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DE PRECONFIRMA 2019
Catequistas: María, Mildred, Natty y Moises
FECHA TEMA
16 febrero Inicio de catequesis, bienvenida de los niños
23 febrero Dios quiere que seamos felices
2 marzo Cuaresma y miércoles de ceniza
9 marzo La oración y las oraciones de la iglesia (signarse, santiguarse y persignarse)
16 marzo La Biblia
23 marzo
30 marzo Taller para usar la biblia
6 abril Las partes de la misa
13 abril Semana Santa y Triduo Pascual
20 abril Semana Santa
27 abril La Iglesia, somos la iglesia de Jesús
4 mayo Los 10 mandamientos
11 mayo Los sacramentos
18 mayo
25 mayo Los mandamientos de la iglesia
1 junio El espíritu Santo nos enriquece con sus dones
8 junio Pentecostés
15 junio Los frutos del espíritu Santo
22 junio
29 junio Los nombres y símbolos del espíritu Santo
6 julio El amor es el testamento de Jesús y el gran ausente de nuestras vidas
13 julio Mi vida está creciendo, ¿Está creciendo mi fe?
20 julio
27 julio ¿Es difícil ser cristiano?
3 agosto Alcanzar la meta siempre es difícil
10 agosto Con la fuerza de Dios domino las dificultades
17 agosto El Credo
24 agosto
31 agosto El Credo
7 septiembre El Credo
14 septiembre Dia del Niño
21 septiembre
28 septiembre Mi misión es evangelizar
5 octubre La confirmación, un gesto de la iglesia que compromete
12 octubre La confirmación desde nuestra realidad
19 octubre Nos confirmamos en el espíritu
26 octubre Nos confirmamos para una misión
TEMA: Dios quiere que seamos felices
Dios nos ha creado para ser felices; al llamarnos a la vida nos llama también a la felicidad.
-Efectivamente, no lo es.
Sería equivocado atribuir a Dios todo lo que nos sucede, como también es equivocado
desconocer que, querámoslo o no, Él se encuentra presente en nuestra vida y en nuestra
historia.
Muchas veces Dios es rechazado, otras veces injuriado; a veces maldecido y también
condenado al olvido por aquellos que lo dejan abandonado en cualquier rincón del corazón.
Pero en la forma que sea, con amor o indiferencia, con rechazo o con odio, Dios se encuentra
presente siempre. A Él nada puede afectarle, pero a nosotros sí nos define la actitud que
tomamos ante Él. Muy distinta es la vida con Dios de una vida sin Dios.
La vida con Dios podríamos compararla a un día maravilloso, cuando está presente el sol.
Entonces todo se ilumina, los campos, los edificios, la playa, al mar… todo se ve
resplandeciente, el mar y el cielo toma un inmenso color azul y hasta los acontecimientos más
insignificantes se disfrutan mejor.
La vida sin Dios es como el día sin sol. Todo es más gris, falta esa claridad que da belleza a las
cosas y alegría a la vida. Con Dios encontramos siempre lo mejor de la vida. Él está
continuamente ofreciéndonos su gracia, su amor y su salvación.
Pero podemos afirmar sin temor: “Lo que Dios más quiere es nuestra felicidad, nuestro bien,
nuestra salvación”.
JESÚS Y LA FELICIDAD
¿Jesús fue feliz? Nunca lo dijo. Pero habló de felicidad, construyó felicidad, repartió felicidad.
Esto sí es un hecho. Está narrado a lo largo y ancho del Evangelio. Todos los que sufrían
recibieron consuelo, los pobres la alegría y los enfermos la salud.
El Evangelio es una buena noticia para todos. Si lo abrimos, si lo leemos detenidamente y con
espíritu de acogida, es decir, abriendo el corazón a un mensaje dirigido especialmente a cada
uno: “Jesús vino por mí, sus palabras las dirigió a mí, todo cuanto hizo fue por mí”, entonces
todo toma un colorido diferente, entonces sí es posible encontrar la vena de la felicidad
contenida en sus páginas.
