero con que su mujer lo hiciera,
bastaba para él.

— ¿Dónde está mi trago?

— ¡Ya voy, tío Aro!

Bella, que nunca había tenido una relación cercana con los abuelos que
había conocido, y que ahora estaban muertos; se encontraba dichosa de
tener a una figura como Aro Cullen en su vida.

Las horas de la tarde que estuvo en compañía del anciano, fueron para
Bella las mejores en mucho tiempo. Heidi y Alice se les unieron al poco
rato, entre historias del pasado, charlas sobre la vida de Bella, y uno
que otro regaño, Bella sintió una vez más, que valía la pena todo el
sacrificio.

Aro Cullen era un hombre muy quisquilloso, le gustaba que todo se


hiciera a su manera, y no aceptaba reproches ni objeciones de nadie.
Aunque ninguno de los presentes fueran sus descendientes, él
manejaba a la familia como si le perteneciera por derecho propio, y no
opinaba sino que ordenaba, cuando algo no le parecía correcto. Bella
pudo notar, que su trato con los hombres de la familia no era el mejor.
Carlisle y Joseph lo respetaban, pero trataban de mantenerse alejados
de él, al igual que Emmett que simplemente lo ignoraba cuando
lanzaba alguna frase despectiva hacia él, y Edward, era el único que le
hacía frente; sin embargo, por la presencia de Bella en la casa, se
mantenía vigilante, pero sin inmiscuirse en la reunión privada, y si el
anciano lo reprendía por algo, él miraba a Bella, arrugaba el ceño, y se
iba despotricando en voz baja, pues por la cara de advertencia de Bella,
sabía que ella no le toleraría ninguna falta de respeto hacia el hombre.
Pero con las mujeres era otro asunto.

Aro las trataba a todas como si fuesen sus niñas consentidas, sus
pequeñas hijas, consintiéndolas, mimándolas y, como para no perder la
costumbre, reprendiéndolas cariñosamente cada tanto. Bella se enteró
esa noche, que él tenía una gran debilidad por las mujeres jóvenes, y
sobre todo de cabello oscuro; debido a que cuando su esposa murió en
el parto, el hijo que había nacido de ella, había sido una niña, la cual
sostuvo en sus brazos unos momentos. Una hermosa niña con unas
cuantas hebras de cabello negro en su cabeza, y fue en sus brazos, que
la pequeña exhaló su último aliento. Ese hecho lo había marcado para
siempre, nunca se había vuelto a enamorar, y el deseo de tener consigo
a ese fruto del inmenso amor que había sentido por Sulpicia, su esposa,
lo llevaba a no poder negarle nada a las chicas de su familia, a quienes
veía en ellas, a esa pequeña niña que nunca pudo consentir ni llenar de
todo el amor que tenía para dar. Se había vuelto un hombre frío, era
cierto, pero esas niñas despertaban en él sentimientos dormidos hacía
muchísimos años, y con la llegada de Bella, y su forma de ser tan
despierta y divertida, sentía que había completado su familia perfecta.

En la noche, cuando todos se retiraron a dormir, pues la fiesta de


compromiso sería al día siguiente, y necesitaban madrugar para poder
estar listos a tiempo, Bella que se había quedado en una de las
habitaciones de huéspedes, ya que todas las demás estaban ocupadas
porque la familia en pleno pasaría la noche allí, y que no había podido
conciliar el sueño, debido al nerviosismo de lo que sería la fiesta, sintió
unos pasos que se acercaban por el corredor. Inmediatamente se
levantó y acercándose a la puerta, colocó seguro a ésta, porque no
deseaba visitas de su prometido, y se quedó escuchando en silencio a
quien se encontrara del otro lado. Los pasos se detuvieron frente a su
puerta, pero de repente un golpe en el suelo llamó su atención, y al
escuchar las palabras que lo acompañaban, supo enseguida lo que
sucedía afuera.

—Aléjate de esa puerta, mocoso pervertido, si no quieres que te rompa este


bastón en la cabeza.

—Es mi novia la que está ahí, y puedo entrar a su habitación cuando me dé la


gana.

—Pero parece que ella no tiene la misma idea, porque de ser así, estaría ahora
mismo durmiendo contigo y no en una habitación diferente.

—Escucha viejo…

—Escucha tú, culicagado insolente, si no quieres que te deje más estúpido de


lo que ya eres con mi bastón, es mejor que des media vuelta y metas tu culo en
tu habitación. Soy viejo, y mis horas de sueño son pocas, y si tengo que
quedarme a vigilar esta puerta lo haré, con tal de que mantengas tus
vergüenzas lejos de esa niña, al menos mientras ella así lo desee.

Se escuchó un fuerte gruñido, y luego unos pasos que se alejaban


rápidamente. Bella suspiró aliviada, y enseguida, un golpe se escuchó
en la puerta.

—Duerma tranquila, niña, tu tío Aro te cuida. —Bella sonrió ampliamente


y se mordió el labio pícaramente—. Y ya metete a la cama que el frío te
puede hacer daño. Desde aquí puedo ver la sombra de tus pies bajo la puerta.

—Gracias, tío Aro —respondió alegremente, y con esa misma


expresión, corrió a su cama y allí se quedó, agradeciendo a Dios por
ese maravilloso y curioso hombre que había conocido esa tarde.
CAPÍTULO 17


Un mundo nuevo se muestra ante mí,
una vida desconocida que debo consentir.
Promesas de amor eterno y devoción,
si tan solo hubiesen llegado antes de la conmoción.
Y aquí estoy ante la casa de Dios,
a punto de firmar una sentencia atroz.

—¡ M amá! —gritó Alice desde el pasillo que daba a la habitación de


sus padres—. ¡Por Dios! Es tarde y ya llegó el equipo para arreglarnos.

—Deja de gritar, Alice, que no estamos sordos —regañó Carlisle


abriendo la puerta de la habitación, vistiendo ropa de dormir.

Alice se quedó mirando fijamente a su padre de pies a cabeza. No


había pasado desapercibido para ella que la pijama que él llevaba, no
tenía ni una sola arruga, e incluso, parecía recién desdoblada por las
líneas rectas que se formaban a ambos lados de las prendas.
Entrecerrando los ojos un poco más miró el ceño fruncido de su padre,
y giró la vista hacia el interior de la habitación de éste, donde pudo
divisar una prenda de color vino tinto en el suelo, y por lo que se podía
observar, estaba desgarrada. Abrió los ojos desmesuradamente y
adoptando la misma expresión molesta del hombre frente a ella se
apresuró a desahogarse contra la entrada de la habitación.

— ¡Mamá! ¿No podían dejar sus cochinadas para otro día que no fuera
el del compromiso de tu hijo?
— ¡Alice, no seas grosera! —reprendió Esme saliendo de la habitación,
mientras se anudaba el lazo de una salida de cama en la cintura, y su
rostro se teñía de rojo. Se acercó a su esposo y al pasar por su lado dijo
en un susurro—: Te lo dije.

La chica bufó, y dando media vuelta, regresó por donde había llegado,
por lo que no notó la nalgada que su padre le dio a su madre antes de
tenerla fuera de su alcance, y que ésta reaccionó palmeándole la mano.

Sara había llegado temprano por orden de Alice, para que participara
de los preparativos en su compañía, y en ese momento se encontraba
en la sala de estar con las demás chicas, quienes estaban todas,
incluyendo a una algo fastidiada Bella, en manos de maquilladores y
estilistas que tenían la tarea de dejarlas perfectas para la ocasión.
Mientras, los hombres se encontraban en la sala alterna, sin ninguna
preocupación que no fuera divertirse mientras comenzaba el tortuoso
evento.

Se escuchó la llamada a la puerta, y Alice, sabiendo de quién se trataba,


se levantó rápidamente de su asiento y corrió para recibir al chico
rubio que solo atinó a rodar los ojos, antes de sentir cómo ella se
arrojaba a sus brazos.

—Llegas tarde, cariño —dijo Alice en tono de reproche, luego de darle


un beso en la comisura de los labios—. Ven, quiero que conozcas a
alguien, ven Jacob.

Jasper miró a su amigo, quien tenía una clara expresión de burla en el


rostro, y al notar esto, frunció el ceño y volteó hacia otro lado. Todos
tomaban la actitud de Alice con risas y burlas, solo a él le fastidiaba
tenerla siempre rondando a su alrededor.

Al percatarse de la entrada de los chicos a la estancia, Sara levantó la


mirada e inmediatamente la bajó totalmente sonrojada, cosa que no
pasó desapercibida por Heidi.
—Hola Jacob, Sara estaba ansiosa de que llegaras…

—Heidi —susurró Sara en tono de súplica.

—Aún no han terminado de maquillarla, pero… ¿No se ve linda? —


continuó, ignorando el sufrimiento de la joven sentada a su lado.

—En realidad se ve hermosa —contestó Jacob, guiñándole un ojo a la


chica que no creía posible que su rostro estuviera más rojo.

Todos rieron, incluso los que trabajaban en la ya existente belleza de


las mujeres, menos la implicada que sentía que su corazón se saldría
del pecho en cualquier momento. Alice llevó a los chicos a un lado del
salón y se colocó frente al anciano que se distraía leyendo un libro en
un cómodo sillón de cuero.

—Tío, quiero presentarte a Jasper y Jacob —anunció con una gran


sonrisa—. Chicos, él es mi tío Aro.

Aro Cullen, levantó la vista y se quitó las gafas que usaba para leer,
miró a los dos jóvenes de arriba abajo y devolvió su recorrido, frunció
el ceño, miró a Alice y lo frunció aún más al notar que ésta tenía
apresado el brazo del chico rubio.

— ¿Se puede saber por qué estás colgada de él de esa forma? —


preguntó con voz fuerte y molesta.

Alice se encogió de hombros, sin perder la sonrisa respondió


simplemente:

—Porque es mi novio, tío.

Nuevas risas se escucharon de fondo mientras Jasper con expresión


sorprendida y exaltada, empezaba a negar rápidamente con la cabeza,
tratando de zafarse inútilmente del abrazo y abría la boca en un pobre
intento de refutar lo divulgado.
—Señor yo…

—Cállate que nadie te ha preguntado —dijo Aro bruscamente y


batiendo una mano para afirmar sus palabras, miró de nuevo a la chica
frente a él—. ¿Por qué tienes novio y yo no lo sabía?

— ¡Porque ni ellos mismos lo sabían! —gritó Bella desde el otro lado de


la sala haciendo que nuevas risas se escucharan.

—Pues a mí no me causa ninguna gracia —dijo Aro altamente molesto,


con su rostro rojo y sus cejas juntas.

—Él es como mi hermano, tío Aro —explicó Bella riendo aún, para
tratar de calmar al hombre.

El anciano ignoró las palabras de la chica y giró entonces el rostro hacia


el rubio. —Conozco perfectamente a los de tu clase, muchachito. Eres
igual al prometido de Bella y al estúpido de su primo, con esos pelos
desordenados y mirada de cazador irresistible. Así que te advierto, que
no me entere yo que la niña. —Señaló a Alice—, ha derramado una
sola lágrima por ti, porque te juro que este bastón te lo pondré de
sombrero y no te darás cuenta de qué te sucedió.

Jacob logró reprimir a tiempo una risa burlona mordiéndose la lengua,


pero eso no pasó desapercibido por el hombre mayor.

—Lo mismo va para ti —anunció señalando al chico moreno—, que ya


te veo haciéndole ojitos a Sarita, así que ya lo saben, no me provoquen
porque no saben lo que les espera. Ahora lárguense de aquí los dos, y
tú —dijo dirigiéndose a Alice—, deja de estar colgada de él que pareces
una babosa. Vamos, fuera de aquí, vayan a reunirse con los demás, que
entre animales se entienden perfectamente.

Jasper y Jacob se miraron entre sí, sin poder creer que un hombre los
acababa de amenazar y echar de su presencia, sin siquiera haber
atinado a pronunciar una sola palabra.
— ¿Es que también son sordos? —preguntó Aro bruscamente, sin
levantar la mirada de libro que había vuelto a abrir, y sin más,
continuó con su labor.

Los chicos aturdidos y sin nada más que hacer ni que decir, salieron de
la habitación rápidamente, evitando así otra reprimenda, para reunirse
con los demás "Animales" como había dicho el anciano. Al entrar en la
estancia, Emmett se acercó a ellos y antes de saludarlos preguntó:

— ¿Y el viejo qué?

Jacob miró a su amigo y frunciendo la boca contestó:

—Nos amenazó con el bastón, y ordenó que viniéramos a reunirnos


con los demás animales.

Emmett soltó una fuerte carcajada, y colocándose en medio de los dos,


les pasó un brazo por los hombros a cada uno.

—Bienvenidos al club —dijo para seguir riendo y ubicarlos en el lugar.

Edward que había fijado la mirada en el rubio desde que hizo su


aparición, levantó la cabeza y colocó su mejor sonrisa de satisfacción.

—Jasper, ¿listo para la fiesta de compromiso? Isabella está ansiosa, y


como le dije anoche, ya no hay marcha atrás —dijo muy pagado de sí
mismo, dando a entender que había pasado la noche con la chica.

Jasper prefirió no contestar por respeto a los hombres mayores que allí
se encontraban, pero por dentro sintió la rabia y la inconformidad
bullir. Deseaba borrar de los labios de Edward la sonrisa, y de sus ojos
la satisfacción. El solo pensar en que ese hombre sería quién estaría al
lado de su niña por el resto de su vida, lo atormentaba; él daría lo que
fuera por que Emmett o Jacob se convirtieran en sus cuñados y no ese
hombre que lo atemorizaba, no por su propia integridad, sino por el
bienestar de Bella.
Minutos después, los hombres seguían departiendo, sin que dos de
ellos entablaran conversación entre sí, pero haciéndolo sin ningún
problema con los demás. Las chicas continuaban arreglándose, dando
los últimos toques, mientras conversaban y reían, para tratar de
distraer a Bella que se notaba claramente nerviosa con el pasar de los
minutos. Aro seguía inmerso en su lectura, sin prestar atención al
bullicio que formaban las mujeres en la habitación, pero de pronto,
unas fuertes risas se escucharon provenientes de la sala contigua.

— ¡Hagan silencio partida de holgazanes, que no me dejan concentrar!

Todos, incluyendo las mujeres, guardaron silencio al instante, pero Aro


levantó la vista y mirando al grupo femenino ante él, preguntó:

— ¿Pasa algo mis niñas? ¿Por qué dejaron de hablar? ¡Vamos, vamos!
Sigan conversando que eso me relaja.

Sonrió y continuó con su lectura. Las mujeres se miraron entre ellas,


rieron fuertemente, y continuaron con sus cotilleos alegremente;
mientras que los hombres en el salón contiguo, bufaron al escuchar las
carcajadas de ellas, sin que recibieran ningún tipo de amonestación.

Minutos después, cuando llegó la hora de vestirse, Esme se dirigió a su


habitación con el personal de servicio que le colaboraría en el proceso;
Alice y Sara a la de la primera, y Bella y Heidi, a la suya.

—Heidi, estoy nerviosa —comentó Bella mientras una de las jóvenes


del servicio le ayudaba con las zapatillas—. Esto es totalmente nuevo
para mí, yo…

—Pueden dejarnos, continuamos solas, gracias —interrumpió la mujer


para dirigirse a las jóvenes, quienes se retiraron al instante—. Bella,
tranquilízate, es solo una fiesta, nada más.

—Eso lo puedes decir tú que naciste en este mundo, pero yo no —


alegó Bella moviendo los pies para acomodar los zapatos—. El pensar
en que voy a ser el centro de atención, no es nada común para mí. Las
únicas fiestas a las que he asistido, son las que se organizaban en una
tarde, y las invitaciones eran unHey esta noche en casa de Ángela.

—Sé lo que es eso, en la universidad era lo mismo, pero no vas a estar


sola, todos nosotros estaremos a tu lado, y aunque no te guste
escucharlo, Edward no permitirá que te sientas incómoda en ningún
momento, te lo puedo asegurar.

Bella suspiró y asintió. Sabía que lo que Heidi decía era cierto, Edward
echaría a todos a gritos de la fiesta si eso la hacía sentir mejor, pero aun
así, por su propio orgullo, no deseaba ser rechazada por esas personas,
además de no desear pasar un mal rato.

Cuando todas se reunieron en el pasillo, los hombres las esperaban


abajo desde hacía varios minutos, vestidos de esmoquin haciéndolos
ver bastante guapos y elegantes. Se miraron las unas a las otras, y
aunque para Bella hasta el vestuario era algo nuevo, tuvo que admitir
que todas, incluyéndola, se veían hermosas, aunque el tocado no la
hacía muy feliz. Su vestido era de un color azul verdoso, y como todos
los demás, consistía de una falda hasta la rodilla, y una blusa estilo
chaqueta con mangas largas, y solapas anchas, la tela era seda con solo
unos delicados bordados en los puños, y el borde de la blusa y la falda;
su tocado consistía de un sombrero del mismo color del vestido, de ala
ancha y unas rosas también azules en tela, sostenidas por una cinta que
bordeaba la copa de éste. Alice había insistido en un tocado como el
suyo, que aunque rosa, solo era a un costado de la cabeza con unas
pequeñas plumas y flores en un bello ramo sobre la cabeza; pero Bella
se negó rotundamente a usarlo, no solo por el estilo, sino también
porque podía intuir que sería doloroso usarlo, lo que no sucedería con
el sombrero, que aunque molesto, no le causaba ningún dolor.

Edward levantó la mirada al escuchar los pasos acercarse por las


escaleras, y Bella pudo ver cómo su mirada se fijaba en ella y su
expresión se convertía en una de total fascinación. Enseguida se acercó,
y le extendió una mano para ayudarla con los tres últimos escalones,
Bella la aceptó y cuando por fin se unió a él, sintió cómo su dedo le
acariciaba el contorno del rostro, y su aliento le rosaba la piel, al
tiempo que observó cómo su rostro se acercaba lentamente al de ella, y
sus ojos se fijaban en sus labios.

—No la toques, Edward, que arruinas su maquillaje —intervino Heidi


apartándolo con un brazo y llevándose a Bella junto a Aro para dejarla
a su lado.

Edward siguió con la mirada el recorrido que hicieron las mujeres, más
especialmente el de Bella, pero guardó silencio, sin poder evitar que su
ceño se frunciera.

—Necesito hablar un momento con mi prometida, en privado —


remarcó lo último y se acercó a la chica para llevarla al lugar donde la
noche anterior habían conversado.

—Mi amor —comenzó en un susurro, mirándola fijamente a los ojos—,


soy consciente de que mi accionar no ha sido el mejor, y que mi
propuesta de matrimonio no fue lo que cualquier mujer esperaría, es
por esto que…

Bella observó con sorpresa, cómo Edward se arrodillaba lentamente


ante ella, apoyando una sola rodilla en el suelo, y metiendo su mano
derecha en el bolsillo, sacó una pequeña caja roja y colocándola frente a
ella la abrió, dejando al descubierto un anillo en platino con un gran
diamante que se alzaba hacia ella.

—Isabella Marie Swan, no tengo palabras para expresar lo que tu sola


presencia me provoca, mi mente y mi corazón no son capaces de
asimilar lo que mi alma siente con solo escuchar tu voz, y el día que me
faltes será el fin de mis días, y el comienzo de un infierno que ni el
mismo Dante sería capaz de describir. Isabella, Bella, mi nena, cásate
conmigo, y juro aquí ante tu alma pura, y ante Dios, que dedicaré cada
día de mi vida a hacer que una sonrisa se dibuje en tu dulce rostro, y
que una alegría como nadie imaginó se instale en tu corazón.

La chica se dio cuenta que lloraba al sentir un sabor salado en sus


labios. Edward, el hombre que con influencias había impedido que
saliera del país, ese que la había amenazado con destruir a toda su
familia si no se casaba con él, ese que había controlado cada uno de sus
movimientos y la había proclamado como suya sin tener en cuenta sus
sentimientos; acababa de pedirle matrimonio con las palabras más
hermosas y románticas, que nunca imaginó escuchar dirigidas a ella.

¿Por qué, Edward? ¿Por qué ahora y no antes?

Edward la miraba atentamente. En sus ojos se mostraba la angustia


que en su corazón sentía y la súplica que su alma imploraba. Ella
lloraba por lo que pudo ser y no fue, por los errores cometidos y por
un futuro incierto; lloraba por la locura de ese hombre y el amor que
ella no lograba hallar en su corazón; lloraba por su destino de completo
infierno, y por el de él, de completa súplica. Él le pedía algo que ella no
podía darle y que al no poder obtenerlo, lo tomaba por la fuerza.

—Edward… —Fue lo único que atinó a decir antes de que un sollozo


escapara de sus labios.

Él se levantó rápidamente y tomándola por los brazos, la atrajo a su


cuerpo lo más que pudo.

—Piénsalo, mi amor, todo depende de las palabras que pronuncies a


continuación.

Bella dejó escapar otro sollozo y miró hacia abajo cuando sintió algo
frío tocando su dedo anular de la mano izquierda, donde él empezaba
a colocar el anillo.

—Contesta, ¿te casarás conmigo? —preguntó Edward deteniendo el


movimiento de su mano.
Bella tomó aliento, buscando fuerzas para decir lo que debía, y sin
levantar la mirada, pronunció las palabras esperadas.

—Sí… me casaré contigo.

Al salir del lugar privado, Bella ya había secado sus lágrimas lo mejor
posible, y el labial de tono suave que usaba desapareció por completo;
mientras que Edward lucía una sonrisa de total triunfo y alegría.

Bella entendió las miradas extrañadas de todos, y vio cómo Jasper la


observaba con el ceño fruncido y reparaba en cada centímetro de su
cuerpo, buscando seguramente algún signo de maltrato, pero las dudas
de todos fueron despejadas cuando no tuvo opción sino de mostrar el
anillo que oficializaba el compromiso y que para Bella valía lo mismo
si era de plástico o de oro puro.

Todas las mujeres se emocionaron a reparar en él, menos Heidi que se


acercó a Edward y lo apartó de los demás.

—Edward, sé que es tu fiesta y que estás emocionado porque es el


anuncio de tu boda con Bella, pero te pido, te suplico que no le
amargues la vida a esa chica —rogó tomándolo por el brazo.

—No sé de qué hablas —dijo él molesto, desviando la mirada.

—Hablo de que no estés acosándola todo el tiempo —explicó Heidi


pacientemente—. Ya bastante tiene con que será presentada ante
trescientas personas que la mirarán como un bicho raro, como para que
también tenga que aguantarte a ti ahogándola con tusdetalles amorosos.

Edward lo pensó por un momento, comenzó a golpear el suelo con el


pie y luego de unos segundos en que su prima lo miraba fijamente, se
golpeó el muslo con un puño y se retiró rápidamente de la presencia
de su prima para reunirse con Bella, a quien solo le ofreció el brazo y la
condujo a la salida. Heidi comprendió enseguida, que él haría todo lo
posible por seguir su concejo.
The Milestone, era un hotel de lujo ubicado en Kensington Court, con
una fachada típica de los mejores hoteles en Londres, y con la ventaja
de ser el lugar de descanso de los más acaudalados que deseaban pasar
unos días en la capital inglesa. La Suite Windsor, un gran salón
decorado revestido en madera clara, con molduras del mismo material
que recorrían las paredes fundiéndose con la decoración del lugar;
grandes ventanales que iban desde el suelo bellamente alfombrado,
hasta el techo decorado con hermosos tallados y figuras intrincadas
que enmarcaban además una majestuosa chimenea a un extremo del
salón, que en conjunto con todo lo demás era un claro ejemplo de la
elegancia y la sofisticación. Una suave música proveniente de una
pequeña tarima instalada en la pared principal, en donde un grupo de
músicos elegantemente vestidos, con su maestro, amenizaban la
velada, sirviendo de fondo a las conversaciones que allí se producían.

Bella ingresó en él tomada del brazo de Edward y seguida por toda la


familia. Heidi no había dejado de repetirle una y otra vez que ella era
la prometida de Edward Cullen, el Presidente de CullenWorld y que
por ese solo hecho, estaba por encima de todas las perras que allí se
encontraban.

—No te avergüences de quién eres Bella, eres fuerte, decidida, y sobre todo
decente, eso es algo que muy pocas en ese salón podrán decir.

Por lo que al entrar, lo hizo con la cabeza bien en alto, y fuertemente


aferrada al hombre que la guiaba hasta el medio del salón. No estaba
feliz de lo que se anunciaría ese día y agradeció haberse tranquilizado
lo suficiente luego de la declaración de él; pero debía admitir que su
presencia le transmitía una seguridad en lo referente a los demás que
sabía que nada la tocaría para dañarla, mucho menos los fotógrafos
que cargaban en sus pechos los distintivos de las revistas a las que
pertenecían y que se imaginó, eran precisamente a las que su
prometido había amenazado; sin embargo, no fue Edward quien la
salvó de una situación desagradable.
Luego de experimentar cómo todas las miradas se posaban sobre ella,
y la evaluaban como quien está por comprar una nueva posesión y
necesita saber si tiene fallas o no, Edward en compañía de sus padres,
la llevaron por cada grupo organizado a lo largo del salón y la
presentaron orgullosamente. Las reacciones variaron desde miradas de
desprecio, que la hacían levantar una ceja como muchas veces había
visto hacer a Heidi y acariciar suavemente el brazo de su prometido,
pues éstas venían de mujeres jóvenes, que aunque no comentaban sus
pensamientos, los expresaban sin ninguna restricción en sus rostros;
hasta sonrisas sinceras que la hicieron devolverlas de forma alegre y
complacida.

Bella se sintió sorprendida al darse cuenta que la fiesta no sería tan


incómoda como ella esperaba que fuera. Nunca había sido alguien que
le interesara mucho crear nuevas relaciones, y aunque siempre se le
había hecho fácil, no se imaginó que esta ocasión también lo sería.
Entabló conversación sobre todo con las personas mayores, quienes
aunque parecían serias y pretenciosas, al entrar en su mundo y
tratarlos como su igual, bajaban de sus cielos de lujos y riquezas, para
convertirse en personas amables que eran capaces de sacarle sonrisas y
risas en varias ocasiones. De mujeres jóvenes también tenía cosas
buenas que decir, algunas eran del estilo de Heidi, orgullosas pero
sinceras, y no la envidiaban por estar prometida con Edward, sino que
la compadecían, y se lo decían sin miramientos.

—Querida, estás condenada —comentaba una hermosa mujer de unos


veintisiete años de edad, una vez que Edward las dejó solas—. Ese
hombre tiene un serio problema, yo diría que es algo depravado.

Bella la miró con el ceño fruncido y con una expresión de interrogación


en su rostro. La mujer lo entendió al instante.

—A todas las presentes —continuó señalando con la mano a su


alrededor—, menores que él, nos robó nuestro primer beso cuando
solo éramos unas niñas, pero cuando nuestros hermanos querían
romperle la cara, salía corriendo a esconderse en las faldas de Esme.

Bella la miró con los ojos muy abiertos para enseguida soltar una risita
y empezar a negar con la cabeza.

— ¿Por qué no me extraña de Edward?

— Porque es cierto, querida —contestó otra joven de unos veintidós


años situada junto a la otra—. Pero puedes estar segura de algo
Isabella: Ese hombre te ama, porque siempre se ha dicho que el día que
Edward se casara, sería con una mujer que lo volviera completamente
loco, y al parecer tú lo has logrado.

—Y no tengo ni la menor idea de qué hice para conseguirlo —


respondió Bella frunciendo los labios, provocando risas de las mujeres
a su alrededor y de forma irónica, haciéndola sonreír también.

Al poco tiempo de estar sumergida entre conversaciones con hombres


y mujeres que se acercaban para conocer a la jovencita americana, un
hombre llamó la atención de todos y anunció que Carlisle Cullen
tomaría la palabra. Éste le agradeció y se colocó detrás del micrófono.

—Queridos amigos, sean todos bienvenidos a compartir la alegría que


hoy nos embarga a mi familia y a mí, y que está representada en esta
hermosa chica que dentro de poco tiempo, se convertirá en parte de
nuestra familia. Isabella, ven querida.

Bella trató con todas sus fuerzas de no sonrojarse y lo logró con


bastante dificultad, pues su mente estaba concentrada en no caer frente
a todos los presentes; no era esa su costumbre, pero sabía que los
nervios podían jugar malas pasadas en los peores momentos. Al llegar
a los pocos escalones que la llevarían junto a su futuro suegro,
encontró a Edward tendiéndole la mano con una sonrisa en los labios.

—No temas, mi amor, yo estoy aquí.


Bella que agradeció realmente el gesto de apoyo, le regaló una pequeña
sonrisa, se acercó al hombre rubio que la esperaba con una mano
estirada.

—Esta chica, llegó a nuestras vidas de forma inesperada, y estableció


su hogar en nuestros corazones sin que pudiéramos notarlo siquiera —
dijo Carlisle, girando para mirar y sonriéndole al tiempo—. Estoy…
estamos mi amada esposa y yo, muy complacidos de recibirla en
nuestra familia como la esposa de nuestro hijo, para convertirse
también en nuestra hija. —Se giró hacia la chica, y tomándole una
mano, la besó—. Isabella, hija, aunque aún Dios no ha bendecido su
unión, te doy la bienvenida a la familia Cullen. A partir de ahora serás
una de nosotros, con todo lo bueno y… solo lo bueno, no hay nada mal
en nosotros.

Varias risas se escucharon por todo el lugar, y Edward aprovechó el


momento para acercarse, tomar a Bella de la cintura y pedirle un
espacio a su padre, quien lo abrazó y se retiró.

—Si en mis manos estuviera —comenzó sin dirigir ninguna palabra de


saludo—. Isabella ya sería mi esposa, pero debido a los protocolos que
nuestra sociedad exige, me veo obligado a esperar un mes.

Nuevas risas se escucharon, pero el rostro de Edward estaba


totalmente serio.

—Ella es la mujer que amo, y con la que pasaré el resto de mi vida. —


Giró la cabeza para contemplar a Bella y mirándola a los ojos
continuó—. Ella es mi mundo y mi todo, más de lo que alguna vez
imaginé que pudiera poseer, y ahora que la tengo entre mis brazos, no
la dejaré escapar jamás.

Bella que lo miraba directamente a los ojos, entendió que sus palabras
no eran solo un juego para ocasionar las risas que escuchaba por el
salón, sino una advertencia hacia ella, una amenaza que cumpliría si
ella cometía algún error, cosa que no pensaba hacer, y que estando un
paso más cerca de pertenecerle como él decía para siempre, solo le
quedaba ser fuerte, y afrontar lo que el destino le deparara.

—Isabella es mi prometida —continuó mirando ahora a todos los


presentes—, mi futura esposa, y como lo mencionó mi padre, ahora
pertenece a la familia, y por ese solo hecho, está en esta posición.

Aplausos se escucharon por todo el lugar, mientras algunos sonreían y


otros se miraban entre sí. Los primeros lo tomaron a broma, pero los
segundos, entendieron que él la estaba poniendo a ella por encima de
todos ellos, y por alguna razón, al conocer por tanto tiempo a Edward
Cullen, además de a su padre tiempo atrás, no era de extrañar que
exteriorizaran con tanta soltura esa posesividad y protección hacia la
mujer que amaban, porque en su tiempo Carlisle Cullen, no permitió
que absolutamente nadie cuestionara que Esme cancelara el
compromiso un día antes de su anuncio, aunque para la sociedad
londinense fue la mejor decisión que la chica hubiese tomado.

Edward sin agradecer ni despedirse, guio a Bella fuera del escenario y


la acompañó en el momento en que varios que aún no habían tenido la
oportunidad de felicitarlos, lo hicieron ofreciendo los mejores deseos a
la pareja. Después de eso, se acercaron a la mesa de postres y Edward
tomó una fresa entre sus dedos, la acercó a la fuente de chocolate y
luego la colocó cerca de la boca de Bella.

—Será mejor que la aceptes o el chocolate manchará tu vestido, nena.

Bella lo miró y diciendo con los ojos lo que sus labios no expresaban,
abrió la boca y mordió del fruto que él le ofrecía. Edward sonrió al
tiempo que retiraba la fresa, y la llevó a su boca para comer el resto,
esperó a que ella terminara de degustar el dulce, se acercó a ella y
susurró en su oído:

—Acabas de comer de mi mano, mi amor.


Bella abrió la boca, y deseó poder tomar la fuente de chocolate y
arrojársela en la cabeza, pero él ya se alejaba de ella riendo, y además,
no estaría bien visto que la novia bañara al novio en chocolate caliente
el día de su compromiso. Ella se giró para no seguir mirándolo y
arriesgarse a aumentar la tentación, tomó un platito de porcelana, y
comenzó a revisar los pasabocas que se encontraban en la mesa, pero
una voz a su lado llamó su atención.

—Isadora… la chica americana que atrapó al tan codiciado Edward


Cullen.

Bella se giró de inmediato para encontrarse con una mujer de unos


cuarenta y cinco años de edad, cabello rojo fuego, muy hermosa a
pesar de su edad, y vestida con un conjunto de color vinotinto que
cuyo tocado se confundía con su peinado. La mirada de la mujer era de
total desprecio y arrogancia, pero sobretodo, de envidia.

—Es Isabella —corrigió Bella en tono firme y molesto—. Y si con eso te


refieres a que soy la prometida de Edward, así es, como lo escuchaste
decir a él mismo.

Esa mujer pretendía rebajarla y humillarla. Sus intenciones estaban


claras en su rostro y en el tono de voz que usó para dirigirse a ella,
como si se tratase de un mal chiste, mas Bella podía ser joven
y americana, pero no por eso se iba a dejar amedrentar por esa mujer.

—Sí, lo escuché perfectamente —dijo la mujer frunciendo los labios—.


Pero lo que me pregunto es, ¿qué artimañas usa una jovencita tan
insignificante como tú para atrapar un hombre como Edward?

Bella abrió la boca para responderle como se merecía la mujer, pero


una mano colocada en su hombro la detuvo, y ella giró su cabeza para
ver quién la interrumpía.

—Te puedo asegurar, Victoria, que sus artimañas fueron mucho más
decentes que las que tú usaste en tus épocas de zorra, cuando buscabas
un idiota que te pagara las cuentas, y mucho más efectivas que las que
ha usado la brincona de tu hija para atrapara mi nieto.

Bella se quedó de una sola pieza, al igual que la mujer frente a ella
cuyo rostro había adquirido un tono tan rojo, que en conjunto parecía
una muñeca de cera roja en tamaño real. Bella estaba anonadada.
Sabía, a pesar de tener solo un día de conocerlo, que el tío Aro era un
hombre que no se callaba nada, y que sus pensamientos tenían línea
directa con su lengua, y que ésta podía estar muy afilada, pero jamás se
imaginó que pudiera tenerla como la hoja de una espada.

Victoria forzó una sonrisa y haciendo un gran esfuerzo, consiguió


hablar.

—Aro, querido, tú como siempre tan cómico.

—Querrás decir sincero y directo —aclaró el anciano—. Ahora


desaparece, antes de que mi lengua se termine de soltar.

La mujer alzó su mentón lo más que su cuello le permitió, se giró


bruscamente y desapareció entre los invitados, como una mancha roja
enfurecida.

Bella se giró para mirar al hombre a su lado y lo encontró con una


sonrisa extrañamente tierna en los labios. Él levantó la mano y le
acarició la mejilla dulcemente.

—No hagas caso, niña, tú vales mucho más que esa vagabunda.

Bella le devolvió la sonrisa, y entendió que estaba preocupado por sus


sentimientos, cosa que la enterneció aún más. Pero ella no estaba
herida en lo absoluto, la defensa del hombre la había hecho olvidar por
completo la ofensa.

—No te preocupes tío, creo que esperaba que su hija se casara con
Edward y el no poder conseguirlo debe tenerla muy decepcionada.
—No es la única, muchacha —dijo el anciano pellizcándole una
mejilla—, pero aquí está tu tío Aro que te salvará de las hienas.

La chica soltó una risita y vio cómo Edward se acercaba a ella con el
ceño fruncido.

— ¿Qué pasó? —preguntó mirándolos a ambos y acunando la cara de


Bella entre una de sus manos—. Acabo de ver a Victoria alejándose de
aquí y eso no me gusta nada.

—Deberías cuidar mejor a tu prometida —reprochó Aro—. No sirves


ni para hacerla respetar.

El hombre se alejó y Edward, ignorando las palabras de su tío, miró a


Bella con ojos preocupados e interrogantes.

—Dime qué sucedió y te juro que se va a arrepentir.

Bella lo miró y giró la vista hacia el lugar por donde la mujer había
desaparecido momentos antes.

—La verdad, ella fue quien peor salió. —Se acercó a Edward y le
susurró—: El tío Aro le dijo que en su época había sido una zorra caza
fortunas y su hija una brincona, ¿puedes creerlo?

Edward soltó una fuerte carcajada al tiempo que la tomaba por la


cintura y la atraía suavemente a su cuerpo. Bella lo miró
desconcertada, para enseguida rodar los ojos y mirar hacia otro lado,
dándose cuenta que varias personas a su alrededor los miraban,
algunos con sonrisas de aprobación, y otras con molestia. De pronto,
divisó un rostro que le era muy conocido, pero no podía estar segura
porque no recordaba haberlo visto en persona alguna vez.

—Edward —llamó su atención dándole unas palmadas en el pecho,


pues el hombre seguía riendo—, ¿quién es él? Se me hace conocido.

Edward giró su cabeza y miró hacia donde Bella le señalaba.


— ¿Carlos? —preguntó.

Al escuchar el nombre, Bella hizo la conexión automáticamente y creyó


que su quijada le llegaría al suelo.

Esto no puede ser cierto.

—El… el Prin… el Príncipe Carlos, ¿él? —tartamudeó mirando


fijamente al hombre que en ese momento había sido interceptado por
Carlisle, y hablaba animadamente con él, mientras que la mujer a su
lado conversaba con Esme.

—Así es —contestó Edward separándose un poco de ella—. Es amigo


de mi padre desde hace muchos años. William y Henry no pudieron
venir porque están ocupados en sus carreras militares y la Reina…
digamos que ella evita este tipo de reuniones.

Bella miró hacia arriba para ver qué tanta verdad había en las palabras
de Edward, pero no podía negar el hecho de que el Príncipe de Gales,
estaba a solo unos metros de ella.

—No puedo creerte, Edward, ¿me estás diciendo que la realeza


británica fue invitada a nuestra fiesta de compromiso…? ¿Y asistieron?

Edward bajó la mirada y la miró extrañado.

—Nena, te he presentado a varios nobles…

— ¡Pero no puedes comparar a un conde con un príncipe! —


Interrumpió Bella, susurrando exaltada.

—Él también es conde de Chester y Carrick —dijo Edward


encogiéndose de hombros.

— ¡No te burles!
—Mi amor, no entiendo por qué la sorpresa, ellos estaban incluidos en
la lista de invitados.

—En ningún momento vi la lista de invitados —aclaró Bella con la


respiración entrecortada.

Ángela no va a creer esto.

Ni ella misma podía creerlo. Sabía que los Cullen eran millonarios y
poderosos, pero no se imaginó que sus relaciones llegaran tan lejos. Si
en algún momento pensó que ese mundo sería abrumador, ahora tenía
razones de sobra para confirmarlo.

—Isabella, ¿te sientes bien? Estás pálida —dijo Edward muy


preocupado, y aferrando a su novia por la cintura fuertemente.

Bella cerró los ojos por un momento y se apoyó lo mejor que su


sombrero le permitió, y deseó en ese momento estar en otro país, en
donde las mujeres no tuvieran que llevar nada en la cabeza durante las
fiestas de día, pues sentía la necesidad de recostarla en el pecho de
Edward.

—Si lo deseas podemos irnos de inmediato —dijo Edward, palpando el


rostro de la chica suavemente, como si deseara detectar su
temperatura.

—Dame solo unos segundos.

Necesitaba tranquilizarse por un momento. Era totalmente


abrumadora la situación. Para Ángela, que el chico más guapo de la
escuela asistiera a una de sus fiestas, era algo digno de recordar por
siempre; y ahí estaba ella, con un miembro de la realeza británica
asistiendo a su fiesta de compromiso. Eso era una total locura.
Respiró profundamente porque sintió cómo su cerebro empezaba a
desconectarse, que era lo que sucedía cuando le daban sus ataques de
histeria, y en ese momento no podía darse el lujo de tener uno.

—Abrázame por favor.

Sintió cómo Edward la estrechó aún más en sus brazos.

—Tranquila, mi amor —susurró por encima de su sombrero—, si


sientes que te dará uno de tus ataques podemos salir un momento.

Bella levantó rápidamente la cabeza y lo miró extrañada.

—Sé muchas cosas sobre ti, mi nena —respondió él con satisfacción a


su pregunta silenciosa.

Bella se separó bruscamente y reacomodó su vestido lo mejor que


pudo. La prepotencia de Edward en cuanto a su conocimiento sobre
ella, hizo que su mente desechara el intento del bochornoso evento.
Quiso cambiar de tema, pero había algo que le causó curiosidad sobre
las palabras de él y retomó la anterior conversación, respirando hondo
de nuevo, sintiéndose más calmada.

— Dijiste algo sobre que la Reina no acostumbra a asistir a este tipo de


eventos…

—Así es, por lo general envía a alguien de la familia en representación


de ella, pero… con nosotros no… no asiste nunca.

— ¿A qué te refieres con eso? —preguntó Bella mirándolo extrañada.

Edward se acercó de manera demasiado íntima a ella y agachándose


un poco más le habló en voz baja.

—Es por tu querido tío Aro.


Bella dejó escapar un pequeño jadeo y mil y una situaciones pasaron
por su cabeza, pero no podía escoger cuál podría ser la correcta.

— ¿Qué pasó?

—Fue hace unos seis años, en el cumpleaños del Príncipe Felipe —


explicó Edward—. El viejo siempre ha sido amigo del Príncipe, pero
nunca se ha llevado bien con la Reina, y ese día la enemistad se declaró
por completo. Fue algo muy bochornoso en el momento, pero ahora
que lo pienso fue también muy gracioso. La Reina tenía un tocado de
plumas largas que caían hacia un lado en diferentes tonos, y cuando el
viejo la vio, luego de saludar a su amigo la miró y le dijo: Su Alteza, si
no llevara años de conocerla pensaría que me he topado con una
cacatúa.

Bella jadeó de nuevo y lo miró totalmente espantada. Esperaría


cualquier cosa del anciano, pero faltarle el respeto de esa manera a la
Reina de Inglaterra, era otro nivel, y muy alto.

—No puedo creerlo…

—Yo estuve ahí y reaccionamos igual que tú, menos el Príncipe Felipe
que se vio forzado a reprimir su risa.

— ¿Y qué hizo ella? —preguntó Bella aún con asombro.

—Primero se puso muy roja, luego levantó su cabeza y después de


mirarlo de arriba abajo, le dijo: Y yo con un muerto recién escapado de
la sepultura. Giró su cabeza y lo ignoró, Aro soltó una carcajada y
siguió su camino. Desde ese día él no es invitado a las fiestas reales, y
ella no asiste a ninguna en la que él se encuentre.

Bella lo pensó por un momento y luego de una rápida comparación


entre los especímenes que había visto en los libros de biología y fotos
de la Reina en las revistas y noticias, soltó una pequeña risita que
acalló con su mano.
—Te lo imaginaste, ¿no es así? —preguntó Edward de forma pícara.

Bella asintió y Edward le indicó que ellos debían acercarse a saludarlos


de acuerdo al protocolo, y con ella más calmada, pero aún nerviosa, así
lo hicieron.

El mes que siguió a la fiesta de compromiso fue caótico para Bella.


Debía asistir a pruebas para el vestido de novia, el que usaría luego en
la recepción, y con el que culminaría la velada, que era el que menos
deseaba usar, pues con ese se despediría de todos para iniciar su luna
de miel. Reuniones con el chef que estaba encargado de la comida de la
fiesta de bodas, y agradeció librarse de la fiesta de regalos ya que
apoyándose en Edward, consiguió que su futura suegra y cuñadas
desistieran de la idea, alegando que prefería que los invitados hicieran
donaciones a algún orfanato, pues ella no necesitaba ni deseaba nada
de lo que pudieran darle; al final se decidió que sería el Strawberry
Field el que recibiría los fondos, una casa hogar en el norte de
Inglaterra, que había inspirado a John Lennon a escribir una canción
del mismo nombre, que hacía un año se había anunciado su cierre y
con esa donación, esperaban que no se hiciera realidad. Reuniones con
los decoradores, la florista, la elección de la orquesta y un sinfín de
detalles que Bella ni siquiera sabía que debían ser incluidos en los
preparativos para una boda.

La semana siguiente a la fiesta de compromiso, salieron a la venta las


ediciones de agosto de las diferentes revistas de moda y farándula que
Edward había amenazado anteriormente, pero esta vez sus páginas
mostraban fotografías del evento, y un detallado reportaje sobre la
vida de Isabella Swan, la hermosa chica americana que conquistó al magnate
de los negocios Edward Cullen con su encanto y sencillez. Para Bella era la
misma noticia que había enfurecido tanto a Edward, pero éste le
explicó con una sonrisa de satisfacción, que aunque significara lo
mismo, ahora sí la trataban con el respeto que merecía. Bella se encogió
de hombros y no le dio más vueltas al asunto.
Luego de ese episodio y durante el resto del mes, Edward estuvo
extrañamente alejado de ella. Solo lo veía cuando llegaba a la oficina en
compañía de Heidi y Alice, y solo se saludaban de beso para enseguida
dedicarse cada uno a su ocupación. Bella estaba aliviada por ese
distanciamiento de Edward, aunque la idea de casarse con él ya era
algo que no la atormentaba tanto, por la misma ocupación de los
preparativos de la boda, prefería que él se mantuviera alejado de ella, y
rogaba porque siguiera así en su vida de casados.

Edward era un hombre muy guapo, de eso no tenía ninguna duda, y


podía ser encantador cuando se lo proponía; pero para ella eso no era
lo importante, su mente solo registraba la amenaza, el miedo, la
imposición, mientras que su corazón permanecía en silencio.

Heidi también había notado que Edward no hacía ningún intento de


estar con Bella, solo se limitaba a recibir los informes que Dacre y Alex
le entregaban al finalizar el día. No la llamaba, no la acosaba,
absolutamente nada, algunas veces la llamaba a ella para preguntarle
si necesitaba dinero para Bella, y recalcarle que todo lo que ella deseara
debía dársele sin miramientos, pero la chica nunca exigía nada que
generara gastos, al contrario, protestaba cuando escuchaba por
accidente las cifras que se manejaban en torno a los preparativos. Heidi
no entendía qué sucedía, y temiendo que su primo estuviera tramando
algo peor de lo que ya había hecho, decidió enfrentarlo y tratar de
sacarle información para saber cómo debía actuar.

—Me riñes porque acoso a Isabella, y me riñes porque me alejo de ella.


¿Quién te entiende? —comentó Edward mientras revisaba unos
documentos, luego de que la mujer le reclamara su ausencia con Bella.

—Es que siempre eres los dos extremos, Edward, cuando no es que la
quieres ahogar con tu amor, te desapareces y ni una llamada le dedicas
—reprochó Heidi en tono algo molesto, sentada frente al escritorio del
hombre.
Edward levantó la cabeza y la miró fijamente por unos momentos.

— ¿Crees que no deseo tenerla en este momento entre mis brazos? —


dijo Edward con incredulidad—. ¿Que no tengo ansias locas de
escuchar su voz, de acariciar su mejilla y de decirle cuánto la amo?

—Entonces, ¿por qué no la llamas? —preguntó la chica levantando los


brazos de forma exasperada—. Al menos pregúntale cómo amaneció,
dale las buenas noches, ¡cualquier cosa!

Edward golpeó la mesa fuertemente con su puño, y pasó su mano por


su cabeza para enseguida halar de sus cabellos con frustración. Se
levantó de su asiento y empezó a caminar de un lado a otro de la
oficina. Restregó su rostro con una de sus manos y giró para mirar a su
prima con expresión atormentada.

—Tengo miedo, Heidi —dijo con voz angustiada—. Siento como si


estuviera viviendo un sueño, un fantástico sueño y temo despertar en
cualquier momento. Isabella me ama, lo sé, pero si…

—Edward —interrumpió la chica—, eso no es cierto, ella no te ama.

El hombre frunció su ceño fuertemente y su mandíbula se tensó


visiblemente. Esas palabras no eran recibidas gratamente por su alma.

— ¡Mientes! —gritó furiosamente—. ¡Ella me ama! Solo que no quiere


aceptarlo porque es terca y obstinada, pero lo hace, me ama… ¡Me
ama!

Heidi suspiró cansadamente y se acomodó en su asiento negando con


la cabeza. Su primo nunca vería la realidad, él vivía en un mundo
paralelo, donde Bella lo miraba con ojos llenos de devoción y le repetía
constantemente que lo amaba y que siempre sería suya. Nada ni nadie
le haría cambiar de opinión, de eso estaba segura. Perdiendo las
esperanzas, decidió dejar de lado ese tema y concentrarse en lo que su
primo estaba por decir.
— ¿A qué le temes? —preguntó simplemente, evitando así una
discusión—. Se va a casar contigo, será tu esposa como tanto lo deseas,
no hay nada que lo impida.

— ¡Sí hay algo y tú lo sabes! —exclamó Edward desesperado. Volvió a


frotar su rostro con la mano y comenzó a caminar de nuevo—. Si se
llega a enterar va a odiarme, no querrá estar conmigo nunca más, y si
decide continuar con la boda, será porque yo la obligué, pero no
porque lo desea realmente.

Heidi se apretó el puente de la nariz para evitar estallar en ese


momento. Edward temía algo que ya estaba sucediendo.

—Edward, Bella no te ama, y se casará contigo porque la estás


obligando —dijo pausadamente, como si deseara explicarle algo
demasiado complicado—. No hará ninguna diferencia si se entera o no.

Edward gruñó y pateó con furia la silla que se encontraba al lado de la


de Heidi, pero ella no se inmutó por el ataque de rabia de su primo.

— ¡¿En qué mundo vives, Heidi?! ¡Me tienes harto con lo mismo! —
Volvió a gritar—. Isabella me ama, y si tú no eres capaz de verlo no es
mi problema. Ahora, necesito que te encargues de que todo este
perfecto, no quiero el más mínimo error.

— ¿Y eso qué tiene que ver con que te mantengas alejado de Bella? —
preguntó la chica ignorando los absurdosdelirios de Edward.

El hombre dio unas vueltas más por el lugar, levantó la silla que había
pateado anteriormente, y se sentó en ella, inclinándose hacia su prima,
con rostro angustiado.

—Heidi, Isabella no es igual a las demás mujeres con las que he tratado
—dijo halando de nuevo su cabello—. Temo que algo malo suceda,
temo que todo se sepa y ella me odie. ¿Crees que para mí es fácil estar
lejos de la mujer que amo? Pero prefiero sufrir el dolor físico y mental
de su ausencia por un mes, que soportar su odio por el resto de mi
vida. El compromiso ya se hizo público y…

—Edward, ¿qué pasó? No me digas que…

—Sí —contestó Edward en un gemido—, ayer me llamó. Me gritó, me


maldijo y amenazó con hacerle daño… Heidi, no sé qué hacer, quisiera
tener su maldito cuello entre mis manos y apretarlo…

—Cálmate Edward —pidió Heidi levantándose de su puesto y


sentándose en las piernas de él, quien la recibió con un abrazo, y apoyó
su cabeza en el pecho de ella—. No puede hacer nada, y estoy segura
que si Bella se entera te seguirá amando tanto como lo hace ahora —
afirmó lo último con doble sentido, sabiendo que él tomaría la frase de
manera literal.

—Debo mantenerme alejado de mi corazón, para poder protegerlo de


mi estupidez —susurró Edward abrazando a su prima fuertemente—.
Pero solo será hasta el matrimonio, y después de eso, disfrutaré de la
compañía de ella como si no existiera un mañana…

—Y lo habrá, te aseguro que así será —afirmó Heidi vehementemente.

Ella había sido partícipe de todo en su momento. Solo ella sabía lo que
atormentaba a Edward hasta el punto de mantenerse alejado de la
mujer que tanto amaba, y por eso se encargaría que nada ni nadie
troncara su felicidad con la chica, quien tenía la esperanza de que
llegara a enamorarse de él.

Los días siguieron pasando y se convirtieron en semanas. Semanas en


las que Edward parecía una bestia enjaulada en el trabajo. Todos
sabían que tenía mal genio, y que cuando éste se desataba podía llegar
a ser muy temido; pero nadie lo había visto tan irritable tanto tiempo
de seguido. Cuando alguien se le acercaba para saludarlo, su mirada
causaba que el osado se arrepintiera en ese mismo momento, y antes
de recibir respuesta y sin disculparse, daba media vuelta y desaparecía
lo más rápido posible. Pero no solo eran sus empleados los que
recibían las consecuencias de una experiencia imposible de concebir
para un alma atormentada.

Un oficial de policía fue despedido y reintegrado a los dos días por


multar al Presidente de CullenWorld al saltarse una señal de alto y
exceder por mucho el límite de velocidad. Edward gritó, maldijo e
incluso pateó su amado auto, y sin tener la conciencia conectada con su
cerebro, llamó a un par de contactos estando aún frente al
desafortunado oficial, quien fue despedido una hora después. A los
dos días, mientras se encontraba en una reunión en la sala de juntas
principal, su cerebro procesó su accionar y luego de un profundo
sentimiento de arrepentimiento, esperó a quedar solo en su oficina, y
con otra llamada hizo que el hombre regresara a su empleo y se le
indemnizara por la injusticia cometida; el dinero salió de su propio
bolsillo.

Un día antes de la boda, Bella se enteró por Alice, que la cifra del
dinero recaudado por concepto de los obsequios de la boda era
exorbitante, y que esperaban que luego de que la Señora Cullen
terminara su Luna de Miel, concediera el honor de una visita al
orfanato; petición que Bella aceptó con una sonrisa.

Todo el mes Bella había estado relajada por la ausencia de Edward, lo


veía muy pocas veces y éste se limitaba al cariño formal que debían
mostrar ante los demás, pero nada más. Era muy extraño,
completamente fuera del contexto que había vivido desde el momento
en que conoció a Edward Cullen, pero imaginaba que por fin había
comprendido que ya que la tendría para siempre como él mismo decía,
podía dejarla en paz el tiempo que quedaba antes de la boda; sin
embargo, ese tiempo había terminado.

La familia de Bella había llegado hacía un par de días, y los vestidos


usados por Renée y Ángela así como el frac de Phil, estaban solo para
hacer la prueba, ya que en la anterior visita, las medidas habían sido
tomadas.

La llegada de ellos fue con las mismas condiciones de la vez anterior,


lo que implicaba que todos los gastos corrían por cuenta de Edward,
debían usar la limusina o los autos reservados, y el apartamento
preparado para ellos.

Phil continuaba igual de renuente al matrimonio, al igual que Ángela


de emocionada y Renée de complacida. La chica le había comentado a
Bella muy emocionada que todo estaba listo para sus clases, pero que
inesperadamente el decano le pidió que no comenzara clases hasta el
año siguiente, pues la querían para que participara en una expedición
con otros becados, en el extranjero.

— ¿Lo puedes creer, Bella? ¡Hungría! —Había exclamado Ángela con


gran entusiasmo—. Todavía no lo asimilo bien pero es un hecho, viajo
en un mes y no podría estar más feliz. No sé muy bien por qué me
envían si los que van son estudiantes de último año que han sido
becados durante toda la carrera, pero nunca una oportunidad como esa
era dada a un nuevo estudiante.

—Eso es lo de menos Angie —comentó Bella. Sabía perfectamente que


Edward tenía mucho que ver en esa muy buena suerte de su amiga—,
lo importante es que tus sueños se están haciendo realidad, y créeme
cuando te digo que yo soy muy feliz por eso.

Y sobre todo por ser parte de esto.

Bella sabía que esa era una de las tantas recompensas que recibiría su
familia por el sacrificio que ella estaba haciendo. Le había pedido
muchas veces a Edward que no lo quería cerca de ellos, que no deseaba
que los comprara con su dinero, y eso había hecho; Edward no había
dado aparentemente nada, pero por medio de sus influencias estaba
consiguiendo que ellos tuvieran lo que siempre habían deseado, y ya
que ella sería la que pagaría el precio por cada favor recibido, no le
importaba cuánto se excediera, con tal de verlos totalmente felices.

Phil también había recibido ese tipo de ayuda inesperada. Una gran
empresa de alquiler de autos de todo tipo, tanto vehículos personales
como maquinaria pesada para empresas, lo había contactado para
hacer negocios, y su taller mecánico que con un préstamo al Banco de
América lograría abrir una sucursal, se convirtió en el taller oficial de
la empresa automotriz, consiguiendo así un jugoso contrato y
permitiéndole anular la solicitud de préstamo, pues con el dinero
ganado le era suficiente para llevar sus planes acabo, incluso en un
menor tiempo del que imaginaba, y además podría contribuir con las
cuotas para el pago de la hipoteca de la casa Swan en Forks, y así
terminar con ese compromiso en menor tiempo del estipulado.

Todo estaba saliendo a pedir de boca para toda la familia, y Bella


recibía las noticias con una sonrisa en los labios, y algo de desolación
en su corazón. La ayuda de Edward sería proporcional a sus
exigencias, y eso no la dejaba ser del todo feliz, pues Edward aunque
ausente, seguía controlando todo a su alrededor entre esos, la
diversión de esa noche.

Bella siempre había querido estar en una despedida de soltera, le


parecía muy divertido el desorden que sabía se presentaba en ese tipo
de reuniones, al menos las que no llegaban a ciertos extremos; pero
Edward había dejado muy claro que por ningún motivo iba a permitir
que un hombre semidesnudo bailara frente a su prometida o su
hermana. Las chicas rogaron, se molestaron, gritaron pero nada valió
para el hombre que se apoyó en su padre y en Phil, al insinuarles que
Esme y Renée también harían parte de la reunión y fue lo más explícito
posible, al describirles lo que sus mujeres podrían llegar a ver.
Finalmente no hubo tregua y con la última palabra de Carlisle y la de
Phil, las esperanzas de una noche divertida se esfumaron.
Esme igualmente decidió que para evitar que el novio anduviera
rondando a la novia, los hombres se quedarían en la mansión McCarty,
mientras que las chicas se quedarían en la mansión Cullen, con el tío
Aro que aclaró expresamente que no pasaría la noche con
esos imbéciles.

Edward había ordenado que varios guardaespaldas custodiaran La


Mansión*, y que no permitieran que absolutamente nadie ingresara a
ella en el transcurso de la noche. Sabía cómo era Heidi, y no se
arriesgaría a que por medio de alguna estratagema lograra ingresar
hombres a la casa. Pero lo que Edward no sabía, era que los planes de
diversión no estaban planeados por su prima, si no por otra persona
más cerca de él, y como tampoco permitió que le organizaran una
despedida de soltero, al estar tan ansioso y nervioso, no habría
impedimento alguno para lo que sucedería después.

Eran las 10:00 de la noche cuando Edward decidió reunirse con los
demás en la sala de estar. Sus nervios estaban a flor de piel, y miles de
imágenes de cómo, el que esperaba fuera el mejor día de su vida, se
podía convertir en un infierno, lo atormentaban hasta el cansancio.
Necesitaba hacer algo, distraerse o se volvería loco antes de poder
acercarse al altar. Los deseos que tenía de llamar a Isabella eran cada
vez mayores, escuchar su voz, decirle que la amaba y que ella con su
silencio le confirmara que también, pero no lo haría. Tenía que ser
paciente así su cordura se le fuera en el intento, ya la tendría para
siempre si lograba mantener sus errores alejados de ella.

Bajó las escaleras y le extrañó no escuchar la animada conversación que


por lo general protagonizaba Emmett, y se le hizo aún más extraño al
mirar la hora en su celular que cargaba por si Bella necesitaba algo, y
darse cuenta que su primo no estaría dormido tan temprano. Entró a la
estancia y encontró a su padre y a su tío conversando tranquilamente
en uno de los sofás. Miró a su alrededor y no vio a nadie más.
— ¿Dónde están Emmett y los demás? —preguntó con el ceño fruncido
a los hombres.

—Phil se fue a dormir —contestó Carlisle sin agregar nada más.

— ¿Y los demás?

Los dos hombres lo miraron y luego entre ellos, para enseguida desviar
las miradas sin pronunciar palabra.

— ¿Qué está pasando, tío?

El hombre aún sin mirarlo, se encogió de hombros, lo que activó las


alarmas en el cerebro de Edward, sintió cómo la rabia empezaba a
bullir por su cuerpo hasta llegar a su cabeza.

— ¡¿Dónde están todos?! —gritó acercándose a ellos de forma


amenazadora, pero al no obtener respuesta alguna, supo enseguida lo
que estaba sucediendo. Gruñó fuertemente y giró sobre sus talones sin
más explicación.

— ¡Edward, mañana es la boda! ¡No le partas la cara a nadie! —gritó


Joseph sabiendo que sería escuchado, pero seguro de que no
obedecido.

—Esme nos va a matar. —Fue lo único que Carlisle atinó a decir


mientras negaba con la cabeza y hacía una mueca con la boca.

Heidi se lanzó en la gran cama de la habitación de Alice y resopló con


molestia.

— ¡Es el colmo que Edward nos haga esto! Ya me veía arrancando


bóxers por doquier —comentó frunciendo los labios con aburrimiento.

—Si esa era tu idea de la despedida de soltera, doy gracias a Dios que
no nos dejaran hacerla —comentó Bella negando con la cabeza de
forma divertida.
Ángela, Sara, Alice, Heidi y ella habían decidido dormir todas en la
misma habitación, para así tener al menos la última noche de chicas.
Sabían que no podían trasnochar, pero la idea que tenían era estar
hasta media noche conversando y disfrutando del momento juntas.
Sobre todo por idea de Heidi que deseaba que Bella se olvidara por un
momento de lo que sucedería en la mañana.

—Deberíamos escaparnos e ir a algún club nudista —propuso Ángela


golpeándose la barbilla con un dedo al tiempo que miraba hacia el
techo de la habitación—. Hay de esos en Londres, ¿cierto?

— ¡Ángela! —reprendió Sara, pero fue interrumpida por Alice.

—Claro que lo hay, el problema es que mi querido hermanito dejó


indicaciones precisas de nadie entra nadie sale. —Se encogió de hombros
haciendo un puchero—. Estamos condenadas a ver pechos redondos y
no planos esta noche.

—Yo agradezco que estemos aquí tranqui…

Unos golpes en la puerta interrumpieron a Sara. Todas se miraron


extrañadas pues sabían que Esme y Renée ya estaban dormidas y a
menos que fuera el tío Aro, cosa que dudaban, no sabían quién podría
estar detrás.

Los golpes se hicieron más fuertes y una voz se escuchó desde el otro
lado.

— ¿Sara está con ustedes?—preguntó una voz que reconocieron como la


de Emmett.

Todas se miraron de nuevo extrañadas.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Heidi sin hacer el intento de abrir la


puerta.

— ¡Solo contesten! —exigió algo impaciente.


—Aquí estoy, señor —respondió Sara, preguntándose para qué la
necesitaría él en ese momento.

—Sara, promete que nada de lo que verás a partir de este momento saldrá de
tu boca en el futuro y menos con personal de la compañía.

— ¿De qué estás hablando, Emmett? —preguntó Heidi algo


exasperada por tanto misterio.

— ¡Promételo Sara!

— ¡Lo prometo! —aseguró la chica encogiéndose de hombros mirando


a las demás que se encontraban tan confundidas como ella.

—No sé si esto sea buena idea. —Escucharon la voz de Jasper con tono
apagado.

—Ya estamos aquí, no hay vuelta atrás. —Fue el turno de Jacob.

Las mujeres no tuvieron tiempo a reaccionar, pues la puerta se abrió


abruptamente y los tres hombres entraron en la habitación
rápidamente cerrando tras ellos.

— ¡¿Dónde está la novia?! —gritó Emmett al tiempo que se quitaba su


camisa, dejando su musculoso torso desnudo, y dirigía sus manos a la
cremallera de su pantalón.

Los otros dos lo imitaron con un poco menos de entusiasmo.

Edward estaba enfurecido y su estado estaba totalmente justificado. Él


siempre había sido un gran seductor, incluso desde niño robaba besos
a sus amigas y al llegar a la adolescencia no había chica que se le
resistiera, pero Emmett siempre había sido quien le diera guerra. Su
primo era un encantador innato, y su gran humor robaba risas
coquetas a las chicas que estaban a su lado, robándole a las que valían
la pena y dejándole a él las que solo eran para unos días, y eso era lo
que más temía: Bella era una de las primeras.
— ¡No! —gritó al tiempo que golpeaba el volante de su auto—. Ella es
mía. ¡Mía! Y me ama a mí, a nadie más.

Cualquiera que viera el auto creería que alguna desgracia familiar


acontecía, pero no estaban lejos de la realidad, porque Edward en su
corazón sentía una angustia tal, que creía se le iba a desgarrar, y su
imaginación no le ayudaba. Imágenes de su novia y su primo en una
intimidad que ni él mismo había podido tener con ella lo estaba
enloqueciendo.

— Si la tocas te mato, Emmett McCarty. ¡Te mato!

Llegó rápidamente a La Mansión, contando con la suerte de no


encontrar a ningún oficial de tránsito, que en esas circunstancias habría
perdido mucho más que su empleo. No se molestó en parquear el auto,
así como tampoco bajarse de él vistiendo su pijama de pantalón largo y
nada más.

— ¿Quién ha entrado? —preguntó en tono bajo y amenazante,


logrando que los guardaespaldas retrocedieran un paso.

—Señor —respondió uno, el más próximo, tragando en seco al mismo


tiempo—, solo la familia.

— ¡Les dije que no quería que nadie entrara! —gritó haciendo que el
hombre retrocediera dos pasos más.

—Pero señor… se trataba del Señor McCarty, no podemos impedirle el


ingreso a un miembro de la familia.

—Pues a ese miembro de la familia —dijo mientras pasaba entre ellos,


casi empujándolos en el proceso—, van a tener que sacarlo en bolsas.

Entrando en la casa luego de que uno de los hombres le abriera pues


había olvidado sus llaves, corrió a las escaleras y al llegar al descanso
del segundo piso, escuchó música, risas y pequeños gritos, sabía de
dónde salía el bullicio.

El rostro de Sara estaba tan rojo que parecía que fuera a estallar en
cualquier momento. Jacob la tenía abrazada por la cintura, mientras
bailaba a sus espaldas vistiendo solo un bóxer negro al igual que los
demás hombres, Jasper estaba frente a ella, dejándola sin escapatoria
alguna y retenida en medio de los dos torsos desnudos. Detrás de
Jacob estaba Ángela bailando también mientras apoyaba sus manos en
los hombros de él mientras Heidi lo hacía a un lado. Alice tenía a
Jasper abrazado por la cintura y con la cabeza apoyada en su espalda,
se movía al ritmo de su cuerpo, él se dejaba hacer, y por momentos se
giraba y bailaba para ella, tomándola por la cintura, manteniéndola así
un poco alejada.

Emmett y Bella eran los que mejor lo estaban pasando. Él tenía a la


chica abrazada por la cintura, al tiempo que ella rodeaba su cuello con
los brazos y levantaba una pierna para apoyarla en su cintura. Emmett
se movía sensualmente al igual que la chica, pero él trataba de
mantener sus caderas alejadas de ella pues su deseo era hacerla pasar
un momento divertido, mas no faltarle el respeto. Los dos reían
alegremente mientras compartían un momento entre buenos amigos
que eran en ese momento.

—Vamos, muñequita —dijo Emmett divertido—. Muévete que luego


de esta noche viene el lobo y te comerá.

Enterró su rostro en el cuello de la chica y comenzó a mordisquearla


juguetonamente haciéndola reír a carcajadas, pero toda la diversión fue
interrumpida abruptamente cuando la puerta se abrió de golpe, y un
gruñido que se convirtió en grito, inundó la estancia.

— ¡Ella es mía! —rugió, y el caos se desató.


Jasper solo atinó a saltar sobre la cama de Alice y tomando a Bella por
la cintura, la arrancó de los brazos de Emmett justo antes de que éste
recibiera un fuerte golpe directo en la cara.

— ¡En la cara no! ¡En la cara no! —gritaron Alice y Heidi al tiempo.

Emmett se estrelló contra la pared junto a él, al tiempo que recibía otro
golpe en el abdomen y otro más en la cara. Logrando recomponerse
rápidamente, devolvió el golpe justo en la mandíbula de Edward,
quien se tambaleó y terminó en el suelo luego de recibir un segundo
puñetazo.

— ¡Edward, no! ¡Por favor, no! —Fue el turno de Bella.

Jacob y Jasper corrieron a apartar a los dos hombres, recibiendo en el


proceso arremetidas por parte de Edward que estaba totalmente
cegado por la ira. Al entrar a la habitación y ver a su mujer en brazos
de su primo que estaba casi desnudo mientras besaba su cuello, fue lo
más de lo que su mente loca y su alma obsesiva pudieron soportar.

La habitación se convirtió en un completo campo de batalla. Se


escuchaban gritos, jadeos, sonidos secos, gruñidos, todo al mismo
tiempo y sin que se pudiera identificar la procedencia de cada uno. Las
mujeres temían intervenir y recibir algún puñetazo dirigido a otra
persona, pero rogaban una y otra vez que se detuvieran y que no se
golpearan en la cara.

— ¡¿Qué está sucediendo aquí?! —preguntaron unas alteradas Esme y


Renée que se encontraron en el pasillo y entraron juntas a la
habitación. Dirigieron su mirada hacia donde las demás miraban
horrorizadas y pudieron divisar a tres hombres semidesnudos, y otro
con pantalón largo, fundidos en una lucha en la que el último parecía
enloquecido—. ¡Dios, en la cara no! Mañana es la boda, ¡en la cara no!

Sus gritos desesperados no funcionaron para apartar a los hombres


que continuaban forcejeando y agrediéndose entre sí. Edward dirigía
la mayoría de sus golpes a Emmett, pero sin olvidarse de los otros dos.
Jasper no perdió oportunidad para vengarse del hombre que le había
robado a su niña, y cada puño que recibía de Edward, lo devolvía
doble, dejando solo a Jacob en la tarea de detener la pelea.

— ¡¿Qué es todo este escándalo?!

Entró Aro a la habitación, captando la misma escena que Esme hacía


unos segundos. Dando media vuelta, se dirigió hacia las escaleras lo
más rápido que pudo, pero antes de llegar a ella se encontró con varios
del personal de servicio, vistiendo sus ropas de cama y subiendo a toda
prisa con expresiones asustadas. Al toparse con el anciano, recibieron
una rápida orden que se apresuraron a obedecer.

Edward podía sentir los golpes que recibía, pero estaba tan cegado por
la ira que lo único que le importaba, era continuar arremetiendo contra
el rostro de su primo que se encontraba ya sangrando en varias partes.
El suyo estaba igual, pero el dolor físico no se comparaba con el de su
alma que seguía siendo atormentada por la imagen que encontró al
llegar a la habitación. El calor de los celos, de la furia, lo hacían sentir
llamaradas recorriendo todo su cuerpo, pero sin previo aviso, un frío
repentino e intenso lo hizo gritar y apartarse rápidamente, al tiempo
que los demás lo imitaban.

— ¡Suficiente! —rugió Aro, haciendo que todos se giraran para verlo.

Lo encontraron con un gran tazón en las manos, y varios sirvientes a su


alrededor con los mismos objetos en la mano goteando agua, al igual
que sus cuerpos, que se encontraban tiritando de frío por el agua
helada que les habían lanzado.

— ¡Manada de salvajes orangutanes!

Los cuatro lo miraban sin saber cómo reaccionar. El hombre acababa de


bañarlos para detenerlos, y la furia que su rostro mostraba, hizo que
ninguno de ellos fuera capaz de pronunciar palabra.
Luego de varios minutos, los cuatro salvajes estaban sentados en la
biblioteca, junto a la chimenea y envueltos en gruesas toallas, mientras
eran curados por las mujeres, y sermoneados por el anciano.

— ¡Qué vergüenza! —exclamó Aro golpeando el suelo con el bastón—.


Dos de ustedes poseen mis genes y se comportan como si fueran unos
animales en celo luchando por una hembra. Mi pobre hermano debe
estarse revolcando en su tumba al saber que tiene por nietos a
semejantes ejemplares del pasado primitivo de la humanidad. ¡Pero
claro! ¿Qué más se podía esperar de unos padres como esos que
tienen? Otra partida de inútiles incompetentes que lo único que saben
hacer es crear escorias masculinas como ellos. Y ustedes dos no se
escapan, sus madres deberán estar avergonzadas de su accionar.

—Tío Aro, sus madres están… muertas —explicó Bella mientras


terminaba de limpiar las heridas de Edward, quien se había negado a
permitirle que se ocupara de Jasper, quien en ese momento era
atendido por Alice.

— ¡Con razón! —dijo Aro levantando los brazos—. Por eso es que son
como son, unos pandilleros sin oficio ni beneficio. A la falta de la
madre el hogar se desestabiliza y es cuando los hijos, sobre todo
varones… —Giró para mirar a Emmett, que era atendido por Heidi—,
se descarrilan y toman caminos de oscuridad y perdición que…

— ¡Ya cállate viejo! Me tienes har…

Un quejido reemplazó las palabras de Edward, cuando Bella en forma


de reproche por la falta de respeto, apretó fuertemente sobre la herida
que tenía en la ceja izquierda; sin embargo, el dolor mayor fue otro, al
recibir un fuerte bastonazo en las costillas.

—A mí no me levantas la voz, mocoso atrevido e insolente —regañó


Aro de forma severa.
—Tío, déjalos ya por favor —rogó Esme tomando al anciano
suavemente por un brazo—. Mañana es la boda y ellos están
impresentables, no sé qué vamos a hacer, y lo peor es que el novio, el
padrino y el que entregará a la novia, son los que en peor estado se
encuentran.

—Bien merecido se lo tienen, deja que la sociedad inglesa se entere de


la clase de bestias que hay en esta familia —reprochó el anciano, y
dando una mirada despectiva a todos los presentes del género
masculino, se retiró de la estancia.

—Edward, esto es el colmo —susurró Bella aplicando pequeños toques


con un trozo de gaza—. No tenías que reaccionar de esa manera.

—No me salgas con esas, Isabella, si no deseas que me levante y le


termine de partir la cara a ese imbécil.

—Ese imbécil es tu primo, imbécil —respondió Bella en tono mordaz.

—Te estaba tocando —gruñó por lo bajo—. ¡Maldición! Te estaba


comiendo viva.

—Era solo un juego —explicó Bella tratando de sonar comprensiva


pero su tono de voz era de desesperación—. Emmett es mi amigo, nada
más.

—Pues entonces dile a tu amigo que se mantenga alejado de ti, porque


no voy a permitir que ni él ni nadie, manoseé a mi mujer —dijo
Edward entre dientes.

Bella suspiró cansadamente y continuó con su labor, sin decir nada


más. Luego de unos segundos sintió cómo Edward le rodeaba la
cintura con un brazo y la atraía a su cuerpo de forma posesiva,
haciendo que cayera sentada en sus piernas. Bella lo miró
desconcertada y al verlo ceñudo, giró la cabeza para ver hacia dónde se
dirigía su mirada colérica, y se encontró con Emmett sonriendo
maliciosamente, y al notar que ella también lo miraba le guiñó un ojo,
al tiempo que le brindaba una sonrisa coqueta. Edward gruñó furioso,
y envolvió a Bella entre sus brazos. La chica rodó los ojos y continuó
con su labor de dejar lo más presentada posible la cara de su futuro
esposo.

Soy un juguete brillante en medio de dos niños caprichosos.

Varias horas más tarde, Isabella Swan miraba por la ventanilla de un


automóvil que se movía por la ciudad de Londres. Parecía estar
concentrada en la vista que la hermosa ciudad le mostraba, pero su
mente no se encontraba ahí, sino varios años en el pasado, cuando su
vida era perfecta, cuando su única preocupación era sacar buenas
notas para que sus padres se sintieran orgullosos de ella, cuando los
mayores lujos que conocía era la poca ropa de marca que Ángela le
obligaba a comprar a pesar de los precios, y que su padre consentía con
una gran sonrisa. Luego se trasladó unos años más adelante, cuando ya
ese maravilloso hombre que le había enseñado tantas cosas,
convirtiéndolo así en su héroe, ya no estaba entre ellos, pero a cambio,
la vida le había regalado a dos amigos que daban lo que fuera por
sacarle sonrisas y un hombre bueno y dedicado a su trabajo que se
encargaba de sacar a su madre de la depresión en la que se había
sumido. Eran épocas maravillosas, tiempos en los que a pesar de no
tener riquezas, se sentía plena, completa y feliz; y ahí estaba en ese
momento, afrontando un presente no deseado y un futuro incierto,
todo porque esas personas tan importantes y amadas, siguieran con
sus vidas sin ninguna preocupación extra, e incluso mejor, gracias al
hombre que…

El auto detuvo la marcha y Jasper, que se encontraba sentado a su lado


en total silencio durante todo el camino, bajó del auto al tiempo que
Dacre abría la puerta de ella. Su amigo rodeó el vehículo y se apresuró
a ayudarla a bajar.
— ¿Estás lista? —preguntó en un susurro, ubicándose a su lado y
tomando su mano para apretarla suavemente.

Bella suspiró y cerró los ojos por un par de segundos.

—Estoy lista —respondió firmemente.

Al levantar la mirada, la Abadía de Westminster se erguía imponente


ante ella. Ahí la esperaba su condena.

*Se escribe en mayúscula pues es el nombre que el arquitecto Harrison


Varma le dio a su diseño. Capítulo 3.
CAPÍTULO 18


"…para llevarte de la mano desde el día de hoy,
para bien y para mal, en la prosperidad y la adversidad,
en la salud y la enfermedad, para amarte y venerarte,
hasta que la muerte nos separe de acuerdo a la santa ley de Dios,
y hasta entonces me entrego a ti."
Palabras… solo palabras

— T odavía no puedo creer lo que sucedió. Estoy muy decepcionada


de ti, Jasper, te comportaste como un salvaje y no como el muchacho
responsable e inteligente que conozco desde hace años.

Renée estaba claramente molesta con el chico, y más indignada aún


con el padre al escuchar cómo lo felicitaba por la atrocidad cometida.

—Ya déjalo tranquilo, corazón, bastante tuvo con el sermón del viejo.

— ¡El tío Aro, Phil! Se llama Aro y para tu información, es un hombre


muy sabio y respetable —dijo la mujer—, y estuvo muy bien que lo
regañara. ¿Cómo te atreviste a golpear al presidente de la compañía en
que trabajas, que es el mismo futuro esposo de tu hermana?

— ¡Ni me lo recuerdes! —exclamó Jasper poniéndose de pie y


caminando por la habitación asignada a Renée, sosteniendo la pequeña
bolsa de gel frío que tenía puesta en la cara—. Y no me arrepiento, bien
merecido se lo tenía por haber pervertido a Bella antes de que tuviera
edad para eso.
— ¿Pervertido? —preguntó Renée con rostro de confusión, sin dejar de
estar molesta—. Hablas como si fueras de otro siglo. Ellos son novios,
se van a casar en unas horas y ni tú ni nadie tiene derecho a meterse en
su intimidad, ¿o es que también piensas controlarle la luna de miel?

—Si pudiera detendría ese matrimonio y me la llevaría lejos, donde él


no pudiera encontrarla y ella lograra seguir con su vida como la tenía
planeada.

— ¡Ella está haciendo su vida como la ha planeado!

—Renée, cálmate —pidió Phil colocándose a su lado y tomándola por


el brazo.

— ¡No me digas que me calme! ¿Qué les sucede a ustedes dos? —Su
rostro estaba rojo y su voz había subido de tono—. Bella es lo
suficientemente madura para decidir qué quiere para su vida y sobre
todo escoger al hombre al que desea amar y que es además con el que
desea casarse.

— ¡Ella no lo ama! —gritó Jasper girándose y colocando las manos en


puños.

— ¿De qué estás hablando?

—Hablo de que algo muy raro está sucediendo. Bella no es de las


chicas impresionables ni enamoradizas como para casarse con un
hombre que solo tiene dos meses de conocerlo. Además, ella lo odiaba
y de repente salió diciendo que lo amaba y se iban a casar. Eso Renée,
no es normal, sin contar con que Edward no me gusta para nada y el
solo verlo cerca de ella hace que me hierva la sangre.

Renée lo miró por un momento, analizando las palabras pronunciadas


por el chico pero llegando a una sola conclusión luego de saber que
conocía bien a su hija y que por lo poco que había visto en la relación
de pareja, ellos eran como cualquier otra, más aún teniendo en cuenta
que Bella nunca había tenido novio y era normal que se mostrara
reservada ante su familia. Definitivamente el chico estaba celoso del
hombre que le había arrebatado el cariño de la chica. Renée sabía que
los sentimientos de Jasper hacia su hija eran netamente filiales, pero era
precisamente en ese estado cuando los hombres se ponían en peor
estado, cuando sus hijas o hermanas, que todavía consideraban niñas
de coletas, encontraban un hombre al que amar.

Suspiró cansadamente y se dirigió a la puerta de la habitación.

—Te advierto una cosa, Jasper —dijo calmadamente—, te quiero y eres


como un hijo para mí, pero no te permito que interfieras en la felicidad
de Bella, sea cual sea el camino que ha escogido. No quiero que algo
como esto se vuelva a repetir, y guarda tus celos de hermano
caprichoso porque ya es muy tarde para ellos.

Abandonó el cuarto antes de que alguno de los dos hubiese tenido


tiempo de protestar.

Era temprano en la mañana y el sol apenas empezaba a asomarse por


el horizonte, logrando que algunos rayos se filtraran entre los edificios
colindantes. Todos se habían quedado a dormir unas pocas horas ahí,
incluso los tres hombres que se habían quedado en la otra propiedad,
al enterarse de lo ocurrido tuvieron que trasladarse a La Mansión para
terminar de calmar los ánimos que solo se aplacaron totalmente
cuando Esme y Renée se enfurecieron y por medio de gritos y
amenazas enviaron a todos a dormir lo que quedaba de la noche. Pero
el descanso había terminado y era hora de prepararse para el tan
esperado evento.

Los rostros de los hombres eran caso perdido. El que menos tenía que
ocultar era Jacob que solo poseía un pequeño moretón en la comisura
de los labios; pero los otros tres, en especial Edward, tenían moretones
y cortadas por toda la cara, y aunque los maquilladores ya habían
llegado pues fueron avisados de la urgencia del caso, los morados se
podían cubrir con suficiente base y polvos compactos, pero la
hinchazón no había forma de disimularla. Ese había sido su veredicto.

Esme decidió que los hombres debían abandonar la casa para poder así
prepararse tranquilamente; la novia necesitaba tener al novio alejado
para impedir que la viera antes de la ceremonia, y previendo más
altercados, advirtió a los mayores que si algo ocurría ellos serían los
directos responsables; con eso bastó para que Carlisle, Joseph y Phil
adoptaran una postura de seriedad y responsabilidad, pues sabían que
no les convenía alterar más a las mujeres. Pero Heidi también tenía un
plan para la novia, y al ver la despedida de ellos dos antes de que él
partiera, se aseguró de que se cumpliese.

Edward estaba aferrado fuertemente a la cintura de Bella, quien


mantenía sus manos puestas en el pecho de él para mantenerlo lo más
alejado posible. Los ojos verdes devoraban a los marrones, era como si
desearan poseer todos los secretos que escondían y más aún hacerlos
desistir de sus negativas. Edward la miraba fijamente, mientras con
una mano acariciaba suavemente el contorno de su rostro.

—Te amo… Te amo tanto…

Le decía de forma obsesiva, desesperada, como si temiera que algo a


última hora, pudiera impedir que ella le perteneciera. Comenzó a
repartir besos por su rostro, sin importarle el dolor que le producía al
rozar sus heridas; pues las del corazón le dolían más, y sabía que el
único remedio era escuchar una palabra pronunciada en la casa de
Dios.

Bella soportaba en silencio mientras su familia y la de él observaban la


tierna y romántica escena. Intentó apartar un poco el rostro de Edward,
pero al tocarlo éste gimió de dolor y ella desistió; aunque no lo amaba,
aunque sentía que casi lo odiaba, por alguna extraña razón el causarle
dolor físico le atormentaba, a menos que fuera como castigo por su mal
comportamiento. Él era su verdugo, pero ella aún esperaba que en el
último momento él bajara sus brazos, la desatara y le diera la
indulgencia. Pero al escuchar las palabras de despedida de Edward, se
convenció de que su sentencia estaba ya decidida y lista para ser
dictada.

—Te veré en el altar, mi amor, y una vez el ministro nos dé la


bendición, ya no habrá nada ni nadie que nos pueda separar.

Y con un suave beso en los labios, selló la promesa realizada.

La chica solo se quedó ahí, mirando el lugar por donde él había


desaparecido y por donde su razón también lo hizo. Entró en un
estado catatónico, donde solo era movida por las necesidades de su
cuerpo y las voces que llegaban del exterior. Escuchó vagamente la
forma como Heidi alegaba que necesitaban irse para el apartamento
designado por Edward a la familia de ella, para que la novia pudiera
vestirse sin ninguna complicación, pero su cerebro no procesó que ella
era esa novia. Escuchó las voces de protesta de las mujeres, que
argumentaban por qué debía quedarse y recibir la ayuda de todas;
supo que las voces que más refutaban eran las de su madre y su amiga
de años.

—Pero no tiene sentido que ustedes dos estén solas, yo soy su madre y
quiero compartir este momento con mi hija.

Decía Renée sin poder entender las razones de la decisión. Ella


tampoco las entendía, sus pensamientos no lograban hilar el camino
correcto al final de los sucesos; ella solo sabía que estaba sentada en
algo mullido, pues sus pies no soportaban peso alguno, mientras voces
y más voces parloteaban a su alrededor.

—Yo seré su dama de honor. Ella es mi amiga y quiero participar de


toda su felicidad.

Pedía su amiga en el mismo estado de su madre, pero su voz tampoco


significaba nada. Frente a sus ojos habían personas, objetos y se
desarrollaban situaciones, pero ella solo veía el rostro de Edward
organizando su vida a su antojo, a su deseo, a su placer.

Los sonidos la atormentaban, deseaba que cesaran, pues buscaba una


paz interior que no poseía desde hacía dos meses. Quería estar lejos de
todo, en un lugar de silencio, de calma, donde pudiera soñar con que
era libre, con que el viento era una brisa suave y no un torbellino de
temor; donde se pudiera escuchar el agua correr de un río en calma, y
no la furia viva de un mar embravecido; donde el pasto fuera un roce
delicado, aromático, y no un toque fuerte y violento cuyo solo deseo
sea someterla a los caprichos de una mente trastornada.

Sabía lo que deseaba pero algo le decía que no lo obtendría en


totalidad, aunque al menos un consuelo para ella era suficiente en ese
momento y la persona que se lo podía dar, estaba junto a ella.

—Heidi, vámonos ya.

Se hizo el silencio y todos los ojos giraron para ver de dónde había
procedido ese susurro tan indiferente y suplicante a la vez.

—Pero, hija —dijo Renée acercándose a ella—, éste es un momento tan


importante para ti, y yo quiero estar contigo, no me quites eso.

Bella la miró por unos segundos, deseando poder explicarle sin


palabras cuánto necesitaba estar sola, cuánto deseaba alejarse de todo y
de todos; sin embargo solo se acercó a ella y la abrazó fuertemente,
tratando de recibir la fuerza que ella podía darle, pero su madre no
podía hacerlo. Renée Swan, como todavía se llamaba, siempre había
sido en parte sensible, sentimental y un ser necesitado de apoyo;
cuando joven había sido como cualquier chica de su época: libre,
valiente y con un toque de rebeldía; pero ella misma le había dicho que
muchas aptitudes son propias de la edad.

—Yo era libre como el viento y rebelde como el mar, pero tu padre llegó como
un pirata con deseos de dominar cielo y agua, y yo me entregué a él por
completo, dándole todo lo que tenía, y perdiendo todo cuanto significaba. Él se
adueñó de mí; mi voluntad y mi fuerza se convirtieron en sus esclavos, y yo no
podía ser más feliz; pero el pirata un día partió para nunca más volver,
llevándose consigo todo lo que le había ofrecido, dejándome vacía. El viento no
volvió a soplar, y el mar ya no tenía fuerza para producir oleaje. Pero, hija, si
Dios me diera la oportunidad de regresar en el tiempo, sabiendo lo que sería mi
futuro con sus alegrías y sufrimientos, volvería a tomar sin permiso el auto de
mi padre, y a exceder el límite de velocidad, para que un oficial de policía
llamado Charlie Swan me impusiera un comparendo, y me detuviera por un
par de horas en la estación. Lo haría una y mil veces, porque, Bella, ¿qué sería
del mar y del viento sin el intrépido pirata? Mírame a mí y obtendrás la
respuesta.

Eso fue antes de que otro pirata llegara para revivir al viento y al vasto
océano.

Siguió abrazada a ella por un minuto más, entendiendo que su madre


nada podía hacer para salvarla. Se separó un poco de ella, le acarició el
cabello y rogó a Dios porque las palabras que salieran de su boca,
fueran las adecuadas para convencer y tranquilizar a su madre.

—Necesito esto, mamá, aunque es mi deseo lo que va a suceder, por


momentos siento que todo me abruma, y preciso la calma que me
brindará estar sola con Heidi, y así poder tener las fuerzas para recibir
con los brazos abiertos el futuro que me espera.

La mirada de Renée se concentró en los ojos de su hija, como buscando


algún signo de arrepentimiento en ellos, pero no halló más que amor
brotar de ella y la nostalgia que producían cambios tan importantes
como ese, y con una sonrisa de complacencia la dejó ir.

Ángela no fue tan fácil de convencer. Reprochó, alegó, y hasta pateó el


suelo; pero una orden de Renée, y una pequeña sonrisa de Bella,
bastaron para que terminara abrazando a su amiga y luego de decirle
que la odiaba por privarla de ese tiempo juntas, le dijo que la amaba y
que siempre la apoyaría sin importar sus decisiones.

Minutos después, Bella se encontraba en la limusina con Heidi


dirigiéndose al apartamento. En otro auto los seguían una
maquilladora y un estilista; y por orden de Edward quien se enteró sin
demora de la decisión, un grupo de guardaespaldas que rodearían el
edificio y custodiarían el ascensor privado.

—No te preocupes por los medios de comunicación, Bella —dijo Heidi


tomándola de la mano—. Edward tiene todo controlado y al llegar a la
Abadía estarán tras cordones de seguridad al igual que los curiosos.

Bella no le respondió. Seguía en el mismo estado y parecía que nada la


pudiera sacar de ahí. Así estuvo el tiempo que transcurrió a su arreglo.
Sabía que suaves espumas y algodones rozaban su rostro, y que
alguien cepillaba su cabello, pero a ella nada le importaba, su mirada
estaba perdida en un punto negro que era como el futuro que se
mostraba ante ella.

Heidi la miraba con aprehensión, esperando que en cualquier


momento la realidad callera sobre su amiga y la golpeara con todas sus
fuerzas y sin ninguna compasión, y un ataque de pánico tuviera lugar
en plena ceremonia. Pero el incidente se presentó antes, cuando nadie
importante fue testigo, y la preparó para afrontar la dura prueba que se
avecinaba.

—Te ves hermosa, Bella —susurró Heidi con una sonrisa amable.

Se encontraban solas en la habitación que ocupaba Renée. El personal


de servicio y los profesionales de la belleza se habían retirado, y
solamente quedaba llamar a Jasper para que la recogiera.

Bella se encontraba de espalda al espejo, y al girarse no comprendió en


principio lo que veía. Vestida de un hermoso color marfil, se
encontraba una mujer que ella no reconoció. Un vestido strapless recto
que en el busto estaba cubierto por un delicado encaje de intrincados
diseños hasta debajo de estos, donde continuaba ceñido perfectamente
a la cintura para caer en una sutil línea A, permaneciendo recto en la
parte frontal, pero formando una cola en la parte posterior, cuyo largo
permitía que arrastrara un metro aproximadamente y terminara en un
acentuado semicírculo, dando así una terminación prolija y elegante.
Sobre el vestido llevaba una especie de abrigo en un fino encaje con
flores distribuidas espaciosamente, permitiendo así un aire de
romanticismo pero sin llegar a verse saturado; éste se cerraba debajo
del busto con un pequeño broche y abría siguiendo la línea del vestido;
las mangas eran en el mismo estilo y llegaban un poco más arriba de la
muñeca, terminando ahí en ondas que la hacían ver estilizada, al igual
que la cola que se emparejaba con la del vestido. Su cabello a petición
de Edward, lo habían dejado suelto, pero para comodidad de ella
recogieron los mechones de las sienes y haciéndolos unos suaves
tornillos, lo sujetaron en la parte trasera de su cabeza donde estaba
sujeta una hermosa peineta con incrustaciones de diamantes formando
diseños de pequeñas flores bordeadas en oro blanco. Éste sostenía el
fino velo transparente que en ese momento se encontraba hacia atrás, y
que llegado el momento, cubriría su rostro hasta que Edward lo
retirara. El maquillaje era suave, en tonos tierra y estilo natural.
Ciertamente esa mujer se veía hermosa, pero ¿quién era?

Eres tú, Isabella, y ese es el hábito que has de llevar para que se dicte tu
sentencia.

Le dijo su razón, para enseguida perderse en el abismo de la locura.

Su respiración comenzó a acelerarse, sus manos empezaron a temblar y


este movimiento involuntario se fue trasladando a todo su cuerpo.

—No puedo —susurró—, no puedo hacerlo… no puedo.

—Bella, tranquila…
Heidi intentó tomarla del brazo pero la chica lo apartó bruscamente.

—No puedo… no… no puedo… ¡No puedo! ¡No puedo!

Dio media vuelta y corrió lo mejor que los zapatos de tacón alto le
permitían.

— ¡Bella!

— ¡No puedo! ¡No puedo hacerlo!

Bella gritaba desesperadamente mientras bajaba las escaleras y se


dirigía a la puerta de salida, al tiempo que Heidi la seguía. Al abrir la
puerta dos hombres que no eran los de siempre, pero igual de
intimidantes, le impidieron seguir con su huida.

—Señorita, no puede abandonar el apartamento hasta que…

— ¡Déjenme en paz! ¡Necesito salir de aquí!

Los dos hombres la sujetaron por los brazos mientras ella forcejeaba
por zafarse.

— ¡Suéltenla! ¡No la toquen! —ordenó Heidi tomándola por la cintura


y aferrándola a su cuerpo para tratar de controlarla, pues tenía la
ventaja de ser más alta.

—Lo sentimos, señorita, pero tenemos órdenes de no permitir la salida


de la novia hasta que se nos ordene y solo el Señor Jasper escoltado por
nosotros puede transportarla.

— ¡Heidi, sácame de aquí! ¡Necesito huir! ¡Heidi!

Bella estaba histérica, trataba por todos los medios de escapar del
destino que la esperaba en unos minutos. Solo había accedido a una
prueba de vestuario, pero la jovialidad de las chicas y el hecho de no
usar el ajuar completo, no le permitieron ver la magnitud de su
situación.

Heidi logró entrarla de nuevo al apartamento y sentarla en la sala de


recibo para tranquilizarla.

—Bella, piensa en tu familia, en Renée, en Phil, Ángela, Jasper, todos


ellos te necesitan.

—Heidi, tú… tú no entiendes —sollozaba, mientras gruesas lágrimas


corrían por su rostro y su amiga impidió que llegaran al vestido al
colocar un cojín en su regazo—, solo tengo 18 años… cumpliré 19 en
unos días pero… eso no hace la diferencia —decía mientras trataba de
no ahogarse en su llanto—. Mi mayor preocupación debería… debería
ser la beca universitaria… pensando en dónde trabajar para poder
costearme los gas… los gastos de manutención para no aceptar la
ayuda de Jasper… Heidi, no puedo hacerlo, entiéndeme… no tengo la
fuerza suficiente para esto, no soy capaz…

—Sí lo eres, Isabella —afirmó Heidi con vehemencia—. Tú misma me


contaste que tras la muerte de tu padre fuiste el pilar de tu madre. Solo
imagina cómo estaría Renée en estos momentos si no hubieses sido
fuerte, si te hubieras derrumbado como ahora mismo lo haces. Piensa
en ella, en todos, será su fin, Edward no tendrá piedad.

Bella negaba insistentemente con la cabeza mientras imágenes de su


familia vulnerable en manos de ese loco obsesionado, pasaban por su
mente. Él era un animal y ella sabía cómo se comportaban las bestias
heridas, traicionadas; eran feroces, despiadadas, sin un ápice de
compasión hacia sus víctimas, y ella era la única que podía calmar esa
furia, solo ella era capaz con una caricia, de domar a La Bestia Interior.

—Bella, si en mis manos estuviera detener esta locura lo haría, pero no


puedo hacer nada contra eso que Edward siente hacia ti y que yo no
logro comprender.
Es obsesión, una desquiciada y frenética obsesión.

—Si tú lo deseas yo puedo tratar de sacarte de aquí por la escalera de


servicio, llamaremos a Jasper, le contaremos la verdad y entre los dos
te sacaremos de Inglaterra, tengo amigos en varios países y ellos nos
esconderán mientras decidimos qué camino tomar. Pero Bella, no me
hago responsable de lo que suceda con los demás, no puedo
protegerlos a todos. —Heidi hizo silencio por unos segundos mientras
veía cómo Bella procesaba la información que acababa de darle, y
continuó—: Mas tú, solo tú puedes protegerlos a todos, pero esa es tu
decisión.

Bella no le contestó. Su expresión era pensativa y su llanto comenzaba


a disminuir. Heidi se levantó de su lado y se dirigió a un teléfono que
se encontraba en una esquina sobre una pequeña mesita de madera. Lo
tomó y marcó.

—Papá, ¿podrías pasarme a Jasper sin que Edward se entere?… Ok.

Bella levantó la vista y se la quedó mirando. La mujer le devolvió el


gesto y brindándole una mueca de tristeza se giró y habló:

—Jasper, soy Heidi, tengo algo que decirte…

Heidi sintió cómo el auricular era apartado de su mano, al girarse


encontró a Bella que tomaba aire profundamente y cerraba los ojos por
un momento. Al abrirlos, Heidi supo cuál era la decisión que la chica
había tomado.

Varias horas más tarde, Isabella Swan miraba por la ventanilla de un


automóvil que se movía por la ciudad de Londres. Parecía estar
concentrada en la vista que la hermosa ciudad le mostraba; pero su
mente no se encontraba ahí, sino varios años en el pasado, cuando su
vida era perfecta, cuando su única preocupación era sacar buenas
notas para que sus padres se sintieran orgullosos de ella, cuando los
mayores lujos que conocía eran la poca ropa de marca que Ángela le
obligaba a comprar a pesar de los precios, y que su padre consentía con
una gran sonrisa. Luego se trasladó unos años más adelante, cuando ya
ese maravilloso hombre que le había enseñado tantas cosas,
convirtiéndolo así en su héroe, ya no estaba entre ellos, pero a cambio,
la vida le había regalado a dos amigos que daban lo que fuera por
sacarle sonrisas y un hombre bueno y dedicado a su trabajo que se
encargaba de sacar a su madre de la depresión en la que se había
sumido. Eran épocas maravillosas, tiempos en los que a pesar de no
tener riquezas, se sentía plena, completa y feliz; y ahí estaba en ese
momento, afrontando un presente no deseado y un futuro incierto,
todo porque esas personas tan importantes y amadas, siguieran con
sus vidas sin ninguna preocupación extra, e incluso mejor, gracias al
hombre que…

El auto detuvo la marcha y Jasper, que se encontraba sentado a su lado


en total silencio durante todo el camino, bajó del auto al tiempo que
Dacre abría la puerta de ella. Su amigo rodeó el vehículo y se apresuró
a ayudarla a bajar.

— ¿Estás lista? —preguntó en un susurro, ubicándose a su lado y


tomando su mano para apretarla suavemente.

Bella suspiró y cerró los ojos por un par de segundos.

—Estoy lista —respondió firmemente.

Al levantar la mirada, la Abadía de Westminster se erguía imponente


ante ella. Ahí la esperaba su condena.

A lo lejos, escuchó los murmullos de los curiosos y fotógrafos que


rogaban porque les dedicara una mirada o mejor aún un saludo; sin
embargo, era eso lo que se esperaba de la nueva Señora Cullen, y ella
no se hallaba en ese calificativo. Podían decir que era orgullosa, o que
la riqueza que todavía no poseía se le había subido a la cabeza, no le
importaba, nada de lo que los demás pensaran era relevante para ella,
solo su familia, y por ellos se encontraba allí. Giró su cabeza al
escuchar la voz de su hermano.

—No te preocupes, mi vida, no tienes que hacer nada que no quieras.

Bella lo miró a través del velo que cubría su rostro, y sonrió entre
tierna y melancólicamente al verle. Las marcas producidas por la
discusión de la noche anterior alteraban sus facciones, y el maquillaje
solo las había atenuado; pero aun así estando tan cerca, se notaba que
se encontraba extrañamente hinchado y con unas zonas un poco más
oscuras que otras.

Tuvo ganas de llorar, sintió las lágrimas agolparse en sus ojos y desvió
la mirada para que Jasper no lo notara. Pero se había prometido no
llorar, había jurado a si misma que no lo haría, por su familia, por su
padre… papá.

Por un momento tuvo un pensamiento macabro, que trató de desechar


al instante pero no lo logró pues su conciencia le indicaba que así debía
ser. Imaginó cómo sería ir del brazo de su padre como ahora lo hacía
del de su hermano y una vez más reafirmó que lo mejor era que su
padre no estuviera. Él era un hombre demasiado perspicaz como jefe
de policía al fin, y no tenía la menor duda de que notaría que algo muy
grave estaba sucediendo, incluso hubiese mandado a investigar la
buena suerte de Ángela en su beca; y Phil… Phil solo sería un amigo de
la familia, nada más. Charlie jamás hubiese permitido que ella se
casara en circunstancias tan extrañas, y en ese momento si existía
un más allá, de seguro su padre estaría mirando horrorizado cómo su
niña era entregada en sacrificio por el bien de su familia.

Papá, no te sientas mal, esto lo hago por mí, por mi paz interior, porque los
amo y mi sufrimiento sería mayor al ver el de ustedes.

Pensó, rogando que todo lo que le habían enseñado los pocos


domingos que asistió a la iglesia cuando niña, fuese verdad y su padre
desde un lugar en el que las almas merecedoras de la paz eterna tan
prometida, disfrutaban de la compañía del creador, la escuchara.

En la puerta de la iglesia la esperaban Alice y Ángela, junto con un


grupo de niños que solo había visto un par de veces en los ensayos y
que sabía eran hijos de los amigos de la familia de su futuro esposo.

Heidi se unió a ellas al instante, ella sería la madrina y no Ángela.


Entre las dos así lo decidieron.

—Eso de madrina no me gusta, me suena a cuento de hadas y aunque estás


viviendo uno, no quiero ser la enana vieja y gorda con alas y varita.

Y con esas palabras se le confirió el título de Dama de Honor.

Bella miró hacia el interior de la Abadía y en su mente se dibujó una


enorme cueva, en la que al final esperaba una bestia que la devoraría
por completo, y ella como doncella de historia fantástica medieval, se
entregaba por propia voluntad. Sintió cómo todas se posicionaron a su
espalda, mientras alguien le arreglaba la cola del vestido, y del chaleco
que había sido reemplazado por otro que Heidi había ordenado
confeccionar previendo la reacción de ella al verse totalmente vestida
de novia; el anterior estaba arruinado, en el forcejeo se habían
desgarrado las mangas y el broche desprendido por completo.

Jasper le tendía la mano para llevarla con ella alzada, como era la
costumbre. Miró hacia el suelo y divisó la alfombra roja que luego de
unos metros se dividía en dos para rodear una gran lápida, la siguió
con la mirada y vio cómo se perdía en la segunda sección de la gran
iglesia, allí la esperaba algo que desconocía pero que intuía, no era
para su bienestar. Miró hacia el techo y todos los diseños intrincados
que vio en él le mostraban lo que era su vida: un laberinto sin salida,
donde su única esperanza era no perecer en el camino.

Escuchó los murmullos de los invitados que se encontraban unos


metros más adelante y apostados a los costados de la alfombra.
—Se ve hermosa.

—Qué chica más linda.

—No es la gran cosa.

No le importaban, ellos no eran nadie para Bella, ni siquiera los miró


en ese momento, no tenía que aparentar nada ante ellos, estaría igual
con la iglesia vacía y solo su familia en ella.

Suaves notas musicales se empezaron a escuchar por todo el lugar, esa


era la señal para andar, para caminar hacia lo desconocido.

Conocía muy bien la canción, ella misma la había escogido, había sido
lo único en lo que había participado activamente de toda esa
parafernalia que había creado un hombre desquiciado.

Comenzó a caminar y las notas subían tono de acuerdo a sus pasos,


llegó a la zona de la gran lápida y la miró solo por un instante, allí se
encontraban los restos del Soldado Desconocido; algún héroe de
guerra, de la Primera Guerra Mundial, cuyo honor le valió el derecho a
que su tumba jamás pudiese ser pisada.

Quien quiera que seas, dame algo de tu valentía para continuar.

Rodeó la gran lápida negra y escuchó las voces de niños alzarse


bellamente por sobre su temor, clamando a una mujer que nunca tuvo
miedo, a una mujer cuya vida fue santa y cuya pasión fue infinita, esa
mujer que había visto morir al fruto de sus entrañas en manos de
hombres sin alma, esa a la que ahora ella clamaba para que la
reconfortara.

...

¡Ave Maria! ¡Jungfrau mild!

(¡Ave María! ¡Mansa doncella!)


Erhöre einer Jungfrau Flehen,

(Escucha la oración de una doncella)

Aus diesem Felsen starr und wild

(Tú puedes oír aunque sea de lo salvaje,)

Soll mein Gebet zu dir hinwehen.

(Tú puedes salvar en medio de la desesperación.)

...

Escucha mi oración querida doncella, solo tú me puedes salvar en medio de la


desesperación.

El poema de Sir Walter Scott alentaba a su espíritu a continuar. La


Virgen María era su única fortaleza y compañía en ese momento, por
eso pidió esa canción, y más aún el poema original cantado en alemán
con la música de Schubert, porque aunque desconocía el idioma, lo
había leído varias veces entre sus lecturas nocturnas cuyo tiempo le
pertenecía. Ella sabía lo que traducía cada frase pronunciada, y cada
una de esas palabras eran las que necesitaba para cumplir con su
promesa.

Continuó avanzando y por fin se decidió a mirar a los invitados.


Testigos ignorantes de lo que sería su sentencia, no conocía a ninguno
de ellos, pero estos le sonreían, muchos hipócritamente como si en sus
corazones albergaran algún tipo de cariño hacia ella; y la música
continuaba.

...

¡O Jungfrau! Sieh der Jungfrau Sorgen,

(¡Doncella! Oye la oración de una doncella)


¡O Mutter, hör ein bittend Kind!

(¡Madre, oye a una hija suplicante!)

¡Ave Maria!

(¡Ave María!)

...

Ten en cuenta a esta hija tuya suplicante, madre mía.

Sus ojos estaban secos pero su corazón sangraba en llanto, desgarrado


por el dolor y de una vida que ya no le pertenecía. Solo ella y la madre
celestial sabían lo que estaba padeciendo, ante los ojos de los invitados
ella era una novia calmada y serena que marchaba feliz hacia lo que
muchos de ellos deseaban para sí mismos o para sus hijas. Ella estaría
feliz de cambiar de lugar con cualquiera de los presentes.

...

Wenn wir auf diesen Fels hinsinken

(El lecho de piedra que ahora tenemos que compartir)

Zum Schlaf, und uns dein Schutz bedeckt,

(Parecerá este edredón de plumas apiladas.)

Wird weich der harte Fels uns dünken

(Si tu protección se cierne allí.)

Du lächelst, Rosendüfte wehen

(El aire pesado de la tenebrosa caverna)

In dieser dumpfen Felsenkluft.


(Se respirará como bálsamo si tú has sonreído.)

...

Si tú estás conmigo, yo podré soportar cualquier afrenta del destino. Suaviza


mi camino Madre, para que así pueda andar mejor.

Sentía la mano de Jasper apoyar la suya, pero era la de la madre del


creador la que la mantenía en pie. Su mirada se encontraba fija al
frente, y luego de cruzar unas enormes puertas que aunque estando en
la casa de Dios, para ella eran las del infierno, y ahí, profanando el
sagrado altar, estaba él mirándola fijamente.

...

Der Erde und der Luft Dämonen,

(Demonios apestosos de la tierra y el aire,)

Von deines Auges Huld verjagt,

(De esta su acostumbrada guarida exiliados,)

Sie können hier nicht bei uns wohnen.

(Huirán ante tu hermosa presencia.)

...

El demonio no huye ante tu presencia, madre mía. ¿Acaso es tu voluntad que


me entregue a él?

Pocos pasos faltaban y la oración llegando a su fin, proclamó:

...

Der Jungfrau wolle hold dich neigen,


(Oye por una doncella la oración de una doncella,)

¡Dem Kind, das für den Vater fleht!

(¡Y por un padre oye a una hija!)

¡Ave Maria!

(¡Ave María!)

...

Está hecho, de ahora en adelante solo tú podrás protegerme.

Se escucharon los últimos acordes y Bella detuvo su andar. Se suponía


que Edward debía esperarla de espalda, pero no lo hizo.

Claro que no.

Él deseaba verla, comprobar que no era otra sino ella la que se


acercaba; comprobar que no se había escapado, como tanto temía; pero
sobre todo, deseaba demostrarle que podía hacer lo que deseaba, ir en
contra incluso de una regla ceremonial y que lo mismo podía hacer con
ella o su familia. Edward tampoco debía tocarla, ella tenía que ubicarse
a su lado y esperar a que el ministro se colocara frente a ellos y así
empezar la ceremonia, pero él no estaba dispuesto a privarse de ese
placer.

Al sentir la mano de Edward tomar la suya Bella lo miró directamente


a los ojos y lo que vio en ellos la atemorizó aún más. Esos ojos verdes
decían mil cosas a la vez; tantos sentimientos agolpados de tal manera
que la abrumaban intensamente. Sintió cómo su mano era acariciada
suavemente por la de él; vio cómo él bajaba la mirada para ver si era
real la piel que tocaba, mientras la continuaba acariciando con el dedo
pulgar de forma obsesiva. Al levantar la cabeza sus miradas se
encontraron, y Bella se sorprendió al ver que los ojos verdes estaban
humedecidos, y reflejaban tan sublime alegría que ella pensó ver a un
hombre que por fin divisaba su libertad después de años de cautiverio;
él estaba viviendo su momento, el que tanto había deseado y sobre
todo planeado, ya nadie se lo podía arrebatar, ya no había escapatoria
alguna, ella sería suya, él lo sabía y su corazón y su alma, no podían
albergar mayor dicha.

Su rostro estaba hinchado al igual que el de Emmett que se encontraba


tras él, pero este la miró por un momento y le guiñó un ojo al tiempo
que le brindaba una sonrisa, y ella supo que aunque a él le encantaba
molestar a su primo, estaba complacido de la unión que se oficializaría
en unos instantes.

Los cuatro se colocaron en posición dando el frente al altar, pero


Edward no miraba al lugar sagrado, sino a la mujer a su lado, a través
del velo la observaba, reparaba en cada detalle que la fina tela le
permitía, sin dejar de acariciarle la mano. Bella intentó retirarla, pero él
se la aferró fuertemente y ella se resignó al toque; la tela fue retirada de
su rostro por Jasper y todo comenzó.

Un hombre de edad avanzada, vestido con túnicas propias de su


vocación se instaló frente a ellos, su mirada era serena pero con
experiencia. Si él supiera lo que estaba por bendecir, cerraría el libro
ante él y se negaría rotundamente, la iglesia no lo concebía, los fieles
tampoco, Bella solo lo aceptaba.

—Queridos hermanos, nos reunimos aquí ante Dios y ante ustedes


para unir a este hombre y a esta mujer en santo matrimonio que es un
honor instituido por Dios, significando en nosotros la unión mística
que hizo Cristo con su iglesia…

Jasper debía haber soltado su mano pero no lo hizo y ella se lo


agradeció. Sabía que tenía el apoyo de la Virgen María, pero esa mano
firme, de carne y hueso de alguien a quien amaba, le daba las fuerzas
restantes para no huir ante la vista de todos los presentes; aunque sabía
que no podría cruzar las puertas de la Abadía sin ser detenida, y ante
la mirada asombrada de los presentes y la horrorizada de su familia,
ella sería obligada a casarse, no lo dudaba.

El sacerdote explicó las causas por las que fue ordenado el matrimonio:
incrementar la humanidad, honrar los instintos naturales y para
ayudarse el uno al otro. Ninguno de ellos eran sus objetivos, para ella
no valían nada, no tenían sentido, para Edward lo eran todo.

—Por ende, si hubiere alguien aquí que crea que posee una causa justa
por la que esta pareja no deba unirse, que lo digan ahora o que callen
para siempre.

El hombre de Dios hizo una pausa, dando la oportunidad para que


alguien hablara, pero esperando que nadie lo hiciera. Bella cerró los
ojos, rogando por un milagro, pero sabía que nadie acudiría en su
ayuda y de su familia. Sintió la mano de Jasper apretar la suya, al
tiempo que Edward también lo hacía; el primero esperaba una señal
suya para actuar, y el segundo le indicaba que nadie los podría
separar. Ella no respondió a ninguno de los dos.

—Y les solicito a ambos que por favor respondan —continuó el


sacerdote—, a todas nuestras preguntas, y que develen todos sus
secretos, y si hay algún motivo por el cual ustedes no deberían casarse,
ahora deberían confesar o si no, asegurarnos a todos nosotros ante
Dios, que van a estar unidos y así hacer este matrimonio legal.

El sentido de supervivencia de Bella le gritaba que hablara, que dijera a


todos lo que sucedía, lo que estaba obligada a hacer, que no temiera,
que ella era lo más importante. Los dos hombres volvieron a apretarle
la mano, pero ella giró su rostro para mirar a Jasper, quien la
observaba de forma suplicante, rogándole en silencio que se negara,
que desistiera de esa locura y permitiera que él la sacara de ahí; desvió
la mirada hacia su familia, quienes se encontraban sentados en la
primera banca detrás de su hermano, ellos sonreían tiernamente,
alentándola a continuar, incluso Phil se esforzó por darle fuerzas y no
reprenderla con la expresión de su rostro. Les sonrió a todos, incluso a
Jasper que se veía desesperado. Volvió su vista al altar y de sus labios
no escaparon palabras, no tenía nada que decir.

—Edward Anthony Cullen, ¿tomará usted a esta mujer como esposa


para vivir juntos bajo la ley de Dios y ante el estado del matrimonio
sagrado, para amarla, confortarla, honrarla en la salud y en la
adversidad, olvidándose de todo y quedándose junto a ella
mientras…?

—Edward por favor, todavía estamos a tiempo de dete…

—Acepto —afirmó Edward en tono seguro, interrumpiendo al


ministro y a Bella, quien había susurrado las palabras, apelando a una
última oportunidad de ser liberada de la condena, a algún rincón de
cordura en la mente trastornada del hombre a su lado, a un ápice de
compasión; pero tal como esperaba, falló. Él estaba seguro de lo que
hacía, no tenía ninguna duda de que la deseaba, la amaba, si es que a
eso se le podía llamar así, pues para ella era una obsesión, una locura
nacida de algún trauma o suceso del pasado. Sabía que el amor
obsesivo existía, pero no podía creer que lo que Edward decía sentir
por ella pudiera denominarse como tal.

—Isabella Marie Swan.

Cerró los ojos mientras escuchaba las palabras.

—¿Tomará usted a este hombre como esposo para vivir juntos bajo la
ley de Dios y ante el estado del matrimonio sagrado, para amarlo,
confortarlo, honrarlo en la salud y en la adversidad, olvidándose de
todo y quedándose junto a él mientras viva?

Edward volvió a apretar su mano, pero no había necesidad, pues ella


temiendo que su turbación superara a su amor por su familia, contestó
sin demora.
—Acepto.

Escuchó un jadeo de Edward, giró su cabeza levemente para mirarlo y


la felicidad que vio en su rostro magullado fue tan infinita, que supo
que el secuestrador había encontrado por fin su libertad. Varias
lágrimas empezaron a correr por el rostro del hombre, pero no eran de
dolor, ni de angustia, sino de alegría, de la más grande felicidad que
una persona podría experimentar. Nunca lo había visto en ese estado,
sintió por medio de la mano que sostenía, cómo todo su cuerpo
temblaba, incluso pudo ver sus hombros vibrar levemente; su pecho
cubierto por el frac subía y bajaba marcadamente, lo que sea que
estuviera experimentando Edward en esos momentos, debía ser
demasiado para él. Bella pensó por un momento que se desvanecería,
que no soportaría tantas emociones juntas y que en ese momento se
reflejaban en sus ojos, pero nada pasó; Edward solo seguía ahí, agitado
y al mismo tiempo controlado; sin embargo, para ella solo había
desolación.

El sacerdote preguntó quién era el encargado de entregar a la mujer, y


Jasper le dio la mano de ella que sostenía a Edward, pero antes de
soltarla susurró:

—La dañas y te mato.

Nadie más lo escuchó, y Edward no le contestó; se retiró hacia un lado


y la ceremonia continuó.

Los votos fueron leídos por el sacerdote y repetidos por los novios.
Edward los pronunció con honorabilidad, mirándola fijamente a los
ojos, al tiempo que trataba de que sus lágrimas no hicieran temblar su
voz y su agitación no le hiciera perder la razón. Cada palabra la dijo de
corazón, con toda la fuerza de su alma, jurando llevarla de la mano
desde ese día para bien y para mal, amarla, respetarla y venerarla hasta
que la muerte los separase, de acuerdo a la santa ley de Dios, y
entregarse a ella hasta entonces.
Bella los repitió mecánicamente, mirándolo a los ojos como debía ser,
pero con el corazón estrujado por estar mintiendo en la casa del Señor,
no era su culpa, pero aún así sentía que blasfemaba, pues las únicas
palabras que deseaba pronunciar eran de desprecio y amargura, pero
sobre todo de dolor. El discurso fue el mismo, pero expresado de
diferente manera, por dos corazones que latían a diferentes ritmos, por
miradas que demostraban distintos sentimientos, por dos seres que
chocaban entre sí, y que al unirse solo demostraban hasta dónde podía
llegar la locura de un hombre obsesionado de un sueño, que creyó se
hacía realidad.

El anillo fue entregado a Edward y tomando la mano izquierda de


Bella, se lo colocó en el dedo anular.

—Con este anillo me uno a ti, con mi cuerpo te honro, y mis bienes
materiales compartiré contigo, en el nombre del Padre, del Hijo, y del
Espíritu Santo, amén.

A ella no le importaban ni su cuerpo ni sus bienes materiales, pero él se


los ofrecía fervientemente y ella ni una sonrisa le dedicó. Decían que la
sonrisa es el lenguaje del alma, y en ese momento ella sentía que la
suya estaba destrozada, junto con su vida, con sus sueños, con ella.

Sus manos juntas fueron tomadas por el sacerdote y envueltas en una


cinta de seda.

—Lo que Dios a unido que no lo separe el hombre, y al unirse de


manos los declaro marido y mujer por siempre, en el nombre del
Padre…

Estoy condenada.

—Del Hijo…

Virgen María, protégeme.


—Y del Espíritu Santo.

Papá, no me dejes caer.

—Amén.
CAPÍTULO 19


Es una necia debilidad afirmar que no puedes aguantar,
aquello que te tiene reservado el destino.
¿Podría yo soportar todo lo que se avecina?
Ahora ya nada importa, ahora todo me supera.
Siento morir en sus brazos
y él morirá por mi mano.

L as bodas eran un motivo mundial de celebración y alegría. Las


novias sonreían, dichosas de estar por fin unidas al hombre que
amaban y con el que habían elegido estar por el resto de sus vidas; sin
embargo, Isabella no lograba encontrar esas sensaciones en su interior,
pero nadie se percataba de su desdicha.

Todos los invitados solo lograban ver a la hermosa novia, que se


encontraba abrumada por la vida de lujos y riquezas que se presentaba
ante ella, y que tal hecho no le permitía disfrutar por completo de la
fiesta, pero que se notaba indiscutiblemente, estaba muy enamorada
pues en toda la recepción no había podido apartar los ojos de su
amado, y así era. Pero ellos no comprendían que Bella lo hacía para
tratar de descifrar al hombre al que ahora pertenecía en el sentido
estricto de la sociedad del matrimonio.

Edward sonreía todo el tiempo, en su rostro se podía observar el júbilo


que su alma sentía al poder proclamar por fin como suya a la mujer
por la que había esperado toda una vida sin siquiera saberlo. Él
conversaba animadamente con los grupos de invitados que se
acercaban a felicitarlo y constantemente su cabeza giraba en dirección a
ella y al ver que su mirada estaba sobre él, su gozo era mayor y su
sonrisa así lo reflejaba. Por momentos se acercaba a ella y le recordaba
sus sentimientos.

—Te amo, Isabella, lo eres todo para mí, eres mi vida, mi aire, mi mundo.

—Ya eres mía, mi amor, ahora nadie podrá separarnos, puedes estar segura de
eso.

—Sé que estás agobiada por todo esto, pero pronto nos iremos, y podremos
estar solos por fin.

Bella solo lo seguía con la mirada y su única respuesta a sus promesas


era un parpadeo, no tenía más que decir pero tanto por saber, y no
encontraba la forma de averiguarlo sin tener que experimentarlo o sin
preguntarle directamente a él. Algunas veces en su vida habían
existido incertidumbres, situaciones en las que no sabía cómo
continuar, qué camino tomar o qué le esperaba al final de éste, pero
nunca ese camino se había tornado tan oscuro e incierto como en esos
momentos. Edward era un hombre que como ella misma lo confirmó
varias veces, tenía un problema de bipolaridad, lo que lo convertía en
una persona totalmente impredecible. Ni siquiera Heidi quien se
encontraba a su lado en todo momento, y con su experiencia en el
manejo de grandes fiestas mantenía a todos los deseosos de conocer
más a la nueva Señora Cullen, alejados de su amiga; sabía exactamente
lo que su primo tenía planeado para el futuro, pero las dos temían algo
en común, mas no tocaron el tema en ningún momento por miedo a
que sus palabras se hicieran realidad.

Bella por algunos momentos apartaba la vista de la forma de Edward


para mirar a las razones por las que se encontraba vestida de blanco.
Jasper estaba reunido con Emmett y otros hombres jóvenes
conversando animadamente, pero aún así, su hermano la miraba de vez
en cuando también y en silencio le indicaba que estaba listo para
sacarla de ahí cuando lo deseara; ella le sonreía para infundirle
tranquilidad, esa que ella no poseía. Estaba orgullosa de él, aunque
apenas estaba en su primer año de estudios, ya se desempeñaba como
todo un empresario, se veía seguro de sí mismo, completamente
acorde al ambiente de negocios que lo rodeaba; para cualquiera que lo
viera, le sería imposible imaginar que ese joven era un estudiante,
originario de un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos, pues
tenía el mismo aire triunfador de su compañero y jefe.

Su madre se encontraba junto a Esme, charlando con unas señoras que


parecían aceptar con agrado la inclusión de una nueva integrante a sus
grupos de sociedad. Ella no era mujer de ese tipo de compañía, Bella
sabía que cuando joven ella era más de las reuniones en los balcones de
las casas de sus amigos, en acostarse en los parques a reír y comentar
sobre todo lo que se les ocurriera en el momento; pero ahí estaba ella,
ataviada con un elegante vestido color gris plomo, que la hacía ver más
hermosa de lo que ya era. La vio pasar suavemente la mano por su
cabeza y eso la hizo sonreír, pues sabía que todavía le dolía el cuero
cabelludo por el tocado usado durante la ceremonia.

Phil estaba con Carlisle y Joseph. Los tres habían hecho muy buena liga
y habían integrado a su futuro padrastro oficial en sus charlas. Él se veía
elegante también con su esmoquin, solo su acento marcado sureño lo
diferenciaba de esos hombres que lo recibían con agrado gracias a sus
acompañantes. Bella observó cómo constantemente giraba para mirar
en una dirección, y ella siguiendo esa línea, sonreía al darse cuenta que
el objeto de su atención era su madre. Lo vio guiñarle un ojo a la mujer,
quien se mordió el labio cual adolescente en pleno noviazgo y se dio la
vuelta para darle la espalda en forma coqueta, Phil sonrió pícaramente
y girando para regresar a la conversación, ajustó disimuladamente el
cinturón de su pantalón; Bella se sonrojó fuertemente y soltó una risita,
sabía perfectamente lo que ese movimiento significaba en un hombre
pues Jasper se lo había dicho, y ella agradeció que eso la pudiera alejar,
así fuera por un momento, de sus cavilaciones.
Ángela, su loca amiga estaba con Alice. Tal para cual. En su grupo
habían hombres y mujeres jóvenes, amigos de Alice supuso. Angie
estaba muy feliz, ese era el medio en el que siempre había querido
estar, su sueño hecho realidad gracias a circunstancias que desconocía.
La chica se había acercado a ella para estar a su lado como lo hacía
Heidi, pero Bella no quería quitarle ese momento de diversión y
anhelos realizados que podía vivir esa noche. De nada serviría apartar
a su amiga de lo que tanto deseaba vivir solo para que estuviera
acompañándola, no, no valía la pena privarla de todo eso a lo que Alice
la estaba introduciendo si de igual forma no remediaba su situación.

—Yo estoy bien, Angie, estoy feliz al poder verlos a todos ustedes felices. Ve
con Alice y diviértete, yo solo estoy cansada, los zapatos me están matando.

No los culpaba a ellos de nada, al contrario; luego de conversar con


Heidi antes de la boda, de caminar por ese largo pasillo, y de haber
pasado un día viendo cómo a su familia se le presentaba un mundo
nuevo de posibilidades, no solo por las riquezas que pudieran obtener
pues por el comportamiento de Edward sabía que no les entregaría
dinero directamente, sino por todas las oportunidades que podían
tener en un futuro planeado y deseado; ella entendía qué era lo mejor
que podría darles. Hacer sacrificios por las personas a las que se ama
vale la pena sin importar las consecuencias; si alguien más supiera de
su situación, quizás los invitados a su boda, algunos la verían como
una mujer frívola, capaz de cualquier cosa por riquezas y poder, y
otros como una estúpida que no piensa en sí misma sino en los demás
sin importarle lo que con ella suceda; pero no era ninguna de las dos.
El amor es un sentimiento que no se puede abrigar a medias. Como
había dicho el sacerdote:

—Para bien y para mal, en la prosperidad y la adversidad, en la salud y la


enfermedad…

Pero esas palabras no solo se podían usar en el ámbito conyugal, no, la


familia también tenía cabida en esa incondicionalidad.
¿Qué sentido tiene ser feliz si los que amas no lo son?

¿Se puede vivir en paz sabiendo que tus seres queridos lo hacen en agonía?

Las respuestas a esas preguntas llegaron sin ningún problema a su


cabeza. Ellos valían la pena, lo valían todo.

Era ya de noche del mismo día agotador. Luego de la ceremonia, se


realizó un almuerzo íntimo en el Hotel Mandarín Oriental en honor a
la nueva pareja de esposos.

Íntimo de 50 personas.

Después de eso toda la familia se había retirado a las dos suites que
habían alquilado para descansar un poco y prepararse para la fiesta
que se celebraría en las horas de la noche.

—Al menos nos liberaremos de los tocados, te juro que mi cabeza no lo


soportaría un minuto más.

Le había comentado Ángela, mientras se colocaba su vestido de


noche. Sin tocado.

En toda la tarde Edward había estado revoloteando alrededor de Bella.


La tocaba como le había dicho Jasper que solía hacer, solo que esta vez
ella sí lo notaba, le acariciaba el rostro, le tomaba la mano y se la
besaba, o le robaba besos suaves y uno que otro más apasionado, pero
ella se refugió en una de las alcobas, alegando cansancio, y él resignado
la dejó tranquila.

Bella miró a su alrededor y suspiró, la elegancia del lugar era máxima,


y aunque no lo había pedido, era lo que se le colocaba en bandeja de
plata, o de oro.El salón principal del hotel resaltaba más que todo por
las enormes arañas doradas, con lágrimas de cristal colgante que
pendían de los techos altos; grandes ventanas enmarcadas por gruesas
cortinas cuyo color champagne, contrastaba perfectamente con las
paredes color beige y las sillas forradas en una tela labrada gris;
elegantes columnas estilo romano coronadas con hermosas molduras
doradas antiguas que continuaban por todo el techo en color blanco; y
para culminar con el toque perfecto, bellísimos arreglos florales se
apreciaban por doquier, en tonos blancos y amarillos. Todo
desbordaba distinción y sobre todo riqueza, todo.

Bella estaba vestida con su segundo traje de noche. Para la


presentación de la pareja mantenía el vestido de novia pero sin la
chaqueta de encaje para así estar más cómoda; más tarde, se cambió a
un vestido también blanco aunque esta vez de seda, con escote en V, de
finos tirantes con incrustaciones de cristales Swarovski y de caída
suelta pero sin dejar de marcar su silueta, con una abertura coronada
por un hermoso broche con los mismos cristales en forma de rosa, que
iba desde la rodilla hasta los tobillos. El vestido era sencillo, y elegante
al mismo tiempo y según le había dicho Edward, parecía un ángel
tentador que atormentaba su alma y enardecía su cuerpo.

— ¿Cómo te sientes?

Bella giró para mirar a Heidi, quien mantenía una expresión


preocupada en el rostro.

—Heidi, tranquila, no voy a salir corriendo, ya no.

La mujer sonrió tristemente a su amiga y con la mirada volvió a pedirle


perdón.

—No me mires de esa forma que nada de esto es tu culpa —dijo Bella
colocando una mano en el brazo de Heidi, acariciando la zona para
reconfortarla—, no tienes que sentirte mal por algo en lo que nada
tienes que ver.

—Tengo todo que ver, Bella, yo ayudé a Edward a retenerte en el país,


yo estuve junto a él en cada paso que daba, y aunque no sabía los
últimos planes que tenía, debí preverlos y advertirte.
—Él es tu primo y yo una completa desconocida, es normal que
actuaras de esa forma, yo habría hecho lo mismo si se tratara de Jasper.
¡Y ya deja el drama, Heidi! que bastante tengo con mi angustia como
para también tener que sumar la tuya. No sé lo que me depara el
destino, y mucho menos sé si podré soportarlo y eso me preocupa y me
asusta.

—Tienes razón, Bella, no debo agobiarte más de lo que ya debes estar,


pero haciendo acopio de mi deber, alentándote a continuar te digo
que es una necia debilidad afirmar que no puedes aguantar aquello que te
tiene reservado el destino.

Bella se la quedó mirando y levantó una ceja con ironía, pero no por la
frase sino por su procedencia.

— ¡Hey! El que me gusten los tacos altos y el maquillaje no implica que


no pueda seguir los consejos de Helen Burns.

Bella rio y fue acompañada por su amiga.

—Siempre podrás contar conmigo, Bella, ten eso presente —dijo Heidi
tornándose más seria, mirándola fijamente a los ojos para reafirmar sus
palabras.

—Lo sé y te lo agradezco, no sabes cuánto.

La hora de despedirse estaba llegando, Edward se veía impaciente y


así se lo hizo saber.

—Vámonos ya, mi amor, quiero llegar lo antes posible a Gillemot Hall.

— ¿Gillemot Hall?

Edward rodó los ojos para enseguida sonreír alegremente.

—Nena, es la casa de campo a donde iremos, ya te lo he dicho varias


veces.
—Edward, hay muchas cosas que no me has dicho, y temo que las
descubriré con la experiencia —dijo Bella entre dientes.

—Tranquila, mi nena, no tienes nada que temer mientras estés a mi


lado —afirmó Edward acariciando su mejilla—. Voy a avisar a la
familia que nos retiramos.

—Edward —llamó Bella antes de que él continuara su camino—


¿Cuándo volveré a verlos? ¿Cuándo podré salir de allá y ver de nuevo
a Heidi y a los demás?

Edward se inclinó y sosteniéndole la cabeza por la nuca con una mano,


la besó dulcemente por unos segundos.

—Isabella, tú no serás prisionera en esa casa, tú serás la señora, la


dueña. No quieres que nos vayamos de luna de miel a ningún otro sitio
y lo entiendo, pero podrás hacer lo que desees. Gillemot Hall no está
lejos de la ciudad, puedes ir y venir cuando quieras, y tu familia
siempre será bienvenida. Solo que como una pareja de recién casados
necesitamos privacidad unos días, pero ten pendiente que tú eres mi
esposa, no mi rehén.

Edward dio media vuelta y se alejó.

Esposa infeliz con guardaespaldas permanentes es igual a prisionera.

Bella se despidió de su familia, pero no lloró. Ellos partirían un par de


días después, mas ella no los vería y todos entendían que la feliz pareja
no deseaba intromisión de nadie en sus primeros días de casados. La
despedida con la familia fue en la intimidad, mientras Bella se
cambiaba nuevamente de vestido por uno más cómodo, color azul
cielo, cuello redondo y sin mangas, suavemente ceñido al cuerpo hasta
el inicio de las rodillas, con zapatos más bajos y su cabello totalmente
suelto.

—Tu padre estaría…


Renée rio con lágrimas en los ojos al no saber cómo terminar la frase.

—Estaría como Phil, o incluso peor —completó Bella con una sonrisa.

La mujer asintió riendo y giró la cabeza hacia el hombre; tenía


expresión de preocupación e inconformidad, y no apartaba la mirada
de la chica. Su hijo hacía lo mismo.

—Es mejor que te despidas de Phil rápido, porque parece que quiere
secuestrarte.

Bella lo miró y sonrió tiernamente, ese hombre significaba mucho para


ella y luego de asegurarle que estaría bien y que ahí quedaba Jasper
para cuidarla, aunque él no estuviese de mejor humor.

—Mi vida, todavía tenemos tiempo —dijo Jasper abrazándola


fuertemente—, no quiero que te vayas con él. Ya bastante tengo con
saber que es tu marido como para soportar que pases toda una vida a
su lado.

—Jasper, no es mi marido, al menos no todavía —aseguró Bella y


agradeció poder controlar el estremecimiento que la sola idea le
provocaba.

—Mejor entonces, así no tendrás que pasar por eso todavía, eres solo
una niña y deberías estar estudiando y no…

Jasper sí se estremeció y cerró los ojos para alejar la idea de su mente.


El solo pensar en su hermanita follando con ese hombre y con
cualquiera lo volvía loco. Sabía que ella lo haría alguna vez, pero para
un hermano siempre era saludable mentalmente pensar que sería
después de los veinte, o veinticinco… o nunca.

—No soy una niña, en unos días cumpliré 19 años y creo que para tu
mente es más fácil procesarlo porque ya estoy casada. No hay pecado
alguno si te vas por el VI mandamiento.
Jasper suspiró y la besó en la frente.

—Estaré a una llamada de distancia, Bella, no sé dónde queda ese


lugar al que van, pero Emmett me lo dirá y yo no tardaré en llegar para
partirle la cara a ese imbécil que se ha robado a mi niña.

Bella soltó una risita por el ceño fruncido de Jasper. A pesar de las
circunstancias era gracioso verlo en el papel de hermano celoso y
sobreprotector; a ella le encantaba, era el hermano que siempre deseó y
desempeñaba muy bien el papel, aunque para él fuera un tema
bastante serio. Bella se empinó y besó la mejilla del joven.

—Te quiero, no lo dudes nunca.

—Yo también te quiero.

Se abrazaron nuevamente y Bella se dispuso a despedirse de su amiga.

—Angie, me vas a hacer falta cuando viajes a Hungría —dijo Bella


abrazándola fuertemente.

—No te preocupes, Bella, hablé con Edward y me dijo que le avisara


cuando ya estuviera instalada y con algo de tiempo libre, para enviarte
conmigo a pasar unos días, o que incluso podrían ir los dos. Me contó
que su bisabuela era húngara y desearía visitar ese país, pues hasta el
momento no había tenido el tiempo suficiente para hacerlo.

Bella se reconfortó ante esa información. Si había algo que Edward no


hacía era mentir sobre ese tipo de cosas, y así fuera con toda una legión
de guardaespaldas, ella estaría feliz de poder ver a su amiga antes de
que pasara mucho tiempo.

Se despidió de todo el resto de la familia. Carlisle le dijo que estaba


complacido de tenerla en la familia; Joseph a pesar de ser un hombre
algo distante, la abrazó y le deseó que fuera muy feliz; Aro le pellizcó
una mejilla, le pidió que no abandonara a ese viejo encantador y le dio
un beso en la frente, prometiéndole que si el imbécil de su esposo se
portaba mal con ella, él le enseñaría al estilo antiguo cómo se trataba a
una mujer; Esme la abrazó entre lágrimas, diciéndole que su hijo no
habría podido encontrar una mejor mujer como esposa; Alice le dijo lo
mismo, y que cuando pudiera liberarse de las garras de su hermano,
estaría encantada de ayudarla a remodelar su guardarropa; y
Emmett…

—Te acercas a ella y termino de desfigurarte la cara.

Fue la advertencia que Edward lanzó a su primo. A él no le importó e


hizo el intento de abrazarla, pero Esme lo detuvo y le dijo que no
quería más discusiones en la casa, por lo que resignado se limitó a
guiñarle un ojo a la chica acompañado de una sonrisa coqueta. Bella
soltó una risita divertida, sabía que Emmett no lo hacía porque
estuviera interesado en ella, sino por fastidiar a su primo, pero Edward
no lo veía así, por lo que abrazó a su esposa y la apartó de lo que él
consideraba una gran amenaza.

La despedida de los invitados fue un asunto monótono y técnico. Bella


no conocía a nadie, solo a algunos empresarios que había visto en
reuniones en CullenWorld, y Edward estaba tan ansioso por irse, que
no le importaba de quién se despedía ni de qué forma lo hacía.

El trayecto a Gillemot Hall para cualquier persona hubiese parecido


corto, pues solo eran 30 minutos en auto, pero para Bella no fue nada
fácil. Edward manejaba su auto despacio por pedido de ella, quien
deseaba alargar lo más posible el tiempo de llegada, pero él lo
aprovechaba estirando su mano para acariciar la de ella, o su mejilla, o
su cabello. Bella no deseaba hablar con él, su mente procesaba lo que
más la preocupaba que era su duda sobre qué sucedería esa noche.

Enfocó su mirada en el paisaje a su alrededor. Una vez las edificaciones


de la ciudad quedaron atrás, verdes campos empezaron a extenderse
por doquier, hasta donde los rayos de la luna que ya estaba en su
camino a posicionarse en lo alto del cielo, permitía observar. Por
momentos atravesaban grupos de casas que parecían más rurales a
medida que avanzaba, con lucecitas que salían de los pórticos y de las
ventanas.

Esas personas son pobres, pero felices. Yo antes era así.

Una que otra vez Bella distinguía casas lujosas algo retiradas del
camino, iluminadas por una gran fila de luces que las hacía ver muy
majestuosas. Por momentos a la distancia, lograba observar luces, pero
estaban tan lejos y con tantos árboles en medio que no alcanzaba a
distinguir si eran mansiones o pequeñas poblaciones.

— ¿En qué piensas, mi nena?

La voz de Edward la sacó del ensueño en que el paisaje casi escondido


en la penumbra la mantenía. Giró su cabeza para mirarlo y lo encontró
con el ceño fruncido.

—Hay algo que te tiene inconforme y en estos momentos desearía


poder leer tu mente, porque te juro que me volveré loco si no me lo
dices ahora mismo.

Bella se lo quedó mirando sin saber qué responder a eso.

¿En realidad no sabe qué sucede? ¿Es broma?

Comprobó una vez más que Edward no podría volverse loco con su
silencio, pues ya lo estaba. Él había llorado frente al altar, mientras que
ella no había sonreído ni una sola vez, y aún así no sabía lo que
sucedía. Ciertamente eso era lo que más atemorizaba su corazón y su
mente. Edward vivía en su propio mundo, creía que todo a su
alrededor lo merecía y aún más, aseguraba que todo lo que hacía
estaba bien y que nadie podría decirle lo contrario, y toda esa falsa
conciencia podía convertirlo en un hombre peligroso; él era peligroso y
ella lo había comprobado con el solo hecho de estar ahí en ese
momento. Edward era capaz de cualquier cosa con tal de obtener lo
que deseaba, y al imaginar que todo el mundo estaba dispuesto a
complacerlo en todo momento, lo volvía una persona impredecible y
temible.

Se limitó a negar con la cabeza, bufar y mirar de nuevo por la ventana


sin pronunciar palabra, esperando que Edward entendiera que no
deseaba hablar con él, pero como era costumbre, no fue así.

—Si es por la luna de miel te dije que podíamos ir a donde desearas y


me respondiste que no querías alejarte de Londres, pero si has
cambiado de opinión, podemos tomar un vuelo mañana mismo, tú
solo dime qué país o países quieres visitar y para mañana a esta hora
estaremos allá.

Bella suspiró, cerró los ojos y permaneció en silencio.

— ¿Es la casa de campo? Pensé que te gustaba la zona rural, pues


vienes de un lugar parecido, aunque Gillemot Hall puede ser más rural
de lo que estás acostumbrada. Si quieres podemos regresarnos a
Londres y pasar la noche en mi apartamento y mañana podemos viajar
a Cambridge o a Brighton que son ciudades que no están lejos y así…

Edward hablaba rápidamente y cada vez más desesperado. Bella sabía


que en cualquier momento perdería el control, detendría el auto y la
tomaría en sus brazos para sacarle la verdad por medio de besos
angustiados y abrazos asfixiantes. Lo mejor era que dijera algo, lo que
fuese, después de todo si le decía la verdad, verdad que él ya sabía
pero no asimilaba por alguna extraña razón que ella desconocía y que
enloquecía por descifrar, sería inútil o incluso podría resultar
contraproducente para su seguridad y estabilidad mental, y ya con un
loco era más que suficiente.

—Edward, no quiero viajar a ninguna parte, y sí me gusta el campo,


me gusta mucho.
Edward se agarró el cabello y tiró de él con expresión frustrada en el
rostro.

— ¡Entonces dime qué es lo que te sucede! Has estado distante toda la


fiesta; entiendo que no te gustan ese tipo de eventos y al no conocer a
nadie te sentías cohibida, pero ni siquiera a mí te acercabas. Mantuviste
todo el tiempo a Heidi a tu lado porque sabías que ella me ahuyentaba,
pero por mucho que he tratado de adivinar qué diablos te ocurre, no
he podido dar con la respuesta.

Bella negó con la cabeza. Había tenido esa conversación con él varias
veces y siempre había sido infructuosa, por lo que no deseaba
desgastarse en una charla sin futuro ni lógica, pero su mente le pedía
una oportunidad, su espíritu de supervivencia le exigía que hiciera un
último intento de poder escapar de esa situación, o al menos, de
mantenerse igual, librarse de cumplir con compromisos no deseados.

—Edward, ¿sabes por qué me casé contigo? —preguntó Bella con voz
calmada. De la respuesta dependían sus próximas palabras, pero sobre
todo si esa conversación tenía algún sentido o no.

Él la miró con el ceño fruncido pero no molesto, si no confundido por


la pregunta. No entendía de qué iba ni cuál era el fin de un
cuestionamiento tan absurdo, al menos para él.

—Bella, no entiendo por qué me preguntas eso. Te casaste conmigo


porque me amas, nena, pero ese no es el punto ahora, es el porqué
estás molesta.

Solo una pregunta más, por si acaso reacciona.

— ¿Y qué hay de mi familia? ¿Estarán bien si en un futuro yo decido…


separarme?
Con solo ver la expresión en el rostro de Edward, Bella supo cuál era
su respuesta. Estaba completamente desquiciado. Su mirada se volvió
sombría y sus labios formaron una línea recta.

—Sabes que todo depende de ti, Isabella, tú serás mía siempre, y el


amor que sientes por mí será duradero como el significado de la
palabra misma.

Sí, es caso perdido.

—No es nada, Edward —respondió Bella en un suspiro y giró para


volver a mirar por la ventana del auto—, solo estoy cansada y
abrumada. No estoy acostumbrada a todo esto.

Edward sonrió comprensivamente.

—Tranquila, mi amor, yo también estoy abrumado, no puedo creer que


por fin seas mía, bueno…

Bella lo miró al percibir el cambio de tono en su voz. Se había vuelto


sugerente, insinuante.

Desagradable.

—…al menos, ante los ojos de Dios y de la ley… nada más.

Ella volteó rápidamente y se concentró en el panorama del otro lado


del vidrio de la ventana. Sintió cómo un estremecimiento recorrió todo
su cuerpo. Solo esperaba que esa nueva amenaza que Edward le había
hecho implícitamente en sus palabras, no se cumpliera esa misma
noche.

Bella no podía creer lo que sus ojos veían.

¡Dios! ¿Acaso eso es un…?


— ¿Te gusta, mi nena? —preguntó Edward con una sonrisa tímida al
notar la expresión sorprendida en el rostro de la chica.

Bella cerró la boca al darse cuenta que la tenía abierta. Sabía que
Edward percibía la realidad de forma diferente a los demás, pero eso
era demasiado.

—Edward, me dijiste que era una casa de campo… ¡y esto es un


castillo!

—Vamos, nena, no seas exagerada. Es cierto que su arquitectura fue


pensada en ese ambiente, pero no es para llamarlo así.

Frente a ella se alzaba una majestuosa edificación antigua que como


ella había dicho, parecía más un castillo victoriano que una casa de
campo, y ciertamente lo era. Con una fachada capaz de impresionar a
cualquier noble, Gillemot Hall era una finca victoriana con estilo
neogótico, construida con piedra de Bath, que contaba con grandes
torres y techos rojos intrincados. Decenas de pequeñas ventanas
recorrían la fachada de lado a lado, con elaborados diseños en colores
grises y paredes en color mostaza. En el frente, una ancha pero corta
escalinata llevaba a una gran puerta de madera antigua enmarcada por
un arco terminado en punta que completaba la grandiosa exhibición.

La falta de luz solar no le permitió a Bella detallar mejor en la


arquitectura del lugar, pero de igual forma las palabras de Edward
llamaron su atención.

—Entremos, es tarde y no quiero que… ¡Oh mira! Ahí vienen un par de


amigos a saludarte.

Bella giró su cabeza y vio a dos enormes galgos negros acercarse a ella
rápidamente, ladrando fuertemente a medida que avanzaban. Por
instinto se colocó detrás de Edward y lo aferró por la camisa. Edward
rio al captar su miedo.
—Tranquila, Bella, ellos no te harán daño.

Edward se agachó para acariciar a los canes, quienes emocionados


comenzaron a lanzar lametazos a sus manos y rostro aún magullado
mientras él entre risas, trataba de esquivar las lenguas que lastimaban
sus heridas.

Bella lo observó mientras él demostraba cariño a esos animales y por


un momento deseó poder amarlo.

Si hubieses hecho las cosas de manera diferente, Edward, quizás… solo quizás,
yo te amaría ahora.

Edward se puso de pie y dando una orden a los canes para que se
sentaran, se giró hacia su esposa, se limpió la mano con el pantalón y
luego se la tendió.

—Si no te disgustan los perros puedes acariciarlos, ellos no te harán


daño. Aman todo lo que yo amo.

Bella miró a los dos animales y les sonrió. La miraban con ojos
expectantes y sus lenguas afuera, y estuvo segura de las palabras del
hombre, pues en sus ojos no había maldad o rabia alguna.

—Isabella, permíteme presentarte a Sam y Leo, los dos guardianes de


esta casa y… dueños de todo lo demás.

Edward rio y Bella lo imitó. Estiró las manos para acariciarlos y ellos
no pudiendo aguantar más sus instintos naturales, se volvieron locos
en sus brazos. Bella reía a carcajadas mientras ellos, literalmente, se la
comían viva con cariñosos y juguetones lametazos, y sin saber en qué
momento había sucedido, estaba arrodillada en el suelo jugando con
esos dos nuevos amigos.
— ¡Suficiente! —ordenó Edward con falsa seriedad y molestia—. Es mi
esposa y no me gusta verla siendo besada y acariciada por dos machos
como ustedes. ¡Vamos, fuera de aquí! Ya disfrutarán de ella después.

Bella se levantó del suelo mientras veía cómo los perros se alejaban
ladrando felices, y en silencio les agradeció el haberla distraído por un
momento de sus máximos temores.

—Es tarde, y no te abrumaré con la presentación del personal de


servicio, mañana los conocerás a todos, y creo que estarás contenta de
ver a Katy de nuevo. —Bella lo miró y sonrió suavemente ante esa
información. La mujer era de su agrado a pesar de conocerla muy
poco—. Le pedí que viniera para que te atendiera, ella estará
completamente a tu servicio.

La chica le agradeció con una suave sonrisa y un asentimiento de


cabeza. Preferiría que fuera Heidi quien estuviera a su lado, pero al
menos una cara conocida era mejor que nada.

— ¿Deseas comer algo?

Bella negó con la cabeza. Su respiración se entrecortó y su corazón se


saltó un latido al sentir la mano de Edward posarse sobre su espalda y
con un suave movimiento atraerla a su cuerpo.

—Entremos —susurró Edward cerca de su oreja—, nuestra habitación


nos espera.

Ella jadeó suavemente, embargada por un gran temor, pero él lo


malinterpretó y sonrió al pensar que ella estaba deseosa de llegar por
fin a la intimidad.

Al entrar, Bella percibió que la casa estaba tenuemente iluminada. No


se preocupó por reparar en los detalles arquitectónicos ni de diseño de
la que ahora era su casa. Miró hacia los lados mientras caminaba y notó
que todo a su alrededor estaba oscuro, solo el camino que la llevaba a
unas amplias escaleras se encontraba alumbrado por apliques en las
paredes, en los que ella tampoco reparó. Su mente estaba en un lugar
en el que aún no conocía, pero que solo faltaban unos segundos para
que se encontrara en él.

Luego de subir las escaleras, Edward la guio por una serie de pasillos,
girando a la derecha e izquierda una y otra vez. Ese lugar era un
completo laberinto en el que cualquiera que no lo conociera a la
perfección podría perderse.

Me está llevando a su guarida, ahí me devorará y yo no podré escapar.

La mente de Bella la atormentaba con imágenes de lo que podría


suceder en unos minutos. Tenía miedo, a cada paso que daba su
corazón se aceleraba más y más. Sabía que cualquier mujer que la viera
en esos momentos, y supiera lo que estaba sintiendo y pensando le
gritaría: ¡Estúpida! Pero ella estaría dispuesta a cambiar de lugar con
todas ellas. Edward era un hombre muy guapo y sexy, y en una ocasión
la había hecho llegar a su primer orgasmo solo con su boca, pero esa
vez era diferente, pues Edward no la había obligado, y su familia no se
encontraba amenazada. Para ella había sido solo un momento de
pasión que él le había regalado y nada más, pero el ser obligada a
contraer matrimonio fuese con un hombre poco agraciado que con un
dios griego, era algo espantoso en igual medida. Ella tenía una vida
planeada, como cualquier chica de su edad, sus estudios eran
primordiales, así Ángela pensara que eralo más aburrido e insignificante
del mundo; pero para ella las matemáticas eran lo suyo, no le interesaba
ser pintora, ni escritora, ni doctora o ingeniera. No, ella solo quería
estudiar esa ciencia básica por muy corriente que pudiera parecer; sin
embargo, ese hombre había aparecido en su vida y echando por tierra
todo cuanto deseaba, la hizo su esposa en contra de su voluntad, y se
adueñó de ella.

Te pueden regalar el paraíso, pero si con eso te arrebatan tu alma solo verás
ante ti la más absoluta desolación.
Bella quien era amante de los libros en el papel de lectora aficionada,
sabía perfectamente que la libertad a través de los tiempos era lo que
había provocado guerras, muertes, y grandes victorias. La libertad era
algo por lo que miles de personas en todas las eras habían luchado, y
esa libertad era lo que ella deseaba en esos momentos. Edward le decía
que era libre de hacer lo que deseara, pero no era cierto, pues estaría
vigilada a toda hora, y él sabría cada paso que daba. Eso no era
libertad.

Edward se detuvo por fin, y sin aviso, la alzó en brazos colocando uno
en su espalda y el otro en la parte trasera de sus rodillas. Bella por
instinto le pasó los brazos por el cuello, y al encontrarse con su mirada
observó el fuego que yacía en su interior. Ella era la novia y así debía
ingresar a la habitación, aunque no lo deseara.

No se había percatado de que él ya había abierto la puerta antes de


cargarla, por lo que entraron sin problemas y la cerró con un pie, para
depositarla a ella en el suelo, de frente a la habitación.

La alcoba nupcial había sido preparada para el gran momento, pero


ella no reparó en los detalles, solo vio las velas colocadas en
candelabros de mesa y apliques de pared que daban al lugar un
ambiente romántico a los ojos de una mujer enamorada y ansiosa; sin
embargo, para ella era un escenario lúgubre e intimidante. Se giró
hacia su derecha y ahí parecía burlarse de ella una enorme cama alta,
con sábanas de blanca seda y una cabecera acolchada que llegaba casi
hasta el techo. Allí sucedería todo.

Escuchó cuando trabó la puerta a sus espaldas y segundos después, las


manos de él tomaron su cintura suavemente, rodeándola y pegándola
a su cuerpo para enseguida sentir cómo él acercaba su rostro al cuello
de ella, aspiraba y dejaba un beso en el cuello, justo debajo de su oreja
derecha.

—Edward, por favor… —suplicó en un susurro.


—Te deseo tanto, Isabella.

Edward continuó repartiendo besos por toda esa zona, al tiempo que la
aferraba más fuerte entre sus brazos.

—Dame tiempo… por favor, te pido tiempo para…

Sin esperar a que terminara la frase, la giró para que ella quedara
frente a él y así pudiera mirarlo a los ojos.

—Eres mía, Isabella, he esperado demasiado tiempo por ti, por tenerte,
y ahora que eres mi esposa nada me detendrá para conseguir lo que
deseo… a ti.

Antes de que ella pudiera responder, la apretó contra su cuerpo y la


besó apasionadamente. Bella comenzó a forcejear para zafarse de su
agarre, pero él era más fuerte y se lo impidió, entonces sintió cómo era
levantada del suelo y llevada a lo que imaginó era la cama. Al ser
colocada en ésta, pudo zafar su boca y rogó mentalmente porque él
entrara en razón.

— ¡Edward, no, por favor! —suplicó de forma desesperada—. No me


hagas esto, así no, por favor.

Pero él no la escuchaba. Estaba completamente enloquecido, sus manos


recorrían su cuerpo de forma desesperada, mientras su boca se
apoderaba de cuanta piel expuesta pudiera encontrar. Sus forcejeos de
nada servían, él estaba sobre ella tratando de desprenderse de su ropa,
enfocado solo en satisfacer su deseo sin importarle la angustia de su
esposa. Podía sentir su gran erección y eso la atemorizó aún más, él
comenzó a frotar su ingle contra ella, imitando los movimientos que
deseaba realizar desnudo.

— ¡Edward, no! ¡Auxilio, por favor! ¡Katy! ¡Katy, ayúdame!


Bella gritaba desesperadamente. Tenía que impedir a como diera lugar
que Edward la tomara por la fuerza. Recordando las heridas de su
cara, levantó las manos como pudo y las apretó con su rostro. Edward
gimió de dolor y se apartó un poco de ella. En su rostro se mostraba la
rabia y la incomprensión que sentía.

— ¡¿Por qué, Isabella?! Eres mi esposa y me amas, ¡¿por qué?!

— ¡Yo no te amo, Edward! Eso está en tu maldita cabeza que ha creado


un mundo perfecto sin importarte lo que siento realmente…

— ¡¿Y qué es lo que sientes entonces?!

— ¡Desprecio! Eso es lo que siento, Edward, te desprecio con todas mis


fuerzas y si no te detienes en este momento, te odiaré para siempre.

Edward la miró por unos segundos, con dolor y rabia contenida. Bella
sabía que esas palabras dolían más que las heridas en su rostro, pero
en ese momento era su seguridad lo único que tenía valor para ella.

En un rápido movimiento, él la tomó por las muñecas y alzó sus brazos


por encima de su cabeza.

—Ódiame lo que quieras, Isabella, pero lo desees o no, serás mía ahora
mismo.

Él volvió a estrellar su boca contra la de ella, en un beso demandante y


posesivo. La nueva posición en la que ella se encontraba no le dejaba
defenderse como antes, luchó y luchó más mientras él la devoraba con
su boca y su erección apretaba contra su pelvis, mas todo era en vano,
su única esperanza era cuando él intentara desvestirla y quitarse sus
pantalones, pero al continuar sobre ella, el peso de su cuerpo le
impidió moverse cuando él comenzó a rasgar desesperadamente el
vestido que ella llevaba puesto. Ella intentó impedir que él retirara la
prenda por los brazos, pero él forcejeó y volvió a tirar de la tela, que
estaba hecha para bailar con ella y no para recibir ese trato, por lo que
cedió fácilmente y él haciéndose a un lado, tiró de la parte inferior del
vestido para quitárselo. Bella aprovechó el momento y empezó a gatear
hacia el otro extremo de la cama, con tan mala suerte que ese
movimiento ayudó a Edward en su empresa.

En ropa interior y descalza, sin tener conciencia de en qué momento


había perdido los zapatos, rodeó la cama y corrió hacia la puerta de la
habitación, pero al tratar de abrirla la encontró cerrada con llave. No le
importaba si debía salir de ahí huyendo casi desnuda, no le importaba
cuántos la vieran, lo único que pasaba por su mente era no ser abusada
por él en ese momento. Tomando la manija, trató de abrirla
desesperadamente y pese a todos los esfuerzos, maquinaciones y echar
mano de cada uno de sus intentos descubrió acorralada y agotada ante
el asecho de su marido, por lo que optó por arremeter contra la puerta
con la poca energía que le quedaba. Golpeaba unas veces con los puños
cerrados y alternaba sus movimientos con golpes secos con las palmas
de sus manos, todo lo que estuviera a su alcance con tal de pedir
auxilio, y con la esperanza que si alguien la escuchara, se compadeciera
tanto de ella que no le importara más la ira de su amo que rescatarla de
aquel inminente infierno prometido.

— ¡Alguien que me ayude! ¡Por favor…! ¡Auxilio!

Su voz sonaba entrecortada, y fue cuando notó el sabor salado que


llegaba a sus labios. Estaba llorando.

Edward mientras tanto, confiado en que nadie la oiría, se desprendió


de su ropa por completo. Totalmente desnudo se acercó a Bella
rápidamente y la abrazó, cargándola la llevó de nuevo a la cama entre
patadas, golpes y gritos.

— ¡Auxilio, Katy! ¡Suéltame, Edward! ¡No! ¡Suéltame!

La ropa interior ofreció mucho menos resistencia que su vestido, y


antes de darse cuenta estaba desnuda bajo el cuerpo de Edward.
—Te amo tanto, Isabella.

—No, por favor ¡Auxilio, Katy!

—Tanto, mi amor, tanto…

— ¡Edward, no quiero! ¡No!

Gritos angustiados y palabras de amor eterno se escuchaban por toda


la habitación. Lágrimas y besos se mezclaban en sus rostros. Golpes y
caricias recorrían los cuerpos cuyas pieles eran lo único que los
mantenía separados; pero todo se detuvo cuando un grito agudo
resonó en la estancia.

Edward detuvo todos sus movimientos, y Bella apretó fuertemente los


labios mientras soportaba el intenso dolor que la embargaba. Todo
estaba hecho, y ya nada tenía sentido.

—No te muevas, mi amor, el dolor pasará, te lo prometo, tranquila…


ya pasará… tranquila.

Pero lo que Edward no sabía era que el mayor dolor de Bella no


radicaba en su cuerpo sino en su corazón. Él acababa de destruir el
sueño que toda chica posee de tener una primera vez maravillosa,
romántica, delicada, y sobre todo deseada. El dolor que sentía en su
entrepierna no era nada comparado con el desgarre de su alma, ni la
sangre que manchaba la sábana, comparada con la que derramaba su
corazón herido. Acababa de ser sacrificada como un cordero, y todo
por el bienestar de su familia… Mi familia.

—Isabella, no corras que te caerás… te lo dije muñeca…

—Bella, no me desordenes esos expedientes.

—Bella, no llores, aquí está papá para protegerte siempre, desde donde quiera
que esté.
— ¿Siempre, papi?

—Y para siempre, mi muñeca.

Su padre, que si la observaba desde algún lugar, debía estar sufriendo


más que ella misma.

Estoy bien, papá, estoy bien.

Se engañó a sí misma tratando de lograrlo de igual forma con su padre.

—Bella, ven a cenar que ya es tarde. Mañana sigues jugando.

—No sé si pueda continuar, Bella… él se fue, y lo necesito.

—No me agrada el padre de Jasper, él es…

— ¿Es qué, mamá?

—Es… no me distraigas ahora que estoy ocupada.

Renée, que tanto había sufrido y por fin encontraba la felicidad de


nuevo.

—Hola, niña bonita, ¿trabajas en esta tienda?

—Tienes que sacar a tu madre de Forks, Bella, vengan a Seattle y mi padre les
encontrará una casa.

—Eres la hermanita que nunca tuve, y para tu información… te cansarás de


mí muy pronto.

Jasper, si supiera por lo que ella estaba pasando, reventaría la puerta


con sus propias manos.

— ¡Hola! Mi nombre es Ángela, ¿qué lees?

—Odio las matemáticas, si no fuera por tu paciencia reprobaría.


— ¡Por fin, Bella! Adiós instituto y ¡hola mundo!

Su intrépida amiga, ella había llenado de luz cada día de su vida desde
que la conoció.

— ¡Vaya! Qué princesita más linda, ¿de dónde la sacaste Jasper?

—Bella… ¿Tu madre estará en casa esta noche? Es que… quiero… quiero
agradecerle por… el cariño que le tiene a Jasper. ¡Sí! Eso.

—Te prometo que nunca le haré daño a Renée. Yo solo quiero hacerla feliz.

Y Phil, un hombre maravilloso que ella recibía en la familia con los


brazos abiertos.

Bella comenzó a escuchar los gemidos de Edward cerca de su oído. Él


había empezado a moverse mucho antes de que ella se percatara de
ello, pero su cerebro, perfecto en estructura y funcionamiento como
toda creación de Dios, la había desprendido por completo de la
realidad, procurando evitarle una experiencia por la que ninguna
mujer desearía pasar.

Edward embestía contra ella de forma apasionada, pero sin llegar a la


brusquedad. Bella se encontraba ahí, acostada sobre su espalda, con él
entre las piernas haciéndola suya, pero sin sentir nada, solo desolación;
hasta el dolor de la primera vez se había esfumado para dar paso a una
sensación de invasión simple, sin nada que disfrutar o lamentar. Su
mente estaba en shock, y aunque Edward podía sentir el cuerpo de ella
bajo el suyo, Isabella Swan no estaba ahí, sino en lugares y tiempo en
los que el apellido Cullen no significaba nada. Por momentos
regresaba a la realidad, giraba su cabeza y miraba a Edward, quien
estaba embargado por el mayor placer que jamás pensó experimentar.

Por favor, Madre mía, que termine rápido.


Y luego de esa pequeña oración, volvía a sumergirse en las aguas de un
mundo en el que era feliz, tranquila y sobre todo, libre.

Las embestidas de Edward se aceleraron, los jadeos se intensificaron y


lo que él tanto deseaba y ella esperaba, sucedió. Entre gemidos y
gruñidos de placer, Edward se corrió en su interior, marcándola por fin
como suya, como tantas veces había soñado hacer. Descansó sobre el
cuerpo de su esposa por un momento, luego con cuidado se retiró de
su interior y rodó para apartarse. Bella guiada por sus instintos
naturales, se giró para quedar de lado, encogida en posición fetal. Sus
lágrimas habían cesado hacía ya bastante rato, pero su corazón lloraba
en silencio, por la inocencia perdida, por la paz arrebatada, por la
libertad cohibida.

Edward había logrado su cometido; sin embargo, para Bella era solo el
final de la peor experiencia de su vida, y en el fondo intuía que no sería
la última vez.

Pensaré en eso mañana.

Rememoró en su mente la típica frase de una mujer demasiado


adelantada a su época; y así como para Scarlett, Tara era su vida, para
ella lo era su familia y si de algo estaba segura, era que no le importaba
pasar por eso una y mil veces más con tal de que ellos estuvieran a
salvo. Sonaba como una mártir, pero solo era amor verdadero, para
ella lo era.

Edward se había quedado dormido con su amada en brazos, luego de


separarse de ella había pasado un brazo por su cintura y atrayéndola a
su cuerpo, le había susurrado las buenas noches más un te amo y de
inmediato cayó en la inconsciencia; pero algo estaba perturbando su
sueño.
Escuchó un sollozo ahogado que lo trajo de vuelta a la realidad. Rayos
de sol entraban por entre los pliegues de las cortinas de una gran
puertaventana ubicada a un costado de la habitación. Parpadeó varias
veces para aclarar la vista y averiguar de dónde provenía el llanto que
escuchaba. Una silueta se formó a un lado de la cama, era una figura
femenina, desnuda, de pie a su lado y que sostenía algo en lo alto, y su
vista fija en dicho objeto. Su mirada automáticamente se enfocó en lo
que su esposa mantenía suspendido sobre él, un objeto que reconoció
como perteneciente a una colección privada heredada de su abuelo,
que mantenía en una caja sin cerradura con tapa de cristal en su
escritorio, justo al lado de la puertaventana: Una daga del siglo XIV
perteneciente al llamado Príncipe Negro, y apuntaba directamente a su
corazón.

Edward la vio llorando y su corazón se rompió por su sufrimiento.


Vivía para prodigarle felicidad, no para causarle tristezas, y estaba
dispuesto a cualquier cosa con tal de verla sonreír. No quiso cerrar los
ojos, pues deseaba que lo último que viera en el mundo, fuera a su
hermosa y adorada Isabella.

—Que muerte tan hermosa si es de tu mano, mi amor.

Un fuerte sollozo escapó de los labios de ella, y él vio sus brazos


descender.

Te amo, Isabella…
CAPÍTULO 20


Quítamela a ella, y estarás arrancándome el corazón;
mátala a ella y será mi alma la que perecerá de infinito dolor.
Porque el amor es ciego y loco,
porque el mío lo supera todo.
No sé cuándo me reconocerá
pero sé que siempre me pertenecerá.

H eidi llevaba más de media hora dando vueltas en la cama tratando


de conciliar de nuevo el sueño, pero sus intentos eran totalmente
infructuosos. Giró su cabeza para mirar el reloj y vio que marcaba las
5:30 a.m. Sabía que era muy temprano para que Bella la llamara; sin
embargo, el hecho de que estaba segura que ellos no tendrían una
noche de bodas normal la ponía intranquila. Edward era capaz de todo,
solo esperaba que no de lo que más temía.

Se encontraba en la habitación del hotel, en una de las suites alquiladas


por la familia para pasar la noche. Todos dormían en ese momento
pues la fiesta había terminado hacía unas pocas horas, pero ella estaba
tan nerviosa que su sueño había sido intranquilo, y luego de despertar,
éste no la había vuelto a envolver. Retiró la sábana de su cuerpo y
perdiendo la esperanza, se levantó y se dirigió al baño a lavarse la cara
y salió del cuarto para caminar hacia la cocina, que pudo notar tenía la
luz apagada. Al entrar en ella, tuvo que ahogar un grito al notar una
figura sentada en una de las sillas de la mesa central.

— ¡Jasper, por Dios! Casi me matas del susto —exclamó llevándose


una mano al pecho por la impresión.
—Lo siento, Heidi. No tengo sueño y quise venir a tomar algo —
explicó levantando el vaso de jugo de naranja que tenía en la mano.

Heidi encendió la luz de la estancia y se sentó al lado del chico, quien


le ofreció un vaso de su misma bebida que ella aceptó con una media
sonrisa.

—Por lo que veo tampoco puedes dormir, y según sé por Emmett tú no


sabes madrugar —comentó Jasper.

Heidi sonrió, negó con la cabeza y decidió que lo mejor era mentir,
pues estaba claro que él no podía dormir por la misma razón que ella,
y alimentar su preocupación no sería nada bueno.

—Tuve una pesadilla y… debes saber que es muy difícil conciliar el


sueño después de eso.

Jasper asintió, miró unos segundos a un punto indeterminado frente a


él y luego suspiró.

—Heidi, tengo miedo, y siento que si no sé nada de Bella en las


próximas horas voy a enloquecer —dijo Jasper colocando sus manos a
cada lado de su cabeza y moviéndola de un lado a otro.

Heidi frunció el ceño. Ella también necesitaba saber de Bella, y aunque


sabía que quien corría peligro era ella, su primo también le
preocupaba.

—He pasado toda la noche intranquilo —continuó—: Luego de que se


fueron mi aprehensión aumentó y no sé por qué, pero siento que algo
malo le pasó a Isabella. Sé que puede sonar estúpido eso de los
presentimientos pero estoy casi seguro que algo le está atormentando,
y sea lo que sea no es nada bueno. —Giró su cabeza para mirar a la
mujer a su lado y ella se sorprendió al notar que sus ojos estaban rojos
y brillantes. Estaba a punto de llorar—. Heidi, por favor ayúdame. No
soporto esta incertidumbre, sé que Edward es tu primo y que puede
que pienses que nada le sucederá estando en su compañía, pero yo no
confío en él, y temo que… ¡Dios! No soy capaz de decirlo siquiera.

La mujer pudo sentir la angustia del rubio, y lo peor de todo es que


lograba entenderla, pues ella misma la sentía. Necesitaba al igual que
él saber lo que estaba sucediendo, o lo que ya había sucedido en la
noche, pero no podía demostrar mucha ansiedad.

Colocó una mano sobre la espalda de Jasper y comenzó a frotársela.

—Tranquilízate, nada le está pasando a Bella, es su noche de bodas,


todo está bien. Pero si quieres salir de dudas, espera a que sea un poco
más tarde y llámala, aunque lo más seguro es que se moleste contigo.

—No puedo llamarla, me dejó su celular, dijo que era para mayor
privacidad. Estoy seguro que fue él quien se lo pidió —explicó Jasper,
pero enseguida su expresión cambió a una de mayor esperanza—. Tú
tienes el número de él, puedes llamarlo o directamente a la casa. No se
molestará contigo, o al menos no te mandará al demonio como
seguramente lo haría conmigo.

—Te aseguro que conmigo es peor, pero dudo que tenga su celular
encendido, y no tengo el número de la Gillemot Hall. Hace muchos
años que no voy allá.

Jasper frunció la boca por la decepción, pero esa expresión solo le duró
unos segundos.

—Lo que puedo hacer es ir directamente con la excusa de llevarle el


celular a Bella —agregó—, después de todo me lo encontré en la mesa
de la cocina y no sabía que te lo había dejado a ti.

Le guiñó un ojo al chico quien le respondió con una sonrisa, pero en


sus ojos se notaba que su preocupación no menguaba.
—Te lo agradezco mucho, Heidi, solo quiero hablar con ella, saber que
está bien, que está feliz de verdad. Ella es muy importante para mí y
por momentos desearía no tener ningún valor para ella, así no le
afectaría lo que yo sintiera y dejaría de ocultarme cosas para evitarme
sufrimientos.

—Ella no te oculta nada, no sé de dónde sacas eso.

—Lo hace, Heidi, lo hace, solo que no logro descifrar qué puede ser.

Dos horas después Heidi se encontraba de camino a Gillemot Hall.


Aunque estaba ansiosa por llegar, decidió demorarse para que Jasper
no notara su afán, y al no recordar bien el camino a la propiedad, tuvo
que acudir a su chofer para que la llevara, pues él en otras ocasiones,
había llevado a otros miembros de la familia.

Al llegar el auto al portón principal uno de los hombres que vigilaba lo


detuvo.

—Lo lamento, Señorita, ésta es propiedad privada y no puedo


permitirle el ingre…

—No me importa si lo lamenta o no, o las razones que tenga para no


permitirme la entrada —dijo Heidi en tono molesto mirando fijamente
al hombre que no conocía y que asumió él tampoco la reconocía a
ella—. Soy Heidi McCarty, y tengo todo el derecho de entrar
a mi propiedad como cualquiera de mi familia. Así que apártese sino
quiere pasar a encabezar las listas de desempleados de este país.

El hombre se la quedó mirando con sorpresa y miedo. Conocía los


nombres de toda la familia, pero a algunos no los identificaba pues
solo llevaba un par de años trabajando en Gillemot Hall y de los
jóvenes herederos solo conocía al mayor de ellos. Reparó en las
hermosas facciones de la mujer y notó el gran parecido con el señor
Joseph McCarty y con el mismo señor Edward Cullen, y supo en ese
momento que si llegaba a la noche con su empleo intacto, sería un
completo milagro.

—Lo… lo siento señorita McCarty… discúlpeme yo no… no la


reconocí…

— ¡Ya cállese! No tengo tiempo para esto, y abra esa puerta de una vez
—ordenó, acomodándose de nuevo en su asiento.

El asustado guardia se apresuró a despejar el camino del lujoso auto y


observó cómo éste se perdía en el sendero flanqueado por grandes
árboles.

— ¿Crees que te despida? —preguntó el otro guardia que prefirió


mantenerse al margen.

—Espero que no, aunque es lo más seguro.

Cuando el auto se detuvo en la puerta principal de la mansión, Heidi


bajó y observó a varios miembros del personal de servicio haciendo sus
quehaceres por toda la extensión del frente. No reconocía a ninguno,
pero hubo alguien que sí la recordaba.

— ¿Niña Heidi? ¿Es usted?

Heidi giró la cabeza al escuchar una voz femenina hablarle con el


acento algo diferente de la zona y se encontró con una mujer de unos
60 años de edad, regordeta y baja; de piel clara con algunas pecas en la
nariz y mejillas, cabello rojizo recogido en un moño en la parte baja de
su cabeza, vestida con falda negra por debajo de las rodillas, blusa gris
y zapatos negros con un muy bajo tacón.

Luego de unos segundos, los ojos de Heidi se agrandaron por el


reconocimiento y la sorpresa.

— ¡Nani, eres tú! —exclamó, inclinándose para abrazar a la mujer que


la recibió con una gran sonrisa.
—Niña Heidi, tantos años sin verla. —Se separó de ella y tomó su cara
entre sus manos—. Está hermosa y se ha convertido en una mujer muy
elegante. Es el vivo retrato de su madre, que Dios la tenga en su Santo
Reino. Creí que no la volvería a ver… ¡Lo estás haciendo mal, Jenny!
Necesito que quede todo perfecto para cuando la nueva señora Cullen
despierte.

Heidi rio alegremente al escuchar cómo la mujer reprendía a una de las


empleadas más jóvenes.

— ¡Ay Nani! Tú nunca cambias, tan regañona como siempre.

—No es mi culpa que solo yo pueda hacer bien las cosas, y estas
muchachas parecen que nunca hubiesen visto un trapero o una escoba.
Pero dígame, mi niña, ¿qué hace aquí? Al niño Tony no le gustará verla
aquí interrumpiendo su luna de miel.

La chica bufó y agitó una mano en el aire para restarle importancia al


comentario.

—Que haga lo que quiera, pero tengo urgentemente que hablar con
Bella, le guste o no a su esposo.

— ¿Bella? —preguntó la mujer mirándola extrañada—. ¿Se refiere a la


nueva señora?

Asintió.

—No recuerdo dónde está la habitación principal, pues imagino que


ahí se están quedando. ¿Puedes indicarme el camino, Nani?

—No sé si debería, aún recuerdo las discusiones que ustedes dos


tenían, levantaban a gritos toda la propiedad; además, él dio órdenes
específicas de que nadie se acercara a esa ala de la casa.
— ¡Vamos, Nani! —rogó Heidi haciendo un puchero que sabía era la
debilidad de la mujer mayor—. Es algo muy urgente. Solo dame la
llave maestra e indícame el camino, yo asumo toda la responsabilidad.

La mujer lo pensó por un momento, pero enseguida suspiró e


introduciendo la mano en uno de los bolsillos de la falda, sacó una
llave con forma extraña que entregó a la chica. Heidi sonrió y escuchó
las instrucciones de cómo llegar a la habitación principal, donde
efectivamente se estaban alojando.

Al entrar en la mansión su mente comenzó a reconocer los espacios


que varias veces había recorrido cuando era niña, y sus padres la
obligaban a pasar unas semanas de vacaciones en el campo. Incluso sin
las instrucciones ella habría podido encontrar el camino.

Se encontró por fin frente a la puerta de madera antigua que llevaba a


la antecámara en la que muchas veces se hospedaron sus padres en el
pasado. Probó la cerradura y ésta se encontraba abierta. Empujó con
cuidado de no hacer ruido e ingresó al pequeño vestíbulo que con dos
puertas, una dirigía al antiguo cuarto de baño que había sido
convertido en vestidor hacía ya muchísimos años, y la otra a la
recámara. Se acercó a esa puerta y pegándose a ella trató de escuchar
algún tipo de sonido. Un sollozo amortiguado por la madera llegó
hasta sus oídos. Era un sonido femenino. Era Isabella.

Imaginándose lo peor introdujo rápidamente la llave en la cerradura y


la giró. Empujó la puerta fuertemente y entró sin ningún reparo. Sus
ojos enfocaron automáticamente la gran cama matrimonial y enseguida
la mancha de sangre en las sábanas blancas llamó su atención, pero la
escena que percibió junto a ésta hizo que su corazón se contrajera de
terror.

— ¡Edward!
Bella se encontraba completamente desnuda, temblando en el suelo
con lo que parecía ser un extraño cuchillo en sus manos, mientras que a
Edward lo encontró acostado en la cama, quien al escuchar su grito
giró la cabeza hacia ella. Por un momento creyó que Bella había
apuñalado a Edward, pero al verlo levantarse de la cama, tratando de
cubrir la parte baja de su cuerpo con la sábana, la tranquilizó por ese
lado, y por otro la horrorizó.

La mancha de sangre en la sábana, la desnudez de los dos y el estado


en que la chica se encontraba, le indicaban solo una cosa.

Corrió al lado de Bella y arrodillándose en el suelo junto a ella, le


arrebató el arma de las manos, la arrojó lejos y la abrazó
protectoramente. La chica se aferró a su ropa y comenzó a llorar
convulsamente, lo que le arrancó lágrimas a ella misma.

— ¿Isabella, te hiciste daño? —preguntó Edward preocupado,


agachándose para revisarle las manos.

—No la toques —advirtió Heidi con voz baja y entre dientes—.


Cúbrete y sal de aquí.

Edward frunció el ceño, pero no refutó la orden, tomó la bata de seda


negra al lado de su cama y salió de la habitación, no sin antes darle un
último vistazo a su esposa, con expresión preocupada.

Heidi concentró su atención en la chica que temblaba en sus brazos. Su


mente era un total caos, alivio y horror se mezclaban. Amaba a su
primo y el solo pensar en que algo le sucediera la hacía sentir un fuerte
dolor en el pecho; sin embargo, presenciar de lo que él era capaz y lo
peor de todo, en contra de la que consideraba su mejor amiga, era algo
que la hacía llorar presa del peor sufrimiento.

Haciendo acopio de todas sus fuerzas, logró que Bella se colocara de


pie y la arrastró hacia el baño, se metió con ella en una gran tina
ubicada en una esquina, abrió la llave y sin importarle que su ropa se
mojara, dejó que el agua corriera por el cuerpo de Bella.

No se atrevía a decir nada. En realidad no sabía qué decir, ella solo


podía llorar en silencio.

De pronto, las imágenes de su primera vez llegaron a su cabeza. Había


sido con un chico muy guapo de la universidad, su primer novio oficial,
el único que había tenido en realidad. Un chico tierno que siempre la
trató como a una reina y que con toda la paciencia y delicadeza la
había hecho suya una noche de San Valentín. Es verdad que le dolió
bastante, incluso una lágrima escapó de sus ojos mientras escuchaba
cómo él le susurraba palabras tranquilizadoras, pero luego de que el
ardor pasó, se convirtió en la mejor experiencia de su vida.

Si a mí me dolió, a Bella…

Su llanto se volvió angustioso, y su abrazo se apretó más sobre su


amiga.

—Lo siento, lo siento, lo siento…

Era lo único que podía decir una y otra vez. El pensar que ella
guardaba un hermoso recuerdo de su primera vez mientras que Bella
lo recordaría con odio y desprecio, la hacía sentirse la peor persona del
mundo. Todas las chicas tenían derecho a su primera vez de forma
mágica, romántica y delicada; un recuerdo que perduraría por siempre
en sus corazones y que les arrancaría sonrisas y sonrojos con la sola
evocación. Pero ahora, una de las personas que más quería le había
arrebatado todo eso a quien había aprendido a apreciar.

¡La dañé! Le produje más dolor del necesario y todo por mi maldita necesidad
de ella.
Edward se encontraba en una terraza alta ubicada en el ala derecha de
la casa, en donde se hallaba un juego de muebles de ratán color
caramelo y cojinería blanca. El clima típico del verano le hacía sentir en
el cuerpo un poco de calor, pero su corazón y su alma solo percibían el
frío del arrepentimiento.

Nunca me perdonará por esto.

Debe odiarme en estos momentos.

Soy un maldito animal.

¡Soy un completo imbécil!

Llevaba ahí casi dos horas, cuando escuchó las rápidas pisadas que se
acercaban a él, y vio a una mujer vistiendo una bata parecida a la suya
dirigirse a él con la rabia bullendo en su interior. Se puso de pie para
recibirla imaginándose lo que le esperaba, pero unos puños se
estrellaron contra su pecho de forma violenta y frenética.

— ¡¿Por qué, Edward?! ¡Eres un maldito! ¡Desgraciado! ¡Te odio! ¡Te


odio!

Edward no hizo nada para detener los golpes que su prima le


propinaba, solo trató de abrazarla, y una vez lo consiguió, la apretó
fuertemente contra él y escondió su rostro en el cuello de ella. No se
atrevió a decirle nada, ciertamente no sabía qué podría decirle luego de
lo que hizo. Su prima se había encariñado con esa chica en poco
tiempo, y era mucho decir venido de una mujer que no tenía amigas,
pues a todas las veía como estúpidas cabezas-huecas; pero esa jovencita
norteamericana se convirtió en su confidente y amiga, y el que no
estuviera tratando de arrancarle la cabeza en esos momentos era algo
que debía agradecer aunque era consciente de merecerlo.

El ataque de la mujer se fue deteniendo poco a poco, hasta que solo


quedaron sollozos y pequeños estremecimientos, mientras Edward
trataba de tranquilizarla respirando pausadamente, como si ella fuera
una bebé que se calma con el suave movimiento de su pecho. Cuando
sintió que Heidi había entrado en estado de sopor, la miró al rostro y
vio que tenía los ojos cerrados. Sabía que no estaba dormida; pero aun
así, se inclinó para pasar un brazo por debajo de sus rodillas y la alzó.

—Te odio —susurró Heidi con los ojos cerrados.

—No, no lo haces. Tú me quieres, soy yo el que me odio en estos


momentos.

Se acercó a una tumbona* con sombrilla, la recostó sobre ella y dejó un


suave beso en su mejilla.

— ¿Cómo está?

—Es cínico de tu parte preguntar eso —respondió Heidi abriendo por


fin los ojos. Su expresión era de dolor y rabia.

—Por favor.

—Le di una pastilla para dormir… está destrozada.

Edward cerró los ojos en agonía y la culpa cayó sobre él haciéndole


sentir miserable.

Soy un maldito, no la merezco… ¡No! Ella es mía… soy un maldito imbécil.

Se dirigió a la recámara principal y encontró a Bella acostada en la


cama cuyas sábanas habían sido cambiadas y ella vestía una bata de
seda azul. Se acercó hasta la cama y notó que estaba profundamente
dormida. Su rostro mostraba una tranquilidad, una paz que él sabía
que si no fuera por las pastillas, no la sentiría. Se sentó en ese lado de la
cama y le acarició el rostro suavemente, pero como ya esperaba ella no
reaccionó. Entonces se recostó y con un brazo la atrajo a su cuerpo,
quedando los dos acostados de lado, frente a frente.
—Perdóname, mi amor, mi nena, mi vida, mi todo.

La besó suavemente en los labios y estuvo con ella por un par de


minutos más. Levantándose, la tomó en brazos y la llevó por el pasillo
que daba a la terraza donde se encontraba antes.

—Fred, acerca una sombrilla a ese sofá —ordenó a un empleado con el


que se topó en el camino y luego de que su orden fue cumplida, indicó
que no deseaba que nadie se acercara a ese lugar.

Sentándose, acomodó a Bella en su regazo, haciendo que sus piernas se


apoyaran en los cojines y su cabeza en su brazo.

—No entiendo cómo puedes decir que la amas y luego convertirla en


víctima de esa atrocidad —recriminó Heidi en voz baja, acercándose y
sentándose en el sillón más cercano.

—La amo —afirmó Edward en un susurro sin apartar la vista del


rostro de la chica dormida en sus brazos—, pero soy un estúpido que
me dejé llevar por el deseo que siento por ella y no fui capaz de tratarla
como se merecía en su primera vez.

Heidi lo miró con espanto, no pudiendo creer lo que escuchaba, pero


con la esperanza típica de la familia, decidió preguntar:

—Edward, ¿qué fue exactamente lo que sucedió anoche? ¿Qué es eso


tan malo que le hiciste a ella?

Edward levantó la vista y la miró extrañado, pensando que tenía en


claro la situación.

—Por la forma como me reclamaste pensé que ya lo sabías. —Regresó


su vista al rostro amado y levantó la mano libre para acariciarle
suavemente el contorno del rostro—. Ella era virgen y yo no lo tuve en
cuenta, no la estimulé como debía, no la tomé con la suficiente
delicadeza, y no esperé el tiempo suficiente para que se recuperara y el
placer volviera a ella.

Para ese momento Heidi temblaba levemente, en la garganta un fuerte


sollozo la atragantaba y en el corazón la verdad ante ella la apuñalaba.

—E…Edward —dijo entrecortadamente por la sensación en su


garganta. Tragó pesadamente para poder continuar—, tú abusaste de
Isabella, la tomaste por la fuerza, contra su voluntad. ¡Por Dios,
Edward! ¡La violaste!

Él levantó la cabeza rápidamente y la miró como si estuviera loca.

¿Yo? ¿Violarla?

—Te volviste loca, Heidi —afirmó mirándola con el ceño fruncido—.


Cómo te atreves a alegar semejante atrocidad, yo jamás sería capaz de
algo así. Yo la amo y ella me ama a mí y por eso se me entregó como
mi esposa. No sé de dónde sacas esa idiotez.

El sollozo que ella había intentado reprimir, encontró por fin su


camino a la libertad y con él, el llanto de la mujer. Sabía que él tenía un
problema, que su obsesión se había salido de control y que como los
desquiciados de las clínicas para enfermos mentales, había creado una
realidad paralela en la que él era feliz; sin embargo, negar que había
violado a Bella, y sobre todo creer fervientemente que ella lo había
deseado la noche anterior, demostraba que su cerebro no funcionaba
bien, que estaba completamente loco; pero no en el sentido romántico
con que todas las mujeres deseaban y soñaban, sino en el sentido
peligroso, nefasto, trastornado y retorcido.

—Muñeca, no llores, por favor. No me gusta verte así, ¿qué sucede?


Sabes que haría lo que fuera por ti.

Heidi lo miró con los ojos bañados en lágrimas y en un último intento


habló como pudo entre sollozos.
—Cuando entré a la habitación, Bella estaba en el suelo con un cuchillo
en la mano y tú estabas en la cama inmóvil con los ojos cerrados. Pensé
que estabas muerto, por un momento creí que ella te había apuña…
¡Dios! Por favor, dime qué sucedió, qué crees tú que la impulsó a hacer
eso.

—Luego de abrazarla, me quedé dormido con ella en brazos —dijo


mirando de nuevo a Bella con adoración—. He estado con muchas
mujeres en mi vida, incluso con las más despreciables. —Su mirada se
ensombreció por un segundo, pero volvió a su anterior expresión con
las próximas palabras—: Pero el estar con ella fue la sensación más
sublime que he experimentado. ¿Sabes? Las personas dicen que
cuando hacen el amor con el ser adorado, se sienten morir y al final
renacen en sus brazos temblorosos, mas yo debo decir que conmigo esa
afirmación no se aplica. Yo he estado muerto desde que tengo
conciencia, y al hacerla mía, al tenerla entre mis brazos, fue la primera
vez que me sentí vivo realmente, ella me dio la vida, Heidi, ella me
arrancó de los brazos de la muerte.