Leer el Evangelio con curiosidad o con frialdad, con ánimo de encontrar allí respuestas
prefabricadas, o soluciones científicas no resulta. No llegamos a descubrir nada de lo que
verdaderamente encierra.
En el Evangelio encontramos la Palabra viva de Jesús. Allí se nos manifiesta Jesús como un
portador de esperanza, comunicador de un gozo profundo e ilimitado. Él nos habló del Reino y
nos habló del Cielo.
El Reino, ese privilegiado momento en que toda la creación se hará armonía y síntesis en el
universo con el hombre. Tiempo y lugar en que la justicia desaparecerá y reinará Cristo en la
paz.
El Cielo, otros de los temas en que nos habla de esos momentos de dicha y felicidad que se
puede lograr ya desde el presente, en esta tierra, y que se va haciendo, poco a poco, promesa
y certeza de la vida eterna que le Señor ofreció a quien creyera en sus palabras.
Por eso el ser humano es insaciable, por que lleva en su vida y en su ser, semillas de eternidad.
Consciente o inconscientemente, anhela ese futuro desconocido. Las Palabras de Cristo
encuentran eco también en aquellos que nunca han querido escucharlas.
La vida es más fuerte que la muerte misma, la vida no puede tener un final definitivo, la
inmortalidad es condición misma de la vida. Así lo fue diciendo en varias formas Jesús, cuando
hablaba a las muchedumbres o a sus discípulos
Jesús habló de felicidad y de alegría. Sería interminable mencionar los pasajes en que toca
estos temas. Tendríamos que repasar el Evangelio completo; pero estudiar y analizar pasajes
bellísimos no es tan provechoso como vivirlos.
Cada uno tiene que leer y meditar esas páginas con atención, buscarles el significado vital
desde una resonancia muy propia y encontrar desde ellas el mensaje que a cada uno quiere
dar el Señor, y también al mismo Cristo que quiere hacerse presente allí.
TEMA: Cuaresma y miércoles de ceniza
La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la
gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo
de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de
reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma
como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el
prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos
ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más
de Dios.
Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante
toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos
que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y
apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para
alcanzar la gloria de la resurrección.
40 días
Durante este tiempo especial de purificación, contamos con una serie de medios concretos
que la Iglesia nos propone y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal.
Ante todo, la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la
oración, si el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina
penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre la oración del Espíritu cooperando a
ella con su respuesta libre y generosa (ver Lc 1,38).
De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone la Iglesia, Ia vivencia de Ia
caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales
nos invitan de manera apremiante al ejercicio de Ia caridad; si deseamos Ilegar a la Pascua
santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialisimo en la adquisición de esta
virtud, que contiene en si a las demás y cubre multitud de pecados".
Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial con aquél a quien tenemos más
cerca, en el ambiente concreto en el que nos movemos. Así, vamos construyendo en el otro "el
bien más precioso y efectivo, que es el de Ia coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan
Pablo II).
Pensar en qué he ofendido a Dios, Nuestro Señor, si me duele haberlo ofendido, si realmente
estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del año para llevar a cabo una confesión
preparada y de corazón. Revisa los mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una
buena confesión. Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para
llevarla a cabo.
2. Luchando por cambiar
Analiza tu conducta para conocer en qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con
día y revisa en la noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy
difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón, no se puede
subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz un plan para luchar contra
éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto para poderlo cumplir.
3. Haciendo sacrificios
La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa "hacer sagrado". Entonces,
hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por amor. Hacer
sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan trabajo. Por ejemplo, ser
amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a otro en su trabajo. A cada uno de
nosotros hay algo que nos cuesta trabajo hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo
ofrecemos a Dios por amor, estamos haciendo sacrificio.
4. Haciendo oración
Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para decirle que lo quieres y que
quieres estar con Él. Te puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma. Puedes
leer en la Biblia pasajes relacionados con la Cuaresma.
MIERCOLES DE CENIZA
Con la imposición de las cenizas, se inicia una estación espiritual particularmente relevante
para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es
decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser
resumido en una sola palabra: "metanoeiete", es decir "Convertíos". Este imperativo es
propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual,
con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres
polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión,
recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.
La sugestiva ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa
jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en
efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su
verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que
estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a
trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su
justicia.
Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de
mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de
Cristo.
Tradición
Era práctica común en Roma que los penitentes comenzaran su penitencia pública el primer
día de Cuaresma. Ellos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse
lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el Jueves antes de la Pascua.
Cuando estas prácticas cayeron en desuso (del siglo VIII al X), el inicio de la temporada
penitencial de la Cuaresma fue simbolizada colocando ceniza en las cabezas de toda la
congregación.
Hoy en día en la Iglesia, el Miércoles de Ceniza, el cristiano recibe una cruz en la frente con las
cenizas obtenidas al quemar las palmas usadas en el Domingo de Ramos previo. Esta tradición
de la Iglesia ha quedado como un simple servicio en algunas Iglesias protestantes como la
anglicana y la luterana. La Iglesia Ortodoxa comienza la cuaresma desde el lunes anterior y no
celebra el Miércoles de Ceniza.
La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente
adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y
penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de
Nínive. Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice
Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma
(muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto
simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año
pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como
inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma
empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe
quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida
pascual de Cristo.
En este diálogo lo más natural es que digamos alabanzas, demos gracias, pidamos perdón o
imploremos lo que necesitamos.
Para un cristiano orar es un deber. Si lo consideramos bien; ¡qué tal suerte la nuestra: poder
hablar con Dios o con la Virgen, con la sencillez y confianza de un hijo con su papá, con su
mamá! Porque esto son para nosotros; y sabemos que nos aman y que todo lo pueden.
Dios escucha siempre nuestras oraciones; lo dice la Biblia: "Me invocarán, y yo les escucharé"
(Jer 29,12); "Pidan y recibirán" (Jn 16,24).
¿Qué es orar?
Orar es dialogar con Dios, nuestro Padre celestial, para escucharle, alabarlo, darle gracias y
pedirle aquello que nos conviene.
Si, tenemos obligación de orar a Dios; pero no sólo obligación, sino necesidad, porque Dios es
nuestro Señor y nuestro Padre, porque Jesucristo nos lo manda y porque la oración es el
medio ordinario de alcanzar la gracia y los demás beneficios de Dios. San Alfonso María de
Ligorio enseñaba claramente: "el que no reza, no se salva".
Sí, Dios escucha siempre nuestras oraciones y nos concede lo que es más conveniente para
nuestra salvación.
La oración puede ser mental y vocal; o sea, hecha sólo con la mente o hecha con palabras
dichas con atención.
Sí, debemos orar a la Santísima Virgen María porque es la Madre de Dios y es Madre nuestra
que intercede por nosotros y a la que nada negará Jesús cuando le hable de nosotros. La
historia de la Iglesia está marcada por la experiencia de que María Santísima nuestra Madre
escucha siempre a sus hijos. Como bien dice una antigua oración cristiana: "jamás se ha oído
decir que alguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu auxilio, haya sido
abandonado de ti".
Si, hemos de orar al ángel custodio porque está a nuestro lado siempre para ayudarnos, y a los
santos porque interceden por nosotros ante Dios.
1) Santiguarse
Consiste en dibujar una cruz sobre nuestro cuerpo mientras rezamos lo siguiente: “En el
nombre del Padre (tocar la frente), del Hijo (tocar el pecho) y del Espíritu (tocar el hombro
izquierdo) Santo (tocar el hombro derecho)“.