Heidi lo escuchaba atentamente, aún con lágrimas brotando de sus


ojos, pero tratando de entender los sentimientos que embargaban a su
primo.

— ¿Qué pasó después? —preguntó suavemente.

—Me desperté por el sonido de su llanto, y la encontré de pie a mi lado


sosteniendo en lo alto una de las dagas del abuelo. Estaba desnuda, la
luz de la ventana iluminaba la mitad de su cuerpo, y juro que nunca
había visto una imagen más hermosa que esa. —Acarició de nuevo a la
chica y continuó—: En ese momento comprendí que le había hecho
más daño del necesario, que la había maltratado sin piedad, y ella con
toda la razón deseaba verme muerto… y se lo permití.

Heidi llevó una mano a su pecho, presa de un fuerte dolor que le


producían las palabras de Edward.
Se iba a dejar matar porque se sentía culpable de maltra… ¡Oh no!

Comprendió entonces las dimensiones del estado de obsesión de su


primo.

Si se iba a dejar matar porque creía que había sido brusco con Bella… ¡Santo
Dios! Si llega a tener conocimiento de la violación él…

No fue capaz de terminar el pensamiento, pero de algo estaba segura:


si Edward se convencía de haber abusado de Isabella, él mismo
acabaría con su vida.

Lo haría sin ninguna duda.

—No cerré los ojos porque deseaba que ella fuera lo último que viera
en este mundo —continuó—: La vi sollozar fuertemente, y bajar los
brazos. Esperé a que el dolor llegara, a sentir el ardor en mi pecho pero
nada, solo vi cómo se derrumbaba en el suelo y al segundo tú entraste
a la habitación. No sé qué la detuvo, no fuiste tú pues llegaste después.
Ahora pienso que puede ser el amor que siente por mí el que no le
permitió herirme. Yo vivo para hacerla feliz, Heidi, y si eso implica mi
muerte, yo mismo enterraré la daga en mi pecho. Por eso no entiendo
cómo puedes llegar siquiera a imaginar que yo sería capaz de abusar
de ella. Eso no tiene sentido… eso es simplemente ridículo.

Heidi lo miró por unos segundos. No sabía cómo se habían


desarrollado las cosas la noche anterior. Cualquiera que hubiese sido la
reacción de Bella, él la había olvidado por completo. La chica entre
sollozos solo le había dicho que había abusado de ella, que intentó huir
sin conseguirlo, pero eso solo quedaba en el recuerdo de ella, pues la
mente retorcida de él había desechado cualquier indicio de abuso por
parte de él, y de rechazo por parte de ella. Se levantó entonces
rápidamente y se arrodilló a su lado.

—Edward, no sé qué clase de amor sientes hacia Bella, solo sé que es


uno más intenso que cualquiera que haya conocido o leído alguna vez,
por eso te pido, te suplico que pase lo que pase, te mantengas con vida.
Trata de conservar tu corazón a salvo, y por lo que más quieras, no
permitas nunca que te derrumbes en agonía.

Edward la miró con entendimiento y tristeza al mismo tiempo.

—Quítamela a ella, y estarás arrancándome el corazón; mátala a ella y


será mi alma la que perecerá de infinito dolor.

—Así mi alma se condene, te prometo, primo, que nada ni nadie la


apartará de tu lado, yo misma me encargaré de eso.

Heidi sabía que esa promesa podía originarle grandes


arrepentimientos en el futuro, y sobre todo, sabía que estaba
traicionando a la que consideraba su única verdadera amiga, pero
quizás fuera la terca esperanza que todos tienen de lograr que las cosas
mejoren, o por el contrario, un deje de locura heredada de la rama de
su madre, pero confiaba y más aún estaba segura, que Edward podía
lograr que Bella se enamorara de él, si ella se encargaba de apartar
cualquier obstáculo en su camino.

Cualquier obstáculo, pero sobre todo él de entre todos.

— ¿Qué piensas hacer cuando despierte? —preguntó Heidi luego de


varios minutos de haber regresado a su asiento y estar en completo
silencio mientras veía cómo su primo consentía a la chica, con suaves
besos esparcidos por su rostro, caricias y palabras susurradas que no
logró comprender.

—Primero obligarla a comer —respondió Edward sin demora y


seriamente—, Ya son más de las 10:00 de la mañana y no ha ingerido
ningún alimento desde ayer, y después… arrodillarme y pedirle que
me perdone por ser un bruto con ella.

Heidi suspiró y decidió apartarse a las tumbonas, logrando así


brindarle intimidad a su primo, pero sin descuidar a la chica pues el
haber hecho esa promesa, no indicaba que no pudiera evitar que ella
sufriera, al menos, más de lo que toda la situación conllevaba.

Soy una traidora, pero espero que algún día ella me lo agradezca.

—Sé que no merezco tu perdón —susurró Edward a su esposa aún


dormida—, que es justo que desees matarme por no tratarte como
merecías en tu primera vez, por eso te juro que dedicaré mi vida a
compensar tu dolor, mi amor. Quiero que despiertes rápido para que
comas algo, nena; no es saludable que dures tantas horas sin comer. —
Besó sus ojos con devoción—. Deseo tanto mostrarte la propiedad.
Creo que te gustará, pero no debes andar sola, nena; el lugar es
demasiado grande y puedes extraviarte. También quiero que conozcas
a Nani, es algo quisquillosa y regañona, pero sé que te va a adorar…
todos lo hacen, tú naciste para eso, para ser adorada, amada,
consentida y mimada. —Acercó su boca al oído de ella—, y siempre
recuerda esto, solo yo puedo amarte como un hombre, y tú solo puedes
amarme a mí como la mujer que eres. Me perteneces, Isabella, siempre
ha sido así; naciste para mí y yo para ti, nadie podrá separarnos
nunca… nunca. —Se separó un poco y acomodó el brazo que ya sentía
se le estaba durmiendo por el peso de la chica—. A Sam y Leo no los he
visto esta mañana, deben estar correteando por los campos
persiguiendo conejos o asustando a los niños más pequeños, a ellos les
gusta eso, y así se mantienen lejos de la pequeña bestia que ronda la
casa, a ese lo conocerás cuando despiertes. Es un poco posesivo con
esta zona de la propiedad, y los pobres Sam y Leo se han visto
relegados, a pesar de todo es buen chico. No veo la hora de mostrarte
todo esto que ahora te pertenece, la gente, los árboles, las…

Así continuó Edward, hablándole a su amada de todo lo que se le


venía a la mente. Cualquiera que viera la escena desde lejos, pensaría
que conversaba con la chica, y aunque ella no le respondiera, era así
como él lo sentía. Muy en el fondo sabía que conversar con ella cuando
despertara o incluso mucho después, sería casi imposible, ya que ella
lo odiaría y él la entendía.
Heidi trataba por todos los medios de calmar a Jasper, quien se resistía
a entender por qué no podía hablar con Bella, si en realidad estaba
bien.

—Jasper, ya te lo dije —habló Heidi en tono cansado—. Se levantaron


tarde, le dije a Bella y me dijo que no te preocuparas y que dejaras el
papel de hermano acosador que ya era una mujer casada y se fue con
Edward de paseo.

—Pero no le costaba nada hablarme solo unos segundos. Solo quiero oírlo de
sus labios.

—Hagamos esto, ellos no regresan sino hasta la noche y creo que bien
tarde; entonces una vez lleguen, yo le digo que te llame y problema
solucionado.

— ¿Y por qué no le diste el celular para poder llamarla directamente?

— ¡Ay Jasper! Porque en estos momentos debe estar follando de lo


lindo con Edward y no quiere ser interrumpida.

—No tenías que recalcarme que ahora mi niña es una mujer —dijo Jasper en
tono molesto.

— ¡Pareces un viejo! Ya déjala en paz que tu niña se creció hace rato;


ahora cálmate y deja que llegue la noche, pero eso sí te advierto, si me
pelea por tu culpa te las verás conmigo.

Colgó y se quedó mirando el teléfono celular por unos segundos.

Si supieras Jasper lo que sucedió, estoy segura que terminarías lo que Bella no
fue capaz.

A la hora del almuerzo Heidi se acercó a Edward pidiéndole que


comiera algo, aunque tal como se lo imaginaba él se negó, no deseaba
por ningún motivo apartarse de Isabella.
—Puedes recostarla en el sofá mientras comes —propuso—. Solo te
sientas en un sillón y así no te separas de ella.

Edward accedió de mala gana, pero no aceptó el sillón sino que se


sentó en el suelo luego de acomodarla en el sofá, y allí almorzó un
emparedado de pavo que su prima le había mandado a preparar pues
sabía que no estaba en condiciones de una comida elaborada. Ella
también comió lo mismo y le hizo compañía.

Cuando la tarde avanzó y el sol comenzó a bajar, Edward tomó a Bella


en brazos y se paseó con ella por la terraza.

—Está algo pálida, es bueno que tome un poco de sol —explicó a Heidi
quien no le había hecho ningún tipo de pregunta.

El sueño de Bella era plácido, por momentos se removía un poco, tan


solo para cambiar de posición y nada más. Heidi le explicó que la
pastilla que le había dado Nani, sin saber la situación real de la nueva
señora, la mantenía así, y que hasta que no pasara el efecto, ella no
despertaría, lo que calculaba sería hasta en la noche.

Sam y Leo aparecieron al rato y Edward permitió que se le acercaran


un poco pero sin llegar a tocarla.

—Está dormida, necesita descansar —dijo a las dos bestias, quienes al


parecer entenderle lanzaron un suave gemido y se perdieron por las
escaleras que daban a las terrazas del primer piso.

Jasper había vuelto a llamar, pero Heidi continuó con la excusa del
paseo y que aún no habían regresado. No había querido decir nada a
Edward y ciertamente él no le había preguntado qué hacía ahí, así que
para evitar enfrentamientos, prefirió mantener las llamadas en secreto.
Ya después vería cómo hacía para que Bella hablara con el intenso
joven.
El sol ya comenzaba a esconderse en el horizonte cuando el cuerpo de
Isabella empezó a removerse y sus ojos a abrirse lentamente. Heidi que
no había despegado los ojos de la chica, corrió a colocarse a su lado
para que en el instante en que despertara pudiera ver un rostro
confiable.

—Es mejor que te vayas, no creo que sea bueno para ella verte aquí.

—No la voy a dejar sola, Heidi. Quiero estar con ella en todo momento.

Isabella abrió por fin los ojos, y su cara al estar girada a un lado, lo
primero que enfocó fue el rostro de Heidi, quien tenía una clara
expresión de preocupación.

— ¿Cómo te sientes? —preguntó Heidi con cautela.

Bella iba a responderle cuando sintió que sobre lo que estaba


recostada, se movía levemente como si respirara, fue entonces cuando
se percató de que estaba en los brazos de Edward.

Intentó ponerse de pie, pero el movimiento fue tan rápido y repentino


para su cuerpo adormecido, que cayó al suelo apoyada en sus manos y
rodillas.

—Isabella, déjame…

— ¡No me toques! ¡No me toques!

Heidi se apresuró a ayudarla a levantarse y una vez teniéndola de pie,


la abrazó por los hombros.

—Tranquila, Bella, estás a salvo, tranquila.

Bella se abrazó a ella y enterró su cara en el pecho de la mujer, donde


las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo de sus ojos.
—Isabella, perdóname por favor. Mi amor, mírame soy yo, perdóname.
Juro que no lo volveré a hacer, soy un imbécil. Perdóname, por favor.

Edward suplicaba desesperadamente una y otra vez por el perdón que


creía no merecía, pero que esperaba ganarse a como diera lugar.
Alargó entonces una mano para tocarla y al no alcanzarla se bajó del
mueble en el que estaba sentado, se arrodilló en el suelo y colocó una
mano sobre la cadera de ella rogando por una mirada, por una palabra,
cualquier cosa.

— ¡No me toques! —gritó Bella girándose para mirarlo, en sus ojos se


reflejaba un odio tan grande, un desprecio tan intenso que Edward se
sintió morir en ese momento—. No quiero saber nada de ti, Edward.
¡Te odio!, te odio con toda mi alma. Te odio, Edward Cullen, eres…

Las palabras de Bella se detuvieron de repente mientras su mirada se


fijaba en el hombre arrodillado ante ella.

Su cuerpo comenzó a temblar, sus lágrimas se detuvieron; pero el odio


antes reflejado en sus ojos, ahora era angustia, dolor y agonía pura.

El hombre frente a ella solo se encontraba arrodillado con una bata


puesta sobre su cuerpo, pero lo que Isabella veía era a él mismo
totalmente desnudo, y en igual posición; aún así, algo sobraba en su
cuerpo. Una gran flecha atravesaba su pecho de lado a lado a la altura
de su corazón. La chica enfocó la vista en donde la madera perforaba la
piel, y observó cómo una línea de sangre comenzó a brotar de la
herida. Sin ser consciente de sus movimientos, se zafó del abrazo de
Heidi e intentó acercarse a él, en ese preciso momento, la línea de
sangre aumentó y la piel de él comenzó a tornarse de un color grisáceo;
eso la detuvo de nuevo mientras observaba cómo ésta se resquebrajaba
tal como si se tratasen de sedimentos después de un voraz incendio;
una briza helada que nada tenía de reconfortante, la golpeó, haciendo
que la figura ante ella comenzara a desmoronarse rápidamente.
—Sálvame, amada mía.

Fueron las últimas palabras que escuchó a Edward decir antes de


terminar esparcido en el suelo, siendo arrastrados sus restos como
cenizas por el viento.

— ¡No!

Fue el grito desgarrador que emitió antes de caer en la más profunda


oscuridad.

Heidi al verla caer hacia adelante se apresuró a tomarla por la cintura,


mientras Edward, olvidando el dolor que le causaron las palabras de
ella, la tomó rápidamente por los hombros para evitar que se golpeara
con el suelo.

—Isabella, mi amor, ¿qué tienes? Despierta…

Hablaba Edward angustiadamente mientras la sostenía en brazos. Él


había visto su reacción, observó todos los sentimientos que pasaron
por su rostro, pero no entendió lo que significaban, solo sabía que ella
estaba sufriendo y eso lo atormentaba horriblemente.

—Cálmate, Edward, solo está desmayada, llévala a la cama, mañana


dependiendo de cómo amanezca llamaremos al doctor Miller para que
la revise.

Edward la levantó en sus brazos y acompañado de Heidi la llevó hasta


la habitación y la recostó en la cama.

—No te vayas, Heidi, acuéstate con ella en la cama mientras yo me


quedo en el sofá. No quiero que se asuste de nuevo si me ve tan cerca
—dijo Edward con voz triste y apagada.

Heidi asintió y se recostó a su lado. Envió un rápido mensaje de texto a


Jasper diciendo que la pareja había avisado que se quedarían a pasar la
noche donde unos conocidos de Edward y que a la mañana siguiente
Bella lo llamaría, y previendo la intensidad del joven, apagó el aparato.
Los dos trataron por todos los medios de no dormirse, pero estaban
agotados tanto mental como físicamente, y luego de un rato, el sueño
los venció.

"La chica se encontraba mirando cómo una gran batalla se desarrollaba a lo


lejos. El cielo pintado en tonos morados y grises parecía presagiar una terrible
tormenta; sin embargo a la distancia, se podía percibir el sol en todo su
esplendor; era una escena extraña. Mas sin embargo, a ella solo le interesaba lo
que se desarrollaba en la llanura. Desde donde se hallaba sería imposible para
cualquier ser humano distinguir los detalles de la contienda; y sin ninguna
explicación coherente, ella lograba atisbar los rostros de todos y cada uno de
los guerreros que arriesgaban sus vidas por el ideal de la victoria. Divisó
entonces a su padre, cabalgando sobre un gran caballo negro, batiendo su
espada en lo alto haciendo retroceder a todos sus enemigos; también logró ver a
su hermano, con su rostro pintado en parte, enterrando una espada en el
corazón de otro enemigo. Estaba orgullosa de ellos, eran su familia, pero no
eran su todo.

Un grito se alzó por encima de los emitidos por el furor de la batalla. La orden
de retirada estaba dada, y ella sabía lo que sucedería, su hermano se lo había
contado varias veces a escondidas de su madre quien no consentía que ella
escuchara ese tipo de relatos. Buscó el rostro amado y lo encontró, iba montado
en su caballo. Algo andaba mal, ya que se le veía perdido, distraído, como si
solo su cuerpo fuese el que se encontrase ahí, más no su mente ni su alma. Ella
comenzó a gritar desesperadamente, tratando de avisarle que debía huir, que
debía alejarse para realizar la maniobra de ataque sorpresa, pero de sus labios
no salía sonido alguno.

Por más que lo intentara, por más que llenara los pulmones de aire y moviera
su lengua, ningún ruido se producía en su boca. Estaba en pánico, algo
horrible iba a suceder, y ella no podría hacer nada para evitarlo. Por fin el
guerrero hizo girar su montura, y comenzó a dirigirse a todo galope hacia
donde los demás se encontraban. Ella apartó por un momento la vista de él y
observó cómo uno de los hombres enemigos alzaba un arco en dirección al
joven y disparaba. La flecha avanzó por el camino trazado por el destino y
llegando finalmente a su meta, atravesó el corazón del valiente guerrero.

— ¡Kopján! —Fue el grito agónico que despertó a Edward y a Heidi al


tiempo que Isabella se sentaba en la cama como impulsada por un
resorte.

*Tumbonas: Sillas de playa, Reposeras.


CAPÍTULO 21


Sentimientos encontrados yacen en mi mente,
pero no es solo ella la que opina en la contienda.
Me hizo daño con su cuerpo,
y con él mismo me protege.
Quisiera saber que siento en realidad,
desearía saber que debo sentir en verdad.

E l sol se había ocultado por completo hacía ya varias horas,


mientras que Edward continuaba de pie junto a la cama de matrimonio
mirando a su esposa dormir al lado de su prima.

Ella era hermosa, la más bella de todas las mujeres que había conocido.
Nunca en sus mayores fantasías lograba imaginar que alguien como
ella pudiera existir. Siempre había sido un picaflor, mujeres en cantidad
que pasaron por su cama sin pena ni gloria, hasta que… alejó ese
pensamiento amargo y continuó observando a la chica castaña que
amaba locamente. Hubiese preferido llamar al doctor, pero Heidi
insistió en que necesitaba descansar y por esa razón ella se encontraba
dormida o desmayada, como se le deseara ver. Sus pensamientos se
enfocaron de nuevo en su vida antes de Isabella, aparentemente bien,
casi perfecta, casi; sin embargo, cuando ella llegó se dio cuenta que
nada de lo vivido se comparaba con la sola experiencia de poder
admirarla, así no pudiera tocarla. Ella era todo en su vida, ella era su
vida y él sabía que así sería para siempre.

Estaba enamorado, aunque ese sentimiento naciera con solo verla en el


campus de la universidad. No tenía claro cómo había sucedido, pero al
verla supo que era ella quien debía estar con él siempre; y al escuchar
esa voz —es ella—, en su cabeza, lo supo: nunca podría dejarla ir.

Luego de planear todo para su encuentro, de hacerla trabajar para él, si


a eso se le podía definir como trabajar, pues muchos hacían más que
ella y ganaban menos; fue cuando se dio cuenta que no estaba
equivocado, ella le pertenecía, y su obsesión se fue intensificando.
Amaba todo de ella, la forma en que mordía su labio cuando estaba
nerviosa, cómo entrecerraba los ojos con incredulidad cuando él le
decía algo, sus sonrojos no solo de vergüenza sino también de
molestia; su forma de caminar, de reír, de hablar, de comer, de mover
las manos, los ojos, la boca… Amaba todo lo que ella era, y a toda ella;
amaba su ser, su cuerpo, su alma, todo…

Se acercó a ella e inclinándose, besó suavemente su mejilla derecha.

— ¿Qué te detuvo, mi amor? ¿Por qué aún estoy con vida? —susurró
contra su piel, dejando otro beso suave.

Caminó rumbo al vestidor, se colocó con un pantalón largo de pijama y


una camiseta. Al regresar a la habitación su mirada fue captada por un
objeto que sobresalía de abajo del escritorio, se agachó y encontró la
daga que Bella había empuñado la noche anterior. Lo sostuvo por un
momento entre sus manos, pensando en que ese pudo haber sido su
final, pero algo que su esposa no deseaba aceptar, había impedido una
tragedia.

Ella me ama, por eso no lo hizo… Estoy seguro.

Dejó el arma en el lugar que llevaba ocupando por décadas, y se retiró


hasta el sillón que le serviría de cama por lo que quedaba de la noche.

— ¡Kopján!

El fuerte grito retumbó por las paredes de la habitación despertando a


Edward y a Heidi de un salto.
Bella miró frenéticamente a todas partes, hasta que sus ojos se posaron
en Edward. En su rostro se mostraban la desesperación, la angustia y el
terror experimentado en su sueño. Sintió la mano de Heidi posarse
sobre su hombro al tiempo que la escuchaba preguntar qué le sucedía,
pero ella no prestó atención. Trastabillando para bajarse de la cama
rápidamente, se encontró con Edward a medio camino quien ya se
acercaba para auxiliarla. Frenéticamente le levantó la camiseta y
comenzó a revisarle el pecho.

—Estás bien, estás bien, estás bien… —repetía una y otra vez y se
abrazó a él fuertemente mientras su voz sonaba más aliviada cada vez
y gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

—Tranquila, mi amor, estoy bien, tranquila —susurraba Edward


contra su cabello, abrazándola a su vez.

Bella al reconocer la voz del hombre al que abrazaba, se separó


rápidamente de él y se lo quedó mirando con confusión y rabia al
mismo tiempo. Edward observó todas esas sensaciones y una palabra
vino a su mente.

— ¿Quién es Kopján? —preguntó con el ceño fruncido. Su voz era baja,


llena de celos y rabia.

—Eso no es de tu incumbencia —respondió Bella entre dientes.

Se separó por completo de él y caminó hacia la puerta de la habitación,


insegura en sus pasos pues sentía un leve mareo. Abrió la puerta y se
encontró con otra frente a ella e hizo el intento de abrirla.

—Ese es el vestidor, Bella —dijo Heidi llegando hasta donde ella—,


dime a dónde quieres ir y te guío.

—Antes de cualquier cosa debe comer —dijo Edward en tono severo


desde adentro de la habitación.
—Tú no me dices a mí lo que tengo que hacer —refutó Bella con la
mandíbula apretada al tiempo que se giraba para mirarlo.

—No me importa si te da la gana o no de hacer lo que yo diga, vas a


comer y punto, a menos que quieras que te amarre y meta a la fuerza la
comida en tu boca.

— ¡Ah sí, claro! Se me olvidaba que eres experto obligando a las


mujeres a hacer algo que no quieren.

Edward la miró con confusión, mientras que Heidi abría los ojos y
negaba frenéticamente.

— ¿De qué estás hablando? —preguntó Edward.

Bella abrió la boca para responderle, pero Heidi se adelantó, la tomó


por los hombros y la dirigió a la salida del pequeño vestíbulo.

—Vamos a la cocina, Bella, que yo tengo hambre, allá veremos si


quieres comer algo.

La sacó rápidamente y la llevó escaleras abajo por unas que ella no


reconocía hasta un gran salón blanco, con un largo mesón de granito
pulido en medio y utensilios de metal colgando por todas partes, lo
que le hizo recordar a Bella el laboratorio de química de la escuela.

—Siéntate… ¿quieres comer algo?

Bella asintió al sentir cómo su estómago respondía por ella.

—Gracias por estar aquí, Heidi —dijo mirándola abrir una gran nevera
que más parecía industrial que doméstica.

—Soy tu amiga, Bella, independientemente de lo que sienta por mi


primo, soy tu amiga.
Bella suspiró y asintió. Imaginaba que para Heidi debía ser difícil estar
en esa situación, y la comprendió al imaginarse en su lugar y siendo
Jasper quien ocupara el de Edward. Estaba segura que si su amigo le
decía que había matado a alguien, ella le respondería que si ya había
pensado en dónde enterrar el cadáver.

Heidi puso ante ella un plato con un emparedado de pavo que parecía
se iba a derrumbar. Bella sonrió y la miró.

— ¡No soy buena en la cocina! ¿Tienes algún problema con eso? —


preguntó de forma agresiva fingiendo indignación.

Bella negó con la cabeza y comenzó a comer despacio. Su estómago se


lo agradeció y antes de darse cuenta, ya había terminado con su
porción sin siquiera haber tocado el jugo de naranja, que también lo
bebió sin demora.

— ¿Quién es Kopdan? —preguntó Heidi cautelosamente, todavía


comiendo su parte.

—Es Kopján y no tengo la menor idea, solo sé que no es la primera vez


que lo digo —respondió Bella pensativa. Recordando la vez que Jasper
le dijo que había pronunciado esa palabra.

— ¿A qué te refieres?

Bella le contó vagamente la anterior conversación entre Edward y


Jasper, así como el sueño que había tenido.

—No sé quién es, incluso, hasta ahora puedo afirmar que es un


nombre, y que al despertar lo relacioné con Edward y sentí terror al
pensar en que estaba herido… No se lo digas, por favor.

—No te preocupes, pero sí me gustaría saber por qué no lo… por qué
no lo mataste ayer.

Bella la miró y con sus ojos le indicó que ella tampoco lo sabía.
—Solo te puedo decir que a pesar de lo que me hizo, el pensar en él
herido… —Cerró los ojos y negó con la cabeza, mordiéndose el labio
con mortificación.

—Qué extraño —murmuró Heidi para sí misma, como analizando la


situación. Pero otro pensamiento llamó su atención—. Jasper está como
loco.

Bella levantó la cabeza y la miró horrorizada.

—No, no, no sabe nada. Por él es que estoy aquí, en parte; pero le he
dicho que te fuiste de paseo con Edward y que no llegabas hasta tarde,
y que estabas algo molesta por su intensidad, pero dudo que pueda
impedir que averigüe la dirección y se presente hoy.

Bella suspiró aliviada, y una sonrisa triste se formó en su rostro.

—Es un país pequeño.

—Así es, no es fácil esconderse —concordó Heidi.

Cuando el sol hubo salido y la servidumbre comenzó a inundar la casa,


Bella se encontraba recostada en una de las tumbonas con Heidi a su
lado. Había conseguido calmar a su hermano, aunque eso le había
costado casi una hora de alegatos y explicaciones, hasta que escuchó el
grito de Renée desde algún lugar del otro lado de la línea.

— ¡Déjala en paz, Jasper! Está en su luna de miel, por el amor de Dios.

—Estoy bien, él fue… delicado conmigo, se portó como todo un


caballero —mintió lo mejor que pudo.

—No quiero detalles, solo necesitaba saber si estás bien. —Bella sabía que sí
necesitaba saberlo, era precisamente por eso que insistía tanto.

— ¡Cuelga! —Escuchó el grito de otra mujer, Alice en esta ocasión.


— Maldita enana fastidiosa y…

— ¿Hermosa? —preguntó Bella pícaramente, para cambiar de tema.

—Tengo que colgar —dijo Jasper sonando molesto, ignorando su


insinuación—. Cualquier cosa me llamas.

—Adiós.

Bella sonrió al teléfono y Heidi le preguntó el motivo.

—Creo que pronto tendremos otra boda.

Heidi entendiendo el significado oculto en las palabras, soltó una


carcajada y Bella sin poder evitarlo, la imitó.

Edward pasó todo el día manteniendo la distancia. La observaba desde


lejos, ordenaba su comida y seguía cada movimiento como un
acosador a su víctima, y Bella era consciente de eso. Sabía que de no ser
por la compañía de Heidi la somera tranquilidad que sentía se
esfumaría en un momento. La mujer trató de distraerla del recuerdo
por todos los medios posibles, incluso Sam y Leo contribuyeron
llegando donde ella y llenándola de lamidas cariñosas que le sacaban
sonrisas y mimos de vuelta. Pero existían asuntos que debía tratar
antes de marcharse, ya entrada la tarde.

—Bella, tengo que marcharme en un par de horas y es necesario que…


conversemos ciertas cuestiones —dijo Heidi con cautela, mirando de
reojo a Edward que se encontraba alejado de ellas.

Bella suspiró y se estremeció levemente. Esperaba que ese momento


llegara. Muchas cosas estaban en juego y una sola palabra de ella
podría tirar todo por la borda. No sabía qué tanto habían escuchado o
descubierto los miembros del personal de la servidumbre, pero
dependía de ella guardar las apariencias sobre todo frente a Katy, que
hasta el momento no la había visto por ninguna parte, aunque
ciertamente se había dado cuenta que Heidi trataba de mantener a
todos lo más alejados posible de ella.

Acarició la cabeza de Leo que se encontraba reposando a los pies de


ella.

—Nadie se enterará de lo que ocurrió, Heidi. Me conviene más a mí


que a ustedes, te lo aseguro —dijo con voz apagada, mirándola a la
cara.

—Bella, no me lo digas de esa forma que me duele, pero no era de eso


que quería hablarte… es de Edward —pronunció las últimas palabras
en un susurro.

Bella bajó la cabeza, frunció los labios y un fuerte dolor se instaló en su


pecho. Miró de reojo a Edward y regresó su vista a Leo que yacía con
la lengua afuera prácticamente dormido, con Sam a unos pasos.

— ¿Qué…Qué has pensado sobre él? —preguntó Heidi.

—No tengo nada que pensar, está claro que es él quien piensa por mí.
—Su voz sonó amarga.

—Eso es porque así lo has permitido.

Bella bufó y negó con la cabeza.

—Crees que pedí que un hombre loco y poderoso se obsesionara


conmigo, que me obligara a casarme con él y en la noche de bodas
perder mi virginidad en una violación. ¿Acaso lo crees? Edward tomó
todo lo que quiso de mí y no le importó, y supones que ahora, después
que me tiene tal y como quería va a permitirme siquiera tomar alguna
decisión. Eso no tiene sentido, Heidi.

—No, Bella, es lo que tú asumes lo que no tiene sentido —refutó Heidi


rápidamente en tono vehemente—. Ya te lo dije una vez, eres inexperta
para entenderlo y estás demasiado molesta con Edward como para…
— ¡¿Que estoy molesta con Edward?! ¿Y qué pretendes ahora? ¿Acaso
pretendes que vaya y le pida perdón por no haber correspondido a su
ardor en nuestra primera vez?

—No he dicho eso, solo que tienes que entender que Edward no te
dejará ir nunca, Bella, y lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte a
su presencia y tratar de abrirle tu corazón.

—Esto debe ser un chiste —bufó Bella negando con la cabeza, sonando
bastante molesta.

Heidi respiró hondo y extendió la mano para tocarla y llamar su


atención pero Bella la rechazó.

—No esperaba que te pusieras de mi lado porque sé que quieres


mucho a Edward, pero jamás imaginé que pretendieras eso de mí. —
Giró su cabeza y la miró con rabia—. Tú no sabes por lo que yo pasé,
no tienes ni idea el dolor que sentí, tanto físico como emocional, y si no
levanto este país a gritos es por mi familia, no porque él me importe.

—Insinuaste que no soportabas el hecho de imaginarlo herido —


susurró Heidi—, y todavía no te digo lo peor.

— ¿Qué podría ser peor?

—Bella… Edward no recuerda… Edward cree que tú lo amas.

— ¡Eso ya lo sé, Heidi! —dijo Bella levantando los brazos para


enfatizar su exasperación—. No es noticia nueva que está loco.

—Sí, pero… Bella, él cree que tú estás molesta porque te lastimó al


tomarte… porque no fue… delicado contigo.

Bella abrió grandemente los ojos al igual que su boca en una expresión
de completa sorpresa e incredulidad.
—Un momento. —Negó con la cabeza y colocó una mano en su frente
al tiempo que cerraba los ojos, y los volvía a abrir para mirar a la mujer
a su lado—. ¿Me estás diciendo que Edward niega haberme violado?

—No es que lo niegue, Bella, es que no lo recuerda, en su cabeza las


imágenes son diferentes, él sencillamente… no tiene ningún recuerdo
de ti mientras forcejeabas con él como me dijiste.

— ¿Entonces no me crees? —preguntó Bella herida e indignada.

— ¡Claro que te creo! Y en ningún momento he justificado lo que


Edward te ha hecho, ni lo he aprobado o lo haré nunca.

Heidi respiró un momento para calmarse, mientras Bella intentaba


procesar lo que ella le había dicho. Miró por un momento a Edward y
se encontró con su mirada, en ella había arrepentimiento, tristeza y
amor. Desvió la vista rápidamente al sentir cómo su corazón se
estrujaba y su mente le indicaba que ese sentimiento no era bueno. Él
no merecía su lástima ni su perdón, estaba loco, era cierto, pero no era
su problema pues la única condenada en toda esa historia era ella, y él
era su verdugo.

— ¿Trataste al menos de hacerlo entrar en razón? —preguntó Bella en


voz baja.

—Sí, y lo que descubrí me aterró. —Volteó a mirar a la chica y en sus


ojos brotaba una súplica angustiosa—. Bella, mi primo está
desquiciado, no es normal. Si lo hubieses escuchado hablar te darías
cuenta que tiene un grave problema y no hay manera de sacarlo de ese
estado, porque eres tú la fuente de su obsesión. No te estoy culpando,
tú eres solo una víctima, Bella, lo sé, pero en tus manos está que él no
cometa una locura peor. Me dijo que no soportaba el pensar en lo que
hizo, y cuando le dije lo que en realidad te había hecho lo negó, y dijo
que si eso era cierto él mismo se mataría. —Una lágrima rodó por su
mejilla—. Él no movió un músculo cuando intentaste matarlo porque
creía que se lo merecía por no haberte tratado con delicadeza. Dime
ahora, Isabella, si tienes alguna duda de lo que haría si su mente se
despeja y recuerda lo que en realidad pasó.

Bella la miró por unos segundos, repitiendo sus palabras en su cabeza


una y otra vez.

No recuerda la violación.

Se iba a dejar matar por mí.

Se mataría él mismo si lo supiera.

Recordó entonces la promesa que él mismo le hizo a Jasper frente a


ella: Antes de atreverme a agredirla de cualquier manera, me arrancaría la
piel, y luego me expondría al sol ardiente para sufrir mil veces su dolor.

Y sin ninguna lógica, su mente relacionó las palabras con las imágenes
de su sueño. Un jadeo de dolor escapó de sus labios, y las lágrimas se
agolparon en sus ojos al tiempo que su cuerpo se estremecía. Odiaba
sentirse así, a ella no debía importarle lo que a Edward le sucediera,
pero el pensar en él sufriendo la hacía desear correr, envolverlo en sus
brazos y prometerle que siempre estaría allí para él.

—Debo suponer que quieres que no le diga nada, ¿no es así? —


preguntó Bella sin mirarla.

—No te pido que lo perdones ahora. Incluso está esperando que le


reclames y sería normal si le terminaras de hinchar la cara, pero por
favor, Bella, no le digas lo que te hizo en realidad, no creo que pueda
soportarlo.

—Ahora no solo me sacrifico por mi familia sino también por la tuya


—bufó y movió la cabeza en negación—, deberían hacerme un
monumento.
Heidi se puso de pie, le tendió la mano a Bella para que hiciera lo
mismo y la abrazó.

—En el fondo de tu alma sabes que no haces esto solo por nosotros. —
Se separó un poco de ella y la miró a los ojos—. Sé que no debería
pedirte esto, pero, por favor, cuida de él; es un hombre bueno, Bella, y
te ama. Si no quieres abrir tu corazón al menos abre tu mente y actúa
de forma inteligente, verás que puedes tenerlo comiendo de tu mano si
lo deseas.

—Solo quiero que me deje en paz.

—Estoy segura que algún día, no desearás separarte de él. —Le dio un
beso en la frente y sonrió tristemente cuando Bella negó con la
cabeza—. Aunque pueda no gustarte lo que te voy a decir, estoy feliz
de tenerte en la familia.

Esa noche Bella se negaba a entrar en la habitación con Edward.


Prefería dormir al aire libre que tener que compartir la cama con ese
hombre de nuevo; cuando Edward se le acercó para decirle que era
tarde y que podía enfermarse si continuaba afuera, ella sin mirarlo le
dijo que prefería ganarse una pulmonía a tener que estar a solas con él
en una habitación. El hombre trató de insistir pero ella no le volvió a
dirigir la palabra. Sabía que habían otras habitaciones, muchas otras,
pero no deseaba estar en su territorio; en el exterior se sentía segura,
debido a que la casa era como un laberinto, y apenas esa mañana había
notado que la habitación conyugal tenía un vestíbulo, pues no
recordaba haberlo atravesado al entrar la primera vez. A los pocos
minutos Edward se presentó con una manta, y ella sin pronunciar
palabra se la recibió y cubrió su cuerpo y el de los dos perros que
yacían acurrucados contra ella. Había dormido bastante y esperaba
poder pasar la noche en vela, pero no contaba con la suave brisa que
llegaba desde la parte trasera de la propiedad, ni con la paz que se
experimentaba con los sonidos pasivos de la noche, y antes de poder
terminar de contemplar el cielo estrellado, se quedó dormida.
Al despertarse a la mañana siguiente, luego de un descanso sin sueños,
se encontró acostada en la cama matrimonial con solo la luz del sol
iluminando la estancia. Su primera reacción fue erguirse rápidamente
buscando a Edward y tocándose el cuerpo para tratar de adivinar qué
había sucedido, pero estaba sola y no se sentía agredida de ninguna
forma, solo un poco adolorida en la espalda por todo el tiempo que
pasó en la tumbona. Respiró tranquila y al intentar bajarse de la cama
se topó con una rosa roja y una nota bajo esta.

Igual que en el hotel… y eso que no era un hombre de rosas.

Pensó y abrió la nota para leerla.

Me fui antes de que despertaras porque sé que no deseas mi cercanía.

Katy llega hoy, y para cuando estés leyendo esta nota deberá estarte esperando
para atenderte.

Yo estaré en el estudio, por si por algún motivo deseas verme… por favor…

Te amo, perdóname.

Edward.

Luego de vestirse con un pantalón de franela cómodo y una blusa


fresca sin mangas del mismo material, todo en color gris plomo, bajó
hasta la cocina para desayunar. Saludó a Katy con un abrazo quien la
recibió con una gran sonrisa y le expresó lo feliz que se encontraba de
que su niño hubiese encontrado una esposa tan hermosa y adecuada
como ella. También fue presentada a Nani quien la evaluó unos
segundos con ojos calculadores y luego le dio un par de palmaditas en
la mejilla y le dijo:

—Tiene caderas estrechas, pero estoy segura que hará muy feliz al niño
Tony, lo puedo ver en el fondo de sus ojos.

¿Caderas estrechas? ¿Qué tienen que ver mis…? ¡Oh!


Bella enrojeció por completo y su mente se burló de la insinuación, ella
nunca tendría hijos de Edward. Se operaría de ser necesario.

Tratando de evitar a Edward, pasó todo el día en la cocina


conversando con Katy, y observando cómo se manejaba ese lugar que
era casi del grande del apartamento que había compartido con Jasper,
causándole gracia el hecho de que a tan poca distancia de una ciudad
como Londres, las personas hablaran con un acento diferente.

—Es un lugar enorme, Katy.

—Así es, señora, pero es necesario para poder tener listas las comidas
de todos los empleados de la casa, y ahora que el señor y usted están
aquí es necesario que todo funcione a la perfección.

—Dime Bella, Katy. Tengo 18 años, eso de señora suena raro.

—Cumple 19 mañana, por lo que me dijo el señor, señora. Y ya sabe lo


que opino sobre ese tema —dijo la mujer muy seria para darle firmeza
a sus palabras—. ¿Ya tiene pensado qué hará mañana?

Bella lo pensó por un momento. Se había olvidado por completo de la


fecha en la que se encontraban, y más aún de que su cumpleaños
estaba a solo unas horas. ¿Qué haría?

Nada.

Sus últimos cumpleaños los había pasado con Jasper en el día


paseando y yendo al cine, y en la noche en casa de Ángela viendo
películas de terror, humor y amor trágico y comiendo chucherías hasta
la saciedad; pero nada de eso podría hacer el día siguiente, Edward le
había quitado eso también.

—No lo sé, lo más seguro es que nada.


—Debería irse de paseo con el señor. El río es un lugar espléndido, y la
brisa que llega desde las plantaciones hace que sea muy fresco y
agradable.

— ¿Río? No sabía que había uno aquí, al menos desde la terraza del
segundo piso no he podido verlo; y tampoco sabía que habían
plantaciones cerca de la propiedad, ¿se puede acceder a ellas?

La mujer rio alegremente.

—Por lo que veo el señor no le ha mostrado ni hablado sobre la


propiedad. Gillemot Hall no es solo esta casa, señora, incluso desde
aquí no se alcanzan a ver hasta dónde llega. Tiene unas extensas
plantaciones que tampoco se divisan desde alguna de las ventanas
superiores o las terrazas; a un costado alejado de éstas, se encuentran
las casas de los campesinos, así como la del administrador; y del otro
lado está el río del que le hablo. Yo he venido muchas veces desde hace
años, y no he tenido la oportunidad de conocer los terrenos en su
totalidad.

Bella la miraba asombrada e intimidada. Ya se había impresionado


bastante con la apariencia de la casa, que según ella, y dijera Edward lo
que dijera, parecía un castillo; pero al saber la extensión real de toda la
propiedad había quedado anonadada.

Si se codean con la realeza no debería extrañarme esto.

Edward era demasiado rico y poderoso, y eso, en su condición no le


convenía, aunque de igual forma ya no tenía sentido que fuera de otra
forma.

Al llegar la noche no sabía qué hacer. No podía pedir a los empleados


que le arreglaran otra habitación, porque eso sería muy extraño en una
pareja de pocos días de casados; pero tampoco deseaba que Edward
volviera a abusar de ella, en un nuevo estado de locura.
—Nena —murmuró Edward acercándose a ella con cuidado, que se
encontraba sentada todavía en el mesón de la cocina—, vamos a la
habitación, ya es tarde.

Bella se abrazó a sí misma, y miró de reojo a los pocos empleados que


todavía merodeaban por el lugar terminando de limpiar los utensilios
de la última comida.

—No tengo sueño todavía —mintió.

Edward se acercó más a ella, y sintió un dolor en su corazón cuando la


vio estremecerse. Se acuclilló a su lado pero no se atrevió a tocarla.

—Isabella, sé que lo que hice no tiene perdón, soy una bestia y lo


acepto, pero por favor, perdóname —habló pausadamente en voz
baja—. Dime qué puedo hacer para que me perdones.

—Edward, lo que me hiciste fue… horrible, yo confié en ti, yo…

Se detuvo cuando uno de los empleados se acercó para tomar unos


platos ubicados cerca de ella.

—Vamos a la recámara y hablaremos —propuso Edward poniéndose


de pie.

—No tengo nada que hablar contigo, ni siquiera deseo estar ahora
mismo haciéndolo, y mucho menos pienso dormir en el mismo cuarto
que tú.

Edward frunció el ceño, herido por las palabras de Bella.

—Te prometo que no te tocaré, solo quiero dormir a tu lado.

—Y esperas que te crea —afirmó—. No soy tan tonta, Edward.

Edward frunció aún más el ceño y sin darle ningún aviso, colocó sus
brazos en la espalda y bajo las rodillas de ella y la levantó, apretándola
contra su pecho. Bella gritó por la sorpresa, y el personal de servicio al
percatarse de la situación y creándose una falsa teoría, rieron
tontamente por el espectáculo que lafeliz pareja estaba ofreciendo.

— ¡Bájame de una vez! —susurró molesta.

—Lo haré cuando estemos en nuestro cuarto.

Y sin importarle el forcejeo de ella, cumplió con su amenaza.

Al tocar el piso Bella corrió y se colocó detrás del escritorio, usándolo


como protección. Edward la miró extrañado e intentó acercarse, pero
Bella tomó una pequeña estatuilla con forma de auto antiguo y la
levantó en señal de amenaza. Edward suspiró y retrocedió.

—Está bien, si no deseas hablar lo entiendo, pero dormirás aquí


conmigo quieras o no.

Salió de la habitación y Bella escuchó cuando le colocó llave a la puerta


del vestíbulo, regresó y entró al baño, a los pocos segundos el agua de
la ducha comenzó a caer. Ella aprovechó y corrió hacia la puerta
intentando abrirla pero no funcionó, así que tomando aire, regresó a la
habitación. Edward continuaba en el baño y pensando en las
posibilidades, decidió que no se arriesgaría a entrar a bañarse con
Edward del otro lado de la puerta, así que fue hasta el vestidor, tomó
una de sus pijamas viejas de pantalón largo y blusa de tirantes, y se
acostó en la cama para hacerse la dormida, dándole la espalda a la
puerta del baño.

Edward salió a los pocos minutos. Bella lo escuchó caminar un poco


por la habitación y luego sintió cómo la cama se hundió.

Dios mío, protégeme.

Sintió cómo el brazo de Edward rodeaba su cintura y suavemente la


atrajo a su pecho, quedando aún ella de espalda a él. Luchó contra su
propio cuerpo para no repeler el contacto, y con mucho esfuerzo lo
logró. Él no notó que estaba despierta por lo que acercó sus labios a su
oído y le susurró:

—Duerme bien, mi nena, mañana será un día especial.

Besó su oreja suavemente y se quedó dormido con ella en brazos, lo


que le dio más tranquilidad a Bella, por lo que su mente se enfocó en
su sueño, no sabía lo que significaba, y ciertamente no creía en que los
sueños pudieran ser algún tipo de premonición; sin embargo, algo le
indicaba que no debía desecharlo, y mucho menos el nombre
pronunciado, pues no podía ser casualidad que lo dijera dos veces,
refiriéndose a Edward; y pensando en lo sucedido al despertar luego
del sueño, se quedó dormida.

Al despertarse se encontró con la mirada de Edward, quien estaba


apoyado en un codo y muy cerca de ella. Se enderezó rápidamente, y
se alejó lo más que pudo de él lanzando una exclamación que se
convirtió en grito cuando sintió que la cama acababa y el vacío la
recibía. Edward se apresuró a sujetarla por la cintura y la regresó al
centro de la cama, rodeándola con sus brazos.

—No me hagas daño, por favor, no lo hagas, te lo ruego, Edward… por


favor, por favor —sollozaba Bella tratando de zafarse de su agarre.

Edward la soltó, impresionado por su reacción, y ella corrió hasta el


otro lado de la habitación y se deslizó al suelo y abrazó sus piernas
contra su pecho mientras lloraba angustiosamente. Él se levantó de la
cama y se acercó a ella despacio.

—No te acerques, por favor, no me toques de nuevo, no quiero que me


toques, por favor no lo hagas… Jasper, ¿dónde estás? Ven, por favor,
Jasper… Jasper, te necesito…

¿Fue tan grave lo que le hice que ella está en este estado? Soy un monstro.
Edward se arrodilló lo más cerca que pudo de ella y extendió un brazo
para intentar tocarla, aprovechando que ella se encontraba con la cara
tapada con sus rodillas, pero al rozarla Bella perdió el control y sus
gritos de terror comenzaron a retumbar por toda la habitación,
llamando a Jasper entre alaridos.

Sin poder evitarlo, lágrimas de arrepentimiento y dolor rodaron por las


mejillas de Edward.

— ¿Qué te hice, mi amor? ¿Qué fue lo que te hice? —sollozaba con las
manos apoyadas en el suelo.

Bella intentó escapar por un costado, pero Edward la retuvo entre sus
brazos y cayó sentado atrayéndola contra su pecho. Ella comenzó a
forcejear mientras llamaba a gritos a su amigo, aun así, Edward no
desistió y la abrazó fuertemente, apoyando la cabeza de ella contra su
pecho y meciéndola al tiempo que le susurraba:

—Isabella, perdóname por favor, perdóname, aquí estoy, mi amor. No


te haré daño de nuevo, lo juro por mi vida, por ti que eres mi vida
entera, mi amor. Lo que sea que te hice juro que no volverá a pasar, te
lo prometo… Tranquila, tranquila, te amo, te amo.

Bella continuó con la resistencia por unos minutos más, hasta que se
activó en su mente el sentido de supervivencia, comenzando entonces
poco a poco a quedarse quieta y tensa, a la espera de alguna agresión
por parte de Edward; sin embargo, eso no sucedió. Su corazón latía
fuertemente, y su respiración estaba agitada, tenía miedo, y eso no lo
podía evitar.

Edward la seguía abrazando y acariciaba su cabello tiernamente al


tiempo que la mecía como a una pequeña niña.

—No necesitas de Jasper porque ahora me tienes a mí, yo te protegeré


siempre, para eso estoy aquí, para cuidarte, mimarte y consentirte; y
sea lo que sea que te hice, te juro, Isabella, que no volverá a suceder.
Bella no creía en sus palabras, pero no tenía fuerzas para refutar, y al
menos por el momento no la estaba dañando. El suave movimiento del
pecho de Edward la empezó a relajar, el retumbar de su corazón en su
oído y la caricia en el cabello, la hicieron caer en un sopor tranquilo,
casi adormilada. Al rato, Edward se levantó del suelo y la cargó en
brazos.

—Isabella —llamó su atención y ella con recelo, levantó la vista y lo


miró—. No me tengas miedo, no debes hacerlo. —Suspiró y sus labios
formaron una suave sonrisa pícara—. Feliz cumpleaños, nena, ¿ya has
pensado en qué quieres hacer hoy? ¿O dejarás que yo decida?

Bella lo miró por unos segundos, calculando la situación.

Es bipolar, no sé por qué me asombro… Incluso me estoy contagiando.

Pensó al darse cuenta que ya estaba totalmente calmada, y aunque


sonara loco, se sentía segura en sus brazos.

—Preferiría no hacer nada.

Edward sonrió ampliamente y la besó en la frente, haciendo que se


tensara por un momento.

—Eso quiere decir que tengo carta blanca, ¡perfecto! —dijo animado
mientras la llevaba a la cama y la depositaba delicadamente sobre
ella—. Vístete con ropa cómoda y fresca, empaca un par de toallas y tu
vestido de baño y lo que creas que necesites. Iremos al río. Enseguida
llamo a Katy para que venga a ayudarte, y le diré a María que prepare
una canasta con comida.

—No tengo vestido de baño —dijo Bella y después se arrepintió, pues


debió decir que no deseaba hacer nada que lo involucrara a él.

Edward se acercó a ella y la besó en la mejilla de forma sensual.


—Mucho mejor entonces —dijo sugestivamente, le guiñó un ojo y salió
de la habitación sin esperar respuesta.

Bella cerró los ojos por un momento y se recostó en la cama, tomó su


celular y llamó a la única persona con la que podía hablar libremente.

—Bella, no seas estúpida, ve a ese paseo y déjate mimar. No sacarás nada


mostrando hostilidad, se atraen más moscas con miel que vinagre.

—Heidi, entiéndeme, no quiero estar sola con Edward, está claro que
no recuerda lo que me hizo, pero ¿y si vuelve a pasar?

—Entonces déjalo que te abrace y te bese. Es posible que se conforme solo con
eso.

—Apenas lo soporto cerca, ¿y tú quieres que me deje abrazar? Estás


loca.

—Escucha, ahora mismo estoy escapada de una reunión porque Emmett está a
cargo de la presidencia, no puedo seguir hablando; pero por favor, Bella, por tu
propio bienestar acepta ir y al menos compórtate como una amiga. ¡Ah! Y feliz
cumpleaños.

Bella suspiró al escuchar el timbre repetitivo y se quedó mirando


fijamente la pared.

Dejar que Edward me mime…

No lo quería cerca, eso lo tenía seguro, además que le temía, pero había
algo que no la dejaba tranquila. Una sensación, un sentimiento que no
debía experimentar de ninguna forma la atormentaba. Protección.

Era irónico e ilógico, sobre todo después de que fue él precisamente


quien le hizo el mayor daño posible; sin embargo… cuando Edward la
abrazó, cuando la sostuvo contra su pecho y ella se hubo calmado, algo
en lo más profundo de su ser la había hecho sentir segura, protegida de
cualquier cosa que deseara dañarla. Sentía que en sus brazos era
invencible, que nadie podría tocarla y que él la cuidaría a costa de lo
que fuera, y era eso lo que no le gustaba, pues su mente le indicaba que
no era correcto, y mucho menos lógico.

Después de desayunar algo rápido en la cocina, todavía estaba indecisa


de ir con Edward al río, por lo que permanecía allí tratando de hacer
tiempo.

—Nena, ¿estás lista? —preguntó Edward entrando a la estancia y


abrazándola por detrás—. ¿O prefieres que nos quedemos todo el día
en la habitación? —susurró en su oído seductoramente.

— ¡No! —exclamó en un tono más alto del que hubiese deseado—. Es


que… no sé qué ponerme.

Se recriminó mentalmente por la escusa tan pobre. Tantos sucesos no le


estaban haciendo bien a su imaginación.

—Pero eso no es problema, nena. Vámonos de compras ahora en la


mañana y en la tarde al río. —Le dio una suave nalgada juguetona—.
Anda, muévete que ya es tarde.

— ¿Iremos a Londres? —preguntó Bella entre renuente y esperanzada.

—Claro que no, no quiero a nadie de la familia encima si se enteran de


nuestra llegada, y mucho menos a los hombres. Iremos a Maidstone.

Bella se vistió con toda la lentitud que pudo, sin contar con la
incomodidad de tener a Katy rondando por la habitación. Se enfundó
en un pantalón de jean blanco, una blusa sin mangas de franela roja, y
unos converse gris; se recogió el cabello en una cola alta y descuidada,
y usó un poco de maquillaje para disimular las ojeras que tanto llanto
le habían dejado. Una hora después, se encontraba caminando de la
mano de Edward por los pasillos del Fremlin Walk.
No miraba a ninguna parte en específico, no estaba interesada ni en las
vitrinas de las costosas tiendas, ni en la gente que pasaba a su lado,
solo el hombre que caminaba junto a ella ocupaba sus pensamientos. Él
podía ser encantador e incluso muchas veces se encontraba luchando
en contra de las emociones que le despertaba, pero en otras sentía que
su odio y desprecio no podía ser mayor. En su cabeza también se
repetían las palabras de Heidi. Los consejos que ella le había dado no
eran lo que deseaba, pero podía que tuviera razón, quizás si ella fuera
más…

¡No! Yo soy la víctima aquí, no él.

Entraron a gran cantidad de tiendas, y a pesar de la renuencia de ella,


varias bolsas eran las que ocupaban las manos de Edward, mientras
Bella trataba de evitar que otra prenda se sumara a las ya compradas.

—Edward, sabes que no me gusta que me compres cosas, yo todavía


tengo un poco de dinero del sueldo que me pagaste, sin contar toda la
ropa que me compró Heidi.

—Pero tú dijiste que no tenías qué ponerte.

— ¡Error! Yo dije que no sabía qué ponerme y tú lo interpretaste como


te dio la gana, como siempre haces —dijo Bella recalcando sus palabras
con el movimiento de sus manos.

— ¡Error! Yo no interpreto las cosas como me da la gana… yo las


interpreto como sé que a ti te daría la gana que lo hiciera —dijo
Edward riendo en las últimas palabras y abrazándola juguetonamente,
dándole un suave beso en la oreja.

Varias bolsas cayeron al suelo por el movimiento que hizo Bella al


tratar de alejarse, pero a Edward no le importó y la abrazó tal como
deseaba, enterró su rostro en el cuello de ella e hizo vibrar sus labios
contra su piel. Bella sintió la cosquilla y trató de reprimir una risa, pero
como es sabido, eso es imposible, y una fuerte carcajada escapó de sus
labios, lo que hizo que a Edward se le hinchara el corazón de felicidad.

Compraron más que todo vestidos en colores claros y de telas que se


mecían con el viento, algunos largos hasta los tobillos y otros por
debajo de las rodillas, de tirantes delgados de la misma tela o en encaje;
sandalias planas y suaves que combinaban con la ropa; algunos
pantalones también anchos y frescos, así como blusas a juego y el tan
tortuoso vestido de baño.

—Edward, no me voy a poner eso —dijo Bella entre dientes mirando el


bikini que la joven que atendía la tienda y que no apartaba la vista de
Edward le mostraba.

—Estoy de acuerdo contigo, nena, es muy pequeño, pero,


considerando que sólo estaremos tú y yo en el río, creo más bien de
que es muy grande. Sí, eso es, es muy grande. Señorita, ¿tiene otro más
pequeño?

Bella gruñó desesperada y haló la manga de la camisa de Edward, al


tiempo que le advertía a la joven que no se moviera ni un milímetro de
su lugar.

—Edward, piensa por un momento con la cabeza que tienes sobre los
hombros —dijo Bella hablando entre dientes para que la chica no la
escuchara—. No voy a ponerme ese vestido de baño ni mucho menos
uno más pequeño, si es que existe; porque primero, no me da la gana; y
segundo, porque si lo que dijo Katy es cierto sobre las plantaciones y
los campesinos, cualquiera podría acercarse y verme, y tú no quisieras
que eso sucediera, ¿o sí?

Edward gruñó.

—Le saco los ojos al maldito.


— ¡Exacto! Así que mejor deja que yo escoja lo que me pondré,
comenzando por recalcarte el hecho de que no deseo ir.

Bella suspiró aliviada de haber podido convencer a Edward con una


treta tan vieja como era la de los celos.

—Mejor siéntate y deja que yo haga esto, ¿sí?

— ¿Quieres sorprenderme, preciosa?

Bella le sonrió burlonamente, rodó los ojos y se dirigió a la parte


trasera de la tienda donde había visto unos que le llamaron la atención.

Unos minutos después ya tenía en sus manos un modelo que consideró


perfecto para la ocasión.

—Señora Cullen —dijo la administradora de la tienda, una mujer de


unos 40 años, que se encargó personalmente de la venta luego de notar
que su empleada estaba a punto de caer desmayada a los pies del señor
Cullen—. Disculpe pero, ¿está segura que este es el modelo que desea?
Con todo respeto, pero tengo fotos de mi madre usando uno muy
parecido.

— ¿Cree entonces que mi esposo no se sentirá atraído por mí si lo uso?

—Usted es una mujer hermosa, señora, pero… esto solo podría


estimular a Clark Gable.

Bella sonrió ampliamente.

—Entonces me lo llevo —dijo entusiasmadamente.

Ya sabremos si después de verme con este vestido de baño Edward se portará


tan pasional y fogoso conmigo.
CAPÍTULO 22


Para ti la vida es fácil,
y no por el dinero sino por tu locura.
Trato por todos los medios de ahuyentarte,
mas tus pensamientos otra cosa procuran.
Ya no sé qué hacer contigo,
y peor aún, ya no sé qué hacer conmigo.

E l camino de regreso a casa fue para Bella algo del otro mundo.
Edward quería aparentar que eran la feliz pareja de recién casados, o
en realidad era lo que creía, y basándose en recuerdos que su mente
había inventado, conversaba con ella sobre todo lo que se le ocurriera.

— ¿Puedes creer, nena, que tus amigos de York están poniendo


problemas porque alegan que uno de los distribuidores cambió los
precios dados en cotización? Ahora pretenden que seamos nosotros los
que paguemos, siendo que son ellos los que no tienen los pantalones
para hacer que les mantengan los precios iguales.

Bella lo miraba por momentos sin saber qué decir. Conocía el tema, e
incluso tenía una opinión al respecto, y una que otra pregunta, en sí
una forma de continuar la conversación, pero ese era el problema
precisamente, que ella no deseaba hablar con él, no quería darle a
entender que se sentía cómoda en su presencia, y mucho menos que ya
lo aceptaba como su esposo.

Eso sí que no.


—Debo admitir que tu hermanito está haciendo un gran trabajo.
Emmett me está reemplazando y Jasper está asumiendo las funciones
de Vicepresidente con la colaboración de Jacob, quien tuvo que
abandonar a su padre en Recursos Humanos, pero solo es temporal, y
los dos lo hacen muy bien, tienen un gran futuro por delante. Pueda
ser y nadie se interponga en su camino… ¿No es así, Isabella?

Bella que tenía una gran sonrisa por la mención de los grandes logros
de su hermano, giró su cabeza y toda alegría se borró de su rostro al
escuchar la amenaza implícita en sus últimas palabras. Edward podía
vivir en su propio mundo de fantasía, pero las pocas veces que su
mente trastornada aterrizaba a la realidad, era para recordarle que de
ella dependía la estabilidad de su familia.

—Eso lo sé, Edward —contestó Bella mirándolo fijamente a los ojos—.


Jasper será un gran empresario.

Esas fueron sus palabras para corroborarle que no pensaba cometer


ninguna estupidez. Edward solo sonrió abiertamente y fijó de nuevo la
vista en la carretera.

—Ya verás cuánto nos vamos a divertir en el río, mi nena. Estoy


ansioso por ver el vestido de baño que escogiste.

Bella sonrió maliciosamente.

—Yo también, Edward. Yo también.

Al llegar al sendero que daba a la casa de Gillemot Hall, Bella pensó en


todo lo que no había divisado la primera vez que llegó ahí. Las grandes
rejas custodiadas por una caseta donde se ubicaban los guardias. Las
altas murallas que parecían rodear toda la propiedad pero que solo
eran visibles a la entrada y que se perdían a la distancia. Todo eso era
nuevo para ella, quizás porque era de noche cuando llegó, o porque
ahora no iba con la angustia de aquella vez, no lo sabía exactamente;
pero había muchas cosas que aún le faltaba por conocer de ese lugar
que no sabía por cuánto tiempo sería su hogar.

Al girar el auto en la última curva para poder estacionar en frente de la


gran mansión, a Bella se le detuvo el corazón al tiempo que escuchaba
a Edward emitir un gruñido.

¿Qué hace aquí?

De pie al lado de uno de los autos de la empresa estaba Jasper mirando


fijamente el auto que acababa de llegar.

Heidi, si dijiste algo te mataré.

Bella no esperó a que Edward le dijera nada, solo se bajó del auto lo
más rápido posible y caminó hacia el rubio, quien arrugó el ceño al
pasar la vista por toda la anatomía de la chica. Ella se colocó frente a él
y le regaló la mejor sonrisa de inocencia que pudo crear en ese
momento.

—Mi vida, ¿qué haces aquí? Yo estaba con…

— ¿Por qué has estado llorando? —preguntó Jasper posando una mano
delicadamente sobre la mejilla de ella; sin embargo, el acto no duró
mucho pues la chica fue apartada por el fuerte brazo de su esposo,
quien la aferró contra su pecho.

— ¿Qué haces aquí, Jasper? —preguntó Edward claramente molesto.

— ¿Qué le hiciste, desgraciado? Si te atreviste a…

Bella se zafó rápidamente del abrazo de Edward, y detuvo el avance de


Jasper quien ya se encaminaba a iniciar una pelea.

—Mi vida, no he estado llorando, es que… no he dormido bien estos


últimos días… tú me entiendes —explicó tratando de sonar apenada
para que él pudiera entender la insinuación.
Jasper enrojeció notoriamente, miró a Edward e hizo una mueca de
desprecio y volvió la vista a la joven. La tomó del brazo e intentó
apartarla pero Edward se lo impidió.

—No tienes nada que hacer aquí, lárga…

— ¡Edward! —regañó Bella mirándolo con determinación—. Voy a


hablar con Jasper. Tú mira a ver qué haces.

Edward la miró con el ceño fruncido, permaneció callado y se retiró un


poco, sin perderlos de vista.

Los dos jóvenes se apartaron un poco.

— ¿Esa es la verdadera razón de tus ojos hinchados? —preguntó Jasper


acariciándole de nuevo la mejilla.

Bella asintió.

—No tengo motivos para llorar, Jasper. Soy muy feliz, todos ustedes
están bien, en el mejor momento debería decir, y yo… yo tengo una
buena vida al lado de Edward.

— ¿Por qué no me convencen tus palabras?

—Porque eres un quisquilloso, y le tienes tanta rabia a Edward que así


veas con tus propios ojos que hace algo bueno, siempre verás malos
actos —dijo Bella sonriendo juguetonamente y pellizcándole el
abdomen al rubio.

Jasper suspiró resignadamente y metió su mano en el saco, sacando


una bolsita de M&M.

—No he tenido tiempo de comprarte algo decente, eso de suplir a


Emmett me ha tenido ocupado mucho tiempo.
Le tendió los dulces recibiendo de la chica una gran sonrisa, que se
reflejó en su rostro al percibir cómo los ojos de ella brillaban al ver el
paquete.

—Aunque ya eres una mujer tus ojos brillan de la misma forma al ver
estos dulces, como la primera vez que te di unos cuando solo tenías 15
años.

Bella tomó el paquete y le dio un beso rápido en la mejilla.

—Siempre seré una niña para ti, Jasper, no te hagas.

—Tienes razón, siempre serás mi niña. —La tomó en sus brazos,


apretándola fuertemente contra su pecho y besando tiernamente su
cabeza—. Así tengas 40 años siempre serás mi princesa.

—Como me decía mi papá —dijo Bella en un susurro.

—Como te dice ahora tu hermano.

Bella sonrió y luchó por retener las lágrimas, pero no pudo evitar que
sus ojos se empañaran.

—No llores, Bella —pidió Jasper con una sonrisa—. Él te está cuidando
desde el cielo cuando yo no estoy presente.

Ella asintió y abrazó fuertemente al joven que amaba con toda su alma.

— ¿Qué haces aquí?

—Quería venir a desearte feliz cumpleaños.

Bella sonrió contra el pecho de él y negó con la cabeza.

—Eso no es cierto.

Jasper hizo una mueca con los labios que Bella no vio pero que se
imaginó de tantas veces que la había observado y soltó una risita.
—Feliz cumpleaños, mi niña —dijo finalmente Jasper para evitar decir
la verdad que ya Bella sabía.

Hablaron por un par de minutos más en los que Bella se enteró que la
universidad le había dado permiso para no asistir a clase, lo mismo
que a Jacob, pero que debían reponerlas en cursos extras durante las
vacaciones. Ella lo felicitó por todos sus logros, pues aunque Edward
tenía mucho que ver, estaba segura que sus conocimientos no eran
improvisados, y que Carlisle y el mismo Emmett no hubiesen aceptado
que él se hiciera cargo de la Vicepresidencia, si no veían que sus
capacidades eran las óptimas para el cargo. Al pasar por el lado de
Edward, Jasper ni siquiera lo miró, pero antes de subirse al auto se
detuvo, se regresó y sin previo aviso asestó un fuerte golpe en la cara
de Edward, quien tomado por sorpresa, terminó tirado en el suelo.

—Por lo que haces con ella en las noches —escupió las palabras y se
subió rápidamente al auto, mientras Bella impedía que Edward se
levantara para responderle.

— ¡No solo es por las noches! —gritó Edward sin saber si el hombre en
el auto lo escuchaba.

—Como van las cosas tu cara quedará desfigurada para siempre —dijo
Bella con una risita mirando el labio de Edward que destilaba un
pequeño hilo de sangre y que apenas empezaba a bajar la hinchazón de
la ronda de golpes de la despedida de soltera.

—Me envidian porque soy más guapo que todos ellos y te tengo a ti —
dijo Edward entre dientes mirando cómo el auto se perdía entre los
grandes árboles que flanqueaban el camino a la salida.

Bella bufó y rodó los ojos, para enseguida adentrarse en la casa.


Edward no solo estaba loco, también era egocéntrico.

Después de almorzar Bella se colocó el vestido de baño escogido y


encima un vestido de playa de color verde oscuro que había comprado
en la misma tienda. No combinaba con lo que llevaba debajo, pero la
idea era despistar a Edward, ya que solo dejaba ver los tirantes.

Cuando Edward la vio le dirigió una mirada llena de deseo, como


anticipando lo que se encontraría debajo de la tela; enseguida la miró a
los ojos, y en ellos se mostraban promesas que Bella prefería que no se
cumpliesen.

Se dirigieron al río en un carro de golf. Edward le explicó que no


deseaban que el pasto se dañara y por eso utilizaban esos pequeños
carros para que el personal de servicio y la familia, en unos reservados,
se transportaran.

El camino le mostró a Bella unas grandes extensiones de terreno en


todo su esplendor. La hierba crecía tan verde como en los cuadros de
grandes artistas, los árboles agrupados en diferentes lugares como si
cumpliese una función específica en cada conjunto; algunas rocas y
montículos de tierra que parecían albergar madrigueras de pequeños
animales que Sam y Leo corrieron a revisar, dejándolos solos al
perderse entre unos arbustos alejados. Todo era magnífico y algo le
decía que lo que venía sería mucho mejor si era posible.

Al llegar, Bella supo que no se había equivocado al quedar maravillada


con el paisaje que ante sus ojos se mostraba. Luego de dejar el carrito,
caminaron un par de minutos por un sendero con grandes árboles a
lado y lado; al final del camino, un claro no muy grande se abría ante
ellos, pero ahí radicaba la magia del lugar. Al ser pequeño y estar
rodeado de árboles, los rayos del sol se asomaban tímidos por entre las
ramas, cayendo sobre las flores de todos los colores que crecían
dispersas por el suelo donde quiera que la llevara su vista; y al fondo,
se podía ver el río de donde provenía el más calmante y hermoso
sonido del agua que corría por entre algunas piedras que sobresalían
de ella. Del otro lado, una pared natural de unos 3 metros de alto
donde sobresalían algunas raíces de los árboles sembrados en la zona
más alta. El lugar era un paraíso, en el que ilógicamente se encontraba
un demonio.

—Hermoso, ¿no es así? —preguntó Edward en un susurro cerca de su


oído, al tiempo que colocaba suavemente una mano en su cintura.

—Sí, es precioso —concordó Bella sin poder evitarlo. El lugar la tenía


hechizada—. ¿Podemos entrar? —preguntó, sintiendo que si daba un
paso más lo profanaría.

—Claro que sí, nena. Todo lo que ves te pertenece, puedes entrar
cuando lo desees.

Edward la tomó de la mano y la llevó por en medio de las flores que


Bella cuidaba de no pisar hasta la orilla que se encontraba más
despejada de éstas. El río no era muy ancho, aunque parecía ser un
poco hondo, pero perfecto para bañarse. Solo existía un problema.
Bella no sabía nadar.

Edward comenzó a quitarse la ropa para quedar solo en una


pantaloneta negra que colgaba seductoramente de sus caderas. Bella lo
miró y enseguida apartó la vista con el rostro enrojecido tanto por la
sensación que esa sexy imagen le provocó, como por la molestia ante
ese hecho. Edward era hermoso, de eso no tenía ninguna duda. Su
cuerpo era fuerte y musculoso sin llegar al exceso, solo lo necesario
como para despertar los deseos de cualquier mujer, y la V que se
pierde en esa pantaloneta…

Maldición, Bella, deja de pensar en esas cosas y quítate el vestido de una vez.

Se recriminó a sí misma, y con una sonrisa maliciosa comenzó a


desprender los cierres a presión de la parte delantera del vestido, y una
vez libres, se dio la vuelta hacia Edward y lo dejó caer hasta el suelo, al
tiempo que lo miraba fijamente a los ojos para no perderse la
decepción en su rostro.
Al mejor estilo de los años 50, el bikini estaba conformado por un
bóxer corto que le cubría completamente las nalgas y formaba una
especie de minifalda que no permitía ver cómo la tela se escondía entre
sus piernas; alto de cintura y la parte superior solo dejaba ver la leve
curva del busto, todo en color negro con pequeños puntos blancos.
Todo un matapasiones según la cultura actual, pero lo que Bella no
sabía, era que Edward llevaba en lo profundo de su alma a un salvaje
guerrero medieval.

Bella frunció el ceño al principio, pues el rostro de Edward no reflejaba


lo que ella esperaba, para enseguida abrir los ojos grandemente cuando
lo escuchó emitir un bajo gruñido que a pesar de su poca experiencia,
sabía que era de deseo puro. La mirada del hombre se tornó oscura,
sus manos se empuñaron y su pecho comenzó a bajar y subir
agitadamente, al tiempo que su pantaloneta se comenzaba a inflar de
manera sugestiva. Estaba excitado, no había cabida al error.

¡Condenada vieja!

Insultó mentalmente a la señora de la tienda, pero sus pensamientos se


cortaron cuando en un rápido movimiento, Edward caminó hacia ella,
la tomó por la cintura y la besó de forma tan apasionada que Bella
pensó que se ahogaría. Las manos de él la aferraban fuertemente contra
su cuerpo, mientras sus labios la devoraban con una necesidad
incontrolable. Haciendo presión con su lengua, se adentró en la boca
de ella y comenzó una frenética danza, explorando y saboreando todo
a su paso. Estaba hambriento de ella, y se estaba saciando a su antojo.

Ella intentó empujarlo pero le fue imposible, más aún cuando él


deslizó una mano por toda su espalda, la posicionó sobre una de sus
nalgas y la apretó, juntando así sus caderas. Bella pudo sentir la gran
erección que Edward padecía en esos momentos, y le fue imposible
reprimir un gemido involuntario que solo acrecentó las ganas de su
esposo por más. Al fin la falta de aire hizo que él detuviera el beso, y
juntó sus frentes respirando agitadamente, mientras ella sentía que si
duraba un poco más se desmayaría. Así se quedaron por unos
segundos, ella no podía apartarlo pues su cuerpo era su soporte ya que
ese beso la había dejado casi a punto de desfallecer, y él aprovechó
para succionar suavemente su labio inferior.

—Si querías matarme estuviste a punto de lograrlo, nena —dijo


Edward todavía respirando pesadamente—. Nunca había visto algo
tan sexy en mi vida. —Volvió a besarla suavemente y en un solo
toque—. Pero más que vértelo puesto, mi amor, lo mejor será quitártelo
cuando regresemos.

Bella se tensó, pero permaneció callada. No deseaba fomentar la ira de


Edward en ese momento, era preferible en la noche cuando ya hubiese
encontrado una excusa para evitar que le hiciera el amor.

Si así se puede llamar a eso.

Edward solo se alejó reticentemente pero le tomó la mano y caminó


con ella hacia el agua, intentó entrar, pero Bella se detuvo, haciéndolo
girar extrañado.

— ¿Qué pasa, Bella? No hay animales peligrosos, te lo aseguro.

—Es que… yo no sé nadar.

Edward le sonrió tiernamente y se colocó frente a ella.

—Isabella, no voy a permitir que nada malo te pase —dijo tomando de


nuevo la mano de la chica y apretándola un poco para afirmar sus
palabras—. Yo no te soltaré, ven, entra conmigo, confía en mí, vamos.

La tomó por la cintura y suavemente la llevó hasta que sus pies tocaron
el agua. Estaba helada, pero se sintió bien cómo la corriente jugueteaba
y se arremolinaba a su alrededor. Edward avanzó un poco y le tendió
la mano.

—Ven, se siente bien, ya lo verás.


Bella lo miró por un momento. Confiaba en Edward, al menos en ese
sentido, pues él jamás permitiría que algo malo le sucediese; sin
embargo, el problema radicaba en que él tendría que abrazarla, y eso
era lo que no quería, porque odiaba la sensación de protección que
esos brazos le provocaban. No teniendo más opción, ya que Edward la
arrastraría si no se decidía, y además sabiendo que se estaría
perdiendo de una gran experiencia pues el agua era cristalina y sabía
que sería deliciosa, comenzó a avanzar con pasos tímidos y agradeció
la paciencia de Edward, quien entendía su reticencia. Al llegar al borde
donde el lecho se profundizaba, se detuvo de nuevo, pues sabía que al
bajar el agua podría taparla, era consciente de ello pues Edward solo
sobresalía desde los hombros.

—Salta, que yo te recibo —indicó Edward—. Confía en mí.

Bella lo miró y decidió hacerle caso. Cerró los ojos y saltó a los brazos
de él que la recibieron con tanto cuidado y ternura, que lo miró
sorprendida y lo encontró sonriéndole para infundirle confianza. Sus
pies no tocaban el fondo, y la corriente aunque no muy fuerte, podría
arrastrarla al no encontrar de dónde apoyarse, pero la sensación de
seguridad que siempre sentía cuando Edward la abrazaba, recorrió
todo su cuerpo y la hizo sentir invencible, y al mismo tiempo molesta.
En vano trató de zafarse de sus brazos ya que él se lo impidió, aunque
sí aflojó un poco el agarre, sosteniéndola solamente por la cintura.

—No sería buena idea que te soltara, podrías terminar obstruyendo el


sistema de riego —dijo Edward mirándola con seriedad.

Bella asintió y comenzó a relajarse. El agua estaba fría, y la sensación


de agujas atravesando su piel que sintió en su cintura, comenzó a
desvanecerse mientras que la suave corriente la tranquilizaba y
refrescaba.

Edward deslizó una mano a la espalda de Bella e intentó poner otra en


la parte superior de sus muslos, pero ella sintió que se hundió por un
momento y se aferró al cuello de su esposo, soltando un pequeño grito
en el proceso.

—Tranquila, nena —dijo Edward riendo—, no te voy a soltar, solo


quiero colocarte en horizontal para que flotes.

Bella negó frenéticamente con la cabeza.

—Me llevará la corriente.

—No lo hará, yo no lo permitiré. Ven, deja que te ayude.

Volvió a repetir los movimientos pero en esta ocasión más despacio,


para no asustarla, y así, sosteniéndola en sus brazos con la ayuda de la
corriente, la dejó acostada sobre la superficie del agua.

—Pon tu cuerpo recto —indicó—, y levanta los brazos por sobre tu


cabeza. No te voy a soltar.

Bella levantó sus caderas y las sacó del agua, quedando en la posición
que Edward le indicó. Se sentía acostada en una nube y esa sensación
le agradó. Comenzó a subir los brazos lentamente hasta que estos
quedaron extendidos completamente por sobre su cabeza. Podía sentir
los de Edward sosteniéndola, y la corriente pasando por su cuerpo
delicadamente, acariciándola, refrescándola y relajándola.

Edward comenzó a mecerla suavemente, de un lado a otro, tan


despacio que Bella no fue consciente de ese movimiento, ella se sentía
flotar sobre algodón. Era mágico, el sonido de la corriente pasando
cerca de sus oídos, algunos pájaros cantando a lo lejos, el olor de las
flores, la hierba y la tierra, la suave brisa soplaba acariciando su cuerpo
y por un momento se permitió olvidarse del hombre que estaba a su
lado.

Edward permanecía en silencio, pues le era imposible pronunciar


palabra alguna. La visión de la mujer en sus brazos era exquisita, tan
hermosa que parecía confirmar la perfección de la obra de Dios. La piel
expuesta por el anticuado bikini se encontraba salpicada de pequeñas
gotas de agua, haciéndola brillar como miles de pequeños diamantes
por los rayos de sol que caían sobre su cuerpo. Recorrió con la vista
desde los pequeños pies hasta su rostro, que se encontraba pacífico,
dándole una apariencia de estar dormida; su cabello era llevado por la
corriente y se movía a su compás, al igual que sus brazos que flotaban
libremente a su antojo. Devolvió su mirada y ésta se centró en el pecho
de la joven, que sobresalía aún más del agua por la posición de sus
brazos. Parecía una diosa dormida.

Es una diosa… y es toda mía.

Así estuvieron por unos minutos más. Edward estaba extasiado y ella
se sentía en la gloria, hasta que él hizo un leve movimiento que la sacó
de la ensoñación.

—Ven, quiero mostrarte algo.

— ¿Puede haber algo mejor que esto? —preguntó Bella enderezando


su cuerpo y colocando las manos en los hombros de Edward mientras
éste la sacaba del agua.

—Esta tierra es mágica, si pudiera vivir siempre aquí, lo haría.

Llegaron a la orilla y caminaron tomados de la mano por entre los


árboles corriente abajo, enseguida, salieron del claro y Bella pudo
divisar nuevamente la gran extensión de tierra y a su derecha la
continuación del río.

—Ven, mira ahí.

Bella volteó y escuchó detrás de unos arbustos una suave caída de


agua, los rodeó y se encontró con una pequeña cascada de
aproximadamente un metro de alto, formando espuma blanca al
estrellarse con el lecho y unas pequeñas rocas que sobresalían a cada
lado, sirviendo de marco para ese fantástico cuadro.

—Mira bien —dijo Edward, ubicándose detrás de ella y tomando con


delicadeza su cintura en sus manos—. Mira en la caída, donde las gotas
salpican y los rayos del sol las reflejan.

Y ahí estaba, un pequeño arcoíris que parecía saltar con el agua. Era
tenue, pero tan hermoso que parecía sacado de un cuento de hadas.

—Es bellísimo, Edward.

—Así es, y también es tuyo.

Bella lo miró y sonrió tímidamente en agradecimiento. No podía hacer


más.

— ¿Qué otras obras de arte se esconden en estas tierras? —preguntó


Bella regresando por un momento su mirada hacia el espectáculo
natural de colores y sonidos.

Edward bajó la cabeza, aparentemente apenado.

—Nada más que te pueda interesar —dijo en un susurro.

Bella frunció el ceño, sin entender el porqué de la vergüenza de su


esposo, pero lo dejó pasar. Edward era un hombre extraño, eso ya lo
había comprobado varias veces.

Regresaron al claro y pasaron toda la tarde ahí. Edward la llevó hasta


la pared de tierra firme del otro lado del río, y la sentó en una piedra
para que pudiera disfrutar del agua sin el miedo a hundirse. Bella por
fin decidió no amargarse el momento y participó de la conversación
que Edward inició. Hablaron de todo un poco, de la empresa, de Heidi,
la familia, de Ángela, hasta de cómo se formaban los arcoíris, mientras
comían los pasabocas que llevaron en la canasta. No era lo más
romántico del mundo, y Bella solo se comportaba como una amiga o
incluso como una conocida, pero para Edward era un momento de
gran felicidad, ya que su amada al menos no lo rechazaba.

Esa noche Bella comenzó a ponerse nerviosa de nuevo. No había


olvidado las palabras de Edward sobre quitarle su vestido de baño, por
eso, al llegar cuando ya estaba oscureciendo, corrió a la habitación a
cambiarse de ropa, esperando así que olvidara sus intenciones, pero no
contaba con que Edward la seguiría y la sorprendería cuando apenas
comenzaba a quitarse el vestido de playa.

—Recuerda que el vestido de baño es mío —susurró en su oído con


voz sugestiva, pasando suavemente una mano por sus caderas y se
adentró en el baño, cerrando la puerta.

Bella se tensó, pero su mente le indicó que debía pensar rápido.

La única que me puede ayudar es Heidi.

Marcó rápidamente el número telefónico y rogó porque le contestara.

—Hola, Bella, ¿sucede algo? —preguntó Heidi desde el otro lado de la


línea, algo preocupada.

—Heidi, cometí un error con un vestido de baño y terminé excitando


más a Edward y ahora quiere quitármelo —respondió en un susurro
para que su voz no llegara hasta donde Edward.

—No sé de qué hablas, pero no se escucha nada bueno para ti, porque sabemos
lo que vendrá después.

— ¡Exacto! —Bella suspiró preocupada y temerosa—. Heidi, no quiero


pasar de nuevo por lo de la otra vez. —Su voz sonó entrecortada por el
nudo que se formaba en su garganta—, no podría soportarlo.

—Bella, cálmate por favor. Edward te ama y prometió no dañarte de nuevo.


—Pero tú sabes que él pierde noción de todo, no… no reconoce la
realidad, y tengo miedo —sollozó entrecortadamente presa de la más
grande angustia.

—Tranquila, te entiendo, mas no puedo hacer nada, pero tú sí. Bella, Edward
es un hombre guapo, y aunque sé que para una mujer como tú eso no basta, al
menos te permitirá no resistirte a sus avances.

— ¿Acaso quieres que me entregue a él como si nada? ¿Dejarlo que me


haga el amor? Estás loca.

—No lo estoy. Escucha, si te resistes él se enfurecerá y ese episodio tan


desagradable se repetirá. Si no quieres participar al menos no te resistas. Hazlo
por tu propio bien, por favor. Nada sacarás forcejeando si sabes que igual
pasará, y en cambio puedes conseguir que sea algo placentero, o al menos no
tan traumático.

—Pero…

—Isabella, hazme caso. Conozco a mi primo y puede ser muy encantador


cuando se lo propone, solo déjate llevar y verás que todo saldrá bien, o no tan
mal.

—No sé —dijo mordiéndose el labio al tiempo que más lágrimas


rodaban por sus mejillas.

—Solo déjalo hacer, no hagas nada si no quieres, pero no te resistas. Por favor,
no lo hagas.

—No te prometo nada. Te llamo mañana.

Colgó y se quedó pensando en las opciones que Heidi le había dado.


No deseaba que Edward abusara de ella de nuevo, pero era algo que
no podía impedir seguramente.

Pero quizás…
Sus pensamientos se interrumpieron cuando Edward salió del baño
con solo una pequeña toalla colgando de sus caderas, una sonrisa
seductora adornaba sus labios, al tiempo que la recorría con la mirada;
avanzó hacia ella lentamente mirándola fijamente a los ojos. En ese
momento Bella supo que no tenía escapatoria.

Edward quedó frente a ella, pero su expresión cambió al notar las


lágrimas que comenzaban a secarse en su rostro. Con el ceño fruncido
levantó la mano derecha y con el pulgar recorrió delicadamente el
camino que su llanto había dejado en la mejilla.

— ¿Por qué lloras, Isabella? ¿Pasó algo?

Bella dejó escapar un sollozo, consiguiendo que Edward la abrazara


fuertemente, y colocándole una mano en la nuca, apoyó suavemente su
cabeza en su pecho.

—Mi amor, no me asustes, por favor. Dime qué sucede —pidió


Edward sonando preocupado.

—Tengo miedo, Edward. Tengo miedo de ti.

Edward frunció el ceño amargamente y besó su cabeza con todo el


amor y el arrepentimiento que podía mostrarle. La separó un poco de
él, y tomó el rostro de ella entre sus manos como si de delicada
porcelana se tratase.

—Isabella, yo te amo con todas mis fuerzas, y de igual forma te deseo.


—Besó la punta de su nariz suavemente—. No quiero hacerte más
daño del que ya te he hecho, y algo me dice que ha sido más del que
soy consciente. —Bella soltó un nuevo sollozo a raíz de esas palabras.
Él la besó delicadamente en los ojos—, pero ahora estoy librando una
batalla entre mi deseo por ti y el amor que te tengo. Ayúdame, por
favor, ayúdame a quererte como te mereces y no como mi alma salvaje
me lo exige.
Bella lo miró por varios segundos a los ojos. En ellos se mostraba toda
la verdad de sus palabras. Su deseo era palpable, pero al mismo
tiempo el arrepentimiento y el amor que ni ella misma podía negar que
él sentía.

Lo mejor que puedes hacer es acostumbrarte a su presencia y tratar de abrirle


tu corazón.

Por favor, cuida de él; es un hombre bueno, Bella, y te ama.

Las palabras de Heidi llegaron a su mente en ese instante, como en un


llamado que su subconsciente le hacía, pero no sabía si por ella misma
o por él. Entendía que en algún momento debía corresponder a la
pasión de Edward, o como Heidi le había dicho, al menos no
rechazarla, pues al aceptar ser su esposa estaba accediendo a todo lo
que eso implicaba; sin embargo, no estaba preparada aún para que le
hiciera el amor, ya que hacía unos cuantos días que había abusado de
ella y solo esperaba que él pudiera entenderla.

Colocando una mano en la mejilla de su esposo, Bella le rogó con la


mirada lo que pronunciaría con palabras.

—Edward, sé que al casarme contigo me comprometí también a


corresponderte, y espero que algún día me sea fácil hacerlo, pero ahora
no me siento preparada. —Él intentó hablar, mas ella lo interrumpió—.
Me dijiste que querías amarme como lo merecía, y para hacerlo debes
comenzar a darme tiempo, por favor, solo eso.

— ¿Cuánto, Isabella? ¿Cuánto tiempo me tendrás en esta espera?

—Te prometo que haré todo lo posible porque suceda pronto, pero
también necesito de tu parte.

Edward negó con la cabeza, y colocando una mano sobre la de ella en


su mejilla, apoyó su rostro en ella para enseguida besar su palma.
—Enséñame cómo hacerlo. No sé enamorar a una mujer, nunca he
tenido que intentarlo siquiera.

Bella sonrió y negó con la cabeza.

Todas se le arrojaban encima… y aquí estoy yo tratando de apartarlo.

—Solo sé tú mismo, trátame como desearías hacerlo apartando tu


deseo por el momento. Edward, yo no sé nada del amor, pero el
corazón sí, y si dejas que sea él el que actúe por ti, estoy segura que
lograrás eso que tanto deseas.

Edward se la quedó mirando, analizando en su mente cada palabra


dicha por la mujer que le había robado el alma con tan solo su
existencia y comprendió que ella merecía cualquier angustia y
privación necesaria, para conseguir así fuera un beso de su parte,
porque ella lo amaba, de eso no tenía ninguna duda, pero fue su
propio accionar lo que la había alejado de él, y estaba en sí mismo
cambiar eso.

Abrazándola de nuevo sin ningún aviso, la besó largamente, mas no


era un beso apasionado ni lleno de necesidad carnal, sino suave, tierno,
con amor y sobre todo veneración. En un movimiento lento tomó su
labio inferior y lo succionó levemente, para enseguida tomar de nuevo
su labio superior y delinearlo delicadamente con la punta de su lengua,
no exigiendo profundizar el beso, sino saboreándola como ella en
silencio así se lo permitía; moviendo lentamente sus labios,
correspondiendo tímidamente, sin exigencias, sin apuros, solo siendo
un hombre y una mujer reconociéndose el uno al otro, aceptando su
situación y vínculo entre ellos, pero sobre todo su compromiso de
llegar a ser el uno, la vida del otro.

Esa noche durmieron los dos abrazados, Bella con una pijama vieja que
él mismo le ayudó a poner luego de cumplir su promesa de quitarle el
vestido de baño, mas no hubo lujuria en el acto, solo adoración y
servicio. Él la desvistió y la vistió de tal forma, y con tanto respeto, a
pesar de la excitación que inevitablemente sentía al verla desnuda, que
la incomodidad que ella sintió al principio fue reemplazada
rápidamente por agradecimiento y confianza, al notar que él evitaba
rosar su piel en el proceso. Ella sabía que la deseaba, y que estaba
haciendo un gran esfuerzo por reprimirse, y fue precisamente eso lo
que le indicó que él estaba dispuesto a poner de su parte para que todo
funcionara. Él se colocó un pantalón de pijama, viejo también, y casi al
instante, sintiendo cada uno la respiración del otro, se quedaron
dormidos.

El par de días siguientes Bella comenzó a explorar la tercera planta de


la casa, confirmándole lo que ya sabía: la propiedad era un castillo al
estilo moderno. Varias habitaciones repartidas en las diferentes alas de
la edificación, entre las que se encontraba una biblioteca privada más
pequeña que la que ya había descubierto en el primero; cuartos que se
diferenciaban claramente por la decoración para hombres, mujeres y
parejas, una habitación que le indicó Katy era el cuarto de los niños de
invitados, ya que el destinado para los niños de la casa quedaba en el
segundo piso, y otras recámaras que parecían ser para la servidumbre
de los invitados.

—Katy, esto no es de esta época. Hay habitaciones que en este siglo ya


no se usan, o al menos no para la gente común.

—Usted lo ha dicho, señora, con todo respeto la nobleza y los


millonarios, al menos los de Europa mantienen muchas costumbres
antiguas. Viajan con personal del servicio y tanto los hombres como las
mujeres tienen sus Ayuda de Cámara o sus doncellas; sin embargo,
algunos hombres de la nueva generación como los de la familia
prefieren atenderse solos, pero las damas sí continúan con esa
costumbre, como lo soy yo de usted.
—No lo había pensado de esa forma —dijo Bella apenada—. No quiero
ser una molestia para ti, Katy, yo nunca he necesitado de nadie que me
ayude a vestir ni a nada, yo…

— ¡Oh! No señora, se equivoca, usted no es una molestia para mí, al


contrario, siempre había esperado con ansias el momento en que mi
ni… digo, el señor Edward se casara con una buena mujer como lo es
usted y ahora es un placer poder servirle, así como espero que Dios me
dé vida para atender a sus hijos.

Bella forzó una sonrisa al escuchar esas últimas palabras. Una cosa era
darle una oportunidad a Edward, y otra era tener hijos con él. Para eso
se necesitaba amor, y sus expectativas solo llegaban a apreciar a
Edward y a llegar a aceptarlo como hombre, pero amarlo era cosa de
un nivel que ella no pensaba alcanzar y para eso tenía que empezar a
cuidarse, el problema era que Edward no se diera cuenta.

Todo ese tiempo Bella también estuvo acosada constantemente por la


personalidad afectuosa de Edward. Ella había accedido a poner de su
parte y estaba dispuesta a hacerlo, pero lo que para ella era ir despacio,
para él era mantenerla abrazada todo el día, sin posibilidad de escapar.
El jueves de esa semana ella se encontraba apoyada en la baranda del
balcón del tercer piso, flanqueada por Sam y Leo, mirando a lo lejos el
pequeño bosque que ocultaba el prado, y tratando de observar las
plantaciones de las que había escuchado hablar pero que era imposible
observarlas desde ahí, a pesar de lo alta que era la casa. Cuando sintió
las manos de Edward tomarla por sorpresa y cargándola en brazos sin
ningún consentimiento de su parte.

— ¡¿Qué haces?! —preguntó Bella en voz alta por la sorpresa y la


molestia.

Edward no le contestó, bajó las escaleras exteriores seguido


alegremente por los dos perros, la llevó a la terraza del segundo piso, y
se recostó en el sofá que había sido extendido para que quedara más
grande, la acomodó entre sus piernas y la abrazó, colocando su barbilla
en el cuello de ella quedándose quieto, disfrutando solo del momento.

— ¿Qué haces? —preguntó de nuevo, pero en tono más molesto.

—Nada.

— ¿Nada?

—Nena, no estoy haciendo nada, ¿tú me ves haciendo algo? —


preguntó Edward mirándola extrañado.

Bella suspiró y se pasó una mano por la frente.

—A ti no se te puede dar la mano porque te tomas el brazo entero, ¿no


es así?

—Y mucho más si me lo permitieran —dijo Edward con una sonrisa


traviesa—. ¡Vamos, Bella! Quédate quieta y duérmete, el clima está
perfecto para una siesta.

Edward se dejó caer un poco más en el sofá, arrastrándola a ella en el


proceso, y luego de un par de minutos, se quedó dormido. Bella
intentó desprenderse del férreo abrazo del hombre, pero le fue
imposible porque aunque dormido, cada vez que ella se movía, él la
abrazaba con más fuerza y la acomodaba en su pecho. Bella lanzó un
suspiro de resignación, miró a Sam y Leo que también se habían
dormido a los pies de ellos, y aceptando que las condiciones se
prestaban para un sueño placentero al aire libre, se acomodó, y durmió
también.

No supo cuánto tiempo había pasado, cuando un escándalo de


chillidos y aullidos de dolor la despertaron exaltada. Alguien estaba
matando a los perros.

— ¡Edward! —gritó asustada tratando de apartar los brazos de él de su


cintura.
Edward se despertó también confundido, y comenzó a mirar a todos
lados, angustiado.

— ¿Qué sucede, Isabella? ¿Por qué gritas?

— ¡Edward, los perros! —gritó Bella forcejeando con él que la


mantenía abrazada. Miró a todos lados y no vio a los dos animales
pero sí podía sentir sus aullidos—. Alguien los está matando.

Edward suspiró aliviado, luego bufó y se acomodó nuevamente, al


tiempo que los sonidos estridentes se hacían más distantes y solo se
convirtieron en lejanos ladridos angustiados.

— ¡Edward, suéltame!

—Tranquilízate, Bella. No les está pasando nada, al menos no algo a lo


que no estén acostumbrados —dijo Edward con los ojos cerrados, sin
soltarla.

— ¿Me estás diciendo que alguien los maltrata y tú lo permites? —


preguntó Bella molesta e indignada.

—No es alguien, es algo. Eso que está ahí —explicó Edward abriendo
los ojos por un momento y señalando a la mesita de centro frente al
sofá.

Bella giró la cabeza y lo que vio la hizo dudar de las palabras de


Edward.

—Eso es imposible —aseguró Bella negando con la cabeza.

—No, eso es un gato y se llama Ron.


CAPÍTULO 23


Te vas y me dejas sola,
y aunque feliz me siento mi corazón llora.
Tu apellido me compromete,
mientras defiendo lo que ahora me pertenece.
Hay algo que me abruma,
y temo que por ti estoy perdiendo la cordura.

E l felino tenía el pelaje corto y amarillo como el fuego, con las


puntas de sus extremidades en blanco, lo mismo que su pecho, su nariz
y la gran e inconfundible mancha en el lomo en forma de luna en
creciente. Más que gato parecía un tigre de bengala en miniatura. Se
lamía tranquilamente las patas delanteras, como si todo el alboroto de
hacía unos minutos no hubiese sido provocado por él mismo. Bella lo
miraba con incredulidad, le parecía imposible que un gato doméstico,
común y corriente pudiera contra dos galgos que le triplicaban en
tamaño. Así se lo hizo saber.

—Bella, sí que lo es —dijo Edward con los ojos cerrados y sin moverse
de su lugar—. El día que Sam y Leo llegaron aquí desde una casa de
campo que tenemos en Escocia, eran solo unos cachorros y ya Ron era
casi adulto. Desde que los vio los detestó, y los perros crecieron entre
mordidas y arañazos. Puede que sean más grandes que el gato y que
sean dos, pero los traumas de la infancia no se pierden así nada más, y
ellos aprendieron a las malas que era mejor no meterse en su camino.

—Pero se supone que son los perros los que atacan a los gatos.
Edward bufó. —Eso no es cierto, solo es que entres en YouTube y verás
que te equivocas.

Bella abrió la boca para replicar, pero a su mente llegaron las imágenes
de la vez que Naomi hizo que un labrador se escondiera en su casa y
tuviera miedo de salir cuando la gata rondaba la calle, pues las heridas
que le propinó por solo querer olfatearla necesitaron de la intervención
del veterinario para impedir una infección.

El felino luego de terminar su acicalamiento, miró a la pareja, bajó de la


mesa y de un salto subió al sofá, y dando un par de vueltas sobre su
propio eje, se acostó plácidamente en el estómago de Edward sobre su
camisa. Bella se lo quedó mirando por un momento, atónita de ver
cómo no solo le había quitado su lugar a los perros a los pies del sofá,
sino también a ella en el regazo del hombre.

Edward pareció leer sus pensamientos y estiró el brazo para


acomodarla a un lado de su cuerpo.

—Tranquila, nena, ven, acomódate aquí —dijo, haciéndola apoyar su


cabeza en el pecho de él.

Bella estaba tan aturdida, no solo por el comportamiento del animal,


sino por la sencillez de Edward que una vez más se mostraba ante ella,
que no fue capaz de replicar o de negarse. Aunque en su mente el
hombre que la abrazaba era un monstro, la convivencia le estaba
demostrando que era tan humano como cualquier otro, solo que con
algo descompuesto en su cerebro.

El fin de semana pasó sin mayores contratiempos. Bella trataba por


todos los medios de permanecer escondida de Edward, aprovechando
que su costumbre de trabajar lo hacía estar en su estudio, o sentarse en
cualquier parte de la casa con la computadora en sus piernas y
permitía que ella se moviera sin restricciones. Siempre buscaba estar
rodeada de Nani y Katy, escudándose en el respeto que Edward les
tenía a las dos; y las comidas trataba de tomarlas a horas tempranas
para así no tener que hacerlo en compañía de su esposo. Había
prometido ceder, pero su cercanía la molestaba y prefería mantenerlo
lo más alejado posible.

La noche del lunes se encontraban cenando en la cocina, mientras Ron


se enredaba en las piernas de los que manipulaban alimentos, los
miraba con ojos llorosos y lanzaba dulces maullidos; algo irónico luego
de la demostración de furia de hacía unas horas. Era la primera vez
que Bella compartía una comida con Edward desde que se había
casado con él, pues no contó con que él captara sus horarios y
decidiera adecuarse a ellos esa vez. Observándolo, notó que la forma
en cómo se dirigía a los criados la molestaba, pero no porque estuviera
mal, sino porque la hacía admirarlo y apreciarlo de una forma que no
le era agradable.

Edward los trataba con deferencia, aunque no era su residencia


permanente, sabía los nombres de la mayoría, y a los nuevos se los
preguntaba, para no dirigirse a ellos de forma impersonal. A pesar de
todo su dinero, y de las amistades que ostentaba su familia, Edward
era un hombre sencillo en el trato con los demás, le gustaba
reconocerlos como sus iguales en humanidad, sin perder el respeto que
implicaba las obvias diferencias.

Bella lo miraba de reojo, tratando de que él no notase el escrutinio al


que era sometido. La forma en la que movía sus manos, en que giraba
la cabeza y sonreía cuando Nani o Katy le dirigían la palabra, la forma
como sus ojos se iluminaron cuando pusieron frente a él una porción
de tarta de limón y cómo la devoraba con ansiedad sin perder su
elegancia, hacía creer a Bella que estaba viendo a un niño siendo
mimado por sus cuidadoras, pero al momento en el que él posaba sus
ojos sobre ella, toda esa ilusión se desvanecía para dar paso a la de un
hombre enamorado y loco que cuya efímera racionalidad le impedía
lanzarse sobre ella como un salvaje; y era así precisamente como Bella
lo veía en algunas ocasiones: sus ojos se agrandaban, las aletas de su
nariz se ensanchaban, su respiración se aceleraba y todo su cuerpo
comenzaba a temblar levemente con tan solo una mirada de ella.

¿Qué pasaría si…?

Bella le sonrió de forma tímida pero al tiempo coqueta, y la reacción de


Edward no se hizo esperar: un gruñido bajo escapó de su garganta, su
rostro se tiñó de rojo y su mano voló rápidamente a la de ella,
tomándola y aferrándola de forma posesiva. Él no dijo nada, mas no
era necesario cuando todo su cuerpo era prueba de las emociones que
lo embargaban.

—Edward —susurró Bella con voz calmada. Su intención era


transmitirle esa sensación—, no estamos solos.

Edward parpadeó un par de veces, miró a su alrededor y su ceño se


frunció, volviendo la mirada de nuevo hacia ella.

—Cuando no es la gente, es tu miedo —afirmó con un gemido


lastimero—. ¿Cuándo, Isabella? ¿Cuándo será el día en que tú y yo
podremos estar solos?

Bella lo miró por unos segundos, sus ojos eran de súplica, de angustia
y desesperación; sin embargo, no pudo decir nada, pues ni ella misma
conocía la respuesta.

Nani se acercó a ellos en ese momento e interrumpió el momento


incómodo, y Bella le agradeció silenciosamente.

—Señor Edward —dijo la mujer con el mentón levantado y mirando


seriamente a los criados de los alrededores. Era claro que tenía la
misma convicción de no familiarizar con él delante de los otros
empleados—, el señor Emmett lo llama —concluyó entregándole el
auricular de un teléfono inalámbrico.
Edward soltó la mano de Bella y emitió un gruñido más fuerte y de
absoluta molestia, estaba furioso.

—¿Qué quieres?… No me jodas, Emmett… ¡Entonces que se caiga el


puto negocio! No me importa… ¡El dinero me vale una mierda! Los
demandamos y ya, y sino yo me hago responsable… ¡No!… —Se pasó
una mano por la cabeza, halando su cabello con frustración; giró la
cabeza para mirar a Bella con desesperación aún mayor que la anterior
y apartó la vista—. Papá, no me hagas esto, por favor… ¡¿Para qué
carajo están ustedes allá?! —Sin previo aviso, haló a Bella del brazo
haciendo que ella se pusiera de pie sobresaltada por la sorpresa, le
pasó un brazo por la cintura, la acercó a él que seguía sentado y enterró
su rostro en el cuello de ella, sin apartarse del teléfono. Bella estaba
desconcertada, pero no rechistó, sabía que él la necesitaba en ese
momento; y aunque entre sus propósitos no estaba darle confianza,
sintió que no debía apartarse—. ¿Cuánto tiempo? —preguntó Edward
con voz resignada y ahogada por la posición en la que se encontraba—.
Allí estaré.

Cortó la llamada, dejó el teléfono en la mesa para enseguida rodear a la


chica con los dos brazos, al tiempo que respiraba pesadamente. Bella
había entendido poco de la conversación, pero no era difícil imaginar
que se trataba de algo que atormentaba a Edward, y sin poder evitarlo,
lo abrazó por los hombros y comenzó a acariciar sus cabellos
tiernamente. No le agradaba consentirlo tanto, pero inexplicablemente,
no podía dejar de hacerlo; al tiempo que recibía miradas de
preocupación por la reacción del hombre, y de aprobación por su trato
para con él de parte de las dos mujeres mayores.

—¿Qué sucede, Edward? —susurró en su oído.

—Los malditos de York —respondió.

—¿No han podido arreglar lo de las cotizaciones?


Negó con la cabeza. —Las obras están detenidas, y dicen que no
pueden hacer nada sin los materiales que según ellos solo yo puedo
hacer que los distribuidores desembolsen.

Bella guardó silencio, no sabiendo si lo que esas palabras implicaban la


favorecerían o solo serían un cambio de ambiente con iguales
situaciones. Edward levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—Siento que enloqueceré si me separo de ti en estos momentos, pero


no quiero que estés cerca de Emmett, ni de Jasper, ni de ninguno de los
hombres que puedan estar allá.

—Edward, soy tu esposa, nada cambiará eso… —dijo, y se arrepintió al


instante porque él podía interpretar que deseaba acompañarlo cuando
lo único que anhelaba realmente en ese momento era poder alejarlo así
fuese por unos días.

—Qué más desearía yo que llevarte, pero no te quiero cerca de ellos.


No soporto la forma en que Jasper te protege y como Emmett te
coquetea. —Cerró los ojos y sacudió la cabeza como tratando de alejar
un mal pensamiento y miró a la chica de nuevo a los ojos—. No te
quiero compartir con nadie —zanjó tajante para su alivio.

Bella acunó el rostro de Edward con las manos y le sonrió.

—Solo piensa en que el tiempo que estemos separados valdrá la pena


por nuestro reencuentro.

A Edward le brillaron los ojos de felicidad y una gran sonrisa se


estampó en sus labios.

¡Maldición! Bella, ¿qué te está pasando?

Se reprendió mentalmente al notar que estaba diciendo cosas que solo


podrían perjudicarla, frunció el ceño y se alejó de Edward. Solo
esperaba que éste olvidara sus palabras con los afanes de los negocios.
Al día siguiente, un Edward renuente y molesto se despidió de una
Bella que aparentaba resignación en cierta medida, pues sin encontrar
el porqué, comenzaba a experimentar un vacío al ver a Edward
caminar hacia el auto que lo llevaría a Londres, para de ahí, volar en
helicóptero hasta Edimburgo en Escocia, donde se desarrollaban las
construcciones.

Antes de partir la había besado apasionadamente, y estuvo renuente en


separarse de ella, luego le prometió que la llamaría cada vez que
pudiera y que le compraría todo lo que ella deseara; pero Bella, que
prefería no recibir nada de regalos de su parte, le propuso que después
podrían ir los dos y ella escogería qué comprar y qué no. Edward
accedió con una sonrisa en los labios, imposibilitado de negarle algo a
la mujer que tanto amaba.

Según le había dicho su suegro, quien la llamó después para


disculparse por arrebatarle a su marido en plena luna de miel, la
ausencia de Edward solo duraría un par de días, a lo que Bella le
pareció demasiado poco, y al mismo tiempo en su corazón se instaló
una calidez reconfortante que la hizo sentir incómoda.

Luego de que Edward partió, Bella se aventuró a la biblioteca


principal. Tenía tiempo que no se dedicaba a la lectura: los exámenes
finales antes de graduarse, luego el viaje a Londres, el trabajo en
CullenWorld y finalmente su forzado matrimonio. Al revisar los
estantes percibió con regocijo que había descubierto un tesoro. Libros
de todo tipo se hallaban ahí: tratados antiguos de medicina, biología,
química, agricultura y ganadería; ejemplares de novelas escritas en
siglos anteriores y que podrían bien ser las primeras ediciones; tesis
sobre negocios, administración de empresas, finanzas; y otros tantos en
los que cualquiera encontraría algo interesante que leer, sin importar
cuales fueran sus gustos. Tomando el libro de El Monje, que había
deseado leer desde hacía mucho, pero que le había sido imposible
conseguirlo porque al parecer las librerías de Estados Unidos, al menos
las pocas a las que había tenido acceso incluyendo las que tenían
ventas online, todas ellas se concentraban en la literatura moderna y
solo en los títulos más significativos de los clásicos.

Salió por la parte trasera de la casa seguida por Ron, ya que los galgos
habían desaparecido por completo del panorama; y se encaminó por
un largo pasillo descubierto que en su anterior expedición por la
mansión no había tenido mucho interés en explorar, y desde donde se
podía observar todo el terreno que era visible de camino al río, e
incluso la copa de los árboles que lo rodeaban. Al llegar al final, giró a
la izquierda y luego de pasar por un arco cuya pared adyacente estaba
totalmente forrada en enredaderas de flores pequeñas y variados
colores, se encontró con una gran piscina de baldosa azul claro, con
sillas de playa esparcidas alrededor con espacio de sobra para caminar;
donde ésta terminaba, se podía observar un bar al estilo campestre con
techo de paja y las sillas sumergidas en el agua. Al otro costado del
lugar, un jacuzzi para 4 personas, que en el momento se mantenía
apagado. A unos pasos de ella divisó una puerta junto a las duchas que
indicaba era el vestidor.

—¡Vaya! Río, piscina y jacuzzi… Esto es de locos —dijo riendo y


moviendo la cabeza de un lado a otro con ironía. Ella de niña se
emocionaba con la piscina inflable que su padre armaba en la parte
trasera de la casa, y ahora tenía de dónde escoger.

Se acomodó en una de las tumbonas y abrió el libro para comenzar a


leer, por fin sin Edward rondando a su alrededor y pasando el tiempo
antes de que llegara la hora del almuerzo. El felino se acomodó
plácidamente entre sus piernas, ya reconociéndola como su dueña.

PREFACIO

IMITACIÓN DE HORACIO, Epístolas, 1, 20

Creo, ¡oh libro, vano y malpensado!,

Que te veo lanzar miradas de avidez


A Paternoster, lugar de grande fama,

Donde se pierden y ganan nombradías.

Una hora después, unos gritos provenientes de la parte trasera de la


propiedad y que se acercaban rápidamente, la alarmaron. Eran gritos
de mujer y se escuchaba desesperada. Levantándose rápidamente, y
casi arrojando al felino al suelo que se quejó al sentir que el libro por
poco le cayó encima, se apresuró a salir de la zona y se dirigió al
pasillo. Una mujer de unos 27 años de edad, del alto de Heidi, con el
cabello rubio, largo hasta la cintura; piel blanca, pero no pálida como la
suya sino de un bello tono rosado; y a pesar de que sus mejillas estaban
empapadas en lágrimas y su rostro se notaba compungido por la
angustia, Bella pudo percatarse que la belleza de la mujer no se
comparaba con ninguna otra que hubiese visto jamás, con todos sus
rasgos perfectamente proporcionados.

—¡Señora Natalie! ¡Señora Natalie! Ayúdeme, por favor —gritaba la


mujer pasando de largo sin reparar en la presencia de Bella.

—¿Qué le sucede? —gritó Isabella corriendo tras ella, y alcanzándola la


tomó de un brazo y la giró—. ¿Qué le pasa?

—Necesito ayuda, por favor —sollozaba la mujer—, tengo que hablar


con la señora Natalie o con la nueva señora Cullen.

Bella abrió la boca para indicar que era ella y preguntar quién era
Natalie, pero en ese momento Nani salió de la casa corriendo con Katy
y unos criados siguiéndola.

—¡¿Qué es lo que pasa?! ¿Quién grita…? ¡Rosalie! Rosalie, niña, ¿qué


tienes? —preguntó Nani llegando hasta donde la joven y tomándola de
los brazos.

—Es Royce King, señora Natalie, Félix se enteró que él había intentado
sobrepasarse conmigo y salió a enfrentarlo. Usted sabe que ese horrible
hombre carga un machete y ahora deben estar peleando. ¡Por favor!
Necesito hablar con la señora o el señor Edward. ¡Va a matar a Félix!

La joven comenzó a llorar convulsamente. La mente de Bella era un lío,


se preguntaba de dónde había salido esa mujer, y por qué llegaba a
pedir ayuda a la casa. Hasta que reparó en su ropa que consistía de un
vestido campestre sin ser anticuado, azul rey con mangas cortas y
cuello redondo fruncido, las faldas le llegaban hasta los tobillos y bajo
estas asomaban unas botas de trabajo pero claramente femeninas.
Definitivamente esa chica era proveniente de las plantaciones de las
que tanto había escuchado hablar y que aún no conocía.

—Ese hombre nunca me ha gustado —dijo Nani; que hasta ese


momento Bella se había enterado de que su nombre era Natalie, pues
la servidumbre de la casa se dirigía a ella como señora Nani—. Vamos,
hija, no te preocupes, el señor Edward no está, pero la señora Isabella sí
se encuentra, es ella —concluyó señalándola.

La rubia se giró hacia ella y acercándose, la miró de forma angustiosa.

—Por favor, señora, venga conmigo, se lo suplico. Royce va a matar a


mi hermano, si no lo ha hecho ya. Vine corriendo para pedir ayuda
porque sé que ninguno de los campesinos se atrevería a arremeter
contra él.

Bella se la quedó mirando con los ojos desorbitados, y deseó con todas
sus fuerzas que Edward estuviese ahí para poder hacerse cargo,
porque ella no sabía qué hacer. Estaba a punto de hacérselo saber
cuando un pensamiento le llegó de repente: Ella era la señora Cullen, la
esposa de Edward Cullen. Si bien era cierto que se había casado
obligada, lo había aceptado con todas sus pretensiones y
responsabilidades.

Eres mi hija, princesa, y más aún de tu madre.


La voz de su padre retumbó en sus oídos, y supo que si se acobardaba
ante esa situación no solo haría quedar mal a la familia de su esposo,
sino también a la suya; y a su padre que la veía desde donde quiera
que estuviera, y le decía que ella era fuerte porque llevaba su sangre.

Sin pensarlo más tiempo tomó a la joven de un brazo.

—Vamos enseguida, no voy a permitir que estas cosas pasen en mis


tierras —dijo firmemente, sin saber de dónde habían salido esas
palabras, pues hasta hace unos minutos no deseaba nada de lo que
Edward pudiera darle.

Ordenó a Nani que uno de los hombres fuera por el carrito de golf, al
tiempo que recibía una sonrisa orgullosa de Katy sin entender bien por
qué.

Rosalie le daba las gracias entre sollozos, mientras Bella la consolaba y


abrazaba lo mejor que podía, pues la mujer era más alta que ella.
Rápidamente se subieron al carrito que llegó en esos momentos, y Bella
le pidió al joven que lo manejara él mismo, pues ella no sabría bien
cómo hacerlo y tenían prisa.

Llegaron rápidamente a la zona en que los árboles formaban una


especie de muralla que Bella había visto a lo lejos desde el río, pero
nunca se imaginó que detrás de ellos estuvieran los cultivos y sus
trabajadoras.

—Deben estar por allá —indicó Rosalie con su marcado acento y el


hombre la obedeció.

Al llegar, un grupo de personas vestida de forma similar a Rosalie se


encontraban observando algo, y al percatarse del pequeño vehículo se
giraron y comenzaron a gesticular y a gritar para que se apresuraran,
abriendo paso al mismo tiempo que miraban a Bella extrañados de que
al parecer era solo una niña.
En el centro de la discusión, Bella se encontró con un gigante tratando
de arrebatarle un machete a un hombre, que obviamente no habría
podido hacerle frente si no hubiese sido por el arma. El primero era tan
alto como Emmett, o incluso un poco más; musculoso y muy guapo, de
cabello tan negro como la noche, y vestía con un jean y una camisa
blanca que se encontraba bastante sucia de tierra, desabotonada en el
pecho. El otro era del alto de la rubia pero no tanto y de aspecto
flacucho, si no hubiese tenido expresión cínica se le habría podido
considerar atractivo; vestido con ropas que distaban mucho de un
campesino, incluso se veía ridículo con el pantalón de lino color rojo y
la camisa de arabescos de todos los colores posibles. Para Bella no fue
difícil descubrir cuál de los dos era el hermano de la chica a su lado,
pues con las solas miradas se podía identificar quién era
el malnacido que le había faltado el respeto a Rosalie.

El hombre que supuso era Royce King, batía el arma de un lado al otro
tratando de herir a su contrincante, mas nadie hacía nada para
apartarlo. Todos miraban con ojos de terror. De alguna forma le temían
al horrible sujeto y no se atrevían a desafiarlo como la misma chica lo
había indicado.

—¡Suficiente! —gritó Bella, pero ninguno de los dos se detuvo y cayó


en cuenta del porqué: Nadie la reconocía como la señora Cullen.

—¡He dicho que se detengan! ¡Es una orden! —gritó de nuevo sacando
valor de no sabía dónde. La expresión de todos cambió al entender de
quién se trataba, pero los dos implicados continuaban ignorándola.

En un movimiento rápido, Félix se lanzó sobre el hombre y éste


tratando de salvarse del gigante batió el gran cuchillo y lo hirió en un
costado, provocando el grito de todos los presentes. Félix se tambaleó y
cayó al suelo aferrando la herida, mientras King en otro movimiento, le
golpeaba con la empuñadura en la parte posterior de la cabeza.
Finalmente con una sonrisa triunfante, levantó el arma para asestarle el
golpe mortal con el filo de la hoja.
Mirando hacia todos lados vio en las manos de uno de los hombres
una larga vara que parecía ser una gruesa rama de un árbol. Rogando a
Dios para tener la fuerza suficiente para levantarla, se la arrebató de las
manos, la alzó sobre su cabeza y la descargó con todas sus fuerzas
sobre la espalda del bárbaro. Éste soltó el machete y cayó al suelo
visiblemente aturdido. Bella soltó la madera y los miró a todos con la
furia bullendo en su interior, algo o alguien se había apoderado de ella,
y ya no se sentía la chica de 19 años que había sido obligada a casarse,
sino la esposa de un gran empresario y dueño de propiedades que
ahora le pertenecían a ella también; se sentía una mujer completa, toda
una Cullen y una Swan al mismo tiempo.

—No voy a tolerar este tipo de situaciones en mis propiedades —


anunció con voz firme y alta—. ¿Se puede saber por qué ninguno de
ustedes intervino? ¡Respondan! —retó con la mirada acusadora que
recorría a la pequeña multitud que la observaba con los ojos bien
abiertos y las mandíbulas caídas, atónitos.

—Quién se cree, muchachita, para venir a gritar de esa forma en mis


terrenos y golpearme de esa forma —graznó Royce levantándose del
suelo con dificultad, y mirando a la chica de forma amenazante. La iba
a golpear, no había levantado el brazo pero en su mirada se podía ver
claramente la intensión.

Bella armándose de valor se paró frente a él y lo encaró sin importarle


ser más baja. Su mirada era segura y penetrante.

—Mi nombre es Isabella Cullen y usted puede ir buscando un lugar en


dónde vivir y trabajar, porque no volverá a pisar ni un solo centímetro
de Gillemot Hall y sus alrededores.

El hombre se turbó por un segundo, pero enseguida se recompuso y


una sonrisa atrevida se instaló en sus labios. Bella jamás había
conocido a un hombre tan despreciable.
—Usted, señora, no tiene la autoridad para expulsarme de aquí. Yo soy
el administrador de las plantaciones y solo alguno de los señores
Cullen puede despedirme, cosa que no sucederá.

Bella se lo quedó mirando con rabia contenida. No solo era la


propiedad y sus alrededores las que se habían detenido en el tiempo,
sino también la gente. Parecía que estuviese inmersa en alguna novela
del siglo XVIII o XIX, y era claro que para ese hombre las mujeres no
tenían ningún tipo de valor ni autoridad. Seguramente pensaba que
ella solo era un objeto para su esposo, como pretendía él hacer con
Rosalie y quién sabe cuántas jovencitas más; pero lo que no sabía era
que Edward haría todo lo que ella le pidiera, sin ningún tipo de
restricción, y sabía que esa no sería la excepción.

—Será mejor que vaya empacando, porque si quiere que sea un


hombre quien lo saque de aquí, no tengo ningún reparo en concederle
ese deseo.

Bella se giró para ordenar que subieran al hermano de Rosalie al


carrito, pero sintió cómo su nalga era rozada sin contemplaciones. El
hombre la había tocado. Sin pensarlo dos veces se giró de nuevo y con
el puño cerrado le propinó un fuerte golpe en la mejilla. King se
tambaleó pues no esperaba que la joven reaccionara y enseguida
levantó la mano para bofetearla.

—Atrévase a ponerme una mano encima de nuevo si quiere firmar su


certificado de defunción a cambio de su despido, si es que no lo hizo
ya —amenazó Bella fulminándolo con la mirada, y sin esperar
respuesta, se apartó.

Ordenó que subieran a Félix al vehículo y le dijo a Rosalie que subiera


también. Le pidió al conductor que arrancara y se encaminaron a la
mansión.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Bella a la chica que sostenía el
cuerpo del hombre para que no cayera.

—Está inconsciente por el golpe, pero lo que me preocupa es la herida.


Está perdiendo mucha sangre —explicó Rosalie un poco más calmada.

—No te preocupes, llamaremos a un médico, todo estará bien.

—Muchas gracias por todo, señora, no sabe cuánto…

—No me lo agradezcas, Rosalie, era mi deber, y dime Bella, por favor,


odio que me digan señora.

—Gracias, Bella. Nunca imaginé que la esposa del señor Edward fuese
como tú.

El tono que usó la chica para decir las últimas palabras le indicó a Bella
que algo ocultaba, pero decidió que no era el momento de indagar.

Llegaron a la casa rápidamente, y una vez ahí explicaron a Nani y a


Katy lo sucedido, omitiendo la nalgada. Varios hombres de la casa
llevaron a Félix hasta una de las habitaciones de huéspedes de la
segunda planta. Llamaron al médico que siempre atendía los casos en
la propiedad, y una hora después Félix se hallaba fuera de peligro, con
el torso vendado y un somnífero en su organismo para que pudiera
descansar; a Rosalie le instalaron una cama en la misma habitación
para que pudiera pasar la noche ahí, pues el médico indicó que aunque
despertaría en cuestión de horas, no era bueno que se moviera hasta el
día siguiente.

—Tenemos que llamar al señor Edward —dijo Katy en la habitación


contigua a la de huéspedes, en donde había una pequeña sala y las
cuatro mujeres se encontraban reunidas, almorzando y comentando lo
sucedido—. Esto no se puede dejar pasar.
—Es cierto —concordó Nani—, no es la primera vez que recibo quejas
de ese hombre. Le gusta perseguir a las jovencitas y a las mujeres
solteras, y en ocasiones se han escuchado que hasta se ha atrevido a
abusar de ellas.

—¿Te hizo algo, Rosalie? —preguntó Bella, preocupada.

—No, siempre trato de estar acompañada porque desde que era una
adolescente me ha acosado, pero no había querido decirle nada a mi
hermano porque conozco su temperamento. Esta vez una amiga se dio
cuenta y corrió a decirle, yo traté de detenerlo antes de que lo
encontrara pero no me escuchó y salió en su búsqueda; todos sabemos
que a esa hora estaría del otro lado de los cultivos coordinando los
empaques, si es que a pasearse de un lado al otro con un machete en el
cinto se puede llamar coordinar; fue entonces cuando corrí hacia acá,
rogando por regresar antes de que algo horrible sucediera. Es cierto
todo lo que la señora Natalie dice.

—Pero, ¿cómo es posible que Edward haya permitido algo así? ¿O


Carlisle y Emmett? —preguntó Bella indignada.

—Los señores vienen acá muy de vez en cuando, y solo se limitan a


recibir informes que precisamente les proporciona Royce King —
explicó Nani—. El que más frecuenta la propiedad es el señor Edward,
y una vez recibió quejas de mi parte pero nunca se pudo comprobar
nada, pues la chica en cuestión se empeñó en negar que Royce la
hubiera tomado por la fuerza, cuando todos sabíamos que así sucedió.

—¡¿Pero acaso Edward es idiota?! —exclamó Bella sin importarle que


las tres mujeres la miraran asombradas—. Cualquiera podría ver que
ese hombre es un cínico; además, ¿por qué le tienen tanto miedo? Es
solo uno y ahí vi a varios que perfectamente podrían hacerle frente.

—Porque todos saben de lo que es capaz y además que no está del todo
solo —dijo Rosalie bajando la voz.
—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Bella.

—Hay dos más con él, son sus amigos que aunque no trabajan aquí, sí
en las propiedades colindantes y pasan de un lugar a otro haciendo lo
que les plazca. King es un desalmado y todo el que se meta con él
termina muerto. Una vez pasó con el padre de una chica y después
dijeron que se había ahogado en el río, cuando todos sabíamos que él
era un muy buen nadador a pesar de su edad; pero eso tampoco se
pudo comprobar. El señor Carlisle prohíbe tener armas de fuego aquí a
excepción de los vigilantes, es por eso que mi hermano ahora está vivo.
Es una regla que no ha podido quebrantar, aunque nadie descarta que
tenga alguna escondida.

—Su padre era diferente —aseguró Nani—. Era el antiguo


administrador y era justo y noble con todos, pero cuando murió su hijo
lo reemplazó… a ese muchacho lo dañaron sus amistades de la
juventud.

—De todas formas es el colmo que Edward lo mantenga aquí todavía;


sin embargo, no será por mucho tiempo —aseguró Bella con el ceño
fruncido—. Edward estará de regreso en un par de días y apenas
llegue le diré lo sucedido. No lo hago ahora porque no quiero
inquietarlo mientras está atendiendo los negocios. ¿Tienes algún otro
familiar cercano? ¿Padres, hermanos con los que ese hombre pueda
arremeter?

—No, solo somos Félix y yo. La madre de Félix abandonó a nuestro


padre dejándolo con él recién nacido y nunca más se ha sabido de ella,
mi padre se casó con mi madre un par de años después, por eso
compartimos el mismo apellido: Hale. Mi padre murió hace 5 años de
cáncer y mi madre lo siguió al año. Ninguno de los dos nos hemos
casado así que estamos solos.
—Muy bien, entonces se quedarán aquí hasta que Edward regrese y
esta situación se arregle —dijo Bella—, no quiero exponerlos ni a ti ni a
tu hermano. Puedes estar tranquila.

—Te lo agradezco, Bella, pero… y si el señor Edward no accede a…

—Lo hará, Rosalie, no tengo duda que lo hará —dijo Bella con
seguridad. Estaba entendiendo lo que Heidi le había dicho sobre
Edward y cómo podía lograr lo que quisiera si actuaba de forma
inteligente.

Rosalie le agradeció nuevamente y Bella se retiró para llamar a


Edward, necesitaba comenzar a abonar el terreno.

—Nena, no imaginé que me llamarías… No puedo creer que seas tú —dijo


Edward desde el otro lado de la línea, con voz alegre.

—Solo quiero saber si llegaste bien —dijo Bella y por alguna razón
sintió que así Rosalie no hubiese aparecido, ella igual lo habría hecho.

—Acabo de bajarme del helicóptero, estoy con mi padre. ¿Cómo estás tú? ¿Me
extrañas?

—Solo tenemos unas horas separados y faltan dos días. De seguro a la


noche te extrañaré.

¡Mierda! No debí decir eso.

—Mmm, a la noche —susurró Edward con tono sugerente—, no me


provoques, nena, porque no me importaría pasar 6 horas viajando con tal de
hacerte el amor.

—¡No! Digo… No es necesario y no me refería a eso; digo porque… ya


me he acostumbrado a dormir a tu lado. A dormir —enfatizó las dos
últimas palabras.
—Espero que pronto hagamos mucho más que dormir. Me lo prometiste, no
veo la hora de tenerte entre mis brazos y hacerte el amor como te mereces. Solo
deja que regrese y… Ah, Isabella, hay tantas cosas que deseo hacerte…

—Sí, sí ya. Suficiente. No quiero que la gente que está cerca de ti


escuche lo que me dices —dijo Bella molesta y sintiendo su cara
enrojecer.

—No importa, ya después te lo demostraré… Muy pronto, Isabella, muy


pronto.

Bella se estremeció un poco y apresurando la conversación, se despidió


con la promesa de él de llamarla antes de irse a dormir. Ese hombre
podía ponerla nerviosa y molesta en unos segundos.

Bella pasó toda la tarde conversando con Rosalie. Se enteró que Félix
tenía 31 años de edad y ella 27, como lo había supuesto; su hermano
era perseguido por todas las jóvenes de la zona, pero él estaba
dedicado a su trabajo en los cultivos y a ella, a quien veía como a una
niña.

—Ese es el mal de los hermanos mayores —dijo Bella contándole a su


vez sobre Jasper y la forma cómo él la protegía aún sin tener lazos de
sangre.

Rosalie también le contó que solo conocía a Edward, pero que había
sido cuando eran niños, a los demás no los había visto nunca. Bella le
preguntó el porqué, estando tan cerca de la mansión.

—¿Es que acaso les tienen prohibido acercarse a la casa? —preguntó


Bella sin poder imaginarse a Carlisle, a Esme ni a Josehp siendo
elitistas y discriminatorios en ese sentido.

Rosalie se sonrojó fuertemente y negó con la cabeza.

—¿Qué pasa, Rose? Confía en mí.


—Confío en ti, Bella, es solo que… no creo que te agrade escucharlo.

—¿Tan grave es? —Rosalie asintió—. ¡Vamos! No puedes dejarme así.


Cuéntame lo que sea, no importa, en serio.

—Es que… mi madre me tenía prohibido acercarme a la casa.

—Entonces conociste a Edward en una de sus idas a los cultivos —


afirmó Bella esperando una confirmación.

—No… yo… yo dejé de venir a la casa cuando tenía 6 años porque el


señor Edward… me robó mi primer beso —dijo y su expresión se tornó
mortificada.

Bella se la quedó mirando con los ojos bien abiertos, al igual que la
boca. No sabía qué decir.

Ese hombre tiene un serio problema, yo diría que es algo depravado.

A todas las presentes, menores que él, nos robó nuestro primer beso cuando
solo éramos unas niñas, pero cuando nuestros hermanos querían romperle la
cara, salía corriendo a esconderse en las faldas de Esme.

Recordó las palabras de las mujeres con las que había conversado en su
fiesta de compromiso.

—Es un depravado —dijo en voz baja, más para sí misma que para que
la rubia la escuchara.

—No quiero que crea que yo siento algo por él, en serio, solo era una
niña y llegué llorando a mi casa porque me asusté, así que mi hermano
lo buscó y lo golpeó. Mi madre me prohibió volver a la casa, pues
aunque conocía a la señora Esme y la educación que le daba a sus hijos,
no quería tentar a la suerte en ocasiones futuras. —Rosalie hablaba
rápidamente, desesperada—. Ni siquiera sé qué apariencia tiene ahora
y no me importa, las veces que ha ido mi hermano me ha ordenado no
salir de la casa y por eso no conozco a ninguno de ellos… Solo fue algo
de niños. Debe creerme.

Bella miró a la mujer por unos segundos y sin poder contenerse soltó
una fuerte carcajada, desconcertando a la chica.

—¡Dios! Me casé con un roba besos profesional.

Sus carcajadas continuaban y Rosalie entendiendo que ella no lo había


tomado a mal comenzó a reír también.

—No es la primera vez que escucho eso, y es increíble que sea tan
guapo cuando tantos hermanos molestos le reventaron la cara antes de
la adolescencia —dijo Bella riendo todavía.

—Los otros eran más pequeños y no los dejaban salir de la casa, por
eso nunca los conocí, esa vez me acerqué a la mansión siguiendo a un
conejo, y ahí pasó todo… ¡Dios, qué vergüenza! Nunca imaginé hablar
de esto con la esposa de él.

—No te preocupes, Rose, no pasa nada. Como dices es cosa de niños.


Edward me ama y… —Se quedó en silencio al darse cuenta de que ese
pensamiento la reconfortaba, pero de pronto el frío de la duda se
instaló en su corazón, haciendo que su sonrisa desapareciera. Miró a
Rosalie y reparó en su formidable belleza que solo se podía comparar
con la de Heidi o Alice; sin embargo, ellas eran su familia, pero Rosalie
no lo era y Edward no la veía desde niña.

Puede que se enamore de ella y me deje en paz.

Pensó, pero el solo hacerlo hizo que su corazón se estremeciera y un


fuerte dolor la atravesara: quería liberarse de Edward, pero el saberlo
enamorado de otra mujer no era algo que le agradara.

—¿Pasa algo? —preguntó Rosalie preocupada porque Bella hubiese


cambiado de opinión.
—No, no me hagas caso, es que… recordé que tenía que hacer algo. No
es nada.

Rosalie asintió un poco más tranquila, y luego de un rato más de charla


Bella la dejó sola para que descansara un poco, no sin antes pedirle que
apenas Félix despertara le avisara, sin importar la hora, y le indicó
dónde quedaba su alcoba.

Bella llegó a su habitación, le dijo a Katy que no deseaba comer nada, y


se quedó sola. Se duchó, se puso un pijama de los más nuevos que
tenía para poder atender al llamado de Rosalie y se acostó en la cama
que llevaba días compartiendo con Edward.

Su celular comenzó a sonar y ella lo contestó sin siquiera ver quién


llamaba.

—¿Edward?

—Hola, belleza, ¿cómo pasaste la tarde? —preguntó Edward con voz


suave.

—Bien. —Bella sonrió sin saber por qué—. Conocí a alguien —dijo
dudando de si recordarle la existencia de Rosalie y pensándolo mejor,
se dio cuenta que sería inevitable que se vieran cuando él regresara.

—¿A quién? —Su voz había cambiado a un tono brusco y aprehensivo.

Bella abrió la boca para decir el nombre de Rosalie, pero lo pensó mejor
y decidió jugar un poco con su esposo, para ver qué tanto recordaba.

—A un hombre, su nombre es Félix. —Suspiró soñadoramente y tuvo


que contener la risa al escuchar un gruñido desde el otro lado de la
línea—. Es muy guapo como Emmett, alto como Emmett, y con un
cuerpo de infarto como Emmett. Ay, Edward, se parece tanto a Emmett
que…

—¿Que qué? Isabella —dijo Edward entre dientes.


—Que creo me he enamorado.

El gruñido que escuchó por el teléfono se convirtió rápidamente en un


grito salvaje. Edward acababa de enloquecer de celos y Bella sintió que
le volvía el alma al cuerpo, al menos un poco.

—¡Voy para allá, ahora mismo! Y te juro, Isabella, que si lo encuentro lo mato,
me entendiste, ¡lo mato!

—Ay, Edward, no es… ¡Mierda, mierda! ¡No! No, Edward. ¡Colgó!

Se incorporó en su lecho e intentó llamar de nuevo pero él no le


contestó, y el nombre de su suegro llegó a su mente. Buscó su número
en la agenda del celular y rogó porque contestara.

—Bella, ¿qué sucede? Edward está como loco y dice que se va, que tiene que
matar a alguien —dijo Carlisle apenas contestó.

—¡Ay, Carlisle! Le jugué una broma y se la creyó. No dejes que venga,


por favor, necesito hablar con él, necesito calmarlo.

—Dame un segundo. —Bella escuchó que Carlisle llamaba a Edward y


los gritos de éste hasta que sintió su voz acercarse al auricular.

—Dime dónde lo conociste, quién es y dónde se encuentra ahora. —La voz de


Edward era amenazante y contenida. Estaba a punto de sufrir una
apoplejía, de eso estaba segura.

—Edward, escúchame, por favor. Era una broma… —Pensó en decirle


cuales eran las circunstancias, pero si él se enteraba que ese hombre sí
existía y que estaba dormido en una de las habitaciones del mismo
piso, no dudaría en ir a matarlo o a rematarlo, pues estaba segura que
no le importaría que él estuviera inconsciente y herido—. Solo quería
jugar contigo, nada más. ¡Pero claro! Tú no confías en mí. Crees que
soy una puta que se la pasa coqueteando a cuanto hombre se le
atraviesa y no eres capaz de pensar que soy tu esposa y que… que no
quiero estar con nadie más.

Edward jadeó y se mantuvo en silencio por unos segundos.

—¿Nadie más? —preguntó en un susurro que sonó a súplica.

Bella se mordió el labio inferior y tuvo que acceder para calmarle los
ánimos.

—Nadie, Edward, solo eres tú.

—No me mientas, por favor.

—No lo hago —dijo Bella sintiendo que era cierto. No lo amaba, pero
no había nadie más—. Tú eres el único, Edward… Siempre será así.
Nada más quería molestarte un poco.

—¿Un poco, Isabella? Casi me matas. No lo vuelvas a hacer, mi amor, por


favor. El solo hecho de… No lo soportaría —rogó ya más calmado. Había
logrado tranquilizarlo.

—Perdóname por favor, solo era un juego. Me crees, ¿no es así?

—Te creo, mi nena, te creo. Perdóname tú, por desconfiar de ti… Isabella, solo
tú tienes la facultad de ponerme así.

—Lo sé y lo siento. No volverá a suceder. ¿Me perdonas? —Bella hizo


un puchero y habló como una niña pequeña.

—Solo si cuando llegue me recibes desnuda —respondió Edward


juguetonamente.

—¿Desnuda? ¿En la entrada de la casa donde todos puedan verme? —


preguntó con voz inocente. Se sentía feliz en ese momento y con ganas
de una broma más.
—¡No! ¡Ni se te ocurra! Tu cuerpo es mío, nena, solo mío… Y sí, te perdono,
aunque… no descarto pegarte unas cuantas nalgadas cuando regrese por
haberte portado mal.

Bella soltó una risita divertida y se despidió de él alegando que


deseaba continuar leyendo. Cortó la llamada y sin poder borrar la
sonrisa de su rostro continuó con el libro.

Pasada la media noche, Rosalie tocó a su puerta desde el recibidor de


la habitación que había dejado abierta por si se dormía. Se levantó
rápidamente y salió a su encuentro.

—Está despertando —anunció la rubia y las dos se dirigieron al cuarto


de invitados.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Rosalie sentándose a su lado.

Félix miró a todas partes desconcertado y parpadeando para terminar


de espabilarse.

—Me duele un poco la cabeza. ¿Dónde estamos?

—En la mansión, ella es la esposa del señor Edward, quien dio la orden
de traerte aquí.

Bella se acercó brindándole una sonrisa amable y le contó lo sucedido.

—Muchas gracias por todo esto, Bella —dijo Félix llamándola como
ella misma le había pedido—. Mi hermana es lo más importante para
mí y no soportaría que algo le sucediera.

—Puedes estar tranquilo. La casa está siendo custodiada y ese hombre


no entrará en ella. Edward llega en dos días y todo se arreglará.

—Todos le temen a Royce King, que no te extrañe verlo rondando los


pasillos —advirtió el hombre.
—Los guardias no lo hacen. Están armados y me obedecen solo a mí. Si
saben lo que les conviene no permitirán que se acerque —aseguró
Bella—. Ahora es mejor que descanses. El doctor Wells vendrá en la
mañana y él dirá si puedes salir de la habitación o no; sin embargo te
advierto, sea cual sea su diagnóstico, no permitiré que te alejes de la
casa. No quiero que te expongas.

—Pero…

—¡Nada! Pero nada, Félix. Si no lo quieres ver como una petición


entonces como una orden, y sabes que tengo autoridad para hacerlo,
¿no es así? —Lo miró arqueando una ceja.

—Sí, señora… Bella —dijo enfurruñado con el ceño fruncido.

Bella le guiñó un ojo a Rosalie quien soltó una risita divertida. Las dos
compartían el mismo amado problema.

Despidiéndose de los hermanos Hale, regresó a su habitación y se


acostó en su cama dispuesta a dormir; pero un rostro hermoso y
coqueto llegaba constantemente a su mente, y una voz aterciopelada
susurraba en su oído palabras de amor y deseo. Edward la estaba
enloqueciendo. No lo soportaba cerca pero le dolía tenerlo tan lejos, y
aunque deseaba que la dejara libre, la atormentaba la idea de perderlo
en brazos de otra.

¿Qué me estás haciendo, Edward Cullen?

Se preguntó, y sin respuesta alguna, se quedó dormida.


CAPÍTULO 24


Estoy perdida por completo
y tú eres el causante de mi desasosiego.
Los sueños llegan y me atormentan,
y solo tus brazos me consuelan.
Debo poner una barrera,
antes de que mi corazón ceda.

E l bosque que la rodeaba era bien conocido para ella. Había pasado muchos
atardeceres en soledad en ese lugar mientras soñaba con estar entre unos
fuertes brazos morenos y con una cabeza de cabello negro medianoche
enterrada en su cuello, prodigándole besos y caricias al tiempo que sus labios le
juraban amor eterno. Suspiró, añorando algo que sabía que jamás tendría y
conformándose con el conocimiento de que él era feliz, así fuese en manos de
otra mujer. De repente, cuando más sumida estaba en sus anhelos de ser
dueña de un corazón que ya había sido entregado a otra persona, sintió unos
pasos que se acercaban decididos hacia ella. Al girarse se encontró con la razón
de sus desdichas, con la ladrona de sus sueños y de su vida entera. Tímida
intentó saludarla, pero sus palabras se detuvieron en su lengua cuando el
bosque a su alrededor se tornó oscuro, como si la más negra noche hubiese
adelantado su llegada; miró a la mujer frente a ella y fue testigo de cómo el
hermoso rostro se convertía en uno lleno de crueldad y cinismo; sus cabellos
rubios como el sol se convirtieron en serpientes que danzaban sobre la cabeza,
inclinándose hacia ella para intentar morderla.

—¡Aléjate de él! —vociferó la mujer con voz de trueno—. ¿Crees acaso que un
hombre como él puede siquiera sentir el más mínimo deseo hacia una mujer
insignificante como tú? ¡No, estúpida! Kopján me ama a mí. Es a mí a quien
hace suya todas las noches y todo los días, es a mí a quien jura amor eterno y
entrega su corazón en cada latido, es a mí a quien prefiere por encima de todas,
y es a mí a quien hará su esposa para siempre.

La joven gritó desesperada, tratando de negar la verdad que le era lanzada en


cara tan vilmente, pero su voz era opacada por la potencia con que seguían
siendo dichas aquellas palabras que tanto le dolían.

—No eres nada ante mí. ¡Mírame! Soy una mujer hermosa, capaz de
complacer a cualquier hombre, pero ¿qué eres tú? Una insignificante
mujercita que no sabe ni besar siquiera. Aléjate de él pues le repugnas, no eres
suficiente para él, eres como la tierra que pisan sus pies y menos aún. Él es
mío, chiquilla inexperta. ¡Mío! ¡Mío! ¡Mío! —Y las palabras se convirtieron
en estridentes carcajadas al tiempo que un viento helado la recorría.

Isabella se despertó agitadamente, con una fuerte opresión en el pecho


y la garganta reseca sin explicación aparente. La embargaba una
enorme angustia, igual que al despertar de los otros sueños.
Derramando lágrimas de desolación, miró a su alrededor y se vio sola
en la cama que compartía con su esposo, y su dolor se intensificó.

—Edward —susurró entre sollozos.

Tomó la almohada en la que él siempre apoyaba su cabeza y la apretó


contra su pecho, acercando su nariz a ésta. El aroma de Edward se
mantenía concentrado en ella y un vacío se instaló en su corazón.
Comenzó a llorar convulsamente, empapando la almohada en el
proceso. Quería hablar con él, necesitaba hacerlo y escuchar de sus
labios las frases que en ocasiones anteriores tanto la molestaban pero
que ahora estaba segura que la reconfortarían. Giró su cabeza y miró el
reloj de la mesa de noche que marcaba las 4:00 a.m.

Tomó su celular, indecisa de realizar la llamada.

¿Y si no quiere hablar conmigo?


¿Y si se enoja por despertarlo?

¿Y si está con otra?

Ese pensamiento fue como una puñalada para su alma. A pesar de que
hacía poco más de una semana que Edward había abusado de ella,
ahora se encontraba en el dilema de si sería suficiente para él tenerla
como mujer.

Edward era un hombre muy guapo, hermoso incluso; sexy, decidido,


poderoso y millonario. Todo lo que una mujer podría desear y más.
Era su esposo, pero esa situación no le aseguraba su fidelidad y menos
con tentaciones como Rosalie rondando por la casa.

Su lado egoísta le susurró al oído que les pidiera a los hermanos Hale
que regresaran a su casa y solucionaran sus problemas como pudieran,
pero la Bella que había sido siempre desechó esa idea al instante. Ellos
no tenían culpa de sus dudas, y Rosalie tampoco sería culpable de
atraer a Edward con su belleza; sin embargo, recordó a la mujer de su
sueño y como ésta siendo también rubia le aseguraba que ese hombre
le pertenecía.

Kopján.

Repitió el nombre en su mente y sin un significado aparente para ella,


seguía relacionándolo con Edward; y las palabras de la mujer la
hicieron comenzar de nuevo con sus sollozos que se volvieron casi
agónicos. Necesitaba hablar con Edward. Ya no le importaba si se
molestaba, solo quería escuchar su voz y nada más. Buscó entonces el
número en la agenda de su teléfono y oprimió llamar, rogando porque
contestara; así sucedió.

—¿Isabella? —La voz de Edward sonaba pesada por el sueño.

Bella soltó un sollozo fuerte al escuchar la voz tan anhelada.


—Isabella, ¿qué…qué tienes? ¿Qué te pasa? Por Dios, mi amor, ¡dime algo!

Mi amor. Eso era lo que necesitaba escuchar.

—Edward… —Intentó decir pero se ahogó de nuevo, consiguiendo


gritos desesperados desde el otro lado de la línea. Edward estaba
enloquecido.

—Isabella, por favor, ¿qué tienes, mi nena? Dime algo… Voy a tomar el
helicóptero ahora mismo… Por favor, dime que estás bien, mi amor…

Bella negó con la cabeza como si él pudiera verla hasta que pudo decir
una sola palabra.

—Pesadilla…

Pero Edward no la escuchó.

—Edward, tuve una pesadilla y… tengo miedo —dijo por fin en tono
más alto tomando agua del vaso que estaba junto al reloj.

—¿Qué? —preguntó Edward bruscamente.

Debe pensar que soy una niña estúpida, la mujer de mi sueño tenía razón.

Comenzó a llorar de nuevo y cortó la llamada.

Soy una tonta, una completa estúpida… estúpida… estúpida, repetía


una y otra vez apretando la almohada, que aún estaba en sus brazos,
contra su rostro.

El sonido del celular llamó su atención y tomándolo vio que era


Edward quien llamaba. Temerosa de lo que él pudiera decirle, la
atendió.

—Isabella, por favor, dime que lo que escuché es cierto, que tuviste una
pesadilla y te asustaste —rogó con voz suave pero apremiante.
Bella se mordió el labio. Después de todo era cierto lo de la pesadilla, y
tenía miedo de perderlo, solo que eso no se lo diría.

—Sí… Edward, lo siento tanto, yo no quería molestarte, por favor


perdóname, soy una tonta…

Edward soltó todo el aire contenido y Bella escuchó cómo daba gracias
a Dios en un susurro.

—Mi amor, para mí no es ninguna molestia escuchar tu voz, ni atenderte a la


hora que sea. Si estuviese allá, estaría abrazándote y asegurándote que nada
malo te pasará. Solo no vuelvas a hacerme esto, por favor, casi muero de
angustia.

—Lo siento.

—Dos veces en la misma noche, nena. ¿Acaso quieres matarme?

—Lo siento.

—No importa, solo quiero que estés bien. ¿Me cuentas tu sueño? —preguntó
Edward como si le hablara a una niña pequeña.

—No —respondió rotundamente. Jamás le diría a Edward la razón de


su desasosiego—. Fue… feo, no quiero recordarlo. Mejor cuéntame
sobre los proveedores. Bueno… solo si quieres, aunque es de
madrugada y necesitas dor…

—Mi amor, no tengo sueño, y ya que no puedo abrazarte, al menos déjame


hablarte para que no te sientas sola.

Bella sonrió, feliz por las veces que él le había dicho que era su amor, y
por quedarse despierto solo para alejar sus miedos, sabiendo que tenía
la posibilidad de dormir un par de horas más. Acomodándose en la
cama para quedar acostada, abrazó fuertemente la almohada de
Edward contra su pecho y colocó el teléfono en altavoz, para así sentir
que lo tenía a su lado, ahí en la habitación.
—Gracias, Edward.

—Con el mayor de los gustos, señora Cullen —dijo Edward con voz
juguetona y comenzó su relato sobre costos, producciones, problemas
con envíos y todo lo relacionado con el negocio de Edimburgo, sin
omitir detalle alguno, al tiempo que Bella escuchaba como una niña
encantada con un cuento de hadas; porque aunque su mente no lo
reconociera, Edward era lo más cercano a un príncipe azul que podía
tener y aunque un príncipe nunca haría con su princesa lo que él con
ella en un principio, se sintió dichosa de estar así fuese con el ogro del
cuento.

Sí, definitivamente Edward es el ogro, no el príncipe.

Al llegar la tarde, Bella se encontraba sentada en la terraza del segundo


piso, en el gran sofá que ahí se hallaba. Se había convertido en su lugar
favorito: el viento soplaba suavemente creando la temperatura perfecta
para estar con ropa ligera, el sol la proveía de la luz apta para leer, así
estuviera bajo una gran sombrilla; y sobre todo, luego de que hacían el
aseo en esa zona, todos los empleados se desaparecían para dejarla en
una agradable soledad. Katy ya no la rondaba tanto, entendía que no
deseaba sus atenciones pues no estaba acostumbrada a ellas y nunca lo
estaría, así que para darle un espacio se retiraba a ayudar a Nani, pero
sin dejar de estar pendiente de los movimientos de la chica por si
llegaba a requerir de su presencia.

Rosalie estaba en el momento enseñándole a Katy una variación


del Sunday Roast que su madre le había enseñado. En la mañana
temprano, el médico había revisado la herida de Félix y dictaminado
que con una curación regular para prevenir infección y unos
medicamentos, no tendría problema alguno y él volvería una semana
después para retirar los puntos y así culminar el proceso. Todas
estaban agradecidas por la recuperación de Félix, aunque todavía le
ardía cuando se movía; sin embargo, la felicidad de Bella no era
completa al tener a Rosalie frente a ella. La chica le agradaba bastante,
pero no era ciega, y podía ver claramente que la mujer la superaba
altamente en belleza.

Sus pensamientos eran contradictorios. Por una parte veía conveniente


que Edward la dejara por otra mujer, así podría irse a su país y
olvidarse de todo lo que había pasado en ese tiempo; pero al pensar en
eso, su corazón se contraía, y los ojos se colmaban de lágrimas deseosas
de salir. Estaba en una encrucijada, comenzaba a experimentar
sentimientos que no deseaba albergar.

No puedo permitirme sentir algo por Edward, pensó con determinación.

Pero tampoco puedes perderlo, le susurró entonces una vocecilla. Tenía


que encontrar la forma de salvaguardar su corazón sin permitir que
Edward la dejara. Era egoísta, lo sabía muy bien, pero su desesperación
era tal, que no le importaba.

Luego de la hora del almuerzo, que tuvo lugar en la habitación de Félix


para hacerle compañía junto con Nani y Katy, y después de hablar con
Edward sobre trivialidades, Bella llamó a su madre, con quien
necesitaba hablar para no volverse loca con tantos pensamientos
rondando su cabeza en sentidos contrarios.

—Bella, ¿qué tienes? Te oigo preocupada. ¿Edward está bien?

—Sí, mamá, solo está de viaje por algo de negocios pero regresa
mañana.

—Entonces lo extrañas —afirmó Renée.

Bella suspiró y no pudo hacer más que responder con la verdad.

—Mucho… ¿Mamá, crees que soy una persona egoísta?

—Claro que no, hija. Siempre has tendido a preocuparte por los demás antes
que por ti misma. Jasper te lo ha criticado muchas veces porque dice que no es
seguro para ti. ¿Pasa algo?
—¿Crees que está mal que quiera tener a una persona a mi lado… pero
sin darle nada a cambio?

Renée guardó silencio por un momento y luego un jadeo escapó de sus


labios.

—¡Oh Dios, Bella! ¡¿No me digas que es cierto lo que decía Jasper?! Eso no
puede ser.

Bella abrió los ojos sorprendida. Su madre era más suspicaz de lo que
pensaba y había descubierto la verdad con tan solo unas palabras
imprudentes de su parte; sin embargo, no podía permitirle creer algo
así.

—Claro que no, mamá… Digo, lo que sea que haya dicho Jasper, sabes
que todo lo exagera.

—Bella, por favor, dime que no te casaste obligada con Edward… ¡Dios! No sé
cómo algo así puede ser posible en esta época pero…

—Mamá, escúchame, no me refería a eso. Me casé con Edward porque


así lo quise, no porque él me obligó, eso es absurdo.

—¿Entonces a qué te refieres con esas palabras? ¿Qué es eso de que hay algo
que no quieres darle a Edward? ¿Acaso sigues siendo virgen?

—¡Claro que no! Digo, es mi esposo, claro que no soy virgen, es que…
—No encontraba las palabras exactas para poder recibir un consejo de
su madre sin tener que afirmar sus temores—, es que Edward quiere…
Él quiere que yo solo esté para él… Quiere ser mi mundo, y yo no
deseo serlo, pero tengo miedo de perderlo por eso.

Agradeció el poder formar una excusa que no distaba mucho de la


verdad.

—Entonces no estás enamorada de él —gimió Renée—. ¿Por qué te casaste


con él si no lo amabas, Bella?
—Ya te dije que ese no es el caso. No sé de dónde…

—Hija, sé que no estás enamorada de él, porque si así fuera, tú misma le


entregarías tu mundo sin que te lo pidiera.

—No si soy una mujer independiente —refutó Bella tratando de


arreglar la situación.

—Isabella, una mujer puede ser todo lo independiente y feminista que quiera
ser, pero cuando se enamora de verdad, ese hombre se convierte en su
convicción y en su lucha. El amor verdadero, no el que deslumbra y ciega, sino
el que abre los ojos al mundo, nos hace desear entregarle todo a esa persona. Ya
no existen dos sino una sola alma habitando dos cuerpos; la libertad de la que
tanto se proclama en la soltería cambia de significado para desear ser libre de
amar a esa persona sin prejuicios, sin obstáculos, siendo los dos contra el
mundo, y no desearás estar en otro lugar que no sea en sus brazos, así sea en
una cárcel y rodeada de cadenas. Los sueños no se pierden, ni tampoco las
metas, solo deseas que él te acompañe en el camino. —Renée suspiró
tristemente—. Hija, si lo amaras él sería tu mundo, así como lo fue tu
padre… como aún lo es en otro plano y como ahora lo es Phil.

Bella lloraba en silencio por las palabras de su madre, en ese momento


deseaba poder sentir todo eso por Edward, pero había algo en sí que se
lo impedía y no sabía cómo deshacerse del obstáculo, quería poder
amar a Edward como su madre amaba a esos dos hombres tan
importantes en su vida. Su llanto fue escuchado por su madre, que
desesperada por su angustia lloró también.

—¿Por qué te casaste con Edward? Dímelo, por favor —sollozó la mujer del
otro lado de la línea.

Bella era incapaz de decirle la verdad, lo que menos deseaba era


hacerla sufrir, eso no lo permitiría y prefirió guardar silencio, haciendo
que su llanto hablara por ella.

—Él te obligó, ¿no es así?


—No. —Fue lo único que atinó a decir en el momento.

—No te creo.

—Lo hice porque… porque creí amarlo —mintió—, me dejé


deslumbrar por todo lo que representa, con su dinero y…

—Eso no es cierto, Isabella. Ni tu padre ni yo te criamos así. Nunca has sido


apegada a los bienes materiales, y mucho menos enamoradiza. —Renée
suspiró tristemente—. Lo hiciste por nosotros, por el empleo de Jasper, por la
beca de Ángela, por el negocio de Phil.

—No, mamá, claro que no, te lo juro.

—Divórciate —exigió Renée con voz apremiante—. Si solo fue por su


dinero, algo debe quedarte luego del divorcio. Hazlo.

Bella negó frenéticamente, derramando más lágrimas.

—No puedo hacerlo, mamá… No puedo.

—¿Por qué? ¿Él te lo prohíbe?

—¡No!

—¡Entonces dime por qué!

—¡Porque sin él me muero! —gritó y soltó el celular, llorando


desconsoladamente al tiempo que se dejaba caer al suelo del estudio de
Edward.

Hacía menos de dos semanas lo odiaba con todas sus fuerzas, incluso
estuvo a punto de matarlo, pero ahora sentía que su mundo acabaría si
Edward desapareciera de su vida; pero anhelaba solo su presencia,
porque su mente y su cuerpo se negaban rotundamente a sus besos y
caricias. Así estuvo por casi una hora, tratando de encontrarle una
salida a su situación sin que ninguna de las posibles, excepto la egoísta,
pudiera satisfacerla.

Cuando ya se hubo calmado, llamó de nuevo a su madre. Ella no


merecía preocuparse por sus problemas.

—Mamá, lo siento, no quería gritarte, yo…

—Bella, no te angusties por cosas que no valen la pena, y mucho menos en tu


estado de ánimo. Lo que sí debes tener en cuenta, es que sea cual sea el motivo
por el que te casaste con Edward, no es lo mismo que te impide ahora separarte
de él.

—Yo no lo amo —confirmó al fin con voz apagada. Sabía que su madre
ya no ahondaría más en el tema.

—El amor es un sentimiento extraño, hija, más que cualquier otro que puedas
llegar a experimentar. No te pediré que abras tu corazón, porque ya no te
pertenece; abre tu mente, y verás cómo darle algo a Edward se volverá tan fácil
y necesario como respirar. Él lo hace contigo, ¿cierto?

—Todo el tiempo —respondió, omitiendo la noche de bodas porque


Edward a la mañana siguiente, había demostrado que la amaba
sinceramente al estar dispuesto a entregarle su vida.

—Entonces él te ama, con su mente, con su corazón, pero sobre todo con su
alma.

—Lo sé —dijo Bella y una nueva lágrima rodó por su mejilla.

—Cuando quieras hablar llámame, prometo no pedirte explicaciones.

Bella sonrió agradecida. Por fin podía hablar con alguien que no fuera
Heidi, alguien con experiencia y quién mejor que su madre.

—No le digas a Jasper, por favor.


—No te preocupes, se volvería loco si sus sospechas se confirman. Es capaz de
matar a Edward.

—Te quiero, mami.

—Yo también, hija, siempre.

Bella colgó y se quedó ahí, pensando en Edward, en lo que su corazón


sentía y su mente le imponía sin ninguna razón; mas su lado egoísta le
decía que no se inquietara, que siempre que lo tuviera junto a sí, lo
demás no importaba, y con eso se conformó.

Se encontraba en lo mejor de la lectura en la terraza, inmersa


totalmente en ella, que no escuchó los pasos sigilosos que se acercaban
por su espalda, hasta que sintió que unos fuertes brazos la rodeaban,
haciéndola gritar y soltar el libro, consiguiendo una carcajada por parte
del hombre.

—¡Emmett! —gritó al reconocer el inconfundible sonido—. Casi me


matas del susto.

El hombre volvió a reír y rodeó el sofá para sentarse a su lado.

—Hola, muñequita. —La besó en la mejilla.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, sonriendo abiertamente—. ¿Edward,


dónde está?

—Calma, chica. Tu semental sigue en Edimburgo y no tiene idea que


estoy aquí. Contigo sola… Tú y yo somos una combinación peligrosa
para su ya deteriorada salud mental —dijo acercándosele
coquetamente y tratando de robarle un beso en la mejilla.

Bella se carcajeó, apartando el rostro de forma juguetona, pero el saber


que Edward seguía lejos, la hizo entristecerse un poco.
—Yo tuve que regresar porque tenía esta mañana una reunión con
unos banqueros franceses, terminé hace un par de horas y decidí no
desperdiciar la única oportunidad que tendría de ver a mi cuñadita
favorita.

—Soy tu única cuñada.

—Lo que sea —dijo, moviendo la mano para desechar la idea—.


Además, algo me dice que eso de los proveedores no era tanto
problema como ellos decían. Cuando vieron a Edward llegar solo, sus
caras se volvieron largas y aburridas. Creo que querían verte a ti.

—¿En serio? —Bella soltó una risita, recordando cómo Edward se


había molestado por las atenciones recibidas por esos hombres que
podían ser su padre—. ¿Qué dijo Edward? —preguntó, esperanzada en
una única respuesta.

—Frunció el ceño, apretó la mandíbula, y cuando ellos le preguntaron


por ti, dijo: Mi esposa está perfectamente bien —informó, imitando la
voz de Edward y remarcando la palabra esposa.

Bella volvió a reír llena de gozo al comprobar que Edward seguía


sintiendo celos por ella.

—¿Puedes quedarte a cenar? Quiero presentarte a dos personas que


conocí ayer.

—¿Haciendo vida social sin el troglodita cerca? —Emmett chasqueó la


lengua—. Te estás metiendo en problemas, muñequita. Pero sí, acepto
tu invitación.

—Perfecto, voy a avisar a Nani para… ¡Ah mira! Ahí viene Rosalie, a
ella te quería presentar.

Emmett se puso de pie lentamente, mientras que Rosalie titubeó en su


andar, e incluso Bella pudo ver su intención de devolverse, por lo que
se apresuró a pedirle que se acercara. La rubia lo hizo con la cabeza
gacha y totalmente sonrojada hasta el escote.

—Emmett, ella es Rosalie Hale, es de las plantaciones —explicó Bella,


ignorante de los sentimientos que pasaban a su alrededor. Había visto
la actitud de la chica, pero supuso que cualquier mujer tendría ese tipo
de reacción ante un hombre como el primo de su esposo.

El hombre no respondió, tampoco se movió y Bella giró para mirarlo


pero en ese momento, Félix apareció por la escalera que daba al primer
piso por donde Emmett había llegado.

—¡Félix! ¿Qué haces levantado? —preguntó Bella con tono


preocupado.

—Estoy bien, Bella. Me siento mucho mejor y la cama me tiene cansado


—declaró el hombre acercándose a Rosalie y tomándola posesivamente
por la cintura, al ver la mirada de Emmett fija en la chica y notando
también que este fruncía el ceño ante ese gesto—. Te estaba buscando,
Rose.

La chica atinó a asentir y Bella se dispuso a presentar al recién llegado.

—Emmett, él es Félix Hale, es el…

—¡No me importa! —expresó con un tono de voz que Bella nunca


había escuchado en él: el de la ira.

Las dos mujeres se sobresaltaron y levantaron la vista, una herida y la


otra asombrada.

—¿Emmett? —susurró Bella, impactada por la reacción del hombre


que temblaba de pies a cabeza, con los puños cerrados, la mandíbula
fuertemente apretada y el rostro rojo en su totalidad.

—No tengo tiempo para estarlo perdiendo —declaró bruscamente y


tomó el brazo de Bella para acercarla y darle un beso rápido en la
mejilla—. Adiós, muñeca. —Y sin esperar respuesta, se fue con paso
furioso por el mismo lugar por donde había llegado.

Bella lo llamó pero este no le contestó, dejándola totalmente


desconcertada. Con la boca abierta, giró hacia los dos hermanos que se
encontraban con expresiones distintas: Ella quería llorar y él, matar a
alguien.

—Yo… Yo lo siento. Eh… No… No sé qué pasó. ¿Ustedes se conocían?


—preguntó Bella moviendo la cabeza incrédula de lo que había
sucedido.

—No —respondió Félix, molesto—, pero nos ha quedado claro que no


todos en la familia son como tú.

—Te equivocas, él no es como piensas, es que… no lo sé, nunca lo


había visto así —dijo Bella tratando de excusarlo.

No entendía por qué Emmett se había comportado de esa forma.


Cuando la conoció fue muy amable con ella, risueño incluso, pero con
Rosalie y en especial con Félix se había mostrado grosero y antipático.
Éste último suponía que eran prejuicios sociales los que habían
impulsado a Emmett a comportarse de esa forma, pero ella sabía que
nadie en la familia era víctima de ese tipo de emociones, ni siquiera
Heidi entraba en esa categoría. Ella misma, aunque no eracampesina, sí
provenía de una familia común salida de un pequeño pueblo
norteamericano y que vivía de un salario. Definitivamente debía ser
otro asunto el que lo hizo comportarse de esa forma, pero en el
momento no tenía una respuesta, y solo pudo pedir disculpas a los
hermanos Hale a nombre de la familia.

Rosalie negó con la cabeza y susurró que no importaba, retirándose


enseguida; y Félix, aún con el ceño fruncido, le indicó a Bella que no
deseaba causarle problemas; pero ella decidida, le dijo que no se irían,
y le ordenó que se recostara de nuevo para evitar que los puntos de la
herida se rompieran, arrastrándolo hasta la habitación que tenía
asignada.

—Rosalie, ¿estás bien? —susurró Bella cuando la encontró un par de


horas después en la sala contigua a la habitación de Félix. Su expresión
era triste y tenía claras señas de haber estado llorando.

La chica asintió sin pronunciar palabra alguna.

—Rose. —Bella se sentó a su lado en el pequeño sofá y continuó—:


¿Conocías a Emmett de antes?

—No, ya te conté que nunca conocí a ninguno de ellos, excepto a tu


esposo.

—No te sientas mal por lo que sucedió —dijo después de unos


segundos de silencio—. Emmett no es así, debía estar molesto por
algún problema de la compañía y seguramente eso lo hizo comportarse
de esa forma, por favor no llores, ya verás que cuando lo vuelvas a ver,
será como siempre y te divertirás en su presencia.

—No te preocupes, Bella. Tú has sido muy amable con nosotros. No es


nada —aseguró la chica con una sonrisa que no le llegó a los ojos.

Bella asintió no muy convencida, esperando poder hablar con Emmett


para preguntarle sobre lo sucedido, cosa que intentó hacer en la noche,
pero curiosamente su número había sido borrado de su celular y con
una mueca en la boca, decidió que lo dejaría para después.

Esa noche, Bella volvió a soñar con la mujer rubia que aseguraba que
ese extraño hombre llamado Kopján era suyo, pero era una imagen
más difusa, y por eso al despertar, aunque un poco angustiada, no
llamó a Edward para no preocuparlo; después de todo, si las cosas
salían bien, la noche siguiente dormiría en sus brazos y ese
pensamiento hizo estremecer su cuerpo de aprehensión e hinchar su
corazón de regocijo.
—Señora —llamó la atención de Bella una chica del servicio, mientras
ella se encontraba conversando con Rosalie en la terraza antes de la
hora del almuerzo—. El helicóptero del señor Edward aterrizará en
unos cinco minutos.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Bella colocándose de pie.

—El piloto llamó a una pequeña central que tenemos aquí para estos
casos, con el propósito de que despejáramos el helipuerto. Está ubicado
en la zona detrás de la piscina. —Se apresuró a explicar cuando vio la
confusión en el rostro de su señora.

—¿En cinco minutos, dices? —preguntó Bella con una sonrisa en los
labios.

—Así es, incluso todos están ya mirando al horizonte esperando verlo


para poder recibirlo.

—Ven, Rosalie, vamos a recibirlo —apremió. Tomando a la chica de la


mano y arrastrándola con ella, ignorando las protestas de la chica al
opinar que ella sobraba allí.

Siguieron a la joven y al llegar a la pequeña pista encontraron a Nani y


a Katy junto con un par de empleados más. Bella se colocó junto a ellas,
y a Rosalie a su lado, cuando por fin lo vieron aparecer como un
pequeño pájaro en el cielo, y fue ahí cuando Bella cayó en cuenta del
error que había cometido: ubicarse junto a Rosalie, permitiendo que
Edward notara las enormes diferencias que existían entre las dos. Sin
embargo, no fue capaz de pedirle a la chica que se retirara, y tampoco
sería para nada sutil que ella se separara del pequeño grupo, ya nada
podía hacer. Comenzó entonces a preocuparse por la reacción de su
esposo ante la belleza para nada disimulada de la chica, que aun
siendo sencilla y nada coqueta, podía cautivar a cualquiera. El sonido
del motor comenzó a escucharse, acrecentándose al mismo nivel que la
angustia de la chica, que se estrujaba las manos por el nerviosismo.
Según le había informado Edward esa mañana temprano, llegaría en
las horas de la tarde, pero estaba claro que le había mentido para
sorprenderla y ahora ella pagaba las consecuencias al no tener tiempo
de pensar sus acciones con claridad.

El helicóptero por fin llegó a la zona de aterrizaje y luego de un par de


minutos tocó el suelo y las hélices dejaron de girar, uno de los chicos
corrió a abrir la puerta trasera, y la imponente figura de Edward
emergió por fin.

Bella jadeó involuntariamente al verlo bajar del helicóptero. Nunca lo


había visto tan sexy como en ese momento, vistiendo un conjunto
de Chanel compuesto de un pantalón blanco que le colgaba de las
caderas de forma muy sugerente, unos zapatos negros y un saco del
mismo color que caía abierto sobre su torso, mostrando que no llevaba
nada debajo de él, dejando así ver con cada paso que daba, su pecho y
abdominales perfectamente esculpidos. Era la primera vez que lograba
dejar a su esposa sin aliento, y el andar felino, con su mirada sensual
fija en el rostro de ella, no ayudaban al estado de la chica.

Cuando llegó por fin a donde ella, sin importarle la presencia de las
demás personas, y para la alegría de Bella, sin mirar por un solo
momento a la mujer que ella consideraba una amenaza, la tomó por la
cintura y la besó de forma tan apasionada que ella solo pudo aferrarse
a sus brazos para no caer ante tal impacto. Los labios de Edward se
movían de forma exigente pero a la vez sensual sobre los de Bella,
bebiendo de estos como el hombre sediento que era, afanado por
reafirmarse como único dueño de ellos, y de la mujer en sus brazos. La
chica ignoró por un momento los pensamientos que le exigían
apartarse, y se entregó por completo al beso, abriendo su boca en
flagrante invitación y la lengua de Edward no desaprovechó la
oportunidad y se introdujo en ella, iniciando una danza con la suya,
haciéndola perder la noción de todo, incluso de la fuerza de sus
piernas que fallaron en el momento, teniendo Edward que sostenerla
para evitar que terminara en el suelo.
—De saber que tendría este recibimiento me hubiese ido antes —
murmuró sensualmente contra sus labios.

—O llegado antes —respondió ella levantando una ceja, consiguiendo


una risita de él, y otro beso más corto pero igual de ardiente.

Se separaron por fin y Edward aceptó los saludos de las mujeres


mayores que lo recibieron como dos abuelas a su nieto favorito.
Cuando por fin llegó el momento de presentarle a Rosalie, la ansiedad
de Bella regresó, y realizó el acto protocolario con temor de lo que
podría ver en los ojos de Edward.

—Hale… Me eres conocida. No tu cara pero sí tu apellido —dijo


Edward bajo el escrutinio de su esposa.

Bella observó a Edward hablar y el alma le volvió al cuerpo, así como


su corazón a latir regularmente, al ver que solo la curiosidad y la
amabilidad eran las emociones que reflejaba su rostro. No se sentía
atraído por ella en lo absoluto, y al mirar a la chica, comprobó que la
timidez y la gratitud, era lo que ella sentía. Podía estar tranquila, nada
pasaría entre los dos.

Bella sonrió y abrazando a Edward por la cintura, se encaminaron


hacia la terraza para poder conversar, mientras le explicaba levemente
quién era la rubia.

—La besaste cuando era solo una niña, eso tienes que recordarlo —dijo
Bella mirándolo con una ceja levantada.

—¡Bella! —exclamó Rosalie, enrojeciendo levemente y pidiéndole


silencio con la mirada.

—¿Yo? ¿Cuándo fue…? ¡Ah! Tú eres la hermana del gigante que casi
vuelve mi cabeza giratoria cuando tenía diez años. —Edward soltó una
carcajada—. Ese golpe que me dio es difícil de olvidar.
—Lo siento —dijo Rosalie conteniendo la risa.

—¿Y el beso no lo recuerdas? —preguntó Bella mirándolo fijamente—.


¿Por qué no te creo?

—¿Acaso estás celosa? —contraatacó Edward mirándola coquetamente


y estrechándola más entre sus brazos, ya que la chica se encontraba
sentada a su lado. Volvió a reír cuando Bella rodó los ojos—. Nena, me
acuerdo de ese beso porque el puño que su hermano me dio lo hizo
inolvidable. —Dirigió entonces su mirada a la rubia—. Rosalie, no
quería faltarte al respeto, yo era solo un chico y no sabía lo que hacía,
pero tampoco quiero que pienses que no te considero una mujer
atractiva, es solo que mis ojos se han vuelto incapaces de ver belleza en
otra mujer que no sea Isabella. Discúlpame, por favor.

Bella no escuchó las palabras con las que Rosalie, sonriente, le decía
que no se preocupara, que hacían una hermosa pareja y que entendía
que solo habían sido cosas de chicos. No, Bella no escuchó nada de eso,
porque las palabras de Edward le impedían dejar de mirarlo y
preguntarse cómo era posible que un hombre como él hubiese podido
enamorarse de ella, y más aún, negarse a observar a otras mujeres por
verla solo a ella.

No te pediré que abras tu corazón, porque ya no te pertenece; abre tu mente, y


verás cómo darle algo a Edward se volverá tan fácil y necesario como respirar.

Recordó entonces las palabras de su madre, haciéndola preguntarse si


sería cierto que ya le había entregado su corazón a Edward, si ya lo
amaba, pero su mente se negaba a aceptarlo.

No puedes odiar a alguien un día y a los quince amarlo, pensó


racionalmente, haciendo que la creencia de un amor repentino se
hiciera a un lado, y la incomodidad por estar en los brazos de Edward
comenzó a apoderarse de ella, haciéndola apartarse un poco, y
ganándose de él una mirada de extrañeza.
Luego de eso, Edward preguntó cómo se habían conocido, y fue
cuando Bella se dispuso a relatarle lo sucedido, omitiendo la parte de
la nalgada que Royce le había dado.

—Esto es inconcebible —dijo Edward claramente molesto—. No pienso


tolerar este tipo de situaciones en mis tierras. Ese hombre nunca me
agradó, pero por la memoria de su padre, el mío había decidido
dejarlo, y yo al notar que no se recibían quejas de él, no hice nada para
alejarlo de mi gente. Lamento mucho que hayas tenido que pasar por
esto, Rosalie, y también tu hermano. Quiero verlo y almorzar con
ustedes, para después llamar a ese hombre y despedirlo
definitivamente. No lo quiero en Gillemot Hall para cuando llegue la
noche. —Luego giró su cabeza hacia Bella y la miró con reproche—. Y
tú hiciste muy mal en enfrentarte a él estando sola. Ha podido faltarte
el respeto. Debías haber enviado a algunos de los hombres a que se
hicieran cargo, o como muy riesgoso ir acompañada de ellos. No
quiero que se vuelva a repetir, Isabella. No me gustó para nada.

Rosalie miró a Bella de forma significativa mientras se dirigían a la


habitación, indicándole con señas que debía decirle lo de la nalgada,
pero Bella negó con la cabeza sin que Edward lo notara y le advirtió
con la mirada que guardara silencio al respecto. Sabía que si Edward se
enteraba podía cometer una locura, y no solo no quería que manchara
sus manos con sangre, sino impedir que él mismo saliera herido al
poder encontrarlo armado.

Llegaron a la habitación de Félix, y Rosalie entró primero seguida por


la pareja. Al ingresar, Félix estaba sentado en la cama, sin camisa, con
toda su magnífica musculatura expuesta, solo su abdomen se
encontraba escondido por la venda que lo rodeaba, y fue en ese
momento cuando Bella recordó la broma que le había hecho a Edward
dos noches atrás; sin embargo, ya era demasiado tarde: Edward ya
estaba en la habitación y reconoció en el hombre la descripción que su
esposa le había dado.
Bella pudo ver cómo la mirada de Edward se llenaba de odio, su
mandíbula tensa vibraba levemente, su rostro se teñía de rojo y sus
puños se apretaban fuertemente ante la mirada confusa de los
hermanos. En cualquier momento se lanzaría sobre el enfermo, y Bella
se recriminó mentalmente por no haberlo previsto antes.

Colocándose frente a él, lo abrazó por la cintura, luego de hacerle


rápidas señas a Rosalie de que se llevara a su hermano a la habitación
contigua, orden que la rubia obedeció rápidamente, sin entender qué
sucedía, porque por las palabras anteriores de Edward sabía que no
podía ser resentimiento por el golpe que le había propinado hacía
veinte años.

—Edward, mírame —pidió Bella al ver cómo seguía con la mirada la


retirada del hombre y cómo intentó seguirlo, pero ella logró
impedírselo, sabiendo que no la agrediría en el proceso—. Edward,
mírame, por favor.

El hombre giró su cabeza lentamente hacia ella, y a Bella se le estrujó el


corazón al notar que su mirada ya no estaba llena de odio, sino de
dolor y tristeza. Él la hacía enamorada de ese hombre.

—Edward, recuerda que te dije que solo era una broma —dijo Bella
tomando el rostro de él entre sus manos. Todavía le impresionaba la
forma cómo los pensamientos y sentimientos de él, podían cambiar en
cuestión de segundos—. Solo lo dije porque… porque quería que te
pusieras celoso, nada más.

—No me mientas, Isabella, porque me muero —gimió suplicante.

—No lo hago, te lo aseguro —dijo vehementemente, decidiendo al


instante cambiar la estrategia con palabras que no distaban mucho de
la verdad—. Miedo tengo yo de que seas tú quien pongas tus ojos en
otra mujer… en Rosalie, en cualquier otra.
Edward negó frenéticamente, la tomó por la cintura y la pegó a su
cuerpo, haciendo que sus rostros quedaran a solo centímetros.

—Solo existes tú, mi amor. Para mí no hay nadie más, puedes estar
segura de ello; sin embargo, yo no logro estar seguro de ti.

—¿No te bastan mis palabras?

—No, cuando tu cuerpo dice otra cosa, Isabella —dijo abrazándola más
fuerte y sin dejar de mirarla a los ojos con expresión de desasosiego—.
No, cuando aunque sé que me amas, porque lo sé, te niegas
rotundamente a demostrármelo. —Colocó entonces una mano en la
nuca de la chica y la obligó a mirarlo al ver que ella agachaba la cabeza.
Su expresión cambió a una que ella conocía muy bien—. Júrame,
Isabella, júrame por tu familia que no existe otro hombre en tu vida
que no sea yo, y que solo fue una maldita broma lo de este tipo.
¡Júramelo por tu familia!

Bella lo miró por unos segundos, aguantando las lágrimas que


luchaban por salir al ver que Edward nunca cambiaría. Él siempre
vería en cada hombre una amenaza, y en su familia una forma de
controlarla. Sabía que había una manera de convencerlo de que solo
existía él, pero no estaba dispuesta a hacerlo, no haría el amor con
Edward por voluntad propia.

Eso nunca.

—Te lo juro por mi familia, Edward Cullen —declaró mirándolo a los


ojos—. Eres y siempre serás el único hombre para mí.

Edward dejó de lado su expresión amenazante, y como tantas otras


veces, su trastorno mental salió a resurgir, cuando con una sonrisa de
inmensa alegría en los labios, la besó exigentemente por unos
segundos en los que Bella solo se dejó hacer, para enseguida soltarla
con la misma sonrisa, que no duró mucho cuando él frunció el ceño, y
con evidente molestia la soltó y caminó hacia la salida de la habitación.
—Diles que los espero en mi oficina. —Se giró en el umbral de la
puerta—. No demores, no te quiero cerca de él.

Bella sintió un leve mareo cuando la puerta se cerró bruscamente. Ese


hombre había cambiado varias veces la expresión de su rostro y con él
los sentimientos en solo unos cuantos minutos. Se sentó en la cama y
colocó una mano en la frente para tratar de detener el efecto de esa
avalancha de emociones que acababa de presenciar.

—Bella —susurró Rosalie apareciendo por la puerta de la sala


contigua—, nosotros no queremos ser una molestia para ustedes, lo
mejor es que…

—No —dijo Bella moviendo la cabeza para reafirmar su respuesta—,


esto no es su culpa, es mía… Yo cometí un estúpido error, eso es todo.
—Levantó la cabeza y le ofreció una sonrisa amable—. Vamos a su
despacho.

—Bella, no creo que sea conveniente —dijo Félix entrando a la


habitación.

—Félix, Edward tiene un genio difícil y es demasiado celoso, eso es


todo, no se preocupen por nada, yo me encargo de él. Y mejor ponte
una camisa antes que se desate en esta casa la tercera guerra mundial.

Al verla entrar en la oficina, Edward le extendió la mano y cuando ella


se acercó, la sentó en sus piernas sin previo aviso y la abrazó
posesivamente, sin despegar por un segundo los ojos de Félix. Para
Bella, parecía un niño pequeño gritándole a otro con la sola mirada que
ese juguete en sus manos era suyo, mientras que el otro hombre lo
miraba de forma indiferente, aclarándole que no estaba interesado en
su esposa, cosa que no bastaba para él.

Bella suspiró y le rodeó el cuello con los brazos, logrando que Edward
sonriera de forma arrogante en dirección a Félix.
¡Dios! Me van a acusar de pedofilia en cualquier momento.

Al ver que Edward no hablaba, le recordó el motivo de la reunión y


éste se convirtió de nuevo en el dueño de casa, con ella aún en brazos.

—Necesito que me cuenten todo lo que saben sobre los desmanes


cometidos por este hombre.

Félix abrió la boca, pero Rosalie se le adelantó:

—Royce le tocó una nalga a Bella.

—¡Rosalie! —gritó Bella, pero ya todo estaba dicho.

El agarre de Edward se hizo más fuerte, su cuerpo comenzó a temblar


y un grito que más parecía el rugido de un animal feroz salió de sus
labios. Bella lo abrazó afanosamente tratando de contenerlo.

—Edward, por favor, cálmate, hazlo por mí, por favor.

Pero él no la escuchó, solo atinó a abrir el último cajón de su escritorio,


abrió una caja negra que se encontraba dentro de él y lo que Bella vio la
hizo temblar de terror.

—¡Edward, no!

Edward se levantó, apartándola a ella con cuidado pero deprisa y al


rodear el escritorio, los hermanos Hale vieron lo que tenía a Bella
temblando de pánico: un revólver en la mano de su esposo.
CAPÍTULO 25


Tus celos son exagerados,
pero tu deseo de posesión es lo que más me asusta.
Irónicamente los dos luchamos,
tú por poseerme y yo… porque así sea.
Me estás matando, Edward,
estoy entregándome lentamente a tu abrazo.

—¡D acre!, ven conmigo y maneja esta cosa que no sé cómo hacerlo.
¡Edward, detente! —ordenó Bella subiéndose a uno de los carritos de
golf.

Luego de que Edward se desprendiera del agarre de Félix con un


codazo justamente donde se encontraba su herida, haciéndolo sangrar
y caer arrodillado, a Bella le fue imposible detenerlo. Se aferraba a sus
brazos, lo halaba por el saco que llevaba puesto y se interponía en su
camino; pero él la apartaba con cuidado, impidiéndole así que lograra
su cometido. Apresurando el paso, llegó a uno de los carritos y antes
de que ella pudiera reaccionar, arrancó el vehículo. Ahora Bella lo veía
alejarse mientras ella y Rosalie, con Dacre y otro de los hombres, lo
seguían de cerca.

—Bella, perdóname por favor —rogó la rubia con lágrimas rodando


por sus mejillas—. No imaginé que pudiera reaccionar de esa forma.
Solo me pareció correcto informarle del agravio en tu contra.

—¡Edward! —gritó Bella nuevamente y se giró para mirar a la mujer a


su lado—. Rose, tengo ganas de matarte en estos momentos, pero no es
tu culpa que esto esté sucediendo. ¡Edward, por favor! No es tu culpa
que Royce me haya faltado el respeto ni que Edward sea un celoso
compulsivo. Debiste quedarte con Félix.

Rosalie negó vehementemente, secándose las mejillas.

—La señora Nani se dio cuenta de todo y está llamando al médico. No


podía dejarte sola en una situación así.

A los pocos minutos llegaron a las plantaciones y Edward preguntó a


gritos a uno de los trabajadores, dónde se encontraba el administrador,
y luego de recibir las indicaciones pertinentes, desvió el pequeño
vehículo con Dacre siguiéndolo de cerca.

—Tienen que detenerlo —indicó Bella a los dos guardaespaldas—. No


pueden permitir que mate a ese hombre.

—Pero, señora, está hablando del señor Edward, no podemos


simplemente lanzarnos sobre él —explicó Dacre con el ceño fruncido.

—Dejen que maneje esto, si lo ven hacer algún movimiento peligroso,


no me importa lo que hagan, solo quiero que le quiten el arma sin
causarle daño alguno.

—¿Cómo se supone que haremos eso? —preguntó el otro hombre.

—¡No lo sé! Solo no lo lastimen pero tampoco permitan que lastime al


otro.

Bella observó cómo Edward frenaba, y sin demora bajó del carrito y
caminó con paso firme hacia un lugar en específico, donde se
encontraban un pequeño grupo de trabajadores, que al parecer,
alegaban algo hacia el objetivo de su esposo. Ella, sin esperar a que se
detuvieran, saltó y corrió hacia Edward, quien ya había divisado a
Royce y se disponía a levantar el arma, apuntándole.
—Royce King —gritó Edward y cuando el hombre se giró, se encontró
con el cañón del arma a unos centímetros de su rostro—. Nadie toca a
mi esposa y vive para contarlo.

—¡Edward, no!

En un rápido movimiento, Bella llegó a donde él y le levantó el brazo


que sostenía el arma, un segundo antes de que un disparo resonara
fuertemente.

Varios gritos se escucharon al tiempo y los empleados que ya se habían


apartado al ver el arma, se refugiaron tras los vehículos de carga.
Nadie estaba dispuesto a abogar por la vida de ese hombre.

Royce cayó hacia atrás por el impacto del sonido y el susto que se llevó
al imaginarse muerto. Cuando se dio cuenta que su hora no había
llegado, se arrastró rápidamente de espalda al suelo, tratando de
alejarse lo más posible de la pareja.

Bella, una vez se hubo cerciorado de que King seguía con vida, tomó el
rostro de Edward entre sus manos y lo obligó a mirarla.

—Edward, no lo hagas, por favor. Te lo suplico.

—Él te tocó —susurró Edward con expresión mortificada.

—No vale la pena.

—¡Tú lo vales! —exclamó furioso y levantó la vista para mirar al


hombre que había sido detenido por los dos guardaespaldas y se
retorcía entre sus manos.

—Edward, ¿quieres que te ame? —preguntó Bella en voz baja para que
solo él la escuchara.

Edward bajó la vista rápidamente y la miró con esperanza y dolor


reflejándose en sus ojos.
—Es lo que más deseo en el mundo.

—¿Harías lo que fuera por mi amor?

—Cualquier cosa —respondió muy seguro—. Te doy mi vida si así lo


quieres.

—Entonces dame la de él y tu inocencia.

Edward frunció el ceño, miró de nuevo al hombre con ira renovada y


luego a ella nuevamente con confusión.

—¿Por qué te importa tanto su vida?

—No es su vida lo que me importa, Edward —afirmó, moviendo la


cabeza de un lado a otro para reafirmar sus palabras—. Son tus manos
las que no quiero que se manchen con la sangre de alguien. No podría
amar a un asesino… No quiero que te conviertas en uno.

Edward la miró con tristeza y negó con la cabeza gacha.

—No lo soy… Digan lo que digan, no lo soy.

Bella no entendió el significado de esas palabras, pero pensó que no era


el momento para averiguar qué había querido decir. Despacio, quitó el
arma de la mano de Edward y la tendió para que alguien la tomara;
Rosalie lo hizo con cuidado y se lo extendió a uno de los otros hombres
de seguridad que habían sido enviados por Katy. Bella le rodeó el
cuello con los brazos y acercó sus labios a los de él haciendo acopio de
una gran fuerza de voluntad.

—No lo eres —susurró a un par de centímetros de sus labios—, yo no


lo permitiré jamás.

Juntó sus labios con los de él y sintió cómo la abrazaba fuertemente


contra su cuerpo. Edward la besó de forma urgente, apremiante,
haciéndola sentir que su mundo entero daba vuelta; sin embargo,
cuando ella se disponía a participar activamente, abriendo su boca,
Edward se separó de ella.

—Puede que no lo mate, pero lo voy a dejar muy cerca de querer


estarlo —gruñó y tomándola del brazo, la apartó de su camino con
delicadeza—. Llévensela, a las dos, necesito arreglar esto y no quiero
que mi esposa lo vea.

—Edward, no… Espera… Edward… ¡No me toques, Dacre! ¡Edward!

Bella fue arrastrada por Dacre y Alex, con seguridad pero sin hacerle
daño. Rosalie se subió también y se notaba nerviosa, retorcía sus
manos y cuando Bella fue sentada en el asiento a su lado, Rosalie la
sujetó y la miró con algo de desesperación.

—Por favor, Bella, vámonos. Tu esposo estará bien, sus hombres no


dejarán que nada malo le suceda. Estas cosas me ponen nerviosa.

El carrito arrancó y Bella giró su cabeza para ver cómo Edward se


desasía de su chaqueta y dejando su torso al desnudo, haciéndolo
brillar hermosamente por los rayos del sol que daban contra la fina
capa de sudor que lo cubría, mientras que Royce temblaba de pies a
cabeza y miraba para todos lados tratando de buscar una vía de escape
al tiempo que se retorcía en manos de los dos gorilas.

—¡Will! —gritó Bella a uno de los hombres que se quedaban—. ¡Cuida


de Edward!

El hombre asintió y el carrito se alejó.

—Este hombre me va a matar un día de estos —dijo Bella colocando


una mano en su frente y moviendo su cabeza.

—Lo siento, Bella —dijo Rosalie, claramente apenada.


—Edward ya estaba loco antes de que le dijeras eso. Ni siquiera
soporta que Jasper me toque, y sabe que somos como hermanos —dijo
Bella suspirando cansadamente.

—Eso es porque te ama.

—Lo sé, a veces quisiera… —Negó con la cabeza, desechando el


pensamiento que como un rayo fulminó su mente: ella no amaría a
Edward nunca, no quería hacerlo, nunca.

Llegaron a la casa y se encontraron con que Félix ya estaba siendo


atendido por el doctor, quien explicó que se habían reventado unos
cuantos puntos, pero que podría solucionarlo sin mayores percances.
Explicó a Katy y a Nani lo que había sucedido y se negó a almorzar
hasta que Edward regresara sano y salvo, lo cual sucedió hora y media
después, cuando la angustia e incertidumbre de la chica estaba
llegando a su límite.

Edward regresó con indicios de sudor en su ropa y en su cuerpo. Sus


pantalones blancos solo estaban sucios un poco de las rodillas para
abajo, su chaqueta en una mano y su cabello más desordenado que
nunca. Bella no pudo evitar correr hacia él y revisarlo frenéticamente
mientras le preguntaba si estaba bien. Cuando la hubo tranquilizado
con una sonrisa de satisfacción en los labios, Bella se atrevió a
preguntar qué había pasado con el otro hombre.

—Le enseñé que lo que es mío no se toca —respondió Edward con el


ceño fruncido.

—¿Está… vivo?

Edward la miró, sonrió tiernamente y acarició su mejilla suavemente.

—La última vez que lo vi se arrastraba con mucha dificultad hacia la


salida posterior de la propiedad. Los guardias tenían órdenes de
dejarlos escapar, algunas de las mujeres recogerían sus cosas y dejarían
fuera. —Se encogió de hombros—. Supongo que sigue con vida.

Bella suspiró aliviada, pero su ceño se frunció cuando Edward


continuó:

—Te debe la vida. Espero que no lo olvide nunca.

Esa noche, luego de que Edward le pidiera disculpas forzadas a Félix,


obligado por Bella, y de que les anunciara que al día siguiente podrían
regresar a su casa sin ningún problema, no sin lanzarle una mirada a
Félix de que no era bienvenido de nuevo en la casa señorial y mucho
menos si su esposa estaba sola; al entrar en la habitación, Bella se
encontraba muy nerviosa, pues podía sentir claramente la excitación de
Edward latente en el ambiente.

Tres días antes, había prometido a Edward que lo complacería en su


regreso, pero ella no había querido referirse a tener sexo con él, sino a
ceder más en su relación; sin embargo, ahora estaba acobardada, y
aunque aparentaba indiferencia, moviéndose de un lugar a otro de la
habitación, recogiendo algo de ropa o acomodando la cama, no podía
ignorar que el hombre recostado en el umbral de la puerta, la seguía
con la mirada como una bestia acechando a su presa.

Ya él se había cambiado de ropa luego de un largo baño, y en ese


momento vestía con un pantalón de pijama que le llegaba a los tobillos,
sin nada que cubriera su pecho.

Cuando Bella se disponía por fin a dirigirse al vestidor para colocarse


su pijama, tratando de no tocar a Edward al pasar a su lado, éste la
tomó por el brazo con suavidad, y atrayéndola a su cuerpo, la rodeó
con sus brazos.

—Te necesito, Isabella… Te quiero ahora, desnuda entre mis brazos.


Bella abrió la boca para tratar de inventar alguna excusa, pero Edward
fue más rápido y sin pensarlo dos veces, adentró su lengua y comenzó
una exploración sensual pero a la vez demandante de la de su esposa.
Bella trató de empujarlo un poco, al menos de separar sus labios, pero
él no se lo permitió y ella lo dejó hacer por el momento, esperando que
con eso le bastase.

Edward delineó cada lugar al que su lengua tenía acceso. Saboreaba


cada rincón de la boca de ella. Por momentos, se dedicaba a succionar
sus labios y morderlos suavemente, para enseguida volver al exquisito
movimiento de su lengua. Cuando por fin se separó de ella, la alzó en
brazos y la llevó a la cama, recostándola en ésta y tendiéndose encima,
cubriéndola de besos húmedos por el rostro y cuello.

—Edward, no, no quiero —dijo Bella tratando de apartarlo, mas


Edward no escuchaba razón alguna.

Comenzó entonces a desabotonarle el pantalón, haciendo caso omiso


de las palabras de la chica, ni de su intento de apartarle las manos. Él
solo pensaba en lo que lo esperaba bajo esa ropa que se esforzaba por
desaparecer, en todo el placer que podía darle a su esposa y en el que
ella podría darle a él. Estaba anhelante de su cuerpo, lo deseaba con
locura, y lo tendría esa noche, de eso no tenía duda alguna.

Bella sabía que forcejear frenéticamente solo provocaría que Edward


perdiera el control y que la horrible escena de la noche de bodas se
repitiera. Podía intentar lo de la vez anterior, pero no estaba segura de
si le funcionaría de nuevo; sin embargo, lo intentó.

—Edward, mírame, por favor —pidió Bella una vez el hombre le hubo
quitado los pantalones—. No quiero hacerlo, quizás otro…

—No te preocupes, nena —susurró Edward contra sus labios,


acariciando a la vez las hermosas piernas y subiéndole la blusa—. Haré
que cambies de opinión. Tengo mis métodos. —Acercó entonces su
boca al oído de la chica—. Tú ya los conoces, y recuerdo que te dejaron
extasiada —completó, para enseguida succionarle el lóbulo de la oreja,
haciéndola emitir un leve jadeo que él entendió como de placer,
cuando ciertamente era de tormento: Edward no cedería, y le haría lo
mismo que en el hotel de York. Lo peor de todo era que no estaba
segura de poder resistirse a ese tipo de embates.

Trató de nuevo de apartarle las manos cuando él se disponía a quitarle


la blusa, pero no lo consiguió. Estaba empeñado en hacerla suya de
nuevo, esa misma noche, en ese momento y ella no tenía forma de
impedirlo. Decidió entonces seguir el consejo de Heidi y darle a
Edward lo que deseaba sin ella participar, no tenía otra opción, no
quería ser violada de nuevo.

*Finalmente, Edward se deshizo de toda la ropa de ella y no demoró


en quitarse su propio pantalón, mostrando una gran erección que hizo
a Bella soltar una exclamación y desviar la vista. La única vez que
había visto a Edward totalmente desnudo, no tenía la más mínima
intensión de disfrutar de la vista, por lo que ahora sentía que era la
primera vez que veía su miembro palpitante alzándose, dispuesto a
reclamarla como suya. Su rostro enrojeció por completo, sintiéndolo
arder por la impresión. No conocía mucho sobre esa parte de la
anatomía masculina, excepto por los libros de biología, pero aunque
nunca había visto uno personalmente, no pudo ignorar que el de su
esposo era bien formado y lo suficientemente grande para satisfacer a
cualquier mujer. Edward estaba muy bien dotado y eso a ella no le
convenía.

El hombre se recostó sobre ella de nuevo y comenzó con un beso lento,


tortuoso pero corto, que continuó en su mandíbula y bajó por su
cuello. La respiración de Bella se tornó acelerada, su pecho subía y
bajaba a medida que los labios de Edward se encontraban con su piel,
y su lengua sobresalía de ellos, dejando marcado el camino que le
dictaba su pasión.
Bella se aferraba a la sábana. Sus puños fuertemente cerrados sobre
ésta, indicaban la tortura a la que estaba siendo sometida, pero
irónicamente para ella misma, sus esfuerzos radicaban en tratar de no
salir corriendo; no por repulsión, sino por temor: Edward la estaba
excitando y esa sensación no era de su agrado.

Rápidamente, los labios masculinos llegaron a la zona de sus pechos, y


sin demora, se apoderaron de un rosado pezón que lo esperaba
anhelante, totalmente erecto y endurecido por la anticipación. La chica
mordió su lengua para reprimir un gemido, al tiempo que Edward
succionaba sonoramente, haciéndola arquear la espalda
involuntariamente, y recriminándose por eso en silencio. El otro pecho
era castigado por los fuertes dedos que halaban delicada pero
apasionadamente de él, para enseguida ser tomado por la sensual boca
cuando Edward se movió para saciarse también de éste.

Bella cerraba los ojos, y apretaba los dientes, incapaz de emitir alguna
negativa pues sabía que solo jadeos y gemidos podrían salir de su
boca. Los expertos labios y las ansiosas manos estaban causando
estragos en ella. Necesitaba detener de alguna forma las acciones de
Edward e ir directamente al acto, porque estaba segura de que eso no
representaba un mayor riesgo para ella, podría aguantarlo sin terminar
participando activamente.

Cuando por fin encontró la fuerza y la seguridad para aligerar el


momento, la mano de Edward se posicionó entre sus piernas y con un
dedo recorrió todo su sexo, haciendo una pequeña parada en su clítoris
que presionó levemente, para enseguida llevar ese mismo dedo a su
boca y saborearlo gustosamente. El cuerpo de Bella se estremeció por
completo ante la sensación y la visión del hombre saboreando lo que
ella misma era incapaz de controlar, y todos sus sentidos se pusieron
en alerta con las palabras de Edward:

—Estás mojada para mí, Isabella —dijo encontrando sus ojos; los suyos
estaban oscurecidos por la pasión y brillaban de deseo, desvió entonces
la mirada hacia el pequeño monte entre sus piernas—. Quiero beberlo
todo, absolutamente todo.

—¡No! —jadeó Bella cuando lo vio moverse rápidamente, tratando de


ubicarse en posición.

No podía permitir que eso sucediera. Si los labios de Edward llegaban


a tocarla en su parte más sensible, en su estado, sería su perdición y no
pensaba entregarse a él de esa forma a solo dos semanas de lo
sucedido.

Sin pensarlo, lo tomó por los brazos y trató de halarlo hacia ella, en un
movimiento desesperado por mantenerle el rostro alejado de su sexo.

—Edward, no… no lo hagas.

—Tengo sed, Isabella, muero de sed por ti —respondió él tratando de


reacomodarse.

Bella no tuvo otra opción que mentir para que sus próximas palabras
no se convirtieran en una terrible verdad.

—Te necesito… Edward, te necesito ahora dentro de mí.

El hombre giró su cabeza rápidamente y la miró con asombro y


esperanza.

—¿Qué dijiste?

—Te necesito, te quiero ahora dentro de mí… No puedo esperar más.

Edward emitió un jadeo y Bella supo que se había condenado: esas


palabras eran una clara entrega para él, de eso no tenía duda.

Embelesado, se recostó sobre ella y con una rodilla le abrió las piernas
para ubicarse en medio. Una exclamación fue ahogada en la garganta
de Bella con el beso de Edward, cuando sintió la erección de éste
presionando contra su sexo. Las caderas masculinas comenzaron una
suave danza al tiempo que la exigente lengua se adentraba en su boca e
imitaba los movimientos de la copulación al ritmo de sus caderas.
Edward se estaba frotando contra ella, estimulándola, haciendo con su
miembro lo que ella no le permitió hacer con su lengua.

En un momento en que su boca quedó libre, Bella rogó de nuevo


porque se adentrara, pero no sabía si lo hacía para no perder el control
de la situación, o porque realmente lo necesitaba. Edward no se hizo
esperar más, y sosteniendo su pene con una mano, lo ubicó en la
anhelada y anhelante entrada de su esposa. Sin más demora empujó,
consiguiendo un gemido de parte de ella y dejando escapar un jadeo él
mismo.

No puedo permitir que me guste.

No puedo entregarme a él.

Él abusó de mí, me arrebató la virginidad en un acto de violencia.

No puedo darle lo que me pide… No quiero hacerlo.

Eran algunos de los pensamientos que la atormentaban con insistencia.


Su cuerpo estaba empezando a ceder, pero ella no estaba dispuesta a
hacerlo, no lo haría, o al menos no se entregaría a la pasión que
Edward deseaba hacerle sentir. Evitaría a toda costa que él la excitara
aún más de lo que ya estaba. Ella no movería sus caderas al compás de
las de él, no gemiría al ritmo de sus caricias; ella solo se quedaría ahí,
siguiendo el concejo de Heidi de no resistirse, pero no el de participar,
eso no lo haría, no haría el amor con Edward.

A diferencia de la vez anterior no sintió dolor. El estigma de la primera


vez había pasado y Edward aprovechó eso para comenzar a moverse
sin demora. Sus caderas golpeaban suavemente contra las de Bella, al
tiempo que su boca repartía besos por el cuello de ella quien tenía la
cabeza hacia un lado y mantenía los ojos cerrados. Tenía miedo de
mirarlo y perder el control que estaba manteniendo gracias a los malos
recuerdos que llegaban a su mente sobre la locura e imposición de su
esposo. Ese resentimiento era una gran barrera que no le permitiría
aceptar a Edward completamente, un sentimiento que la llenaba por
completo y que no estaba dispuesta a dejar ir tan fácilmente. Esperaba
poder conservarlo, y se esforzaría en hacerlo.

Los gemidos de Edward se intensificaban con cada embestida. Estaba


perdido completamente en el placer que sentía al estar haciéndole el
amor a la mujer que amaba, pero él quería más. Intensificando sus
movimientos y acelerando sus embestidas sentía que estallaría en
cualquier momento. En su loca mente, Bella disfrutaba con él, la veía
retorcerse bajo su cuerpo, la escuchaba rogarle que no se detuviera,
que le diera más, que la llenara por completo, y esos solos
pensamientos lo hicieron soltar palabras que aunque para él eran
ciertas, en la realidad aún no eran del todo.

—Eres mía, Isabella… Eres solo mía… mía y de nadie más… Mía.

Las palabras llegaban a los oídos de Bella haciéndola aferrar más sus
puños sobre las sábanas, así como apretar su mandíbula fuertemente.
Estaba haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad y su rencor para
no terminar en un orgasmo, y la voz de Edward, ronca por el deseo y
la pasión que lo embargaba, no ayudaba a su empresa; sin embargo,
era consciente que las grandes batallas no se ganaban fácilmente, y ésta
era la más dura de las que podría librar una mujer.

La tortura para Bella continuó, mientras que para él era placer puro. El
cuerpo de Edward comenzó a temblar, llegando claramente a las cimas
del placer encarnado. Bella pudo sentir cómo el masculino miembro se
ensanchaba dentro de ella a punto de cumplir su cometido. Edward
estaba llegando al orgasmo y ella había podido resistir. Los gruñidos
del hombre retumbaron en la habitación y derramándose dentro de
ella, mientras gritaba el nombre de la mujer debajo de él, llegó al
momento que había estado anhelando por dos semanas: había hecho
suya a Bella de nuevo, y esta vez no la había maltratado. Habían hecho
el amor, y aunque él sentía en el fondo de su corazón que algo no
andaba bien, que Bella no se había entregado por completo, como
debía ser, se sentía satisfecho de lograr que ella le respondiera.*

Bella respiró aliviada cuando Edward se separó de ella y cayó sobre su


espalda. La prueba estaba superada, y aunque su cuerpo le reclamaba
algo que ella no pensaba darle, sentía que así como lo soportó en ese
momento, lo lograría cada vez que fuese necesario, siempre y cuando
no permitiera que Edward la excitara a puntos límites, siempre y
cuando no se repitiera lo que había sucedido en York porque ahí sí,
estaría perdida.

Edward la rodeó con un brazo y la pegó a su cuerpo, quedando él en


su espalda.

—Te amo, Isabella —dijo, para enseguida besar su hombro


delicadamente—. Eres mi vida, mujer. Nunca lo olvides.

Una lágrima proveniente de la chica cayó en la almohada, pero no por


lo que acababa de suceder, sino por su imposibilidad para darle lo que
él deseaba. No sabía qué le ocurría, tenía la oportunidad de amar a
Edward, pero ella misma se negaba a hacerlo y luego se sentía culpable
pero sin tener la intención de remediar ese hecho. En el fondo se
consideraba una víctima, y sentía que quizás por eso tenía el derecho
de negar lo que quisiera, mas su corazón le dolía ante sus decisiones y
todo eso, sumado a las acciones de Edward, la hacían querer gritar de
frustración.

Un pequeño sollozo se escapó de sus labios, y Edward, que apenas


estaba quedándose dormido la escuchó, haciéndole temer lo peor.

—Mi amor —susurró a sus espaldas en tono mortificado—, dime por


favor que no te hice daño.
Bella secó sus lágrimas rápidamente con el dorso de su mano, y se giró
para quedar frente a él. Negó con su cabeza y sin saber por qué, se
acurrucó en su pecho, apoyando su mejilla en la cálida piel.

—Estoy bien, solo necesito que me abraces… por favor.

—Cuando mi diosa lo ordene —dijo él besando su frente.

Así se quedaron dormidos. Abrazados. Uno en el cielo y el otro en el


infierno. Compartiendo el mismo aire pero no los mismos
sentimientos. Abrazados, lo que en el momento era lo único que
importaba. Esa noche ninguna mujer rubia interrumpió los sueños de
la chica.

Al día siguiente, Edward le informó a Félix que sería el nuevo


administrador en reemplazo de King, pues las referencias recibidas de
los trabajadores eran las mejores y deseaba darle esa oportunidad. El
hombre le agradeció la confianza depositada en él y prometió que no lo
defraudaría; sin embargo, mientras él se recuperaba otra persona se
quedaría a cargo y así evitar contratiempos en su sanación. Rosalie se
despidió de ellos, agradeciendo toda la amabilidad y disculpándose
por todo lo que había ocasionado, a lo que Bella le respondió que no
tenía de qué preocuparse, que siempre que deseara las puertas de la
casa estaban abiertas para ella.

—Así es, Rosalie —concordó Edward—. Eres bienvenida siempre que


lo desees. —Giró entonces la cabeza para mirar a Félix—. Tú y yo nos
entenderemos cuando vaya a las plantaciones.

Félix asintió, entendiendo claramente que su presencia no era bien


recibida en la casa siempre que la joven señora se encontrara en ella.
No estaba interesado en la chica, pero su esposo prefería mantenerlo
alejado por un motivo que él no entendía y como nada tenía que hacer
allá de nuevo, no tenía problema en acatar la orden.
Algunos días después, Bella se hallaba caminando por los alrededores
de la propiedad, tratando de perderse de la presencia de Edward. Tras
tomar el celular de él sin que se diera cuenta y luego de decirle que
deseaba caminar sola, se había aventurado a la parte trasera de la casa,
que ya no se encontraba custodiada por hombres pues el peligro de
Royce King había pasado.

Buscó el nombre de la persona con quien deseaba hablar desde hacía


varios días, y marcó.

—No me digas que ya se te secaron las bolas y tu polla se cayó, porque si


Bellita no tiene quién la atienda yo estaría feliz de ofrecerme.

—¡Emmett! —gritó Bella y miró a todos lados para ver si alguien la


había escuchado—. Ahora entiendo por qué Edward se comporta
contigo de esa manera.

Una fuerte carcajada resonó del otro lado de la línea.

—Lo siento, muñequita, no sabía que eras tú. ¿Te escapaste del ogro de tu
marido? ¿Y por qué me llamas desde su teléfono?

—Porque Edward borró tu número de mi celular y ahora entiendo por


qué —explicó en tono de reproche, ganándose otra risotada—. Quería
saber qué sucedió el día que viniste. ¿Acaso conoces a los Hale? ¿Te
pasó algo con ellos en el…?

—No, no los conocía hasta que tú me los presentaste —respondió Emmett


con tono serio. Su diversión de hacía unos segundos había
desaparecido por completo—. Y te agradecería que no me tocaras más ese
tema. No me interesa lo que tenga que ver con ella y ese imbécil.

—Pero no entiendo, dices que no los conocías de antes pero hablas de


ellos como si los detestaras.
—¿Ella está bien? Digo… ¿Son felices… los dos? —preguntó, forzando las
últimas palabras e ignorando las de la chica.

—Sí… Eh, sí lo son… Supongo. Ella lo adora y él… —Bella se


interrumpió cuando escuchó un fuerte gruñido provenir de los labios
del hombre—. ¿Emmett, qué sucede?

—Tengo que dejarte, hablamos después.

Bella iba a responder pero el vacío que se sentía del otro lado de la
línea le indicó que ya nadie la escucharía.

Rosalie había ido de visita casi todos los días a petición de Bella.
Conversaban, se contaban anécdotas de sus vidas, y cada vez la
amistad se hacía más cercana. Bella continuaba sintiendo temor sobre
los sentimientos que Edward pudiera comenzar a albergar hacia la
rubia, pero él trataba de darles su espacio cuando estaban juntas, y en
ningún momento la chica lo miraba con algo diferente al respeto y el
agradecimiento. No tenía que temer, pero no era ciega, y la belleza de
la chica la ponía un poco nerviosa, aunque era consciente de que sus
miedos no tenían fundamento alguno.

Félix estaba mucho mejor y había decidido no estar más en cama,


según le había contado su hermana, y el hombre que lo estaba
reemplazando era guiado por él mismo, de esa forma, no realizaba
trabajos pesados, pero sí se entendía en su nuevo cargo.

Royce no había vuelto a aparecer, sus pertenencias fueron recogidas


por una mujer para nada agradable y nada más se supo de él, por lo
que todos en las plantaciones estaban más tranquilos y trabajaban
mejor al mando de un hombre bueno y justo.

Los días para Bella, cuando no estaba en compañía de su nueva amiga,


eran llenos de caricias robadas, palabras de amor, mimos y jugueteos.
Había descubierto que Edward podía ser incluso peor que Emmett
cuando no estaba celándola hasta con el gato. Le gustaba asustarla,
hacerle cosquillas, dejarle chupetones en el cuello que Bella agradecía
que fuera con la succión de los labios y no con los dientes; ya que su
piel tan blanca era perfecta para marcar sin mucho esfuerzo; luego
alejaba el rostro y miraba su obra, sonreía y decía:

—Así nadie dudará que eres mía.

Lamía la zona y dejaba un suave beso.

Cuando no estaba de maniático celoso, se convertía en un adolescente


idiotamente enamorado; no llegaba al romanticismo, Edward no podía
catalogarse de serlo: no le decía frases de amor, hasta el momento no le
había regalado la luna ni una sola de las estrellas y tampoco le pedía
permiso para tomar algo de ella. Él simplemente lo tomaba. Si quería
besarla ella solo sentía cómo era apretada con el pecho de su esposo,
una mano en su nuca y los labios exigentes que se estrellaban contra
los suyos; otras veces la cargaba sin aviso, la arrojaba en algún sofá que
estuviese cerca y se lanzaba sobre ella, besándola y acariciándola; pero
sin intenciones de hacerle el amor, solo eran juegos que él disfrutaba y
ella soportaba. Definitivamente no era romántico, era posesivo, solo
que con diferentes facetas… Un perfecto bipolar.

En las noches, cuando contaba con la suerte de que Edward aceptara


sus negativas, dormía abrazada a él, tranquilamente; pero cuando
decidía omitir sus pedidos, tenía ella que hacer acopio de toda su
fuerza de voluntad para no terminar retorciéndose de placer en los
brazos del hombre que cada vez la excitaba con mayor destreza; sin
embargo, seguía sin permitir que él cumpliera sus intenciones de
hacerle perder el control como en York, y eso era lo único que la
mantenía segura.

De vez en cuando hablaba con su madre. Tal como había prometido no


la interrogaba respecto a nada, solo la escuchaba en silencio y al final le
decía lo mismo:
Abre tu mente, hija. No sigas sufriendo por propio gusto.

Bella se limitaba a negar con la cabeza, como si su madre pudiera verla


y cambiaba de tema, manteniendo así una conversación más amena.

El mes de octubre llegó y Bella ya extrañaba a los galgos. Era el primer


día del mes, un domingo, y Bella se encontraba sentada en una terraza
de la parte posterior de la casa, con Ron en sus piernas. Edward se
encontraba conversando con Emmett sobre unos negocios y ella
aprovechó para reprender al malhumorado animal.

—Es el colmo que te portes así con esos pobres perros —dijo Bella
mirando con reproche al gato que la miraba con los ojos entreabiertos.
Claro indicio de que no le importaba lo que ella decía—. Sam y Leo no
te han hecho nada malo y tú los tienes marginados. Pobrecitos, deben
estar en las plantaciones, porque Rose me dijo que era allá donde se
refugiaban mientras tú estabas aquí. Eres un gato muy malo —
reprendió con voz severa, a lo que el felino bostezó y acomodó la
cabeza sobre sus patas delanteras, dispuesto a dormir. El tono de Bella
cambió a uno de melancolía—: te llevarías tan bien con Naomi, o
quizás solo se matarían entre ustedes… Eso nunca lo sabré.

—¿Quién es Naomi? —preguntó Edward llegando desde atrás y


dándole un beso en la cabeza antes de rodear el sofá y sentarse a su
lado.

Bella se sobresaltó. No quería que su gata se convirtiera en un motivo


más para que Edward la manipulara. Deseaba tenerla consigo, pues su
madre varias veces le había contado que la aristocrática felina se subía
en la que había sido una vez su cama y maullaba lastimeramente. Era
claro que extrañaba a su dueña y el sentimiento era recíproco; mas no
se arriesgaría a que Edward supiera de su existencia.

—La perra de una compañera del instituto —respondió rápidamente.


—Te gustan los animales. ¿Quieres alguno en especial? ¿Alguna raza
que desees que te regale? No importa la especie —preguntó Edward
pasando un brazo alrededor de ella, atrayéndola a su cuerpo.

—No… Con los de aquí estoy bien.

—En las plantaciones hay unos establos con hermosos caballos. —


Edward sonrió ampliamente al ver cómo los ojos de Bella se
iluminaban—. Se acerca una fecha especial, y si no te gusta ninguno de
los que se hallan ahí, puedo comprarte el que desees, solo pido el
catálogo a un criador de confianza que tengo y en el menor tiempo
posible lo tendrás contigo.

Bella sabía cuál era la fecha a la que Edward se refería. Su primer mes
de casados estaba a solo una semana de distancia. Nunca podría
olvidar ese día, mucho menos esa noche.

—No sabes en qué gastar tu dinero —afirmó, mirándolo con el ceño


fruncido—. Ni siquiera sé montar.

—Yo podría enseñarte a montar —propuso Edward en tono erótico,


dándole a entender que no sería necesariamente sobre un equino.

—Un caballo, supongo —dijo la chica alzando una ceja.

Edward sonrió maliciosamente.

—Claro, nena. Sobre un caballo.

—Eres imposible.

—Imposiblemente sexy —afirmó Edward con arrogancia y


coquetería—. Así nací y así moriré. —Se encogió de hombros—, no lo
puedo evitar.

—Idiota —murmuró Bella rodando los ojos.


Edward acercó entonces sus labios al oído de ella. —Pero soy el idiota
que te vuelve loca por las noches. —Sacó entonces la lengua y con ella
delineó la oreja de la chica, logrando que se estremeciera por el sensual
toque. El hombre rio y ella gruñó de frustración. El diario vivir de la
pareja.

Habían pasado unos días desde la conversación con Edward sobre


regalos y caballos, y Bella se encontraba apoyada en la barandilla de
uno de los balcones de la propiedad hablando desde su celular.

—¿Ya dejaste que mi primito te follara hasta que tus ojos giraran sobre sus
cuencas?

—Eres igual o peor que tu hermano, Heidi.

La mujer del otro lado de la línea rio fuertemente.

—Yo solo quiero la felicidad para los dos, y estoy segura que cuando descubras
lo bien que se siente que te follen a conciencia, parecerás una babosa adherida a
Edward —afirmó Heidi, disfrutando de molestar a la chica.

—No, aún no sé lo que es que me dejen ciega, aunque él lo intenta casi


todas las noches.

—¿Lo intenta? ¡Vamos, Bella! Edward la tiene grande, eso no me lo puedes


negar.

—¡¿Cómo lo sabes?! Acaso tú…

—¡Ay! ¡No seas cochina! —expresó Heidi haciendo un sonido de


asqueo—. Fue una vez cuando era niña. Yo tenía unos ocho años y Edward
unos trece. Estaba en la flor de la pubertad y una mañana en que habíamos
dormido en el mismo cuarto porque yo tuve una pesadilla, y como él se estaba
quedando en mi casa porque mis tíos estaban de viaje; desperté y giré para
mirarlo dormido en el sofá de mi dormitorio. Cuál no sería mi terror cuando vi
que debajo de la sábana algo se levantaba y se movía levemente. La noche
anterior había visto la película de Gremlins y pensé que uno de esos animales
se estaba comiendo a mi primo. Tomé una almohada y me acerqué a él, levanté
mi arma y lo golpeé lo más fuerte que pude sobre ese algo que hacía que la
sábana pareciera una carpa de circo a la altura de la cintura. Él se despertó
enseguida, gritando, retorciéndose y agarrándose ahí abajo; mientras yo salía
corriendo de mi habitación gritando que una horrible cosa había atacado a
Edward… Bella, a los ocho años me enteré de lo que era una erección
matutina, y que estuve a punto de dejar a mi primo favorito discapacitado de
por vida.

Bella se ahogaba con su propia risa. Era tal la intensidad que no emitía
sonido alguno, y si Edward la hubiese visto en ese momento, habría
corrido angustiado pensando que convulsionaba. Heidi lo entendió
enseguida.

—¡Oye, no fue mi culpa! Yo era una niña inocente, ignorante de las


necesidades masculinas —dijo Heidi con falso tono de indignación—
. Emmett fue el que más lo disfrutó. Creo que aún lo molesta cada vez que lo
recuerda.

—Tu familia es todo un caso de estudio, Heidi —afirmó Bella cuando


por fin pudo hablar, mientras lágrimas, producto del ataque de risa, le
corrían por las mejillas.

—Sí, eso ya lo sé, no es una novedad que la locura ronda los apellidos Cullen y
McCarty. Pero no estábamos hablando de eso… Edward te ha hecho el amor
varias veces, ¿sí o no?

—Casi todas las noches, menos mal que no siempre —respondió la


chica.

—¿Y ya tuviste tu periodo? En estos días cumplen un mes de casados.

—Sí, ya me llegó, aunque se me retrasó un par de días y solo me duró


otro par, no cuatro como antes y en menos cantidad, pero estoy
tranquila por eso.
—Quizás no te estás alimentando bien. Deberías consultar a un médico.
Podría ser anemia —indicó Heidi.

—Estoy comiendo mejor que cuando estaba en el instituto. Quizás son


los anticonceptivos que estoy tomando desde el día siguiente a que
Edward regresara de Edimburgo. He escuchado que pueden afectar el
periodo.

—¿Edward lo sabe?

—No, y no quiero que se entere —dijo Bella en tono de advertencia—.


Una chica del servicio me las compró a escondidas junto con la pastilla
del día después y una prueba de embarazo, la cual, gracias a Dios, salió
negativa. Me tomé la pastilla, por si acaso la noche anterior había
quedado embarazada y comencé con las anticonceptivas. Hace unos
días me bajó, así que no hay problema por eso.

—Muy bien, solo procura que Edward no las descubra, y de tomarlas a la hora
exacta. Cualquiera de las dos opciones sería muy mal para ti.

—Lo sé. Tendré cuidado.

Luego de unos minutos de conversación sobre temas triviales, Bella se


despidió de su amiga y se quedó recostada en la barandilla. Un hijo de
Edward era algo que no podía tomar a la ligera. No sabía cómo
asimilaría ella misma esa noticia, si lo amaría como debía o si vería en
el bebé a Edward, reflejado. Era consciente de que algún día tendría
que ser, pero mientras más demorara ese asunto sería mejor para ella.
Aún era joven, podrían pasar años para que eso sucediera. Así
esperaba que fuera.

El día del tan afamado mes de casados llegó. Nueve de octubre. Hacía
justo un mes atrás que estaba en la iglesia dando el sí a una vida
obligada junto a Edward. No quería pensar en eso, pero la actitud de
Edward se lo recordaba a cada instante.
Era obvio para ella que algo le tenía preparado: la miraba con una
sonrisa pícara en los labios, realizaba llamadas misteriosas, y cuando la
abrazaba y besaba le decía que haría cualquier cosa por hacerla feliz, y
él sabía muy bien qué podía ser.

En el almuerzo se notó más ansioso aún. Revisaba su celular


constantemente y cuando recibía alguna llamada, se apartaba para
contestar. Si ella no lo conociera bien pensaría que tenía alguna
amante, pero Edward le había demostrado que no tenía la más mínima
intensión de serle infiel, porque con ella le bastaba para ser feliz.
Prefería entonces no preguntarle nada sobre su nerviosismo, el motivo
estaba claro, algo tramaba, y ella prefería no averiguarlo.

A la mitad de la tarde, Edward le pidió que se recostaran en el área de


la piscina.

El área más alejada de la casa… Qué astuto.

Ahí pasaron varios minutos, conversando sobre trivialidades y asuntos


de la compañía, hasta que él recibió un mensaje de texto, sonrió
ampliamente y la miró con el rostro lleno de emoción.

—Acompáñame a la habitación, nena —pidió, apenas conteniendo su


entusiasmo—. Quiero mostrarte algo.

La chica asintió y se encaminaron hacia la entrada posterior de la casa,


subieron las escaleras y en el rellano de ésta, Katy la detuvo para
hacerle una consulta.

—Te espero allá, nena. No tardes.

Bella asintió y Edward se fue tarareando una canción. Estaba


disfrutando el momento previo a la gran sorpresa.

La mujer le preguntó sobre si deseaba que se hiciera algo especial para


la cena de esa noche y ella le preguntó a su vez qué platillos podrían
gustarle a Edward. No era un día memorable para ella, pero al menos
no quería ser descortés con su esposo.

Se encontraban sumidas en el listado de platos elegantes que Bella no


había escuchado nunca, cuando un fuerte grito se escuchó desde la
zona de la habitación, precisamente donde Edward se encontraba. Las
dos mujeres se sobresaltaron, asustadas por lo que pudo haber hecho
que él profiriera tal alarido.

—¡Hay una rata gigante en nuestra cama! —gritó Edward como toda
explicación.

—¿Una rata gigante? —Se preguntaron las dos mujeres entre sí, al
mismo tiempo.
CAPÍTULO 26


Te daría el mundo si me lo pidieras,
te entregaría mi vida hasta el último suspiro.
Eres el motivo de mi existencia,
solo tu sonrisa me permite ser feliz.
Entrégate a mí en cuerpo,
y deja que sea yo quien te posea en alma.

E dward caminaba de un lado a otro de su estudio frotándose las


manos, impaciente. Era el día del primer mes de casado con Bella y la
sorpresa que tenía preparada para ella estaba a pocos minutos, según
sus cálculos, de arribar al aeropuerto en Londres. Solo esperaba la
llamada respectiva para sacar a su esposa de la casa. Por fin su celular
sonó.

—Señor, tenemos el paquete.

—¿Llegó bien? Si algo le pasa ustedes serán los responsables —advirtió


Edward, ansioso.

—Está perfectamente, al menos así nos la entregaron —respondió el


hombre con tono dudoso—. Señor, ¿usted la ha visto?

—No lo he hecho, ¿sucede algo?

—Es que… es bastante… fea.


—Eso no es de tu incumbencia, todo lo de mi esposa es perfecto; así
que limítate a traerla sin ningún tipo de daño, la dejan sobre mi cama y
cierran la puerta, no quiero que se asuste y se escape.

Cortó la llamada sin esperar respuesta y se apresuró a buscar a Bella


para llevarla al área de la piscina. Una vez allí, se enfrascó en una
conversación sobre inversiones, negocios y cualquier tema que pudiera
mantener a la chica ocupada, mientras recibía el mensaje que le
avisaría que todo estaba listo.

Miraba a Bella cuando ella hablaba y se recreaba observando su forma


de hablar, sus maneras. Toda ella era un deleite para su vista: la gracia
y fragilidad de sus movimientos y palabras, lo mismo que su agudo
intelecto lo absorbían a tal grado que no podía dejar de contemplarla.
Cada gesto, el mínimo pestañeo que hacía era de su completo interés; y
se sentía afortunado de poderla contemplar y saberla suya. Ella era
perfecta, hermosa en su totalidad y la amaba con una irracionalidad
que ni él mismo podía explicar. Sabía que hacía un mes exactamente,
había hecho que ella llorara y sufriera. La había tomado bruscamente,
no teniendo en cuenta que era su primera vez, y aunque ella se entregó
sin reparos, él no tuvo la paciencia suficiente para calmarse y hacerle el
amor con la ternura que merecía; sin embargo, tenía la sensación de
que algo más había sucedido, algo mucho peor que lo que recordaba y
ni Heidi ni ella quisieron decirle. Al menos parecía que Bella ya lo
había perdonado, pero haría lo que fuera con tal de resarcirse de sus
pecados para con ella.

Todas las noches, cuando se encontraban solos en la habitación,


comenzaba su tortura personal. El verla a ella paseándose por la
habitación con esas pijamas de pantalón largo y blusas grandes que
usaba, solo servían para enardecer más su deseo, al imaginarse
descubriendo una vez más el cuerpo de su esposa, llenándolo de besos,
de caricias, lamiendo cada rincón de su piel, llegando hasta su…
Se vio obligado a apartar esos pensamientos. No podía darse el lujo de
lanzarse en esos momentos sobre ella y hacerle el amor. Tendría que
esperar hasta que ella disfrutara de su regalo y en la noche, se
entregara a él, si era que eso llegaba a suceder. Ella parecía no haberlo
perdonado del todo, por eso se negaba a estar con él algunas noches, y
debía quedarse ahí, con una dolorosa erección y la tentación a unos
centímetros de su cuerpo en el mejor de los casos, cuando ella no
decidía acurrucarse en sus brazos, lo que acrecentaba aún más su
sufrimiento. Deseaba poseerla todas las noches con sus días, hacerle el
amor como un loco, en la cama, en la biblioteca, en su estudio, en el
suelo, en la piscina, en cualquier lugar en el que pudiese cerciorarse de
que nadie los viera; pues el cuerpo de ella era solo suyo, nadie más
podía tener el placer de contemplarlo, solo él, y no pensaba
compartirlo con nadie.

Su celular sonó de nuevo, leyó rápidamente el mensaje que confirmaba


que ya la tan ansiada sorpresa había llegado, y se dispuso a llevar a
Bella hasta la habitación. Cuando en las escaleras se encontraron con
Katy, Edward le anunció a Bella que la esperaría arriba y se encaminó,
emocionado por la reacción que tendría Bella al ver la sorpresa que le
tenía preparada. Haría lo que fuera por ella, y si eso podía hacer que lo
perdonara, así fuese un poco más, no tendría reparo alguno en
complacerla.

Llegó a la antesala de la recámara, y abrió la puerta de la habitación


con una gran sonrisa en sus labios, pero esta se esfumó apenas miró
hacia la cama. La impresión recibida fue tan grande que no pudo evitar
emitir un fuerte grito. Una enorme rata gris se hallaba en su cama, y lo
miraba como si quisiera asesinarlo. Era el animal más espantoso que
había visto en su vida, y aunque nunca les había temido a las ratas, una
de ese tamaño era una historia completamente diferente.

—¡Hay una rata gigante en nuestra cama! —gritó y cerró la puerta


rápidamente.
—¿Qué sucede? ¿Qué fue ese grito? —preguntaron Bella y Katy, que
llegaban en ese momento.

—No entren ahí, hay una rata en la cama —explicó con más
agitación—. ¡Alex! ¡Alex!

—Señor, ¿qué fueron esos gritos? —preguntó Alex, llegando con otros
hombres con expresiones alarmadas.

—¡¿Me puedes explicar qué hace una rata gigante en mi cama?! —


preguntó Edward claramente molesto—. ¡¿Dónde está lo que les pedí?!

—Señor, lo pusimos en su cama como nos dijo, solo seguimos sus


órdenes.

—¡¿Entonces, una maldita rata se comió a la gata de mi esposa?! —


gritó Edward, sarcástico, fuera de sus casillas.

—¿Mi gata? ¿Naomi está aquí? —preguntó Bella emocionada, y se


dirigió a la puerta de la habitación, logrando abrirla antes de que
Edward pudiera detenerla—. ¡Naomi! —exclamó cuando vio al animal
en la cama, pero no alcanzó a avanzar porque un fuerte brazo la tomó
por la cintura.

—¡No te acerques! Esa cosa debe transmitir enfermedades —advirtió


Edward, arrastrándola fuera de la habitación y cerrando la puerta de
nuevo.

—Edward, esa es mi gata, y no es ninguna rata —aseguró mientras


forcejeaba con él, y cuando la soltó, desconcertado, se dirigió a la
habitación donde el animal la esperaba ansiosa, luego de haberla visto
y escuchado su voz.

Edward se giró entonces hacia los hombres que miraban la escena sin
expresiones en su rostro, y se dirigió a Alex:
—¿Por qué no me dijiste que la gata de Isabella parecía una rata? —
preguntó con voz baja para que ella no lo escuchara.

—Le dije que era fea y usted no me creyó, incluso cuando me dijo que
cerrara la puerta por si se asustaba, pensé que eso solo podía suceder si
se miraba en un espejo; pero usted cortó la llamada —explicó el
hombre y luego de una orden de Katy, se retiraron inmediatamente.

Bella salió de la habitación con Naomi en sus brazos. La chica se


encontraba radiante, Edward nunca la había visto tan feliz como en ese
momento; y por el solo hecho de verla sonreír, era capaz de regalarle
todos los animales espantosos que ella deseara tener. Bajó entonces la
vista hasta su pecho y se encontró con una consentida gata.

Qué animal tan feo, pensó y retrocedió un par de pasos.

—Mira, Naomi, éste es papá —dijo Bella en tono consentido y


cargándola con las dos manos, la acercó a Edward—. Dale un beso a tu
papi, cariño. Besa a papi.

Edward apartó la cara en el momento justo en que la gata le lanzaba un


ataque con su pata, cuyas uñas estaban listas para infringir el mayor
daño posible y emitía un furioso maullido de advertencia. En un
movimiento instintivo, él levantó el brazo y apartó la pata del animal,
rápidamente.

—¡Edward, no seas grosero! —reprendió Bella, fulminándolo con la


mirada y volvió a abrazar a Naomi—. Ven, cariño, vamos a darte de
comer, debió ser un viaje muy largo. Estoy tan feliz de…

La voz de la chica se fue perdiendo por el pasillo, mientras Edward


miraba boquiabierto cómo ella se iba con su adorada mascota. Las
suaves palmaditas de una mano en su hombro lo abstrajeron de su
perplejidad.
—Creo, hijo —dijo Katy, aprovechando que estaban solos para
llamarlo de la forma como ella lo veía—, que has firmado tu sentencia
de muerte. Yo de ti dormiría con un ojo abierto.

La mujer también se fue riendo por lo bajo y él no pudo más que


quedarse inmóvil ahí, sin poder creer lo que había sucedido.

Horas más tarde, Edward contemplaba cómo había perdido a la mujer


que amaba en las garras del gato más feo que había visto en su vida.
Por una parte, estaba feliz al verla a ella disfrutar de la sorpresa que le
preparó; pero por otra, sentía que había cometido un error al mandar a
buscar a la gata, cosa que confirmó al llegar la noche.

—Isabella, baja a la gata de la cama, por favor —dijo Edward en tono


molesto y apremiante.

—Vamos, Edward. Ella puede dormir con nosotros mientras le compro


una cama propia —afirmó, acariciando al animal.

—¿Quieres una cama? Esta mansión tiene muchas habitaciones, todas


amuebladas. ¡Elige la que quieras y ponla a dormir ahí!

—¿Cuál es tu problema? —preguntó Bella, irritada—. ¿Acaso no te


gusta Naomi?

Edward se pasó una mano por el cabello y lo haló, frustrado. Ya había


intentado acostarse, y la gata le dejó bien claro que no lo deseaba en la
misma cama que ella, pero Bella parecía ser ajena a ese asunto.

—Nena, todo lo tuyo es amado por mí. —Casi todo. Pensó mirando al
felino, con el ceño fruncido—, pero tu… Naomi, no me deja acostarme
en la cama, ¿qué quieres que haga? ¿Dormir en el suelo?

—Es solo que no te conoce, por eso es tan aprensiva contigo —afirmó
Bella con una sonrisa tierna en los labios—. Ven, acuéstate, yo la
sostengo y verás que ya se acostumbrará.
Edward la miró con desconfianza, tomó la camisa del pijama que se
acababa de quitar y se la colocó de nuevo. No deseaba que su torso
terminara marcado.

—Ven —indicó Bella, recostándose también con Naomi en brazos.

Él lo hizo cuidadosamente, quedando así de frente a su esposa. Estiró


el brazo para acariciarle el rostro, pero un fuerte maullido le dejó en
claro que la mascota no aprobaba que tocaran a su dueña. Bella soltó
una risita y fue ella quien alargó su brazo, y acarició la mejilla de
Edward; mas él, sintiéndose desplazado como un niño pequeño, le
tomó la mano y besó la palma con adoración.

—Gracias, Edward —susurró Bella, sonriéndole—. Me has hecho muy


feliz. ¿Cómo te enteraste de ella?

—No te creí cuando me dijiste que era la perra de una amiga, así que
llamé a Ángela a Hungría y me dijo la verdad, luego llamé a tu madre
y acordé con ella todo para poder traerla… ¿Por qué me mentiste?

Bella suspiró y retiró la mano para seguir acariciando a su mascota.

—Por nada en especial —mintió. No deseaba traer a colación el tema


de las amenazas y sus temores—, me hacía falta y hablar de ella me
entristecía.

—Isabella, yo la hubiese mandado a traer desde el día en que nos


casamos, incluso antes —afirmó Edward, mirándola fijamente a los
ojos—. Todo lo que me pidas te lo daré, con tal de verte feliz… Así
tema despertar con todo el cuerpo marcado.

Los dos comenzaron a reír, pero la sonrisa de Edward se borró de su


rostro cuando la vio girarse y darle la espalda con Naomi ya dormida
en sus brazos. Sintió una profunda tristeza al pensar que ni al darle un
regalo como ese, ella deseaba dormir al menos abrazada a él, por lo
que comenzó a girarse también para darle la espalda. La visión de ella
era muy dolorosa para soportarla. Sus movimientos se detuvieron
cuando se percató de que ella movía su cuerpo, arrastrándose hacia el
centro de la cama, acercándose a él, todavía estando de espalda.

—Abrázame —pidió dulcemente, mirándolo sobre el hombro—, así la


mantengo alejada de ti. Solo trata de no tocarla.

La alegría que embargó a Edward fue descomunal. Bella sí deseaba


dormir abrazado a él. Incluso, no tuvo que pedírselo, sino que fue
iniciativa de ella misma. Estaba dichoso, y no le importaba despertar
con el brazo destrozado, con tal de poder dormir como más le gustaba:
rodeando con sus brazos a su amada, sintiendo el calor de su cuerpo,
deleitándose con su olor.

Bella acurrucó a la gata en su pecho y Edward acomodó su brazo en la


cintura de ella, y le besó el hombro tiernamente.

—Te amo, Isabella —murmuró, pero como ya esperaba, no obtuvo


ninguna respuesta. No le importó, él estaba seguro que ella lo amaba,
solo que a veces era demasiado terca para admitirlo.

Una semana había pasado en la que Edward se sentía frustrado y de


muy mal humor. Faltaba solo una semana para que se reintegrara a la
Presidencia de CullenWorld y en lugar de aprovechar el tiempo que le
quedaba con su esposa, llevaba ocho días tratando de mantener su
cuerpo intacto por las noches.

A la mañana siguiente de la llegada de Naomi, Edward se despertó con


un fuerte ardor en el brazo, no había podido salir inmune; pero al ver a
Bella haciéndole una curación con tanto cuidado para no infringirle
más dolor y luego al terminar, sentir cómo ella daba suaves besos por
todo lo largo de la herida, supo que sería capaz de aguantar todos los
ataques que el horrible animal deseara darle.

La llegada de Ron y de los galgos no fue un caso aparte, cuando el


felino vio a la gata que retozaba sobre el regazo de Bella, se erizó por
completo, pero no fue capaz de atacar, solo se quedó ahí, mirándola
fijamente, como si esperase algún tipo de agresión. Naomi solo se
limitó a emitir un fuerte maullido de advertencia y volvió a
acomodarse. Suponía que no era lo suficientemente importante como
para prestarle atención alguna.

Edward fue quien se compadeció del animal y lo cargó. Así quedaron,


las dos hembras y los dos machos separados por una mesa de centro,
mientras ellos las miraban fijamente y ellas eran totalmente
indiferentes a sus compañeros. En todo lo que restó del día Ron no
hizo otra cosa que seguir a Naomi a todas partes, pero a una distancia
segura, porque al intentar olerla ella le dejó bien claro que no deseaba
que se le aproximara.

A los pocos días los galgos regresaron. Sam y Leo llegaron


jugueteando entre sí, y al divisar al gato macho se pusieron en guardia,
listos para correr si era necesario; mas cuando divisaron a la gata, ésta
no tuvo que realizar ningún movimiento; los dos perros aullaron de
terror y salieron despedidos de nuevo hacia las plantaciones, sin hacer
caso del llamado de Bella.

—¿Por qué se habrán asustado tanto? Ron no les hizo nada —preguntó
Bella con evidente desconcierto.

Edward se limitó a encogerse de hombros. Para él era obvia la


respuesta, pero no deseaba discutir con su esposa acerca de la evidente
apariencia de su mascota.

Los días siguientes pasaron y Rosalie conoció a la que ella catalogó


como el gato más curioso y tierno que había visto en su vida. Las
caricias y palabras cariñosas hicieron que la chica se convirtiera en la
segunda persona más querida por Naomi.

Edward estaba amargado. Solo podía acercarse a Bella cuando por


algún motivo, la gata se retiraba de su lado, y al regresar, sus ataques o
maullidos lo hacían retirarse de nuevo. Por las noches era lo mismo;
aunque le habían comprado una gran cama para gatos, con todas las
pretensiones de un miembro de la realeza, ella seguía evitando que
Edward se le acercara a su dueña. Parecía más una dama de compañía
del siglo XVIII tratando de proteger la virtud de su joven señorita, que
una mascota tradicional.

Hacía ya una semana que no hacía el amor con Bella por dicha razón y
sentía que su cuerpo ardía de deseo mientras su mente lo hacía de
rabia. Varias noches había intentado razonar con Bella para que la
sacara de la habitación y ella siempre se rehusaba.

—No está acostumbrada a dormir sola, todo el tiempo que he estado


aquí ha dormido con mi mamá —alegaba ella; y él, para no terminar
discutiendo, prefería quedarse callado y malogrado.

En el transcurso de la segunda semana de abstinencia, Bella recibió una


llamada de Heidi en la que le preguntaba si asistiría al cumpleaños de
su hermano.

—¿Emmett está de cumpleaños? Edward no me ha dicho nada.

—Ni te lo dirá, por eso te llamo. Espero que lo convenzas y si no, te escapas y
ya. Yo puedo ir por ti.

—Deja y hablo con él primero y te aviso —respondió Bella—. ¿Es una


fiesta o algo así?

—En realidad es una cena. Emmett anda de un humor de perros últimamente,


y me prohibió que organizara algo más festivo.

—Lo he notado, y parece ser que está así desde que vino de visita, pero
no estoy segura; creo que no se lleva bien con el nuevo
administrador… En fin. Heidi, ¿puedo llevar a alguien? Es una chica
de las plantaciones que conocí y se ha convertido en una gran amiga,
me gustaría que la conocieras… Claro, si es algo muy familiar no hay
problema.

—No te preocupes, estarán un par de amigos también así que puedes traerla,
no tengo objeción —aseguró Heidi—. Tengo que colgar, pero si el ogro de tu
marido no te deja venir me avisas y las recojo, soy muy buena planeando
escapadas.

Luego de cortar la llamada, Bella comentó a Edward sobre sus planes,


y tal como esperaba, este se rehusó a acceder.

—¡No lo quiero cerca de ti!, ni a él ni a nadie.

—Soy tu esposa, Edward, no tu prisionera. Debes tener eso presente.

—¡Eso lo sé! —gritó y le dio la espalda.

Respiraba agitadamente y su cara estaba completamente roja. No


quería compartirla con nadie. Ella era suya, de su propiedad, y no tenía
por qué estar angustiado pensando en que alguien se la pudiera
arrebatar en cualquier momento. Bella lo amaba, lo sabía, pero nada
impedía que ella pudiera ser seducida por otro hombre, y eso sería su
perdición. Lo acusarían de asesinato, de eso no tenía duda alguna.

Sintió la mano de la chica en la espalda y se giró lentamente.

—Quiero ir, no por hacerte enojar, sino porque quiero ser parte de tu
familia. —Bella se acercó a él, lo abrazó por la cintura y levantó la
cabeza para mirarlo a los ojos—. No tienes nada que temer. Soy tu
esposa, nunca otro hombre te reemplazará, eso te lo aseguro.

Edward la abrazó de vuelta y enterró su rostro en el cuello de ella,


embriagándose de su olor.

—No quiero perderte… No puedo… Me muero.


—No me perderás —le susurró Bella en el oído—. Te juré lealtad y lo
cumpliré.

—Lo hiciste por tu familia, no por mí —aseguró Edward con tristeza.

Por momentos, su trastornada mente reconocía lo que había tenido que


hacer para poseerla; pero siempre existía esa conciencia loca que le
gritaba que ella le pertenecía por completo, sin importar lo que
opinaran los demás… incluyéndola.

Bella suspiró y lo abrazó con más fuerza.

—Pero tú puedes hacer que lo mantenga por ti y por nadie más.

Esperanza. Esas frases que Bella decía esporádicamente, le hacían


sentirse esperanzado de que podía llegar el día en que escuchara de
sus labios las palabras tan anheladas. Eso le permitía conservar la
paciencia, y mantener el control cuando su deseo luchaba por
convertirse en posesión y lo único que deseaba era hacerla suya con o
sin su consentimiento; sin embargo, sabía que debía controlarse, no
podía forzarla a hacer el amor con él porque eso provocaría que la
perdiera para siempre, no en cuerpo, pues así tuviera que llevársela al
otro lado del mundo y mantenerla secuestrada, lo haría; pero sí en
alma, y en ese aspecto no tendría opción alguna.

El día de la cena de cumpleaños llegó y Edward se encontraba ansioso.


Era sábado en la tarde y el lunes tenía que ingresar a trabajar de nuevo,
y aún no lograba tener sexo con su esposa. Caminaba de un lado a otro,
nervioso. La abstinencia le hacía malas pasadas al imaginarse a
Emmett y sus amigos cerca de Bella. No quería ni que la vieran, pero
su madre lo había llamado para rogarle que asistiera, quería ver de
nuevo a Bella y no le gustaba que nadie de la familia faltara a ninguno
de los festejos en el año. Lastimosamente no podía negarle nada a su
madre.

—Estamos listas —anunció Bella tras él.


Se giró y frunció el ceño ante lo que veía. La chica llevaba un vestido
en un elegante y formal tono ciruela entallado hasta arriba de la
rodilla, con cuello cuadrado y sin mangas; un encaje de igual color
cubría la parte superior del mismo hasta debajo del busto; unos
zapatos de taco alto y un pequeño bolso de encaje, todo a juego. Se veía
hermosa, pero el vestido marcaba demasiado sus curvas, y habría
hombres esperando para devorarla con la mirada; eso jamás lo
permitiría. Lo enloquecía el solo pensarlo.

—No saldrás con eso puesto. Ve a cambiarte —ordenó bruscamente.

Bella suspiró y le indicó a Rosalie que la siguiera hacia el auto.

—Bella, no sé si sea conveniente que los acompañe, será un evento


familiar y ni siquiera sé por qué tengo que asistir.

—No entiendo por qué no quieres ir. Ya te dije que Emmett no es


siempre así —susurró para que Edward no la escuchara—. Solo estaba
de mal genio ese día.

—Pero es su fiesta y no quiero incomodarlo; además… Félix no está


nada contento con que vaya.

—Félix es un paranoico, igual que la mayoría de los hombres —afirmó


Bella batiendo una mano en el aire—. Nada te va a pasar estando con
nosotros.

—Eso ya lo sé, y tampoco soy una niña que tengas que estar cuidando.
Puede ser que no salga mucho pero no soy boba.

—Tienes razón, pero te aseguro que Emmett no te molestará. Vamos,


sube.

—No sé si quiera…

—Sí quieres, vamos —apremió Bella. Estaba casi segura que Rosalie
estaba interesada en Emmett, y entendía el temor de la chica al
desprecio de él, pero si no le correspondía, al menos ella no permitiría
que la hiriera—. Te divertirás, ya lo verás. Las chicas son muy
agradables y quiero que las conozcas, sé que te agradarán.

—¿Te vas a quitar el maldito vestido o no? —preguntó Edward,


molesto, llegando a ellas en ese momento.

Bella lo miró levantando una ceja y se embarcó en el auto. Rosalie lo


hizo en el asiento trasero, y Edward, resignado subió al asiento del
piloto.

Edward iba molesto, pero más que eso asustado, y Bella lo notó.

—Tranquilo, Edward —dijo colocando una mano sobre su brazo y


apretando levemente—. Verás que no tienes de qué preocuparte.

Él se limitó a asentir y continuaron su camino. Un par de horas


después, Edward parecía que saltaría sobre alguien en cualquier
momento en plena sala de la casa de sus padres.

Un par de amigos de Emmett, a los cuales Edward detestaba por estar


detrás de su hermana desde hacía tiempo y más sabiendo sus andares
de galanes empedernidos, no le quitaban la vista de encima a Bella ni a
Rosalie. A él le molestaba que miraran a la rubia de esa forma, pues no
quería que una chica como ella cayera en sus manos, pero que
observaran a su esposa lo volvía completamente loco.

La cena no comenzaba aún y él estaba desesperado por irse


rápidamente. Mantenía la cintura de su esposa fuertemente aferrada,
mientras ella, dándole la espalda en el sofá, conversaba animadamente
con Heidi, Alice, Sara y Rosalie, quien había sido recibida alegremente
por las demás. Al menos estaba feliz de que Emmett no se hubiese
acercado a molestar a Bella. Se mantenía retraído del otro lado del
salón con una enigmática mirada fija en la rubia, quien estaba
claramente incómoda y sonrojada con ese hecho.
¡Mejor! Así deja en paz a Isabella.

Pensó al darse cuenta que Emmett estaba a punto de llevarse a la chica


hasta su habitación y hacerle maravillas que seguramente ella
desconocía. Jasper también se encontraba distraído, escrutando de mal
modo a los mismos hombres que él, aunque Edward desconocía el
motivo, imaginó que no le gustaba la forma en que miraban a la que él
llamaba hermanita.

Hermanita o no, te metes con ella y te mato. Afirmó mentalmente.

En todos veía un enemigo, alguien que podía quitarle lo más amado y


acabar con su vida. Por momentos, acercaba su rostro al hombro de
Bella y lo besaba posesivamente, o llamaba su atención para que ella lo
mirara y así poder acariciarle el rostro; o colocarle la mano en la pierna,
indicando que solo él podía tener ese placer.

Esme informó que en unos minutos se serviría la cena y Rosalie y Bella


aprovecharon para ir al tocador un momento.

—Yo voy contigo.

—Edward, solo voy a la habitación de Alice, no me voy a perder. —


Acarició su mejilla y le sonrió comprensivamente—. Estoy con Rose.
Vuelvo enseguida —prometió dándole un corto beso en los labios.

Edward esperó a que se retiraran hacia la zona de dormitorios, pero no


se apartó de ahí ni un solo momento. Quería asegurarse que nadie,
sobre todo ningún hombre se dirigiera hacia esa área de la casa.

—Bella, me quiero ir, no me siento cómoda aquí —dijo Rosalie una vez
llegaron a la habitación.

—Pero si todos han sido muy amables contigo. Las chicas…

—Ellas se han portado espléndidamente, y los señores me han recibido


con mucho cariño, son una familia encantadora; pero… Si quieres
puedo llamar a mi hermano y pedirle que venga a buscarme en su
camioneta.

Bella negó vehemente.

—Es por Emmett, ¿cierto?

Rosalie bajó la cabeza, apenada y entristecida.

—Eso no tiene importancia.

—¡Claro que la tiene!, yo puedo hablar con Heidi y…

—No, Bella —dijo la rubia moviendo la cabeza de un lado a otro—, no


quiero que intervengan, no tiene caso.

—Pero…

—Bella, él me mira de una forma que nunca nadie lo había hecho —


afirmó. Sus ojos brillaban por las lágrimas que luchaban por salir—.
Parece como si me odiara, como si no me deseara cerca, y… No lo
puedo soportar —dijo en un sollozo, entregándose por fin al llanto.

Bella la abrazó y acarició su espalda para reconfortarla. Era claro que la


chica se había enamorado del hombre con solo mirarlo, cosa que creía
solo sucedía en los libros que leía.

A Edward le sucedió lo mismo,pensó, y era cierto. El amor a primera vista


existía, era raro, pero no imposible.

—No creo que te odie —refutó Bella con voz suave—. No tiene
motivos para hacerlo. Debe ser que no está en sus mejores días. Está
asumiendo la presidencia de la compañía y eso lo debe tener estresado.

—Si es así, ¿por qué conmigo y no con otras personas? —preguntó


Rosalie separándose de ella.
Bella tomó una caja de pañuelos desechables del tocador de Alice y se
lo ofreció.

—A ti te recibió con alegría —continuó—, hasta bromeó contigo y con


tu esposo, pero una vez se percató de mi presencia, su humor cambió
por completo. Ni siquiera me saludó, solo se quedó ahí, diciéndome
con sus ojos que no era bienvenida y desapareció por un buen tiempo,
para luego regresar y no hacer otra cosa que mirarme como si deseara
matarme.

Bella suspiró sin nada más que decir. Era cierto todo lo que la chica
había afirmado y nada podía refutarle. Emmett la miraba de una
manera extraña y una vez ella ingresó a la casa, él desapareció,
perdiéndose así toda las respectivas presentaciones y conversaciones
típicas sobre la vida de la recién llegada. No creía que se sintiera
atraído por ella, pues eso no era lo que daba a entender, sino que
demostraba una intensidad, que incluso era capaz de hacer temblar a
cualquiera. Entendía a Rosalie, y lastimosamente no sabía cómo
ayudarla. Nunca sintió la necesidad de hacer que un hombre se
interesara en ella, al contrario…

—Voy a hablar con Edward un momento, no te muevas de aquí.

Bella salió de la habitación y se encontró con su esposo al final del


pasillo que daba a las escaleras.

—Edward, Rosalie no se siente bien, ¿crees que pueda quedarse en la


habitación de invitados durante la cena?

—¿Está enferma?, podemos llamar al médico si lo requiere —propuso


él, preocupado.

—No, es solo un pequeño malestar… Cosas de mujeres.

Edward asintió, comprendiendo sus palabras.


—Claro, nena. Llévala a la habitación que ya conoces y que se recueste,
ordenaré que le suban la cena. En el baño hay medicinas por si necesita
alguna.

Bella asintió y luego de regresar y explicarle a la chica lo acordado, la


acompañó hasta la habitación indicada.

—Es mejor que llame a Félix para que venga por mí. No quiero ser una
molestia.

—No lo eres, no te preocupes. Te excusaré con todos y vendré por ti


cuando la cena termine —propuso Bella—. Edward no está muy a
gusto tampoco, así que querrá irse apenas pueda. Ahora recuéstate, te
traerán la comida en un momento.

—Muchas gracias, Bella.

—Es una lástima que el tío Aro no viniera, lo habrías amado al instante
—dijo Bella con una sonrisa tierna en los labios—. No se lleva bien con
los hombres de la familia y no es muy dado a este tipo de
celebraciones.

—Eso mismo me dijo Alice —comentó la chica sonriendo a su vez.

—Descansa.

La cena comenzó entre charlas amenas y anécdotas de Emmett cuando


pequeño. En total había unas seis personas aparte de la familia: una
pareja amiga de la casa, una vieja amiga de Esme; y tres jóvenes,
compañeros de Emmett de cuando estuvo en la universidad, y con
cuyas familias estaban teniendo contacto de nuevo debido a las
negociaciones que empezaban a realizar, potenciando algunos
pequeños contratos e inversiones, y más que todo por fomentar las
relaciones sociales.
Bella miraba por momentos a Emmett quien se notaba nervioso, como
si algo lo estuviera incomodando. Deseaba preguntarle qué le sucedía,
pero al estar en el otro extremo de la mesa no podría hacerlo sin que
los demás se percataran del hecho. No podría creer que la presencia de
Rosalie en la casa lo tuviera tan nervioso; después de todo, los dos
aseguraban no conocerse y estaba segura que Rosalie no le había dado
motivo alguno para comportarse de esa forma con ella. Algo más
estaba sucediendo y no lograba saber qué era.

—Amor, ¿le pediste a Rosalie que asegurara la cerradura de la puerta,


una vez se quedara sola? —preguntó Edward con el ceño fruncido.

—No, ¿por qué habría de hacerlo? —preguntó de vuelta,


desconcertada.

—Porque Henry no ha regresado y dudo mucho que sea porque no


haya encontrado el cuarto de baño.

—¿Qué quieres decir con eso? —Esas palabras la habían preocupado.

—Que los amigos de Emmett no son como él. Ni siquiera son sus
amigos, son hijos de unos conocidos de la familia que él invitó solo por
cortesía. Nunca me he fiado de ninguno de ellos —explicó Edward y
luego de lanzarle a Emmett una mirada significativa, comenzó a
levantarse de su asiento—, menos de Henry.

Bella comenzó a comprender el temor de Edward cuando sintió cómo


la mesa era golpeada fuertemente.

—¡Lo voy a matar! —gruñó Emmett tumbando la silla en la que se


encontraba sentado y corriendo fuera del comedor.

Todos en la mesa se sobresaltaron, pero los dos hombres ya se dirigían


hacia la zona donde se encontraba la escalera.
Emmett fue el primero en llegar a la habitación en que se hallaba la
chica y al abrir la puerta de una patada, Edward pudo escuchar el
forcejeo que se estaba produciendo dentro. No tuvo tiempo de actuar.
Emmett se lanzó sobre Henry que luchaba por arrancarle el vestido,
mientras la chica, llorando incontroladamente, trataba de apartarlo y
gritar aún con la mano de él en su boca.

Todos en el comedor corrieron para saber qué sucedía, cuando vieron a


Edward bajando con Rosalie en brazos.

—¡Jasper, Jacob! Busquen a Emmett —ordenó mientras dejaba a la


chica en un sofá, rodeada de las mujeres.

Todos comprendieron enseguida lo que había sucedido, y cuando


vieron a Henry caer de las escaleras lo confirmaron.

El hombre cayó a los pies de sus amigos con claros signos de golpes en
su rostro, mientras que el causante de ellos, bajaba frenado por los dos
chicos que subieron a buscarlo.

Edward miró entonces a su primo y se sorprendió. Nunca antes lo


había visto de esa forma: su rostro se encontraba totalmente enrojecido,
sus ojos agrandados; las venas de la frente y de las manos hechas
puños, se marcaban bajo la piel. Estaba furioso, y parecía que su único
propósito era matar a Henry.

—¡¿Qué te pasa?! —gruñó el hombre en el suelo—. ¡Solo es una


campesina! ¿Qué importancia tiene?

Y esa fue su sentencia. Edward, no pudiendo evitar ignorar el


desprecio en la voz del infeliz, corrió para enseñarle a respetar a una
mujer; pero Emmett ya se encontraba de nuevo sobre él, y gracias a
que los amigos de Henry interfirieron, esa área de la casa se convirtió
en un cuadrilátero de boxeo.
Emmett no pensaba en nada más que en desfigurar al que tenía bajo su
cuerpo. Incluso Carlisle y Joseph intervinieron, pues no aceptarían que
una dama fuera tratada de una forma tan vil.

Esme corrió hacia la puerta y llamó a los guardaespaldas que se


encontraban fuera y estos obedecieron al instante, tomando el control
de la situación.

—¡Sáquenlos de mi casa, ahora mismo! —gritó la mujer enfurecida.

Cuando ya los tres jóvenes se encontraban firmemente retenidos por


las manos de los guardaespaldas, Esme los miró con ira.

—No voy a permitir que en mi casa se ultraje a una mujer y mucho


menos que se menosprecie por su origen. No crie a mis hijos así y estoy
segura que sus madres tampoco.

—Esme, pero…

—No me dirijan la palabra, sus madres se enterarán de esto y si están a


su favor, pueden olvidarse de nuestro apoyo en todo sentido —
amenazó firmemente—. Ya sáquenlos. ¡Fuera de aquí! ¡Largo!

Así se hizo entre protestas de los hombres que sabían que no les iría
bien con sus padres si se enteraban que acababan de ganarse la
enemistad de los Cullen, más aún cuando los necesitaban para su
inclusión en la sociedad londinense, y con ello, en negocios fructíferos.

Esme se giró y vio las intenciones de su sobrino de salir y continuar


con la disputa.

—¡Emmett, suficiente! —Se acercó a él y le colocó una mano en el


pecho que subía y bajaba agitadamente—. Hijo, tranquilízate. Ya pasó,
ahora quien importa es Rosalie.

Él bajó la cabeza y la miró a los ojos. Su expresión era de terror


absoluto y ella lo comprendió en ese momento: amaba a la chica
locamente, y jamás se hubiese perdonado que algo tan horrible le
sucediera estando él tan cerca.

Acunó entonces entre sus manos el rostro del joven al que amaba como
a su propio hijo y lo hizo inclinarse para besarlo en la frente.

—Ve con ella. Te necesita.

—Te equivocas, tía. Ella no me necesita, ya tiene quién la cuide —dijo


en tono amargo y se apartó para dirigirse hacia la sala donde todas
estaban alrededor de la rubia.

Al verlo, se apartaron y él solo se limitó a mirarla intensamente,


mientras ella le devolvía el gesto pero con expresión de súplica. Él no
dijo nada, solo se quedó ahí por unos segundos y luego se giró hacia su
hermana.

—¿Cómo está? —preguntó sin percatarse de la tristeza que invadió las


facciones de Rosalie.

—Algo conmocionada, pero afortunadamente no le sucedió nada


grave.

Él asintió por toda respuesta y se retiró dejándolos a todos


desconcertados.

Edward se acercó a Bella y la abrazó. Ella le devolvió el gesto.

—Amor, pregúntale a Rosalie si desea que nos vayamos.

Bella asintió y se acercó a la chica.

Edward se la quedó mirando. Enloquecería si alguien la dañara, y


mataría a cualquiera que se atreviera a hacerle lo que Rosalie estuvo a
punto de sufrir. Eso no lo soportaría.
—Desea irse pero no puede llegar a su casa —anunció Bella llegando a
donde él—. No quiere que Félix se entere.

—Puede quedarse con nosotros y enviaremos a alguien a informarle a


Félix que se siente mal por algo que comió. Así quedará tranquilo.

Minutos después se encontraban en el auto de camino a Gillemot Hall.

—Rosalie, lamento lo sucedido —dijo Edward mirando por el


retrovisor al asiento trasero del vehículo, donde ella se encontraba con
la cabeza recostada en el hombro de Bella—. Te pido disculpas en
nombre de la familia.

—Ninguno de ustedes tiene la culpa, Edward —declaró la chica


brindándole una sonrisa apenada—. Yo soy quien lamenta haber
arruinado la cena.

—No arruinaste nada —afirmó Bella—. Ese desgraciado lo hizo… y


Emmett se comportó como tu príncipe azul —completó de manera
insinuante y divertida.

—¡Bella! —susurró la rubia en tono de súplica, señalando a Edward


con un movimiento de cabeza.

Edward rio por lo bajo y le guiñó un ojo a su esposa. Tenía un hombre


menos del que cuidarla.

Una vez que Rosalie estuvo instalada en una habitación, la pareja se


dirigió a la suya. Edward estaba prevenido. Luego de lo sucedido con
Rosalie, deseaba hacerle el amor a su esposa para asegurarse que ella le
pertenecía solo a él, pero también para demostrarle que la protegería
de todo peligro. Era una necesidad que sentía, estaba desesperado por
sentir su cuerpo, por acariciarla y besarla; y la falta de ella en esas dos
semanas no ayudaba a sus ansias.
Lo que más lo frustraba era que sabía que Bella estaba usando a Naomi
como un escudo. La gata lo odiaba y no permitía que se le acercara ni
un solo instante. Deseaba poder enviarla de regreso a Estados Unidos y
quedarse él como único dueño de la chica. Que fuese él quien retozara
en su pecho, que fuese él quien recibiera los besos y las caricias que a
cada momento le brindaba a la odiosa mascota; pero no, él había
quedado limitado a mirar y anhelar algo que le era negado, incluso
antes de que cometiera el error de importar al animal.

Esa noche no fue diferente. No fue capaz siquiera de abrazarla porque


sabía que si la tocaba la gata saldría volando por la ventana y él
terminaría haciéndole el amor como un poseso. Se limitó a girarse y
darle la espalda deseándole escuetamente las buenas noches. Solo
escuchó un suspiro de ella y luego el silencio. Pasó un par de horas
antes de que pudiera conciliar el sueño, tratando de controlarse, de
aplacar el fuerte deseo que sentía, de no cometer una locura.

La noche siguiente Edward parecía un león enjaulado. Caminaba de un


lado a otro de la habitación y resoplaba enfurecido.

Rosalie había regresado a su casa más calmada, siendo capaz de


ocultar el suceso a su hermano; y al oscurecer, Naomi volvió a sus
planes de protectora de la virtud femenina.

—Edward, tranquilízate, Naomi…

—Naomi nada, Isabella. ¡Nada! —gruñó y la miró a los ojos, furioso—.


He hecho acopio de toda mi paciencia pero te juro que ya se está
agotando. ¡Mierda! Eres mi mujer. ¡Mi esposa! Y no puedo tocarte
porque tu mascota me odia. ¡Maldición, Isabella! ¡Quiero hacer el amor
contigo y temo incluso desnudarme porque esa cosa puede dejarme
como un eunuco! —gritó señalando a la gata en los brazos de la chica.

Pasó una mano por su cabello y lo haló, desesperado.


—Hago todo por hacerte feliz. Parezco un mendigo rogando por
migajas que tú me niegas y cuando por fin decides dármelas son tan
escazas que quedo hambriento de ti —recriminó—. Te necesito,
Isabella, pero a ti parece no importarte —aseveró con tono cansado y se
sentó en su lado de la cama, dándole la espalda a la chica.

Se sentía derrotado, angustiado y sin saber qué hacer. Escuchó


entonces a su esposa salir de la habitación luego de unos segundos y
cerrar la puerta. Se iba, lo abandonaba para pasar la noche en otra
habitación.

Agachó la cabeza y colocó sus manos en ella, abatido. Tenía ganas de


gritar, de acabar con el mundo y que solo quedaran ellos dos para no
tener que ver cómo todo y todos la alejaban de él. Permaneció así unos
minutos hasta que sintió cómo la cama se hundía un poco tras él, para
inmediatamente después sentir el delicado tacto de la mano de Bella
sobre su hombro. Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se
percató cuando ella regresó a la habitación y se subió a la cama.

Bella lo abrazó por los hombros y colocando una mano en la mejilla de


él, lo hizo girar la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Hazme el amor, Edward —pidió ella en un susurro—. Dame la


noche de bodas que debimos tener.
CAPÍTULO 27


Estoy perdida en tus brazos,
y deseo extraviarme aún más.
Has creado una jaula en torno mío,
mas soy yo la que no desea escapar.
Aún no sé lo que fuimos,
pero si sé lo que quiero que seamos.

B ella se encontraba arrodillada en el vestidor, acomodando varias


toallas en el suelo improvisando así una cama para su mascota. Una
vez quedaron lo suficientemente abultadas en forma de nido, colocó a
la gata en medio.

—Naomi —dijo con voz suave—. Debes quedarte aquí esta noche. Tu
papá y yo tenemos… —Cerró los ojos y sacudió la cabeza—. Quiero
arreglar las cosas con él, y tú no puedes estar presente.

La gata maulló con actitud lastimera mirándola fijamente y levantando


una pata para frotarle la rodilla.

—No sé qué me pasa, pero el verlo así me parte el corazón. —Naomi


comenzó a lamerse. Bella suspiró—. Quisiera regresar el tiempo y
haberlo conocido en otras circunstancias, o tan siquiera haber tenido
una oportunidad real para enamorarme de él. Habría deseado tanto
tener otra noche de bodas… otra primera vez —murmuró las últimas
palabras.
Deseaba que las cosas cambiaran, pero su mente le gritaba que ella era
la víctima, que no debía acceder a tregua alguna; sin embargo, su
corazón pedía otra cosa, y ella sabía exactamente lo que quería.

—Deseo mi primera vez… nuestra primera vez —dijo con


determinación.

Se colocó de pie y caminó hacia la puerta, pero el maullido de Naomi


la hizo girarse.

—Quédate aquí, mi cielo. Solo será esta noche… Aunque si todo sale
bien, tendrás que acostumbrarte a verme en los brazos de Edward
todas las noches.

Sus palabras provocaron que su piel se erizara y un estremecimiento


recorriera todo su cuerpo; mas se sorprendió al percatarse que no era
de repulsión como antes, sino de una palabra que nunca pensó asociar
con Edward.

Acarició a la gata y despidiéndose de ella, se encaminó hacia la


habitación. Al entrar, vio a Edward sentado en la cama, en la misma
posición en la que lo había dejado, y su corazón se estrujó.

El gran empresario, empedernido, orgulloso y muy seguro de sí


mismo, ahora parecía un hombre derrotado. Ahí, encorvado con las
manos en la cabeza se le veía abatido, y era por su causa. Edward
Cullen no debía tener esa apariencia. Él era un hombre fuerte, no solo
físicamente sino también en carácter, y ella no soportaba verlo
derrumbado.

Cerrando la puerta sin hacer ruido, se subió a la cama y gateó hasta el


extremo donde él se encontraba. Colocó entonces una mano en su
hombro, y cuando él se percató de su presencia y giró la cabeza, ella lo
abrazó por los hombros, mirándolo fijamente a los ojos. Su mirada
expresaba mil emociones y ninguna a la vez; se notaba cansado y
vacío, y esto hizo que su determinación por lo que estaba a punto de
pedir se afianzara.

—Hazme el amor, Edward. Dame la noche de bodas que debimos


tener.

Un jadeo escapó de los labios de Edward y sus ojos buscaron


desesperados en los de ella la veracidad de sus palabras. Él abrió la
boca para decir algo, pero Bella lo detuvo colocando la punta de uno
de sus dedos sobre sus labios suaves, tibios y temblorosos a causa del
contacto y la expectación.

—No busques el porqué, y que no te interese el cómo, solo dame lo que


te pido. Quiero que me hagas tuya. Ahora, esta noche. Por favor. —Se
acercó y lo besó suavemente en los labios—. Mi nombre es Isabella
Cullen, y soy virgen.

Edward la miró sorprendido por sus palabras. Había entendido lo que


significaban, lo que ella le pedía con esa declaración.

Bella se acercó de nuevo para besarlo y Edward, rodeándola con sus


brazos, la atrajo a su cuerpo, haciéndola que quedara sentada sobre su
regazo, con las piernas a cada lado de sus caderas. El beso se
intensificó en pasión, pero no en urgencia; no tenían prisa alguna.
Aunque Edward estaba ardiendo en deseo y pasión, también quería
darle la primera vez que ella le pedía, sin apuros, sin la brusquedad
que había ocasionado que su noche de bodas se arruinara.

Él recorrió con su lengua el labio inferior de su amada y ella abrió la


boca para recibirlo gustosa. Lentamente comenzó a saborear cada
rincón, mientras la lengua de ella buscaba la suya, reclamando
atención. Éstas iniciaron con movimientos de reconocimiento, que
luego fueron transformándose en un baile de pasión y necesidad. Bella
le devolvía el beso y no se estaba conteniendo, sino que liberaba su
entusiasmo, le agradaba lo que estaba sucediendo, y deseaba avanzar
más, mucho más. Edward como entendiendo su necesidad, la tomó por
las caderas y la acercó a su cuerpo, haciéndola emitir un gemido
cuando sintió su erección en pleno contra su sexo.

Edward comenzó a recorrer el torso de ella con las manos, sin cortar el
contacto de sus labios, solo para tomar aire y antes de que alguno
pudiera razonar, volvían a juntarse en un beso lleno de pasión. Él
encontró el borde de la blusa de franela que Bella tenía por pijama y
metiendo sus manos debajo, comenzó acariciar la suave piel. Bella
podía sentir cómo esas masculinas manos enviaban corrientes de
placer por todo su cuerpo, haciéndola estremecerse y también
asustarse. Retiró su rostro y se lo quedó mirando sorprendida y con
temor ante lo que se avecinaba.

—Mi nombre es Edward Cullen —dijo mirándola fijamente a los ojos—


. Y dedicaré mi vida a hacerte feliz.

Eran las palabras que ella necesitaba escuchar. Él se las había dicho
antes, se lo había asegurado muchas veces, pero escucharlas en ese
momento en el que él trataba de apartarla de sus miedos, de sus
aprehensiones, bastó para que todas ellas escaparan de su mente y
pudo así, sentirse por fin liberada; su mente ya no le decía que no
podía amarlo, cosa que su corazón ya aseguraba, sino que le indicaba
el camino para poder reconocer ese sentimiento, y ella deseaba
seguirlo, y lo haría.

*Sin más demora, tomó el rostro de él entre sus manos y lo besó


apasionadamente. No deseaba temer más a estar con Edward. Era su
esposo, pasaría el resto de la vida a su lado, quisiera o no, y para su
sorpresa ella deseaba vivir eternamente junto a él.

Edward no esperó más y le quitó la blusa al tiempo que ella levantaba


los brazos para permitirle hacer. Luego se bajó de su regazo y le
permitió quitarle el pantalón y las pantys, dejándola totalmente
desnuda frente a él. Levantando la mano despacio, acarició
suavemente un pecho, y se lamió el labio inferior cuando el pezón se
endureció ante su toque. Bella cerró los ojos y arqueó su espalda,
indicándole que deseaba más. El mensaje fue comprendido y
tomándola por la cintura, la ubicó entre sus piernas y rápidamente su
boca cubrió un pezón y Bella gimió fuertemente, aferrando sus manos
en el cabello de él, apretándolo más contra su piel, contra sus pechos.

Las fuertes manos comenzaron entonces a bajar hasta las caderas, y


luego hacia las nalgas de ella, agarrándola y separándolas para volver
a apretar. Bella estaba sumida en el placer, las manos y la boca de
Edward enviaban corrientes de éxtasis a cada rincón de su ser y
terminaban en su vientre. Sus manos también querían tocar, y comenzó
a acariciar los hombros de su esposo.

Sus músculos eran bien definidos, fuertes y duros; y eso la encendió


aún más.

—Edward… —Suspiró, y sintió cómo en un rápido movimiento fue


acostada en la cama, y en otro, Edward estaba sobre ella, atrapando sus
labios e introduciendo su lengua para poder saborearla.

El peso del cuerpo del hombre era una sensación deliciosa, podía sentir
contra su piel la definición absoluta y detallada de la complexión de su
esposo, pero el pantalón del pijama era un indeseable obstáculo para
sus necesidades actuales. Tomó entonces la cinturilla del pantalón y
empujó de él, pero Edward se levantó en ese momento y rápidamente
se los quitó, dejándolo caer en el suelo. Ya desnudo, se recostó
nuevamente sobre ella.

—¿Dónde está Naomi? —preguntó Edward con recelo pero también


con un toque de ternura.

Bella sonrió.

—En el vestidor sobre unas toallas.


Él asintió sonriente y a ella se le derritió el corazón al darse cuenta que
a pesar de que su relación con la gata no era la mejor, se preocupaba
por su bienestar, y era precisamente por el amor que sentía hacia ella.

Los dos amantes continuaron con el frenesí de caricias y besos


apasionados. Edward recorría a placer el cuerpo de ella con el más
delicado toque de sus manos, reconociendo cada centímetro de su piel;
pero sus labios también estaban ansiosos por probar, por besar. Inició
entonces un recorrido desde su boca, bajando por su cuello hasta sus
pechos, donde se concentró por unos segundos en saborear cada pezón
con adoración, mas no tardó demasiado en continuar hacia su vientre,
y lentamente por fin apoderarse de su sexo. Se deleitó entregándose
por entero y recibiendo de ella su aroma, sus gemidos y movimientos
que se extendieron a lo largo de toda su ruta.

Ya sin temores de caer presa de la estimulación de Edward, Bella le


permitió hacer. Abriendo las piernas, lo invitó para que se acomodara
entre ellas, y él miró al lugar que desde hacía tiempo extrañaba y
deseaba saborear; luego la miró a los ojos y vio súplica y anhelo en
ellos, le rogaba en silencio que hiciera lo que deseara, y él estaba más
que dispuesto a complacerla hasta las últimas consecuencias. Bajando
la cabeza, inhaló profundamente su aroma, se saboreó los labios y pasó
la lengua lentamente por toda la extensión de su sexo, haciéndola
gemir y estremecerse. Al llegar al punto más sensible, realizó
rítmicamente varios movimientos circulares con la lengua y
envolviéndolo con los labios, succionó arrancando un fuerte jadeo de la
garganta de su esposa, eso lo complació y excitó todavía más.

Así continuó, lamiendo, chupando, saboreando y disfrutando;


mientras Bella se retorcía pidiéndole con locura la liberación de lo que
se estaba formando en su vientre y la ahogaba más y más,
amenazándola con dejarla de un momento a otro sin sentido. Edward
humedeció el dedo medio de su mano derecha en su boca y luego de
chuparlo, con cuidado lo posesionó sobre la entrada de su vagina,
buscó sus ojos y con suma lentitud, lo fue introduciendo poco a poco
deleitándose con la vista y el tacto. Bella lo urgió levantando las
caderas para que el dedo entrara más rápido, pero Edward no aceleró
el movimiento y ella comprendió en medio de la bruma del placer, que
la estaba tratando como si en realidad fuera su primera vez. Ella le
había pedido eso, y se había presentado como una virgen, y él se lo
estaba dando, con la suavidad, la paciencia y la delicadeza que
ameritaba representar ese momento.

Edward comenzó el movimiento de su dedo, entrando y saliendo,


primero lentamente y luego acelerando un poco, mientras que le
proporcionaba al más que sensibilizado clítoris un trato más intensivo
y exhaustivo con su lengua, rallando en la línea de la tortura ante los
ojos de ella. Bella podía más que sentir el orgasmo que tantas veces
había reprimido, y que ahora la hacía desesperar y removerse de
manera descontrolada ante el deseo que se abría paso por sus entrañas
y añoraba liberarlo en la boca de su esposo, pero en el último momento
Edward se retiró.

—¡No! —exclamó jadeante, mirándolo con desconcierto.

—Quiero que en nuestra primera vez te corras conmigo dentro de ti.

Bella lo miró a los ojos y observó cómo se acercaba a ella,


arrodillándose entre sus piernas y recostándose sobre su cuerpo,
apoyando su peso en sus brazos. Juntaron entonces sus labios, y
jadearon al sentir el contacto de sus sexos. Edward movió lentamente
sus caderas e introdujo su pene lánguidamente al principio, pero al
llegar a la mitad, la embistió con fuerza, como si deseara atravesar la
barrera inexistente. Bella gritó por el placer que sintió y se aferró a él,
embargada del más exquisito goce.

Edward se retiró un poco y se mantuvo quieto por unos instantes,


mientras continuaba besándola, y solo comenzó con la danza de sus
caderas cuando las de ella subieron por la necesidad natural.
Gemidos y jadeos retumbaban en las paredes. Esa habitación que solo
había visto abuso, llanto, frustraciones, dolor, angustia y rechazo;
ahora era testigo de cómo dos cuerpo se fundían en uno solo,
amándose, entregándose, venerándose el uno al otro, jurándose amor
eterno sin palabras, solo en el lenguaje de los amantes, un lenguaje
universal que no entendía de barreras sociales o culturales. Ahí
estaban, Edward Cullen e Isabella Cullen, en una danza tan antigua
como la humanidad misma. Solo eran ellos dos, uniendo sus caderas
una y otra vez, acelerando sus movimientos cada vez más, y emitiendo
la música del placer con cada embestida; hasta que el fuego que
habitaba en sus cuerpos, buscó la liberación y los dos, hombre y mujer,
gritaron al unísono el nombre del otro, nombres que no reconocerían
sino estuviesen abrumados por el orgasmo que rememoraba la pasión
escondida en sus almas desde tiempos remotos, nombres que no eran
los suyos, pero que les pertenecían por completo. Y así tuvieron el
primero de muchos orgasmos que esa habitación presenciaría, para
deleite de ambos, ahora un solo ser.*

Un ruido molesto arrancó a Bella de su sueño. La luz del sol se filtraba


por entre las cortinas, indicando que la mañana estaba avanzada; en un
pobre intento de ignorar el sonido se dio cuenta que éste insistía en no
dejarla seguir durmiendo. Trató de levantarse y se percató de que la
cabeza de Edward reposaba sobre su estómago, así como de que un
brazo le aferraba fuertemente las caderas; estaba atravesado en la cama
profundamente dormido, mientras que ella estaba casi en la orilla del
lado contrario de ésta. Habían hecho el amor no solo una sino dos
veces, para después quedarse abrazados, acariciándose y adorándose
sin necesidad de palabras.

Extendió la mano y tomó de la mesa de noche del lado de Edward su


celular. No pensó en si él se molestaría porque ella lo contestara, solo
quería que ese sonido molesto se acabara.

—¿Hola? —dijo con voz ronca, tratando de humedecer con la lengua


sus labios resecos.
—¡Vaya, vaya! Antes no soportabas siquiera que Edward te tocara y ahora no
puedes vivir sin su polla adentro.

Bella emitió un bajo gruñido y despegando el teléfono de su oreja,


sacudió a Edward con la mano libre. Se había delatado al contestar
pues no debía estar de ese lado de la cama. Cuando por fin despertó,
ella le extendió el celular.

—Tu prima —anunció con voz pastosa, y girándose le dio la espalda y


se acomodó para seguir durmiendo.

—¿Qué quieres? —preguntó Edward luego de colocarse el teléfono en


el oído y después de unos segundos continuó—: Mierda… Aplázalos
para la tarde… ¡No sé! Diles que se me presentó algún asunto urgente
que no admitía espera, cualquier cosa… Perfecto, estaré allá a primera
hora de la tarde… Adiós.

Cortó la llamada y luego de dejar el aparato en la mesa de noche de


Bella, la buscó con los brazos y tomándola por la cintura la arrastró
hacia sí. Ella se giró para poder apoyar su mejilla en el pecho
masculino.

—¿Tienes que irte? —preguntó suavemente, en tanto que era seducida


por el palpitar que marcaba el ritmo del flujo sanguíneo dentro del
pecho que tuvo sobre sí casi toda la noche calentando su alma y
haciéndola hervir de necesidad y pasión hasta el delirio. Escuchaba con
atención su respiración y su voz con la acústica de su pecho mientras
acariciaba inconscientemente con la yema de sus dedos la piel sobre el
torso con pequeños e inocentes círculos.

—En la tarde —respondió Edward besando su frente—. Desearía


quedarme, pero no puedo.

—Eres el presidente de la compañía, pensé que podías hacer lo que


desearas.
Edward rio y la abrazó más fuerte.

—¿Acaso quieres que me quede? —preguntó coquetamente.

Bella asintió con el rostro enterrado en su pecho y percibió cómo se


ruborizaba al admitirlo, más aún luego de tanta renuencia.

Se encontraba en brazos de Edward, de su esposo, del hombre que


abusó de ella mientras le ponía el mundo a sus pies, ese mismo que
había dedicado cada día a complacerla, a consentirla, y debía admitir
que últimamente le gustaba su cercanía. Antes, detestaba tenerlo cerca,
a pesar de que cuando ya no podía evitarlo y se encontraba rodeada
por sus brazos, se sentía invencible, protegida, a salvo de cualquier
peligro; mientras que en el presente, no podía hallar en su mente el
recuerdo de un lugar mejor en el que deseara estar que no fuera el que
ocupaba en esos momentos.

Edward sonrió abiertamente, y le hizo levantar la cabeza suavemente


con una mano bajo su barbilla.

—Isabella, te amo y sé que me amas —afirmó mirándola a los ojos—.


Pero también soy consciente de que no he hecho las cosas de la mejor
manera. No confié en el amor que me profesabas y me aproveché de tu
cariño por tu familia, para asegurarme de que te casaras conmigo;
luego en la noche de bodas, no fui lo suficientemente delicado ni
paciente contigo y te lastimé; pero quiero que sepas que todo eso lo he
hecho porque te necesito, porque no podría vivir sin ti, sin tu sonrisa,
sin tu mirada, sin tu piel, sin tu calor… Si pudiera retroceder el tiempo
cambiaría nuestra noche de bodas, pero no te puedo mentir… haría lo
mismo y más con tal de tenerte solo para mí.

Bella lo miró sin pronunciar palabra. La obsesión de Edward era tal


que aseguraba repetir los mismos errores, y su locura le hacía afirmar
que ella lo amaba antes de que se casaran. Eran palabras y aspectos
dignos de temer, como ella lo hacía antes; pero ahora al mirarlo a los
ojos, podía ver cosas diferentes. Ya no existía amenaza en su mirada, o
al menos ella ya no la veía; solo el amor, la necesidad, la obsesión, la
locura misma y por alguna razón nada de eso la ahuyentaba.

¿Podré resistir a este hombre? ¿Seré capaz de amar todo lo que él implica?

Y una voz que hacía años no escuchaba le susurró en su interior la


respuesta. Bella no se sorprendió al escucharla, esa voz siempre le
había indicado que su destino estaba en Londres, que debía viajar y
buscarlo, y entonces lo entendió: Edward era ese destino, su destino;
uno que se había negado a aceptar antes por temor a lo desconocido y
al hombre que la mantenía presa de sus brazos. Era él la respuesta a
todas las preguntas de su infancia y adolescencia; era lo que ella
siempre había esperado sin siquiera saberlo, y ahí estaba, en sus
brazos. Definitivamente no deseaba estar en ningún otro lugar.

Intentó decir las palabras que su corazón le gritaba, pero no pudo


hacerlo. No se sentía preparada para aceptar que lo amaba, por el
momento solo le era permitido aceptar su necesidad de él.

—Aquí estoy, Edward, no me iré, no puedo hacerlo.

—Yo no te lo permitiría.

Bella negó con la cabeza y se estiró un poco para besarlo suavemente


en los labios.

—Es cierto que eres tú quien me retiene, pero no son las amenazas sino
el hombre que las profiere quien me mantiene presa de sus brazos.

Edward cerró los ojos y una sonrisa comenzó a formarse en sus labios
hasta que se extendió por todo su rostro. Cuando por fin los abrió de
nuevo, su expresión era de esperanza, de alegría pero sobre todo de
amor, ese que los unía en ese momento como dos amantes.
Empujándola con su cuerpo, se posicionó sobre ella y con las rodillas le
abrió las piernas para que así ella pudiera sentir su erección ya
dispuesta contra su sexo. Estrelló su boca contra la de ella y la besó tan
apasionadamente que Bella se sintió desfallecer. Cuando por fin liberó
sus labios, sus ojos brillaban de picardía.

—Y ahora que ya no es virgen, señora Cullen, puedo hacerle el amor


como me plazca.

Bella jadeó y Edward se lanzó sobre ella.

Los siguientes días Bella sentía que cada día sin Edward estaba lleno
de tristeza, soledad, pero al llegar la noche, él regresaba y ella,
enredada en sus brazos, se dejaba inundar por todo el amor que él
tenía para darle. Por primera vez desde la muerte de su padre, sentía
que tenía todo lo que podía desear y más.

Una noche, mientras Edward dormía ella lo miraba y se preguntaba


cómo un hombre como él pudo enamorarse de una chica como ella,
más aún con solo mirarla. Extendió la mano para acariciar su mejilla y
la boca de él se curvó en un amago de sonrisa. Incluso dormido la
reconocía.

—¿Quién eres, Edward? ¿Quién soy para ti? ¿Qué somos? —susurró.

Kopján.

La palabra llegó a su mente y no tuvo duda entonces de que todo


aquello tenía relación con su esposo. Todos esos sueños que había
tenido durante tanto tiempo, incluso mucho antes de conocerlo; ahora
cada aspecto le parecía formar un cúmulo de señales que la guiaban y
se completaban de alguna misteriosa manera como queriendo decirle
algo pero no sabía qué exactamente; sin embargo, el hecho de que el
puzle no fuese del todo claro o estuviese incompleto no le perturbaba
en gran medida, en el fondo se sentía segura como si estuviera donde
debería estar, con quien debería estar. No obstante, pese a que no era
una persona supersticiosa, el hecho de que una voz de la infancia le
haya indicado el camino hacia un hombre obsesivo que se convertiría
en su esposo por la fuerza, y que luego ella perdonara tantos ultrajes y
se sintiera protegida en sus brazos, sin contar todas sus visiones
mientras dormía, no podía pasarlo desapercibido por mucho tiempo
más.

Tenía que hallar la forma de encontrarle una explicación lógica y


aceptable a todo lo que le estaba sucediendo, pero no sabía por dónde
empezar. Tenía tantos puntos sobre los que pensar que se sentía
abrumada cuando lo analizaba de más; sin embargo, una nueva
pregunta se formó en su mente: ¿Qué fuimos?

Ese solo cuestionamiento podía darle todas las respuestas que buscaba.

¿Acaso estoy pensando en vidas pasadas? ¿Acaso en serio creo en las vidas
pasadas?

Sacudió la cabeza tratando de alejar esa idea. No tenía ningún sentido.


Según su religión, incluso la nueva religión que profesaba, las personas
morían y de acuerdo a sus acciones en vida así eran enviadas al cielo,
purgatorio o infierno, y ahí se quedaban a esperar la segunda venida
de Jesucristo, en ninguna parte se hacía referencia a la reencarnación;
incluso, los sacerdotes negaban que algo así sucediera, uno moría y así
se quedaba, solo el alma seguía viva pero nunca regresaba.

Reparó entonces en las facciones de Edward. Es hermoso, pensó y trató


de recordar si lo había visto alguna vez. Sus ojos verdes que en ese
momento se encontraban ocultos tras los párpados, las largas pestañas,
la nariz recta, los labios levemente abiertos, la mandíbula fuerte;
definitivamente no los reconocía. Pero ¿podría él reconocer un
nombre?

—Kopján… —susurró en su oído.

Edward suspiró hondamente y su sonrisa se ensanchó.


—Mi amada… perdóname… —murmuró aún dormido y Bella se
sorprendió.

Reconocía el nombre, lo hacía mientras dormía, era su subconsciente el


que respondía.

¿O será Edward pidiéndome perdón por todo lo que ha hecho?

Sí, eso debe ser. Es ridículo pensar en vidas pasadas.

Levantó el brazo de Edward y se acomodó en su pecho, él se movió y


la abrazó, quedando dormido de nuevo; trató de desechar el
pensamiento, pero éste no la abandonó.

Todo el problema con Naomi no había tenido avance alguno. Hacía


una semana que tuvo que sacarla de la habitación para poder estar con
Edward, y todas las noches era el mismo ritual. Una vez le había
permitido quedarse en el vestíbulo, pero sus maullidos constantes y
rasguños a la puerta no permitieron que la pasión surgiera o tomara
fuerza entre los dos.

—Déjala vagar por la casa, después de todo si no puede dormir contigo


seguro querrá recorrerla —propuso Edward.

Lo que Bella decidió fue dejarla en la habitación de al lado con la


puerta abierta, pero Edward se aseguraba que la puerta del vestíbulo
estuviera bien cerrada.

—Me odia tanto que puede encontrar la forma de abrir puertas que no
están aseguradas, solo para tener la satisfacción de dejarme
frustrado… o castrado.

—¡Qué exagerado eres, Edward!


Así que ella se había limitado a consentir a su gata solo en el día,
porque sus noches ya tenían dueño.

Él trataba de no tocar el tema para no discutir, pero el hecho de verse


odiado por la mascota de su esposa, no le agradaba para nada. Al
menos tenía el consuelo de que todos los demás hombres compartían
su situación, pero él era el esposo, el más perjudicado.

La semana siguiente, una fresca tarde de inicios de noviembre Rosalie


se encontraba consintiendo a Naomi en la zona de la piscina, mientras
Ron miraba acostado en la silla del otro extremo y Bella se mantenía
inmersa en sus pensamientos.

Por mucho que intentaba no pensar en el nombre Kopján y en todo el


asunto de las vidas pasadas, el pensamiento continuaba apareciendo
una y otra vez. Miró entonces a Rosalie y luego de divagar bastante se
decidió a conversarlo.

—Rose, ¿tú… tú crees en la reencarnación? —preguntó con cautela. No


deseaba que la rubia creyera que estaba loca.

—Es una posibilidad.

—¿A qué te refieres con eso?

Rosalie la miró y se encogió de hombros.

—Existen muchos casos en los que personas que han sido sometidas a
regresiones dan datos exactos de lugares y épocas que desconocían por
completo. Supongo que no puede haber coincidencia en algo tan
específico —explicó la chica.

—Eso he escuchado, pero, ¿tú crees que dos personas que se


conocieron en una vida pasada, puedan estar destinadas a encontrarse
en otras más?
—Yo creo que sí, Bella —respondió Rosalie con seguridad—. Siempre
he creído en el destino, aunque a veces no se da como deseamos, es
algo que solo está ahí y es el que rige nuestras vidas.

—Pero ese destino, el que está escrito, ¿puede cambiarse?

Rosalie abrió la boca para responder, pero una joven del servicio se
acercó a ellas y las interrumpió.

—Señora —dijo dirigiéndose a Bella, extendiéndole un teléfono


inalámbrico—. Los guardias de la entrada desean hablar con usted.

Bella recibió el aparato y la chica se retiró al instante.

—Hola.

—Señora Isabella, habla Brian, tenemos un problema que no sabemos cómo


solucionar —dijo la voz desde el otro lado de la línea.

—¿Qué sucede? —preguntó Bella frunciendo el ceño.

—El señor Edward nos dio la orden de que no permitiéramos la entrada a


ningún hombre a la propiedad, excepto a los señores Carlisle y Joseph, pero…
el señor Emmett nos acaba de avisar que está a solo cinco minutos de aquí. Él
también es de la familia y no sabemos si podremos impedirle el acceso a una
propiedad que le pertenece.

Bella suspiró y negó con la cabeza. Edward nunca cambiaría, para la


muestra no había podido asistir a la fiesta de disfraces de la compañía,
porque alegó que no deseaba que estuviera rodeada de hombres con
algo de alcohol en su organismo, cosa que Bella sabía no sucedería
pues nadie se emborracharía en pleno edificio.

—Brian, si tú no dices nada yo tampoco. Déjalo entrar, que como dices,


él es uno de los dueños de esta propiedad. Solo asegúrate que nadie
toque el tema.
—Muchas gracias, señora. Me encargaré de eso —afirmó el hombre con
voz mucho más relajada.

Bella cortó la llamada y miró a Rosalie con los labios fruncidos.

—Emmett viene hacia acá. Si quieres puedes quedarte…

La chica negó con la cabeza y en su rostro se reflejó una gran tristeza.

—No quiero incomodarlo. Lo mejor es que me vaya.

Bajó a la gata de su regazo y se puso de pie.

—Rose, lo siento —susurró Bella sin saber qué más decir.

—No te preocupes, yo iré a hacer algo que deseaba desde hace años.
Hablamos después.

La chica se retiró y luego de unos minutos Emmett llegó a donde se


hallaba reposando.

—Hola, muñe… ¡¿Qué es eso?! —exclamó señalando a la gata que


había intentado atacarlo cuando él se agachó para saludar a la chica.

—Es mi gata, se llama Naomi, y si dices que parece una rata te echo a
patadas de mi casa —amenazó Bella dando a entender que no le
importaría que él tuviera más derecho que ella sobre la propiedad.

—Tranquila, chica —dijo Emmett levantando los brazos en señal de


rendición—. Mis labios están sellados respecto a ese tema. —Y se sentó
en frente.

—Eso me parece bien —afirmó ella con una sonrisa triunfal y se


sumergieron en una charla sobre la familia, la empresa y temas
triviales.
Una hora después Bella necesitaba hacer una pregunta que la
preocupaba enormemente.

—Emmett, sé que no quieres que te toque el tema pero… Rosalie es mi


amiga y…

—Tienes razón, no quiero que me toques ese tema.

—Es solo que a tu hermana y a Alice les agradó, y me gustaría llevarla


a la casa para las reuniones pero la forma en que te comportas con ella
es extraña.

Emmett se inclinó hacia ella y la miró a los ojos con intensidad.

—¿Ella te ha dicho algo sobre mí?

Bella enrojeció al pensar en los sentimientos de su amiga hacia él y se


dijo que por ningún motivo la traicionaría.

—Solo que le incomoda la forma cómo la miras —respondió con voz


baja y agachando la cabeza.

Emmett suspiró y negó con la cabeza. Luego de unos segundos de


silencio se puso de pie.

—Quiero dar una vuelta por la propiedad, tenía años sin venir y quiero
recorrerla —explicó sin mirarla, mostrándose pensativo.

Bella asintió y el hombre se retiró, dejándola desconcertada. Luego de


unos minutos se decidió por llamar a Ángela con quien tenía bastante
tiempo sin hablar.

—¿Será posible que la antropóloga más famosa de Hungría me atienda


un momento?

—¡Claro, querida! Pero solo un minuto, tengo asuntos importantes que


atender.
—¡Ridícula! —gritó Bella tratando de tornarse indignada, pero fallando
por la risa.

—Idiota tú que eres la del dinero y no me llama para nada. Más se preocupa
Edward por mí.

—Oh sí, eso he podido notar, traidora. Tenías que contarle sobre
Naomi…

Y así inició una conversación animada con su amiga.

La chica le contó que estaba más feliz que nunca, todo iba de maravilla
y estaba aprendiendo mucho sobre su profesión que aún no iniciaba
formalmente.

—Hay un chico guapísimo de último año que me tiene loca. Su nombre es


Ben, y vive pendiente de mí, además de que se ofreció a ser mi tutor cuando el
profesor indicó que debía tener uno por ser de primer año. ¡¿Puedes creerlo?!
¡Él mismo se ofreció!

Bella estaba muy feliz por su amiga. Se dio cuenta que así sus
sentimientos hacia Edward no hubiesen cambiado, ella seguiría
soportándolo con tal de escuchar esa gran emoción en su voz. Estaba
cumpliendo su sueño, incluso más de lo que alguna vez pensó.

Luego de charlar lo suficiente como para enterarse de cada detalle


sobre los últimos meses, cortaron la llamada y Bella decidió esperar a
Emmett en la terraza del segundo piso. Edward se demoraría un poco
más, así que solo esperaba que Emmett se apresurara.

En el camino hacia su destino se encontró con el chico que se dirigía a


la zona frontal de la casa, con paso firme y al parecer molesto o
contrariado.

—¡Emmett! —llamó. Él giró y se acercó, pero ella se sorprendió cuando


lo vio de frente—. ¿Qué te pasó?
Toda la parte de enfrente de la ropa la tenía mojada, tanto la camisa
como el pantalón, pero por lo que pudo ver antes de llamarlo, la
espalda estaba seca.

—¿Te caíste en un charco? ¿O los sistemas de riego…?

—No pasa nada —respondió bruscamente, para enseguida suavizar su


expresión—. Sí, fue el sistema de riego, me tomó por sorpresa. Tengo
que irme, nos veremos después.

Bella asintió y con preocupación lo contempló marcharse. Algo estaba


sucediendo con él y no deseaba decirle, solo esperaba que no fuera
nada malo y que mucho menos perjudicara a su amiga.

En la noche mientras veía a Edward quitándose la ropa del día, decidió


hablar con él.

—Edward, ¿puedo ir a la oficina contigo?

El hombre se giró hacia ella con la mano en la correa del pantalón y la


miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué querrías hacer eso?

—Porque me aburro aquí todo el día. Rosalie solo puede venir algunas
veces y aunque tu biblioteca es magnífica, necesito algo en qué
ocuparme.

Edward le sonrió y subiéndose a la cama, gateó hasta ella y la besó en


los labios para enseguida acomodarse a su lado y atraerla a su regazo.
Ella vestía una blusa de pijama de tirantes y uno de sus pantys viejos y
cómodos.

—Nena, no tienes que permanecer aquí. Cuando Rosalie venga pueden


salir de compras, ir a tomar algo. Lo que quieras.

Bella apoyó las manos en los hombros de él y lo miró a los ojos.


—No quiero ir de compras, quiero trabajar o mejor aún, estudiar.
Tengo un dinero que mi padre me dejó…

—¡No! —exclamó Edward con rabia—. No permitiré que andes


rodeada de universitarios hormonales. Eso ni pensarlo.

La chica suspiró y tomando el rostro de él entre sus manos, lo besó


brevemente.

—No importa cuántos universitarios hormonales puedan estar


rondándome, yo soy tu esposa, jamás podría mirar a otro hombre que
no fueras tú —aseguró.

—No, no quiero que vayas.

—Edward, tengo 19 años, quiero estudiar, graduarme y conseguir un


empleo.

—¿Pero para qué? —preguntó Edward exasperado—. No necesitas


trabajar, para eso me tienes a mí, yo te daré todo lo que desees. No
necesitas ganar dinero, yo te lo doy, solo dime cuánto quieres y tendrás
esa suma mensualmente.

—Y sería como si me pagaras por ser tu esposa.

Edward la apartó con suavidad y se levantó de la cama, molesto.

—¡No sería un pago! Mi padre le da a mi madre una asignación


mensual para sus gastos personales. Yo hago lo mismo con Alice, y
Emmett con Heidi. Es así como debe ser, es lo normal.

—Lo sé, mi padre hacía lo mismo con mi mamá, solo que estoy segura
que las cantidades eran mucho menores, pero aun así, Edward, mi
madre siempre buscaba la forma de ganar dinero para ayudar en los
gastos de la casa —explicó Bella calmadamente, tratando de hacerlo
entrar en razón—. Yo sé que no podría contribuir con los gastos de una
mansión como ésta, pero al menos quiero correr con mis gastos
personales, quiero ser útil.

Edward bufó.

—No tienes que ser útil. ¡Eres mi esposa! Tienes que ser caprichosa,
consentida, malcriada y gastar mi dinero a tu antojo.

—Soy tu esposa, pero estoy segura que si fuera de esa forma no habría
llegado a serlo —dijo Bella dejando la pregunta implícita en sus
palabras.

Edward suspiró, gruñó y se pasó una mano por el cabello, con


frustración. Bella se bajó entonces de la cama y caminó hacia él para
abrazarlo por la cintura.

—Entiéndeme, por favor. No estoy acostumbrada a estar todo el día


sin hacer nada. Quería estudiar para convertirme en profesora de
matemáticas y luego de graduarme poder enseñar en alguna escuela.
Nunca imaginé que terminaría con un tren de servicio bajo mis
órdenes. Solo quiero ocuparme en algo, al menos permite que vaya
contigo a la empresa y sea tu asistente como antes.

—No —dijo Edward con voz suave pero firme—. No quiero que estés
por debajo de mí en ningún aspecto, excepto en la cama. —La seriedad
en las palabras de Edward hizo que Bella soltara una risita—. Solo
quiero hacerte feliz, pero no de la forma que me pides. Es demasiado.

Bella frunció la boca y lo abrazó más fuerte. La obsesión de Edward la


mantenía presa en esa casa, o mejor dicho, en la propiedad; pero ya
encontraría la forma de poder ocuparse en algo y mantener a su esposo
tranquilo.

—Ya veremos qué hacemos. —Le dio un beso en el pecho desnudo y se


encaminó hacia la cama—. Ven, quiero que me cuentes sobre tu día.
Edward sonrió y comenzó a quitarse el pantalón. Cada vez que Bella
hacía cosas típicas de una esposa, acciones pequeñas como interesarse
por su día a día y escucharlo hablar de proyectos y negocios que ella
rara vez entendía, le hacía sentir que era más suya que antes, que poco
a poco iba aceptando el amor que sentía por él, y de esa forma se
entregaba más, haciéndolo sentir amado y sobre todo, aceptado como
compañero. Él la deseaba físicamente, eso estaba muy claro, pero él
sabía que una mujer podía tener sexo con un hombre sin amarlo, pero
pasar tiempo de calidad con él, aguantarlo, comprenderlo, escucharlo,
consentirlo, eso era lo que demostraba el verdadero amor, y era eso
precisamente lo que él quería de ella: amor.
EMMETT Y ROSALAIE

D esde muy joven, Emmett McCarty había sido encantador. Su

sonrisa amplia y sincera, su mirada coqueta y esa chispa en su


personalidad fueron sus herramientas para arrebatarle a su primo
varias chicas que no dejaron gran huella en su vida, pero las recordaba
con cariño… a algunas, porque otras solo fueron para saciar la pasión y
el desenfreno que se escondía bajo esa tierna sonrisa.

Entendía por qué Edward deseaba mantenerlo alejado de su esposa.


Bella era una chica como las que lo habían preferido en el pasado, pero
con las que decidió no llegar muy lejos por respeto a ellas y para evitar
enamorarse; no era que le tuviera miedo al amor, solo que no era su
prioridad; sin embargo, no podía evitar molestar a su primo,
coqueteando juguetonamente con su mujer. La chica era hermosa y
todo lo que un hombre pudiera desear para pasar el resto de la vida,
pero Emmett la veía como a una amiga, y cualquier pensamiento fuera
de lugar hacia ella que pudo haber tenido, fue desechado en el mismo
momento en que Edward le gritó que ella le pertenecía. Nunca lo había
visto de esa forma tan posesiva con una chica y en ese instante creyó
jamás estar él mismo en esa situación. Sabía que se enamoraría algún
día, pero nunca que se obsesionaría con una mujer… hasta el día en
que decidió visitar a Isabella luego de su matrimonio.

Todo su cuerpo estaba paralizado. No sabía cómo había logrado


ponerse de pie, ni si respiraba o su corazón latía; solo existía la mujer
que caminaba tímida e insegura hacia él. Había crecido rodeado de la
alta sociedad y la nobleza británica. Entre sus conquistas se
encontraban herederas a títulos nobiliarios e hijas de magnates de
varios países de Europa; pero la belleza que se presentaba ante él
opacaba cualquier recuerdo de anteriores féminas.

Cuando la chica, cuyos cabellos rubios parecían hilos de oro bajo la luz
del sol, se colocó frente a ellos, tenía la cabeza agachada y el sonrojo
bajaba por su cuello hasta su escote. Emmett siguió esa señal y se topó
con el inicio de los pechos, donde la tela comenzaba a esconder lo que
él deseaba ver, tocar y saborear. Aún no sabía su nombre y ya la
deseaba, aún no había escuchado su voz y ya quería poseerla para
siempre. Tenía que tenerla para él, tenía que poseerla a como diera
lugar, y nada le impediría hacerla suya, su mujer.

—Emmett, ella es Rosalie Hale, es de las plantaciones.

Rosalie.

El nombre se repitió en su mente y supo que no habría palabra más


hermosa en el mundo. Hasta su nombre era perfecto, y él deseaba
poseer esa perfección. Estaba embelesado con la chica. Anhelaba poder
tocarla, colocar una mano bajo su barbilla y levantarle el rostro para
poder contemplarlo en su totalidad, e iba a hacerlo, pero la aparición
de un hombre lo detuvo.

Toda la belleza que había contemplado desapareció al ver cómo ese


hombre rodeaba posesivamente la cintura de Rosalie con un brazo y le
hablaba con familiaridad; pero lo que lo enloqueció fueron las palabras
de Bella.

—Emmett, él es Félix Hale…

Hale.

Ese hombre compartía el apellido de la rubia, y la forma cómo la


reclamaba con ese solo abrazo no daban cabida a duda alguna. Era su
esposo. Rosalie era de él… Era su mujer.
—¡No me importa! —gritó al no desear escuchar la confirmación de la
relación de la pareja. Su mente era un completo caos, quería huir de ahí
para no tener que continuar presenciando esa escena.

—¿Emmett? —Escuchó decir a Bella pero él ya no lo soportaba más,


necesitaba salir de ahí o cometería una locura.

—No tengo tiempo para estarlo perdiendo —declaró bruscamente y se


despidió rápidamente de la castaña; para enseguida, correr hacia el
lugar donde había dejado su auto.

Al llegar a él subió en su asiento, tomó el volante con fuerza y apoyó la


cabeza sobre éste. Se sentía destrozado. Él, que nunca imaginó desear
con tanto ahínco a una mujer, y cuando por fin la encuentra, cuando
tiene ante sí a una belleza tan cegadora, tan cautivante y
enloquecedora, llega un hombre a reclamarla como suya. Necesitaba
salir de ahí, estar lo más lejos posible de la tentación y su condena.

Aceleró rápidamente y salió de la propiedad sin despedirse de nadie


más. Durante el camino, trataba de mantener su mente en blanco pero
le era imposible. El abrazo posesivo, la sumisión en la respuesta de la
chica a la que no había podido siquiera escucharle la voz, y la relación
de sus apellidos eran escenas y voces que se repetían una y otra vez sin
descanso.

Cuando por fin pudo llegar a su apartamento, sano y salvo físicamente,


cerró la puerta y se quedó ahí, mirando el salón lleno de lujos que tenía
ante él, pero una voz lo sacó de sus cavilaciones.

—Señor, buenas tardes. No lo esperaba tan temprano. ¿Desea comer


algo?

Emmett giró la cabeza para observar a la mujer de mediana edad ante


él. La miró por unos segundos, tratando de encontrar su voz bajo el
cúmulo de emociones que se apresaban en su garganta.
—Miriam… Necesito estar solo. Tómese lo que queda del día y la
noche… No quiero ver a nadie —dijo con una voz que sorprendió a la
mujer. Llevaba dos años trabajando para él e incluso en los días en que
llegaba tarde y notablemente cansado, era efusivo y risueño; pero
ahora, se escuchaba como un hombre vacío, acabado, sin nada que lo
impulsara a seguir. Eso la asustó.

—¿Está seguro, señor?

Él solo asintió y se retiró a su habitación, dejándola sola y preocupada.

Llegó a su recámara, aseguró la puerta y se sentó en su cama. Estaba


devastado, dolido y angustiado. Por fin pudo experimentar de primera
mano lo que varias veces había visto en Edward. Ese miedo al mirar a
Bella, la posesividad, la agonía y la locura en su expresión le
mostraban lo que nunca pensó sufrir. Pero ahí estaba, atormentado por
una mujer de la que solo sabía su nombre, y que no le pertenecía. Se
dejó caer de espalda sobre esa cama que había albergado cuerpos
complacientes, pero que ahora él cambiaría por uno solo, por el de ella,
por ese que otro hombre poseía.

Cerró los ojos y respiró hondamente para controlar sus impulsos de


regresar a Gillemot Hall y secuestrar a la esposa de otro. El dolor que
sentía en el corazón le carcomía el alma y lo hacía padecer del más
grande pesar. En esos momentos entendía por fin a su padre, ese
hombre que había perdido al amor de su vida y desde ese instante no
había vuelto a ser el mismo, nunca más lo escuchó hacer planes de
viaje, ni contrariarse por tener que ir a una de las fiestas que su esposa
lo obligaba, porque ya no lo hacía por complacerla, sino como algo
mecánico. Ya no tenía con quién discutir para luego reconciliarse, ni a
quién tenerle paciencia en sus días eternos de compras; al contrario,
ahora añoraba tener quién lo obligara a hacer todas esas actividades
que tanto odiaba, pero ya no podría ser más, y ahora se encontraba
solo, esperando algún día poder reunirse con esa mujer que le alumbró
la vida, para luego con su partida, dejarlo en la más profunda
oscuridad. Y así se encontraba él también. Por años había considerado
que el amor obsesivo era un sentimiento necio de personas que tenían
alguna deficiencia mental; incluso, en lo poco que había logrado ver de
la relación de Edward y Bella, no se le hacía extraño pensar que
siempre su primo tuvo algún problema en la cabeza; pero ahora que él
mismo lo experimentaba, no le importaba si lo llamaban loco o
desquiciado, él solo la quería a ella a su lado a como diera lugar.

Así se quedó por varias horas sin cenar ni cambiarse de ropa, hasta que
el sueño lo venció entre pensamientos agónicos de imágenes que se
formaban en su mente para atormentarlo con la visión de dos cuerpos
entregándose el uno al otro, amándose, complaciéndose; mas uno era
el amado, y otro el odiado.

Varias semanas pasaron y él continuaba con la misma agonía. El


trabajo lograba distraerlo someramente, pero en las noches, sus
pensamientos comenzaban a atormentarlo de nuevo. Hacía casi un mes
que no la veía y no sabía si eso le hacía bien o mal. Algunas noches en
las que la desesperación lo llevaba a los límites de la cordura, la
decoración de su habitación era la que pagaba la culpa. Ya no quedaba
nada más que destruir en ella porque lo que él no había estrellado
contra las paredes o el piso, Miriam lo había retirado para intentar
salvarlo; solo quedaba su cama y una mesa de noche con una pequeña
lámpara vieja que la mujer había colocado ahí, por si él deseaba
destruirla, la pérdida no fuera tan grande.

Un día en que recibió una llamada de Bella, preguntó por ella, si estaba
bien, si eran felices y después se arrepintió de haberlo hecho.

—Ella lo adora…

Había sido la respuesta de la chica y para él fue como una puñalada en


el corazón.
Sabía que nunca sería capaz de interferir en un matrimonio feliz. La
educación tanto moral como religiosa que había recibido de su madre
le impedían hacer algo tan vil como destruir una unión sagrada; sin
embargo, su lado egoísta guardaba la esperanza de que la relación no
estuviera firme, que ella no lo amara lo suficiente y así con el más
mínimo incentivo, lograr un divorcio, pero no. Ella lo adoraba, tal como
lo había dicho Bella y si eso era cierto para él no quedaba nada.

En momentos como estos deseaba tener a su madre a su lado para


poder pedirle un consejo, aunque sabía que el único que le serviría
sería el de que secuestrar a una mujer casada no implicaba pecado ni
delito alguno; pero como eso no sucedería, al menos se conformaría
con su consuelo, sus caricias y sus besos amorosos; sin embargo, ella ya
no estaba en el mundo, y no sentía que pudiera hablar de sus deseos
con nadie más.

El día de su cumpleaños llegó y el único regalo que deseaba era a


Rosalie, libre, en su cama, y totalmente dispuesta a entregarse a él en
todos los sentidos; pero como esperaba, no pudo librarse de los
preparativos de su hermana. Aunque lo que nunca imaginó sería que
ella se presentara en la casa de sus tíos, más hermosa de lo que su
mente lograba recordarla. Ahí estaba ella, a solo un metro de él,
mirándolo fijamente procurando gritarle un no sé qué que él no pudo
descifrar y sintiendo el deseo intenso de hacerla suya en ese momento,
de borrar de su cuerpo todo rastro de las caricias de su esposo; y era
esa necesidad la que lo hizo dar media vuelta sin dirigirle la palabra y
retirarse a la habitación que le reservaban bajo ese techo siempre para
él. Entró en ella y cerrando la puerta se giró y apoyó las manos en ella,
inclinando su cabeza, cerrando los ojos y respirando agitadamente.

Necesitaba calmarse para no cometer una locura, porque así era como
se sentía, como un loco desquiciado al estar enamorado de una mujer
que no conocía, y que se encontraba abajo, conversando con su familia.
Sus músculos estaban entumecidos por la posición en la que se
encontraba, pasaron varios minutos antes de que alguien tocara a la
puerta. Dudó en si responder o no, pero cuando escuchó la voz de su
padre, prefirió abrir y dejarlo pasar, no sin antes respirar hondo y
tratar de guardar la compostura.

—¿Sucede algo, hijo? —preguntó Joseph, mirándolo preocupado.

Emmett negó con la cabeza e intentó abandonar la habitación.

—Es por la chica, ¿no es así? —intuyó el hombre—. Rosalie Hale.

Emmett gruñó levemente al escuchar el apellido. Lo odiaba por ser la


prueba de que esa mujer no podía pertenecerle. Se detuvo al sentir la
mano de su padre en su hombro, apretando suavemente.

—Si mi Lizzy estuviese… aquí, ahora mismo estaría acordando una


cita con esa chica para unirlos, si fuese posible en matrimonio —
comentó con diversión pero con un toque de nostalgia en la voz.

—Si mamá estuviese aquí, nada podría hacer, papá —dijo Emmett con
amargura—. Rosalie no puede ser mía.

—¿Acaso tienes algún problema con su procedencia? —preguntó


Joseph en tono de reproche.

—Así la hubiese encontrado mendigando en una esquina o


gobernando un reino, si pudiera hacerla mía no lo pensaría dos veces,
pero eso no es posible, ella tiene dueño, padre, yo nada puedo hacer.

—¿Estás seguro que ese hombre en realidad la posee? ¿O solo cree


hacerlo?

El joven miró a su padre, extrañado por sus palabras. Éste observó el


ceño fruncido de su hijo y sonrió maliciosamente.
—Si tu madre hubiese pertenecido a otro cuando la conocí, te aseguro
que todo sería como ahora, porque yo se la habría arrebatado de las
manos a como diera lugar, la habría hecho mi esposa y ustedes serían
nuestros hijos sin ningún problema. —Guardó silencio mientras el
chico procesaba su consejo—. Mira, hijo, la vida es muy corta para
estar mortificándose con prejuicios. No te digo que destruyas una
relación sólida, solo que midas qué tanto lo es, y si no es tan fuerte
como pensabas, y más aún, si ella no es feliz, entonces tómala y
encárgate de hacerla tuya.

—Ese es el peor consejo que puedes darme en estos momentos —


aseguró Emmett con el ceño fruncido.

—Pero es el que deseabas escuchar.

Joseph palmeó un par de veces el hombro de su hijo y con una sonrisa


que no le llegó a los ojos se retiró de la habitación.

—¡Es mejor que bajes! —gritó desde el pasillo—. No querrás que Esme
venga a buscarte.

Emmett gimió de frustración y luego de un par de minutos obedeció.

Horas después, cuando se hallaba solo en su habitación, con una


botella de licor en la mano y con solo sus bóxers puestos, sufría por lo
que le negó a ella y a él mismo luego de que la cena se estropeara por
culpa del infeliz de Henry: un abrazo. Lo que vio cuando entró en la
habitación de invitados lo hizo perder la cordura por completo.

El hombre le tenía la boca tapada con una mano mientras que con la
otra intentaba desvestirla; pero lo que lo hizo reaccionar fue el pánico
que vio en sus ojos, la súplica implícita en su expresión y él solo pudo
lanzarse sobre él, quitárselo de encima a ella y encargarse de
propinarle el mayor dolor posible. Una parte de su ser le pidió que la
auxiliara, pero por el rabillo del ojo vio como Edward la tomaba en
brazos y la sacaba de la habitación. No le gustó ver esa escena, pero
sabía que era una situación de suma urgencia, y se concentró en el
hombre debajo de él que trataba en vano de evitar los golpes y
devolverlos a su vez.

Luego de que su tía le impidiera el placer de terminar lo que había


iniciado, y al tener en frente a Rosalie, tan vulnerable, tan indefensa;
mirándolo con una súplica que él no logró entender pues ya se
encontraba a salvo, no pudo dirigirle la palabra, no se atrevió siquiera
a continuar mirándola por miedo a perder la compostura y arrodillarse
ante ella para asegurarse que estaba bien, pero solo pudo conformarse
con la información que su hermana le suministró.

Bebió otro sorbo del fuerte licor y sintió cómo le quemaba levemente la
garganta mientras que su corazón ardía al recordarla.

La amaba, estúpida y locamente, sin ninguna razón aparente, y peor


aún, prohibida; pero la amaba, no tenía duda alguna de ese
sentimiento que abrazaba su pecho. El solo verla hizo que su mundo se
iluminara. Era como si viviera en una gran oscuridad de la cual no era
consciente y ella llegó como una estrella con luz propia a irradiar en él
felicidad; sin embargo, esa dicha había durado muy poco, y ahora se
encontraba en tinieblas, luego de saber que su luz, no estaba creada
para alumbrar su camino.

Tengo que verla de nuevo, dijo para sí mismo, pero enseguida se frotó
el rostro con la mano libre y gruñó de frustración. ¡No! Si la veo me
arrojaré sobre ella. ¡Maldición!

Lanzó con rabia la botella contra la pared, pero ésta sin romperse, cayó
en el suelo con un sonido sordo y rodó esparciendo el poco líquido que
quedaba dentro. Ya lo había decidido, iría a Gillemot Hall, al menos si
no la veía podría preguntar por ella, o lo intentaría.
Varios días después, se encontraba caminando por los verdes prados
de los alrededores de la mansión Gillemot. Una y otra vez se repetían
en su cabeza las palabras de Bella.

…le incomoda la forma como la miras.

Eso era lo que sentía Rosalie cuando él la miraba: incomodidad. Él la


molestaba, y eso era porque no le agradaba, porque lo despreciaba, y
eso lo mataba.

Tratando de alejar de su mente los pensamientos que tanto lo hacían


sufrir, caminó hasta un grupo de árboles cuando recordó que ahí
quedaba un claro junto al río. Necesitaba calmarse, encontrar un lugar
en el que apaciguar su dolor, su tristeza; y por lo que recordaba, ese
lugar era como un santuario, un espacio sereno y sosegado; preciso lo
que requería para lamer sus heridas.

Al adentrarse, pudo escuchar el sonido que provocaba la corriente del


río y el olor a flores silvestres. Caminó unos metros más, penetrando
por fin en el claro, pero lo que vio lo hizo detenerse abruptamente. Ahí
saliendo del agua estaba Rosalie Hale, con una camisola de suave tela
que le llegaba hasta los tobillos, empapada y no pudo más que
quedarse estúpidamente quieto, admirando cómo la ligera prenda se
transparentaba al estar completamente adherida a su cuerpo,
haciéndola parecer desnuda. Ella no se había percatado aún de su
presencia, por lo que al estar totalmente fuera del agua, levantó los
brazos para retirarse el cabello del rostro.

El corazón de Emmett comenzó a latir aceleradamente, al igual que su


respiración se hacía más agitada. La mujer estaba prácticamente
desnuda ante él. A través de la tela podía observar los redondos
pechos coronados por unos rosados pezones erectos por el frío del
agua, su fina cintura que se anchaba al bajar por sus caderas y ahí, lo
que él anhelaba poseer: un triángulo de risos rubios que a pesar de la
tela se marcaba perfectamente como llamándolo, tentándolo a pecar en
nombre de la pasión.

Sintió cómo su miembro tiró fuertemente y sus pantalones se tensaron


en su entrepierna. Era la visión más hermosa, seductora y deliciosa que
él hubiese visto jamás. Muchas mujeres habían estado desnudas ante
él, hermosas y sexys en todo su esplendor, pero todas ellas dejaron de
existir para dar paso a una diosa tentadora, ajena a su presencia, a su
deseo, a su amor y a su lujuria; todas juntas arremolinándose en su
interior, rogándole, ordenándole que se acercara y reclamara lo que le
pertenecía, y así lo hizo. Dio un par de pasos hacia ella y fue ahí
cuando la chica abrió los ojos al tiempo que un grito escapaba de sus
labios.

Emmett detuvo sus movimientos mientras ella lo miraba con los ojos
muy abiertos. Un sonrojo se extendió desde su hermoso rostro, bajando
por su cuello hasta sus pechos, haciendo que estos se notaran más bajo
la tela. Los ojos de Emmett bajaron automáticamente y se deleitaron
con la visión. Rosalie notó la dirección de la mirada de él e intentó
taparse con los brazos; era lo único que podía hacer pues sus piernas
no le respondían.

—No —ordenó Emmett en un tono entre autoritario y suplicante, y


caminó hacia ella, alegrándose de que no retrocedió.

Al llegar a ella, tomó sus brazos que estaban congelados a medio


camino de sus pechos e hizo que los bajara, para enseguida llevarlos
hacia su espalda arqueada ahora por la posición, logrando así que sus
cuerpos quedaran pegados por completo, haciéndole sentir los duros
pezones contra su fuerte pecho, amenazando con hacerlo perder la
cordura. Bajó su rostro, acercándolo al de ella, deleitándose con su
belleza, buscando en sus ojos algún rastro de repulsión, de disgusto,
pero solo pudo observar necesidad, y no parecía ser de que la soltara.
—Eres mía, Rosalie —afirmó esparciendo su aliento contra los
deseados labios—. Eres solo mía.

Sin más demora, unió sus labios con los de ella, mientras que afirmaba
aún más el abrazo alrededor de su cuerpo y el agarre de sus muñecas.
Esperó algún tipo de forcejeo, de resistencia, mas lo único que percibió
fue algo de torpeza, pero al mismo tiempo pasión, deseo y eso lo
enardeció. Liberó entonces sus brazos y la rodeó por la cintura,
sintiéndose complacido cuando ella al instante, le rodeó el cuello con
ellos e intensificó el beso, abriendo la boca para recibir la lengua de él
que estaba ansiosa por explorarla enteramente.

Emmett estaba perdido en el beso. Rosalie sabía mucho mejor de lo que


había imaginado. Sus lenguas se movían en sus bocas, y él, toda esa
danza la sentía en su miembro que palpitaba al ritmo desenfrenado de
su corazón. Bajó entonces una mano por la espalda de ella y
posicionándola sobre una nalga, apretó fuertemente al tiempo que le
hacía pegar sus caderas a las suyas. La chica gimió al sentir la gran
erección contra su vientre y él profundizó el beso, embebido en un y
mil sentimientos y emociones que solo esa mujer le hacía sentir.

No le importaba que sus ropas se estuviesen mojando, no le importaba


que ella fuera una mujer casada, que amara a otro, que compartiera la
cama todas las noches con ese malnacido, y mucho menos que pudiera
aparecer en cualquier momento; no, a él solo le importaba que esa
mujer que amaba, estaba entregándose a él en ese beso, demostrándole
que no lo repudiaba, que si su presencia le incomodaba era por el
deseo que por él sentía y no por algo malo, y lo que más le alegraba,
era que el amor que sentía por su esposo no era tan grande como él
creía.

—¡Rose! —Escucharon a lo lejos la voz de Félix.

Rosalie se separó al instante, empujándolo, respirando agitadamente.


Emmett frunció el ceño y la rabia lo inundó.
—¡Rose! ¡Princesa!

Rosalie lo miró con miedo y sin más demora dio media vuelta, recogió
su vestido y comenzó a ponérselo apresuradamente.

—No me importa si nos encuentra —aseguró Emmett mirándola


fijamente—. Yo me encargaré de liberarte de él.

La chica terminó de sacar la cabeza por el cuello del vestido y negó


frenéticamente con la cabeza.

—Si nos descubre aquí te mata y a mí me encierra de por vida.

Emmett gruñó al creer comprender lo que esas palabras significaban.


Se acercó a ella y la tomó por el brazo para obligarla a mirarlo.

—Acaso él te maltrata, ¿es eso? Porque te juro que si…

—¡No! —exclamó Rosalie con vehemencia, pero la voz de su hermano


se escuchó muy cerca y logrando zafarse tomó sus botas y corrió en la
dirección contraria hacia donde se escuchaba la voz, saliendo del claro
segundos antes de que su hermano apareciera por el lado opuesto.

Emmett se giró lentamente para mirarlo, y lo encontró con el ceño


fruncido por la confusión. Odiaba a ese hombre, no solo porque poseía
a la mujer que él deseaba, sino también por el pánico que sintió en la
voz de Rosalie cuando pensó lo que él podría hacer si los encontraba
juntos.

Si me llego a enterar que la maltratas, te mato.

Pensó, al tiempo que transmitía las palabras con su mirada. Félix lo


observó de arriba a abajo y él supo que era porque su ropa se
encontraba mojada, luego la vista se clavó en sus ojos y pudo notar
cómo su mandíbula se tensaba al tiempo que sus puños se cerraban
fuertemente. El odio era mutuo, no tenía duda alguna y posiblemente
él ya sospechaba lo que había sucedido.
Ninguno de los dos dijo nada. Emmett deseaba gritarle que Rosalie lo
deseaba a él y que haría hasta lo imposible por apartarla de su lado,
pero no podía arriesgarse a que cuando la encontrara, arremetiera
contra ella. No se perdonaría jamás que por un impulso ella sufriera.

Encontrando por fin la fuerza para salir de allí, se encaminó hacia la


arboleda y se alejó rápidamente de ese lugar. Se apoyó contra un árbol
solitario y respiró hondamente, tratando de encontrar el aire que
necesitaba para poder continuar.

Esa noche se encontraba frente al gran ventanal que daba al balcón de


su habitación. Era el ático de un gran edificio, haciéndolo quedar muy
por encima de la mayoría de los edificios a su alrededor, aunque eso
no le importaba. Ahí estaba él, Emmett McCarty, observando la ciudad
que se extendía bajo él, con las cortinas abiertas, la habitación a
oscuras, su cuerpo completamente desnudo y su miembro erecto y
palpitante.

Aún tenía en su mente la visión de Rosalie, prácticamente desnuda


ante él; el sabor de sus labios en su lengua, y la sensación de su cuerpo
pegado al suyo…

¿Qué estás haciendo ahora? Pensó en voz alta, observando hacia un


punto indeterminado sobre la capital inglesa.

Gruñó cuando un sinfín de imágenes de ella entregándose a Félix se


agolparon en su mente. Ella lo recibía con los brazos abiertos y una
sonrisa en el rostro, y él con una sonrisa de suficiencia se lanzaba sobre
ella y comenzaba a besarla, a acariciarla, a…

¡Ella es mía, maldito! Gritó y golpeó el vidrio del ventanal que vibró
fuertemente pero al ser lo suficientemente grueso para soportar los
vientos, no se rompió.

Estaba enloquecido y más ahora que sabía que no le era indiferente. La


forma en cómo lo había besado, en cómo se aferró a su cuello y gimió
en su boca cuando sintió su miembro apretándose contra ella no podía
ser sinónimo de repudio e indiferencia. Ella se sentía atraída por él, de
eso no tenía duda. Pueda que no lo amara, pero con que lo deseara le
bastaba; él se encargaría de despertar en ella los demás sentimientos.

Quería verla de nuevo, comprobar que lo que había vivido en el prado


no fue producto de su desesperada imaginación. Deseaba volver a
sentirla cerca, y así, abonar el terreno para poder convencerla de dejar
a su esposo y entregarse a él por completo. Por fin le encontraba una
gran utilidad a su dinero aparte de gastarlo en su hermana y en uno
que otro capricho; pero ahora, esa misma fortuna le aseguraba poder
alejarla de ese hombre para siempre, y él no podría hacer nada para
impedírselo.

Un par de días después, ya había trazado un plan que le permitiría


regresar a Gillemot Hall sin tener que dar explicaciones a Bella y
mucho menos a Edward. Llamó a Alice para preguntarle dónde sería la
cena de cumpleaños de su tía, a lo que ella respondió que en su casa,
pero como nunca antes, mostró interés por las festividades familiares y
le propuso que lo hicieran en la casa de campo, aprovechando que
Edward y Bella vivían allá.

—Estoy seguro que a tía Esme le encantaría visitar la propiedad


después de tanto tiempo —comentó, tratando de ocultar su interés, y
tal como esperaba, Alice accedió encantada. Convencer a su tía no
implicaría ningún problema, así que solo era esperar al próximo fin de
semana y tendría una nueva oportunidad para corroborar que Rosalie
era más de él que de su esposo.

La semana siguiente, no pudiendo esperar más a que el sábado llegara


para celebrar la cena, llamó a Bella y luego de unos minutos de hablar
trivialidades, se decidió por fin.

—Muñequita, y… ¿con quién estás ahí? ¿Estás sola? —preguntó


dubitativo.
—Si preguntas por Rosalie, no está aquí. Desde el día en que viniste por
última vez no ha regresado y cuando envío a buscarla dice que está ocupada.
No entiendo qué les sucede a los dos pero sea lo que sea, espero que no le hagas
daño.

Emmett frunció el ceño, preocupado. Temía por la seguridad de la


chica, no quería pensar que él la había maltratado, aunque quizás solo
le hubiese prohibido acercarse a la mansión; pero ya lo averiguaría ese
fin de semana, y más le valía a Félix que fuese lo segundo, porque no le
importaría nada si se trataba de lo primero.

Se despidió de Bella evadiendo sus acusaciones. Ya se encargaría de


averiguarlo.

El sábado doce de noviembre por fin llegó y Emmett estaba ansioso.


Sabía que Bella la invitaría y aunque estuviese con él, encontraría el
momento para estar a solas con ella.

—Te ves ansioso, querido —comentó Heidi, sentada en el asiento del


acompañante del auto de su hermano. Se dirigían rumbo a la cena de
cumpleaños de Esme y ciertamente estaban retrasados.

—¿Acaso no podías terminar de arreglarte aquí en el auto o cuando


llegáramos? —preguntó molesto. Estaba ansioso por llegar y su
hermana lo había retrasado, insistiendo en que deseaba irse con él y no
sola en su limusina en un viaje tan largo.

—Sabes que no me gusta presentarme desarreglada ante nadie.

—¿Y por qué no te fuiste con Alice? —gruñó.

—Porque iba con Jasper, Sara, Jacob y papá. No quería ir apretada, ¡y


ya deja de quejarte! Parece que fueras tú el homenajeado.

Emmett no continuó discutiendo, no tenía caso hacerlo. Algunos


minutos después se encontraba por fin en el área de la piscina, donde
se hallaban algunos amigos cercanos de la familia. Buscó ansiosamente
con la mirada a la rubia pero no pudo verla en ningún lado.

—¡Tío! —gritó su hermana a su lado y se encaminó hacia donde Aro se


encontraba.

¡Magnífico! Pensó sarcástico. No le convenía que el viejo estuviese ahí


porque si se enteraba de sus intenciones podría intentar arruinarlas
solo por diversión. Bufó, después de todo no permitiría que ni él ni
nadie estropeara sus planes.

Luego de saludar a todos los presentes y felicitar a Esme, se dirigió a


donde estaba Bella, junto a un Edward que no se notaba muy cómodo.
Saludó y miró a Bella de forma significativa, pero ella se limitó a negar
con la cabeza. Rosalie no estaba y al parecer él tampoco, y necesitaba
averiguar por qué. Ansioso, se sentó en uno de los sofás que habían
dispuesto para la pequeña recepción antes de la cena y esperó a que
fuera el momento propicio para hablar con Bella; pero ella y Heidi se
acercaron a él y se sentaron cada una a su lado por estar sentado en el
centro, para conversar animadamente, dejándolo a él solamente como
un alguien invisible.

—Pensé que el administrador estaría aquí —comentó por fin, sin


ninguna emoción en el rostro—. Papá y el tío Carlisle seguramente
querrían conocerlo.

Las dos chicas lo miraron con sorpresa y parpadearon varias veces. Se


habían olvidado de su presencia y solo se percataron de él por el
sonido de su voz. Bella fue la primera en responder.

—Lo invité, pero comentó que no deseaba interrumpir un evento


familiar y ya que todos se quedarán hasta mañana, él vendrá a
almorzar para presentarse.

—¿Y Rosalie? Esa chica me agrada —comentó Heidi—. Me gustaría


tener más contacto con ella.
Emmett sonrió mentalmente. Su hermana la aceptaba, un obstáculo
menos.

—Tampoco pudo venir, al parecer Félix no le dio permiso por el


mismo motivo —respondió Bella frunciendo los labios en
descontento—. Es bastante quisquilloso en lo que a ella se refiere.

Emmett frunció el ceño pero no dijo nada, prefería escuchar, obtener


información valiosa para saber cómo actuar.

—Pobre chica, tú sabes muy bien lo que eso se siente —dijo Heidi y
miró a Emmett con el ceño fruncido—. Yo en cambio no tengo quien
cuide de mí —recriminó al tiempo que golpeaba a su hermano en el
brazo.

El hombre la miró extrañado por el comentario y abrió la boca para


pedir una explicación, pero Bella lo interrumpió.

—Te aseguro que no es nada grato tener a un hermano celoso. Es como


tener a un marido pero sin los beneficios de éste.

Las dos chicas rieron por la broma por lo que no se percataron de la


expresión en el rostro de Emmett.

Apenas Bella terminó de hablar, él giró la cabeza rápidamente para


mirarla con confusión. Abrió la boca varias veces antes de poder
pronunciar palabra alguna.

—¿Her…Hermano? —Fue lo único que atinó a decir atropelladamente.

Bella paró de reír y lo miró con el ceño fruncido.

—Sí. Hermano —repitió Heidi batiendo las manos—. Papel que Jasper
y Félix cumplen muy bien.
Emmett giró entonces para mirar a Heidi. Su mente procesaba
rápidamente toda la información al tiempo que su corazón palpitaba
aceleradamente.

Hale. Rosalie Hale. Félix Hale.

Los nombres llegaron a su mente y su corazón se hinchó de una


felicidad que tenía miedo de sentir hasta que no confirmara lo que
creía sería la mejor noticia de su vida.

—Hale… ¿Hale es el apellido… de los dos? —preguntó sintiéndose


estúpido, pero no le importaba, tenía que estar seguro.

Heidi le iba a responder pero se detuvo al escuchar el jadeo de Bella.


Ésta se llevó las manos a la boca y miró a Emmett con los ojos muy
abiertos.

—¡Oh por Dios! ¡Emmett! —exclamó Bella con expresión de


incredulidad en el rostro—. No me digas que eres tan estúpido como
Edward, que pensó que Jasper era mi novio… ¡Emmett McCarty!
Creías que Rosalie y Félix eran esposos solo por tener el mismo
apellido, ¡y por celos te has mostrado tan hostil con ellos!

Emmett la miró parpadeando varias veces y una gran sonrisa se


estampó en sus labios al tiempo que sus ojos brillaron de alegría.

—¡Eres un imbécil! —gritó Heidi, dándole una palmada en la cabeza,


haciendo que algunas personas cercanas giraran escaneando el entorno
en busca de los gritos.

—Pero, hermanita, ahora soy el imbécil más feliz del mundo. —Miró
entonces a Bella—. ¿Dónde está ella?

—En su casa, supongo, o en los cultivos, no lo sé.

—No importa, me encargaré de encontrarla.


Se levantó rápidamente, besó a las chicas en la mejilla, y salió corriendo
del área de la piscina, dejando extrañados a varios de los presentes.

—¿Qué le sucede a Emmett? —preguntó Edward ocupando el lugar en


medio de las chicas.

—Que es igual de idiota que tú —respondió Bella mirándolo con el


ceño fruncido—. Al parecer el problema es de familia.

—La estupidez es una condición característica de los hombres de las


dos últimas generaciones en la familia —dijo Aro acercándose a ellos y
mirando a Edward con desprecio—. No debería extrañarles que un
primo sea igual de tarado que el otro. Lo heredan de sus padres.

—Quizás fue algún tipo de mutación en los genes, tío Aro —dijo Bella
con una sonrisa tierna dirigida hacia él—. Después de todo tú eres el
hombre más inteligente y sagaz que conozco y estoy segura que tu
hermano Marcus también lo era.

El anciano sonrió ampliamente, arqueó sus brazos y las chicas al


comprender el gesto se levantaron y se posicionaron a cada lado de él.
Aro miró entonces a Edward con suficiencia al verlo con expresión de
rabia en su rostro, dio media vuelta y se llevó a las dos mujeres,
dejándolo solo, humillado y amargado y lo peor de todo era que no
sabía por qué.

Emmett ya se encontraba cerca de las plantaciones. Había tomado uno


de los carritos de golf destinados a la familia, y luego de unas
indicaciones impartidas por uno de los jóvenes del personal de
servicio, se dirigió hacia donde éste le había indicado. Se percató que
había tomado el camino correcto cuando comenzó a observar
movimiento de personas que iban de un lado al otro, terminando sus
deberes y organizando todo para cerrar la jornada de trabajo.

—¿Rosalie Hale? —preguntó con ansiedad a un chico de unos catorce


años, olvidándose de las reglas básicas de convivencia.
El muchacho lo miró con los ojos muy abiertos, casi dejando caer las
dos palas que llevaba en las manos.

—Eh… De…Debe estar por los cultivos de trigo, señor. En esa


dirección, detrás de los establos.

—Gracias, chico.

Al llegar a los establos, los rodeó y observó un extenso campo de trigo,


listo para cosechar. La vista era hermosa, con el atardecer de fondo y el
dorado de los cultivos, así como algunos campesinos en sus labores,
todo digno de un cuadro de algún famoso pintor; sin embargo, Emmett
no tenía tiempo para contemplar el paisaje, él solo deseaba encontrar a
su diosa de cabellos rubios y asegurarse por fin de que sería suya.

Preguntó más amablemente a una mujer mayor y ésta le indicó que se


encontraba cerca, caminando entre los sembradíos de trigo. No
pudiendo continuar en su vehículo, lo dejó a un costado y se adentró
en el plantío hacia donde ella se encontraba. Finalmente la vio, estaba
de espalda a él, observando el atardecer, con las espigas que se mecían
con la leve brisa rozándola una y otra vez como acariciando sus
pechos, confundiéndose estos con su cabello rubio que caía suelto por
su espalda.

—Rosalie —pronunció su nombre sin ser consciente de haberlo hecho,


y ella se giró sorprendida al escuchar su voz ronca que parecía
reclamarla.

La chica lo miró sorprendida, y para él fue una visión hermosa y


erótica, con los últimos rayos de sol a su espalda y ella aún más bella
de lo que la recordaba. Caminó lentamente, y cuando ella pareció salir
del impacto miró a todos lados, con expresión asustada.

—¿Qué haces? ¿Qué hace aquí, señor? —se corrigió nerviosamente,


sonrojándose a su vez.
—Emmett. Soy Emmett, Rosalie —indicó él, estirando las manos para
tomarla por los brazos y pegarla a su cuerpo—. Debes tutearme. Eres
mía, ¿lo recuerdas?

Rosalie lo miraba a los ojos con muchas emociones pasando por los
suyos, y él pudo reconocer la felicidad, la necesidad y sobre todo la
aceptación, cosa que confirmó con un suave asentimiento. Agachó él
entonces la cabeza para dejar sus labios muy cerca a los de ella.

—Fui un estúpido al no darme cuenta de ciertas cosas, pero ahora que


sé que eres libre, solo puedo decirte que no veo la hora de hacerte mía
ante los ojos del mundo entero.

—Ya soy tuya, Emmett —afirmó Rosalie, mirándolo intensamente—.


Completamente tuya.

—¡Rosalie! —El grito de Félix se escuchó lleno de rabia, un poco


alejado.

—¡Tienes que irte! Félix es muy celoso conmigo y…

—¡No me importa! —refutó Emmett enérgicamente y continuó


hablando rápidamente, sabiendo que no le quedaba mucho tiempo,
antes de que el hombre llegara a ellos—. Estoy aquí para pedirte que
aceptes pasar el resto de tu vida a mi lado y no me iré hasta tener una
respuesta positiva de tu parte.

Rosalie lo miró con gran asombro, y abrió su boca varias veces, pero
nada salía de ella.

—Di algo, mujer, que estoy muriendo aquí —gruñó Emmett, pero ella
seguía sin responder, no podía creer lo que acababa de escuchar, ni
siquiera estaba segura de qué era lo que esas palabras significaban. Él,
desesperado al saber a Félix muy cerca, la apresuró sacudiéndola por
los brazos para hacerla reaccionar—. ¡Acepta! Dilo… ¡Acepta!
—¡Acepta! Digo… acepto —respondió la chica aún confundida pero
con una gran sonrisa en su rostro.

Emmett sonrió también, embargado por una felicidad que nunca antes
había sentido.

—Ahora sí, estoy listo para recibir incluso el mundo entero. Seré capaz
de resistir lo que sea por ti, Rosalie. Así que se venga lo que ven… —
Fue lo último que dijo antes de sentir un fuerte dolor en la cabeza y la
visión del rostro de Rosalie, asustada, se grabó en su mente mientras
perdía la batalla con sus párpados y caía en la inconsciencia, viéndose
rodeado de la impotencia y el negro más macabramente negro de su
vida.

Cuando despertó, se encontró en una habitación poco iluminada.


Parpadeó varias veces para aclarar la vista, y sintió un pequeño dolor
en el lado izquierdo de su cabeza. Intentó moverse, pero una voz lo
detuvo.

—No te muevas —pidió Rosalie con voz suave—. Lo lamento tanto,


Emmett, mi hermano es algo impulsivo. ¿Cómo te sientes?

—¿Aún sigue vigente tu aceptación? —preguntó mirándola a los ojos.

—No sé muy bien qué acepté, pero siempre que sea estar a tu lado, no
me importa lo que sea.

Emmett sonrió y a pesar de las protestas de la chica, y del leve dolor, se


enderezó en la cama y la atrajo a sus brazos para besarla pasional pero
cortamente.

—Entonces a mí no me importará recibir los golpes que tu hermano me


quiera dar. ¿Dónde está?

—Tu familia lo tiene retenido afuera —explicó—. Luego de que te


golpeara y cayeras inconsciente, estaba furioso y…
—¿Te golpeó? —preguntó él con la mirada oscurecida.

—No, él nunca lo ha hecho, pero sabe regañar muy bien. —Soltó una
risita tierna y continuó—: Comencé a llorar y le pedí que te trajéramos
aquí, me prohibió venir pero no le hice caso, y al llegar enviamos por
Bella y Edward y ellos dieron la orden de instalarte aquí. La cena ya
estaba terminando y los invitados partieron enseguida según me dijo
tu hermana. Ahora están todos convenciéndolo de que no me pasará
nada si cuido tu sueño.

—No estés tan segura de eso —afirmó con una sonrisa maliciosa y
comenzó a bajar su mano por la espalda de la chica.

—Emmett, no. Félix está ansioso y puede entrar en cualquier momento.

—Esta mansión es muy antigua, aunque el nombre cambió cuando mi


familia la adquirió, así que tiene ciertos pasadizos que ahora encuentro
muy útiles, más que cuando jugábamos aquí de niño. ¡Ven!

Apartándola un poco, se levantó de la cama y tomándola de la mano la


llevó hacia una esquina alejada de la habitación.

—¿En qué piso estamos?

—En el segundo.

—¡Perfecto! —exclamó Emmett y sonrió, al tiempo que tanteaba unos


paneles en la pared—. ¡Eureka! —Empujó un poco uno bordeado por
molduras de yeso con aplicaciones doradas y este se hundió un poco y
luego se abrió por completo, dando paso a un pasillo oscuro.

Rosalie se detuvo, mirando con temor el lugar por donde Emmett se


iba a adentrar.

—¿Confías en mí?
La chica asintió y lo siguió por un estrecho pasillo oscuro. Él sacó su
celular del bolsillo y presionó un botón para que la pantalla se
encendiera iluminando así, tenuemente el lugar. Se giró para cerrar el
panel nuevamente y Rosalie se pegó más a él. Caminaron unos metros
y encontraron una escalera que subía, se encaminaron por ella y
llegaron a otro pasillo sin salida. Emmett iluminó la pared lateral y
encontró una pequeña palanca de hierro oxidada y llena de telarañas.
La bajó y el panel se abrió, dando paso a una habitación finamente
decorada. Entraron en ella y él cerró el panel de nuevo, produciendo
un ruido chirriante que le recordó alguna escena de terror donde está
pronto a salir un asesino y… Sacudió la cabeza evitando caer en la
psicosis de una trama de película para concentrarse en la realidad.

—Félix va a enloquecer cuando no nos encuentre —advirtió Rosalie.

—Al menos no nos encontrará por ahora. Estas habitaciones son las
más alejadas del tercer piso, nadie se hospeda en ellas, es como estar
apartado de todo, y así te quería tener.

Acercó a la chica a su cuerpo y rodeándole la cintura con los brazos, la


besó suavemente al principio, pero Rosalie comenzó a intensificar el
beso de forma torpe, aunque ansiosa. Emmett sonrió pícaramente
contra sus labios. Le gustaba el deseo que mostraba ante él, y más su
torpeza, eso le indicaba que ningún otro hombre la había tenido antes.
Él sería el primero… El único.

Llevándola junto a la cama, se separó de ella y la miró a los ojos,


colocando las manos sobre sus hombros, y bajándolas por sus brazos
lentamente, indicándole lo que deseaba hacer.

—Soy tuya, Emmett —dijo ella por toda respuesta.

Él sonrió y la besó de nuevo, comenzando a desvestirla lentamente,


saboreando el momento. Su cuerpo le pedía que le arrancara la ropa, la
arrojara sobre la cama y la embistiera como un loco; pero él deseaba
adorarla, amarla en el momento, hacerla sentir como lo que era para él:
una diosa. Sintió cómo las manos de ella se dirigían a los botones de su
camisa. Se notaba tímida, pero al mismo tiempo, decidida y eso lo
incitaba a acelerar el proceso. Cuando le hubo quitado el vestido, se
separó un poco de ella y la contempló, su ropa interior no era para
nada sexy, y aún tenía puestas las botas que siempre mantenía, pero
para él era una visión demasiado erótica y más aún hermosa.

Gruñó cuando la vio quitarse tímidamente el sujetador, dejando sus


redondos pechos, escondidos solamente por su cabello. Enseguida
comenzó con supanty y luego sus botas y las medias. Estando ya
totalmente desnuda, levantó la mirada y al verlo devorando su cuerpo
con los ojos, intentó tapar su sexo con las manos.

—No, Rosalie. Eres mía, recuérdalo siempre.

Se acercó a ella y tomándola por los brazos la hizo tenderse sobre la


cama. Observó su cuerpo, perfecto y bello como nunca había visto otro.
Con una mano retiró el cabello que cubría levemente el busto y los dejó
al descubierto. Con delicadeza le pasó sus dedos desde el hombro
hasta la curva de sus pechos, llegando por fin a un pezón, que rodeó
varias veces, haciéndola gemir suavemente, pero él quería más y probó
algo que deseaba hacerle desde el día en que la encontró casi desnuda
en el claro. Tomando el pezón ya erecto entre sus dedos pulgar e
índice, lo apretó un poco y haló de él. Rosalie cerró los ojos y emitió un
fuerte gemido, arqueando la espalda al mismo tiempo. Emmett sonrió.
Comenzaba a darse cuenta lo que a ella le gustaba aunque nunca lo
hubiese experimentado, y daba la casualidad de que era lo mismo que a
él.

Se enderezó y cuando ella abrió los ojos y lo miró, él comenzó a


desvestirse, siendo ahora ella quien disfrutaba de la vista. Cuando
estuvo solo con sus bóxers que ostentaban un gran bulto en la parte
delantera, sonrió al verla bajar la vista hacia dicha prominencia.
Ante la atenta mirada de la chica, tomó la cintura de la prenda, y los
bajó hasta sus tobillos en un rápido movimiento, sacó sus pies de ellos
y comenzó a enderezarse lentamente, a medida que los ojos de ella se
agrandaban al observar la potente erección que se alzaba entre sus
caderas. Ella jadeó cuando él se hubo enderezado por completo, pero
no pudo apartar la vista de su miembro, lo que lo excitó más de lo que
ya estaba y sin poder evitarlo, llevó su mano a su pene y rodeándolo
con ella, comenzó a masturbarse lentamente ante una Rosalie
asombrada y excitada a la vez.

En un momento, la vio sacar su lengua y lamerse los labios al tiempo


que levantaba una mano y la volvía a bajar rápidamente. Ella deseaba
tocarlo, saborearlo, y aunque él lo deseaba aún más, sabía que no era el
momento. Estaba casi seguro que ella era virgen y primero tenía que
remediar eso antes de introducirla en prácticas más avanzadas.

Abandonando su miembro, colocó una rodilla sobre la cama y se


acostó sobre el cuerpo de Rosalie, apoyando su peso con sus brazos
doblados. Los dos gimieron cuando sus cuerpos se tocaron y Emmett
no pudo esperar para comenzar a besarla apasionadamente. El beso se
intensificaba cada vez más por parte de los dos, el deseo los consumía
mientras que sus manos recorrían sus cuerpos ansiosamente. En un
momento, Rosalie bajó sus manos por la espalda de Emmett y
tomándolo por las nalgas, las apretó fuertemente, enterrando sus uñas
en ellas. Emmett jadeó fuertemente y se separó de ella para mirarla,
sorprendido.

—Lo…Lo siento… Yo —dijo la chica atropelladamente, embargada por


la vergüenza.

Emmett la silenció con sus labios mientras comenzaba a girar con ella
en sus brazos, quedando él acostado de espalda y ella sobre él. Sabía
que esa mujer escondía un espíritu apasionado, salvaje y él deseaba
hacerlo aflorar.
Ella instintivamente dobló sus rodillas y las colocó a cada lado de las
caderas de él, haciendo que sus sexos se presionaran el uno contra el
otro. Emmett la tomó por la cintura y empujó de ellas para que
comenzaran a balancearse, pero ella ya lo estaba haciendo, meciéndose
sobre él mientras continuaban besándose. La necesidad en el cuerpo de
ambos los hacía compenetrarse perfectamente, pero esa misma
sensación lo impulsaba a querer más.

Emmett la tomó por la cintura y la hizo enderezarse para mirarla a los


ojos.

—Quiero que seas tú quien se entregue a mí. Quiero tomarte así…


sobre mí.

Rosalie lo miró con confusión y él sonrió para tranquilizarla.


Afirmando sus manos en la cintura de la chica, la alzó un poco para
separar sus caderas. La miró a los ojos para indicarle que se
mantuviera así y con una mano tomó su miembro y lo posicionó en la
entrada de ella para comenzar a bajarla lentamente. Vio en su rostro la
molestia y el dolor de la primera vez y cuando sintió la barrera que
antes creía inexistente gruñó.

—¡Mía! —exclamó y en un rápido movimiento la hizo bajar por


completo, gritando los dos al tiempo.

Rosalie apoyó las manos en el fuerte pecho de él y cerró los ojos por el
ardor, pero él la acercó a su cuerpo y comenzó a acariciar su espalda;
sin embargo, ella necesitaba más, quería sentir lo que era que él la
poseyera por completo y comenzó a mover sus caderas, indicándole lo
que deseaba. Él sonrió con satisfacción y apoyándose en sus pies,
empezó a embestirla lentamente al principio, pero los dos decidieron
que no era suficiente y sus movimientos se aceleraron hasta el punto en
que las caderas de Rosalie rebotaban sobre las de Emmett, haciéndolo
entrar y salir una y otra vez de su interior.
Él estaba extasiado con la visión de ella cabalgándolo, con sus pechos
que se mecían al ritmo de sus caderas y pensó en todo el sufrimiento
que había tenido que pasar al creerla de otro.

—Eres mía, dilo —ordenó, pero ella estaba tan entregada al placer que
no le respondió—. ¡Dilo! Eres mía. ¡Dilo!

—Soy tuya, Emmett, solo tuya —respondió ella por fin entre gemidos.

Pero quería más de ella, quería a la mujer salvaje que sabía que se
encontraba escondida y probó con algo que deseaba desde hacía
mucho tiempo. Levantó una mano y la estrelló fuertemente contra una
nalga de ella. Rosalie gritó y lo miró asombrada, él esperó alguna
reacción negativa pero lo que vio en sus ojos fue la pasión y la lujuria
desatadas en su interior, para enseguida lanzarse sobre él y besarlo
apasionadamente. Estaban descontrolados, hacían el amor como si no
existiese un mañana, demostrándose toda la pasión y amor que sentían
el uno por el otro, hasta que en sus cuerpos se encendió una llama que
los hizo explotar, gritando sus nombres una y otra vez, así como
promesas de amor que estaban dispuestos a cumplir.

El sopor los invadía mientras continuaban abrazados, agotados y


saciados. Habían hecho el amor una vez más y Emmett pudo
comprobar que el sexo duro era lo de Rosalie, y también lo suyo. Había
tantas cosas que deseaba enseñarle, hacerle y mostrarle, pero era el
momento de que ella descansara. Ya era de noche por lo que podía ver
por la ventana y al día siguiente tendrían que hacer frente a la familia y
a Félix, aunque nada le podía amargar el momento tan feliz que estaba
pasando con Rosalie casi dormida en sus brazos y él procuró dormir
también.

Un fuerte ardor en el muslo lo despertó de repente. Sobresaltado y


aturdido se giró y sintió el mismo dolor y se encontró con el rostro
furioso de Aro Cullen con una pantufla en su mano levantándola de
nuevo. Rosalie se despertó en ese momento y emitiendo un gritico de
asombro, se cubrió rápidamente con la sábana.

—¿Pero qué…? —preguntó Emmett antes de que el anciano lo


interrumpiera.

—¿Qué le has hecho a esta pobre chica? ¡Pervertido! —gritó Aro


descargando nuevamente la pantufla contra él—. ¡Y en mi cama!
Muchacho sinvergüenza y degenerado.

Emmett se levantó rápidamente y tomó su bóxer del suelo para


comenzar a ponérselo mientras seguía recibiendo la furia de su tío.

—Una niña inocente cuyo hermano estaba preocupado por ella,


¡mientras tú te la follabas aquí a escondidas!

—¡Ya, viejo! Ella es mi mujer y tengo todo el derecho…

—¡Pamplinas! Derecho tengo yo de dejarte más tarado de lo que ya


eres por violador y confianzudo. ¡Largo de mi habitación! ¡Fuera!

Emmett dejó su ropa y tomó a Rosalie de la mano para hacerla


levantarse de la cama aún envuelta en la sábana, pero un golpe
del arma del anciano en su mano lo detuvo.

—¿Crees que dejaré que te la lleves, que sigas pervirtiéndola? ¡Jamás!


¡Largo de aquí tú solo! Ella se queda hasta que su hermano venga a
buscarla.

—Vete, es mejor así —susurró Rosalie y le brindó una risita divertida.

Él asintió y corrió hacia la puerta de la habitación, seguido torpemente


por su viejo pariente. Tomó el pasillo y continuó por él a paso
acelerado.

—¡Y aquí tienes por insolente!


Sintiendo un fuerte golpe en la espalda. El viejo le había lanzado la
pantufla.
CAPÍTULO 28


El destino nos pone pruebas,
o quizás es la vida misma que lo hace.
Cada día es una lucha constante,
y sentimos que las fuerzas nos abandonan.
Pero en el momento más oscuro,
aparecerá una luz a iluminar nuestro camino.

B ella observaba divertida cómo Rosalie luchaba con


el BlackBerry que tenía en las manos. Había sido un regalo de Emmett
para poder estar comunicados siempre, a pesar de que ella le había
insistido en que no le gustaban esos aparatos y que si era necesario
podía ser uno sencillo, pero él, ignorándola por completo, le compró el
más moderno que existía en el mercado.

—¿Qué quieres hacer, Rosalie? —preguntó Bella tratando de ocultar


una risita.

—¡No te burles, Bella! Estoy intentando revisar un mensaje y esta cosa


no quiere posicionarse donde le digo —respondió la rubia
mostrándose frustrada.

Bella rio y le arrebató el celular, realizó unos movimientos y se lo


devolvió.

—Tenía la sensibilidad demasiado alta… igual que tú.

La chica frunció el ceño y luego de hacer lo que deseaba miró a Bella y


suspiró hondamente.
—No me digas… —Bella hizo una pausa y agregó—: Estás feliz de tu
actual situación pero sientes que te ahogarás en cualquier momento.

Rosalie gimió y se mordió el labio.

—Nunca pensé que sería tan agobiante. En realidad nunca pensé que
Emmett pudiera fijarse en mí.

—Eres hermosa, Rosalie…

—Tú me entiendes.

—Sí, pero no me extraña para nada. Edward también se enamoró de


mí sin hacer nada, y sin darme cuenta, ya estaba casada con él —
comentó Bella levantando los brazos y encogiéndose de hombros—. ¿Y
después de todo cómo están Emmett y Félix?

Rosalie suspiró de nuevo.

—Félix está de un humor terrible, pero su labio está casi sano y


Emmett aún tiene la marca en la ceja pero ya no se le nota tanto,
aunque creo que discutió con su dinero y quiere deshacerse de él
entregándomelo a mí.

Las dos chicas rieron y negaron con la cabeza.

Luego de que Aro levantara la mansión a gritos por el abuso cometido


contra Rosalie, los hombres de la familia así como Jasper, Jacob y
algunos jóvenes del personal de servicio tuvieron que separar a Félix y
a Emmett porque el primero se abalanzó sobre el segundo acusándolo
de corromper a su hermana. Las mujeres gritaban y Rosalie lloraba en
el hombro de Bella al ver a los dos hombres que amaba sumidos en
una ruda pelea.

Cuando por fin los ánimos se calmaron, Emmett le dejó bien en claro
que nada ni nadie podría alejarlo de ella. El hombre miró a su hermana
y ella lo miró con súplica en los ojos.
—Yo lo amo, Félix. Por favor…

—Te hará daño, estoy seguro. Te quiere solo por diversión.

—¡Eso no es cierto! —gritó Emmett mirándolo con furia—. Amo a tu


hermana, y quiero tenerla a mi lado para hacerla feliz. Quiero darle
todo, y tú no me lo impedirás.

El hombre intentó replicar pero Esme intervino por su sobrino.

—Emmett es como mi hijo y lo conozco muy bien, Félix. Entiendo tu


preocupación pues es tu deber cuidar de tu hermana, pero te doy mi
palabra de que mi sobrino no le hará daño. Porque sabe que si lo hace
ni su propio padre lo podrá salvar de mí. —Miró entonces a Joseph con
el ceño fruncido y éste se limitó a levantar las manos en señal de
rendición, no haría nada por su hijo.

Feliz frunció el ceño y miró a Emmett intensamente.

—Pueda que Rose se haya entregado a ti, pero aún me pertenece y no


pienso cedértela por completo tan fácilmente.

Luego de desplegar toda su furia física y verbal cargada de


testosterona contra Emmett, y sin dejar de deshacerse en visibles
acciones de macho alfa, Félix pidió disculpas a Esme por haberla
incomodado y se llevó a Rosalie prácticamente a rastras y
despotricando hasta su casa para detenerse de su verborrea por fin dos
horas después.

Hacía varios días de ese incidente y Emmett iba casi todas las tardes
para verla, ya que ella tenía prohibido salir de la propiedad; y siendo
jueves, las dos mujeres se encontraban conversando junto a la piscina.

—Edward también quiere que yo gaste su dinero, pero creo que se


equivocó de mujer —respondió Bella al comentario de Rosalie.
—Emmett me tiene enloquecida, ayer me trajo una tarjeta de crédito y
me dijo: compra todo lo que desees, preciosa, y si necesitas efectivo solo es que
me avises. Quiero que me arruines —dijo Rosalie imitando la voz del
hombre.

—Edward no quiere que estudie ni trabaje: tienes que ser caprichosa y


gastar mi dinero a tu antojo. Esas fueron sus palabras, ¡¿puedes creerlo?!
En ocasiones dudo en que solo sean primos y no hermanos.

Rosalie rio y negó con la cabeza.

—Solo el amor que les tenemos nos puede hacer aguantar a esos
hombres —afirmó y continuó riendo, sin notar que la expresión de
Bella había cambiado.

Ella no amaba a Edward. Estaba con él por las noches porque lo


deseaba, no podía negar eso. Sus caricias, sus besos y la forma tan
sensual y hábil que tenía para estimularla la hacían perder la cabeza
por completo, y aunque en ocasiones anteriores ella se había negado
esos placeres, ahora le era imposible no sucumbir a ellos. Aun así ella
no era la que iniciaba el acto, pero de igual forma no era necesario pues
Edward estaba ansioso, tanto en las noches como al levantarse, de
hacerle el amor con toda la pasión contenida por tanto tiempo; sin
embargo, no lo amaba.

—Bella, Bella, ¿me estás escuchando? —preguntó Rosalie llamando su


atención.

—Lo siento. Dime.

—Te preguntaba que qué querías estudiar.

—Matemáticas —respondió automáticamente.

—¿Te refieres para ser profesora de matemáticas? —preguntó Rosalie.


—Así es. Soy una chica básica con expectativas que muchos pueden
considerar insulsas, pero yo quiero enseñar Matemáticas.

—No, no lo digo por eso. Yo quiero estudiar Agronomía. Me gusta el


campo y los cultivos, pero te preguntaba porque en la escuela que
queda cerca de aquí están necesitando alguien que enseñe esa
asignatura por lo que resta del año. La maestra anterior se casó y se
marchó. Las que dictan las demás básicas no son muy buenas que
digamos y la de la jornada de la tarde que es de secundaria, no tiene
tiempo.

Bella abrió los ojos emocionada y sonrió ampliamente.

—¿Estás segura? Pe…Pero ¿crees que me aceptarán? No tengo ningún


título profesional.

—Pero seguramente sí los conocimientos. Son chicos de máximo doce


años —explicó la rubia—. Hablé con la directora hace unos días y me
comentó que está desesperada. No desea que los estudiantes se atrasen
y ya tienen el reemplazo pero no podrá llegar hasta el próximo año y
quiere que ellos estén al día. Si quieres puedo ir a hablar mañana
temprano y luego vengo por ti para presentártela. El salario no es
mucho pero creo que eso no te preocuparía.

—¡Es perfecto, Rosalie! Solo sería que viera el programa de estudios y


puedo empezar cuando ella lo desee… Claro, si me acepta y no tiene a
alguien más en mente.

—No creo que haya problema con eso —dijo Rosalie sacudiendo la
cabeza—. Esa escuela pertenece a tu familia. El señor Marcus la mandó
a construir para que los niños de ésta y las plantaciones vecinas no
tuvieran que viajar mucho tiempo hasta la ciudad. Félix y yo
estudiamos ahí. Pero… si Edward no quiere que trabajes, ¿cómo harás
con él?
—Tú ve con ella que de Edward me encargo yo —afirmó Bella,
decidida—. Él decide: o acepta que me empleé ahí o me cruzo de
piernas durante todo un mes.

Rosalie la miró sin comprender y cuando Bella alzó una ceja con
expresión pícara, se carcajeó al entender por fin el significado de sus
palabras.

Esa noche, Bella se encontraba tratando de normalizar su respiración,


luego de que Edward le hiciera el amor de forma tan apasionada que
los dejó a los dos jadeantes y satisfechos. Él tenía la cabeza apoyada
sobre el pecho de ella y su brazo y pierna derecha la rodeaban,
mientras que ella jugaba con su cabello que le hacía cosquillas en la
barbilla. Minutos más tarde, cuando Bella sintió que la respiración de
Edward se normalizaba y acompasaba, decidió hablar.

—Edward, mañana iré a la Hope's Paths School con Rosalie para ver si
me aceptan como maestra de matemáticas por lo que resta del año.

Él levantó la cabeza rápidamente y la miró a los ojos con el ceño


fruncido. Ella le sostuvo la mirada retándolo a que dijera algo negativo
y cuando él abrió la boca para replicar, ella continuó:

—No tiene nada de malo, Edward. Es una escuela, tú la conoces,


incluso pertenece a tu familia, y daré clase a niños de no más de diez
años; queda aquí mismo y eso no interferirá en nuestro tiempo juntos.

—Pero…

—Pero, pero, pero ¡me tienes harta con tus peros, Edward! —gritó Bella,
se sacudió para quitárselo de encima y continuó hablando rápidamente
y sin detenerse—. No te estoy preguntando ni pidiendo permiso, solo
te estoy comentando una decisión que he tomado como mi esposo que
eres y que mereces saberla, porque no estoy recluida en este lugar
como para tener que hacer las cosas a escondidas. Mañana iré con
Rosalie te guste o no, y si la directora me acepta, y espero que no
interfieras porque me enteraré, trabajaré ahí porque puedo y porque
quiero y ni tú ni nadie me lo va a impedir. ¿Está claro, Edward? ¡¿Está
claro?!

Edward la miraba con los ojos muy abiertos y aún con la clara
intención de hablar en sus labios separados, pero de éstos no pudo
salir ninguna palabra. Al ver la expresión intensa y decidida de Bella,
frunció el ceño, y mostrándose enfurruñado le rodeó la cintura con un
brazo y la arrastró por la cama hasta pegarla a su cuerpo apoyando de
nuevo la cabeza en el pecho de su esposa, rodeándola también con una
pierna.

—Buenas noches —murmuró como un niño regañado, y Bella no pudo


hacer más que sonreír para sí misma. Estaba aprendiendo a controlar a
Edward, y eso le gustaba mucho.

Al día siguiente, Bella se encontraba esperando a que Rosalie regresara


con noticias. Edward le había hecho el amor dos veces en la mañana, y
cuando ella vio la hora que era y las intenciones de él de continuar con
una tercera vez, descubrió su plan.

—Si lo que pretendes es quedarte toda la mañana aquí para hacerme el


amor e impedir que hable con la directora, tendrás que hacerlo todos
los días por lo que queda del año.

Edward se había levantado de la cama refunfuñando y se había ido a


trabajar sin desayunar siquiera.

Es un niño malcriado, pensó Bella recordando la escena, pero sus


pensamientos se interrumpieron cuando sintió la voz de Rosalie
llamándole desde cerca.

—Está listo, Bella. Le hablé a la señora Clairy de ti y quiere conocerte.


Estaba muy sorprendida al saber que la señora Cullen deseaba trabajar
ahí.
—Solo espero que lo de señora Cullen no me impida conseguir el
empleo. Vamos.

Partieron rumbo al lugar en el auto de Bella pero con Dracre


manejando. Salieron de la propiedad por la puerta principal tomando
dirección oeste. Luego de cinco minutos llegaron a una edificación bien
cuidada, de un solo piso, pintada en colores blanco y azul al igual que
el letrero en madera con el nombre deHope's Paths School. Entraron al
establecimiento seguidas por Dacre, y Bella se emocionó al escuchar las
voces de niños y sus maestras del otro lado de las puertas. El lugar no
era muy grande, pero tenía un aire agradable y acogedor.

La señora Susan Clairy era una mujer de unos cuarenta años de edad,
alta como Rosalie pero algo pasada de peso, pelirroja y con algunas
pecas adornando su nariz y de voz algo flemática. Recibió a Bella con
mucha naturalidad y eso le agradó, pues no deseaba ser tratada con
deferencia solo por su esposo y estaba claro que esta señora no haría
ese tipo de distinciones. La siguieron entonces hasta su pequeña
oficina llena de libros de texto y fotografías de grupos de estudiantes, y
luego de tomar asiento, la mujer comenzó a hablar.

—¡Oh, querida! Eres tan joven. Jamás imaginé que tendría a una señora
Cullen trabajando aquí, y no me malinterpretes, conozco a la señora
Esme y es una magnífica persona, pero en su mundo las esposas de
unos hombres como sus maridos no son profesoras de una pequeña
escuelita.

—Eso lo entiendo, señora Clairy, pero no nací en ese mundo y quiero


ocuparme en algo que me guste, ¡y aquí estoy! Esperando su
aprobación.

—Rose me comentó que querías estudiar Matemáticas y creo que es


estupendo, solo tendrías que revisar el programa y decirme si te
sientes capacitada para impartir las lecciones que hacen falta —indicó
la mujer entregándole una carpeta de color azul con el nombre de la
asignatura escrito a mano en un papel pegado con cinta en medio de
ésta—. Ahí están señalados los temas que no ha sido posible impartir.
Las clases serían hasta mediados de diciembre, y nos apoyarías
únicamente para los grados de tercero, cuarto y quinto, en las horas de
la mañana.

Bella revisó los documentos y se alivió al ver que los temas eran de su
total conocimiento y demasiado fáciles para ella. No tendría ningún
problema en enseñarlos. Luego de conversar sobre los horarios, la
toma de notas y demás asuntos de índole administrativo, la directora le
enseñó los salones de dichos grados e interrumpiendo un momento las
clases la presentó ante los alumnos.

Bella sonrió cuando los de tercer grado la miraron con los ojos muy
abiertos y uno de los niños de la primera fila la hizo sonrojar.

—Nunca habíamos tenido una profesora tan bonita, se parece a la


muñequita de porcelana de mi abuela.

Las mujeres soltaron unas risitas y todos los demás niños asintieron
ante las palabras de su compañero.

—Estoy tan emocionada, Rosalie. Esto es lo que quiero, enseñarles a


niños, por el momento, y cuando ya sea profesional y haga una
maestría, pasar a dictar clases en una universidad. ¡Ya inicié el camino!

—¿Y Edward? ¿Qué harás con él?

—Él tiene que entender que voy a estudiar, lo quiera o no. Acepto que
nuestro matrimonio está comenzando, pero de igual forma no nos
vemos mientras él está en el trabajo, así que con que no tome clases de
noche no veo ningún problema, pero en eso pensaré más adelante.
Ahora no hay nada que pueda acabar con la alegría que siento en estos
momentos.

Su celular comenzó a timbrar y al mirar el número se relajó.


—¡Heidi! No lo vas a creer…

—¡Que no lo voy a creer! ¡Bella! Edward está de un genio de los mil


demonios, y cuando le pregunté, me contó que empezarás a trabajar en Hope's
Paths. ¿Eso es cierto?

—Así es, Heidi. Es cierto, y no me digas que para qué, porque no


quiero seguir escuchando el mismo sermón —advirtió Bella.

—¡Hey, tranquila! Yo no tengo problema con que trabajes. Lo que me molesta


es que yo me tengo que enterar por el neurótico de tu marido —increpó
Heidi con voz falsamente dolida—. Pero como ahora tienes a tu nueva
amiga, la hermana de culo delicioso entonces ya ni me hablas.

Bella parpadeó varias veces y miró a Rosalie que observaba por la


ventana del auto el camino hacia la mansión. Se sonrojó fuertemente y
apartó la vista antes de que la chica lo notara.

—Espero que no sea cierto eso último que dijiste —susurró.

—¿Lo de culo delicioso? ¡Oh vamos, Bella! —exclamó la mujer—. ¿Es que
no lo has visto? Dan ganas de mordérselo, y no te digo de lo bien dotado que
está. Ese bulto que tiene enfrente debe hacerle ver estrellas a cualquier co…

—¡Alto! —gritó Bella haciendo que Rosalie y Dacre se sobresaltaran.


Sacudió la mano rápidamente ante ellos para indicar que no era nada y
giró la cabeza. Ya se encontraban en la entrada de la mansión, así que
bajó del auto y se apartó rápidamente—. No me interesa lo que tengas
que decir sobre la anatomía de Félix.

—¡Y qué anatomía la de ese espécimen! Deberían estudiarlo… yo me podría


ofrecer a analizar su potencial sexual.

—Heidi. Ya. Suficiente.

—¡Ay, que mojigata eres! Pero está bien, no quiero corromper a la mujer de
mi primo adorado; así que, ahora sí, cuéntame todo sobre tu nuevo empleo.
Bella despidió a Rosalie que debía ir a terminar unos trabajos
pendientes y se sumergió en una larga conversación con Heidi que
terminó mucho rato después.

Edward caminaba de un lado a otro de la habitación, sin hacer nada en


específico. Vestía con un pantalón de pijama largo, sin camisa, pero
ésta la tenía en la mano y la retorcía mientras caminaba del baño al
vestidor y luego de vuelta al baño. Bella acariciaba a Naomi que estaba
casi dormida en sus brazos y que aunque no toleraba aún la cercanía
de Edward, al menos ya se había habituado a dormir fuera de la
recámara.

—El único hombre adulto que trabaja en la escuela es el jardinero y


tiene como setenta años —comentó Bella de forma casual.

Edward se detuvo en seco a mitad de camino, murmuró algo que ella


no pudo escuchar, y continuó caminando. Cerró los ojos por un
momento y suspiró. Ese hombre era capaz de enloquecer hasta el más
paciente de los seres humanos. Intentó entonces con otra táctica.

—Un chico muy guapo me coqueteó mientras me presentaban ante los


alumnos.

El hombre frenó en seco de nuevo cuando iba de regreso al vestidor y


giró su cabeza lentamente para mirarla. Su cara estaba contraída por la
ira y una vena le latía en la frente, tanto, que Bella pensó que le
explotaría en cualquier momento. Rápidamente se subió a la cama e
intentó gatear hasta ella, pero un fuerte maullido de advertencia lo
hizo detenerse y retroceder un poco, sin abandonar la expresión de
furia en su rostro. Bella negó con la cabeza a modo de reprobación,
mirándolo a los ojos.

—Solo tiene ocho años, nueve cuando mucho —explicó, batiendo la


mano para restarle importancia.
—Es once años menor que tú —masculló Edward entre dientes. Bella
lo miró con confusión, pues ese era precisamente el punto que deseaba
remarcar—. ¡Tú eres once años menor que yo!

—¡No soy una pedófila, Edward! Es solo un niño.

—Y si comparamos años, tú eres una niña ante mí, ¡y te follo todas las
malditas noches!

—Es solo un niño. Un niño —masculló Bella pausadamente, sin dejar


de mirarlo a los ojos.

—Pues más le vale que no ponga sus manos sobre ti —amenazó


Edward en tono más bajo—, porque no me importará si tiene veinte,
diez, o solo un año de nacido. Te toca como yo lo hago y lo mato.

—Estás loco, Edward —respondió ella, con el ceño fruncido.

—No te imaginas cuánto.

Retrocedió, se bajó de la cama y entró al baño, cerrando la puerta


fuertemente. Bella suspiró. Al menos me dirigió la palabra, pensó y se
llevó a Naomi fuera de la habitación. Al regresar, encontró a Edward
acostado en la cama, dándole la espalda a su lado. Era obvio que se
hallaba muy molesto, pero ella también lo estaba, él no tenía por qué
comportarse de esa forma tan absurda e infantil. ¡Tener celos de un niño
es ridículo!, pensó y decidida a no dirigirle la palabra, se acostó,
dándole también la espalda y luego de varios minutos de esperar
alguna reacción de él, se quedó dormida.

A la mañana siguiente Bella se despertó sobre el cuerpo de Edward,


abrazándolo y con su cabeza en su pecho. Inconscientemente lo había
buscado, y eso la molestó. Se separó bruscamente y ahí se percató de
que él la estaba mirando.
—No quería despertarte —susurró él mirándola a los ojos, evaluando
su reacción. Cuando ella no le contestó sino que se bajó de la cama y se
dirigió al baño, él la siguió—. ¿Comienzas hoy?… ¿Necesitas algo para
tus clases?

—¿Puedo tener algo de privacidad? —preguntó Bella señalando el


retrete.

Edward frunció el ceño y se recostó en la pared.

—Eres mi esposa, esa palabra no debería existir entre nosotros.

—Yo no estoy presente cuando orinas, Edward.

—¿Quieres estarlo? —preguntó Edward con una sonrisa ladeada y le


guiñó un ojo.

Bella rodó los ojos, y sintió cómo él la abrazó por la cintura y la giró
hacia él.

—Nena, vamos… No me gusta estar así contigo —dijo Edward


besando suavemente su nariz—. Es que… no soporto pensar que…

—Tiene nueve años.

—¡Lo sé! —exclamó y enterró su rostro en el cuello de ella, haciéndola


sentir un delicioso calor en su interior cuando su respiración golpeó
contra la piel expuesta—. No quiero perderte. No lo voy a permitir.

Bella lo abrazó y él se aferró más a su cuerpo, como si ella fuese su


único salvavidas en medio de una tormenta.

—No me vas a perder. No tienes nada qué temer. No te dejaré nunca.

—Te perseguiría hasta el fin del mundo.

—Solo voy a la vuelta de la esquina.


Edward rio y le dio un beso en el cuello que la obligó a reprimir un
gemido. Luego la soltó por fin y se dirigió a la habitación.

—Piensa en mí mientras haces tu necesidad.

—¡Oh claro! creo que algo se mueve en mi estómago —dijo Bella


haciendo referencia a que no solo deseaba evacuar su vejiga, lo que
provocó que Edward emitiera un sonido de asco, y luego soltara una
carcajada mientras cerraba la puerta.