2) Signarse
Consiste en dibujar tres cruces sobre nuestro cuerpo; sobre la frente, nuestra boca u nuestro
pecho. Para debemos formar una cruz con el dedo pulgar e indice y rezar lo siguiente: “Por la
señal de la Santa Cruz (cruz sobre la frente), de nuestros enemigos (cruz sobre la boca), líbranos
Señor Dios nuestro (cruz sobre el pecho)“.
3) Persignarse
Es la combinación de las dos anteriores. Primero nos signamos y finalmente nos santifuamos
.
TEMA: La Biblia
TEMA: Las partes de la misa
TEMA: Semana Santa y Triduo Pascual
"En el misterio pascual, Dios Padre, por medio del Hijo en el Espíritu Paráclito, se ha inclinado
sobre cada hombre ofreciéndole la posibilidad de la redención del pecado y la liberación de la
muerte". (Juan Pablo II)
Este 2019, la Semana Santa comenzará con el Domingo de Ramos el 14 de abril y terminará
con el Domingo de Resurrección el 21 de abril.
La Semana Santa es el momento litúrgico más intenso de todo el año. Sin embargo, para
muchos católicos se ha convertido solo en una ocasión de descanso y diversión. Se olvidan de
lo esencial: esta semana la debemos dedicar a la oración y la reflexión en los misterios de la
Pasión y Muerte de Jesús para aprovechar todas las gracias que esto nos trae.
Para vivir la Semana Santa, debemos darle a Dios el primer lugar y participar en toda la riqueza
de las celebraciones propias de este tiempo litúrgico.
A la Semana Santa se le llamaba en un principio “La Gran Semana”. Ahora se le llama Semana
Santa o Semana Mayor y a sus días se les dice días santos. Esta semana comienza con el
Domingo de Ramos y termina con el Domingo de Pascua.
Lo importante de este tiempo no es el recordar con tristeza lo que Cristo padeció, sino
entender por qué murió y resucitó. Es celebrar y revivir su entrega a la muerte por amor a
nosotros y el poder de su Resurrección, que es primicia de la nuestra.
La Semana Santa fue la última semana de Cristo en la tierra. Su Resurrección nos recuerda que
los hombres fuimos creados para vivir eternamente junto a Dios.
En la fiesta de la Pascua, los judíos se reunían a comer cordero asado y ensaladas de hierbas
amargas, recitar bendiciones y cantar salmos. Brindaban por la liberación de la esclavitud.
Jesús es el nuevo cordero pascual que nos trae la nueva liberación, del pecado y de la muerte.
Sugerencias para vivir la Semana Santa
-Asistir en familia o a los oficios y ceremonias propios de la Semana Santa porque la vivencia
cristiana de estos misterios debe ser comunitaria.
-Poner algún propósito concreto a seguir para cada uno de los días de la Semana Santa.
-Elaborar unos cartelones en los que se escriba acerca de los días de la Semana Santa y algunas
ideas importantes acerca de cada uno de los días.
TRIDUO PASCUAL
La palabra triduo en la práctica devocional católica sugiere la idea de preparación. A veces nos
preparamos para la fiesta de un santo con tres días de oración en su honor, o bien pedimos
una gracia especial mediante un triduo de plegarias de intercesión.
Cristo redimió al género humano y dio perfecta gloria a Dios principalmente a través de su
misterio pascual: muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida. El triduo pascual
de la pasión y resurrección de Cristo es, por tanto, la culminación de todo el año litúrgico.
El triduo comienza el Jueves Santo con la misa vespertina de la cena del Señor, alcanza su cima
el Viernes con la celebración de la Pasión de Cristo y cierra con las vísperas del domingo de
pascua (Vigilia Pascual en Sábado).
Esta unificación de la celebración pascual es más acorde con el espíritu del Nuevo Testamento
y con la tradición cristiana primitiva. El mismo Cristo, cuando aludía a su pasión y muerte,
nunca las disociaba de su resurrección. En el evangelio del miércoles de la segunda semana de
cuaresma (Mt 20,17-28) habla de ellas en conjunto: "Lo condenarán a muerte y lo entregarán a
los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará".