Al momento del desayuno Bella le comentó que iniciaría sus clases el


siguiente lunes, y Edward, aunque aún reacio, se contentó con que no
sería por un periodo muy prolongado, y que al parecer solo adoptaría
la tarea durante un mes, y con algo de suerte incluso menos.

El fin de semana llegó y ella se encontraba muy emocionada por iniciar


la semana. Se hallaba en el estudio de Edward preparando todo para
las clases mientras Edward trabajaba en su computadora. La escuela
contaba con proyectores, así como televisores, grabadoras y demás
aparatos electrónicos que facilitaban la enseñanza. Pero Bella deseaba
hacerlo a la antigua, y no veía la hora de escribir en el pizarrón los
problemas que ya tenía apuntados en su nuevo cuaderno.

—Nena, sobre el asunto de la escuela…

Bella levantó la mirada al escuchar la voz de Edward y golpeó el


escritorio con sus manos en señal de frustración.

—¡Ay no, Edward! No me salgas ahora…

—No, no. Entiendo que es eso lo que quieres y yo siempre te daré todo
lo que te haga feliz. Solo quería pedirte que ahora que trabajarás ahí,
tomes nota de lo que consideres pueda necesitar la institución: más
personal, equipos, sillas, cualquier cosa que veas deficiente. La hemos
tenido muy descuidada y no quiero que siga siendo así.
Bella sonrió ante sus palabras. Por lo que Rosalie le había dicho, las
plantaciones funcionaban con más mano de obra que maquinaria, y
por lo que había leído sobre Inglaterra antes de viajar, ese era un
proceso altamente mecanizado en ese país. A los Cullen les gustaba
ayudar a las personas, y su gran sistema de becas en su propia
universidad era una prueba de ello, por lo que decidió comentarle
sobre lo que la rubia le había hablado.

—Entre más mecanizado sea un proceso, menos mano de obra se


utiliza, y eso es precisamente lo que queremos evitar. Cuando mi
abuelo vivía, las plantaciones vecinas comenzaron a comprar
maquinaria para realizar todo el proceso de sembrado y cosecha. El
trabajo que antes era hecho por diez hombres, fue reducido a uno solo,
y muchos fueron despedidos de las tierras donde tenían sus casas y
una vida ya formada. Mi abuelo al ver la angustia de su gente por
temor a que enfrentaran el mismo destino, envió por las familias
despedidas e hizo construir casas para ellos y prometió que él nunca
recurriría a algo que lo pudiera perjudicar; solo un par de hacendados
más conservaron la mayor cantidad de gente posible, mientras que los
demás se quedaron con unas cuantas familias nada más. Mi padre
mantuvo la palabra de mi abuelo, y yo pienso igual, es por eso que casi
no vez máquinas en las plantaciones y todos trabajan tranquilos,
seguros de su futuro.

—¿Pero eso no implica una desventaja en el mercado? —preguntó


Bella, interesada y fascinada por la bondad de la familia.

—Y una muy grande —respondió Edward, alternando la vista entre


ella y unos documentos en el escritorio—, pero eso no nos importa. Las
ganancias que se obtienen de las cosechas son utilizadas para pagar los
sueldos de los campesinos así como del personal de la mansión,
compra de implementos que ellos necesiten y mantenimiento de la
casa. Gillemot Hall se sostiene sola, y la familia no obtiene ninguna
ganancia sobre esos dineros. No lo necesitamos. Lo que nos interesa es
que todo se mantenga para que ellos tengan trabajo y un hogar. Ellos
son los que importan.

Bella lo miró por un largo tiempo, mientras él continuaba con su


trabajo, indiferente a las emociones que recorrían a la chica. Ese
hombre era magnífico. Había nacido cubierto de riquezas y aun así
mantuvo la promesa de su abuelo, pudiendo modernizar todo y
aumentar su fortuna. Es tan fácil enamorarse de él… ¿Entonces por qué yo
no puedo hacerlo? Se preguntó tristemente y sintió cómo una lágrima
rodaba por su mejilla. Era como si su corazón estuviese cerrado a él
por completo, pero imaginó que era de esperarse luego de cómo se
iniciaron las cosas entre ellos. Bajó entonces su cabeza y continuó con
sus labores.

—Eres un buen hombre, Edward. —Se escuchó diciendo sin ser


consciente de ello.

Él levantó la vista y la miró intensamente a los ojos.

—Desearía serlo para ti —apuntó lentamente y con voz suave, para


enseguida girar su cabeza y seguir concentrado en la pantalla de su
computadora.

Yo también lo deseo, Edward… Yo también.

El primer día de trabajo de Bella fue más emocionante para ella que
para los mismos estudiantes. Ostentaba una gran sonrisa que no
desapareció hasta el final de la jornada. Edward le exigió que Dacre
debía ir con ella y permanecer todo el tiempo a su lado, por lo que los
estudiantes hicieron no otra cosa que mirar fijamente a ese hombre de
saco y corbata negra, sentado en una silla en la puerta del salón.

—Mañana vienes con ropa informal —advirtió Bella mirándolo con el


ceño fruncido y él se limitó a asentir, aliviado. No era amante de los
niños y tener todas esas miradas sobre él, le incomodaban.
La señora Clairy la visitó a mitad de la segunda clase para cerciorarse
de que tuviera todo lo que necesitaba, y ella muy alegre, le dejó ver que
todo estaba perfecto. El chico coqueto, Seth, se ofreció a ayudarla con
todo lo de la clase. Era un niño inteligente y vivía en una de las
plantaciones vecinas. Le llevó su bolso hasta el próximo salón, a la hora
del descanso cargó su bandeja y no se sentó en su misma mesa porque
las demás profesoras lo ahuyentaron. Bella estaba prendada de él, y se
imaginó a Edward observando la escena. Lo colgaría de las orejas si es que
decidía dejarlo vivo, pensó y rio para sí misma.

Las profesoras eran unas mujeres agradables. Ella era la más joven de
todas y la veían con admiración y actitud amistosa. Estaban ya
enteradas de que la señora Cullen trabajaría con ellas, y se encontraban
ansiosas por conocerla, por lo que esa media hora comenzó con algo de
recelo por parte de ellas debido a su posición; pero ella decidió romper
el hielo y una vez entraron en confianza la bombardearon con
preguntas que pudo sortear apenas.

Otro asunto que le divirtió fue que la mayoría de los niños eran de
Gillemot Hall y no perdieron oportunidad para alardear ante los
demás con que su señora era su nueva maestra, señalándola y
saludándola desde lejos, para enseguida, sonreír engreídos. Ella
disfrutaba con todo eso, y sentía que por fin, después de creer que su
mundo se había convertido en un infierno, estaba viendo de nuevo la luz
al final del camino.

A la hora de la salida, la señora Clairy le pidió que se quedara unos


minutos para terminar de entregar a los niños pequeños que sus
familiares pasaban a recoger. Bella se encontraba con los pocos niños
que quedaban aún, conversando con ellos sobre juegos y gustos
cuando una de las niñas, de largas trenzas rubias y unos cuatro años de
edad, gritó feliz que su abuela había llegado por ella. Bella levantó la
mirada para saludar a la mujer, pero su sonrisa se congeló cuando vio
el intenso semblante que ésta le dedicaba. Sus ojos grises parecían
traspasar su alma y ver más allá de lo que de ella se podía ver a simple
vista. Era como si deseara leerle la mente y conocer sus más profundos
secretos. No sintió miedo, lo que experimentó fue algo así como si
estuviese paralizada pero sin temor a nada, solo percibió una gran
fuerza que emanaba de esa mujer y la hacía sentir levemente
incómoda. Las dos estaban ahí, de pie frente a frente, sin decir palabra,
pero sintiendo la energía de la otra.

La anciana acortó entonces la distancia entre las dos con paso errático,
por lo que parecía ser una leve cojera, y habló tan bajo que solo Bella
pudo escucharla.

—Eres una niña, aunque debo llamarte señora. Has sido obligada a
hacer cosas que no deseabas y has sufrido tanto que muchas veces
creíste no poder continuar. Pero el cielo te ha premiado, muchacha —
afirmó la mujer y colocó delicadamente la mano sobre el vientre de
Bella—. Has sido bendecida con el mayor regalo que una mujer pueda
recibir, y aunque el destino te depara duras pruebas, ya tienes, además
de ese hombre que habita en tu corazón, alguien más por quién luchar.

La mujer retiró la mano con suavidad y tomando a su nieta de la mano,


se alejó sin decir nada más.
CAPÍTULO 29


Parece un sueño mi presente,
aunque mi futuro no tenga forma aún.
Un hermoso ser yace en mí,
y el amor por él en mi corazón.
Mi vida cambia una vez más,
y sabré esperar lo que vendrá.

L as manos de Bella temblaban mientras trataba de encontrar en la


agenda de su celular el número de Heidi. Las palabras de la anciana
resonaban en su cabeza y la insistencia de Dacre no le ayudaba mucho
a calmarse ni a ordenar sus pensamientos.

—Señora, necesito llamar al se…

—¡Dacre, ya! —gritó exasperada y enseguida se arrepintió por el tono


usado. Respiró hondo y lo miró por el espejo retrovisor—. Él tiene
mucho trabajo y no quiero preocuparlo con un simple mareo.

—La orden es que si una mosca la sobrevuela, le avisemos —respondió


él, impasible.

Bella iba a comentar que no tenía que exagerar tanto pero él la


interrumpió.

—Palabras de su propia boca.


Bella lo miró, sorprendida, y después de pensarlo mejor se percató de
que no había nada de extraño en que Edward se expresara de esa
forma, y más aún tratándose de ella.

—Llamaré a Heidi y ella le informará. ¿Te sirve así?

—Sí, señora —respondió Dacre, frunciendo el ceño.

Bella volvió su atención al teléfono y logró por fin encontrar el número


deseado. Marcó cuando estaban traspasando la entrada a la propiedad;
prefiriendo evitar hablar ante Dacre de lo sucedido con la anciana,
analizó cuáles iban a ser sus primeras palabras.

Luego de un par de timbrazos, la mujer respondió y la saludó a su


manera habitual.

—Heidi, necesito que vengas, por favor.

—¿Sucede algo malo? ¿Estás bien?

—Sufrí un leve mareo —dijo en voz alta para que Dacre la escuchara—.
Necesito que vengas, por favor. Heidi, te necesito aquí.

—Bella, tú no te pones así por un simple mareo. Dime qué está pasando. Me
preocupas.

Llegaron por fin a la parte frontal de la mansión y Bella bajó del auto
sin esperar siquiera que Dacre le abriera la puerta, se apresuró a subir
la escalera de la terraza y se alejó lo más posible de él; al mirar de reojo,
pudo observar cuando tomaba su celular y marcaba un número. Estaba
llamando a Edward.

—Heidi, pasó algo y no quiero que Edward se entere, Dacre ya lo está


llamando. Por favor, tranquilízalo, dile que estoy bien, que solo fue
algo leve y que igual tú vendrás a verme, seguramente se quedará
tranquilo. Pero por lo que más quieras, no dejes que venga.
—Ahora estoy más preocupada, Bella —dijo la mujer desde el otro lado de
la línea—. Hablaré con Edward, tú quédate tranquila que llegaré lo antes
posible.

Se despidieron y no había terminado Bella de llegar a las escaleras


internas cuando su celular timbró.

—Estoy bien, Edward —respondió lo más calmada posible para que él


creyera en sus palabras.

—¡No puedes estar bien cuando Dacre me dice que casi terminas en el suelo!

—No fue tan así. Solo me tambaleé un poco, nada más.

—A la gente no le dan mareos porque sí, Isabella —afirmó Edward, y Bella


pudo imaginarse su ceño fruncido y sus puños apretados—. Enviaré al
doctor Miller con Heidi.

—¡No! —exclamó Bella. Si ese hombre la revisaba Edward se enteraría


enseguida de la verdad, o de la supuesta verdad; aunque con todo lo
sucedido en los últimos meses, no era de extrañar que la mujer tuviese
razón.

—¿Por qué no?

—Porque no es nada de médicos, Edward. No me gustan y solo pasó


porque… qué sé yo… ¡colesterol alto!

—¿Colesterol alto? —preguntó Edward con incredulidad.

—¡Claro!, todo el mundo sabe que eso puede dar mareos —respondió
Bella, impaciente—. Además, desde que llegué aquí, Katy no ha hecho
otra cosa que atiborrarme de comida, y Nani la apoya diciendo que
estoy muy delgada.

—Pero…
—¡Vamos, Edward! Solo te pido eso. Te prometo que mañana voy a
Londres o él puede venir si lo prefieres. Ahora solo quiero estar con
Heidi, recostada y tranquila. Nada más.

—Mañana no irás al trabajo —sentenció Edward de mala gana.

—Eso lo hablamos en la noche —dijo Bella suspirando. Sabía que sería


tema para otra discusión—. Por ahora solo envía a Heidi y a nadie más,
si el médico viene no me dejaré atender, y ni tú ni nadie me obligará.

—¡Heidi, te vas en el helicóptero! —gritó Edward alejando un poco el


teléfono y continuó con tono preocupado—: Isabella… nena, si te sientes
mal de nuevo, así sea un simple dolor de cabeza, por favor, llámame y enviaré
enseguida al doctor e iré yo mismo a atenderte y corroborar que no te falte
nada.

—No hay necesidad de eso, estoy bien —aseguró la chica—.


Probablemente solo haya sido la jornada. No he tenido mucha
actividad física últimamente, y eso hizo que me fatigara muy rápido.

—¿Eso es una proposición? —preguntó él de forma sugestiva.

¡Dios! Cambia de preocupado a insinuante en un segundo, pensó y rodó los


ojos.

—No, es una explicación. Voy a recostarme, dile a Heidi que estoy en


la habitación.

—Te amo, nena. Si algo te sucede yo…

—Estoy bien, Edward. Te lo aseguro —afirmó Bella en tono


tranquilizador—. Nos vemos en unas horas.

Luego de cortar la llamada, se dirigió a su habitación y se dejó caer de


espalda en la cama. Naomi apareció al instante, se subió a la cama, y
luego a su estómago donde se acomodó para descansar apaciblemente.
—Ya no puedes hacer eso, cariño —dijo Bella tomándola en brazos y
girándose para poder abrazarla de lado—. Yo… ¡Dios! No puede ser.

Se incorporó y se acomodó para recostarse sobre las almohadas,


quedando sentada y con la gata en su regazo. Con mano temblorosa se
tocó el vientre. Una lágrima traicionera rodó por su mejilla y sonrió
levemente cuando Naomi comenzó a lamerle la mano, como si
entendiera su dolor y deseara reconfortarla, mientras que miles de
pensamientos cruzaban por su mente.

¿Será cierto?

Es posible que esa señora solo haya dicho locuras… aunque sus primeras
palabras fueron ciertas…

¿Cómo pasó? ¡Me estoy cuidando!

¿Habré olvidado tomar la pastilla algún día? No, nunca, de eso estoy segura.

¿Cuánto tiempo tendré?

¡Dios! ¿Qué va a decir Edward?

Su mente era un total caos que se reflejaba en su respiración acelerada.


Estaba angustiada. Era solo una chica de diecinueve años que en esos
momentos debería estar en clases en una universidad en Estados
Unidos; pero esa no era su situación, estaba posiblemente embarazada
de un hombre que no amaba y que la había obligado a casarse con él.
Apenas hacía unas cuantas semanas que lo había comenzado a aceptar
como su esposo y sucedía algo que lo trastornaba todo.

Trastornar… Estorbar…

Negó con la cabeza frenéticamente y se abrazó a sí misma a la altura de


la cintura. No podía pensar en el bebé con esos adjetivos. No
importaba la situación en la que estuviera, él nunca sería un estorbo.
Sus lágrimas corrían en mayor abundancia y sentía que la pena la
ahogaba. Los miedos la atenazaban y le oprimían el corazón. No sabía
qué esperar de su futuro, y aunque desde que había conocido a
Edward, su porvenir era como un gran agujero negro del que
desconocía lo que podría encontrar del otro lado, su nueva condición
no ayudaba mucho a aclarar la oscuridad.

¿Seré una buena madre?

¿Edward estará feliz?

¿Qué pasará con mi trabajo?

Su llanto se intensificó al pensar en que su sueño de ser maestra solo


había durado un día, porque Edward jamás aceptaría que ella trabajara
mientras estuviese embarazada; no importaba cómo se tomara la
noticia, su trabajo y estudios se habían ido al caño en un instante.
Cubrió entonces su rostro con sus manos para dejar fluir toda su
angustia. Cuando supo de las intenciones de Edward tuvo mucho
miedo, y ahora con lo de su embarazo sería aún peor. Antes solo debía
preocuparse por lo que él decidiera hacerle a ella, pues con su decisión,
su familia quedaba a salvo de todo peligro; y bajo estas circunstancias,
tal como había dicho la mujer, desde ese momento tendría a alguien
más por quien luchar, esa criatura que crecía en su interior y que no
sabía si sería capaz de ser buena para ella.

Cuando Heidi llegó luego de un rato, la encontró en la misma posición,


con Naomi maullando frenéticamente y Ron en la puerta de la
habitación, imitándola. Se acercó rápidamente a la cama y abrazó a la
chica, dejando que se desahogara en su pecho. Se limitaba a atraerla
contra sí, a acariciarle el cabello y a mecerla suavemente como si
arrullara a un niño, mientras la angustia la consumía al no saber qué
había sucedido.
Luego de unos minutos la respiración de Bella comenzó a normalizarse
y por fin Heidi pudo hacer la pregunta que estaba quemándola por
dentro desde la llamada de su amiga.
—¿Qué sucedió, Bella?

La chica se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano y la miró por


entre las que aún quedaban en sus ojos.

—Estoy embarazada —dijo por toda respuesta.

Heidi abrió los ojos, sorprendida, y una gran sonrisa se formó en sus
labios; mas enseguida, su ceño se frunció al igual que su boca en una
fina línea, aun así sus ojos seguían brillando con excitación; se mordió
entonces el labio inferior y desvió la vista hacia el suelo. Para Bella era
más que claro que la mujer no sabía qué sentimiento expresar en ese
momento, ya que estaba feliz por Edward y al mismo tiempo
preocupada por ella. Por lo que Bella se mantuvo en silencio hasta que
Heidi logró procesar bien la información. La mujer abrió la boca varias
veces para formular alguna pregunta, pero al ocurrírsele otra, la
cerraba de nuevo mientras ordenaba sus pensamientos.

—Me dijiste que te estabas cuidando —habló Heidi por fin con tono
sombrío y calculador.

—Y es cierto —afirmó la chica suspirando—. No he fallado un solo día,


la hora ha sido siempre la misma… No sé qué decirte.

—¿Tú… Tú lo quieres? —preguntó la chica con cautela, temiendo por


la respuesta.

Bella levantó la vista y la miró con confusión. Se colocó la mano


suavemente en el vientre y enfocó sus ojos en esa dirección, para
enseguida mirarla de nuevo.

—Es mi hijo, Heidi. ¿Cómo podría no amarlo?

—Me da la impresión de que tienes miedo —intuyó, más aliviada por


la respuesta.

Bella asintió.
—Temo la reacción de Edward, temo no ser una buena madre, no tener
la experiencia suficiente para atenderlo como se debe, por mi futuro,
por mis planes que veía por fin resurgir de entre las cenizas que el
fuego de Edward había dejado. Tengo miles de dudas… y de lo único
que tengo certeza, es que le daré a este bebé todo el amor que mi
corazón me permita.

—Entonces no habrá un bebé más feliz y mejor cuidado en el mundo


—aseguró Heidi, con los ojos húmedos—. ¿Cómo lo supiste?

Bella soltó una risita y negó con la cabeza. Era una completa locura lo
que le contaría, pero no tenía otra explicación, por lo que le relató la
situación vivida.

—¿Ya te hiciste alguna prueba? No puedes confiar en las ideas locas de


una anciana que posiblemente esté senil.

—Desde que llegué a este país, mi vida se ha basado en premoniciones,


sueños y predicciones que se han ido haciendo realidad una vez tras
otra, y hay tantas que faltan que una más no me extraña.

Heidi torció la boca, no muy convencida de las palabras de la chica.

—Y yo que ya estaba feliz —dijo desanimada y bufó.

Bella sonrió. Era imposible que con el amor que Heidi sentía por
Edward no se alegrara de que fuera a ser padre, aunque también le
preocuparan los temores de ella.

—Necesito que me consigas una prueba de embarazo —pidió Bella—,


también necesito hablar con un médico, preferiblemente que no sea el
doctor Miller, tiene que ser algún otro que me explique cómo es
posible que esté embarazada si no he dejado de tomar las pastillas.

—Tienes razón. ¿No has pensado en la posibilidad de que Edward


pudo haberlas encontrado y cambiado por otras?
Bella negó con la cabeza.

—Eso es imposible. Las guardaba en la habitación de Naomi, bajo unas


mantas que le pertenecen —explicó la chica—. Edward nunca se
aparece por allá porque ellos no se llevan bien y mientras no lo
moleste, él no se interesa por ella en lo más mínimo.

—Entonces tú quédate tranquila. Llamaré al novio de una amiga que es


ginecólogo, él no dirá nada y para que no molesten en la entrada,
podemos decir que es para mí.

—Mejor que diga que es un médico general, que me duele la cabeza y


ya. No quiero que Edward se entere que un ginecólogo vino a verme
—indicó—. Por favor, llama a Rosalie, dile que venga.

—¿Le contarás? —preguntó Heidi.

—Sí, ella se ha convertido en una gran amiga y quiero que me ayude


también.

La mujer asintió y sacó su celular para llamar a la rubia y a su amigo.

Luego de unos minutos, Rosalie fue enterada de la situación y muy


alegre por la noticia, desconociendo a fondo el contexto, se ofreció a
ayudarlas al suponer que los temores de Bella se debían a su corta
edad y no a su complicado matrimonio.

Una hora y media después llegó el ginecólogo. Matt resultó ser un


hombre alto, de piel blanca y cabello rubio, de unos treinta y cinco
años de edad y que se podría considerar atractivo más por su sonrisa
amable que por sus rasgos faciales. Luego de tranquilizar a Katy y a
Nani, argumentando que solo estaba ahí por un fuerte dolor de cabeza
de Bella, se encerraron en la habitación. Lo primero que hicieron fue
cerciorarse de su estado con una prueba de embarazo que él mismo
llevó y era la más confiable del mercado, cuyo resultado solo
comprobó las afirmaciones de Bella; luego le hizo una revisión de
rutina y al terminar este, ella se dispuso a explicar su proceder y las
dudas que tenía sobre el porqué estaba embarazada si no había tenido
ningún tipo de olvido, incluso le mostró el sobre de pastillas que
siempre tomaba.

—Tienes razón, Isabella —concordó el doctor—. No han sido


cambiadas, estas son las genuinas; aunque debes considerar que
existen ciertos medicamentos, como los antibióticos, que pueden
afectar la efectividad de este tipo de anticonceptivos. Dime, ¿has
tomado algún medicamento desde que empezaste?

Bella negó con la cabeza.

—No me he enfermado y no acostumbro a tomar ninguna medicina


como tratamiento.

—Entonces pudiste haber quedado embarazada antes de comenzar a


tomarlas ya que me dices que lo hiciste tiempo después desde que se
casaron, y que tu primera vez fue esa misma noche.

—Sucede que… —Bella titubeó. Estaba indecisa en si se encontraba


preparada o sería inapropiado explicarles abiertamente los pormenores
de su vida marital, mas Heidi intervino.

—Ellos solo tuvieron su noche de bodas —explicó naturalmente—,


pero al día siguiente Edward tuvo que viajar y regresó a las dos
semanas. Estuvieron juntos esa noche y al día siguiente Bella se hizo
una prueba para descartar que había quedado embarazada en su
primera vez. Esta resultó negativa y tomó la pastilla del día después. Así
que no puede ser de la noche de bodas.

Bella le agradeció con la mirada la pequeña mentira respecto al viaje de


Edward, y giró para escuchar al doctor.

—No necesariamente —refutó el hombre, tocándose la barbilla con los


dedos—. Según mi experiencia y considerando los hechos tal como lo
planteas, puede que la prueba haya fallado arrojando un falso
negativo. Les explico: las pruebas caseras miden la presencia en la
orina de una hormona llamadaGonadotropina Coriónica Humana, esta es
detectable alrededor de seis días después de la fecundación y aumenta
con el paso de los días, sin ser relevante que se trate de tu primera y
única relación sexual. Para quedar embarazada puede bastar con una
única vez. Ahora bien, si te hiciste la prueba de embarazo dos semanas
después de la relación sexual, es posible, aunque poco probable,
dependiendo de la marca de la prueba y las condiciones en las que la
realizaste, que el resultado haya sido negativo, ya que la hormona se
encontraba en baja concentración en tu orina. Es por eso que muchas
mujeres compran varias pruebas de diferentes marcas y la repiten días
después.

—Pero a mí me llegó el periodo, incluso después de hacerme la prueba,


¡y dos veces! —alegó Bella.

—¿Estás segura que era tu periodo? —preguntó Matt con una sonrisa
de complacencia.

Bella lo miró desconcertada, y sostuvo que una mujer sabía muy bien
lo que era ese proceso natural.

—Isabella, hay algo llamado Hemorragia Decidual. Es un sangrado


parecido a la menstruación que se produce en el primer trimestre de
embarazo; en algunas mujeres, aclaro, no en todas. Imagino que te
diste cuenta que no era normal.

Bella se mordió el labio y lo analizó por un momento.

—Ahora que lo pienso, se retrasaba unos días y solo duraba la mitad


del tiempo, además de que era muy poco lo que me bajaba. Más que
todo eran manchas.

—Exacto, a esto se le conoce comúnmente como muestras. Lo más


seguro es que hayas quedado embarazada en tu noche de bodas. La
prueba erró en el resultado y como es normal la pastilla del día
después no funcionó por razones obvias. Lo que debes hacer ahora es
realizarte una ecografía para revisar que todo esté bien con el feto y
confirmar que estás alrededor de la semana diez, afirmación de la cual
estoy seguro.

Después de algunas sugerencias más, como suspender los


anticonceptivos, evitar las bebidas alcohólicas, no exponerse al humo
del cigarrillo, no realizar trabajos pesados como levantar peso, no estar
permanentemente en contacto con los gatos y demás detalles propios
del embarazo, el doctor se despidió de las tres y ellas se quedaron en la
habitación, tratando de asimilar todo lo sucedido.

—Estas cosas solo me pueden pasar a mí —dijo Bella recostándose en


la cama, sintiendo cómo su cabeza se rebelaba ante tanta información y
atentando con estallar.

—¿Cuándo se lo dirás a Edward? —preguntó Rosalie expectante.

—No lo sé —contestó Bella con las lágrimas amenazando con salir de


nuevo—. Tengo miedo a la reacción que pueda tener… Me asusta no
tener el control de tantas cosas.

—Pero en algún momento deberá saberlo —intervino Heidi tratando


de infundirle ánimo—. Estoy segura que la noticia lo alegrará.

—Yo diría que más que eso —dijo Bella con amargura acurrucándose
en la cama—. Mucho más.

Las tres chicas se quedaron conversando como las amigas que eran
apoyándose mutuamente, haciendo planes y hablando trivialidades.
La puerta de la habitación se abrió de repente y Edward entró,
frenándose al encontrar a Heidi y Rosalie sentadas en la cama. Su
mirada se dirigió entonces a Bella y al verla con los ojos hinchados
corrió en su dirección y se arrodilló en el suelo, junto a ella.
—Isabella, nena, ¿qué tienes? Me estás matando.

Bella le sonrió para tranquilizarlo.

—Solo es un dolor de cabeza, nada más.

—Bella, nosotras nos vamos —anunció Rosalie sonando apenada al


sentir que estaba violando la intimidad de la pareja—. O al menos yo.

—Yo también —concordó Heidi y se dirigieron a la puerta, pero


Edward, con la voz fría y autoritaria de mando las detuvo con sus
aparentemente simples palabras.

—Antes de que se vayan, ¿alguna de ustedes me puede explicar qué


hacía un ginecólogo aquí?

Las tres mujeres quedaron estáticas y mudas ante la orden que


encerraba su pregunta, mirándose entre sí con expresiones de terror.
Solo Bella fue capaz de hablar entrecortadamente.

—¿Có…Cómo sabes que era un ginecólogo?

—¿Crees que un hombre va a entrar en mi casa, con mi mujer en ella, y


yo no me voy a enterar de quién es y a qué se dedica? —Bella frunció el
ceño y se mordió el labio—. Mas eso no contesta a mi pregunta, ¿qué
hacía ese hom…

—¡Era para mí! —exclamó Rosalie en un tono más alto de lo habitual.

Bella y Heidi la miraron con confusión y esperanza. Solo ella podía


salvar la situación.

Edward la observó con incredulidad, penetrando en su mirada,


tratando de descubrir la verdad en sus ojos. Rosalie podía parecer
tímida, mas conocía el valor de la amistad, y eso le brindó la
determinación necesaria para no flaquear ante la fuerza de él.
—He tenido ciertos malestares y Heidi aprovechó para llamar a su
amigo —respondió lo más serenamente que pudo.

—¿Qué malestares? —preguntó Edward.

—Malestares de mujeres. ¡¿Qué te importa?! —exclamó Heidi y tomó a


Rosalie por el brazo—. ¡Por qué mejor no te ocupas del dolor de cabeza
de tu mujer y nos dejas a nosotras en paz! Vamos, Rosalie. Y tú… —Se
dirigió de nuevo a Edward señalándolo con un dedo—, más te vale
mantener la boca cerrada. No tienes por qué andar ventilando las
intimidades de Rosalie a tu antojo.

La puerta se cerró fuertemente y Edward miró a Bella desconcertado.

—Eso te pasa por ser tan entrometido —acusó la chica con el rostro
serio. Él hizo una mueca con los labios y luego bufó, no le importaba lo
que ellas pensaran—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—Estaba preocupado por ti —le dijo mientras se abría campo en la


cama para recostarse junto a ella—, y me preocupé aún más cuando
llegué y me dijeron lo del médico.

Bella le sonrió, pese a que por dentro se consumía tratando de decidir


cuándo decirle sobre su estado. No quería estar sola al hacerlo, aunque
sabía que era algo íntimo que solo concernía a ellos dos, y eso la ponía
muy nerviosa. Seguramente Edward querría tener hijos, pero… ¿era el
momento?, ¿aceptaría que llegaran tan pronto?, eran tantos los
interrogantes en su mente, que solo deseaba alargar lo más posible el
momento para comunicárselo, y así poder planearlo.

Edward besaba y acariciaba el cuerpo de Bella con la mayor devoción


que su locura le permitía. Ella se encontraba desnuda, gimiendo del
placer que su esposo le brindaba, mientras él, en igual condición, la
llenaba de un éxtasis total.
Sus labios recorrían el cuello de su esposa mientras se adentraba en su
intimidad y la poseía de una forma que la hacía exhalar suspiros y
gemidos incontrolables. Era la manera de amar de Edward, de hacerla
suya cada noche, de una forma tierna y posesiva, haciéndola sentir
amada; otras veces, convirtiéndose en un salvaje entre sus piernas,
embistiéndola como un poseso, logrando que ella gritara su nombre
una y otra vez, haciéndola sentir deseada.

Al llegar al clímax de la pasión, los dos quedaron recostados en la


cama, tratando de normalizar sus respiraciones. Edward quería
consentirla, mimarla, y para ello, comenzó a repartir pequeños besos
sobre el pecho de Bella, procurando no tocar sus pezones porque su
idea no era excitarla, sino relajarla; aunque de momento no estaba
teniendo mucho éxito considerando los leves gemidos de la chica que
así se lo daban a entender, por lo que decidió ir a terreno más seguro
ya que su miembro estaba siendo víctima de tan deliciosos sonidos.
Bajó entonces hasta el vientre de la chica y continuó con besos tan
delicados como la caricia del viento.

Bella se tensó al instante, pues temía que Edward pudiera sentir algún
movimiento, o notar algún cambio en su anatomía, pero se percató de
que él solo se dedicaba a la ternura del momento, por lo que comenzó a
acariciar entonces su cabello rebelde y obstinado como su dueño.
Deseaba decirle que lo amaba, más en ese instante que sabía que
llevaba dentro suyo al hijo de ese hombre que tanto amor y dolor le
había causado. Hacía un poco más de dos meses, los únicos
sentimientos que podía albergar por ese hombre eran odio y desprecio,
y en contra de toda la lógica, en tan poco tiempo, su noche de bodas
había pasado a un segundo plano, casi al olvido, y de esos
sentimientos ya no quedaba nada, porque ahora lo que experimentaba
cuando lo veía, era simpatía, y algo de cariño, mas no amor, y eso era
lo que ella más deseaba.

Abrió la boca para decir las palabras que quería pronunciar,


arrepintiéndose al instante. No podía engañarlo diciéndole que lo
amaba cuando no era cierto. Él se había convertido en su mundo, pero
creía que era más por la resignación, que por alguna otra razón.

—Estás algo más gordita —dijo Edward, haciendo círculos con un


dedo alrededor del ombligo de ella.

Bella se paralizó bajo su tacto. Había notado que la ropa le quedaba


más justa de lo acostumbrado, algo que justificó debido al régimen
alimenticio al que era sometida por parte de Katy y Nani basado
en comida de verdad, no era de extrañar que hubiese ganado algunas
libras de más; y esa era precisamente la excusa que necesitaba.

—Ya te lo dije, tengo dos mujeres dándome comida como si fuera un


experimento —explicó, pero enseguida la duda de si a él le gustaría su
cuerpo luego de un par de meses más la embargó, por lo que preguntó
con cautela—: ¿No te gusta?

Edward levantó la cabeza y la miró a los ojos, intensamente. De esa


forma que le indicaba que no debía dudar de sus palabras, pues estas
le salían del alma.

—Tu cuerpo me encanta, Isabella, con libras de más o de menos


siempre será mi adoración; y cuando lo acaricie y mi mano ya no
encuentre una piel lisa y sedosa, entonces lo acariciaré con más ternura
y besaré cada arruga con la devoción de un hombre que le es permitido
besar algo sagrado.

Los ojos de Bella se humedecieron con esas afirmaciones. Edward la


amaría por siempre, y ella lucharía para corresponderle. Estaba
decidida.

A la mañana siguiente fue todo un dilema el poder convencer a


Edward de que podía ir a trabajar.

—¿Y si te da de nuevo el mareo, caes al suelo y te golpeas la cabeza?


Dime, Isabella, ¿qué hago con mi vida?
—Eres un exagerado, Edward. Nadie se ha muerto por un simple
mareo y no voy a dejar tirado mi trabajo ni a esos niños que…

—¡Ah! Entonces lo que quieres es ver a ese mocoso de nuevo —acusó


Edward con el ceño fruncido.

Bella lo miró consternada. Abrió la boca varias veces para tratar de


decir algo sin encontrar palabras.

¿Qué se puede responder a eso?, pensó, y luego de rodar los ojos y negar
con la cabeza, se acercó a él, le dio un suave beso en los labios y se
dirigió al auto que ya la esperaba.

—Isabella, ven acá que no he terminado… Isabella, te estoy


hablando… ¡Isabella!

—Si te detienes, Dacre, haré que te despidan y que no vuelvas a


conseguir empleo ni de vendedor de perros calientes —amenazó Bella
mirándolo seriamente por el retrovisor—. ¿Te quedó claro?

—Me conformo con que convenza al señor de no despedirme por esto,


señora.

—Hecho.

Bella se recostó en su asiento y sonrió. Al menos tendría su trabajo por


un tiempo más, así fuesen unos días, porque estaba segura que pasaría
el resto de su embarazo amarrada a una cama; prefirió que lo mejor era
mantenerlo tranquilo, por lo que decidió enviarle un mensaje.

Me siento muy bien y voy a mi trabajo porque me gusta, no por ver a Seth. Sí,
así se llama. Te prometo que si me vuelvo a sentir mal me iré enseguida y serás
el primero en saberlo. Apagaré el celular, no quiero interrupciones en las
clases. Te llamo al salir.

Le dio enviar y se percató de que la R —que indicaba que el mensaje


había sido leído—, apareciera para apagar el aparato enseguida. No le
podía dar la oportunidad de responder, porque sería una discusión
interminable.

Las clases transcurrieron con normalidad, y Seth, al enterarse del


incidente del día anterior, no quiso despegarse de ella en ningún
momento, y le servía como si de una reina se tratase. Este chico será peor
que Edward cuando crezca, pensaba divertida al verlo tan solícito con
ella; sin embargo, había algo que la mantenía nerviosa, y era la
oportunidad de volver a encontrarse con la anciana.

Necesitaba hablar con ella de nuevo, pedirle explicaciones sobre lo


sucedido y si era capaz, preguntarle por más, mucho más.

—No creo que sea conveniente que te quedes de nuevo, Bella —dijo la
señora Clairy—. No quiero que lo de ayer se repita. No debe ser bueno
para tu salud.

—Estoy bien, señora Clairy —afirmó Bella, ansiosa. Si se iba, perdería


la oportunidad de ver a la anciana—. Le aseguro que si me siento mal
me voy enseguida. No me arriesgaré yo misma.

La mujer accedió a regañadientes, y con ojos de preocupación se apartó


para abrir las puertas y recibir a los padres que llegaban por sus hijos.

Bella se aferró a la niña cuya abuela era su interés, mientras entregaba


a los demás. Luego de unos minutos, por fin la niña gritó y al levantar
la vista la vio, tal como el día anterior y su corazón se aceleró. Al
acercarse la anciana, Bella no pudo pronunciar palabra, por lo que la
mujer habló primero para alivio suyo.

—Veo muchas preguntas apiladas en tus ojos… tu alma está rebosando


de ellas.

—Señora…

—Cassandra, solo Cassandra —indicó la mujer.


—Cassandra, necesito hablar con usted, por favor —pidió Bella,
desesperada.

—¿Cuándo piensas decirle a tu esposo?

—No lo sé —respondió en un gemido de frustración. Ya no se


extrañaba por las palabras de la anciana. Podía esperar cualquier
locura en su vida—. Tengo miedo y no entiendo el porqué, solo sé que
lo tengo.

—Es normal, niña, después de todo lo que te ha sucedido; y para


tranquilizarte, te diré que no debes tenerlo. Ese hombre te ama, te ha
amado desde siempre y será así hasta el final de los tiempos.

Bella se quedó desconcertada por la elección de palabras. Siempre era


una gran medida de tiempo, pero era algo que todos los enamorados
decían; mas la expresión hasta el final de los tiempos parecía algo mucho
mayor a eso, algo que trascendía miles de barreras, y eso la aturdió.

—No te afanes por las respuestas que no conseguirás en el momento,


aconsejó la mujer con una sonrisa de indulgencia—. Poco a poco tus
dudas se despejarán como las nubes negras que el viento arrastra a su
paso, dejando a la vista un gran cielo despejado. El día que tu cielo se
despeje, niña, ese día no temerás decir esas palabras que tu corazón
encierra y tu mente retiene.

La mujer tomó a la niña de la mano e hizo el intento de alejarse, pero


Bella la retuvo.

—Necesito hablar con usted. Necesito que me aclare muchas dudas.

—Y lo haré —concordó la mujer—, mas no será aquí ni ahora. Te


enviaré mañana la ubicación de mi casa con mi nieta y podrás
visitarme el viernes en la mañana.
—Lo siento, en la mañana no podré —indicó Bella—. Tengo que venir
a dictar clases.

La mujer le sonrió con compasión.

—Jovencita, mañana será el último día que trabajes. Eso te lo puedo


asegurar.

La anciana dio media vuelta y se alejó por fin, dejando a Bella con un
sentimiento de confusión que luego se transformó en rabia.

Mierda, mi trabajo… ¡Te odio, Edward Cullen, te odio!

Al día siguiente la niña le llevó una nota con las indicaciones de cómo
llegar a su casa. Esta se encontraba en otra propiedad y sería Rosalie
quien la acompañara, ya que ella no sería capaz de llegar sola; sin
embargo, no estaba segura de contarle los pormenores de su
matrimonio, aunque probablemente lo haría, algún día; y si le pedía a
Edward que dejara libre a Heidi para estar con ella esa mañana,
también la podría acompañar.

Esa tarde, cuando Edward llegó del trabajo, Bella seguía con la
revelación de la mujer retumbándole en la mente. Si ese había sido su
último día de trabajo, tal como Cassandra lo había predicho, quería
decir que esa misma noche le diría a su esposo que estaba embarazada;
nada más lejos de su intención. Definitivamente la anciana se había
equivocado en ese sentido.

Heidi se había presentado con Edward, y Rosalie se encontraba


haciéndole compañía a Bella, así que mientras él se cambiaba de ropa
para estar más cómodo, las tres mujeres trazaban su plan en la terraza
del segundo piso.

—Necesito saber qué piensa Edward de los niños, antes de poder


contarle de mi embarazo.
—¿Cómo has estado? —preguntó Heidi, mirándola preocupada—. Te
noto más tranquila.

—El amor que siento por este bebé me da fuerzas para afrontar lo que
sea —afirmó la chica—. Estaba tan nerviosa ese día, pero hoy me siento
mucho mejor, lo quiero, y eso me basta; aun así temo por la reacción de
Edward.

—Podríamos preguntarle de forma sutil qué opina de tener hijos —


propuso Rosalie—. Quizás comentar en su presencia que alguna amiga
se encuentra embarazada y su esposo está feliz, y ver qué dice él. A
propósito, me metí en un lío por tu culpa, Bella, me la debes.

—¿A qué te refieres? —preguntó Bella, extrañada.

—Emmett me llamó ayer —explicó la rubia—. Estaba eufórico, y no


hacía otra cosa que repetir una y otra vez que no me preocupara por
nada, que entre los dos criaríamos al bebé, y aunque no esperaba niños
tan pronto, me amaba y quería que viviéramos juntos de una vez para
poder atenderme durante el embarazo.

Las otras dos se miraron y no pudieron contener la carcajada que brotó


de sus gargantas.

—¡No se rían! —exclamó Rosalie con el ceño fruncido—. No saben


todo el trabajo que me costó convencerlo de que no estaba embarazada,
que solo eran cólicos premenstruales y que más que todo fue por
insistencia tuya —dijo señalando a Heidi—, que había accedido a ver al
doctor.

—Edward parece una vieja chismosa —agregó Bella entre risas—. No


tengo duda alguna de que fue él quien le contó.

—¡Bueno, ya! —se quejó Rosalie al ver que no dejaban de reír—. Ahora
pensemos en qué hacer con Edward.
—Heidi, inicia tú el tema… Espera, ahí viene —susurró Bella—.
Inventa algo, lo que sea, siempre y cuando seas muy sutil.

—Lo sé, no te preocupes.

—Sutileza, Heidi, por favor —rogó Bella de nuevo—. Se sutil.

—¡Ay ya, Bella! Que fastidiosa, ya entendí.

—¿De qué hablan? —preguntó Edward luego de sentarse en el sillón


frente a ellas y comenzar a hojear una revista de finanzas.

Las dos mujeres sentadas a cada lado de Heidi en el sofá, la miraron


para instarla a hablar.

—Se sutil —recordó Bella en un murmullo y recibió en respuesta una


agitación de mano, dándole a entender que la dejara en paz.

—Edward —comenzó—. ¿Qué pensarías si te dijera que Bella está


embarazada?

El hombre levantó la cabeza como impulsada por un resorte y la miró


con ojos de sorpresa y confusión, para enseguida desviar la mirada a
su esposa. Rosalie golpeó la pierna de Heidi en señal de reproche y
Bella le devolvió una mirada horrorizada a su marido.

Si sobrevivo a esta, te mato, Heidi… te mato.


CAPÍTULO 30


La incertidumbre viene y va,
mientras el miedo me atenaza.
Gritos y regaños vienen,
pero es el amor que se expresa en ellos.
Mi vida no será la misma,
mas ahora sé que podré vivirla.

E l corazón de Bella latía frenéticamente mientras observaba la


mirada atónita de su esposo. Heidi había soltado una bomba sin ningún
tipo de contemplación, y sería ella quien tendría que pagar las
consecuencias.

—Eh… Tengo que ir a contar los peces del río —dijo Rosalie poniéndose
de pie, pero al ver que Heidi no tenía intenciones de hacer lo mismo, la
tomó por la muñeca y la haló.

—¡Hey! Yo no quie…

—Sí quieres, camina. —Y diciendo eso, la arrastró fuera de la terraza


dejando sola a la pareja.

Bella no pudo pronunciar palabra alguna para detenerlas y evitar


quedarse sola en el campo de batalla en el que sabía se convertiría la
sala exterior en la que se encontraba; pero por otro lado, era un asunto
de pareja, y si ellas no se hubiesen ido, Edward las habría expulsado
sin miramientos.
Los ojos de Bella continuaban puestos en Edward que no había
pronunciado ni una palabra y su ceño comenzaba a fruncirse
gradualmente.

¡Dios! Está atando cabos, sabe que le mentí ayer.

Sé que quiere hijos, pero… ¿los querrá tan pronto?

Me va a matar, me va a matar.

La mente de Bella era un total caos. Su respiración comenzó a agitarse


y sus manos sudaban al tiempo que su rostro se calentaba. Vio una
expresión feroz posarse en las facciones de su esposo y su cara
contraída por la furia, lo que provocó que ella misma perdiera el
control.

—Jasper… Jasper, te necesito… Jasper —repetía, cada vez en tono más


alto.

Edward, que se disponía a gritar se mostró entonces asustado. Bella


estaba a punto de tener uno de sus ataques de nervios.

El hombre corrió y se arrodilló frente a ella. La abrazó contra su pecho


y acarició su espalda para intentar tranquilizarla.

—Calma, mi amor, calma. No pasa nada. Tranquila.

—Me ibas a gritar —sollozó Bella, temblando en el momento.

—¿Para eso era el ginecólogo, cierto? —preguntó Edward separándose


un poco de ella y mirándola a los ojos—. Tus amigas lo sabían y yo me
entero por la falta de tacto de Heidi —continuó con voz más fuerte y la
rabia retornando a él—, y lo peor de todo es que fuiste hoy al trabajo.
¡¿En qué diablos estabas pensando?! ¡Katy! —gritó, se levantó para
alejarse de ella y comenzar a caminar de un lado a otro, furioso—.
¡Katy!
—No es necesario que grite, señor, no estoy sorda —respondió la
mujer con la calma que la caracterizaba y frunció el ceño al ver a Bella
contrariada.

—No me digas nada ahora que no estoy de humor. ¿Tú sabías que esta
inconsciente esposa mía estaba embarazada?

—¡Oh, mi niña! ¡Qué alegría, felicidades! —exclamó la mujer


acercándose a la chica y abrazándola.

—¡No la felicites! —gritó Edward—. Si no fuera por su condición, ¡la


pondría en mis rodillas y la nalguearía! Se paseó por toda la región con
mi hijo en su vientre sin importarle que pudiera caerse o sufrir algún
accidente, incluso ayer tuvo un mareo, ¡y hoy fue a rodearse de
chiquillos revoltosos que podían tropezarla y tumbarla!

Bella lo miraba con duda. No podía comprender si él estaba feliz por la


noticia y su rabia era solo por la imprudencia de ella, o si su ira era por
la noticia en sí. Por lo que decidió resolver su incógnita.

—Edward —susurró—, solo quiero saber si eres feliz por nuestro hijo,
como lo soy yo.

El hombre la miró con sorpresa. Estaba aturdido por su injustificada


inquietud y en un rápido movimiento, se acercó a ella y se arrodilló a
su lado, tomándole el rostro entre las manos.

—Isabella, no hay hombre más feliz en el mundo que yo en estos


momentos. ¿Cómo podría no estarlo si llevas en tu vientre a mi hijo? —
argumentó expresándole con la mirada todo el amor que sentía por
ella, pero dichos sentimientos, no duraron mucho reflejados en él, ya
que éste comenzó a contraerse de nuevo—. ¡Pero al mismo tiempo soy
el hombre más furioso de este planeta! —Se alejó de nuevo de ella—.
Quiero matar a alguien para no hacerlo contigo y… ¡Heidi, maldita
traidora! deja que tenga su blanco cuello McCarty en mis manos para
estrujárselo, ¡hasta que le salten los ojos! Y tú… —Señaló entonces a
Bella con un dedo—, no volverás a trabajar y seguirás mis órdenes al
pie de la letra.

—No soy tu empleada, ni tu esclava, Edward —afirmó Bella mirándolo


fijamente.

—No me importa lo que digas.

—¡Soy una mujer indepen…!

—¡Me vale mierda tu independencia y las teorías feministas de la


actualidad! —gritó Edward agitando los brazos para reafirmar sus
palabras—. Llevas a mihijo en tu vientre y te lo advierto, Isabella, en
esto no tendré consideración alguna contigo. ¡Katy!

—Aquí estoy a su lado, señor —respondió la mujer calmadamente por


lo acostumbrada que estaba a la forma de ser de él.

—Llama a Miller y dile que venga con la mejor ginecóloga del país, en
el menor tiempo posible —ordenó.

—El amigo de Heidi… —Comenzó a decir Bella pero Edward la cortó.

—Dije ginecóloga… A, no O. ¡A! —especificó—. No voy a dejar que un


hombre le meta mano a mi mujer y mucho menos en mi presencia.

—¡Edward! Es un profesional.

—¡Que sea lo que le dé la gana! A mi mujer no la toca más y punto.

—Tranquilo, hijo —aconsejó Katy—. La estás poniendo nerviosa.

—Nervioso me tiene ella a mí con su forma de actuar tan irresponsable.


¡Mierda! Ni siquiera he podido gozar de la noticia… pero…
Tomó el celular en su bolsillo y buscó rápidamente entre sus contactos
para llamar, luego de unos segundos en los que las dos mujeres lo
miraban desconcertadas, alguien le respondió.

—¡Isabella está embarazada!… Y a mí qué me importa si Rosalie lo


puede estar o no, ¡el mío nacerá primero! —Cortó la llamada y marcó
otro número—. Isabella está embarazada y quiero ver qué harás ahora
para quitármela. ¡Imbécil! —Y luego de cortar esa segunda llamada,
guardó su celular de nuevo en el bolsillo.

Bella pudo ver la satisfacción y orgullo en el rostro de Edward, y ya


que no tenía duda alguna de a quién había llamado primero, solo
esperaba que lo que sospechaba del segundo no fuese verdad.

—Quiero creer, Edward, que no llamaste a Jasper para decirle eso; y


ten en cuenta que estoy ignorando el hecho de que al parecer apostaste
algo con Emmett —anunció Bella con el ceño fruncido.

—No aposté nada con Emmett —aseguró con el rostro contraído—, él


fue el que me provocó; y respecto a tu hermanito, me la debía el
desgraciado.

—Eres un niño malcriado y egocéntrico —declaró Bella apretando los


labios. Ahora era ella la que estaba molesta por perder la oportunidad
de ser quien anunciara la noticia.

—¡Pero soy el niño que te embarazó! —Soltó una risa de suficiencia y


se acercó a ella para tomarla con delicadeza entre sus brazos, no sin un
poco de resistencia—. Quédate quieta que te puedes caer. Katy, llama a
Miller, lo quiero mañana en la mañana aquí; ahora no, porque Isabella
necesita descansar.

Entre reclamos y regaños la llevó a la habitación, la acostó en la cama,


cerrando la puerta antes de que Naomi pudiese entrar, y se recostó a su
lado, dejando su cabeza a la altura del abdomen de Bella, lo descubrió
levantándole la blusa y comenzó a besarla tiernamente.
El silencio reinó entre los dos. Él disfrutaba prodigándole caricias en su
vientre mientras ella lo miraba con los ojos húmedos. Hacía una hora
temía una reacción negativa de Edward y ahora lo que temía era que
estuviera demasiado feliz.

Creo que la poca vida normal que me quedaba se acabó.

Pero de algo estaba segura, Edward era un hombre bueno, y cualquier


mujer se enamoraría de él al instante; sin embargo, lamentaba que ella
no fuera cualquier mujer.

—Tenía miedo… —susurró Bella, cortando sus palabras debido al


nudo que sintió en su garganta—. Aún lo tengo.

Las lágrimas escaparon por fin de sus ojos. No deseaba llorar, pero
todo el cúmulo de emociones vividas en tan pocas horas la hicieron
perder la compostura, por lo que se tapó el rostro con las manos y
comenzó a sollozar fuertemente.

Edward, desesperado, se acercó a ella y la aproximó a su pecho. No le


gustaba verla llorar a menos que fuese de alegría, y estaba claro que en
ese momento no estaba feliz.

—¿Qué sucede, Isabella? ¿Qué está mal? Dime a qué le temes y yo te


protegeré. Te lo prometí ante un altar y te lo reitero ahora. Solo dímelo.

—No sé… No sé si pueda ser una buena madre —murmuró con el


rostro enterrado en el pecho de su esposo.

—Lo serás, nena. Tu madre es una gran mujer y te ha enseñado bien.


¿Qué mejor ejemplo a seguir que ese? —preguntó Edward haciéndola
levantar la cabeza para que lo mirara—. Yo estaré a tu lado en todo
momento. Tampoco sé ser padre y también tengo temores respecto a tu
salud y seguridad, así como las de nuestro hijo; pero estaremos tú y yo
presentes en cada paso de su vida. Haremos de él un hombre de bien o
una mujer educada y decente. Porque estaremos juntos siempre, ¿no es
así?

Al hacer esa pregunta, el miedo se instaló en la mirada de Edward.


Bella lo sabía, la parte racional de él tenía conocimiento de todo lo
sucedido, y temía que ella pudiera irse, incluso si él no se lo permitiera.
Pero muchas cosas habían cambiado en tan poco tiempo, y ella, más
ahora que tendría un hijo de él, no podría desear estar en otro lugar
que no fuese en sus brazos.

—Me quedaré siempre que me quieras a tu lado —respondió


acariciándole la mejilla.

—Sabes que eso será siempre… Sabes cómo soy. —Su mirada
expresaba la intensidad de sus palabras—. Nunca podrás huir de mí,
Isabella. Nunca.

—Dudo que correr sea bueno para el embarazo —dijo Bella para
alivianar la tensión del momento y soltó una risita. Ya estaba
acostumbrada a ese tipo de amenazas, unas que en la actualidad veía
injustificadas.

Edward no rio, solo se la quedó mirando por un largo rato, con el ceño
levemente fruncido, como si estuviese analizando algo, tratando de
encontrar respuestas o simplemente dejándole en claro que hablaba
muy en serio. Bella no lo sabía, por lo que ya más calmada por sus
reconfortantes palabras sobre la crianza de su hijo, se limitó a mirarlo
de vuelta, tratando de indicarle que ella era real, que estaba ahí, y así
sería siempre.

Luego de un par de minutos, Bella sintió un sonido apagado del que


no se había percatado antes. Era la melodía predeterminada de su
celular, y sonaba insistentemente.

Hizo el intento de levantarse pero Edward la retuvo.


—Mi celular está sonando, lo tengo aún en el bolso.

—Yo te lo alcanzo.

Cuando se lo tendió, notó en el ceño fruncido de Edward que no le


gustaba el nombre que aparecía en la pantalla. Miró entonces para ver
quién llamaba y sintió que el aire abandonaba sus pulmones.

—Hola —susurró temerosa.

—Dime por favor que no es cierto.

—Jasper…

—¡Mierda! —exclamó el rubio—. Tenía la esperanza de que algún día te


dieras cuenta de la clase de hombre que es y decidieras separarte; pero ahora…
¡Maldición, Isabella! ¿No podías cuidarte? Tantos métodos que hay, tantos
tratamientos y tú solo…

—Estoy feliz, asustada pero feliz, no puedes tú estar… estar feliz por
mí.

—Cuelga que te está haciendo daño —exigió Edward que aún se


encontraba de pie a un lado de la cama.

Bella le hizo señas con la mano para que se callara, pero era demasiado
tarde.

—Ahora te prohíbe hablar conmigo. ¿Quién se cree que es ese malnacido?

—¡Que cuelgues te digo! —gritó Edward.

—¡Que se vaya a la mierda! —gritó Jasper en respuesta.

—¡Basta! —estalló Bella no pudiendo soportar más la situación—. Me


tienen harta los dos. Edward, sal de aquí que quiero hablar con Jasper.

—Sí, dile que se largue y no regrese más.


—Jasper, cállate.

—¡Pero él te pone mal! Mira nada más cómo estás.

—Edward, fuera… ¡Ahora!

Edward la miró frunciendo los labios en una fina línea, pero no


deseando incomodarla más, se retiró al vestíbulo, mas no cerró la
puerta, por lo que Bella se vio obligada a hablar en voz baja.

—Jasper, mi vida, no te pongas así. Quiero que estés feliz por mí, por
tu sobrino.

Bella escuchó el suspiro de su amigo desde el otro lado de la línea.

—Quiero lo mejor para ti y lo sabes, princesa, pero desearía tanto no haberte


traído conmigo.

—¿Por qué lo odias tanto, Jasper? Nunca he podido entenderlo.

—Hay algo en él que no me gusta y ya te lo he dicho; pero sobre todo, estoy


seguro que algo sucedió entre ustedes para que ese matrimonio se llevara a
cabo.

—Nos enamoramos, así de sencillo —dijo Bella con la acostumbrada


respuesta.

—Eso no lo puedo creer. Te conozco lo suficiente como para saber que no eres
una chica impresionable, y mucho menos que te enamorarías en una semana
de un hombre del que solo mostrabas aversión.

—Jasper, no…

—Está bien si no quieres decirme la verdad, pero al menos sé sincera conmigo


en esto que te voy a preguntar, te lo ruego, dime la verdad: ¿Eres feliz a su
lado?
—Sí, lo soy —afirmó, y extrañamente, a pesar de que no lo amaba,
sentía que esa era una gran verdad—. Edward es quisquilloso y algo
maniático a veces, pero es un buen hombre, y al igual que tú quiere
protegerme de todo.

—Bella, Bella. Cada día pienso en lo diferente que podría ser tu vida si nunca
lo hubieses conocido.

Bella guardó silencio por un momento procesando esa información. En


esos momentos estaría estudiando para algún parcial en la universidad
o reunida con compañeros de clase haciendo un trabajo; lejos, en
Estados Unidos, lejos de él, sin escuchar su voz, sin sentir sus caricias,
sin mirar esos ojos verdes que tanto expresaban. Pueda que al no
conocerlo no lo extrañaría, pero luego de haberlo hecho, de pasar por
tantas experiencias incómodas al principio, luego espantosas y por fin,
hermosas, ella no podría imaginarse sin él. Su mente no lo quería
asimilar, pero su corazón sentía que ese hombre que había hecho todo
lo que estaba a su alcance por tenerla y retenerla, incluso lo más
horrible que una mujer pudiera vivir, se había convertido en su
mundo, su todo, y moriría si tuviese que separarse de él.

—Sería un túnel negro sin salida —respondió muy segura.

—Si tú eres feliz, yo también lo soy.

—Entonces eres el segundo hombre más feliz del mundo, porque


Edward me dijo que era el primero —aseguró riendo.

—Eso no le quita lo idiota.

Bella soltó una pequeña carcajada. Esa rivalidad entre ellos no acabaría
nunca, y lo único que podía hacer por el momento, era reír.

A la mañana siguiente se despertó con un suave beso de Edward.


Luego de cortar la llamada él había entrado a la habitación y la había
desvestido con la delicadeza con que se trata a un recién nacido;
cuando pensó que le haría el amor, lo vio tomar la pijama que sabía era
su favorita, una batica tan vieja que estaba llena de pequeños agujeros y
casi descolorida, e instándola a levantar los brazos, se la colocó y la
hizo recostarse de nuevo en la cama; para enseguida, acostarse a su
lado, comenzando a consentirla con suaves caricias y besos. No le hizo
el amor de la manera tradicional, pero sí de la forma en la que solo un
hombre enamorado puede llegar a hacerlo.

—No quería despertarte —murmuró Edward al tiempo que le


acariciaba la mejilla—. ¿Cómo amanecieron?

—¿Amanecieron? ¡Oh! —Bella sonrió al percatarse que Edward incluía


al bebé como si ya estuviese con ellos. Aunque ciertamente se
encontraba ahí presente—. Muy bien… con ganas de ir a enseñar.

—Será mejor que a los dos se les quite las ganas, ya que no podrán
hacerlo.

—Edward —se quejó Bella alargando el nombre—, estoy embarazada


no enferma. Hay mujeres que van al trabajo hasta el último mes de
gestación.

—Primero que todo, Isabella, tú no eres una de esas mujeres, tú eres mi


esposa; segundo, ya envié una carta a la escuela explicando lo sucedido
y que para la siguiente semana tendrán una profesora titulada que
estoy contratando de Londres; y tercero, el doctor Miller llegará a
media mañana con la ginecóloga, así que puedes dedicarte a descansar
por más tiempo.

Bella lo miró con el ceño fruncido.

—¿Algo más? —preguntó satíricamente.

—No, nena. Eso era todo por el momento. Me voy a trabajar.

Edward la besó rápidamente en los labios y salió de la habitación.


Bella lo vio marcharse y aunque ya esperaba que no pudiera volver a la
escuelita, confirmando así la predicción de la anciana, tenía la
esperanza de que luego que Miller se fuera, podía convencer a Rosalie
y escaparse para ir así fuese solo a dar explicaciones personalmente, y
aprovechar para despedirse de sus alumnos y compañeras.

No estaba de acuerdo con Edward. Ella podía ir a trabajar sin ningún


problema, pero discutir con él era como ir en contra de una gran
tormenta. Era imposible de convencer y mucho más de hacerlo entrar
en razón. Aunque mirándolo desde otra perspectiva, podía aprovechar
ese tiempo para gozar la luna de miel que no pudieron tener.

¡No puedo creer que esté pensando este tipo de cosas! Se reprochó
audiblemente y decidió dormir una hora más.

Cuando salió de la habitación una joven que no conocía, pero que


vestía un uniforme igual a las demás mujeres del servicio, la esperaba
en el vestíbulo.

—Buenos días, señora.

—Buenos días…

—Lissa, señora, estaré al pendiente suyo, bajo las órdenes de Katy —


comunicó la joven de piel morena, cabellos negros, estatura mediana y
poco agraciada.

—No entiendo. Katy es quien me atiende.

La puerta que daba hacia el pasillo se abrió en esos momentos y la


mujer en cuestión entró.

—Señora, buenos días. Veo que ya conoció a Lissa, ella llegó esta
mañana desde Londres para atenderla.
—¿Atenderme? —Bella se encontraba desconcertada, ya tenía a Katy y
casi ni la ocupaba, por no decir que nunca la ocupaba—. Katy, no estoy
enferma, no necesito que nadie me haga nada.

—Lissa, espéranos afuera, por favor —ordenó Katy y luego de que su


orden fuese cumplida, continuó—: Mi niña, no le lleve la contraria a
Edward.

—¡Sabía que él estaba detrás de esto!

—Él solo quiere protegerla y ahora con la maravillosa noticia, está tan
contento que reunió a todo el personal de servicio y ordenó que todos
los ojos estuviesen puestos en usted, aunque yo me encargaré
personalmente de su bienestar, con la ayuda de Lissa.

Bella se colocó una mano en la frente y negó con la cabeza. La poca


cordura que le quedaba a Edward la perdió con la noticia.

Es culpa de Heidi. La forma en que se enteró lo desquició.

—Solo es cuestión de tenerle paciencia —aconsejó Katy con una sonrisa


de complacencia.

—He tenido que tenerle paciencia desde el día en que lo conocí —


refunfuñó Bella; y salió de la habitación seguida por la mujer y después
por Lissa—. ¿A qué hora viene el doctor Miller?

—Debe llegar en media hora —respondió Katy—. Si decide esperarlo


en el estudio puedo enviarle el desayuno mientras arreglo su cama,
para que sea atendida ahí. El señor ya desayunó pero le enviaré unas…

—¿Qué señor? —preguntó Bella en un tono más alto de lo debido.

—El señor Edward, claro está.

—Pero… él debería estar en el trabajo. ¡Me dijo que se iba a trabajar!


—Y eso está haciendo, señora, solo que no en Londres sino en su
estudio.

Bella cerró los ojos y respiró profundamente un par de veces. Edward


la iba a enloquecer, así como ya lo estaba él; pero antes la escucharía.
Katy se disculpó y entró en la recámara al tiempo que Bella salía del
vestíbulo. Caminó a paso firme y rápido por los pasillos hasta llegar a
la escalera principal, desde donde se podía observar el vestíbulo de la
mansión, así como parte de la puerta del estudio. Cuando hizo el
intento de bajar el primer escalón, Lissa, que llegó a ella casi corriendo,
le tendió la mano con una sonrisa de disculpa.

Bella miró desconcertada la mano de la chica y luego a ella, dejándole


entrever que no entendía lo que quería.

—Debe darme la mano, señora.

—¿A qué te refieres con que debo? —preguntó Bella en un tono que
nunca antes había usado con la servidumbre, pero que en ese momento
no pudo evitar.

—Siempre que usted vaya a bajar más de dos escalones debe darle la
mano a alguien —explicó la joven, pero al ver la mirada encendida de
su señora, bajó la cabeza, mas no la mano.

—No tengo ni que preguntar quién dio esa orden —siseó Bella
sintiendo cómo la indignación la invadía—, pero no voy a obedecer…

—Dale la mano a Lissa, Isabella —ordenó Edward desde el pie de la


escalera.

—Y se puede saber por qué tendría que hacerlo, señor.

—Porque no quiero que tropiece y ruede, señora.

Bella apretó los dientes e hizo el intento de bajar el primer escalón,


sola, pero la voz de Edward la detuvo.
—¡Dale la mano si no quieres que suba y te baje cargada!

—¡No soy una lisiada! —gritó Bella de vuelta.

—Te lo voy a explicar de esta forma, Isabella —anunció Edward con


voz contenida mientras subía las escaleras lentamente—. Emmett está
perfectamente capacitado para asumir por tiempo indefinido la
Presidencia de CullenWorld; y Heidi, ahí donde la ves, es una fiera en
los negocios y estoy seguro que el tío Joseph estaría muy complacido
en obligarla a que ocupara la Vicepresidencia, cargo para el que está
muy bien preparada y con la ayuda de Jasper no le sería difícil que lo
desempeñara a la perfección. Así que… —dijo llegando por fin a
donde ella y ubicándose en el escalón de abajo, quedando a la misma
altura—, si no quieres que cambie mi trabajo de presidente de una
compañía por el de tu transportador personal, será mejor que le des la
mano a Lissa o a Katy para bajar cualquiera de las escaleras de esta
casa. ¿Te quedó claro, Isabella?

Ella no le respondió. Sentía que si abría la boca soltaría tantos


improperios que su hijo nacería siendo grosero. Por lo que se limitó a
extender la mano hacia Lissa, quien se había apartado un poco por
temor a ese hombre hermoso que en ese momento parecía ser
peligroso. La chica se la tomó y rodeándolo, comenzaron a bajar al
tiempo que Bella contaba hasta diez mentalmente para calmarse.

El doctor Miller llegó acompañado de Susan Hoyt, una doctora que


más que mirar a su paciente, miraba al esposo de ésta. Era alta como
Rosalie, pero de cabello rojo en ondas que a pesar de estar recogido en
una coleta alta, le llegaba casi a mitad de la espalda, de ojos azules tan
llamativos como los más que obvios implantes en el busto; y a pesar de
que aparentaba tener apenas unos veintiocho años de edad, sus
carnosos labios parecían producto del colágeno inyectado.

Parece que tuviera encendida la cabeza, pensó Bella, molesta. La mujer no


disimulaba al mirar a su esposo ni las sonrisas que le brindaba e
incluso el momento en que le tocó el brazo y se lo frotó un poco; se
comportó como toda una descarada. Lo único que tranquilizaba a Bella
era que Edward no hacía otra cosa que mirarla y acercarse a ella, sin
percatarse siquiera de que la otra mujer buscaba constantemente su
atención. Por fin llegó el momento de examinarla y aunque fue una
lucha para sacar a Edward de la habitación, cuando por fin lo lograron,
Bella tuvo que admitir que la mujer se comportó profesionalmente y al
regreso de Edward le dio las mismas indicaciones que el amigo de
Heidi, así como la programación de una cita, a los dos, para la
realización de una ecografía esa misma tarde en su consultorio; aunque
de acuerdo a las pruebas realizadas, el examen físico y por lo que se
podía observar, les aseguró que el feto se encontraba perfectamente.

—¿Qué es? —preguntó Edward ansioso, a lo que la mujer explicó que


aún era muy pronto para saberlo, además que eso solo podría decirlo
mediante una ecografía.

El tiempo también fue el mismo que el estimado en la anterior revisión,


lo que le confirmó a Bella que su hijo había sido concebido en la noche
de bodas. Edward al escuchar la noticia solo la miró y frunció levemente
el ceño, pero no hizo alusión alguna ni siquiera cuando se quedaron
solos en la habitación.

—¿Cuántos días más piensas quedarte aquí? —preguntó mientras


Edward se sentaba en un sillón un poco alejado de la cama.

—¿Te molesta mi presencia?

—No —contestó automáticamente, aunque deseó haber dicho que sí—.


Quiero decir que no es necesario, no soy ni la primera ni la última
mujer que se embaraza.

—Solo será por lo que resta de la semana, Isabella. Quiero estar contigo
en todo momento.
Bella lo miró y observó en sus ojos la angustia contenida de un hombre
que se creía casado con una pompa de jabón. Se levantó de la cama y se
acercó a él, se sentó en sus piernas y luego de acomodarse en su
regazo, tomó su cara entre sus manos.

—No me voy a romper, Edward. Ni a mí ni a nuestro hijo nos pasará


nada, te lo prometo.

Edward posó suavemente una mano sobre el vientre de ella y lo


acarició con ternura.

—Antes de conocerte, pensaba que lo tenía todo, pero cuando llegaste


a mí me di cuenta que mi vida se encontraba vacía, y tú apareciste para
complementarla y hacerme muy feliz. Ahora no estamos solos, y tengo
miedo que algo pueda suceder que los aparte de mi lado.

—No me voy a ir, y tú no me dejarás.

—Hay cosas contra las que no puedo luchar, Isabella, y es de ellas de


las que temo.

Bella suspiró y le rodeó el cuello con los brazos, acomodando la cabeza


en su hombro. Edward le temía a la muerte, era lo único contra lo que
no tenía poder y la manera de al menos sentir que la prevenía era
mantenerla en una burbuja protectora.

—Aparte de tener que bajar las escaleras tomada de la mano, ¿qué más
tengo que hacer?

—No te quedarás sola ni un instante, incluso cuando yo salga para el


trabajo y tú aún duermas, Katy o Lissa entrarán para cuidarte; lo
mismo para ir al baño, alguien debe quedarse afuera esperando a que
salgas; si vas a salir debes avisarme antes y decirme a dónde, y lo harás
en compañía de Lissa y dos hombres aparte de Dacre; no volverás a
subir a los carritos de golf, ya que el terreno no es plano y brincan
mucho; te mantendrás alejada de Naomi, la puedes tener cerca pero no
quiero que la cargues; contrataré una enfermera a tiempo completo, si
no quieres verla tras tuyo todo el día no hay problema, ella no te
molestará, pero quiero tenerla cerca por si algo pasa, y… eso sería todo
por el momento.

Bella estaba aturdida con tantas órdenes y cuidados. Parecía más la


unigénita ciega, sorda y muda de un multimillonario sin familia, que la
esposa embarazada de un hombre. Edward se había vuelto loco por
completo; sin embargo, ella también tenía cierta condición que aportar
a las nuevas reglas y era una que no la tenía para nada contenta,
aunque no deseaba admitir el porqué.

—Aceptaré todo eso que dices, menos lo de la escalera, está bien en los
últimos meses pero no ahora que apenas he subido un poco de peso; si
me concedes algo.

—Pero podrías tropezar y rodar —alegó Edward mirándola con


desesperación.

—Que Lissa vaya conmigo, pero que no me dé la mano, ¿hecho?

—Esto no es un juego, Isabella.

—Para mí tampoco lo es pero quiero que me entiendas —pidió


haciendo un pequeño puchero que siempre le funcionaba con Jasper—.
Anda, Edward, di que sí y te prometo que acataré todas tus órdenes al
pie de la letra.

Él suspiró y negó con la cabeza al tiempo que soltaba una pequeña


risita.

—Pareces una niña pequeña, pero está bien, mi nena, te acompañarán


pero no te tomarán la mano —aceptó y luego de darle un rápido beso
en los labios preguntó—: ¿Y qué era eso que querías pedirme?
—No quiero que la doctora Doyle me atienda —declaró Bella con
firmeza. Edward la interrogó con la mirada y ella bufó—. No me digas
que no te diste cuenta de cómo te coqueteaba esa mujer. ¡Por favor,
Edward! Pensé que se lanzaría sobre ti en cualquier momento.

La sonrisa que se formó en el rostro de Edward no tenía precio. Toda la


preocupación de hacía unos instantes había abandonado sus facciones
y solo la picardía y la alegría plena se marcaban en ellas.

—Estás celosa —aseguró mientras se mordía sensualmente el labio


inferior.

—¡No! —exclamó Bella, ocultando la verdad—. Es solo que… que


tengo dignidad y no voy a permitir que revolotee a tu alrededor cada
vez que tengamos cita.

—Sí, claro.

Edward rio y le mordió suavemente el cuello para enseguida comenzar


a repartir besos por toda la zona.

—Soy tuyo, nena, solo tuyo.

—Más te vale —amenazó Bella, y siendo llevada a la cama, en brazos,


disfrutó de las caricias y besos de su esposo que terminaron en una
apasionada sesión de sexo de mediodía.

En la tarde se dirigieron al consultorio de otra ginecóloga


recomendada también por el doctor Miller. Ésta a diferencia de la
anterior, era hermosa por obra de la naturaleza y no del bisturí; sin
embargo, en ningún momento miró a Edward de forma indebida o se
le insinuó de alguna manera, a pesar de que tenía casi la misma edad
que la otra. Ana Clare, parecía que no podía estarse quieta ni un solo
momento. Gesticulaba y se movía de un lado al otro como si sufriera
de los nervios, pero todo el tiempo mantuvo una sonrisa en el rostro y
la miraba directamente a los ojos cuando le hablaba, cosa que le
infundió seguridad. La mujer era alegre, y su hiperactividad, lo más
probable era que la apaciguaran los tres perros miniatura cuyas fotos
decoraban todo el consultorio.

La ecografía resultó perfecta. En medio de un gran mar gris se podía


divisar una pequeña bolsa negra, y dentro un borroncito que nada se
parecía a un bebé excepto por una diminuta protuberancia que la
doctora indicó, era la cabeza en desarrollo.

Edward no pudo apartar los ojos de la pantalla. Tenía una sonrisa


temerosa en los labios, pero sus ojos brillaban casi como lo había hecho
el día de su matrimonio. Ya lo ama, pensó y lo tomó de la mano,
apretando un poco para indicarle que compartía su alegría.

—Es tu hijo, Edward —dijo en un susurro, y pudo atisbar cómo una


pequeña lágrima se escapaba de sus verdes ojos y corría por su mejilla.

—Nuestro hijo, Isabella —corrigió mirándola al fin con todo el amor


que podía expresar en ese gesto—. Tuyo y mío.
CAPÍTULO 31


Noticias vienen y van,
y yo solo me detengo a observar.
Nuevas revelaciones vienen a mí,
explicando por fin mi vivir.
Al menos tengo una esperanza,
y haré cualquier cosa para alcanzarla.

E dward Cullen aferraba la cintura de su esposa al tiempo que


observaba con cautela, sin perder la sonrisa de satisfacción y orgullo, a
los que se encontraban a su alrededor.

Toda la familia se había presentado sorpresivamente esa noche al


enterarse, por un muy comunicativo Emmett, sobre el embarazo de
Isabella.

Una vez se bajó Heidi de su limusina, Bella la había abordado y le


había reclamado por la forma en cómo le expuso a Edward la noticia
sobre su nueva condición.

—¿De qué te quejas? —preguntó la mujer mostrándose indignada—.


Querías saber qué pensaría Edward si sabía de tu embarazo. Bueno, la
distancia más corta entre dos puntos es una línea recta. ¿Qué mejor que
ir directo al grano? Además, ¿qué culpa tengo yo de que él sea tan
perspicaz?

—¿Perspicaz? ¡Heidi! Hasta un idiota habría captado la idea, por la


forma en que la dijiste.
—¡Ay bueno, ya! Los dos siguen vivos y felices. ¡Fin de la historia! Eres
una desagradecida, pero no importa, eres mi amiga y te perdono. —La
mujer le brindó una gran sonrisa y caminó hacia donde se encontraba
la familia, dejando a Bella con la boca abierta, en claro asombro por el
descaro de su amiga.

El único faltante en la reunión era el tío Aro. Él ya había llamado a


felicitarla y no se privó en decirle que se encontraba sorprendido de
que el bueno para nada fuese capaz de algo así, y rogaba porque se
tratara de una niña para que no saliera igual al padre. Bella había reído
a carcajadas mientras Edward refunfuñaba al escuchar las palabras del
anciano que se oían por el altavoz del celular de su esposa; sin
embargo, Edward ya había olvidado esa conversación, y toda su
atención se centraba en Jasper que lo miraba fijamente, desafiante; al
tiempo que Emmett, a pesar de tener a Rosalie abrazada, miraba a
Bella pícaramente.

—Rosalie, controla a tu marido si no quieres que te deje viuda antes de


tiempo —amenazó Edward sin apartar la vista de su primo.

La rubia soltó una risita mientras que Bella golpeaba a su esposo en el


pecho. Emmett aprovechaba cada vez que Edward lo miraba para
lanzarle besos y guiñarle el ojo a la castaña, sin la más mínima
vergüenza. Sabía que Rosalie no se pondría celosa porque ya lo conocía
y entendía que lo hacía por molestar a su primo, incluso a ella le
parecía graciosa la situación.

—Bella, muñequita —dijo Emmett inclinándose hacia adelante con


rostro compungido—. Soy lo suficientemente macho para poder
complacerte a ti también, pero mi corazoncito le pertenece a mi Rose,
así que lamento que ya no podrás disfrutar de este fantástico cuerpo —
afirmó señalándose a sí mismo con una mano—, como lo hacías antes.
—Oh, Emm —se quejó Bella con una mano en el pecho—. No sabes
cuán desdichada me haces, jamás esperé tener que conformarme con
mi marido porque tú ya no estarías disponible.

—¡Ahora sí te mato!

Edward se abalanzó sobre Emmett, no sin antes apartar a su esposa.


Rosalie tomó a Bella de la mano para alejarla mientras que Carlisle y
Joseph trataban de separarlos.

—¿Con ese salvaje es con quien quieres pasar el resto de tu vida, Bella?
—demandó Jasper acercándose a ella y alejándola de Rosalie que ya
comenzaba a ponerse nerviosa al ver a los dos hombres irse a los
golpes, mientras que Heidi se acercaba a ella y le brindaba una copa,
totalmente indiferente a la riña—. No te preocupes por el niño, si te
divorcias de él, yo puedo mantenerlos a los dos y seré como un padre
en calidad de tío.

Bella suspiró profundamente y tomó el rostro de Jasper entre sus


manos.

—Mi bebé tiene un padre y se llama Edward Cullen, mi vida. Tienes


que dejar de tratar de salvarme siempre de todo y permitir que tome
las riendas de mi vida.

—Dudo que seas tú quien tenga las riendas de tu propia vida.

Bella frunció sus labios antes de responder.

—Edward solo se preocupa por mí. De forma exagerada, pero no es


con mala intención; y no tendremos esta conversación de nuevo,
Jasper. Si quieres te gravo mis respuestas y las reproduces cada vez
que quieras discutirme.

—No seas grosera, Isabella, que yo también me preocupo por ti —


reprochó el rubio con el ceño fruncido.
La chica bajó la cabeza y lo abrazó fuertemente por la cintura,
enterrando su rostro en el masculino pecho, tal como lo hacía tiempo
atrás cuando él la regañaba por alguna imprudencia. Él le devolvió el
abrazo, mas alguien lo apartó con brusquedad.

—Suelta a mi mujer, ¿o quieres también tu ronda de golpes?

—Si quieres la tuya, yo encan…

—¡Ya basta ustedes dos! —exclamó Bella, exasperada—. Esto solo me


daña a mí. Y mira cómo tienes la cara —anunció hablándole a
Edward—. A este paso vas a quedar deforme de por vida.

Edward frunció el ceño y la tomó por la cintura pegándola a su cuerpo.


Estaba a punto de abrir la boca cuando Esme se acercó y le llamó
fuertemente la atención por su comportamiento.

—¡Que se dejen de meter con mi esposa y yo no me meto con ellos!

—Hablas como un niño al que le quitaron su juguete —señaló Bella


rodando los ojos.

—Y ni decir de la forma de tratar a Jasper que es tu invitado y el


hermano de tu esposa —agregó Esme con voz indignada.

—¡Él no es su hermano!

—¡Suficiente! —exclamó Esme y miró a su hijo fijamente a los ojos—.


Eres mi hijo adorado, Edward, pero si me entero que continúas
atacando a Jasper por cuenta de tus celos absurdos, me olvidaré de la
edad que tienes y tú sabes lo que eso significa.

Edward abrió mucho los ojos y su cara se puso roja al tiempo que una
expresión de impotencia y furia se instalaba en su rostro, y más aún
cuando vio la sonrisa de satisfacción del rubio que se encontraba detrás
de Esme. Entonces, un pensamiento cruzó su mente y sus facciones
hostiles se suavizaron para dar paso a una sonrisa de orgullo y
suficiencia. Abrazó más fuerte a Bella y miró fijamente a Jasper.

—Pero Isabella sigue siendo mi mujer. —Se giró con ella todavía en
brazos y se alejó de la escena.

Luego de que todos abandonaran la mansión al negarse Edward


rotundamente a que pasaran la noche bajo el mismo techo, Bella se
encerró en la habitación de Naomi para poder tener un tiempo a solas
en el cual poder llamar a su madre y contarle con tranquilidad
las buenas nuevas. Naomi revoloteaba a su alrededor, y Ron se
encontraba en el pasillo durmiendo. Ella sabía que no podía cargarlos,
así que se conformaba con tenerlos cerca.

—¡Oh, Bella! —Renée emitió un quejido y a Bella se le contrajo el


corazón. Sabía que su madre posiblemente se alegraba por la noticia, o
quizás no tanto debido a su edad, pero las circunstancias la
atormentaban y ella lo quería evitar.

—Mamá, estoy bien. De hecho, estoy feliz, muy feliz.

—Un hijo no debería concebirse en una situación como la tuya, Bella. No


cuando tu mente está reacia a aceptar lo que tu corazón siente.

Bella suspiró profundamente y posó una mano sobre su vientre


mientras sus ojos se humedecían.

—Ya no estoy tan segura de eso, mamá.

—¿A qué te refieres?

—No te puedo decir que amo a Edward —respondió Bella en un


susurro—, pero las cosas han cambiado mucho y aunque debería estar
odiándolo y deseando alejarme de él lo más posible, como te dije la
otra vez, siento que sin él me muero.
—¿Qué pasó entre ustedes dos, Bella? —interrogó la mujer a sabiendas de
que posiblemente no recibiría una respuesta—. En mi cabeza se forman
tantas imágenes de posibles situaciones y todas me aterrorizan.

—Eso ya no tiene importancia, mami. Edward… Él no es lo que


pensaba… o sí lo es, solo que no de una mala manera. —Sacudió la
cabeza y acarició a Naomi que se encontraba dormida junto a su
asiento—. Edward es el hombre que cualquier mujer podría desear y
yo lo hago. No me puedo imaginar lejos de él, eso… eso duele mucho.

—Eso, Bella, eso se llama amor —afirmó Renée con convicción—. Hija,
tienes que sacar de ti todo lo malo que sucedió, para que puedas dar cabida a
las nuevas y hermosas experiencias.

—¿Y cómo se supone que haga eso?

—Habla con él, hija, dile lo que sientes, suelta todo lo que tengas en tu alma,
lo bueno y lo malo, todo. Verás cómo la conversación fluye, y tanto tú como él
sentirán que un gran peso se les quita de encima.

Bella negó con la cabeza aunque sabía que su madre no la estaba


viendo.

—No puedo hacerlo. Edward tiene… lagunas, espacios de tiempo


perdidos y si yo le hago saber lo que sucedió, es capaz de matarse,
mamá.

Renée jadeó al otro lado de la línea.

—¿Tan grave fue?

La puerta de la habitación se abrió y Edward apareció por ella.

—Te estaba buscando —reprochó suavemente entrando y mirando con


recelo a la gata dormida.
—Estoy hablando con mi mamá —anunció Bella sin apartar su celular
para que ella pudiera escuchar que ya no estaba sola.

Edward le preguntó de forma silenciosa si ya le había contado y ella


asintió, por lo que él le pidió el teléfono.

—No, Edward, no es nece…

—Dame el teléfono, solo quiero hablar con ella.

—Yo también lo deseo, hija —concordó Renée.

Bella entregó el celular a regañadientes, sin apartar la mirada de su


esposo.

—Hola, Renée —saludó con una sonrisa en sus labios—. Isabella me


dice que ya te comunicó de la feliz noticia… Lo estoy. Isabella es mi
mayor tesoro y ahora me ha dado uno más… No te imaginas cuánto,
Renée. Ella es mi mundo… Muchas gracias y así será. Mi misión es
hacerla muy feliz… Saluda a Phil de mi parte, por favor… Adiós.

Cortó la llamada y se acercó a ella para tomarla en brazos con


delicadeza y comenzar a salir de la habitación.

—Puedo caminar, Edward —afirmó la chica, contradiciéndose al


rodearle el cuello con los brazos y apoyar la cabeza en su hombro.

Edward sonrió y girando la cabeza, la besó en la frente.

—¿Le avisaste a Ángela?

Bella negó con la cabeza—. Me pondré en contacto con ella en estos


días. Debe estar dormida.

Al llegar a la habitación, Bella fue colocada en la cama con suavidad.


Tenía pendiente llamar de nuevo a su madre cuanto antes, porque
sabía que estaba preocupada y necesitaba escuchar de sus labios que se
encontraba feliz de ser abuela. Recordó entonces su encuentro con
Cassandra para el día siguiente e intuyendo que Edward se quedaría
ahí otro día más, tendría que encontrar la manera de verse con ella,
aunque al menos intentaría sacarlo de la casa.

—Mañana puedes despertarme antes de irte al trabajo —propuso lo


más natural que pudo, tratando de indagar cuáles eran sus
intenciones—. Quiero… desayunar a una hora adecuada conforme a
las recomendaciones de la doctora.

—No te preocupes, nena —dijo Edward quitándose la camisa—.


Mañana no iré a Londres.

Bella frunció el ceño. Tenía que hacer su mejor esfuerzo para sacarlo de
la casa.

—No es necesario que te quedes. Estaré bien. Tengo a un ejército tras


de mí.

Edward que ya se encontraba en bóxer se acercó a la cama e


inclinándose la besó en los labios.

—Un día más, un día menos no importa. Mañana es viernes, así que
puedo reincorporarme desde el lunes —aseguró encogiéndose de
hombros.

—¡Pero no tiene sentido que te quedes! En serio, Edward. Al menos


puedes ir en la mañana y regresar por la tarde, ¡pero no tienes por qué
pasar la mañana en casa supervisando que se obedezcan tus órdenes!

Edward la miró con el ceño fruncido.

—¿Por qué tanta insistencia en que desaparezca mañana por la


mañana? —interrogó con los ojos entrecerrados.

¡Mierda, me descubrió!
Sabía que su esposo era un hombre de negocios y eso lo llevaba a ser
muy perspicaz. Si seguía insistiendo, solo conseguiría que prolongara
su vigilancia inclusive durante toda la siguiente semana.

Haciendo un puchero de esos que desarmaban a Jasper se bajó de la


cama, caminó a su encuentro y lo abrazó por la cintura, acercando su
rostro al pecho de él e inhalando su aroma.

Había hecho lo mismo con Jasper hacía unas horas, pero no sintió lo
mismo. En los brazos de su amigo se sentía protegida y amada de
manera fraternal; pero en los de Edward, percibía los mismos
sentimientos de una forma diferente: masculina, excitante, ardiente y
muchos adjetivos más que sería pecado el solo pensarlos con
un hermano, y eso era su amigo para ella.

Edward la abrazó de vuelta y el calor la inundó. Ese hombre era su


vida, y ella era una tonta por no querer aceptarlo.

Decidió en ese momento que lo dejaría hacer, y que sería el lunes que
se encontraría con la anciana. Llevaba meses con miles de preguntas en
su cabeza, unos días más no harían la diferencia. Le enviaría un
mensaje con alguien para que no la esperara y así podía planear mejor
cómo saldría de la propiedad sin que Edward se enterara, o poder
ingresarla sin las mismas repercusiones.

—Lo siento —dijo por fin, con su mejilla apoyada en los duros
músculos—. Es solo que no deseo ser un estorbo en tu vida.

Edward se separó un poco de ella, tomándole el rostro tiernamente


entre sus manos.

—Eres muchas cosas en mi vida, Isabella, pero ninguna de ellas


negativa —aseguró con vehemencia—. Nunca serás un estorbo para
mí, eso no debes dudarlo.
Bella le sonrió y haciendo algo que tres meses antes no se imaginó, se
empinó y lo besó en los labios. No fue un beso como los que le daba
cuando se iba para el trabajo, esos que la gente comúnmente
llamaba "picos". Este beso fue sincero, duradero, y sobre todo
apasionado.

Les tomó solo segundos deshacerse de la ropa que impedía que sus
cuerpos se juntaran, dejando la piel como único impedimento para
volverse un mismo ser.

Minutos después, Bella ya no recordaba quién era Cassandra ni lo que


hablaría con ella. Su existencia estaba concentrada en ese momento en
el hombre que se encontraba sobre ella, arremetiendo con las caderas
entre sus piernas, y que la besaba de forma tal que la hacía sentir
siendo tomada por dos partes al mismo tiempo, y por el mismo
hombre.

A la mañana siguiente Rosalie llegó a buscarla. Bella le explicó lo


sucedido y enviaron a un joven de la plantación a transmitir un recado,
el cual regresó tiempo después con respuesta: la anciana iría a la casa
de Rosalie el lunes en la mañana y allí se podrían ver. Solo quedaba
que planearan la forma de que todo saliera sin contratiempos
ocasionados por su protector marido.

Edward pasó los tres días siguientes como la sombra de una


malhumorada Bella. El viernes en la tarde, Seth se había presentado en
la mansión para visitar a su maestra y llevarle unas frutas que él
mismo había recogido de los cultivos.

Bella se encontraba sentada con el chico en la terraza del segundo piso,


en el mismo sofá y con una gran sonrisa plasmada en el rostro.

—¿Quién es él? —preguntó Edward con el ceño fruncido a Lissa que se


encontraba en la puerta que daba a las habitaciones.
—Es un jovencito del colegio, uno que fue alumno de la señora —
respondió la chica tímidamente—. Creo que su nombre es Seth.

El gruñido que Edward emitió hizo que la pobre soltara un gritico y


retrocediera considerablemente. Le temía a ese hombre hermoso, tanto
por su belleza como por su temperamento. No podía entender cómo la
joven señora era capaz de enfrentarlo y retarlo sin ningún temor.

Edward caminó a paso firme hacia donde se encontraba su esposa


acompañada de la pequeña amenaza, y cuando ella se percató de su
presencia le brindó una sonrisa.

—Edward, ven. Quiero presentarte a…

El fuerte beso que él le dio al llegar, la enmudeció. La loca posesión


que él sentía por ella se reflejó en la manera en como movía los labios
sobre los de ella; y al darse cuenta que brindaba un espectáculo no apto
para menores de edad, lo empujó por el pecho y le lanzó una mirada
de reproche y advertencia que él se dio el lujo de ignorar.

Edward tomó entonces a Bella en brazos y alzándola del sofá, se sentó


en su lugar y la acomodó en su regazo.

—Entonces tú eres Seth. Mi esposa me ha hablado de ti.

Bella se giró para quedar de frente al chico y podía sentir su rostro


caliente. El muchacho miró al hombre y levantó una poblada ceja.

—Yo sabía que la maestra bonita estaba casada, señor. Pero nunca la he
oído hablar de usted.

Bella deseaba salir corriendo. Pudo sentir cómo Edward se tensaba


bajo ella y escuchaba el peligroso y casi silencioso gruñido que salía de
su garganta. El niño tenía una sonrisa de satisfacción en el rostro y ella
solo pudo morder su labio, atormentada.

Este chico va a provocar una tragedia.


Antes de que Edward se lanzara a golpes contra el coqueto e
inconsciente niño, Bella decidió actuar.

—De todas formas Seth ya se iba, solo vino a traerme unas frutas.
¿Cierto, Seth?

El chico abrió la boca pero ella viendo las tenaces intenciones de negar
sus afirmaciones, intervino. Se levantó de las piernas de Edward,
forcejeando con sus brazos y le apresuró a levantarse.

—Vamos Seth. No quiero que se te haga tarde. Anda, ve.

El niño se levantó y antes de que ella pudiera hacer algo, la abrazó por
el cuello, la soltó y se echó a correr hacia las escaleras exteriores.

—¡Vendré a verla de nuevo la otra semana! —Y desapareció de la vista.

Bella se giró y miró mortificada a Edward. Ni siquiera se había


despedido de él, pero a su esposo parecía no importarle porque miraba
la canasta de frutas como si se tratase de su peor enemigo. Ella se sentó
con cautela a su lado y se mordió el labio nuevamente.

—Simpático el chico, ¿cierto, Edward?

Él giró la cabeza lentamente y la miró con el ceño fruncido.

—Traspaso esta propiedad a tu nombre.

—¿Qué? —preguntó Bella sin entender a qué se refería.

—El mocoso te trae una canasta de frutas. Yo puedo darte árboles


frutales enteros y hectáreas de todo tipo de cultivos.

Bella lo miró con la boca abierta. Era la manifestación de celos más


absurda y ridícula que había visto en su vida, incluso en él. Y eso era
mucho decir. Sin tener nada qué responder se levantó y lo dejó ahí,
mortificándose solo con sus celos injustificados. No tenía por qué
aguantar niñerías.

Todo el fin de semana fue una molestia para Bella. Admitía que le
gustaba estar con Edward, pero se encontraba muy molesta por lo
sucedido con Seth. No era la primera vez que Edward hacía algún tipo
de espectáculo de macho alfa, pero la rabia le duró a la chica todo el fin
de semana.

—Esas son las hormonas, mi niña —le dijo Nani en una conversación el
domingo—. Y todavía le falta saber cómo estará con respecto al señor.

—En estos momentos siento que lo odio —respondió Bella sabiendo


que eso no era cierto. Al menos en parte.

—Pero puede que más adelante no quiera separarse de él. A muchas


mujeres les entra una… necesidad, por así decirlo, de sus maridos, y no
me refiero a su presencia, sino a su cuerpo. Se vuelven fogosas y a unos
les gusta y a otros no.

Bella la miró espantada. Una cosa era que ella hiciera el amor con
Edward cuando él lo iniciaba y otra muy distinta que fuera ella quien
se lanzara sobre él cada vez que lo viera. Ya había escuchado de ese
problema del embarazo en uno de los programas que Ángela veía en
Discovery H&H, así como que en otros casos se presentaba lo
contrario; sin embargo ella ya había comenzado a sentir esos deseos
porque a pesar de la rabia que sentía el viernes en la noche, no fue
capaz de resistirse a los avances de Edward.

—Él estaría encantado —susurró más para sí misma que para la mujer,
haciendo que esta soltara una risita.

El domingo en la mañana había llamado a Ángela para comunicarle la


noticia, y tal como esperaba, la chica realizó comentarios subidos de
tono.
—¡Wow! Ese hombre tiene una puntería increíble. Aunque imagino que todo
está en el arma y las municiones. Y ya me puedo imaginar el largo del cañón.
Sabes que dicen que el largo del pie es el mismo largo de la po…

—¡Ángela, cállate! —gritó Bella y al ver que Edward levantaba la


cabeza divertido, bajó la voz. Se encontraban los dos en el estudio
porque él no la quería fuera de su vista. Así que ella se había ubicado
lo más alejada posible—. ¿Te das cuenta que
estás morboseando a mi marido?

—No lo estoy morboseando, solo comento sobre tus posesiones. Legalmente es


tuyo, amiga. Te pertenece. Y yo nada más hago alusión a lo bien que se
desempeña tu semental pura sangre.

—Nunca puedo hablar contigo con seriedad.

—¡Eres una amargada! Pero en fin. Me alegro mucho de verdad, Bella, nunca
imaginé que fuera a ser tía tan joven.

—Yo tampoco lo imaginé pero así son las cosas —dijo Bella sonriendo
al colocarse una mano en el vientre—. Estoy muy feliz.

—Bueno… Ya sabes que dentro de unos meses tendrás que montarlo tú a él.
Deberías amarrarle una corbata al cuello, no sea que se te encabrite y se
desboque.

—No puedo seguir escuchando esto. Hablamos después.

—¡Me lo agradecerás cuando te sientas una amazona! —Fue lo último que


escuchó antes de colgar. Su amiga era un caso perdido.

—Ángela me cae bien —comentó Edward sin levantar la mirada de la


pantalla de su computadora.

—No imagino por qué —murmuró Bella sarcásticamente, rodando los


ojos.
El lunes cuando Edward se fue al trabajo, Bella ya había acordado con
Rosalie todo el plan. La idea era que Rosalie pasaría por ella para
llevarla a su casa, al tiempo que un chico iría a buscar a la anciana.
Lissa y Katy tenían la orden de no separarse de ella y estaba segura
que si se alejaba de la propiedad, la enfermera también se agregaría,
por lo que tenía que hacer que ellas se quedaran fuera de la casa
mientras se entrevistaba con Cassandra, quien ingresaría a la
propiedad no por la entrada principal sino por las puertas que
conectaban con las carreteras aledañas por donde entraban y salían los
cargamentos.

—Voy a ir a casa de Rosalie, me invitó a almorzar y quiero pasar


tiempo con ella lejos de tanto lujo —informó Bella a Katy,
asombrándose de lo fácil que le era mentir luego de haber conocido a
Edward.

—No le preguntaré si ya el señor lo sabe porque imagino que no, pero


sí le pediré que tenga cuidado y no vaya a caminar mucho por el
campo. El terreno no es plano y puede tropezar. Yo me quedaré aquí.
Sé que no le gusta estar rodeada de gente y con Lissa y la enfermera
bastará, además del joven que haga de chofer.

—Muchas gracias, Katy, y no te preocupes, me bajaré en la casa de


Rose y me subiré ahí mismo.

La mujer asintió y Bella se reunió con Rosalie en la parte trasera de la


mansión, con el joven que haría de chofer, Lissa y la enfermera. Esta
última era una mujer alta como Rosalie pero de gesto serio y
contextura fuerte. Bella estaba segura que Becca, como se llamaba la
enfermera, podría alzarla en brazos si algo le llegara a ocurrir. Tenía
alrededor de treinta y cinco años, y la belleza física no era su fuerte,
pero cuando la conoció una amable sonrisa se dibujó en sus labios y
Bella supo que la seriedad de su semblante era sinónimo de
responsabilidad y no de amargura.
—Maneje despacio —ordenó Becca al chico con uniforme una vez que
se subieron al carro de golf—. A la señora no le conviene tanto
movimiento.

El trayecto fue tranquilo y pareció durar una eternidad por la


velocidad, pero por fin llegaron a un bonito caserío. Era un gran
espacio de terreno a un costado de las plantaciones. Casas repartidas
por doquier, todas muy parecidas y con aspecto de campo pero
coloridas y muy bonitas a los ojos de Bella. Había unas cincuenta casas
en ese lugar y Rosalie le explicó que cerca de ahí se encontraban otras
tantas más.

—No puedo ver los límites de la propiedad —comentó Bella


intentando mirar a lo lejos—. O no logro identificarlos.

—Desde aquí no los puedes ver, están muy lejos. La propiedad es


grandísima, la mayor de la región.

Bella asintió algo abrumada por la información y se dedicó a saludar a


los campesinos que se acercaron a ella para brindarle sus respetos y
felicitaciones, por lo que ellos llamaban el heredero.

Al entrar en la casa de Rosalie, Bella se sintió mucho más cómoda que


en la mansión. Una sala pequeña pero acogedora la recibió, con
muebles de aspecto rústico que muchos pagarían cientos de dólares
por tenerlos porque según había escuchado, era la moda, mas en esa
casa parecían estar en el lugar preciso. A un costado se encontraba un
pequeño comedor, y enseguida una cocina con un gran fogón que
parecía ser de leña.

—Es humilde pero trato de mantenerla lo mejor posible. Me gusta —


dijo Rosalie con una nota de orgullo en su voz.

—Es muy bonita, Rose. Me siento transportada en el tiempo y eso me


agrada. ¿Sabes? A veces me gustaría que Edward no tuviera tanto
dinero. Que fuera alguien como tú o como yo. Muchas cosas serían
más fáciles.

Rosalie la guio hacia su habitación y dejó cómodas a las dos mujeres en


la sala, ya que el joven que hacía de chofer prefirió quedarse afuera.
Las dos se sentaron en la cama que se encontraba en el centro de una
habitación meramente femenina pero sin llegar a empalagar. Con
colores rosa y beige que se combinaban con las cortinas que cubrían las
pequeñas ventanas y las colchas de líneas ondulantes con flores
esparcidas en tonos pasteles.

—No debes ver el dinero como algo malo, Bella. El que tu esposo sea
millonario no implica que no puedas hacer muchas cosas que hacías
antes —comentó Rosalie, y luego de pensarlo por unos segundos,
continuó—: creo que el problema radica en él. Es demasiado posesivo.

—Eso puede ser cierto, pero el dinero lo ayuda en su empresa de


control hacia mí.

Después de varios minutos durante los cuales conversaron sobre


trivialidades, y luego de recibir una llamada de Edward en la que le
pedía explicaciones del porqué había ido a las plantaciones, y en la que
Bella tuvo que tranquilizarlo y prometerle que no haría nada estúpido,
solo almorzar con su amiga; llegó por fin Cassandra.

Las tres se encerraron en la habitación de Rosalie. La anciana en un


sillón y las dos mujeres sentadas en la orilla de la cama.

—Antes que nada, quiero aclararte, niña, que no tengo todas las
respuestas. Mi poder no da para tanto, pero sí puedo orientarte en tu
camino —aclaró la mujer—. Dime qué quieres saber, cuál es tu mayor
inquietud.

Bella miró a Rosalie de reojo. Ella era su amiga, y estaba decidida a


contarle todo lo que fuese necesario. Necesitaba a alguien neutral y
Heidi, aunque sabía que le tenía mucho aprecio, no podía dejar de lado
el amor que sentía por Edward. Por lo que luego de que la rubia le
preguntara si deseaba privacidad, ella le pidió que se quedara.

Comenzó entonces a pensar en todo lo que había pasado en su vida


desde que llegó a Inglaterra. La obsesión de ella por Edward, los
sueños extraños que había tenido, el nombre que una y otra vez se
repetía en su mente y que una vez Edward respondió a él como si le
perteneciera, o dos si contaba con la vez que le anunciaron a Jasper
sobre su matrimonio; sin embargo, había algo que reunía todos esos
hechos. Si la respuesta era afirmativa, quería decir que podía tener un
punto por muy descabellado que sonara, pero que si resultaba que se
equivocaba, entonces no sabría por dónde enrumbarse. En realidad, ni
siquiera entendía qué hacía ahí, sentada ante una mujer que no conocía
y que podría catalogarse de vidente o cualquier otro nombre que se le
daba a personas que poseían conocimientos que les eran negados a los
demás. Pero necesitaba respuestas y sentía que podía confiar en ella.

Después de un par de minutos de pensar cuál sería la pregunta clave


en todo el enredo y misterio que era su vida, habló:

—Cassandra, ¿usted cree que… cree que la reencarnación existe?


Quiero decir. ¿Es posible? ¿Se puede dar?

La mujer tomó un sorbo del té que le ofreció Rosalie y luego asintió con
la cabeza.

—Muchas personas no creen en ello, o quieren creer que no lo hacen,


pero es tan cierto como que ahora mismo nos estamos viendo tú y yo.
Nuestra alma pasa de un cuerpo a otro cuando así se cree conveniente,
cuando tenemos asuntos pendientes por resolver y la vida no nos
alcanza para concretarlos, ya sea por terceras personas o por cualquier
otro motivo.
Bella la miraba atentamente. Si lo que la mujer decía era cierto, ella
podría tener razón al pensar que quizás Edward y ella se habían
conocido en una vida pasada, por muy loco que eso sonara.

—Ya lo has pensado, ¿no es así? —indagó la anciana.

Bella asintió y decidió contarle todo a la mujer respecto a los sueños


que había tenido y la prueba que había hecho con Edward mientras
dormía.

—Me pidió perdón y me llamó su amada —explicó—. En ese momento


sentí que de alguna forma me hablaba a mí, pero no a Isabella, sino a
otra persona, como si yo fuese otra mujer en otro tiempo. No lo sé, es
difícil de explicar incluso a mí misma.

—¿Sabes qué significa el nombre de Kopján? —preguntó la anciana.

—No, y esperaba que usted me lo dijera.

La mujer soltó una pequeña risa y tomó otro sorbo de su bebida.

—Las personas piensan que por que puedo ver ciertas cosas tengo las
respuestas a todo y no es así. No sé nada de historia y ese nombre
parece muy antiguo, pero lo que sí te puedo decir es que quien te
puede dar esa respuesta es alguien que tú conoces y a quien aprecias
mucho.

Bella miró a la mujer con confusión.

—Tienes una amiga muy lejos de aquí —continuó Cassandra—:


Ustedes tienen una relación muy fuerte y es precisamente ella quien te
puede dar información de ese nombre.

—¿Ángela? ¿Pero qué puede saber ella sobre eso?

—Ella no sabe nada, pero puede investigar y se encuentra en el lugar


correcto. ¿En qué país está?
—En Hungría, en un pueblo cerca de Budapest.

—Habla con ella y dile que investigue el origen de ese nombre,


mientras tú y yo tratamos de averiguar cuál era el tuyo.

—Un momento, necesito procesar todo esto. —Bella miró a Rosalie que
se había mantenido en silencio, pero su rostro poseía una expresión de
seriedad que le indicaba a Bella que al menos no la tomaría por
desquiciada.

Esta mujer le estaba confirmando a Bella que había tenido un pasado


con Edward. Un pasado antes de esta vida, y que al parecer, quedaron
asuntos pendientes que resolver, y a eso quizás se podía deber la
obsesión de su esposo hacia ella.

—Entiendo que todo esto puede ser muy confuso para ti, niña. Pero
debes aceptar que tuviste una vida antes que esta. En alguna parte del
mundo, en algún año remoto lo conociste y el daño que te causó fue
tan grande que tu corazón se cerró a su amor.

La cabeza de Bella que había estado agachada, se levantó como


impulsada por un resorte. La mujer acaba de dar una posible
explicación a su renuencia a amar a Edward y si descubrían la fuente
de ese hecho, ella podría intentar romper esa barrera. Porque
realmente quería acabar con ella.

Al darse cuenta de dicha posibilidad, las lágrimas se escurrieron de sus


ojos sin avisar y comenzaron a bañar su rostro. Ella deseaba amar a
Edward, lo hacía con toda su alma y pensar que era por un absurdo
hecho de una vida pasada, la atormentaba horriblemente.

Rosalie se acercó a ella y la abrazó. No entendía bien lo que sucedía,


por lo que esperaría a que Bella estuviese lista para contarle, si alguna
vez lo hacía. Lo único que importaba era su amiga y ella estaba ahí
para apoyarla.
—Yo deseo amarlo, lo juro —sollozó Bella. Su cabeza apoyada en el
pecho de su amiga—. Lo miro y siento que no puedo vivir sin él, que es
mi mundo… mi todo. Pero algo me impide amarlo y estoy desesperada
por acabar con eso.

—Lo que te impide hacerlo es que tu alma cubrió tu corazón con una
coraza, así como un caparazón cubre el frágil cuerpo de una tortuga, o
una concha a un caracol. Algo sucedió en aquella vida que te hizo
mucho daño. Quizás no fue su culpa, quizás fue impulsado u obligado,
pero el daño que sufrió tu corazón fue muy grande, y en esta vida esa
barrera sigue. Tú lo amas, ya lo haces, solo que no puedes admitirlo ni
demostrarlo por esto que te digo. Además, niña, otros dolores se han
sumado a la lista en esta vida, y ellos solo avivaron el miedo al amor.

Bella sabía cuáles eran esos errores. El impedirle salir del país, el
chantaje, el matrimonio, y el peor de todos, el abuso en la noche de
bodas. Sin embargo, ella sentía que podía perdonarle todo eso, incluso
ya lo había hecho, pero algo faltaba y necesitaba saber qué era.

—Dígame qué puedo hacer —pidió Bella aún entre lágrimas—. Haré
cualquier cosa, lo que sea con tal de poder tener una vida feliz con
Edward.

—Lo que pasó en la otra vida ya no se puede remediar, solo el destino


encontrará, si no es que ya encontró, la forma de hacerlo. No puedes
reclamarle a él por lo que hizo antes de que naciera, pero sí puedes
hablarle de lo que sucedió desde que lo conociste.

—Él lo sabe perfectamente —afirmó, pero lo pensó mejor y entonces lo


aclaró—: Su problema es que tiene como lagunas. Espacios que
recuerda en algunas ocasiones y en otras su mente forma como una
película que lo hace creer cosas que no son. Si usted le pregunta, le dirá
que yo estoy perdidamente enamorada de él, incluso que se lo he dicho
y que me casé por ese amor tan grande. Pero si le dice que yo me
quiero ir, que lo odio y que me escaparé, él le dirá que no lo haré
porque sé que mi familia está en sus manos y que si lo hago… él la
destruirá.

Rosalie la miraba con espanto y Bella bajó la cabeza, avergonzada.

—Debes estar pensando lo peor de mí, Rosalie. Debes creer que soy
una interesada o una cobarde… o las dos cosas.

La rubia la abrazó de nuevo y lloró junto con ella.

—Jamás pensaría eso de ti, Bella. Si yo estuviera en tu situación, habría


hecho lo mismo por Félix. Nunca permitiría que nada malo le
sucediera.

—Y tampoco eres una cobarde, niña —intervino la anciana,


acariciándole la mano que tenía apoyada en su rodilla—. Muchos
pensarían que eres una mujer sufrida, una débil que no tiene el coraje
suficiente para enfrentarse a un hombre e imponérsele, y no es así.

»Una persona, por lo que la gente llama instinto de supervivencia busca


siempre su bienestar antes que el de los demás. Eso no es ser valiente,
eso es simplemente hacer algo para lo que estamos hechos: cuidar de
nosotros mismos. Pero hacer a un lado ese instinto primario, para
entregarse a un destino incierto, por el amor hacia una familia, hacia
los demás. Eso, niña, eso sí es valentía. Nunca permitas que nadie te
recrimine por lo que hiciste, porque nunca debemos avergonzarnos
por el amor que le tenemos a nuestra familia. Y solo aquél que conoce
el verdadero amor, es capaz de sacrificar hasta su propia vida por
aquellos que son receptores de ese sentimiento.

Bella la miró y luego a Rosalie. En ninguna de las dos había desprecio,


sino comprensión y cariño, lo que la reconfortó.

No estaba arrepentida por lo que había hecho. Nunca lo estaría.


Incluso sabía que haría lo mismo una y otra vez, y pasaría por las
mismas circunstancias mil veces, con tal de que ellos estuvieran a
salvo, porque jamás podría ser feliz, sabiendo que uno de sus seres
queridos no lo era.

Decidida entonces a cambiar su situación, a abrir su corazón y


entregárselo por fin a ese hombre que había cambiado su vida por
completo con tan solo una mirada, preguntó a la mujer qué debía
hacer.

—Hay algo de lo que aún no han hablado —anunció Cassandra—.


Muchas veces le has reclamado por esto que nos acabas de contar y él
te ha respondido en medio de sus lagunas, como tú las llamas; sin
embargo, hay algo que tú te niegas a decirle, algo horrible que sucedió
y no has tocado ese tema. ¿Sabes a qué me refiero?

Bella asintió y miró a Rosalie por un segundo. Había llegado el


momento de que se enterara.

—Edward abusó de mí en la noche de bodas.

Rosalie jadeó y se tapó la boca con las manos. Las lágrimas corrían por
su rostro al tiempo que su cuerpo temblaba. Bella notó que era ella la
que necesitaba consuelo.

Alargó su mano y le frotó el brazo, brindándole una suave sonrisa.

—Estoy bien, Rose. Ya pasó.

—Pe…Pero tu hijo… Él…

—Así es, él fue concebido esa noche.

Los sollozos de la chica se volvieron más intensos y tuvo Bella que


abrazarla. Podía imaginar lo que Rosalie estaba sintiendo. Si algo así le
pasara a Ángela o a alguna de ellas, mataría al desgraciado.

—Estoy bien, Rose. En serio. Las cosas han cambiado y ahora eso ha
quedado en el olvido.
—No para tu alma, niña —interrumpió la anciana—. Tienes que hablar
con él de ese hecho. No recriminándole, porque eso no servirá de nada,
sino hablarlo. Debes decirle lo que sentiste en ese momento y cómo te
sientes ahora, y que él haga lo mismo.

—No puedo hacerlo —aseguró Bella con convicción—. Él no lo


recuerda. En su mente piensa que solo fue brusco conmigo, que no fue
delicado, y aun así estuve a punto de matarlo a la mañana siguiente y
él lo iba a permitir porque pensaba que me había hecho más daño del
necesario con su impaciencia y merecía morir. ¿Se imagina lo que
sucedería si le digo la verdad, si lo hago entrar en razón? ¡Se matará él
mismo! Y eso es algo que no puedo permitirlo.

—Entonces procura que no lo haga. Isabella, si en realidad quieres que


tu mente acepte por fin lo que tu corazón siente, debes acabar con esa
barrera que tu esposo creó en esta vida. Una vez él acepte el daño que
te hizo y te pida perdón por eso, por fin podrás pronunciar esas
palabras que luchan por salir de tus labios. Tu alma necesita una
reparación, una reivindicación por el sufrimiento que ha padecido. En
el momento en que tanto tu alma como la de él se abran, se sinceren y
se perdonen, serán libres de amar por fin. Ya no habrá impedimento
alguno, se volverán una sola, y nada ni nadie podrá separarlas nunca
más, así sus cuerpos se encuentren a miles de millas de distancia.

Bella se puso de pie y caminó por la habitación hasta quedar del otro
lado de la cama, dándole la espalda a las dos mujeres. Era el mismo
consejo que su madre le brindó cuando la llamó la última vez, y era el
mismo que su padre le había dado siempre.

Los problemas se enfrentan, princesa, no se ocultan ni se evaden. Porque si no


te perseguirán por siempre.

Tenía miedo de lo que Edward pudiera hacer, de la forma en cómo


pudiera reaccionar, mas al mismo tiempo quería amarlo libremente.
Sentía que su alma se lo pedía a gritos, y ella lo deseaba en realidad.
—¿Qué harás, Bella? —preguntó Rosalie sorbiéndose la nariz.

Bella cerró los ojos por un momento y luego se giró para mirarlas a las
dos.

—Quiero amarlo, quiero pertenecerle por completo y que él me


pertenezca a mí… Lo haré, no tengo otra opción.
CAPÍTULO 32


Un doloroso secreto debo revelar,
mas temo lo que pueda ocasionar.
Palabras imposibles deseo pronunciar,
y el momento se acerca más y más.
Un corazón comienza a sangrar,
pero yo estoy aquí para hacerlo sanar.

B ella observaba a Rosalie con cautela al tiempo que esta le devolvía


una mirada ansiosa.

—Suéltalo, Rose.

La rubia desvió la vista y se mordió el labio.

—Rose… —llamó Bella de nuevo, presionando por una respuesta.

—¿Cómo puedes…? —Se detuvo y se retorció las manos, decidiendo si


era lo indicado continuar o no con la pregunta.

Bella suspiró y se recostó en el espaldar del sofá de la terraza del


segundo piso. Acababan de regresar del encuentro con Cassandra, y
Rosalie todavía no había pronunciado palabra alguna, pero Bella intuía
por dónde iban los pensamientos de su amiga.

—Ya eso es pasado, Rose.

—¡Eso es lo que no entiendo, Bella! —exclamó levantándose del sofá y


comenzando a caminar de un lado a otro—. No soy yo y te juro que
quiero matarlo y castrarlo… bueno, al revés. Pero ese no es el caso.
¿Hace cuánto sucedió? ¿Dos… tres meses? —Se detuvo y se giró para
mirarla a los ojos—. Perdóname, pero no puedo creer que ya lo hayas
perdonado.

Bella frunció los labios y estiró el pie para acariciar a Naomi que se
encontraba junto a ella en su manta.

—Piensa en todo lo que dijo Cassandra. Sé que suena loco e incluso


absurdo, pero creo en cada palabra de ella porque lo siento aquí —dijo
colocándose una mano en el pecho—. Antes no lo podía ver y supongo
que es por esa barrera que se aferraba a mi alma para evitar sufrir, pero
ahora que siento que se ha debilitado. A pesar de lo que pasó en la
noche de bodas, cuando lo veo, siento que mi mundo se ilumina, que
no puedo estar con nadie más que él, y sé que es un idiota, malcriado,
egocéntrico, orgulloso y algo maniático. —Sonrió entonces y sacudió la
cabeza—. Dime loca si quieres pero hasta sus defectos me alegran la
vida. ¡No se lo digas!, porque ni quien lo aguante, pero así es.

—Ahora entiendo menos. Dices que no lo amas pero no puedes vivir


sin él. Sin contar que hace dos meses lo odiabas y ahora estás luchando
por amarlo. Sí, Bella, definitivamente creo que estás loca.

Bella rio suavemente. Incluso ella misma lo creía así.

—Cuando lo conocí lo detesté, y cada día que pasaba lo despreciaba


más y más. No veía la hora de ir a América y no regresar nunca más a
este país. Luego reveló todos sus planes y sentí que nunca había
odiado tanto a alguien en toda mi vida. La mañana siguiente a la noche
de bodas estuve a punto de matarlo… pero no pude, ¿y sabes lo que
más odié en ese momento? No fue a él ni lo que me hizo, no… lo que
más odié fue que no pude matarlo no por temor de Dios ni por
moralismos, sino porque en ese instante, imágenes de mi vida sin él
llegaron a mí, y lo único que vi fue una horrible oscuridad, pero no la
hermosa y pacífica que viene con la noche, sino la que envuelve al
alma en agonía y soledad. —Bella se acomodó un mechón de su cabello
detrás de la oreja y miró a su amiga a los ojos para afirmar sus
palabras—. Algo sucedió esa noche, ¿qué? no sé, pero a pesar de las
circunstancias, despertó en mí un deseo de estar a su lado así fuese
para llevar una vida de perros y gatos.

»No soy masoquista, Rosalie, ni tengo alma de sumisa o mártir o como


se llame, pero lo que hay entre Edward y yo es más grande que
nosotros mismos, que yo misma. —Suspiró cansadamente—. No
espero que entiendas, y de seguro me tacharás de estúpida y pésima
representante de la liberación femenina. Cualquiera lo haría. Pero
Edward es toda mi vida, al parecer lo ha sido desde antes de nacer.
Entonces dime, ¿vale la pena ir en contra de lo que siento y de lo que
me hace feliz solo para demostrarle al mundo que soy una mujer fuerte
y no ser tachada de loca por querer estar con quien tanto daño me
hizo?"

Rosalie se acercó a ella, se arrodilló a su lado y le tomó las manos entre


las suyas. También corrían lágrimas por sus mejillas.

—No tienes que demostrarle nada a nadie, Bella. Siempre habremos


personas que estemos en desacuerdo con tus acciones, y si las cambias
para complacerlas entonces llegarán otros a decirte que eres una
cobarde por no mantenerte en tus ideales. ¿Quieres estar con Edward a
pesar de todo? ¡Hazlo! Ya hiciste tu sacrificio al aceptar a Edward para
proteger a tu familia y como dijo Cassandra, eso no es de cobardes sino
de valientes, entonces no tires todos tus esfuerzos al aire ni abandones
la felicidad que te ha traído el sufrimiento solo porque nosotros no
logramos entender la relación de ustedes dos. Que no te importe lo que
los demás piensen de ti o lo que digan, solo dedícate a ser feliz al lado
del hombre que estoy segura que amas. Los demás que se jodan,
incluyéndome, porque aún quiero castrarlo y matarlo.

Bella rio fuertemente y abrazó a su amiga. Ella no la comprendía


porque su amor por Emmett era sencillo, hermoso y sin ningún
contratiempo; sin embargo, la apoyaba, y eso era lo que más necesitaba
en ese momento.

Esa tarde Bella llamó a Ángela para pedirle que investigara sobre el
nombre Kopján, pero la chica no le respondió las llamadas y ella supuso
que se encontraba en alguna actividad de campo, por lo que le envió
un correo electrónico con su petición y una que otra trivialidad.

Un par de horas después cuando Edward llegó, Bella se encontraba


nerviosa. Deseaba hablar con él lo antes posible, mas temía su reacción
y ni siquiera sabía cómo o en qué momento tocar el tema.

—¿Qué sucede, nena? —preguntó Edward mientras cenaba junto a ella


en una pequeña salita que tradicionalmente recibía el nombre
de saloncito—. Te noto distraída. Si te siente mal podemos…

—No, estoy bien. No te preocupes.

—¿Segura? Porque no me gustó para nada esa salida a los cultivos.

—No estaba en los cultivos, estaba en la casa de Rosalie y sabes que no


es lo mismo —alegó Bella sonando exasperada.

Edward frunció los labios y su ceño, pero no dijo nada más.

—Isabella, deja de caminar tanto que no debe ser bueno para el bebé —
ordenó Edward.

La chica llevaba varios minutos caminando de un lado al otro de la


habitación y Edward no le había quitado los ojos de encima en ningún
momento. Lo que él no sabía era que ella estaba tratando de tomar
fuerzas para iniciar el tema que tanto la atormentaba. Si pudiera no se
enfrentaría a esa situación, pero era consciente de que no tenía otra
opción. Deseaba tener la oportunidad de comprobar que todo lo que
suponían era cierto, aunque muy en el fondo estaba segura de ello; y
más que eso, era su deseo de acabar con la opresión en el pecho cada
vez que deseaba responder al amor que Edward le profesaba, y el no
poder hacerlo le impedía gozar por completo de su nueva situación y
de la compañía de su esposo.

—Isabella, si no vienes a la cama ahora mismo te traeré a ella y te


amarraré. Y te aseguro que no será de la forma divertida.

Bella lo miró con el ceño fruncido y se encontró con los ojos verdes fijos
en ella. Le sostuvo la mirada, retándolo a cumplir sus palabras, pero
algo se formaba dentro de ella, muy diferente a la rabia o la
indignación.

Cuando Edward movió sus piernas para salir de la cama, Bella hizo el
intento de correr hacia la puerta, pero él fue más rápido y en un ágil
movimiento lo alzó en brazos, logrando que Bella soltara la carcajada
que difícilmente había logrado retener y pataleó en el aire
juguetonamente mientras era llevada al lecho.

—¡Quédate quieta, Isabella! —bramó Edward, disgustado—. Te


puedes caer.

Fue colocada delicadamente en la cama por un hombre que no estaba


nada contento, mientras ella reía enloquecidamente.

—Eres una irresponsable. —Edward intentó levantarse pero Bella lo


abrazó por el cuello y lo atrajo a su cuerpo.

—Y tú un amargado. —Le dio un suave beso en los labios y él se apoyó


en sus manos para no recargar su peso sobre ella.

—Me vuelves loco, Isabella, y no solo estoy hablando de amor.

—Cuando te conocí ya estabas loco —afirmó Bella apartándose un


poco para hacerle campo a su esposo quien se acomodó a su lado—.
Así que no me eches la culpa.
—Antes lo era por no tenerte, y empeoró cuando apareciste en mi vida.

Bella lo miró a los ojos sin decir palabra. Todo el estrés anterior se
había esfumado con el momento de diversión, y dicha alegría fue
reemplazada por la determinación. Tenía que hablar con Edward, y lo
haría de una vez. No había cabida a la espera.

—Edward, tenemos que hablar.

Él la miró ceñudo por el tono decidido que usó. Se acomodó hasta


quedar sentado, recostado contra la cabecera de la cama y ella se
acomodó entre sus piernas. Quería asegurarse de que no fuera a
ningún lado.

—No voy a ceder en cuanto a tu seguridad.

—Lo sé y no es de eso de lo que quiero hablar, sino de algo… De


nuestra noche de bodas.

Edward se tensó al instante y en su rostro se reflejó una vergüenza y


arrepentimiento que la hizo dudar por un momento de si era lo
adecuado o no.

—Isabella, yo…

—¿Qué es lo que recuerdas? —preguntó Bella, acariciándole la mejilla


para intentar calmarlo. Le preocupaba que al hablar de ese tema
reviviera el odio que sintió por él alguna vez, pero lo que más temía
era la reacción de él al enterarse de la verdad, si era que lograba hacer
que recordara. No era psicóloga, pero sabía que una persona podía
bloquear recuerdos para evitar sufrir, no tenía idea de cómo se llamaba
esa condición, pero esa era lo que había sucedido con Edward, o al
menos, eso suponía.

—Que te lastimé…
Su voz era baja, casi un susurro, como si estuviera forzándose a hablar,
y ahogándose en sus palabras.

—¿Qué más? —Él se removió incómodo, y le rodeó la cintura con


suma delicadeza. Su cabeza permanecía agachada—. ¿Qué más,
Edward?

—Que no fui delicado a pesar de que sabía que eras virgen, que
antepuse mis necesidades a tu bienestar y que no fui capaz de tener
paciencia para esperar a que te acomodaras a mí.

Edward habló tan rápido que a Bella se le dificultó captar todas sus
palabras; sin embargo, entendió que él era consciente de muchas cosas
que en realidad habían sucedido, solo que no de la forma correcta.

—Dime cómo sucedió. Todo lo que recuerdes, desde el momento en


que entramos a la propiedad.

—¿Por qué? ¿Qué sentido tiene esto? —preguntó él confundido,


levantando por fin la cabeza.

—Tiene todo el sentido. Yo lo necesito… lo necesitamos los dos,


Edward. Sé que es difícil para ti y te aseguro que lo es más para mí,
pero te juro que después de esto, ya no habrá nada más que nos separe,
seremos uno solo. —Tomó su rostro entre sus manos porque él había
bajado la cabeza de nuevo y lo obligó a mirarla—. Hagámoslo,
Edward. Por nuestro hijo, por nuestro futuro, por nuestras almas que
lo necesitan. Dime qué recuerdas, por favor.

Edward asintió y ella notó en ese momento que los ojos de él estaban
rojos y brillantes.

—Entramos a la casa luego de que saludaste a Sam y Leo. —Su voz


continuaba siendo baja—. Subimos las escaleras y entramos a la
habitación. Tú te encontrabas de espalda y yo cerré la puerta, me
acerqué a ti y puse mis manos en tus brazos y… y… —La confusión se
marcó aún más en las hermosas facciones de Edward. Abría la boca y
la volvía a cerrar sin que de sus labios saliera palabra alguna. Su
mirada se desviaba y sacudía la cabeza, como quien trata de recordar
una respuesta que de momento se ha escapado de su mente pero que
siente que aún no la ha perdido por completo.

—¿Y qué pasó luego? —insistió Bella, intuyendo ya la respuesta.

Edward la miró. En sus ojos no había miedo o cautela, por lo que Bella
pudo confirmar que no mentía en nada de lo que había dicho y lo que
diría.

—No… sé. No… lo recuerdo.

—¿Qué es lo que recuerdas? —preguntó Bella y se pegó más a su


cuerpo. Lo sentía respirando agitadamente y no quería que se
levantara.

Edward negó con la cabeza.

—En realidad no recuerdo nada. No había querido pensar en ese


momento, trataba de evitarlo, pero ahora que me preguntas… no
recuerdo nada.

Bella asintió y le rodeó el cuello con los brazos. Él la abrazó más


fuertemente y apoyó la cabeza en su hombro, enterrando el rostro en
su cuello.

—No sé qué sucede. —La voz de Edward sonaba apagada por la


posición en la que se encontraba—. No logro captar nada, Isabella. Sé
que no fui delicado contigo, que te lastimé más de lo que era necesario.
Tengo vagas imágenes de ti debajo de mí… que te quejabas… y que yo
no me detenía. Sé que gemías al comienzo, que disfrutabas al igual que
yo… pero no estoy seguro. Nada está claro en mi mente.
Era el momento de decirle y Bella lo sabía. Apretó más fuerte su abrazo
para impedir que se zafara de ella y cerró los ojos.

—No eran gemidos, Edward, eran súplicas desesperadas. No hubo


disfrute alguno para mí, ni al comienzo ni al final.

—¿Qué…? —Edward intentó separarse de ella para mirarla pero Bella


se lo impidió apretando su agarre—. ¿De qué hablas, Isabella?

Bella apretó aún más los ojos e inhaló hondamente.

—Edward, tú abusaste de mí… Me violaste. —La voz de Bella se


quebró al final, mas logró mantener sus lágrimas a raya.

El cuerpo de Edward se sacudió y un fuerte gemido agónico escapó de


sus labios.

—No… Eso no es cierto —aseguró con voz ronca. Con un movimiento


forzado, logró zafarse y mirar a Bella a la cara. Su rostro estaba
distorsionado, su expresión era de confusión, una como nunca la había
visto en él—. Eso es imposible… Estás equivocada.

Bella negó con la cabeza.

—No lo estoy —aseguró colocando sus manos a cada lado de la cabeza


de Edward—. Yo te pedí que no lo hicieras, te rogué, pero no te
detuviste.

—No, no, no…

—Intenté correr fuera de la habitación y no pude abrir la puerta porque


la habías asegurado con llave. Grité por ayuda pero nadie me escuchó
y tú me tomaste en brazos y me lanzaste sobre la cama, arrancaste la
poca ropa que me quedaba y…

—¡No! —gritó Edward sacudiendo la cabeza bruscamente, zafándose


de su agarre—. Tiene que ser mentira. ¡Mentira!
Trató de ponerse de pie pero Bella se aferró a su cuerpo, segura de que
él no la empujaría o la agrediría de alguna forma. Se dio cuenta
entonces, que las palabras habían salido de su boca con algo de rencor,
y era completamente natural, mas ese sentimiento ya no estaba. Sentía
que se había descargado así fuese solo un momento y era como si un
gran peso se le quitara de encima; sin embargo, la sensación de
tranquilidad no duró mucho porque Edward estaba enloqueciendo.

—Edward, escúchame: es cierto, pero…

No pudo terminar la frase porque en un ágil movimiento, el hombre se


levantó de la cama. Bella hizo lo mismo e intentó abrazarlo por la
cintura, pero él se giró, la tomó por los brazos y la arrojó sobre las
sábanas.

—Edward… —susurró Bella sin poder creer lo sucedido.

El hombre la miró a los ojos y su expresión era de desconcierto, luego


recorrió su cuerpo con la mirada y comenzó a sacudir la cabeza. El
pánico comenzaba a reinar sobre sus facciones.

—No, no, no… Yo te… Dios…

Imágenes comenzaban a inundar la mente de Edward. Recuerdos


perdidos por el intento de autoprotección regresaban a su memoria. La
resistencia de Bella; sus súplicas no escuchadas; ella corriendo por la
habitación, tratando de huir; el forcejeo, su llanto y por último su
resignación. Las lagunas en la mente de Edward fueron conectadas, el
entendimiento de todo lo inundó, y Bella pudo percibir eso en su
mirada.

—Edward…

Él levantó las manos y las llevó a su cabeza. Sus ojos se movían de un


lado a otro, como si muchas situaciones pasaran ante ellos y no supiera
a dónde mirar. Su cuerpo se pegó a la pared, su respiración se volvió
frenética y su cara estaba tan roja que parecía que comenzaría a exudar
sangre en cualquier momento.

Bella se incorporó e intentó tocarlo, pero el grito que Edward profirió


la detuvo. Era un grito agónico, como un alarido. Lo había recordado
todo y el peso de la culpa caía sin contemplación alguna sobre él.

Intentó dar unos pasos pero trastabilló. Sus manos continuaban


aferrando su cabeza y sus gritos comenzaban a volverse roncos.

Bella no pudo aguantar más. Sabía que se exponía a que él la rechazara


de nuevo e incluso le propinara un mal golpe sin intensión, mas no
podía dejarlo solo. Su alma se estaba destrozando con la de él, porque
se estaban uniendo por fin, y su dolor era el de ella. Era imposible
negarlo por más tiempo.

Levantándose de la cama lo abrazó por la cintura desde atrás y se


aferró a él para impedir que se pudiese zafar.

—Edward, por favor. No me hagas esto. Detente —sollozaba. No se


había dado cuenta de que estaba llorando y sus lágrimas comenzaban
a humedecer la camiseta del pijama de su esposo.

Edward cayó al suelo de rodillas y Bella se fue con él. Por mucho que
insistía en que se calmara, él no la escuchaba. Se encontraba en su
propio mundo de agonía y culpabilidad y ella comprendió que solo
saldría de ahí cuando se hubiese desahogado. Era como las personas
que acaban de sufrir la pérdida de un ser querido y otros les
aconsejaban que no lloraran mientras que era lo único que deseaban
hacer. No era una experiencia ajena a ella, ya que cuando su padre
murió notó cómo todos a su alrededor repetían sin cesar dicha suplica
y ella obedecía, más que todo por su madre; pero cuando se encontraba
en la soledad de su habitación, se sentía mucho peor por todo lo que se
había acumulado en su interior y tanto el llanto como la amargura y la
tristeza, eran mayores.
Dejándose caer sentada en el suelo, hizo uso de toda su fuerza para
rodar el pesado cuerpo de Edward, acomodándolo así en su regazo.
Edward se retorcía, gemía, gritaba y ella se limitó a abrazarlo, llorando
a su vez, esperando a que su angustia llegara a su fin, porque así sería
a partir de ese momento. Los dos contra todo, contra sus miedos,
contra sus vivencias amargas y las futuras pruebas. Ella estaría ahí
para él, y de igual forma él la consolaría en los momentos de dificultad.
Por fin los votos pronunciados en una ceremonia no consentida
comenzaban a tomar sentido. Por fin dejaban de ser palabras que debió
repetir por formalidad, para convertirse en verdades pronunciadas
más por el alma que por su boca.

Cuando Edward comenzó a calmarse y solo gemidos de agotamiento y


tristeza se escuchaban en la habitación, Bella empezó a acariciarle el
rostro y su corazón se contrajo al ver que él evadía su toque. No sabía
por qué él lo hacía, quizás se había dado cuenta de que casarse con ella
fue un error, que no era buena para él y mil razones más que la hacían
temer por su futuro junto a él. Lo intentó una vez más y él giró la
cabeza, se sentó y andando en sus rodillas y manos se alejó de ella para
sentarse junto a la cama y recostarse en ella.

—No me toques, Isabella. No lo merezco.

El alivio le inundó el corazón al darse cuenta que él no la rechazaba


porque ya no la quisiera, pero la sensación no perduró pues sus
palabras cobraron un significado que no deseaba entender.

Gateó por el suelo y estiró la mano para tocarle el brazo, pero él lo


apartó.

—No lo hagas.

—Edward, no lo hagas tú. Lo que pasó…

—Lo que pasó es imperdonable, Isabella —dijo mirándola a los ojos.


Los suyos se encontraban vacíos, tristes y lo que más le impresionó a
ella, era que mostraban vergüenza. Tanta, que él no fue capaz de
sostenerle la mirada más que unos segundos.

—Eso lo decido yo —afirmó Bella.

Intentó tocarlo de nuevo y él hizo el intento de alejarse aún más.

—No, Isa…

—¡No tú, Edward! —exclamó la chica con firmeza. Edward la miró un


momento por la intensidad de su tono y apartó la cabeza de nuevo—.
No voy a permitir que me hagas esto.

—¿Esto? —preguntó Edward y sacudió la cabeza levemente al tiempo


que soltaba y sonrió, pero ese gesto no le llegó a los ojos—. Solo estoy
evitándote la tortura y el desagrado que debe ser para ti el tocarme.

—¡Mierda, Edward, no! —Se abalanzó sobre él antes de que pudiera


moverse, se sentó a horcajadas sobre sus piernas y le aferró la cabeza
con las manos, pero aun así, él mantuvo la vista baja—. Mírame,
Edward… Mírame… ¡Mírame!

—No tienes que hacer esto —repuso él levantando los ojos por fin—.
No tienes que seguir… a mi lado. A tu familia no le pasará nada y
continuarán con todos los beneficios. Tú tendrás la casa que desees y
una mensualidad genero…

La fuerte cachetada que recibió lo cayó al instante, dejándolo


parpadeando por la sorpresa. Sintió que su camiseta fue tomada
bruscamente por el cuello y la cara de Bella quedó a solo unos
centímetros de la de él.

—No seas imbécil, Edward —siseó Bella con la furia bullendo dentro
de su cuerpo y amenazando con hacerla explotar—. ¿Es que todo este
tiempo no te has dado cuenta de que mi actitud hacia ti ha cambiado?
¿Que no te das cuenta la sonrisa que tengo en el rostro cuando llegas
del trabajo y la mueca que hago cuando te vas? ¿No escuchas mis
gemidos cuando hacemos el amor y mis gritos cuando follamos como
dos locos? ¿Acaso te volviste sordo y estúpido? ¡Oh! Me retracto, no te
has vuelto. ¡Lo has sido desde que naciste!

—Isabella…

—¡Cállate que no he terminado! ¿O es que también quieres prohibirme


hablar, expresarme? Porque no solo me estás alejando de tu lado sino
que además quieres evitar que hable, que te diga lo que estoy
pensando, ¡y no me da la puta gana de quedarme callada! Tú no tienes
ningún derecho a decirme lo que tengo que hacer o no. Puedes
amenazarme, hostigarme y obligarme, pero no pedirme que haga algo
que no quiero porque si tengo opción no lo haré y eso es lo que tengo
ahora ¡una opción! No puedes alejarme de tu lado como si nada de lo
que hemos vivido hubiese pasado. No tienes ningún derecho después
de todo lo que me has hecho a cortar mi felicidad solo porque tú no
eres capaz de soportar la carga de tus errores y no deseas que yo lleve
esa pena contigo. ¡Soy tu mujer, maldita sea! Soy tu esposa y la única
forma en que puedes alejarme de ti es haciendo lo mismo que cuando
me casé contigo: obligándome. Porque no pienso hacerlo por mí misma
y esta vez tendrás que recurrir a algo diferente pues te conozco lo
suficiente para saber que te has encariñado con mi familia y no eres
capaz de atentar contra ellos. ¡Mierda, Edward! El hombre que conozco
no me pediría que me fuera, sino que me retendría, me amarraría a una
cama y me mantendría secuestrada hasta que me resignara a quedarme
con él. Pero entiende algo; si es que esa masa inservible que tienes por
cerebro logra comprender lo que estoy diciendo; ¡No tienes que hacer
nada de eso porque no iré a ningún lado! Aquí me voy a quedar, y si te
vas, me iré contigo. Seré tu maldita sombra, Edward Cullen. Tendrás
que viajar hasta el fin del mundo para librarte de mí y ni así porque
hasta el infierno te seguiré, porque te amo, ¡maldición!, te amo como
nunca he amado a nadie en toda mi vida, te amo tanto que me duele y
eso es ridículo pero es la verdad. Te amo con mi alma, con mi vida, con
mi ser, con mi corazón, te amo y ahora serás tú el que tenga que
acostumbrarse a mi presencia, porque no pienso tragarme este amor yo
sola, así que prepárate, ya que te lo diré todos los días a toda hora. Te
amo, Edward Cullen, te amo, ¡y tu mugre dinero te lo puedes meter
por el culo si te cabe!

El silencio reinó por fin en la habitación. Solo se escuchaba la agitada


respiración de Bella por haber hablado tan rápido. Su pecho subía y
bajaba y su boca se encontraba abierta, tratando de captar aire. Edward
no estaba muy diferente.

Su boca se encontraba abierta, sus ojos desorbitados, pero su pecho no


se movía. Contenía la respiración y no se había percatado de ello hasta
que el cuerpo realizó un movimiento instintivo, obligándolo a soltar el
poco aire en sus pulmones y tomar una honda bocanada de vuelta.

—¿Qué dijiste? —susurró por fin con voz temblorosa.

Bella sabía a lo que se refería, pero sus palabras fueron otras.

—Que te metas tu dinero por el culo.

Edward negó rápidamente con la cabeza e hizo el intento de hablar


pero Bella que le tomó el rostro entre sus manos y pegó su frente a la
de él.

—Que te amo, Edward —dijo y supo que nunca diría una verdad más
grande como esa. El peso que había sentido todo el tiempo sobre su
alma, ese que le impedía ponerle un nombre a sus sentimientos por él,
se había esfumado por fin. Las palabras de Cassandra, e incluso las de
su madre habían sido ciertas. Al desahogarse, al decirle a Edward la
verdad, al ver su reacción, al sentir cómo su alma al igual que la de él
se liberaban, todo el miedo, el resentimiento, el rencor y el odio se
esfumaron para dar paso al sentimiento que había estado escondido en
lo profundo de su corazón por mil años: el amor hacia ese hombre sin
el cual ya no podría vivir—. Te amo… eso fue lo que dije.
—Te estás condenando, Isabella —aseguró él con voz ronca—. Lo que
dije no era verdad. Jamás te dejaría ir. Me odio a mí mismo, me
detesto, pero no puedo dejarte ir. Lo dije porque quería que fuera
cierto, quería ser capaz de permitirte ser libre finalmente, pero no
puedo hacerlo. Siempre serás mía y solo mía. No puedo dejar que te
alejes de mí. Así que no me mientas para torturarme o tratar de
consolarme, porque mi dolor no puede ser mayor, y consuelo ya no
hay para mí.

Bella suspiró hondamente.

—Te amo. No lo digo por alguna de esas dos cosas. Lo que pasó ya no
importa, Edward, ¿que no lo ves?

—Tengo miedo de creerlo, porque no lo merezco. Solo tu odio y


desprecio. —Su voz salió baja y se quebró al final.

Acabando con el espacio que separaba sus labios, Bella lo besó


suavemente y se contentó cuando sintió cómo el cuerpo de él vibraba y
sus labios respondían brevemente, con timidez.

—No tienes nada que temer. No puedo odiarte porque ya no hay


cabida en mi corazón para ese sentimiento hacia ti. —Inhaló profundo
y exhaló lentamente—. Te perdono, Edward, te perdono todo lo que
has hecho con mi vida, y lo hago porque me he enamorado de ti,
porque te has convertido en mi vida, en mi todo. No me imagino lejos
de ti, sin poder escuchar tu voz, sentir tus caricias, saborear tus besos,
oler tu perfume natural. Ay, Edward. Te amo tanto, incluso ahora que
eres un horrible cíclope.

La pequeña risa de Edward fue ahogada por un sollozo. En un rápido


movimiento, abrazó a Bella y la pegó a su cuerpo al tiempo que
enterraba su rostro en el cuello de ella, quien le devolvió el abrazo.

—No me alcanzará la vida para pedirte perdón.


—No tienes que hacerlo.

—Sí tengo. Déjame hacerlo, Isabella porque si no siento que me ahogo.


—Se separó un poco de ella y la miró a los ojos—. Viviré para hacerte
feliz. Dedicaré mi vida a hacerte olvidar ese horrible momento. Seré tu
esclavo, viviendo a tus pies cada día. Te entrego mi vida, mi amor. Te
entrego todo lo que soy a cambio de tu perdón no merecido. Toma lo
que desees de mí: mi vida, mis días. Mátame si quieres, como
intentaste hacer aquella maña…

Sus labios se silenciaron. Bella lo besó con todo el amor recién


aceptado. Deseaba quitar de él todo el sufrimiento y la culpa. Él le
había hecho mucho daño, era consciente de ese hecho, pero ella lo
había perdonado y deseaba poder evitarle cualquier sufrimiento. Lo
amaba tanto que tres meses antes le habría parecido ridículo, pero era
la única verdad. Nunca hubo odio real en su corazón, era miedo. Ese
miedo con el que murió hacia mil años. Miedo a sufrir nuevamente, a
que su corazón fuera desgarrado una vez más, y sobre todo, le tenía
miedo a amar de nuevo a ese hombre; pero ya no más.

—Hazme el amor, Edward —pidió Bella contra sus labios—. Te


necesito.

Edward negó con la cabeza y otro sollozo escapó de él. Estaba


llorando. Su alma destrozada y ella deseaba repararla.

—Por favor, Edward.

—No… No puedo.

—Sí puedes, y te lo estoy pidiendo. Hazme el amor, quiero sentir tus


caricias, tus besos por todo mi cuerpo.

Su rostro se contrajo de dolor y haciéndola a ella a un lado con


delicadeza, se puso de pie. Bella intentó imitarlo, pero él se agachó, la
tomó en brazos y la colocó sobre la cama con suma suavidad. Ella
intentó atraerlo a su cuerpo pero él se separó.

—Te prometí darte todo lo que me pidieras, pero esto no puedo. No


ahora.

—Pero…

—No, Isabella. Entiéndeme por favor. No puedo tocarte sin que esas
imágenes vuelvan a mi mente. No puedo tocarte sin pensar que estoy
profanando tu cuerpo, que te estoy haciendo daño.

—Me haces daño con tu rechazo —afirmó Bella con voz dolida.

—No es rechazo, mi amor —aseguró Edward acariciándole


suavemente una mejilla y apartando la mano rápidamente con una
expresión de dolor en sus ojos—. Yo te amo y te deseo, pero ahora no
puedo hacerte el amor. Lo siento, Isabella, pero no puedo. No ahora. —
Se agachó y la besó rápidamente en el cabello—. Duerme, nena. Ya es
tarde.

Bella vio cómo él se dirigía a la puerta de la habitación.

—¿A dónde vas? —preguntó con voz estrangulada.

—Tengo algo de trabajo pendiente. Estaré en el despacho —anunció y


salió de la habitación.

Bella sabía que mentía. Él ya estaba listo para acostarse antes de que
todo se fuera al diablo, listo para hacerle el amor como todas las
noches; y ella podía entender su renuencia a tocarla, mas no podía
dejarlo solo. Eso era un riesgo muy grande.

Levantándose de la cama, salió de la habitación, descalza, y lo siguió


de lejos. Cuando él bajó las escaleras, notó que no se dirigía al
despacho sino que se desviaba a la zona de los dormitorios de la
servidumbre.
¿A dónde va? Se preguntó y avanzó dando pasos cautelosos; sin
embargo, él cerró la puerta tras de sí, y ella tuvo que esperar,
suponiendo que él entraría a una de las habitaciones. Luego de un par
de minutos, abrió la puerta con cuidado y al encontrar vacío el
tenuemente iluminado pasillo, entró y cerró silenciosamente a sus
espaldas. No era la primera vez que estaba ahí. Un largo corredor con
muchas puertas a un lado y otro se mostraba ante ella. Al final sabía
que había una curva, donde quedaban las habitaciones de Katy y Nani.
Se acercó rápidamente a la esquina y vio a Edward entrando en una de
las puertas que si no recordaba mal, era la de Katy. Caminando
despacio para no hacer ruido, llegó hasta la habitación y pegó el oído a
la madera para tratar de escuchar.

El sollozo de un hombre provenía del interior. Edward estaba llorando


y al parecer, Katy lo consolaba. Era un lugar seguro para él, no haría
ninguna locura con la mujer presente, aunque eso no la haría alejarse.
Se recostó a la pared adyacente y se deslizó hasta el suelo,
agradeciendo que en esa época del año, la calefacción funcionara todas
las noches.

El llanto se escuchaba apagado. Era el sonido del dolor, del odio y de la


tristeza y ella lloró con él, solo que en silencio. Deseaba entrar y
consolarlo, ratificarle que lo amaba y besar su hermoso rostro para
enjugar sus lágrimas; no obstante, él necesitaba ese espacio, ese tiempo
para descargarse, y Katy era la persona indicada para ello, pues ella
jamás lo juzgaría porque lo amaba mucho.

La puerta se abrió luego de mucho tiempo, tanto que Bella no lo pudo


descifrar, pero ya sus nalgas se encontraban entumecidas al igual que
sus piernas. Katy salió de la habitación y al mirarla se sorprendió un
poco pero inmediatamente esbozó una pequeña sonrisa, cerrando tras
ella.

La chica se levantó con dificultad, ayudada por la mujer.


—¿Katy, Edward…?

—Me contó todo, mi niña. Ahora está dormido —informó la mujer


inyectando dulzura en la voz.

—Katy, yo lo amo. No me importa nuestro pasado. Yo quiero un


futuro con él.

La mujer sonrió con el agradecimiento desbordándose por sus ojos.

—Lo he visto y se lo agradezco. Él la necesita.

—Y yo a él —aseguró Bella con firmeza, porque era cierto, no lo podía


negar—. ¿Puedo entrar?

La mujer asintió y se abrió la puerta para darle paso.

—Yo dormiré en otra habitación —susurró.

Bella le agradeció y entró, cerrando suavemente la puerta. El lugar se


encontraba tenuemente iluminado por la luz que salía del cuarto de
baño y Bella pudo divisar a Edward acostado en una cama de un solo
cuerpo en medio de la recámara. Los pies le sobresalían y parecía que
fuese un gigante en la cama de un enano.

Se acercó y calculando el espacio restante, se acostó con sumo cuidado


y dificultad a su lado, sabiendo que corría el riesgo de caerse si
intentaba girarse, ya que le daba la espalda al borde. Intentó tomar un
brazo de él y pasarlo por su cintura, pero él se le adelantó en un
movimiento instintivo pues continuaba dormido. El ceño que tenía
fruncido se relajó un poco, pero aún se le marcaba la pequeña arruga
entre sus cejas.

Bella extendió una mano y con el dedo le acarició la zona tratando de


alisársela. Abrió la boca para decir algo, pero recordó un suceso
anterior y supo en ese momento que la única forma en que él durmiera
tranquilo, al menos por esa noche, era que lo que iba a decir se lo dijera
a su alma.

Estiró un poco el cuello, y alcanzando sus labios los besó suavemente.

—Te amo, Kopján. Te amo.

Tal como esperaba, Edward esbozó una pequeña sonrisa, y toda la


tensión en su rostro desapareció. Murmuró algo que Bella no pudo
entender y se quedó quieto nuevamente.

Sus almas se estaban volviendo una sola por fin. Y tanto la de él como
la de ella, lo aceptaban con alegría.
CAPÍTULO 33


Soledad, tristeza y desesperanza,
eso fue lo que sintió al despertar.
Amargura, dolor y vació,
al pasar el tiempo y no verlo llegar.
Sin embargo, la esperanza nunca muere,
y solo basta el amor para volver a soñar.

T enues rayos de sol penetraban en la habitación por entre las


cortinas del gran ventanal. La temperatura para esa época del año
había bajado algunos grados, pero el frío que Bella sentía en ese
momento no se debía al invierno sino a la soledad en la cama.

Se encontraba cómodamente acostada en su enorme cama matrimonial.


Demasiado cómoda para su gusto, y eso le indicaba que faltaba un
cuerpo a su lado. Edward la había dejado ahí para marcharse
enseguida. El temor invadió su corazón e incorporándose sobresaltada
miró hacia todas partes buscando señales de él. Divisó entonces una
pequeña nota en la almohada junto a ella y sobre esta una rosa roja.
Recordó la mañana en el hotel de York y tomó rápidamente el papel
para leerlo.

Preferí evitarte la desagradable experiencia de despertar una vez más a mi


lado.

Estaré en Londres hasta tarde. Tengo una reunión.

Gracias por esas dos palabras. No sabes cuánto desearía que fuesen verdad.
Te amo aunque no tenga derecho.

Edward.

Bella leyó de nuevo la nota y suspiró profundamente. Sabía que


Edward no le había creído cuando le dijo que lo amaba, y no tenía idea
de qué podía hacer para convencerlo de que nunca diría algo tan cierto
como eso. Además, no le gustó el enterarse de que llegaría tarde y
sabía perfectamente que no tenía ninguna reunión porque él odiaba
realizarlas a esas horas y siempre le avisaba con anterioridad si no le
quedaba otra opción.

Tomó la rosa entre sus manos y notó que las espinas habían sido
removidas. Hasta de ellas quiere protegerme. Sonrió ante ese pensamiento
y decidió llamarlo. Se desilusionó cuando escuchó la voz que le
respondía.

—Bella, ¿qué sucede?

—¿Edward no te ha comentado nada? —preguntó Bella


cautelosamente.

—No. Está muy extraño. He tratado de sacarle información pero lo único que
me dijo fue que era un maldito y que yo lo sabía. Me mira con dolor.

—Ay, Heidi… —Bella suspiró y pensó que nunca había necesitado más
un abrazo como en ese momento—. Le conté la verdad.

—¿Cuál verdad?

—Tú sabes a qué verdad me refiero.

Se oyó una fuerte exclamación desde el otro lado de la línea y un


gemido de angustia.

—¡Por Dios, Bella! ¿Cómo pudiste?


—Tenía que hacerlo. Hablé con una mujer, me dijo muchas cosas y que
la mejor forma de liberar este amor que siento por Edward era
contarle, que él supiera y así fue, Heidi. Siento como si algo dentro de
mí se hubiese despejado, siento…

—¡Y a mí qué me importa lo que tú sientas o no! —gritó la mujer—. ¿No te


das cuenta de que ha podido matarse?

—Heidi…

—Nada, Isabella. Has podido matar a mi primo porque una mujer te dijo que
le contaras la verdad. ¿Te imaginas acaso lo que debe estar sintiendo? ¿Cómo
debe verse a sí mismo? ¡Pero claro! A ti solo te importa tu bienestar y nada
más.

—¿Nada más? Heidi, se te olvida que Edward me obligó a casarme con


él y abusó de mí en la noche de bodas sin importarle que yo era virgen.
—Bella tragó para reprimir un sollozo. Sus palabras salieron con una
amargura que no sentía, por lo que respiró hondo y continuó—: Ya lo
he perdonado, y por fin he podido aceptar que lo amo. Lo necesitaba,
Heidi. Así que no me recrimines por lo que hice. Tú no tienes ningún
derecho a meterte en mi relación con Edward.

—¡Tengo todo el derecho del mundo a meterme si su vida está en juego! Te


aprecio, Bella, pero amo a Edward y si para que él esté bien tengo que acabar
con el mundo entero, incluyéndote a ti, lo haré. Que no te quepa duda alguna.

La llamada fue cortada y Bella se quedó mirando el teléfono. Respiraba


agitadamente y las lágrimas corrían por su rostro. Entendía a Heidi al
buscar siempre el bienestar de Edward. Ella no era muy diferente. Por
Jasper haría lo mismo, porque lo amaba y solo deseaba su bienestar;
sin embargo, le dolían las palabras de su amiga. Sabía que había hecho
lo correcto al contarle a Edward. Su corazón y su alma se lo indicaban.

Por fin podía reconocer que amaba a ese hombre loco y obsesivo que
era su esposo. Era como si se hubiese quitado un gran peso de encima,
como si las cadenas invisibles que tenían su alma cautiva,
desaparecieran para dar paso a la libertad que implicaba el amar a
alguien sin importar los absurdos cuestionamientos de personas que
no conocían el amor y creían que lo único correcto era lo que se sentían
capaces de hacer o lo que creían adecuado. Ella ya había superado
todas esas barreras al contarle la verdad a Edward. Era libre de amar a
quien quisiera y no se arrepentía ni se avergonzaba. Lo amaba con
locura, y por esa razón las palabras de Heidi le dolían.

Quería hablar con Edward. Deseaba decirle que lo amaba, así él no le


creyera, pero no podía marcarle de nuevo porque Heidi contestaría su
celular que estaba segura su primo se lo había entregado para evitarle
la desagradable experiencia de hablar con él. Tampoco podía llamar al
teléfono de la compañía pues ninguna llamada le llegaba sin pasar
primero por Heidi.

¡Sara!

Se había olvidado por completo de su amiga. Ella podía comunicarla


con Edward sin que Heidi lo supiera y sin que él mismo lo hiciera
hasta que escuchara su voz.

Buscó el número en la agenda de su teléfono y llamó.

—Buenos días, señora. ¿Se le ofrece algo?

Sara se encontraba molesta porque ella aún no la había llamado para


contarle lo de su embarazo y seguramente se había enterado por
terceras personas. Bella intentó reír por el tono de su amiga al hablarle,
pero un sollozo fue lo que escapó de sus labios.

—¡Oh Dios, Bella! ¿Qué tienes?

—No digas mi nombre, por favor —pidió la chica—. Discutí con Heidi
y no quiero que se entere que te estoy llamando.
Bella escuchó el rechinar de una silla contra el suelo y la voz de John en
el fondo, pero no pudo distinguir sus palabras. Luego una puerta se
cerró y por fin pudo escuchar de nuevo la voz de la rubia.

—Ya. Heidi está en la oficina del señor Cullen y John no me escuchó. Estoy en
archivos. Dime qué sucede.

—Ay, Sara, sé que he sido una pésima amiga pero te juro que no sé
dónde tengo la cabeza. Perdóname, por favor.

—No te preocupes, Bella. Estoy muy feliz por la noticia. Heidi nos contó y tu
esposo parecía un niño chiquito en la mañana de navidad. Nunca lo había
visto tan feliz. Aunque hace unas horas se presentó con una cara que
sinceramente me asustó. Pareciera que se topó con un Dementor.

A Bella le habría hecho gracia las palabras de la chica, pero sabía lo que
significaba y no podía reír ante eso. Edward estaba sufriendo y ella
deseaba aliviar su dolor. Sollozó fuertemente sin poder evitarlo.

—Me estás asustando, Bella. ¿Pasó algo contigo? ¡Oh Dios! ¿El bebé está
bien?

—Sí, sí. Los dos estamos bien es solo que… él y yo… discutimos y…

—No importa, Bella. Déjalo así —concedió la chica al escucharle su


indecisión al hablar—. Soy tu amiga, cuando puedas me cuentas y si no, no
hay problema.

Bella respiró aliviada por las palabras de la chica y le agradeció su


compresión.

—Dime qué necesitas.

—Tengo que hablar con él pero le dio su celular a Heidi porque no


desea hablarme y ella ahora mismo no quiere saber nada de mí. No
hay forma de llegar a él y necesito hacerlo.
—Entiendo… Con Heidi en la oficina no puedo acercarme, pero si ella saliera
del área de Presidencia, yo quedaría a cargo de sus llamadas y le diría que es
alguien más y así atendería tu llamada.

—¡Te amo, Sara! Yo me encargo de que Heidi salga. Está pendiente.

Cortó la llamada y llamó a Emmett. Él podía sacar a su hermana de la


oficina.

—Muñequita. ¿Extrañando mi sexy voz?

—Te digo que sí, si me haces un favor.

—Lo que sea por ver feliz a mi americana favorita.

Bella le contó someramente la situación y tal como esperaba, él no


hondó en el tema y solo se limitó a ayudarla.

—Típico del idiota. Si fueras mía te mantendría en horizontal todo el tiempo,


aunque en vertical no estaría nada mal…

—Emmett…

—Bueno, ya. Dame un par de minutos y tienes a la bruja fuera del área —
prometió el hombre, ella le agradeció riendo a la vez y cortó la
llamada.

Envió un mensaje a Sara informándole de sus avances y luego de unos


minutos recibió uno de vuelta avisándole que podía llamar.

Es increíble que tenga que hacer todo esto para hablar con mi esposo, pensó
con molestia y dolor.

Sara respondió de manera profesional para que John no se enterara de


quién llamaba y la comunicó con Edward.

—Cullen —respondió de forma fría e impersonal.


Bella sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Sabía que él no
le hablaba así a ella, pero las circunstancias en las que se encontraba la
situación le hicieron sentir que esa frialdad era la que él poseía en su
corazón; además, el deje de tristeza y vacío era muy notorio.

—Edward…

Escuchó un jadeo del otro lado de la línea.

—Por favor, no me cuelgues —rogó rápidamente con voz trémula.

—Nunca haría eso, Isabella —aseguró él con voz firme pero suave—
. ¿Estás bien?

—No.

—¿Te sientes mal? ¿Te duele algo? —preguntó frenéticamente.

—Me duele el corazón, Edward, porque quiero abrazarte y tú huyes de


mí.

Escuchó cómo soltaba el aire de golpe.

—Lo que menos deseo es causarte dolor… No lo soporto.

Bella guardó silencio por un momento. La voz de Edward sonaba


dolida, acongojada y ella deseaba estar a su lado. Era ella la que no
podía soportarlo.

—Edward, yo…

—Dime qué deseas.

—¿Qué? —preguntó Bella desconcertada. Ya se lo había dicho, deseaba


abrazarlo, estar a su lado.

—Si quieres estudiar puedes hacerlo siempre que la enfermera y Lissa


permanezcan a tu lado todo el tiempo. Si quieres trabajar será de la misma
forma y en un empleo que sea tranquilo. Te mudarás cerca de dónde elijas para
evitarte…

—¿Me estás sacando de Gillemot Hall? —preguntó con voz trémula—.


¿Me estás sacando de tu vida?

—No, mi… Claro que no. Eres mía y no te dejaré ir nunca. Solo quiero que
hagas lo que deseas…

—…Lejos de ti —completó Bella intentando no llorar.

—Isabella, no llores, por favor. No me gustan tus lágrimas, a menos que sean
de alegría. Yo iré a dónde tú estés siempre que me lo pidas. Te he hecho mucho
daño y quiero hacerte feliz por fin, al menos el tiempo que no me veas.

—¿Y tú?

—Yo no importo.

—A mí sí me importas, Edward, y mucho. Yo te…

—No lo digas, por favor. Me gusta escucharlo pero no soporto que no sea
cierto, no soporto tu lastima.

—Pero…

—Tengo que colgar y…

Bella no lo dejó terminar. Cortó la llamada antes y una lágrima rodó


por su mejilla.

Al principio Gillemot Hall era una prisión para ella, pero había llegado
un momento en que no deseaba por ningún motivo abandonarla. La
sentía su hogar y con Edward en ella era el lugar perfecto. Él la estaba
alejando pero sin dejar de ejercer su control sobre ella. Le estaba
permitiendo hacer lo que antes le había pedido: estudiar o trabajar; sin
embargo, de qué le servían a ella todas esas concepciones si no lo tenía
a su lado. Antes las deseaba y seguía haciéndolo, pero no a un costo
tan alto.

No intentó llamarlo de nuevo. Pasó el día entero sin salir de la


habitación. Se sentía deprimida, triste y confusa. No desayunó, y
almorzó porque Katy la obligó a hacerlo y ella accedió también por el
bebé. Deseaba que la noche llegara para verlo y tratar de razonar con
él, pero al mismo tiempo temía su rechazo, y no quería verlo cerrar la
puerta de otra habitación que no fuese la que compartían.

Naomi se convirtió en su compañía de la tarde, acostada en la cama a


su lado, lo suficientemente separada como para no contradecir las
órdenes de la ginecóloga. Rosalie le envió un recado informándole que
no podría visitarla para esos días porque se encontraban todos
preparándose para el invierno. Bella lo agradecía. No deseaba que
nadie la viera en ese estado.

Al acercarse la noche tenía el presentimiento de que no vería a Edward


y al dar las veintidós horas sus sospechas se acrecentaron. Dudaba que
fuese casualidad que la repentina reunión se extendiera hasta tan tarde
justo ese día. No pudiendo aguantar más la incertidumbre, tomó
su Blackberry y decidió hacer el intento de chatear con él.

Bella Cullen: ¿Estás ocupado?

La R que indicaba que el mensaje había sido leído apareció a los pocos
segundos.

Edward Cullen: Nunca lo estoy para ti.

Bella Cullen: Pero pareces estarlo para venir a tu casa junto a tu esposa y tu
hijo.

La R apareció al instante, pero él demoró en responderle.

Edward Cullen: No me necesitas allá.


"La propiedad tiene una alta seguridad y todos los empleados están a tus
órdenes."

"No te faltará nada."

No necesitaba más palabras. Edward no pensaba ir esa noche. Aun así,


intentaría hacerle cambiar de decisión.

Bella Cullen: Me faltas tú.

"No quiero riquezas, ni empleados, ni seguridad. Yo solo te quiero a ti, así sea
debajo de un puente"

De nuevo demoró en responder, más que la vez anterior. Tanto que


Bella pensó que no lo haría.

Edward Cullen: Mañana también tengo una reunión. Estaré allá el jueves
en la noche, sin falta.

Bella dejó escapar un fuerte sollozo. Edward la estaba abandonado. En


ese momento serían unos días, luego podrían ser semanas enteras. Las
lágrimas comenzaron a empañar sus ojos y a caer sobre la pantalla del
celular. No le gustaba ese sistema para hablar con él y mucho menos
en la situación en la que se encontraban. No sabía qué responder.
Deseaba decirle tantas cosas pero al mismo tiempo ninguna por ese
medio.

Dejó el celular a su lado y lloró con las manos sobre su rostro. En ese
momento entendió que posiblemente así se sintió él en los meses
anteriores, cuando ella lo rechazaba y le decía que lo odiaba, que lo
aborrecía, y que no soportaba siquiera que la tocara. Él solo la
mantenía alejada y ya se sentía morir, no quería ni imaginar cómo
estaría en ese momento si él la tratara de la forma en la que ella lo
había hecho. Si el karma existía, ella lo estaba padeciendo.
Escuchó el corto pitido de un nuevo mensaje en el BBM y tomó el
celular con un dejo de esperanza creciendo en su interior, pero este se
desvaneció por completo cuando leyó lo que Edward le había escrito.

Edward Cullen: Duerme tranquila. Buenas noches.

Eso era todo, era su despedida. No iba a llegar a la casa.

Entre fuertes sollozos respondió lo único que deseaba decir de


cualquier forma posible.

Bella Cullen: Tr amo$

Luego de enviar fue que se percató de la barbaridad que había escrito y


que al pulsar el botón de enviar, también había pulsado el que se
encontraba a su lado que era el del signo $. Solo falta que crea que lo amo
por su dinero, pensó y lloró más intensamente. Así pasó la noche hasta
que el sueño la venció luego de un par de horas de la media noche.

Cuando despertó, Katy se encontraba a su lado y Nani a los pies de la


cama. Las dos la miraban con preocupación y ya se podía imaginar el
aspecto que tenía.

—Niña… —Nani fue la primera en hablar—. Debe comer algo, anoche


no lo hizo y ya es medio día.

—Piense en el bebé, señora. No puede pasar hambre por él —intervino


Katy, ayudándola a incorporarse.

—¿Edward ha llamado? —preguntó la chica ignorando las palabras de


las dos mujeres.

Ellas se miraron y Katy fue la que habló:

—Habló temprano para preguntar por usted. Me pidió que no me


apartara de su lado en ningún momento.
Bella inhaló profundamente y se pasó una mano por el cabello para
apartarlo de su rostro. Se percató entonces de que llevaba la misma
ropa de dos noches atrás, cuando habló con Edward de lo sucedido y
el caos se desató.

Miró el celular a su lado y no había mensajes de Edward ni llamadas


perdidas. Seguía sin desear hablar con él.

—Debe almorzar, señora —dijo Katy en tono suave y suplicante—. No


es bueno que salte otra comida.

—Comeré algo ligero, pero ahora necesito ir al baño. Quiero estar sola.

Katy la miró con reprobación, pero Bella la ignoró, se levantó y caminó


hacia el cuarto de baño. Antes de cerrar la puerta escuchó a las mujeres
murmurar su preocupación y salir de la habitación.

Evitó mirarse al espejo. No quería ver reflejado en él lo que su corazón


sentía. Le bastaba con el dolor en su interior como para también
ponerle una imagen. Se sentó entonces en el retrete y apoyó la cabeza
en sus manos.

Necesitaba a Edward a su lado. La ausencia la estaba matando y más


su silencio. Pensó en el ofrecimiento que le hizo él sobre estudiar y
trabajar. Era lo que ella deseaba, lo que siempre le había pedido; sin
embargo, eso implicaría que el poco tiempo que tenían para estar
juntos sería acaparado por sus clases y reuniones académicas. Eso si
lograba convencerlo de regresar a la casa permanentemente.

Tenía que tomar una decisión. Su relación pendía de un hilo, y al


mismo tiempo estaba la oportunidad de cumplir sus deseos de años.

Recordó las palabras de su padre. "Cada día tiene su afán, y en esta vida
siempre hay tiempo de sobra para todo menos para ser feliz. Si no lo haces
cuando debes, esa oportunidad se irá y nunca la podrás recuperar"
Ella lo entendía y lo sabía. Solo tenía diecinueve años. Era muy joven
aún y podía estudiar más adelante, lo mismo que trabajar, pero si
dejaba pasar el tiempo con Edward, ese jamás regresaría y podía
perder al hombre que amaba por algo que podía esperar. Deseaba
estudiar, de eso no tenía duda, pero Jasper había esperado y consiguió
una beca en una excelente universidad y un empleo con el que muchos
profesionales solo podían soñar. Ella podía hacer lo mismo: esperar un
par de años, quizás tres, y luego cumplir sus metas personales, porque
sus sueños y deseos habían cambiado.

Pensó también en Ángela. Era una chica que siempre hacía lo que
deseaba sin importarle lo que los demás pensaran. "Las personas
acostumbran esperar que los demás hagan las cosas que ellos creen correctas
en el orden que tienen planeado, y cuando eso no sucede entonces te llaman
débil, ¡débil! Bella, pero son ellos los débiles que no son capaces de salirse de la
línea establecida. Ay, amiga, sus vidas deben ser tan aburridas"

Era cierto, era su vida y haría lo que deseara. Sí se equivocaba, serían


sus errores, no los de otros. Después de todo, en eso consistía madurar:
tomar decisiones, equivocarse, aprender y volver a intentar y ella había
tomado una decisión y así lo haría, no importaba nada.

—¡Maldición! —exclamó levantándose de un salto—. No pasé por una


estancia ilegal en un país extranjero, un matrimonio forzado y una
violación, para venir a tirar todo por la borda, ¡solo porque quiero
obtener un doctorado antes de los treinta! Al diablo con mis
moralismos. Soy Isabella Cullen y haré lo que me de la gana.

Su alma se lo gritaba al igual que su corazón. Debía correr hacia ese


hombre por el que había esperado tanto tiempo. Debía hacer que él la
aceptara de nuevo, creyera en sus palabras y reconociera que ella era
suya, no porque él la obligara, sino porque así era desde antes de que
naciera.
Salió apresuradamente al vestíbulo de la habitación y tal como
esperaba, encontró a Lissa aguardando, con una bandeja con comida
en la mesita junto a la pared. La chica la saludó con una tímida sonrisa.

—Hola, Lissa. Voy a salir de urgencia —informó entrando al vestidor.

—Claro, señora. ¿En dónde desea almorzar? —preguntó la chica


siguiéndola.

—No tengo tiempo para eso.

—Señora, son órdenes del señor de que no se salte ninguna comida y


ya lo ha hecho con dos —alegó firmemente.

Bella sonrió ante esas palabras sin poder evitarlo. Edward deseaba
controlar todo con respecto a ella.

—Tráeme entonces un vaso de jugo de naranja —pidió tomando uno


de los vestidos.

—¿Solo eso? Debería…

Bella se giró y la miró de la forma que sabía que Edward lo hacía.


Seria, autoritaria y con un toque de amenaza.

—Solo eso, Lissa.

La chica se tensó, asintió frenéticamente con la cabeza y salió


rápidamente de la habitación. Bella sabía que ella temía a Edward y
aunque muchas veces le reprochaba la forma en cómo asustaba a la
empleada, en ese momento no tenía otra opción que usar el mismo
método.

Entró de nuevo a la habitación, arrojó el vestido sobre la cama y entró


al cuarto de baño. Luego de ducharse y asearse comenzó a vestirse y
mientras se tomaba el jugo que encontró en la mesa junto a la ventana,
llamó a la chica para que le alcanzara los zapatos que usaría.
—¿Quiere que le avise a Dacre que saldrá? —preguntó la chica
mirándola con recelo.

—No. Yo lo haré. Dile que me espere en el vestíbulo de la mansión


pero no le digas que saldré.

La joven asintió y salió de la habitación.

Ya se estaba acostumbrando a tener personas a cargo y a impartirles


órdenes. Algo que nunca imaginó que le llagara a suceder, al menos no
en el caso de personal doméstico o de seguridad. Estaba convirtiéndose
en toda una señora Cullen, aunque lo mejor de ese título estaba en la
cuerda floja. Y eso era lo que iba a solucionar.

Una vez vestida y lista para salir se miró al espejo. EL vestido escogido
era uno de color violeta, sin mangas y con cuello cuadrado que le
llegaba justo arriba de las rodillas, dejando solo esa zona de sus piernas
al descubierto, por unas botas altas de cuero negras y tacón bajo. Un
bolso también de cuero negro completaba su atuendo. Su cabello suelto
cayéndole en ondas sobre sus hombros, unos pendientes de perlas, una
delicada pulsera a juego, y un leve toque de maquillaje ahumado en los
ojos en tonos tierra, para tratar de disimular las pronunciadas ojeras
que se marcaban por la falta de sueño.

El vestido debía quedarle suelto, pero en la parte del abdomen se


tensaba poco. No le quedaba mal, al contrario; pero ya sería evidente
para cualquiera que ese pequeño bulto, era un nuevo Cullen en
camino.

La chica adolescente que vestía jeans, camisetas y Converse había


quedado atrás. Era la señora Cullen la que la miraba desde el espejo.

—Esto servirá —se dijo así misma, sonriendo levemente por la broma.
Se acarició con ternura la el abdomen—. Vamos a buscar a tu papi.
Bajó las escaleras con Lissa a su lado y Becca que se unió a ella en el
corredor. En el vestíbulo se encontró con Dacre que ya la esperaba. El
hombre la saludó con su formalidad acostumbrada.

—Dacre, vamos a CullenWorld, pero necesito que no le avises a


Edward. Quiero que sea sorpresa.

El hombre frunció el ceño y los labios y miró a las dos mujeres detrás
de ella.

—Señora, entienda que debo avisarle de todos sus movimientos.

—¡Lo sé! Pero quiero sorprenderlo. ¿Es que acaso no podré nunca
sorprender a mi esposo en su trabajo? —preguntó con un tono de voz
más alto del que pretendía.

El hombre se la quedó mirando por un momento, sopesando sus


palabras.

—Si usted va para su oficina, se enterará después de todo cuando la


vea.

Bella suspiró aliviada y le brindó una amplia sonrisa al hombre, que


respondió con una más disimulada.

Cuando ya se encontraban en el auto; con la que denominó La comitiva


real: Becca a su lado, Lissa en el asiento delantero y Dacre manejando;
Bella llamó a Sara y le informó que se dirigía hacia allá, pero que nadie
debía saber.

Una hora después ya se encontraba en la ciudad y luego de unos


minutos más, cuando ya daban las 15:30 de la tarde, entró por la puerta
principal de la compañía. Saludó afectuosamente al vigilante y este le
respondió con una gran sonrisa. Al pasar por la recepción saludó
también al par de chicas ahí ubicadas y le pidió a una de ellas no ser
anunciada.
—Eso era necesario antes, señora. Usted ya no necesita de todo ese
protocolo.

Bella le sonrió en agradecimiento y le recordó que ella seguía


llamándose Bella, y ya que la había conocido de esa forma, le pedía que
siguiera llamándola así.

Saludó a algunas personas de camino al ascensor y recibió de vuelta


felicitaciones por su estado. Al llegar a él agradeció que se encontrara
desocupado, pero le pareció muy curioso que cada vez que el ascensor
se detenía en algún piso y la persona que iba a tomarlo la veía, la
saludaba cortésmente por su apelativo de señora Cullen y no subía sino
que se apartaba y dejaba que las puertas se cerraran de nuevo.

Bella esperaba que no fuera miedo lo que les hacía no subirse con ella
en el ascensor, sino la cantidad de gente en él, aunque solo eran cuatro
personas para un espacio de mucha más capacidad; y la idea de que
pudiese ser respeto, tampoco le agradaba mucho; sin embargo, debía
agradecer en ese momento que la dejaran sola, pues necesitaba
tranquilizarse para enfrentar no solo a Edward, sino también a Heidi
que seguramente se encontraría en su puesto y bastante tenía ya con La
comitiva real.

Cuando las puertas se abrieron lo primero que Bella enfocó fue a


Heidi. Estaba tan abstraída en sus pensamientos, mirando un celular
en su escritorio y mordiéndose furiosamente una uña, que no se
percató de su llegada.

¿Heidi se está mordiendo una uña? Pensó extrañada pues ella no era una
mujer que tuviese ese tipo de manías, y mucho menos arriesgaría su
perfecta manicura de esa manera.

—Señora Cullen —saludó John formalmente pero sin perder el toque


sarcástico y despectivo.
Heidi levantó la vista al escuchar las palabras del chico y se puso de
pie de un salto. Posó su mirada intensa sobre la chica que se frenó
enseguida. Unos segundos pasaron en los que no pronunciaron
palabra alguna. Bella quería decir tantas cosas. Ella era su amiga, la
única que había estado en cada paso de su relación con Edward y no
deseaba estar enemistada con ella. Abrió la boca para comentar algo
pero la mujer se le adelantó.

—Sara, John, lleven a los acompañantes de la señora a la cafetería —


indicó sin apartar los ojos de la chica.

—Pero, Heidi, tenemos que…

—¡Ahora!

John frenó sus palabras al instante, y fue rápidamente empujado por


Sara al ascensor, donde los siguieron las demás personas sin rechistar.
Las puertas se cerraron luego de unos segundos, dejándolas solas por
fin.

Antes de que Bella pudiese pronunciar palabra, Heidi caminó hacia


ella rápidamente y la abrazó sin ningún aviso.

—Lo siento, Bella. No sabía lo que hacía. Por favor, perdóname. No


quería decir todo eso…

Heidi se deshizo en disculpas y explicaciones, mientras Bella la


abrazaba de vuelta. Lágrimas escaparon de los ojos de las chicas.

—No importa… No importa, Heidi —dijo Bella separándose de ella y


tratando de secarle las lágrimas que corrían por sus mejillas, sin dañar
el maquillaje—. Sé cuánto lo quieres, es normal que lo prefieras…

—Te iba a llamar ayer pero no sabía cómo me recibirías. Tú eres mi


amiga. No debí hablarte así, lo siento.
Bella le sonrió y la abrazó de nuevo. No le gustaba estar molesta con
ella. Era extraño para las dos.

—¿Has hablado con Edward?

Heidi negó con la cabeza.

—Creo que él sabe que lo sé y estoy casi segura que está molesto
conmigo por no habérselo dicho. No sé cómo tocar el tema —explicó
con tristeza—. Me asusta el estado en el que se encuentra.

—Quiero hablar con él.

La mujer asintió y le cedió el paso.

—Bella —llamó antes de que ella abriera la puerta de la oficina—. ¿Lo


amas?

—Con todas mis fuerzas.

Heidi sonrió abiertamente.

—Gracias, Bella. Él lo es todo para mí y escucharte decir eso me hace


muy feliz.

Bella le devolvió la sonrisa y un pensamiento cruzó su mente: Esa forma


de amar a un primo no es convencional ¿Se habrán conocido en aquella
vida? Pero lo dejó pasar y abrió la puerta.

Edward se encontraba sentado en su silla, de espalda a ella, mirando


hacia el gran ventanal que le mostraba una panorámica de Londres.
Una ciudad totalmente indiferente al dolor que yacía en esos dos
corazones.

—Diles que no tengo tiempo para indecisiones. Tienen mis condiciones


sobre la mesa, si no las aceptan no hay nada de qué hablar. No voy a
negociar sobre un tema que afecta a la comunidad de…
Se encontraba en modo empresario. Su voz era firme y segura, pero
Bella conocía esa voz en todas sus facetas, y reconoció algo que no
había escuchado en sus antiguas charlas de negocios: un vacío tal que
lo hacía parecer una máquina y no un ser humano; aun así, era la voz
del hombre que amaba, y para ella fue un placer poder escucharlo
directamente, así estuviese hablando de negocios y contratos.

Comenzó a caminar hacia el escritorio y Edward levantó una mano,


indicándole que esperara. Seguramente pensaba que se trataba de Sara.
Se detuvo por solo un segundo, para enseguida dar un par de pasos
más. No supo si fue por su reflejo en el vidrio del ventanal, o por el
olor de su perfume, o porque sintió su presencia, pero Edward se giró
repentinamente, con el rostro contrariado por el pánico. La miró a los
ojos y enseguida evaluó su cuerpo completo.

—Te llamo luego —anunció a quien se encontraba del otro lado de la


línea y cortó la llamada—. ¡Por Dios, Isabella! ¿Estás bien? ¿Qué tienes?

Se acercó a ella rápidamente, pero Bella adelantándose a su frenetismo,


dejó caer el bolso al suelo, le tomó el rostro entre las manos, se empinó
y lo besó. Edward se detuvo al instante, sorprendido por el actuar de la
chica. Ella aprovechó su inmovilidad y le rodeó el cuello con los
brazos, profundizando el beso que él no pudo ignorar más.

La abrazó entonces por la cintura y abrió la boca para recibir la lengua


de Bella en ella. El beso no era tierno ni romántico, era un beso
exigente, devorador, que les hacía demostrarse el uno al otro cuánto se
necesitaban, cuánto se extrañaban y la alegría de encontrarse de nuevo
a pesar de que solo habían pasado día y medio separados; mas no era
el tiempo, sino la situación en la que se encontraban. La distancia
radicaba en sus corazones y no en los kilómetros que los separaban.

El beso se intensificó y Bella en su afán de acercar más sus cuerpos,


empujó contra él, haciéndolo tambalear hacia atrás, estrellándolo
contra el escritorio. Él se apoyó en la mesa, abrió las piernas y la ubicó
entre ellas, abrazándola con fuerza, haciéndola sentir su creciente
erección.

Los dos jadearon y la sensación que recorrió el cuerpo de Edward lo


hizo reaccionar. Tomó a Bella por la cintura y la apartó un poco de él,
rompiendo el beso a regañadientes.

La miró a los ojos y bajó la cabeza cuando ella intentó besarlo de


nuevo.

—Lo siento. No debí perder el con…

Bella no lo dejó terminar, agachó su cabeza e inclinándola un poco lo


besó de nuevo. Estaba dispuesta a demostrarle que ella realmente
deseaba ese momento. Que no lo hacía por lastima u obligada, sino
porque quería estar con él, hacerlo sentir amado y que él le hiciera lo
mismo; y lo conseguiría así tuviese que pasar toda la tarde
intentándolo.

—Isabella… —murmuró Edward contra sus labios.

—Te amo, Edward —declaró ella de la misma forma.

Él se separó de nuevo y para evitar otro beso, enterró su rostro en su


cuello, inhalando profundamente, embebiéndose de su olor.

—Quisiera creerte.

—Antes lo hacías; cuando todavía no te lo había dicho.

—Eso es porque estoy loco por ti. Quiero creer cosas que no son. Creía
cosas que no fueron y olvidé las verdaderas —alegó y su cuerpo se
estremeció levemente ante el recuerdo de lo sucedido en la noche de
bodas.

Bella enterró sus dedos en el cabello de él y comenzó a acariciarle la


cabeza haciendo un leve masaje.
—¿Recuerdas la vez en que te pedí que me dieras la noche de bodas que
debimos tener?

Él asintió.

—Pensaba que hablabas de mi falta de tacto y no de… una…

—Esa es la única noche de bodas que recuerdo ahora —declaró Bella con
voz firme—, y quiero demostrártelo, para que también se convierta en
tu único recuerdo.

Edward se irguió y la miró a los ojos, sorprendido y confuso por su


declaración.

—Vamos a tu apartamento —continuó Bella—. Quiero que hablemos.

Edward negó con la cabeza y apartó la mirada.

—No puedo, Isabella. Tengo una reunión…

—No tienes ninguna reunión, Edward. No me mientas —exigió Bella


con firmeza—. Me prometiste no negarme nada, nunca. No rompas tu
palabra hoy. Te lo estoy pidiendo.

Él la miró de nuevo. En sus ojos se reflejaba la lucha interna que


libraba. Bella no quería que lo pensara mucho por lo que lo besó
suavemente en los labios, lo tomó de la mano y lo haló para que se
levantara.

—Anda, vamos a tu apartamento, pero primero pasemos a comer algo.


Muero de hambre.

—¿Por qué tienes hambre si todavía es temprano? —preguntó


entrecerrando los ojos.

Bella se mordió el labio y se encogió de hombros, tratando de restarle


importancia.
—¡Maldición, Isabella! Tienes a mi hijo muerto de hambre.

Rodeó furioso el escritorio, tomó su maletín, su saco de vestir, regresó


a donde ella y la tomó de la mano para halarla fuera de la oficina.

Estaba muy molesto al entender que Bella no había almorzado, no


cabía duda; pero la sonrisa que adornaba el rostro de ella no tenía
comparación alguna. Había logrado superar el primer paso de su plan
y si todo salía como lo tenía pensado, esa noche le haría el amor a
Edward en su apartamento.
CAPÍTULO 34


El amor es incomprensible,
lo sé porque lo estoy viviendo.
Dos almas que se encuentran,
es lo que somos él y yo.
Yo digo su nombre y él dice el mío,
nombres que no conocemos pero sí reconocemos.

E l Bentley circulaba por Victoria Street rumbo a Cadogan Place. La


ciudad se encontraba en su movimiento habitual de día de semana y
las personas iban y venían al igual que los autos. Me gusta más la
tranquilidad de Gillemot Hall, pensó Bella mirando por la ventanilla.

Se dirigían a algún restaurante al que ella había preferido no


preguntar. Giró para mirar a Edward y lo encontró aferrado
fuertemente al volante, con los nudillos casi blancos por la presión
ejercida y el rostro contrariado por la rabia. Bella lo prefería así. Le
resultaba más sencillo manejarlo cuando estaba furioso, que cuando se
culpaba por sus errores y la tristeza lo invadía. Lo había conocido
como un hombre prepotente, controlador y cascarrabias, por lo que
solo era cuestión de evitar que regresara al estado de los días pasados.
Decidió entonces abordar cuanto antes un tema que la tenía nerviosa
desde que salieron del edificio.

—Dacre…

—Ahora no, Isabella… —La miró por un momento con los ojos casi
echando chispas y volteó de nuevo hacia el frente—. Ahora no.
Bella se mordió el labio y se concentró en el entorno del exterior.

Al salir del edificio de CullenWorld, Edward miró a Dacre de una


forma muy significativa, haciendo que este apretara la mandíbula y su
rostro palideciera. Su deber era avisarle de todos los movimientos de
ella al salir de la propiedad, pero por complacerla no lo había hecho y
eso podía costarle el cargo. A Bella no le convenía, no solo porque el
hombre le agradaba después de haberlo detestado, sino que era
consciente de que tenía cierta debilidad por ella. No creía que le
gustara, pero sí la apreciaba y por eso le acolitaba ciertas cosas que
ningún otro lo haría. Si él era despedido, estaría perdida en cuanto a
salirse con la suya.

Decidió que lo mejor sería quedarse en silencio y comenzó a trazar


círculos de forma inconsciente sobre la tela que cubría su abdomen.

Luego de unos minutos llegaron al restaurante The Rib Room situado


en la planta baja del hotel Jumeirah Carlton Tower, un lugar que
destilaba refinamiento inglés sin perder la comodidad con sus sillas de
madera y cuero, manteles blancos y paredes revestidas en madera.
Edward pidió un sitio apartado y fueron ubicados en una de las mesas
más alejadas, en un privado con paredes de aspecto marmoleado y
cuadros con representaciones de animales y bocetos del antiguo
Londres. Se sentaron uno frente al otro con la mesa entre ellos,
separándolos, como muchas cosas en ese momento. La comitiva real se
instaló en una mesa cercana porque Edward insistió en que la
enfermera, Becca, estuviese al alcance de Bella.

Un joven mesero vestido impecablemente se les acercó al instante,


saludó a Edward formalmente nombrando su apellido —indicando a
Bella que no era la primera vez que visitaba el lugar—, y luego a ella
de la misma forma. Sabía que era su esposa. Antes de que pudiera
continuar Edward lo interrumpió:
—No hemos almorzado, George. Explícaselo a Rudge. Queremos el
pollo ahumado en salsa de mantequilla, zanahoria y apio nabo y de
tomar solo agua para los dos.

—Enseguida, señor Cullen. Señora —dijo el joven y se retiró al


instante.

Bella no pudo evitar sonreír. Edward era un hombre autoritario y su


pedido sonaba de maravilla. Después de todo ella lo único que deseaba
era tenerlo de vuelta y esa era su empresa del día.

—¿Por qué pediste para ti también? —preguntó Bella mirándolo


extrañada, pero al ver que él no le respondía y se sonrojaba un poco,
adivinó la respuesta—: No has almorzado —acusó—. ¿Por qué tú sí…?

—Porque yo no llevo a nuestro hijo dentro de mí —afirmó entre


dientes.

—Mmm… Buen punto —concordó Bella frunciendo los labios en una


mueca que a él le hizo apartar la vista rápidamente para no inclinarse
sobre la mesa y besarla—. ¿Quién es Rudge?

—Es el Chef —explicó brevemente—. La hora del almuerzo ya pasó.

Bella se limitó a asentir.

Luego de eso el silencio reinó. Edward mantenía el ceño fruncido y


miraba a todos lados menos a la mujer que tenía frente a él. Ella sabía
lo que estaba haciendo. Su mal genio era su escudo, una forma de
evitar que ella le dirigiera la palabra; sin embargo, esa no era su
intensión.

—Naomi durmió conmigo anoche… —Edward levantó la vista y la


miró al instante, frunciendo aún más el ceño—. No abrazadas, claro,
pero me hizo compañía. Rosalie está ocupada preparando todo para
los días más fríos. Se está llevando muy bien con Emmett, incluso este
fin de semana lo pasará con él aunque Félix no está muy contento con
la noticia. Y yo te amo.

Edward inhaló profundamente y sus ojos brillaron por un par de


segundos. Abrió la boca para decir algo pero Bella continuó:

—Me gusta cómo suena. Yo te amo… Te amo… Te amo, Edward —dijo,


ensayando cada opción mientras se golpeaba delicadamente la barbilla
con un dedo, saboreando las palabras—. Me gusta más la última. Te
amo, Edward. ¿A ti te gusta? ¿O prefieres alguna de las otras dos?

Lo miró y le sonrió inocentemente. Quería sacarlo de sus casillas y


conseguir desesperarlo tanto que comenzara a actuar impulsivamente,
de esa manera dejaría de pensar en el pasado y se concentraría solo en
el presente.

—Preferiría la verdad —respondió Edward luego de varios segundos


de silencio y confusión. Su mirada se oscureció y se tornó triste,
melancólica y no era eso lo que Bella deseaba. Ese camino se había
convertido en un fracaso total, pero al menos tenía una última cosa que
agregar:

—Te la acabo de decir.

El mesero llegó con la comida y las copas de agua para los dos,
acomodó el servicio y se retiró rápidamente.

—¿Por qué pediste agua para ti también?

—Porque si tomo una sola gota de alcohol terminaré cometiendo una


locura —gruñó Edward mirándola Amenazadoramente.

Bella sintió cómo su cuerpo se calentaba, y en su bajo vientre un leve


estremecimiento que sabía a ciencia cierta no era influencia del bebé, la
hizo ahogar un gemido. Las palabras de su esposo podían ser
interpretadas de muchas maneras, pero ella reconoció en su mirada el
deseo y la angustia de tenerla en frente y no permitirse tocarla. Para
tortura de ambos.

—Si esa locura incluye mi cuerpo desnudo, yo no tengo ningún


problema en participar —dijo tratando de mostrarse lo más indiferente
posible, sin poder evitar sonrojarse al percatarse de lo osada que se
había mostrado.

Edward jadeó y el tenedor que tenía en la mano golpeó el plato


produciendo un fuerte estruendo. Quedó mirándola con la boca
abierta, sin poder creer lo que acababa de escuchar y al ver a Bella
encogerse de hombros y brindarle una suave sonrisa tímida, tragó
pesadamente, tomó la copa de agua con mano temblorosa y se la bebió
completamente, para enseguida devolverla a su sitio.

—Cierra la boca, Isabella. Y come.

—Pero si cierro la boca…

—¡Solo cállate y come! —exclamó Edward en un tono más alto de lo


que pretendía, agradeciendo que se encontraban apartados de las
demás mesas.

Bella dio un respingo y bajó la cabeza para continuar comiendo,


disimulando una sonrisa de triunfo. El rumbo estaba retomado.

Durante el resto de la cena permanecieron en silencio, pero para ella no


pasaba desapercibido que él la miraba constantemente de la forma que
lo hacía antes de que se casaran, antes de que le anunciara sus planes
de boda. Parecía una fiera acechando a su presa, presta a atacar a la
más leve insinuación, y eso la llenaba de esperanza. Al terminar,
Edward pagó la cuenta y tomando a Bella del codo, la ayudó a
levantarse y sin perder contacto con su piel la llevó hasta la calle. Al
salir un estremecimiento la recorrió. La temperatura había bajado
varios grados al hacerse más de noche. E incluso al llegar a Londres
notó el fuerte frío, pero su mente se encontraba tan centrada en su
encuentro con Edward, que no lo sintió tanto.

—¡Maldición, Isabella! Cómo se te ocurre salir sin abrigo en esta época


—regañó Edward y se quitó su saco de vestir para colocárselo a ella en
los hombros.

Bella no respondió agradecida por el calor que le otorgaba la prenda


masculina y embebida en el olor al hombre que amaba que desprendía
la misma. Edward le colocó una mano en la espalda y la guio hacia el
coche en el que llegó a Londres, el Aston Martin —o como ella lo había
llamado alguna vez, elauto negro demasiado costoso— aparcado detrás
del Bentley. Bella al percatarse de ese hecho, comprendió sus
intenciones de enviarla de vuelta, y no a su apartamento como ella
esperaba.

Se detuvo a medio camino, haciendo que Edward frunciera el ceño.

—No —dijo Bella, contundente.

—Por favor, mujer. Sube al auto. Está haciendo mucho frío —pidió,
exasperado.

—Subiré a tu auto para ir contigo a tu apartamento —aseguró Bella—.


No pienso regresar a Gillemot Hall sin ti.

Edward se pasó la mano por la cabeza, y haló de su cabello al tiempo


que emitía un gruñido.

—Sube. Al. Auto. Ahora —ordenó con voz baja, amenazante.


Recalcando cada palabra entre dientes.

Bella rodó los ojos, demostrándole que no le temía. Miró entonces para
los dos lados de la calle, tratando de ubicarse basándose en las
construcciones a su alrededor. Cuando creyó haberlo hecho, giró a su
derecha y comenzó a caminar decidida.
—Hey… Espera. ¡Isabella, detente! —exigió Edward alcanzándola y
colocándose frente a ella—. ¿Qué pretendes?

Bella lo miró con el ceño fruncido. Era ella la que comenzaba a


enfurecerse.

—Lo que pretendo, Edward Cullen, es caminar hasta tu apartamento


ya que no me quieres llevar, y si no me dejas entrar, te juro que pasaré
la noche en la puerta del edificio así me muera de frío.

Edward la observó fijamente. Penetrándola con la mirada. Tratando de


hacerla flaquear, pero no lo consiguió. Ella se mantuvo firme, sin
apartar la vista ni un momento. Edward estiró entonces el brazo para
tocarla, justo antes que las palabras de ella lo detuvieran:

—Si me llegas a poner una mano encima gritaré tan fuerte que hasta la
Reina saldrá a la calle a ver qué sucede —aseguró tan decidida que lo
único que pudo hacer él fue mirarla con la boca abierta, sorprendido
por su determinación.

Inhaló profundamente, se apartó un poco de ella y esbozando una


sonrisa falsa, realizó una venia señalándole el camino de vuelta a los
coches.

—Usted es la que ordena, reina mía.

Bella irguió la cabeza, en cierta parte ofendida por la ironía usada por
su esposo. Giró y comenzó a caminar hacia el auto de Edward. Él se
adelantó y le abrió la puerta del acompañante del Bentley. Ella subió
manteniendo una expresión seria, con los dientes apretados. Sus
sentimientos no pasaron desapercibidos para él.

Antes de cerrar la puerta, Edward se agachó y la miró.

—Lo que dije es cierto —susurró.


—¿Lo de que soy yo la que ordena? —preguntó con un deje de
amargura en su voz.

—No. Lo de que eres mi reina. —Bella giró la cabeza rápidamente y lo


miró a los ojos, sorprendida por sus palabras—. Eres mi mundo,
Isabella. Y como el humano que soy te estoy destruyendo.

Bella negó con la cabeza.

—Eres mi Greenpeace —afirmó con una suave sonrisa en su rostro y


levantó la mano para acariciarle la mejilla, pero Edward se apartó, y a
ella solo le quedó bajar el brazo de nuevo.

Cerró la puerta cuidando de no hacerle daño y se subió al asiento del


conductor.

—Tenías que girar a tu izquierda.

El apartamento de Edward estaba tal como Bella lo recordaba y eso la


extrañó. Esperaba encontrar los muebles cubiertos por telas blancas y
las paredes despejadas de obras de arte, pero el lugar parecía como si
nunca hubiese dejado de estar habitado. Al menos la zona de la sala y
comedor que era la que se alcanzaba a ver desde donde se encontraba
al salir del ascensor.

—Buenas noches, señor…

La chica se detuvo apenas los vio a todos y la sonrisa coqueta que tenía
en su rostro desapareció al instante. Era la misma que conoció cuando
Edward la llevó dormida luego de que se embriagara con Heidi. La
chica pelirroja a la cual no le conocía el nombre pero que la había
mirado con desprecio y desdén; sin embargo, eso no era lo que más le
molestaba, ni el hecho de que ella había ocupado el apartamento en el
último tiempo para mantenerlo limpio y adecuado para cualquier
emergencia. Lo que la tenía apretando fuertemente los dientes era que
Edward había pasado la noche ahí, solo con esa mujer, y era un
hombre vulnerable por el estado en el que se encontraba.

—Buenas noches, Vicky —saludó Edward indiferente.

Vicky desvió la mirada amarga y despreciativa de Bella y le regaló una


brillante sonrisa a Edward.

—Desea comer…

—A mi marido lo atiendo yo —interrumpió Bella, ocupando de nuevo


su lugar—. Muéstrales a Dacre, Becca y Lissa sus habitaciones, revisa si
hay ropa que puedan usar para dormir y ocúpate de que cenen. —Se
acercó a Edward y le acarició el brazo, rogando porque este no se
apartara y al ver que no lo hizo, sino que además le brindó una tímida
sonrisa de satisfacción, continuó—: Nosotros no te necesitamos.

La mujer la miró con ojos llameantes de furia y la mandíbula tensa.


Para posteriormente buscar por un segundo a Edward, como
esperando algún tipo de comentario de él en su defensa, pero su rabia
se intensificó al percatarse de que este contemplaba a Bella,
embelesado.

—¿Todo claro? —preguntó Bella clavándole los ojos fijamente y


arqueando una ceja, ganándose una risita de Edward que trató de
disimular con una fingida tos.

La joven enrojeció fuertemente al darse cuenta que el hombre apoyaba


a su esposa en todo lo dicho.

—Sí, señora. Sígan…

—Cullen.

Vichy aspiró aire hasta casi ahogarse.


—Sí, señora Cullen. — Desvió la vista hacia la comitiva real con la
misma expresión—. Síganme por favor.

Los tres la siguieron con expresiones divertidas por la escena y


desaparecieron por el pasillo que daba a la zona de empleados.

Edward se colocó delante de ella y le acarició suavemente la mejilla.

—Me gustan sus garras, señora Cullen —dijo con coquetería cohibida.

—Solo las saco por usted, marido mío —afirmó Bella con una sonrisa,
estirándose para besarlo, pero él giró un poco la cabeza y ella tuvo que
conformarse con dárselo en la mejilla.

—Vamos para que te pongas cómoda.

Le quitó el saco de los hombros y le colocó una mano en la espalda


para guiarla. Entraron en la habitación y a Bella le llegaron los
recuerdos de cuando despertó pensando que era la de Emmett en la
casa McCarty. Esa mañana sintió miedo al pensar que Edward pudo
haberla tocado mientras dormía; pero en este momento, sus planes
eran que él hiciera precisamente eso, solo que con ella despierta y muy
dispuesta.

Él se dirigió a su vestidor, abrió la puerta y le señaló su interior.

—No tengo ropa de mujer…

—Me alegra oír eso.

—No hay nadie más —aseguró Edward mirándola fijamente.

—Desde que me conociste, pero seguramente antes… —Se detuvo al


sentir una punzada de celos al pensar en las mujeres que pasaron por
la vida de él; sin embargo, un lado curioso y masoquista deseaba
saber—. Edward… —Dio unos pasos hasta la cama y colocó su bolso
en ella—, ¿hubo alguien importante? Me refiero… más que las demás.
Los ojos de Edward se oscurecieron y una fugaz expresión de ira nubló
su rostro. Bella contuvo la respiración. Esa era la respuesta que no
quería saber, pero su reacción también le indicaba que lo que haya
sido, era un mal recuerdo.

—Eres mi vida, Isabella. Mi luz al final del túnel. Nunca ha habido


nadie que valiera la pena. ¡Nunca! —exclamó con más fuerza de la que
necesitaba dicha declaración. Respiró profundamente, cerrando los
ojos y luego de un par de segundos los abrió de nuevo, mostrándose
un poco más calmado—. Tengo ropa aquí por si en algún momento
debía quedarme en la ciudad. Toma lo que necesites. Estaré en el
estudio. Tengo trabajo que hacer.

Bella solo pudo quedarse ahí, mirando cómo él salía de la habitación


con expresión sombría y gesto amargo. Algo había sucedido en el
pasado de Edward y una mujer tenía que ver en ese asunto, mas estaba
segura que él no le diría nada. Tenía que saberlo, estaba decidida, solo
que pensaría en eso en otro momento, siguiendo el consejo de Scarlett
O'Hara.

Su teléfono celular timbró cuando terminaba de colocarse una camisa


blanca que le cubría lo suficiente. Al revisar la pantalla vio que era
Jasper quien la llamaba.

La conversación fue corta porque el chico estaba por entrar a clases, y


aun así fue suficiente para que le reclamara por no haber llegado hasta
su oficina a saludarlo o avisarle que iba, para él subir y poder verla.

—Desde que te casaste con ese… con él, casi no te veo y me haces falta.

—Tú también me haces falta, pero hoy estaba de afán. —Dudó un


momento en si decirle o no una pequeña parte de lo sucedido—.
Discutí con Edward y quise venir a reconciliarme con él.

—¿Qué te hizo? —preguntó bruscamente.


Bella suspiró.

—No me ha hecho nada. Solo son cosas de pareja y él estaba un poco…


resentido, así que quise venir. Ahora estamos en su apartamento de la
ciudad. Pasaremos la noche aquí.

—Más le vale que no te haga daño. Puedes ser su esposa, pero nunca dejarás
de ser mi princesa y siempre tendré derechos sobre ti.

Bella se alegró al escuchar a Jasper en su papel de hermano


sobreprotector, y esbozó una amplia sonrisa.

—Sí, papá Jasper. Siempre será así.

La plática duró unos segundos más y se despidieron, no sin que Bella


le deseara antes éxitos en sus afanes académicos.

Daban las diecinueve horas cuando Bella decidió salir de la habitación


e ir a preguntarle a Edward si deseaba comer algo. Ella aún no tenía
hambre pues el almuerzo tardío fue el suficiente para incluso servirle
de cena, pero si él deseaba algo se lo prepararía sin problemas. Luego
ya se encargaría de hablarle y meterlo en la cama, o al revés. El orden
no le importaba mucho.

Al abrir la puerta de la habitación dudó si salir vestida así o colocarse


de nuevo su ropa interior. Debajo de la camisa de Edward, la totalidad
de su piel desnuda ardía de expectación y no deseaba encontrarse con
Dacre en semejantes condiciones. Lo pensó por un momento pero el ir
sin ropa interior podría ser beneficioso para sus planes. Solo tenía que
tener cuidado.

Se encaminó por el pasillo hacia el área social. No conocía el


apartamento, solo la cocina y el espacio en el que se encontraba, así que
la ubicación del estudio de Edward era desconocida para ella. Al llegar
al salón comedor, miró hacia la sala, el pasillo por donde se habían
dirigido los demás, y la zona de la cocina. Giró hacia la derecha y
atisbó entonces un amplio pasillo oscuro, casi oculto en una curva y se
dirigió hacia allí.

Encontró una puerta que abrió con cuidado. Era el estudio, con un
escritorio a un costado, una sala de recibo en el centro con sillones en
cuero negro y las paredes laterales forradas de libros y enciclopedias.
La estancia se hallaba vacía y en penumbras.

¿Se habrá ido? ¿Me abandonó de nuevo?, se preguntó colocando una


mano en su pecho, donde le comenzaba a doler. En ese momento un
sonido llamó su atención. Era un sonido apagado que creyó identificar.
Parecían ser las notas disonantes de un piano.

Salió del estudio, cerró la puerta con cuidado y continuó caminando


por el corredor oscuro, al final divisó una puerta de doble ala. De ahí
llegaba el sonido.

¿Hay un niño en el apartamento?, pensó al darse cuenta de que quién


estuviera frente al teclado del piano no entonaba melodía alguna, sino
que jugaba con las diferentes notas, una tecla a la vez, al parecer en
orden, como si se tratase de un niño aburrido.

Sin poder aguantar más la curiosidad, abrió la puerta con cuidado. El


lugar era espacioso y se encontraba levemente iluminado. Las paredes
estaban adornadas por obras de arte que no reconoció, en las que se
mostraban escenas de barcos en altamar, cazas de animales y batallas
épicas. Parecían más del estilo de Guillemot Hall que de un piso de
lujo en medio de Londres.

El resto de la decoración, era casi del mismo estilo: uno austero y


antiguo, con escasos muebles de aspecto fuerte y rústico repartidos
alrededor del salón, dejando el centro libre para lo que Bella imaginó
podía ser un baile de alguna celebración íntima. Al fondo de la
habitación, se encontraba un gran piano de cola negro, y sentado junto
a él estaba Edward, sin corbata y con la camisa desabotonada en los
puños y en el pecho hasta la cintura. Su brazo izquierdo se hallaba
apoyado sobre el piano y sobre este su cabeza, mientras que con la otra
mano tocaba una a una las teclas con un solo dedo —las blancas
solamente—, y al llegar al final se regresaba por las negras.

No se había percatado aún de su presencia, y ella aprovechó para


observarlo. Parecía abatido, derrotado. De ese hombre que ella había
conocido y al que tanto había odiado, solo quedaban los despojos que
dejaron sus errores. Ella deseaba reparar sus heridas, hacerle entender
que aunque recordara el hecho, no lo hacía con rencor y que él también
debía hacer igual, perdonarse a sí mismo y permitirse recibir el amor
que ella tanto deseaba darle.

Cerró la puerta tras de sí y comenzó a caminar hacia él. Edward se


detuvo en seguida, levantó la cabeza y al mirarla, el deseo se reflejó en
su rostro. La recorrió con la vista de arriba abajo, deteniéndose por un
segundo en sus pechos y en su entrepierna a pocos centímetros del
borde de la camisa. Luego sacudió la cabeza y bajó la vista de nuevo a
las teclas.

—No sabía que tuvieras un piano —susurró Bella, deteniéndose unos


pasos antes de llegar a él—. ¿Sabes…?

Edward gesticuló negativamente una vez más antes de que ella


terminara de formular la pregunta.

—Tu querido tío Aro lo interpreta muy bien, y mi madre deseó


despertar en mí esa vena artística. Recibí clases desde niño con los
mejores profesores que el dinero podía pagar y cuando cumplí los
catorce años desistió por fin de la idea. Nunca me interesó y por eso
desperdicié el talento de mis tutores. Cuando me mudé aquí —a los
veintidós años— el Viejo me lo envió con una nota que decía: Para que
cada vez que lo veas, recuerdes lo inútil que eres; y cada vez que alguien lo
interprete para ti, te des cuenta de la belleza que eres incapaz de crear. Aro
Cullen, gran intérprete. —Rio amargamente y apretó un par de teclas
más antes de levantar la cabeza y mirarla a los ojos con tristeza—.
Ahora me arrepiento. Si supiera tocar el piano te compondría una
canción de súplica y amor. Serías mi musa, Isabella. Compondría
deliciosas melodías, solo para ti.

Bella contuvo el aire por unos segundos. Eran las palabras más
hermosas que había escuchado alguna vez y venían del único hombre
del que deseaba oírlas. No podía perder más tiempo. Lo necesitaba y lo
deseaba, pero sobre todo lo amaba y con eso le bastaba.

Llevó sus manos a los botones de la camisa que llevaba puesta y


comenzó a desabotonarlos rápidamente, cuando llegó a la cintura,
movió los hombros y la prenda se deslizó por su cuerpo, ayudada por
sus manos y cayó finalmente al suelo, dejándola completamente
desnuda ante él.

Los ojos de Edward parecían querer salirse de sus cuencas. Su mirada


se oscureció e inconscientemente se pasó la lengua por sus resecos
labios.

—Isabella… —Su voz sonó ronca por el deseo, pero haciendo uso de
todo su autocontrol, se inclinó para tratar de tomar la prenda
arremolinada a los pies de ella y colocársela de nuevo.

Al intuir sus intenciones, Bella sacó un pie de ella y con el otro la pateó
lejos para que él no la alcanzara, y enseguida enarcó una ceja,
retándolo a que se ideara otra forma de escapar.

Edward con un gruñido que tenía un atisbo de lujuria y frustración, se


puso de pie y rápidamente se sacó la camisa de sus pantalones, la
terminó de desabotonar, se la quitó y comenzó a inclinarse hacia su
esposa para cubrirla. Bella con la desesperación ya corriendo por su
cuerpo, se la arrancó de las manos, furiosa, la estrujó y la lanzó donde
se encontraba la suya; y antes de que pudiera hacer otra cosa para
detenerla, se lanzó sobre él, le rodeó el cuello con los brazos y atacó su
boca con un beso apasionado.

Fue tal la intensidad de su pasión, que Edward cayósentado de nuevo


sobre el banco de piano y Bella aprovechó para sentarse a horcajadas
sobre él, quedando con las piernas colgando a cada lado de sus
caderas.

Edward colocó las manos en la cintura femenina para apartarla pero la


fuerza que ejerció fue tan poca que Bella supo que su determinación
comenzaba a fallar. Deseando entonces tener más contacto con él, se
impulsó con los brazos y pegó sus caderas a las de él, apretando su
sexo contra la erección que pulsaba despiadadamente por escapar de
los pantalones. Los dos jadearon y eso le permitió a ella invadirle la
boca con su lengua en una danza frenética.

Lo deseaba, lo necesitaba tanto que solo quería saborear cada rincón de


su cuerpo y que él hiciera lo mismo con el de ella.

Enterró los dedos en su cabello y le haló hacia sí, logrando en respuesta


un gruñido fiero de su parte, y que comenzara por fin a corresponderle
el beso. Las manos de Edward perdieron el control y empezaron a
recorrerle la espalda y a apretarla más contra su cuerpo.

—Isabella —jadeó abandonando por un momento sus labios y


mirándola a los ojos turbados por el deseo—, si te vuelvo a besar no
voy a poder detenerme, así que…

Bella lo interrumpió con un beso profundo y lleno de necesidad.

—Si te atreves a detenerte —le advirtió Bella mirándolo también a sus


ojos—, seré yo la que pierda el control y te haga el amor te guste…

No la dejó terminar y la besó con la misma intensidad que ella le


manifestaba. Colocándole las manos en las nalgas, se puso de pie con
ella rodeándole las caderas con las piernas y sus brazos fuertemente
aferrados a su cuello. Caminó torpemente hacia la puerta y se detuvo
antes de abrirla.

—Dacre… —Logró decir entre besos pero Bella no le prestó atención—.


Nena…

—¡Qué! —exclamó exasperada, depositando un sinfín de besos en su


cuello.

—Pueden vernos —explicó Edward entre jadeos—. Dacre puede


estar… Te verá desnuda.

—Entonces hagámoslo aquí… en la alfombra.

Edward gruñó y le mordió suavemente el hombro. Abrió la puerta con


una mano y caminó por el pasillo a trompicones. Cuando llegó a la
curva que revelaba el área social, la bajó de sus brazos y la recostó
contra la pared, pero las intenciones de ella eran no separarse ni un
segundo de él, por lo que continuó acariciándolo y besándole el pecho.

—Déjame revisar… Tengo que mirar que no haya nadie… Tengo


que… ¡Isabella! —exclamó para detenerla, ocasionando solo que ella lo
mirara con coquetería, se mordiera el labio inferior y llenándose de
valor, alargara la mano y le apretara el gran bulto en su pantalón.

Edward dio un respingo y gruñó al sentir el latigazo de placer que le


recorrió el cuerpo. La miró con los ojos oscurecidos por la lujuria y el
deseo. Se abalanzó sobre ella quien lo recibió con los brazos abiertos. El
beso era embriagador, se saboreaban el uno al otro como dos
adolescentes ansiosos, mientras sus manos recorrían los cuerpos con
ávido interés. Edward movió sus caderas hacia adelante embistiendo
las de ella, haciéndola gemir fuertemente y obligándola a aferrarse más
a él, lo que le dificultó el volver a separarse.

—Dame un segundo, nena —pidió a regañadientes.


Antes de que ella pudiera reaccionar de nuevo se apartó y asomó la
cabeza por la curva, revisando que todo estuviese despejado, al
percatarse de ello, se giró y tomó a Bella en brazos, haciéndola gritar
por la sorpresa.

—¡Silencio! —ordenó entre risas—. Te llevaré cargada porque no


quiero que corras y te caigas.

Bella asintió con una tonta sonrisa en su rostro y comenzó a reír


cuando él se apresuró a ingresar al corredor que daba a su habitación.
Bella abrió la puerta y una vez dentro él la cerró con una patada,
caminó hasta la cama y la sentó cuidadosamente en ella, quedándose
de pie.

Bella lo observó y se maravilló de su belleza. Edward era un hombre


muy guapo, hermoso, delgado pero con los músculos bien marcados y
un rostro que arrancaba más de un suspiro. Ese hombre era suyo, su
esposo; y sin importar quién o quiénes estuvieron en su pasado, era el
destino que los dos se unieran y así permanecieran. Se habían esperado
el uno al otro mucho tiempo sin saberlo, y por fin había llegado el
momento de que los dos se reconocieran, se perdonaran y comenzaran
con una nueva vida, juntos.

Levantó una mano, la posó sobre el fuerte abdomen de su esposo y


comenzó a acariciarle el torso, sintiendo cada protuberancia de sus
músculos, excitándose y excitándolo a él en el proceso. Edward la
miraba fijamente, su respiración era pesada y su pecho subía y bajaba
agitadamente bajo la suave y sensual caricia. Bella también lo miraba.
Quería observar todas sus reacciones, ver cómo lo turbaba y al mismo
tiempo demostrarle que no había miedo en ella, sino deseo y placer.

Por un momento su mano tocó la pretina del pantalón y su brazo rozó


la erección bajo la cremallera. Edward jadeó suavemente y ella sintió
cómo su boca se resecaba. Lo había leído en libros y el tema había sido
ampliamente discutido en algunos de los cumpleaños de Ángela,
cuando sus amigas retozaban en las célebres e íntimas pijamadas, pero
nunca lo había practicado; incluso Edward fue el primer hombre que
ella vio desnudo y el deseo de poder saborear todo su cuerpo surgió de
nuevo, alentándola a hacer algo de lo que nunca se creyó capaz, pero
que en ese instante deseaba con todas sus fuerzas.

Sin dejar de mirarlo llevó sus manos al cinturón y lo desabrochó


torpemente, aumentando así su sonrojo. Esperaba que su torpeza no
hiciera que Edward se arrepintiera y terminara por rechazarla; mas sus
ojos parecían revelar una turbación que nada tenía que ver con desistir.

Abrió el botón del pantalón y bajó la cremallera lentamente para que


no se atorara. Sin poder evitarlo, deslizó la vista sobre todo aquel
sendero y se lamió los labios al tiempo que emitía un suave gemido al
divisar el abultado bóxer color negro. Colocó las manos en la cintura
del pantalón y comenzó a bajarlo hasta que yació en el suelo, alrededor
de los pies. Volvió a mirarlo a los ojos y olvidándose de sus
inseguridades, de su falta de experiencia, sacó la lengua y la pasó
lentamente por el paquete que se encontraba frente a ella.

Edward se estremeció y cerró los ojos por unos segundos, para volver a
abrirlos cuando ella emprendió el descenso de la prenda. El bóxer cayó
al suelo y el erecto miembro fue liberado. Bella se sentía fuerte,
arriesgada y sobre todo excitada, por lo que no dudó en tomar en su
mano el pene de su marido y saborearle la punta con la lengua. Un
fuerte gruñido salió de la garganta de él quien se apartó rápidamente
dejando a Bella desconcertada y se inclinó para tomarle el rostro entre
las manos.

—No tienes… que hacer esto, Isabella.

—¿No… No te gusta? —preguntó tragando fuertemente, temiendo lo


peor.
Él negó enfáticamente con la cabeza y le dio un beso corto pero
significativo.

—Me encanta siempre que seas tú —aseguró—. Solo no quiero que


sientas que debes hacerlo.

Bella sonrió aliviada al escuchar sus palabras y extendió su brazo para


tomar de nuevo el miembro de Edward, haciéndolo cerrar los ojos
mientras ella subía y bajaba la mano por toda su extensión. Eso era
todo lo que él necesitaba para dejarse hacer. Se irguió de nuevo y se
preparó para recibir la dulce caricia de la boca de su mujer, que no
demoró en llegar. Todo su cuerpo se tensó embargado por un intenso
placer. Bella lamía y chupaba la punta siguiendo más sus instintos que
lo leído en las novelas románticas y eróticas que habían pasado por sus
manos. Deseaba más, mucho más.

Inclinó la cabeza y sacó la lengua para enseguida pasarla por toda la


dura extensión, desde la base hasta la punta, donde la rodeó con los
labios y lo metió lo más que pudo en la boca, pero una arcada por la
invasión la hizo retirarse e intentarlo de nuevo no tan profundamente.
Sabía que con la práctica lograría llegar más lejos aún, y estaba más
que dispuesta a convertirse en una aplicada estudiante. No había
imaginado que podía sentir placer al dárselo a él y eso era justo lo que
estaba experimentando. Se encontraba húmeda y preparada para
recibirlo, y con cada lamida que daba y cada gemido que recibía de él,
una oleada de lujuria y delicioso goce la recorría.

Mientras tanto, Edward disfrutaba de las atenciones de su esposa. Por


momentos miraba hacia abajo y observaba cómo su miembro entraba y
salía de la boca de ella, encendiéndolo al máximo. Otras mujeres con
mucha más experiencia le habían hecho lo mismo, pero verla a ella, a la
mujer que amaba haciéndolo y sobre todo sentirlo a plenitud, era una
sensación totalmente nueva, enloqueciéndolo y llevándolo casi hasta el
límite. Decidió entonces que era momento de frenarla porque si no lo
hacía terminaría corriéndose en su boca, y ella aún no estaba
preparada para esa experiencia.

—Para, nena. Me estás matando. Te necesito ahora —reclamó Edward


con voz ronca mientras se retiraba.

—Pero…

Sin dejarla terminar, la tomó por los brazos y la acostó en la cama,


colocándose sobre ella. Sus cuerpos se tocaron por completo y ella
sintió ese peso tan anhelado que no le hacía daño sino que la
reconfortaba. Sus manos se convirtieron en espías de los cuerpos
amados y los labios reclamaban cada centímetro de piel que tenían a su
alcance. Era imposible reconocer cuál de los dos era el más necesitado
y Edward lo demostraba posicionándose entre las piernas de Bella,
mientras ella las abría para recibirlo gustosa.

Edward movió sus caderas y comenzó su cadenciosa entrada. Bella


arqueó la espalda y cerró los ojos emitiendo un fuerte gemido al
tiempo que su cuerpo se estremecía por el íntimo y anhelado contacto.
En ese instante ella recibió placer, pero Edward recibió algo muy
diferente.

Imágenes recientemente recordadas invadieron su mente y frenaron su


cuerpo. Bella, la mujer que tanto amaba se retorcía bajo él, pero no de
placer sino de angustia y dolor. Ella no deseaba lo mismo que él, lo
aborrecía y le suplicaba que se detuviera pero no lo hizo. Siguió con su
determinación de hacerla suya, cegándose a la verdad y solo viendo lo
que su mente y su corazón deseaban que fuese realidad. Recordó las
lágrimas corriendo por las sonrosadas mejillas y el sonido del llanto
agónico. Rememoró todo en su cabeza e instintivamente su cuerpo se
tensó.

—No… no, no, no. Dios, no —murmuró Edward sacudiendo la cabeza


y apartándose rápidamente.
Bella abrió los ojos confundida y vio el terror en los de su esposo, el
espanto que corrompía su hermoso rostro y sintió cómo su corazón se
resquebrajaba. Se apresuró entonces a detenerlo antes de que se bajara
de la cama y le tomó el rostro entre las manos.

—Edward, mírame —rogó tratando de no llorar porque sabía que eso


sería contraproducente—. Mírame, mi amor.

Pero él seguía sacudiendo la cabeza y tratando de alejarse obligándola


a tomarlo por los hombros y estremecerlo.

—¡Edward! Por favor, reacciona, mírame. Yo te amo, mírame —repitió


una y otra vez, pero él seguía perdido en sus oscuros y desgarradores
recuerdos. Y justo ahí una epifanía se instaló en su mente.

Edward era el hombre cuyo cuerpo tenía en frente, pero su alma


respondía a otro nombre y ese hecho ya lo había comprobado otras
veces. Esa misma alma estaba siendo atormentada en ese momento y
solo una palabra podría hacerlo reaccionar. Nada perdía con intentarlo
y era la única opción que tenía. Decidió tomar lo que podía por el
hombre que amaba.

—Kopján, mírame —dijo con determinación.

Como si un interruptor se hubiese apagado, Edward se detuvo al


instante y la miró por fin a los ojos con miles de emociones reflejándose
en ellos.

—Kopján, mi amor. Soy yo, tu mujer.

Los ojos de Edward se iluminaron con el reconocimiento de su igual.


Sus labios temblaron en una muda oración y su mano se levantó y le
acarició suavemente la mejilla. Bella sonrió con amor y dulzura y él le
devolvió el gesto de la misma forma.

—Erzsébet. Mi amada Erzsébet.


CAPÍTULO 35


Recuerdos llegan a mí,
de una vida que jamás creí vivir.
Te amaba entonces y te amo ahora,
y te amaré siempre no tengas duda.
Respuestas siguen llegando a mí,
pero no estoy segura de quererlas recibir.

L os ojos de Bella se encontraban fijos en los del hombre que tenía


en frente. La palabra que acababa de escuchar no era nueva para ella;
sin embargo, para su alma era el reconocimiento de una vida entera
hecha pedazos que pensaba reconstruir a su lado.

La brisa fresca comenzó a acariciar su piel y una sonrisa se extendía por su


rostro. Ya no se encontraba sentada en la cama sino en un suave pasto que
danzaba al ritmo del viento. Era solo una niña de diez años, pero sus
pensamientos ocultos distaban de ser infantiles. Ahí se encontraba el
muchacho que ella tanto deseaba abrazar, besar y atender. Soñaba cada noche
con que lo esperaba luego de una batalla, con poder lavarlo y vestirlo para la
gran celebración por la victoria y luego, en la soledad de su morada, dormir
abrazada a él, tal como hacían sus padres. Deseaba ser la progenitora de su
descendencia, más en su inocencia no llegaba a vislumbrar la forma de hacer
eso posible. Ella solo deseaba servirle y amarle, llevar sus colores y su nombre,
y ser proclamada ante todos como su mujer. Él pasó frente a ella y la miró
fijamente sin dejar de caminar; lo vio estremecerse y apartar la vista al
instante, mientras apretaba fuertemente los puños y su mandíbula se tensaba.
Al observar esas reacciones en él, la sonrisa desapareció de su rostro y una
lágrima corrió por su mejilla; era tan poco agraciada que él sentía repulsión
con tan solo verla.

Su madre le acariciaba el cabello, peinándolo con los dedos mientras ella


miraba por la ventana. Tenía trece años y su cuerpo comenzaba a cambiar,
abultándose en unas zonas y afinándose en otras. Su madre le decía que se
estaba convirtiendo en una hermosa jovencita y su hermano cada vez se
mostraba más protector con ella, al igual que su padre; pero para ella eso poco
importaba si el joven que ocupaba sus sueños y despertaba sus anhelos, seguía
mirándola de la misma forma, incluso parecía que la odiara. Varias veces lo
encontró mirándola fijamente, con todo su hermoso y varonil cuerpo en
tensión. Debía temerle, otras jóvenes lo hacían cuando estaban a su lado y
muchas le decían que se cuidara de él porque su mirada reflejaba algo muy
intenso, pero ella no podía hacerlo, jamás podría sentir miedo de ese hombre al
que comenzaba a desear de una forma nueva para ella, de ese muchacho de
dieciocho años que se había convertido en su obsesión. Recordó la vez que
tropezó con una piedra por estar soñando con ojos negros y piel bronceada
sobre músculos definidos; mas, antes de que pudiera darse cuenta de que se
encontraba en el suelo, unos fuertes brazos la rodearon por la cintura, la
alzaron y la apretaron contra un poderoso pecho masculino. Era él quién la
sostenía y la aferraba con una mano en la espalda. No debía permitir que la
tocara de esa forma, si alguien los veía podía terminar muy mal, pero ella no
deseaba abandonar sus brazos nunca más. Para su desgracia el desprecio de él
lo superó y la soltó, no sin que antes ella sintiera un duro y potente bulto
apretando contra su vientre. Sabía lo que eso era, su madre se lo había
explicado porque prefería mantenerla prevenida que inocente, así como
también le dijo que los hombres se excitaban con la batalla y él acababa de
entrenar porque su cuerpo se encontraba cubierto de sudor; su excitación se
debía a la lucha del entrenamiento y no a ella. Volvió a la realidad cuando su
madre le preguntó por qué sus mejillas se encontraban rojas. Ella no pudo
responderle, por lo que solo bajó la cabeza y su color se intensificó—. Es por él,
por Kopján, ¿no es así? —Se limitó a suspirar y esa fue toda la respuesta que
la mujer mayor necesitó.
Su corazón sangraba mientras era desgarrado al ver cómo Kopján y otra mujer
se unían para siempre. Una vez más comprobaba que no lo merecía cuando
una mujer de tan grandiosa belleza y cabello rubio lo hizo suyo en tan poco
tiempo. Ella se lo había dicho, la abordó varias veces y se burló de su dolor. No
entendía por qué lo hacía pues nunca fue rival y Kopján jamás se fijó en ella,
pero la rubia parecía no entender eso al asegurarle que era en vano que
siguiera soñando con él porque nunca le pertenecería, ella no lo permitiría.
Parecía celosa, mas la joven no podía entender el motivo.

Luego sintió la angustia de la pérdida total. Prefería verlo feliz al lado de otra
mujer que verlo muerto y eso era justo lo que veía en ese momento. Su vida
había acabado con la de él, todo el deseo de continuar se esfumó cuando una
flecha encontró su objetivo, y ella murió en vida junto a él.

Edward le acariciaba el rostro cuando volvió a la realidad. Esas escenas


que pasaron por su mente al escuchar el nombre pronunciado por su
esposo no podían ser otra cosa que la confirmación de que ya se
conocían en una vida anterior. Y ella lo reconoció. Pudo sentir esa
mirada penetrante y posesiva, tan característica de Edward, pudo
sentir esa sensación de placer infinito al estar en sus brazos, pero sobre
todo, aunque no era el cuerpo que conocía, al verlo sintió que por ese
hombre sería capaz de vivir por siempre en su compañía y de morir a
su lado si era necesario. Lo amaba sin duda alguna, en el pasado y en
el presente lo amaba con locura y así seguiría siendo en el futuro. Era
cierto que todavía la acosaban muchas dudas y estaba dispuesta a
averiguarlas, pero había algo de lo que estaba completamente segura:
lucharía por él contra viento y marea, porque no permitiría que se lo
quitaran de nuevo.

Sin pronunciar palabra alguna, Bella acortó la distancia entre los dos y
lo besó con toda la pasión reprimida. No estaba segura de sí era la
chica de trece años de una tribu perdida la que reclamaba al hombre
que amaba y que le fue arrebatado, o la mujer de diecinueve años,
casada y haciendo el amor con el que era su esposo. Solo sabía que lo
necesitaba y que si era ese joven guerrero, o el obsesivo empresario,
tampoco le importaba porque eran el mismo hombre habitando dos
cuerpos diferentes en dos épocas distantes. Ella lo amaba a él, su alma,
su esencia, y en ese momento, le demostraría que también amaba su
cuerpo.

Posándole una mano sobre la nuca lo haló hacia su cuerpo,


tumbándose en la cama de espalda con él encima. Edward gruñó al
sentir cómo su erección se presionaba contra el vientre de la chica e
intensificó el beso, haciéndola ahogar gemidos y jadeos. Bella estiraba
sus manos para poder acariciar todo su cuerpo y él se deleitaba al
explorar sus curvas, desde sus pechos hasta sus caderas.

En un momento en que Bella ya comenzaba a rogar por sentirlo dentro,


Edward se incorporó sobre sus rodillas y contempló su cuerpo
desnudo con total adoración. Estiró una mano y con la punta de los
dedos le acarició suavemente un pezón y luego el otro. Bella gimió y él
gruñó en respuesta al tiempo que tomaba uno entre sus dedos y lo
halaba, consiguiendo que ella arqueara la espalda y gimiera aún más
fuerte.

—Te he deseado tanto.

Fueron las únicas palabras que pronunció antes de volver a recostarse


sobre ella y comenzar de nuevo con los besos y caricias. Bella no tuvo
tiempo de analizar dichas palabras, pero algo le decía que no fue
Edward el que le habló.

Los masculinos labios recorrían su cuello y sus hombros. Besos


húmedos que la hacían estremecerse de placer y sentir cómo el fuego
de la pasión la recorría por dentro. La ansiosa boca llegó hasta los
pechos, cuyos pezones se encontraban erectos y él sin perder el tiempo,
realizó un círculo con la lengua alrededor del derecho para enseguida,
cerrar los labios sobre la rosada protuberancia y succionar fuertemente,
mientras que con la mano derecha estimulaba el pezón izquierdo. Una
ola de placer ardiente se formaba en su vientre cuando Edward
abandonó la doliente zona e inició un descenso lento y delicioso hasta
llegar al pequeño triángulo de rizos que sin pedirlo, se abrió ante él.

Bella levantó la cabeza para mirarlo. Tenía una ligera fascinación con
ver el cabello de Edward saliendo de entre sus piernas. Era una visión
que, combinada con la sensación de su lengua rozando su parte más
sensible, se convertía en una experiencia que deseaba repetir una y otra
vez.

Edward inhaló profundamente y un gruñido salió de su garganta. El


aroma de la excitación de la mujer que amaba lo embriagó y anhelando
saborearla íntimamente se empeñó en lamer y chupar toda la piel
rosada y sensible que sus labios encontraban. Bella se retorcía de placer
mientras movía sus caderas de forma instintiva, buscando el mayor
contacto posible. Lentamente un dolor gustoso en su vientre se
intensificó y el orgasmo asomó sobre las sensaciones que la
embargaban. Su cuerpo se estremeció al tiempo que Edward bebía el
elixir de su pasión.

Todavía respiraba agitadamente, tratando de recuperarse cuando


sintió cómo él se introducía en ella y la llenaba por completo. Sintió
miedo de perderlo de nuevo, de que se retirara y los horribles
recuerdos volvieran, pero eso no sucedió. Edward se recostó sobre ella
y comenzó a moverse contra sus caderas. La trataba con cuidado, con
devoción y ternura, pero sin perder la pasión y el deseo obsesivo que
tanto sentía por ella. El cálido aliento golpeaba contra su cuello y el
vello del fuerte pecho le acariciaba los senos, enloqueciéndola hasta el
límite.

Las embestidas de Edward se aceleraron al igual que el movimiento de


caderas de Bella, que las levantaba para profundizar más el íntimo
contacto. Los gruñidos se hicieron más fuertes, comenzando a sonar
amortiguados al ahogarse en la boca de ella cuando juntó sus labios y
la besó apasionadamente.
Bella sentía cómo el ardor placentero que se concentraba en su vientre
se hacía insoportable, hasta el punto de que no lo pudo contener más y
estalló en una oda de gemidos, gritos y un nombre mencionado, a la
que se unió Edward en éxtasis total.

Cuando sus cuerpos se relajaron y sus respiraciones se normalizaron,


Bella lo miró a los ojos, le sonrió y le acarició la mejilla, a lo que él
respondió girando la cabeza y besándole la palma con ternura.

—Edward —susurró para saber si lo tenía de vuelta y cuando él la


miró a los ojos supo que así era—, te amo. ¿Me crees?

Edward sonrió y se acercó para darle un pequeño beso en los labios.

—Sí. No lo merezco pero te creo… y me agrada hacerlo.

Bella sonrió y se acurrucó contra su pecho, quería preguntar si


recordaba lo que había dicho, pero en cambio algo más salió de sus
labios.

—Cáncer —susurró débilmente.

—¿Hmm?

—Mi padre. Él murió de cáncer. Le comenzó en el paladar y se


extendió por su garganta. Cuando murió, sus dientes habían sido
cubiertos completamente por una masa oscura… Cuando era niña me
gustaban sus dientes blancos y perfectos, por eso trataba de no comer
muchos dulces, para…

No le fue posible continuar porque un sollozo se atravesó en su


garganta.

El tiempo después de hacer el amor no era el mejor momento para


hablar de ese tipo de cosas, pero necesitaba decírselo para reafirmar su
promesa de amor. Puede que él no lo supiera, pero era un voto de
confianza de su parte.
—¡Oh, nena! —La apretó más contra su pecho y comenzó a acariciarle
la espalda para reconfortarla—. No es necesario que hables de eso, si
no quieres. Yo lo sé.

—¿Cuando investigaste todo sobre mi familia?

Él asintió, la besó en la frente manteniendo ahí sus labios. Ella sonrió


levemente. Ese era su Edward: manipulador, controlador y sin la más
mínima vergüenza al admitirlo.

—Nunca antes se lo he dicho a nadie. Ni siquiera a Jasper.

Sintió en la piel de su frente, la sonrisa de satisfacción que se extendía


por el rostro de su esposo. Solo él podía sentirse feliz en un momento
así.

Levantó las manos y se secó las lágrimas. Hacía tiempo que no lloraba
por su padre y no quería hacerlo más porque sabía que a él no le
gustaría ver a suprincesa en ese estado; sin embargo, quería que
Edward lo conociera y no lo que uno de sus hombres le pudiera
informar, sino lo que ella como hija le pudiera contar.

Comenzó tímidamente, hablando de sus gustos y aficiones, pues no


estaba segura de si a él le interesaba o no.

—Es tarde —comentó no sabiendo si debía continuar—. Debes estar


cansado y…

—Nunca estoy cansado para ti, Isabella. Y quiero que me cuentes todo
sobre tu padre; así para mañana, seré la persona que más sabe de tu
padre aparte de ti y tu madre.

Bella no pudo evitar soltar una risita. Solo él podía alejar la tristeza de
un suceso doloroso de su vida para reemplazarla por la alegría de los
momentos anteriormente vividos y los que faltaban por llegar.
—¿Entonces le gustaba la pesca? Me pregunto qué pensará ahora que
he pescado a su hija…

—¡Edward!

Le golpeó el pecho de forma juguetona. Así pasaron algunas horas


más, riendo, bromeando y conversando sobre la infancia de Bella y sus
recuerdos con el que ella consideraba el mejor padre del mundo.

El sábado llegó y Bella se encontraba sentada con Rosalie en el


saloncito. La mañana siguiente a la reconciliación Edward le prometió
que regresaría esa noche a Gillemot Hall y así lo cumplió. Aún la
miraba con algo de vergüenza y tristeza, y no le había hecho el amor
de una forma que no fuera delicada y romántica, pero ella sabía que él
necesitaba tiempo para superar la culpa y ella estaba dispuesta a
dárselo. También le preguntó sobre el nombre de Erzsébet y aunque
notó un brillo intenso en sus ojos, también fue obvio que no sabía de
qué le hablaba e incluso le comentó que era el nombre de la famosa
Condesa Sangrienta, y así era, pero dudaba mucho que fuera la
reencarnación de una mujer como esa; además, estaba claro que la
chica de sus visiones no era la condesa Bathory y solo era una
coincidencia pues Erzsébet era su propio nombre traducido al
húngaro.

—¿Será posible que…? —Dejó la pregunta inconclusa mientras su


mente divagaba sobre lo que acababa de relacionar sobre el nombre y
Hungría.

—¡Bella! No me estás escuchando.

Bella parpadeó varias veces en su dirección, y luego mordió su labio al


darse cuenta que no había escuchado ni una sola palabra de lo que
había dicho su amiga.
—Lo siento, es que… estaba pensando en Hungría.

—¿Sobre lo que te dijo Cassandra? —Bella asintió—. Creo que deberías


verla de nuevo.

—Sí. Necesito preguntarle muchas cosas. ¿Puedes hablarle para vernos


en la semana?

Rosalie asintió.

—Te aviso, pero ahora préstame atención —pidió la rubia haciendo un


puchero.

Bella entrecerró los ojos ante dicho gesto. Sabía que Rosalie viajaba a
Londres para verse con Emmett cuando Félix salía de la propiedad por
asuntos de trabajo o cuando le inventaba que estaría con ella todo el
día en la mansión; pero no sabía que sus gestos los adoptaría tan
rápido.

—Tengo un problema con Félix —continuó diciendo—: Esta tarde me


iba a encontrar con Emmett, pero si él viene, lo tendremos a él y a tu
esposo con los ojos encima.

Bella soltó una risita.

—No te rías que es verdad. Queremos estar… solos. —Se ruborizó


cuando Bella alzó una ceja, divertida—. No importa. El asunto es que
una de las chismosas ofrecidas que anda detrás de mi hermano, le dijo
que yo también salía cuando él lo hacía y no he podido convencerlo de
que vengo a hacerte compañía. Ahora no me cree ni porque le aseguré
que estaría contigo esta tarde y parte de la noche. Alegó que eras una
mujer casada y que seguramente estarías con tu esposo y que nada
tenía que venir a hacer acá. ¡Bella, ayúdame! Quiero ver a Emmett.

La chica suspiró, sopesando las posibilidades.

—Aquí la de las ideas es Heidi —afirmó Bella.


—¿La sutil de Heidi? No, gracias.

—Sé que no es la más prudente —concordó Bella mientras reía—, pero


si ella viene, puede convencer a tu hermano de que las tres tenemos
algún plan. Después de todo, Edward llega en la tarde porque están en
reuniones y tengo toda la tarde libre. Además, Félix no es el que decide
sobre cómo invierto mi tiempo.

Rosalie aceptó la propuesta y un par de horas después, Heidi arribó a


la propiedad.

—Edward me riñó y cuando le dije que podía pasarte algo estando sola
me envió en el helicóptero. —Rio fuertemente—. Es tan idiota.

—Es tu primo —le recordó Bella con una media sonrisa aprendida de el
idiota.

—Cierto, querida. Pero yo soy mujer. —Sonrió arrogantemente y le


guiñó un ojo.

Acordaron ir las tres a las plantaciones y hablar directamente con Félix,


por lo que pronto marchaban a bordo del carrito de golf, acompañadas
por uno de los jóvenes del servicio y seguidas como en caravana por
Lissa y Becca en otro. Cuando llegaron, lo encontraron junto a los
enormes bultos que apilaba el grupo de trabajadores en un pequeño
camión de carga.

—Señora Isabella, señorita Heidi. Buenas tardes —saludó el hombre


formalmente como era su costumbre.

Bella le sonrió y Heidi ronroneó un saludo que más parecía una


invitación, mientras Rosalie fruncía los labios ante ese sonido.

—Félix —intervino Bella al darse cuenta que quizás el dejar hablar a


Heidi no sería una buena idea—. Las tres vamos a pasar la noche en la
mansión. Edward regresa mañana de un viaje de último momento y no
quiero pasar la noche sola. Rosalie se quedaría a dormir y mañana
estaría de vuelta en casa.

Félix la miró por un momento, sin saber si podía o no desautorizar una


orden directa de la señora Cullen, dueña del suelo que pisaba, pero
una voz que lo hizo apretar la mandíbula y tensar todo su cuerpo,
interrumpió sus pensamientos.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Heidi señalando los bultos.

—Reservamos las semillas que se usarán en la próxima siembra —


respondió Félix con voz tensa y sin mirarla.

Heidi sonrió coquetamente y se le acercó caminando de puntillas para


no enterrar sus tacones en la tierra. A pesar del frío, él se encontraba
vestido con pantalón de jean y una camiseta gris que se pegaba a su
musculoso cuerpo cubierto por una fina capa de sudor. Extendió
entonces una mano y la posó sobre el masculino pecho, acortó la
distancia entre ellos y le acarició el brazo; mirándolo a los ojos le sonrió
coquetamente y le habló con voz sugerente:

—Por qué no dejas que tu hermana se vaya a la mansión con Bella, y


yo me quedo contigo a ayudarte a esparcir tu semilla.

La mandíbula de Bella casi se desencaja por la forma tan abrupta que


abrió la boca y Rosalie soltó un quejido de indignación, asco y
desesperación.

Félix gruñó levemente sin poder evitarlo y aferró a la chica por la


cintura. Por un par de segundos la retuvo contra su cuerpo, pero luego
la apartó y se alejó unos pasos con una expresión dura en sus ojos.

—Rosalie —llamó la atención de su hermana cuyo rostro se encontraba


enrojecido y su mirada perdida en los bultos que cargaban los demás
hombres—, te espero mañana antes del almuerzo. —Miró a Heidi
rápidamente y enseguida posó su vista en Bella—. Permiso, tengo
trabajo que hacer.

Dio media vuelta y se alejó caminando a paso firme. Heidi se lo quedó


mirando y suspiró profundamente.

—Bueno, será devolvernos —dijo con tono decepcionado.

—¡Por Dios, Heidi! ¿No se te ocurrió algo menos… bochornoso para


convencerlo de dejar en paz a Rose? —preguntó Bella aún sorprendida.

—¿Para que la dejara en paz? ¡Ja! —Se giró y observó a Félix que se
encontraba de espaldas impartiendo unas órdenes, ya lejos de ellas—.
Lo que yo quería era pasar la noche mordiendo ese culo delicioso y
saboreando ese enorme bulto que…

—¡Heidi! —exclamó Rosalie casi en un grito—. ¡Estás hablando de mi


hermano!

Heidi la miró arqueando una perfecta ceja.

—¿Y tú qué haces con el mío? ¿Ver películas de Disney? —Rodó los
ojos y caminó hacia el carrito de golf tratando de no caerse, pero sin
dejar de contonear sus caderas—. Vámonos de aquí. No me gustan las
fiestas en donde sirven manjares y no me dejan degustarlos.

Dos noches después, Edward besaba delicadamente la pequeña


barriguita de Bella, mientras ella jugaba con su cabello. Rosalie se había
ido con Heidi un par de horas después de que abandonaran las
plantaciones y llegado en la mañana del día siguiente para dirigirse a
su casa de inmediato.

—Rosalie se veía muy feliz —comentó Edward sin dejar de acariciar y


besar esa zona.
—Está muy enamorada. —Levantó la cabeza para mirarlo—. ¿Emmett
te ha dicho algo sobre ella?

—¿Te importa? —preguntó mirándola con el ceño fruncido.

—Sí, me importa. Es mi amiga de la que hablamos.

Edward torció la boca y continuó con su labor.

—No hablo con él sobre eso, pero por lo que he notado está loco por
ella y con eso me conformo.

Bella negó con la cabeza y reprimió un bufido. Edward se alegraba, no


por la pareja, sino porque su primo en definitiva no estaba interesado
en su esposa.

—Por qué no me haces el amor y dejamos a los tórtolos para después.

Edward levantó la cabeza y la miró a los ojos con una sonrisa en el


rostro.

—Me has leído el pensamiento, nena.

Bella sonrió ampliamente y se sintió plena cuando él se colocó sobre


ella y comenzó a besarla y acariciarla, para luego, adentrarse en ella.

El miércoles Bella recibió por fin un correo electrónico de Ángela. Ya


comenzaba a preocuparse por su silencio, pero en él la chica le
explicaba que se encontraba en una expedición en una pequeña
población y no tenía acceso a internet ni a ninguna red móvil. Pero que
una vez llegó y leyó el mensaje, investigó con uno de los tutores
húngaros.
"…Según me comentó él, es un nombre masculino. Es húngaro y data de la
época de los inicios de la cultura. Cree que lo ha visto en unos textos antiguos
pero para estar seguro investigará en estos días. Tienes unas ocurrencias…"

Le habló sobre lo feliz que se encontraba por la gran oportunidad que


se le presentó y que disfrutaba al máximo, tanto como le fuera posible.
Y que además tenía que comentarle algo pero que sería por teléfono.
Que la llamara el siguiente fin de semana para darle una respuesta
sobre lo que pudiera descubrir su tutor y se despidió con su típica
picardía.

—Húngaro antiguo —murmuró Bella.

La puerta se abrió y Katy asomó la cabeza. Se encontraba en el estudio


de Edward en las horas de la tarde. Tratando de entender tantas cosas
que en ese momento ocupaban su mente.

—Señora, el almuerzo estará listo en media hora. ¿Quiere que se lo


traiga aquí o lo tomará en algún otro lugar?

—En la cocina, con ustedes —informó con una sonrisa que la mujer le
devolvió antes de retirarse.

Necesitaba tratar de descubrir muchas respuestas que esperaba


Cassandra pudiera darle, pero su paciencia no estaba para esperar
hasta el viernes a la cita que tenían.

Esas imágenes habían sido muy vívidas para ella. Alguna vez, en
algún lugar que parecía ser Hungría, ella tuvo una vida, conoció a
Edward que se llamaba Kopján, y su nombre era Erzsébet. No sabe qué
aspecto tenía porque en las visiones no se vio a sí misma, pero no se
sentía muy diferente a como era en la actualidad y lo único que pudo
observar fue su piel blanca pero no pálida como la que ahora le
pertenecía.
Todo eso estaba claro, pero algo no encajaba. Cassandra había dicho
que sus almas se pertenecían desde una vida pasada, pero que algo los
había separado. Ese algo podía ser alguien, la rubia; sin embargo,
Edward nunca fue suyo como para perderlo. Al contrario, él parecía
aborrecerla, despreciarla, y por sus recuerdos o visiones, nunca llegó a
insinuarle romántico en absoluto. Edward podía amarla locamente,
pero Kopján la despreciaba. Despreciaba a Erzsébet, a ella misma, y ese
pensamiento hizo que su corazón se estrujara y doliera
desgarradoramente.

En ese momento deseó ser como Edward y no tener conciencia de


aquella vida. En él vivía un sentimiento cuyo origen salía a flote solo
en momentos de gran tensión y luego eran olvidados, pero en ella se
mantenían, acosándola, atormentándola con posibilidades que temía
sopesar.

Por fin se encontraban en el éxtasis de su matrimonio. Se amaban


mutuamente y lo aceptaban ya sin ningún reparo; esperaba además un
hijo de él y eso completaba el cuadro de una obra de arte perfecta, si no
fuera por las nubes negras que se elevaban sobre ella.

Sue, la tía de Jacob, una vez le había advertido que algo muy peligroso
la acechaba, y que no debió llegar nunca a Londres. Ese peligro era
Edward sin duda, solo que la mujer se había equivocado porque a
pesar de todo lo que él había hecho, a ella no le importaba volver a
pasar cada una de esas experiencias, con tal de tenerlo a su lado
porque lo amaba; y al pensar en su vida antes de conocerlo, esa se
encontraba vacía y necesitada.

Por otra parte, Cassandra le había dicho que tenía duras pruebas que
enfrentar en el futuro, pero ella pudo referirse a lo que vivió cuando le
hizo recordar a Edward lo sucedido en la noche de bodas, y las dudas
que en ese momento tenía sobre un pasado que la lógica se negaba a
aceptar. Dudas que de todas formas ella podría aclarar si era que en
realidad deseaba saber lo que Edward sentía por ella en la otra vida, o
que podía dejar pasar sin hondar en un tema que podía terminar
siendo o muy gratificante, o inmensamente doloroso. No porque eso
interfiriera en su relación actual con su esposo, sino porque ella
deseaba que Edward, Kopján, todo él sin importar el nombre, el físico
o la época, la amaran con la misma intensidad con la que ella los
amaba, o mejor dicho, lo amaba.
CAPÍTULO 36


Dudas ya no tengo,
al menos no de tu amor.
Mas una sombra aparece en nuestras vidas,
una nube negra que quiero retirar.
Sé que no te alejarás de mí
pero temo que alguien me quiera separar de ti.

L a mansión Gillemot era un lugar apacible y tranquilo por lo


general. El único movimiento que se registraba era el de los empleados
realizando sus labores cotidianas de forma silenciosa; sin embargo, el
lunes once de diciembre la historia era muy diferente. Andamios,
escaleras y hombres con overoles y cascos moviéndose de un lado a
otro siguiendo las órdenes de una mujer con voz de trueno llenaban los
espacios, tanto interiores como exteriores, de la gran edificación. La
decoración navideña estaba siendo colocada de forma tardía porque
tantas cosas habían pasado los días anteriores que nadie recordaba la
gran fecha que se acercaba; mas todo estaba tomando forma y el
espíritu de la navidad comenzaba a invadir los corazones de los
residentes.

Bella se mantenía apartada de todo el revuelo junto a los dos gatos. Se


encontraba en la zona de la piscina que era la única que por el
momento se libraba del caos decorativo. Naomi se encontraba acostada
junto a sus pies en la tumbona mientras Ron retozaba en el suelo a un
lado de ellas.
En sus muslos reposaba la computadora portátil que Edward le había
regalado varios meses atrás, y en una mesita, una bandeja con trocitos
de gran variedad de quesos, frutas y jamón que Katy preparó para ella.
Su barriga crecía al pasar las semanas y así mismo su apetito, lo que le
hacía pensar que el bulto de su abdomen no solo se debía al bebé que
esperaba. Agradecía que al menos su embarazo no fuera como los de
otras mujeres en que los vómitos y mareos dominaban la situación. Ella
simplemente percibía algunos leves movimientos, pero que podían
confundirse con el producto de su imaginación—.Eso no es malo, mi
niña. Solo indica que harás un buen embarazo. —Le había dicho Katy para
tranquilizarla a ella y a Edward que no deseaba verla enferma, pero
aun así se preocupaba por la falta de síntomas. Lo mismo le dijo la
ginecóloga, quién le aseguró que todo se encontraba en perfectas
condiciones y que debía calmarse, porque no era la primera mujer
embarazada del mundo, a lo que Edward le contestó que era su mujer
y por eso única en el mundo. La doctora miró a Bella, hizo una mueca
divertida con los labios y volvió a explicar la misma información,
ganándose una risita por parte de la chica.

Acababa de hablar con Ángela quién le contó que ya había iniciado


una relación con Ben, el chico de último año que se ofreció a ser su
tutor.

—Pero ese Ben, ¿es el mismo tutor que te ayudó con la información
que te pedí?

—¡No! El de la información es el tutor general, el profesor. Está bien feo,


déjame decirte. Ben, mi Ben, es mi tutor personal, en muchas cosas. —
terminó con voz insinuante.

—Y ahí vamos de nuevo.

—¡Oh, Bella! Si lo vieras —continuó Ángela, ignorándola—. Besa


delicioso y cuando me abraza es como si me trasportara a otra dimensión. El
otro día,accidentalmente claro está, lo vi en ropa interior y ¡Santos dioses de
los hombres comestibles! ¡Qué cuerpo! Y ni te cuento del bulto, se me secó la
boca de solo verlo…

—No quiero saber, en serio.

—…Estoy segura que el hombre es ateo. —Volvió a ignorarla.

—¿Por qué?

—¡Porque no está como Dios manda sino como se le da la gana!

Bella no pudo evitar soltar una fuerte carcajada. Las ocurrencias de su


amiga podían enloquecer a cualquiera y ella, aunque nunca se lo diría,
disfrutaba de ellas. La conversación continuó por una hora más, en la
que Ángela le relató cada pormenor sobre su recién iniciada relación
con Ben, y Bella, a grandes rasgos y sin los detalles escabrosos, le contó
que su relación con Edward se encontraba mejor que nunca.

—…En el correo que ten acabo de enviar está la información que logró
recaudar —dijo Ángela antes de despedirse—. No es mucho porque en
realidad el nombre es poco conocido y los datos que hay no son precisos, así
que no te ilusiones.

—No te preocupes —respondió Bella—. Estoy segura que cualquier


información me servirá para saciar mi curiosidad.

Se disponía a abrir el correo electrónico cuando escuchó unos ladridos


que añoraba desde hacía varias semanas. Sam y Leo aparecieron por la
entrada al área de la piscina, corriendo de forma tan acelerada y
juguetona que por pocos centímetros no terminaron cayendo al agua.
Detrás llegó Rosalie agitada por la carrera y riendo al verlos actuar tan
locamente, pero los juegos acabaron cuando los perros divisaron a su
gran temor y la gran rata gris que lo acompañaba. Frenaron de
inmediato y comenzaron a aullar y gimotear luego de esconderse tras
las faldas de la rubia.
—Ron, Naomi. ¡No! —gritó Bella apartando la computadora de sus
piernas al ver a los dos gatos ponerse en guardia y lanzarse sobre los
caninos—. ¡Ay, Dios! Lissa, corre… ¡Naomi, no!

La paz que reinaba en el lugar se esfumó por completo en medio de los


gemidos de dolor de los perros que eran atacados por los gatos. Rosalie
tomó a Ron y lo aferró a su pecho mientras el animal luchaba por
zafarse, pero Lissa no deseaba tocar a la gata que tanto miedo le daba y
esta seguía sobre Leo mientras Sam se lamía sus heridas apartado en
un rincón.

—¡Naomi, basta! ¡Suéltalo! —ordenó Bella llegando por fin donde ellos
y levantándola, horrorizándose al ver cómo una de las uñas de la gata
se enterraba en la piel del perro y la estiraba hasta que por fin se zafó—
. Lissa, llama a Becca. Ella debe tener algo para curarlos. ¡Mira cómo
los dejaron!

La chica obedeció al instante sin demorar mucho en su tarea, pues la


orden de Edward era que la enfermera se mantuviera cerca, al igual
que Lissa y Katy, quien ya se encontraba acariciando a los perros que
miraban con recelo a los gatos mientras se lamían entre ellos y
gimoteaban.

Bella se dirigió con Rosalie a una de las habitaciones del primer piso y
luego de acondicionarla para que los felinos estuviesen cómodos, los
regañaron por la actitud malvada que tomaron.

—¡Y piensen en lo que hicieron! —gritó Rosalie antes de cerrar la


puerta.

Al regresar a la piscina, las dos mujeres se sentaron cada una en una


tumbona y mientras Rose acariciaba a Leo y le daba toquesitos con una
gaza impregnada con un líquido que Becca le había dado, Bella hacía lo
mismo con Sam.

—Me alegra que los trajeras, Rose. Los extrañaba mucho.


—Me lo imaginé —comentó la rubia con una sonrisa—. Los encontré
husmeando en una madriguera y te los traje. Creo que estaban en la
casa de la señora Peterson.

Bella asintió en respuesta y continuó acariciando al perro que ya casi se


encontraba dormido entre sus piernas.

—¿Has hablado con Cassandra? —preguntó Bella tomando de nuevo


la computadora portátil y acomodándola para no molestar a Sam.

Rosalie asintió.

—Puede verte el miércoles antes de mediodía, lo haremos como la vez


pasada. ¿Tu amiga te ha respondido?

—Precisamente me disponía a leer el correo. Me dijo que no era mucho


pero estoy segura que de algo me servirá —giró y miró a su amiga,
sopesando si contarle o no sobre sus visiones. Decidiendo al final que
podía confiar en ella—. He tenido… sueños. No tanto sueños, sino
como escenas que me vienen a la mente. Y creo que ya sé cuál era mi
nombre en el pasado.

Rosalie asintió y luego de un momento suspiró.

—Es loco, cierto —susurró Bella abriendo el correo electrónico.

—Es extraño, diría yo. Siempre he creído en la reencarnación pero


jamás imaginé que pudiera ser así. —Sacudió la cabeza para aclarar sus
pensamientos—. Nunca pensé en conocer a alguien que lo pudiera
vivir de la forma en como tú lo haces. Eres consciente de ello e incluso
tu vida ahora está regida o… influenciada por esa otra vida. —miró
entonces a Bella y le sonrió de forma reconfortante—. Es extraño, pero
no loco.

—Gracias —respondió Bella sinceramente.


Leyó en voz alta primero el saludo de Ángela y en seguida el correo
que había sido reenviado directamente de la cuenta del tutor de la
chica.

"Kopján es un nombre húngaro masculino muy antiguo. Se remonta a los


inicios de la cultura cuando el Príncipe Almos conducía a los Magyar hacia lo
que ahora es Hungría. Existen algunos escritos antiguos que lo nombran como
hijo del jefe de una de las tribus, aunque en otros relatos el nombre varía
a Korcána quien el Príncipe Árpád, hijo de Almos, le otorgó el dominio de la
antigua ciudad del Rey Atila, hasta los asentamientos de Százhalom y Diód.
Dicho lugar recibió el nombre de su nuevo protector y aún existe en la
actualidad; sin embargo, hay leyendas que indican algo un poco diferente.

Existió un Kopján que murió siendo muy joven en una batalla y fue su
hermano mayor, llamado Korcán, quién tomó el mando de la tribu. Sobre el
joven guerrero no aparece mucha información ya que fue su hermano quien
gobernó, pero existen reportes de que estuvo casado poco tiempo con una
mujer llamada Sarolta. Esta pertenecía a la tribu de Töhötöm, otro de los jefes.
Existen contradicciones en sobre si era la hija de Töhötöm o no, ya que la hija
de un nieto de él se llamaba también Sarolta y fue Princesa Consorte de
Hungría, así que pudo ser nombrada así por su abuela, la esposa de Kopján, o
puede ser solo coincidencia que es lo más probable y ya te explicaré el porqué.

Hay una leyenda que dice que el joven Kopján estaba enamorado de una niña
de otra de las tribus, pero al ser ella tan joven él se mantenía apartado para
evitar la tentación de hacerle daño (y con daño me refiero a físicamente. Tú
me entiendes, Ángela). Pero una mujer apareció en su vida y lo hizo olvidarse
de lo que sentía por aquella niña. Su nombre era Sarolta. Algunos dicen que
ella lo hechizó con artes conocidas por algunas de las ancianas (brujería como
le decimos hoy día) porque aunque era el hijo menor, sabía que heredaría
tierras y ella deseaba ese poder porque el hermano mayor ya se encontraba
casado; otros dicen que la mujer fue muy astuta y lo envolvió en una red de
seducción de la que él, como hombre al fin (así de mala fama tenemos), no pudo
escapar; y otros dicen que se valió de las dos, el asunto es que él terminó
casándose con ella, al día siguiente partieron a la batalla y días después el
murió en ella. Todo indica que ella no tuvo hijos de él porque, aunque no lo
creas, en esa época las mujeres tenían métodos para evitar el embarazo y ella
los conocía muy bien. Luego de eso la madre de Kopján la culpó por la muerte
de su hijo y ganándose el repudio de todos, incluso de sus propios padres al
escuchar los relatos de los hombres sobre sus prácticas con ella, la mujer quedó
sola y sin que nadie le dirigiera siquiera una mirada de compasión. Después de
unos días desapareció junto a una caravana de nómadas que pasaba cerca de
esas tierras. Se fue con ellos para huir de su mayor crimen: la niña que tanto
había amado Kopján fue encontrada muerta, con un puñal atravesando su
corazón. Es por esto que te digo que no puede ser que esta Sarolta sea un
antepasado de la Princesa Sarolta de Hungría. Si tuvo descendencia esta jamás
llegó a ser noble.

Esto es todo lo que pude averiguar. Está basado en relatos de escritores


antiguos e historias contadas de generación en generación. Los ancianos dicen
que el alma de Kopján nunca podrá descansar hasta que no se reúna con el de
la niña que amó, pero que cuando eso suceda, habrá mucho sufrimiento.

Avisa a todos tus compañeros que mañana una vez que llegue, salimos de
nuevo, por favor.

PD: El nombre de la niña no lo pude encontrar"

Las dos mujeres quedaron en silencio. Rosalie sin saber qué decir y
Bella con un gran cúmulo de emociones abrumando su corazón y su
alma.

—El nombre de la niña era Erzsébet —dijo en un susurro más para sí


misma que para su acompañante.

Rosalie frunció el ceño sin entender.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó.

—Porque esa niña era yo —respondió con un nudo en la garganta y al


instante todo se volvió negro a su alrededor.

El pesado sopor en el que se hallaba empezó a disiparse producto del


bullicio que escuchaba a los lejos. Una voz hablaba desesperadamente,
pero no podía entender lo que decía.

—¿Cómo me puede decir que es normal? —decía la voz que pronto


reconoció como masculina—. ¡No despierta!… Tenemos que llevarla a
Londres. ¡Dacre!… Katy, busca a Dacre, hay que llevarla a Londres. ¡Dios!
Isabella, mi nena…

La voz de Edward sonaba angustiada y ella deseaba acabar con ese


sentimiento.

Abrió los ojos al fin y buscó con la mirada al hombre que tanto amaba.
Primero se fijó en su figura borrosa y para cuando él giró su cabeza
hacia ella, ya lo distinguía a la perfección.

—Edward —susurró con una sonrisa en los labios.

—¡Isabella! —exclamó Edward sentándose junto a ella y rodeándola


con los brazos para pegarla a su pecho—. Gracias a Dios. Mujer, me
has podido matar. ¿Te sientes bien? Creo que deberíamos ir a un
hospital en Londres para…

Bella lo silenció colocando los dedos en sus labios y acercó el rostro


para besarlo dulcemente. Acarició primero sus labios, embebiendo su
aliento y alentándola a recibir mucho más. El beso comenzó a tornarse
intenso cuando ella enterró los dedos en su cabello, al tiempo que él
deslizaba las manos por el femenino contorno hasta sus caderas. Su
cabeza dio vueltas producto del deseo que se formaba en su interior y
un gemido salió de sus labios al sentir una mano de él sobre su trasero.

Un carraspeo la hizo separarse bruscamente. Se sonrojó fuertemente al


percatarse que la habitación se encontraba llena de personas.
Edward se giró lentamente y las miró a todas con el ceño fruncido. Las
dos chicas del servicio y Lissa se estremecieron ante dicha mirada pero
Rosalie, Becca, Katy y Nani permanecieron imperturbables.

—Ya despertó.

Fue todo lo que tuvo que decir para que las tres jóvenes desaparecieran
al instante por la puerta que daba al vestíbulo, mientras que las demás
se retiraron con más calma. Rosalie fue la única que le lanzó una
mirada de odio antes de salir.

Cuando se giró de nuevo hacia Bella la encontró sonriéndole, pero en


sus ojos atisbó una nota de reprobación.

—No está bien que seas así con ellas. Las asustaste.

Edward la besó de nuevo y luego la miró a los ojos.

—Te quiero para mí solo, no es mi culpa que no lo entiendan a la


primera.

Bella soltó una risita y negó con la cabeza. Su esposo no tenía remedio.

—Lamento haberte asustado. No fue nada, solo cuestiones del


embarazo.

Él levantó la mano y le acarició la mejilla con devoción.

—Si algo llegara a sucederte yo… —Sacudió la cabeza tratando de


apartar el pensamiento—. Llegué y uno de los empleados me dijo que
te encontrabas en la piscina, al entrar vi que conversabas con Rosalie y
de pronto tus ojos se cerraron y tu cabeza calló hacia atrás. Pensé que
moriría. Casi me vuelvo loco y te traje aquí, a nuestra habitación, para
que Becca te atendiera. Estaba a punto de llevarte a Londres cuando
despertaste.
La chica se recostó de nuevo en la cama y abrió los brazos para
recibirlo. Él se acomodó de tal forma que solo su cabeza quedó
apoyada sobre el hombro. Temía presionar la barriga de su esposa.

—Estoy bien, en serio —aseguró Bella porque lo conocía perfectamente


y sabía que él aún temía por ella.

Edward asintió decidiendo creerle.

—Vi que Sam y Leo se encontraban contigo. ¿Qué sucedió con Ron y la
ra… Naomi?

Bella rodó los ojos y le haló un mechón de cabello.

—¡Lo siento! —exclamó Edward por el dolor.

—Los dejamos en una de las habitaciones del primer piso. Ahorita voy
a revisarlos. No quiero dejarlos tanto tiempo encerrados pero no sé qué
hacer con Sam y Leo.

—Déjalos que arreglen solos sus diferencias. Con suerte los perros se
comen a los gatos y nos libramos del problema.

Otro tirón de cabello y otra queja con una disculpa.

El día de la entrevista con Cassandra llegó y Bella ya se encontraba de


camino a la Casa de Rosalie acompañada de parte de La Comitiva Real y
de Heidi.

La mujer llegó a la mansión minutos antes de su salida y no tuvo otra


opción que explicarle todo el proceso que había tenido con Cassandra,
los descubrimientos que había hecho y su análisis sobre toda la
situación.
—¿Otra vez con lo de esa mujer? No puedes decirme que crees en ese
tipo de cosas. Reencarnaciones y vidas pasadas. Eso es ridículo, Bella.
Definitivamente el semen de Edward es rancio y seguro te lo tragaste y
te atrofió el cerebro.

—¡Heidi! —Bella frunció el ceño y rodó los ojos con gesto molesto—.
No son locuras, ahora estoy de afán y no puedo explicarte bien porque
voy a verme con esa señora, pero ya te explicaré.

—Primero que todo, no es que no crea en que sea posible, pero es como
con los extraterrestres, yo creo que existen, pero si me dices que uno te
folló anoche no te voy a creer; a menos que contemos a tu esposo como
uno, que de raro no tendría nada. Y segundo, no te voy a dejar ir sola.
Edward sabe que estoy aquí y si algo te pasa, mi hermoso cuerpo
terminará flotando boca abajo en el río, así que vamos. Quiero conocer
a esa mujer y escuchar lo que tiene que decir.

—Solo sé amable, por favor.

—Amable es mi segundo nombre, querida.

Bella suspiró resignada y se embarcaron en los carritos, Bella junto a


Heidi en uno y las demás en otro. Manejados por dos chicos.

En el corto trayecto Heidi no habló, por lo que Bella se ensimismó en


sus cavilaciones. Había leído el correo de Ángela varias veces y
pensado en cada palabra muchas más; sin embargo, una cosa la tenía
con una sonrisa tonta en el rostro, la comprensión de un hecho que
solo por su propia inseguridad no fue capaz de notar anteriormente:
Kopján la amó y deseó locamente en aquella vida, así como Edward lo
hacía en la actualidad.

Sonrió ampliamente. Tener el privilegio de ser consciente de una vida


anterior, y más aún de que en ella se encontró el hombre que tanto
amaba, lo consideraba como un milagro. Aunque si lo pensaba bien,
ese amor no nació meses antes, sino cuando ella era una niña en una
tierra inhóspita en una época antigua. Esa fue la primera vez que amó,
y lo que ahora vivía no era más que una segunda oportunidad que se
le presentaba; una nueva oportunidad de amar y dejarse amar por ese
hombre que podía llamar suyo.

Llegaron a la casa de Rosalie y tal como la vez anterior, Lissa, Katy y


Becca se quedaron en la sala de estar mientras ellas pasaban a la
habitación de la rubia.

—Noto una gran luminosidad en tu rostro —anunció Cassandra una


vez la vio entrar—. Brillas como si estuvieras cubierta de diminutos
diamantes. Veo que todo va bien con tu hombre.

Mi hombre.

La sonrisa de Bella se ensanchó aún más y los ojos le brillaron con un


enorme goce.

—Él me ama y yo lo amo.

—Lo sé. Desde mucho antes de que tuvieran conciencia.

—Entonces usted es Cassandra —intervino Heidi estudiando a la


mujer con la mirada.

—Así es —asintió la mujer sin que sus facciones se alteraran. La


analizó por unos segundos y sonrió de manera arrogante—. Y tú eres
quien quiere al hermano de Rosalie debajo de ti.

Heidi arqueó una ceja, sorprendida por el poder de adivinación que


tenía la mujer pues sabía que ni Rosalie ni Bella le comentarían algo
sobre ella. Sacudió entonces la cabeza logrando que su cabellera se
batiera en el aire de forma coqueta y habló por encima del hombro:

—No me importaría si fuera arriba —concluyó sentándose en la cama.


Rosalie hizo una mueca de asco, Bella rodó los ojos y Cassandra rio
para enseguida mirar a esta última.

—Cuéntame qué descubriste.

Bella se dispuso a narrar lo sucedido cuando le reveló a Edward sobre


la noche de bodas y todos los acontecimientos que siguieron a esos
días, así como el correo electrónico de Ángela y las conclusiones a las
que llegó, basándose en sus visiones.

—Cómo te lo he dicho, niña, yo no tengo todas las respuestas. A mi


mente llega información sobre las personas que veo y lo que está
sucediendo con ellas. Pero sí puedo ser tu guía y por lo que percibo
ahora mismo, tus aseveraciones son acertadas. ¡Eso sí! hay algo que la
alegría que te embarga te hizo pasar por alto. Esa mujer, Sarolta, te
odiaba tanto que llegó a asesinarte. Niña, los dos sentimientos más
grandes en el mundo son precisamente los opuestos: el amor y el odio.
Una persona que ama puede llegar a los extremos, lo mismo que
alguien que odia, y si el amor transciende fronteras de todo tipo, lo
mismo puede hacerlo el odio.

—Está diciendo que esa mujer también pudo haber reencarnado y su


odio hacia Bella o Erzsébet… —Rosalie sacudió la mano para restarle
importancia a dichas opciones y continuó—: seguir intacto en esta
vida.

La mujer asintió con gesto de gravedad y Bella frunció el ceño.

—No había pensado en eso —murmuró más para sí misma.

—Tiene lógica —comentó Rosalie.

—Pero —continuó Bella hablando más alto—, no se supone que esta


era nuestra oportunidad de ser felices, de empezar de cero y estar
juntos por fin.
—Dudo mucho que una violación sea empezar con pie derecho.

Bella fulminó a Rosalie con la mirada quién pasó sus dedos por los
labios para indicar que su boca estaba sellada.

—Esto es ridículo —dijo Heidi hablando por primera vez. Frunció los
labios y resopló—, aunque lo que dicen tiene mucho sentido. Se llama
libre albedrío.

La anciana asintió mientras las otras dos mujeres la miraron con


confusión.

Heidi bufó antes de hablar.

—Se supone que todos tenemos un destino, eso dicen, pero el camino a
ese destino es muy largo y tiene varias rutas para tomar. El libre
albedrío nos permite escoger cuál de todos esos caminos tomar para
llegar al destino que desconocemos. Pueda que ustedes estén
destinados en esta época a enmendar los errores del pasado, pero
piensa, Bella. En aquella vida también estaban destinados, y qué
sucedió, que el idiota ese se fue tras el culo de otra mujer y te dejó
botada. De raro no tendría nada que ahora… esa mujer…

Heidi guardó silencio y su expresión se tornó sombría.

—Esa mujer qué, Heidi —preguntó Bella con recelo y preocupación—.


¿Qué sabes tú?

La mujer negó con la cabeza luego de unos segundos y esbozó una


sonrisa tensa.

—No es nada, recordé algo, nada más.

—Heidi…

—Ya te dije que no es nada. Pero lo que si te puedo decir, es que


Edward es un imbécil, eso nadie lo pone en duda…
—Estoy de acuerdo.

—…Pero aunque pueda caer dos veces en el mismo error —continuó,


ignorando a Rosalie—, no lo hará de la misma forma y mucho menos
ahora que ya te tiene.

Bella sacudió la cabeza y se disponía a hablar cuando Cassandra la


interrumpió:

—Las acciones de tu marido en esta vida tienen una razón basados en


los errores del pasado —explicó dirigiéndose a Bella—. Antes, él no te
hizo suya porque eras una niña y no estaba seguro de cuáles eran tus
sentimientos; por eso cuando te encontró de nuevo, no le importó nada
y se aseguró de que fueras suya. Te chantajeó, te obligó a casarte con él
y luego abusó de ti. Todo lo que no se atrevió a hacer en el pasado, lo
hizo ahora porque estaba decidido a poseerte, a no dejarte escapar
nunca más. Eso, niña, es un indicio claro de que sí él cometió algún
error en esta vida, como tropezar con la misma mujer… —Cassandra
lanzó una mirada significativa a Heidi y volvió sus ojos a Bella—, ya
quedó en su pasado y te ve a ti como su futuro. No debes dudar de su
amor, ni de que te vaya a faltar más adelante, él no caerá dos veces. Al
menos no de la misma forma. No te va a dejar.

—Perfecto. —Rosalie se levantó de la cama y levantó las manos para


detener a las que tuvieran intención de hablar—. Edward no va a dejar
a Bella por otra mujer, eso lo tenemos claro. Pero, ¿qué hay de la
mujer? Ella igual puede aparecer y… qué sé yo… amargarles la vida.

—¿Tú qué opinas, Heidi? —preguntó Cassandra con voz grave—. Eres
quién mejor lo conoce.

La joven levantó la cabeza y la miró a los ojos con expresión de duda y


un toque de temor. Luego apretó los dientes y su expresión cambió a
una de total seguridad.
—Edward ama a Bella y nada ni nadie hará que eso cambie. No va a
permitir que nadie la aparte de su lado así tenga que llegar a los
extremos.

Cassandra asintió satisfecha con la respuesta.

—Me parece bien —dijo—. Y siempre tendrá tu apoyo para conseguir


lo que desea, así ha sido siempre. Lo amas demasiado, ¿o me
equivoco?

—No, no lo hace —confirmó Heidi mirándola fijamente—. Lo amo y


haría cualquier cosa por él.

La anciana sonrió tiernamente y se acomodó en su asiento al tiempo


que suspiraba, complacida.

—¡Ah! No hay amor más hermoso, puro y eterno que el que procede
de una madre.
KOPJÁN

L a oscuridad arropaba las montañas como las pieles a los hombres


en sus lechos. La gran bóveda se encontraba decorada con miles de
almas que vigilaban a sus amados seres desde lo alto y las bestias
comenzaban su vigilia como guardianes de la noche. Era la hora
perfecta para los que amaban, pero a su vez la más dolorosa si también
se añoraba.

Kopján se encontraba recostado en una enorme roca que sobresalía de


la tierra muy cerca de la donde dormía plácidamente su condena. Era
una rutina establecida desde el día en que descubrió que se había
convertido en lo que él consideraba un monstro. Pensaba en ello con
reprobación, pero en momentos como el que estaba a punto de
suceder, para él se convertía en un regalo de los dioses.

La penumbra que se divisaba en la ventana que tanto vigilaba fue


ahuyentada por la débil llama de una vela. Sonrió. Era el momento que
tanto anhelaba, por el que se sentaba ahí cada noche, y tal como
esperaba, su paciencia se vio recompensada. Una delicada sombra se
interpuso entre la luz y la ventana; un segundo después, apareció el
objeto de su obsesión.

La niña asomó la cabeza, apoyó sus delicados brazos en el borde y se


dispuso a contemplar las estrellas. Kopján se acomodó tras los arbustos
que cada noche lo ocultaban de la vista de jovencita, y se dedicó a
observarla a su antojo.

Tenía los cabellos del color de la tierra cuando era bañada por la lluvia,
con algunos reflejos rojizos que hacían creer que el fuego del infierno
se abría paso hacia la superficie. Su piel parecía pétalos de rosas
blancas y su delicado rostro era angular, de pómulos altos y ojos
levemente rasgados. Parecía enviada por la divinidad, pero para él era
el castigo a los pecados que aún no había cometido.

Kopján admiró cómo la luz de la luna realzaba las formas de su rostro


y la hacía parecer mayor de lo que en realidad era, o quizás solo se
trataba de su anhelo más profundo siendo materializado por su
imaginación.

En su cultura no era extraño ver uniones entre hombre mayores y


jovencitas que podían ser las hijas de sus hijos, mas su caso no se
igualaba. A pesar de que la diferencia era mucho menor entre los dos,
ella era solo una niña, y para poder tenerla como deseaba debía esperar
al menos un par de años. Dudaba que su paciencia, y sobre todo su
deseo, soportaran tanto tiempo.

Se sentía un enfermo por mirarla y espiarla de esa forma. Aunque ya


no se trataba de la niñita de hacía unos años, aun así consideraba una
aberración pensar en ella de esa manera; pero él no podía evitarlo, y
por eso era la mayor cercanía que se permitía, protegiéndola de él
mismo, que era su mayor peligro.

Por las noches cuando el sueño se negaba a llegar a él, planeaba la


forma de poder poseerla. Sabía que tendría que convencer a su padre y
al de ella, que no se negaría por ser él el hijo del jefe de la tribu. Solo
bastaba con esperar un par de años más y así nadie podría
interponerse en su camino, ni siquiera quien hacía acto de presencia en
ese momento.

Una sombra alta y delgada apareció por el lado Este de la pequeña


choza y se dirigió hacia la ventana donde su niña se encontraba.
Kopján se quedó completamente inmóvil para no ser descubierto,
aunque no le molestaría reubicar la boca de ese hombre con uno de sus
fuertes puños. Si no lo hacía, era porque no quería asustar a su amada,
como ya había sucedido con anterioridad.
La sombra tomó forma y la alta figura del hermano de la muchacha
apareció, sorprendiéndola.

—¿Por qué sigues despierta? —preguntó el muchacho con el ceño


fruncido.

La niña jadeó por la sorpresa y, al reconocerlo, la delicada piel de su


rostro dejó ver la sangre que se aglomeraba bajo ella.

—No tengo sueño —respondió apenada con una voz tan delicada y
hermosa que Kopján sintió como todo su cuerpo vibraba ante aquel
sonido angelical.

—No estarás pensando en él, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza frenéticamente y su rostro se tornó aún más


rojo.

—Eso espero —continuó al ver su respuesta—. Eres solo una niña y no


voy a permitir que te tenga tan pronto.

—¡Ya no soy una niña! —refutó ella frunciendo los labios—. Ya podría
estar prometida.

—¡No! —El grito no sobresaltó a la jovencita que ya estaba


acostumbrada a esas reacciones—. Eres una niña porque yo lo digo y
punto. No te comprometerás hasta que seas mayor y si puedo
conseguirlo, no será con él. No me gusta.

La jovencita giró la cabeza bruscamente para que él no notara las


lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos; sin embargo, falló en el
intento cuando los rayos de la luna las hicieron brillar en sus mejillas.
El muchacho suspiró.

—Solo quiero lo mejor para ti —afirmó con un tono de voz más


suave—. Ya verás que cuando llegue el momento yo mismo encontraré
un marido para ti con el que te sientas a gusto. Alguien que no te mire
como si fueras una presa de carne.

Las últimas palabras la hicieron estremecerse y cerrar los ojos por un


momento. Una leve sonrisa asomó en sus labios pero su hermano solo
logró percatarse de las dos primeras reacciones.

—No tienes nada que temer, yo te protegeré hasta el día en que padre
te entregue a un hombre bueno que te mantenga segura. Te doy mi
palabra.

Ella asintió para cerrar el tema y desapareció por la ventana, luego de


un instante la oscuridad reinó de nuevo dentro y el muchacho, después
de lanzar una última mirada a los alrededores, se retiró también.

Kopján había permanecido completamente inmóvil, escuchando cada


palabra, sufriéndolas en lo más profundo de su corazón y de su alma.
No pudo pasar por alto la obvia mención de un rival, alguien a
quien su niña deseaba y por quien incluso lloraba y se enfrentaba al
hermano que tanto quería.

Apretó fuertemente los dientes y se devanó los sesos tratando de


adivinar cuál podía ser ese hombre que aparecía para interponerse
entre él y el objeto de su locura. Ninguna imagen pudo llegar a su
mente. Cuando no estaba entrenando o realizando alguna actividad
con su padre y su hermano mayor, dedicaba su tiempo a observarla
desde lejos. Sabía cada movimiento que daba, cada ida y venia, y
nunca la había visto apegada a ninguno de los guerreros.

Recordaba que ella siempre se acercaba a ver los entrenamientos, e


imaginaba que lo hacía por su hermano al cuál admiraba
profundamente, pero por la conversación que acababa de escuchar se
dio cuenta que podía estar equivocado en cuanto a la razón. En ese
grupo de hombres debía estar por el que ella pasaba las noches
suspirando a la luna, y aunque no lo conocía, ya lo aborrecía con todas
sus fuerzas. No podía permitir por ningún motivo que le arrebataran a
la niña que él quería convertir en su mujer, necesitaba apresurarse a
tenerla, asegurarse que sería suya así fuera en un futuro.

Sabía que el hermano era un gran obstáculo. Aún recordaba el


enfrentamiento que tuvieron hacía mucho tiempo cuando el muchacho
se enteró de sus intenciones para con su hermana por comentarios de
los otros jóvenes. Los dos terminaron muy mal, físicamente hablando,
y la niña se había enterado, pero la razón que su hermano le dio en su
afán de ocultar la verdad, distaba mucho de la realidad. Era un gran
obstáculo, era cierto, pero él era Kopján, hijo de Kond, y no existía
impedimento que lo pudiera detener para alcanzar uno de sus dos
mayores objetivos.

Impulsado a no perder más tiempo y arriesgarse a perderla por


completo, decidió que una vez amaneciera hablaría con su padre para
que ese mismo día se arreglara el compromiso. En un tiempo se casaría
con ella, y por fin la podría tener como deseaba. Nunca había estado
con una mujer, ninguna despertaba su cuerpo como ella desde hacía
años, cuando solo era una pequeña sin las llamativas formas femeninas
que ya comenzaban a adornar su bello cuerpo, cuerpo que pronto
tendría desnudo en su lecho, dispuesto a enseñarle el placer de la
pasión y a recibirlo de él a su vez.

—Para cuando el sol vuelva a estar en lo más alto del cielo te aseguraré
para mí, Erzsébet —afirmó mirando fijamente la oscuridad de la
ventana como si su amada pudiera escucharlo a través de su alma—.
Serás mía para siempre.

Dio media vuelta y se alejó, decidiendo caminar un rato porque sabía


que el sueño no podría conciliarlo por la gran emoción que lo
albergaba. Luego de un rato, escuchó el sonido de tambores y una luz
que se filtraba por entre los árboles y matorrales. Eran las mujeres de la
tribu que se reunían para hacer ofrendas a la luna. Todas se
encontraban ahí menos su niña. Por alguna razón que desconocía ella
prefería quedarse honrando a la luna a su manera, suspirando por lo
que ahora él sabía, era un hombre.

No debía presenciar lo que sucedía en el claro que se hallaba más


adelante, pero la música hipnotizante lo llamaba y no pudo hacer más
que avanzar y, sigilosamente, observar lo qué sucedía.

Así inició esta historia. En ese momento comenzó su final en aquél


tiempo, pero no su final en el tiempo.
CAPÍTULO 37


Madres y hermanos regresan,
en otros cuerpos pero con las mismas almas.
La vida toma de nuevo su rumbo,
y el cielo se ve despejado por fin.
Solo queda planearla con alegría,
y disfrutar de ella día a día.

E l silencio reinó en la habitación. Rosalie y Bella pasaban la mirada


de la anciana a Heidi mientras ellas dos se observaban fijamente, la
primera con una sonrisa en el rostro y la segunda con expresión
completamente seria. Unos cuantos segundos pasaron antes de que
una fuerte carcajada resonara en la recámara.

—¡Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida! —afirmó Heidi


con una mano en el pecho, riendo a mandíbula batiente—. Yo, hermosa
y perfecta, madre del idiota y feo de mi primo. Lo siento pero mis hijos
serán como yo, no mis contrarios.

—El alma no tiene nada que ver con el cuerpo, muchacha —explicó la
Cassandra—, y no es necesario tener mis dones para darse cuenta que
tu vínculo con él es tan fuerte como el que solo una madre puede tener
con su hijo.

—Eres mi suegra —balbuceó Bella con una sonrisa bailando en su


rostro.

—¡Cállate, Bella! —ordenó Heidi bufando—. Esto no tiene sentido. —


Miró entonces a Cassandra—. Usted no puede saberlo.
—Dime algo, ¿crees en la reencarnación? —preguntó la anciana que
aún no había apartado la vista del hermoso rostro de la mujer.

—Sí, claro que creo, pero…

—Es como aquel que se afana de pertenecer a una religión e incluso


menosprecia a otros por no hacer lo mismo, pero nunca va a la iglesia.
—La anciana chasqueó la lengua y negó con la cabeza—. El alma de
este joven quedó con un asunto pendiente en su pasado, algo que
debía concluir y según lo que sabemos hasta el momento era algo muy
importante. —Miró a Bella y le sonrió tiernamente, haciéndola
sonrojar—. Cuando nuestras almas quedan con asuntos pendientes, no
somos enviados solos a nuestra nueva vida. Alguien que nos amó
mucho y con el cuál teníamos una gran conexión espiritual, nos
acompañará para continuar protegiéndonos. Kopján como dice Bella
que se llamaba Edward, fue enviado con la mujer que lo amó más que
a su propia vida, que estaba dispuesta a cualquier cosa por evitarle
sufrimientos, pero que falló en su misión, o al menos eso consideraba
al saberlo muerto; y en esta vida, no solo está para continuar con esa
tarea, sino también para que su alma pueda estar en paz consigo
misma por no salvar a ese ser amado. Esa mujer era su madre. Esa
mujer eres tú, Heidi. Acaso no has sentido toda tu vida que tu primo y
tú han compartido un vínculo mucho mayor que el de dicho
parentesco. No sé cómo eran de niños, pero puedo apostar que tú eras
su sombra a pesar de que, si no estoy mal, eres menor que él; que
preferías estar con él que con otras niñas de tu edad, y a él le pasaba lo
mismo. Siempre han sido uno solo. A donde uno mira, el otro también;
si uno es feliz, el otro disfruta el momento; y si uno sufre, el otro se
desgarrará en llanto. Y más que esa cercanía, puedo decirte que toda tu
vida has deseado protegerlo, incluso cuando eras una niña indefensa lo
mirabas y lo veías como alguien vulnerable que necesitaba de tu
cuidado y supervisión. —La mujer guardó silencio por unos segundos
y su ceño se frunció—. Tanto es así, que solo tú conoces los secretos
más oscuros de su corazón, y estarías dispuesta a pagar por ellos, a
pesar de que no te pertenecen. —Se enderezó en su asiento. Sus ojos se
tornaron intensos y su mirada revelaba que estaba completamente
segura de sus afirmaciones—. ¿Algo de lo que he dicho te suena
familiar?

Por primera vez en toda su vida, Heidi se había quedado sin palabras.
La mujer segura de sí misma, que no le temía a nadie y que estaba tan
acostumbrada a dar órdenes como a respirar, le había llegado el
momento en que alguien la tomó con la guardia baja.

Su rostro mostraba un sinfín de emociones que la embargaban


mientras su boca se encontraba levemente abierta, intentando
pronunciar frases que no llegaban. Su tez se tornó roja hasta el escote,
el pecho le subía y bajaba agitadamente, la mandíbula empezó a
temblarle y una lágrima rodó por su mejilla. Bajó entones la cabeza y se
quedó en silencio.

—Heidi —susurró Bella con voz cauta.

La joven negó con la cabeza y se levantó de la cama.

—Rosalie —dijo sin mirarla—, necesito estar sola.

La rubia asintió, se dirigió a la puerta y la abrió para ella.

—La siguiente habitación es la de Félix. No vendrá hasta tarde así que


no hay problema.

Heidi asintió y se dirigió hacia el lugar señalado. Por algunos minutos


después de que Rosalie cerrara la puerta de nuevo nadie dijo nada,
hasta que ella misma rompió el silencio abruptamente.

—Si Edward fue enviado con Heidi, que era su madre, Bella con
quién…

—Con Jasper —respondió Bella con firmeza sin sorprenderse en lo más


mínimo por su propias palabras.
—¿Quién es Jasper, niña? —preguntó Cassandra.

Bella la miró y en sus ojos comenzaron a asomar las lágrimas.

—Es mi… —Iba a decir "Mejor amigo" pero imágenes de los momentos
que había pasado al lado del chico llegaron a su mente y la silenciaron:
los momentos tristes y los felices, las risas y las lágrimas, las bromas,
los abrazos, las palabras de cariño y aliento, el incondicional apoyo y
los sentimientos que sentían el uno por el otro. Recordó también las
visiones que había tenido sobre su anterior vida y aunque en ellas no
vislumbró a ningún hombre aparte de Kopján, sabía que tenía un
hermano celoso que no gustaba mucho del muchacho que ella amaba.
Una risita escapó de sus labios y sacudió la cabeza con diversión. No
estaba sorprendida. Siempre supo que tal como Heidi y Edward, ellos
dos compartían un vínculo muy fuerte que le hacía sentir que lo
conocía de toda la vida. Levantó la mirada y aseguró con voz firme—:
Mi hermano. Jasper es mi hermano.

Cassandra asintió y sonrió.

—Ya vas entendiendo, niña. Así es mejor para ti.

—¿Sabes qué le pasó a Heidi? —preguntó Edward mientras le quitaba


a Bella la blusa. Era un ritual que tenía todas las noches, no había
lujuria en el acto, solo ternura y cariño. La desvestía por completo y le
colocaba la pijama, para luego de conversar sobre los sucesos del día,
dejarla desnuda de nuevo hasta la mañana siguiente.

—¿Por qué lo dices? —preguntó la chica con recelo levantando los


brazos.

Luego de que abandonaron la casa de Rosalie, Heidi no pronunció


palabra alguna. Bella intentó hacerla hablar manifestándole su
preocupación por su estado pero ella solo respondía con una sacudida
de cabeza y una media sonrisa que apenas llegaba a mueca.
Comprendió que lo mejor era no molestarla más, necesitaba pensar y,
más que todo, asimilar tan gran descubrimiento; por lo que decidió
dejarla en paz. Una vez llegaron a la mansión la mujer se despidió
rápidamente y se fue sin más demora. En definitiva quería estar sola.

—Cuando llegó a la oficina, luego de pasar la mañana contigo, se


mostró muy extraña.

—¿En qué sentido?

—Sabes que yo la quiero y ella a mí, pero no es una mujer que se


caracterice por ser cariñosa y eso es lo que más me desconcertó. Entró a
mi oficina, agitada, corrió hacia mí, me abrazó fuertemente y cuando se
separó estaba llorando. Te juro que casi muero pensando que algo
malo le había sucedido, pero entonces me sonrió, me besó toda la cara
como si tuviera años que no me viera y por ultimo me dijo que me
amaba con toda su alma.

—¿Y qué hiciste?

—Le dije que yo también —respondió encogiéndose de hombros, como


indicando lo obvio.

Bella sonrió abiertamente y lo abrazó por la cintura, apoyando el rostro


en su abdomen.

—Ella está perfectamente. Creo que nunca ha estado mejor.

—Eso espero. Aunque me gusta la Heidi tierna, prefiero a la caprichosa


y malcriada. Esa al menos no me llena el rostro de babas.

Bella rio fuertemente y Edward la secundó.

Ella también se había emocionado con el descubrimiento y no perdió


tiempo en llamar a Jasper para decirle que lo amaba.
—Yo también te amo, princesa. ¿Estás bien? ¿El imbécil ese te hizo algo?

Bella había soltado una risita y sacudido la cabeza.

—No, solo quería decírtelo.

El chico se había tranquilizado al escucharla reír y luego de conversar


un rato, se despidieron. El muchacho también deseaba protegerla en
aquella vida y había fallado, por eso se comportaba con ella de esa
manera en el presente, no queriendo perderla de nuevo.

Edward la vistió con una bata larga de seda, color blanco perla con
encaje en el extremo del escote, y se acostó a su lado, completamente
desnudo.

—Nena, quiero proponerte algo —anunció mientras jugueteaba con el


encaje del escote de la bata que ya dejaba ver el inicio de uno de sus
pezones. Sabía que esta no duraría mucho tiempo cubriendo su cuerpo.

Bella le rodeó los hombros con un brazo, haciéndolo apoyar la cabeza


arriba de su pecho.

—Me preocupa cuando tomas decisiones arbitrarias, pero más me


asustas cuando me preguntas.

Edward levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿No confías en mí? —preguntó con el ceño fruncido.

La chica frunció los labios y movió la cabeza de un lado al otro como


sopesando la respuesta.

—No mucho, pero te escucho.

Él se la quedó mirando por unos segundos, por lo que ella entendió


que se había tomado su respuesta de forma literal. Estaba dolido.
Agachó entonces la cabeza y lo besó en la frente para alejar sus miedos.
—Era broma, confío plenamente en ti.

—No deberías —afirmó en tono serio y recostó de nuevo la cabeza—.


Te he hecho cosas horribles, he amenazado a tu familia y lo peor de
todo es que no me importaría cumplir mis amenazas si en algún
momento decides que te has cansado de mí. Soy peligroso para ti y los
que amas, Isabella. No deberías confiar en mí.

Bella suspiró y deslizándose en la cama, quedó al mismo nivel de él. Le


tomó el rostro entre las manos y lo hizo mirarla a los ojos.

—Tú estás en ese grupo de personas que amo, y tus amenazas no me


asustan ya en lo más mínimo ya que si algún día te llego a dejar, será
porque he muerto.

Edward se estremeció ante la mención de la última palabra, cerró los


ojos fuertemente y gimió con angustia.

—No vuelvas a decir eso. Yo moriré primero, así debe ser.

—Eso no lo sabemos —afirmó la chica acariciándole la mejilla—. Lo


único de lo que estoy segura es de que te amo, y que jamás me alejaré
de ti. No podría.

Edward la contempló por un rato, como si tratara de buscar atisbos de


engaño o miedo en su expresión, pero solo encontró el amor que ella
sentía por él.

—Eres mía —afirmó de forma posesiva.

—Sí, lo soy. Solo tuya. Lo sabes.

Juntó sus labios a los de él y lo besó apasionadamente. Lo deseaba, lo


amaba y quería demostrárselo, así como él lo hacía cada vez que podía.

Edward la abrazó por la cintura, la acercó a su cuerpo con delicadeza y


bajó la mano, pasando por las nalgas y luego los muslos para comenzar
a subirle la bata de seda que le acarició la piel, sensibilizándola al
punto de que un estremecimiento la recorrió y la hizo gemir en medio
del beso.

El gruñido que se escuchó fue seguido por el sonido del desgarre de la


tela. Edward había tomado uno de los tirantes de la bata y la haló con
tanta fuerza que esta cedió ante el ímpetu de un amante hambriento
del cuerpo de su mujer.

—No sé para qué me vistes si luego me arrancas la ropa.

—Me gusta sentir la emoción de desenvolver cada noche el regalo que


Dios me ha dado —confesó Edward al tiempo que repartía besos en el
níveo cuello.

Bella sonrió y lo abrazó más fuerte. No tenía palabras con qué


responder a esa hermosa declaración y sabía que a él le bastaba con el
amor que ella le profesaba.

Lo empujó entonces por el pecho haciéndolo caer sobre su espalda.


Edward la miró desconcertado, incluso con un deje de temor que
desapareció cuando la vio levantarse la bata hasta la cintura y sentarse
sobre sus caderas. Era una visión perfecta la que se mostraba ante él: el
cabello color chocolate le caía desordenado sobre sus hombros,
enmarcando un hermoso rostro que parecía salido de la más perfecta
fantasía; un provocativo seno se encontraba totalmente expuesto sobre
el encaje desgarrado mientras el otro asomaba tímidamente tras la
delgada tela; la bata enrollada en la cintura, dejando ver unas delicadas
pero firmes piernas a cada lado de sus caderas y los brazos extendidos,
apoyándose sobre su abdomen. Era una visión salvaje y provocativa
que incitaba a la lujuria y al desenfreno, pero al mismo tiempo, era
como una aparición angelical, pura y delicada, que merecía besos y
caricias tiernas que le procuraran un placer tan infinito como su
belleza.
El ángel provocador habló por fin:

—Esta idea me la dio Angie.

Edward soltó una fuerte carcajada y tomándola por la cintura, la ayudó


a acomodarse sobre su erecto miembro, gimiendo los dos al tiempo.

—Ella me cae muy bien —declaró Edward con una sonrisa.

—No imagino por qué.

Los dos rieron al recordar que esas líneas ya habían sido pronunciadas
con anterioridad. Bella apoyó las manos en el fuerte pecho de su
esposo y levantó sus caderas para dejarlas caer rápidamente. Edward
jadeó y movió su cuerpo para iniciar la apasionada danza.

—¿Esto es peligroso para el bebé? —preguntó Edward entre gemidos.

Bella negó con la cabeza y se agachó para besarlo de manera


hambrienta y necesitada. Fue ella quién le hizo abrir los labios e
introdujo su lengua para poder saborear su boca. Le encantaba su
sabor, le fascinaba deleitarse con la textura de su piel, con el olor de su
cuerpo y sobre todo, con la deliciosa sensación de lamerlo y probar con
su propia lengua lo exquisito de su cuerpo. Recordó entonces la vez
que había saboreado su erecto miembro, y degustado esas gotas que
brotaban gracias a su inexperta pero a su vez, ansiosa boca.

En lo que podía considerar como una iluminación de Afrodita, le tomó


el lóbulo de la oreja y se lo chupó fuertemente.

—Quiero volver a saborearte y esta vez, beberte por completo —


susurró en su oído, y como respuesta obtuvo un fuerte gruñido de
placer y embestidas más rápidas y fuertes que ella recibió gustosa.

Los gemidos invadieron la habitación. Edward la tenía fuertemente


asegurada por las caderas mientras que ella las movía a un ritmo que
lo hacía cerrar los ojos y perderse por completo en el placer que su
esposa le proporcionaba, así era como la había soñado desde el día en
que la conoció, y como la había añorado incluso antes de que eso
llegara a suceder. Para Bella era la forma de demostrarle cuánto lo
amaba y deseaba, pero para Edward significaba mucho más.

Él no era consciente de su vida pasada. El nombre de Kopján no


significaba nada en su mente; sin embargo, su alma dictaba algo muy
distinto. El que su esposa, su mujer le hiciera el amor de esa forma
implicaba que él le pertenecía y que ella lo reclamaba como tal. Era
como ella le demostraba que eran uno solo por propia decisión y no
porque él la obligaba con amenazas o fuerza bruta. Así lo reconocía
como su esposo y le reafirmaba que era suya en cuerpo y alma, de
igual forma como él lo era también de ella. Edward no sabía de Kopján
ni Erzsébet, pero cuando el empresario hacía el amor con su esposa
Isabella, Kopján convertía en su mujer a Erzsébet. Sin importar los
nombres, eran hombre y mujer, dos cuerpos adorándose mientras sus
almas se reconocían.

Los movimientos continuaron rítmicamente. Él entraba en su totalidad


y luego salía hasta un punto para volver a embestirla con firmeza,
ayudado por ella que parecía saltar sobre sus caderas, provocando que
un golpeteo se escuchara por toda la habitación acompañado de los
sonidos que emitían sus bocas: un idioma que solo los amantes
lograban entender.

Luego de que el placer estalló en cada uno al mismo tiempo y sus


gritos resonaron en las paredes, se tendieron uno frente al otro, ella con
los ojos cerrados pero con una sonrisa en los labios y él observando
embelesado su rostro.

—¿Qué me querías proponer? —preguntó Bella sin abrir los ojos.

Edward la besó en la mejilla y luego en la punta de la nariz.

—Quiero que aprovechemos las fiestas para irnos de luna de miel.


Bella abrió los ojos y lo miró sorprendida. ¿Me está preguntando o me
está avisando?

—Pensé que la estábamos viviendo.

Él sonrió y la besó en los labios.

—No, nena. Di que sí y te mostraré lo que es una verdadera luna de


miel.

¡Me está preguntando!

—Me gusta la idea —dijo cerrando los ojos de nuevo y acomodándose


contra el pecho de su esposo—. ¿Por cuánto tiempo?

—Hasta que te canses de tenerme dentro de ti —respondió Edward


con voz sugerente.

—Entonces comienza los trámites para que Emmett sea el nuevo


presidente de CullenWorld —ordenó y levantó la cabeza para besarlo
en el cuello.

—Me gusta esa idea. Ya quiero empezar.

Los preparativos para la real luna de miel comenzaron al día siguiente.


La idea de Edward era que viajaran el lunes 18 de diciembre a donde
no había querido revelar por mucho que Bella le insistió, incluso a
Heidi, que le respondía que no quería morir tan joven y bella.

Edward se dedicó a reuniones de trabajo una tras otra hasta altas horas
de la noche para poder dejar finiquitado el cierre de fin de año y así
enviar a todos a vacaciones, sin dejar nada importante para el mes de
enero y si era posible, febrero; por lo que Bella solo lo pudo ver hasta el
domingo por la tarde cuando ya todo estaba listo para el viaje.
La orden era que Ron y Naomi se quedaran en la mansión mientras
que Sam y Leo serían transportados a una propiedad en Escocia en
donde habían nacido, porque los días que siguieron a la llegada de los
perros fueron un completo infierno. Los empleados mantenían un ojo
sobre los gatos y otro sobre los perros. La mansión Gillemot era tan
grande que al menos eso les permitía el respiro de asegurarse de que
los cuatro no se encontraran en el mismo piso y cuando los gatos eran
sacados a las terrazas, los perros eran entrados a la gran casa y todas
las puertas a las que podrían tener acceso al exterior, cerradas. De
todas maneras nada de eso pudo impedir que un par de veces se
escucharan aullidos de dolor y gritos de empleados que corrían a
salvar la piel de los perros.

Bella intentó por todos los medios convencer a Edward de llevar a


Naomi al viaje; alegaba que ya la había dejado sola mucho tiempo y no
quería que ella se sintiera rechazada.

—Ha pasado toda su vida experimentando el rechazo, unos meses más no le


hará daño. —Lo único que había salvado a Edward de una agresión
física era que la conversación se desarrolló por teléfono. Al final Bella
no tuvo más que acceder cuando él alegó que cuando salieran, ella
tendría que quedarse sola todo el día, y eso en definitiva no le
agradaba en lo más mínimo.

Aunque Bella esperaba pasar las festividades con su madre pidiéndole


que viajara a Londres, la mujer la tranquilizó aconsejándole que no
perdiera el tiempo con ella pudiéndolo pasar con su esposo.

—Cariño, hemos pasado muchas navidades juntas y estoy segura que vendrán
muchas más, pero ahora la vida te está brindando la oportunidad de iniciar un
matrimonio como debe ser, de pasar tiempo de calidad con tu marido y de
reafirmar su relación. Toda pareja debe tener tiempo a solas y el que ustedes
tuvieron no fue precisamente el de un matrimonio normal por lo que sé. ¡Ve y
diviértete! Yo estaré bien y Phil me acompañará.
Con Jasper no fue tan fácil. Habló por treinta minutos sobre lo
peligroso que era que una mujer embarazada hiciera un viaje de este
tipo; preguntó varias veces por el destino, por qué tenían que tener una
segunda luna de miel a solo unos meses de la primera y gritó
enfurecido cuando Bella le respondió que la primera no les había
bastado.

—¡Te quiere alejar de todos! ¡Te quiere para él solo!

—Mi vida…

—No me digas "Mi vida" porque no lo soy, ya no. ¡No valgo nada para
ti desde que conociste a ese imbécil!

Bella se acercó y lo abrazó fuertemente sin poder perder la sonrisa en


los labios. Si antes le aguantaba los regaños y los extensos sermones
que le daba, desde que descubrió que él había sido su hermano en una
vida pasada, cuyo vínculo sentía incluso desde mucho tiempo atrás,
soportaría de él todos los berrinches que deseara hacer. Ella lo quería,
incluso cuando se ponía en plan de padre maniático.

Luego de abrazos, pucheros y uno que otro beso en la mejilla y la


frente, el chico no tuvo otra opción que acceder, porque sabía
perfectamente que ya no tenía autoridad sobre la mujer casada, aunque
él aseguraba en voz alta que siempre la tendría.

Otra discusión fue con Edward cuando en una de las llamadas le pidió
que fueran primero a visitar al tío Aro.

—No voy a comenzar mi luna de miel visitando al viejo.

—Solo será un par de días, Edward, nada más.

—¡Dije que no! Si quieres verlo tendrás que esperar a que regresemos.
Bella frunció el ceño al celular. Quería visitar al tío Aro, para poder
pasar unos días con él antes de las fiestas y lo conseguiría así fuera en
contra de la voluntad de Edward.

—Te lo voy a decir de esta forma: o visitamos al tío antes de iniciar la


luna de miel, o sencillamente no hay luna de miel.

Cortó la llamada y comenzó a contar los segundos. Solo llegó hasta


cuatro.

—¡Solo dos días! ¡Dos malditos días!

Bella sonrió abiertamente.

—¡Te amo!

El lunes llegó y el auto se dirigía hacia Londres para ahí dirigirse en


tren hacia la residencia de Aro Cullen. El viaje podía hacerse en
helicóptero pero Bella se negó rotundamente a subirse de nuevo y
Edward la complació con un recorrido por tierra.

El anciano se mostró encantado cuando Bella lo llamó para pedirle


permiso para visitarlo, pero refunfuñó cuando le informó que no iría
sola.

—Imagino que a dónde va la bella, la bestia lo sigue. —Fueron las palabras


de aprobación del hombre.

La Comitiva Real los seguía en otro auto y cuando los edificios de la


ciudad comenzaron a atisbarse y los verdes campos quedaban atrás,
Edward se acercó a Bella y le susurró al oído.

—Esta noche te voy a hacer gritar bajo las narices del viejo.
Bella lo miró con los ojos muy abiertos y su rostro enrojeció por
completo.

—No serías capaz. Sabes que él casi no duerme y podría oírnos.

Edward negó con la cabeza manteniendo una sonrisa coqueta en los


labios.

—Nos enviará a la habitación más alejada de la suya y ni se acercará


por esa área. Te lo aseguro. Ya verás cómo lo vamos a disfrutar. Será
como si tuviéramos dieciséis años y me metiera en tu habitación por la
ventana para hacerte el amor mientras tus padres duermen.

—Tengo diecinueve.

—Y yo treinta.

Se acercó y la besó de tal forma que no le quedó duda alguna de que


por muy grande que fuera la residencia de Aro Cullen, el hombre no
podría dormir en toda la noche.
CAPÍTULO 38


Momentos que me brindas,
son alegrías que me embargan.
Estás dispuesto a complacerme,
así tu sufras en el proceso.
Tú sorpresa me ha conmocionado,
y estoy segura que tú también lo sentirás.

E l arribo a la mansión de Aro Cullen fue justo para la hora del


almuerzo. Se trataba de una edificación magnífica, con un aspecto muy
parecido al de Gillemot Hall pero mucho más pequeña, sin dejar así de
ser demasiado grande para una casa de una familia promedio. La
piedra caliza que cubría toda la fachada era blanca con un leve tono
rosado y parecía brillar como pequeños diamantes a la luz del sol de
mediodía; el tejado se atisbaba levemente en la parte superior de los
altos muros, siendo este de teja roja que acentuaba aún más el delicado
tono rosáceo; la madera de las ventanas y la gran puerta de doble ala,
era de madera de cerezo en su color natural, tallada delicadamente con
figuras de hojas y flores silvestres. Daba la impresión de ser el pequeño
castillo de un cuento de hadas y el hombre que esperaba bajo el
enorme marco de la puerta, el brujo del cuento. Solo que a Bella no le
infundía temor, sino por el contrario, gran ternura y cariño.

—Jamás me imaginé la casa del tío Aro de esta forma —comentó Bella
mientras aceptaba la mano de Edward para bajar de la limusina—. Se
ve tan delicada, tan femenina.
—La Mansión Rosa fue mandada a construir por el viejo,
especialmente para su esposa. Ella así la soñó y así la tuvo, solo que no
pudo disfrutarla mucho tiempo. No lo comentes. Es un recuerdo muy
sagrado para él.

Bella asintió y se entristeció al pensar en la mujer que no conoció y que


su querido tío Aro amó con locura. Le habría agradado conocer a la
mujer que pudo hacer que Aro Cullen se postrara a sus pies, pero sabía
que muchas veces, el para siempre del altar, podía no durar todo el
tiempo que las personas quisieran. La congoja se transformó en alegría
cuando vio al hombre extender el brazo que no sostenía el bastón, y
sonreírle cariñosamente indicándole que se acercara. La chica rio y
corrió hacia él, para abrasarlo por la cintura y pegar el rostro al
delgado pecho.

—Mi niña, que alegría me da tenerte aquí conmigo. —el anciano la


rodeó con el brazo y la besó en el cabello de la coronilla.

—Gracias por recibirnos, tío Aro. Estaba ansiosa por verte.

—Siempre serás bienvenida en mi casa. Ven, entra. La mesa está lista


para ser servida. Julia —llamó dirigiéndose a una empleada a su
derecha—, que lleven el equipaje de la señora a su habitación y nos
sirvan de inmediato.

La joven asintió y desapareció por la puerta principal.

A Bella le fue imposible no notar que Edward había pasado


desapercibido para el anciano. Actuaba como si ella hubiese llegado
sola y cuando miró hacia atrás para buscarlo, lo encontró mirándola
enfurruñado. Parecía estar a punto de tomarla en brazos y huir de ahí.
No se hallaba nada a gusto y tampoco pretendía disimularlo.

Es como un niño pequeño, pensó Bella. Un niño en unas ocasiones, y un


hombre viril y apasionado en otras. Toda una contradicción.
Al entrar a la mansión, observó que en definitiva esta había sido
decorada con un gusto muy refinado y lo que se llamaría, anticuado.
Al parecer ningún objeto decorativo fue movido de su lugar en todos
los años que llevaba de fallecida la señora Sulpicia Cullen, excepto
para desempolvarlos y volverlos a colocar porque la limpieza y
pulcritud de la casa no podían ser cuestionadas; sin embargo, algo
llamó su atención mucho más que la gran araña de cristales que
colgaba del alto techo de madera y los adornos de porcelana china que
juzgaban ser tan delicados como hermosos: una enorme pintura
colgaba majestuosamente de una pared flotante en todo el centro de la
gran estancia. La mujer que en ella se encontraba poseía una belleza
glamurosa, como la de Elizabeth Taylor en sus mejores años y más. Sus
cabellos ondulados hasta los hombros eran de un hermoso color miel,
como la savia que brota de los árboles. Sus ojos de un azul profundo
como el cielo de primavera, mostraban orgullo y altivez, al tiempo que
un contrastante de ternura y alegría. Sus labios eran finos, sus pómulos
altos y la piel lozana con un saludable tono rosado. Era como estar
mirando el cartel de alguna película de Hollywood de los años treinta.

Miró entonces al hombre a su lado que todavía la mantenía abrazada y


trató de imaginárselo siendo un hombre joven y fuerte, perdidamente
enamorado de una joven con una docena de pretendientes que rogaban
por una sola de sus sonrisas. Volvió a mirar la pintura y por un
momento en el que su imaginación romántica elevó el vuelo, le pareció
que la mujer sonreía suavemente al tiempo que miraba con un amor
infinito al anciano. Tenía claro que eso no había sucedido, pero no
pudo evitar que las palabras brotaran de sus labios:

—Ella te amaba. Aún lo hace —afirmó sin duda alguna.

El anciano la miró por un momento, desconcertado y, al seguir su


mirada, sonrió también. Sus ojos brillaron como los de un ciego que ve
por primera vez el sol, demostrando un sentimiento enterrado en lo
más profundo de su corazón.
—Yo también lo hago. Es imposible para alguien no amar el aire que
llena sus pulmones y el agua que le calma la sed.

Bella giró la cabeza y vio a Edward detrás de ellos con los brazos
cruzados en el pecho, el ceño fruncido y refunfuñando para él mismo.

—Imposible —concordó, sintiendo que esa sola palabra, era la única


verdad que necesitaba. Para ella, él era todo eso y mucho más.

Luego de almorzar, el tío Aro le mostró a Bella el resto de la mansión y


el espléndido jardín que se extendía en la parte posterior de la
propiedad. En el centro de la rueda de flores de todos los colores había
una fuente de piedra que el anciano hizo encender para que ella la
apreciara, y se sentaron en una banca de madera a observar el hermoso
espectáculo del agua cayendo por los diferentes niveles de lo que
parecían ser rosas desojándose.

Durante todo ese tiempo, Edward había permanecido en silencio. De


su boca solo escapaban gruñidos y murmullos, pero Aro Cullen lo
ignoró por completo y Bella, para no indisponer al anciano, se limitaba
a sonreírle de vez en cuando y guiñarle un ojo cuando la miraba con
más intensidad de la normal. En el jardín no fue diferente: se sentó en
una banca frente a ellos y miraba a todas partes menos a donde ellos se
encontraban y sin previo aviso se levantó, entró a la mansión,
refunfuñando y por unos centímetros, no pataleando.

Horas después el sol comenzó a ocultarse y por fin Edward pudo tener
unos momentos a solas con su esposa antes de despedirse del tío para
ir a la cama, ya que el viejo se encontraba impartiendo algunas órdenes
a sus empleados.

Con una mirada que prometía lujuria infinita y una sonrisa húmeda
luego de pasar su lengua cadenciosamente por sus labios, se acercó a
ella caminado lentamente. Bella sintió cómo su vientre se tensaba y un
ardor delicioso la recorría, pero giró la cabeza y simuló no haberse
dado cuenta de sus intenciones.

—Nena… —dijo Edward con voz ronca, sensual, al tiempo que la


abrazaba desde la espalda por la cintura y le dejaba un beso húmedo
bajo la oreja—, no veo la hora de entrar en ti y no salir hasta que estés
despertando esta casa a gritos.

Bella tuvo que tragarse un gemido para no demostrarle cuánto la


afectaban sus palabras. Se giró entre sus brazos para quedar frente a él
pero no le permitió besarla.

—Estamos en la casa del tío Aro, Edward —le recordó la chica en un


susurro reprobatorio—. Lo mejor es que te comportes.

—¡Que se joda el viejo!

—El que te voy a joder soy yo si no apartas tus sucias manos de la niña.

El extremo de goma del bastón tocó su mejilla y presionó contra ella,


haciéndole girar levemente la cabeza.

—¡Ella es mi esposa! —gruñó Edward y sacudió la cabeza para apartar


el bastón, pero el anciano volvió a colocárselo en la mejilla y esta vez
con más fuerza.

—Esta es mi casa —afirmó Aro Cullen con voz tranquila pero


claramente amenazante, mientras se apoyaba en una mesa para poder
guardar el equilibrio y el peso de su pierna débil—, y yo decido la
relación que tienen sus ocupantes entre sí.

—¿Qué carajo?

—Tú eres un papanatas que se hospeda aquí por un favor que le hago
a un amigo —continuó el anciano, ignorándolo y bajando por fin su
arma—, y ella es mi nieta; hermosa, inteligente, soltera; y le caes tan
mal que no soporta siquiera dirigirte la palabra.
Edward miraba al hombre sin dar crédito a lo que había escuchado.
Giró la cabeza para mirar a Bella y la vio encogerse de hombros y
zafarse de su agarre para ir a abrazar al que le estaba arruinando la
noche.

Bella trataba de no sonreír. Quería consentir en todo lo que pudiera a


su tío y estaba dispuesta a seguirle el juego para tenerlo contento. Al
llegar a él lo abrazó, se giró hacia Edward y lo miró.

—Esto tiene que ser una broma —dijo Edward sacudiendo la cabeza—.
Ven, Isabella. Vamos a nuestra habitación… Isabella… ¡Que vengas, te
digo!

—No voy a dormir con un desconocido que aparte de todo me cae


muy mal —declaró la chica y levantó la cabeza para mirar al rostro
sonriente del viejo—. ¿No es así, abuelo Aro?

—Así es, mi niña. Vamos, te voy a mostrar tu habitación al lado de la


mía y haré que te lleven un vaso de leche caliente para que duermas
toda la noche.

—¿Y si…? —Bella miró a Edward de reojo y tuvo que hacer acopio de
toda su fuerza de voluntad para no reír a carcajadas al verle la
expresión de incredulidad y furia plasmada en su rostro. Todo
mezclado. Le va a dar una apoplejía—. ¿Y si tu invitado quiere entrar en
mi habitación a media noche, abuelito?

—No te preocupes, mi princesita. Yo mismo vigilaré tu puerta e


impediré que cualquier mañoso pervertido te moleste.

Los dos se alejaron sonrientes y Bella no fue capaz de mirar hacia atrás
de nuevo por temor a no poder parar de reír. Sabía que Edward estaba
sufriendo, pero también creía que se lo tenía bien merecido por querer
usarla para perturbar la paz de un anciano tan cariñoso y tierno como
lo era el tío Aro. Al salir de la estancia donde se encontraban,
escucharon el fuerte y largo grito de furiosa desesperación.
—¡Isabella!

En la noche Bella se despertó con una discusión que provenía de afuera


de la habitación. Se levantó de la cama y se acercó a la puerta teniendo
cuidado de no hacer ruido. Escuchó la voz airada de Edward y la
reprobatoria del viejo, luego un golpe, un quejido, una maldición y
otro golpe seguido de un gruñido y pasos fuertes que se alejaban por el
pasillo. Recordó la vez que se había encontrado en una situación
similar en la mansión Cullen; solo que aquella vez, rogaba porque
Edward no pudiera entrar en su habitación. Se abrazó a sí misma e
imaginó que era él el que lo hacía y le transmitía su calor.

—Lo deseo aquí, conmigo —admitió y luego soltó una leve risita—,
pero bien merecido se lo tiene por comportarse como un niño chiquito.

A la mañana siguiente Edward se encontraba de un humor de perros.


No desayunó, gritó a todo el que se cruzó en su camino, amenazó a
Aro con arrancarle su bastón y volverlo aserrín y se ubicó en la puerta
de la mansión, las maletas cargadas en la limusina y la Comitiva
Real esperando en su respectivo auto.

—Despídete rápido. Tenemos un vuelo que tomar —informó a Bella


cuando ella estaba por terminar el desayuno.

—Edward…

—¡Edward nada! ¡Nos vamos ya mismo de…!

—¡Silencio! —gritó el tío Aro golpeando la mesa y haciendo tambalear


la vajilla—. Lárgate tú si quieres pero a la niña la dejas desayunar en
paz, que en su estado no debe saltar ninguna comida.
—Esa niña, es mi esposa, lleva a mi hijo en su vientre ¡y me la follo
todas las malditas…!

Las palabras de Edward terminaron en un fuerte jadeo doloroso al


sentir cómo el bastón de madera golpeaba fuertemente su estómago.

—¡Tío! —exclamó Bella al ver lo sucedido.

—Eso le pasa por atrevido. —Se acomodó de nuevo en su silla y tomó


los cubiertos, dispuesto a continuar comiendo—. Ahora sal de mi vista
antes de que te parta la cabeza, a ver si con eso se te quita lo malcriado.

Bella trató de extender una mano para tocarlo. Se encontraba un poco


preocupada por su esposo aunque sabía que más había sido el susto
que el golpe, pero el anciano negó con la cabeza y ella retrocedió.

—Te espero afuera —avisó Edward con voz aguda por la falta de aire y
salió del saloncito sin poder enderezarse aún.

—Tiene treinta años y sigue siendo el mismo culicagado de siempre —


comentó Aro una vez se hubo cerrado la puerta.

—Pobrecito, tío Aro —se quejó Bella—. Le pegaste muy fuerte.

—¡Bah! No es la primera vez y bien merecido se lo tiene. Ahora come,


niña. Debes alimentarte bien.

—Regresa cuando lo desees, mi niña. —Aro levantó la cabeza y miró a


Edward con el ceño fruncido—. Sola.

—Gracias, tío Aro. Prometo regresar, aunque tienes que ir a Gillemot


Hall a conocer a mi bebé.

—Claro que iré. Espero que sea niña, para que se parezca a su madre.
Dios no lo permita que salga un niño igual al padre.
Bella sonrió y lo abrazó fuertemente. Quería a ese viejo cascarrabias y
aunque hubiese deseado permanecer más tiempo en su compañía,
también ansiaba iniciar su luna de miel. La verdadera.

Al subir al auto y alejarse de la propiedad sin que Edward se


despidiera de Aro, Bella decidió que era el momento de arreglar la
situación.

—Edward… —susurró y estiró la mano para tocarle la suya, pero él la


retiró al instante, haciéndola fruncir el ceño y sentir un leve dolor en el
pecho—. Mi amor, lo siento. No pensé que el tío Aro te pudiera
golpear tan fuerte y…

Edward se giró y antes de que pudiera reaccionar se abalanzó sobre


ella, haciéndola quedar casi acostada sobre el asiento, mientras
soportaba su peso sobre sus brazos para no dañarla.

—El viejo me ha dado golpes mucho más fuertes que ese. No me


importa. —Su mirada era oscura, intensa. Parecía una bestia que
quisiera devorarla de un solo bocado—. Lo que me tiene al borde de la
locura es que padezco una dolorosa erección desde ayer y duré la
noche pensando en que mientras mi polla palpitaba furiosamente, mi
esposa, ¡mi mujer!, se encontraba bajo el mismo techo, durmiendo
plácidamente en una cama en la que yo no estaba. Eso, Isabella, es lo
que me tiene con ganas de acabar con el mundo entero.

—Entonces, ¿por qué no me dejas tocarte?

—Porque si llego a sentir tu piel contra la mía, terminaré follándote


salvajemente en esta limusina y estoy seguro que no deseas eso.

Bella frunció el ceño sin entender.

—Te importa que no quiera hacerlo ahora pero anoche pretendías no


dejar dormir al tío Aro.
—Te dije que pensaba que nos daría la habitación más alejada. No
imaginé que el condenado viejo nos haría algo así. —La miró con la
rabia aumentando en su interior—. ¡Y tú se lo acolitaste!

Se alejó de ella bruscamente y se ubicó lo más apartado posible.

—Te amo, Edward.

—Todos te quieren alejar de mí —aseguró mirándola a los ojos.

—No podrán hacerlo. Nunca nadie podrá.

—Tú se los permites.

Bella negó con la cabeza.

—Solo es un juego. De esa forma los tengo contentos y nos dejan en


paz por largo tiempo.

Edward frunció el ceño y guardó silencio por unos segundos.

—En unos días te tendré solo para mí.

—¿Unos días? Pero si ya estamos solos.

Edward sonrió pícaramente, le guiñó un ojo y giró la cabeza para mirar


por la ventana sin volver a pronunciar palabra alguna.

—¿Me vas a decir a dónde vamos? —preguntó Bella, sentada aún lejos
de él.

Edward sonrió y negó con la cabeza.

—Edward, ni siquiera sé si voy vestida para el clima. Me puedo


enfermar —insinuó, tratando de tocar un punto débil.
—Te dije que te vistieras para clima frío y lo hiciste, así estás bien,
nena.

—Pero muchas ciudades en el mundo en esta época tienen bajas


temperaturas —protestó Bella, agitando las manos y finalmente
haciendo un puchero.

Edward soltó una fuerte carcajada y extendió el brazo para pellizcarle


la mejilla, pero ella le asestó un manotazo para apartarlo y se
enfurruñó más. Era cierto que iba lista para una ventisca, pues el clima
en Carlisle ya era bastante frío de por sí, por lo que se vistió con unos
jeans de maternidad, que usaba debido a que su abdomen, aunque no
muy abultado aún, no le permitía cerrar los suyos; una blusa de
algodón de cuello alto, una chaqueta de cuero y en el asiento frente a
ella, una gruesa chaqueta perfecta para mantenerla caliente en
cualquier lugar; sin embargo, ella deseaba saber cuál era el gran
secreto.

—Nena, ten paciencia. Pronto lo sabrás. Llegaremos hoy mismo.

—Entonces es en el continente —adivinó Bella y guardó silencio,


esperando alguna otra pista que pudiera servirle para adivinar hacia
dónde se dirigían.

—Eres terrible —acusó Edward, divertido y siguió observando por la


ventana. Bella bufó y frunció los labios. Sabía que solo se enteraría en
el momento de despegar, cuando el piloto del avión diera el saludo
inicial.

Hora y media después de salir de la ciudad de Carlisle tomando la


carretera Bramptom hacia la salida A69, llegaron al Aeropuerto de
Newcastle. Bella notó que la limusina giraba a una zona diferente,
entrando a la pista de aterrizaje.

—¿No vamos a registrarnos?


—No, el vuelo es privado —respondió Edward y bajó la de limusina
luego de que Alex le abriera la puerta.

Bella frunció el ceño y esperó a que él le abriera la puerta y la ayudara


a salir.

—Pensé que no te gustaban los vuelos privados, ni siquiera en la


aerolínea de tu familia.

—Y es cierto, solo que no quiero a mi esposa en primera clase. La


quiero en privado.

El tono de voz con el que pronunció esas palabras y la mirada que le


lanzó, le indicaron que sus intenciones no eran buenas.

El avión que los esperaba tenía la mitad del tamaño del de la aerolínea
en la que había llegado a Londres, de color blanco con líneas doradas y
plateadas terminando en las palabras BELLE LIZZY en la cola.

Bella lo miró con desconfianza. Al menos no es un helicóptero, pensó con


algo de alivio.

—¿Esa cosa puede llegar hacia dónde sea que vamos?

—Esa cosa puede llevarnos a donde queramos, preciosa. —Se acercó a


ella y le besó la curva de la oreja—. Y cuando estemos dentro te llevaré
hasta el cielo.

Bella enrojeció. Nunca imaginó hacerlo en el aire.

Al entrar pudo observar el lujo y la elegancia que caracterizaba a todo


lo que se refería a la familia Cullen. Un largo sofá del lado izquierdo,
tapizado en una hermosa tela dorada sedosa con flores bordadas color
champagne. A la derecha una mesa de comedor en madera oscura con
cuatro sillones del mismo diseño del sofá; en el área siguiente se
divisaba un espacio idéntico, y al fondo, luego de lo que parecía un
minibar, un pasillo estrecho al que se accedía por una puerta que se
encontraba abierta, que Bella imaginó, eran las habitaciones.

Los recibió una joven que una vez posó sus ojos en Edward, no pudo
volver a apartarlos. Aunque no era una mirada descarada, sino
hipnotizada, Bella sintió celos, por lo que ni siquiera se preocupó por
saber su nombre, pues no tenía pensado dirigirle la palabra en ningún
momento del viaje. Después de todo Edward solo la saludó con la
cabeza y se dirigió al copiloto que se encontraba junto a ella.

—Buenos días, señor Cullen, señora —saludó el hombre de estatura


mediana y cabello de un color rojo intenso. Se presentó ante ellos y los
invitó a tener un excelente vuelo.

Edward condujo a Bella hacia uno de las mesas y se sentó a su lado.

—Te quiero cerca todo el tiempo —informó besándola rápidamente en


la mejilla y ajustándole el cinturón de seguridad.

Cuando el piloto habló por el altavoz, anunció que el vuelo duraría


cinco horas y diez minutos aproximadamente, pero omitió el destino
de manera deliberada.

Bella miró a Edward con el ceño fruncido y este se limitó a robarle un


fugaz beso en los labios.

—¿Te he dicho últimamente cuánto te amo, nena? —preguntó con


claro sentido de provocarla pues la expresión que tenía en el rostro, era
de puro cinismo.

La chica no le respondió sino que giró la cabeza con brusquedad y


cruzó los brazos sobre su abdomen. Si él podía guardar silencio, ella
también.

Las siguientes dos horas luego de almorzar apenas pudieron quitarse


los cinturones, Edward no paró de molestar a la chica y ella, en castigo
por no dejarle saber el destino, no le permitió mayores avances. Él
estiraba la mano y le tocaba la pierna sobre la tela del jean de
maternidad, pero ella con una palmada en la mano lo rechazaba.

—Llevas mucha ropa, deberías quitártela… toda.

—Quédate quieto Edward. No estamos solos y no voy a desvestirme —


advirtió mirando hacia la sala contigua donde se encontraban Lissa,
Katy, Becca y Dacre quienes no les prestaban atención alguna. La chica
hipnotizada no se encontraba a la vista.

—Tenemos una habitación, solo es que cerremos la puerta y te haré


volar de verdad —propuso con voz sugerente, mientras le lamía la
oreja.

Bella se estremeció. El deseo corría por su cuerpo desde la noche


anterior, cuando refugiada en su alcoba en la mansión del tío Aro,
deseaba a su esposo en sus brazos; sin embargo, estaba decidida a no
dejar que la tocara hasta que llegaran a su destino.

Las manos de Edward acariciaron sobre la ropa todo lo que pudieron


del cuerpo de la chica, y lo que ella le permitió. La escena vista desde
afuera parecía un extremo acoso sexual. Él estaba casi sobre ella y la
tocaba en lugares que solo para él estaban permitidos.

—Edward. ¡Basta! —el regaño fue seguido por una risita y esa fue la
perdición para Bella.

—Es cierto —concordó Edward poniéndose serio—. Basta de juegos,


pasemos a la acción.

Se puso de pie, la tomó en sus brazos mientras ella gritaba y forcejeaba


y la llevó a la habitación del final de pasillo, pasando por la sala donde
se encontraba la Comitiva Real.

—A la otra sala, todos. Ahora.


Ninguno dudó en levantarse y alejarse lo más posible del pasillo que
daba a la habitación principal pues en un lateral, se encontraban otras
dos más pequeñas para el personal extra. Katy fue la única en atreverse
a reír.

Al llegar a la alcoba, Edward cerró la puerta con un pie, se acercó a la


cama y la colocó sobre ella. La miró desde su altura y comenzó a
quitarse la camisa.

—Ahora sí, preciosa. Con o sin el viejo para perturbarlo, te voy a hacer
gritar.

Bella solamente alcanzó a exhalar una exclamación, cuando ya lo tenía


sobre su cuerpo.

Un par de horas después llegaron por fin a su destino. Cuando el avión


aterrizó Bella tenía el rostro colorado y Edward, una sonrisa tan grande
como su ego. La joven azafata los miró cuando bajaron; su rostro se
encontraba tan rojo como el de ella y no fue capaz de mirarlos a la
cara. ¡Dios! Nos escuchó… o mejor dicho, me escuchó. Se mordió el labio
pensando en que si ella lo había hecho, seguramente la Comitiva
Real también, y eso la mortificaba, aunque Katy tuvo la prudencia de
pedir que colocaran música a alto volumen, lo que indicaba que la
chica hipnotizada, también era chismosa.

Una limusina y un auto personal los esperaban en la pista, por lo que


Bella seguía sin saber dónde se encontraban; hasta que al salir del
aeropuerto, miró hacia atrás y vio un gran aviso con letras blancas en el
que se leía: Budapest Ferihegy 2A.

Giró rápidamente la cabeza para mirar a Edward, sorprendida.

—¡Estamos en Hungría! —dijo incrédula.


Él volvió a sonreír, esta vez traviesamente.

—En Budapest para ser exactos —se acercó a ella y susurró muy cerca
de sus labios—: Te tengo una sorpresa.

Bella no lo podía creer. Estaba en el territorio en que todo comenzó.


Por la información que Ángela le había enviado, sabía que no había
sucedido en esa área exactamente, incluso podía no ser en lo que
actualmente se conocía como Hungría, pero se trataba de los inicios de
la cultura. Los antepasados de todas esa personas a su alrededor
habían vivido con ellos en aquella época, los habían conocido y
compartido hechos importantes, hasta el día de sus muertes. Era la
tierra en la que todo cobraba sentido.

—Edward —pronunció su nombre en un hilo de voz, pero las


siguientes palabras, fueron dichas con toda seguridad y fuerza—, te
amo.

Él sonrió más abiertamente y la besó en los labios.

—Yo también te amo, nena, y sabía que te gustaría la sorpresa, aunque


para ella también lo será.

¿Ella? De pronto, recordó a su amiga y la conexión que tenía con el


lugar en el que se encontraban.

—¡Ángela! ¡Oh por Dios! —exclamó emocionada, colocando las manos


en su boca.

—Hablé con unos contactos y el tutor la envió a realizar unos encargos


aquí en la ciudad. Son las seis de la tarde, así que ahora mismo debe
estar en el hotel. Hacia allá vamos.

Mientras la limusina se dirigía hacia el norte por "Ferihegyi repülőtérre


vezető út" Bella miraba por la ventana del auto sin observar nada en
concreto. La emoción de volver a ver a su gran amiga y el sentirse tan
cerca de lo que podía considerar su tierra la hacían desear llorar para
expresar los miles de sentimientos que la embargaban; mas se limitó a
mirar por la ventanilla del automóvil, sin observan nada en realidad.
Siendo consumida por la ansiedad al percibir que algo mágico podría
suceder en esa esplendorosa y atrayente cultura.
CAPÍTULO 39


Volver a las raíces
es como volver en el tiempo.
Con el acto consumado
y los votos pronunciados,
Aquí no vivimos, mi amor,
pero sin duda, aquí pertenecemos.

A l salir del auto y contemplar el gran edificio de seis pisos que se


mostraba majestuoso ante ella, Bella sintió que un estremecimiento le
recorría el cuerpo, y prefirió creer que se debía a la baja temperatura de
la ciudad que en ese momento rondaba los 0° centígrados, y no a la
exuberancia del lugar.

La fachada del Corinthia Hotel Budapest mostraba tanta opulencia,


que Bella no deseó imaginarse el interior. Sabía que Edward era un
hombre que no medía gastos en ningún momento y mucho menos si a
ella se refería, pero aún no lograba acostumbrarse a esa vida.

—Ángela debe estar registrándose o acomodándose en su habitación


—anunció Edward mientras la rodeaba con un brazo para intentar
calentarla un poco.

Bella asintió y caminó hacia el interior, donde la calefacción le hizo


suspirar aliviada e incluso sintió un pequeño movimiento en su
vientre. El bebé también agradecía el calor.
Tal como temía, el lugar era la elegancia misma. Desde el piso blanco
con líneas doradas que formaban figuras que convergían en una flor en
el centro de la estancia, hasta el techo alto y las gruesas columnas en
color champagne tan imponentes como hermosas. Era
la quintaesencia de la magnificencia; y ahí, en medio de toda esa
opulencia, se encontraba una chica con jeans, una blusa de color
terracota que se escondía bajo una gruesa chaqueta negra que le
llegaba casi hasta las rodillas, y unas botas hasta la mitad de la
pantorrilla que parecían querer engullirla. Bella sonrió al verla y trató
de llamarla, pero Edward la frenó, le guiñó un ojo y la haló para
acercarse a ella sin llamar la atención.

Ángela hablaba por el celular de forma frenética y no se percató de la


pareja.

—¡Te digo que debe haber una equivocación! Me diste mal la dirección
del hotel, porque definitivamente este palacio no lo puede cubrir el
presupuesto del proyecto.

—Pero yo sí puedo hacerlo.

Ángela se giró asombrada al escuchar la voz de Edward. Lo miró,


parpadeó un par de veces y luego bajó la mirada hacia la mujer a su
lado y volvió a parpadear.

Bella sonrió pero algo que ella esperaba que sucediera, sucedió: el grito
resonó en las paredes del lugar y las personas que se encontraban en
las salas contiguas giraron sus cabezas, asustadas; para luego, al ver a
la chica abrazar a la elegante mujer frente a ella como si la vida se le
fuera en ello, desatenderse de nuevo de la situación.

—¡Oh, por Dios! ¡Oh, por dios! —repetía una y otra vez mientras
continuaba con su tarea de asfixiar a su amiga.
—Angie, cálmate. Me vas a dejar viudo antes de tiempo —pidió
Edward riendo mientras la tomaba por la cintura y la apartaba casi por
la fuerza.

Bella se encontraba roja, pero nadie habría podido decir si se debía a la


alegría que la embargaba, reflejada en su gran sonrisa, o a la euforia
agobiante de su amiga.

Luego de que la emoción del momento se apaciguara, todos se


registraron y se dirigieron a la Presidencial Liszt Suite, llamada así por
un famoso compositor húngaro, que contaba con una habitación
principal donde se hospedaría la pareja, otra secundaria para Katy, y
un área de servicio para la Comitiva Real; además de las áreas comunes.
Ángela, que solo estaría dos noches, se alojaría en la Suite de Bartok, la
segunda más grande y elegante de todo el hotel.

Bella se encontraba cansada por el viaje, pero aun así no deseaba


separarse de su amiga tan pronto, por lo que se cambió a un camisón
de seda color plata con su respectiva bata a juego, y se reunió con la
chica en la sala de estar.

—¡Bella, no puedo creer que estés aquí! —exclamó la chica abrazándola


de nuevo—. ¿Por qué no me avisaste que venías? Estaba a punto de
irme del hotel, pero mi tutor insistía en que en este debía alojarme.

—Yo tampoco lo sabía, Angie. Me enteré del destino solo cuando vi el


nombre del aeropuerto al llegar aquí. Te juro que fue una gran
sorpresa para mí. Edward lo mantuvo en secreto todo el tiempo.

—Esto es de locos. Nunca imaginé hospedarme en un lugar como este


—comentó Ángela recostándose en el sofá y subiendo los pies en él
para quedar casi acostada. También se había cambiado de ropa y vestía
un pijama negra de algodón gruesa con corazones rosados y palabras
rebeldes mescladas con otras amorosas por toda la tela—. Puedes creer
que mi habitación… perdón, mi suite tiene una cama en la que podría
montar una orgía con cuatro gigantes musculosos y ninguno correría el
riesgo de caer.

De tantas referencias que podría tomar, escoge una sobre sexo, pensó Bella al
tiempo que reía.

—Será mejor que no digas esa palabra de nuevo frente a Edward.


Puede creer que me invitarás y enloquecerá.

Ángela sonrió y sacudió la cabeza para luego mirarla a los ojos,


enderezarse en su puesto y tomarle las manos.

—Edward es un hombre magnífico y se nota que te ama muchísimo.


Me alegro tanto que hayas encontrado a alguien como él. Te lo
mereces, Bella. Te mereces todo esto y mucho más.

—Gracias, amiga.

—Y, ¡vamos! —gritó con alegría para alejar la seriedad de las anteriores
palabras—. Estás preciosa, chica. Cambiaste el algodón por la seda, los
hospedajes de sesenta dólares la noche por suites presidenciales. —
Bajó la mirada para verle el pequeño bulto que se disimulaba por la
bata—. Y los números por los bebés. Eres increíble.

—No he abandonado los números, solo que me daré mi tiempo para


estar con Edward y con mi bebé. Más adelante llegará el momento de
estudiar y trabajar.

—Estudiar, mas no trabajar.

Las dos chicas levantaron la cabeza para ver a Edward acercarse


vestido con un pijama de pantalón largo gris y camiseta blanca. Al
llegar al gran sofá, levantó a Bella en brazos, se sentó y luego la
acomodó en su regazo.

—¡No, Edward! —protestó Ángela propinándole un golpe en el brazo


con su puño. Bella no se sorprendía por esa acción. Ángela siempre
trataba a las personas que le caían bien como si las conociera de años y
a Edward lo adoraba—. No me digas que eres de esos hombres
machistas que piensan que las mujeres son para estar todo el día en la
casa esperando al marido.

—Yo no le digo que esté todo el día en casa. Puede salir cuando lo
desee. Además, eso no es ser machista, es adorar tanto a mi mujercita
que no quiero que mueva un dedo por un dinero que no necesita. Mi
deber es consentirla y eso pienso hacer.

Ángela miró a Bella y le lanzó una fuerte palmada en la pierna.

—¡Oye! ¿Qué te pasa? —inquirió Bella frotándose la zona ardiente


sobre la tela.

—¡Yo quiero un marido así! —gritó al tiempo que pataleaba de forma


graciosa.

Edward rio fuertemente y reemplazó la mano de su esposa para


continuar acariciandola.

—Y ¿qué sucedió con Eric? —preguntó Bella.

—¡Ah! Si te contara. Estamos súper bien, no te imaginas. Es todo un


romántico de día, pero de noche ¡ohh! ¡Es un salvaje insaciable! La
tiene…

—¡Suficiente! —exclamó Edward bajando a Bella de su regazo y


levantándose del sofá de un salto—. No estoy obligado a escuchar esto,
así que me voy a la cama. —Besó a Ángela en la mejilla y a su mujer en
los labios—. No tardes. Yo también puedo convertirme en un salvaje.

Ángela rio tan fuertemente que Bella estuvo segura que todo el hotel la
escuchó. Se sonrojó por la declaración tan abierta de su esposo y lo vio
caminar hacia la habitación.

—Ustedes dos van a acabar conmigo —aseguró sentándose de nuevo.


—Sí, en definitiva ese es el marido perfecto para mi mejor amiga.

—Lo dices más por ti que por mí —recriminó Bella rodando los ojos.

—Tengo que tener algún beneficio. Soy algo así como tu proxeneta.

Bella la empujó y las dos mujeres se quedaron un par de horas más


riendo y conversando sobre todas las novedades.

Al día siguiente, Ángela los llevó a recorrer Budapest que ella conoció
someramente en su llegada, hacía ya algunos meses. Hicieron un
recorrido por los ocho puentes que conectan a Buda con Pest: el Puente
de las Cadenas, custodiado por dos enormes leones en cada extremo
sobre dos grandes torres de las que se desprenden unas grandes
cadenas que le dan el nombre; el Puente de Margarita desde el que se
ve el Parlamento, el Palacio Real de Buda y el Monte Gellert; el Puente
de Isabel o Puente de Erzsébet con la iglesia más antigua de Pest en un
extremo y la Plaza Döbrentei del lado de Buda, y en el que Bella sonrió
secretamente al pasar; entre otros. Pero en el que Bella notó un leve
cambio en la expresión de Edward fue en el Puente de la Libertad, en
donde al pasar por las altas torres en cuya cima se encuentran dos
aves Turul, se estremeció levemente, sus ojos brillaron y una efímera
sonrisa apareció en su rostro. Pudo ser porque Ángela pronunció dicha
palabra para indicar la presencia de las dos estatuas, o porque él con
solo verlas por el techo descubierto de la limusina lo reconoció en lo
profundo de su alma, pero Bella estaba segura de que él algo sintió,
aunque prefirió no preguntarle y esperar a ver más.

Pasaron por el Castillo de Buda, pero Edward se negó a subir porque


no deseaba que Bella se agitara con recorridos tan extensos y el
funicular no le pareció seguro. Subir caminando ni siquiera fue una
opción para él.

—Solo tengo tres meses, Edward. Puedo caminar.


—¡Dije que no! Volveremos cuando lo desees, pero ahora estando
embarazada, no caminarás tanto.

Con el Laberinto del Castillo no fue diferente.

—No te dejo recorrer un castillo y crees que voy a permitir que te


metas a un laberinto subterráneo. ¡Estás loca!

—Pero yo quiero ver las estatuas, las fuentes, las columnas —alegó
Bella al borde del llanto—. Quiero entrar contigo al Laberinto del
Amor en donde solo se puede entrar por parejas según dice aquí —
explicó batiendo un folleto que tenía en la mano.

Edward le tomó el rostro entre las manos y la besó en la frente.

—No necesitamos entrar a ese Laberinto del Amor para declararnos


cuánto nos queremos, nena. Podemos hacerlo en cualquier lugar del
mundo.

—Yo quiero hacerlo ahí —insistió haciendo un puchero.

—¡No!

Ángela se limitaba a observar y reír a carcajadas. Para ella no era más


que un espectáculo digno de alquilar un palco. Y para la Comitiva
Real era una experiencia del diario vivir. Solo se apartaban y desviaban
la vista. Ya estaban acostumbrados a esas escenas, aunque con cada
grito de Edward la única que se sobresaltaba asustada era Lissa, quien
no lograba acostumbrarse al temperamento del hombre más hermoso
que había visto en su vida, según su propio pensamiento.

El Bastión de los Pescadores, un grandioso balcón amurallado


construido en la cima del Colina del Castillo de Buda y formado por
siete torres que representan las siete tribus magiares, tuvieron que
verlo desde afuera al igual que el Monte Gellert al que no pudieron
subir, ya que los dos exigían subir largas y algunas veces, empinadas
escalinatas.

—¡No me voy a pasar mi luna de miel encerrada en una limusina


mirando por la ventana! Quiero entrar en las edificaciones, recorrer los
monumentos, ¡quiero conocer la ciudad! —se quejó Bella enfurruñada
en el asiento de limusina mientras se dirigían a otro destino.

—Las lunas de miel no son para conocer el mundo, ¡son para follar en
diferentes lugares del mismo!

—Eso es cierto —concordó Ángela masticando unos cubitos de queso


en una bolsita que consiguió en el hotel.

—¡Cállate, traidora! —gritó Bella fulminándola con la mirada—. Se


supone que eres mi amiga.

—Soy amiga de la razón. No es mi culpa que tu marido la tenga.

Esa tarde regresaron al hotel sin nada más que hacer. Bella estaba
molesta y Edward parecía querer matar a todo el que se le atravesara.

—Bella… —Ángela trató de medir las cosas para saber qué camino
tomar—, mañana será otro día.

—Yo quería visitar la estatua del Turul que según vi en internet, está en
Tata… Taba…

—Tatabánya.

—Exacto. Pero si se vuelve loco por un simple recorrido por un castillo,


no quiero ni imaginarme cómo se pondrá por cruzar el parque y subir
el pequeño cerro para llegar hasta ella.

—Pero esa es la que queda allá, aquí también hay una —informó la
chica.
Bella la miró asombrada. Se había levantado temprano para buscar en
internet dónde quedaba la estatua y se había decepcionado al saber
que se encontraba en otra ciudad y cuyo acceso tocaba a pie y en
subida por terreno no pavimentado, pero por las prisas no se había
percatado de la estatua a la que Ángela hacía referencia.

—Está en el Castillo de Buda —continuó Ángela—. Junto a la estación


del funicular. El mismo que Edward no quiso que subieras.

Bella guardó silencio por un momento. Quería ver la estatua, pero más
quería que Edward la viera. Sabía que para la época en la que ellos
vivieron, ese castillo no estaba construido todavía y mucho menos la
imagen del ave; sin embargo, era la representación de algo sagrado
para sus vidas pasadas y él que no era consciente de aquella vida,
podría experimentar algún tipo de sensación especial. Solo tenía que
convencer a Edward para ir al castillo, y ella sabía cómo lograrlo.

—Tú déjamelo a mí. Mañana subiremos al castillo y veremos la estatua.


—Sonrió a la chica y le guiñó un ojo—. No te quepa duda.

Al entrar en la habitación, escuchó el sonido del agua de la ducha. No


podía tener más suerte, Edward ya estaba desnudo. Un paso menos
que realizar. Se desvistió completamente, se alborotó un poco el
cabello y aplicó un leve toque de su perfume en el cabello y otro entre
sus pechos, y se dirigió al cuarto de baño.

Por la puerta traslúcida de la ducha, pudo ver la silueta de Edward, al


parecer se encontraba de espalda y Bella aprovechó ese momento para
correr la mampara y entrar sin que él se diera cuenta. Ahí estaba, con
los brazos en alto terminando de aclarar los vestigios de su shampoo.
Los músculos de su espalda se marcaban por la posición y su trasero
mostraba una firmeza tal, que ella sintió cómo su boca se secaba
obligándola a pasarse la lengua por los labios. No estaba segura si era
el deseo que se acrecentaba por su embarazo como le había dicho Nani,
o era la magia que generaba Hungría, pero el hombre que veía ante sí,
no parecía ser el mismo. Inhaló profundamente y estiró la mano para
rosarle con la punta de los dedos la espalda. Él bajó los brazos y se giró
al instante, haciéndola casi perder el aliento.

Frente a ella no se encontraba su esposo. El hombre era un poco más


alto, más musculoso, con piel morena bronceada por el sol, cabello
negro azabache, pómulos altos y ojos grises rasgados. Poseía una
belleza que ella no había visto antes en la realidad, solo en sus visiones
y sueños del pasado. Frente a ella no se encontraba Edward Cullen,
sino Kopján hijo de Kond.

Él no se movía, solo atinaba a mirarla con una intensidad abrumadora.


Aunque su aspecto era más joven, ella se sintió como una niña ante él.
Como la niña que fue una vez y a la que se le negó la posibilidad de
amar.

El muchacho le recorrió el cuerpo con la mirada mientras su miembro


se erectaba ante ella.

—Erzsébet. —La voz que escuchó no fue la de su esposo. Su nombre


fue pronunciado con un acento diferente, parecido al de los habitantes
de esa ciudad pero mucho más profundo y grave; tanto, que sintió que
ese sonido le recorrió el cuerpo y le estalló en su vientre, calentándola,
excitándola.

Ella solo le sonrió y le tendió la mano. En ese momento vio cómo él se


la tomaba y la vio pequeña entre ella. Esa no era su mano, era la de una
niña de un color no tan pálido como el suyo que contrastaba con el del
muchacho. Era como si hubiesen regresado en el tiempo y fueran de
nuevo ese joven guerrero y la inocente niña, y esta vez ella estaba
dispuesta a entregarse por completo y al parecer, el pensamiento de él
era también el de poseerla.

Se acercó entonces a ella, la tomó por la cintura y la alzó, haciendo que


ella en un movimiento instintivo, lo rodeara con sus piernas por la
cintura. En sus brazos se sentía liviana y protegida, amada y venerada.
Era una sensación gloriosa que se intensificó al escuchar de nuevo el
sonido de la voz amada.

—Una vez te pude poseer y te perdí —declaró él en un idioma extraño,


parecido al magyar que escuchaba en esa ciudad, pero mucho más
antiguo, uno que podrían no entender en la actualidad; mas ella lo
hacía perfectamente—. Ya no más. Te reclamaré ahora mismo así mi
alma se condene y tu desprecio me suma en el dolor para siempre.

—Ya te pertenezco, Kopján —afirmó ella en el mismo idioma pero con


voz mucho más fina que la suya—. Solo queda que fortalezcas esa
verdad.

Sin esperar más tiempo, los dos juntaron sus labios en un beso
reclamante, apasionado, que dejaba expuesta la necesidad que los dos
sentían por el otro. Una necesidad reprimida por más de mil años y
que solo ellos podrían suplir en el cuerpo y el alma que tanto amaban.

El tiempo desapareció para ella y sin darse cuenta en qué momento, se


encontró siendo recostada en la cama. Al separarse, él la acomodó y se
colocó sobre ella, cuidando de que su peso no recayera en su totalidad
sobre su frágil cuerpo. En ese momento se olvidó por completo de su
embarazo, porque ya no era la mujer, esa había quedado atrás, cuando
él la miró a los ojos en la ducha, tal como lo hacía en ese preciso
momento.

Ella abrió las piernas para él y sintió las caderas masculinas entre ellas,
así como el miembro palpitante y anhelante contra su sexo. Su cuerpo
era el de una niña pero su deseo por ese hombre era el de una mujer y
con esa misma avidez estaba dispuesta a recibirlo y él no deseaba
retrasar más el momento por temor, seguramente, a perderla de nuevo.

El joven acarició todo el costado de la niña y llegando a sus caderas,


introdujo la mano en medio de los dos cuerpos y le tocó su húmeda,
cálida y pura intimidad. La niña jadeó y le aferró el cuello con sus
pequeños brazos. Estaba preparada para recibirlo, llevaba siglos
preparada para él y solo por él.

Los masculinos dedos, ásperos por la espada y el trabajo diario, se


movieron a su antojo por su sexo, y uno se aventuró dentro ella como
el soldado que es enviado a explorar el terreno antes de la incursión
principal. En todo ese tiempo se miraron a los ojos. Ella se encontraba
perdida en esa profundidad gris de su mirada. Amaba a ese muchacho
que era un hombre en todos los sentidos y que también la amaba con
todas las fuerzas de su corazón.

La mano, ahora húmeda también, fue retirada, y en su reemplazo el


miembro del joven presionó contra su entrada y se abrió paso en ella
sin miramientos. Ella cerró los ojos, embargada, no por el dolor de la
primera vez, sino por la sensación de sentirse por fin llena de él. Un
gruñido gutural se escuchó en la habitación y sin poder esperar más
tiempo, él comenzó a moverse contra ella, primero de forma calmada,
como midiendo sus reacciones, pero al sentir cómo movía sus caderas
bajo las de él, aceleró sus movimientos y la danza del amor y el placer
se tornó frenética y apasionante. Las caderas golpeaban y los sonidos
secos, con los gemidos y jadeos, formaban la melodía de fondo perfecta
para el momento.

El clímax no tardó en llegar debido a todo el deseo reprimido, y gritos


de éxtasis retumbaron en todo el lugar. Sus cuerpos se aferraron el uno
al otro mientras duraron los espasmos y cuando sus respiraciones
comenzaron a normalizarse, él se giró para caer sobre su espalda y
atraer con su fuerte brazo el pequeño cuerpo de la niña, abrazarla y
quedarse los dos juntos, dormidos, como dos amantes que por fin
consuman su amor.


Cuando Bella despertó, Edward aún se encontraba dormido. Lo
sucedido la noche anterior parecía un sueño, pero la placentera
sensación en su cuerpo le indicaba que todo había sido real. Miró a su
esposo al rostro y se lo acarició delicadamente para no despertarlo. Ahí
estaba el blanco de su piel, el cobrizo de su cabello, su rostro tal como
lo veía todas las mañanas. Era el rostro que amaba.

Se acercó a él, lo besó en los labios con mucha suavidad, se levantó de


la cama, se colocó un camisón y una bata y salió de la habitación. El sol
apenas comenzaba a entrar por entre las cortinas de los grandes
ventanales cuando se encontró a Katy, Becca y a Lissa en la cocina. Las
saludó y la mujeres le respondieron de igual forma.

—¿Desea desayunar enseguida, señora? —preguntó la chica con su


típica sonrisa tímida.

—Me lo llevaré a la cama, Lissa. Muchas gracias —informó Bella—. Y


prepara el de Edward en la misma bandeja de cama.

—Con gusto, señora.

Una vez de vuelta en la habitación, dejó la bandeja a un lado, se subió a


la cama, y despertó a Edward con besos suaves por todo su rostro.

—Mmmm, que delicia. Ven acá, nena —demandó tomándola por la


cintura y tratando de ubicarla sobre sus caderas que ya había
descubierto de la sábana.

—Nada de eso, señor mañoso. Vamos a desayunar que hoy tenemos


un día muy largo. Quiero hacer algo especial contigo.

Edward se quejó cuando ella se alejó de sus ansiosas manos y se


impulsó con los brazos para quedar sentado contra las almohadas.
Bella le colocó la bandeja de cama en las piernas y se sentó a su lado.
—¿Cómo amanecieron mis dos amores? —preguntó Edward
acariciándole el vientre.

—Con ganas de que nos cumplas un deseo —respondió mientras


tomaba un trozo de manzana de la bandeja y lo colocaba entre los
labios de su esposo. Él abrió la boca y mordió, no sin antes saborearle
los dedos.

—Pídeme lo que quieras, nena. Sabes que no podría negarte algo.

Bella se acurrucó más contra su cuerpo. Y tomó esta vez un trozo de


queso de cabra y se lo dio a comer.

—Quiero ver una estatua que se encuentra en el Castillo de Buda.


Junto a la estación del funicular.

Edward frunció el ceño.

—¿Arriba o abajo?

—Arriba. —Edward negó con la cabeza—. ¡Vamos, Edward! Podemos


subir por el funicular y hacer el recorrido por el exterior.

—El funicular no es el problema; bueno, no tanto porque no me gusta


su aspecto; el problema es que la extensión del lugar es muy grande y
no quiero que te fatigues tanto.

—Entonces subamos, vemos solo la estatua que está junto a la estación,


y bajamos enseguida. Anda, mi amor, solo eso y ya. Compláceme —
rogó Bella pronunciando la última palabra con voz de niña consentida
e hizo el puchero que era la debilidad de Jasper y ahora también de
Edward.

Él lo pensó por un momento mientras la veía batir las pestañas de


forma coqueta e inocente al mismo tiempo. Soltó un suspiro que más
pereció un gruñido y se llevó un trozo grande de melocotón a la boca.
—Solo la estatua.

—Solo la estatua —concordó Bella con falsa resignación.

La vista desde la parte baja de funicular era espectacular. Se podía


observar desde allí gran parte de la ciudad mientras se ascendía,
aunque a Bella le pareció una exageración que Edward comprara los
puestos extras de dicha sección. Una vez llegaron a la cima, resultó
cierto lo que Ángela había dicho. Al salir de la estación, divisaron la
gran puerta ornamentada adornada en la cima de una de sus columnas
por la gran ave mítica.

Bella la observó desde lejos por un momento y una sensación sublime


la recorrió y la hizo estremecer. Desde lejos podía sentir el poder que
emanaba y sobre todo, la íntima relación que guardaba con su alma.
Dio unos pasos sin ser consciente de ello y se detuvo cuando Edward
la tomó por el brazo.

—Isabella, no camines sola. —Bella giró la cabeza al escucharlo y se dio


cuenta que él todavía no había visto el lugar que ella deseaba.

—Ven, quiero mostrarte algo —dijo tomándolo de la mano y


llevándolo hacia la estatua.

En el corto trayecto Edward no dejó de mirarla y solo cuando ella se


detuvo frente al monumento, él levantó la vista. Debido a su estatura
Bella no pudo observar la expresión que su esposo tenía, pero al sentir
cómo le apretaba la mano y escucharlo emitir un pequeño jadeo, supo
que algo importante sucedía en su interior. Ella también se dedicó a
mirarla y ahí tomada de la mano del hombre que tanto amaba, sintió
que su alma y la él se conectaban más que nunca. La estatua era
magnífica. Tenía las alas extendidas como si se dispusiera a levantar el
vuelo, y entre sus garras una espada. Parecía que custodiaba el castillo
con su mirada vigilante y su intimidante presencia.
Luego de un par de minutos, Edward se giró y la tomó por los
hombros para que ella también se girara, quedando así los dos frente a
frente. Bella lo miró a los ojos y notó un brillo especial en ellos, como lo
había visto la noche anterior, como la noche en la que se
reconciliaron… un brillo de reconocimiento. Él sabía quién era y la
amaba de esa forma y de todas las posibles, sabía que era su mujer,
suya para siempre como debió ser en el pasado.

—Eres mi vida, Isabella. Eres… Lo eres todo y más. Prometo protegerte


y amarte siempre. Seré tu dueño y tu esclavo, lo que desees, lo que
necesites. Seré lo que me pidas que sea para ti.

Bella sintió como si él estuviera recitando los votos matrimoniales de


nuevo, pero no de forma mecánica y ensayada, sino desde la más
profunda sinceridad de su alma.

—Te amo tanto, Edward —declaró abrazándolo por la cintura,


apoyando la cabeza en su pecho.

Él la abrazó también y le besó el cabello con devoción.

—No imaginas cuánto —susurró y la volvió a besar—. Anoche tuve un


sueño extraño.

Bella levantó la cabeza y lo miró a los ojos, expectante.

—Me encontraba en la ducha, eso no lo estaba soñando. Cuando


llegamos estaba molesto contigo por tu actitud irresponsable y entré a
bañarme mientras te quedabas con Ángela en la sala de estar; pero no
recuerdo cómo me dormí, solo estaba ahí, enjuagándome el cabello
cuando tú me tocaste la espalda y yo me giré, pero… pero esa no eras
tú. —Sacudió la cabeza como tratando de aclarar sus pensamientos y
continuó—: Frente a mí se encontraba una niña. Una niña pequeña de
unos diez años de edad, y no eras tú, porque he visto fotos tuyas a esa
edad y no tenías ese aspecto, sin embargo, yo sabía que sí eras y que
estabas ahí por mí. —Cerró los ojos fuertemente y bajó la cabeza para
juntar su frente con la ella y mantenerla así—. Creerás que soy un
monstro pero yo la deseaba, la deseaba como te deseo a ti, porque esa
niña eras tú y lo que más me impactó fue que no me importó su edad,
solo sabía que la quería para mí y que la tendría en ese instante sin
importarme absolutamente nada. Hablamos en una lengua extraña
pero que yo comprendía perfectamente, y ella también. —Suspiró,
negó con la cabeza y la levantó para mirarla a los ojos—. La tomé en
brazos y la hice mía. Mía, Isabella. Y no siento que te haya sido infiel
porque esa niña eras tú, solo que con otro cuerpo y otro nombre al
igual que yo. Fue todo tan real que esta mañana cuando desperté por
tus besos, por un momento creí que vería a la niña ante mí. Fue tan
real, Isabella. —Acercó sus labios a los de ella y la besó fuertemente—.
Te amo tanto que hasta te sueño despierto.

Bella sonrió contra sus labios y lo besó de vuelta.

—Yo también soñé lo mismo, y lo sentí real. —Le tomó el rostro entre
sus manos y lo miró a los ojos—. Fue real, Edward. Así como nuestro
lo es nuestro amor. Estamos destinados a estar juntos para siempre y te
prometo que no permitiré que nada ni nadie nos separe.

—Nada ni nadie, mi amor. Yo tampoco lo permitiré —prometió


besándola de nuevo.

Los dos se giraron para mirar de nuevo a la estatua del Turul y se


quedaron unos cuantos minutos más. Apreciando su majestuosidad e
inconscientemente, elevando una oración.

Cuando terminaron, Edward, por iniciativa propia, la llevó a conocer


parte del Castillo, cuidando siempre de que el recorrido no la agotara.

—¿Me puedes explicar qué fue eso de allá afuera? —preguntó Ángela a
Bella alejándola un momento de Edward.

—¿A qué te refieres? —indagó a su vez, sorprendida al darse cuenta de


que su amiga pudo haber percibido algo.
—A que parecían estar como hipnotizados mirando esa ave y luego se
pusieron a hablar y volvieron a mirarla, pero no solo esto, Bella. Te
juro que nunca antes había visto algo así. Pensé que en algún momento
bajaría un rayo de las nubes y se los llevaría.

Bella sonrió y negó con la cabeza para despistar a su amiga.

—Cada día estás más loca.

—¡Te estoy hablando en serio, Bella! Es cierto que hago bromas sobre
ciertas cosas, pero en esta ocasión es diferente. —Bella la miró a los ojos
buscando la verdad en los ojos de su amiga y se dio cuenta que no le
mentía—. Había como un aura a su alrededor. No es que yo viera algo,
pero pude sentirla. Como cuando vas por la calle y ves a un hombre
que con su sola presencia te hace cruzar y caminar más rápido. Bueno,
así; solo que con ustedes era una sensación de respeto, de dos amantes
que se estaban declarando su amor ante un altar, como en las bodas.
Era como si estuvieran casando de nuevo. Fue irreal, amiga.

—No, fue muy real, Ángela —aseguró Bella abrazándola


fuertemente—. Amo a ese hombre con todas mis fuerzas y cada día
que pasa siento que lo amo más.

Ángela se separó de ella y le sonrió.

—Eso pude notar. ¡Ni yo misma me atreví a interrumpirlos! Temí que


si me acercaba terminaría convertida en cenizas.

Bella rio fuertemente, le dio una palmada juguetona en el brazo.

—Creo que todo tiene que ver con la historia del joven que te consulté.
Sucedió en estas tierras después de todo.

—No exactamente —dijo Ángela y Bella la miró desconcertada—. Me


causó curiosidad esa historia e investigué un poco más.
Los Magyar llegaron a estas tierras luego de un gran recorrido y según
los años en los que dicen que sucedieron los hechos de la leyenda, ellos
no habían llegado todavía a Hungría, sino que se encontraban en algún
lugar de la Cuenca de los Carpatos, posiblemente cerca de lo que hoy
es Viena, Austria.

—Pero yo puedo sentirlo, puedo sentir que aquí sucedió.

—¿Cómo que puedes sentirlo? ¿Sentir qué?

Bella negó con la cabeza e inventó una excusa para cambiar la


conversación rápidamente y así impedir más interrogatorios. Su amiga
nunca le creería su historia si se la contara, y no tenía ningún deseo de
confesarle toda la verdad.

Se alejó un momento de ellos pero a la vista siempre vigilante de


Edward y llamó a Rosalie para contarle la nueva información.

—Tiene lógica que no se encontraran ahí si se trataba de un época tan antigua.

—Sí, pero tú no entiendes, Rosalie. Yo puedo sentirlo. Estamos en el


lugar correcto, y Edward también lo siente. He visto sus reacciones y
hasta tuvimos una experiencia, juntos.

—Eso también tiene lógica, Bella. No es el lugar sino la gente la que crea una
cultura. Están rodeados de los que serían sus descendientes si hubiesen tenido
hijos. Son las personas que proceden de esas con las que ustedes convivieron y
todo su entorno, las costumbres, el idioma, todo data de la misma gente a la
que ustedes pertenecieron. Sabes que yo de esto no sé mucho, solo le busco
entenderlo y ya. Cuando un grupo de personas se traslada de un lugar a otro
lleva todo consigo, sus energías, sus creencias, todo; y el nuevo hogar pasa a
ser el que ocupen, no el que dejaron atrás.

Bella lo pensó por unos segundos y se dio cuenta que era cierto lo que
su amiga le decía. No importaba en qué lugar de los Montes Carpatos
sucedió su historia en particular, lo que importaba era que se
encontraban en lo que sería su destino, la ciudad, el país que fundaron
y la gente que engendraron. Por eso se sentía como en casa y por eso
mismo Edward había experimentado tantas cosas. Ya no le cabía duda
alguna.

Se despidió de la rubia no sin antes agradecerle por todo su apoyo y se


unió a su esposo que ya se encontraba ansioso por regresar.

Al llegar al hotel horas después, Edward le informó que en tres días


viajarían, pero nuevamente le ocultó el destino. Ángela esa misma
tarde se despidió de ellos para regresar con el grupo de trabajo a una
población al sur de Hungría. Quedaron en volver a verse en unos
meses cuando la investigación terminara y la chica regresara a Estados
Unidos para continuar sus estudios de manera formal.

Esa noche, Bella se encontraba cepillándose el cabello en el cuarto de


baño de la habitación, cuando Edward entró, la abrazó desde atrás por
la cintura y comenzó a dejar un rastro de besos húmedos en su hombro
y cuello.

—¿Para qué te peinas si en unos minutos tu cabello se enredará de


nuevo? —preguntó con voz que prometía una noche infinita.

Bella se mordió el labio y lo miró coquetamente por el espejo.

—Para que me hagas esa misma pregunta, me tomes en brazos, me


lleves a la cama, me desnudes y me hagas el amor hasta dejarme
exhausta.

—¿Tiene que ser en ese orden?

—No necesariamente.

Edward la giró, la tomó por la cintura y la subió en el tocador.

—Comencemos entonces por lo más importante —propuso mientras le


subía el camisón de seda roja y se posicionaba entre sus piernas.
CAPÍTULO 40


Complacerte es lo que quiero,
porque te amo y deseo.
No te gusta mi vocación,
pero lo usas para declararme tu amor.
Eres todo lo que nunca soñé,
eres todo lo que siempre desearé.

L as llamas danzaban alegremente sobre los leños chisporroteantes


de la chimenea, mientras los dos amantes se regalaban calor
mutuamente con sus cuerpos, y el mundo disfrutaba de la Noche
Buena.

Edward permanecía recostado sobre grandes almohadones esparcidos


por la alfombra, y Bella, sentada entre sus piernas abiertas y la cabeza
apoyada sobre el desnudo pecho, sonreía ante las caricias
despreocupadas en su hinchada barriga.

Aún se encontraban en Budapest, en la habitación de la suite del hotel.


Edward ordenó que la cama fuera removida para dar paso a una
gruesa pero suave alfombra color borgoña, con tantos cojines en
colores negros, dorados y rojos, de todos los tamaños que Bella pensó
que se podría perder entre ellos. La iluminación la brindaban, además
de la chimenea, unas velas repartidas por toda la estancia, y de fondo
se escuchaba música suave que invitaba a retozar junto al ser amado,
toda la noche. Él, desnudo en su totalidad, y ella, usando solo una
panty tan vieja que el elástico ya había perdido su función, y solo el
bulto extra en su vientre evitaba que cayera.
Bella se removió y con algo de torpeza se puso de pie.

—Necesito una vejiga más grande —se quejó dirigiéndose al cuarto de


baño.

—Mañana te compro una, nena —bromeó Edward mientras se


deleitaba con el vaivén natural de sus caderas al caminar.

La panty parecía sacada del cajón de la abuela y cubría casi todo su


trasero, excepto una de sus nalgas que quedó al descubierto cuando el
elástico de esa pierna cedió y se rodó hasta quedar entre ellas. Su
cabellos caía suelto hasta su cintura y Edward sabía que solo esa tela
vieja y descolorida cubría su cuerpo. Se deleitó con ella hasta que
desapareció por la puerta y antes de perder de vista el expuesto y
redondeado glúteo, se lamió los labios y acarició su miembro, casi
inconscientemente. Segundos después, Bella se encontraba de nuevo
entre los brazos de su esposo, mientras él le besaba el hombro desnudo
y jugueteaba con el borde de la gastada prenda.

—Recuerdo la primera vez que dormí contigo en mis brazos —


murmuró Edward acariciándole el cuello con la punta de la nariz.

Bella se tensó al instante. No recordaba exactamente qué había


sucedido esa noche, pero sí que se había pegado el susto de su vida al
creer que Edward había abusado de ella mientras dormía.

—No sé si lo recuerdas, estabas muy ebria.

—Ese fue el día en que… —No supo cómo terminar la frase. La forma
correcta habría sido: Ese fue el día en que me chantajeaste, amenazando a
mi familia para que me casara contigo; sin embargo, no deseaba tocar ese
tema. Pero él se le adelantó.

—El día en que te propuse matrimonio —completó Edward de una


forma que no denotaba ningún remordimiento ni recuerdo doloroso.
Bella no deseaba remover viejas heridas, pero aun así no pudo evitar
indagar un poco.

—Fue un día muy peculiar —comentó vagamente.

Edward asintió y sonrió contra su cuello.

—Estaba tan feliz porque habías aceptado que no pude concentrarme


en el trabajo en lo que quedó del día. —Dejó un fugaz beso sobre el
lóbulo de la oreja de la chica—. Y según recuerdo tú estabas tan
extasiada que te fuiste a celebrar con Heidi.

Bella cerró los ojos por un momento. Todavía no se acostumbraba a las


lagunas de Edward, y se reprendió a sí misma por ser tan necia de
insistir siempre en el tema de sucesos dolorosos cuando sabía que para
él muchas veces eran llenos de alegría; mas no podía negar que sí
sentía curiosidad por lo que había sucedido.

—¿Qué hiciste conmigo esa noche? —preguntó girándose un poco y


mirándolo a los ojos.

Edward le acarició la mejilla y la besó.

—Deja que te muestre —propuso y se retiró de su espalda para


acostarla sobre la alfombra. Estiró la mano y tomó una servilleta de tela
de la mesita donde se encontraban los pasabocas y dulces que él
ordenó, y le cubrió los pechos—. Esa noche no te quité la ropa interior.
Deseaba hacerlo, pero mi intención no era faltarte al respeto.

Qué contradictorio es, pensó y se limitó a sonreírle.

—Quédate quieta. Solo dedícate a sentir. —La besó en los labios—. Te


cubrí con una sábana que luego retiré, pero hoy no lo haré, solo quiero
que experimentes lo que no pudiste esa ocasión.

Sin más demora, comenzó a acariciar suavemente con la yema de los


dedos todo su rostro, iniciando con su contorno y luego detallando los
ojos, la nariz, los pómulos y los labios, tal como había hecho aquella
noche. Al momento de pasar los dedos por sus labios, Bella no se pudo
resistir y movió los labios para besarlos. Edward rio y apartó la mano.

—Quédate quieta. Se supone que estás dormida.

Se llevó los dedos a la boca y los lamió para enseguida pasárselos a ella
por los labios, humedeciéndolos.

—Tenías los labios resecos por el alcohol —explicó repitiendo el


proceso, y riendo de nuevo cuando ella volvió a besarlos.

Luego sus caricias se trasladaron a las orejas y acercó también su boca


para susurrar las mismas palabras que aquella vez.

—Te amo. Te necesito. Eres mía, solo mía, Isabella… —declaraba


mientras su aliento acariciaba la piel de la chica, cuya respiración
comenzaba a agitarse—. Tu lugar está a mi lado, junto a mí, en mí. Soy
tu más fiel esclavo y tú, mi hermosa reina…

Bella se encontraba agitada. Su pecho subía y bajaba notablemente por


la excitación que comenzaba a recorrer su cuerpo y se concentraba en
su vientre. Estaba segura de que si se hubiese despertado aquella
noche, no habría permitido que Edward hiciera eso con ella. Habría
sentido repulsión y cómo su odio se acrecentaba con cada palabra; sin
embargo, en esos momentos, cada frase era una confirmación del amor
que ese hombre sentía por ella, y el eco de sus propios sentimientos.

Edward tomó una de sus manos entre las suyas y se dedicó a


acariciarla y a besarla con una devoción embriagadora. Bella notaba
que no había lujuria en sus actos, sino una adoración y veneración tal,
que se sintió como una diosa siendo ungida por uno de sus siervos: el
único, el amado.

Repitió el mismo acto en la otra mano y luego, como si no se sintiera


digno de tocarla, posó la suya a unos centímetros por encima del rostro
de Bella y comenzó a descender sin tocarla; cuando llegó a la altura de
su hinchado vientre, sonrió y continuó bajando. Luego se acercó y besó
todo su cuerpo, desde su frente hasta la punta de los dedos de los pies,
en los que plantó en cada uno, un tierno beso.

Bella gemía con todo lo que su esposo le hacía. Sentía que en cualquier
momento sufriría de combustión espontánea, estallando en el placer
más puro y placentero.

—No recuerdo esos gemidos —comentó Edward con una sonrisa en


los labios.

—No estaba despierta para disfrutar de todo esto.

—¡Ahh, Isabella! —dijo extasiado—. Cómo te disfruté esa noche. Fue la


mejor de mi vida hasta ese momento.

Bella lo miró y suspiró ante su presencia.

—¿Cómo continuaste?

—Me recosté así a tu lado —explicó realizando dicha acción—. Te


atraje a mi cuerpo, te besé en la frente y nos quedamos dormidos,
abrazados.

Apoyada contra el pecho fuerte de su esposo, Bella lo besó y acarició


con la punta de la nariz realizando círculos en él. Estaba maravillada
por lo que le había mostrado. Ella pensó cosas horribles la mañana
siguiente: se imaginó siendo ultrajada y manoseada de forma
asquerosa toda la noche, incluso por su mente pasaron escenas de un
Edward desnudo, haciendo cosas desagradables con su cuerpo; pero
no fue así. Él la amó esa noche, no de forma carnal, sino con el alma,
adorándola, como ella se merecía.

—¿Tenemos que dormir ahora?

Edward sonrió y la besó en el cabello.


—No, pero si hacemos lo que deseo, e imagino tú también, dará la
media noche en medio de un orgasmo. No querrás que el Niño nazca
entre gemidos.

—El Niño nació hace dos mil años y fue quién bendijo nuestra unión.
Dudo mucho que se moleste por ello.

Sin esperar más, se estiró y lo besó en la boca, levantando los brazos y


rodeándole en cuello. Edward le respondió con el mismo fervor. La
deseaba tal como todos los días, a toda hora; pero en esos momentos,
recordó algo importante y se alejó, haciendo el intento de levantarse.

—¿A dónde vas? —preguntó Bella quejumbrosa.

—Dame un momento, nena.

—No —pidió alargando la palabra y tomándolo de la mano para


retenerlo—. Ven.

—Isabella, quiero entregarte algo, solo será un momento. —Trató de


razonar con ella mientras intentaba zafarse.

—No quiero —alegó haciendo un puchero y con voz de niña


consentida—. Lo que quiero está aquí —declaró alargando la mano y
agarrando su miembro que comenzaba a erectarse.

—¡Wow! —exclamó Edward sorprendido y emitió un fuerte jadeo


cuando Bella tiró un poco y comenzó a acariciar el ya endurecido falo.

Bella le sonrió pícaramente y arrodillándose sobre la alfombra acercó


su boca a lo que tenía fuertemente agarrado.

—Déjame darte tu regalo de navidad. —Sacó la lengua y rosó la punta


del pene con ella—. O, ¿me lo daré a mí misma? —Se encogió de
hombros y chupó la punta con fuerza—. Da igual. Tendré lo que deseo
después de todo.
Abriendo la boca, recibió en ella el miembro erecto y se deleitó con los
gemidos y jadeos que brotaban de los labios de Edward.

Hacía algún tiempo se había dado cuenta que lo que Nani le dijo sobre
que las mujeres embarazadas experimentaban en algunos casos un
mayor deseo por sus parejas, era cierto y se aplicaba perfectamente en
ella. Deseaba a Edward, con o sin bebé a bordo lo hacía con gran
pasión, pero sí podía notar que algo la empujaba aún más en ese mar
de lujuria que era él, y que gustosa se sumergía en sus aguas
tumultuosas.