Es significativo que los padres de la Iglesia, tanto san Ambrosio como san Agustín, conciban el
triduo pascual como un todo que incluye el sufrimiento de Jesús y también su glorificación. El
obispo de Milán, en uno de sus escritos, se refiere a los tres santos días (triduum illud sacrum)
como a los tres días en los cuales sufrió, estuvo en la tumba y resucitó, los tres días a los que se
refirió cuando dijo: "Destruid este templo y en tres días lo reedificaré". San Agustín, en una de
sus cartas, se refiere a ellos como "los tres sacratísimos días de la crucifixión, sepultura y
resurrección de Cristo".
Esos tres días, que comienzan con la misa vespertina del jueves santo y concluyen con la
oración de vísperas del domingo de pascua, forman una unidad, y como tal deben ser
considerados. Por consiguiente, la pascua cristiana consiste esencialmente en una celebración
de tres días, que comprende las partes sombrías y las facetas brillantes del misterio salvífico de
Cristo. Las diferentes fases del misterio pascual se extienden a lo largo de los tres días como en
un tríptico: cada uno de los tres cuadros ilustra una parte de la escena; juntos forman un todo.
Cada cuadro es en sí completo, pero debe ser visto en relación con los otros dos.
Interesa saber que tanto el viernes como el sábado santo, oficialmente, no forman parte de la
cuaresma. Según el nuevo calendario, la cuaresma comienza el miércoles de ceniza y concluye
el jueves santo, excluyendo la misa de la cena del Señor 1. El viernes y el sábado de la semana
santa no son los últimos dos días de cuaresma, sino los primeros dos días del "sagrado triduo".
La unidad del misterio pascual tiene algo importante que enseñarnos. Nos dice que el dolor no
solamente es seguido por el gozo, sino que ya lo contiene en sí. Jesús expresó esto de
diferentes maneras. Por ejemplo, en la última cena dijo a sus apóstoles: "Vosotros os
entristeceréis, pero vuestra tristeza se cambiará en alegría" (Jn 16,20). Parece como si el dolor
fuese uno de los ingredientes imprescindibles para forjar la alegría. La metáfora de la mujer
con dolores de parto lo expresa maravillosamente. Su dolor, efectivamente, engendra alegría,
la alegría "de que al mundo le ha nacido un hombre".
Otras imágenes acuden a la memoria. Todo el ciclo de la naturaleza habla de vida que sale de
la muerte: "Si el grano de trigo, que cae en la tierra, no muere, queda solo; pero si muere,
produce mucho fruto" (Jn 12,24).
El sufrimiento no es bueno en sí mismo; por tanto, no debemos buscarlo como tal. La postura
cristiana referente a él es positiva y realista. En la vida de Cristo, y sobre todo en su cruz,
vemos su valor redentor. El crucifijo no debe reducirse a un doloroso recuerdo de lo mucho
que Jesús sufrió por nosotros. Es un objeto en el que podemos gloriarnos porque está
transfigurado por la gloria de la resurrección.
Nuestras vidas están entretejidas de gozo y de dolor. Huir del dolor y las penas a toda costa y
buscar gozo y placer por sí mismos son actitudes equivocadas. El camino cristiano es el camino
iluminado por las enseñanzas y ejemplos de Jesús. Es el camino de la cruz, que es también el
de la resurrección; es olvido de sí, es perderse por Cristo, es vida que brota de la muerte. El
misterio pascual que celebramos en los días del sagrado triduo es la pauta y el programa que
debemos seguir en nuestras vidas.
Domingo de Ramos
El Domingo de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las Palmas y de
la Pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra que evoca la Pasión del
Señor en el Evangelio de San Mateo.
En este día, se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta
celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la Iglesia madre de la ciudad santa, que
se convierte en mimesis, imitación de los que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria -
anamnesis - de la pasión que marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma,
juntas en nuestra celebración. Con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.