Bella continuó con su empresa de masturbar a Edward con sus manos


y su boca. Apretaba levemente por momentos y en otros, lo tomaba
desde la base y sujetaba con algo más de fuerza mientras que con la
otra mano, aferraba los testículos y los masajeaba con vigor. Su lengua
trazaba círculos sobre el glande y sus labios ejercían presión subiendo
y bajando, al tiempo que sus dientes acariciaban toda la extensión
masculina.

Las caderas de Edward se movían al vaivén de los movimientos de la


cabeza de la chica, mientras la suya caía hacia atrás, y por instantes la
bajaba, solo para ver cómo entraba en la boca de su amada esposa.

Las poco expertas, pero ansiosas y apasionadas atenciones de Bella, lo


tenían al borde. Ella lo podía notar en la forma cómo aceleraba sus
embestidas y le colocaba la mano en la parte posterior de la cabeza
para, sin ejercer presión, reafirmar los movimientos. Por eso, cuando
sintió que ya estaba próximo al orgasmo, apartó sus manos y las colocó
sobre sus nalgas, aferrándolo firmemente contra ella sin dejar de
estimularlo. Edward presintió sus intenciones y la tomó por los
hombros para tratar de apartarla.

—Isabella, por favor. Apár… Apártate, nena. Nena, para. Detente… —


pedía mientras la empujaba, pero ella no lo permitía, aferrándose más
y más, hasta que él no tuvo ninguna oportunidad.
El sabor cálido la golpeó y la hizo apretar fuertemente las nalgas del
hombre que gemía y se estremecía en su poder. Las piernas de Edward
ya no pudieron sostenerlo más y comenzó a derrumbarse entre
espasmos y jadeos descontrolados, cayendo junto a ella, quién siguió el
movimiento y tomó de nuevo el miembro palpitante entre sus manos
para poder extraer las últimas muestras de placer.

Edward quedó tendido en la alfombra, con los ojos cerrados y su


cuerpo temblando levemente. Bella abandonó su miembro agotado y
se dedicó a repartir besos por el abdomen y el pecho de él. Al llegar a
su rostro, se incorporó y se sentó sobre sus caderas con las piernas a
cada lado de ellas. Se apoyó en su pecho y comenzó a besarlo por todo
el rostro.

—Me gusta tu sabor —susurró contra su boca y él emitió un leve jadeo.

—A mí me gusta todo de ti, Isabella —respondió rodeándola con los


brazos. Levantó la cabeza y la miró a los ojos con expresión
precavida—. ¿Te sientes bien?

Bella lo miró sin comprender.

—Quiero decir… —continuó—, con lo que acaba de suceder. —Tomó


su rostro entre sus manos—. No quiero que te sientas obligada a
complacerme. Si haces algo, quiero que sea porque lo deseas, y no
porque creas que debas.

Bella sonrió y suspiró. Ese era Edward Cullen, el hombre que le daba la
oportunidad de elegir, de actuar sin presiones. Kopján era el que la
poseía a toda costa, ese que no le importaba lo que pudiera pasar con
tal de tenerla solo para él, ese que la tomaba incluso en contra de su
voluntad por miedo a perderla de nuevo. Curiosamente, ella amaba a
los dos.

Lo besó en la boca lenta y amorosamente.


—Lo hice porque lo deseaba, Edward. Porque quería probarte y
también complacerte. Nunca me has obligado a nada.

Y en ese momento lo comprendió. Edward no la obligó a casarse. Él en


ningún momento tomó su boca y la obligó a dar el sí. Él le dio
opciones, y ella decidió. Pudo haber elegido contarle a Jasper lo que
sucedía y huir con él del país, sin importar lo que pasara con el resto de
su familia; o incluso, avisarles para que se prepararan y se protegieran
de alguna forma legal, y así librarse de una experiencia como la que
sufrió en la noche de bodas. Pero habría sido arriesgado, demasiado
tratándose de un hombre con tanto poder como Edward, por lo que
ella decidió entregarse a cambio de su familia. Él la manipuló, la
chantajeó, eso nunca lo negaría, pero en ella estuvo elegir entre huir o
no, y prefirió quedarse para que los que amaba estuvieran bien. Y lo
haría todas las veces que fuera necesario.

Aún recordaba ese horrible suceso. Siempre lo haría, pues es algo que
marcaría a toda mujer de por vida; sin embargo, no pensaba en eso
más de lo que alguna imagen vaga le permitía, pues aunque nada
podía justificar a Edward por lo que hizo, ella sabía que no tenía
control sobre sí mismo. En aquellos momentos lo odió, pero luego ese
sentimiento se convirtió en amor y ella prefería ver esa escena como
algo de un pasado que ya no le pertenecía y verlo a él como su futuro.
Edward Cullen era un hombre del que cualquier mujer se podría
enamorar y era solo suyo.

Edward frunció los labios en un amago de sonrisa y se giró para que


los dos quedaran acostados de lado, uno frente al otro.

—Estoy loco, Isabella —declaró seriamente. Mirándola a los ojos.

—No…

—Lo estoy, te lo puedo asegurar. Y no hablo solo de que estoy loco de


amor por ti, sino de que algo malo sucede conmigo… Déjame terminar,
por favor. Desde que te conocí, siento como si dos personas vivieran en
mí. Sé que me has amado desde que nos vimos por primera vez, que te
casaste conmigo porque así lo deseabas, porque me querías con todas
tus fuerzas, y que lo que pasó en la noche de bodas fue porque no fui
capaz de entender que tenías miedo a lo desconocido, que eras tan
inocente que temías a lo que pudiera suceder y yo… yo no tuve
paciencia y te…

—No lo digas —rogó Bella colocándole los dedos sobre los labios para
callarlo—. No es necesario.

Edward le besó los dedos y asintió.

—Sé que todo eso es cierto, y que fue perfecto, exceptuando ese hecho
que los dos superamos juntos; pero por momentos, vienen a mi mente
pensamientos de instantes en los que me odiabas, y eso me mata.
Recuerdo palabras hirientes, tu llanto, tu angustia. Recuerdo tu
negativa a estar conmigo, y la forma como te intimidé para que te
casaras. —Sacudió la cabeza y cerró los ojos por un momento—. Es
como si viviera dos vidas en una, y en esas dos tú eres siempre la
protagonista. —Abrió los ojos y había lágrimas en ellos—. En una te
destruí, y en la otra te hice feliz. Solo tú puedes decirme cuál es la
verdadera historia.

—La verdadera historia es que te amo con toda mi alma, Edward. Esa
es la única verdad, la que importa.

Edward la abrazó con fuerza y la besó con intensidad. Bella quería


olvidar el pasado y que él también lo hiciera. Su padre siempre le había
dicho que quienes vivían en el pasado no tenían un futuro, y que
aunque se debe aprender de los errores, eso no implica que se les
permita ser una tortura eterna. Ella debía dejar atrás todo lo malo para
poder ser feliz con su esposo, y eso era precisamente lo que estaba
haciendo.
—Mi mayor deseo es hacerte feliz —declaró Edward con su frente
pegada a la de ella.

—Entonces comienza ahora mismo —pidió Bella levantando la cabeza


para besarlo con toda la pasión desbordada.

Los dos se fundieron el uno en el otro declarándose, con besos y


caricias, todo el amor y la devoción que se tenían. Unos minutos
después la vieja ropa interior de Bella había dejado su cuerpo, y luego
de un momento en que los gemidos y jadeos, así como el golpeteo de
dos cuerpos acompañaban los cánticos que se escuchaban por toda la
ciudad, el clímax llegó a ellos al mismo tiempo, como sincronizados
por el amor y la pasión desenfrenada que sentían.

Las campanadas indicaron la media noche cuando Bella, luego de que


su cuerpo se relajara después de los espasmos de placer y su
respiración se normalizara, comenzó a quedarse dormida. Edward
todavía se encontraba sobre ella, pero apoyado en sus brazos y rodillas
para no hacer presión sobre su abdomen, por lo que se estiró y tomó
una pequeña cajita escondida entre los cojines. Bella sentía sus
movimientos vagamente pues el sopor comenzaba a adueñarse de ella,
cuando percibió que el hombre la besaba suavemente en los labios.

—Feliz Navidad, mi amada Isabella. —Escuchó a lo lejos al tiempo que


sentía algo frío cerrarse sobre su muñeca. En ese instante se quedó
dormida.

Al despertar por la mañana, Isabella encontró alrededor de su muñeca


un brazalete de oro rosado, de medio centímetro de ancho con acabado
satinado y diminutos diamantes alineados por toda la circunferencia.
Edward no estaba en la habitación y ella se desconcertó por el hallazgo.
Recordaba que él le había hablado de que debía entregarle algo, pero
no sabía de qué se trataba.
Le dio la vuelta en la muñeca y encontró el cierre. Al abrirlo, el
brazalete se dobló por el centro y cuando lo retiró notó que tenía un
escrito en la parte interna, interrumpido solo por la unión de las dos
partes.

"Tus números son como mi amor por ti… Infinitos. E.C"

En esos momentos Edward entró en la habitación cargando en sus


manos una bandeja de cama con el desayuno. Los dos se miraron a los
ojos y él bajó la vista para observar lo que ella sostenía en las manos.

—Treinta diamantes. —Bella lo entendió al instante y su corazón se


estrujó—. Uno por cada año que viví sin ti. Aunque siento que fueron
muchos más… Siglos… Toda una eternidad.

Bella se puso de pie y quitándole la bandeja de las manos y dejándola


en el suelo, lo abrazó fuertemente y le besó el pecho, en el lugar del
corazón.

—La eternidad es la que nos espera, mi amor. Te lo puedo asegurar —


declaró Bella firmemente, sabiendo que sus cuerpos morirían cuando
llegara el momento, pero sus almas permanecerían juntas hasta el fin
de los tiempos.

Un par de días después se encontraban recorriendo Bucarest. Edward


le había regalado a la Comitiva Real unas vacaciones a cada uno para
dos personas al lugar que escogieran, con la condición de que las
tomarían en un año, cuando su esposa hubiese dado a luz y su hijo
tuviera unos meses de edad. Todos lo aceptaron muy agradecidos y
emocionados.

Bella llamó a su familia para desearles una feliz navidad, así como a la
de Edward, y también a Rosalie quién le comentó que todo marchaba
de maravilla en la propiedad, y que sus encuentros con Emmett se
habían incrementado debido a que Heidi, tratando de ayudarla, y de
paso ayudarse a sí misma, programó varias reuniones familiares en
Gillemot Hall para que la pareja se pudiera ver. Llamó también a Sara,
quién le comentó que había terminado por fin su pasantía y se
graduaría en el mes de marzo, haciéndole prometer que asistiría a la
ceremonia; además de que su relación con Jacob estaba mejor que
nunca.

En esos días visitaron el Arco del Triunfo, ubicado en la Avenida


Kisseleff; el Palacio del Parlamento, tan odiado por los Rumanos
debido a los altos costos y la opresión que significó; el Museo Nacional
de Arte que se encontraba en el antiguo Palacio Golescu; la Iglesia del
Patriarcado, la principal de la región de Valachia; entre otros lugares
programados también para los días posteriores. En todos ellos la
personalidad agobiante y obsesiva de Edward imperó en cada
movimiento realizado por su esposa, que contrarrestó todo con las
discusiones habituales.

Bella se encontraba en la cocina de la suite devorando los restos del


almuerzo cuando Becca se acercó a ella.

—Señora Cullen, disculpe que la moleste pero, ¿puedo hablar con


usted un momento? —preguntó la mujer, en cuyo rostro duro no se
mostraba la seriedad y el profesionalismo de siempre, sino una gran
preocupación.

Bella frunció el ceño y la invitó a sentarse a su lado.

—¿Pasó algo malo?

—No exactamente, al menos no para usted, señora. Mi hermana llamó


esta mañana, para informarme que mi madre se había caído mientras
la bañaba y su cadera se vio seriamente afectada.
—¡Por Dios, Becca! ¿Ella está bien?

—Tiene ochenta y cinco años y sus huesos son frágiles —explicó la


mujer con un atisbo de tristeza en su tono de voz—. Ella caminaba con
bastón pero luego de esto el médico dictaminó que no podría hacerlo
por mucho tiempo o incluso, por su seguridad, nunca más. Es una
anciana y necesita de cuidados más que antes. Mi hermana se
encuentra de vacaciones al igual que su esposo, pero ellos se reintegran
al trabajo a mediados de enero y ella pedirá una licencia de un mes, es
lo máximo que puede hacer. No podemos pagar una enfermera
privada para que la cuide de día cuando se queda sola y debido al
nivel de atención que necesita no quisiéramos dejarla con una persona
extraña. Ahí es cuando entro yo.

Bella frunció los labios comprendiendo la difícil situación de la mujer.


Cuando su padre fue diagnosticado con cáncer, su madre tuvo que
dedicarse en cuerpo y alma en sus últimos momentos.

—Lo siento mucho, Becca, y más lo que entiendo que me quieres decir
—se lamentó Bella. La mujer era muy seria para su gusto, pero aun así
era amable y le caía bien.

—Así es, señora. Estaré con ustedes lo que resta de la luna de miel,
pero una vez regresemos, deberé abandonar mi empleo. De todas
formas llamaré a la agencia para que puedan enviar a otra enfermera
en mi reemplazo y así usted no se vea afectada. Tampoco puedo
aceptar el regalo de navidad por obvias razones.

Bella negó con la cabeza.

—No es necesario, quédatelo y disfruta de esas vacaciones. Lo de la


nueva enfermera te lo agradecería mucho. Solo espero que todo se
soluciones y… —Le sonrió a la mujer y le colocó una mano en el
brazo—, si necesitas algo no dudes en informarme. Cualquier cosa,
nosotros te ayudaremos. Y no te preocupes por Edward, yo hablaré
con él.

La mujer le devolvió la sonrisa y agradeció su amable gesto. No se


notaba nada contenta, pero sabía que hacía lo mejor.

En la noche, luego de cenar, Edward se estaba desvistiendo para


ducharse cuando Bella le contó la situación con la enfermera.

—Está claro que la señora no puede quedarse sola —comentó Bella


mientras se peinaba el cabello frente a la mesa del tocador.

—Pedí a la mejor enfermera y la enviaron a ella. Cómo se supone que


estaré tranquilo si no está a tu lado.

Bella suspiró y rodó los ojos.

—Te estoy diciendo que su madre inválida de ochenta y cinco años la


necesita. Yo solo estoy embarazada. No seas tan insensible.

—No lo soy, nena —refutó Edward apoyándose en la puerta del cuarto


de baño—. Solo me preocupo por ti, que eres mi prioridad. Confío en
ella, me gusta su trabajo y su curriculum es perfecto. Además, ¿de qué
se supone que vivirá? Necesita un sueldo.

—Eso no se lo pregunté —dijo Bella bajando los brazos y mordiéndose


el labio—. Pero supongo que también implicará un problema para ella.

—Debe tener unos ahorros seguramente —especuló Edward


encogiéndose de hombros—. Lo que necesito es que alguien esté junto
a ti para atenderte si algo llega a afectarte. De día podríamos contratar
a otra enfermera, la segunda mejor, pero de noche quiero que esté ella.
De día todo es más fácil y rápido y la nueva podría asistirte ante
cualquier urgencia, pero de noche todo se demora más, la carretera
oscura, todos duermen; no quiero perder tiempo ni que te atienda
alguien falto de experiencia.
Bella sonrió ante la idea que se estaba formando en su cabeza dada
precisamente por su esposo. Era una manera de ayudar a la mujer a no
perder del todo su sueldo y así mantenerlo a él tranquilo.

—Podemos dividirlas por jornadas —propuso emocionada—. La


hermana de Becca saldría de trabajar y la reemplazaría, así ella llega a
Gillemot Hall y releva a la que se contrate.

—Podrían quedarse las dos en la noche. Dos son mejores que una.

Bella sacudió la cabeza y volvió a rodar los ojos.

—¿De casualidad no quieres construir un hospital en la parte trasera


de la propiedad?

Edward movió la cabeza de un lado a otro como sopesando la nueva


posibilidad de cuidar de su mujer.

—No sería una mala idea. ¿Te parece bien junto a la piscina?

Bella bufó y se levantó de su asiento para dirigirse a la habitación de


Becca a proponerle lo acordado. La mujer agradeció infinitamente el
gesto que la pareja tuvo con ella y le prometió que no los defraudaría
en su labor.

El último día del año sería también el último en Bucarest y por decisión
de los dos, pasarían la media noche en compañía de la Comitiva Real.
Bella encargó una cena para todos y, dejando de lado las posiciones
sociales y quién pagaba el sueldo y quién lo recibía, se sentaron a la
mesa y compartieron anécdotas, risas y charlas. Becca se mostró más
risueña y su rostro siempre serio, reflejó varias veces en la velada, una
gran sonrisa. Dacre resultó ser un hombre con un buen sentido del
humor entre lo que cabía a alguien tan reservado como él. Katy parecía
la madre de Edward, atendiéndolo y mimándolo en todo momento; le
sonreía, le acariciaba el cabello y cuando Bella lo besó rápidamente en
los labios y le susurró que lo amaba, una gran sonrisa se posó en su
rostro y una lágrima rodó por su mejilla. Pero Lissa era otra historia: se
sentía cohibida ante una situación como esa, y su conversación con
Bella se limitaba a tímidas sonrisas y frases cortas, mas con Edward era
el mutismo en su máxima expresión. Cada vez que él le hablaba ella
enrojecía fuertemente, y solo atinaba a responder sacudiendo la cabeza,
la cual no levantaba para mirarlo. Para Edward su actitud no pasó
desapercibida, y luego de muchos intentos de hacerla hablar decidió
que guardaría lo mejor para el final.

Las doce campanadas empezaron a sonar y con ellas llegaron los


abrazos y los buenos deseos. Edward tomó a Bella por la cintura y
olvidando que tenían compañía, la besó fuerte y apasionadamente.

—Este será el primer Año Nuevo de todos los que pasaremos juntos —
declaró mirándola fijamente a los ojos.

—El primero de muchos, mi amor.

—Recuerda —pidió acariciando la muñeca donde se encontraba la


pulsera que le había regalado en Navidad—: Los números y mi amor
por ti son infinitos, e igual será nuestro tiempo.

Bella levantó la mano y le acarició la mejilla suavemente. Sintió cómo


su corazón se hinchaba de felicidad y su alma recibía con gozo esa
declaración. Era la promesa de un amor eterno y ella estaba dichosa de
aceptar. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas y Edward las
recogió con su lengua.

—Solo quiero en tus mejillas lágrimas de felicidad —declaró.

—Esas lo eran.

—Lo sé, pero quería beber tu alegría y convertirla en mía.


Bella le regaló una amplia sonrisa y lo besó. Ella sería su felicidad,
siempre; así como él era la suya.

Cuando se separaron, y las mujeres le desearon lo mejor para el año


que comenzaba, Dacre se acercó a Bella y le tendió la mano, pero no se
atrevió a darle un beso en la mejilla pues la expresión de advertencia
de Edward lo frenó en su intento; sin embargo, Bella, al notar el
intercambio de miradas se empinó y lo besó rápidamente en la mejilla,
luego, giró hacia Edward, le guiñó un ojo y le lanzó un beso, logrando
así que se tranquilizara, al menos un poco.

Edward brindó con todos, pero notó que Lissa le rehuía y, encontrando
un canal de diversión, sonrió malévolamente.

—¡Lissa! —bramó de tal modo que todos se sobresaltaron, y la chica


soltó un gritico de sorpresa y pavor. Bella le propinó una fuerte
palmada en el brazo, acción que él ignoró—. Ven. ¡Ahora!

—Déjala en paz —reprochó Bella en voz baja y él volvió a ignorarla.

La chica se encontraba pálida. Miró a todas partes, como buscando


ayuda y lanzó a Bella una silenciosa súplica.

—Edward…

—Solo quiero que venga, nena. ¡Lissa! ¿Te vas a acercar o tengo que ir
yo a buscarte?

Katy le colocó una mano en la espalda a la atribulada y avergonzada


chica, impulsándola a avanzar. Caminó con paso lento y demoró más
de lo necesario en colocarse frente a él, pero lo suficientemente
separada como para que Edward tuviera que dar un paso al frente.

—Mírame, Lissa. —La mujer tembló ante su voz—. ¡Obedece!

La chica emitió un pequeño gemido que más pareció un sollozo y


levantó por fin la cabeza. El hombre se alzaba imponente ante ella, con
el ceño fruncido, el cabello cobrizo alborotado y esos ojos verdes
penetrando los suyos. Sentía que se iba a desmayar en cualquier
momento, y rogó por que no sucediera a los pies de ese hermoso y
temible espécimen masculino.

Sin aviso alguno, Edward la tomó por los brazos, la acercó y la besó,
primero en una mejilla y luego en la otra, para enseguida abrazarla tan
fuerte que su rostro quedó enterrado en su pecho. La soltó entonces y
le deseó un muy feliz año 2007 de manera algo brusca.

Lissa lo miró, consternada. No podía creer lo que acababa de suceder,


le parecía imposible que ese hombre la abrazara y besara, en la mejilla,
pero un beso después de todo… dos en realidad. No era que lo
deseara, al menos no de una forma indecente para un hombre que
pertenecía a otra mujer, sino que para una chica como ella, que no
estaba acostumbrada a tratar con hombres como él, era imposible no
soñar con un doble y no temerle al original.

Su cuerpo vibró, se llevó las manos al rostro, y soltó un sollozo, para


enseguida dar media vuelta y correr hacia su habitación, llorando.
Edward soltó una fuerte carcajada hasta que recibió un golpe en el
brazo.

—¡La asustaste, idiota! —le increpó Bella fulminándolo con la mirada,


y se apresuró a seguirla.

Edward levantó los brazos y se encogió de hombros, con expresión


inocente.

—Debería darte vergüenza —acusó Katy, tuteándolo, lo que le


indicaba que estaba realmente molesta.

—Pero, ¿qué hice?

Luego de que Bella consolara a la avergonzada chica, y Katy


reprendiera a Edward con un largo y contundente sermón, la noche
terminó con una mujer durmiendo sola en una gran cama, y un marido
amargado en un sofá de la sala de estar.

Al día siguiente viajaron a una propiedad que Edward tenía en


Bulgaria, en el municipio de Pirdop, a ochenta kilómetros de Sofía, la
capital del país. Había sido un regalo de su abuelo que consideraba
que era el mejor lugar del mundo para alejarse de todo. La casa de
campo quedaba a las afueras del pequeño pueblo y parecía sacada de
un cuento para niños, con sus paredes en piedra y su techo de tejas. No
era muy grande, pero a ella le encantó al instante, pareciéndole
acogedora y pintoresca, aunque no lo demostró debido al mal genio
que aún mantenía. Dicho estado de ánimo no duró mucho tiempo,
pues fue superado por las afanadas atenciones que Edward le
profesaba y los ruegos de Lissa de que no discutiera con el señor por su
culpa. Allí estuvieron un par de semanas a petición de ella misma que
deseaba recorrer el poblado y disfrutar del ambiente campestre, así
como de la hermosa vista que se contemplaba en todas direcciones.

De ahí se dirigieron a Suecia, específicamente a Estocolmo, donde


recorrieron la ciudad con las mismas restricciones de siempre, y por
último llegaron a Noruega, a la villa de Reine, en las islas Lofoten. Un
pueblito de casas pequeñas, unas rojas y otras blancas, todas de techos
negros, y por las que Bella no dejaba de sonreír.

—Estoy segura que escogiste los lugares más fríos de Europa para
tenerme siempre en tus brazos —acusó Bella juguetonamente cuando
caminaban abrazados por uno de los muelles y contemplaban la
hermosa vista de las islas vecinas.

—No se puede culpar a un hombre enamorado por desear tener a su


esposa aferrada a su cuerpo.

Bella negó con la cabeza y soltó una risita. Él siempre encontraba la


forma de hacerse el inocente cuando sabía que no lo era.

El día de San Valentín llegó con la víspera de la culminación de la luna


de miel. Al día siguiente regresarían a Londres a visitar a la familia,
pasarían la noche en el apartamento y de ahí se dirigirían a Gillemot
Hall; por lo que Edward deseaba aprovechar ese último día y sobre
todo la fecha, para preparar una velada que sabía sería inolvidable
para su amada esposa.

Con ayuda de Katy realizó los pedidos días antes y organizó todo para
que Bella no se enterara, hasta que encontrara lo que él deseaba, la
noche de San Valentín: su noche, la noche de los de los dos.

Bella despertó cuando el crepúsculo comenzaba a reinar y se percató


que se encontraba sola en el balcón de la cabaña. Se había quedado
dormida rodeada de gruesas mantas y los brazos de Edward quién
había desaparecido. Entró en la casa y lo llamó, pero este no le
contestó. Se dirigió a las escaleras y llamó a los demás, que tampoco le
respondieron. Extrañada, se dirigió a la habitación principal, donde
dormía con Edward y abrió la puerta.

El nombre de su esposo quedó a medias en su boca cuando paró en


seco al observar lo que le esperaba adentro. No daba para pronunciar
palabra, pues no podía creer lo que veía. Su corazón comenzó a latir
más fuerte, y respiración se aceleró, pero esta se detuvo abruptamente
cuando unos brazos la rodearon por la cintura y un aliento cálido
acarició su cuello.

—Si nuestra vida fuera un libro, con lo que te voy a hacer esta noche,
abarcaríamos un capítulo completo.
CAPÍTULO 41


El amor entre los dos es infinito
y tú me lo demuestras a cada suspiro.
Me haces feliz con tu sola presencia,
y yo tengo miedo de perderla.
El temor ha vuelto en mis sueños,
ese temor que amenaza con destruir mis anhelos.

L os pétalos de rosas rojas acariciaron suavemente los dedos de


Isabella Cullen cuando ella dio un paso al frente. Con la mirada
recorría la habitación sin poder distinguir otra cosa que el rojo
aterciopelado. Su nariz percibía en delicioso perfume natural y a sus
oídos llegó una melodía suave, con acordes profundos, decadentes.

El suelo estaba completamente cubierto de pétalos, las paredes se


hallaban ocultas por guirnaldas de rosas unidas una a otra por una
cinta roja, del techo colgaban los mismos adornos así como pañuelos
de seda de igual color. La iluminación estaba a cargo de unas
lamparitas de aceite con vidrios también rojos.

—Ven, no quiero que resbales —dijo Edward, tomándola en brazos y


entrando a la habitación.

Bella le abrazó el cuello y se percató de que uno de los pétalos le había


quedado enredado entre los dedos; sonrió ante ese hecho y suspiró: su
esposo podía ser el hombre más romántico del mundo cuando se lo
proponía.
Edward, caminando con cuidado, se dirigió hacia una zona donde se
suponía debía estar la cama, y la depositó ahí con delicadeza. Bella lo
sintió blando, pero no como si fuera un colchón sino algo mucho más
suave, tanto, que la hizo enterrar las manos entre los pétalos para ver
qué había debajo… solo encontró más de estos, y en el fondo la textura
de la seda.

—Hiciste…

—…un colchón de pétalos y sedas —completó Edward con una sonrisa


pícara—. Sí. Lo más delicado para tan bello cuerpo —declaró
deleitándose con la vista de las femeninas curvas cubiertas por un
pijama de algodón, de pantalón largo y blusa con mangas.

Acercó sus manos y comenzó a desvestirla con calma, muy despacio,


como si deseara disfrutar de cada centímetro de piel que quedaba
expuesta. Bella se percató de que él solo vestía unos bóxers que no
podían ocultar su excitación, así que levantó el brazo e intentó
acariciarle el pecho desnudo, pero él le detuvo la mano, le besó la
palma y la devolvió a su lugar.

—Esta noche es para ti, mi amor.

—Pero…

—Shh. Nada de protestas, esta vez no pienso aceptarlas.

Al ver el intento de una nueva protesta, emitió un gruñido de


exasperación, acercó su rostro al de ella, y la besó para acallarla. Bella
abrió la boca gustosa para recibir la lengua de su esposo y saborearlo,
pero Edward se retiró al instante.

—Calma, nena. Tenemos toda la noche para nosotros.

—¿Y la Comitiva Real?

Edward rio al escuchar el apelativo.


—Ellos están pasando la noche en la casa de al lado —informó mientas
terminaba de desvestirla, dejando como única prenda la pulsera que le
regaló en navidad—. Los quiero lejos, pero no tanto.

—Por si algo me sucede y hay que correr.

Edward sonrió y esta vez le acarició la cumbre de unos de los pechos,


haciéndola gemir.

—Eres tan hermosa que tu belleza me distrae —declaró, ignorando su


sarcasmo.

Se inclinó y besó un rosado pezón y luego el otro. Bella arqueo la


espalda para invitarlo a que continuara pero él no lo hizo. Se enderezó,
y tomando dos pétalos, se los colocó en los pechos. Bajó entonces la
vista y observó los rizos castaños que sobresalían de entre las esbeltas
piernas.

—Por el momento esto también lo necesito cubierto —dijo,


cubriéndolos también—. Por el momento.

Se puso en pie y la miró desde lo alto. La vista era perfecta a sus ojos.
La piel blanca, lozana, rodeada del rojo de las rosas. Parecía la diosa de
la tentación, de la lujuria, dispuesta a entregar su cuerpo al hombre
que tanto la veneraba.

La hermosa visión levantó los brazos sobre su cabeza y se estiró


seductoramente, mirándolo, invitándolo a tomar lo que deseara de ella,
obligándolo a pasarse una mano por la boca para evitar babear. Su
mujer lo llamaba con su cuerpo, pero él tenía otros planes antes de
tomarla como deseaba a cada hora.

Se agachó y recogió un frasquito con un líquido dorado dentro.


Caminó hasta los pies de su esposa, se arrodilló junto a ellos, y
destapando el envase, vertió un poco en su palma, para dejarlo a un
lado y frotarlo entre sus manos. El masaje comenzó en el pie derecho y
un olor a chocolate colmó el ambiente.

Deliciosas sensaciones embargaban el cuerpo de Bella. La mano de


Edward recorría su piel de una forma tan erótica que ella sintió que
podía llegar a tener un orgasmo con su solo roce. Cerró los ojos cuando
las fuertes manos subieron por sus piernas. Se notaba que no era un
experto el que daba el masaje, pero sí un hombre enamorado, y eso
hacía que ella disfrutara mucho más. Edward no aplicaba ninguna
técnica, solo ungía y acariciaba la piel de su amada como él lo
consideraba mejor. Subió por los muslos, y cuando llegó a donde las
piernas se unen, alargó el meñique intencionalmente y rozó la ya
húmeda intimidad. Bella gimió y se sobresaltó por el intenso placer
que la recorrió. Edward sonrió complacido y continuó masajeando la
parte interna de las piernas sin llegar a tocarla de nuevo en su sexo. La
provocaba, y ella lo sabía.

—Por favor —rogó.

No le contestó, solo abandonó el área y bordeando los risos que se


veían alrededor del pétalo, continuó por el vientre abultado. Se aplicó
más aceite en las manos y las posó sobre la barriga de su esposa, para
empezar a acariciar suavemente la leve redondez.

—Me encanta esto —dijo plantando un beso junto al ombligo—. Es mi


hijo el que está ahí dentro.

—Nuestro hijo —jadeó Bella.

—Tuyo y mío.

Edward avanzó a los pechos, los cuales rodeó con las manos desde los
costados, procurando no descubrirlos, y luego, terminó en el cuello.
Bella disfrutó en todo el proceso, y sus gemidos eran una prueba de
ello.
Al terminar con el ritual, extrajo de entre los pétalos una caja de
chocolates en forma de corazón, tomó uno y se lo ofreció colocándoselo
en los labios. Bella lo mordió, un líquido viscoso con sabor a fresa se
derramó sobre su boca y una gota corrió por su mejilla. Edward la
recogió con la lengua y luego comió la otra mitad del chocolate.

—Quiero más —afirmó la chica y unió sus labios a los de su esposo


para saborear juntos el dulce bombón.

Edward tomó otro chocolate, lo mordió en un extremo y antes de que


el líquido comenzara a fluir, retiró con su boca el pétalo de uno de los
pechos y derramó el dulce sobre el rosado pezón. Bella jadeó porque
sabía lo que seguía, y no tuvo que esperar mucho para sentir cómo el
hombre la lamía con ansiedad.

—Deliciosa… —jadeó Edward, y le dio de comer a el cascarón vació.

Mientras ella lo masticaba, gustosa, él enfocó la vista en el pétalo


inferior y esbozando una sonrisa que prometía cosas poco puras, tomó
otro de los bombones y gateó hasta ubicarse entre sus piernas.

—Me pregunto si la fresa sabrá mejor combinada con tu sabor.

Bella sonrió y abrió las piernas para darle total acceso. Él se acomodó,
estiró el brazo y le dio a ella para que mordiera. Así lo hizo y él,
presuroso, derramó el manjar sobre la intimidad rosa de su mujer. Ella
gimió cuando sintió el líquido rodar por su sensible piel y levantó las
caderas, instando a Edward a que no perdiera el tiempo. Su táctica
surtió efecto, y él recorrió con su lengua todo lo que ahí había. Sus
gemidos superaron a los de la chica. Si a Bella le fascinaba que él le
hiciera eso, a Edward lo volvía loco el complacerla.

Le encantaba su sabor; el calor que expedía esa zona tan íntima de su


mujer, que solo él había tocado, probado y reclamado; los sonidos que
ella emitía cada vez que él realizaba círculos con su lengua en el
sensible botón; la forma cómo sus delicadas piernas se abrían para él y
solo para él. Era un acto muy íntimo, algo que los dos disfrutaban, pero
él más que Bella, aunque para ella no fuera así.

A Bella le gustaba ver el cabello de Edward sobresalir de entre sus


piernas, pero su embarazo le limitaba la vista y eso la obligó a apoyarse
sobre sus codos, mas no por mucho tiempo porque sus brazos
comenzaron a fallar cuando el placer la inundó y, estimulada por los
olores exóticos y las suaves texturas, un intenso orgasmo la inundó y la
hizo retorcerse por la acción de la boca de su marido.

Cuando Edward levantó la cabeza, la otra parte del cascarón de


chocolate se hallaba derretida y esparcida por el muslo derecho de
Bella, por lo que no perdió tiempo en limpiarlo con su lengua.

—Eres lo más exquisito que he probado en mi vida.

—¿Debo temer que te conviertas en un caníbal? —preguntó Bella


jadeante.

Edward sonrió con malicia.

—No dudes que esta noche te devoraré viva —aseguró y la mordió


suavemente en la pierna.

Antes de quitarse los boxers y enterrarse en ella como los dos ansiaban,
la besó como un sediento que encuentra una fuente de agua en medio
de un desierto y la dejó tan aturdida que no lo sintió hasta que lo tuvo
dentro de sí.

Edward la tomó suave, tierna y calmadamente. Sus caderas se movían


a un ritmo cadencioso, entrando y saliendo de ella, disfrutando de las
sensaciones, y luego de un momento en los que sus cuerpos se
adoraron el uno al otro, llegaron al clímax, juntos.

Los rituales preparados por Edward continuaron. Tenía chocolate


derretido en un recipiente y lo usó para dibujar trazas en el cuerpo de
su esposa y así poder lamerlo directamente de su piel. También tenía
escondida una botella de vino tinto.

—Se supone… que… que no puedo tomar licor —murmuró Bella de


forma entrecortada. Se sentía agobiada por tanto placer y algo le decía
que aún faltaba más.

—No es para ti, nena. Es para mí.

Sacó el corcho de la botella con los dientes y antes de que Bella pudiera
darse cuenta, lo derramó sobre su cuerpo. El fresco líquido bañando la
piel ardiente por el deseo, la hizo gritar, y cuando pensó que ya no
podría soportar más, sintió la boca de su esposo sobre su piel,
bebiendo, degustando los sabores mezclados del chocolate, el vino y,
su preferido, el natural de su esposa.

—El Château Margaux sabe mucho mejor en ti.

Bella ya no podía esperar más. Lo necesitaba de nuevo, quería tenerlo


dentro de sí y el ambiente a su alrededor, así como su propia situación,
no la ayudaban mucho a resistir. Se piel estaba sobre excitada. Se sentía
algo pegajosa, pero la sensación no duraba mucho porque Edward se
encargaba de recoger cualquier traza de lo que había derramado sobre
ella. Lo necesitaba de nuevo, lo necesitaba de inmediato.

—Edward —jadeó y estiró el brazo para halarlo por el cabello—. Ven…


ven. Ya no aguanto más.

Edward gruñó de satisfacción, se colocó junto a ella, y antes de que


Bella pudiera abrazarlo, la hizo girarse para así, dejarla con la espalda
apoyada en su pecho.

—Tenemos que ensayar para cuando nuestro hijo esté más grande.

Le agarró la pierna izquierda y la levantó un poco para poder tomarla


desde atrás. Bella entendió lo que pretendía hacer y ella misma lo
ayudó a entrar. Se sentía más unida a él en esa posición. Estando frente
a frente no podían quedar tan juntos porque Edward temía hacerle
daño con su peso, pero teniéndolo en su espalda, él podía rodearla con
los brazos y así sentir cada músculo de su cuerpo contra el suyo,
moviéndose al mismo ritmo, disfrutando de lo que los dos compartían.
No lo hicieron lento, porque sin pronunciar palabra, sus cuerpos
acordaron que deseaban tener sensaciones intensas, por lo que sus
caderas chocaban fuertemente; tanto, que las nalgas de Bella
comenzaron a enrojecerse y a escocer con un leve ardor que era más
placentero de lo que se podía imaginar.

Él gemía en su oído y eso la deleitaba, sin contar con que las manos de
Edward rosaban constantemente sus pechos y su sexo, para
estimularla más de lo que ya estaba. Otro orgasmo llegó para los dos
en medio de palabras de amor y promesas eternas. Los gritos se
escucharon por toda la habitación y sus almas alcanzaron la plenitud
una vez más.

Bella se encontraba adormecida. Eran casi las dos de la madrugada y


Edward todavía no mostraba indicios de querer dejar de besar y lamer
su cuerpo. Hasta los pétalos de rosas que se pegaron a su cuerpo, él los
retiró con la boca.

—¿No te duele la lengua? —preguntó Bella con los ojos cerrados y una
sonrisa en los labios.

Edward chupó un pezón y levantó la cabeza para sacudirla en una


negación.

—No puedo evitarlo, me encanta el sabor de tu piel.

—Debo saber a todo menos a piel —aseguró Bella y soltó una risita—.
Necesito un baño.

—Pero no ahora —dictaminó Edward con tono serio—. Estás acalorada


y es demasiado tarde. Puedes pescar un resfriado. —Se puso en pie y
se dirigió al baño. Luego de unos segundos, salió con una vasija con
agua y una toalla—. Es agua tibia. Te limpiaré.

Bella lo vio sentarse a su lado, mojar la pequeña toalla en el agua y


comenzar a limpiarle los brazos para luego, continuar con el resto del
cuerpo. Ella lo observaba fijamente; estaba concentrado en su labor,
con la expresión seria y el ceño levemente fruncido, y ella se dedicó a
contemplar la dura belleza de sus rasgos. Habían pasado la noche entre
la lujuria y el placer más desbordante. Los dos habían perdido la
cordura en el otro, y el que Edward estuviera limpiando su piel lo
confirmaba. Sabía que parte del vino pudo ser absorbida por su piel,
pero no creía que representara peligro alguno para el bebé y tampoco
pretendía angustiar a su esposo con suposiciones.

—Rosas, chocolates en forma de corazón, vino, sexo pecaminoso… —


enumeró Bella acariciándole el brazo distraídamente—, faltó el oso de
peluche.

Edward sonrió, negó con la cabeza y se levantó un momento para


dirigirse al vestidor; al regresar, sostenía en la mano un oso de peluche
de unos cincuenta centímetros de alto, color blanco, y con un enorme
moño amarillo.

—El moño debería ser rojo —bromeó Bella, extendiendo los brazos y
agitando las manos para que se lo entregara rápido.

Edward negó con la cabeza, divertido, y se arrodilló a su lado,


apartando el muñeco cuando ella intentó tomarlo.

—¡No! Charlie no es para ti. —Acercó su rostro a la barriga de ella y la


besó—. Es para quien sea que esté aquí dentro.

Bella sintió que su corazón se encogía y sus ojos se llenaban de


lágrimas.

—¿Charlie?
Edward asintió.

—Como se llamará si es un niño.

A bella se le escapó un fuerte sollozo, pero una gran sonrisa se


estampó en su rostro. Lloraba por el recuerdo de su padre y sonreía
por el hermoso gesto de su esposo. Para ella significaba mucho y
Edward lo sabía. Él había prometido hacerla feliz y cada día se
esforzaba por conseguirlo.

Se sentó y lo abrazó fuertemente, llorando contra su pecho.

—Isabella, mi amor, no llores —pidió Edward con voz atormentada,


rodeándola con los brazos—. No quiero que estés triste.

—No… —Levantó la cabeza y lo miró—. Estoy llorando de felicidad.


Soy feliz porque te tengo a mi lado, porque me amas, porque te
importa el recuerdo de mi padre y quieres que nuestro hijo lleve su
nombre, porque te amo, Edward, y sé que tú me amas.

—No imaginas cuánto.

—Puedo hacerlo, porque yo te amo igual —declaró y lo besó,


demostrándole que sus palabras eran ciertas.

Cuando se separaron, Edward insistió en terminar de asearla, y una


vez hubo acabado, se acostó detrás de ella, la abrazó por la espalda
mientras ella abrazaba a Charlie, y la hizo dormir tarareándole
desafinadamente una nana que acababa de inventar.

El viaje de regreso a Inglaterra se llevó a cabo en la tarde porque la


pareja durmió toda la mañana. Bella se encontró con todo el cuerpo, en
especial la espalda, con lo que parecían chupones rojos repartidos por
toda la piel. Unos eran producto de la pasión de su esposo, pero otros,
de los pétalos que habían dejado rastros en ella luego de toda una
noche de estar acostada sobre ellos. Edward estaba marcado solo con
un par de ellos.

A Londres llegaron en la noche y Edward decidió que se quedarían en


el apartamento para que Bella no tuviera que viajar en auto hasta
Gillemot Hall tan pronto, pues aún se negaba a volver a subir al
helicóptero. Esme, al enterarse, se los impidió y le ordenó a su hijo que
pasaran la noche en La Mansión para poder encargarse ella misma de
su nuera.

Bella se molestó al ver a Vicky en la casa de su suegra, quien la había


llamado para que colaborara con la atención de la pareja; sin embargo,
trató de que la joven no notara su disgusto, y además, dejar en claro
qué lugar ocupaba cada una en la vida de Edward.

—No había necesidad de molestar a la chica, Esme —comentó Bella y


miró de reojo a la joven que se encontraba a su lado. Debía sentirse
extraña por llamar "chica" a una mujer que era mayor que ella, pero
con ese apelativo reafirmaba su posición—. Katy y Lissa pueden
encargarse de nosotros sin ningún problema, y a Edward lo atiendo yo
misma.

—No quiero que te fatigues, querida —explicó Esme con su habitual


ternura—. Mi hijo puede ser muy quisquilloso y mimado, y eso es
agotador.

—Y para mí es un placer atenderlo —agregó Vicky con una gran


sonrisa que se notaba falsa.

—Me lo imagino —aseguró Bella con una nota de sarcasmo que no


pudo evitar—. De igual forma mañana nos vamos a Gillemot Hall.
¡Estoy ansiosa por regresar a casa!

Esme sonrió abiertamente. Era feliz al ver la dicha de la pareja y más la


emoción de Bella de estar a solas de nuevo con Edward.
—Estaba pensando que podrías llevarla contigo—propuso señalando a
Vicky.

La sonrisa de Bella desapareció al instante y se trasladó al rostro de la


otra chica.

—¡Eso sería grandioso, señora Esme! —exclamó, dichosa.

—¡No! —declaró Bella con voz firme y más alta de lo que esperaba—.
En la casa la servidumbre está completa, no necesitamos de nadie más.

Esme la miró extrañada, luego observó a la chica y frunció el ceño.


Comenzaba a comprender que sucedía.

—La ayuda nunca está de más —alegó Vicky con un tono levemente
altanero y luego miró hacia un lado y sonrió—. Además, el señor
Cullen es el que tiene la última palabra.

Bella detuvo un improperio en la punta de la lengua y observó a


Edward colocarse a su lado y abrazarla con el ceño fruncido.

—¿Sucede algo, Isabella? —preguntó, preocupado.

Ella intentó responderle pero la otra chica se le adelantó.

—Señor Cullen, su señora madre ha tenido la excelente idea de que yo


vaya a trabajar a Gillemot Hall. ¿No le parece grandioso?

Bella la fulminó con la mirada, pero prefirió esperar a que Edward


respondiera. Necesitaba saber qué pensaba él de ese hecho.

Edward se encogió de hombros.

—Lo lamento, Vicky, pero yo no opino al respecto. —Miró a Bella y le


sonrió para tranquilizarla—. Es mi esposa quién toma las decisiones y
yo solo me limito a obedecerla y respaldarla. ¿No es así, reina mía? —
preguntó dándole un suave beso en los labios.
El rostro de Bella quedó dividido en dos por la gran sonrisa que se
posó en él. Edward sabía que ella no quería a la chica cerca, y la
apoyaba sin miramientos.

—Completamente.

—¡Que hermosos se ven juntos! —afirmó Esme, emocionada. Estaba


orgullosa de la actitud de su hijo ante tal situación.

Bella miró entonces a la chica sin perder la sonrisa. Le era imposible


desaparecerla de su cara.

—La respuesta es no, Vicky. No hay lugar para ti en Gillemot Hall.

Ni en ningún lugar cerca de mi marido, pensó.

La joven enrojeció de rabia y emitiendo una escueta disculpa, se retiró


del lugar. Esa noche y la mañana siguiente, la pareja fue atendida por
Katy y Lissa por pedido expreso de Bella, impidiendo así que Vicky se
acercara. Incluso la misma Lissa se encargó de impedírselo al
percatarse del rechazo que su señora sentía por ella.

—Tiene cara de mujer de la vida alegre —comentó distraídamente en


una ocasión en la que tuvo que detenerla cuando se empeñaba a llevar
el desayuno de Edward directamente a la cama.

—¡Lissa! —regañó Katy—. Cuida tu lenguaje.

—Pero es verdad, señora Katy. Además, no me gusta como mira al


señor, y mucho menos a la señora.

—Eso no es asunto tuyo. Y anda, ve, ¡ve! Que se enfría esa comida.

Katy concordaba con las afirmaciones de la pequeña rubia, pero sabía


que no debía alentarla.
A la hora del almuerzo se presentaron los McCarty y Jasper para
saludar a la pareja. Este último solo quería ver si Bella estaba bien. A
los pocos minutos se inició una fuerte discusión entre Emmett, y
Edward, en la que Jasper participó a favor del primero y solo cuando
Heidi gritó y repartió algunas palmadas y tirones de cabello, se
pudieron calmar.

—Me estoy cansando de la cercanía de mi hermana y el imbécil de


Jasper —comentó Edward a su esposa al verlos conversando con
demasiada cercanía.

—Jasper no es ningún imbécil, Edward, y Alice está muy mayorcita


como para saber qué es lo que hace.

—¿Cómo que saber lo que hace? ¡Es solo una niña! No debería estar
pensando en ciertas cosas y menos con él.

—No seas hipócrita que yo soy menor que ella y tú mucho mayor que
él.

Edward la miró con los ojos entornados y su ceño se frunció.

—¿Qué sabes tú de esos dos? —preguntó, ignorando su acusación.

Bella se tensó al instante, pero logró disimular los nervios.

—Que son buenos amigos. Es lo mismo que saben todos los demás.

Edward se enderezó en su asiento y emitió un leve gruñido.

—Eso espero, si no quieres ver sangre americana bañando suelo inglés.

Bella tragó en seco por la amenaza. No estaba segura de que entre su


hermano y Alice estuviese pasando algo, pero sabía que Alice estaba
loca por él y que aunque él lo negaba, tampoco le era indiferente. Si
Edward se enteraba de eso era capaz de despellejarlo vivo. No tenía
duda alguna.
En la tarde emprendieron el camino a Gillemot Hall, dejando atrás a
todo aquél que no era bienvenido por parte y parte. Bella estaba
ansiosa por regresar. Consideraba a la gran propiedad, su hogar, y no
veía la hora de volver a ver a su gata después de tanto tiempo.

Al llegar, fueron recibidos por los empleados de la casa. Rosalie se


encontraba junto a Nani y tenía a Naomi entre sus brazos, quien al ver
a su dueña, se retorció para que la dejaran en el suelo y así correr hacia
ella.

—No la toques, Isabella —ordenó Edward.

Bella lo ignoró por completo y la cargó.

—¡Mi princesa! Ven, mi niña preciosa. —La abrazó y comenzó a


acariciarla—. ¿Extrañaste a mamá? ¿Me extrañaste, muñeca? Sí… yo
también, mi corazón. ¿Y extrañaste a papá? —Miró a Edward y fingió
no ver su expresión de alarma—. Lo extrañaste, yo lo sé. Aquí está
papá, dale un besito a papi. —Tomó a la gata por la barriga y la levantó
para ponerla frente a Edward, quien retrocedió al instante e interpuso
sus brazos para defenderse de cualquier ataque, pero Bella se detuvo y
su ceño se frunció. La devolvió a su regazo y le palmó la barriga—.
¿Por qué tienes la panza dura, Naomi? —Levantó la cabeza para mirar
a Rosalie.

—Bella, no te lo había dicho porque no quería preocuparte pero… —La


mujer se acercó un paso y trató de ocultar su nerviosismo con un
amago de sonrisa—, ¡vas a ser abuela!

El silencio reinó en el lugar. Los empleados, previendo lo que se


avecinaba iniciaron una rápida retirada, Edward sintió miedo al ver la
falta de reacción de su esposa, y Rosalie retrocedió dos pasos para
volver a hablar.

—Bella…
La chica se acercó a ella.

—Sostenla un momento, por favor. —Su voz sonó contenida,


demasiado tranquila.

La rubia recibió a la gata y vio a Bella girarse hacia su esposo y caminar


en su dirección. Edward retrocedió aún más, pero no lo suficiente
como para esquivar la fuerte cachetada que su mujer le propinó.

—Pero, ¿qué hice?

—¡Tu asqueroso animal abusó de mi princesa! —gritó Bella, furiosa.

—¿Ron? ¿Te volviste loca? Ningún gato en sus cinco sentidos se


aparearía con esa cosa. Estoy seguro que fue ella quién lo obligó.

—Yo la vi moviéndole el trasero —aseguró Rosalie, pero se arrepintió


de sus palabras cuando Bella la fulminó con la mirada.

La castaña se giró hacia Edward y le propinó otra cachetada que dejó


una gran marca roja en su mejilla izquierda.

—¿Cómo te atreves a acusarla? —increpó, pero un sollozo se escapó de


su boca y su cuerpo se estremeció—. Ella no tiene… ella es solo…

Edward se olvidó de su dolor y humillación y se afanó por abrazarla.


Ella forcejeó por un momento pero luego el llanto la superó y dejó que
él la cargara y la llevara dentro de la casa. Al llegar a la habitación, la
depositó en la cama y le acarició la cabeza.

—No te pongas así, mi nena. Cuidarás bien de Naomi y ella no se


sentirá mal.

—¿Cuidaré? —preguntó Bella mirándolo entre lágrimas—. Entonces tú


no estarás para ella.
Edward suspiró. Tenía que calmarla y para eso debía hacer promesas
que no deseaba.

—Los dos cuidaremos de ella. Buscaré un veterinario, el mejor de


Londres, y verás que ella estará bien, nada malo le sucederá.

Bella levantó los brazos y él se inclinó para que lo abrazara.

—Te amo, Edward. Te amo tanto —sollozó en su cuello y Edward se


limitó a abrazarla y decirle que él también lo hacía.

Sabía que ella no era buena manejando situaciones de alto estrés, y que
sufría de esos tipos de ataques en los que enloquecía, y sumando las
hormonas revueltas por el embarazo, Isabella era una bomba que
podía estallar en cualquier momento y de diferentes formas.

—Tráemela.

—Isabella, no debes estar cerca de ella.

—Tú no la quieres —lloró Bella y se zafó de él con brusquedad—. Tú


piensas de ella lo mismo que todos los demás.

—No, amor, no. Yo la quiero —afirmó Edward afanado. Se estaba


desesperando, pero por ella y solo por ella aguantaba lo que fuera—.
Es nuestra… ¿niña? ¡Sí, eso! Nuestra niña.

Bella le sonrió y le pidió nuevamente ver a su gata. Edward accedió de


mala gana y luego de recibir unos cuantos arañazos tratando de
agarrarla, le pidió a Rosalie que la llevara ella misma.

La rubia se retiró de la habitación y Edward se sentó en un sillón a


contemplar cómo su esposa consentía a su peor enemiga.

—¿No quieres acariciarla? —preguntó Bella con voz de reproche.


—No es eso, nena. Ella ya me acarició lo suficiente cuando la traía.
Después la consiento.

Bella le hizo mala cara y continuó jugando con la gata. Edward esa
noche tuvo que dormir en el sillón porque las pocas veces que intentó
entrar a la cama, Naomi lo acarició.

Edward regresó a ocupar la presidencia de CullenWorld el lunes


diecinueve de febrero y ese mismo día se encargó de buscar al mejor
veterinario, y revisar los documentos enviados por la agencia, sobre la
que ellos consideraban, era la segunda mejor enfermera de Londres.

—Por qué no retiras a la enfermera actual y se quedan


permanentemente con la nueva, sería alguien sin ningún compromiso
—comentó Heidi, sentada en la silla frente al escritorio de su primo.
Ella misma se había encargado de solicitar los documentos a la agencia
cuando Edward le avisó de los cambios que se realizarían.

—Porque confío en Becca, es una gran profesional e Isabella la quiere


ayudar. Y recuerda que la abuela decía que las cosas malas suceden de
noche.

—Tiene sentido —concordó sin darle mucha importancia al tema y se


acercó al ver unas líneas enrojecidas en las manos del hombre—. ¿Qué
te pasó en las manos?

—La rata que tengo por hija me demostró todo el amor que me
profesa.

Heidi lo miró por un momento, incrédula, para enseguida romper en


una fuerte carcajada; la misma que su madre le reprochaba cuando
niña por no ser apropiada en una dama.
—¡Serás idiota, Edward! Cómo te le acercas con esa cara que tienes. —
Soltó una nueva carcajada y continuó—: ¡La pobre se asustó!

—Gracias por lo que me toca, mocosa —masculló Edward, empleando


el apelativo que usaba con su prima cuando eran niños y discutían.

Becca tenía hasta la semana siguiente para estar de tiempo completo


con Bella, así que se dedicó a enseñarle a Lissa lo básico de primeros
auxilios y atención a una mujer en embarazo.

Se acordaron los horarios y Edward le asignó un auto con chofer para


que pudiera llegar a Gillemot Hall en el menor tiempo posible. La
hermana de Becca salía temprano del trabajo, por lo que ella llegaría
antes que Edward y relevaría a la nueva enfermera. En la mañana
sucedería lo mismo, pues él acostumbraba a ir temprano al trabajo y
más con el inicio de año y luego de las vacaciones de la luna de miel.

En la semana Bella tuvo cita con la partera y, a petición de Edward, con


la ginecóloga. Le realizaron todos los exámenes necesarios e
innecesarios, y en medio de todo ese caos de nervios injustificados, los
dos decidieron que no deseaban conocer el sexo del bebé hasta que
naciera, aunque él en silencio rogaba que fuera un niño.

Edward se encargó personalmente de entrevistar a la enfermera, en su


oficina. Le hizo tantas preguntas que la mujer por un momento se
sintió agobiada, e incluso, ahondó en su vida personal. Luego de casi
dos horas de interrogatorio, para cerciorarse de que su mujer quedaba
en buenas manos, el ansioso esposo quedó satisfecho.

Le indicó cómo serían los horarios, el transporte que se le brindaría


para recogerla en su casa y regresarla por las noches, y el salario que
recibiría. Ella le explicó que le era imposible trabajar los fines de
semana pues tenía compromisos con otra familia, a lo que Edward
respondió que no existía problema alguno ya que él prefería a Becca
cerca el mayor tiempo posible, por lo que se iría los viernes y
regresaría los lunes. La mujer se sintió complacida con lo acordado y se
firmaron los documentos pertinentes.

El domingo antes de la nueva rutina Becca no paró de dar


recomendaciones a Lissa y a la misma Katy de lo que debían hacer si
algo sucedía.

—Becca, estás peor que mi marido. ¡Cálmate, mujer! —pidió Bella,


comenzando a sentirse desesperada.

—Lo lamento, señora, pero usted es mi responsabilidad y no quiero


que nada malo le suceda en mi ausencia. No conozco a la nueva
enfermera por lo que no puedo dar referencias de ella ni confiar en su
trabajo.

—Viene de la misma agencia que tú, y Edward ya se encargó de


asustarla lo suficiente. Debes saber lo que se siente.

—El señor me interrogó como debía. En ningún momento me sentí


amenazada —aseguró Becca con rostro serio y algo indignado.

—Claro, porque los dos son iguales —murmuró Bella y sonrió. Los dos
eran igual de maniáticos.

En la noche Edward le dio a Bella una larga charla sobre llamadas


telefónicas, autos listos para la carrera y los mil peligros que pueden
existir para una mujer de veinticuatro semanas de embarazo.

—Voy a estar bien. Tranquilízate.

—No me pidas que no esté nervioso, Isabella. Este tipo de cambios no


me gustan y no sé… temo que algo malo te suceda.

Bella se acercó a él y lo abrazó por la cintura.


—Estaré bien. No soy la primera ni la única mujer embarazada, te lo he
dicho mil veces. Aunque sí creo que soy la única que tiene a todo un
ejército para asistirme si siento una patadita —afirmó con una sonrisa
burlona.

—No me culpes por querer protegerte. Si algo te llega a suceder yo me


muero.

—No pasará nada —prometió, plantando un beso en su pecho—.


Llegaré siempre sana y salva a tus brazos.

Edward la abrazó y la besó con devoción. Esa noche le hizo el amor


con calma, tomándola con ternura, pero sin dejar de lado toda la
pasión que sentía. La hizo sentir amada y ella a él en cada beso, en
cada caricia y en cada sonido que sus bocas emitían. Se amaron como si
no hubiera un mañana, porque para los amantes el temor es siempre el
mismo: perder a la razón de su existencia.

"Los pequeños arbustos podados de forma rectangular y extendidos de tal


manera que formaban una especie de cercado, al mismo tiempo que creaban
figuras y daban la impresión de un espacioso laberinto; rodeaban un hermoso
jardín en el que rosas, jazmines, orquídeas, lirios, agapantos y demás especies
de flores brillaban hermosas bajo los intensos rayos de sol. Bella caminaba por
entre los espacios formados por los arbustos y levantaba su rostro para recibir
el calor del sol en plenitud. Llevaba un vestido blanco de seda, de delgados
tirantes en los hombros, un poco ajustado en el torso y abriendo bajo las
caderas para caer libremente hasta sus pies descalzos. No sabía dónde se
encontraba, ni cómo había llegado hasta allí, solo podía sentir una hermosa paz
que la invadía y la reconfortaba. Caminó unos pasos más hasta el centro del
jardín y se topó con una figura negra sobre un gran pedestal de piedra blanca.
Era la estatua de un hombre con una gran capa y capucha negra que lo cubría
casi por completo, dejando al descubierto solo un rostro hermoso con los ojos
cerrados y una expresión adusta. Bella lo contempló por un momento,
sumergida en esas facciones que no parecían reales. Repentinamente la estatua
abrió los ojos y la miró fijamente, eran de un color verde tan intenso que
parecían dos esmeraldas brillando en sus cuencas. Bella aturdida y a la vez
hechizada por esa mirada quedó inmóvil contemplando cómo la figura que
antes era de piedra se convertía en un hombre y este sin dejar de mirarla saltó
del pedestal y cayó frente a ella. —Eres mía —le dijo con una voz firme y
potente. Las palabras resonaron en su alma y esta las reconoció como ciertas.
Le pertenecía a ese ser ante ella y se sentía dichosa por esa verdad—. Me
perteneces, Isabella. —Ella levantó la mano para acariciarle el rostro y
reafirmar esas palabras, pero se horrorizó al verlo desmoronarse ante sus ojos.
Esa estatua, ese hombre que ella tanto amaba, cayó al suelo convertido en
cenizas y el viento se llevó sus restos. Un grito desgarrador escapó de sus
labios al ver a su amado completamente destruido. Dio media vuelta para
echar a correr lejos de esa horrible visión percatándose hasta entonces que el
cielo se había oscurecido. Remolinos de nubes moradas y grises surcaban el
aire y una brisa helada golpeaba contra ella. Bajó la mirada y vio que las flores,
antes radiantes, se hallaban ahora marchitas y esparcidas por el suelo. Girando
hacia su izquierda, corrió presa de un terror nunca antes conocido. Frente a
ella divisó un enorme castillo, hermoso en su estructura pero descuidado y casi
en ruinas en cuanto a sus detalles. De pronto del techo de la torre más alta del
castillo emergió la figura de un ave plateada, gigantesca, que voló hacia ella
con las alas extendidas. Bella grito horrorizada y se agacho para cubrirse la
cabeza—. ¡Huye! —escuchó pedir al ave, pero solo pudo ponerse en pie y
quedar paralizada, pues las piernas no le respondían. Observó cómo todo se
volvía negro y desaparecía a su alrededor, incluido el ruinoso castillo, al
tiempo que la risa estruendosa y enloquecida de una mujer llenaba el espacio."

Se despertó sobresaltada y con un grito saliendo de su boca. Había


tenido el mismo sueño que hacía varios meses atrás, pero las
circunstancias habían cambiado. Ya no temía a la estatua que sabía era
Edward, sino que la amaba como sucedía en la realidad, pero él se
destruía, y ella quedaba sola y con su mundo destruyéndose a su
alrededor tal como continuaba en el antiguo sueño. Incluso el castillo
desaparecía.
—El castillo… —dijo con la voz todavía agitada, y la verdad llegó a su
mente y la golpeó con fuerza—. ¡El castillo!

Se levantó de la cama de un salto, se colocó rápidamente la bata y salió


de la habitación, donde la esperaba Lissa para recibir sus órdenes.

—Señora, bue… ¿Qué sucede? —preguntó la chica asustada por el


estado de exaltación de su señora.

—¿Edward? —preguntó, aunque ya imaginaba la respuesta.

—En Londres, señora. ¡Me está asustando! —exclamó corriendo tras


Bella que había salido al pasillo en dirección a las escaleras.

Becca se encontraba en el vestíbulo de la mansión esperando a la nueva


enfermera, cuando vio a Bella bajar las escaleras demasiado rápido
para una mujer en su estado, y dirigirse a la puerta principal.

—Señora Cullen, ¡por Dios! ¿Qué ocurre?

Bella la ignoró, así como a Lissa que corría tras ella rogándole que se
detuviera. Atravesó la gran puerta y al llegar a la terraza, antes de
alcanzar los escalones, se giró y miró hacia arriba, hacia la fachada de
la mansión Gillemot.

El castillo, ese que se notaba ruinoso en el sueño, era su casa, a la que


Edward la había llevado a vivir luego de casarse. Estuvo en ella todo el
tiempo y no se había dado cuenta; pero eso no era lo que la
atemorizaba. El mismo sueño le indicaba que el peligro que Edward
representaba había pasado. Ella lo amaba y en él lo constataba; sin
embargo algo nuevo la llenó de pánico, de un horrible temor a perder
todo lo que tenía, y lo más importante, a Edward.

La espantosa carcajada, cínica y burlona de la mujer de su sueño,


resonó de nuevo en su cabeza y todo su cuerpo se estremeció.
—Señora Cullen. —La voz femenina llegó desde atrás, haciéndola
girar, sobresaltada—. Por fin nos vemos frente a frente.

Ante ella se encontraba la que parecía ser la nueva enfermera, pero sin
lograr explicar por qué, un escalofrío la recorrió.
CAPÍTULO 42


Los sueños me envían señales,
unas que yo no puedo evitar.
Las emociones van y viene,
pero la angustia es la que prevalece.
Temo tanto perderlos,
y solo tú puedes luchar contra mis miedos.

I sabella Swan había aprendido en poco tiempo que los sueños tenían
un significado que no debía ignorar, sobre todo desde que llegó a
Inglaterra y conoció a Edward Cullen. Eran precisamente los sueños
los que la llevaron a convertirse en Isabella Cullen, y pasar por un gran
sufrimiento y angustia que luego se transformó en su mayor felicidad.

Su vida con Edward pudo ser tormentosa en el comienzo, pero todo


eso fue olvidado cuando abrió su corazón a una verdad que no podía
seguir negándose a sí misma: estaban destinados el uno para el otro.
Fue ahí cuando descubrió al verdadero Edward, ese hombre tan viril
que podía enamorar a cualquier mujer pero que al mismo tiempo se
convertía en un chiquillo quisquilloso sacándole varias sonrisas. Sin
embargo, había algo que la inquietaba de nuevo: su último sueño.

Sus sentimientos al ver la estatua no eran los mismos de las veces


anteriores, pero el hecho de que esta se destruyera con solo tocarla y
quedara hecha cenizas a sus pies, la atormentaba; además del final en
el que veía a lo que imaginaba era el Turul, y la risa espantosa de una
mujer que, incluso dormida, logró helarle la sangre; así como el
descubrimiento de que el castillo en ruinas era precisamente Gillemot
Hall, y que el laberinto de la estatua existía en cierta forma pues, luego
de recuperar la calma, preguntó a Nani si había algo así en la
propiedad, y ella le comentó que hacía varios años, un jardín en forma
de un pequeño laberinto de paredes muy bajas quedaba ubicado junto
a la mansión, pero que la señora Esme había ordenado colocar en su
lugar solo un jardín común pues no le gustaban los laberintos. Bella a
su vez le preguntó si en el centro quedaba alguna estatua, a lo que la
mujer le respondió que así era, y que esta era la de un ángel guerrero,
pero ya no se encontraba entre las posesiones de la familia porque fue
vendida por la misma razón. Todos esos descubrimientos la tenían
nerviosa y ansiosa, tratando de descubrir qué significaban.

—Señora Cullen… —La voz de Lissa la sacó de sus pensamientos y


más por el tono molesto que la chica usó—. Ya indiqué a Hannah la
habitación que podrá usar las horas que permanezca aquí.

—Gracias, Lissa —dijo Bella decidiendo que luego le preguntaría qué


le sucedía y pasó a dirigirse a la otra mujer—. Hannah, no es necesario
que estés todo el tiempo junto a mí. Puedes ocupar el día en hacer lo
que desees.

—Becca me instruyó antes de irse sobre lo que debía hacer y, por


indicaciones del señor Cullen, no debo apartarme de usted. De igual
forma procuraré darle su espacio. ¿Puedo sentarme? —Bella frunció el
ceño ante esa petición pero asintió con la cabeza y observó cómo
ocupaba el sillón frente a ella, mientras Lissa soltaba una exclamación
y se alejaba luego de preguntarle si necesitaba algo más.

La mujer era muy hermosa pero había algo en su expresión que la


hacía ver mayor de los veintiocho años que Bella sabía que tenía. Era
alta como Rosalie, de curvas bastante pronunciadas, cabello negro y
piel blanca, y caminaba con una coquetería innata; no como Heidi que
se veía natural y elegante, sino de la forma atrevida e insinuante. En
general, la mujer le agradó muy poco, pero no la criaron para juzgar a
las personas de forma tan superficial, y después de todo, ella no sería
su amiga sino su enfermera y ya que Edward la había aprobado como
profesional, para ella estaba bien.

Se encontraban en la terraza aprovechando los rayos del sol de la


mañana, aunque el frío de la temporada se podía sentir incluso a esa
hora.

—Hermosa mañana y una propiedad impresionante. ¿Pertenece al


señor Cullen? —preguntó la mujer, mirándola con una sonrisa en los
labios.

Sin saber por qué, Bella sintió molestia por la pregunta, pero
imaginando que se debía a que estaba todavía alterada por el sueño
que había tenido, lo dejó pasar y se limitó a contestar:

—Pertenece a la familia.

—¿A la familia del señor o a la suya?

—A nuestra familia —respondió Bella bruscamente. Esa pregunta sí la


había molestado.

La mujer abrió la boca para decir algo más pero Lissa las interrumpió.

—El señor Cullen, señora —anunció extendiéndole el teléfono con


mano temblorosa.

Mierda, el celular, pensó dándose cuenta que no lo había tomado por


salir corriendo de la habitación. Le agradeció a la chica y se acercó el
aparato al oído.

—Hola, mi amor.

—¿Por qué no contestas el maldito celular? —increpó Edward con tono


desesperado.

—Estoy segura que esa pregunta ya te la respondió Lissa.


—Ella me dijo que lo habías dejado en la habitación, pero yo quiero saber ¡por
qué lo dejaste ahí!

Bella suspiró y rodó los ojos. Estaba segura que por la mente de
Edward ya habían pasado escenas horripilantes en las que ella era la
víctima.

—Edward, cálmate. Solo tuve una pesadilla y… —Miró a la mujer


frente a ella que la observaba a su vez y bajó la voz para evitar ser
escuchada por esta. No le importaba que Becca o Lissa oyeran sus
conversaciones, pero no era lo mismo con una extraña—, y salí de la
habitación apresuradamente, eso es todo.

—Tú no deberías tener pesadillas, nena. Mi deber es hacerte feliz para que
nada perturbe tus sueños. Y si falló, quiero que me llames y me cuentes para
poder consolarte y apartar tus miedos.

Una enorme sonrisa se extendió por sus labios sin poder evitarlo y
pudo sentir cómo su rostro, a pesar del frío, se calentaba. Mas no
pensaba darle alas.

—Fue solo una pesadilla, mi amor. Algo que todas las personas tienen.

—No mi mujer.

—También tu mujer. Edward, hay cosas que no puedes controlar y el


mundo de los sueños es una de ellas.

—Eso es lo que no me deja vivir tranquilo —aseguró, molesto.

—Me haces falta —declaró para cambiar de tema, sin apartarse de la


verdad.

Edward suspiró y guardó silencio por unos segundos.

—Voy para allá.


—No es necesario —dijo a regañadientes pues ella lo deseaba a su
lado—. Estuviste mucho tiempo fuera y tú mismo me comentaste que
el trabajo era demasiado. Piensa en la pobre Heidi que tiene carga extra
al estar sola.

—Tu querida Heidi no ha hecho más que quejarse. La otra semana llegan los
nuevos pasantes y si no fuera por Sara que se quedó a colaborarle y Jacob que
no se le quiere despegar, ya me habría lanzado por la ventana.

Bella soltó una risita y sacudió la cabeza.

—Yo puedo ir a ayudarte, o ayudar a Sara.

—Preciosa, no pienses que voy a dejar que te agites en tu estado y lo que me


está volviendo loco no es el trabajo sino las quejas de la malcriada que tengo
por asistente.

—Es tu prima, Edward. Ten algo de consideración con… ¡Oh! ¡Hola! —


exclamó Bella a quienes llegaban.

—¿Quién es? —preguntó Edward con recelo.

—Amor, son Rosalie y Seth. Tengo que cortar. Te amo.

—¡Seth! ¡El mocoso ese…! —Fue lo último que Bella escuchó antes de
cortar la llamada.

Bella abrazó al chico con cariño y saludó a Rosalie, escuchando al


teléfono timbrar a su lado.

—¡Que bonita estás, Bella! —Seth se sentó a su lado en el sofá con su


gran sonrisa adornando su rostro infantil y pícaro a la vez—. ¿Cómo te
fue en el viaje?

—Me fue muy bien, Seth. —Demasiado bien diría yo. No pudo evitar
sonrojarse al recordar todo lo vivido en su luna de miel.
—Te has puesto roja. ¿Te sientes bien? —preguntó Seth inocentemente,
haciendo que ella se sonrojara aún más.

La chica negó con la cabeza al sentir cómo su cuerpo se encendía


levemente, pero enseguida se ratificó.

—Quiero decir… No te preocupes. Estoy bien.

Lissa llegó en ese momento con otro teléfono y expresión mortificada.

—Lo siento, señora. El se…señor… —tartamudeó la chica y entregó el


auricular, el cual Bella contestó lanzando un suspiro.

—Sigo viva —dijo al hombre del otro lado de la línea.

—Pero ese chiquillo no por mucho —gruñó Edward.

—Edward, por favor —rogó Bella en voz baja para que solo él
escuchara—. Es solo un niño. No tienes que temer a su pene: no sirve
aún para eso. —El sarcasmo salió de sus labios antes de pensarlo.

—¿Cómo sabes eso? ¡¿Acaso te lo mostró?!

—¡Edward, basta! —gritó, para enseguida bajar de nuevo la voz—. Es


un niño. Podría incluso ser tu hijo y no, no me ha mostrado nada, pero
asistí a clases de biología en la escuela y por eso lo sé. Ahora te voy a
agradecer que te calmes y te concentres en tu trabajo y me dejes a mí
recibir a la visita en paz si no quieres que ordene desconectar todos los
teléfonos de la casa y no permitirte la entrada a la propiedad, porque te
recuerdo que soy tu esposa y me diste total poder sobre Gillemot Hall
delante de todos los empleados, sin contar con que estoy segura de que
tendría el apoyo de tus padres y el tío Aro. Ahora te pregunto: ¿Te
calmarás, me dirás que me amas y no volverás a llamar a menos que
sea necesario?, o ¿doy la orden ahora mismo?

Edward refunfuñó algo ininteligible y luego habló:


—Te amo, nena. Tengo trabajo —dijo a regañadientes.

—Yo también te amo.

Bella cortó la llamada y miró a Rosalie quién sacudió la cabeza


reprobatoriamente. Bella sabía que Edward no era del agrado de la
rubia desde que le contó lo de la noche de bodas y cada vez que él se
mostraba posesivo con ella eran puntos que perdía. Se encogió de
hombros y en ese momento recordó la presencia de la nueva
enfermera, miró a la mujer y se sorprendió al verla con expresión
contrariada, como si estuviese conteniendo la rabia. Que mujer tan
extraña.

—Ya te puedes retirar, Hannah. Si te necesito te llamo.

La mujer tardó un par de segundos en obedecer y solo se despidió con


un movimiento de cabeza para luego desaparecer en la casa.

—Imagino que esa es la nueva enfermera. —Bella asintió para


responderle a Rosalie—. Becca habría desaparecido sin que se lo
ordenaras. No me gusta esta mujer.

—Edward la estudió bien. Es un poco extraña…

—Y chismosa —completó la rubia.

—Y chismosa —concordó Bella—, pero apenas es el primer día.


Esperemos a ver qué sucede más adelante.

—¿Puedo tocarla? —preguntó Seth señalándole la panza. Bella sonrió y


se abrió un poco la bata para que el niño palpara sobre el pijama,
olvidando así el asunto de Hannah.

En lo que restó del día se mantuvo alejada y prácticamente ni la vieron,


por lo que Bella imaginó que había captado muy bien el mensaje.
Al acercarse el final del día, Becca llegó y Hannah se despidió para
regresar a la mañana siguiente. Bella fue sometida a un interrogatorio
por parte de Becca sobre la nueva enfermera y prometió hablar con ella
sobre lo de la privacidad.

—Debe estar cerca pero no encima, y mucho menos formar parte de


sus reuniones sociales —dijo la mujer con tono serio y molesto.

Al llegar Edward el interrogatorio fue el mismo.

—Ustedes dos me van a volver loca —se quejó Bella apretando a


Charlie contra su pecho.

—No aprietes el oso contra tu barriga, Isabella. Le puede hacer daño al


bebé.

Bella lo miró con el ceño fruncido.

—Y cuando te tengo encima ¿no le hago daño?

—No, porque él sabe que es su padre dando placer a su madre —dijo


Edward en tono serio. Bella rodó los ojos, aguantó la risa y no soltó al
muñeco.

Al acostarse, Edward le pidió que le contara la pesadilla, pero Bella


insistió en que no era necesario, que solo lo necesitaba a él para calmar
sus temores, y así sucedió. Él la tomó en brazos y le hizo el amor
lentamente, apartando todos sus miedos, y prometiéndole sin palabras,
protegerla por siempre. Esa noche no hubo pesadillas, ni nada que
perturbara su sueño. Al amanecer, Bella despertó con un beso de
Edward, quien ya se encontraba vestido.

—No quiero que vuelvas a tener pesadillas, por eso te despertaré todas
las mañanas antes de irme a trabajar.

Bella sonrió y lo abrazó por el cuello para acercarlo a ella.


—Despiértame más temprano —pidió, y lo besó de forma sugerente—.
Así te podrás ocupar de mi desayuno. —Estiró la mano y al tiempo que
terminaba la frase, le apretó la entrepierna por encima de la tela del
pantalón.

Edward gruñó y le devolvió el beso de manera salvaje y necesitada.

—De saber antes que al quedar embarazada te volverías tan… ansiosa,


te habría hecho mía el primer día en que te vi.

Bella recordó ese momento y un sentimiento hizo latir más fuerte su


corazón: el reconocimiento. Cuando lo vio esa vez en la universidad
sintió temor por ese hombre misterioso que la miraba con una posesión
y furia casi incontenibles, pero también fue consciente de que, por
motivos que no conocía en ese momento, ella le pertenecía por
completo.

Lo besó de nuevo y en ese gesto le pidió que se quedara con ella. Él,
que tenía todas las intenciones de complacerla, comenzó a
posesionarse sobre ella cuando el timbre del celular lo hizo maldecir.
Lo tomó del bolsillo de su pantalón, miró la pantalla y respondió:

—¿Qué quieres, Emmett? —gruñó Edward.

—Que le quites las manos de encima a tu hermosa mujercita y vengas rápido


porque tenemos que ultimar detalles para la reunión de hoy.

—¡Hola, Emmett! —gritó Bella para hacerse escuchar.

Edward lanzó una mirada de advertencia a su esposa.

—¡Lo sabía! —exclamó jubiloso—. Muñequita, al medio día me escapo y te


enseño lo que es un hombre de verdad —gritó fuertemente.

Bella comenzó a reír al escuchar, pero no tuvo tiempo de responder


porque Edward la besó con tanta energía que su voz quedó atrapada
en la boca de él. Cuando por fin se separó, ella se encontraba jadeante,
y él satisfecho.

—Esta mujer es mía, Emmett. Solo yo puedo dejarla en el estado en el


que ahora se encuentra —declaró y cortó la llamada mientras
escuchaba las fuertes carcajadas del otro lado de la línea.

—Eres un grosero —acusó Bella viéndolo levantarse y acomodarse la


ropa.

—No, solo aseguro lo que es mío.

—¿Y yo cómo lo puedo hacer?

Edward la miró a los ojos y en los suyos ella pudo ver la sinceridad y
firmeza de las palabras que estaba por pronunciar.

—Yo te pertenezco por completo, Isabella. No tienes que asegurar nada


porque yo mismo me mantendré atado a tus pies hasta el día en que
me muera.

El recuerdo del último sueño llegó a ella y el pensar en la estatua de él


desmoronándose hizo que su corazón se encogiera de angustia. Se
levantó de la cama y lo abrazó por la cintura.

—No hables de muerte, Edward. Dios te ha puesto en mi camino como


un regalo y estoy segura que Él no te apartará de mí en muchos,
muchos años.

Edward también la abrazó y besó su cabello.

—El regalo eres tú. Y te prometo que estaré a tu lado hasta que
ninguno de los dos pueda masticar ni caminar.

Bella soltó una risita por la declaración pero no puedo evitar que una
lágrima rodara por su mejilla.

Cuando Hannah llegó Bella se hallaba en la cama jugando con Naomi.


El médico le había indicado que el mayor riesgo se presentaba en los
tres primeros meses y ella no iba a seguir apartada de su mascota; solo
procuraría que no estar cerca de ella por mucho tiempo.

La mujer entró a la habitación en compañía de Becca quien por su


expresión de seriedad demostraba que ya había conversado con ella.

—Ya debo irme, señora —anunció—. Con su permiso. —Se retiró luego
de darle una mirada significativa a la mujer a su lado.

Luego de que la puerta se cerró Hannah miró a Bella y la saludó, pero


al posar los ojos en la gata hizo una mueca de asco. Bella frunció el
ceño ante tal reacción. Ninguna de las otras empleadas había mostrado
tal desprecio hacia su mascota, unos le temían y otros preferían
mantenerla lejos, pero todos se abstenían de mostrar lo que en realidad
sentían al verla.

—Buenos días, Hannah —contestó Bella en tono seco—. Quiero estar


sola.

—Lo entiendo, señora, pero antes quisiera disculparme si en algún


momento de mi llegada la ofendí con mi actitud. Estoy acostumbrada a
cuidar de personas mayores y ellas tienden a conversar mucho por lo
que, por así decirlo, estoy malcriada.

Bella la miró por unos segundos y suspiró. No entendía por qué sentía
rechazo hacia su nueva enfermera, y por lo poco que había pensado en
eso, creía que se podía tratar a que llegó en un momento de mucha
angustia como fue el despertar luego del sueño, y por eso la
relacionaba con algo malo. Esta mujer no tiene culpa de mis sueños ni de la
locura que he vivido desde que llegué a este país, pensó, y decidió ser más
amable.
—No te preocupes, Hannah. Estoy acostumbrada a Becca y ella es
demasiado seria en su trabajo.

—Lo he podido notar —concordó la mujer en tono sarcástico, haciendo


a Bella reír y ella la acompañó.

—Siéntate, por favor —pidió Bella señalándole el sillón que Edward


acostumbraba a ocupar—. Ya que trabajarás aquí cuéntame algo de ti,
no sé… ¿Estás casada?

—No, señora. Uno de los requisitos que el señor exigió era no tener
compromisos.

—Ya veo —comentó Bella sin saber qué más preguntar. No era
chismosa por naturaleza, y poco interés tenía en indagar en la vida
privada de la mujer.

—Pero estuve enamorada una vez —continuó Hannah—. Era un


hombre magnífico, con mucho dinero y poder. Estaba deslumbrada
con su vida, su masculinidad, su belleza, su forma de hacer el amor…
era todo un dios del sexo. —Bella desvió la mirada al sentirse
abochornada. Una cosa era hablar de eso con Ángela, Heidi e, incluso,
Rosalie, y aun así no era tan suelta en el tema, y otra muy diferente con
una completa extraña—. Era el hombre que cualquier mujer soñaría.
Era perfecto, y era solo mío.

La mujer hablaba con tono soñador, zalamero; y su mirada dirigida al


techo, reflejaba un amor infinito y lo que parecía ser algo de obsesión.
Bella imaginó que esa historia no había tenido un final feliz, al menos
para ella, por lo que no pudo evitar preguntar qué había pasado con él.
Hannah bajó la cabeza para posar sus ojos sobre ella, y su mirada
cambió al instante, tornándose dura y demostrando amargura, ira y
resentimiento. Por un momento Bella sintió que todos esos
sentimientos iban dirigidos a ella, como si se tratara del objeto de su
desgracia, como si la acusara de haberle causado mucho daño y
quisiera hacerle pagar por todo eso. El odio que percibió fue tal que un
estremecimiento la recorrió. Hannah guardó silencio por unos
segundos para luego, hablar con una voz tan fría que Bella sintió que le
calaba hasta los huesos.

—Una mujer lo apartó de mi lado y otra se adueñó de él. Pero él me


ama, y no pasará mucho tiempo antes de que vuelva a ser mío… como
debe ser.

El terror que Bella experimentó en ese momento la hizo abrazar a


Naomi y desear a Edward a su lado. Sintió unas ganas terribles de
llorar y no entendía por qué, pues la rabia de la mujer y la amenaza
implícita en sus palabras no iban dirigidas a ella, y que incluso podían
ser solo las palabras de una mujer despechada; sin embargo, sabía que
no podía aguantar más y tratando de contener las lágrimas y el nudo
en su garganta, habló:

—Lo…Lo lamento, Hannah, pero no me siento bien.

—Yo soy su enfermera. Dígame qué se siente.

Bella negó con la cabeza y se obligó a tragar para poder seguir


hablando.

—Solo es fatiga, nada más. Si…Si te necesito te llamo.

La mujer asintió y le brindó una sonrisa antes de retirarse. Una vez se


cerró la puerta, las lágrimas corrieron libremente por su rostro. Su
cuerpo comenzó a convulsionar a merced de los fuertes sollozos, y los
maullidos desesperados de Naomi, que sentía su dolor como propio,
solo conseguían ponerla peor. Se sentía aterrada, temía por su
seguridad, por la de su hijo, e incluso por la de Edward, por lo que
extendió la mano y tomó el celular. Sabía que no debía interrumpirlo
en su trabajo, pero necesitaba sentir su voz, saber que estaba bien, que
seguía siendo suyo. Apretó el número de marcado rápido que tenía
asignado para él y esperó.
—Hola, preciosa. Ya te extra… —Un sollozo lo interrumpió—. ¡Isabella!
¿Qué sucede? ¡Por Dios! ¿Qué tienes? ¿Es el bebé?

Bella no podía responder. Se ahogaba en su propio llanto y nada salía


de sus labios. Edward comenzó a gritar, desesperado, llamando a
Heidi y rogándole que le dijera qué sucedía.

—Él está bien…Te… necesito —dijo antes de volver a sumirse en el


afanoso llanto.

—Ya voy para allá, mi amor. Ya voy… ya voy —repetía una y otra vez
comenzando a llorar también. Bella escuchó cómo le decía a Heidi
entre el llanto que se iba y a ella también desesperada por no entender
qué pasaba—. Ya voy, mi nena, ya voy. Pero, ¿tú estás bien?

En un momento de lucidez, Bella recordó la reunión de la que Edward


había hablado y se dio cuenta que al ser su ataque de pánico
injustificado, él no debía dejar su trabajo solo por ir a consolarla.

—No —pidió tratando de calmarse—. Tu reunión.

—¡A la mierda la reunión! —gritó y Bella escuchó lo que parecían ser las
puertas de una auto cerrándose fuertemente—. Isabella, por favor, dime
qué tienes—sollozó él—. ¿Dónde están todos? ¿Dónde está Hannah?

—¡No! —gritó Bella sintiendo que el miedo la atenazaba de nuevo—.


Ella no, por favor. No quiero a nadie aquí.

—Ya voy en camino, Isabella. ¡Acelera! ¡Maldita sea!

El intenso llanto hizo que Bella sintiera ganas de vomitar y antes de


poder bajarse de la cama, devolvió su escaso contenido estomacal en el
suelo. Edward la escuchó y su desespero aumentó. Estaba enloquecido:
su llanto y sus gritos así lo demostraban.

—¡Llama a alguien, por favor! Necesito que alguien esté contigo.


Bella negó con la cabeza, olvidando que él no la podía ver, al tiempo
que se limpiaba la boca y tomaba agua del vaso en su mesa de noche.
Sabía que tenía que calmarse, no solo por su bien o el de Edward, sino
por el de su bebé. Una mujer embarazada no podía experimentar ese
tipo de emociones y ella era consciente de ello, pero cuando intentaba
hacerlo, escuchaba la voz de Edward y su llanto aumentaba.

—Voy a cortar —informó e ignoró los ruegos de Edward porque no lo


hiciera—. Solo no hables con nadie. No te quiero cerca de nadie.

No te quiero cerca de ella, era lo que quería decir en realidad pero no


tenía un justificativo para explicarle a él ni a sí misma, que no quería
que se vieran ni que se hablaran. Deseaba a su marido lo más lejos
posible de esa mujer, y al pensar en que ellos dos no debían coincidir
debido a los horarios, fue lo único que logró apaciguarla un poco.

—Isabella, ¿qué tienes?

—Solo entra directamente a la habitación, por favor —pidió,


respirando hondamente para calmarse—. Mi salud está bien, solo te
necesito a ti.

—Ya voy, mi amor. No demoro, te lo prometo.

—Dime que me amas.

—Te amo, Isabella. Eres mi vida, siempre —declaró Edward entre


lágrimas.

—Te amo —sollozó, cortó la llamada y apagó el celular.

Tomó a Naomi entre sus brazos y la abrazó para tratar de calmarse. Se


estaba comportando de manera absurda por una simple historia que su
nueva enfermera le había contado. No tenía porqué estar en ese estado
y más sabiendo que ponía en alto riesgo a su bebé. Posó una mano
sobre su vientre y lo acarició, repitiéndose una y otra vez que debía
hacerlo por él, no podía exponerlo tanto. Sintió el bebé removerse en
su interior y supo que él también sentía su angustia.

—Yo te protegeré, cariño. Tu padre y yo te protegeremos de todo. —


Las palabras salieron de su boca sin darse cuenta y notó que la
promesa, aunque cierta, no tenía ningún sentido en ese momento.

Hannah no implicaba ningún riesgo para su hijo, quizás alguna


negligencia como enfermera pero nada más; y su resentimiento nada
tenía que ver con ella o su familia. De igual forma no la quiero cerca de mi
marido. No quería ser injusta con la mujer y ya se acostumbraría a ella;
sin embargo, estaba segura que nunca sería de su entera confianza y
eso era algo que creía imposible de cambiar. Se recostó en la cama y
continuó llorando con menor intensidad por largo rato, pensando
siempre en su bebé. Tengo que hacerlo por ti… tengo que hacerlo por ti,
repetía como un mantra que hizo menguar sus espasmos.

Trataba de no pensar en nada, pero el sueño llegaba a ella una y otra


vez, y la risa, esa risa espeluznante no dejaba de escucharla, como si se
produjera en la misma habitación. De pronto, unos golpes en la puerta
la sobresaltaron. Guardó silencio hasta que escuchó la voz de Lissa
llamándola.

—Señora, por favor. Ábrame que el señor llamó y está como loco. Dice que
viene para acá, que ya está cerca.

Pensó en solo contestarle que se encontraba bien, pero el pestillo de la


puerta comenzó a girar.

—¡No entres! —gritó, y al bajarse de la cama, recordó el vomitó y lo


esquivó. Se acercó a la puerta y tomó el pestillo entre sus manos
aunque ya Lissa, siguiendo su orden, lo había dejado—. ¿Todavía está
en la línea?

—Señora, ¿está llorando? —preguntó la mujer e ignoró la negativa de su


patrona—. ¡Ay, señora! ¿Qué tiene? ¿Quiere que llame a Hannah?
—¡No! A ella no, Lissa, por favor.

—¿Le hizo algo? ¡Ábrame! —rogó la chica, angustiada.

—No me ha hecho nada, pero no quiero ver a nadie —anunció


limpiándose las mejillas—. ¿Él sigue ahí?

—Cortó la llamada luego de pedirme que viniera a verla —explicó Lissa.

—Mejor. Quiero que hagas algo por mí.

—Lo que sea, señora.

—¿Quién tomó la llamada?

—Carla. Me pasó el teléfono porque el señor estaba desesperado y ella casi no


le entendía y solo repetía su nombre.

Bella cerró los ojos y se recriminó por haberlo llamado y hecho sufrir
de eso modo sin ningún justificativo. Recordó entonces la decisión
tomada unos momentos atrás.

—Lissa, por favor. Busca a Carla y dile que yo estoy bien, que Edward
solo se asustó porque le dije que tengo dolor de…

—¿Estómago? —propuso la mujer al notar la indecisión y


comprendiendo cuáles eran las intenciones de Bella.

—Sí, estómago. Asegúrate que no diga nada a nadie, y espera a


Edward en la entrada de la propiedad, súbete en el auto con él y dile
que yo le pido que dé la vuelta a la mansión y entre por la parte de
atrás, que no quiero que nadie sepa que llegó y, por favor, Lissa, que
no hable con nadie.

—En especial con Hannah. Entendido señora, enseguida voy a esperarlo. Pero
asegúreme que está bien.
Bella sonrió ante la suspicacia de Lissa y le aseguró que no tenía de qué
preocuparse y que también se percatara de que nadie entrara al
vestíbulo de la habitación. La joven se fue y Bella se dirigió al baño,
seguida por Naomi que aún se encontraba nerviosa, donde otra ola de
llanto la azotó con fuerza. Su comportamiento era totalmente
irracional, cosa que su corazón y su alma no parecían entender. Salió
luego de varios minutos con una toalla húmeda en la mano y se
arrodilló junto a la cama para limpiar el suelo, derramando nuevas
lágrimas que poco tenían que ver con el pánico anterior, pues era la
culpa la que ahora la azotaba. Soy una completa idiota… Idiota no, una
grandísima estúpida. Se encontraba tan inmersa en sus pensamientos
recriminatorios, que no se dio cuenta que alguien había entrado en la
habitación, hasta que escuchó que Naomi maulló con algo más de
emoción y unos brazos la rodearon por la cintura y un aliento cálido
acarició su mejilla.

—Aquí estoy, mi amor. Ya estás segura entre mis brazos.


CAPÍTULO 43


Tu sufrimiento se vuelve el mío,
y tu dolor mi padecimiento.
Vivo para protegerte,
pero siento que fallo en el intento.
Dime a qué le temes, mi amor,
dime y yo salvaré tu corazón.

E l corazón de Edward latía con fuerza mientras el auto se acercaba


a Gillemot Hall. Las lágrimas corrían por sus mejillas y sus manos
estrujaban su pantalón a la altura de los muslos. La desesperación ya
no se reflejaba en gritos; solo su rostro manifestaba la angustia que
sentía.

El llanto de Isabella lo enloqueció; lo hacía siempre que lo escuchaba,


solo que esta vez, lo había sentido diferente. Sabía que ella tenía
ataques de nervios. El primero que presenció fue gracias a un vídeo de
seguridad del día en que ella no pudo salir del país; sin embargo, lo
que escuchó en la voz de su esposa no fue solo un ataque de nervios
por una pesadilla pasada, lo que sintió fue pánico puro. Sus sollozos
angustiados, sus palabras diciéndole que lo necesitaba, su gran
desasosiego, todo eso le indicaba que estaba asustada, muy asustada,
como hasta para temer por los tres.

Al principio pensó que algo le había ocurrido al bebé, pero el alivio de


saberlo a salvo en lo que cabía, no duró mucho al pensar en las
posibilidades de lo ocurrido con su mujer, y lo único que evitaba que él
también estallara, era que ella le había asegurado que estaba bien… Al
menos físicamente hablando.

Por fin los altos muros que rodeaban la propiedad se mostraron ante él
y un minuto después, ya se encontraba frente a las enormes puestas
abiertas. Cuando el auto comenzó a entrar, Lissa apareció y le hizo
señas para que se detuviera.

—Detén el coche —ordenó Edward y bajó el vidrio de la ventana—.


Dime que está bien, Lissa —suplicó emocionado.

—Sí, se…señor. ¿Puedo subir?

Edward le abrió la puerta y una vez ella estuvo dentro, ordenó al


chofer que se apresurara.

—La señora quiere que rodee la mansión y entre por atrás. No quiere
que hable con nadie, sino que se dirija directamente a la habitación —
explicó la chica, quien se encontraba sentada lo más alejada posible de
su acompañante.

Edward no demoró en trasmitir la orden y se apresuró a preguntarle si


la había visto y qué le había dicho.

—No quiso abrirme la puerta, señor. Pero sí le puedo decir que estaba
llorando y no parece ser porque le duela algo. Está muy asustada, solo
que no sé por qué. No me lo dijo. Cerré la puerta del vestíbulo de la
recámara para que nadie la molestara, aquí está la llave.

Edward la tomó y en ese momento el auto dobló por el camino que


llevaba a la zona de la piscina pero del lado izquierdo de la mansión, y
estacionó junto a la puerta. Agradeció rápidamente a la chica y salió
del auto.

—Recuerde, señor: la señora lo quiere directamente en la habitación.


Él asintió y desapareció por la puerta. Decidió subir por las escaleras
de servicio de esa ala de la casa que casi nadie utilizaba al estar las
habitaciones desocupadas y corrió por los pasillos hasta llegar al
vestíbulo, abrió con la llave que Lissa le había dado y entró,
agradeciendo no haberse topado con nadie en su camino. La puerta
que daba a la habitación se encontraba cerrada y rogó porque Isabella
no la hubiese atrancado, pero ese no era el caso. Al ingresar miró hacia
la cama y la encontró arrodillada junta a ella, de espaldas hacia él,
limpiando el suelo. Naomi lo vio acercarse y maulló; no como
acostumbraba a hacerlo en tono de advertencia o rabia, sino con
emoción, como si se sintiera aliviada de que estuviera ahí. Se agachó
entonces detrás de la chica, la rodeó con los brazos por la cintura, y
declaró en su oído:

—Aquí estoy, mi amor. Ya estás segura entre mis brazos.

La sintió temblar y al instante se dio la vuelta para abrazarlo por el


cuello y aferrarse a él con llanto renovado. Edward la apretó contra su
pecho y se acomodó en el suelo para sentarla en sus piernas. No
pronunció palabra alguna, sino que se limitó a acunarla, besar sus
cabellos y llorar con ella en silencio. Quería apartar de ella todo
sufrimiento y angustia, y en esos momentos sentía que fracasaba por
completo en su misión.

—Lo siento —sollozó Bella, con su voz reprimida por la ropa de él—.
Soy una tonta.

—No lo eres, mi amor —la consoló Edward acariciándole el cabello y la


espalda.

—No tenías que venir. Yo no tenía que hacerte venir. Perdiste tu


reunión.

—Heidi quedó a cargo de la reunión con Emmett y Jasper, y así ellos


no hubiesen podido, yo habría dejado cualquier cosa por estar a tu
lado cuando me necesites. Ven —dijo, apartándola un momento para
ponerse de pie y luego a ella—. Siéntate en la cama mientras me ocupo
de esto.

—¡No! —exclamó Bella cuando lo vio arrodillarse y tomar la toalla que


minutos antes ella tenía en la mano—. No lo hagas, es mío, yo puedo…

—Shh, nena. Yo también puedo hacerlo. Encárgate de calmar a Naomi.

Cuando terminó, Edward se dirigió al baño y luego de lavar la toalla y


sus manos, regresó por ella.

—Vamos a bañarte —dijo y la tomó en brazos para dirigirse al baño.

Bella lo observaba con detenimiento mientras la desvestía y él a su vez.


Esperó ver algo de fuego en su mirada cuando se halló desnuda ante
él, pero no fue así. En sus movimientos no se percibía lujuria alguna,
sino el deseo de consentirla, de calmarla; y al momento de entrar en la
ducha, se dedicó a acariciarla, como si deseara borrar todas sus penas y
miedos. Bella comenzó a excitarse, no podía impedir que su pasión se
despertara al sentir las manos de su esposo acariciando su cuerpo y ver
su miembro irguiéndose a cada segundo; pero sobre todo, al verlo
ignorar su propio deseo, para mimarla y brindarle una sensación de
seguridad. Edward la recostó contra su cuerpo, aplicó shampoo en su
cabello y jabón con una esponja por toda su piel y luego dejó que el
agua la limpiara. Se encontraba tan agotada que se olvidó del fuego
que se formaba en su interior y un sopor la invadió.

Edward la alzó en brazos y la llevó a la cama, la acostó y se estaba


acomodando tras ella cuando escuchó su celular sonar. Fue al baño
donde había quedado, lo silenció, regresó a la cama para acomodarse y
respondió:

—Isabella está dormida, por eso te hablaré en voz baja —aclaró.

—¿Está bien? —preguntó Heidi con voz preocupada.


—Tuvo un ataque de nervios pero no sé qué lo produjo. No he querido
preguntarle para no alterarla de nuevo.

—¿Y el bebé?

—Lo sentí moverse mientras la bañaba, pero ahora está tranquilo. Creo
que está bien.

—¡Gracias a Dios! ¿Qué dice la enfermera?

—Isabella no quiere ver a nadie. Me pidió que no me cruzara ni


hablara con los empleados, así que la complaceré. Pasaré el día aquí
con ella y solo llamaré a Lissa para las comidas. Sin embargo, mañana
la haré revisar por un especialista para asegurarnos de que no hay
problemas.

—Me parece bien. La primera parte de la reunión ya terminó —explicó


Heidi—. Vamos a almorzar y continuamos en la tarde. Todo va bien, no
tienes de qué preocuparte.

—Gracias, Heidi. No te imaginas lo que he pasado.

—Edward, sé que no es el mejor momento pero… llamaron.

Edward soltó una maldición y Bella se removió un poco pero no se


despertó, por lo que él habló un poco más bajo.

—¿Qué quería? —preguntó con desprecio.

—Lo de siempre: Exige…

—¿Exige? Yo le diré lo que puede exi… —Se detuvo cuando Bella se


removió de nuevo, murmuró algo que sonó a molestia y continuó
durmiendo.
—Eso lo hablamos después. Aquí viene Jasper, tuve que explicarle porque
sospechó cuando notó mi preocupación y le dije a Emmett que no estarías en la
reunión.

Edward suspiró resignado.

—Supongo que debe estar enterado —dijo con fastidio—.


Comunícamelo.

—¿Qué le pasó a Bella? —preguntó Jasper sin preámbulos luego de que


Heidi le entregara el celular.

—Me llamó llorando pero no dijo el motivo —explicó y besó


delicadamente el hombro de su esposa—. Tuvo un ataque de nervios.

—¡Mierda! —exclamó—. ¿Está bien ahora?

—Está dormida. Jasper, ¿sabes por qué se originan estos episodios?

—Los tiene desde niña según me contó Renée. La llevaron con un médico una
vez pero él dijo que solo eran problemas para afrontar situaciones difíciles.
Curiosamente cuando se presentó lo de su padre no los sufrió en ningún
momento; incluso después, se mostró siempre fuerte, y si le dieron, no fue
delante de su madre. Pero…

—Pero ¿qué? —preguntó Edward creyendo que sabía lo que Jasper le


iba a decir.

—No lo sé, Edward. Hay algo que no encaja. Ella no los sufrió en los
exámenes finales, no los sufrió cuando su padre, ni cuando tuvo otros
momentos difíciles o de mucho estrés… Ella los sufre cuando tiene miedo.

—Continúa, por favor —pidió Edward cerrando los ojos con fuerza y
acercándose más a Bella. Sus sospechas eran confirmadas.

—Unas veces es gracioso verla, pero en otras… es muy difícil. En algunas


ocasiones es miedo a ser reprendida, y en otras es un miedo más intenso, pero
siempre es lo mismo. Edward, tú no me caes bien y nunca lo harás, pero ella
dice amarte…

—Ella me ama —aclaró Edward.

—Y he podido notar que tú también la amas —continuó, ignorando la


corrección.

—Más que a mi vida.

—Lo sé, y es por eso que te estoy diciendo esto. No sé qué es, y desde que la
conocí estoy tratando de descubrirlo, pero creo que ni ella misma lo sabe
porque ya me lo habría dicho…

—O a mí.

—Pero estoy seguro que a ella le pasó algo muy malo, quizás cuando era muy
niña y ahora no tiene consciencia de ello, que ha hecho que sus temores se
intensifiquen en ciertos momentos y es ahí cuando sucumbe a los nervios.
Algo le hicieron, Edward, que le ha hecho tener miedo toda su vida.

Edward apretó la mandíbula y con el sufrimiento reflejándose en su


rostro, plantó un beso en los cabellos de la mujer que permanecía en la
inconciencia.

—¿Crees que su padre…?

—No, eso es imposible. Yo no lo conocí pero sé que él fue un buen hombre y


ella no hacía más que adorarlo; además, tú debiste comprobarlo la noche de la
boda.

Edward se tragó una maldición por el recuerdo de lo sucedido esa


noche y pensó en decirle la verdad a Jasper para que él le hiciera pagar
por dañarla, y más por acusar a un hombre inocente de su propio
crimen.

—Entonces, ¿qué crees que puede ser?


—No se me ocurre nada porque por Renée, sé que Bella tuvo una infancia
como la de cualquier otro niño, y esto se presenta desde que ella era muy
pequeña. —Los dos guardaron silencio por un momento y luego Jasper
continuó—: Yo quería apartarla de sus miedos, pero ahora ya no puedo
hacerlo. Eso te toca a ti.

—Te prometo, Jasper, que dedicaré mi vida a esa empresa. Haré hasta
lo imposible para que no vuelva a tener miedo nunca más.

—Gracias. —Jasper colgó y Edward se quedó abrazado a su esposa,


tratando de descubrir el origen de sus angustias y temores, sin ningún
tipo de resultado.

Varios minutos después unos golpes suaves en la puerta llamaron la


atención de Edward y fue ahí cuando se percató de que Naomi dormía
plácidamente junto a Bella, y por primera vez, sin atacarlo.
Desconcertado por el hecho, se bajó de la cama y abrió la puerta para
encontrar a Lissa del otro lado con una bandeja de cama llena de
comida en las manos.

—Señor, les traje el almuerzo. Tuve que decirle a Katy que usted
decidió volver porque le hacía falta la señora como… su esposa y
pues… aquí está la comida —tartamudeó la chica sin levantar la vista
ni una sola vez.

—Muchas gracias, Lissa —dijo Edward recibiéndole la bandeja—, por


esto y por toda tu ayuda.

La chica asintió con el rostro sonrojado y se apresuró a abandonar el


vestíbulo. Edward cerró la puerta con el pie y se acercó a la cama para
dejar la bandeja y despertar a Bella.

—Preciosa, es hora de almorzar —anunció besándola suavemente en


los labios.
La chica se estiró perezosamente, y enseguida se acomodó contra los
cojines para que Edward colocara la bandeja de cama en sus piernas.
Se veía más tranquila, aunque sus ojos estaban hinchados de tanto
llorar, ya no había miedo en su mirada sino vergüenza, y eso lo
molestó.

—Ya déjalo, Isabella.

—No sé de qué me hablas —inquirió bajando la mirada.

Edward suspiró y se acomodó a su lado, le pasó un brazo sobre los


hombros y con la otra mano le levantó la cabeza para que lo mirara a
los ojos.

—No tienes porqué avergonzarte por tu actitud, y mucho menos


conmigo.

—Me comporté como una tonta, no tenía que haberte llamado.

Edward cerró los ojos y cuando los abrió parecían llamear.

—Te aseguro, Isabella Cullen, que si esto te vuelve a pasar y decides no


llamarme, vas a conocer lo que es ¡la furia personificada! —gritó
Edward y se lanzó al cuello de la chica para morderlo.

Bella gritó y trató de huir pero la bandeja se lo impidió la cual casi


termina volcada sobre la cama, por lo que tuvo que dejarse devorar por
su esposo entre risas y más griticos traviesos, hasta que Naomi
intervino en defensa de su dueña. Luego de eso Edward tuvo que
llamar a Lissa a su celular personal para pedirle, con el permiso de
Bella, que entrara a la habitación para cambiar la ropa de cama
manchada con salsas y jugos de fruta… además de llevar más comida y
el botiquín de primeros auxilios.

La tarde la pasaron encerrados en la habitación entre besos, caricias, y


cuando ya no pudieron más, hicieron el amor con tanta pasión y
necesidad, que si no hubiesen encerrado a Naomi en el vestidor, al otro
lado del vestíbulo, Edward habría terminado siendo atacado de nuevo.

Bella movía sus caderas lo mejor que su peso extra se lo permitía,


aunque no era necesario porque con el desenfreno de Edward bastaba
para que los dos quedaran exhaustos y satisfechos, al menos de
momento.

Al terminar la tarde, se produjo el cambio de enfermeras sin que la


pareja se percatara de ello, y solo se dieron cuenta, cuando Becca tocó
la puerta de la habitación, exigiendo revisar a Bella para cerciorarse de
que el dolor de estómago que todos comentaban que la señora tenía,
gracias a los informes de Carla, no fuera nada grave; obligándolos así a
vestirse.

—¿Hannah ya se fue? —preguntó Bella con recelo.

—Así es, señora. Y me parece el colmo que no haya acudido a ella ni le


haya permitido verla para que la atendiera.

—Becca, por favor, no empieces.

—Yo no empiezo, señora —refutó la mujer con indignación—. Yo


cumplo con mi deber, así que recuéstese y deje que haga mi trabajo.

Bella miró a Edward como pidiendo ayuda pero él negó con la cabeza,
indicándole que estaba totalmente de acuerdo con la experimentada
enfermera.

Cuando el exhaustivo examen terminó, Becca le dijo que según sus


conocimientos el bebé se encontraba bien, aunque ella tenía la presión
arterial un poco alta, por lo que intuyó que había tenido una emoción
fuerte.
—Le recuerdo que usted está embarazada y debe tener mucho cuidado
con las emociones. —Giró la cabeza hacia Edward y lo miró con
reprobación—. Sobre todo con agitarse demasiado.

Bella se sonrojó por la insinuación de la mujer y se limitó a asentir.


Luego de que Becca se retirara, la pareja cenó y se acostaron en la cama
para reposar y volver a agitarse. Una vez la pasión se halló saciada y los
gemidos y jadeos se convirtieron en un silencio placentero, Edward
decidió tocar un tema que consideró importante.

—Isabella —dijo mirándola a los ojos pues se hallaban acostados de


lado, frente a frente—, hablé con Jasper mientras dormías y los dos
llegamos a la conclusión de que tus ataques de nervios se deben a que
le temes a algo.

Bella lo miró sin entender el porqué de sus deducciones.

—Los médicos dijeron que se debía a que tenía un carácter débil y esa
era la manera en que podía expresar mi angustia y de paso
protegerme. Que no tenía la capacidad para afrontar situaciones
difíciles.

—Eso no tiene sentido. Nunca he conocido a alguien más fuerte que tú.
Has pasado por tantas cosas que cualquier otra persona ya habría
sucumbido, incluso mortalmente. Lo sé porque muchas de esas
situaciones las originé yo y ahora soy consciente de ello. En los
momentos más difíciles de tu vida te mantuviste firme, y solo cuando
llega el momento de temer algo que aún no logramos relacionar, es que
presentas esos estados que, según tengo entendido, los sufres desde
muy pequeña.

—No entiendo a dónde quieres llegar.

—Isabella, ¿qué pasó en tu vida, si es que la memoria te alcanza hasta


cuando aún eras un bebé, que te hace tener tanto miedo como para
perder el control de esa forma?
Bella se lo quedó mirando, tratando de asimilar sus palabras y buscarle
una respuesta. Comenzó a recordar todas las veces que había sufrido
esos episodios y se dio cuenta que Edward tenía razón en que en todos
había tenido miedo de algo. En algunos casos eran nimiedades y el
resultado terminaba siendo gracioso para otros y ridículo para ella,
pero en otros era algo serio, temores tan grandes que sentía que todo a
su alrededor desaparecía y solo quedaban ella y aquello que podía
dañarla. No siempre era justificado el miedo, pero ella lo sentía y eso
bastaba para desatarlo todo. Trató de recordar también desde cuándo
le sucedía eso y no pudo definir un momento pues su memoria no
llegaba tan lejos, pero sea lo que fuese, tenía que haber sucedido
cuando ni siquiera hablaba o caminaba… O incluso mucho antes. La idea
llegó a ella como una revelación divina y entonces todo se aclaró en su
mente. Sus miedos no provenían de su vida actual, no era culpa del
descuido de sus padres o algo que sus familiares pudieran evitar, sino
que databa de cientos de años en el pasado y así como el amor por
Edward y la resistencia a aceptar ese sentimiento por temor al dolor
trascendieron en el tiempo, también lo hicieron sus dos mayores
sufrimientos: la muerte de su amado y la suya propia.

En esos momentos las imágenes aparecieron ante ella así como las
emociones: el dolor más desgarrador al saber muerto a Kopján cuando
lo prefería mil veces vivo así fuese en brazos de otra mujer y luego,
cuando vio a Sarolta acercarse a ella con un puñal en las manos. Al
saber que moriría no sintió temor por ese hecho como tal, porque lo
anhelaba con todas sus fuerzas, pues su vida había dejado de tener
sentido alguno y cada respiración, cada latido, dolía como lava
ardiendo corriendo por sus venas; incluso podía afirma que ese habría
sido el momento más feliz de su vida, por saber que iría a reunirse con
el hombre que tanto amaba, de no imaginar el dolor que su familia, y
en especial su querido hermano, experimentarían al hallar su cuerpo
sin vida. Esos dos instantes de infinita angustia y terror, se quedaron
en su alma hasta el momento de su nuevo nacimiento, cuando
encontraron un modo de poder ser exteriorizados con la más mínima
provocación.

—Respóndeme, Isabella. ¿A qué le temes tanto?

—A perderte para siempre, y a ver sufrir a los que amo —respondió


con seguridad.
CAPÍTULO 44


Aún dudas de mi amor,
sin ningún motivo ni razón.
Sin embargo yo te lo demuestro,
en cada uno de nuestros encuentros.
Solo vivamos nuestro amor,
solo seamos tú y yo.

E dward dibujaba círculos con un dedo en el abultado vientre de su


esposa, al tiempo repartía suaves besos en su hombro. Bella mantenía
lo ojos cerrados porque sabía que una vez los abriera, Edward se iría; y
aun así, era consciente de que no debía retenerlo por más tiempo.

Eran casi las ocho de la mañana y aunque Edward sabía que ya era
demasiado tarde para él, no quería apartarse de ella hasta que
despertara. Temía que al dejarla dormida volviera a tener pesadillas,
pero tampoco quería interrumpir sus sueños. La veía tan hermosa, tan
frágil, tan delicada que no pretendía molestarla así tuviera que perder
toda la mañana. La noche anterior, luego de que ella le revelara cuáles
eran sus mayores miedos, él la abrazó y le prometió que no lo perdería,
ni su familia sufriría. En su mente, las escenas de amenazas de su parte
y súplicas de ella llegaban como retazos de una tela desgarrada. No
podía formar una secuencia de los hechos, ni las palabras exactas que
había pronunciado, solo sabía que él era el causante de ese temor que
ella sentía sobre ver sufrir a su familia. Ella se había dormido casi al
instante, con los besos y caricias de Edward arrullándola con amor;
pero él no pudo conciliar el sueño hasta muy entrada la noche, cuando
la culpa y el remordimiento dejaron de azotarlo porque el cansancio se
impuso férreamente.

Bella abrió los ojos, giró la cabeza para mirar a su esposo y un beso en
los labios la recibió con ternura.

—Es tarde. Debes irte —declaró, tratando de ocultar la súplica por una
negativa.

—Tú lo has dicho: debo, pero no quiero.

Bella se giró para quedar frente a él.

—El deber sobre el querer. Eso decía mi padre.

Edward sonrió tristemente, haciendo que Bella frunciera el ceño. No


entendía el porqué del sentimiento que se mostraba en su rostro.
Levantó la mano para acariciar su mejilla.

—No me gusta verte así. Es como si algo te atormentara pero no


quisieras decírmelo.

—Lo que en estos momentos me atormenta es el pensar que por mi


culpa tienes miedo. —Bella hizo el intento de hablar pero él continuó—
: Por mí temes que tu familia sufra… me tienes miedo.

—Edward, mis temores no son de ahora sino de mucho antes de llegar


a este país. Sabes que desde niña sufro de los nervios y en eso tú no
tienes nada que ver.

—Pero aun así me temes. Posiblemente hasta sigas conmigo para


evitar…

Bella levantó la mano y le colocó los dedos sobre los labios para
hacerlo callar.
—Shhh. Eso no es cierto. Estoy contigo porque te amo, porque ahora
que te tengo no puedo imaginar mi vida sin ti. Te amo, Edward. No lo
dudes nunca.

—Recuerdo perfectamente que te amenacé. —La expresión de Edward


se tornó mortificada—. No tengo claras las escenas, solo sé que te
obligué a casarte conmigo… o al menos eso es lo que tengo en la
mente.

Bella se incorporó y se giró, colocó las manos sobre el pecho de


Edward y se sentó sobre él, con una pierna a cada lado de sus caderas.

—Te pedí una vez que te olvidaras de todo eso. Que solo pensaras en
nuestro presente y futuro. El pasado no importa.

—Importa cuando tú aún sufres por él.

—Sufro porque te veo sufrir y lo que quiero es tu felicidad.

—Mi felicidad eres tú, Isabella. Mientras nuestro hijo y tú estén a mi


lado, yo podré sonreír.

Bella sonrió y le acarició la mejilla.

—Eres mi sonrisa.

Edward suspiró y la abrazó, haciéndola recostar la cabeza en su pecho.

—Tu familia no corre peligro, Isabella. Te lo prometo. Ellos estarán


bien. —De pronto, la respiración de Edward cambió: se aceleró por un
momento y luego se volvió intensa, profunda. Bella lo percibió al
instante e intentó levantar la cabeza pero él ya le tomaba el rostro entre
las manos y la hacía mirarlo. Sus ojos seguían siendo verdes, solo que
en ese momento se tornaron más oscuros y su mirada era tan
penetrante que ella sintió que podía ver en su alma. Lo supo. Ese
hombre no era Edward Cullen—. Mientras estés a mi lado, tu familia
no tendrá nada que temer. Recuérdalo siempre.
Bella miró en los profundos ojos de Kopján la veracidad de sus
palabras y no sintió miedo, sino un amor infinito por ese hombre que
habitaba el cuerpo que tenía delante, con el que pasaba las mejores
noches y con el que soñaba despierta todo el día. Acercó su rostro al de
él y lo besó en los labios. Él la tomó por la nuca y apretó sus rostros,
haciendo el beso más intenso. No le hacía daño. Su agarre no era
brusco, sino firme, que reflejaba posesión y pasión al mismo tiempo, y
ella sintió que su cuerpo despertaba al placer que sabía que él podría
brindarle. Comenzó frotarse contra él y sintió los botenes de la camisa
rosarle la panza, así como el bulto en el pantalón agrandarse entre sus
piernas, pero cuando él, con su mano libre, le apretó una nalga, su
celular sonó, sobresaltándolos a los dos.

Edward parpadeó varias veces, y sus pupilas volvieron a su tono


normal, así como su respiración y actitud. Miró a Bella, le sonrió por
un momento y antes de responder la llamada, hizo una mueca de
fastidio que le sacó una risita a su esposa.

Luego de que Edward se fuera, Bella se vistió para la cita que tenía con
la partera, en Londres. Edward quiso esperarla para acompañarla, pero
eso implicaría que perdiera también la mañana; y sumado al día
anterior, era demasiado tiempo, por lo que ella no lo permitió. Lissa y
Katy la ayudaron a vestir sin que se pronunciara palabra alguna sobre
lo sucedido y, cuando estuvo lista, bajó. En el vestíbulo la esperaba
Hannah cuya actitud era muy diferente a la última vez que
conversaron. Se mostró solícita y amable. La expresión feroz en el
rostro había desaparecido, siendo reemplazada por una sonrisa. Sus
problemas no son conmigo, no tengo por qué afectarme por ellos, pensó Bella
y le devolvió una sonrisa que supo que se mostraba falsa.

—Señora, quiero pedirle disculpas por alterarla ayer. Mi historia de


amor…
—No es asunto mío —completó Bella—. No me alteré, solo me sentí un
poco mal por el embarazo y mi esposo quiso venir a hacerme
compañía, además de cerciorarse de que me encontraba bien.

Bella creyó percibir en su mirada un atisbo de resentimiento o envidia,


pero lo atribuyó a que la mujer no tenía a su lado al hombre que
amaba, y eso la hacía desear su suerte. Ese hecho la hizo sentir pena
por ella.

—Su esposo es muy complaciente. Como él muy pocos.

—Lo sé. —Fue lo único que Bella respondió para no tener que
continuar con un tema que sabía era doloroso para Hannah.

—También quería recordarle que soy su enfermera y estoy aquí para


atenderla.

Bella saludó a Dacre con la cabeza quien la miraba con el ceño


fruncido. Si no fuera tan formal me regañaría por no avisar que me sentía
mal, pensó, ignorándolo por completo y girándose para responderle a
Hannah.

—Solo fue un dolor de cabeza. Nada más.

La mujer asintió y esperó a que Bella subiera al auto. Antes de que


Dacre cerrara la puerta, Hannah hizo el intento de subir también, pero
Lissa la tomó por el brazo y la detuvo.

—La señora viaja sola en el coche. Nosotras vamos en el de atrás.

—No sabía que el coche era exclusivo de la señora —alegó la mujer en


un tono de voz sarcástico.

—Todo en esta propiedad es exclusivo de ella. Nosotros estamos solo


para atenderla y cubrir sus necesidades sin interrumpir su comodidad.
Son órdenes específicas del señor Cullen, su marido. También
exclusivo de ella.
La mujer apretó fuertemente la mandíbula y miró a Lissa con desprecio
y algo que solo se podía interpretar como odio. Se giró bruscamente y
se dirigió a donde el otro auto se encontraba estacionado. La chica se
agachó para mirar a Bella.

—¿Está bien, señora?

Bella solo atinó a asentir y observó a Lissa retirarse y a Dacre cerrar la


puerta. La pequeña rubia podía ser tímida con ella y temblar frente a
Edward, pero ante quienes no le agradaban llegaba a convertirse en
una fiera. Se dio cuenta que tenía la boca abierta y la cerró cuando el
auto emprendió la marcha.

En el camino recibió la llamada de Heidi, quien se encontraba muy


preocupada a pesar de que Edward le había explicado que todo estaba
bien. Luego recibió las de Sara y Jasper. Una preocupada y el otro un
poco histérico. Emmett la llamó cuando llegaba al consultorio y luego
le envió un mensaje de texto con una propuesta poco decente:

"Esta noche yo puedo apartar tus miedos, muñequita, siempre que


mandes a tu maridito a freír patatas"

Bella sacudió la cabeza y borró el mensaje para que Edward no lo


viera, pues sabía que esa era la intensión de Emmett. Esme y Carlisle la
llamaron durante la cita médica y su madre cuando ya hubo
terminado. ¡Dios! Como vuelan los chismes.

La partera le indicó que todo se encontraba bien, pero aun así le llamó
la atención por no cuidar de sus estados emocionales. Le recordó que
toda mujer embarazada debe evitar exaltarse y que si no se controlaba,
el niño podía nacer nervioso.

—Los fetos tienden a percibir los estados de ánimos y esto puede verse
reflejado en bebés nerviosos y adultos ansiosos.
Bella le prometió que no volvería a suceder. Podía controlarse y
mantenerse tranquila. Después de todo, no tenía nada que temer, y sí,
la nueva enfermera era muy extraña, pero era consciente que no
representaba peligro alguno para ella y que solo debía evitar los temas
que sabía le eran dolorosos. Todos tenían un tema delicado y ella debía
respetar el de Hannah. Aunque la mujer tenía una lengua demasiado
suelta, era algo que podía controlar. No le parecía justo prescindir de
ella por su forma de ser y más si no sería su amiga.

Al salir del consultorio, llamó a Edward para informarle del chequeo y


tranquilizarlo.

—Si no te sientes cansada, ¿puedes venir…? Solo si quieres.

La sonrisa se extendió por el rostro de Bella y dio la orden a Dacre para


que desviara hacia la oficina de su esposo.

—Estás seguro de que no molesto.

—Tú nunca molestas, nena. Además, podemos encerrarnos bajo llave, y hacer
del cliché de la secretaria y el jefe, un cuento para niños.

—¿Sexo en la oficina? Eso sue… —Bella se interrumpió al recordar que


no se encontraba sola en el auto. Miró a Dacre por el espejo retrovisor
con expresión mortificada, pero este no la estaba mirando. La había
escuchado, lo sabía, pero era muy profesional como para reaccionar
ante esas palabras. Sin embargo, se sonrojó—. Voy en camino —
informó y se despidió, completamente avergonzada.

Al llegar a los estacionamientos de CullenWorld, los dos autos se


detuvieron junto al ascensor interno y una vez que Bella y las otras tres
mujeres bajaron, se retiraron para estacionar en sus lugares. Bella subió
al ascensor y las demás la siguieron.

—Señora, creí que regresaríamos a Gillemot Hall —comentó Hannah.


—Almorzaré con mi esposo en su oficina. Ustedes pueden ir a la
cafetería principal. No sé cuánto me demore.

La mujer asintió. El ascensor se detuvo unos pisos más arriba. Uno de


los empleados esperaba afuera, y cuando vio a Bella, retrocedió.

—Disculpe, señora Cullen. Buenos días.

Bella oprimió el botón para mantener las puertas abiertas y se dirigió al


hombre:

—Issac, cuando trabajaba aquí era simplemente Bella, y muchas veces


compartimos el ascensor.

Issac sonrió apenado.

—Eso fue hasta que te casaste con el jefe, Bella. Ahora usted es la
señora Cullen y son órdenes expresas de su esposo que no inva…

—Que no invadan mi espacio en el ascensor y que me traten con todo


el respeto de mi posición. Sí, eso ya lo he escuchado. —Bella suspiró y
negó con la cabeza, con los labios fruncidos en una mueca de
reproche—. ¿Te vas a subir o no?

—No, señora.

Bella no le contestó. Oprimió el botón para cerrar las puertas y miró al


empleado mientras las puertas se cerraban.

—Téngale paciencia, señora —pidió Katy tocándole el brazo—. Él solo


quiere protegerla y consentirla.

—Lo sé, Katy, pero muchas veces se pasa.

La mujer rio y le dio unos golpecitos suaves en el brazos.


—Siempre ha sido exagerado. Es uno de sus mayores defectos y a la
vez una de sus grandes virtudes.

—He podido notarlo —confirmó con un toque de sarcasmo.

Katy volvió a reír y se apartó. La puerta se volvió a abrir en el piso de


la cafetería.

—Si las necesito las llamo —dijo Bella quedándose dentro del ascensor.

—Señora, deberíamos subir con usted —opinó Lissa con su habitual


responsabilidad.

—No tiene sentido, Lissa. Ya es hora de almuerzo y, de igual forma,


Edward no las verá porque no entrarán a su despacho así que está
bien. No te preocupes.

La chica asintió no muy convencida y se retiró. Tiene miedo de que


Edward la regañe, pensó Bella. Arribó al piso de presidencia y saludó a
Sara y Jacob, así como a Heidi, quién le prometió que pasaría el fin de
semana a visitarla.

—Tu marido es un maldito esclavista —increpó Heidi, entrando a la


oficina de Edward.

—Escuché eso.

—Esa era la idea.

Edward rodó lo ojos, se levantó de su silla, cerró el computador


portátil y se apresuró a abrazar a Bella, que lo recibió con un beso que
no debía ser público.

—¡No cuenten dinero delante de los pobres! —exigió Heidi con


indignación. Resopló cuando los dos rieron y se quedaron abrazados—
. Ya tengo hambre, a qué restaurante pediremos.
—Pediremos es demasiada gente, primita. Tú puedes almorzar donde
quieras, que nosotros luego de comer… nos comeremos.

—¡Edward! —exclamó Bella al tiempo que lo golpeaba en el pecho.

—Ustedes son asquerosos. —Heidi se giró y caminó hacia la salida con


su habitual contornear de caderas—. Estaré con mi hermano. Si me
necesitas, Edward… —Abrió la puerta, giró un poco el cuerpo y lo
miró—, no me llames.

La puerta se cerró. Los dos se encogieron de hombros y siguieron


besándose. Mientras esperaban el almuerzo, Edward tumbó a Bella
sobre la pequeña mesa de juntas que había en su oficina, le levantó el
vestido, le quitó las bragas y luego de dejar libre su ya erecto miembro,
se enterró en ella, haciéndola jadear de placer.

Al iniciar la tarde, Bella regresó a Gillemot Hall, ya que Edward tenía


una reunión, no sin antes visitar a Jasper.

—¿Cómo van tus cosas con Alice? —preguntó Bella, bajando la voz
para que Jessica, que la miraba con claro resentimiento, no los
escuchara. La pobre chica aún no superaba que Bella se casara con el
presidente de la compañía, y mucho menos que una simple campesina,
tuviera al vicepresidente comiendo de su mano.

Jasper se frotó la nuca y cerró los ojos con fuerza.

—¡Lo sabía! —exclamó Bella, dándole una palmada al escritorio.

—No sabes nada.

—Te conozco como a la palma de mi mano, Jasper.

El chico se levantó de su asiento, tomó a Bella del brazo y la llevó al


rincón más alejado de la oficina.

—Ni se te ocurra decirle a alguien, en especial a tu maridito.


—Sí, sí. Pero, ¿ya es oficial? —preguntó Bella, emocionada.

Jasper sacudió la cabeza.

—Ella es muy inocente, Bella. Siempre ha estado interesada en sus


estudios y todos los hombres que ha conocido le
parecen patéticos repetitivos, cosa que me alegra mucho, no te voy a
mentir; pero por eso mismo no puedo lanzarme sobre ella como
quiero.

—¡Te la quieres comer viva! —gritó Bella y enseguida se tapó la boca.


Miró de reojo a Jessica, quien los miraba con interés, y le dio la espalda.

—¡Sí! Maldición, sí. Solo que no quiero que sea así. —Jasper la miró a
los ojos y la tomó por los brazos—. Bella, ella me interesa y mucho.
Tiene una personalidad tan traviesa pero a la vez tan inocente… Me
vuelve loco.

—Te volvía loco desde que la conociste.

—¡Porque parecía una mosca fastidiosa que revoloteaba a mi alrededor


como si yo fuera una bola de miel!

—¿Y ahora? —Bella habló con suspicacia y una mirada pícara.

Jasper suspiró y se apretó el puente de la nariz.

—Estoy perdido.

Bella asintió y lo abrazó.

—Yo no diré nada, pero mira bien cómo hacen las cosas, porque si
Edward los descubre antes de que formalicen la relación, te va a matar.

—Que lo intente el muy maldito.


El fin de semana llegó, y Bella recibió a Heidi el sábado al mediodía.
Planearon ir al río pero Edward se negó por miedo a que la corriente
contra el vientre de Bella, pudiera hacerle algún daño.

—Nos bañaremos en la piscina.

—Yo quiero ir al río —refunfuñó Bella haciendo un puchero—. Más


daño me puede hacer el cloro.

Edward frunció el ceño. En realidad, ninguna de las dos ideas le


parecía bien, y sopesando las opciones, determinó que la corriente del
río no era tan fuerte, y que el cloro podía ser más peligroso. Bella llamó
a Rosalie para que se les uniera y esta a su vez llamó a Emmett quien
se presentó una hora después. Bella se percató cuando estaba en su
habitación, que no tenía un vestido de baño que le quedara. Sus pechos
habían crecido y su panza no permitía que se colocara el que compró
cuando Edward la llevó por primera vez a nadar y ella solo quería
menguar su pasión. Se lo comentó a Heidi que estaba con ella y
Edward escuchó cuando entraba.

—Estás loca si piensas que voy a permitir que uses un bikini en frente
de Emmett. Colócate uno de mis boxers y una de tus camisetas o lo que
quieras, pero nada que deje ver mucha piel.

—No me voy a bañar como si fuera la tía gorda de la familia.

—¡Entonces no te bañas y se acabó! —gritó Edward, levantando lo


brazos.

—Edward, deja la paranoia —dijo Heidi, sacudiendo la mano en su


dirección. Se giró y miró a Bella—. No te preocupes, querida. He
pensado en todo.

—Si crees que mi mujer va a salir casi desnuda como tú, estás más loca
que ella.
—Se ve hermosa. Déjala en paz. —Bella rodó los ojos y vio a Heidi
rebuscar en su bolso. Llevaba puesto un bikini color borgoña que
contrastaba a la perfección con su nívea piel. No era tan pequeño como
decía Edward, pero sus nalgas quedaban parcialmente al descubierto y
el corpiño era sin cargadores, con un pequeño broche con piedrecitas
doradas y plateadas que lo fruncía entre sus redondos pechos. Al
mirarla, Bella sintió una punzada de envidia. Sabía que Heidi nunca
había pasado por el bisturí, todo era natural y bien proporcionado.
Dicha envidia se podía clasificar como de la buena pues le tenía mucho
aprecio a la chica y no representaba ningún riesgo entre su marido y
ella. Miró a Edward y este miraba a Heidi con el ceño fruncido,
esperando a ver qué sacaba del bolso. En su mirada no había ni el
menor atisbo de lujuria o deseo, al contrario, había mucha rabia y
desconfianza. Bella sonrió ante ese hecho. Si su amiga sacaba del bolso
algo parecido a lo que tenía puesto, Edward le arrancaría el bikini… Sí,
pero para ahorcarla con él.

—¡Aquí está! —Heidi se giró y mostró un bikini azul rey que aunque
un poco más grande que el suyo (al menos en cuanto a cubrimiento,
porque las medidas de Heidi, debido a sus curvas, eran mayores que
las de Bella), no dejaba de ser un bikini.

—¡No!

—¡Me encanta!

—No, no y ¡no!

Bella se acercó y tomó las prendas en las manos. La parte inferior


cubría por completo las nalgas al tener un corte recto por debajo de
ellas, y la parte de arriba era igual a la de Heidi pero con tirantes que
se amarraban en la nuca. Las piedras del broche eran de colores verde
y azul.

—Voy a ponérmelo enseguida.


—Dije que no. Dámelo. —Edward se acercó e intentó arrebatarle el
bañador, pero Heidi se interpuso y lo empujó con el cuerpo.

—Anda, querida. Te ayudo. Olvídate de que tenemos intrusos.

—¡Intrusos! Te recuerdo que esta es mi habitación. La única intrusa


eres tú.

Heidi miró a Edward, de una forma que Bella esperó no experimentar


nunca en carne propia, y lo señaló con el dedo.

—Escucha bien. Más vale que te quedes callado, te vayas a cambiar y


nos dejes en paz.

—O, ¿qué?

—O esta vez, sí te dejo calvo.

Edward frunció el ceño, miró a Bella como pidiendo ayuda, y al no


encontrarla apretó la mandíbula y comenzó a quitarse la camisa
mientras salía de la habitación para dirigirse al vestidor.

Luego de que Bella estuvo lista, Edward regresó a la habitación


vistiendo una pantaloneta negra con figuras abstractas blancas y grises.
Su mirada se posó de inmediato sobre su esposa y Bella sonrió al ver
reflejado en sus ojos el fuego de la pasión y el deseo. Ella lo miró a su
vez. Se encontraba tan sexy y viril que si no fuera por Heidi que
todavía se encontraba ahí, se lanzaría sobre él para acariciarle y besar
el pecho fuerte que subía y bajaba al compás de la respiración agitada.
A él no le importó. Se acercó a ella, la apretó contra su cuerpo y la besó
como si su vida dependiera de ello. Bella, olvidándose de la compañía,
enterró los dedos en el alborotado cabello de Edward y tiró de él al
tiempo que gemía. Él le colocó las manos en las espalda y buscó las
cintas que sujetaban el…
—Si quisiera ver porno en vivo, follaría con el hermano de Rosalie
frente a un espejo. —Bella empujó a Edward y trató de acomodarse el
sujetador al tiempo que Edward fulminaba a Heidi con la mirada—.
Ahora, si ya dejaron de practicar, porque déjenme decirles que son
patéticos en el sexo, ¿será que nos podemos ir? —Se colocó un vestido
corto de playa de color rojo, tomó su bolso, se acercó a la puerta y
comenzó a golpear con un dedo el marco.

Bella se colocó el vestido de playa que Heidi le entregó, que iba a juego
con el bikini, y Edward una camiseta blanca.

Cuando iban bajando las escaleras, con Edward tomando el brazo de


Bella, y Lissa y Becca siguiéndolas, Heidi preguntó por Jasper y Alice.

—Los llamé pero no podían venir —respondió Bella—. Jasper tiene


una reunión con unos compañeros de la universidad y Alice… tenía
cosas que hacer.

Heidi arqueó una ceja sin que Edward lo notara. Ella también sabía lo
que había entre esos dos.

Emmett los esperaba abajo y hubiera saludado efusivamente a Bella si


Edward no se lo hubiese impedido; por lo que ni siquiera un beso
pudo darle. Todos se subieron en los carritos de golf y se dirigieron al
claro. Rosalie los encontraría allá para evitar que Félix y Emmett se
encontraran. Pasarían una tarde entre amigos y familia, y por la noche
Edward haría que Bella se olvidara hasta de su nombre. Esa fue la
promesa que recitó en su oído en un momento de distracción de los
demás.
CAPÍTULO 45


Dicen que no hay felicidad completa,
que siempre hay algo que temer.
Hoy veo ese temor en tus ojos,
y me hace temer a mí también.
Descubrir ciertas cosas no es grato,
más cuando estas no están del todo en el pasado.

H eidi movía los dedos con rapidez mientras mantenía los brazos
estirados en dirección a Edward, quien la miraba con el ceño fruncido.

—Cárgame —gimoteó, como una niña consentida.

—Isabella no quiere que la cargue y está embarazada, ¿por qué debería


hacerlo contigo?

—¡Porque yo tengo tacones! —exclamó, y volvió a agitar los dedos.

—Pero, ¿quién va a un río con tacones? —preguntó Edward,


exasperado.

—Alguien con estilo, querido. Ahora ven.

—Edward, cárgala, por favor —pidió Bella. Sabía que Heidi no se


bajaría del carrito de golf si no era en brazos de alguien, y Emmett, una
vez arribaron, se adentró en los árboles en dirección al claro para ver si
Rosalie ya había llegado.

Edward se acercó de mala gana, y la tomó por la cintura y por las


piernas. Cuando la iba a levantar, Heidi lo empujó con fuerza, y él no
terminó en el suelo porque logró guardar el equilibrio. Desconcertado
por la reacción de su prima, abrió la boca para protestar:

—¿Qué…?

—¡Hola, Bella! —Rosalie se acercó a la chica y la abrazó. Bella le


devolvió el saludo y la vio acercarse a Heidi para saludarla también. A
Edward le dirigió un seco "Buenas tardes" y se alejó.

Edward la ignoró. Se había dado cuenta de que no era del agrado de la


rubia, y aunque no sabía el por qué, tampoco era algo que le importara
mucho. Se acercó de nuevo a Heidi para tomarla en brazos cuando ella
lo apartó de nuevo con el codo.

—¡Quítate! —murmuró, con una amenaza implícita en sus ojos.


Enseguida se giró, y su expresión cambió—. ¡Félix! —gritó, levantó un
brazo y lo agitó para llamarlo.

El hombre se acercó a Bella y la saludó.

—Buenas tardes, señora.

—Hola, Félix. Me llamo Bella.

Él asintió con la cabeza pero no dijo nada y se dirigió a los otros dos.

—Señor Edward, buenas tardes.

—Buenas tardes, Félix. —Le extendió la mano y lo saludó—. Es bueno


volver a verte. ¿Vendrás con nosotros al río?

—No, señor. Yo solo…

—Claro que lo harás, Félix, porque tú me llevarás. —Heidi extendió los


brazos hacia él y le guiñó un ojo—. Tengo tacones, y Edward debe
llevar a Bella porque ella está embarazada y se puede caer, así que tú
me llevas a mí.
Bella iba a abrir la boca para indicar que ella podía caminar, pero Heidi
la miró con clara intención de atacarla ferozmente si no se dejaba
llevar. La chica se acercó a Edward, quién sacudiendo la cabeza, la alzó
en brazos.

Félix recorrió con la mirada el cuerpo de Heidi y apretó fuertemente la


mandíbula. El vestido rojo que llevaba dejaba ver sus largas piernas y
el escote era tan profundo que permitía atisbar el sujetador del vestido
de baño.

—Se nos hace tarde —apuró Bella.

—¿Acaso me tienes miedo? —Heidi arqueó una ceja—. Anda, Félix. No


muerdo. Al menos no en público.

—Yo mejor me adelanto —informó Rosalie con tono mortificado, y se


alejó.

Félix flexionó los dedos y por fin se decidió a cargar a Heidi. Ella le
rodeó el cuello con los brazos y pegó su cuerpo al fuerte y musculoso
pecho, cubierto por una camiseta. Sin ningún disimulo ni vergüenza, lo
olió en el cuello y lanzó un pequeño gemido de placer.

—Hueles a pasto y a caballos —dijo Heidi sin importarle si la otra


pareja, que caminaba a su lado, escuchara. Siempre le había gustado el
olor a campo por las mañanas, y montar a caballo cuando iba a la
hacienda que la familia tenía en Escocia, donde se criaban sementales
pura sangre que en algunos casos, terminaban en hipódromos.

—Me encontraba en las caballerizas, señorita —respondió Félix con


voz tensa.

—Y, ¿sabes montar?

—Muy bien, señorita.

Heidi ronroneó sensualmente y se apretó aún más contra él.


—Yo no sé hacerlo —mintió—, pero me encantaría tener a un semental
entre las piernas, y quién mejor que tú para enseñarme a montar.

Félix se estremeció por completo y casi deja caer a Heidi. Se detuvo por
un momento, cerró los ojos fuertemente, sabiendo que la mujer en sus
brazos lo miraba, y cuando los abrió se concentró en el camino y
continuó.

—Creo que es mejor que nos adelantemos —susurró Bella a Edward.

—Estoy de acuerdo. Estos dos están que arden.

Un par de minutos después llegaron al claro, donde encontraron a


Lissa tendiendo una toalla para Bella en la orilla, a Becca sacando unos
frascos y paquetes de una cesta de mimbre, y a Emmett y Rosalie
sentados bajo un árbol, besándose. Edward sentó a Bella sobre la toalla
y comenzó a quitarle las sandalias, para que pudiera meter los pies en
el agua.

—¿Te quitarás el vestido?

—No. Ahora que lo pienso debo parecer una ballena, así que mejor me
baño con él.

Edward la besó en los labios y le colocó una mano en el vientre


abultado, acariciándolo con cuidado.

—Te ves hermosa, Isabella. Aunque no te voy a negar que prefiero que
no te quites el vestido. No quiero que nadie más que yo vea tu bello
cuerpo.

—Solo tú podrías verme bella con mi panza.

—Porque te amo —respondió Edward y volvió a besarla—, y porque


no estoy ciego.
—¡Rosalie! —El grito de Félix se escuchó como un trueno en el
pequeño claro.

Todos se giraron para mirar en su dirección. El hombre tenía la mirada


fija en su hermana, que lo miraba con turbación, mientras que Emmett
a su lado, lo observaba, desafiante. Félix dejó a Heidi en el suelo e hizo
el intento de caminar pero ella lo detuvo.

—Déjalos en paz, Félix. Se aman. Tienen derecho a estar juntos.

—Tranquilo, cuñado —dijo Emmett con tono pícaro—, tu hermana está


muy segura en mis brazos. Me pregunto si la mía lo estará en los tuyos.

Félix tensó la mandíbula con fuerza y sus ojos llamearon de furia.

—No le hagas caso —susurró Heidi en su oído—. Mejor olvidémonos


de todos y disfrutemos del panorama. —Le dio la espalda y comenzó a
caminar hacia el río.

Ya se había quitado los zapatos, por lo que pudo hacerlo con el estilo y
la sensualidad que la caracterizaba. Luego de un par de pasos, levantó
su vestido y se lo quitó por la cabeza, mostrando así su esbelto y
perfecto cuerpo, cubierto solo por su pequeño bikini. Se detuvo y giró
medio cuerpo para mirarlo.

—¿Te gusta la vista, Félix? —Lo miró lentamente de arriba abajo y


luego de vuelta. Le guiñó un ojo y le lanzó el vestido—. Porque a mí
me encanta.

El cuerpo de felix se estremeció por completo mientras la chica se


acercaba a la orilla y se adentraba en el agua. Estrujó el vestido entre
sus manos, lo lanzó al suelo y se dio vuelta con brusquedad para salir
del claro.

—Rosalie, te quiero en casa para la cena. Ni un minuto más —advirtió


sin mirarla y desapareció por entre los árboles.
—Tu hermano es un cobarde, Rose —increpó Heidi.

—Y tú una ofrecida —regañó Emmett a su vez—. Compórtate, que si


papá se entera de esto…

—Si papá se entera de esto será porque tú se lo dices, y te aseguro


hermanito, que no sabrás nunca lo que es ser un padre si te llegas a
atrever.

Emmett frunció el ceño pero no dijo nada, y Rosalie para desviar su


atención comenzó a besarlo y así aprovechar el poco tiempo que tenían
juntos. Heidi empezó a nadar y a relajarse con la suave corriente,
mientas que Becca y Lissa conversaban y preparaban bocadillos,
sentadas bajo un árbol, y Edward miraba a Bella como lo hacía
regularmente: con adoración y… miedo.

—Estoy bien —declaró Bella reconociendo los sentimientos que lo


embargaban—. Estaremos bien.

Edward se encontraba sentado ente las piernas de Bella, con medio


cuerpo dentro del agua, permitiendo así que ella mojara sus piernas
también. Por la pendiente de la orilla, él estaba un poco más abajo que
ella por lo que sus rostros quedaban al mismo nivel. Bajó la cabeza y le
besó un pecho, sobre la ropa.

—Edward, por favor. Ábrete a mí —rogó Bella—. Soy tu esposa, tu


mujer. Cómo podemos ser una pareja si tú no me quieres decir qué
sucede.

—No sucede nada, mi amor; o es que acaso no puedo mirar a mi mujer


con veneración.

—Puedes mirarme como desees, pero no con miedo a que algo me


suceda.
—Siempre temeré por tu seguridad, Isabella. —Edward cerró los ojos y
sacudió la cabeza, para enseguida apoyarla en los pechos de ella pero
sin dejarle sentir su peso—. No quiero perderte. Desde que te conocí
temo hacerlo.

Bella lo abrazó y él se acomodó para no hacer presión sobre su vientre.


Creía saber de dónde podía surgir ese miedo, que curiosamente era
igual al de ella: del pasado. Edward la había perdido sin darse cuenta
por estar bajo el influjo de una mujer, pero su alma sí lo percibió,
seguramente, y eso fue lo que lo hizo querer poseerla con solo verla;
sin embargo, había algo más, algo que ella desconocía y que no
provenía de una vida pasada, sino de un pasado mucho más cerca, del
cual él era consciente. Necesitaba descubrir de qué se trataba, aunque
imaginaba que la respuesta no sería de su agrado, porque una
corazonada muy fuerte le decía que había una mujer involucrada. Aun
así, decidió arriesgarse.

Cerró los ojos por un par de segundos, tomó aire, buscando que el olor
del pequeño bosque y el río a sus pies la llenaran de valor y, sobre
todo, de comprensión.

—¿Cuál es su nombre? —Esa no era exactamente la pregunta que


deseaba formular, pero una vocecilla en su cabeza le susurró: ¿Y si la
palabra correcta no es "era" sino "es"?… No, él no me engaña con nadie. Me
ama demasiado como para estar con otra… ¿Entonces por qué tanto miedo? Y
las palabras salieron de su boca.

Edward levantó la cabeza para mirarla. Su expresión denotaba


desconcierto y lo que hizo que Bella sintiera ganas de llorar: terror.

Me engaña. Ahora lo sé. Un fuerte dolor se instaló en su pecho y se


arrepintió de haber sido curiosa. No quería saber la respuesta, ya no;
aunque su lado morboso y masoquista lo ansiaba con intensidad.

—No hay un nombre, Isabella. Esa pregunta no tiene respuesta.


Si la tiene, solo que tú no la quieres pronunciar. Lo miró por un largo
momento a la cara. El terror fue reemplazado al instante por una
amable frialdad y su voz sonó monótona y apacible. Es un hombre de
negocios. Es un experto mentiroso, pensó Bella y deseo escapar del lugar.

El claro ya no era apacible y mágico, los árboles ya no eran un símbolo


de protección y privacidad, y el río, con su dulce melodía, ya no
brindaba la calma que antes percibía. En ese momento, el rozar del
agua sobre las piedras se convirtió en risitas burlonas que parecían
murmurar en su contra; los árboles, en carceleros de una verdad de la
que no podía escapar; y toda la magia, en un humo negro y espeso que
más tenía que ver con perversa hechicería, que con dulce fantasía.

—Isabella, créeme, por favor. —La voz de Edward se quebró en la


última palabra. Isabella no necesitaba nada más.

—No me siento bien. Iré a recostarme. —Bella hizo el intento de


levantarse pero Edward se lo impidió.

—Isabella, por favor. Te lo juro. Tú eres la única, no hay nadie.

El pánico había vuelto a su rostro, y ella no deseaba seguir viéndolo.


Cada palabra, cada negación, era una completa tortura. Trató de
apartarlo pero por la posición en la que se encontraban, se le hacía
difícil quitárselo de encima.

—Edward, apártate que me quiero ir.

—Nena, pero si te sientes mal aquí está Becca. ¡Becca! —llamó Edward
con un fuerte grito.

—No necesito a Becca, solo me quiero ir.

—Dígame, señor —dijo Becca, llegando junto a ellos.


—Mi esposa se siente mal, revísala. —Se levantó y trató de cargarla
para alejarla del agua, pero ella lo apartó—. Ven, nena, déjame sacarte
del río.

—Edward, ¡basta! —gritó Bella en el forcejeo. Todos se detuvieron para


mirarla, asombrados. Le tendió la mano a Becca para que fuera ella
quien la ayudara a levantarse y así lo hizo.

—Bella, ¿qué sucede? —preguntó Heidi, preocupada, llegando a su


lado.

Bella cerró los ojos y se apoyó en Becca. Su respiración intentaba


acelerarse y la cabeza le palpitaba. Estaba a punto de perder el control.
Lo veía venir.Tengo que calmarme por el bebé. No puedo tener otro ataque.
Debo protegerlo, se repitió una y otra vez. Sentía el movimiento a su
alrededor. Escuchaba las voces de Emmett, Rosalie, Heidi, Lissa y
Becca, pero no la de Edward. Me está mirando, lo percibo; y su rostro debe
mostrar pánico puro porque sabe que lo sé. No quería verlo a los ojos, no
quería confirmar sus sospechas, pero como humana que es, no pudo
evitar levantar la cabeza, abrir los ojos y mirarlo. Ahí estaba él, tal
como se lo había imaginado: hermoso y asustado. Por un momento,
sintió el impulso de consolarlo, de decirle que no iba a dejarlo nunca,
que no podía porque lo amaba demasiado como para poder vivir
alejada de él, pero decidió quedarse callada y ocultar esa gran verdad.
Solo deseaba estar sola, o al menos alejada de él para poder pensar y
no caer en otro episodio nervioso que, solo por un milagro, había
logrado mantener controlado.

—Tengo dolor de cabeza —respondió, sin apartar la vista de su


esposo—. Quiero estar sola.

Se giró y comenzó a caminar para salir del claro.

—Becca, Lissa, acompáñenme, por favor —ordenó y las dos se


apresuraron a estar a su lado y tenderle la mano para que no tropezara.
Podía sentir la fuerza de Edward a su espalda, y su propio deseo de
pedirle que la acompañara, por lo que caminó más rápido, tratando de
huir de sí misma.

—Bella, yo voy contigo —dijo Heidi llegando a su lado.

—No te preocupes, quédate aquí con Emmett, Rose y Edward —


enfatizó en el último nombre para darle a entender que lo detuviera si
pretendía seguirla—. Enserio, quiero estar sola.

Heidi la tomó del brazo y se acercó a ella para susurrarle al oído:

—Él te ama, Bella. Pase lo que pase, nunca lo pongas en duda.

Ella asintió. Eso es precisamente lo que me desconcierta: si me ama, ¿por qué


me engaña?

Llegaron al carrito de golf y el chico que esperaba, escuchando música


en el asiento del conductor, corrió para ayudarla a subir. Luego de que
sus acompañantes se subieron, emprendieron el camino de regreso a la
mansión.

—Becca, estoy bien, solo quería regresar. Si te necesito te llamo —


indicó Bella, cuando entró a la casa por la puerta trasera. Miró de reojo
y vio que otro carrito se aproximaba—. Lissa, acompáñame a mi
habitación.

Subió las escaleras, tomada de la mano de la chica y al entrar en el


vestíbulo de la habitación, se giró y vio a Edward al final del pasillo.
Este corrió hacia ella con su rostro en una súplica intensa, pero ella
haló a Lissa hacia adentro, y cerró la puerta antes de que él la
alcanzara. Escuchó los pasos detenerse justo del otro lado y luego de
un par de segundo, un golpe en la puerta, como una palmada.

—Isabella, te amo —declaró Edward.

—Yo también te amo.


Entró a su recámara, se sentó en su cama y pidió a Lissa que cerrara la
puerta.

—Señora, ¿quiere que le prepare un té? Dígame qué necesita.

—Necesito respuestas, y también necesito llorar sin que eso afecte a mi


hijo. —Inhaló profundamente para tranquilizarse. Lo único que
impedía que sucumbiera a sus nervios era que pensaba en el bebé una
y otra vez. Lo visualizaba en su mente y era hermoso, igual que su
padre. Los ojos verdes, el cabello cobrizo alborotado, la sonrisa tierna y
a la vez traviesa… Lo imaginaba como un niño porque deseaba
llamarlo como su padre, Charlie; además de que anhelaba que se
pareciera a Edward. Solo su imagen pequeña, tierna y amorosa
impedía que enloqueciera. Su hijo era su soporte, el pilar de su salud
emocional y por él, era capaz de cualquier cosa.

¿Qué me escondes, Edward?… Necesito respu…

—Cassandra —murmuró al recordar a la mujer. Ella podía ayudarla a


descubrir de qué se trataba. Sacudió la cabeza y suspiró.

No. No puedo enterarme por boca de otro de lo que el mismo Edward debería
decirme, pensó y se frotó la frente con una mano. Recordaba que
cuando fue por Edward a Londres y pasó la noche en su
departamento, ella le dijo que se alegraba de que no hubiese ropa de
mujer en su guardarropa, y él le había respondido que no había nadie
más que ella. Eran las palabras que cualquier mujer desearía escuchar
del hombre que ama, pero no cuando estas están acompañadas de una
expresión llena de tensión, rabia, dolor y miedo.

Edward era un hombre que muchas mujeres deseaban, y ella había


sido una tonta al pensar que no tendría a nadie cuando lo conoció. En
realidad deseaba que tuviera a alguien para que me dejara en paz, pensó. Y al
parecer sí la tenía y muy bien escondida. Pasaba el tiempo justo en la
oficina, siempre trataba de programar las reuniones para el horario
laboral, de esa forma no llegar tan tarde a ella. Los fines de semana, se
encontraba a su lado todo el tiempo, y siempre se hallaba acompañado
por Heidi. Heidi lo ama demasiado, haría cualquier cosa por él; ella misma me
lo ha dicho… incluso esconder sus faltas. También recordaba que Sara le
había dicho una vez, que a Edward no lo visitaba ninguna novia o algo
que se le pareciera en la oficina, al menos no en el tiempo que ella
estuvo ahí. ¡¿Entonces en qué momento se ven?!

—Señora… —La voz de Lissa la apartó abruptamente de sus


cavilaciones, trayéndola de vuelta a una realidad que no deseaba
enfrentar—, creo que necesita ese té. —Bella la miró
desconcertada. ¿Tan mal me veo?—. Está llo…llorando —dijo la joven
en respuesta a su pregunta no formulada.

Bella se tocó las mejillas y se sorprendió al encontrarlas húmedas. No


había querido llorar por miedo a perder el control, pero al parecer las
lágrimas, traicioneras, no acataron sus órdenes y se derramaron libres
por su rostro. Al menos se sentía complacida de haber manejado bien
sus nervios. Es la imagen de mi bebé. Él me tranquiliza.

—Pide el té desde aquí, y cuando lo traigan no permitas a Edward


entrar.

—Pero, señora… —Lissa se estremeció y enrojeció.

—Lissa, él no te va a comer. Deja de tenerle miedo.

Un pequeño gemido que se confundió con un sollozo escapó de sus


labios.

—No… puedo. —Bella suspiró. Está enamorada de él, y sabe que nunca lo
podrá tener.

—Con que le digas que no quiero que entre y seas rápida para cerrar la
puerta, me conformo. ¿Harías eso por mí?
La chica asintió, nerviosa. La idea no le gustaba pero no tenía otra
opción. Tomó el teléfono, marcó la extensión de la cocina y luego de
cortar se dirigió al vestíbulo a esperar el pedido. Bella sabía que él no
se había movido de la puerta, lo conocía muy bien, y además, podía
sentirlo. Su presencia era como un imán que la atraía hacia él, y solo su
dolor e incertidumbre podía impedir que sucumbiera al llamado.

Se recostó en las almohadas al tiempo que las lágrimas seguían


derramándose. Cerró los ojos y volvió a imaginar a ese pequeño niño
que la llenaba de paz. La puerta de la habitación se abrió y unos pasos
se acercaron a la cama. ¡Ay, Lissa! Permaneció inmóvil y con los ojos
cerrados. Sabía que no podía escapar para siempre, y no pretendía
hacerlo. Solo deseaba aclarar sus pensamientos antes de hablar con
Edward y para eso necesitaba tenerlo lejos. Estaba claro que él no lo
permitiría.

Escuchó el sonido de la porcelana contra la madera y sintió una mano


que le retiraba un mechón de cabello del rostro.

—Tú eres la única, Isabella. Mi vida, mi aire, mi agua, mi fuego, mi


único amor —declaró Edward arrodillándose junto a la cama.

—Entonces dime qué me escondes —pidió Bella sin abrir los ojos. No
quería ver el miedo en sus hermosos rasgos, de nuevo.

El silencio reinó en la habitación y solo la respiración agitada de


Edward se podía escuchar. ¿En qué más tengo que ceder para que esta
relación funcione, para que podamos ser felices?

—Solo quiero saber algo, Edward. —Abrió los ojos para poder mirarlo
a los suyos. Necesitaba saber qué tan sincera era la respuesta del
hombre que tanto amaba—. Si en verdad me amas tanto como dices…

—Te amo más que a mi propia vida —afirmó él, con pasión.
—Si eso es cierto —continuó Bella—, respóndeme con sinceridad. Sea
cual sea la verdad, por favor, Edward, te lo suplico, dímela. —Más
lágrimas rodaron por sus mejillas, mientras la imagen de Edward se
volvía borrosa ante ella, por lo que tuvo que enjugarlas con el dorso de
la mano.

Edward tragó en seco, pero asintió con vehemencia.

—Solo quiero saber una cosa. —Inhaló profundamente para tomar


fuerzas—. ¿La amas?

Edward negó frenéticamente con la cabeza y le tomó las manos entre


las suyas.

—No, no, no. Te juro que no lo hago. Yo solo te amo a ti, Isabella.
¡Créeme, por Dios!

Entonces es cierto. Ella existe, pensó con dolor y decidió resolver otra
duda a la que le temía aún más.

—¿En qué momento del día te ves con ella? —preguntó en un hilo de
voz.

Edward volvió a negar.

—No la veo porque no significa nada para mí. Ella no vale, nunca lo
hizo. —Tomó el rostro de Bella entre las manos y con los pulgares le
secó las mejillas—. Ella pertenece a mi pasado, Isabella. Tú eres mi
presente y mi futuro. Tú eres mi todo, ella no es nada.

Y aun así es tan importante que se interpone entre los dos, pensó Bella con
pesar y lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo él le devolvía el abrazo
con devoción. ¿Quién eres? ¿Por qué te interpones entre nosotros? ¿Quién
eres? Maldita sea, ¿quién e…? Su corazón se detuvo por un momento y
su alma gritó de angustia: Sarolta.
CAPÍTULO 46


Dudas y temores llegan a mí,
y tú nada quieres decir.
Aun así no pienso dejarte ir,
aun así pienso luchar por ti.
Ya te perdí una vez,
y es algo que no volverá a suceder.

E dward parecía no querer soltarla por temor a que desapareciera


ante él. Era el mismo sentimiento que siempre veía en sus ojos y, luego
de confirmar que existía otra mujer, Bella supo que era totalmente
justificado. No tenía la más mínima intención de abandonarlo, pero era
algo de lo que él aún no se convencía.

Sintió un suave beso en su muñeca y otro en la palma de la mano.


Llevaba así más de una hora. Luego del abrazo que le representó a él
un alivio al momento, la alzó en brazos y la llevó a una estancia que
Bella solo había visto en el recorrido de la mansión. Tenía un aspecto
muy antiguo, mucho más que el resto de la casa: las paredes estaban
recubiertas en madera del suelo de mármol veneciano, al techo
abovedado con molduras de diseños intrincados y paneles en colores
oro y marfil. Bella prefería no saber de qué material estaban hechas.
Varias pinturas colgaban de las paredes con escenas de caza o vida
cotidiana, así como bosques que daban la impresión de ser mágicos y
castillos en las cimas de altas montañas que parecían impenetrables
para cualquier ejército que deseara tomarlos por la fuerza. Otros
objetos adornaban la estancia, como candelabros, baúles, una enorme
araña colgando del techo, y demás artículos que no parecían del año en
el que vivían. Nada en la habitación lo parecía.

Bella sintió otro beso en la punta de su pulgar y sonrió, aunque con un


deje de tristeza. Retiró su mano, acarició el cabello alborotado de su
esposo y tomándolo, lo haló para que se acercara a ella. Estaba
recostada en un diván y Edward sentado en el suelo, a un lado de ella.
No le gustaba la forma en que seguramente se veían. Ella parecía la
reina del palacio y él su perro fiel. Odiaba eso, pero él se había
empeñado en quedarse en el suelo, a pesar de que en el mueble cabían
los dos perfectamente.

Edward se resistió, y Bella tuvo que tirar con más fuerza hasta que él
emitió un quejido de dolor. Se levantó, rendido por fin, y se recostó a
su lado. Bella se acomodó para quedar frente a él y así, poder mirarlo a
los ojos.

Una vez dejé que ella me lo arrebatara, pero solo era una niña, pensó
acariciándole una mejilla. Ahora soy una mujer, y no permitiré que nos
separe de nuevo. Él me pertenece. Es mío… mío.

—Te amo —declaró Bella, y le dio un suave beso en los labios.

—Eres mi vida. —Edward le devolvió el beso con devoción—. Isabella,


yo… te juro que lo eres todo para mí.

Bella deseaba saber más. ¿Quién era ella? ¿Cuándo la conoció? ¿Qué
significaba realmente para él? Quería saberlo todo, y estaba segura que
ese día no lo conseguiría. Podía recurrir a Cassandra para que le dijera
lo que veía, o percibía o lo que fuera que ella hacía, mas no era la
forma. Él debía contárselo, confiar en ella lo suficiente como para
decirle toda la verdad sin temor a nada. Solo esperaba conseguirlo
pronto, aunque lo dudaba. Decidió cambiar de tema. Hablar
sobre ella era una tortura, a pesar de que le creía a Edward cuando le
decía que no la amaba; lo que tampoco significaba que ella no era
alguien importante para él, ya fuera para bien o para mal. Bella estaba
casi segura que era para mal.

—¿Dónde están los demás? ¿Se fueron? —preguntó acomodándose en


el pecho de su esposo.

—No lo sé. Me encerré contigo aquí y no sé qué ha pasado afuera.

—Naomi debe estar buscándome. —Bella intentó levantarse pero él se


lo impidió.

—Seguramente Lissa se está ocupando de ella. Después de todo no


hace otra cosa que comer y dormir.

Bella lo miró con indignación y su ceño se frunció.

—¡Está embarazada! Tiene que guardar reposo.

Edward arqueó una ceja y resopló.

—Pues deberías seguir su ejemplo. Tú también estás embarazada, pero


parece que se te olvida.

—Yo tengo un marido y todo un ejército de servidumbre para


atenderme, mientras que ella solo me tiene a mí, ya que su marido la
preñó y la abandonó.

Edward cambió la expresión de su rostro a una de total seriedad y


promesa. Extendió una mano y acarició el vientre de la mujer que tanto
amaba.

—Yo nunca te abandonaré, Isabella. Sería absurdo el solo pensarlo.


¿Cómo podría vivir si mi corazón no tiene el incentivo que lo hace latir
día a día?

Bella sonrió y lo abrazó con fuerza.


—Eso no lo tendremos que averiguar. —Lo besó rápidamente en la
punta de la nariz y se separó de él a pesar de su resistencia—. Vamos a
buscar a Naomi. No quiero dejarla sola tanto tiempo.

Edward hizo una mueca de fastidio, agradeciendo que Bella no se dio


cuenta de dicho gesto. Encontraron a Heidi sentada en una de las salas
de estar del primer piso, con la gata sobre sus piernas, acariciándola.

—¡Ahí la tienes! Siendo mimada por una bella mujer. Le va mejor que a
mí: mi mujer, la más hermosa de todas, no me mima por estar
pendiente de su gata. —Bella lo miró de tal forma, que él se arrepintió
al instante de haber hablado, sobre todo con tanto sarcasmo.

Heidi se apresuró a acercarse a Bella con la gata aún en brazos.

—¿Estás bien?

—Sí, pero quisiera que te quedaras. Solo si puedes.

Heidi miró a su primo de soslayo y vio su rostro entristecerse.

—Bella, no creo que sea buena idea…

—Lo es. A menos que tengas algún otro compromiso. —Bella no quería
quedarse sola con Edward esa noche. Aunque estaba decidida a no
perderlo, le dolía el engaño.

—No, claro que no. Me quedaré si así lo deseas —prometió, muy al


pesar de Edward. No conocía muy bien los motivos de la discusión,
aunque creía saber de qué iba todo. El que se quedara no era bueno
para Edward. Ellos debían resolver sus asuntos a solas y él necesitaba
tiempo para aclarar la situación, pero su amiga se lo pedía, y ella no se
lo podía negar.

—Te lo agradezco mucho. ¿Dónde están Rosalie y Emmett?


—Les pedí que volvieran al río para que pasaran tiempo juntos,
imagino que Emmett ya se fue porque Rose debía estar en su casa para
la cena.

Bella asintió.

—Vamos a cambiarnos. ¿Tienes ropa para dormir?

La mujer negó.

—Buscaré algo para que te pongas —dijo Edward y se retiró.

—Bella…

—Heidi —dijo Bella, interrumpiéndola y mirándola a los ojos—, sé que


Edward me esconde algo y tiene que ver con una mujer. Y también sé
que tú tienes perfecto conocimiento de quién es y qué tanto influye en
su vida. No te voy a interrogar porque entiendo que tu lealtad es hacia
él, aparte de que considero que él debe confiar en mí y contarme; sin
embargo, si te voy a pedir que si ella intenta separarlo de mi lado, me
lo digas. No quiero tener mi propia versión deCrónicas de una muerte
anunciada; aparte de la que ya tuve cuando todos sabían que Edward
pretendía casarse conmigo y yo me enteré cuando ya no tenía
escapatoria; solo por no tener a nadie que esté a mi favor.

—Yo estoy a tu favor, Bella —afirmó Heidi con voz dolida. Dejó a
Naomi, que todavía estaba dormida, sobre un sillón y la miró con ojos
húmedos—. Siempre soñé con que Edward encontrara una mujer como
tú, y fue por eso que lo ayudé a tenerte, aunque no imaginaba que
llegaría tan lejos.

—Lo ayudaste para hacerlo feliz. Lo habrías hecho con cualquier mujer
que él deseara tener.

Heidi negó con la cabeza con vehemencia, y un par de lágrimas


escaparon de sus ojos.
—Jamás habría permitido que se uniera a alguien que no considerara
decente y buena para él. —Heidi dio un paso hacia la chica y le colocó
una mano en el brazo—. Edward es un hombre muy guapo y a eso
súmale que es millonario. He pasado mi vida alejando de él a mujeres
que sabía que no le convenían, así él quisiera estar con ellas. Incluso
me gané enemigas por interponerme en relaciones que para él no eran
serias, pero sí para ellas y podían terminar en algo más. Bella, si en
algún momento tu forma de ser, de actuar, me hubiese indicado que no
eras una chica digna de mi primo, además de no ser de mi agrado,
jamás habría permitido que se casara contigo. No solo él te esperó, yo
también lo hice, y me alegré mucho cuando apareciste.

Los ojos de Bella se humedecieron y su mandíbula tembló.

—¿Y ella? ¿Por qué no lo alejas de ella? O, ¿sí te agrada?

—¡¿Esa zorra?! —exclamó Heidi y al instante llevó una mano a su boca.


Su rostro demostró clara alarma. Retiró la mano y movió sus labios
varias veces para hablar, pero ningún sonido salió de ellos. Heidi
McCarty se había quedado sin palabras.

—Ya veo. Ni tú has podido alejarlo de ella —declaró Bella con una
sonrisa triste en los labios.

Heidi tomó la mano de su amiga entre las suyas y la aferró con fuerza.

—Olvídate de esa mujer, Bella. No amargues tu vida y tu matrimonio


por alguien que no vale la pena.

—Edward también dice que no vale nada, que me ama a mí. Pero eso
no tiene sentido. ¿Por qué si no vale nada, no me quiere decir? Sé que
no es algo del pasado, lo siento. —Bella liberó su mano y se tocó la
frente al tiempo que sacudía la cabeza—. No entiendo qué sucede,
Heidi. No logro entender nada.
—No es preciso que lo hagas. Lo único que tienes que tener siempre
presente es que él no te engaña con nadie. No existe otra mujer a la que
ame y desee que no seas tú, Bella. Cuando sale de esta casa es para
trabajar, y se afana por regresar a tu lado. Cuando cierra los ojos es tu
rostro el que ve. Cuando te tiene en sus brazos es el hombre más feliz
del mundo y cuando se ve obligado a alejarse…

—Un profundo vacío reina en mi alma —completó Edward desde la


puerta de la estancia. En la mano llevaba una camisa suya. Las dos
mujeres se giraron y lo miraron, asombradas. Él se acercó y le tendió la
ropa a Heidi—. Aquí tienes. —Miró a Bella y le retiró un mechón de
cabellos de su mejilla—. Te prometo que algún día te contaré todo,
pero no ahora. No puedo hacerlo. No quiero hacerlo. —Tomó su rostro
entre sus manos y la hizo mirarlo a los ojos—. No culpes a Heidi. Ella
ha sido mi tabla de salvación toda mi vida. Si hay alguien en quien
puedes confiar, además de mí, es ella, porque lo que nunca ha sabido
ser es hipócrita.

Bella sonrió y asintió con la cabeza, al tiempo que más lágrimas


rodaban por sus mejillas.

—Lo he notado.

Heidi soltó una risita en medio de su suave llanto.

—Isabella. Créeme cuando te digo que sin importar lo que fue mi


pasado y lo que es mi presente fuera del amor infinito que tengo, vivo
y respiro para ti. No me pidas algo que no puedo darte ahora, por
favor. Solo cree en mí. Te lo suplico. Por el amor que me tienes, te lo
imploro.

Bella se empinó, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en


respuesta. Las manos de Edward abandonaron el rostro de la chica y
aferraron su cintura.
—Confío en ti, mi amor —confesó Bella, liberando sus labios—.
Prométeme que algún día me lo dirás todo.

—Te lo prometo.

Bella se separó de Edward y miró a Heidi, quién se secaba las lágrimas


con la punta de los dedos.

—Parecemos una telenovela barata —dijo Heidi, y los tres rieron en


medio de los sentimientos que los agobiaban.

Tengo que luchar por él, y para hacerlo debo confiar en él, pensó Bella y
tomó a Naomi en brazos.

Heidi se dirigió a la habitación que tenía asignada y la pareja a la suya.


Bella se colocó un bata de dormir de seda, color verde oliva, de escote
en V y que caía libremente desde debajo de sus pechos hasta sus
tobillos. Edward se vistió con el pantalón de un pijama de franela azul,
y Heidi usó la camisa de Edward, y debajo sus pantys.

Se reunieron en un salón del primer piso que cumplía la función de


una sala de cine privada. Una gran pantalla cubría casi toda la pared
de fondo; unos sofás y sillones se encontraban ubicados en filas frente
a la pantalla, y el primero, donde se sentarían los tres, era un sofacama.

—Me veo mucho más sexy que tú.

Bella rodó los ojos ante el comentario de Heidi y se sentó entre las
piernas de Edward. Heidi se sentó al lado de él y se acurrucó contra su
cuerpo.

—Deberías buscarte un marido al que pegarte como una babosa —dijo


Edward mirando a Heidi.

—Ya lo tengo en la mira. Solo falta que caiga y listo.

—Lo que te dijo Emmett es cierto: si el tío Joseph se entera te mata.


—Acaso, ¿él no aceptaría a Félix? —preguntó Bella, extrañada—.
Cuando lo conocí no me dio la impresión de que fuera una persona
prejuiciosa.

—No lo es, nena —respondió Edward—. Pero tampoco le gustaría


saber que su hija anda de ofrecida, sea con quien sea.

—De mi padre me encargo yo —anunció Heidi. Tomó el brazo de


Edward, levantó y se rodeó con él—. Ustedes dos limítense a mantener
la boca cerrada.

—Yo ni siquiera hablo con él —indicó Bella.

—Por mí estás a salvo —añadió Edward.

—Más les vale.

Era un poco más de las ocho de la noche y se encontraban a la mitad de


Casablanca, cuando Katy llegó para informar que Félix aguardaba en el
vestíbulo y exigía hablar con su hermana.

—¡Mierda, Emmett! —exclamó Edward, molesto. La chica, aunque


bastante crecidita como para decidir por su vida, era su
responsabilidad mientras se encontrara con la familia.

—¡Se me arregló la noche! —gritó Heidi, emocionada. Se puso de pie y


se dirigió a la puerta dando saltitos.

—¡Alto ahí, Heidi McCarty! —ordenó Edward con voz firme—. No


saldrás vestida así ante él.

—Pero me vio en bikini hace unas horas —alegó la mujer—. Además,


si corro con suerte, dentro de poco me verá desnuda.

—Primero que todo a mí me respetas. Segundo, una cosa es un bikini y


otra muy diferente es estar casi desnuda bajo una camisa que ni
siquiera es tuya. Katy, que Lissa traiga una levantadora para mi esposa
y otra para Heidi, y a mí una camiseta. Pídele que pase a mi despacho
y que me espere un momento.

—¡Ja! Ocúpate de tu mujercita, querido. A mí me dejas en paz. —Sin


esperar respuesta salió de la estancia antes de que Edward pudiera
detenerla.

Atravesó el pasillo y llegó al vestíbulo de la mansión, donde Félix


esperaba, impaciente.

—¡Félix, que bueno verte de nuevo! —saludó caminando hacia él,


quien apenas se giró, la recorrió con la mirada y esta se detuvo en sus
piernas. Al llegar a él, le colocó las manos en el pecho y le dio un beso
en la comisura de los labios—. ¿Por qué tan frío? Yo esperaba que me
calentaras.

—¡Heidi! —regañó Edward, llegando a ella y halándola por un brazo


para apartarla del hombre cuyo rostro parecía a punto de estallar de
toda la sangre acumulada bajo su piel—. Regresa al salón mientras yo
hablo con Félix.

Heidi se zafó bruscamente de su agarre. Le dirigió una mirada asesina


a su primo, a Félix, una que prometía todo lo que deseara, y
desapareció por el corto pasillo.

—Lo lamento, Félix. ¿Qué sucede con Rosalie?

—No llegó a casa a cenar como le ordené, señor Edward. Y tiene el


celular apagado —informó el hombre, tratando de controlar su
respiración agitada.

Edward se frotó la frente. No quería quedarse sin administrador solo


por los calentones de su primo.

—Discúlpame, Félix. Sé que Rosalie es mi responsabilidad pero… tuve


un asunto personal que atender y me distraje. Debe estar con Emmett.
—Eso es precisamente lo que yo pensé. Y debo admitir que no me
gusta nada. Aunque no es su culpa, señor. Es de su primo.

—Sí, lo sé. —Edward suspiró y escuchó a Bella llamarlo. Se giró y le


tendió la mano.

Ella se acercó ya con su levantadora puesta y saludó a Félix.

—Ella estará bien, Félix —aseguró la chica—. Emmett la ama. No tienes


de qué preocuparte.

—Me preocupo, señora. Es mi hermana pequeña. Lo último que quiero


es que sufra. Soy la única persona que tiene en el mundo.

—Eso era antes. Ahora nos tiene a todos nosotros y tú también. —Bella
extendió una mano y la apoyó en el brazo de él—. Félix, los Cullen y
los McCarty somos muy unidos. Todos le tenemos mucho cariño a
Rosalie, además de que esperamos que pronto haga parte de la familia,
formalmente. —Félix frunció el ceño. Bella lo ignoró—. Tú, aparte de
ser el administrador de las plantaciones, eres el hermano de la novia de
Emmett y eso te hace parte de nosotros. Jamás permitiríamos que él le
haga daño. Te lo prometo. Tu hermana está segura con él. Lo estará
siempre.

—Ese siempre es el que no me gusta.

—A ti parece no gustarte nada —Heidi apareció de nuevo, vistiendo


exactamente igual que antes—. ¡Vamos, Félix! Mi hermano es algo
bobo pero no es un mal hombre. Lo conozco y nunca lo había visto tan
enamorado de una chica… En realidad nunca antes se había
enamorado. —Caminó hacia él y se aferró a uno de sus fuertes
brazos—. Ven conmigo. Llamamos a Emmett, hablas con Rosalie y así
quedas más tranquilo. ¿Te parece?
Félix miró a la mujer unos segundos antes de asentir lentamente. Miró
a la pareja frente a él y se despidió de ellos, para enseguida, ser
arrastrado por Heidi hacia el despacho de Edward.

—Me preocupa lo que pueda pasar ahí dentro —dijo Edward con el
ceño fruncido.

—No es a ti a quien le tocará limpiar —indicó Bella en tono de burla.

Edward la miró e hizo una mueca con los labios.

—Es mi prima, Isabella. Nunca la había visto así con un hombre. —


Llevó una mano a su cabeza y la pasó por su cabello, tirando un poco
de él—. Es una mujer muy hermosa. Siempre han sido los hombres los
que andan tras ella, no al revés. Es la primera vez que la veo perseguir
a alguien, interesarse por alguien de esa forma y temo que se esté
enamorando.

—¡Pero eso sería fantástico! —manifestó Bella con una gran sonrisa.

—Sí, lo sería, si él sintiera lo mismo por ella. Esta tarde en el río, me di


cuenta que iba en serio, pero lo dejé pasar. Puedo ver que Félix se
contiene por respeto a la familia, y estoy seguro que llegará el
momento en que mandará todo al diablo, y, si lo único que siente por
ella es deseo, será Heidi la que sufra y no quiero eso.

Bella lo abrazó por la cintura, entendiendo la preocupación que lo


embargaba. Heidi era muy importante para él y si ella sufría, él
también lo haría. Le dio un beso en el pecho desnudo, en el lugar del
corazón.

—Félix es un hombre muy serio y formal. No digo que no caiga en la


tentación, solo que si hablas con él, puede que sepas cuáles son sus
intenciones y aclararle que aunque es una mujer adulta, no…
La puerta del despacho de Edward se abrió repentinamente,
sobresaltándolos a los dos. Félix apareció en ella con el rostro
completamente rojo y consternado. Cruzó el vestíbulo con rapidez sin
siquiera mirarlos, dirigiéndose a la puerta de la mansión y
desapareciendo tras ella sin despedirse.

—¡Heidi! —gritó Edward justo cuando ella aparecía en la puerta del


despacho.

Se veía tan roja como Félix, e igual de agitada y con la camisa algo
descompuesta. Levantó una mano para acallar a su primo.

—Edward, ahora no —dijo con voz jadeante y se dirigió a las


escaleras—. Necesito un baño de agua helada… Buenas noches.

Subió al segundo piso y desapareció por el pasillo que daba a los


dormitorios. Edward frunció los labios y Bella le acarició una mejilla.

—Tranquilo. Ella sabrá manejarlo. —Edward asintió, esperando que


así fuera—. Ven, terminemos de ver la película.

Bella lo tomó de la mano y lo llevó a la pequeña sala de cine, donde se


acomodaron y continuaron con la función. Los dos se quedaron
dormidos, abrazados, mientras la luz de la pantalla iluminaba la
estancia. Fue Lissa quien, sin hacer ruido, apagó los equipos de audio y
vídeo, cargó a Naomi que todavía se encontraba dormida, y cerró la
puerta con seguro para que nadie los molestara; no sin antes brindarle
a Edward una mirada llena de nostalgia.

El domingo, cuando Rosalie apareció, corrió a su casa sin demora y la


discusión se centró entre Edward y Emmett.

—Rosalie es mi mujer y tengo derecho a llevármela cuando quiera.


Mejor ocúpate de tu esposa, si es que puedes, porque si no, yo estoy
más que dispuesto a…
Los empleados de la casa tuvieron que acudir a separarlos, alarmados
por los gritos de Heidi y Bella. Al final, Heidi se llevó a Emmett, quien
se fue solo con una pequeña hinchazón en la comisura de los labios,
dejando a Edward en la misma condición.

Por la tarde, Edward llevó a Bella a dar un paseo en una calesa


descubierta, tirada por dos hermosos caballos. Un mozo de cuadra
guiaba a las bestias, mientras la pareja admiraba el paisaje y un auto,
con la Comitiva Real, los seguía de cerca. El recorrido lo hicieron por la
carretera de acceso a la propiedad, para poder observar algo de las
plantaciones vecinas. Algunas se encontraban cubiertas por grandes
muros como Gillemot Hall, impidiendo así, verlas por dentro; sin
embargo, Edward solicitó la entrada a algunas de ellas y se lo
permitieron.

—No sabía que podíamos entrar en propiedad privada sin la expresa


autorización de los dueños —comentó Bella, mientras bordeaban la
segunda propiedad, y recorrían un sendero de grandes árboles
frutales. Observó además, la cantidad de campesinos que trabajaban la
tierra, al igual que en Gillemot Hall, y a diferencia de la plantación
anterior, donde resaltaba la maquinaria utilizada en los cultivos, y el
poco personal que la manejaba. Recordó entonces lo que Edward le
había comentado sobre la modernización de los procesos y cómo los
Cullen, y un par de familias más, habían decidido mantener la mano
de obra intacta para no dejarlos sin empleos.

—Tenemos el permiso. Los Lowell son los dueños de esta plantación y


son amigos de la familia —explicó Edward—. Existe algo parecido a un
acuerdo en que los miembros de las familias amigas, pueden entrar a la
propiedad y recorrerla, y el cuerpo de seguridad tiene conocimiento de
ello. En los siglos anteriores muchos personajes de la nobleza, abrían
sus mansiones y castillos para que cualquiera que lo deseara pudiera
visitarlos y recorrerlos, menos las áreas privadas que eran aisladas.
—Entonces, ¿cualquiera de los amigos de la familia puede entrar a
Gillemot Hall?

Edward negó con la cabeza.

—¿Crees que voy a permitir que alguien entre, estando tú ahí? —


Acercó su rostro al de ella y le dio un beso en la punta de la nariz—. Mi
padre les informó que viviríamos ahí y entendieron al instante.
Después de todo, vienen muy poco de visita. Tienen estas propiedades
más como para pasar las vacaciones, y ellos prefieren viajar a otros
países antes que venir al campo. A veces, son los mayores los que
pasan tiempo aquí, y no son de estar tomando este tipo de paseos.

—Sí, soy tu prisionera —afirmó Bella, pero curiosamente eso le


agradaba. No era mujer de una vida social activa, incluso le fastidiaba,
por lo que agradecía que Edward no asistiera a eventos.

—Lo serás para siempre —concordó Edward, abrazándola más fuerte y


besándole el cuello. Mi posesivo Kopján, pensó Bella con una sonrisa en
el rostro.

—Lo que es increíble es que un hombre como tú haya podido librarse


de eventos sociales por tanto tiempo, o es que eres tan amargado que
nunca te invitan.

Edward bufó, y se acomodó en el asiento para sostener mejor a la chica


contra su cuerpo.

—A ti no te gustan las fiestas, a mí menos. Y desde que nos


comprometimos tengo la excusa perfecta. Primero fui un hombre
recién casado que deseaba pasar el mayor tiempo posible con su mujer,
y luego sales embarazada y debes guardar reposo.

—Y, ¿qué pasará cuando el bebé nazca?

—Querremos estar siempre con nuestro hijo recién nacido.


—Y, ¿luego?

—Estaremos ocupados haciéndole un hermanito —dijo Edward con


voz pícara.

—Tienes nuestra vida planeada por lo que veo —acusó Bella, fingiendo
molestia, y siendo descubierta por el brillo de felicidad en sus ojos.

—Así es. Quiero que tengamos tantos hijos que formemos un equipo
de futbol.

Bella arqueó una ceja y lo miró, divertida.

—Y, ¿qué harás con las niñas?

—Serán las porristas.

—¿Con faldas cortas y escotes profundos?

—¡No! ¡Así no! Llevarán sudaderas del color del equipo.

Bella bufó y sacudió la cabeza.

—Entonces, ¿cómo se llamará el equipo? Si se puede saber.

—Cullen Futbol Club.

Bella soltó una fuerte carcajada justo cuando abandonaban la


plantación y retomaban el camino hacia la siguiente.
CAPÍTULO 47


Todos afirman que me amas,
y yo no dudo que lo hagas.
Descubro nuevas pistas,
unas que me atemorizan.
Debo confiar en ti, lo sé,
te prometo que esperaré.

Bella caminaba de un lado a otro de la habitación mordiendo una de


sus uñas, mientras su mente sopesaba desesperadamente las posibles
opciones. Por mucho que la noche anterior se quedara dormida,
repitiéndose una y otra vez que tenía que creer en Edward y esperar a
que él mismo le contara, no podía dejar de pensar en llamar a
Cassandra para consultarle qué veía venir o cualquier cosa que pudiera
decirle. Sabía que la anciana tendría alguna respuesta a sus miles de
preguntas. Respuestas que posiblemente no le gustarían y la harían
llorar, desconsolada, o quizás, fuera todo lo contrario y le regalaría paz
a su alma.

—Señora…

—Lissa, no me digas que me quede quieta —espetó Bella con mirada


amenazante.

La chica tembló y bajó la cabeza, encontrando algo interesante en el


suelo en que fijar sus ojos.

—Si algo le llega a suceder, el señor Edward me mata —aseguró en voz


baja y temblorosa.

Bella suspiró y se apretó el puente de la nariz con dos dedos.


—No me voy a caer caminando sobre tres baldosas lisas. Y puedes
estar tranquila con respecto a Edward, seguramente estará ocupado
con ella y…

El jadeo de Lissa la hizo arrepentirse de sus palabras. No las creía en


realidad pues Edward solo necesitaba un "ven" para que corriera a su
lado, y ella hacía muy mal en hablar con tanto resentimiento, siendo
que él nunca le había dado motivos para dudar, pero aun así, dichas
palabras salieron de su boca sin pensarlo.

—¿E-el señor Edward tiene una a-a-amante? —preguntó Lissa,


mirándola con horror y profunda tristeza.

Bella abrió la boca para negar toda posibilidad, y decir que se trataba
de la empresa; no lo hizo. Por alguna razón tenía tanta confianza en la
chica, que prefirió cambiar su parlamento.

—No lo sé, Lissa. Quiero creer que no. —El sollozo que emitió la chica
fue tan fuerte que Bella se sobresaltó. La miró confundida por su
reacción y la vio llevarse una mano al pecho y respirar agitadamente,
mientras de sus ojos escapaban lágrimas de dolor—. Lissa…

—Lo siento —dijo la chica con dificultad y salió corriendo de la


habitación, llorando acongojada.

Bella se quedó mirando la puerta y tras ella el vestíbulo vacío. ¡Dios!


Esta chica vive su amor por Edward a través de mí, pensó Bella y suspiró.
No creía que Lissa fuera un peligro, solo que ya se había resignado a
que Edward le pertenecía a su señora y el saber que podía tener otra,
era como si la traicionara a ella misma. Posiblemente ni siquiera estaba
enamorada de Edward, sino del amor que había entre los dos. Como
quien llora sobre un libro porque el protagonista engañó a su amada.
Lissa estaba tan sumergida en ese romance, que una traición de
Edward hacía Bella, la sentía como propia. No lo sabía a ciencia cierta y
no era algo que le preocupara. Confiaba en la chica y con eso le
bastaba.

Luego de un rato, decidió que la mejor forma de averiguar algo de


manera más convencional sería hablando con la única persona, aparte
de Heidi, que podía conocer más, acerca de su esposo. La llamó y
acordaron verse para almorzar.

Un par de horas después, Bella se había vestido sola y se disponía a


abandonar la habitación cuando Lissa apareció mucho más calmada,
aunque con los ojos hinchados.

—Lo siento, señora. Recordé algo y me sentí mal. Discúlpeme, por


favor.

Y sabes mentir muy mal, pensó Bella, brindándole una sonrisa.

—No importa, Lissa. Avisa a la Comiti… Digo, a Dacre a Katy y a


Hannah que voy a salir.

La chica asintió sin mirarla a los ojos y se retiró. Aún se encontraba


avergonzada por su actitud anterior.

Al llegar al vestíbulo de la mansión, Dacre le preguntó hacia dónde se


dirigía.

—Voy a la casa de mis suegros. —Dacre asintió y se llevó la mano al


bolsillo de su saco—. Adelante, avísale a Edward. No es un secreto.

Hannah la saludó amablemente y Bella le respondió con un


movimiento de cabeza y una sonrisa. La mujer era extraña, aunque no
por eso sería grosera con ella.

El hombre enrojeció, se disculpó y se adelantó para abrirle la puerta


del auto. Cuando Bella se disponía a subirse en el vehículo, se acercó
una de las empleadas, le entregó a Lissa un papel y se retiró. La chica
se acercó a Bella y le tendió el recado.
—Señora —dijo en voz baja, como hacía siempre que Hannah se
encontraba cerca—, una señora llamada Cassandra le envía esto.

Bella tomó el papelito que parecía ser una hoja de cuaderno arrancada
y sellada con un poco de cera, y esperó a abrirla una vez el auto hubo
emprendido la marcha. Se encontró con una letra algo maltrecha pero
que se podía leer.

Niña:

Nunca dudes de tu marido porque él te es y te será fiel siempre.

El mal te ronda pero no puedo ver la forma que tiene.

Ten cuidado con unas escaleras.

Cassandra.

Bella jadeó ante las palabras de la mujer.

—Señora, ¿se encuentra bien? —preguntó Dacre, mirándola por el


espejo retrovisor.

—Sí, sí, sí. Estoy bien.

Desvió la mirada hacia la ventana y estrujó la nota contra su pecho. Lo


primero que sintió fue un gran alivio por la primera frase de la nota.
Confiaba en los poderes síquicos de la mujer, y eso le daba la certeza
de que, a pesar que Edward le ocultaba algo referente a una mujer, no
le era infiel con ella. Lo segundo fue asombrarse por dicho poder: al
parecer la videncia de Cassandra era tan grande, que percibió su
angustia sin que se hubiesen visto. Y por último, las dos frases
siguientes.

El mal me ronda…, pensó, frunciendo el ceño. No sabía si se trataba de


la mujer que Edward ocultaba o de otra persona, y prácticamente no
tenía forma de saberlo; de lo que sí debía estar pendiente, era de la
advertencia de las escaleras. El peligró podía llegar tanto de su propia
torpeza, como del mal que se hallaba cerca. Quizás Edward tenga razón y
deba bajar las escaleras tomada de la mano, pensó, después de todo con el peso
extra, mi cuerpo ya no es tan ágil, y aún antes de quedar embarazada ya era
algo torpe.

Su celular sonó, sacándola de sus cavilaciones. Se trataba de Edward.

—¿Estás bien, nena? ¿Por qué vas a casa de mis padres?

—Porque quiero hablar con tu madre. Es mi suegra y quiero afianzar


nuestra relación.

—Ella no sabe nada.

Bella cerró los ojos ante esa declaración. Edward la había descubierto.
La conocía tan bien que no le pasó desapercibido su plan; sin embargo,
ella podía negarse. Tampoco pudo evitar sentirse avergonzada. Había
prometido que le creería y, luego de que él se marchó al trabajo, lo
primero que hizo fue tratar de averiguar lo que él le ocultaba.

—No voy a eso, mi amor —mintió. Cassandra le había dado la


tranquilidad sobre la fidelidad de su marido, pero nadie podía quitarle
la curiosidad—. Solo quiero conversar con ella un rato. A veces me
aburro aquí sola y, si tienes tiempo, podemos almorzar todos juntos.

—Llegaré al medio día.

Bella sonrió. Parecía un niño temeroso de que descubrieran su boleta


de calificaciones.

—Cocinaré algo delicioso pa…

—¡No! —gritó Edward desde el otro lado de la línea. Volvía a ser el


hombre autoritario—. Mi madre tiene empleados que hacen eso. Tú no
te acercarás a la cocina.
—Edward. Llevo años cocinando. Mi madre me enseñó desde que era
una niña. No me voy a quemar.

—No lo harás —ordenó con voz firme y amenazante.

Bella rodó los ojos. Edward podía ser el hombre que amaba, pero no
era su padre.

—Nos vemos al medio día.

—Isabella, no lo harás.

—Te amo. —Cortó la llamada antes de que él pudiera replicar algo


más.

Al llegar a La Mansión, Esme la esperaba emocionada. La saludó con el


cariño que la caracterizaba y la invitó a entrar. Ordenó a una de sus
empleadas que ubicara a los acompañantes de la joven en el área de
servicio y se dirigió con ella a la sala de estar. Bella se complació al
saber que Vicky permanecía en el apartamento de Edward, por lo que
no tendrían que verse.

—Me alegra tanto tenerte aquí, querida. Deberías quedarte unos días.
Estar encerrada en el campo no debe ser muy agradable.

Bella le sonrió a su suegra.

—Te lo agradezco mucho, Esme, pero me gusta el campo. Me siento


muy bien allá y estoy pensando en darles clases extras de matemáticas
a los chicos de la escuela.

—Y, ¿qué opina Edward acerca de ese plan? Debo decirte que me
llamó para exigirme que no te permitiera preparar la comida.

Bella negó con la cabeza. Sabía que Edward haría algo así.
—Edward no lo sabe y no se lo voy a ocultar, aunque sé que cuando le
informe va a poner el grito en el cielo. Y sobre la comida, quiero
cocinar, así tenga que pedir permiso en el restaurante más cercano para
hacerlo.

Esme rio y tomó una de las manos de Bella entre las suyas.

—Bella, querida. Ten paciencia con Edward —pidió Esme—. Es muy


difícil convivir con un hombre que cree que todo lo puede controlar, y
que además, está convencido que se casó con una muñeca de
porcelana.

—Acaso Carlisle…

—Es de familia, te lo puedo asegurar. Incluso, parece que es contagioso


porque Joseph, el padre de Emmett y Heidi, también era así con Lizzy,
su esposa… Mi mejor amiga. —La mirada de Esme se tornó triste por
un momento, recordando a su amiga ya fallecida. Sacudió la cabeza y
esbozó de nuevo una sonrisa hacia su nuera—. Lo que quiero decir es
que Edward te ama, y la forma en que los hombres de la familia
demuestran ese amor, aparte de otras, es siendo sobreprotectores.

—¿Aparte de otras?

Esme asintió y se ruborizó un poco.

—Otras formas de demostrar el amor… Tú me entiendes. —Miró hacia


la entrada de la estancia y al comprobar que no había nadie, se inclinó
hacia la chica—. No sé cómo será Edward y no lo quiero saber, es mi
hijo, pero Carlisle… —Se mordió el labio y gimió como si de una
quinceañera se tratase—. ¡Carlisle es un dios del sexo!

—¡Esme! —exclamó Bella tanto escandalizada como divertida al


mismo tiempo. Escuchar a una mujer como su suegra hablar de esa
forma, sin duda era como un encuentro cercano del tercer tipo.
—¡Es cierto! Ese hombre es como una máquina y ni los años han
mermado su entusiasmo. Y Lizzy me contaba que Joseph era igual.

—Rosalie dice lo mismo de Emmett —confesó Bella.

—¡Lo vez, cariño! Son actitudes de familia.

Las dos rieron con fuertes carcajadas. Bella estaba segura de no poder
volver a mirar a Carlisle a la cara sin sonrojarse. Unos minutos
después, Esme guió a Bella hacia la cocina, con la promesa de que no
sería algo elaborado. La chica se decidió por lomo de cerdo en salsa de
ciruela, ensalada Cesar y puré de papas gratinado con champiñones.

Alice llegó un poco después que Edward y Heidi, y se sorprendió de


verlos a todos.

—No sabía que vendrían, pensé que solo estaríamos papá, tú y yo —


dijo con voz nerviosa, dirigiéndose a su madre.

—Alice, no seas grosera —regañó Edward—. Esta también es mi casa y


de Heidi, e Isabella puede venir cuando lo desee.

Alice se retorció las manos, nerviosa. La euforia que la caracterizaba no


la acompañaba en ese momento.

—No quise decir eso. Es solo que… Tengo que hacer una llamada. —Se
retiró sin dar más explicación.

—¿Sabes qué le sucede, mamá? —preguntó Edward, molesto.

—Déjala en paz, Edward. Es una chica que tiene sus propios asuntos.

—¿Qué clase de asuntos?

—Asuntos de mujeres, hijo. Ya está grande, no tiene por qué dar


explicaciones de todo lo que hace.
—¡Claro que tiene que hacerlo! No puede andar ocultándole cosas a su
familia. Y no está grande. Aún es una niña y debe informar de cada
paso que da.

—¡Edward, basta! —exigió Esme con firmeza y el ceño fruncido—.


Alice tiene veinte años; dejó de ser una niña hace mucho, y si alguien
tiene que exigirle explicaciones soy yo que soy su madre. Así que deja
a mi hija en paz y no comiences a amargarle la vida.

Edward apretó fuertemente la mandíbula. Respetaba mucho a su


madre como para responderle, por lo que se giró y miró a Heidi, que
era la más próxima a él.

—¿Por qué estás tan callada? Acaso sabes en qué anda Alice y no
quieres decir nada.

—¡A mí no me jodas, Edward! —gritó Heidi de vuelta—. No busques


pagar tu síndrome de hermano celoso conmigo.

—Ni conmigo —indicó Bella antes de que la mirara, y cuando lo hizo,


le lanzó un beso.

Edward frunció el ceño y las miró a cada una a la vez.

—No soy idiota. Sé que esto tiene que ver con un hombre, y cuando
descubra de quién se trata, más le vale que ya se encuentre lejos. —Se
acercó a Bella y la miró a los ojos—. Si se trata de tu hermanito, esta
vez sí lo mato.

Cuando las tres mujeres se quedaron solas, Heidi fue la primera en


hablar.

—Dice que no es idiota pero todavía no descubre la verdad.

—Y espero que no lo haga por ahora —dijo Bella, con tono


preocupado.
—Tranquila, hija. Cualquier cosa yo me encargo.

Carlisle llegó y Bella no fue capaz de mirarlo a los ojos, sino hasta
luego de un buen rato, cuando ya se encontraban sentados a la mesa.
Las empleadas sirvieron la comida y todos se dispusieron a degustarla.

—Está delicioso el cerdo —comentó Carlisle, cortando otro trozo—.


¿Quién lo preparó?

La mesa tembló bajo el peso del puño de Edward y la vajilla se


tambaleó peligrosamente sobre el costoso mantel.

—¡Te ordené que no entraras en la cocina! —gritó enfurecido, mirando


fijamente a Bella, que se encontraba sentada frente a él.

Carlisle y Esme abrieron la boca para defender a la chica, pero otro


fuerte golpe en la mesa, los hizo callar.

—¡A mí no me gritas! —gritó Bella, poniéndose de pie de un salto—.


No soy ninguna inútil y el meterme en la cocina no le va a hacer
ningún mal al bebé. Así que mira bien cómo me hablas porque no voy
a permitir que me faltes el respeto escudándote en tu sobreprotección.
¡Además de que tú no me das órdenes!

El silencio reinó en la habitación. Las empleadas quedaron estáticas en


su sitio y las personas en la mesa parecían no respirar, hasta que una
fuerte carcajada rompió la tensión.

—¡Te tienen agarrado de las pelotas!

—¡Heidi! ¿Qué vocabulario es ese? —regañó Esme a la chica que no


hacía otra cosa que reír a mandíbula batiente.

—Lo aprendió de Emmett, te lo aseguro —comentó Carlisle, y


continuó comiendo. No era necesario regañar a su hijo, ya su esposa lo
había puesto en su lugar.
—Papá tiene razón —concordó Alice.

Bella le sostuvo la mirada a Edward, para reafirmar sus palabras. Él


frunció el ceño, y rendido, bajó la cabeza, clavando la mirada en el
plato que tenía enfrente. Bella tomó asiento de nuevo y se dedicó a
comer. Sentía un poco de vergüenza por haber actuado de esa forma
delante de la familia, pero no podía permitir que Edward le hablara
así, y mucho menos en público. Una cosa era que discutieran y él le
exigiera tener cierto cuidado y otra muy diferente era hablarle como si
fuera su hija y no su esposa. Ni siquiera su padre le gritó alguna vez.

Heidi y Alice entablaron conversación con Bella, y a esta se unieron


Esme y Carlisle. Era un claro mensaje a Edward, quien se mantuvo en
silencio todo el tiempo. Cuando terminaron de almorzar, se dirigieron
a la sala de estar a degustar el postre que consistía de una copa de
helado de vainilla con salsa de mora y pedacitos de fruta. Edward
rechazó el postre y se sentó en un sillón apartado en la misma sala.
Luego de varios minutos aún mantenía la mirada fija en su esposa, y
esta, no lo pudo ignorar por más tiempo.

Le devolvió la mirada por unos segundos y esa señal bastó para darle
vía libre. Edward se levantó y caminó con paso firme. Al llegar a ella,
se arrodilló y le tomó una mano entre las suyas.

—Perdóname, mi amor —rogó, plasmando un beso en el dorso de la


mano que mantenía sujeta—. No debí hablarte así. Soy un imbécil.

—Eso es cierto —afirmó Heidi junto a Bella. Edward la miró de forma


amenazante pero ella lo detuvo—: Ni se te ocurra, porque yo sí te parto
la boca.

Edward desvió la vista de su prima y la posó de nuevo sobre su


esposa.

—¿Podemos hablar?
Bella asintió. Carlisle les ofreció su estudio y ella se dirigió hacia él con
Edward siguiéndola de cerca. Al entrar, este cerró la puerta con seguro
y se apresuró a abrazarla desde atrás.

—Perdóname, por favor, mi amor, mi nena. Perdóname. —Su voz sonó


apagada por estar su rostro enterrado en el cuello de la chica—. Me
vuelve loco el pensar que algo te pueda suceder.

Bella suspiró y se giró entre sus brazos. Edward levantó la cabeza y


ella se la tomó entre las manos.

—No quiero que me vuelvas a hablar de esa manera, estemos o no


acompañados. ¿Está claro, Edward?

—Lo que tú digas, Isabella. Yo haré todo lo que me pidas.

—Entiendo que quieres protegerme, pero no puedes pretender que


viva todo el tiempo acostada o sentada sin hacer nada. Hay mujeres
que trabajan mientras están embarazadas y nada les sucede. Incluso, si
tú no fueras mi esposo, sino alguien de mi pueblo, de mi país, que vive
de un sueldo, no tendría quién me sirviera.

—Estás casada conmigo, no con otro hombre —recalcó Edward,


mirándola a los ojos—. Y mientras tenga el dinero suficiente, tendrás
quien te sirva, estés o no embarazada.

—Aun así no puedes controlarme tanto. Yo estaré bien, te lo prometo.

Edward asintió, reacio y la besó en los labios.

—Mi padre tenía razón. La comida estuvo deliciosa.

Bella sonrió satisfecha y lo abrazó. Lo había perdonado, pero esa noche


él dormiría sin haberse saciado con su cuerpo.

Edward regresó a su trabajo con Heidi. Alice salió, y Carlisle se encerró


en su despacho.
—Esme —comenzó Bella, sentada junto a ella en el sofá de la sala de
estar—, sé que no debería estar preguntándote esto, pero… —Se
detuvo un momento sin saber con qué pregunta iniciar el tema—.
Imagino que conociste a todas las novias de Edward, ¿no es así?

La mujer frunció el ceño ante las palabras de su nuera. No por la


curiosidad de la chica, sino porque presentía que algo había detrás de
ese interés.

—En realidad, cariño, Edward no fue un muchacho que tuviera


muchas novias. Mujeres le sobraban, no te voy a mentir, era bastante
mujeriego, solo que novias formales nunca tuvo una.

—¿Nunca? ¿Ni cuando estaba en la universidad?

Esme negó con la cabeza.

—En las revistas me enteraba que lo habían visto con una chica
saliendo de alguna disco, y con otra a la semana siguiente. Tú fuiste la
primera y la única a la que nos presentó. A ellas las conocí solo por las
revistas, y cuando le preguntaba, me decía que no me preocupara, que
cuando conociera a alguna chica digna de presentármela, lo haría.
Luego no volvió a vérsele más con mujeres de forma pública, y varios
años después apareciste tú, para mi alegría.

Bella le sonrió de vuelta; sin embargo, el último comentario la


desconcertó.

—Me estás diciendo que Edward duró varios años sin salir con una
chica, así fuera solo por una noche.

Esme asintió.

—No te digo que no tuviera relaciones con nadie. Seguro que lo hacía,
pero no se dejó ver más en público. Eso fue después de que aquella
chica saliera del país. —Bella se tensó al instante y su suegra lo notó—.
Bella, no debería estar hablando de estas cosas contigo. Tú eres su
esposa y todos los hombres tienen un pasado lleno de mujeres, lo que
importa es a quién eligieron para pasar el resto de su vida, y Edward te
eligió a ti.

—No te preocupes por eso, Esme. Sé que Edward me ama. Solo siento
curiosidad y te agradecería que me dijeras todo lo que sabes.

—¿Sucede algo? ¿Acaso él…?

Bella no quería decirle sus sospechas (más que confirmadas) a su


suegra, y esperaba que ella no insistiera en el tema.

—Cuéntame de la chica que salió del país, por favor —pidió,


interrumpiéndola.

Esme la miró por unos segundos, tratando de descifrar lo que sucedía


entre ella y su hijo, pero decidió que debía esperar a que Bella se lo
contara por propia decisión.

—Fue casi un par de años antes de que Edward terminara la


universidad —explicó Esme—. Un día lo llamé para preguntarle cómo
le había ido en la sustentación de un trabajo muy importante que debía
presentar. Él siempre fue un estudiante excelente, pero a mí me
gustaba conversar con él sobre sus logros. Me contó que el profesor lo
había felicitado, y luego de unos minutos de conversación, me dijo que
si podía confiarme algo con respecto a una chica. Por un momento creí
que se trataba de un embarazo, y cuando él lo negó de inmediato,
respiré aliviada.

»Me contó que había conocido a una chica muy hermosa, y que si las
cosas resultaban bien, le gustaría presentármela. No me dijo su nombre
porque quería estar seguro de que él también le gustaba antes de
ilusionarme, solo me comentó que me agradaría y que era una chica
especial. Era la primera vez que me hablaba de una chica, y fue la
última, hasta que tú apareciste.
El corazón de Bella latía aceleradamente. Esa joven de la que Esme
hablaba podía ser la mujer que en esos momentos la atormentaba a la
distancia, con la que Edward la engañaba.

—¿Qué pasó con ella? ¿Te la presentó? ¿La conociste alguna vez?

—No. Esa fue la única vez que él me habló de ella. No quería


presionarlo, por lo que esperé a que él me tocara el tema, mas no lo
hizo, y cuando no puede más, le pregunté. Me respondió con voz tensa
y actitud sombría que ella había tenido que salir del país por asuntos
familiares y eso fue todo. Revisé las revistas tratando de buscar una
foto de esa joven, incluso le pregunté a Heidi y me dijo que sabía lo
mismo que él me había dicho, pero yo sabía que era mentira. Heidi y
Edward son una sola persona. Con ella tiene una conexión que no tuvo
nunca conmigo y si hay alguien que sabe exactamente qué sucedió con
esa chica, es ella. Dudo mucho que te lo cuente. Heidi le es fiel a
Edward, jamás lo traicionaría.

Bella asintió. La misma Heidi le había dado a entender que conocía


perfectamente la historia, y también que con ella no conseguiría nada.

—¿Tú qué crees que sucedió? —preguntó Bella en un hilo de voz,


tratando con todas sus fuerzas de contener sus emociones y su llanto.

Esme sacudió la cabeza y suspiró.

—Te juro que por mi mente han pasado todas las posibilidades y de lo
único de lo que estoy segura, es que algo grave pasó entre ellos, porque
como te digo, desde ese momento no volvió a dejarse ver con ninguna
otra mujer, y mucho menos, a hablarme de alguna otra. —Esme tomó
una de las manos de Bella entre las suyas y la apretó—. Hija, cuando él
me habló de esa chica, se escuchó emocionado, ilusionado. Puede que
haya llegado a albergar algún sentimiento por ella, pero nunca uno
como el que siente por ti. Cuando habla de ti, su voz destila adoración,
veneración. Si no lo hubiese criado creyendo en Dios, diría que tú te
has convertido en el suyo. Cuando te ve, en sus ojos puedo ver lo
mismo que cuando Carlisle me mira a mí, o Joseph miraba a Lizzy, y
ahora sus fotos. Eso no se puede simular, hija. Ni los mejores actores
logran mostrar tanta pasión y tanto amor como ellos nos muestran a
nosotras. No sé qué sucedió con esa chica, pero si de algo puedes estar
segura, es que él te ama con todas sus fuerzas.

Un par de horas después, cuando Bella se encontraba de camino


Gillemot Hall, una chica desconocida no dejaba de darle vueltas en la
cabeza. Por mucho que trataba de encontrar un conector para todas las
pistas que tenía, no conseguía hacerlo. Si en realidad ella salió del país
en ese momento, no era impedimento para continuar con la relación;
además, la actitud que contó Esme que Edward tenía cuando se lo dijo,
no parecía ser de un chico que terminara con su novia por un largo
viaje. ¿Qué sucedió con esa chica?, pensó Bella frotándose las sienes, Y,
¿por qué después de tantos años, sigue influyendo en su vida?

Bella no sabía qué hacer. Quería confiar en Edward, y al mismo tiempo


deseaba saber la verdad. Trató de alejar los celos que atormentaban su
corazón y fue en vano; no podía dejar de pensar en que él sintió algo
por esa chica, y lo que sucedió entre ellos fue tan fuerte, que caló
profundo en su vida. Buscó en su bolso la nota que Cassandra le había
enviado y la leyó de nuevo, varias veces. Ella tiene razón, Edward me ama
y debo confiar en él, pensó y decidió dejar que las cosas tomaran su
curso. Lo vivido en los últimos meses, le demostraron que no podía
presionar al destino, porque él llegaba siempre, se buscara o no; así que
para poder llevar una vida tranquila junto al hombre que amaba, lo
mejor era esperar a que el rio corriera por su cauce natural y, llegado el
momento, podría saber quién era esa chica, y por qué trastornaba tanto
a su esposo, a pesar de que él afirmaba no amarla.
CAPÍTULO 48


Estoy decidida a confiar en ti,
a esperar a que la verdad llegue a mí.
Igual debes aprender a respetar,
a que yo no soy igual a las demás.
Llevemos vidas tranquilas tú y yo,
solo amémonos con todo el corazón.

L os dos días siguientes, Edward parecía un tigre enjaulado. Los dos


nuevos pasantes de presidencia (un chico pelirrojo con cuerpo de
gimnasio, y una chica de cabellos negros demasiado coqueta para el
gusto de Heidi), que habían llegado hacía solo un par de días, se
encontraban totalmente horrorizados al ver a ese hombre poderoso y
hermoso gritar órdenes y gruñir como una fiera. Incluso Heidi estaba a
punto de perder la paciencia, y ya lo había halado por el cabello y
estremecido dentro de la oficina, fuera de la vista de los demás.

—Me quieres explicar qué te sucede.

—No es asunto tuyo. Déjame tranquilo.

—No me hables de esa forma, Edward —exigió Heidi—. Me dices ya


mismo por qué estás como si… —Sus ojos se abrieron de par en par y
su rostro reflejó un cinismo burlón—. ¡No! ¡Bella te cortó los servicios!

El gruñido de Edward fue opacado por la fuerte carcajada de su prima.


—Bien merecido te lo tienes, imbécil —aseguró la mujer apuntándolo
con un dedo, sin dejar de reír—. Te queda de experiencia no volver a
gritarle a tu mujer.

—Sal de aquí…

—Ah, como quisiera poder estar en tu habitación y ver esa escena. Tú


rogando y ella negándose. Debe ser de infarto…

—Fuera…

—Con esa cara de idiota que pones cuando estás desesperado…

—¡Largo!

Heidi se retiró, sin dejar de reír.

Edward había intentado seducir a su esposa. Aprovechando que


dormía, metió la cabeza entre sus piernas y comenzó a saborear su
sexo, pasando la lengua de abajo a arriba, llegando hasta su punto más
sensible y succionándolo con fuerza. Bella se había despertado con un
gemido saliendo de sus labios, y al mirar hacia abajo, se acomodó y
disfrutó del placer que él le brindaba. Cuando el orgasmo llegó a ella
en deliciosas oleadas, y Edward intentó acomodarse entre sus piernas,
Bella se giró en un hábil movimiento, le dio la espalda y cubrió hasta el
cuello con la sábana.

—Isabella, por favor.

—Mañana.

—¡Ayer me dijiste lo mismo! —gritó Edward, desesperado.

—Era más de media noche, Edward —explicó Bella con voz calmada y
falsamente soñolienta—. Así que será mañana.

—Nena, me estoy muriendo.


—Sobrevivirás, te lo aseguro.

—Perdóname, te he pedido mil veces perdón. Te juro que no volveré a


hacerlo. Por favor…

—Duerme, querido. Mañana debes trabajar.

Bella cerró los ojos y se terminó de acomodar para dar por zanjado el
tema. Ella también estaba loca de deseo, y más después de esa sección
de sexo oral que Edward le había brindado, pero no podía dar su brazo
a torcer. Él tenía que aprender que no podía tratarla de esa forma; de
igual manera, una noche más no le haría daño a ninguno de los dos, y
de paso le demostraría a él que no podía dominarla por medio del
sexo.

La noche siguiente, cuando Edward entró en la habitación, esta se


encontraba vacía. Escuchó el sonido del agua de la ducha y notó que la
puerta del baño se hallaba abierta. Su cuerpo se tensó y su miembro
vibró retenido en sus pantalones. Dio un paso al frente, impulsado por
el deseo de ir por ella y tomarla en la ducha sin miramientos, pero se
detuvo al recordar que ella también lo había rechazado en la mañana,
prometiéndole que en la noche. No sabía si ya había llegado la hora, o
si debía esperar más, lo único que tenía claro era que con su mujer
debía ir con cuidado, porque aunque sabía que lo deseaba, no era tan
débil como para dejarse convencer solo por un orgasmo, no; Bella era
decidida y fuerte, y a pesar de que él era el que más sufría por la
abstinencia a la que ella lo sometía, era esa misma forma de ser la que
lo enamoraba de ella cada día más.

Convencido de que podía mirar de forma casual, se encaminó hacia el


baño con paso dubitativo, cuando la voz de su esposa lo hizo
detenerse.

—¿Edward? ¿Eres tú?


—¿Quién más se atrevería a entrar en nuestra habitación estando tú en
ella? —dijo Edward ubicándose en la puerta y recostándose en el
marco.

Bella se encontraba en la ducha, cuyas mamparas estaban abiertas, lo


que le permitía ver su cuerpo desnudo. Edward se relamió sin poder
evitarlo, y Bella soltó una risita, dándole la espalda.

—¿Podrías pasar la esponja por mi espalda? —preguntó con voz


inocente.

Edward sabía que eso solo podía significar dos cosas: o quería
torturarlo más, o le estaba dando el permiso para tomarla como
deseaba. Rogó porque se tratara de la segunda.

Sin desear esperar más tiempo, se acercó a ella y tendió la mano para
recibir la esponja enjabonada. Bella lo miró y arqueó una ceja.

—¿Lo harás con la ropa puesta? —Se retiró el cabello mojado de la


espalda y apretó la esponja entre sus manos a la altura de su hombro
izquierdo para que la espuma corriera por su espada de forma
sensual—. Deberías quitártela. No sea que la estropees.

Esa era la señal que él necesitaba. Comenzó a quitarse la ropa


lentamente. Estaba desesperado, sí, pero quería disfrutar el momento y
que ella también lo hiciera mientras continuaba cubriendo de espuma
su cuerpo solo para que él la viera. Una vez estuvo desnudo le quitó la
esponja de la mano y aplicó más jabón líquido en ella. Empezó a frotar
suavemente la espalda de su esposa y ella, como si deseara provocarlo
aún más, empezó a emitir sensuales gemidos de placer.

Edward tenía la mandíbula apretada y su miembro, erecto y


palpitante. Se contenía para estimularla y que no se pudiera negar, solo
que no sabía cuánto tiempo más podría aguantar sin estar fuera de ella.
En un momento en que un gemido de ella hizo que un corrientazo de
placer lo recorriera, apretó la esponja en su mano y un delicado río de
espuma bajó por la espalda de Bella y emprendió el camino que
formaban sus nalgas.

—¡Isabella, por Dios! —rogó en un gruñido que terminó en jadeo.

Bella lanzó un suspiro de placer, giró su cabeza para mirarlo y se


mordió el labio mientras sonreía con picardía.

—¿Me deseas, Edward? —preguntó con voz de niña buena, girándose


un poco para que él pudiera ver su vientre abultado.

Desde que su embarazo comenzó a notarse, la pasión que Edward


sentía por ella aumentó. Esa era su percepción, y no se equivocaba. La
curva de su vientre lo volvía loco, a medida que crecía le gustaba más
y más el cuerpo de su mujer. El saber que esa redondez se debía a que
ella llevaba a su hijo dentro lo llenaba de orgullo, amor, y sobre todo
de lujuria, una que lo excitaba con solo ver como sus caderas eran más
anchas y sus senos, un poco más grandes.

—Como un maldito loco —respondió entre dientes.

La sonrisa de Bella se ensanchó, dio un par de pasos hacia la pared,


moderó la ducha para que callera en un suave rocío, se inclinó un poco
y apoyó las manos en ella, dejando así su trasero expuesto y ofrecido
hacia él.

—¿Lo quieres? —preguntó, sacudiendo sus caderas—. Entonces


tómalo.

Bella nunca podría imaginar lo que Edward sintió en ese momento: su


corazón se saltó un latido, para enseguida, comenzar a bombear con
fuerza, todo su cuerpo se estremeció y un tirón en su miembro lo hizo
casi rugir.
Acortó la distancia entre los dos y la abrazó por debajo del busto para
no presionarle la barriga.

—No dudes que algún día tomaré este culito delicioso —dijo, mientras
le acariciaba una nalga e introducía un par de dedos entre ellas—. Pero
no será hoy, preciosa. Hoy te tomaré desde atrás, para ver como tus
caderas se estrellan con las mías y tus nalgas vibran por mis
embestidas.

Bella enrojeció hasta sentir que ardía en fiebre. Había decidido seducir
a Edward para hacer más interesante su reconciliación, y, valiéndose
del hecho de ser mujer y poseer una sensualidad nata, logró su
cometido sin mucho esfuerzo; nunca imaginó que él le dijera que tenía
intenciones de hacerle sexo anal. Eso la atemorizó y la excitó al mismo
tiempo; más lo segundo que lo primero.

Edward notó su sonrojo y lamió su mejilla como si deseara beber su


pudor. Colocó entonces las manos entre las piernas de ella y palpó su
sexo.

—¿Es agua o es lo que te provoco? —preguntó contra su oído.

Bella se mordió el labio y volvió a ser la mujer provocadora de hacía


unos momentos.

—Entra y averígualo por ti mismo.

Edward se aferró a sus pechos y los apretó entre sus manos, sin perder
la delicadeza; apartó las manos de ellos y las posó sobre el vientre
abultado de su esposa. Estaba loco de placer y lujuria, pero la amaba y
no deseaba causarle daño alguno.

—¿Estás cómoda, Isabella? —preguntó, haciendo referencia al peso


extra que llevaba.
—Lo estaré cuando te tenga dentro de mí —gimió Bella, y frotó su
trasero contra el pene de Edward para estimularlo más.

Él tampoco deseaba seguir esperando. Tomando su miembro con una


mano, lo posicionó en la ansiada entrada y empujó hasta que sus
caderas se chocaron. En definitiva no se trataba del agua, sino de las
ansias que ella sentía por él y que se vieron reflejadas en el grito de
placer que emitió Bella cuando la invadió por completo.

Edward le agarró las caderas y sin más demora, comenzó a embestirla,


cumpliendo su promesa. Bella abrió más las piernas para poder
guardar el equilibrio a pesar de que sabía que él no la dejaría caer, y se
aferró con una mano a la barra que Edward había mandado a instalar
para que ella se sujetara mientras se bañaba. No podía verle la cara,
pero por los ruidos que escuchaba a su espalda, podía imaginar que él
estaba disfrutando tanto como ella… No era suficiente.

—Más fuerte, Edward. Enloquece…

—El bebé…

—Él estará bien… Por favor, mi amor, más fuerte.

Tan desesperado estaba que accedió a hacer lo que ella le pedía, y que
él también deseaba. Aceleró sus movimientos logrando que las nalgas
de ella vibraran tal como le había dicho que sucedería. Los golpes
retumbaban en las paredes y formaban eco en el fino enchapado,
produciendo un sonido armónico y erótico a la vez, que combinado
con los gemidos de Bella, creaban la melodía más hermosa y placentera
que Edward hubiese escuchado jamás.

—Estoy en el cielo —gruñó Edward, cerrando los ojos.

—No blasfemes —logró decir Bella en medio de su estado.


Edward la rodeó con los brazos y pegó el pecho a su espalda, para
hablarle al oído:

—Por ti me voy al infierno —declaró y empujó más fuerte.

Los gemidos de Bella se convirtieron en gritos. Sus brazos cedieron y


tuvo que apoyar una mejilla en la helada pared. Estaba segura que las
manos de Edward quedarían marcadas en la blanca piel de sus caderas
y su trasero, enrojecido y dolorido, luego de que él la volviera a
sostener por ahí. No me importa —pensó—. Quiero que me marque como
suya. Quiero que todos sepan que le pertenezco. Quiero…

—¡Kopján! —gritó cuando el orgasmo la azotó con tanta fuerza que en


lugar de decir el nombre de su actual esposo, sus labios llamaron a su
alma.

Edward, Kopján. Cuerpo y alma. Presente y pasado. Los dos hombres


respondieron a ese llamado con un sonido tan salvaje que pareció que
todo en el baño se estremecía. Y los dos se corrieron dentro de ella,
reclamándola una vez más.

Las piernas de Bella fallaron, y Edward la sujetó y cayó con ella


suavemente. Los dos se abrazaron en la ducha, con el pequeño rocío
cayendo sobre ellos, mientras sus respiraciones se normalizaban y los
jadeos disminuían. Luego de unos minutos, Edward la aseó, la tomó en
brazos y la llevó a la cama. A la mañana siguiente, Bella se miró
desnuda en el espejo, y descubrió marcas rosadas, con la forma de las
manos de Edward a cada lado de sus caderas. Una sonrisa adornó su
rostro y deseó que las horas pasaran rápido para que él volviera a
posar sus manos en esa misma zona.

La semana pasó sin grandes sucesos desde la perspectiva de Bella.


Lissa, por alguna razón, se mantenía mucho más cerca de ella y miraba
a Hannah con molestia y precaución. Katy, por momentos se sentaba a
su lado a hacerle compañía, y en otros, se dedicaba a ayudar a Nani, el
ama de llaves de la mansión. Rosalie la visitaba y conversaba con ella,
pero curiosamente se negaba a hablar de Emmett, y desviaba el tema
apenas Bella lo tocaba. Seth iba una tarde por medio, y le llevaba frutas
y florecillas que encontraba en el camino. Y Hannah, se empeñó en
ganarse su confianza.

Trataba de atenderla cuando Lissa se distraía, pues ella le dejaba bien


en claro que la enfermera no era la que debía ocuparse de las
necesidades de la señora, sino su empleada más cercana, su doncella,
ella misma. Bella agradecía no verse obligada a entablar conversación
con ella. En el tiempo que llevaba siendo la señora Cullen, se había
acostumbrado a tener servidumbre, y a que estos no eran sus amigos,
por lo que no tenía que tratarlos como tal. Aunque eso no implicaba
que no los tratara con respeto y sobre todo, la buena educación
recibida de sus padres.

Un día, en que el veterinario había ido a revisar a Naomi y


dictaminado que le quedaba aproximadamente una semana más de
gestación, Hannah se acercó a Bella para entregarle un vaso de jugo de
naranja, cuando estaba en la pequeña biblioteca privada.

—El secreto está en la forma de exprimir las naranjas, señora —dijo la


mujer colocando el vaso en la mesa junto a ella. Bella la miró
extrañada, pues no había pedido que le llevaran nada—. Creí que le
gustaría tomarlo mientras leía —explicó.

—No exactamente, pero gracias —sonrió, y continuó leyendo. La mujer


no dio indicios de dejarla, por lo que levantó la cabeza y la miró—.
¿Necesitas algo, Hannah?

—Su aprobación —respondió señalando el vaso.

Bella frunció el ceño. No tenía ganas de tomar nada, y mucho menos


jugo, mas no quería desairar a la mujer que amablemente deseaba
atenderla. Estiró la mano para tomar el vaso, cuando de repente, Lissa,
que acababa de llegar, se tropezó y cayó sobre la mesa, derribando
todo lo que había en ella, incluido el vaso de jugo.

—¡Lissa! —gritó Bella, levantándose para ayudarla a ponerse en pie—.


¡Por Dios!

—¡Ay!… Que caída tan boba… ¡Ay! —se quejó la chica, mientras se
levantaba y se frotaba el brazo.

—Estúpida diría yo —increpó Hannah con clara molestia reflejada en


el rostro, y apartándose para no ayudarla.

—¿Te encuentras bien, Lissa? —preguntó Bella, revisándole el brazo.


La chica asintió y dijo que solo se trataba de un golpe—. Pero, ¿qué te
pasó? Tú nunca has sido torpe.

—Siempre hay una primera vez para todo, señora. Ya sabe que soy
algo nerviosa.

Hannah emitió un sonido de fastidio y sacudió la mano en dirección a


la pequeña rubia.

—Deja de quejarte y limpia eso. Yo voy a traerle más jugo a la señora.

—No es necesario —dijo Lissa acomodándose el uniforme—. Enviaré a


alguien para que arregle esto y yo misma le prepararé el jugo. —Miró a
la mujer con firmeza y un toque de amenaza—. Usted no tiene porqué
meter mano en la comida de la señora, para eso estamos los demás
empleados y yo. —Se giró para mirar a Bella y su expresión cambió al
instante a una de amabilidad y admiración—. Discúlpeme, señora,
enseguida le reemplazo su bebida.

—Solo tráeme agua —ordeno Bella, sonriéndole—. ¿Seguro estás bien?

Lissa asintió y se retiró de la estancia.


Bella miró hacia Hannah para darle las gracias por el jugo, y de alguna
forma, lamentar lo sucedido, pero esta ya caminaba hacia la puerta sin
despedirse y la cerró con más fuerza de la debida.

—Vaya que es sensible —comentó Bella para sí misma, y se dirigió a


otro sillón a continuar leyendo.

El fin de semana, Bella le comentó a Edward sus intenciones de brindar


clases extras de matemáticas, a los chicos de la escuela, en la biblioteca
principal de la mansión.

—No.

—No ¿qué?, Edward.

—No lo harás.

Bella suspiró.

—No te estoy preguntando, te estoy informando. No tengo que pedirte


permiso.

Edward se levantó de la tumbona y comenzó a caminar de un lado a


otro, frente a ella.

—Piensa, Isabella. Tendrás que estar de pie, porque no estamos


hablando de solo uno, sino varios. Tendrás que preparar clases, revisar
tareas… ¡Son demasiadas cosas!

—Eso no es nada en comparación con lo que tendría que hacer si


estuviera estudiando —alegó Bella, tratando de no perder la calma.

—En tu estado es peligroso —declaró Edward con firmeza, dando el


tema por zanjado, según él.

Bella se puso en pie y se acercó a él, para tomarle el rostro entre las
manos y hacer que la mirara a los ojos.
—Mi amor, me estoy volviendo loca sin hacer nada. Lo único que hago
en todo el día es leer, consentir a Naomi, y conversar con Rosalie
cuando puede venir o con Katy. Yo no soy así. Necesito estar ocupada
en algo.

—Pero no quiero que te agites.

Bella se estiró y lo besó en los labios.

—No me voy a agitar, te lo prometo. Sabes que quería estudiar


licenciatura en matemáticas y dar clases. Con esto, me voy a ocupar en
algo, ayudo a esos niños y de paso hago lo que más me gusta.

—Después de tenerme dentro de ti —completó Edward, convencido.

Bella sonrió y lo volvió a besar.

—Dentro, fuera, no importa, siempre que estés a mi lado —declaró y lo


llevó de nuevo a la tumbona, para continuar abrazados, recibiendo los
agradables rayos de sol.

El parto de Naomi llegó un día antes de lo esperado, e Isabella levantó


la casa a gritos y órdenes, como nunca antes lo había hecho. El
veterinario llegó en el menor tiempo posible, y hasta Edward tuvo que
abandonar su trabajo para ir a darle apoyo a la desesperada abuela.

—Cálmate, nena. Ella estará bien. Aquí está el veterinario y tiene todo
lo necesario por si algo sale mal.

—Tengo miedo —sollozó Bella, abrazándolo con fuerza, mientras


trataba de normalizar su respiración. Edward supo que se estaba
controlando para no tener un ataque.

—Te prometo que nada malo le pasará. Está en su naturaleza. Estará


bien. Tú eres la que tienes que calmarte o llamaré a Hannah para que te
revise.
Bella negó con la cabeza.

—No es necesario, solo quédate conmigo y con ella.

—Así será. Y, ¿dónde está Hannah? No la he visto desde que llegué —


preguntó Edward mirando a su alrededor.

—Está un poco indispuesta y le dije que se recostara. No es nada de lo


que preocuparse, me aseguró.

Edward asintió y se dedicó a acariciarle la espalda mientras Naomi


maullaba y se removía inquieta. Un par de horas después, tres
diminutas ratas, dos grises como su madre y otra que parecía, tomaría
el color del padre, pasaron a formar parte de la familia.

—¡Son hermosos! —exclamó Bella, llorando de la emoción.

Edward pensó que eran los gatos bebés más horribles que había visto
en toda su vida, pero por complacerla, se limitó a asentir; y cuando
Bella los tomó, y se los puso en las manos, aún húmedos y babosos,
tuvo que reprimir una mueca de asco.

—Mejor tómalos, nena. Se me pueden caer —pidió, y agradeció que la


chica estuviera de acuerdo.

El cumpleaños de Alice y Heidi llegó. Tenían solo unos días de


diferencia, por lo que decidieron hacer una misma reunión un sábado
en Gillemot Hall.

Bella llevaba ya una semana con las clases a los niños que más las
necesitaban y, aunque Seth era muy inteligente, asistía solo para verla.
Edward no se encontraba nada contento con ese hecho y se lo hizo
saber varias veces a su esposa, he incluso al mismo chico, las pocas
veces que lo había visto, pero este no se dejaba intimidar y se mantenía
firme en asistir a las clases de la Maestra Bonita, como la llamaban todos
sus alumnos. Bella se hallaba feliz y complacida, por lo que no se
opuso a que la fiesta se realizara ahí. Por fin estaba retomando su
anhelo de ser maestra.

Los preparativos tuvieron a todos los empleados bastante ajetreados


por varios días y cuando por fin el momento llegó, se concentraron en
la atención de los detalles de última hora.

Los invitados comenzaron a llegar cuando ya la noche comenzaba a


caer, y Bella, luego de dejar a Naomi en su habitación con sus crías y
una empleada pendiente solo de ella, se unió a la familia para
recibirlos.

—Le advertí a Heidi que no invitara a sus amigos. No me gusta que


estén cerca de ti.

—Mantente a mi lado y no habrá peligro alguno —aseguró Bella,


besándolo en el pecho, por sobre la camisa.

Emmett también se mostraba posesivo con Rosalie, por lo que la


mantenía aferrada por la cintura, mientras conversaba con unos
amigos. Félix asistió más por la orden de Bella que por los ruegos de su
hermana, aunque prefirió quedarse por fuera de todo el bullicio y las
relaciones sociales, manteniéndose a un costado de la zona de la
piscina. Bella notó que Alice y Jasper procuraban estar cerca el mayor
tiempo posible; incluso, hubo un momento en que él le tomó la mano y
se la apretó con suavidad. Bella miró a Edward para ver si se había
percatado de ese hecho, pero él conversaba con alguien más. Sabía que
Alice quería esperar para darle la noticia a su hermano, cosa con la que
Jasper no estaba de acuerdo. Él deseaba decirles a todos que la chica
era su novia, que la quería y que no permitiría que nadie la apartara de
su lado, aunque para complacerla, le tocaba tragarse sus palabras.

Heidi por su parte, y para confusión de Bella, le prestaba más atención


a un hombre que se encontraba a su lado, que a Félix. Jugaba con su
cabello de forma coqueta, se apoyaba en su brazo y lo acariciaba, y le
brindaba sonrisas seductoras que no buscaban ocultar sus intenciones.
El hombre se hallaba muy complacido y dichoso, y Bella pensó que
quizás, Heidi había encontrado un hombre que le interesara más que
Félix y por eso, se había olvidado de su anterior capricho. Giró para
mirar en dirección a donde Félix estaba y este había desaparecido. Lo
buscó con la mirada por toda la estancia, incluso le preguntó a Edward
si lo había visto pero este le dijo que la última vez, estaba en la esquina
que ella ya sabía. Indagó con Rosalie y esta le dijo que quizás se había
ido y luego a Heidi, solo por confirmar sus sospechas.

—No lo sé, Bella. No me he fijado —respondió la mujer con voz


indiferente, encogiéndose de hombros.

Bella regresó junto a Edward.

—Ya puedes estar tranquilo con respecto a Heidi y Félix.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Edward, extrañado.

—Porque Heidi ya perdió todo interés en él. Tal parece que solo era un
capricho.

Edward miró en todas direcciones y frunció el ceño.

—No la conoces como yo, nena. Algo trama, ella no es una mujer que
abandone una idea tan fácilmente. —Guardó silencio por unos
segundos y volvió a pasar la vista por la estancia—. Desapareció —
declaró y miró a su esposa con algo de preocupación—. De esta noche
no pasa que ella consiga lo que quiere.
HEIDI Y FÉLIX

L a primera vez que Félix vio a, la que consideró, la mujer más


hermosa del mundo, estaba tan furioso que no pudo disfrutar de la
visión como deseaba. Su hermana, su niña consentida, su protegida,
acababa de demostrarle que se le estaba saliendo de las manos. El
hermano de la que se convertiría en su infierno personal, había
seducido a su hermanita, y ella, inocente y pura, había caído en sus
redes. Tenía miedo de que para ese hombre solo fuera un juego. Sabía
que los niños ricos convencían a las empleadas y campesinas de que las
amaban con locura, disfrutaban de ellas unos días, cuando no era solo
una noche, y luego, las desechaban como quien desecha una prenda
vieja o un objeto dañado. No lo quería cerca de su hermana, pero sí
quería tener a la de Emmett muy cerca.

Después de enfrentarse a golpes, al descubrir que Rosalie cayó como


una tonta en los brazos de ese hombre, y se entregó a él, la rabia y el
pánico por el bienestar de la chica, lo mantuvieron con los
pensamientos alejados, por unos momentos, de la diosa pagana que
sonreía de forma tal, que lo hacía ponerse duro al instante.

Esa mujer poseía una sensualidad innata, y un cuerpo que podía hacer
que los mandatarios del mundo se arrodillaran a sus pies. Él no era el
primer ministro, y mucho menos el príncipe, aunque se arrodillaría
ante ella si con eso conseguía otra de esas miradas, o una mínima
sonrisa traviesa. Era perfecta… tan perfecta, que estaba prohibida para
él. Heidi McCarty era la hija de uno de los dueños de Gillemot Hall, la
plantación, la mansión para la que él trabajaba. Su destino era casarse
con un empresario multimillonario, o incluso con un noble; jamás con
el recién nombrado administrador de una de las propiedades de su
familia, y que algún día heredaría.
No pudo evitar darse cuenta que ella le coqueteó en todo el momento
que ahí estuvieron, e incluso de forma descarada. Ella podía hacerlo,
podía incluso desnudarse ante él y ofrecerle su cuerpo, podía hacerlo
porque ella era la heredera acostumbrada a satisfacer sus caprichos, en
cambio, él no podía permitirse siquiera tocar ni uno solo de sus
cabellos. Debía morderse la lengua, cerrar sus puños con fuerza y
padecer en silencio por la visión que jamás sería suya. Ese día no la
amó, no era un hombre romántico; su forma de ser era ruda,
apasionada, salvaje, tal como su condición social y su trabajo se lo
exigían; no, no la amó, pero la deseó con tantas ganas que si no hubiese
sido por las acciones de su hermana, habría gritado como un completo
loco por la frustración de no poder tenerla.

Me debe aborrecer. Seguramente me tendrá asco y hasta miedo, pensó Félix


con amargura esa noche, luego de terminar de sermonear a su
hermana por más de dos horas. Se encontraba en su cama, mirando el
techo de madera y tratando de contar las pequeñas grietas o astillas
para no pensar en ella. Una cosa era querer y otra poder, y él no podía
apartarla de su mente.

Me comporté como un salvaje… como lo que soy… se recriminó


mentalmente y emitió un pequeño gruñido. ¡Hasta le partí la cara a su
hermano!… Se lo merecía el maldito. Cerró los ojos y divisó de nuevo el
cuerpo y la cara de la mujer que lo tenía con dolor en la entrepierna, y
le dolió aún más. No sabía mucho de mujeres con cirugías plásticas, y
aun así dudaba que ella las tuviera. Tanta belleza solo puede ser creada por
Dios. Escuchó en ese momento un leve sonido. Agudizó el oído para
percatarse de que no fuera el viento y aguantó la respiración. Ahí
estaba de nuevo, tan suave como el aleteo de una mariposa.

—¡Maldición! —gruñó.

Se levantó rápidamente de su cama, salió de su habitación y caminó


por el pasillo hasta la de su hermana. No llamó a la puerta, solo entró y
confirmó sus sospechas. Se acercó a la cama, se sentó en ella y trató de
acomodarse lo mejor que su enorme cuerpo le permitió.

—No llores, por favor. Sabes que no lo soporto —pidió con el tono de
voz que tenía reservado para ella cuando quería ser delicado.

—Yo lo amo —sollozó Rosalie.

Félix apretó la mandíbula. No quería escuchar esa frase; le temía.


Apartó esos pensamientos y se dedicó a abrazar y consolar a su
hermana. En ningún momento insinuó que estaba cediendo respecto a
ese tema, sino que al menos le dejó claro que lo hacía porque la quería
y le daba miedo verla sufrir.

Varios días pasaron antes de que volviera a ver a Heidi. Félix se


encontraba en las plantaciones, coordinando la reserva de semillas,
cuando vio que el carrito de golf que usaba la familia, se acercaba.
Frunció el ceño cuando vio a Rosalie llegar con Bella, y se tensó por
completo cuando se percató de la presencia de Heidi. Trató de
disimular lo mejor que pudo.

—Señora Isabella, señorita Heidi, Buenos días.

Bella lo saludó con una sonrisa, Heidi en cambio, emitió un sonido en


medio del saludo que hizo que su miembro presionara contra la tela
que lo contenía. Agradeció que Bella interviniera, aunque no le gustó
que le pidiera que Rosalie pasara la noche con ella en la mansión. Sabía
que Bella apoyaba la relación entre su hermana y Emmett, y eso podía
tratarse de una artimaña para que la pareja se escapara. El problema
consistía en que Bella era La Señora Isabella, la dueña y señora de las
tierras que trabajaba y en las que vivía; su patrona, y con total poder
para tomar decisiones, otorgado directamente por su esposo… Incluso,
tenía más poder sobre Rosalie que él mismo y eso lo hizo dudar. No
quería ser grosero, y tampoco quería darle permiso para ir.
—¿Qué están haciendo?

Félix apretó con fuerza la mandíbula, excitado y sobre todo,


sorprendido por el hecho de que esa mujer pudiera tener una voz tan
sensual, formulando una pregunta tan simple. Es una maldita bruja,
pensó con desesperación.

—Reservamos las semillas que se usarán en la próxima siembra —


respondió con su mirada fija en Bella.

Por el rabillo del ojo la vio acercarse a él, caminando con dificultad
sobre la tierra con sus tacones altos. No pudo evitar mirarla, y mucho
menos ignorarla cuando posó una mano sobre su pecho, y se recostó
en él de forma tan seductora. En ese momento sintió que se quemaría
vivo, y cuando escuchó las palabras de ella, ya no le quedaron dudas
de que estallaría en mil pedazos.

—Por qué no dejas que tu hermana se vaya a la mansión con Bella, y


yo me quedo contigo a ayudarte a esparcir tu semilla.

No fue fuego lo que sintió Félix que recorrió su cuerpo, sino una lava
ardiente que lo consumía sin compasión. Sus manos se movieron sin
que se lo ordenara y aferraron la cintura de la mujer con fuerza y
posesión. Era la primera vez que la tocaba, y quiso no apartar nunca
más sus manos de ella. La miró directamente a los ojos y vio en ellos, o
al menos creyó ver, una invitación más clara que la que sus palabras
indicaban. Esa mujer lo estaba tentando a olvidarse de todo, y él no
sabía cuánto tiempo más podría mantener su fuerza de voluntad.

Decidiendo que era mejor alejarse de ella antes de cometer una locura,
la apartó de su cuerpo y retrocedió unos pasos. Necesitando estar lo
más lejos posible de ella.

—Rosalie, te espero mañana antes del almuerzo —ordenó con una voz
que no parecía ser la suya. Miró entonces a Bella, que era la única que
lo podía calmar. Su visión le trasmitía respeto, no cariño como su
hermana, y mucho menos, lujuria como Heidi—. Permiso, tengo
trabajo que hacer.

Se giró y caminó en dirección a los trabajadores. Ese día, sin saber por
qué, el buen jefe, Félix Hale, a diferencia de otros días, mantuvo un
genio que ni él mismo se aguantaba. Ordenó que volvieran a organizar
los bultos de granos en una de las bodegas porque, según él, no
estaban bien colocados; y luego, gritó a todo el que se le atravesaba por
no haber hecho el trabajo antes de que se ocultara el sol… Se estaba
volviendo loco, y sabía muy bien quién era la culpable.

Pasaron algunos meses antes de que volviera a verla. Su mente lo


agradecía, en cambio su cuerpo lo rechazaba. No le gustaba estar con
mujeres de la plantación, porque sabía que eso implicaría un problema
con la familia y hasta una posible alianza; por lo que era en las
plantaciones vecinas, y con mujeres que sabían muy bien que con él no
conseguirían nada serio, que desahogaba sus secretos deseos. En
especial con Assha, una joven de veinticuatro años de edad, que era
parecida a Heidi en el color de su cabello y el de la piel. Con ella
calmaba las ansias que tenía de poseer a la que debía llamar señorita y
ver como su dueña. Llegaba a su cabaña y sin saludar siquiera la
arrojaba a la cama y la tomaba con tanto ímpetu que la mujer quedaba
exhausta por el desborde de pasión.

Cuando se vieron en el claro, Heidi le pidió que la cargara. Esa fue otra
gran tortura. Llevarla en brazos, completamente pegada a su cuerpo, y
susurrándole al oído insinuaciones que nada tenían de sutiles. En esos
momentos deseó desviarse del camino, llevarla al medio del
bosquecillo cercano, y hacerle pagar por tanto tiempo de tortura.
Después fue peor, cuando la dejó en el suelo, y ella caminando de una
forma que debía ser prohibida, se quitó el vestido que llevaba puesto,
para quedar solo en un pequeño bikini que le permitió recrearse con la
belleza infernal que tenía en frente. Esa mujer era un demonio y lo
estaba tentando. Se sentía como Ambrosio, y sabía que no tenía
salvación, no la quería en realidad, y si ella continuaba comportándose
así, estaba seguro que terminaría en un barranco, esperando su muerte
mientras los cuervos le comían los ojos. Por ella me voy al infierno y
regreso, si es necesario, pensó su parte emocional, mientras su parte
lógica le gritaba que un mendigo no podía aspirar a tener a una
princesa.

Luego de abandonar el claro, no se dirigió a su trabajo ni a su casa, sino


que salió de la plantación y fue directo a la cabaña de Assha, donde su
furia, y su lujuria se liberaron de tal manera, que en medio del
orgasmo solo atinó a llamar a gritos a su mayor tormento. La mujer,
gravemente ofendida, lo echó de su casa y no volvió a recibirlo.
Frustrado y aún más malhumorado, no tuvo más remedio que
concentrarse en su trabajo al máximo para tratar de olvidarse de ella.
Esa era su meta, solo que su hermana no lo permitiría.

La relación de Rosalie y Emmett era cada vez más fuerte, a su pesar, y


eso lo obligaba a mantenerse demasiado cerca de esa familia. Esa
misma noche, al ver que Rosalie no llegaba, fue a buscarla a la mansión
y se encontró con que se había escapado con el joven McCarty. La furia
lo consumió, hasta que ganó la lujuria. Ver a Heidi en bikini era una
cosa, pero verla llevando una camisa de hombre, al parecer como única
prenda, casi lo hace perder la cabeza. A pesar de que la camisa parecía
lo suficientemente costosa como para ser de él, imaginó que lo era, y
que ella la llevaba puesta porque acaban de hacer el amor como unos
animales, puesto que su ropa se encontraba hecha jirones, luego de que
él se la arrancara. Al recorrer su cuerpo con la mirada, sus ojos se
enfocaron primero en sus piernas, que ya había podido ver con
claridad unas horas antes, y luego se fijó en sus pechos, que se notaban
excitados, pues el pezón se marcaba claramente en la blusa, creando un
par de picos que Félix deseó saborear, chupar, morder.

—¡Félix, que bueno verte de nuevo!


Al llegar a él, colocó las manos en su pecho y se empinó para darle un
beso en la comisura de los labios. Cuánto deseó Félix girar la cabeza y
poder probar por fin sus labios.

En esos momentos apareció Edward, y Félix agradeció que le ordenara


a su prima abandonar la estancia. Era obvio que Edward no aprobaba
su vestimenta delante de extraños, y tenía toda la razón. Conversó un
momento con él sobre el paradero de su hermana y confirmó que esta
se había ido a pasar la noche con Emmett. Ya tendría que regresar para
darle su buen regaño por desobediente. Edward se disculpó con él y
Bella trató de calmarlo diciéndole que ella estaría segura, y que todos
en la familia le tenían mucho cariño. Félix lo agradecía y mucho. Le
gustaba saber que su hermana era querida y aceptada… lo que no le
gustaba era el motivo: ser novia de Emmett McCarty. El hombre no
terminaba de agradarle, y pueda que fuera cierto que tenía buenas
intenciones con su hermana, aun así lo detestaba, porque para él
Rosalie todavía era una niña.

—A ti parece no gustare nada —acusó Heidi apareciendo de nuevo—.


¡Vamos, Félix! Mi hermano es algo bobo pero no es un mal hombre. Lo
conozco y nunca lo había visto tan enamorado de una chica… En
realidad nunca antes se había enamorado. —Se aferró a uno de sus
musculosos brazos y pegó sus pechos a él—. Ven conmigo. Llamamos
a Emmett, hablas con Rosalie y así quedas más tranquilo. ¿Te parece?

Asintió, porque primero, necesitaba hablar con su hermana, y segundo,


porque su cuerpo le exigía estar un momento a solas con ella. Heidi lo
llevó al despacho de Edward, un lugar que él ya conocía, y cerró la
puerta. Félix, tratando de olvidarse de que se encontraba a solas con
ella, buscó con la mirada el teléfono y comenzó a caminar hacia él, solo
que ella se interpuso.

—Félix, relájate —susurró con voz sensual, colocándole una mano en el


pecho y acariciándolo por encima de la camisa—, Emmett es un buen
chico, tu hermana estará segura; y mientras tú y yo…
En ese momento, Félix no pudo soportarlo más. La tomó por los
brazos, la giro y la llevó hasta la pared, donde la empujó contra ella,
quedando el a su espalda, y con los brazos a cada lado de su cabeza.
Pegó todo su cuerpo al de ella, y la erección que abultaba su pantalón,
la presionó con fuerza contra las femeninas nalgas. Heidi gimió y él
gruñó en su oído.

—He tratado por todas las formas de controlarme para no lanzarme


sobre usted y follarla como un salvaje, por respeto a su familia; pero no
soy de palo, así que deje de provocarme, o no responderé por mis actos
—advirtió, embistiendo contra el trasero de ella dos veces.

—Pues si tanto respetas a mi familia, más te vale que me complazcas.


Recuerda quién soy —ronroneó Heidi, levantando las caderas hacia
atrás para provocarlo aún más.

El gruñido de Félix pareció más un rugido, cuando la giró, la apretó de


nuevo contra la pared y esta vez de frente, pegó su cuerpo al de ella.

—No juegue con fuego señorita, porque se puede quemar —dijo antes
de besarla con tanta fuerza, que Heidi sintió que se quedaría sin
aliento.

Félix comenzó a mover sus caderas, para que ella pudiera sentir su
miembro presionando contra su sexo. Bajó entonces las manos hasta
que encontró los pechos y por encima de la camisa, los masajeó y
estrujó sus pezones hasta que ella comenzó a gemir y a gritar contra su
boca. Cuando sintió que ya no podía soportarlo más, se apartó de
rápidamente, dejándola desconcertada, agitada, y sobre todo, excitada.
Heidi lo miró tratando de normalizar su respiración y sus piernas
fallaron en ese momento, provocando que ella se deslizara por la pared
y cayera sentada al suelo. Félix se acercó, le colocó una mano en la
nuca y la obligó a mirarlo.

—Y yo, mujer, me estoy incendiando.


La soltó y salió del despacho. Abandonó la mansión tan rápido como
pudo, y a medida que caminaba, rememoraba en su boca el sabor de
sus labios, en sus manos, la redondez de sus curvas, y en sus caderas…

—¡Maldita seas, Heidi McCarty! —gritó con las manos empuñadas y


sin dejar de caminar por el prado, en dirección a las caballerizas.

Tomó a Furia, el caballo más difícil que había y que solo él se atrevía a
montarlo. Cabalgó por toda la extensión de la propiedad a todo galope,
hasta que el caballo y él comenzaron a mostrar signos de fatiga. Esa
noche Rosalie no volvió y él tuvo que terminar la noche, amargado y
frustrado.

En los siguientes días Félix se hallaba más ansioso que nunca. El haber
estado tan cerca de ella, el haber podido besarla, tocarla, hacerla gemir
y gritar, lo mantenían en un estado que casi no podía manejar. Por eso
el día de la fiesta no quería ir a la mansión. No debía verla, aunque lo
deseaba con locura. Rosalie le rogó que la acompañara; a ella no le
convenía porque tendría un ojo puesto sobre sus acciones con Emmett,
lo que quería era integrarlo a la familia, que él poco a poco fuera
siendo más cercano y así, se diera cuenta de que estaría a salvo. Su
decisión fue muy clara, no asistiría; el problema radicó en que Isabella
Cullen no se lo rogó, sino que se lo ordenó, y ante eso él no podía hacer
nada.

Ahí, de pie en una esquina de la zona de la piscina, se encontraba él,


mirándola, deseándola y queriendo matar al hombre que colocaba la
mano en su cintura de forma posesiva. Trató de concentrar su atención
en su hermana, para distraerse, pero no podía apartar la mirada de esa
mano que quería hacer añicos entre las suyas. Trató por todos los
medios de soportar la situación, y cuando su paciencia se agotó y la
vida de ese hombre corrió peligro, se retiró sin que nadie se diera
cuenta. Llegó hasta su cabaña y para no terminar destruyendo todo a
su paso, buscó algo que hacer.
A pesar de que la noche era fría, su cuerpo se encontraba sudado por el
esfuerzo. Cada leño que partía con su hacha, era una herida que le
infringía al hombre que le quería quitar lo que… lo que no le
pertenecía. Sí me pertenece, pensó con más furia que seguridad. Esa
mujer arde por mí, lo sé. Lo veo en su mirada, en lo que expresa su cuerpo, en
lo que dice su boca… Otro leño, otro hachazo, otra herida imaginaria. Y
otro, y otro y otro… Hasta que un sonido detrás de él lo hizo voltear.
Ahí, junto a un árbol, con unos zapatos de tacón alto en la mano y en
sus pies, unos formales de hombre que claramente le quedaban algo
grandes, con un vestido que desentonaba con el lugar y una belleza
que resplandecía en la oscuridad, estaba Heidi McCarty, la mujer que
le había vuelto la vida una completa locura.

Se quedó paralizado al verla. En el momento no supo qué hacer. ¿Qué


hace aquí? ¿Acaso…? El solo pensamiento lo atormentó. Miró a todas
partes buscando al hombre con el que la había visto en la fiesta, y no lo
encontró; de ser así, lo habría matado. Una cosa era imaginarlos y otra
muy diferente, verlos buscando intimidad.

—Estoy sola, Félix —anunció Heidi, adivinando sus pensamientos.

Félix le dio la espalda, acomodó otro leño, y lo partió en dos.

—No debería estar por aquí, señorita. Y mucho menos sola —indicó sin
girarse a mirarla, tomando otro leño para repetir el proceso—. La
propiedad es vigilada, y aun así, nunca se sabe qué peligros puedan
esconderse bajo la protección de la noche.

Escuchó pasos acercándose y se irguió, mirando al horizonte que era


vagamente iluminado por la luna.

—No le temo a nada porque estoy contigo. Tú me protegerás.

—No puedo protegerla de mí mismo —declaró Félix con voz ronca—.


Yo puedo ser su mayor peligro.
Una delicada mano se posó en su espalda. Esperó a que ella la
apartara, asqueada por su sudor, y se sorprendió al notar que no solo
no lo hacía, sino que además la movió hacia arriba, acariciándolo, y
colocándola en su hombro. Tuvo que apretar los puños y cerrar los ojos
con fuerza para no darse la vuelta y abusar de ella ahí mismo, sobre el
pasto, a la vista de cualquiera que decidiera dar un paseo nocturno.
Otra mano se posó en su brazo, y aplicando fuerza, lo instó a girar.

—Es un riesgo que estoy dispuesta a correr, siempre que sea en tus
brazos.

Heidi era alta, medía 1.80 sin tacones; perfecta para ser una modelo.
Félix medía 1.95, un hombre que podía mirar por la cabeza de muchos
otros. En ese momento, esa diferencia no impidió que se miraran a los
ojos y sintieran que la necesidad que los embargaba, era más fuerte que
cualquier razonamiento.

En un rápido movimiento, Félix la tomó por la cintura con un brazo y


con la otra mano, le aferró el cuello y le sostuvo la cabeza en alto.

—Tienes diez segundos para irte de aquí, sana y salva. Uno…

Heidi estiró su mano derecha y la dirigió a su objetivo.

—Diez —dijo, y apretó con fuerza el bulto en los pantalones de Félix.

El hombre gruñó como un salvaje. Se inclinó, tomó a Heidi de las


rodillas, y se la arrojó al hombro como si de un bulto se tratase. Ella
emitió un gritico de sorpresa y una gran sonrisa adornó su bello rostro.

Heidi no era una mujer romántica, y le aburrían los hombres que la


trataban como si de fina porcelana se tratara. Ella quería un hombre
fuerte, decidido, que la tomara, la arrojara a una cama y la hiciera
gritar de placer hasta dejarla casi en la inconciencia, y eso era
precisamente lo que pretendía Félix.
Cuando el cuerpo de Heidi cayó sobre la cama de él, su vestido se
subió, dejando al descubierto sus largas y sedosas piernas. Ella le
brindó una sonrisa pícara, y recorriendo el masculino cuerpo con la
mirada, se detuvo en sus pantalones; estirando el pie, comenzó a
frotarle la zona abultada al tiempo que se mordía el labio
sensualmente.

Félix comenzó a desabrocharse los pantalones cuando Heidi lo detuvo.

—He querido hacer esto desde hace tiempo.

Le apartó las manos y fue ella quien le desabrochó el pantalón. Sin que
se lo esperara, el miembro erecto cayó y tropezó con su boca,
haciéndolo gemir. Félix no llevaba ropa interior.

Heidi, con una sonrisa que podía hacer pecar al más santo, tomó el
pene de Félix con una mano y sacó la lengua para saborearle el glande.
Él cerró los ojos y sintió como ella emitía un sonido de placer e
introducía el miembro en su boca hasta donde esta se lo permitía. Sus
caderas comenzaron a moverse mientras que ella llevaba su boca al
encuentro con él. Entraba y salía una y otra vez, y por momentos, ella
forzaba su boca, llevándolo más profundo; apretando los testículos con
fuerza, haciéndolo gruñir y gemir. En un momento, en que Heidi lo
sacó de su boca para lamerlo desde la base hasta la punta, él se agachó,
tomó el escote del vestido y lo rasgó, dejando sus pechos al
descubierto.

—¿No usas sostén? —preguntó Félix, al parecer molesto.

—Con este vestido no —respondió ella, divertida.

—¡Y así te acercaste tanto a él! —gritó y la empujó por los hombros,
para que quedara acostada por completo.

Con decisión y algo de brusquedad, terminó de arrancarle el vestido, y


luego las pantys, cuyo encaje cedió ante la fuerza de sus manos. Una
vez la tuvo desnuda, se quitó los zapatos, las medias y los pantalones.
Se arrodilló en la cama y se acostó sobre el cuerpo de ella.

—Esta noche serás solo mía, Heidi McCarty. Solo mía.

La besó con pasión y lujuria acumulada, pero no duró mucho en su


boca. Estaba hambriento de sus pechos, y ahí dirigió toda su atención.
Heidi arqueó la espalda mientras él mordisqueaba sus pezones,
pasando su boca de un lado a otro, lamiendo y halando hasta que a ella
le dolieron de lo duro que se encontraban. Le agarró el cabello y acercó
más su cara a su cuerpo, mientras gemía y jadeaba como nunca lo
había hecho. Cuando Heidi creyó que tendría un orgasmo por la
provocación ejercida en sus senos, Félix se apartó y se colocó entre sus
piernas. Levantó la cabeza y la miró a los ojos.

—He querido enterrarme en ti desde que te conocí.

—¿Y qué esperas? —jadeó Heidi y sintió como él entraba sin


miramientos, hasta la empuñadura.

Los dos gritaron al mismo tiempo por la potencia de la embestida.


Estas siguieron sin demora alguna y con un ritmo que hacía agradecer
a Félix que su hermana no estuviera, pues la cabecera de la cama,
golpeaba con fuerza contra la pared de madera.

Heidi rodeó las caderas de Félix con sus piernas, y estiró las manos
para apretar con fuerza sus nalgas, tal como había deseado desde que
sus ojos se enfocaron en su trasero.

—Quiero morderte este culo.

—Tiene usted una boca muy sucia, señorita McCarty.

—Espero que me puedas corresponder —gimió Heidi y presionó más


con sus piernas, profundizando el rítmico movimiento.
Félix, con una sonrisa que prometía pecados, se retiró de ella, la tomó
por la cintura y la giró con habilidad. Le colocó las manos a cada lado
de sus caderas y las alzó; con una mano le presionó la cabeza contra la
almohada, y con la otra dirigió su pene hacia la empapada entrada y la
penetró.

—Vamos a ver si después de esto se atreve a dudar de mí, señorita


McCarty.

Los gritos de Heidi debieron escucharse a la distancia en una noche tan


silenciosa. Su cabeza estaba apoyada contra la cabecera de la cama, y
sus manos eran firmemente sujetadas por Félix en su espalda. No tenía
control sobre su cuerpo, no podía moverse, solo gritar y disfrutar del
salvajismo del hombre que la follaba como si no hubiese un mañana.

Las nalgas comenzaron a escocerle. Cada golpe que escuchaba, podía


sentirlo representado en dolor, mas era algo que disfrutaba al máximo.
Félix era el hombre con el que siempre había soñado. Uno que se
olvidara de quién era y no la tratara como si se fuera a partir, un
hombre fuerte, apasionado, salvaje… Tal como él lo era.

La llama del placer no tardó en azotar el cuerpo de Heidi. El primer


orgasmo fue intenso, pues él no se detuvo en ningún momento, sino
que aceleró y le aferró con más fuerza las manos. Para el segundo, Félix
sí se retiró, solo que para agacharse y beber de ella, torturándola
entonces con su boca y su lengua. Ella aprovechó para apoyar las
manos en el colchón y tratar de guardar el equilibrio, solo que él las
volvió a sujetar.

—Dijiste que querías que te enseñara a montar —dijo Félix con voz
ronca—, y qué mejor forma de aprender que siendo la montura.

Esas palabras consiguieron el último orgasmo de la noche en el cuerpo


de Heidi, al mismo tiempo que el de Félix, unas cuantas embestidas
después. Ella quedó tan exhausta que ni se preocupó por acomodarse;
fue él el que, luego de que su cuerpo dejara de temblar y su respiración
se normalizara, la acomodó en la cama, se acostó a su espalda y la
rodeó con un brazo.

—Has firmado tu sentencia, Heidi McCarty —susurró en su oído con


firmeza—. Después de esta noche me aseguraré de que seas solo mía.

Él no supo si lo escuchó, o si ya se había quedado dormida, lo único


que notó, fue que ella esbozó una pequeña sonrisa, y lanzó un leve
suspiro.

Heidi se levantó de la cama cuando el sol ya entraba por la única


ventana de la pequeña y sencilla habitación. Las nalgas le ardían, los
brazos y las piernas le dolían, y aun así, estaba segura que no podría
sentirse mejor y más dichosa. Félix la observó caminar y notó el rojo
intenso de su trasero que contrastaba con el resto de la piel blanca; se
acarició el pene, rememorando la noche que habían pasado, y que
pretendía repetir muchas veces más. La mujer se acercó a un armario
de madera que había en una esquina, lo abrió y tomó una de las
camisas que ahí encontró. Félix sonrió al ver que se la ponía; así la
había imaginado la noche en que la besó en la mansión y ella llevaba
una camisa de Edward.

—Voy al cuarto de Rosalie para que me preste algo de ropa —anunció,


dirigiéndose a la puerta.

Félix frunció el ceño al acordarse de la existencia de su hermana.

—Anoche no la escuché llegar, así que imagino que lo hizo muy


tarde… si no es que se quedó con el imbécil ese.

—Ese imbécil es mi hermano, imbécil —le recordó Heidi, y le guiñó un


ojo.
Se dirigió a la habitación de la rubia y entró sin llamar. Encontró la
cama tendida, y se imaginó que en definitiva no había llegado a
dormir. Caminó hacia el armario, deteniéndose al fijarse en una nota
que había sobre la cama. La tomó y la abrió.

Félix estaba terminando de colocarse unos pantalones limpios cuando


Heidi entró a la habitación con una sonrisa divertida en el rostro y
batiendo un papel en la mano.

—Querido, al parecer ahora sí seremos cuñados oficialmente.

Félix frunció el ceño, tomó la nota que ella le tendió y la leyó.

—Maldita sea, ¡Rosalie! —gritó con tanta furia, que Heidi no pudo
evitar soltar una fuerte carcajada.
CAPÍTULO 49


Mi vida era tranquila,
hasta que te conocí.
Cada día es una nueva aventura,
cada día una nueva emoción.
Se acerca el momento que hemos esperado,
estamos a punto de toparnos con nuestro destino.

L a mansión Gillemot Hall se convirtió en todo un caos en la


mañana de ese domingo veinticinco de marzo. Félix estaba tan furioso,
que se mantenía sentado en un sillón del despacho de Edward, con sus
manos cerradas en un puño sobre sus rodillas, y su rostro tan rojo
como un tomate, e inexpresivo como el de una estatua. Heidi se
encontraba sentada en el brazo del asiento, acariciándole el cabello
mientras daba pequeños mordiscos a una barra de cereal. Carlisle y
Esme hacían llamadas a todas las propiedades de la familia y a los
hoteles más frecuentados por ellos. Alice y Jasper conversaban en un
sofá, sin hacer el más mínimo contacto físico. Edward mantenía a Bella
abrazada, esperando a que se le pasara el dolor de cabeza que le había
dado la noticia. Y Joseph se mantenía de pie junto a un ventanal,
mirando hacia los jardines.

Bella llevaba varios minutos mirándolo, esperando algún tipo de


reacción por su parte, algo que indicara lo que pensaba de las acciones
de su hijo, y nada pudo atisbar más que melancolía; la misma que le
veía siempre.
—¿Qué crees que esté pensando tu tío Joseph de todo esto? —preguntó
Bella a Edward en voz baja para que nadie más la escuchara.

—Seguramente está pensando en mi tía Lizzy. Es lo que hace siempre.

—Iré a hablar con él.

Bella se acercó y le brindó una leve sonrisa cuando él la miró.

—Joseph, ¿se encuentra bien? —preguntó suavemente.

El hombre le devolvió la sonrisa y asintió.

—En lo que me está permitido, sí, Bella.

Bella guardó silencio por un momento. Sabía que él se refería a la


ausencia de su esposa.

—Me siento perdido —continuó el hombre—. Mi hijo se fuga con su


novia nadie sabe a dónde y mi hija está demasiado interesada en un
hombre, que casualmente es el hermano de la chica de Emmett. —
Suspiró y cerró los ojos por un momento, como si deseara contener las
emociones—. Ella sabría qué hacer.

Bella extendió la mano y se la colocó en el brazo, para reafirmar sus


siguientes palabras:

—Usted ha realizado un excelente trabajo con ellos dos, Joseph. No


tiene por qué dudar de las decisiones que toman. Claro, lo de Emmett
es el colmo, y aun así ya tiene edad para responder por sus actos. Y
Heidi parece un poco loca, pero sabe lo que hace.

Joseph esbozó una gran sonrisa que Bella consideró, lo hacía ver
mucho más guapo a pesar de sus años.

—Ella me recuerda a mi Lizzy. Es idéntica a ella en todos los aspectos.


Mi vida era aburrida hasta que la conocí. Ella llegó para convertirla en
una aventura, y cuando se fue… Cuando se fue mi vida dejó de tener
sentido.

—Tiene dos hijos que lo adoran —indicó Bella en un hilo de voz.


Tratando de contener las lágrimas.

—Eso me hizo ver Esme y es por ellos que he podido aguantar tanto.
Sobre todo por Heidi que aún vive conmigo… —Giró la cabeza para
mirar a su hija y la encontró acomodándose en las piernas de Félix que
parecía no ser consciente de nada a su alrededor—. ¡Heidi!
¡Compórtate! —gritó, autoritario.

La joven brincó de nuevo al brazo del sillón y le lanzó un beso en


modo juguetón. Joseph volvió a mirar hacia la ventana y fue ahí
cuando su ceño se relajó y esbozó una suave sonrisa.

—Prefiero que me vuelva loco a que me deje. Aunque creo que eso será
inevitable algún día. Por lo que veo, más pronto de lo que me gustaría.

En esos momentos, Heidi llegó y lo abrazó por la cintura.

—Papi…

Le dio un beso en la mejilla y batió las pestañas en medio de una


sonrisa inocente.

—Me asustas cuando me dices "Papi" de esa forma… ¿Qué quieres?

Bella soltó una risita por la mirada recelosa del hombre y se retiró para
darles privacidad.

—¡Nada! —exclamó Esme, cortando la última llamada—. No están en


ninguna parte. ¡Desaparecieron!

—Mamá, ya te lo dije —le recordó Edward haciéndole señas a Bella


para que se sentara de nuevo entre sus piernas. La necesitaba cerca
para que no le estallara la cabeza—. Emmett no es tan estúpido como
pensamos todos. Seguramente están en algún avión comercial rumbo a
un país que ni siquiera está en Europa, y se alojarán en un hotel
cualquiera… Conclusión: tenemos que esperar a que regresen, y ahí sí,
podremos matarlos lenta y dolorosamente.

—Nadie va a matar a nadie —ordenó Carlisle con voz calmada—.


Estamos hablando de dos personas adultas que saben lo que hacen. No
de adolescentes.

—El problema, papá —intervino Edward de nuevo—, es que uno de


esos "adultos" es la hermana menor de mi administrador y por ende,
mi responsabilidad.

—De toda la familia —completó Esme y buscó a su sobrina con la


mirada—. Heidi, vuelve a leer la nota, por favor.

Heidi se separó de su padre y se acercó a Félix. Le quitó la nota que


estrujaba en una de sus manos y la leyó en voz alta… por cuarta vez:

Félix, hermanito, te quiero y lo sabes, pero estoy enamorada de Emmett y


aunque nunca lo quisiste aceptar, él también me ama y me propuso
matrimonio… Para cuando leas esta nota ya estaremos lejos, y en pocas horas,
casados. Volveremos en dos meses, luego de nuestra luna de miel. Te quiero,
perdóname. Rose.

—Es la última vez que la leo —aclaró Heidi al terminarla.

—Alice, lee la de Emmett —ordenó Esme.

—Solo fue un mensaje en el celular que decía: Muñequita, me escapo con


Rose. Emm.

—¡Qué profundo! —exclamó Heidi y bufó. Eso ni siquiera se podía


catalogar como un mensaje serio.

—Ni una pista, ni para saber si están bien. Si llegaron bien a donde sea
que van —increpó Esme, claramente angustiada. Miró a Edward de
forma acusadora—. Y tú, ¿por qué no avisaste que tu primo pidió dos
meses de vacaciones?

—¡Porque no tiene cinco años! —respondió Edward, exasperado—. Me


dijo que quería tomarse un descanso, que había trabajado mucho el
tiempo en que no estuve por mi luna de miel y que hacía más de tres
años que no tenía vacaciones, lo cual era cierto. ¿Cómo iba yo a saber
que se quería escapar con Rosalie?

—Y ustedes dos —dijo, señalando a Heidi y a Bella—, se supone que


son amigas de Rosalie. ¿Acaso nunca se los comentó?

Félix giró la cabeza para mirar a Heidi, esperando una respuesta.

—¡Te juro que yo no sabía nada! No me gusta hablar con Rosalie de su


relación con mi hermano. —Se inclinó y le dio un rápido beso en los
labios—. ¿Me crees?

Félix suspiró, estiró el brazo y la arrastró hasta sus piernas, para


abrazarla, y al recordar que no estaban solos, la apartó de nuevo.

—Lo siento —dijo con voz tensa.

—Yo menos —afirmó Bella—. Últimamente no quería hablarme de


Emmett, así que pensé que tenían problemas. Nunca imaginé que
estaban planeando escapar.

Joseph caminó hacia el centro de la estancia y se colocó frente a Félix.

—Muchacho, sé que estás preocupado por tu hermana, pero yo


respondo por mi hijo. Si escaparon para casarse, es lógico que sus
intenciones son las mejores, así el camino no haya sido el correcto.

Félix se puso en pie con la misma expresión tensa en el rostro, miró al


hombre frente a él, y luego a todos los demás.
—Agradezco la preocupación que han demostrado por Rosalie, y por
ustedes creo que puedo estar tranquilo, aunque eso no me quita las
ganas de… —Se detuvo al percatarse de que su voz comenzaba a
tonarse salvaje—. Si llegan a tener noticias, por favor, no duden en
avisarme.

—Así lo haremos, hijo. Tranquilo —prometió Esme acercándose a él y


apretándole la mano, para reconfortarlo.

Él le sonrió de vuelta. Se dirigió a la puerta del despacho, y antes de


salir, le lanzó a Heidi una mirada significativa, para enseguida cerrar la
puerta.

La mujer se acercó a su padre y le hizo un puchero. Joseph frunció el


ceño.

—Ya te dije que me parece un buen muchacho, lo que no me gusta es


que ahora pretendas estar metida en su cama a toda hora.

Heidi arrugo los labios y se giró hacia donde Esme.

—Tía…

—Pienso igual que tu padre.

—Pues que yo sepa, el tío Carlisle y tú, luego de que él te engañó para
pasar la noche contigo, parecían conejos en celo.

—¡Heidi! —gritaron Carlisle y Joseph al unísono, mientras que Esme se


sonrojaba fuertemente.

—¡¿Qué?! ¡Solo dije la verdad!

—Ya sal de aquí —ordenó Joseph. Heidi dio una palmada de alegría, lo
besó en la mejilla y corrió hacia la puerta.

—¡Te quiero mañana en la oficina a primera hora! —gritó Edward.


—¡Jódete! —Se escuchó antes de que la puerta se cerrara.

Ese lunes, Heidi se presentó a trabajar a la hora del almuerzo; luciendo


una gran sonrisa en el rostro.

Las siguientes semanas, Bella se sintió por fin plena, dando clases a los
niños del colegio, cuidando de Naomi y sus tres crías: La hembra gris,
Luna, y los dos machos, Carlos y Mateo.

—Isabella, no puedes ponerle nombres de personas a los gatos —


indicó mirando a la madre con recelo.

—Que yo sepa, no hay una ley que me lo prohíba, así que puedo
usarlos como quiera y en quien quiera.

—No sé si la hay, solo digo que no queda bien.

—Pues tú bautizaste a tus perros Sam y Leo.

—Esas son abreviaturas, no los nombres completos.

—Debería ponerle "Edward" a uno de ellos… Al menos así tendría a


un "Edward" que sí me complacería en todo.

Edward suspiró y se acercó a ella para abrazarla por la espalda, que se


encontraba sentada sobre unos almohadones en el suelo de la
habitación de Naomi.

—Nena —dijo, besándola en el hombro. Las hormonas la tenían con los


sentimientos a flor de piel—, usa los nombres que desees. Y si resulta
que es ilegal, diremos que yo lo hice… ¿Te parece?

Bella sonrió, y giró un poco la cabeza para poder besarlo en los labios.

—No te dejaré.
Los niños llegaban todas las tardes, y luego de comenzar con un grupo
pequeño, este creció tanto que Bella se vio obligada a dividirlos en dos,
para recibirlos a cada uno, dos veces por semana. El viernes lo tomó
libre, pues el embarazo la mantenía con un poco de cansancio, que
nunca le admitió a Edward. Ya bastante molesto se encontraba con que
ella tuviera dos grupos a su cargo como para enterarse de su fatiga;
aun así, no dudó en tomar medidas.

La hizo revisar por la partera y por la ginecóloga, consultó segundas


opiniones y hasta comenzó a ver vídeos por internet de cómo atender
un parto de emergencia… No duró mucho en esa tarea, ya que al
segundo vídeo de parto natural sin ningún tipo de restricciones, tomó
la decisión de que Isabella no pasaría por esa experiencia tan dolorosa;
y al continuar con las cesáreas, antes de terminar el primero, vomitó
sobre el suelo de su oficina.

Un fin de semana, conversó con Becca sobre los procedimientos a


seguir en caso de que se presentara un parto prematuro, y le pidió que
acordara con Hannah un plan de acción en conjunto si se llegaba a
presentar el caso.

—Isabella, mañana me reuniré con Hannah en mi oficina luego de que


ella acabe con su jornada aquí.

—Estás paranoico.

—¡Estoy preocupado por mi mujer y mi hijo!

Bella sacudió la cabeza. La idea de ellos dos reunidos no le gustaba


mucho, pero debía admitir que la mujer últimamente se había
comportado muy bien con ella. Era amable y trataba de atenderla, aún
en asuntos que no le correspondían al no ser su doncella. Lissa en
cambio se mostraba cada vez más hostil con la mujer y no se
despegaba ni un solo momento de ella, tratando de suplir todas sus
necesidades, para no darle tregua a la enfermera. Bella imaginaba que
era miedo a perder su empleo, o que simplemente la mujer no
terminaba de agradarle, por lo que decidió no prestarle atención a la
situación. Hannah no es un peligro en nuestra relación, pensó Bella, quién
me preocupa es la otra mujer.

—Alice me llamó. Quiere que vea unas revistas sobre artículos para
bebés que…

—¡Mierda, sus cosas! —exclamó Edward.

Se encontraban sentados en la cama, mientras él trabajaba en su


computadora y Bella revisaba las tareas de los niños.

—¿Cómo se nos pudo olvidar algo tan importante? Nuestro hijo no


tendrá ni una manta para taparse.

¡Ay Dios, no!

—Edward, cálmate. Todavía tenemos unas ocho semanas. Además,


quiero que los primeros meses duerma con nosotros, y ahí tendremos
tiempo de organizar su habitación.

—No importa, quiero que esté todo listo cuando nazca. Él no debe
esperar.

—Él… ¿De qué color compramos las cosas?

—¿Qué te han dicho?

—Nani y Katy coinciden en que es un niño por la forma de la panza.

—Entonces se compra todo azul, y si es niña, regalamos lo que no nos


sirva y lo compramos rosa.

Bella lo miró con una expresión de indignación marcada en el rostro.


Todavía le turbaba cuando Edward hablaba de gastar dinero como
quien lo hacía sobre el clima.
—Pasa uno de estos días por la casa de tus padres. Yo le digo a Alice
que deje el paquete para que te lo entreguen si ella no está.

—Hannah, ¿qué te comentó Edward ayer? —preguntó Bella, sentada


en la terraza, aprovechando los pocos rayos de sol que las nubes de
lluvia dejaban ver.

La mujer la miró y una pequeña sonrisa de inocencia se marcó en su


rostro.

—¿El señor no se lo comentó? Creí que no existían secretos entre


ustedes.

—Entre los señores no hay secretos —intervino Lissa, que muy


disimuladamente se había sentado junto a ellas, dejando de Bella con la
palabra en la boca. A ninguna de las dos le había gustado el tono
sarcástico y malicioso en sus palabras—. Lo que sucede es que el señor
Edward es muy quisquilloso en cuanto a la seguridad de su esposa, y
muchas veces le oculta las medidas que ha decidido tomar para no
agobiarla.

Bella miró a Lissa, y en silencio le agradeció la intervención, aunque


también le molestó que no le permitiera defenderse.

—Lo que Lissa dice es cierto. Edward tiende a ser algo exagerado.

—Es el proceder natural de un hombre locamente enamorado —


remató Lissa, levantando la barbilla con actitud altiva, como si fuera de
ella de quien él estuviera enamorado.

Hannah enrojeció hasta el escote y lanzó a Lissa una mirada que no


presagiaba nada bueno. Bella lo notó y decidió intervenir.

—¿Hay algún problema, Hannah?


La mirada de la mujer cambió al mirar a su señora y se tornó amable y
desconcertada.

—¿Respecto a qué, señora?

Bella frunció el ceño. La mujer no terminaba de agradarle, pero no


quería amargarle la vida a Edward con otra enfermera, además de que
era muy poco el trato que tenía con ella.

—Lissa, déjanos solas un momento, por favor.

La chica se levantó a regañadientes y se alejó, sin perderse de vista.

—Hannah —continuó Bella—, no me gusta que mi relación con mi


esposo sea cuestionada y mucho menos comentada por el personal. Si
te pregunté fue porque, tal como dijo Lissa, Edward es muy exagerado
y sabe que yo no estoy de acuerdo y por ello a veces, y solo en
cuestiones de mi seguridad, actúa a mis espaldas. Si entre él y yo hay
secretos no es asunto tuyo ni de nadie más. Mi marido me ama, lo sé, y
no tengo por qué estar discutiendo contigo la confianza que nos
tenemos. Solo te hice una pregunta y tu deber era contestarme, no crear
insinuaciones sobre mi matrimonio.

El tono de rojo que adquirió la mujer no parecía ser saludable. Los


vellos de sus brazos se erizaron y su mandíbula se apretó con fuerza.
Su hermoso rostro se tornó tan salvaje, que por un momento Bella
sintió pánico, y en un acto reflejo se cubrió el vientre con los brazos, en
un intento de proteger a su bebé. Estuvo a punto de llamar a Lissa
cuando la mujer, de repente, se tapó el rostro con las manos y comenzó
a llorar convulsamente.

—¡Por Dios, Hannah! —exclamó Bella, inhalando profundamente para


tranquilizarse. Estuvo a punto de sufrir uno de sus ataques.

Lissa llegó a donde ellas, asustada, y se arrodilló al lado de Bella.


—Señora, ¿está bien? ¿Le hizo algo?

Bella negó con la cabeza.

—Hannah, ¿qué tienes? ¿Qué sucede?

—Yo también tenía un amor así y me lo quitaron —sollozó, con el


rostro aún oculto por sus manos, pidió disculpas y corrió hacia dentro
de la mansión.

—¿De qué está hablando? —preguntó Lissa, exaltada, acercándole a


Bella un vaso de agua que estaba en la mesita frente a ellas.

—Ella tuvo un amor que le arrebataron… Algo así. Pobre mujer. Se me


había olvidado por completo ese detalle.

—¿Pobre? Pobre usted que tiene que aguantarla. Debería despedirla.

Bella tomó agua y le devolvió el vaso.

—No quiero preocupar a Edward y ella no representa ningún peligro.


Solo es algo extraña y un poco confianzuda.

—Muy extraña y demasiado confianzuda. No le creí ese teatro de llorar


con las manos en la cara.

—Ya hablé con ella. Le dejé claro que no toleraría ese tipo de actitud.
Es muy sensible en cuanto a cuestiones de pareja y eso la hace
reaccionar mal ante ese tipo de temas.

Lissa bufó, y enseguida se sonrojó por el gesto.

—Lo siento, señora —pidió, apenada—. ¡Es que no me gusta! Aunque


la decisión la tiene usted. ¿Quiere que le traiga algo?
—No, vamos a la habitación de Naomi. Edward me dijo que quería
traer a Sam y Leo. Llegan mañana y tenemos que asegurarnos que no
entren. No quiero más problemas. ¿Sabes si alguien ha visto a Rom?

—Unos trabajadores lo vieron en las plantaciones. Iba detrás de otra


gata.

—¡Perro! —gruñó Bella.

Edward se encontraba en su coche rumbo a la casa de sus padres. Era


sábado muy temprano y esperaba que su hermana se hallara en casa,
pues al encontrarse Carlisle y Esme visitando al tío Aro, Alice
acostumbraba a quedarse donde alguna de sus dos mejores amigas.
Habría preferido quedarse en casa con su esposa, disfrutando de su
compañía, así fuera solo observándola revisar las notas de sus
alumnos… Le encantaba observarla, ya que todavía no podía creer que
fuera completamente suya. Sinceramente quería quedarse, pero tenía
asuntos pendientes en la oficina y prefería finiquitarlos ese día a tener
que llegar más tarde la semana siguiente a su casa.

Al llegar a La Mansión, Edward le preguntó a uno de los


guardaespaldas si su hermana se encontraba y este le contestó
afirmativamente. Entró y una de las señoras del servicio le entregó el
paquete que contenía las revistas.

—¿Alice todavía duerme? —preguntó dirigiéndose a las escaleras.

—Supongo que sí, señor —contestó la mujer, nerviosa—. Si quiere le


digo que usted se encuentra aquí.

—No, yo me encargo.

Llegaron al segundo piso y la señora se atravesó en su camino.

—Señor, la señorita puede no estar presentable.


Edward se detuvo y frunció el ceño.

—¿A qué se refiere?

—A que… A que puede seguir dormida y estar desnuda.

El hombre bufó y la rodeó para seguir caminando.

—Soy su hermano. De niño ayudaba a cambiarle los pañales. Además,


ella nunca ha dormido desnuda.

—Pero, señor…

Llegaron a la puerta de la habitación entre ruegos por parte de la


angustiada mujer, y cuando Edward colocó la mano sobre la cerradura,
ella corrió hacia las escaleras.

—¡Alguien llame a los de seguridad!

Escuchó Edward gritar a la desesperada mujer e intentó preguntarle


cuál era el problema, solo que ya la puerta se había abierto por
completo y toda su atención se concentró en lo que vio del otro lado.

—¡¿Pero qué mierda?!


JASPER Y ALICE

J asper Whitlock no podía creer que pudiera existir una mujer más
fastidiosa y exasperante que Alice Cullen.

A él le encantaban las rubias. A pesar de que él también lo era, las


rubias tenían un aire de mujer fatal y una sensualidad innata que lo
hacían desearlas al instante. No le gustaban las mujeres inocentes; al
contrario, entre mayor fuera su experiencia, mejor la pasaba él. De
novias, muy poco. Él era lo que cualquiera consideraría un auténtico e
irrefrenable perro; un hombre que le gustaba estar con todas, sin
comprometerse con alguna. Su prioridad eran sus estudios, y era por
eso que no pensaba en una relación seria. Vivía para ser un profesional
de los negocios, y para su niña, Bella. Ella era su consentida. A pesar
de que hacía solo algunos años que tenía de conocerla, sentía que lo
hacía desde mucho tiempo atrás. Su mayor deseo era protegerla, y
hacerla muy feliz. Sabía que un día llegaría un hombre del que ella se
enamoraría y él la apartaría de su lado para hacerla su mujer; él como
su hermano que se sentía, lo sabía, y aunque rogaba porque ese día
nunca llegara, al menos esperaba que se tratase de un hombre bueno,
que la valorara y la tratara como se merecía; y sobre todo que la amara.
Ella era su hermanita, su nena consentida; por eso cuando la vio en
brazos de Edward Cullen, vistiendo la ropa que él le había comprado,
enloqueció por completo.

Ese hombre no era de su agrado. Habría preferido que ella se fijara en


Emmett, o en Jacob, o en cualquier otro, pero no en él. Cada vez que lo
veía, sentía desconfianza y aversión. Con él también sentía como si lo
conociera desde antes, solo que a diferencia del cariño que sentía por
Bella, por el presidente de CullenWorld era el desprecio lo que reinaba.
Ese día en el que se enteró de que su niña tenía algo con el hombre con
el que menos quería verla, fue el día en que conoció a la pequeña,
hiperactiva, e inocente Alice Cullen.

No había pasado ni una hora de haberse conocido cuando ella lo


abofeteó. No pidió disculpas, no se mostró avergonzado, solo lo hizo y
luego lo regañó. No podía creerlo. Nunca una chica lo había golpeado
y en ese momento solo pudo parpadear, sin dar crédito al dolor en su
mejilla.

Ese día comenzó su calvario con la princesita Cullen. Por mucho que él
intentara mostrarse indiferente, ella parecía no captar el mensaje. Creía
que estaría libre de ella pues la chica no trabajaba en el edificio… Cuán
equivocado estaba.

Tenía entendido que la chica casi no se aparecía por el edificio, por lo


que pensó, ora que le mintieron, ora que ella comenzó a hacerlo porque
él se encontraba ahí. Cuando la puerta de la oficina se abría y ella
aparecía, él deseaba esconderse debajo del escritorio para que no lo
viera. De nada le servía pues el objetivo de la joven era precisamente
él. Lo saludaba con una efusividad que lo incomodaba, incluso en
frente de Emmett, lo cual era más vergonzoso aún.

A pesar de ser un mujeriego, era pasivo en su personalidad. Una cosa


era el momento de la conquista y otra su actuar normal de cada día. A
él no le gustaban las mujeres muy activas a menos que fuera en la
cama, ahí si le encantaba que fueran dinámicas, ya que le gustaba el
sexo duro; y era precisamente por eso que no formalizaba con ninguna
de las que estaba. Él era un hombre tranquilo, apacible, y era ahí
precisamente cuando entraba supequeña pesadilla,tal como le llamaba en
su mente.

Alice Cullen no le gustaba. Era morena, bajita, de suaves curvas, con


doble ración de adrenalina en el cuerpo, y lo peor, inocente.
Definitivamente, todo lo contrario a sus gustos. Un hombre como él
sabía identifican a una virgen a kilómetros de distancia y ella lo gritaba
sin darse cuenta. Al menos si no lo era, de lo que sí estaba seguro, era
que debía tener muy poca experiencia. Ella no era la mujer para él, al
menos no hasta dentro de mucho años después, cuando hubiese
terminado sus estudios, más los de posgrado y tuviera un trabajo
estable en una multinacional. Además del asunto de su físico… No,
definitivamente Jasper nunca se fijaría en ella.

Algunas veces miraba a la chica y por su mente se cruzaba la idea de


pagarle a Edward con la misma moneda. Seguramente no le gustaría
verlo con su hermanita, y enloquecería al saber que se la tiraba
mientras él hacía lo mismo con Bella. Solo que Jasper no era así. Una
cosa era que las mujeres que estaban con él sabían que no había futuro
en esas citas, y otra era aprovecharse de una chica que nada le había
hecho. Ella no le caía bien, no la soportaba, quería que desapareciera y
lo dejara en paz; y aun así, eso no era motivo para dañarla. Jamás sería
capaz de algo así.

Las semanas pasaron y su mente se concentró en sus estudios, su


trabajo y la relación de Bella con Edward. El enterarse que se casaban
fue un momento muy duro para él. Lo detestaba, definitivamente lo
odiaba con todas sus fuerzas. No lo quería cerca de Bella, y mucho
menos siendo su marido.

Una semana antes del compromiso, la cabeza de Jasper maquinaba una


forma de sacar a Bella del país, incluso en contra de su voluntad. Sé que
él la manipula, solo que no he podido descubrir de qué forma. Estaba casi
seguro de que Bella no lo amaba. La conocía lo suficiente como para
saber que no se enamoraría tan fácilmente, y mucho menos, aceptaría
la propuesta de matrimonio de un hombre como él. Necesitaba
separarlos. Impedir ese matrimonio a como diera lugar, evitar…

—¡Jasper! —El grito de Emmett lo sacó violentamente de sus


cavilaciones—. Hermano, estoy hablándote y tú pareces estar en otro
planeta. ¿Qué te sucede?
—Lo siento. Estaba pensando en…

—¿En Alice o en Bella?

Jasper frunció el ceño.

—¿Por qué habría de pensar en tu prima?

—Porque ella es hermosa, lista, y una chica que terminará


conquistándote. Ya lo verás.

—Emmett, sé que Alice es todo eso y más, solo que yo no estoy


interesado en ella. He tratado de dejárselo en claro pero parece no
entenderme. No quiero lastimarla.

—Hola, Emmett —saludó Alice entrando a la oficina.

Los dos hombres se pusieron de pie. Alice se dirigió al asiento de su


primo y lo abrazó con fuerza. Luego se giró y miró a Jasper con una
sonrisa en el rostro.

—Hola, Jazz.

Se acercó a él y también lo abrazó como si se conocieran de años, le dio


un beso en la mejilla y lo haló para que se sentara, y así, poder apoyar
sus brazos en sus hombros y su barbilla en la cabeza.

Emmett arqueó una ceja en dirección a Jasper y este rogó que no lo


despidieran por pasarse de confianza con la niña consentida de la
familia. Al menos esperaba que su jefe le advirtiera que se alejara de
ella, y así poder tener un motivo que darle a Alice para que aceptara
sin ninguna réplica. No se esperaba las palabras que salieron de la boca
del vicepresidente de la compañía.

—Muñequita, Jasper necesita ir a algunas oficinas a realizar unos


trámites que tenemos pendientes. Eso será mañana en la mañana y
seguramente lo alcanzará la hora del almuerzo. Deberías acompañarlo
y luego llevártelo a almorzar. Si quieres puedes quedarte con él toda la
tarde. Dudo que lo necesite aquí.

Jasper se tensó al instante, mientras que Alice sonrió abiertamente, lo


abrazo por el cuello y le dio un beso en la mejilla.

—No es necesario, Emmett. No quiero molestar, yo puedo ir solo.

—Claro que no es molestia. ¿Verdad, Alice?

—Cierto, yo te acompaño con el mayor de los gustos.

Jasper apretó con fuerza la mandíbula y, no teniendo escapatoria,


aceptó a regañadientes. Se apresuró entonces a salir de la oficina, y
antes de cerrar la puerta, le lanzó una mirada significativa a Emmett,
quien le lanzó a su vez un beso burlón y le guiñó un ojo. La chica no se
percató de ello, aunque él sí sabía que su jefe lo hacía a propósito. Eres
un maldito, Emmett, pensó al cerrar la puerta.

Al día siguiente Alice estuvo puntual en la oficina para buscarlo. Él


prefirió no comentarle nada a Bella para no tener que aguantarse sus
burlas e interrogatorios, por lo que salió del edificio sin avisarle.

Ya en el auto, le dio al chofer las direcciones de los tres lugares a donde


debía dirigirse. Alice no dejó de conversar en todo el trayecto, y él,
como siempre, no le prestó ni la más mínima atención. No le interesaba
escuchar sobre vestidos, compras, joyas y la vida amorosa de sus
amigas. Él se limitaba a asentir cada tanto y emitir algún sonido que
indicara que estaba prestando atención.

Al llegar a un pequeño edificio de oficinas, se dirigieron al tercer piso


en el que Jasper debía conversar unos acuerdos próximos a firmar. Ahí
estuvieron una hora y otras dos en las siguientes oficinas. Al llegar el
medio día, se dirigieron al Corrigans Mayfair, un restaurante al que a
Heidi le gustaba mucho asistir. Ordenaron algo rápido y Jasper se
preparó para elevar su mente cuando Alice le habló de forma que no
podía ignorar, al tratarse de una pregunta directa.

—¿Cuándo piensan firmar el contrato sobre la compra de los equipos


de medición para la construcción del hotel en Irlanda?

Jasper la miró y parpadeó varias veces, confundido. ¿Prestó atención a la


negociación? Y… ¿la entendió?

—Eh… La próxima semana.

—Y, ¿son nuevos? Eso fue lo que escuché.

—Así es —respondió Jasper mirándola de frente. Su curiosidad se


había despertado.

—Ya. Y si son nuevas, ¿por qué el registro de calibración tiene fecha de


hace tres años?

Jasper abrió los ojos desmesuradamente. No podía creer lo que


acababa de escuchar. Abrió con premura la carpeta que contenía los
documentos y revisó el dato que Alice le había proporcionado. Las
fechas eran de hacía solo un mes.

—Aquí dice que son de hace treinta días.

—Entonces alteraron el documento, porque su copia registraba otra


fecha. Lo sé porque los colocó de mi lado de la mesa. —Se miró las
uñas, y se colocó un flequillo detrás de la oreja—. Seguramente cree
que porque tengo dinero y visto a la última moda, mi cerebro lo cargo
en mi billetera en forma de tarjeta de crédito. Es lo mismo que piensas
tú de mí.

Jasper enrojeció, y en su rostro se marcó la vergüenza de haber sido


atrapado en la verdad.

—Alice, yo…
—No te preocupes por eso, Jazz. Estoy acostumbrada. Mejor llama a
Emmett y explícale que, al parecer, pretenden venderles equipos de
segunda como nuevos.

El chico tragó el nudo en su garganta e hizo la llamada. Luego de


cortar. Miró a la chica frente a él y, por primera vez, la observó. Parecía
una niña, incluso menor que Bella a pesar de ser mayor, y aun así era
hermosa. Tenía una elegancia natural que la hacía ver refinada, y al
mismo tiempo, delicada. Comenzó a analizar también su forma de ser
y se percató de que ella nunca le había coqueteado de forma descarada.
Su actitud extrovertida y dinámica era igual con Emmett, aunque a él
no le daba besos en la comisura de los labios. ¿Se los dará a todos los
hombres que conoce?, pensó, y por alguna razón, la idea le molestó.

Sintió deseos de disculparse con ella. No la soportaba, mas era un


caballero y no podía dejarla de esa forma.

—Alice… Quisiera dar un paseo por el Hyde Park, mañana en la


noche, y me preguntaba si tú quisieras acompañarme. —Ella levantó la
vista del plato que tenía en frente y lo miró, extrañada. ¡Qué imbécil soy!
Ella debe estar acostumbrada a lugares lujosos y no a un simple paseo, pensó
y trató de corregir su propuesta—: O si te parece aburrido, podemos
hacer lo que tú quieras, o…

—Jasper —dijo la chica, y en su pequeño y bello rostro se formó una


suave sonrisa—, nunca he dado un paseo por el Hyde Park porque a
mis amigas no les hace gracia y no tengo a nadie más con quien ir… A
parte de mis guardaespaldas, solo que ellos no son muy buena
compañía.

Los dos rieron.

—Me encantaría ir contigo.

Jasper sintió alivio y sonrió. Sería la primera y última vez que la


invitaría a salir. Con eso ya quedaría a paz y salvo.
Luego de almorzar. Alice recibió la llamada de su madre,
informándole que la necesitaba, por lo que quedaron que Jasper
pasaría por su casa al día siguiente para ir a pasear, al finalizar la tarde.
Él se dirigió a su oficina y conversó con Emmett lo descubierto por
Alice.

—El malnacido pensaba estafarnos —comentó Emmett, con rabia.

—Alice fue quien se dio cuenta. El hombre alejó los documentos de mí


para colocarlos al lado de ella. Creyó que no lo notaría.

—A esa enana no se le escapa nada. Es muy inteligente y sagaz. Lo


oculta muy bien debajo de esa cara tierna e inocente, por eso es tan
peligrosa —afirmó Emmett, sonriendo con orgullo por su prima.

—Eso me doy cuenta.

Emmett levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Aunque sé que Edward querría matarte, para mí tú serías el hombre


ideal para Alice; en el poco tiempo que te conozco, he podido ver que
eres un buen chico y que ella está interesada en ti. Jasper, más que mi
auxiliar eres mi amigo, pero si no piensas tener algo serio con mi
prima, más te vale que se lo dejes claro y te alejes de ella, porque si la
ilusionas y luego le rompes el corazón, yo te rompo a ti la cara. Y te
aseguro que golpeo mucho más fuerte que Edward. ¿He sido claro?

Jasper lo miró fijamente. Comenzó a creer que la invitación a salir


había sido una mala idea, aun así, ya no podía retractarse. Tendría que
mantenerse alerta y no dejar que ella creyera que era algo más que una
salida de amigos.

—Respeto a Alice, Emmett. Nunca le haría daño.

—Eso espero. Ahora, hagamos unas llamadas y dejemos en evidencia


al que se quiso pasar de astuto con nosotros.

Jasper llegó puntual a la mansión de los Cullen. Estaba nervioso y esa


sensación lo hacía sentir incómodo. No era la primera vez que salía con
una chica, aunque sí era la primera vez que parecía un adolescente. Lo
invitaron a seguir a la sala de recibo para esperarla, y agradeció que los
padres de ella no se encontraran. No deseaba que pensaran cosas que
no eran. Miró el reloj y vio que eran las siete y treinta de la tarde. No
llevaba mucho esperando, sin embargo, la impaciencia lo estaba
matando y lo que más le molestaba era no saber a qué se debía tanta
ansiedad.

Escuchó entonces la puerta abrirse, y automáticamente se puso en pie.


Miró hacia el lugar donde la chica se encontraba y se quedó paralizado
ante lo que vio. Ahí se encontraba Alice Cullen, pero no la que él
conocía, con ropa demasiado costosa para el bolsillo de las personas
comunes, con tacones altos y bolsos de diseñador. No. Ahí estaba una
chica totalmente diferente, una que hizo que se quedara con la boca
abierta, exponiéndose a que un hilillo de saliva escapara de sus labios.
Alice llevaba puesto un vestido de verano color blanco, que se ajustaba
bajo su pequeño busto y caía libre hasta sus rodillas, de tirantes finos y
escote redondo; con detalles de florecillas rosadas, repartidas por toda
la tela. En sus pies, unas zapatillas sin nada de tacón, de un suave color
rosado, y su cabello algo húmedo y un poco despeinado. Solo una fina
cadena adornaba su cuello y unos diminutos areticos de brillantes. Se
veía hermosa, y lo peor de todo, se veía inocente.

Alice corrió hacia él y lo abrazó con la misma efusividad de siempre, y


él no pudo evitar colocar sus manos en la pequeña cintura y aferrarla
por unos segundos más.

—¡Vámonos ya! —pidió ella, arrastrándolo fuera de la estancia—.


Siempre he deseado dar un paseo en el parque.
Jasper la siguió sin apartar un solo momento la vista de ella, y no dejó
de mirarla hasta que se bajaron de la limusina, en la entrada del Hyde
Park, e iniciaron el recorrido. El lugar era bello de día, mientras que de
noche parecía sacado de un magnífico sueño. La iluminación le
profería un aspecto mágico, y con la hermosa chica que caminaba a su
lado, Jasper sentía que se encontraba fuera de lugar.

La sonrisa de Alice no tenía precio. Parecía una turista y no una joven


nacida en esa ciudad. ¡En realidad nunca había visto esto!, pensó Jasper,
sorprendido. En ese momento se dio cuenta de que a pesar de todo la
fortuna que le pertenecía, Alice no podía disfrutar de pequeñas cosas
que para cualquier otro eran una nimiedad. Sintió lástima por ella y
ese sentimiento lo enfureció. No debía ser así, él no podía sentir lástima
por una chica como ella, debía cambiarlo, debía apreciar su compañía,
y eso fue lo que hizo. Se olvidó de las amenazas de Emmett, de las
ilusiones que ella se pudiera hacer, del mañana… y decidió regalarle a
la hermosa duende a su lado, la mejor de las noches.

Tomándola de la mano, la llevó hasta el Lago Serpentine y ahí,


colocándose detrás de ella, y abrazándola por la cintura, le mostró la
luna reflejada en el agua, así como las estrellas que poco a poco, iban a
apareciendo en el firmamento.

—¡Es fantástico! —exclamó la chica, emocionada.

Luego de eso, fueron por algo rápido para comer y unos helados.
Jasper descubrió que Alice no era de las que solo comía ensalada y
batidos de fruta para cuidar la figura. A esa mujer de baja estatura y
cuerpo delgado, la vio devorar unos bollos con salsa de mora, una
malteada de chocolate, unos bocadillos de fresa y un gran helado de
vainilla.

—Ya veo de dónde sacas tanta energía —comentó Jasper, divertido—.


Nunca había visto a alguien comer tanta azúcar en tan poco tiempo.
—Eso te pasa por clasificar a tus amigas por cómo se ven y no por su
personalidad.

"Amigas", repitió Jasper en su mente, y por alguna razón que


desconocía, no le gustó la combinación del término y la persona que lo
usaba.

Ya más entrada la noche, Alice comenzó a frotarse los brazos. A ella le


gustaba mucho el frío y lo sabía soportar, solo la temperatura estaba
llegando a su límite. Jasper se percató de ese hecho y se reprendió por
no preverlo con anterioridad. Sin pensar en él, se quitó rápidamente la
chaqueta y se la colocó sobre los hombros a la joven, quien le agradeció
con una tierna sonrisa.

—Señorita —llamó uno de los guardaespaldas que los habían seguido


toda la noche—. Ya es demasiado tarde. Deberíamos regresar a la
mansión, o ir a un lugar menos expuesto.

Jasper vio cómo la sonrisa de Alice se desvanecía en su bello rostro y


daba paso a la resignación. Ella asintió y se encaminaron a la salida,
mientras él mentalmente se prometía que en algún momento, volvería
a invitarla. No la soportaba, sí, era cierto… por lo que se convenció de
que lo hacía más por agradecimiento con la familia que tan bien los
había acogido, que por complacerla a ella.

Para el día del compromiso, Ya se había arrepentido de haber invitado


a Alice a salir a pasear por el Hyde Park. La semana que siguió a
esa cita llegaron a un punto en el que Alice lo trataba como si de novios
se tratasen, y solo le faltaba darle besos para corroborar ese hecho ante
los demás.

—Llegas tarde, cariño —regaño la chica y le dio el beso acostumbrado,


cuando él llegó con Jacob a La Mansión, para cambiarse y arreglarse—.
Ven, quiero que conozcas a alguien.
Los dos recibieron el regaño de sus vidas de un hombre que acababan
de conocer y por una situación de la que él era totalmente inocente.

—Conozco perfectamente a los de tu clase, muchachito —aseguró Aro,


luego de que Alice lo presentara como su novio y él no tuviera
oportunidad de negar dicha afirmación—. Eres igual al prometido de
Bella y al estúpido de su primo, con esos pelos desordenados y mirada
de cazador irresistible. Así que te advierto, que no me entere yo que la
niña… —Señaló a Alice—, ha derramado una sola lágrima por ti,
porque te juro que este bastón te lo pondré de sombrero y no te darás
cuenta de qué te sucedió.

Su único consuelo fue que Jacob también recibió su parte por Sara. En
la fiesta Alice no se le despegó ni un solo momento. Lo llevaba del
brazo, sonreía a todos y lo presentaba con una familiaridad, que
aunque no pronunciaba la palabra novios, quedaba claro que lo
intentaba dar a entender. Jasper vio varias chicas que eran de su tipo:
rubias despampanantes con miradas que prometían la mejor de las
noches. Solo que, aunque obligado, él estaba con Alice, y su
caballerosidad no le permitía hacerla a un lado para ir a coquetear con
otra.

—Alice… tenemos que hablar —comentó en un momento de la noche


en que sentía que no soportaba más.

Alice sacudió la cabeza y se rio de su seriedad.

—Jazz, relájate. Sé que para ti es confuso, pero esto no tiene vuelta


atrás. El día que Edward se entere, te va a partir la cara, mi papá te
dará el discurso de tu vida y el tío Aro te amenazará con su bastón. —
Se encogió de hombros—. No hay forma de evitarlo.

Jasper parpadeó varias veces sin poder creer lo que había escuchado.
—Alice, no puedes decidir por mí. —La tomó por los hombros y la
hizo mirarlo—. Eres una chica hermosa e inteligente, cualquier hombre
estaría encantado de estar contigo, menos yo.

Alice se estiró y le dio un suave beso en la barbilla.

—El día que me encuentre curando las heridas de tu cara, porque mi


hermano te agarró a golpes por encontrarte conmigo, veremos si
todavía querrás que sea otro hombre el que esté a mi lado y no tú.

La joven dio media vuelta y se alejó por un momento para saludar a


unos conocidos. Él sintió que sufriría una apoplejía.

Las siguientes semanas Alice continuó con su típica intensidad, y el día


de la despedida de soltera de Bella, cuando Emmett, Jacob y él les
hicieron un espectáculo de boxers y torsos desnudos, y terminaron
todos en una fuerte pelea cuando Edward llegó, fue Alice quien le curó
las heridas del rostro.

—Espero que entiendas que esto no cuenta en tu absurda predicción —


aclaró Jasper en voz baja, mientras ella le hacía la curación con una
pequeña gaza.

—Claro que no, Jasper. Esto no tiene nada que ver. —Miró entonces a
su alrededor, se percató de que nadie les prestara atención, y le besó
una de las heridas—. Sabrás cuando el momento haya llegado porque
seguramente te dolerá más que ahora.

Jasper bufó, aunque permitió que ella terminara de atenderlo.

Al día siguiente, él tuvo que admitir que un ángel había bajado a la


tierra, y se posó en la entrada de la Abadía de Westminster. Alice
Cullen era hermosa, y con cada día que pasaba, tenía menos
posibilidades de negarlo.
En la fiesta, aunque trataba de enfocarse en los empresarios que
Emmett le presentó, y el actuar de Bella, para confirmar si sus
sospechas de una amenaza eran ciertas o injustificadas, sus
pensamientos, y sobre todo sus ojos, iban una y otra vez hacia la chica
que, extrañamente esa noche, no le había prestado ni la más mínima
atención. La vio interactuando con unos amigos y le molestó ver que a
todos sonreía, y lo peor de todo, que los saludó con un beso demasiado
cerca de los labios. Sintió rabia, demasiada, y casi le estalla la cabeza
cuando uno de ellos, le colocó una mano en la cintura. Se disculpó con
sus acompañantes y se acercó a ella, para pedirle que hablaran un
momento a solas.

—¡Me puedes explicar qué te sucede! —gruñó Jasper cuando se


encontraron alejados de los invitados, en un corredor del lugar.

—¿De qué estás hablando, Jazz?

—De que estás coqueteando con todo tus amigos, igual que lo haces
conmigo —respondió entre dientes.

Alice lo miró extrañada.

—Yo no estaba coqueteando con ellos. Siempre me comporto así con


mis amigos.

—¡Ah! Entonces yo soy solo un amigo.

—Jasper, ¿qué sucede? —preguntó Alice, con el ceño fruncido—. Tú y


yo todavía no somos nada. Me has dejado claro que no quieres nada
conmigo, y te estoy dando tiempo para no agobiarte y esperar a que
decidas estar a mi lado; y ahora me sales con este tipo de reproches.
¿Acaso estás celoso?

—¿Celoso, yo? ¡Ja! No me hagas reír.


—Entonces deja de molestarme y no me impidas estar con mis amigos
hasta que pueda presentarte como mi novio.

Alice dio media vuelta y regresó a la fiesta tan rápido como pudo.
Dejando a Jasper con la ira hacia los amigos de ella, y sobre todo hacia
sí mismo, bullendo en su interior.

Y a mí qué me tiene que importar si coquetea o no. Ella no es mi novia; ni


siquiera me cae bien. ¡Mejor! Si consigue novio me deja en paz de una vez.

Ese pensamiento se convirtió en su mantra por los siguientes meses.


Solo se vio obligado a estar con ella los días siguientes a la boda, antes
de que Renée, Phil y Ángela regresaran a América. Incluso un par de
días después, cuando llamó a Bella para saber que ese hombre no le
había hecho daño, ella le preguntó por Alice de forma sugerente. Hasta
su hermanita quería que terminaran juntos. Ni loco la complacería.

En el cumpleaños de Emmett, Jasper se encontraba en un estado de


desesperación. Miraba a los amigos de su jefe como si fueran enemigos,
y se impedía a sí mismo aceptar que se debía a que temía que Alice se
fijara en alguno de ellos.

Días y más días y él trataba de mantenerse alejado de ella. Le pidió al


vigilante de la compañía que cuando Alice llegara, le avisara para tener
tiempo de salir de la oficina y esconderse. La evitaba, aunque
curiosamente, no podía dejar de pensar en ella. En algunas ocasiones
se distraía en el trabajo o en las clases, recordando su sonrisa traviesa
aunque inocente, su voz, su olor, su mirada. Estaba perdiendo la
batalla contra su propia obstinación y para cuando se dio cuenta de
ello, ya la guerra la tenía perdida.

Un día de principios de diciembre, en que salía de una de las oficinas


del décimo piso de CullenWorld, la vio doblar por el pasillo contiguo.
Su mente le gritó que corriera en dirección contraria, pero
curiosamente su cuerpo se encaminó hacia el lugar dónde la había
visto pasar. Al llegar al cruce, se encontró con que Alice saludaba
efusivamente a un hombre que parecía ser un visitante. Era alto, muy
guapo, y vestido con un traje que se notaba costoso… El hombre
perfecto para ella.

Alice lo abrazó y le sonrió abiertamente; y el hombre, aprovechando la


confianza, la tomó por la cintura, la acercó a su cuerpo y le robó un
rápido beso. Eso fue suficiente para hacerlo salir de su escondite. En
ese momento se olvidó de que la chica era un fastidio, de que llevaba
meses tratando de quitársela de encima, y su mente solo se enfocó en
que otro hombre la acababa de besar.

—Alice, preciosa. —Llegó a ella, quien ya se había alejado de su amigo,


y le pasó un brazo por la cintura para atraerla a su cuerpo—. Te estaba
buscando. Te necesito en la oficina.

Alice le sonrió, le dijo que se dirigía hacia allá, y se despidió


rápidamente del hombre que los miraba extrañado, sin siquiera
presentarlo.

Al alejarse, en un rápido movimiento, Jasper arrastró a Alice a un


apartado que hacía las veces de pequeña cafetería, con un dispensador
de agua y café. Cerró la puerta y la acorraló contra la pared.

—¿Quién es él? —preguntó con la rabia reflejándose en sus ojos.

—El hijo de un amigo de la familia —explicó Alice con voz inocente y


encogiéndose de hombros—. ¿Tienes algún problema con él?

—¡Sí, lo tengo! —gruñó, estremeciéndola un poco por los brazos—.


¡Porque el maldito besó lo que es mío!

Alice no atinó a pronunciar palabra, pues los labios de Jasper se


estrellaron contra los suyos y la acallaron. La besó con exigencia, con
desesperación, con necesidad, como si deseara borrarle los besos del
otro y marcarla con los suyos. Ella lo recibió gustosa. Levantó los
brazos y se aferró a su cuello, para enseguida, enterrar los dedos en el
cabello rubio de él. Un gemido escapó de los labios de Jasper, y fue en
ese momento en el que se alejó de ella, y la miró con desconcierto y
confusión.

—Me vas a volver loco —increpó en un jadeo.

—Ese beso me dice que ya lo conseguí.

Jasper se pasó la mano por el cabello, y suspiró con resignación. La


miró y caminó hacia ella, la tomó por la cintura y la besó de nuevo. Ese
segundo beso fue muy diferente al primero. Reflejó lo que Jasper había
intentado evitar por tanto tiempo, y lo que Alice sabía que algún día, él
no podría ocultar más: ternura, pasión, y sobre todo, amor.

En ese momento, Jasper apartó de sí todo lo que había convertido en su


escudo. Ya no le importaban las rubias despampanantes, ni los senos
grandes, ni las caderas pronunciadas. Él solo deseaba a la pequeña
chica con suaves curvas y pechos pequeños que tenía en sus brazos. Y
no solo la deseaba, se dio cuenta que la amaba.

Tuvieron que detenerse por miedo a que alguien decidiera tomar el


café de la mañana. Jasper quedó de llamarla apenas pudiera hacerlo.
Lo hizo dos horas después, para invitarla a almorzar.

Acordaron mantener la relación en secreto, más por decisión de Alice


que del propio Jasper. Ella decía que había que esperar, y él no
entendía el qué.

—Yo tampoco lo sé. Solo que hay que esperar.

—Eso quiere decir que no podré besarte, ni tomar tu mano delante de


tu familia —comentó, molesto—. No es justo. Así puede llegar
cualquier otro y robarte un beso.

—Nadie más lo hará porque yo no lo permitiré.


Jasper la miró con el ceño fruncido.

—¡Entonces tú permitiste que el tipo ese te besara!

Alice soltó una fuerte carcajada.

—Jasper, él es gay. Siempre hace lo mismo con todas sus amigas. ¿En
serio estabas celoso?

—¿Gay? ¡Pues eso no le da derecho a besarte!

Alice sonrió y le alborotó el cabello en modo juguetón.

Los siguientes meses la pareja disfrutó de su idilio. Jasper no estaba


acostumbrado a un noviazgo de adolescentes de los ochenta. Para él
todo sucedía en la misma semana, o incluso en el mismo día. Con ella
quería algo diferente. Deseaba darle todo lo que se merecía y más.

La llevaba a cine, la invitaba a tomar algún helado, y la consentía todo


lo que su salario le permitía. Ella insistía en invitarlo en muchas
ocasiones, y él se negaba rotundamente, aunque deseaba llevarla a los
lugares a los que ella estaba acostumbrada; sin embargo, poco a poco
se dio cuenta que ella disfrutaba las cosas simples de la vida. Todo su
dinero la obligaba a permanecer en una jaula de oro, custodiada por
dos gorilas y rodeada de amigos que tenían al dinero por su dios. Ella
deseaba conocer el mundo real, y eso era lo que él le daría; siempre
cuidando no violar su seguridad. Los guardaespaldas tenían orden
expresa de Alice de no decir una palabra a sus padres, aunque su
madre lo sospechaba, e incluso creían que estaba segura de la relación,
porque curiosamente, toda la servidumbre aparentaba no ver nada
cuando sucedía ante sus ojos, y eso solo podía suceder, por una orden
de la dueña de casa. Emmett lo sospechaba también, aunque sus
comentarios tendían a no ser tan subidos de tono por respeto a su
prima. Bella regresó de su luna de miel y en una visita a la oficina, se
enteró de la relación. Jasper no podía ocultárselo, no a ella, y confiaba
en que de ahí no pasaría. Lo importante era que Edward no se enterara
por el momento.

Cada día que pasaba, deseaba más y más a su novia clandestina. No


sabía cuánto tiempo más podría aguantar. Tocarla era una tortura;
besarla, una agonía; y verla sonreír, un completo infierno, porque no
deseaba detenerse. Frente a su familia era peor, porque ahí no podía
siquiera rozarla. Y llegó el día en que no pudo más.

Esme y Carlisle se encontraban visitando al tío Aro, y Alice aprovechó


para pedirle a Jasper que llegara a su casa para ayudarla con unos
documentos sobre el contrato entre CullenWorld y Valenci's; sociedad
que ella misma había impulsado y que le fascinaba cerciorar. Él aceptó
encantado. Así podía pasar tiempo con ella, y si todo salía bien, dormir
con ella… luego de hacerla suya.

Alice se colocó un pijama verde de pantalón corto y una blusa de


tirantes. Jasper sintió que su boca se volvía agua. Trató de concentrarse
en los documentos frente a él, pero el estar solo en una habitación, con
la chica que amaba con locura, y sobre una cama, no ayudaba mucho a
su empresa.

En un momento, Alice se impulsó hacia adelante y se arrodilló en la


cama para tomar unos documentos que se encontraba lejos de ella. Esa
acción hizo que su trasero, quedara a la vista de Jasper, quien deseó
poder arrancar la tela que cubría las nalgas de la chica y observarlas en
plenitud. Emitiendo un gruñido de frustración y deseo, que la
sobresaltó, la tomó por las caderas y la hizo sentarse de nuevo, para
enseguida, comenzar a apilar los papeles.

—¿Qué haces? —preguntó Alice, desconcertada—. No hemos


terminado.

Jasper terminó de recogerlos todos y los colocó a un lado de la cama. Se


giró y la miró a los ojos.
—Ya no aguanto más, Alice. Te quiero mía y te quiero ahora.

Su voz sonó tan desesperada que parecía más una súplica que una
declaración. Estirando los brazos, la tomó por el rostro y la acercó a él
para besarla. Ella se impresionó por el movimiento brusco y él lo notó,
por lo que alejó su rostro para poder hablarle.

—Te amo, Alice Cullen. Te amo tanto.

Alice sonrió abiertamente ante esas palabras, y fue ella quien se lanzó
sobre él, quedando sentada sobre sus piernas, con las suyas a cada lado
de su cintura.

—Yo también te amo, Jasper. Y quiero ser tuya.

Él la abrazó por la cintura y recibió su beso con regocijo. Comenzó a


mover sus manos por el delicado cuerpo de la chica y se maravilló con
su forma. Llegó hasta sus nalgas y las apretó un poco, haciéndola
jadear y a él, ponerse más duro aún. Encontró el final de los
pantaloncitos y los subió hasta metérselos entre las nalgas y así dejarlas
expuestas; se detuvo bruscamente cuando se percató de que ella no
llevaba nada debajo. Alice, adivinando sus pensamientos, lo miró y se
sonrojó.

—No me gusta usar ropa interior cuando estoy en mi casa —dijo de


una forma que parecía una disculpa.

Jasper bajó la vista hasta sus pecho y vislumbró dos punticos abultados
que tiraban un poco de la tela.

—¡Oh, nena!

Fue lo único que atinó a decir, antes de buscar el dobladillo de la blusa,


y levantarla para quitársela por la cabeza. Ahí estaban: dos pechos
suavemente redondeados que él enseguida comprobó, podían ser
cubiertos completamente por sus manos; coronados cada uno por dos
pezones rosados que se encontraban tan duros, que parecían dos
piedras preciosas. No eran los pechos grandes que podía tomar con las
dos manos y perderse en ellos, como a los que estaba acostumbrado,
pero se dijo a sí mismo que eran los más hermosos que había visto en
su vida.

Colocándole las manos en la espalda, la acercó a él, y sin esperar una


señal de aprobación, llevó su boca al pecho derecho de la chica, y lo
saboreó a su gusto. Alice se aferró al cabello rubio para no perder el
equilibrio, y cerró los ojos con fuerza antes las sensaciones que
comenzaban a embargarla. Nunca antes había sido tocada de esa
forma; nunca antes había deseado a un chico. En algunas ocasiones
uno que otro le pareció guapo, aunque lo que sintió cuando vio a
Jasper por primera vez, fue intenso, y supo en ese momento que él era
el hombre de su vida. Y ahí estaba, a punto de entregarse a él sin
ningún reparo, y con la plena convicción de que los dos serían muy
felices.

En un rápido movimiento, Jasper giró y la colocó sobre la cama para


poder quedar acostado sobre ella. Se arrodilló entre sus piernas y se
quitó la camiseta. Se retiró entonces un poco y, tomando el
pantaloncito por el elástico, tiró de él hasta que se lo quitó por las
piernas. Así la quería tener desde hacía tiempo, desnuda y
completamente a su merced, y así la tenía en ese momento.

—Eres hermosa —declaró y comenzó a desabrocharse el pantalón, para


quitárselo—. Eres preciosa, y eres solo mía.

Al terminar de quitarse toda la ropa, se acomodó de nuevo entre las


piernas de la chica y la escuchó emitir un jadeo. Siguió la dirección de
su mirada y esta se enfocaba en su miembro firme que se alzaba
imponente.

—¡Es del largo de mi antebrazo! —exclamó Alice con los ojos muy
abiertos.
Jasper no pudo evitar soltar una fuerte carcajada. Esa forma de ser de
la chica era lo que lo había enamorado. Y aunque en ese momento
quedaba fuera de lugar, él era feliz de poder escuchar sus ocurrencias.

—Y te la voy a enterrar todita —prometió, acostándose sobre ella, para


arrepentirse al instante.

No podía tratar a Alice de esa forma. Ella era una chica muy inocente y
merecía ser tratada con delicadeza. Después, cuando le hubiese
enseñado los placeres que podían obtener juntos, podría hablarle de
esa forma, mientras tanto, lo que tenía que hacer era alejar sus miedos.

La volvió a besar, solo que con más suavidad, y la miró a los ojos con
todo el amor que le profesaba.

—Tranquila, mi amor. Seré lo más delicado posible.

Alice asintió y le sonrió tímidamente. Él quería amarla, y eso haría esa


noche.

Llevó su mano por en medio de los dos cuerpos y la encaminó hasta el


sexo de la chica, donde lo acunó y apretó un poco. Alice jadeó y se
removió, tratando de apartarse, por lo que él supo al instante que lo
mejor sería no estimularla con su boca.

—Quieta, mi princesa. No pasa nada. Soy yo, mírame.

Alice levantó la vista y lo observó. Él vio en ella una dulzura que podía
llegar a derretirlo. Alice era incluso más inocente que Bella antes de
conocer a Edward. El tener a un hermano como ese, la había
mantenido alejada de cualquier pretendiente. Heidi era fuerte e
independiente, pero Alice era la niña de la casa, la princesita que todos
cuidaban y protegían. Por esa razón los besos robados de su amigo gay
los veía tan inofensivos. Ella no percibía el mal en las personas, porque
hasta los hombres que la seguían a todas partes, lo miraban a él con
expresión amenazante. Ella vivía en una burbuja… Una que él estaba a
punto de hacer estallar.

—Te amo y nunca te haré daño. Te lo prometo.

Alice asintió y levantó la cabeza para besarlo. Jasper comenzó entonces


a mover sus dedos con cuidado, abriendo la intimidad de la chica y
explorando suavemente. Ella gemía contra sus labios, mientras él
sentía cómo su mano comenzaba a empaparse de la excitación de la
que en pocos minutos sería su mujer.

Las caderas de Alice comenzaron a moverse por sí solas, y su ritmo se


fue incrementando a medida que los dedos de Jasper se movían más y
más rápido. En un momento, en que él tomó el clítoris de ella y lo haló
entre dos dedos, ella se estremeció por completo y sus gemidos
incrementaron su volumen cuando el orgasmo azotó su cuerpo.

Jasper aprovechó ese momento para comenzar a introducir su


miembro en ella. Fue lento pero seguro, y para cuando llegó a la
barrera que él tanto deseaba destruir, Alice se aferraba a su espalda,
esperando el dolor que sabía que llegaría. No demoró más lo inevitable
y se hundió en ella, besándola para acallar su grito de dolor. Se quedó
inmóvil mientras ella se recuperaba, sin dejar de besarla con ternura.
Pasados unos segundos, fue ella quien comenzó a moverse, incitándolo
a acompañarla. Él no titubeó en seguirla.

Sus embestidas eran suaves, lentas, y a pesar de que a él le gustaba el


sexo duro, con ella deseaba disfrutar del momento. Quería hacerle
sentir placer, y él mismo lo estaba obteniendo al hacerle el amor
lentamente, bebiendo cada uno de sus gemidos, y sintiendo una
deliciosa sensación cada vez que ella levantaba las caderas para
recibirlo. Jasper cerraba los ojos, perdido en el placer que recorría su
cuerpo, y los volvía a abrir solo para ver ese mismo goce en el rostro de
la chica que le había robado el corazón, de una manera tan peculiar y
fastidiosa.
Los movimientos de los dos se hicieron más rápidos y enérgicos, y
cuando ya sus cuerpos no pudieron resistirlo más, estallaron entre
gemidos y gritos de placer absoluto. Los dos quedaron jadeantes,
abrazados fuertemente el uno al otro, disfrutando de los últimos
resquicios del orgasmo. Jasper se apartó con cuidado y se recortó a su
lado, haciéndola quedar de espalada a él, para abrazarla desde atrás y
mantenerla acurrucada en sus brazos. Nunca había hecho la
famosa cucharita con ninguna mujer, y por eso y muchas cosas más,
sintió como si esa también hubiese sido su primera vez.

—Te amo —dijeron los dos al tiempo, y luego de un beso, se quedaron


dormidos, totalmente desnudos.

El sol comenzaba a filtrase por entre las cortinas de la habitación de


Alice cuando la puerta se abrió.

—¿Pero qué mierda?

El grito, que más parecía un rugido, fue tan fuerte que los dos se
despertaron sobresaltados. Jasper por instinto trató de cubrir a Alice,
pero cuando vio a Edward Cullen lanzarse sobre él, la apartó y procuró
su bienestar. Ella estaba a salvo, el que corría peligro era él.

Alice se apresuró a tapar su desnudez con una sábana mientras gritaba


por ayuda y le pedía a Edward que se detuviera.

—Te voy a matar, maldito. ¡Te voy a matar! —gritaba Edward


mientras, montado sobre Jasper, le llenaba el rostro de golpes.

El rubio trataba de quitárselo de encima, sin tener éxito alguno. El


ataque lo había tomado por sorpresa, lo que limitó sus primeras
acciones; para cuando quiso reaccionar, ya el otro lo tenía acorralado.
Alice rodeó la cama y aferró el brazo de su hermano, haciendo que la
sábana que la cubría, cayera al suelo.

—Edward, por favor. Yo lo amo, Edward, ¡déjalo, déjalo!

En un momento en que Jasper logró reunir fuerzas y empujarlo,


Edward cayó fuera de la cama y él aprovechó para levantarse e irse
contra él, devolviéndole los golpes que acababa de recibir.

En ese momento los hombres de seguridad irrumpieron en la


habitación, y Alice, que se encontraba junto a su hermano y su novio,
tratando de separarlos, gritó al saberse desnuda y se apresuró a
taparse, pero al encontrarse los dos sobre la sábana, no tuvo otra
opción que acurrucarse en el suelo y tratar de cubrirse con sus brazos,
comenzando a llorar desconsoladamente.

El sonido de los sollozos de la chica, detuvo a los dos hombres al


instante. Jasper corrió hacia ella para cubrirla con su cuerpo y Edward
sacó a los otros hombres a empujones de la habitación, amenazándolos
con que si decían una sola palabra, no volverían a trabajar en su vida
en ningún lugar.

Edward regresó a la habitación y encontró a Alice en los brazos de


Jasper, cubierta por una sábana y llorando aún. Se acercó a ellos y en
un movimiento rápido y brusco, se la quitó de los brazos.

—No quiero que la vuelvas a tocar —gruñó Edward.

Se la llevó al baño y cerró la puerta con el pie. Se sentó en el sanitario y


la acomodó en sus piernas.

—Muñequita, ¿estás bien? ¿Te hizo daño?

Alice negó con la cabeza y se enjugó las lágrimas con el dorso de la


mano.

—Yo lo amo, Edward, así como tú amas a Bella.


Edward cerró los ojos y la abrazó contra su pecho. Su niña, su pequeña
princesita se había convertido en una mujer en los brazos del hombre
que tanto él detestaba. Sin embargo, no podía interferir en la felicidad
de la chica, y aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que Jasper era
un buen hombre.

—¿No podía ser otro? ¿Tenía que ser él?

Alice levantó la cabeza y lo miró.

—¿Por qué lo odias tanto?

—Porque siempre quiso, y sé que aún quiere alejar a Isabella de mí.

—Así como tú ahora quieres alejarme de él.

Edward la miró por unos segundos, y suspiró, resignado. Lo que ella


decía era cierto, aunque tampoco lo admitiría.

—Estás sangrando —comentó Alice y levantó la mano para tocarle la


comisura del labio. Fue ahí cuando él sintió el dolor y se quejó. Toda la
cara comenzó a dolerle en ese momento.

Alice se levantó de sus piernas y retiró la sábana para colocarse una


salida de baño. Tomó a Edward de la mano y lo hizo seguirla. Antes de
abrir la puerta se giró y lo miró.

—Prométeme que te comportarás y aceptarás que Jasper y yo nos


amamos.

Edward tensó la mandíbula, aunque la súplica que observó en los ojos


de su hermana lo desarmó.

—Solo lo amenazaré un poco, por si acaso.

Alice sonrió.
—Vamos, seguro que su cara está peor que la tuya.

—Eso me alegra.

Al salir, Jasper los esperaba vestido en la cama, al tiempo que Heidi


entraba a la habitación, usando aún su pijama y una salida de cama.
Corrió hacia Edward y empezó a revisarle el rostro con desesperación.

—Estoy bien, tranquila.

Heidi suspiró aliviada y lo abrazó.

—Greta me llamó desesperada. Solo atiné a colocarme la bata.

Edward le acarició la mejilla y le sonrió.

—Aun así estás hermosa.

Alice se acercó a Jasper y comenzó a tocarle con cuidado las heridas en


su rostro, mientras él emitía pequeños quejidos.

—Tenías razón, pequeña bruja.

—¿En qué?

—En que el día que Edward me rompiera la cara al descubrir que


estábamos juntos, yo te querría solo para mí.

Alice rio y miró a la mujer del servicio que entraba en la habitación con
un botiquín. Estiró los brazos para recibirlo al tiempo que se sentaba en
las piernas de su novio.

—Alice, te agradezco que te levantes de ahí ahora mismo. Una cosa es


que acepte la relación que tienes con este imbécil, y otra que tenga que
soportar cómo te manosea —exigió Edward con voz autoritaria.

—Alice es ahora mía. Así que si no quieres vernos juntos, te puedes


largar.
—¡No me puedes echar de la casa de mis padres!

—¡Y tú no me puedes impedir acariciar a mi mujer!

—Yo soy el que te va a acariciar a ti, malnacido.

Nuevos gritos se escucharon, al Edward romper la promesa que


momentos antes le había hecho a su hermana.
CAPÍTULO 50


Nuestra vida es una montaña rusa,
una en la que a veces tengo que gritar.
Tenemos conciencia de nuestro pasado,
mas nuestro futuro es totalmente incierto.
Siento que ella es un peligro,
solo espero no tener razón.

B ella miraba a su esposo ser consentido por Heidi y Katy, mientras


él miraba a Jasper ser consentido por Alice. Estoy rodeada de salvajes,
pensó y estiró el brazo para acariciar un momento el cabello del que
consideraba su hermano.

—¡Isabella! —gritó Edward—, si tanto quieres consentir a alguien, aquí


estoy yo para que lo hagas.

Bella lo miró y frunció el ceño. No tenía ningún derecho a exigirle


nada; y aunque Jasper reaccionó de la misma forma cuando creyó
descubrir que entre los dos había algo, no era excusa para partirle la
cara al chico por haberlo encontrado con Alice en la cama. Jasper era
un universitario, auxiliar de vicepresidencia de CullenWorld, mientras
que Edward era un hombre de negocios, presidente de dicha
compañía. Solo por ese motivo, tenía que dar el ejemplo y guardar la
compostura.

Retiró la mano, mas no se movió de su lugar.

—Edward, por favor —rogó Alice.


Jasper ya había recibido un discurso sobre cómo ser un buen novio y
evitar morir en el proceso, de parte de Carlisle, y otro, mucho más
corto, sobre los daños cerebrales que podía ocasionar un fuerte
bastonazo. Esme en cambio, le expresó lo feliz que estaba con la
relación, y que por encima de todos, los apoyaba en su totalidad.

—Yo creo que lo mejor es que nos vayamos ya —comentó Bella,


poniéndose en pie—. No quiero que cuando mi hijo crezca, crea que su
padre y su tío tienen algún tipo de deformidad facial.

—No pienso irme y dejarlo a él… —dijo, señalando a Jasper—, solo con
mi hermana en esta casa.

—Edward, ¡Ellos son novios! —exclamó Bella, agitando los brazos—.


¿Qué pretendes? ¿Enviarla a un convento?, ¿a un internado? ¡Por el
amor de Dios! Alice ya es una mujer. Es incluso mayor que yo. ¡Abre
los ojos de una vez! Tienes la cara vuelta mierda, Jasper también. ¿Es
que no te has visto en un espejo? ¿Qué procuras, Edward?, ¿quedarte a
cuidar la virginidad ya difunta de tu hermana?

Edward frunció el ceño y apretó la mandíbula. Se puso en pie y miró a


su hermana.

—Una llamada, Alice. Una sola llamada tuya y me tendrás aquí,


dejándote sin novio, en un abrir y cerrar de ojos.

—Eso…

—¡Jasper! —interrumpió Bella, mirándolo de forma amenazadora.

El chico frunció los labios y se recostó de nuevo en el sillón, apretando


más la cintura de su novia. Bella caminó hacia la puerta de la sala de
recibo, donde se encontraban, y asomó la cabeza.

—Lissa, toma el paquete de revistas y dile a Becca y a Dacre que nos


vamos. —Se giró y miró a los presentes en la sala—. Heidi, Alice, nos
vemos después. Jasper, compórtate, por favor. Katy, nos vamos. Y tú
—dijo señalando a Edward—, ven conmigo, ahora.

Edward refunfuñó, aunque la siguió. Cuando llegaron a donde los


autos de él y de ella se encontraban estacionados, Dacre la esperaba al
lado de Lissa y Becca.

—Ya es casi medio día. ¿Te irás a la oficina? —preguntó Bella.

—Ya se me quitaron las ganas de trabajar. Es sábado y quiero estar a tu


lado.

Bella reprimió una sonrisa para no darle a entender que ella también lo
deseaba. Estaba muy molesta con él y lo que menos le convenía era
darle alas.

—Muy bien. Katy, ve con ellos que yo me iré con Edward en su auto.

La mujer asintió y se acercó a Edward para darle un suave beso en la


frente.

—No le discutas a tu esposa que ella tiene toda la razón.

Edward asintió y se dirigió a su auto para abrirle la puerta a Bella.

En todo el camino de regreso a Gillemot Hall, Bella no pronunció


palabra alguna. Edward por momentos giraba la cabeza para mirarla,
esperando alguna buena señal que no apareció.

Al llegar a su destino, Bella saludó a los perros que dos chicos


mantenían sujetos para que no se abalanzaran sobre ella, se dirigió a su
habitación y al entrar, comenzó a desvestirse.

—Nena, yo…

—Recuéstate en la cama o en el sillón, y trata de no hablar. Tu rostro se


hinchará aún más y lo mejor es que guardes reposo.
Edward eligió el sillón.

—Ven —pidió, extendiendo la mano hacia ella.

Bella lo ignoró por unos segundos, mientras terminaba de quitarse la


ropa y quedó solo en las pantys. Cuando escuchó de nuevo la petición
de su marido, con más súplica que la vez anterior, no pudo evitar
complacerlo.

Se acercó a él y se sentó en sus piernas. Él la abrazó y la acurrucó


contra su pecho.

—Mira nada más —dijo Bella tocándole la cara con cuidado—. Ya se


están oscureciendo y abultando ciertas zonas.

—Me duele.

Bella suspiró.

—En una de esas tu rostro no se recupera y quedas deforme de por


vida.

—¿Entonces ya no me amarás? —preguntó Edward con lo que pareció,


un sentimiento de temor.

—Te amaré así parezcas un monstro. Lo que no quiero es que sufras


este tipo de dolor que ni vale la pena. Déjame pedirle a Nani algún
ungüento.

Bella llamó por el intercomunicador, se colocó una bata y salió al


vestíbulo a recibir a Lissa, que apareció con un tarro de barro con una
espesa crema verde dentro, que tenía un fuerte olor a hierbas.

—Es de caléndula y no sé qué otras plantas más —explicó a Edward,


sentándose de nuevo en sus piernas.
Untó el preparado en todo el rostro de su esposo, con movimientos
suaves.

—Quítate la bata. Verte desnuda me sosiega.

Bella arqueó una ceja, incrédula.

—Lo que menos mereces ahora es que te complazca —afirmó; aun así,
lo hizo y se acomodó de nuevo en sus piernas, dejando el tarro a un
lado—. Deberías tomarte un par de días. Para el lunes tu rostro estará
peor, aunque al menos ya estará más decente el miércoles.

—No. Tengo mucho trabajo y no puedo hacerlo desde aquí. Tengo


reuniones pendientes y evito hacerlas por internet. Prefiero verlos a la
cara y que me vean.

Bella recostó la cabeza en el hombro de Edward y comenzó a jugar con


su camisa.

—Jasper cuidará de ella. Es un buen hombre y si está con Alice es


porque la quiere. Te lo aseguro.

—Tú lo sabías, ¿no es así? —preguntó Edward, frunciendo el ceño.

—Tenía mis sospechas. Jasper me lo confirmó hace algunas semanas.

—Eso es lo que más me enfurece. Que todos lo sabían, menos yo —


gruñó Edward—. Tú eres mi esposa, debiste decírmelo.

—Edward, eso no era asunto mío. Sí, se trata de dos personas que me
importan, y aun así eso no me da el derecho a decidir por ellos sobre
cuándo lo dan a conocer y cuándo no.

—Pero se trata de mi hermana. ¡Maldición, Isabella!

Bella hizo el intento de levantarse al percatarse de la rabia en la voz de


Edward. Él al adivinar sus intenciones, la aferró con fuerza.
—Lo siento, nena. Es que esto me está matando.

—No debiste actuar así.

—Te recuerdo que Jasper actuó de la misma forma cuando se enteró de


lo nuestro en la oficina de vicepresidencia.

—Primero que todo, él tampoco debió actuar así, y segundo, en ese


momento nosotros no teníamos nada.

Edward le brindó una sonrisa ladeada y ya morada.

—Eso es lo que tú crees. Tú y yo estamos juntos desde el día en que nos


conocimos. Que tu terquedad y obstinación no te permitían aceptarlo,
es otro asunto.

Bella lo miró por unos segundos y suspiró. Él tenía razón, en parte:


había sido suya desde el día en que sus miradas se cruzaron, solo que
no como él lo percibía, sino de un modo mucho más profundo.

—Siempre has sido mía, Isabella —declaró, mirándola a los ojos con
intensidad—. Desde hace siglos lo eres. ¿Lo recuerdas?

En sus ojos Bella pudo notar quién le hablaba en realidad, por lo que le
sonrió, y estiró el cuello para darle un suave beso en los labios.

—Claro que lo recuerdo, mi amor —aseguró—. Y me hace muy feliz.

Edward atinó a sonreír solo por un segundo, porque al instante su


mirada se ensombreció.

—Te prometo, amada mía, que esta vez será diferente. Ella no podrá
separarnos.

Un estremecimiento recorrió en ese momento el cuerpo de Bella y no


pudo pronunciar palabra. Él recordaba también la existencia de esa
mujer, y por la forma como lo había dicho, era consciente de que ya no
se encontraban en la época pasada, y que en el presente de los dos, ella
seguía siendo un peligro. Al afirmar que "Ella no podrá separarnos"
confirmaba que esa mujer existía, y que trataba de hacerles daño, solo
que él no lo permitiría.

Si tan solo confiaras en mí y me dijeras quién es ella, los dos podríamos luchar
juntos en su contra, pensó Bella con desesperación.

—Déjame ayudarte —susurró.

—No. No te quiero cerca de ella —respondió Edward, rotundo.

En ese instante, él parpadeó varias veces, miró a la chica en sus brazos


y bostezó.

—Nena, me muero de hambre. Toda esta sorpresita me ha dejado


fatigado. ¿Qué quieres almorzar?

Bella bajó la cabeza y la apoyó de nuevo contra el pecho de su esposo,


al tiempo que suspiraba suavemente para tratar de reprimir las
lágrimas. Ni kopján ni Edward le dirían una sola palabra sobre ella.

—Lo que hayan preparado. No tengo mucha hambre.

Edward asintió y se levantó con ella en brazos, haciendo una mueca de


dolor por un golpe en las costillas, la colocó en la cama, y llamó por
intercomunicador para que les subieran el almuerzo.

En el transcurso de la semana siguiente, Bella se enteró que Carlisle le


repitió el mismo discurso a Jasper, en persona.

—Eres un buen muchacho, Jasper, lo sé. Tienes un futuro prometedor y harás


muy feliz a Alice, así como también sé que no hay mejor hombre para ella; sin
embargo, por si llegas a hacer acopio de tu parte humana y tener algún fallo,
por mínimo que sea, te recuerdo que yo, aquí en el Reino Unido, soy un
empresario prominente, mientras que tú un simple estudiante americano.
Nadie te buscará, y a mí nadie me acusará. ¿Entendido?

Bella había reído a carcajadas sin poder evitarlo, cuando Jasper le


repitió las mismas palabras de su, ahora, suegro en común.

—¡Ya te casaron y ni cuenta te diste!

—A mí no me causó ninguna gracia mientras me lo decía —refunfuñó


Jasper desde el otro lado de la línea—. Y yo la amo, es cierto, quiero pasar
mi vida a su lado, solo que ahora no puedo ofrecerle nada, Bella. Mi salario
solo me alcanza para mantenerme a mí y poder invitarla a salir a lugares
decentes, mas no para que vivamos juntos. Ella está acostumbrada a lujos que
yo ahora, como estudiante y auxiliar, no puedo brindarle.

—De todas formas no tienes que casarte ahora. No tienen por qué
apresurarse. Vivian el noviazgo, disfrútenlo, y cuando termines tu
carrera y tengas un empleo estable, podrás vivir con ella.

—Eso es demasiado tiempo. Solo llevo un par de noche sin estar con ella y ya
estoy desesperado.

Bella rio de nuevo.

—Solo te pido que tengas cuidado, otra golpiza no te haría bien.

Los días siguientes Heidi le comentó a Bella que Edward dio la orden a
todos los vigilantes, que cada vez que Jasper saliera del edificio, o que
Alice ingresara en él, le avisaran. También, que ordenó a los
guardaespaldas de ella para que le informaran si iban juntos a algún
lugar sospechoso, como un hotel, o el departamento del chico. Con lo
que no contó, fue con que Esme ya se había imaginado que su hijo y su
marido harían algo así, por lo que se les anticipó y les indicó que
aceptaran las ordenes de ellos, mas no que las acataran. Los dos
hombres podían ser amenazantes, pero Esme lo era todavía más.

Muchas veces, Edward llegaba con un genio de los mil demonios, pues
su hermana había ido a la compañía, y no precisamente a visitarlo a él.
Bella hacía todo lo posible por calmarlo, siempre lo conseguía, unas
veces solo con besos y caricias y otras con acciones más íntimas; a ella
le gustaba cualquier de las dos.

Un viernes, en el que todo parecía calmado, pues Jasper se hallaba tan


ocupado por la ausencia de Emmett, que ese fin de semana no tendría
tiempo ni para comer, Edward decidió que esa noche comenzaría a
explorar otra parte de la anatomía de su mujer.

De la fuerte disputa solo le quedaban unas pequeñas zonas amarillas,


pues la hinchazón había cedido rápidamente gracias al remedio de
Nani.

Solo con entrar en la habitación, y verla caminar desnuda, saliendo del


cuarto de baño, sintió deseos de abalanzarse sobre ella. La deseaba con
todas sus fuerzas. Cada movimiento que ella hacía era una incitación
involuntaria. Su vientre abultado lo enloquecía, y se juró que tendría
todos los hijos que Dios le enviara, con tal de tenerla el mayor tiempo
posible así, embarazada.

Se sentó en el sillón, y cuando la vio tomar el pijama para colocársela,


la detuvo.

—No tiene sentido que te vistas, si en unos minuto volverás a estar


desnuda.

Bella se giró y lo miró. Se veía imponente en el sillón de cuero, y


completamente vestido tal como había llegado de la oficina. Sintió
cómo su entrepierna se humedeció y soltó al instante la prenda.
Edward era hermoso, masculino, sexy, y era completamente suyo. Mío.
—Acércate.

La chica arqueó una ceja por el tono en el que él lo dijo. Fue una orden,
sin duda, pero dada de forma sensual.

—¿No crees que estoy demasiado gorda como para que quieras jugar
al amo conmigo? Tengo entendido que eso se hace con mujeres con
cuerpos esculturales.

—Isabella… —Su nombre fue pronunciado como un jadeo, y ella tuvo


que apretar las piernas—, tu cuerpo es perfecto para mí; me encantas
tal como eres. Y no estoy jugando a nada, solo te estoy pidiendo que te
acerques.

Bella sonrió coquetamente y avanzó hacia él a paso lento. Le gustaba


saber que a Edward la deseaba, incluso pareciendo un Liquid Paper. Se
situó frente a él, solo con su panty de dormir puesta, una tan vieja que
el elástico ya no casi no le servía. Era su favorita porque era cómoda.

—Date la vuelta.

Así lo hizo, y sintió la manos de Edward tomar la prenda y bajarla por


sus piernas. Él podía romperla fácilmente, y si no lo hacía, era porque
sabía que a ella le gustaba usarla. Además, de que el dinero, no podía
comprar algo así. Cuando estuvo totalmente desnuda, intentó girarse y
él se lo impidió.

—Me gusta tu trasero —comentó Edward, recostándose de nuevo


contra el espaldar—. Tus nalgas son perfectas, la manera en que se
mueven cuando te tomo desde atrás… es delicioso de ver. Pero estoy
seguro que más delicioso sería ver mi pene entrando y saliendo de él.

Bella jadeó y se giró para mirarlo.

—¡Quieta! —ordenó Edward y ella volvió a su posición original.


Esas palabras la tenían excitada y algo asustada. Temía que le llegara a
doler, aunque el solo pensar en que su esposo la tomara por ahí, la
hacía mojarse aún más. Quería que lo hiciera. Esa sería su forma de
entrega total al hombre que tanto amaba. En un momento de valentía y
sensualidad, llevó sus manos a sus nalgas y las abrió, agradeciendo
que él no estuviera viendo la expresión tímida en su rostro.

—Ya te lo he dicho antes: es tuyo, has lo que quieras con él.

El gruñido que Edward emitió la hizo vibrar de placer, al tiempo que


sus manos eran reemplazadas por las de él, y una húmeda y caliente
lengua, recorría su abertura.

Bella gritó por la sorpresa, la vergüenza y el placer que sintió. ¡Me


lamió ahí!, pensó y sintió su rostro calentarse, al igual que todo su
cuerpo. Edward continuaba con su disfrute y ella sentía que sus
piernas fallarían en cualquier momento. Él, previéndolo, se levantó, la
hizo girar para quedar de frente al sillón, y le indicó que se arrodillara
en él y abriera las piernas.

—Apóyate en el espaldar, nena.

Él se arrodilló en el suelo tras ella, y abriendo de nuevo las nalgas de la


chica, siguió estimulándola con la lengua. La endurecía al pasar por su
ano y presionaba, buscando penetrarla. Bella gemía y gemía,
embargada por el cúmulo de sensaciones que esa sensual invasión le
producía.

—Eres deliciosa, Isabella. Exquisita.

En ese momento Bella escuchó a Edward escupir sobre el sensible


lugar y presionar con el dedo. Ese acto la hizo vibrar de placer. Se
aferró con fuerza al espaldar y se mordió el labio cuando el leve dolor
de la intromisión comenzó. Edward lo hacía lento, para no hacerle
daño, y cuando lo introdujo por completo, comenzó a salir para volver
a entrar, lentamente.
Bella emitía pequeños quejidos combinados con gemidos, hasta que la
molestia dio paso al goce cuando Edward, sin sacar su dedo índice del
ano de la chica, introdujo el dedo medio en el sexo anhelante de ella.

—No te detengas, por favor —rogó Bella, jadeando. Edward no


pretendía hacerlo.

Con la otra mano ahuecó su sexo, y con el pulgar, comenzó a estimular


el hinchado clítoris, realizando círculos a su alrededor.

Los gemidos de Bella se incrementaban a cada movimiento, y cuando


su cuerpo ya no pudo resistir más la estimulación, el orgasmo llegó a
ella, arrasándola. Edward se retiró al instante, se desabrochó los
pantalones, y sin quitarse ni una sola prenda, liberó su miembro y
entró en la chica por su sexo, a sabiendas de que su trasero aún no
estaba preparado para recibirlo. Recostó entonces su cuerpo a la
espalda de Bella sin hacerle peso.

—La próxima vez será un vibrador, y lo dejaré dentro de tu culo


mientras te follo por tu delicioso coñito.

La promesa dicha de esa forma, hizo que Bella mordiera el cuero del
sillón, y cerrara los ojos con fuerza, extasiada. Solo Edward podía usar
palabras groseras y hacerlo sonar sensual. Sumado al hecho de que él
estaba totalmente vestido, listo para ir a la oficina o a cualquier otro
lugar, mientras que ella se encontraba desnuda. Por alguna razón que
desconocía, le encantaba la situación.

Las embestidas de Edward se hicieron rápidas, al tiempo que el sonido


de sus cuerpos chocando, se combinaba con sus gemidos y jadeos. El
placer inundó los dos cuerpos al mismo tiempo, y estallaron en un
orgasmo que los hizo gritar y estremecerse.

Luego de que sus respiraciones se normalizaran, Edward llevó a Bella


a la cama, la aseó con una toalla, se desvistió, y se acostó a su lado.

El martes de la siguiente semana, Carlisle, que junto con Joseph se


hacía cargo de algunos asuntos de la vicepresidencia en ausencia de
Emmett, recibió la orden de Esme, de darle a Jasper la tarde libre, en
compensación por todo el trabajo realizado los días anteriores. El chico
aprovechó la oportunidad para llamar a Alice e invitarla a almorzar.
Edward se enteró por boca de Jessica, quien estaba más amargada que
nunca, al saber que sus tres posibles conquistas ya estaban
comprometidas, y no dudó en seguirlos. No fueron a ningún
restaurante, sino que se dirigieron al departamento del rubio, y
pidieron comida a domicilio. Luego de tres horas todavía no habían
salido, ni daban muestras de pretender hacerlo. Edward llamó al
celular de su hermana, y se enfureció más al encontrarlo apagado, lo
mismo que el del novio de la chica.

Sabía lo que estaban haciendo, y el solo recordar la escena que


encontró en la habitación de su hermana, una semanas antes, le hizo
doler tanto la cabeza, que decidió ir a su casa, a recibir los cariños de
Bella. Ya se encargaría de hacérsela pagar a Jasper.

Tomó su auto y se dirigió a Gillemot Hall. Prefirió no avisarle a su


esposa, pues no quería pagar la rabia que sentía con ella. En el camino
se le pasaría un poco, y cuando llegara, la sermonearía un rato, y luego
se recostaría en sus piernas para recibir consuelo.

Bella se encontraba en la biblioteca, con Naomi y sus crías a un lado,


Lissa cerca de ella, y Hannah en el otro extremo. Tenía un libro en sus
manos sin leer, pues su mente se encontraba concentrada en el sueño
que había tenido la noche anterior. Era el mismo de la estatua, y tal
como la última vez ya no le temía, porque sabía que se trataba de
Edward; lo que sí la atemorizó de nuevo fue la continuación, tal como
la vez anterior. Repetía esa última parte una y otra vez en su cabeza,
tratando de encontrarle un sentido.

"(…)—Eres mía —le dijo con una voz firme y potente. Las palabras resonaron
en su alma y esta las reconoció como ciertas. Le pertenecía a ese ser ante ella y
se sentía dichosa por esa verdad—. Me perteneces, Isabella. —Ella levantó la
mano para acariciarle el rostro y reafirmar esas palabras, pero se horrorizó al
verlo desmoronarse ante sus ojos. Esa estatua, ese hombre que ella tanto
amaba, cayó al suelo convertido en cenizas y el viento se llevó sus restos. Un
grito desgarrador escapó de sus labios al ver a su amado completamente
destruido. Dio media vuelta para echar a correr lejos de esa horrible visión
percatándose hasta entonces que el cielo se había oscurecido. Remolinos de
nubes moradas y grises surcaban el aire y una brisa helada golpeaba contra
ella. Bajó la mirada y vio que las flores, antes radiantes, se hallaban ahora
marchitas y esparcidas por el suelo. Girando hacia su izquierda, corrió presa
de un terror nunca antes conocido. Frente a ella divisó un enorme castillo,
hermoso en su estructura pero descuidado y casi en ruinas en cuanto a sus
detalles. De pronto del techo de la torre más alta del castillo emergió la figura
de un ave plateada, gigantesca, que voló hacia ella con las alas extendidas.
Bella grito horrorizada y se agacho para cubrirse la cabeza—. ¡Huye! —
escuchó pedir al ave, pero solo pudo ponerse en pie y quedar paralizada, pues
las piernas no le respondían. Observó cómo todo se volvía negro y desaparecía
a su alrededor, incluido el ruinoso castillo, al tiempo que la risa estruendosa y
enloquecida de una mujer llenaba el espacio."

—Señora, el señor Edward acaba de cruzar la entrada a la propiedad.


Los hombres de vigilancia dicen que parece molesto —informó una
chica del servicio con tono asustado, entrando a la estancia.

—Sabrá Dios qué hicieron ahora Alice y Jasper. —Suspiró, dejó el libro
a un lado y se levantó, para dirigirse a la salida—. Lissa, ve a la
habitación y prepara la tina.

Lissa pasó la orden a la otra joven y acompañó a su señora.


—Yo puedo darle la mano al bajar las escaleras, Lissa —afirmó
Hannah.

—Prefiero hacerlo yo —refutó la chica y se apresuró a seguir por el


pasillo a su señora.

Al llegar a la escalera, Lissa le tendió la mano, Bella la tomó, y


comenzaron a bajar.

—Hannah, trae una pastilla para el dolor de cabeza para Edward, por
favor.

—No será necesaria la pastilla, Isabella.

Lissa soltó una exclamación y Bella se detuvo a mitad del gran tramo.
No le molestaba que la tutearan, lo que no le gustó fue el tono altivo
que la mujer usó.

—Porque Edward estará encantado de liberarse por fin de su gran


estorbo —completó.

Bella giró un poco para encararla. Una cosa era que ella entendiera que
la mujer tenía un triste pasado amoroso, y otra muy diferente aceptar
un tono grosero y metáforas sin sentido. Fue a hablar cuando escuchó
la voz de Edward, y volteó para verlo aparecer.

—¡Ese hermanito tuyo se está ganando un boleto al cementerio! —gritó


él al pasar por la parte baja de la escalera, y al darse cuenta de que ella
se encontraba ahí, se detuvo y la miró.

Lo primero que Bella observó en el rostro de su esposo fue la molestia


que tenía con Jasper; solo que esa emoción no duró mucho, porque él
levantó la mirada, y la posó un poco más arriba de la cabeza de ella,
dando paso a la sorpresa, la confusión, luego la furia y por último,
miedo. Bella nunca había visto tanto pánico en los ojos del hombre al
que amaba, era terror puro. Lo vio empezar a correr hacia ella, cuando
sintió dos manos posarse sobre su espalda y ser empujada con fuerza.

—¡Isabella! —gritó Edward con angustia, y ese sonido se mezcló con el


grito de Lissa.

La fuerte carcajada de una mujer, tal como en su sueño, fue lo último


que escuchó antes de que todo se volviera negro.
CAPÍTULO 51


Recuerdos… Sueños… Realidades…
Conversaciones… Experiencias… Amor…
Padre… Hijo… El mismo ser…
Temores… Agradecimientos…
Revelaciones…

—¡ S eñoraaa…!

—¡Isabellaaa…!

—¡Aquí estoy! No los veo.

—¡Señoraaa…!

—¿Lissa? ¿Dónde estás? ¿Por qué apagaron las luces? Edward se va a


molestar.

—¡Maldita! ¡La voy a matar!

—¿Heidi? ¡Heidi! ¿Qué pasa? ¿Dónde están todos?

—Isabella, no… Mi amor, no…

—Edward, ¿por qué lloras? Me están asustando. Edward, ¡háblame!

—Bella, mi princesita, no me dejes.

—Jasper, no te voy a dejar. Estoy bien. ¿Qué les pasa a…? ¿Qué es
esto? ¡El suelo se está hundiendo! ¡Jasper! ¡Edward! ¡Auxilio! ¡Dios
mío, me estoy hundiendo! Es el mismo sueño del mar… pero siento el
agua cubriéndome… Me falta el aire. ¡Edward, ayúdame! El mar me
está tragando. Es real y está muy oscuro. ¡Me estoy ahogando!
¡Edward!… ¿Qué es eso? ¿Qué es esa luz? ¿Edward, eres tú? ¿De
dónde viene esa luz tan intensa? ¿Quién anda ahí? Respóndame, es
una orden. ¿Quién…? ¿Papá? ¡Papá! ¡Papi! ¡Papi!

—Dame la mano, Bella.

—Sácame de aquí, papi. No me sueltes.

—Nunca, mi niña.

—Tenía tanto miedo. Creí que me ahogaría. Tenía tantas ganas de


abrazarte otra vez.

—Y yo a ti. Estoy orgulloso de ti, Bella. Te has convertido en toda una


mujer a tan corta edad.

—A veces quisiera seguir siendo tu pequeña niña.

—Siempre lo serás. No lo olvides nunca.

—Qué luz tan intensa ¿De dónde proviene?

—De la presencia de Dios… Tienes que regresar, hija.

—¡No! No quiero hacerlo. Quiero quedarme aquí contigo.

—Mi pequeña testaruda, tu hora no ha llegado todavía. Tienes que


volver con tu familia, con tu esposo. Me gusta, ¿sabes? Es un buen
hombre, aunque ha actuado muy mal por temor a perderte. Se ha
merecido los golpes de Jasper. Ese también es un buen muchacho.
Bella, Edward tiene un secreto que contarte.

—Siempre he sabido que algo me oculta.


—No te pongas triste, mi niña. Él te ama. Sé que hizo muy mal en
ocultarte la verdad, pero solo trataba de protegerte. Cometió un error
al no prevenirte del peligro y ahora está pagando las consecuencias.

—Yo lo amo, papá, aunque tengo miedo de ese secreto.

—Isabella, no debes dudar de tu marido. Él ha sido solo una víctima de


la maldad y la envidia que habita en una sola persona.

—Ella… Sarolta.

—Así es. Ahora debes irte y escucharlo. Está listo para decirte la
verdad.

—No quiero dejarte, papi.

—Debes hacerlo. Solo ten siempre presente que yo nunca te dejaré a ti.
Siempre estaré a tu lado.

—Papi, no te alejes. Regresa.

—Tengo que irme. Ya debo volver a mi recién otorgado cuerpo.

—¿Cuerpo? ¿Cuál cuerpo?

—Un cuerpo pequeñito y muy hermoso que me espera. Te veré pronto,


hija. Ahora ve. ¡Ah! Dile a tu madre que siempre la amaré, y que nada
me haría más feliz, que se casara con Phil. No quiero que me llore más.

—Papi, no te vayas… Papi… ¡Papi!

Papi… Papá… Papi…

Bella abrió los ojos y lo primero que atisbó fue un techo blanco.
Parpadeó varias veces y observó las luces empotradas. Supo que no
estaba en su casa, pues ningún techo era así en toda la mansión
Gillemot. Miró a su alrededor y se encontró con un gran sofá de cuero
en color negro, dos sillones del mismo color, y una silla plástica junto a
la cama; al otro lado, una base con una bolsa de suero colgando de ella,
y unas máquinas que tenían números y letras parpadeando.

Cerró los ojos unos segundos, tratando de recordar algo. La frase


petulante de Hannah; su rabia y decisión de sacarla a patadas de la
casa al no aguantar una falta de respeto, justificada o no; la voz furiosa
de Edward, y él apareciendo en su campo visión; todas las emociones
que pasaron por su rostro y al final… al final unas manos empujándola
por la espalda.

¡Mi bebé!, exclamó mentalmente cuando asumió que había rodado por
las escaleras, y por ese motivo se encontraba en un hospital.

Se apresuró a llevar sus manos a su abdomen y, aunque lo sintió


levemente hinchado, era obvio que ya no contenía a un bebé… Su
bebé.

—Mi bebé… ¿Dónde está mi bebé? —preguntó en un susurro mientras


se tocaba frenéticamente—. ¿Dónde está? ¡¿Mi bebé dónde está?! ¡Mi
bebé!

Edward se encontraba en el baño, acomodando su miembro dentro de


sus pantalones luego de haber evacuado, cuando escuchó los gritos de
su esposa. Sin pensarlo dos veces, y con la bragueta aún baja, salió del
baño de la habitación y corrió hacia la cama de la chica.

Oprimió el botón para llamar a la enfermera y trató de calmar a Bella.

—Isabella, tranquila, él está bien. Está bien.

—Mi bebé, Edward. ¿Dónde está? ¡Dime! —gritaba sin parecer


escucharlo.

En ese momento entraron dos enfermeras, los miraron y una ordenó a


la otra administrarle un medicamento.
—¡No! —exclamó Edward con firmeza—. Solo traigan al bebé.
Tráiganlo, necesita verlo. Vayan por él ¡Ahora!

Una de las mujeres salió corriendo de la habitación, mientras que la


otra permaneció observando a la distancia, sin atreverse a interferir en
la escena tan íntima que comenzaba a desarrollarse.

Edward se sentó en la cama y tomó a Bella para colocarla en su regazo,


no sin aplicar algo de fuerza. Cuando la tuvo aferrada entre sus brazos,
comenzó a mecerla y a repetirle una y otra vez que su bebé se
encontraba bien, y que en unos segundos lo vería.

—Tranquila, nena. Nuestro hijo está bien. Es perfecto, ya lo verás.


Charlie es hermoso, Isabella. Es…Es como tú.

—¿Cha…Charlie? —preguntó Bella sollozando. Sus nervios se estaban


calmando al saber bien a su hijo.

—Sí, mi amor. Es un varón. Es Charlie.

Bella se aferró a él y lloró en su pecho, solo que ya no de


desesperación, sino de alivio. El hijo del hombre que amaba, en esa
vida y en otras tantas, estaba bien, estaba vivo. Eso era lo más
importante para ella.

La puerta de la habitación se abrió, dando paso a los padres de


Edward, seguidos rápidamente por Jasper. Edward al verlos les hizo
señas de que se fueran, pues sabía que Bella no querría que la vieran en
ese estado. Esme y Carlisle asintieron y se devolvieron, impidiendo la
entrada a los que iban detrás. Solo Jasper se quedó y se aproximó a la
cama por el otro lado.

—Jasper, por favor —gruñó Edward.


Bella al escucharlo, levantó la cabeza. Al ver a su amigo, se separó de
Edward y extendió los brazos hacia él. Jasper se apresuró a sentarse
junto a ella y la abrazó.

—Tranquila, mi niña. Aquí estoy.

Edward se puso en pie y se quedó mirando a la pareja, con el ceño


fruncido. Comenzó a subirse la bragueta cuando recordó la presencia
de la otra enfermera. Giró la cabeza para mirarla y la encontró con la
boca abierta y sus ojos clavados en sus manos aún en sus pantalones.
Eso lo molestó aún más. Que otra mujer lo mirara con deseo, lo
consideraba un insulto a su esposa; y más en su presencia. Él le
pertenecía a Bella, y cada vez que algo así sucedía, era como si
quisieran arrebatarle a su mujer algo de su propiedad, como si
desearan robarle.

—¡Fuera! —bramó hacia la joven.

La chica de unos veinticinco años de edad y cabello rubio, se sobresaltó


por el fuerte grito y salió corriendo de la habitación. La puerta se abrió
de nuevo a los pocos segundos. Edward se preparó para propinar una
sarta de insultos a quien osara importunarlos, cuando una pequeña
caja de plástico sobre un carrito metálico, entró empujada por la otra
enfermera. Edward se acercó a ella rápidamente.

—¿Puede cargarlo?

—Solo un par de minutos. La señora no debe cargar peso, por lo que


usted debe ayudarla a sostenerlo. En cuanto al bebé, él es fuerte y se
encuentra bien, sin embargo, es mejor que pase más tiempo en la
incubadora.

Edward asintió, tomó al bebé en brazos y se acercó a la cama. Bella lo


miró y se desprendió del abrazo de Jasper para estirar los brazos.

—Dámelo —exigió con nuevas lágrimas corriendo por sus mejillas.


Edward se sentó en la cama y pasó un brazo por los hombros de Bella,
y el otro lo mantuvo debajo del bebé, para ayudarla a sostener el peso.
Bella lo rodeó con sus brazos y lo recibió con todo el amor que su alma
podía experimentar.

—Aquí lo tienes, mi amor. Nuestro hijo.

Bella había escuchado una vez que los bebés de pocos días solo podían
ver a la distancia del pecho al rostro de la madre.

—Charlie —susurró al tiempo que lo acercaba a su cara.

El bebé enfocó sus ojos en ella como si hubiese entendido que lo


llamaba, y fue ahí cuando lo supo. No fue un sueño, pensó, llorando
nuevamente. A ese cuerpecito era al que se refería su padre. Ese
pequeño niño, su hijo, su bebé, llevaba el alma reencarnada de su
padre.

—Te amo —sollozó con una gran sonrisa en el rostro, y lo besó en la


frente.

Dos palabras que iban dirigidas tanto al alma de su padre, como al


cuerpo de su hijo.

Jasper al ver la escena prefirió retirarse de la habitación. Aunque


detestaba a Edward, debía aceptar que era él quien tenía más derecho a
estar junto a la chica en ese momento.

—Es perfecto —dijo Bella, mirando a su esposo a los ojos.

—Es nuestro hijo.

Bella rio por el poco disimulado ego de Edward, y volvió a besar a


Charlie, que pasaba la vista de su madre a su padre, curioso.

—Señora, disculpe —intervino la enfermera con voz suave—. Debemos


revisarla y el bebé debe regresar a la incubadora.
—No, por favor. Quiero tenerlo un rato más —rogó Bella, aferrándolo
a su pecho.

—Le prometo que se lo traeré de nuevo más tarde, mañana


intentaremos que usted misma lo alimente.

Bella asintió, apesadumbrada. Le dio un último beso a su hijo y se lo


entregó a Edward.

—Duele no poder darte lo que más deseas —susurró Edward con los
ojos brillantes por las lágrimas, sosteniendo todavía a Charlie.

Bella lo miró a los ojos y estiró la mano para acariciarle la mejilla,


bridándole una sonrisa dulce.

—Tú me lo has dado todo. Prueba de eso está en tus brazos.

Edward bajó la vista para observar a Charlie. Lo besó en la nariz y se


acercó a Bella para besarla en los labios. Se giró y le entregó el bebé a la
enfermera.

—La partera entrará ahora a revisarla. Luego podrá ver a su familia.

Bella le agradeció sin perder de vista a su hijo, hasta que lo sacaron de


la habitación.

Luego de unos minutos, mientras su partera la revisaba, Bella comenzó


a sentir los dolores que había ignorado desde que se despertó, debido a
la tormenta de emociones. La herida de la cesárea, que acababa de
descubrir, le ardía horriblemente, más por los movimientos bruscos
que realizó. La cabeza también comenzó a dolerle, y fue ahí que se
percató que tenía una venda que le cubría una herida al lado derecho
de la frente. Encontró unos cuantos moretones en sus brazos, y rodilla
derecha, además de que la aguja del catete se había doblado un poco
entro de su piel, por lo que al sacarla, sangró un poco. Mientras,
Edward parecía un león enjaulado, sufriendo a ver de nuevo las
heridas de la mujer que amaba.

La partera le comentó que habían pasado dos días desde el incidente, y


que tuvieron que hacerle cesárea de emergencia al temer por la vida
del bebé.

—¿Cómo está Lissa? —preguntó Bella al acordarse de la chica.

—Tiene el brazo izquierdo fracturado, y algunos moretones. Te abrazó


para impedir que cayeras, solo que no pudo aguantar tu peso y… —
Edward cerró los ojos y sacudió la cabeza, con expresión mortificada—
. Aparte del yeso, está bien. No se ha querido despegar de la ventanilla
de la zona neonatal.

—Fue esa joven la que le salvó la vida a su hijo —intervino la partera—


. De no haber estado su brazo de por medio, el golpe lo habría recibido
el feto.

Bella se estremeció de solo pensarlo, y aun así, sonrió por Lissa. Esa
chica siempre le agradó; estaba enamorada de Edward, mas no de un
modo egoísta, y lo comprobaba el hecho de que le salvó la vida, a ella y
a Charlie.

Edward le explicó que Becca llegaría en cualquier momento, pues


había salido a comer algo a la cafetería. También le comentó que para
poder tenerla de nuevo en la casa a tiempo completo, él mismo decidió
pagarle a la hermana de esta, tres meses de salario para que pidiera
una licencia en el trabajo, y así, poder ocuparse de su madre; de esa
forma, Becca quedaba libre de la responsabilidad. El tiempo se
alargaría si él lo consideraba necesario.

—Es increíble que le estés pagando un sueldo, a una mujer que ni


siquiera conoces, para que cuide a su propia madre los meses que no
trabaje.
—Por ti soy capaz de mantenerla de por vida si es necesario.

Becca llegó a los pocos minutos y le realizó la curación del día.

—Y yo que quería tenerlo de parto natural. Ahora tendrá esa horrible


cicatriz.

—Eso no importa, nena. Después de todo, solo tú y yo la veremos. Y te


prometo que la besaré todos los días.

—Pero cuando ya esté totalmente curada —intervino Becca con tono de


regaño—. La saliva tiene muchas bacterias y no quiero que se le infecte
la herida.

Edward la miró con el ceño fruncido y continuó mimando a su mujer.


Solo a ella le permitía ese tipo de trato.

Luego de todo el proceso, la partera se retiró y Lissa entró con Katy


para ayudar a Bella a arreglarse, aunque la joven no pudo ayudar
mucho debido a su incapacidad. Bella lloró mientras le agradecía,
haciéndola llorar también.

—Ni siquiera lo pensé, señora, solo lo hice. No tiene nada que


agradecerme —aseguró Lissa con una sonrisa en el rostro.

Cuando la familia por fin pudo entrar, todos demostraron su


preocupación y afecto por Bella. Renée y Phil habían llegado en las
horas de la madrugada, y Ángela la noche anterior.

Su amiga se sentó junto a ella en la cama, luego de apartar


bruscamente a Edward, y lloró como una magdalena; Bella tuvo que
consolarla para que no terminara ahogándose en su propio llanto.
Renée se encontraba del otro lado y no hacía otra cosa que acariciar el
brazo de su hija, como queriendo corroborar que su presencia.

Emmett había llamado al enterarse por las noticias del "accidente" y


avisó que llegarían en las horas de la noche de ese día.
—¿Qué dicen las noticias? —preguntó Bella con cautela.

—La verdad, que tropezaste y caíste por las escaleras —explicó Alice—
. Fue una bendición que Lissa estuviera a tu lado.

Bella asintió y apartó la mirada.

—El tío Aro quería venir, Bella —explicó Esme—. Está resfriado y por
eso no se lo permitimos. Vendrá apenas se recupere.

Sara y Jacob llegaron luego de un rato. Todos estaban ahí, su familia y


amigos, todos menos Heidi. Bella lo notó al instante, y con temor,
preguntó por ella.

—Dice que tiene cosas que hacer —respondió Esme, desconcertada—.


Ha estado actuando muy extraña desde el accidente. Llama
constantemente y ayer vino a verte. No sé qué puede ser más
importante que estar aquí con su familia.

Bella asintió y rogó porque no cometiera alguna estupidez. Ya se


imaginaba lo que podía estar haciendo y temía por su seguridad.

Lo que quedó del día fue muy ajetreado. Todos entraban y salían de la
habitación para estar con ella. La enfermera regresó con el bebé y Bella
pudo tenerlo por media hora. Rosalie y Emmett llegaron cuando el sol
ya se había ocultado, y aunque nadie lo regañó verbalmente por la
fuga, Esme le propinó una fuerte palmada en el brazo, Carlisle lo miró
con el ceño fruncido, sacudiendo la cabeza, y solo Joseph le alborotó el
corto cabello con la mano, y le sonrió como bienvenida.

Rosalie también necesitó consuelo de Bella, mientras que Emmett


intentó abrazarla y Edward se lo impidió.

—¡No seas salvaje! La puedes lastimar.

—Está bien, está bien —declaró Emmett, levantando lo brazos a


manera de rendición—. Y ahora, ¿dónde está mi hijo?
—¡Edward, no! —gritó Bella con autoridad, antes de que Edward
reaccionara a las palabras de su primo—. No quiero peleas aquí. Él
niño es tuyo, punto.

—Exacto, mío —concordó Edward mirando a Emmett de forma


desafiante—. Si quieres uno ahí tienes a tu mujer. Búscalo con ella.

—¿Y qué crees que he estado haciendo todo este tiempo?

—¡Emmett! —exclamó Rosalie, completamente sonrojada… Y no solo


por el llanto.

Los últimos en irse fueron Renée, Phil y Ángela. Se estaban alojando en


el departamento de Edward, por lo que prometieron llegar lo más
temprano posible.

Katy le colocó un pijama a Bella, mientras Edward se cambiaba en el


baño. Cuando estuvieron solos, Edward se sentó en una silla plástica
junto a la cama, y se quedó en silencio. El momento había llegado.

—Edward —dijo Bella, mirándolo con determinación—. ¿Me puedes


explicar por qué mi enfermera, que asumo no se llama Hannah, me
empujó por las escaleras?

Edward se pasó una mano por el cabello y tiró de él, con frustración.
Suspiró y, sin mirarla, habló:

—Su verdadero nombre es Irina Denali, y hace varios años asesinó a su


hermana Tanya, porque yo me estaba enamorando de ella.
CAPÍTULO 52


Me cuentas una historia en la que eres solo víctima,
y aun así te crees con culpa.
¿Qué voy a hacer contigo, mi amor?
¿Qué tendré que hacer para salvarte de ti mismo?

E l silencio reinaba en la habitación al tiempo que Bella sentía que su


corazón se detenía para escuchar a su esposo hablar:

—La conocí cuando estaba en la universidad, en una fiesta de la


facultad. Yo era de esos muchachos que no faltaba a una rumba y me…
—Miró de reojo a Bella y volvió la vista al suelo—. Estaba con muchas
mujeres. Esa noche estuvimos juntos… Y algunas veces más. Era una
rubia muy hermosa y… muy complaciente, no obstante, tenía un
problema con ella y era que no entendía que no teníamos una relación.
Me llamaba constantemente, me celaba cuando me veía con alguien
más, hasta me discutió una vez delante de mis amigos porque me vio
con Heidi saliendo de una sala de cine; ella no sabía que era mi prima.
Varias veces pensé en alejarme de ella, solo que… tenía… tenía sus
formas de hacerme volver.

»Sabía que vivía con su hermana en una casa rentada cerca de la


universidad, solo que no me topé con ella hasta una mañana en la que
me quedé a dormir ahí, y me levanté más tarde de lo que
acostumbraba. Bajé a la cocina mientras Irina aún dormía, y como no
recordaba la existencia de su hermana, lo hice en ropa interior. Tanya
estaba preparándose el desayuno, se giró por el sonido de mis pasos y
cuando me vio, gritó, soltó el tazón que tenía en las manos y se tapó los
ojos. Me apresuré a ayudarla cuando escuché un gemido de dolor. El
tazón se había roto y algunos vidrios cortaron sus pies. Ella trató de
apartarse, me pedía que me alejara, que ella lo arreglaría; pensé que era
muy tímida y me tenía miedo, ciertamente lo era, solo que el miedo no
era hacia mí sino hacia su hermana. Irina entró a la cocina, y cuando
me vio tratando de auxiliar a su hermana, se enfureció. Comenzó a
gritarle, a llamarla zorra y otras ofensas que no repetiré en tu
presencia. Tanya empezó a llorar, y al salir corriendo de la cocina dejó
pisadas de sangre que su hermana le ordenó que debía limpiar. Yo
vengo de una familia en la que todos nos queremos y protegemos. Una
cosa es que Emmett y yo vivamos discutiendo y otra muy diferente es
que no me preocupe por él o no me importe si algo le llegara a suceder.
Lo quiero, pero estaba claro que Irina no quería a Tanya. Me molesté
tanto que subí para terminar de cambiarme con esa mujer detrás de mí,
reclamándome por mi atención hacia su hermana. Le grité que yo no
tenía por qué darle explicaciones a ella, que no quería volver a verla, y
me fui luego de que me la quitara de encima cuando se abalanzó sobre
mí a golpearme.

»Esa noche, después de apagar mi celular para no seguir recibiendo


sus llamadas, me quedé dormido pensando en Tanya. Su cabello era de
un color rubio… ¿rosáceo?… Era rosado en todo caso, creo. Era
hermosa en un sentido delicado. Mientras que su hermana provocaba
lujuria, ella provocaba un deseo de protección. El lunes siguiente
pregunté entre los conocidos de Irina si sabían algo de Tanya. Me
sentía culpable por haber provocado ese altercado y más por dejarla
sangrando. Muchos ni siquiera sabían que Irina tenía una hermana,
pues nunca hablaba de ella. Solo una chica me comentó que sí la
conocía y que la podía encontrar en la biblioteca. A esas alturas Irina
no había dejado de llamarme. Llegué a la biblioteca y ahí la encontré,
vestida con un traje de verano y su cabello medio recogido, que le caía
sobre los hombros, se veía… Lo siento, eso no importa. Me acerqué a
ella y la saludé. Cuando levantó la cabeza se sorprendió y miró
rápidamente a todos lados. Me preguntó qué hacía ahí y le dije que
quería saber cómo se seguía de las heridas, además de pedirle
disculpas por haber provocado la discusión. Me aseguró que estaba
bien, que no había sido nada, y que no tenía la culpa de lo sucedido.
Me senté a su lado para conversar y eso provocó que quisiera huir.
Cuando empezó a caminar me di cuenta que cojeaba y fue ahí cuando
la obligué a ir a enfermería… Tengo mis formas de obligar a las
personas a hacer lo que yo quiero. —Edward miró a Bella por un par
de segundos—. Tú sabes muy bien a qué me refiero. La revisaron y
tenía las heridas de la planta del pie en estado muy delicado. La
incapacitaron por una semana, y aunque en un principio se negó a
dejar de asistir a clases, la convencí de que yo mismo recogería con sus
compañeros los apuntes y se los llevaría a su casa.

»Isabella, mi amor, no te voy a irrespetar contándote cómo cortejé a esa


chica, solo te diré que en los dos meses siguientes, nuestra relación
creció, al igual que el odio de Irina hacia nosotros dos, o mejor dicho,
hacia ella. En realidad lo que tuve con Tanya no pasó de un par de
besos robados por mi parte; ella era muy tímida y además temía por la
reacción de su hermana, que no hacía otra cosa que buscarme y
provocarme.

»Heidi estudiaba en un colegio para señoritas cerca de la universidad a


donde yo asistía, porque los dos insistimos en quedar lo más cerca
posible cuando me fui a estudiar, por lo que se mantenía al tanto de
todo lo sucedido. Le presenté a Tanya, y se hicieron amigas al instante,
a pesar del temperamento tan diferente que tenían. Heidi odiaba a
Irina, y el par de veces que se encontró con ella, la enfrentó, incluso la
amenazó. No sirvió de nada. No volví a estar con esa mujer, incluso un
día le grité que me estaba enamorando de su hermana, la cual sí era
una mujer para valorar, no como ella… Ese fue mi error, esa explosión
de ira fue lo que disparó el gatillo la noche siguiente.

»Esa tarde Irina me llamó. Yo le había regalado a Tanya un peluche: un


león, al cual ella llamó "Eddy" porque según afirmó, su cabello y el mío
eran iguales. Irina había encontrado el peluche y me dijo que así como
había destrozado al muñeco, así destrozaría el obstáculo que se
interponía entre los dos. Mis alarmas se encendieron, pues su voz era
calmada a diferencia de las ocasiones anteriores, por lo que llamé a
Tanya para saber dónde se encontraba; me dijo que estaba entrando a
su casa. —Edward emitió un gemido al tiempo que se halaba con
fuerza el cabello. Fue en ese momento que Bella se percató de que
estaba llorando, y ella también—. Solo escuché gritos y la llamada se
cortó. Llegué en el menor tiempo posible, abrí la puerta de la calle que
se encontraba sin seguro y escuché un llanto en la cocina. Al entrar,
Irina le apuntaba a Tanya con un arma. Me miró y dijo "Ahora nada se
interpondrá entre tú y yo, mi amor", y disparó. —El silencio se hizo de
nuevo en la habitación fría y blanca del hospital. Edward emitió un par
de sollozos antes de continuar—: Me abalancé sobre ella para tratar de
quitarle el arma. Forcejeamos no sé por cuanto tiempo, hasta que un
disparo se escuchó muy fuerte. Me quedé paralizado. Mentalmente
analicé las sensaciones de mi cuerpo en busca de algún dolor, y fue ahí
cuando el cuerpo de Irina cayó al suelo. Creí que la había matado.
Llamé a emergencias sin importarme lo que me sucediera, y también
llamé a Heidi. Tanya había muerto instantáneamente, al impactar el
proyectil en su corazón; Irina seguía con vida.

»Heidi, a pesar de ser tan joven, pudo sobornar a todas las personas
que se vieron involucradas: médicos, personal de emergencias… A los
padres de ellas les dijeron la verdad a medias, y al parecer era algo que
esperaban que sucediera pues al creer que Irina había huido, la
maldijeron y declararon que su "única" hija había muerto, y que la otra
no existía. Lo que en verdad sucedió con Irina fue que la bala se le
incrustó en la columna y la dejó cuadripléjica de por vida, o al menos
eso fue lo que me dijo el médico que contraté para que la atendiera,
además de la enfermera que la cuidaba… Al parecer Heidi no fue la
única que logró sobornarlos. Compré una casa en un pueblo al norte de
Inglaterra para que ella viviera ahí con un pequeño grupo de
empleados y una enfermera que se comunicaba conmigo cuando ella
tenía ganas de gritarme. La amenacé con que si se comunicaba con
alguien, o si lograba salir de la casa, la denunciaría a las autoridades, a
pesar de que sabía que no podía moverse. Era cierto que no podía
hacerlo. Según investigó Heidi el día de ayer, ella sí había estado
paralizada, solo que luego de unos seis años de terapias, tratamientos y
cirugías que se hizo a escondidas de mí, logró recobrar la movilidad de
su cuerpo, y no fue hasta hace un año que estuvo totalmente lista para
regresar a su vida normal. Me lo ocultó, al parecer esperando el
momento de regresar para que estuviera con ella, pues nunca dejó de
decir que yo le pertenecía, y que debíamos estar juntos. Tanto a ella
como a mí nos convenía que la verdad no se supiera, y por eso la
noticia nunca salió a la luz, por eso el secreto se mantuvo oculto por
tantos años. Y ese es el secreto que he estado guardando por casi diez
años, ese secreto es el que te he ocultado, y por el que ahora te
encuentras aquí… Por el que casi te pierdo, a ti y a nuestro hijo.

»Isabella, yo te amo. El día en que te conocí, me di cuenta que lo que


había sentido por Tanya solo fue una atracción, una fascinación por
una chica hermosa y dulce que me inspiraba buenos sentimientos,
nada más. Lo que siento por ti, no lo he sentido por nadie, nunca, ni
siquiera por ella… Pero sé que soy culpable de su muerte, sé que en
cierto modo yo disparé esa arma al no advertir la amenaza que era su
hermana, por haber estado con su hermana por mi maldito deseo de
acostarme con todas las mujeres que se me atravesaran. Por eso visito
su tumba todos los años cuando se cumple el aniversario de su muerte,
porque yo soy tan culpable de ello como Irina.

El llanto de Edward se desbordó y comenzó a sollozar como un niño


pequeño.

—No. No lo eres —declaró Bella, llorando también—. No eres un


asesino, no eres culpable de su muerte. Tú solo fuiste una víctima
como lo fue ella, una víctima de una mujer trastornada y loca.

—Tú no entiendes, Isabella —sollozó Edward con las lágrimas todavía


corriendo por sus mejillas—. Yo debí protegerla. El día que la conocí,
debí percatarme del peligro que significaba su hermana para ella, y
sacarla de esa casa, alejarla de su lado. —Se levantó de la silla y
caminó, alejándose de la cama—. Tanto poder, tanto dinero y no me
sirven de nada… ¡Yo no sirvo para nada! No pude proteger a Tanya, y
ni siquiera pude protegerte a ti de mí mismo en nuestra noche de
bodas. —Se giró y la miró a los ojos con una expresión de intensa
agonía y tormento—. Yo abusé de ti, Isabella. Te violé, sin importarme
que eras virgen y no me excusa el hecho de que no era consciente de lo
que hacía. Y ahora casi los pierdo a ustedes dos por mi negligencia.

—Edward, no, por favor —rogó Bella, temiendo que se alejara.

—Esa no fue la mujer que se presentó en mi oficina a hacer la


entrevista —continuó él, ignorándola—. Heidi averiguó y la verdadera
enfermera fue la que asistió a la entrevista conmigo, así como el día en
que la cité para hablar de tu seguridad en el embarazo. Confesó que
Irina le pagó para ayudarla en su plan. Aun así yo debí exigir verla en
la casa, debí estar más al pendiente, debí darme cuenta que la mujer
que iba todos los días a nuestra casa, a cuidarte a ti, era justamente de
quien deseaba protegerte. —Se giró y la miró a los ojos de una forma
intensa, extraña—. Te hemos fallado tantas veces, Isabella, que nos
preguntamos cómo es posible que aún nos ames.

Edward caminó hacia la puerta y salió de la habitación.

Bella se quedó en silencio. Quería gritar, quería enloquecer, solo que


por alguna circunstancia, nada salía de ella. Sabía que esas últimas
palabras habían sido pronunciadas por sus dos grandes amores.
Edward nunca había hablado en plural al referirse a sí mismo, y por la
intensa mirada que le brindó, no le quedó duda alguna de que Kopján
también se sentía culpable. Ya él la había perdido hacía tanto tiempo.
Quizás su espíritu sentía remordimientos por su muerte a manos de
Sarolta, y luego llega Edward para sentirse igual porque casi muere
por culpa de Irina.
«¿Cuándo nos dejarás en paz, Sarolta?», pensó con la imagen de Irina
en su mente. Ya tenía un nombre que ponerle en el presente, y sobre
todo, un rostro. Pensó en su bebé y en que estuvo a punto de perderlo;
y también en Edward, en su sufrimiento, en su sentimiento de culpa,
tanto por la muerte de Tanya, como por su "accidente", y las lágrimas
comenzaron a caer de nuevo de sus ojos. Tanya, esa pobre chica había
sido una víctima. Curiosamente no sentía celos de ella, a pesar de que
fue la primera y única mujer, aparte de ella misma, en la que Edward
pensó con el corazón. Le habría gustado conocerla, aunque
seguramente si ella no hubiese muerto a manos de su hermana, en esos
momentos sería quien estuviera al lado de Edward, casada con él, y
siendo la madre de sus hijos. En definitiva algo tenía que suceder para
que al llegar a Londres, encontrara a Edward soltero, solo. Bella habría
preferido encontrarlo divorciado, o en cualquier otra situación que no
implicara la muerte de una inocente y dulce chica. Lloró también por
ella, por Tanya Denali. Donde sea que estuviera, le pedía perdón… No
sabía por qué, simplemente sentía la necesidad de hacerlo.

En ese momento, Lissa entró a la habitación, y se acercó a la cama con


timidez.

—Señora, ¿se encuentra bien?

Bella negó con la cabeza y comenzó a sollozar. Lissa se acercó a la


cama, y le tendió la mano sana para que se la apretara y así,
reconfortarla un poco.

—No llore, señora. Quien quiera que sea esa mujer no logró su
cometido, y ahora menos conseguirá el corazón del señor Edward.

—¿Qué sabes? —preguntó Bella en medio del llanto.

—Nada. Bueno, lo que supongo es que fue una mujer en el pasado del
señor, por las palabras que dijo, y que él la odia. Yo no me desmayé al
caer, por eso pude ver su reacción. La tomó en brazos y comenzó a
gritar como un loco. Creí que se ahogaría en su propio llanto mientras
nos dirigíamos acá al hospital, con Dacre manejando como si llevara el
diablo atrás. Creo que fue Dacre quien llamo a la señorita Heidi,
porque cuando llegamos, ella ya se encontraba aquí. Ella lloraba, pero
se mantuvo calmada y fue quien le pudo explicar a los médicos que
usted había caído por las escaleras, porque el señor estaba fuera de sí.
Tenía la camisa y las manos manchadas de sangre, por la herida que
usted tenía en la cabeza. Sus gritos se escuchaban por todo el lugar y
tuvieron que agarrarlo entre varios hombres para aplicarle una
inyección para dormirlo. Cuando me separaron de usted para revisar
mi brazo y enyesármelo, comenzaba a hacer efecto lo que le inyectaron
y fue ahí cuando pude entender que desvariaba, porque decía su
nombre junto con otro algo raro.

—Erczebeth —dijo Bella en un suspiro.

—Así es, señora, eso era lo que decía —aseguró Lissa, sin preguntar
qué significaba—. Esa mujer, Hannah, o como se llame, escapó. Nadie
se preocupó por atraparla porque todos estaban pendientes de usted,
además de que no saben que fue ella quien la empujó. Todos creen que
usted sufrió un mareo y yo no pude detener la caída. También que la
enfermera temió la reacción del señor y huyó.

Bella miró a Lissa a los ojos, y le sonrió. Esa chica era una gran
persona, alguien en quien podía confiar, además de que le había
tomado mucho cariño.

—Esa mujer se llama Irina, y tienes razón al pensar en que fue una
mujer que Edward tuvo en el pasado, solo que nunca dejó de creer que
él la amaba y que le pertenecía. Ahora él se siente culpable. Me dijo
que era un hombre inservible que no podía cuidarme y que me había
fallado. Tengo tanto miedo de perderlo. De que decida alejarse de mí
por creerse el causante de todo esto cuando no es así. Él no tiene la
culpa de que esa mujer esté obsesionada con él hasta el punto de
asesinar. Tengo miedo, Lissa —sollozó Bella, volviendo al llanto.
—Él la ama. No dude eso. Y por lo poco que sé sobre hombres, puedo
decirle que los que son como el señor, no pueden vivir apartados de las
mujeres que aman. Y más ahora que tienen un hermoso bebé.

Bella sonrió al pensar en su hijo.

—¿Cómo está Naomi?

—He llamado y me dicen que está algo inquieta por su ausencia. Los
gatitos están bien, Rom se apareció y ella lo echó. Sam y Leo aúllan
constantemente y pasan la noche merodeando la casa. Es como si
sintieran que algo malo sucedió. Es mejor que duerma —pidió Lissa—.
Seguramente cuando despierte, el señor estará a su lado. Dele tiempo.
Él es hombre y piensa que debe protegerla, por eso se siente mal,
porque cree que le falló. Déjelo pensar.

—Gracias, Lissa, por estar aquí, por tus cuidados, tus palabras y tu
apoyo. Gracias por todo.

—Con el mayor de los gustos, señora.

Lissa ayudó a Bella acomodarse, y salió de la habitación. Había visto a


Edward dirigirse a la cafetería, por lo que siguió el camino, y al llegar,
se quedó en la entrada. Eran casi las once de la noche, por lo que en la
estancia solo había una pareja joven en un extremo, cuya mujer era
consolada por el hombre; al otro lado, un hombre de mediana edad
hablaba por celular, y en otra esquina, casi oculto por las sombras, se
encontraba Edward. Se lo quedó mirando por un momento, en parte
recreándose con su belleza, como hacía cada vez que tenía la
oportunidad de observarlo a escondidas, y en otra, armándose de valor
para acercarse a hablarle.

Caminó lentamente, pensando cada paso que daba. Al llegar, si bien


Edward no levantó la cabeza, Lissa pudo observar las gotas en la mesa.
—Se…Señor, ¿puedo sentar…sentarme? —tartamudeó. Rogando que
no se pusiera en pie, porque se pondría a llorar ahí mismo.

—Lo siento, Lissa. Quiero estar solo.

Lissa asintió y retrocedió, dispuesta a irse. Caminó unos pasos, se


detuvo, apretó la mandíbula y se giró. Se sentó en la silla frente a él y
con la sensación de que su cabeza se estaba incendiando, colocó las
manos en la mesa, como si deseara aferrarse a ella con todas sus
fuerzas.

—Lissa… —comenzó Edward, negando con la cabeza.

—Si yo tengo el valor de estar aquí sentada ante usted, a pesar de que
su sola presencia me aterra, usted debería tener ese mismo valor para
superar lo que sea que lo atormenta, y estar al lado de su esposa que
tanto lo necesita en estos momentos, y así no permitir que esa mala
mujer consiga separarlos como quiere. —Edward levantó la cabeza y la
miró, asombrado. Lissa tomó aire, luego lo botó lentamente y se llevó
la mano al pecho—. ¡Casi me ahogo!

Edward parpadeó varias veces y comenzó a reír; primero suavemente,


y luego, emitiendo carcajadas. Se levantó, se acercó a Lissa y le tomó la
cara entre las manos antes de que ella lograra escapar; se agachó y le
estampó con fuerza un beso en los labios.

—Gracias, Lissa. Siempre supe que nos harías mucho bien.

La joven parpadeó un par de veces y se desvaneció en la silla.

—¡Mierda! —exclamó Edward, evitando que callera al suelo.

La levantó en brazos y la llevó a la zona de enfermeras. Les explicó que


la chica se había desmayado, aunque omitió el motivo, y llevó hasta la
pequeña habitación que tenía destinada junto con Becca, como
acompañantes de la paciente. Becca le preguntó qué había sucedido.
—Se desmayó, creo que está cansada.

—Es demasiado delgada. No sé cómo no se partió toda en la caída —


comentó Becca, levantándose para examinarla.

Edward se retiró y se dirigió a la habitación de su esposa que era la


puerta de al lado. Entró con cuidado, procurando no hacer ruido por si
ella se encontraba dormida y así era. La miró por un largo rato,
recriminándose el estado en el que ella se encontraba. Le dolía verla
así, y más saber que era su culpa, pero Lissa tenía razón, si ella fue
valiente para afrontar su miedo irracional hacia él, lo mínimo que
podía hacer él era estar al lado de su esposa, siempre que ella así lo
deseara, sin importarle su propio sufrimiento.

Se acercó a la cama, revisó que no tuviera conectado el suero, y se


acomodó a su espalda, abrazándola por la cintura con cuidado.

—Perdóname —susurró en su oído, lo suficientemente bajo como para


no despertarla.

—Lo único que tengo que perdonarte, es que me hayas dejado sola
hace un momento.

Edward la besó en la oreja.

—Lo siento, por todo lo que te hecho y lo que no. Lo siento mucho.

—Lissa, me dijo que cuando despertara te encontraría aquí —comentó


Bella con los ojos cerrados—. Adivinó.

—No. Ella me fue a buscar.

Bella se giró un poco y lo miró, asombrada.

—¿Te habló?
—Tan rápido que casi se ahoga. —Los dos rieron—. Luego la besé en
los labios. Ni siquiera lo pensé.

—¡Edward! —exclamó, palmeándole el brazo—. ¡Pobre chica! Debe


estar temblando.

—En realidad está tranquila. Desmayada pero tranquila.

—¡Ay, por Dios! —Volvió a pegarle—. ¿Está bien?

—Sí, nena, tranquila. La llevé a su habitación.

Bella se quedó en silencio y Edward la acompañó. Luego de unos


minutos, Bella fue quien habló:

—¿Harías cualquier cosa por mí?

—Lo que quieras, lo que pidas, lo que sea.

—Entonces te pido, porque así lo quiero, que dejes de sentirte culpable


por las acciones de Irina.

—Isabella…

—No, Edward. Tú no tienes la culpa de la locura de esa mujer. Tanya


murió por mano de ella, solo por ella. Si fuera tu culpa, entonces la
sería de todos los hombres que se enamoran de una hermana y no de la
otra. No sé si deba decirte esto, pero Lissa está enamorada de ti, y aun
así, salvó mi vida y la de Charlie. Irina está loca, Lissa no. ¿Entiendes lo
que digo?

Edward lo pensó por un momento.

—No me había dado cuenta de que Lissa estaba enamorada de mí.

—Ustedes los hombres nunca se dan cuenta de nada, a menos que les
convenga. —Suspiró y le acarició el brazo a su esposo—. Lo que quiero
decir es que no tienes la culpa de que esa mujer se haya encaprichado
contigo, así como yo no tengo la culpa de que tú lo hayas hecho
conmigo.

—Lo mío no es encaprichamiento, es amor.

—Lo mío también. —Le tomó la mano y se la besó—. Prométemelo.

—No lo volveré a decir, te lo prometo.

—Lo que quiero es que no lo vuelvas a sentir ni a pensar.

Edward frotó su rostro en el cabello de Bella y lo besó.

—Lo intentaré, te lo prometo. Lo intentaré.

Para Bella no fue suficiente, sin embargo, tuvo que conformarse.


Después de todo, ella estaría siempre ahí para apoyarlo, ayudarlo, y
aunque pareciera ilógico, para protegerlo.
CAPÍTULO 53


Nuevo ser al que querer,
nueva casa en que vivir.
La anhelada paz se busca,
aunque solo sea una fantasía.
Si pudiera dar mi vida por ti lo haría,
solo que ella me quiere con vida.

B ella se sentía feliz y tranquila de poder salir por fin de la clínica. Si


bien no tenía quejas de la atención, deseaba llegar a su casa y poder
cargar y mimar a su hijo todo el día, o quizás solo mimar, pues sabía
que era mejor no sostenerlo en brazos, debido a los puntos internos.

Su madre y Heidi la acompañaban. Todos los demás, excepto Ángela


que tuvo que regresar a Bucarest por sus estudios, la visitarían al día
siguiente para no agobiarla. Lissa, que le temía aún más a la presencia
de Edward, caminaba junto a Becca, quien llevaba al bebé en brazos.
Ya se encontraba fuerte luego de varios días de vigilancia médica, por
lo que no necesitaba de ningún equipo para respirar.

Bajaron al estacionamiento y Bella pudo observar que en este se


encontraban demasiados hombres vestidos de negro, como para llegar
a ser una casualidad. A su madre no le pasó desapercibido.

—¿Todos esos son guardaespaldas de tu marido?

—Sí —dijo como única respuesta.

—¿Por qué tantos? La última vez que vinimos eran menos.


—Edward está algo paranoico por el bebé. Teme que lo quieran
secuestrar —respondió Heidi sin darle mucha importancia.

—¡¿Han recibido amenazas?! —preguntó Renée, horrorizada.

—Claro que no, mamá. Como dice Heidi, él es muy paranoico, nada
más.

Renée respiró aliviada, al tiempo que Bella tragaba en seco. Sabía que
los temores de Edward no eran infundados, ya que por mucho que
Heidi había movido cada piedra buscando a Irina, a esta parecía
habérsela tragado la tierra. Edward contrató a los mejores
investigadores para buscarla, y aunque los hombres de seguridad no
sabían nada sobre esa mujer, a excepción de Dacre y Alec, todos tenían
órdenes de que solo los miembros de la familia podían acercarse a
Bella y a Charlie, por ese motivo el estacionamiento había sido
desalojado y revisado en su totalidad antes de que ellos llegaran a él. A
pesar de todo, Bella no podía despojarse de la sensación que
experimentaba desde aquella mañana en que Irina llegó a Gillemot
Hall.

«Está acechando, lo sé. No descansará hasta matarme de nuevo»,


pensó con temor, más por su hijo y por esposo que por ella misma.
Incluso se preguntó si ella sentiría que se conocían desde antes, aunque
prefería no descubrirlo de su propia boca.

Subieron a una limusina blindada, con Lissa y Becca acompañándolas.


Al salir del estacionamiento, eran precedidos por un auto, y seguidos
por otros dos. No pasó mucho para que Bella se percatara de que no se
dirigían hacia Gillemot Hall, sino hacia el lado contrario.

—¿A dónde vamos? —preguntó a Edward en un susurro para que


nadie más la oyera.

—A una propiedad que acabo de comprar a las afueras de la ciudad.


—Pero yo quiero ir a casa, a Gillemot Hall.

Edward la miró y se acercó más a ella.

—No voy a llevarte allá hasta que la situación esté controlada. La


mansión es muy antigua y fue construida como un laberinto, para
poder huir y esconderse en caso de algún peligro, hace ya varios siglos.
Ni siquiera el empleado más antiguo conoce todos los pasadizos que
hay detrás de las paredes. Ordené que la revisaran en su totalidad, y
encontraron nuevos escondrijos, mas no todos. No me voy a arriesgar a
que esté oculta esperando a que llegues.

—¿Y Naomi? No puedo dejarla sola tanto tiempo.

—Ella te está esperando en la nueva casa, en compañía de sus engen…


de sus crías. No fue fácil, pero lo lograron sin que sufriera daño
alguno. No puedo decir lo mismo de los empleados.

—Podrías haberme informado —increpó Bella, ignorando el intento de


broma de su esposo.

—Solo Heidi y Dacre, que va en el primer auto, lo saben. Este y los dos
de atrás lo siguen. Es por seguridad.

—¿Seguridad? Te recuerdo que soy tu esposa; aunque ahora me doy


cuenta que confías más en tu prima y en tu guardaespaldas que en mí,
además de que por ocultarme cosas es que casi pierdo a… —Se
interrumpió al darse cuenta de la acusación que comenzaba a
formular—. Lo siento, no quería decir eso, es que…

—Tienes razón —dijo Edward con expresión de dolor—. Te lo dije,


esto es mi culpa, y sigo equivocándome…

—¡No! —exclamó Bella, haciendo que todos la miraran. Recostó


entonces su cuerpo en el de Edward y levantó el brazo para acercarle la
cabeza a la suya—. Perdóname, no quiero que te sientas culpable de
nada, no te considero culpable de nada y los sabes, es solo que estoy
muy estresada por todo esto y no sé lo que digo. Una cosa es que
piense que debiste confiar en mí y decirme la verdad, así como
también que nos mudaríamos, y otra muy diferente, que te crea
culpable por algo.

Edward la rodeó con los brazos y acomodó su cabeza en el hombre de


la chica, con el rostro en su cuello.

—Si tan solo ella pensara diferente. Si tan solo la amenaza no fuera
contra ti —murmuró.

—¿A qué te refieres?

—A que me quiere vivo para que estemos juntos.

—¿Cómo lo sabes?

—En ningún momento intentó hacerme daño. Es obvio que espera que
me quede a su lado.

—De cualquier forma, no quiero ni pensar en que te haga daño.

—Y yo preferiría que me lo hiciera a mí y no a ti.

Bella lo besó en la mejilla y le acarició el cabello.

—Te prometo que no nos volverá a hacer daño a ninguno de los dos.

—De eso me encargaré yo.

Bella guardó silencio. Debía aceptar que se estaban enfrentando a una


mujer mentalmente enferma y que hasta que ella no estuviera
encarcelada, o… muerta, no podría volver a tener una vida normal y
tranquila.
Luego de media hora, llegaron a una propiedad rodeada por gruesas
paredes mucho más altas que las de Gillemot Hall, hechas en piedra y
con una gran alambrada en la cumbre.

—Imagino que esos alambres son nuevos —comentó Bella con


sarcasmo.

—Y están electrificados. —Bella lo miró con asombro—. No he


escatimado en gastos para protegerlos.

Al entrar, Bella se encontró con una casa un poco más pequeña que la
de sus suegros, sin dejar de ser imponente, y sobre todo, acogedora, lo
cual comprobó al entrar. A pesar de que el lujo se imponía en la
decoración, este era basado en un estilo campestre. Todo era en madera
y cuero, con tonalidades tierra y plantas naturales en lugares
estratégicos. A Bella le encantó y aunque imaginaba que dicha
propiedad no había sido comprada ya decorada, prefirió no pensar en
asuntos económicos y concentrarse en rogar porque su vida volviera a
la normalidad lo antes posible.

Katy los recibió con una gran sonrisa y guio a Bella hasta la habitación
donde habían ubicado a Naomi y sus crías. Las acarició, jugó con ellas
un rato sin hacer mucho esfuerzo, y luego se dirigió a la alcoba
principal. Renée la acompañó para que se instalara y cuando se
quedaron solas con el bebé, se atrevió a hacer una pregunta que Bella
prefería no tener que responder:

—¿Por qué estamos aquí si me dijiste que iríamos a la casa de las


plantaciones?

Bella, que jugaba con Charlie, quien se hallaba acostado en la cama,


suspiró y cerró los ojos por un par de segundos.

—Edward no quiere que estemos en el campo, tan alejados de la


clínica. Ya sabes cómo es.
Renée guardó silencio por varios segundos.

—No me creas tonta, Bella —dijo por fin—. Tu relación con Edward no
ha sido normal en ningún momento. Primero, te casas con él
obligada…

—Eso no es cierto, mamá…

—Sí lo es. Tú misma me lo diste a entender en una conversación que


tuvimos. Segundo, caes por las escaleras porque supuestamente te
tropezaste, y aun así no tienes ni siquiera una torcedura de pie, y
llevabas tanto impulso que Lissa no te pudo aguantar; tercero, la
enfermera, en lugar de auxiliarte, huye sin razón aparente; cuarto,
Edward incrementa la seguridad al punto de que tienes a casi diez
hombres caminando tras de ti, sin contar los que están alrededor; y si
todo eso no es suficiente, te trae a una nueva casa que más parece una
fortaleza. Sé que Edward teme a algo o a alguien, y estoy segura que es
por ti.

Bella se mordió el labio, tratando de contener las lágrimas que


luchaban por salir de sus ojos. No había llorado ni una sola vez desde
el incidente, por el peligro que corría, o por el miedo de que Edward o
Charlie salieran lastimados. Frente a Edward debía mostrarse fuerte,
por él, para tranquilizarlo. En cuanto a Heidi, era su amiga, sabia toda
la verdad, y aun así no era con ella con quien deseaba desahogarse.
Isabella Swan solo tenía diecinueve años, y aunque muchas personas a
esa edad ya eran completamente independientes tanto económica
como sentimentalmente de sus padres, ella necesitaba más que nunca a
su mamá.

—Llama a Katy y dile que se lleve a Charlie, por favor. No quiero que
se asuste —pidió, conteniendo los sollozos.
Renée se apresuró a obedecer, y una vez que se encontraron
completamente solas, ayudó a su hija a acomodarse en la cama y se
sentó a su lado para escucharla.

—La primera vez que lo vi, sentí mucho temor, aunque no sabía el por
qué… poco más de un mes después, lo supe…

Bella inició su relato sin omitir detalle alguno. Siempre había tenido la
suficiente confianza con su madre como para hablar de intimidad, por
lo que le contó lo del primer beso, el viaje a York, y todo lo que siguió.
Rememoró la amenaza proferida contra todos ellos, la forma como se
sintió cuando se percató de que su única salida era casarse con el
hombre que tanto odiaba. Llegó hasta el día de la boda y la horrible
noche que vivió, así como la forma en la que él fue mostrándole su
verdadero ser, haciendo que ella comenzara a soportarlo, llegando al
día en que le pidió que le diera la noche de bodas que debieron tener.
Le explicó lo mejor que pudo, la angustia que había sentido cuando
descubrió que estaba embarazada, y que a pesar de no amar a Edward,
o al menos creer no amarlo aún, quería a ese niño con todas sus
fuerzas. Le narró cómo ese hombre se fue ganando su amor, como la
hizo desearlo, no solo en la cama, sino también en el día a día. Si bien
no le confesó lo de la reencarnación, pues dudaba que su madre
lograra entenderla, le explicó que sentía como si ellos estuviesen
destinados desde tiempo lejanos. Sus lágrimas, que se habían detenido,
volvieron rodar por sus mejillas cuando llegó a la parte en la que le
hizo ver a Edward lo que en realidad había sucedido la primera vez; la
desesperación de su esposo, los gritos, el llanto, y la lejanía.

—Tuve que ir a buscarlo, mamá. No podía dejarlo con ese sentimiento.


Tenía miedo de lo que pudiera hacer, tenía miedo de perderlo. Lo
había perdonado, y lo amaba tanto que lo fui a buscar a su trabajo…

Continuó tan fiel como hasta ese momento, relatándole la historia de


amor que vivía con Edward día a día.
—Sé que él no actúa como una persona normal, sé que hasta se podía
catalogar de loco, enfermo y lo que quieras, pero es mi loco, y yo lo
amo. No imagino la vida sin él, mamá, y si tuviera que pasar por todo
eso de nuevo para estar junto a él, lo haría, porque él y mi hijo son todo
para mí.

Bella miraba a su madre, esperando alguna reacción por su parte.


Renée miraba el suelo, con las últimas lágrimas saliendo de sus ojos y
el ceño levemente fruncido, aunque eso no le indicaba a Bella qué
podía estar pensando.

—Pasaste por todo eso para salvarnos de sus amenazas —afirmó


Renée, conmovida.

—Y lo haría de nuevo, mamá. En ese momento odiaba a Edward, ya


luego dejó de ser un sacrificio para convertirse en un placer.

—¡Oh, hija! No debiste… —sollozó Renée, abrazando a Bella.

—Los amo, mamá. No podía permitir que sufrieran si en mis manos


estaba el poder protegerlos.

—¿Jasper sabe algo de esto?

—No. Sospecha que no me casé con Edward por amor sino porque él
me manipuló; incluso, creo que está seguro de ello, solo que yo
siempre le he refutado esa afirmación. Sobre lo de Irina, no creo que
sospeche algo, pues ya me lo hubiese dicho.

—Ya veo porqué Edward sigue con vida —comentó Renée. Bella soltó
una risita y las dos se quedaron calladas por unos minutos.

—Mami, amo a Edward. Si bien es cierto que ha hecho mal las cosas,
sobre todo conmigo, lo amo más que a mi vida.

—Yo diría que tú estás más loca que él.


—Lo mismo pienso yo.

Renée suspiró luego de un rato y levantó la mano para acariciarle el


rostro a su hija.

—Si al salir de aquí lo busco y lo mato, tú sufrirías, ¿no es así?

—Mucho —respondió Bella con una suave sonrisa.

—Entiendo. —Renée la miró a los ojos y le sonrió—. Es mejor que


descanses, cariño. Todo estará bien, ya lo verás.

—Quédate conmigo hasta que me duerma, como cuando era una niña.

Renée sonrió y le dio un beso en la frente.

—Claro que sí, mi chiquita. Aquí me quedaré.

Ayudó a su hija a acomodarse, y comenzó a acariciarle el cabello.

—Vi a mi papá antes de despertar, luego del accidente —confesó Bella


con los ojos cerrados.

Renée detuvo el movimiento de su mano y la miró asombrada.

—¿Qué?

Bella abrió los ojos y posó la vista en ella.

—Fue como un sueño, y conversé con él. Me dijo que a pesar de todo,
Edward le agradaba, aunque se merecía los golpes que Jasper le ha
dado; que estaba orgulloso de mí y que siempre estaría a mi lado. Y
por último me habló de ti y… de Phil.

La mujer se llevó una mano al pecho, al tiempo que jadeaba en medio


de un sollozo.

—¿Qué…Qué te…?
—Me dijo que siempre te amaría, y que no quiere que llores más por él.
—Bella tomó la mano su madre entre las suyas y la acarició—. Mamá,
me dijo que quería que te casaras con Phil, que lo aceptaras. Papá
quiere que seas feliz, y sabe que Phil es el hombre ideal para ti.

—¡Oh, hija! —sollozó Renée—. No te lo había dicho porque no había


tomado una decisión, pero Phil me propuso matrimonio hace poco
más de un mes.

Bella la miró completamente asombrada, y con una gran sonrisa en el


rostro.

—¡Eso es grandioso, mamá! ¿Por qué no aceptaste de una vez?

—Porque creía que estaba traicionando la memoria de tu padre,


porque a pesar de que amo a Phil, Charlie fue el amor de mi vida y
sentía que no podía casarme sin su aprobación, por eso le he pedido
que me mandara una señal.

—Y ahí la tienes. —Bella besó la mano de su madre—. Phil es un gran


hombre, yo lo sé y mi papá también. ¿Quieres casarte con él?

Renée asintió llorando. Claro que quería hacerlo, lo amaba mucho,


deseaba pasar el resto de su vida a su lado.

—Entonces hazlo. Llámalo y dile que lo aceptas, o espera a que


regreses dentro de unos días. El pobre hombre debe estar muriéndose
de la desesperación.

Renée soltó una carcajada y se enjugó las últimas lágrimas.

—Lo llamaré luego de que te duermas.

—Te felicito, mami. Estoy muy feliz por ti.

—Gracias, mi cielo. Ahora duerme, quiero llamarlo pronto.


Las dos rieron y Bella se quedó dormida a los pocos minutos. Cuando
Renée se disponía a salir de la habitación, Edward entró. Ella se lo
quedó mirando. Quería matarlo por lo que le había hecho a su hija, y al
mismo tiempo quería agradecerle por hacerla tan feliz a pesar de todo.
Él pareció leer sus pensamientos.

—Te lo dijo. —Fue más una afirmación que una pregunta.

—Todo.

Edward asintió y miró hacia donde se encontraba su esposa. Caminó


hacia ella, se sentó en la cama y, apoyando los brazos a cada lado de
sus hombros, la observó dormir.

—Ella es mi mundo, Renée —declaró en voz baja, ya que la mujer se


había acercado—. En el momento en que la vi, supe que había perdido
mi corazón en manos de esta chica. —Bajó la cabeza y la besó en la
nariz, con suavidad—. Sé que le he hecho mucho daño, y no entiendo
cómo puede amarme; solo lo hace, y eso me mantiene vivo de verdad.

Renée lo miró por un par de minutos mientras él le acariciaba el


cabello a Bella y la contemplaba con todo el amor que le profesaba. Le
colocó entonces una mano en el hombro, y cuando él volteó a verla, le
brindó una pequeña sonrisa.

—Prométeme que esa mujer no le hará daño ni a ella ni a mi nieto.

—Te lo prometo. Si eso llega a suceder es porque yo estaré muerto.

Renée asintió y se retiró.

Edward se quedó en la misma posición por largo rato, viendo dormir a


su esposa, rogando a Dios porque la protegiera, y nunca la apartara de
su lado. Cuando sintió que los brazos comenzaban a dolerle por la
inmovilidad, se levantó y se quitó la ropa, para acostarse al lado de
ella. Bella se removió un poco y, todavía inconsciente, buscó su cuerpo
y se acurrucó contra él.

A la mañana siguiente, lo primero que pidió Bella al despertarse fue


que su madre le llevara al bebé. Lissa trató de ayudarla a vestir,
aunque con el yeso en su brazo, le era muy difícil poder cumplir dicha
función. Madre, hija y nieto se quedaron solos en la habitación. Renée
le contó que había llamado a Phil para aceptar su propuesta de
matrimonio y que este había renegado por decírselo entando tan lejos.

—Te quería cerca en ese momento, y no quiero ni imaginar para qué —


comentó Bella con expresión fingida de asco.

—Para lo mismo que tu marido te quiere todas las noches en su cama.


No te hagas la tonta.

Las dos se molestaron la una a la otra por un buen rato, hasta que sus
mandíbulas comenzaron a dolerles de tanto reír. Luego de unos
momentos, Renée contempló a Charlie y le acarició la barriguita.

—Fue un lindo gesto el llamarlo "Charlie".

—Edward lo eligió. Me lo dijo en la luna de miel cuando me regaló el


oso —explicó Bella, abrazando al muñeco.

Renée sonrió a su hija y volvió la vista a su nieto. El pequeño tenía la


piel tan blanca como sus padres, los ojos grandes como los de Bella y
verdes como los de Edward, aunque algo más oscuros, como una
mezcla con el café de su madre. Si bien el poco cabello que tenía era
casi rubio, Esme había pronosticado que se oscurecería con el tiempo,
pues a Edward le había sucedido así. La nariz parecía un botoncito,
enmarcada por llenas mejillas y unos labios finos que en esos
momentos se abrían para emitir un bostezo. Bella se acostó de lado en
la cama y acomodó al bebé para darle pecho. Renée recibió una
llamada, y con una gran sonrisa en el rostro, se retiró de la habitación
para responderla. Bella se quedó sola, amantando a su hijo, antes de
que Edward entrara y se los quedara mirando por unos segundos.

—Yo también tengo hambre —anunció con firmeza y seriedad,


haciendo que Bella riera.

—Pues en la cocina hay una jarra con leche, esta es para tu hijo.

Edward frunció el ceño y los labios.

—¿Puedo probar? —preguntó, dando un paso hacia ella.

—¡Claro que no! No seas cochino, Edward.

—¿Por qué no? —preguntó molesto—. Si Charlie lo hace yo también


puedo.

Bella se frotó la frente con la mano. Discutir con Edward temas tan
absurdos, era desgastante.

—Charlie es un bebé, tú eres un hombre de treinta años. ¿Notas la


diferencia?

—No.

Bella suspiró.

—Edward…

—¡Te he chupado los pezones cientos de veces, y ahora que de ellos


sale leche, tú no me lo permites!

«Me va a dar un infarto.»

—Edward… después, ¿sí?

—Me lo prometes.
—Te lo prometo.

—Bien. La familia vendrá a almorzar. Si quieres puedo decirles que


vengan otro día —propuso Edward, sentándose en la cama.

—No, déjalos. Quiero verlos.

—Muy bien. —Guardó silencio por unos segundos antes de hablar—:


Isabella, Irina llamó al celular de Lissa.

Bella tembló ante dicha información y abrazó a su hijo con algo más de
fuerza.

—No quería decirte —continuó Edward—, si lo hago es porque tú


misma me pediste que no te ocultara nada.

—¿Qué le dijo? —preguntó Bella con un hilo de voz.

Edward bajó la cabeza con expresión de dolor y de rabia. Apretó con


fuerza el puño.

—Edward…

—Que luego de que acabara contigo, se quedaría con tu esposo y con


tu hijo.
CAPÍTULO 54


Aunque los peligros nos acechen
tú y yo procuramos seguir con normalidad.
Sé que es nuestro tiempo y la felicidad nos llegará,
solo queda disfrutar de lo que la vida nos da.

L issa temblaba mientras narraba nuevamente la llamada de Irina,


aunque Bella no estaba segura de si era por miedo o por rabia.

—Solo fue eso —dijo Lissa—. Yo respondí y ella me dijo: escucha bien,
estúpida. Dile a tu querida Señora Isabella, que luego de que tenga el placer de
acabar con ella, me quedaré con su esposo y con su hijo; o debería decir, mi
esposo y mi hijo. Soltó una fuerte carcajada y cortó la llamada. Eso es
todo.

Edward, que tenía a Bella sentada en sus piernas en un sillón del


despacho, la abrazó posesivamente al tiempo que emitía un leve
gruñido. No soportaba la idea de que por su culpa, su mujer y su hijo
sufrieran, además de que Irina creyera que algún día podría tenerlo.

—Lo ideal sería que los empleados mantuvieran sus celulares —


intervino Alec—. Podemos intervenirlos y tratar de rastrear su
posición.

—Ella no es tonta. No hablará el tiempo suficiente como para poder


captar la señal —aseguró Edward.

—Considero que todos deben cambiarlos. No solo los números que


sabemos que tiene, sino también los de todos —propuso Dacre, quien
junto con Alec, eran los únicos que estaban al tanto de la situación y,
por ende, eran los encargados de solucionarla—. Necesitamos obligarla
a que se comunique de otra forma, que cometa algún error movida por
la desesperación.

—¿Creen que tenga algún cómplice? —preguntó Bella, acariciando la


mano de su esposo.

—Es posible —respondió Alec—. Ella gozaba de total acceso a la


propiedad y al personal. Tenía los números de teléfono de los
empleados más cercanos y no sabemos con cuál de ellos hizo amistad.

—Sumando a eso que la ignorancia del personal con respecto a la


situación, promueve el hecho de que le proporcionen información,
inocentemente.

—Dacre tiene razón —declaró Edward—. Ya los empleados fueron


informados de su fuga y que por razones de seguridad no deben
hablar de nosotros con nadie; sin embargo, ellos pueden creer que Irina
se encuentra arrepentida por haber huido cuando más se le necesitaba
y pueden darle detalles de nuestra ubicación.

—¿Y tú todavía esperas que ella no sepa dónde estamos? —preguntó


Heidi con ironía—. Estoy segura que esperó a que Bella saliera del
hospital y nos siguió. Lo que la detiene es la amplia seguridad.

Edward miró a su prima con expresión de advertencia, la cual no pasó


desapercibida por Bella.

—Yo también lo creo. Irina debe estar rondando la propiedad,


esperando alguna falla en la seguridad para…

—¡Esa falla no la habrá! —gritó Edward y se aferró más a Bella. Miró


entonces a Dacre y Alec de forma amenazante—. Si esa mujer llega a
poner un pie en esta propiedad, ustedes dos terminarán barriendo las
calles londinenses.
—Eso no sucederá, señor —prometió Dacre—. La orden es que nadie
se acerque a la señora. Tendrá que pasar sobre todos nosotros para
llegar a ella.

—Más les vale.

—Y nada de nuevos empleados personales —recordó Heidi.

—Entre la señora Katy, Becca y yo, podemos hacernos cargo de la


señora y de Charlie —aseguró Lissa—. No es necesaria una niñera.

Edward dio por terminada la reunión y al apartarse de Bella, se acercó


a Lissa, quien esperaba en la entrada de la estancia.

—Lissa, quisiera hablar contigo un momento.

La chica se estremeció, su rostro se enrojeció, y su corazón se aceleró.


No pudo pronunciar palabra, solo lo miró, esperando a que se
apresurara para poder alejarse de él. Desde el día que la besó, no podía
soportar tenerlo cerca. Su belleza la abrumaba más que antes, su olor la
hipnotizaba, y su voz la hacía temblar. Si se atrevía a tocarla, estaba
segura de que podría desmayarse de nuevo.

—Lissa —continuó Edward al percatarse de que la chica no hablaría—,


Isabella lo es todo para mí, y ahora con Charlie mi angustia crece. Los
hombres de seguridad están entrenados para salvar la vida de una
persona, pero tú eres la más cercana a mi esposa. Lissa, si a ella le
sucede algo yo me muero, a ella o a mi hijo. Por eso te pido, te suplico
que prestes total atención a su alrededor. La idea es que no salga de
esta casa, aunque si lo llega a hacer, necesito que estés al pendiente de
todas las personas que la miren más de lo normal, que hablen, que
respiren… —Edward se llevó una mano a la cabeza y haló su cabello
con fuerza—. Estoy desesperado. Quisiera poder entregar mi vida por
la tranquilidad de ellos dos. Tengo tanto miedo, Lissa.
—Se…Señor, yo le prometo que haré to…todo lo que esté en mis
manos para protegerlos.

Edward le brindó una sonrisa triste y levantó la mano para tocarle el


brazo, consiguiendo que la chica retrocediera asustada antes de que él
la alcanzara.

—Per…Permiso —dijo antes de salir corriendo del despacho.

—Parece que te encanta asustarla —lo reprendió Bella, llegando a su


lado. Frunció el ceño cuando vio la expresión en el rostro de su
esposo—. Mi amor, ¿qué sucede?

Él levantó la mano y le acarició la mejilla con suavidad.

—Nada, nena. Es solo que tengo un poco de dolor de cabeza.

Bella lo miró fijamente y luego lo abrazó por la cintura. Descansó la


cabeza sobre el masculino pecho y cerró los ojos.

—Te amo, Edward. Te prometo que nada nos separará esta vez. Esta es
nuestra vida, nuestro momento, y esto que está sucediendo no es más
que lo necesario para que todo se equilibre.

Edward la rodeó con los brazos y la besó en la cabeza. Amaba a esa


jovencita con toda su alma. Cada vez que la veía, sentía que su mundo
tenía sentido y que la vida, o el mismo Dios le había dado el mayor
regalo que se le podía dar a un hombre. Ella era su todo, y el solo
hecho de perderla lo aterraba.

—Estarán bien. De eso me encargaré yo mismo.

Bella levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

—¿Cuándo regresarás a trabajar?


—He pedido dos meses. No quiero separarme de tu lado hasta que la
encontremos.

—Me gusta la idea de tenerte todo el día para mí —afirmó Bella con
una sonrisa pícara en los labios. Deseaba alejar de su marido la
angustia que sabía que lo embargaba; al menos por unos momentos.

—Todo el tiempo que desees, preciosa —prometió, despejando de su


rostro las preocupaciones y concentrándose en hacer feliz a su mujer.

Minutos después ella se encontraba desnuda, acostada en la cama,


mientras él, aún vestido, la llenaba de besos y caricias. Tenía casi dos
semanas sin hacerle el amor y eso lo estaba matando, aunque el pensar
en hacerle daño le quitaba las ganas que lo invadían constantemente.
Por ese motivo no se quitaba la ropa mientras la consentía. Si lo llegaba
a hacer no podría detenerse.

Temía que el esfuerzo le produjera algún problema con la cicatriz, por


lo que, por mucho que la deseara y que ella se lo pidiera, estaba
decidido a guardar la cuarentena, y de ser necesario unos días más;
hasta que la doctora asegurara que todo se encontraba en perfecto
estado.

—Edward, por favor —rogó Bella, tomándole la mano y llevándola


hasta su sexo.

Él la retiró al instante, aunque no con la suficiente rapidez como para


no sentir un fuerte tirón en su entrepierna.

—No, Isabella. Si continúas de necia te dejo sola.

—Tengo dedos, una almohada con tu olor, y una foto tuya. No te


necesito —aseguró con prepotencia.

Edward la miró, sorprendido. Su boca se abrió sin poder creer lo que


había escuchado, y su miembro se endureció aún más.
Bella se mordió la lengua para no reír por la expresión del hombre a su
lado. Su cara era digna de una fotografía. Cuando Edward gruñó con
fuerza, golpeó con su puño la cama y corrió al cuarto de baño, las
carcajadas de Bella escaparon de sus labios. Unos cuantos minutos
después, regresó a la habitación, sudoroso y molesto, muy molesto.

El día que Renée regresó a Estados Unidos, Bella no pudo acompañarla


al aeropuerto. Jasper, que últimamente andaba más al pendiente de su
amiga, no pasó por alto ese hecho.

—Es por la cesárea —explicó Bella con tono cansado—. No me duele,


solo me molesta un poco, pero no es bueno estar moviéndome tanto.

—Una salida en auto al aeropuerto no tenía que hacerte mal —refutó Jasper
desde el otro lado de la línea.

—Pues la doctora, y mi cicatriz dicen otra cosa. Deberías tener un hijo


para que sepas lo que se siente.

—No estoy bromeando, Bella. ¿Por qué tu marido no quiere que salgas de la
casa? Casa que a propósito, no es la tuya. ¿Por qué cambiaron de domicilio?

—¡Porque quiero estar cerca de la clínica! —exclamó Bella, haciendo


que Charlie, que se encontraba a su lado en un gran sofá cama, junto
con Lissa, se sobresaltaran. Se frotó entonces la frente con la mano para
tratar de calmarse—. Mi vida, en serio, basta. No sucede nada raro.
Tengo molestia por la operación, a veces me siento cansada y Edward
y yo queremos estar cerca de la ciudad por si algo se presenta. Uno
nunca sabe.

—Dejémoslo aquí por el momento. No quiero que te alteres —dijo Jasper—


. Tengo una reunión ahora. Mañana paso a visitarte.
Bella se despidió de él y se dedicó a jugar con su hijo, quien se sentía
muy interesado en su homónimo de felpa. Se encontraban sentadas en
una amplia terraza en la parte trasera de la casa, aprovechado los rayos
de sol que se filtraban tímidamente por el techado de bambú. Bella
miró a Lissa y la vio tan entretenida haciéndole cariños a Charlie, que
deseó que pudiera vivir lo que ella experimentaba cada día al lado de
Edward.

—Lissa, ¿alguna vez has tenido novio? —preguntó, temiendo parecer


entrometida.

—No, señora, claro que no —respondió la chica al instante,


sonrojándose.

—Tienes veintitrés años. ¿Nunca un chico te ha llamado la atención?

Lissa movió la cabeza de un lado a otro.

—Provengo de una familia muy estricta. Fui criada por mi abuela y ella
no me dejaba tener a niños de amigos. Cuando crecí, me envió donde
una sobrina suya para que me educara en la servidumbre y ella casi no
me dejaba salir. No era que yo quisiera hacerlo mucho. —Se rió y Bella
la acompañó—. Nunca he tenido amigos hombres y cuando comencé a
trabajar, hace unos cuatro años, lo hacía en la casa de una pareja de
abuelitos. No he tenido mucho contacto con hombres, hasta que
comencé a trabajar para usted.

—Gillemot Hall estaba llena de empleados —comentó Bella con una


sonrisa en los labios y miró a su alrededor—. Y esta está peor. Solo hay
hombres de negro a donde quiera que miro. Aún espero a que aterrice
una nave extraterrestre.

—¡Yo también! —concordó Lissa con una risita.

Bella se acomodó para poder quedar un poco más cerca de ella, y de


esa forma poder hablar con más privacidad.
—¿Alguno de ellos te ha llamado la atención?

Lissa negó frenéticamente con la cabeza, y se detuvo cuando un chico


de seguridad pasó cerca a ellas. Bella miró en su dirección y lo vio
guiñarle un ojo a la chica; al instante, posó su vista sobre ella y su
expresión pícara cambió a una de vergüenza.

—Lo siento, señora. Permiso —dijo el muchacho y se alejó


rápidamente.

Bella lo observó. Era alto y de cabello rubio. Cualquier mujer lo podría


considerar atractivo.

—Es muy guapo —comentó Bella, volviendo la vista hacia Lissa, quien
se encontraba tan roja, que parecía que su cara estallaría en cualquier
momento.

—No sé de quién habla, señora.

—¿Quién es? No los conozco a todos.

—Es sobrino de Dacre. Trabajaba para un noble antes de que él lo


recomendara con el señor Edward, luego de su accidente. Su nombre
es William.

—¡Y eso que no sabías de quién te hablaba! —exclamó Bella,


falsamente sorprendida.

—¡Señora!

Bella comenzó a reír sin poder evitarlo. Al parecer había alguien,


aparte de Edward que hacía que el corazón de Lissa latiera más rápido.

«Quizás no esté enamora de William como lo está de mi marido»,


pensó Bella, y se decidió a hacer que el amor que Lissa sentía por
Edward, fuera dirigido hacia el chico; luego de investigar si era
merecedor de ese sentimiento.

El peligro que Irina representaba seguía latente a cada momento. No


habían recibido más amenazas ni mensajes luego de la llamada, y de
eso hacía ya una semana. Bella tenía miedo, no lo podía negar, sin
embargo, quería continuar con su vida lo más normal posible, o al
menos, distraerse en algo positivo. Comenzó entonces a indagar con
varios de los empleados, acerca del chico de cabello rubio con rostro y
nombre de príncipe. Dacre fue interrogado a cabalidad. Bella no le
explicó para qué necesitaba toda esa información, y él no le preguntó;
quién sí lo hizo fue Edward.

Era de noche y Edward esperaba sentado en un sillón de la habitación,


mientras Lissa terminaba de ayudar a Bella a colocarse el pijama. La
chica no estaba acostumbrada a realizar sus tareas en presencia de él, y
sumado al hecho de que aún tenía el yeso, sus movimientos eran
torpes, y en más de una ocasión, alguna prenda cayó al suelo. Bella le
había pedido a su marido que las dejara solas, como siempre hacía,
pero él se negó, y con una seriedad que la preocupó y una irritación
que la intrigó, se sentó a observarla con detenimiento.

Luego de varios minutos por fin terminaron la tarea y Lissa se retiró


sin demora a la alcoba que compartía con Becca y Charlie. Bella se
acostó en la cama y miró a Edward, esperando alguna reacción, la cual
no tardó en llegar. Edward se puso en pie, caminó hacia la cama, y se
subió gateando. Se colocó sobre la chica, apoyado en sus manos y
rodillas para no hacerle peso, simulando una prisión.

—¿Qué interés tienes en William, el sobrino de Dacre? —preguntó sin


ningún preámbulo.

«¡Mierda!»

Bella sabía que estaba en problemas. El chico tenía veintitrés años al


igual que Lissa, por lo que imaginaba que eso era considerado una
amenaza para Edward, quien ya se aproximaba a los treinta y uno.
Tenía dos opciones: decirle la verdad y tranquilizarlo, o jugar un rato y
ponerlo celoso. Escogió la segunda.

—Deberías aumentarle el salario a ese hombre. Hace un excelente


trabajo de cotilla.

—Responde.

Ella se removió sensualmente y emitió un pequeño gemido.

—Es guapo y joven. Tiene veintitrés años.

La mandíbula de Edward se apretó con fuerza, sus ojos llamearon y un


gruñido salió de su boca.

—Pues tendrás que vivir solo con su recuerdo, porque ordené su


traslado —anunció, hablando entre dientes.

—¡No! —exclamó Bella, consiguiendo que Edward gruñera de furia y


en sus ojos se mostrara una profunda angustia. Al instante su
prioridad se volvió tranquilizarlo—Edward, mírame —pidió,
tomándole el rostro entre las manos—. Parece que el chico gusta de
Lissa y ella es demasiado tímida como para siquiera mirarlo. Antes de
hacer de Cupido, quiero saber que William es un buen hombre y que la
querrá bien.

—Dijiste que Lissa estaba enamorada de mí.

—Lo está, solo que no eres el único hombre… Digo, que ella puede
enamorarse de alguien más.

—Igual que tú —jadeó Edward con angustia.

«Siempre sucede lo mismo. ¡No aprendo!»

Bella levantó la cabeza y halando la de él, lo besó en los labios.


—Yo no podría entregarle mi corazón a otro hombre porque no me
pertenece. Te lo entregué a ti y ya no tengo poder sobre él.

Las pupilas de Edward se dilataron y sus labios se abrieron, dejando


escapar de ellos un pequeño jadeo de pasión, a diferencia del anterior.

—Te amo tanto, Edward —continuó Bella, mirándolo fijamente a los


ojos, y acariciándole una mejilla—. Si tan solo fueras consciente del
lazo tan fuerte que nos une, te darías cuenta de que te he amado desde
mucho antes de conocerte. Te amé en otra vida, te amo en esta, y te
amaré en todas las que sigan. Ni puedo ni quiero evitarlo. Te amo.

Edward soltó el aire que estuvo conteniendo durante la declaración de


amor de su esposa. Cuando su mente, su alma y su corazón asimilaron
las palabras pronunciadas, bajó la cabeza y en un beso le expresó la
felicidad y plenitud que le produjeron.

Esa noche las horas de sueño fueron pocas. Edward le dio con su boca
a su mujer el placer que ella tanto deseaba, y luego, con el mayor
cuidado posible, con una lentitud dolorosa y una delicadeza agobiante,
le hizo el amor, llevándola de nuevo al climax con tanta pasión, que la
llevó a olvidarse de cualquier impedimento físico que pudiera tener.

Mientras Bella dormía, Edward la observaba. No se atrevía a tocarla


para no alterar su sueño, que al parecer era de su agrado, pues en sus
labios se dibujaba una tenue sonrisa. Tal como la primera vez que la
tuvo en su cama, mientras ella dormía completamente ebria, se pasó la
lengua por los dedos y humedeció con su saliva los resecos labios de la
chica. Observó su hermoso cuerpo. Recorrió con la mirada cada
centímetro de su nívea piel, acariciándola sin siquiera tocarla. Se acercó
a su vientre y con el ceño fruncido observó la cicatriz de la cesárea. No
le molestaba que la tuviera, pues él mismo había insistido en que se
realizara la operación para que no padeciera los dolores del parto; lo
que sí lo atormentaba, era el motivo por el cual los médicos se vieron
obligados a realizarla. Acercó sus labios a la levemente abultada y
arrugada línea, y desobedeciendo las órdenes de Becca, la besó con
suavidad por toda su extensión. Levantó la vista para ver si había
despertado a su esposa, y la encontró todavía durmiendo.

Salió de la cama, se colocó su bata de levantarse de un color verde


oscuro, y se encaminó a la habitación donde se encontraba su hijo.
Entró con cuidado de no despertar a las dos mujeres que ahí dormían.
Se sorprendió al ver a Becca durmiendo con un anticuado gorro que le
cubría todo el cabello, y a Lissa con un viejo oso de peluche que parecía
tener la misma edad de ella, pues estaba ciego y donde debía
encontrarse una de las orejas, había un remiendo gastado. Se acercó a
la cuna, y con toda la delicadeza que sus manos le permitieron, tomó a
su hijo en brazos y abandonó la habitación.

Entró en el pequeño despacho de la casa, colocó música muy suave


para que sonara de fondo, y comenzó a caminar de un lado a otro,
meciendo a un Charlie, que ya despierto, lo miraba fijamente.

Charlie era tranquilo por las noches. Aunque se despertaba muy


temprano, dormía la mayor parte de la noche, permitiendo a Lissa y a
Becca descansar sin problemas. De día era otra historia. Era cierto que
no lloraba todo el tiempo, ni llegaba a desesperar a alguien, pero
cuando se acercaba la hora de su comida, o quería que alguien lo
cargara y consintiera, sus gritos se escuchaban por toda la casa. Bella
decía que había salido berrinchudo como su padre, y aunque Edward
negaba serlo, todos estaban de acuerdo con ella. En lo que todos
concordaban, era en que Charlie Cullen era el niño más hermoso del
mundo.

—Lo siento, no quería despertarte —susurró Edward al bebé—. Solo


quería pasar tiempo contigo. De día ese par de mujeres te acaparan y
tu madre cree que te dejaré caer. Lo que ellas no saben es que tú y yo
somos iguales: fuertes, guapos, seductores, encantadores; y no somos
berrinchudos como ella dice, solo exigimos lo que es nuestro.
Charlie lo miraba con los ojos muy abiertos, atento a cada palabra que
su padre decía, o simplemente se entretenía con el movimiento de sus
labios. Edward prefería creer que se trataba de la primera opción.

—Cuando crezcas te lloverán mujeres. Yo no te puedo acompañar


porque ya yo tengo a la mía y es la más hermosa del mundo, así que a
ti te tocará la segunda, aunque para ti será la primera. Antes de ella
habrá muchas. Algunas mejores que otras. A todas debes tratarlas
igual; todas son mujeres y merecen ser tratadas como unas damas,
incluso las que se empeñan en demostrar lo contrario. Lo mejor sería
que te alejaras de estas últimas, porque no te harán ningún bien y solo
te traerán problemas. —Lo besó en la frente y continuó—. Cuando ella
llegue, sentirás que tu mundo sufre un giro brutal. Ya nada será como
antes. Tu vida ya no te pertenecerá, y todo lo que tenías planeado te lo
replantearás para poder complacerla y estar a su lado. ¡Ah, Charlie!
Esa mujer será tu perdición y al mismo tiempo tu salvación, así como
lo es tu mamá para mí. Mi vida, mi alma, mi todo.

Bella se despertó y se encontró sola en la cama. Pensó que Edward se


había levantado temprano para trabajar en el despacho como hacía
algunas veces desde que vivían ahí, hasta que Lissa entró a la
habitación, desesperada.

—Señora, ¿Charlie está aquí?

—¿Cómo que si está aquí? Él duerme contigo.

Lissa soltó un fuerte sollozo y comenzó a llorar.

—¡No estaba en su cuna cuando despertamos! Ningún empleado lo ha


tomado. Nadie se atrevería a cargarlo sin nosotras presente.

Bella sintió que la habitación le daba vueltas. El primer nombre que


llegó a su mente fue el de Irina, y eso la hizo estremecerse de pánico
puro. Se levantó de la cama aún desnuda y estuvo a punto de salir así
de la habitación, cuando Lissa la detuvo y le tendió su bata de
levantarse.

«Que Edward lo tenga, por favor, Dios. Que Edward lo tenga», rogaba
en silencio una y otra vez mientras bajaba las escaleras casi corriendo,
seguida por Lissa cuya vista se encontraba nublada por las lágrimas.

Bella corrió al despacho y abrió la puerta tan rápido, que esta llegó a su
límite, se devolvió y estuvo a punto de golpearla. Ahí estaban sus dos
razones de vivir. Escuchó un sollozo de alivio emitido por Lissa y sus
pasos retirándose. Bella entró en la estancia, cerró la puerta con
cuidado y se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.

En el sofá más grande, abierto como un sofácama, se encontraba


Edward acostado de lado, con Charlie al nivel de su cara, y rodeado de
varios cojines para que no se pudiera rodar. Bella se acercó con
cuidado, agradeciendo que el ruido que produjo la puerta no los
despertara. Se sentó en el sillón más cercano y, maravillada de que su
hijo durmiera hasta tan tarde, se dedicó a observarlos, rogando a Dios
porque nunca se los quitara.
CAPÍTULO 55


Los lobos acechan desde todos los ángulos.
Esperamos poder vencer a uno cuando otro par de ojos se asoma.
No están solos, están aliados, y son peligrosos.

E l tío Aro, como patriarca de la familia, no necesitaba invitación


para realizar visitas, aunque algunos miembros no estuvieran de
acuerdo. Su arribo a la nueva residencia Cullen ocurrió en las horas de
la mañana del sábado siguiente. Bella caminaba por la terraza frontal
de la casa para realizar un poco de ejercicio, cuando escuchó el revuelo
en la entrada de la propiedad.

—Abran paso, cuervos insolentes. Tengo más derecho que el


buenoparanada que vive aquí con una de mis niñas.

Bella reconoció al instante la voz del anciano, y se apresuró a su


encuentro.

—Señor, entienda, no podemos dejarlo pasar sin orden expresa del


señor Cullen —explicó uno de los hombres del equipo de seguridad, a
punto de perder la paciencia.

—¡Yo soy el señor Cullen con mayor autoridad! —declaró, bajándose


del auto sin esperar a que el chofer le abriera la puerta.

—¡Tío! —gritó Bella, llegando al portón.

Al instante, tres hombres corrieron a ubicarse delante de ella,


cubriéndola con sus cuerpos, pues quedaba expuesta a la calle.
—¡Déjenlo pasar! —ordenó Bella, tratando de abrirse paso—. Él es el
jefe de la familia. ¿Dónde están Dacre y Alec? ¿Dónde están los
antiguos guardaespaldas?

—Señora, lo lamento, pero tenemos órdenes de su esposo de no


permitir la entrada sin su autorización.

—¡Yo soy tan dueña de esta casa como Edward! Puedo decidir…

—¡Isabella!

Bella se giró al escuchar la voz enfurecida de su marido. Lo vio


caminar de tal forma que cualquiera correría para salvar su vida, solo
que ella no le temía.

—¿Qué haces aquí con la puerta abierta? —gritó, alcanzándola y


tomándola por los brazos. Si bien no le hacía daño, su agarre era firme.

—Está tratando de hacer lo que tú no fuiste capaz —increpó Aro


Cullen—, ¡dar la orden de que me dejen entrar!

Edward levantó la cabeza para mirar al anciano y rodeó a Bella con sus
brazos, apretándola contra su pecho.

—Señor Cullen, el señor pide que lo dejemos entrar, el problema es que


su nombre no registra entre las personas de la familia. Necesitamos
que nos autorice ya que Dacre y Alec no se encuentran.

Edward se quedó mirando a su tío por unos segundos, mientras sus


labios se curvaban sutilmente en una sonrisa burlona.

—¡Edward! —gruñó Bella, golpeándole el pecho.

—Que siga —ordenó con suficiencia. Estaba claro que se sentía


orgulloso de tener más poder que el viejo, al menos en una de sus
propiedades.
Los hombres se apartaron para darle paso. Aro caminó hacia la pareja,
tomó a Bella del brazo y la apartó del cuerpo de Edward. Levantó
entonces la mano, y un fuerte sonido se escuchó, dejándolos a todos
con la boca abierta.

En la mejilla de Edward Cullen quedó marcada la mano de su tío, Aro


Cullen; primero en blanco, y luego en un rojo intenso.

—Eso es para que la próxima vez no te olvides de mí —advirtió y se


giró hacia la chica—. Ven conmigo, niña. Quiero conocer a mi nuevo
heredero.

Bella se mordió el labio, mortificada por lo que acababa de suceder. No


negaba que su esposo se lo tenía más que merecido por tratar de
humillar al tío Aro, el problema era que no le gustaba que el hombre
que amaba sufriera de esa forma.

Se acercó rápidamente a Edward, quien todavía tenía una mano sobre


su mejilla y una expresión de incredulidad en el rostro. Se empinó y
retirándole la mano, lo besó en la ardiente zona.

—Lo siento —susurró, antes de apresurarse a seguir al anciano que la


llamaba de nuevo.

Edward, con la mejilla ardiéndole al extremo, apartó la vista de su


esposa y miró a los hombres de seguridad, que lo observaban
fijamente, con la boca abierta.

—¡¿Qué miran?! —gritó, enfurecido—. ¡Vuelvan a sus puestos si no


quieren que los despida!

Todos se giraron y corrieron a ubicarse en algún lugar donde pudieran


parecer invisibles.


—Esperaba que fuera una niña, aunque si lo educas bien, con suerte no
será como su padre.

—Tío, te pasaste con lo de Edward. Muchos empleados presenciaron lo


sucedido. Lo dejaste en vergüenza delante de todos ellos.

—Él quiso dejarme a mí en vergüenza —refutó el anciano—. Y si no se


ha aparecido por aquí, es porque sabe que tengo razón.

—Aun así, no debiste hacerlo, tío. Pobrecito, todavía debe tener la


mejilla ardiente.

—Ni se te ocurra ir a buscarlo —advirtió—. En un rato iré a descansar


a mi recamara y tú podrás ir a consentirlo todo lo que quieras. Por el
momento, dame a Charlie que lo quiero cargar.

Como el hombre se encontraba sentado en un cómodo sillón, Becca le


colocó al bebé en los brazos, y Lissa, a quien le habían retirado el yeso
el día anterior, se sentó a su lado, por si estos no aguantaban el peso.

—Una cosa es que use un bastón porque mi pierna me falla, y otra es


que sea un viejo enclenque que no tiene fuerza en los brazos para
sostener a un bebé.

Luego de varios minutos, cuando Aro por fin se retiró para descansar,
Bella buscó a Edward en el despacho. Lo encontró revisando unos
documentos, tenía el ceño fruncido y una expresión contrariada en el
rostro. Bella cerró la puerta y le sonrió cuando él levantó la mirada,
para enseguida, morderse el labio cuando la volvió a bajar sin decirle
nada. Estaba molesto.

Bella caminó hacia él, rodeó el escritorio y, sabiendo que él no sería


brusco con ella, le retiró un brazo y se sentó en sus piernas. Edward se
recostó en la silla, evitando tocarla. Ella se apoyó en su pecho, lo besó
sobre la camisa y acomodó la cabeza junto a su cuello.
—Isabella, no quiero ser grosero…

—Entonces no lo seas.

Edward cerró los ojos por un momento.

—Quiero estar solo —indicó con voz seria.

—Eso es imposible. Nunca podrás estar solo, no mientras yo viva.

Esas últimas palabras fueron suficientes para derribar las barreras que
Edward Cullen había creado a su alrededor.

Al instante, sus brazos la rodearon, y la apretó aún más contra su


pecho.

—Entonces espero que en el tiempo que me quede de vida, no estar


solo ni un momento.

Bella lo besó en el cuello y luego en la mejilla, que todavía tenía rastros


de la marca de la mano del anciano.

—Me humilló frente a mis empleados —acusó Edward con rabia.

—Tú lo humillaste primero. Te guste o no él es el jefe de la familia, y


no puedes impedirle la libre entrada a ninguna de las propiedades.

—Esta propiedad…

—Incluso si la compraste con tu propio dinero —interrumpió Bella,


intuyendo la dirección que tomaba la afirmación.

Edward se quedó en silencio. Por momentos fruncía el ceño o los


labios, en otros, desviaba la mirada y refunfuñaba algo ininteligible.

—No pienso ir a disculparme —aseguró por fin.

—Ni él espera que lo hagas. Solo déjalo en paz.


—Bien.

Bella se irguió para darle un beso en los labios, y cuando se disponía a


acomodarse de nuevo, se percató de un grupo de sobres que se
encontraban apilados sobre el escritorio, casi ocultos junto a unos
documentos. Sabía que Edward recibía mucha correspondencia, pero
lo que llamó su atención fue la informalidad de la presentación. Eran
sobres comunes, no los típicos de las empresas con sus sellos y
marquillas. Parecían haber sido enviados por un particular muy
descuidado, pues la caligrafía, aunque no legible desde esa distancia,
se notaba desprolija. Bella estiró la mano para tomarlos cuando
Edward la detuvo aferrando su muñeca.

—Eso es mío —advirtió con brusquedad.

Era demasiado tarde. Al inclinarse, Bella logró ver su nombre en el


primer sobre.

—Pues tienen mi nombre escrito y no el tuyo, así que asumo que están
dirigidos a mí.

—¡Eso no importa! Son míos, punto.

Bella lo miró y al instante supo lo que sucedía. Apartó la mano del


agarre de su esposo, y tomó los sobres. Edward trató de arrebatárselos
solo que ella fue más rápida.

—Te pedí que no me ocultaras nada y lo estás haciendo de nuevo —


acusó, mirándolo a los ojos.

Edward, viéndose derrotado, la abrazó con fuerza y la besó en el


cabello. Quería darle fuerza para afrontar lo que vería.

Eran cuatro sobres en total, y por el tipo de letra, supo que no eran
enviados por Irina; al menos no los escribió. Abrió el primero y
encontró una nota de unas cuantas líneas. La leyó en silencio.

Hola, sabrosura. ¿Te acuerdas de mí? Yo recuerdo muy bien cómo se sintió tu
culo bajo mi mano. ¿Después de parir sigues con ese cuerpecito rico de putita
fina? Aunque eso no me importa, lo que quiero es follarte y estoy seguro que lo
haría mucho mejor que el maricón de tu marido. Pronto te lo demostraré.

Las manos de Bella temblaban. «Royce King», el nombre llegó a su


mente al instante. Con los brazos de Edward aferrados alrededor de su
cuerpo, abrió el segundo sobre.

Hola, putita. Estoy seguro que has soñado conmigo estos dos últimos días. ¿Te
has despertado con el coño mojadito? Cuando te tenga solita para mí te lo voy
a comer, y te haré comerme la polla. Te voy a callar esa boca y te la voy a
llenar…

Bella no pudo seguir leyendo, aunque solo faltaban un par de líneas.


Con temor abrió la tercera.

Oye, zorrita, ¿anoche tu maridito te folló? La próxima vez cierra los ojos e
imagíname a mí. Yo me he tirado a dos mozas parecidas a ti. Las pobres
quedaron muy mal, pero para eso les pagué. Tú me saldrás gratis, y te romperé
todita.

Llegó a la última y la sintió más llena. No quería leer lo que decía, ya


tenía suficiente, sin embargo, sabía que Edward no le diría si había
alguna información clave, por lo que si ella misma no lo averiguaba,
permanecería en la ignorancia.

Edward la detuvo cuando se disponía a extraer el contenido.

—Si quieres lee la nota, solo te pido que no mires las dos fotos que
están ahí. No quiero que lo hagas y no es necesario. En la nota te dirá
lo que muestran —habló en voz baja, casi suplicante.

Bella asintió, le entregó el sobre para que él extrajera únicamente la


nota.

Me di cuenta que no ibas a poder masturbarte si no tenías un incentivo. Aquí


tienes mi verga dura, solita para ti. Y para que veas que ya me corrí pensando
en tu culito, también te la muestro chorreando la leche que te voy a dar a
beber.

Bella soltó la nota como si el papel la quemara y comenzó a frotarse las


manos en las piernas, como si tratara de quitarse la suciedad que en él
había.

—No, no, no, ¡no!

Sus palabras se convirtieron en sollozos. El llanto se apoderó de ella,


haciéndola respirar de manera agitada. Su cuerpo temblaba por
completo.

—Isabella, mi amor. Aquí estoy. Él no podrá hacerte daño, no te tocará


nunca, te lo prometo. Nena, mírame, mírame.

Edward la abrazaba con fuerza al tiempo que con una mano le frotaba
la espalda. Bella estaba teniendo un ataque y era más que justificado.
Le tomó el rostro entre las manos y trató de encontrar su mirada, que
se hallaba perdida, vagando de un punto a otro, frenéticamente.

—Isabella, mírame, soy yo, Edward. Isabella, soy tu marido, el hombre


que te ama. Isabella… Isabella… ¡Erzsébet!

Bella se detuvo y lo miró. Si bien su pecho aún subía y baja debido a su


anterior estado de agitación, su mirada se encontraba fija en los ojos de
Edward, y su ansiedad había desaparecido.

—Te prometo que él no te hará daño. No te tocará de ninguna forma,


ni siquiera llegarás a verlo. Te lo aseguro. ¿Entiendes lo que digo?

Bella asintió con lentitud y más lágrimas corrieron por sus mejillas.
Edward la hizo recostarse en su pecho y la arrulló lo mejor que la silla
le permitía. Luego de algunos minutos, en los que ella se había
calmado tanto que casi se encontraba dormida, Edward la tomó en
brazos y la llevó a la recamara. La acostó sobre la cama, le quitó los
zapatos y luego repitió el proceso con los suyos. Se acomodó a su lado
y la abrazó para que durmiera.

—Edward… —La escuchó hablar en voz baja.

—Dime, mi amor.

—¿Por qué me llamaste Erzsébet?

—No lo he hecho. Te llamé por tu nombre, Isabella. ¿Por qué usaría tu


nombre en otro idioma?

Bella cerró los ojos y se acomodó para dormir. Estaba completamente


segura que él la había llamado "Erzsébet" y no "Isabella", y al parecer él
no lo recordaba. «Fue Kopján quien me habló en ese momento», pensó,
y sin responderle, se quedó dormida.

Al amanecer, el dolor de cabeza que Bella padecía, solo se lo hacía


soportable su hijo en sus brazos, y los gatitos de Naomi jugando a sus
pies. Tenía que disimular frente al tío Aro, y se esforzaba por sonreír,
el problema radicaba en que él era más perspicaz de lo que todos
pensaban, y el hecho de que la mirara fijamente, evaluando cada uno
de sus movimientos, la ponía más nerviosa aún.

—Estás muy inquieta.

Bella levantó la cabeza y lo miró, más asustada que sorprendida.

—Es solo dolor de cabeza, tío. Ya sabes, pasa después del parto.

La mirada del hombre se tornó triste, y aunque bajó la cabeza, Bella


logró ver indicios de lágrimas en sus ojos.

—No, no lo sé. La vida o la muerte no me lo permitieron saber.

Bella supo que había cometido una imprudencia. Quiso decir que lo
sentía, y al instante se arrepintió. Esa expresión nunca debía ser dicha
si se estimaba a la persona, pues nadie podía sentirlo igual. Se mordió
el labio y se sintió muy avergonzada.

—Eres fuerte, tío.

Fue lo que se atrevió a decir, pues esa sí era una gran verdad.

—Tú marido es testigo de ello.

Los dos rieron por la broma, y la mente de Bella se relajó por un


momento.

Edward se encontraba muy molesto por el hecho de que el tío había


decidido quedarse por varios días. Aunque le convenía porque de esa
forma mantenía a Bella entretenida, necesitaba también tener cuidado
con lo que hablaba frente a él. Trataba de estar todo el tiempo que
podía junto a Bella, consolándola, tratando se hacerle olvidar las cartas
que había leído, pero la compañía del anciano se lo impedía.
Bella también tenía emociones encontradas. Por una parte, se
encontraba feliz de tener a su adorado tío a su lado, a quien veía como
a un abuelo; y por otra, quería estar cerca de Edward el mayor tiempo
posible. Necesitaba sus brazos rodeándola para sentirse protegida.
Aunque cada vez que se asomaba a la ventana, veía a un grupo de
hombres altamente entrenados y todos armados, nada de eso le daba
más tranquilidad que estar apoyada en el pecho de su esposo, con su
bebé en brazos, estando solos.

Ya los dos habían podido conversar más sobre las cartas. Edward le
había explicado que habían empezado a llegar un par de días después
de ocupar la casa. Para evitar colocar el remitente, eran enviadas con
niños; cada carta con uno diferente y cuando los hombres de vigilancia
los retenían y les preguntaban quién se las había dado, estos
explicaban que un hombre les pagó un par de libras por entregar la
carta. Como los niños eran chicos que andaban por la calle cuando él
los abordaba, no podían extraerles mayor información.

—Las tenía ahí porque tú no sueles entrar al despacho. —Le había


dicho Edward—. Dacre acababa de entregármelas pues le estaban
haciendo algunas pruebas y en mi molestia por lo del viejo, las dejé
ahí. No quería que las vieras. No quería que leyeras esas notas, y
mucho menos que vieras las fotos.

Bella lo entendía. Le discutió por ocultarle información, aunque en


cierta forma se lo agradecía. Habría preferido saberlo de él y no de
puño y letra de ese hombre. Era demasiado tarde para recriminarse
entre ellos. En ese momento era cuando más debían estar unidos, y
aunque el anciano los separaba, pues Edward no se acercaba en su
presencia, al menos las noches eran para estar más juntos que nunca.

Los días en que la familia visitaba, y se quedaban más tiempo por la


presencia del patriarca, era mucho peor. Bella se sentía abrumada y al
mismo tiempo agradecida por las atenciones de todos. El verdadero
problema era Jasper. La miraba fijamente al igual que el tío Aro, y
achicaba los ojos cuando ella se sobresaltaba por algún sonido fuerte, o
se relajaba al tener a Edward sentado a su lado.

—Te veo nerviosa —comentó Jasper una tarde en la que pudo


apartarla del grupo.

—Y tú estás paranoico. ¿Por qué no puedes confiar en mí y dejar de


perseguirme con la mirada?

—Porque desde que llegamos a este país te comportas de forma


extraña. —Jasper se acercó más a ella para evitar que alguien lo
pudiera escuchar—. Puede que ahora estés enamorada de Edward,
porque aunque me reviente aceptarlo, se nota que te mueres por él en
la forma como lo miras, pero estoy seguro que te casaste en contra de
tu voluntad.

—Lo amo con toda mi alma —afirmó Bella mirándolo a los ojos.

—Y ahí está el punto. Si tanto lo amas, si tienen un hermoso bebé, si


toda esta seguridad y cambios repentinos son solo por capricho de
Edward, ¿por qué te ves tan nerviosa?

—¡Ya te dije que no estoy nerviosa! —exclamó, a punto de perder la


paciencia.

—Te conozco muy bien, Bella. Así como me ocultaste con qué te
manipuló Edward para que te casaras con él, así me estás ocultando
información ahora. Y algo me dice que es muy grave. —Jasper suspiró.
Bajó la cabeza, la apoyó en el hombre de Bella, y la abrazó—. Bella,
sabes que eres mi mundo. Si me llegas a faltar me sentiría perdido.
Tengo miedo de que algo malo te suceda.

Bella lo abrazó a su vez.

—Estaré bien, mi vida. No pasa nada. Edward y yo nos amamos y él


siempre me protegerá.
—Incluso de quienes me la quieren arrebatar.

Los dos se sobresaltaron al escuchar a Edward.

—Edward, ahora no —pidió Bella.

Edward se acercó y la tomó por el brazo para apartarla del rubio y


abrazarla posesivamente.

—Tú tienes a mi hermana, yo tengo a la tuya. ¿No te es suficiente? —


inquirió Edward.

—El que ame a Alice no implica que voy a dejar de preocuparme por
Bella. Son dos amores diferentes.

—De Isabella me encargo yo. Tú te puedes preocupar todo lo que


quieras, solo que sin ponerle un dedo encima.

—Estás enfermo —acusó Jasper, para enseguida retirarse y dejarlos


solos.

Edward abrazó a Bella y la besó en el cuello.

—Llegó otra carta.

Bella se tensó al instante y agradeció que se lo dijera cuando Jasper ya


se había retirado.

—No quiero leerla. Dime si tiene alguna información —pidió Bella.

Edward inhaló profundamente y la abrazó con más fuerza.

—Justo lo que me imaginaba y lo que más temía… —Guardó silencio


por unos segundos, en los que Bella sentía que el corazón se le saldría
del pecho—. Está aliado con Irina.
CAPÍTULO 56


No hay enemigo pequeño.
Por mucho que lo creamos inferior, es esa misma estupidez que lo domina, la
que lo lleva a convertirse en peligroso.
Un hombre que no piensa, es un hombre que no tiene nada que perder.

B ella miraba fijamente los ojos verdes de Charlie, mientras lo


sostenía en sus brazos. En ellos encontraba la paz de la que carecía su
vida en esos momentos. Sintió deseos de llorar, necesitaba descargar
tantas emociones acumuladas en su interior, y lo único que la hizo
respirar hondo y aguantar su llanto, fueron esos pequeños ojos verdes
que la miraban con curiosidad.

—Bella, creo que deberías aceptar la propuesta de Edward.

Bella levantó la cabeza y miró a Heidi. Le parecía increíble que ella


pensara que aceptaría algo tan absurdo. Además de que Edward en
ningún momento se lo propuso.

—Querrás decir la orden de Edward. No lo sentí como una pregunta.

—Está preocupado por ti. Te ama y teme que algo malo te sucede —
alegó Heidi, tratando de hacerla entrar en razón.

—Yo también lo amo. No me voy a separar de él así tenga que afrontar


al mismo demonio.

Estaba decidida a no atender la petición u orden de Edward. Él jamás


la convencería de huir a Escocia con Charlie y dejarlo hasta que
lograran encontrar a Royce y a Irina. Así como él temía por su
seguridad, ella también temía por la de él.

No creía que Irina le hiciera daño a Edward, ya que su objetivo era


vivir junto a él; sin embargo, ella estaba loca, y en su mente eso podía
indicar que deseaba estar a su lado no en esta vida sino en la otra.
Royce era otra cuestión. El odiaba a Edward por haberlo avergonzado
frente a todos los campesinos de Gillemot Hall, por haberlo
amenazado con un arma de fuego por faltarle el respeto a ella, y más
por haberlo despedido y reemplazarlo con Félix Hall, a quien él
detestaba por impedirle aprovecharse de Rosalie. A él sí le temía. No
creía que Royce pudiera llegar a ella, a menos que tuvieran algún
infiltrado en el cuerpo de seguridad; lo que no dudaba era que pudiera
llegar a Edward fácilmente.

Su esposo era un hombre que se creía autosuficiente. Si bien ella lo


había convencido de que debía tener guardaespaldas, lo conocía muy
bien, y sabía que él podía cometer alguna imprudencia. Prefería no
pensar en las consecuencias.

—Edward estará seguro —afirmó Heidi—. Dudo que Royce actúe por
órdenes de Irina, porque ella nunca amenazaría a mi primo de esa
forma. Pueden estar aliados para hacerte daño, pero él actúa solo
contra Edward, y no lo veo como un peligro.

—Heidi, no voy a dejar a Edward. No insistas porque pierdes tu


tiempo.

—Te estás usando como carnada, Bella. ¡Eso es muy peligroso! —


insistió Heidi—. No lo dejarás, simplemente estarás en un lugar seguro
para que él pueda manejar la situación.

—Mi lugar es a su lado. No me voy a arriesgar a perderlo estando lejos.

—¿Perder a quién?
Las dos mujeres se sobresaltaron cuando escucharon la voz de Aro
Cullen.

—A Edward, tío —explicó Heidi rápidamente—. Él quiere que ella se


vaya a Escocia a pasar una temporada para que esté más cómoda, pero
ella teme que él conozca a alguien más y se enamore.

El hombre caminó hacia ellas. Miró primero a una y luego a la otra,


sonó su bastón contra el suelo y frunció el ceño.

—La peor forma de insultar a un hombre como yo, es creerlo idiota.

Dio media vuelta y abandonó la sala de estar sin esperar respuesta.

Luego de que Heidi se despidiera, sin poderla convencer de que se


fuera a Escocia, Bella le comentó a Edward el incidente con el tío Aro,
sin entrar en detalles sobre la conversación que entabló con su prima.

—Por eso quiero que se vaya. No tardará en descubrir algo que lo lleve
a la verdad. —Miró a su esposa y le acarició la mejilla—. Podrías irte
con él a su residencia. Solo será un par de meses mientras logro
contactar a Irina y…

—¡No! —exclamó Bella, con el miedo y la rabia bullendo en su


interior—. ¿Por qué yo no puedo tratar de atraer a Royce y tú si puedes
hacerlo con Irina?

—¡¿Te volviste loca?! —inquirió Edward, apartándose de ella


bruscamente—. Jamás permitiré que te expongas de esa forma. ¿Acaso
no me conoces? ¿No intuyes que estoy a punto de amarrarte y enviarte
a América junto a tu madre?

—Edward, no…

—¡No, Isabella! No te voy a arriesgar más de lo que lo he hecho.


Siempre me dices que no te consulto nada, que te oculto información, y
ahora que te lo estoy diciendo todo, espero que al menos tenga la
sensatez de permitir que te ponga a salvo. ¿Es que no lo ves? Irina está
loca y es muy inteligente. Tiene dinero, tiene belleza con la que
convencer a cualquiera para que la ayude, incluso tiene que tener
contactos gracias a su apellido que ya habrá convencido de no revelar
su paradero. Y Royce, el solo pensar que pueda llegar a ti me hace…
hace que…

Edward no pudo seguir hablando. La voz se le quebró y solo atinaba a


abrir y cerrar la boca. Se llevó las manos a la cabeza y trató de esconder
el rostro con sus brazos para ocultar su verdadero estado. Lloraba y
Bella se dio cuenta al instante.

Se levantó de la cama, caminó hacia él y lo abrazó por la cintura con


fuerza, apoyando su cabeza en el masculino pecho. Sintió un par de
gotas caer en su frente y un sollozo ahogado.

—¿Tú me dejarías aquí, para huir a Escocia y ponerte a salvo, si te lo


pidiera?

Edward bajó los brazos y la abrazó, apoyando la mejilla en su cabeza.

—Entiéndeme, por favor —rogó.

—Entiéndeme tú a mí. No puedo dejarte. Moriría si me alejo de ti. Lo


siento.

—Puedo hacer que despiertes allá.

—No lo harás. Sabes que eso me acusaría dolor, y el Edward que


conozco jamás se atrevería a hacerlo.

Edward levantó la cabeza y tomó la de ella entre sus manos para que lo
mirara a los ojos.

—¿Y qué hay de mí?

Bella vio sus ojos oscurecerse. A él tampoco le temía.


—Tú tampoco te atreverías a hacerlo, porque me amas desde hace
siglos.

Edward cerró los ojos por unos segundos, cuando los abrió la abrazó
de nuevo y la besó en los labios con pasión. Bella liberó la cintura de su
esposo para aferrarle por el cuello. Lo necesitaba, quería tenerlo lo más
cerca posible para demostrarle que él era su vida, su todo, y por ese
motivo, no podía dejarlo solo.

Él la levantó en brazos y la llevó a la cama. Comenzó a quitarle la ropa


sin dejar de mirarla a los ojos. Al terminar con ella, la contempló
mientras se desnudaba. El deseo, el amor infinito, y el miedo a perderla
se reflejaban en sus ojos verdes. Ella ya se había entregado a él por
completo desde hacía mucho tiempo; sin embargo, había algo que ella
deseaba hacer para sentir que la entrega había sido total.

Bella le tendió los brazos para recibirlo, pero como en las veces
anteriores desde el nacimiento de Charlie, él no se ubicó sobre ella,
sino que se apoyó con las rodillas a cada lado de su cadera, y comenzó
a besarla. Hasta el momento, él había respetado su petición de que no
bebiera de sus pechos, y esa noche ella quería complacerlo. Tomó una
de las manos de él y la colocó sobre su seno. Cuando se excitaba veía
algunas gotas de leche salir de sus pezones, también se percataba de la
forma como Edward se lamía los labios al observar ese espectáculo, y
el deseo de beberlas se reflejaba en su mirada.

Edward se separó de sus labios y miró hacia su mano, sorprendido.


Regresó la vista a ella, y percibió en sus ojos la aprobación. Jadeó y no
demoró en bajar un poco por su cuerpo, para reemplazar la mano con
su boca.

Si bien no era la primera vez que Bella sentía los labios y la lengua de
Edward lamiendo y succionando sus pezones, estos se encontraban tan
sensibles que el placer que experimentaba era mucho mayor de lo que
recordaba. Edward parecía muerto de hambre. Pasaba de un pezón a
otro y probaba de los dos, chupando con urgencia.

«Me va a dejar seca», pensó Bella, y aun así no le importó, porque el


placer que recibía le fascinaba. Pronto sintió que el fuego de su pasión
se concentraba en su vientre y se arremolinaba de forma violenta.
Nunca antes se había corrido con la sola estimulación de sus pechos, y
en ese momento, cuando su cuerpo comenzó a convulsionar, liberando
su orgasmo con fuerza, se reprendió por haberse negado ese placer
antes, solo por un prejuicio moral.

Edward la observó maravillado. Había escuchado que los pechos de


las mujeres en el periodo de lactancia eran más sensibles, aunque no
imaginó que tanto. En definitiva, tenía que convencerla de crear el
Cullen Futbol Club, con porristas incluidas.

Cuando la respiración de Bella se normalizó, Edward volvió a su boca.


Quería llenarse de ella, tenía tanto miedo de perderla que no quería
despegarse de su cuerpo en ningún momento.

Bella le pidió que la tomara por detrás. Era la única parte de su cuerpo
que faltaba por entregarle y deseaba hacerlo, a pesar de que imaginaba
que le dolería.

—No —respondió Edward, mirándola a los ojos—. Me muero por


hacerlo, de eso no tengas duda, solo que hoy quiero hacerte el amor.
Ya me diste la leche de tus pechos, tu culo lo tendré cuando estés lista,
tanto física como emocionalmente. Isabella… —La miró con más
intensidad—, el día que te tome por detrás, será sin presiones, sin
miedos, sin amenazas en nuestras vidas. Cuando todo esto termine, los
dos disfrutaremos de esa experiencia.

Isabella Swan lo miró a los ojos y sintió en su corazón y en su alma que


no podría amarlo más. Esa noche Edward le hizo el amor, concentrado
más en distraerla de la agobiante situación que vivían, que en su
propio disfrute. Le hizo el amor con ternura, con paciencia, con toda la
dulzura, la pasión y la devoción que podía sentir hacia ella. Esa noche
la hizo suya y se entregó a ella una vez más.

El par de días que siguieron, Bella trató de concentrarse en llevar una


vida normal, antes de que otra amenaza surgiera. No le gustaba el
silencio de Irina. No creía que hubiese ordenado a Royce King enviar
las cartas; si quería amenazarla, lo haría ella misma y no mandaría a un
cómplice; la odiaba lo suficiente como para querer disfrutar de su
miedo, por lo que cada día que pasaba sin saber de ella, su temor se
acrecentaba.

Edward le había comentado que hasta que ella no se comunicara, no


podían tratar de rastrearla, aunque tenían a todos los hoteles
informados de que era peligrosa, así como algunos agentes de policía
aliados, que mantenían el secreto de la situación. Sobre Royce lo
denunciaron como el acoso de un antiguo empleado resentido por el
despido. Saldría en las noticias sin que fuera el gran escándalo, pues
era algo que sucedía a menudo a los empresarios o empleadores en
general. La familia se había alarmado al enterarse por el mismo
Edward. Carlisle y Joseph decidieron aumentar la seguridad de toda la
familia, al menos hasta que la policía lo encontrara. Hasta el momento,
no habían recibido más cartas.

—Señora… Señora —llamó Lissa, sacándola de sus pensamientos.

—Dime.

—Señora, sería bueno sacar a Charlie a que tomara un poco de sol. Si


se siente cansada yo puedo ir sola.

Bella negó con la cabeza.

—Quiero hacerlo. —Se giró hacia Becca—. Acompáñanos si quieres,


Becca.
La mujer asintió con una sonrisa en los labios.

Las tres salieron a la terraza con Charlie en los brazos de Bella. A


Edward no le gustaba que caminara cargando al bebé, a pesar de que
ya estaba perfectamente bien… Una cosa era lo que él ordenara, y otra
muy diferente lo que ella quisiera hacer. Cuando comenzaban a darle
la vuelta a la casa para tomar la parte trasera, Bella levantó la vista y
vio a un chico de seguridad mirándola desde unos diez metros de
distancia. Se extrañó que lo hiciera, hasta que se dio cuenta de quién se
trataba. Era William, el chico rubio que coqueteaba con Lissa, y no la
estaba mirando a ella, sino a la chica. Miró entonces a la joven y la vio
con la cabeza agachada; era obvio que estaba sonrojada.

—Lissa —llamó Bella para que levantara la cabeza. Quería ver su


expresión, y se dio cuenta que era tal como la imaginaba: la chica
estaba tan roja como su piel blanca se lo permitía—, quiero ir en esa
dirección para que el camino sea más largo.

La chica observó el trayecto y volvió a mirarla con expresión de


súplica.

—No es necesario, se…señora, podemos dar otra vuelta a la casa.

—No, caminaremos hacia allá. No quiero marearme.

Lissa gimió y no tuvo otra opción que obedecer. Cuando William vio
que se acercaban miró a Bella, se ruborizó y les dio la espalda,
apenado.

Cuando se encontraban cerca, Bella observó el escalón que llevaba de


la zona pavimentada por donde caminaban, a la zona de césped, justo
donde se encontraba William. Le pidió a Becca que sostuviera a Charlie
con la excusa de que se encontraba agotada, calculó el momento justo,
y actuó.
—¡Oh, por Dios! —exclamó, simulando un tropiezo y empujando con
fuerza a Lissa en el proceso.

La rubia perdió el equilibrio e intentó apoyar su pie hacia un lado,


encontrando solo el vacío del escalón. Lissa gritó y en el momento en
que creyó que tocaría el suelo, sintió unos fuertes brazos que la
sostuvieron.

—¡Lissa! —dijo Bella falsamente alarmada—. ¿Estás bien?

William ayudó a Lissa a colocarse de pie, y Bella no pasó desapercibido


de que luego de eso, él no retiró sus manos de la cintura de la rubia,
hasta que esta se apartó, avergonzada.

—Lo siento tanto, Lissa —mintió Bella—. Tropecé. Siempre he sido un


poco torpe. Gracias a Dios William estaba ahí para salvarte. —Se
acercó un poco a Lissa y le habló en tono confidencial, aunque sabía
que todos podían oírla—. Lissa, deberías agradecerle, y no hablo de un
simple "gracias", sino de algo más… demostrativo. Quizá un beso… en
la mejilla, claro, pero beso después de todo.

Lissa miró horrorizada a Bella, y esta la instó con la cabeza. La chica se


giró muy despacio, y en un movimiento tan rápido que casi pareció un
borrón, lo besó en la mejilla y se alejó corriendo.

Bella vio a William sonreír mientras la veía correr, y esbozó ella a su


vez una gran sonrisa.

—Linda chica, ¿no es así, William?

—Hermosa —contestó el chico, aún embelesado.

Bella se giró para mirar a Becca y esta negó con la cabeza, de forma
reprobatoria; se había dado cuenta de la falsedad de la situación. Bella
se mordió el labio con picardía, reclamó a su bebé de brazos de la
enfermera, y se alejó, feliz de que su travesura le hubiese salido a la
perfección. Lastimosamente, Edward se enteró de que Bella había
tropeado y casi caído al suelo. Esa noche ella recibió un largo sermón, y
la orden de caminar todo el tiempo tomada de la mano de Lissa; orden
que ella no acataría. Edward era su marido, no su jefe ni su padre.

Cada día que pasaba, Bella notaba más observador al tío Aro. Parecía
que escuchaba cada conversación que tenía lugar en la casa, y realizaba
unas llamadas por su teléfono, en las que solo escuchaba y en algunas
ocasiones emitía sonidos de entendimiento. Esme le había comentado
que él nunca se había quedado tanto tiempo de visita, y que imaginaba
que se debía a que se encontraba encantado con Charlie. Bella y
Edward creían que se trataba de algo más.

Edward le comentó a Bella que debía ir a la oficina por al menos una


semana debido a un negocio muy importante que estaba a punto de
cerrarse. Ella aceptó sin más remedio, pues no quería apartarse de él,
aunque entendía que debía trabajar. El tío lo miró detenidamente
cuando se subió en un auto manejado por un chofer y acompañado de
un escolta, así como seguido de otro auto con dos guardaespaldas más.

—¿Por qué tu marido usa seguridad cuando antes no lo hacía? —


preguntó a Bella que se encontraba a su lado.

—Es por lo de Royce King.

Aro la miró con suspicacia.

—¿Por qué no me convencen de que solo es un empleado resentido?

—Tío, estás paranoico. Ese hombre lanzó amenazas en nuestra contra y


es normal que Edward use seguridad.

—No, niña. No.


Se giró y entró a la casa. Bella gimió mortificada. El anciano debía
saber mucho más de lo que aparentaba.

Edward miraba las puertas cerradas del ascensor mientras sentía como
este bajaba. Era el tercer día de trabajo y ya quería que terminara la
semana para estar las dos que le quedaban de permiso, solo con su
esposa. Se sentía agobiado, cansado, perturbado, asustado… Tantas
emociones corriendo en su interior, y se sorprendía de no haber
muerto ahogado en ellas. «Es Isabella, ella me mantiene vivo», pensó, y
el solo nombre de su amada esposa, le hizo sentir fuerzas de nuevo.

Las puertas se abrieron y se encontró con dos hombres de seguridad.


Estaba fastidiado. No le gustaba que lo siguieran, por eso no tenía
guardaespaldas, pero no tuvo opción. Bella se lo había pedido con
lágrimas en los ojos, y él por complacerla haría cualquier cosa, incluso
soportar a los cuervos como los llamaba el viejo, el cual pareció ser
llamado con el solo pensamiento.

Edward frunció el ceño cuando vio el auto entrar al estacionamiento.


Trató de ignorarlo y dirigirse a su auto, escoltado por los dos hombres
que lo recibieron más el que lo acompañó en el ascensor, solo que no
fue lo suficientemente rápido.

El auto se detuvo ante él, haciendo que los tres hombres se llevaran las
manos a las armas que portaban.

—Es solo mi tío —explicó Edward con un resoplido.

Los hombres se relajaron y el anciano descendió del vehículo luego de


que su chofer le abriera la puerta.

—Necesito hablar contigo.


—No tengo tiempo ahora —espetó Edward y giró a la derecha para
esquivarlo.

—¿Ni siquiera de Irina Denali y su complicidad con Royce King?

Edward se frenó al instante. Miró a su tío con asombro y este le


devolvió una mirada firme y seria. Sabía que era cuestión de tiempo
para que él se enterara de todo; el hombre era muy poderoso y tenía
personas en las altas esferas esperando cualquier orden. Por eso había
querido que regresara a su casa lo antes posible, solo que era una tarea
titánica convencerlo de algo, más si era él quien se lo pedía.

No podía hablar de ese tema frente a los guardaespaldas. Ellos sabían


la situación, pero no con tanto detalle como seguramente sí lo hacía el
viejo, además de que ya habían presenciado varios días atrás cómo le
propinaba una fuerte bofetada; no podía arriesgarse a que presenciaran
una discusión.

—Déjennos solos.

—Señor, este lugar es demasiado expuesto. No es seguro —alegó uno


de los hombres.

—¡He dicho que nos dejen solos! Vigilen desde donde deseen, pero no
los quiero cerca.

Los hombres se miraron las caras y obedecieron, al igual que el chofer


de Aro Cullen.

—¿Qué quieres saber? —preguntó Edward con brusquedad.

—Por qué la familia no lo sabe. Explícame por qué lo has mantenido


oculto tanto tiempo.

Edward se pasó una mano por la cabeza y tiró de su cabello con


frustración.
—Es mi vida privada, no tengo porqué…

—No es tu vida privada cuando te encuentras en peligro —increpó el


anciano—. Esa mujer entró a la casa como enfermera de tu esposa,
mientras tú te entrevistabas con otra a la que le pagó para confundirte.
Intentó asesinar a Bella y a su hijo, y ahora está aliada con el que fue tu
administrador en Gillemot Hall, para hacerle daño a ella y a ti. ¿Cómo
esperas que eso sea catalogado como tu vida privada ante los ojos de la
familia?

Edward cerró los ojos por un momento. Sabía que hacía mal en
ocultárselo a la familia, no obstante, era su forma de protegerlos a ellos
del escándalo y la exposición pública. Si lo mantenía oculto de todos,
tendría más control sobre la filtración de información, sobre la
privacidad de su familia, y sobre todo, sobre la situación de peligro
que existía a su alrededor. Confiaba en ellos, los amaba a todos, y era
por eso que no los expondría informándoles la verdad.

—Tengo todo bajo control. A Isabella y Charlie no les sucederá nada.


Ellos están seguros.

—¿Y tú estás seguro, Edward? —preguntó Aro, dando un paso hacia


él—. No puedes luchar tú solo contra esto, no puedes asegurar que tu
familia está a salvo cuando hasta tú mismo corres peligro.

—¿A ti qué te importa lo que a mí me suceda? —gruñó Edward,


molesto porque sabía que él tenía la razón.

Aro Cullen lo miró a los ojos con asombro. Soltó el bastón y aferró a
Edward por los hombros, no solo para mantener el equilibrio, sino
también para evitar que se alejara.

—Eres mi sobrino, eres casi mi nieto. ¿Cómo puedes pensar que no me


importa lo que te suceda? A pesar de que eres un imbécil cabezahueca,
te amo y quiero lo mejor para ti. —Edward escuchaba con asombro las
palabras del anciano, al tiempo que sentía en su pecho que ese mismo
sentimiento del que le hablaba, había permanecido dormido en su
interior—. Hijo, no quiero que sufras. Tú no sabes lo que es sostener a
tu hija muerta entre tus brazos; tú no sabes lo que es saber a tu esposa
muerta, vivir sin ella, acostarte rogando a Dios que te lleve a su lado, y
luego despertarte al amanecer sin su calor, sin su compañía. He
suplicado porque se me permita estar a su lado por los últimos
cuarenta y ocho años. —Aro Cullen lo miró con intensidad en medio
de las lágrimas. Era la primera vez que Edward lo veía llorar—. Tú no
sabes el infierno que es vivir sin la mujer amada, y no quiero que lo
vivas nunca. Protégela, Edward; protégelos a los dos. No quiero que
sufras lo que yo sufro cada día.

Edward se quedó sin palabras ante la confesión de su tío, aun así, abrió
la boca para tratar de decir algo, cuando vio que el anciano desviaba la
mirada hacia un punto detrás suyo, y sus ojos se llenaban de pánico.
Comenzó a girar la cabeza para ver qué asustaba tanto al hombre,
cuando sintió que este lo arrojaba al suelo con fuerza. Desde el piso
escuchó las fuertes detonaciones, y observó horrorizado como su tío
era impactado por unos proyectiles.

—¡No! —gritó Edward, presa del pánico. Se apresuró a recibir en


brazos el cuerpo que caía, lo apoyó en su regazo y lo apretó contra su
pecho—. Maldito viejo, siempre entrometiéndote en mi camino —
sollozó, sintiendo su corazón destrozarse.

Aro Cullen, levantó el brazo con dificultad, y aferró a Edward de la


solapa del saco de vestir. Intentó hablar, pero un hilo de sangre salió de
su boca, obligándolo a toser, lo intentó al instante, y lo consiguió:

—Siempre he estado orgulloso de ti —declaró en medio de la tos.

Edward vio cómo los ojos del hombre que tenía en sus brazos, dejaban
de mirarlo y se enfocaban en un punto en el techo. Su mirada se
iluminó como si tuviera la más hermosa de las visiones, y una sonrisa
asomó en sus labios manchados de sangre.
—Sulpicia —susurró, y el brillo en sus ojos, así como su alma, subieron
a reunirse con su amada.

—Te amo, viejo —dijo Edward, esperando que al menos su espíritu lo


hubiese escuchado.

En ese momento, sintió unas manos que lo halaban, que intentaban


separarlo del cuerpo del hombre que secretamente siempre había
admirado. No había escuchado los disparos, ni los gritos, ni las
órdenes dadas, sin embargo, en ese momento escuchaba a un hombre
gritar desconsolado. Segundos después, se percató de que se trataba de
él mismo.
CAPÍTULO 57


La muerte puede ser una amiga que se recibe con los brazos abiertos,
o una enemiga de la que queremos huir a toda costa.
No importa cómo la consideremos.
Llegará el día en que tengamos que entregarnos a ella.

E l silencio reinaba, tanto en el espacio físico como en el alma. Los


empleados se mantenían en la zona de servicio, mirando el suelo,
esperando; no sabían qué exactamente; solo esperaban. Los
guardaespaldas se encontraban en sus puestos de trabajo, alerta, y en
silencio. La familia Cullen McCarty permanecía en la sala de estar,
respirando, y en silencio. Muchas veces el silencio podía ser más
abrumador que el mayor de los escándalos.

Hacía media hora que habían regresado de darle el último adiós al


hombre que era querido por todos, a la manera de cada uno. A los dos
días de su muerte, ellos se hallaban ahí. Nadie decía nada. Nadie sabía
qué decir.

Bella suspiró y cerró los ojos por un momento. No lloraba, pues sus
ojos se habían secado, al igual que el de toda la familia. No les
quedaban más lágrimas que derramar. Edward la apretó más contra su
pecho y le acaricio la espalda con suaves movimientos. Charlie se
hallaba en los brazos de Rosalie, despierto, y también en silencio, con
sus grandes ojos verdes mirando a todo lo que se movía, solo que
nadie lo hacía.

Ninguno podía creer lo que había sucedido, y mucho menos el motivo.


Edward se había visto obligado a decirles la verdad a todos. El secreto
que guardó tan celosamente por tantos años, le explotó en la cara de la
mano de Royce King, quien quedó tendido en el suelo del
estacionamiento con varios impactos de bala en su cuerpo. Había
entrado cuando el auto del anciano llegó, y luego solo fue ubicarse tras
uno de los tantos vehículos ahí aparcados, para disparar. Había
actuado solo, Irina no había tenido nada que ver, y eso se comprobó
cuando ella llamó al teléfono de la casa, gritando desesperada,
exigiendo hablar con Edward. Él aceptó la llamada, y fue poco el
tiempo que la escuchó llorar mientras que le preguntaba si se
encontraba bien, que ella nada tenía que ver, que ella lo amaba, y que
jamás le haría daño; Edward perdió el control y le gritó de vuelta, la
maldijo y la amenazó, le dijo que la odiaba y cortó la llamada. Los
investigadores que tenían intervenido el teléfono lograron rastrearla,
solo que cuando llegaron al apartamento en un pequeño edificio, lo
encontraron vacío, y en una mesa un plato de comida servido y aún
caliente. Fue ahí cuando Edward contó la verdad a su familia.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Emmett, rompiendo el silencio,


dejando de acariciar el brazo de Rosalie.

Todos lo miraron y luego, desviaron la vista hacia Carlisle Cullen. El


rubio suspiró, entendiendo que el lugar de su tío había quedado vacío,
y él debía ocuparlo al ser el miembro de mayor edad de la familia.

—Bella saldrá del Reino Unido con Charlie. —Fue su primera orden
como nuevo patriarca de la familia.

—Solo si Edward viene con nosotros.

—Isabella, no he muerto de un infarto porque no sufro del corazón —


dijo Jasper con tono severo—. Así tenga que amarrarte y subirte a un
avión, te irás. No te voy a perder.

—Isabella, no te estoy consultando, te estoy ordenando —afirmó


Carlisle—. No acepto que me contradigas en esta decisión. Edward
debe quedarse porque su ausencia hará que ella lo siga y te encuentre.
Está decidido.

Bella se puso en pie y miró a su suegro de forma retadora.

—Te obedeceré en todo lo que ordenes como el jefe de la familia que


eres —dijo, ignorando a Jasper que sabía era caso perdido—, pero no
puedes pedirme que abandone al hombre que amo a merced de esa
loca. —Miró a Esme y se dirigió a ella—. ¿Tú lo harías, Esme?

La mujer bajó la cabeza. Esa fue respuesta suficiente.

Carlisle se frotó el rostro con la mano.

—De acuerdo. Existen formas de ocultar la salida del país de ustedes


tres, al menos por unos días, mientras logramos localizarla.

—Ya tenemos a toda la policía buscándola. Está sola y desesperada, en


algún momento cometerá un error y lograrán atraparla —aseguró
Joseph—. Es más fácil cuando ya todos saben a qué atenerse.

Edward haló a Bella de nuevo a su regazo y la abrazó.

—Creí que podía manejar esto solo y ya me di cuenta que mi dinero no


hace la diferencia. La muerte del viejo es mi culpa.

—No. No lo es —afirmó Carlisle—. Creíste hacer lo correcto y te


equivocaste, pero no provocaste su muerte. No es tu culpa, Edward,
ese hombre estaba detrás de ti y ya se sabía que era una amenaza.

—El odio suele dar resultados más eficaces que el dinero y el poder —
intervino Joseph—. Solo basta estudiar un poco la historia del mundo
para darnos cuenta que la mayoría de los grandes crímenes han
quedado sin resolver, a pesar de que estos dos factores han estado de
sobra.
—Ya no estás solo, primo —dijo Emmett, mirándolo a los ojos—.
Somos tu familia y estamos contigo.

Edward le sonrió tristemente a modo de agradecimiento, asintiendo


con la cabeza.

—Viajarán pasado mañana. Los hombres nos reuniremos con Dacre y


Alec para trazar un plan de viaje que sea seguro, así como el mejor
lugar para ocultarlos. Pasarán ahí una semana y si no la hemos
encontrado, se trasladarán a otro país. Solo Lissa, Becca y Katy viajarán
con ustedes. Confío en los demás empleados del servicio, sin embargo,
el dinero puede comprar almas y voluntades y a ella le sobra. Por lo
que se les dirá que fueron a Gillemot Hall unos días a pasar el luto. Del
personal de seguridad solo Dacre y Alec viajarán, nadie más. No
puedo asignarte a mis hombres de seguridad en los cuales confío
porque sería sospechoso.

—Yo puedo hablar con Nani. Entre los dos nos encargaremos de que
todos crean que estamos esperándolos en la plantación —propuso
Félix, que abrazaba a Heidi a su lado.

—Te lo agradecemos —dijo Carlisle—. Los otros detalles los


acordaremos en la reunión.

—Deberías comprar un bastón y golpearlo contra el suelo. Sin eso tu


palabra no tiene valor, viejo.

Todos miraron a Emmett y como si se encontraran sincronizados,


empezaron a reír a carcajadas. Ninguno entendía bien porqué lo hacía,
aunque inconscientemente rendían honor al anciano. Sabían, por el
conocimiento que tenían de su historia de amor trágica, así como por
las palabras que pronunció antes de morir, informadas por Edward,
que él estaba feliz al lado de su amada, por lo que querría que ellos
fueran felices también. Algo difícil de lograr por completo luego de su
partida.
Después de unos cuantos minutos la sala quedó en silencio de nuevo,
hasta que luego de un tiempo Charlie lloró, fastidiado, y todos se
dispersaron.

—Prométeme que irás con nosotros —pidió Bella a Edward, cuando se


hallaban desnudos en la cama de su habitación, con Charlie en medio
de ellos, babeando a su homónimo de felpa.

Edward le acarició la mejilla, extendiendo un brazo por encima de su


hijo, que era lo más cerca que podía estar de ella al encontrarse
acostado boca abajo.

—No estoy de acuerdo con esa decisión que tomó mi padre, y tú lo


sabes. Aun así no te voy engañar. Iré contigo si así lo deseas. Ya no
siento que todo dependa de mí.

—Eso pasa porque ahora sientes el apoyo de tu familia. —Bella se


apoyó sobre sus brazos y se acercó un poco más a él, rodeando a
Charlie—. Edward, no puedes pretender salvar el mundo tú solo.

—El mundo no me importa, solo quiero proteger a mi familia.

—Y eso lo puedes hacer con el apoyo de ellos mismos. Mi amor, no


quiero que te culpes por lo sucedido con el tío Aro. Aunque todos
lamentamos su muerte y el dolor permanecerá por toda la vida, nadie
te hace responsable. —Bella cerró los ojos, recostó la cabeza contra la
cama, y unas lágrimas salieron de sus ojos—. Me siento una mierda
por esto que voy a decir, pero es lo que siento y el tío lo sabe donde
quiera que esté: doy gracias a Dios de que haya sido él y no tú. Sé que
voy a llorarlo para siempre, es solo que si él no te hubiese salvado,
serías tú… No puedo ni decirlo.

Edward se levantó de la cama, la rodeó y se acostó detrás de Bella para


abrazarla.
—No he dejado de pensar en eso ni un instante. Siempre admiré al
viejo y me molestaba que él me acusaba de ser un inútil cuando yo me
esforzaba por ser digno de uno de sus elogios. Ahora pienso que
siempre me trató como lo hizo, al igual que a Emmett, porque quería
que nunca dejáramos de superarnos, de luchar por ser mejores. Por eso
me dijo que estaba orgulloso de mí antes de…de irse. Y estoy seguro
que esas palabras también iban dirigidas a Emmett; se lo dije y él
esperaba que así fuera. Igual nada le daba derecho a ser un viejo
cascarrabias y amargado.

Bella rio por la forma en la que Edward refunfuñó las últimas palabras.

—Creo que todos sienten lo mismo que yo —dijo Bella, secándose las
lágrimas—. Él quería irse, y por eso prefirió tu vida a la suya; además
de que te amaba.

Edward asintió y estiró el brazo para darle la vuelta al muñeco en


manos de Charlie, porque la pata que tenía en su boca ya no resistía
más humedad.

Los preparativos comenzaron de forma muy reservada. En la reunión,


Dacre informó que en definitiva Irina tenía un infiltrado, pues el
número telefónico de la casa lo habían entregado a todos los
empleados, con el fin de recibir alguna llamada y así poder rastrearla,
y era justo lo que había sucedido. Aún no tenían conocimiento de
quién se traba, y esperaban a que luego de que la familia saliera,
supuestamente con rumbo a Gillemot Hall, pudieran descubrirlo y que
los llevara a ella.

Todos sabían que ella era más peligrosa que nunca porque, aunque la
noticia que salió al aire fue que un ex empleado resentido intentó
vengarse, ella sabía que ya Edward no estaba solo, y que tenía en ese
momento a todo el cuerpo de policía tras ella, por lo que debía
encontrarse desesperada por actuar y conseguir su objetivo, a
cualquier precio.
Esa noche sería la última que pasarían en esa casa, y Bella se
encontraba un poco más tranquila al saber que viajarían todos juntos.
En el día estuvieron recibiendo cartas de condolencia por parte de
amigos lejanos, y que agradeció que no fuera ella quien tuviera que
responderlas, sino alguien asignado para dicha tarea.

Su madre había llamado a cada rato desde que le informaron del


trágico suceso y Bella la había convencido de no viajar. Le dijo que
estaba a punto de trasladarse a la plantación, y que cuando todo
pasara, ella le avisaría para que pudieran dar el pésame en persona a
toda la familia. Bella no los quería cerca pues eso implicaba que podían
estar en peligro, y de igual forma sucedió con Ángela.

En un momento en que Bella empacaba con la ayuda de Katy y Lissa,


mientras Becca cuidaba del bebé, Jasper llegó de visita. Como Edward
había prohibido que él entrara en la recámara, la llamaron y ella lo
llevó a personalmente, sin importarle lo que Edward pudiera decir
después.

—Pedí que nos dejaran solos porque imagino que no es bueno lo que
me vienes a decir.

—Intuyes bien —informó Jasper, mirándola con el ceño fruncido.

—Es la primera vez que podemos estar solos después de lo ocurrido y


ya me imagino…

—¿Te das cuenta que ese maldito te puso en peligro y yo me entero


porque un desquiciado asesina a un miembro de la familia?

—Edward no me ha puesto en peligro. No es su culpa que esa loca esté


obsesionada con él.

Jasper se acercó a ella rápidamente y la aferró por los brazos.


—Bella, el más mínimo error en la seguridad y tú puedes resultar
herida o muerta —increpó Jasper con desesperación—. ¿Por qué no me
lo habías dicho? Cada vez descubro más cosas que me ocultas, así
como sé que te casaste con él porque te obligó de alguna forma.

—No vuelvas con eso.

—Vuelvo porque a mí no me engañas.

Bella lo miró a los ojos con una expresión de agotamiento que parecía
estar a punto de desfallecer. Se soltó de su agarre y se abrazó a él sin
perder el contacto visual.

—¿No te basta con saber que soy la mujer más feliz del mundo a su
lado?

Jasper cerró los ojos. Solo quería saber qué exactamente había hecho
para obligarla, así tendría algo que gritarle mientras le partía la cara.
Podía soportar a Edward porque era el hombre que Bella amaba, y
porque era el hermano de la mujer que amaba él, de lo que sí estaba
seguro era de nunca podrían llevarse bien. Porque antes de que Bella
se enamorara había tenido que sufrir, no tenía duda alguna, y ni
siquiera deseaba imaginar qué tipo de cosas.

—¿Me lo dirás algún día?

—No —respondió Bella con firmeza—. Porque no hay nada que


confesar.

Jasper suspiró y la abrazó. Por el momento lo dejaría pasar, solo por el


momento.

—¿Puedo romperle la cara basado en mis suposiciones?

Bella soltó una risita y apoyó la cabeza en su pecho.

—No, no puedes.
—Por favor, Bella. Está bien si no me quieres contar el pasado, pero te
ruego que no me ocultes nada en el futuro. Eres mi hermanita, quiero
protegerte a pesar de que él, supuestamente, ya lo hace. Me preocupo
por ti. No soportaría perderte de nuevo.

Bella levantó la cabeza y lo miró, sorprendida.

—¿Perderme de nuevo?

Jasper frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—¿De nuevo? Dije perderte, solo eso. Nunca antes te he perdido.

Bella asintió y sonrió tristemente. Jasper había recordado algo de su


vida pasada, aunque solo fuera por unos segundos.

Edward abrazaba a Bella contra su pecho luego de haberle hecho el


amor. Los dos se habían quedado en silencio, pensando lo mismo.

—Te prometo que esta será la última vez que tengamos que huir.

Bella lo miró y levantó la mano para acariciarle el contorno del rostro.

—Siempre que estemos los tres juntos no me importa el lugar o la


situación.

—Te he fallado tantas veces, Isabella, que me siento inútil como


hombre.

—Me proteges lo mejor que puedes, mi amor —declaró Bella, dándole


un beso en la nariz—. Quiero que tengas paz espiritual, que dejes de
culparte por todo lo que sucede. No lo puedes controlar todo. Siempre
habrá algún fallo que no depende de ti, sino de otras personas que se
vende por dinero o favores. Eso sucede siempre en cualquier sector, a
cualquier persona. —Se acurrucó más contra él y lo besó en el centro
del pecho—. No quiero a un superhéroe, solo quiero a mi marido.
—Aquí me tienes, sintiendo miedo.

—Este es nuestro momento de ser feliz, Edward. Nada ni nadie podrá


separarnos esta vez.

—Es lo que más deseo.

Los dos se quedaron dormidos a los pocos minutos, abrazados, con la


seguridad que daba el estar junto a la persona amada.

Bella despertó y se encontró con el techo de su habitación. La recamara


estaba a oscuras así que todavía no había amanecido, por lo que se
preguntó qué la había despertado. Intentó sentarse en la cama y el
pánico la invadió al instante. Sus muñecas se encontraban atadas a la
cabecera. Su corazón se paralizó, presa del terror al imaginarse el peor
escenario. Giró hacia el lado de la cama de Edward y lo encontró
acostado boca arriba. No se encontraba atado, y no fue hasta que vio su
pecho subir y bajar acompasadamente, que supo que solo dormía.

«Gracias, Dios. No está muerto»

Tuvo miedo de llamarlo. No sabía quién la había atado aunque lo


imaginaba. No sabía si ella seguía en la habitación, por lo que temía
llamar su atención y provocar una reacción violenta. Movió el pie y se
dio cuenta que también los tenía atados, solo que con más de cuerda,
por lo que podía moverlos un poco. Estiró uno lo más que pudo y le
tocó la pantorrilla para tratar de despertarlo, al ver que nada sucedía
presionó la uña del dedo gordo contra su piel; la presión debía hacerlo
reaccionar. Su respiración se aceleró cuando él ni siquiera se movió.
Hasta el momento había tratado de mantenerse calmada. Un ataque
sería perjudicial en ese momento, sin embargo, el ver a Edward
inmóvil, cuando él era un hombre que se despertaba fácilmente, la
llenó de angustia.

—Edward —llamó en un susurró que salió casi ahogado por las


lágrimas que brotaban de sus ojos.
En ese momento la luz de la habitación se encendió. Bella se sobresaltó
y quedó cegada por un momento. No fue hasta que un balbuceo se
escuchó, que ella se dejó llevar por el llanto.

—¡Por Dios, no! —exclamó al ver frente a la cama una figura alta con
un bulto en brazos.

Irina tenía a Charlie cargado, mientras se retiraba de la pared en donde


había encendido la pantalla de luz. Lo mecía en sus brazos torpemente,
lo que era evidente que molestaba al niño, ya que emitía sonidos de
fastidio que casi parecían sollozos.

—Por favor, no le hagas daño —rogó Bella, tirando de las cuerdas que
ataban sus miembros—. Por favor, Irina.

La mujer giró la cabeza y la miró con odio. No la había vuelto a ver


desde que fue empujada por ella por las escaleras, y ni siquiera las
pocas veces que la había mirado con rabia, pudo percibir tanto odio
concentrado en esos ojos que parecían querer causarle el más horrible
dolor. Su cabello ya no era oscuro, sino rubio como sabía que era su
color natural, su rostro se vía demacrado, como si tuviera mucho
tiempo sin dormir, y la locura emanaba de sus ojos azules. Llevaba una
sudadera negra, que se veía algo sucia de tierra y césped.

De pronto, una sonrisa cínica curvó los labios de Irina, volvió a mirar
al niño y le acarició la cabeza.

—Estaba ansiosa por conocerlo. Siempre quise tener un hijo con


Edward, pero cuando pensaba en cómo se me deformaría el cuerpo
desistía de la idea. —Sus ojos se encontraron con los de ella—. Me has
ahorrado ese trabajo.

Bella sollozó más fuerte.

—Por favor, Irina, déjalo. Es solo un bebé. No le hagas daño.


—¿Cómo puedo hacerle daño al hijo que tengo con el hombre que
amo?

—Él no es tu hijo. Es mío, al igual que Edward —gruñó Bella.

La rabia brilló en los ojos de la mujer por un segundo. Caminó unos


pasos y se agachó para dejar a Charlie en una manta que ahí había.
Aunque Bella no lo podía ver, le aliviaba un poco saber que ya no lo
sostenía. Irina no era estable y podía hacerle daño así lo considerara su
hijo.

—¿Crees que él es tuyo? No, noo, nooo —cantó al tiempo que movía su
dedo índice de un lado a otro—. Fue mío mucho antes de que tú
llegaras a entrometerte en nuestras vidas.

—¿Qué quieres? ¿Cómo entraste?

Irina le sonrió con suficiencia.

—No sabes lo que un par de hombres harían por tener a una mujer
como yo.

«¡Lo sabía! Dos guardias se vendieron.»

Irina caminó, se detuvo junto a Edward, y lo observó. Tomó la sábana


que lo cubría y la retiró de su cuerpo, llevándose la de ella en el
proceso. Los dos se encontraban desnudos. Aunque la situación era
violenta para Bella por hallarse en ese estado, lo que la enfurecía era
que Edward se encontrara expuesto e indefenso ante esa mujer.

—Hermoso. Siempre me pareció el hombre más bello del mundo.

Se acachó y le acarició el pecho con la mano.

—¡No lo toques!
Irina soltó una fuerte carcajada, haciendo que Charlie emitiera unos
sollozos algo más fuerte.

—Charlie, mi amor, tranquilo. Aquí está mamá —dijo Bella, esperando


que el niño no comenzara a llorar más fuerte, porque eso podía
fastidiar a Irina y arremeter contra él.

—¡Te dije que él no es tu hijo! —Irina se agachó y le dio un beso en el


pecho a Edward—. Y él no es tu hombre.

Bella observó horrorizada como Irina comenzó a besar el pecho de


Edward, al tiempo que bajaba su mano por su abdomen y aferraba su
miembro, masturbándolo.

—¡Quita tus asquerosas manos de él! —Exigió Bella mientras


forcejeaba por liberarse.

Irina siguió con la mirada su propia mano, acercó la cabeza y sacó la


lengua para lamer el glande en su mano.

—¡No! Déjalo, maldita loca. ¡No lo toques! —lloró, desesperada.

Bella no se atrevía a gritar para pedir auxilio por miedo a lo que Irina
pudiera hacer. Los empleados tardarían en responder, si era que
alguien podía escucharla. Esperaba que Becca y Lissa, que dormían en
la habitación con Charlie, se encontraran en el mismo estado de
Edward y no muertas.

Irina chupó la punta del miembro de Edward y se retiró con una


sonrisa en los labios, que terminó siendo una mueca cuando se dio
cuenta que no había erección alguna.

—El cloroformo lo tiene bien dormido. Ya lo haré disfrutar cuando se


despierte.

—Él jamás te va a querer —afirmó Bella entre dientes—. Te odia, te


aborrece, mucho menos va a soportar que lo toques.
La mujer bordeó la cama rápidamente y tomó a Bella por la barbilla,
con tanta fuerza que la hizo gemir de dolor.

—Él me ama —masculló contra su rostro—. Eres como la maldita


mosca muerta de Tanya, con su carita de niña buena y esa dulzura
empalagosa que embota la mente de cualquier hombre. ¿Crees que te
ama? Estás equivocada. Él solo se dejó llevar por tu inocencia, lo
mismo que con la virgencita de mi hermana. Quería un coño virgen en
el que meterla ¿Qué hombre no quiere eso? Y al final se cansan y se
quedan con una mujer que pueda complacerlos, con una que sepa
cómo darles placer.

—Con una puta como tú —dijo Bella con el poco movimiento de los
labios que la mano de Irina le permitía.

La rabia cruzó la mirada de la mujer y la soltó, para enseguida


abofetearla con fuerza. Bella quedó aturdida por el golpe, y sintió un
sabor acerado en la boca.

—Di lo que quieras. Después de todo seré yo quien me quede con ellos
dos. —La miró de la cabeza a los pies e hizo una mueca de desdén—.
Tú nunca podrás competir contra mí. No con ese cuerpo tan
insignificante que tienes.

Se giró y caminó hacia un sofá donde había un bolso en el que Bella no


había reparado antes. Lo abrió, buscó algo en él y el corazón de Bella se
detuvo cuando la mujer se dio la vuelta. Un arma con el cañón más
largo de lo normal apuntaba directamente hacia ella. Soltó una
exclamación y forcejeó de nuevo con las cuerdas que la ataban a la
cama.

No sabía mucho de armas, sin embargo, cualquier podría darse cuenta


de que era un silenciador lo que se encontraba unido al cañón.
—Una vez me deshice de la mujer que pretendió quedarse con lo que
es mío. Mi propia hermana. Y ahora te llegó tu turno. Di tus últimas
palabras, perra.

—Edward, te amo —declaró sumida en un intenso llanto, mirando al


hombre a su lado.

Cerró los ojos, al no ser lo suficientemente valiente como para ver


llegar su propia muerte. Un segundo más tarde, el sonido de un
disparo retumbó en la habitación.
CAPÍTULO 58


Los ojos son la ventana del alma,
y en ellos se muestra la verdad del amor eterno.

J eleg caminaba con la vista fija en el sendero. Llevaba casi toda la mañana
buscando una flor grande y de color rosado que se resistía a ser vista,
imaginando cuál sería su destino si era descubierta.

Acababa de llegar de una gran batalla en la que Kopján había muerto. Si bien
el muchacho no era de su agrado, su hermana tenía sentimientos por él y podía
imaginar que se encontraba triste, por lo que antes de ver a su familia quería
hallar la flor que tanto le gustaba a la niña, para al menos animarla un poco.

Esa niña era su adoración. Su mayor deseo era protegerla y entregarla a un


hombre que la cuidara, y con el que nada le faltara. Solo quería su felicidad.

Unos pasos más adelante encontró la flor, una peonía que se hallaba
extrañamente solitaria. Con sus ásperas manos la arrancó del matorral y se
apresuró a reunirse con su querida niña. Al llegar al campamento encontró a
su madre, quién lo recibió con los brazos abiertos, y le dijo al instante que su
hija se encontraba en un claro donde acostumbraba a ir. Había ido a recibirlo,
y al no verlo se molestó y se dirigió hacia ese lugar.

—Ya no es la niña que dejaste. Su felicidad murió con ese muchacho. Es como
si estuviera muerta en vida.

A Jeleg no le gustó enterarse de eso. Imaginaba tristeza, mas no lo que su


madre le describió.
Corrió hacia el lugar indicado y la buscó con la mirada. La vio tendida en la
hierba algo alejada, y se acercó con la intención de sorprenderla. Al avanzar
notó que algo no estaba bien: un objeto sobresalía de su pecho y el pánico lo
invadió. Ahí estaba su niña, su adorada hermanita, con un puñal atravesando
su puro y muerto corazón. Un grito de agonía hizo eco entre el cielo y el
infierno.

Alice se despertó sobresalta por el sonido tan aterrador que escuchó.


Miró a Jasper a su lado y lo vio abrir los ojos de repente y proferir otro
grito desesperado.

—¡Jasper! —exclamó Alice, sacudiéndolo—. Fue solo una pesadilla.


Termina de despertar.

Jasper se deshizo de su agarre y se levantó de la cama con rapidez.


Miró hacia todos lados frenéticamente y luego a ella. Se encontraban en
su habitación en su departamento. Era el único lugar en el que podían
estar juntos pues no les parecía correcto volverlo a hacer en la mansión
Cullen por respeto a los padres de la chica, a pesar de que Esme había
insistido en que no había problema alguno.

—¿Jasper? —preguntó Alice, tratando de averiguar qué le sucedía.

—Tengo que salvarla.

—¿Qué?

En esos momentos escucharon unos fuertes golpes en la puerta. Uno


de los guardaespaldas de Alice, que se encontraba haciendo guardia en
la sala, preguntó qué sucedía.

—Solo fue una pesadilla, Brad. Todo está bien —explicó Alice, sin
apartar la mirada de Jasper. El hombre lo aceptó y se retiró de la
puerta—. Jasper, ya pasó, vuelve a la cama —pidió, extendiendo una
mano hacia él.
El muchacho negó y se giró para buscar ropa en su armario y empezar
a cambiarse.

—No puedo fallarle de nuevo. Tengo que ir a salvarla. Ella me necesita


—decía una y otra vez con tono desesperado.

—No entiendo. ¿A quién tienes que salvar? ¿De qué estás hablando?

Jasper se colocó un pantalón de mezclilla, una camiseta negra, una


chaqueta de cuero y se calzó unos tenis, sin siquiera ponerse las medias
o ropa interior.

—Jasper, ¿qué tienes? Me estás asustando —susurró Alice al borde de


las lágrimas.

Él se subió a la cama, de rodillas, y la tomó por los hombros.

—Alice, necesito que me ayudes. Tengo que ir a salvarla. Dile a uno de


tus guardaespaldas que me facilite un arma.

Los ojos de Alice se abrieron con pavor.

—¿Vas a matar a Edward? —sollozó con voz temblorosa.

—¡Claro que no! —Jasper cerró los ojos por un momento. Todo su
cuerpo vibraba, y cuando la miró de nuevo, ella supo que la situación
era grave—. Alice, mi amor, Bella está en peligro. Tuve un sueño y… y
sé que está a punto de morir. Por favor, ayúdame. Te prometo que no
le haré daño a tu hermano. Por favor, no puedo perderla de nuevo.

Alice vio las lágrimas corriendo por las mejillas del chico del que se
había enamorado y dejaron de importarle las razones. Se levantó y se
colocó uno de los boxers de Jasper y se lo ajustó con su pantalón, una
camiseta oscura de él para que no se notara que no tenía sujetador, sus
zapatos y salieron de la habitación. Alice le pidió a Brad que
despertara al otro que dormía en la que había sido la habitación de
Bella.
—Alice, el arma.

La chica asintió y no demoraron en entregársela y mostrarle cómo


usarla.

—Soy sureño, sé manejar una.

Subieron al coche y se dirigieron a la casa de Edward y Bella.

En todo el camino Jasper estuvo ansioso. Por momentos cerraba los


ojos y sacudía la cabeza, al tiempo que emitía gemidos de angustia. Se
secaba las lágrimas de forma brusca con el dorso de la mano y todo sin
soltar la pistola. Alice lo miraba asustada. No entendía lo que pasaba
por su cabeza. Hablaba de un pasado que no tenía sentido y un par de
veces, mientras sollozaba, llamaba a una mujer cuyo nombre no
reconocía.

—Deberíamos informar a los hombres de seguridad —propuso Alice


con voz suave—. Ellos pueden actuar más rápido si en realidad algo
está sucediendo. También deberíamos llamar a Edward y…

—No. No confío en nadie. Y a esta hora Edward debe estar con Bella,
por lo que también estará en peligro. No me voy a arriesgar a que
suene el teléfono y la situación se descontrole.

Alice asintió y miró por la ventana. Todo estaba oscuro. Aún era de
madrugada y el sol no daba indicios de aparecer en el horizonte.
Suspiró y se dijo así misma que debía confiar en su novio a pesar de
que nada de lo que decía tenía sentido. Sabía que la tal Irina era un
peligro para la pareja, pero no comprendía el por qué Jasper aseguraba
que algo grave estaba sucediendo en ese momento.

Llegaron a los pocos minutos y les permitieron el ingreso al instante.


Alice tomó por el brazo a Jasper antes de que se bajara y lo miró a los
ojos de forma suplicante.
—Prométeme que no dañarás a Edward.

—Te lo prometo.

Alice asintió, creyéndole, él nunca haría algo que le causara dolor.


Jasper guardó el arma en su chaleco y bajaron del auto. Alice se
apresuró a explicarle a uno de los guardaespaldas que se acercaba, que
se encontraban ahí porque querían ayudarlos con el traslado por la
mañana.

—¿Alguien más ha venido?

—No, señorita. Todo ha estado tranquilo. ¿Quiere que le avise al


personal de servicio para que le adecuen una habitación?

La chica vio a Jasper entrar en la casa y se apresuró a seguirlo.

—Estaremos bien. No avises a nadie —dijo antes de alejarse.

Jasper corrió escaleras arriba y se dirigió a la habitación de Bella y


Edward. Su corazón latía con demasiada fuerza y su respiración era
agitada.

«No puedo llegar tarde de nuevo. No puedo volver a perderla.


Aguanta, mi niña, aguanta»

Pasó por la habitación en la que dormía Charlie con la enfermera y la


doncella, y se percató de que la puerta se encontraba levemente
abierta. La empujó y vio a Becca aparentemente dormida en su cama, a
diferencia de Lissa que estaba atravesada en la suya, como si alguien la
hubiese empujado. Miró hacia la cuna y el bebé no estaba en ella.

«¡Dios, no!»

—¿Jasper?

Alice entró en ese momento.


—Ocúpate de Lissa, pero no llames a nadie. Yo me encargo de esto.

Jasper se dirigió a la puerta de la habitación y Alice lo tomó por el


brazo.

—Llamemos a seguridad. No quiero que te expongas —pidió,


llorando.

—Ella no entró sola. Alguien la ayudó y no sabemos quién. Llama a tu


padre y explícale la situación, a nadie más.

La chica asintió y le dio un beso en los labios antes de dejarlo ir.

Jasper caminó por el pasillo que llevaba a la habitación principal.


Sentía que debía apresurarse por lo que apartó su miedo y se dejó
llevar por la necesidad de cumplir con su misión de proteger a su
hermanita.

Llegó a la puerta de la recamara y una voz en su corazón le gritó:


"¡Entra!". No lo pensó dos veces. Sacó el arma de su chaqueta, le pidió a
Dios que lo ayudara, y pateó la puerta con fuerza. Fue cuestión de un
segundo que levantara la mano en la que sostenía la pistola y disparara
a la figura que se hallaba frente a la cama.

El corazón de Bella se detuvo con el fuerte sonido y esperó el impacto.


En el momento fue tanta la impresión que tardó unos segundos en
recordar el silenciador en el arma de Irina. Abrió los ojos y vio a Jasper
entrar en la habitación, buscó a Irina y no la vio por ninguna parte.

—Jasper… —Sollozó Bella y se encontró con su mirada.

Jasper corrió hacia ella, la cubrió con la sábana al igual que a Edward y
comenzó a desatarla.

—Llegué a tiempo. Esta vez sí llegué a tiempo. No te fallé.


Alice entró y soltó una exclamación al ver a Irina en el suelo, rodeada
de un charco de su propia sangre.

Bella comenzó a llorar y forcejeó cuando Jasper la abrazó. Toda la


calma que había mantenido durante los momentos de tensión, se
esfumó al saberse a salvo, por lo que el ataque se apoderó de ella.

—Dame a mi bebé ¡Dame a Charlie! —exigió al escucharlo llorar


fuertemente.

Alice ya lo tenía en brazos y se apresuró a entregárselo. Bella lo recibió


al tiempo que Dacre y Alec entraban en pijamas a la habitación.

Bella miró a Edward y este todavía no despertaba. Él había sido


abusado por Irina y en ese instante todos lo estaban viendo vulnerable
en la cama. No lo podía soportar, él era su marido y era su obligación
protegerlo de todo y de todos.

—¡Fuera! —gritó, arrastrándose a su lado, aún sosteniendo a Charlie


que lloraba asustado, y con una mano libre lo cubrió por completo con
la sábana—. Salgan todos. No quiero que lo van así. ¡Fuera!

—Bella, soy yo, Jasper. Ya estás a salvo. Mírame.

Bella negó con la cabeza frenéticamente.

—Salgan de aquí ahora. No quiero que lo vean así. ¡Llévense a esa


mujer y lárguense!

Dacre y Alec comprobaron que Irina se encontraba muerta y cargaron


su cuerpo para retirarlo. Alice comenzó a empujar a Jasper hacia la
puerta.

—No voy a dejarla en medio de un ataque —declaró Jasper con voz


firme.
—¡Fuera! Edward no quiere que lo vean así. ¡Lárguense! —gritaba
Bella, recostada sobre el cuerpo de Edward para tratar de ocultar la
mayor parte de él.

—Jasper, vamos. La estamos alterando, por favor —pidió Alice,


empujándolo. Miró entonces a Bella—. Mamá está en camino. ¿Ella
puede entrar?

—Solo ella, Alice. Por favor, que nadie más lo vea. ¡Nadie más! —
sollozó desesperada.

Alice cerró la puerta y Bella comenzó a mecer a Charlie en sus brazos,


mientras se bajaba de la cama. Se encontró con una manta en el suelo y
supuso que los hombres la habían arrojado ahí para ocultar la sangre.
La bordeó, tomó uno de los juguetes de Charlie que se encontraban un
sillón, regresó a la cama para acostarlo y rodearlo con las almohadas
para que no se rodara. El bebé comenzó a calmarse y ella se colocó su
bata de levantarse y corrió al baño. Tomó una toalla de mano, la
humedeció y caminó hacia el lado de Edward para empezar a frotar los
lugares por donde Irina lo había tocado.

—Estarás bien, mi amor. Esa mujer no te volverá a tocar. Yo te


protegeré. Nunca volverá a poner sus manos sobre ti —repetía una y
otra vez mientras limpiaba cada parte de su cuerpo.

Su histeria se inclinaba a proteger a su marido y a su bebé, porque una


vez hubo terminado con Edward, fue hacia Charlie y repitió la misma
operación. No quería que en sus cuerpos quedara rastro alguno del
toque de esa mujer. No deseaba que mantuvieran su olor ni su roce.
Cuando Edward se despertara, no tendría la sensación de haber sido
abusado, pues en su cuerpo no quedarían huellas de ello. Al terminar,
tiró la toalla a la basura, se subió a la cama, y se ubicó detrás de su
esposo para acomodarlo entre sus piernas y así apoyarlo contra su
regazo. Miró a Charlie y lo vio luchar contra el sueño, por lo que estiró
la mano y comenzó a acariciarle la cabeza.
La puerta de la habitación sea abrió despacio y Esme asomó la cabeza.

—Bella, ¿puedo entrar?

Bella asintió y sollozó más fuerte. Esme lo hizo y ajustó la puerta con
un pañuelo tras de sí, pues la cerradura no servía por la patada de
Jasper, y se acercó a la cama.

—No quería que nadie más lo viera así —explicó Bella en medio del
llanto—. Solo tú que eres su madre puedes verlo indefenso.

Esme comenzó a llorar y asintió. Su hijo, su nuera y su nieto,


estuvieron a punto de morir a manos de una mujer desquiciada, y
consideraba un milagro no haber enloquecido en el camino desde su
casa; aun así, debía ser fuerte para Bella. La chica había pasado por
mucho y necesitaba alguien que pensara con cabeza fría, a su lado. Se
secó las lágrimas y estiró una mano para tocarlo.

—¿Puedo?

—Eres su madre.

La mujer le acarició el rostro, el cabello, y no pudo evitar emitir un


sollozo al imaginar haberlo perdido para siempre.

—Bella, es necesario que lo vea un médico.

—¿Dónde está Becca? —preguntó sin soltarlo.

—Jasper me dijo que estaba desmayada al igual que Lissa cuando


llegó, aunque ya están despertando. Al parecer Lissa se despertó e
intentó forcejear, pero… ella era más fuerte y pudo dormirla también.
Estaba atravesada en la cama cuando la encontraron. Carlisle llamó al
doctor y ya viene en camino. Bella, hija, necesitamos que los revisen a
ustedes también.
Bella se quedó mirando a Edward mientras le acariciaba el cabello.
Sabía que aunque despertaría en cualquier momento, necesitaría de la
valoración de un médico, por lo que accedió, pensando en su bienestar.

—Solo él, Esme. No quiero que nadie vea a Edward así. Los demás
podrán entrar cuando ya esté despierto y pueda tomar decisiones.

Esme asintió y le sonrió con dulzura. En ese momento agradeció a Dios


por la mujer que había puesto en el camino de su hijo. Una que lo
conocía tan bien, que protegería su orgullo y dignidad a capa y espada.

—¿Puedo darle a Charlie a Alice? Ya está dormido y es mejor que no se


despierte de nuevo —propuso Esme, con voz suave.

—No. Sé que es tu hija, pero quiero a mi bebé a mi lado hasta que


Edward despierte. Querrá verlo cuando lo haga.

Esme asintió y miró a Edward, quien comenzó a mover los ojos debajo
de los parpados.

Bella sintió su corazón latir con más fuerza. Edward estaba


despertando en sus brazos y ella se acomodó para acercar su rostro al
de él. No pudo evitar que un par de lágrimas cayeran sobre sus ojos
aún cerrados, y cuando las fue a limpiar, estos se abrieron por fin. Esos
hermosos ojos verdes que la habían perseguido en sueños tantas veces,
se enfocaron en ella con intensidad. No hubo palabras, no hubo
movimientos, solo ellos dos mirándose el uno al otro, bebiendo el amor
que entre ellos fluía, declarándose esclavos de sus almas y corazones.
Por la mente de Bella pasaron imágenes de lo que había sido su vida
desde el día en que conoció a Edward, y a pesar del dolor, de la
angustia y del aparente odio del inicio, ella estaría dispuesta a repetirlo
mil veces con tal de poder estar ahí en ese momento, mirándolo a los
ojos, sabiéndolo vivo, sano, y enamorado a su lado.

Por un instante los bellos ojos verdes se volvieron oscuros, negros, y


ella sonrió. «Kopján», dijo su mente al ver ante sí a la naturaleza de
una obsesión que traspasó las fronteras del tiempo y el espacio solo
para seguir amándola como debió ser desde hacía mil años. Ella
también hacía parte de esa obsesión, lo sentía en lo más profundo de su
alma, y cuando los negros ojos se volvieron verdes de nuevo, ella supo
que por fin había llegado el momento de ser felices para siempre.

—Isabella —dijo él.

—Edward —respondió su alma.


EPÍLOGO

B ella estiró su cuerpo para apartar los últimos rasgos de sueño de


la mañana. Miró hacia la ventana y vio que el sol apenas comenzaba a
salir por el horizonte; solo tenía unos cinco minutos más de descanso,
antes de levantarse e ir a cumplir con su deber de madre. Miró hacia
un lado de la cama y encontró una rosa roja en la almohada, que la
hizo sonreír.

Siempre que Edward debía partir muy temprano para el trabajo, le


dejaba una rosa cortada por el mismo, de los jardines de Gillemot Hall.
Lo hacía siempre que no quería molestar su sueño, desde que
regresaron de la casa en la ciudad, justo al día siguiente de lo sucedido
con aquella mujer.

Bella cerró los ojos por un momento y los recuerdos llegaron a su


mente. Luego que Edward despertara y la reconociera, solo tuvieron
unos segundos antes que Heidi entrara como una tormenta, ignorando
los gritos de Alice y pasando por encima de Esme, para lanzarse sobre
su primo. Lo abrazó sin importarle que Bella estaba sentada detrás de
él, y lloró con fuerza mientras agradecía a Dios por no habérselo
quitado de nuevo. Solo Bella entendió el significado de esas palabras.

Volvió a estirar su cuerpo y se levantó de la cama, dirigiéndose al


cuarto de baño para asearse y cambiarse antes de salir de la habitación.
Las imágenes de ese momento aparecieron nuevamente e hizo una
mueca al recordar el rostro aturdido de Edward luego de que Heidi lo
soltara, al darse cuenta que lo estaba asfixiando. Preguntó qué sucedía,
por qué estaban ellas dos ahí, y se colocó una mano en la cabeza al
sentirse mareado. Bella le explicó lo sucedido mientras lo ayudaba a
colocarse unos pantalones, en compañía de las otras dos mujeres, y lo
acompañaron al baño para que vomitara a causa de los efectos
secundarios del cloroformo. Edward se quedó en silencio luego de que
su esposa terminara el relato, en el que omitió la escena del abuso; él
nunca se enteraría de eso. Él la había abrazado, llevándola hasta su
regazo, y solo habló para pedirle que tomara a Charlie entre sus
brazos. Mantuvo a los dos pegados a su cuerpo hasta que el sol se filtró
por entre las cortinas. Tenía los ojos cerrados, y respiraba con
dificultad; se le notaba aterrado, angustiado, perdido, y no fue hasta
que Bella lo besó en los labios, y le juró que la mujer estaba muerta y
que ya no podría hacerles más daño, que se dejó revisar por el médico.

Bella salió vistiendo un largo vestido azul celeste sin mangas y cuello
en V. Abandonó el vestíbulo de la recámara y se dirigió a la habitación
contigua. Abrió la puerta y un fuerte grito se escuchó.

—¡Mamá!

Charlie corrió hacia ella, desnudo y con el cabello aún mojado. Bella se
arrodilló para abrazarlo.

—¡Mi amor! —dijo Bella riendo, besándole el cabello.

Le había mojado el vestido y a ella no le importaba.

De pronto, una pequeña figura apareció por un lado. Era un niño de


cabello castaño oscuro y ojos color chocolate; se chupaba el dedo
frenéticamente mientras sostenía un oso de peluche en su otro bracito.

—Aro, mi bebé. Buenos días.

Bella extendió los brazos hacia el pequeño y este se precipitó hacia


ellos. Todavía vestía su pijama de Bob Esponja y su cabello era un
completo desastre. No tenía que ir al colegio pues solo tenía tres años,
a diferencia de su hermano que tenía cinco; sin embargo, le gustaba
despertarse para despedirlo.
—Buenos días, señora —saludó Lissa con una sonrisa en el rostro y
una mano en su ya abultado vientre.

Bella la miró y negó con la cabeza.

—Eres terca, Lissa. Edward fue muy enfático al prohibirte que


trabajaras en ese estado. Estás buscando lo que no se te ha perdido.
Luego no vengas a mí cuando él te riña.

Lissa rio y tomó a Charlie de la mano para continuar secándolo.

—Esto no es un trabajo para mí, señora. Estoy feliz de hacerlo. Le pedí


a Julie que le prepara el biberón a Aro y el desayuno a Charlie.

—Se suponía que este era su trabajo al reemplazarte y tú la envías a


hacer otra cosa —Bella suspiró y caminó hacia la cama con Aro en sus
brazos—. Cuando tu embarazo esté más avanzado Edward te va a
amarrar a una cama y te dejará ahí hasta que el bebé nazca.

—Con Jinny me retuvo la paga y ni así le funcionó. El señor sabe que


no puede evitar que quiera a estos niños.

Entre las dos terminaron de cambiarlo y luego de desayunar, se


dirigieron a la puerta de la mansión, donde los esperaba William junto
al auto que llevaría a Charlie Cullen al colegio en Londres. Junto al
hombre se encontraba una niña de la misma edad de Aro, con el
cabello rubio que casi parecía blanco, y una muñeca en uno de sus
brazos. Aro se quitó automáticamente el dedo de la boca y se lo limpió
con el pantaloncito. Bella se percató de ese hecho y sonrió.

El niño tenía una fijación con la pequeña hija de William y Lissa, y


como Charlie le había dicho que solo los bebés se chupaban el dedo,
cada vez que la niña aparecía en escena, él dejaba de hacerlo.

William había logrado enamorar a Lissa con rosas y chocolates, y un


día Bella fue testigo de cómo él tomó a la chica por la cintura, la
sostuvo contra la pared de la parte trasera de la casa, y la besó a la
fuerza, sosteniendo sus brazos por encima de su cabeza. Solo bastaron
unos segundos para que ella cayera rendida a sus pies. Se casaron
luego de algunos meses de noviazgo y unas cuantas advertencias por
parte de Edward, quién quiso dejarle muy en claro al hombre, que la
chica no estaba sola.

Charlie se despidió de todos y se subió al auto. Aro tomó a Jinny de la


mano y la llevó al lado de su madre para ver partir a su hermano.

Bella despidió a su hijo con la mano, y se sintió segura sabiendo que


era William quien cuidaba de él. Había sido precisamente ese
guardaespaldas quien se había percatado del intento de huida de los
dos cómplices de Irina. El disparo lo había despertado de su sueño,
pues su turno no empezaba hasta algunas horas después. En lugar de
correr hacia la puerta, se impulsó hacia la ventana creyendo que
estaban siendo atacados, cuando divisó a dos hombres del turno de la
noche, tratando de escabullirse hacia la salida en medio de la
confusión. Le pareció sospechoso que no trataran de correr hacia
mansión como hacían todos los demás, por lo que tomó su radio y se
comunicó con los de la puerta para informarles de lo que había visto.
Los dos fueron detenidos y entregados a la policía, donde confesaron
que ayudaron a Irina a entrar a la propiedad, a cambio de sexo y
dinero, por lo que fueron judicializados y condenados.

El cuerpo de Irina por su parte fue entregado a las autoridades y estos


avisaron a los padres de la mujer, quienes aseguraron que se harían
cargo al ser su obligación, pero que no la llorarían, pues ella había
dejado de ser su hija desde el día en que asesinó a su hermana.

Bella tomó a Aro de la mano ya que el cargarlo implicaría que le soltara


la mano a Jinny, y caminó a paso lento hacia la terraza del segundo
piso. Se sentó en el gran sofá, y los niños lo hicieron en el suelo,
rodeados de una montaña de juguetes. Edward no solo les compraba a
sus dos hijos, sino que también a la hija de Lissa y William. La niña
poseía las muñecas más hermosas que el dinero podía comprar, y
vestía la ropa más fina que podían conseguir. Los padres vivían
agradecidos y al mismo tiempo, avergonzados por tanta generosidad,
y más porque Bella lo apoyaba. La niña era querida como alguien de la
familia y así sería tratado el bebé que Lissa esperaba.

Katy llegó para dejar a Naomi y a Ron en uno de los sillones. Los dos
gatos ya estaban viejos, por lo que se la pasaban durmiendo y
bostezando todo el día. Habían tenido infinidad de crías y todas ellas
vagaban por las plantaciones, en donde los campesinos las cuidaban y
alimentaban con la comida que se les proporcionaba para dicho fin.
Sam y Leo también estaban viejos. Los dos perros ya no tenían que
preocuparse de los gatos pues estos ya no los molestaban, y pasaban el
día echados junto a los pies del que más cerca se encontrara.
Lastimosamente, Edward y Naomi seguían sin llevarse bien, por lo que
él prefería mantenerla lo más lejos posible.

Julie, la niñera, apareció también, y luego de entregarle a Bella su


computadora y un par de libros, comenzó a jugar con los niños,
acompañada de Lissa. Bella empezó a ojear su cuaderno de apuntes y
sonrió. Se encontraba en segundo año de estudios en matemáticas y
aunque era a distancia, no podría ser más feliz. Había decidido no
tomar la modalidad presencial porque deseaba pasar el mayor tiempo
posible con sus hijos, y como lo que deseaba era estudiar, no le
importaba hacerlo desde Gillemot Hall, por lo que solo tenía que ir a la
universidad en Londres un par de veces al mes para cualquier
sustentación o examen. Edward había decidido apoyarla en todo lo
que quisiera, aunque en silencio rogaba que no se matriculara en
«presencial»; al enterarse de la decisión de su esposa, sonrió
abiertamente, la besó con euforia, y comenzó el proceso para ampliar la
escuela en la que Bella había trabajo solo dos días como docente. Por lo
que ya contaba con todos los cursos y una planta física mucho más
grande. Bella se encontraba muy emocionada y la perspectiva de
cumplir su sueño de ser maestra de matemáticas, en una escuela para
los hijos de los campesinos, la hacía esforzarse todos los días para sacar
las mejores notas.

—¿Lo ves, hija? Tienes una hermosa familia y estás cumpliendo tus
sueños. Solo era cuestión de tener paciencia y priorizar. —Le había
dicho la señora Whitlock, su madre, quien había contraído matrimonio
con el padre de Jasper, seis meses después de la muerte de Irina.

Bella se mantenía concentrada en sus números y ecuaciones cuando


una de las empleadas del servicio llegó agitada a su lado.

—¡El fantasma! Señora, es el fantasma —exclamó la mujer con


expresión de pánico.

Bella se sobresaltó y miró a los niños, que se mantenían distraídos.

—No digas esas palabras en frente de los niños —regañó, y se levantó


para arrastrar a la alterada mujer lejos de los inocentes oídos—. ¿De
qué estás hablando?

—Se lo dije al señor pero me advirtió que no le dijera a usted, y ya no


aguanto más. Todos los empleados están asustados. El señor me va a
matar pero usted debe saberlo.

—¿Saber qué, Martha? —preguntó Bella, exasperada.

—¡Lo del fantasma! —exclamó y bajó la voz cuando Bella la amonestó,


mirando a los niños—. Pasa casi todos los días desde hace unos seis
meses.

—¡Seis meses! Y ¿por qué me lo dices ahora?

—¡Porque el señor nos prohibió hacerlo! Dijo que eso debía tener
alguna explicación y que no podíamos asustarla porque usted podría
decidir dejarlo si creía que aquí había un fantasma.
Bella se apretó el puente de la nariz. Edward nunca perdería el miedo a
que ella lo abandonara, como si eso fuera posible con todo el amor que
ella misma le profesaba.

—Bien, entiendo. ¿Dónde se supone que aparece ese fantasma?

—En la biblioteca. La principal, no la privada que usted utiliza. Pasa


siempre a la hora del almuerzo, y dura entre media y una hora. Se
escuchan golpes, cosas que caen, gemidos y gritos y una mesa
chirriando. Lo escuchamos los primeros días y luego nadie se atrevía a
acercarse a esa hora. Cuando todo pasa, abrimos la puerta y
encontramos el escritorio revuelto, todo en el suelo. Y no me lo va a
creer pero hasta ectoplasma hemos hallado.

—¿Ectoplasma?

—¡Sí! De lo que están hechos los fantasmas.

—Sé lo que es, solo que me parece imposible de creer. Los fantasmas
no existen.

—Se lo juro, señora. Ahora mismo los chicos estás limpiando porque
ninguna de nosotras se atreve a entrar. Es espeluznante.

—Pero, ¿cómo pueden asegurar que es un fantasma si no han


investigado? ¿Por qué no se ha quedado nadie a ver qué sucede?
Posiblemente sea una broma de alguno de los empleados.

—¡Ni locos que estuviéramos! Lo mismo dijo el señor, el problema es


que nadie se atreve a quedarse ahí más de lo necesario, y limpiamos
acompañados. Todos tenemos miedo, señora.

Bella suspiró y sacudió la cabeza. Su experiencia desde que había


conocido a Edward le indicaba que no había nada de raro en la
existencia de un fantasma, sin embargo, no podía decir que había uno
en la mansión hasta que lo viera con sus propios ojos.
—Martha, ¿crees que mañana sucederá de nuevo?

—Posiblemente. Al principio solo era dos veces al mes, y se ha ido


intensificando con el pasar del tiempo. Si no sucede mañana, estoy
segura que lo hará pasado mañana. Siempre es así. Solo se calma los
fines de semana. Imagino que como el señor a veces entra ahí a esa
hora, el fantasma le tiene miedo.

—Me imagino. Hasta los fantasmas le temen a Edward —dijo Bella con
ironía—. Mañana yo me haré cargo, solo no lo digas en frente de los
niños. No quiero que se asusten.

La mujer asintió frenéticamente.

—Tenga cuidado, señora —pidió antes de retirarse.

Cuando Edward llegó por la tarde, Bella trató de no reclamarle por


haberle ocultado lo del supuesto fantasma. No quería que los
empleados tuvieran problemas y sabía que Edward no se lo había
tomado como algo serio. Los niños corrieron a recibirlo, cada uno
sentándose en el pie y aferrándose a una pierna, mientras él intentaba
caminar con una gran sonrisa en el rostro.

Bella se acercó, procurando no pisar a los niños, y lo besó rápidamente


en los labios. Algunas veces —más de las que ella desearía— los niños
los encontraron besándose como si la vida se les fuera en ello. Bella lo
había empujado con fuerza y tratado de explicar la escena, mientras
que Edward reía a carcajadas.

—¿Cómo pasó el día la mujer de mi vida?

—Estudiando y siendo mamá. Las dos cosas que más me gustan en el


mundo.

Edward frunció el ceño.


—¿Y ser esposa no está en esa lista? —preguntó, cargando a los niños
que ya comenzaban a trepar por su cuerpo.

Bella soltó una exclamación y se llevó la mano a la boca, falsamente


sorprendida.

—¡Lo siento! Es que como mi esposo últimamente me tiene muy


abandonada —mintió, retorciéndose las manos y haciendo un
puchero—, me había olvidado de esa pequeña parte.

A Edward se le tensó la mandíbula bajo la mano de Aro.

—¿Pequeña?

Bella sintió con seguridad.

—Sí. Así de pequeña —explicó, separando los dedos gordo e índice


solo unos centímetros.

—Creo que se equivoca, señora Cullen. Estoy seguro que esa parte no
es para nada pequeña.

Bella se acercó a él, miró a todos lados como si temiera que alguien la
escuchara, y le habló en un susurró.

—El otro día tuve que buscarla con lupa. —Se separó, asintiendo
frenéticamente con la cabeza para reafirmar sus palabras.

—¿Qué buscabas con lupa, mami? —preguntó Charlie—. Aro y yo


podemos ayudarte a encontrarlo.

—Jinny ayuda —propuso Aro, emocionado por el nuevo juego.

—No tienen que buscar nada, niños —aseguró Edward, mirando


fijamente a Bella—. Yo mismo me encargaré de que su madre sepa
muy bien en dónde está y el tamaño que tiene.
Aunque sonó más a una amenaza que a una proposición erótica, Bella
se mordió el labio y sonrió con coquetería. Había jugado con fuego, y
estaba ansiosa por quemarse en las llamas de la pasión.

Se dirigieron a la habitación de los niños, donde dormían con Becca y


Julie. Edward le pidió a Lissa que llevara a la niña y como siempre que
llegaba del trabajo, jugó con ellos, sentado en el suelo con el pijama ya
colocado. Cuando Charlie y Aro por fin se quedaron dormidos, y
William llegó para recoger a su hija y llevarla en brazos a su
habitación, Edward tomó a Bella del brazo y la llevó hacia su recámara.

Al llegar, la lanzó sobre la cama y comenzó a quitarse la ropa.

—¿Persistes en tu idea de que tu esposo te tiene abandonada y que su


«parte» es muy pequeña?

Bella se removió en la cama de forma sensual, excitada.

—Muy pequeña —respondió, mirándolo a los ojos con descaro.

Edward gruñó y terminó de desvestirse. Tomó su miembro con una


mano y comenzó a frotarlo de arriba abajo, mirándola fijamente.

—¿Es esto lo que buscaba, señora Cullen? ¿Le parece pequeña? —


preguntó con voz ronca.

—Necesito verla más de cerca para poder opinar, señor Cullen.


Permítame estudiarla con detenimiento.

Edward se acercó, tiró del pantalón del pijama de Bella y se lo quitó,


llevándose también sus bragas y dejándola desnuda de la cintura para
abajo.

—Es mejor que lo sienta, así no le quedarán dudas —dijo, palpando su


sexo y encontrándolo húmedo—. Siempre lista para mí.
Tomó su miembro y lo dirigió a la ansiada entrada. Bella jadeo cuando
sintió como él la llenaba por completo y se excitó aún más por el
gruñido que surgió de sus labios antes de acercarse y besarla con
intensidad.

—¿Es pequeña? ¿Te sigue pareciendo pequeña? —inquirió mientras la


embestía con fuerza.

—Necesito confirmación.

Edward gruñó más fuerte y se retiró. Bella sonrió al saber lo que


seguía, que era justo lo que deseaba. La tomó de la cintura y la hizo
girar, dejándola boca abajo. En el mismo movimiento, le levantó las
caderas e introdujo un dedo entre sus nalgas. Bella gimió, y luego de
unos segundos sintió como otro dedo entraba en ella. Edward apartó
su mano por fin, y comenzó a penetrarla entre sus nalgas con su
miembro.

Bella se mordió el labio y emitió un jadeo de satisfacción. La práctica


había hecho que pudiera recibirlo sin sentir dolor, solo un pequeño
malestar que pasaba luego de un par de embestidas. A ella le
encantaba que la tomara de esa forma. Era la entrega completa, y el
placer que le proporcionaba, la hacía gemir de forma incontrolable.

Edward se aferraba a sus caderas con tanta fuerza que estaba segura
que le quedarían marcas, aunque no durarían tanto como el mordisco
que ella le había dado a él una semana antes, cuando se negó a darle el
orgasmo como castigo a no recordaba qué… Mordisco que aún lucía en
su hombro derecho.

El choque de las dos caderas resonaba en la habitación. Edward gruñía


y jadeaba mientras la embestía. Por momentos paraba para lubricar su
miembro con los jugos de ella y así volver a la faena erótica que los
consumía.

—Dime ahora, ¿te parece pequeña?


—No… No… ¡No!

Ella jadeó cuando él la tomó por la cintura y la hizo erguirse,


apretándola contra su pecho. Con una mano la sostuvo mientras que
con la otra cubrió su sexo y comenzó a frotar su sensible botón,
llevándola al placer con rapidez. El cuerpo de Bella empezó a
retorcerse por el fuego que la consumía por dentro y no tardó en
sacudirse, presa de un intenso orgasmo que la hizo contraer los
músculos y arrastrarlo a él a su mismo estado.

Los dos cayeron hacia adelante, por lo que él procuró apoyarse lo


mejor que pudo en sus brazos para no aplastarla. Los dos se hallaban
jadeantes y satisfechos, al menos de momento.

Al día siguiente Bella dejó a Aro y a Jinny al cuidado de Lissa, ya que


Charlie se encontraba en el colegio, y entró con su iPad en la biblioteca
a la hora del almuerzo. No le dijo a nadie, la única que sabía era
Martha, la empleada que le había informado del suceso. Quería que el
«fantasma» llegara sin saber que lo esperaba.

Se sentó en el suelo sobre unos cojines, en la parte de atrás de un gran


sofá, junto a unas estanterías que quedaban alejadas de la puerta.
Desde ahí podía ver toda la estancia, aunque ella no podría ser vista.

Se encontraba revisando unos ejercicios que uno de los profesores


había explicado en la anterior clase virtual cuando escuchó unos ruidos
procedentes de la pared contigua.

Todo su cuerpo se tensó y los bellos de los brazos se le erizaron. No


creía en la existencia de fantasmas, no obstante, después de todas sus
experiencias, no podía darse el lujo de ser de mente cerrada. Una risita
femenina resonó, seguida de un gruñido, y pasos que se acercaban. Su
respiración se detuvo al igual que su corazón mientras los sonidos se
hacían cada vez más fuertes. Se vio obligada a taparse la boca para
evitar que un grito agudo saliera de ella, cuando uno de los paneles de
la pared de donde salían los sonidos, crujió y se deslizó.

Estuvo a punto de dejar caer el iPad cuando dos figuras emergieron de


la pared, y cerraron el panel a su espalda. «¿Pero qué mierda?» La
indignación reemplazó el pánico, y luego la vergüenza fue la
protagonista, cuando vio a Félix forcejeando con la falda de Heidi.

—Ya no aguanto más, mi amor —declaró Félix, abrazándola y


besándola en el cuello—. Haré lo que me pidas, cualquier cosa. Usaré
la ropa fina que usa tu hermano, iré a todas las fiestas que desees, me
volveré todo un hombre de ciudad si con eso vuelvo a tenerte cada
noche entre mis brazos.

—Sabes que no quiero dejar solo a mi padre. No puedo. —Heidi le


tomó el rostro entre sus manos y lo obligó a mirarla a los ojos—. Pero
tampoco puedo pasar otra noche sin ti. Estos meses han sido un
infierno y ya quiero tener un hijo tuyo.

Félix asintió frenéticamente con una sonrisa en los labios. Heidi lo besó
en los labios.

—Vendrás a vivir conmigo a casa de mi padre. El estará feliz de


recibirte de nuevo. Seguirás trabajando como administrador de las
plantaciones y vendrás aquí en las mañana y regresarás a Londres en la
noche, tal como hace Edward que vive aquí y trabaja allá.

—Haré lo que quieras, lo que sea.

—¿Lo que sea? —preguntó Heidi con voz seductora.

—Cualquier cosa.

Heidi se acercó al gran escritorio, se apoyó en él y se abrió la blusa,


mostrando así un sostén negro de encaje.

—Ven y demuéstramelo.
El gruñido de Félix fue lo último que Bella escuchó, antes de colocarse
los audífonos y empezar a escuchar la primera canción que encontró.
Cerró los ojos con fuerza y subió el volumen para evitar los sonidos de
la pareja.

Ellos se habían casado hacía tres años. Los dos primeros fueron entre
idas y venidas. Heidi no quería dejar a su padre solo en esa casa por
miedo a que pudiera hundirse en la depresión que sabía que lo azotaba
por las noches, por lo que había pedido a Félix que vivieran ahí. Así
estuvieron varios meses hasta que Félix terminó de construir una casa
en la plantación, lo suficientemente grande para que vivieran los tres.
Si bien a Heidi la casa le había encantado, el lugar donde se encontraba
no era de su total agrado, por lo que la estancia solo duró unos cuantos
meses.

Heidi era una mujer de ciudad, y Félix un hombre de campo. Eran


como un pez y un ave enamorados, por lo que hacía un año se habían
separado, al no poder soportar más la situación. Toda la familia se
había lamentado de ese hecho, e intentaron buscar una solución que
complaciera a los dos, fracasando en el intento. La familia creía que
solo se veían en ocasiones especiales, y nunca más se les volvió a ver
juntos. En ese momento Bella entendió que la pareja había mantenido
en secreto sus encuentros para evitar la intromisión de la familia.

«No podían hacerlo en otra parte los muy malditos. ¡Tenía que ser en la
biblioteca de mi casa!», pensó con rabia y apretó más los ojos cuando
algunos sonidos comenzaron a filtrarse a través de la música. Trató de
pensar en otra cosa que la distrajera y a su mente llegó Jasper, su
querido Jasper.

Se había casado con Alice unos meses después la muerte de aquella


mujer, y tenía a una niña de casi cuatro años, y un niño de dos. Emmett
y Rosalie, que ya se habían casado a escondidas cuando se fugaron,
tenían a un niño de cuatro años, un par de gemelas de tres años y
esperaban otra niña que llegaría en unos cinco meses. Jacob y Sara
vivían juntos, y planeaban convertirse en padres en un futuro.

Por su parte Ángela y Ben habían terminado, y ella había conocido a


un estudiante de ingeniería al regresar a Estados Unidos. Estaban
viviendo juntos desde hacía unos cuantos meses. Él era muy pasivo, y
ella dinamita pura. Hacían la pareja perfecta.

Todo era perfecto en su familia y esperaba que siguiera así por mucho
tiempo, solo faltaba que la pareja que follaba enloquecida en esa
misma habitación, revelara a la familia su reconciliación para cerrar el
cuadro.

Varios minutos después, más de los que le hubiese gustado, vio


sombras moverse en la pared. Se quitó los audífonos y los escuchó
haciendo planes para que Félix se mudara definitivamente a Londres.
Se asomó entonces un poco y los vio terminando de vestirse. No podía
decirle nada a Edward porque mataría a Félix si creía que ella lo había
visto desnudo, cosa que no sucedió, aunque él nunca lo creería. Debía
esperar a que la pareja hiciera el anuncio, aunque eso no le impedía
llamar a Heidi a su celular, y gritarle unas cuantas verdades por haber
profanado su biblioteca. Edward y ella lo habían hecho varias veces
ahí, era cierto, «¡pero es "mi" casa y "mi" biblioteca!», pensó con
indignación.

La pareja se retiró y cerró el panel que claramente era uno de los tantos
pasadizos secretos que poseía esa vieja mansión. Bella salió de su
escondite luego de algunos minutos, mientras se aseguraba de que ya
se encontraban lejos.

Se acercó a la mesa y la encontró vacía. Todo lo que antes había en ella,


se hallaba en el suelo, al ser arrojados en el calor de la pasión. Bella
sacudió la cabeza como gesto de desaprobación, y se acercó más. Vio
entonces algo viscoso que mojaba una fracción del borde de la mesa y
caía al suelo en finas gotas.
—…y no me lo va a creer pero hasta ectoplasma hemos hallado.

Recordó las palabras de la señora del servicio y todo su cuerpo se


estremeció.

—Eso no es ectoplasma. Eso es…

El grito de asco que profirió fue tan fuerte, que traspasó las paredes de
la biblioteca y se escuchó por toda la planta baja.

Edward rodó, cayó sobre su espalda, y la acomodó junto a su cuerpo.

—¿Estás bien? —preguntó Edward, acariciándole la espalda.

Bella asintió al no tener fuerzas para hablar. Estaba más que bien, se
encontraba en los brazos del hombre que amaba con toda su alma, y
acababa de hacerle el amor de una forma tan delicada y a la vez tan
pasional, que no podía ser más perfecto.

—No puedo creer que Heidi y Félix hicieran algo así —comentó
Edward después de unos minutos.

—Te aseguro que ella lo convenció.

—No me cabe la menor duda. Ahora entiendo porqué desaparecía de


la oficina al mediodía. Tengo ganas de darle unas buenas nalgadas que
no podrá sentarse en una semana.

Bella levantó la cabeza y lo miró.

—Recuerda que quedamos en que a ella te la puedes comer viva si


quieres, mas no decirle a la familia. De eso se encargarán ellos mañana.

Edward asintió y Bella recostó de nuevo la cabeza. Había tenido que


explicarle el porqué del fuerte grito, ya que los empleados se
encargaron de hacérselo saber. Lo que hizo fue que cambió la versión,
diciéndole que los había visto cuando ya salían de la biblioteca y luego
se encontró con el desorden de la mesa. Así no tenía que convencerlo
de que no había visto a Félix desnudo.

—Se acercan las vacaciones. ¿A dónde iremos esta vez? —preguntó


Edward.

—Aro no ha ido a Disney World y Jinny tampoco. Deberíamos ir todos.


Eso sería lindo.

—¿Lindo o caótico?

Bella soltó una carcajada y lo golpeó en el pecho.

—¡Será lindo! Mañana les aviso para que se preparen. Le preguntaré a


Ángela si ella y Hugo pueden, aunque estoy segura que sí.

—Eso será como un circo, pero creo que podremos controlarlos. Solo
hay que llevar zapatos deportivos para cuando corran en direcciones
diferentes, podamos atraparlos antes de que logren salir del parque.

—Te encantan los niños, no lo puedes negar —aseguró Bella con una
sonrisa.

—No lo hago, es solo que los prefiero cuando están todos juntos y
tranquilos, no corriendo como si los estuvieran persiguiendo.

—En realidad los están persiguiendo.

Los dos rieron y se quedaron en silencio. Bella sintió por la respiración


de Edward, que este se estaba quedando dormido.

—Edward…

—Mmm
—Jinny es una niña muy linda, ¿verdad?

—Mm Hum

—¿Seguirías tratándola igual y llenándola de regalos si tuvieras tu


propia hija?

—Mm Humm

Edward abrió un ojo y la miró con suspicacia.

—Menos mal que la propiedad es bastante grande, porque de lo


contrario, en unos ocho meses seríamos aplastados por juguetes.

Edward jadeó y se irguió en la cama. La miró a los ojos y en su


expresión había esperanza, alegría y también un atisbo de miedo.

—¿Es…Estas embarazada?

Bella asintió y se levantó para besarlo en los labios.

—Está confirmado.

—y, ¿cómo sabes que es una niña?

—Solo lo sé. Estoy segura.

Cassandra le había dicho hacía un par de años, que cuando volviera a


quedar embarazada, sería de una niña. Confiaba tanto en la palabra de
la mujer que no le cabía la menor duda.

Edward sonrió abiertamente, e hizo el intento de acostarse sobre ella,


pero se detuvo y le miró el abdomen. Se acostó entonces de lado y la
abrazó con un brazo por la cintura.

—Tienes que…
—No. No tengo que hacer nada. Bastante me amargaste la vida con los
embarazos de Charlie y Aro como para que también me amargues este.
—Bella suspiró cuando lo vio fruncir el ceño—. Mi amor, este es mi
tercer embarazo. Sé cómo manejarlo y tengo un personal de servicio
que no me permiten mover un dedo por orden tuya.

—Así debe ser —declaró Edward con firmeza.

Bella le sonrió y lo besó suavemente en los labios.

—Este embarazo lo manejo yo. Tú solo disfruta de mis pechos grandes


y mi aumentada lujuria.

Edward sonrió con malicia, se lamió los labios y se agachó para tomar
uno de los rosados pezones de la chica en su boca. Ya se le había
quitado el sueño y Bella era feliz por eso.

Aparentemente Edward había accedido a dejarla tranquila; no


obstante, Bella sabía que no se mantendría al margen de la situación, y
que de una forma u otra, controlaría cada paso que diera, para evitar
que se le partiera alguna uña.

Una niña hermosa, de ojos color chocolate y cabellos cobrizo corría por
los prados de la enorme plantación de Gillemot Hall…

Un padre y dos hermanos celosos, amenazaban a todo aquel que se


acercara a la hermosa adolescente, que solo encontraba apoyo en su
madre y las mujeres de la familia…


El niño que se había convertido en todo un hombre, desafiaba a la
sociedad londinense contrayendo matrimonio con la hija, de la que una
alguna vez, fue su niñera…

Nuevas risas de niños retumbaban en las paredes de la gran mansión


Gillemot, mientras la pareja de abuelos sonreía ante la hermosa
visión…

La felicidad reinó por muchos años. En algunos momentos la muerte


empañó las sonrisas en los rostros de la gran familia; aunque era
esperada por la edad avanzada de quienes fallecían. Un hombre solo
por muchos años murió con una sonrisa en los labios, y dos pareja que
tuvieron una vida plena, solo se separaron por unos cuantos meses,
antes de reunirse en donde las almas encuentran la eternidad.

Los años siguieron avanzando, imposible de detenerlos. El amor en


todos los sentidos fue el eterno acompañante en el día a día. Amor de
madres, amor de hijos, amor de esposos, amor de familia y amigos. Las
discusiones que hacían reír a los que eran espectadores, las muestras
de pasión que avergonzaban a los acompañantes. La vida siguió su
curso, como el río sigue su cauce, y el momento inevitable, del que
todos huyen y nadie escapa, llegó a la pareja del amor eterno.

Isabella Swan respiraba con dificultad, mientras miraba a los ojos a


Edward Cullen, el hombre que había llegado a su vida sin pedir
permiso, y se había apoderado de su corazón. Sus ojos verdes eran más
claros que cuando lo conoció, y se encontraban rodeados de arrugas
que para ella eran perfectas. Ese hombre de cabello blanco y ochenta y
cinco años de edad, la miraba con angustia, con desesperación.
Siempre había querido tener todo lo referente a ella bajo control, sin
embargo, el paso del tiempo era algo que ni él podía comprar.
—No llores —pidió Bella, sintiendo las lágrimas rodar por la mano que
él tenía aferrada entre las suyas.

—No me pidas algo que no te puedo dar.

El suspiro de Bella sonó como un ronquido amortiguado, produciendo


un fuerte sollozo de parte de Edward.

Se encontraban en la habitación donde habían pasado miles de noches


juntos, amándose, adorándose, entregándose el uno al otro. Ella se
hallaba tendida en la cama, y él sentado a su lado. Siempre juntos,
siempre cerca.

—Yo estaré bien. Estoy segura.

Edward negó con la cabeza y lloró con más intensidad. Fuera de la


habitación reinaba el silencio, aunque él sabía que ahí se encontraban
sus hijos, sus nietos, sus bisnietos y todos sus sobrinos. Todos en
silencio esperando el momento. Edward se enfocó en la mujer que le
había dado sentido a su vida, en su niña adorada. Aunque su piel se
veía arrugada, y su hermoso cabello castaño se había vuelto gris, para
él seguía siendo la mujer más bella del mundo.

Estiró una mano temblorosa y le acarició la ajada mejilla. Intentó


decirle que la amaba, y que era hermosa, pero un sollozo se lo impidió.

Su mundo entero se encontraba en esa cama, y él solo podía ver,


impotente, cómo se le iba la vida tan rápidamente. Le parecía injusto:
él era mayor que ella once años, él debía morir primero; no obstante la
vida no era justa, y él tenía que ser testigo de cómo los ojos de su
amada se apagaban. Misteriosamente, en el fondo de su alma, sentía
que así debía ser, como si algo se estuviera equilibrando en el universo,
como si ella ya hubiese sufrido su pérdida y en el momento le tocaba a
él sufrir la de ella.
—Dame un beso de despedida, mi guapo obsesivo —pidió Bella con
voz ronca y un amago de sonrisa en sus labios.

Edward se acercó y unió sus labios a los de ella con dulzura,


trasmitiéndole todo el amor, la devoción y la pasión que le profesaba.
No quería despegarse de su boca, por lo que ella tuvo que hacerlo por
él, solo un poco.

—Te estaré esperando, mi amor —susurró, exhaló su último suspiro, y


cerró los ojos para no volver a abrirlos jamás.

Edward se quedó inmóvil, pegado a sus labios, besándola como si ella


aún estuviera ahí. Segundos después se separó y la miró. Parecía
dormida, tranquila. Ella se encontraba en paz, mientras que el corazón
de él, gritaba en agonía y su alma se desgarraba en llanto. Su boca se
abrió para derramar su angustia, cuando una luz lo cegó por unos
segundos, y una voz que su alma conocía, le habló con ternura.

—Tu desesperación es grande.

—Me estoy muriendo —logró decir Edward al mensajero.

—Sabes que así debía ser, ¿verdad?

El anciano asintió y acarició la mejilla del cuerpo ante él. Levantó la


cabeza y miró a la luz sin forma.

—No puedo soportarlo. Necesito estar a su lado. No puedo vivir sin


ella. Si soy amado por el creador, le pido clemencia.

—Él ama a todas sus creaciones, y su misericordia es infinita. Ella está con Él,
y los dos te están esperando.

Una sonrisa se extendió por el enjuto rostro, mesclado con un sollozo


que demostraba su excitación. Los minutos separados de ella eran una
agonía; estaba seguro de no poder aguantar siquiera hasta el final del
día.
—Todo se ha equilibrado. Los errores se han saldado y sus almas se han
perdonado. Ahora todo será felicidad para los dos. Vivirán el uno para el otro,
y nada ni nadie empañará su alegría ni su amor. Ven, ha llegado la hora.

Edward besó por última vez ese cuerpo en el que ya no estaba la mujer
que tanto amaba, y mirando sus ojos cerrados, pronunció sus últimas
palabras.

—Te amé en una vida, te amo en esta, y te amaré en la que sigue,


Isabella… Por la eternidad.

Su cuerpo descansó sobre el de ella, mientras su alma ascendía a


encontrarse con su espíritu.


30 de noviembre de 2086

La hermosa niña latina de cinco años, risos negros y ojos marrones,


caminaba por el jardín contiguo a la casa de sus padres. A lo lejos
escuchaba el bullicio de su fiesta de cumpleaños, y aunque estaban
todos sus primos, con los cuales siempre se divertía, a ella le daba
miedo el muñeco parlante que su padre había llevado para entretener a
los niños.

Levantó la mirada y se percató de una bonita mariposa que


revoloteaba sobre las flores. Sus alas parecían poseer todos los colores,
y ella quiso verla más de cerca, por lo que corrió para tratar de
alcanzarla. Unos metros más adelante, tropezó con una piedra y cayó
de rodillas. Las lágrimas brotaron de sus ojos al instante y al revisarse
las rodillas que le ardían, encontró que las tenía raspadas. No le
gustaba usar vestido porque con los pantalones corría mejor, pero era
su cumpleaños, y su madre la había obligado a usarlo.
Se encontraba sollozando cuando un niño de diez años, cabello color
miel y ojos café verdoso, se acercó a ella. Se parecía a uno de sus
compañeros de jardín, por lo que imaginó que se trataba del hermano
mayor del que tanto hablaba.

—Hola, ¿te encuentras bien? —preguntó el niño.

—Me duele —sollozó ella, mostrándole las rodillas.

El niño le brindó una suave sonrisa y se arrodilló a su lado. Estiró el


borde de su camisa, limpió las raspaduras, y le dio un beso en cada
una.

—¡Ya está! Ya no te duele, ¿verdad?

La niña sonrió y asintió. Extrañamente era cierto.

—Mi nombre es Eduardo. Tú debes ser Isabel, la niña del cumpleaños.

Eduardo le tendió la mano, la ayudó a levantarse y la haló para llevarla


de nuevo a la fiesta.

—No. El muñeco me da miedo.

—No tienes que tener miedo de él. —Eduardo infló su pecho y le


mostró una expresión seria—. ¡Yo te protegeré!

Isabel soltó una risita y accedió a seguirlo. Cuando pasaban junto a las
flores, Eduardo se agachó, arrancó una flor de color rosado y se la
entregó.

—¿Por qué me das esta flor? —preguntó Isabel, recibiéndola.

—Porque soy un niño y no tengo dinero para comprar un anillo,


entonces en reemplazo te doy esta flor.

—Y, ¿por qué quieres darme un anillo?


—Porque algún día tú serás mi esposa.

La inocente niña sonrió, al tiempo que su alma se iluminó. Miró al niño


frente a ella y supo que serían inseparables el resto de sus vidas. En ese
momento su mente casta pensaba en una amistad, hasta que tuviera la
madurez suficiente para entender que eso que desbordaba su pecho y
la llenaba de gozo, era puro y verdadero amor.

El universo sonrió y sus almas se besaron en silencio.


Agradecimiento

Quiero agradecerles a todos por permitirme llegar hasta este punto. Ustedes
me han apoyado en cada paso que he dado. Han sido dos años y medio, y ahora
que ya se acabó, siento que han sido los mejores de mi vida hasta el momento.
Descubrí que podía lograr expresarme por escrito, que las historias que tengo
en la mente no deben quedarse ahí para siempre, sino plasmarlas para quien
quiera leerlas.

Naturaleza de una Obsesión es una historia que venía desarrollando en mi


mente 10 años antes de escribir la primera palabra para ustedes (Muchas no
me creerán, pero así es. Fueron 10 años en los que nunca se me ocurrió
escribirla, solo le daba forma en mi mente cuando me aburría y antes de
dormirme). Ahora está terminada y lista para el siguiente paso. Nunca
imaginé esto posible, pero lo logré, y todo gracias a ustedes que me apoyaron
para seguir adelante.

Mil gracias a Marta Salazar, que aunque no me pudo acompañar en la edición


de estos últimos capítulos, siempre los leía y me apuraba para que los
publicara. Ella fue mi pilar, fue mi apoyo incondicional, y sobre todo, mi
maestra. MIL GRACIAS.

Gracias a mis tres locas. Diana, Mely y Flo, que aunque creo que ya no leen, se
convirtieron en mis grandes amigas. Mil gracias, chicas, por esos bellos y locos
momentos que me hacen pasar en el chat.

A sharon, Eve y Jo, que aunque les prohibí promocionar este fic cuando me
convertí en administradora, siempre estuvieron pendientes y encontraban la
forma de que no se olvidaran de mí. Mis amigas, mis compañeras, mis
"compinches"
Y aquí podrías seguir enumerando a muchas otras, Jess, Tata, beakis, Fabiola,
Solecito, Isis, Lady... Tantas, todas ustedes que estuvieron siempre ahí, con
paciencia, esperando a esta incumplida. Gracias a todas, a las lectoras
silenciosas, a las que siempre dejaban un rr, a las que lo hacían de vez en
cuando, a todos, todos, TODOS. MIL Y MIL GRACIAS.

Espero no haberme saltado a alguien, pero es que en estos momentos estoy


llorando y no pienso con claridad.

(1 segundo para ustedes, 15 minutos para mí, después)

Martina Bennet
Este PDF fue diseñado con mucho cariño para Martina, que me
permitió regalarle este pequeño obsequio por tan maravillosa historia,
deseándole las mejores de las suertes en todos sus futuros proyectos.

Agradezco a:

Marta una persona muy querida para mí por ponerme en contacto con
Martina, para darle este humilde presente.

A mi jefa Sharon por dejar que tomara este trabajo


independientemente.

Gracias a todas las que se tomaran su tiempo en leer este PDF

Jenny Ar Di/ JCullen Swan

Diseñadora PDF FFAD

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