Vamos con el pensamiento a Jerusalén, subimos al Monte de los Olivos para recalar en la
capilla de Betfagé, que nos recuerda el gesto de Jesús, gesto profético, que entra como Rey
pacífico, Mesías aclamado primero y condenado después, para cumplir en todo las profecías. .
Por un momento la gente revivió la esperanza de tener ya consigo, de forma abierta y sin
subterfugios aquel que venía en el nombre del Señor. Al menos así lo entendieron los más
sencillos, los discípulos y gente que acompañó a Jesús, como un Rey.
San Lucas no habla de olivos ni palmas, sino de gente que iba alfombrando el camino con sus
vestidos, como se recibe a un Rey, gente que gritaba: "Bendito el que viene como Rey en
nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en lo alto".
Palabras con una extraña evocación de las mismas que anunciaron el nacimiento del Señor en
Belén a los más humildes. Jerusalén, desde el siglo IV, en el esplendor de su vida litúrgica
celebraba este momento con una procesión multitudinaria. Y la cosa gustó tanto a los
peregrinos que occidente dejó plasmada en esta procesión de ramos una de las más bellas
celebraciones de la Semana Santa.
Con la liturgia de Roma, por otro lado, entramos en la Pasión y anticipamos la proclamación
del misterio, con un gran contraste entre el camino triunfante del Cristo del Domingo de
Ramos y el Vía Crucis de los días santos.
Sin embargo, son las últimas palabras de Jesús en el madero la nueva semilla que debe
empujar el remo evangelizador de la Iglesia en el mundo.
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Este es el Evangelio, esta la nueva noticia, el
contenido de la nueva evangelización. Desde una paradoja este mundo que parece tan
autónomo, necesita que se le anuncie el misterio de la debilidad de nuestro Dios en la que se
demuestra el culmen de su amor. Como lo anunciaron los primeros cristianos con estas
narraciones largas y detallistas de la pasión de Jesús.
Era el anuncio del amor de un Dios que baja con nosotros hasta el abismo de lo que no tiene
sentido, del pecado y de la muerte, del absurdo grito de Jesús en su abandono y en su
confianza extrema. Era un anuncio al mundo pagano tanto más realista cuanto con él se podía
medir la fuerza de la Resurrección.
La liturgia de las palmas anticipa en este domingo, llamado Pascua florida, el triunfo de la
resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la
Semana Santa de la Pasión gloriosa y amorosa de Cristo el Señor.
Jueves Santo
La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la
Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo
recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'.
Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio
del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus
discípulos.
En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús 'sabiendo que el Padre había puesto
todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía' pero que, ante cada hombre, siente tal
amor que, igual que hizo con sus discípulos, se arrodilla y le lava los pies, como gesto
inquietante de una acogida incansable.
San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo
recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento
permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos
los que quieran recordarle y esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la
Eucaristía.
La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cuál Jesús, un día como
hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus discípulos tomó pan..." (Mt 28, 26).
Él quiso que, como en su última Cena, sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él
bendiciendo el pan y el vino: "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19).
Antes de ser entregado, Cristo se entrega como alimento. Sin embargo, en esa Cena, el Señor
Jesús celebra su muerte: lo que hizo, lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado
y real de su muerte antes de su Pasión. Por eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de
esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
De aquí que podamos decir que la Eucaristía es memorial no tanto de la Última Cena, sino de
la Muerte de Cristo que es Señor, y "Señor de la Muerte", es decir, el Resucitado cuyo regreso
esperamos según lo prometió Él mismo en su despedida: "un poco y ya no me veréis y otro
poco y me volveréis a ver" (Jn 16,16).
Como dice el prefacio de este día: "Cristo verdadero y único sacerdote, se ofreció como
víctima de salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya". Pero esta
Eucaristía debe celebrarse con características propias: como Misa "en la Cena del Señor".
En esta Misa, de manera distinta a todas las demás Eucaristías, no celebramos "directamente"
ni la muerte ni la Resurrección de Cristo. No nos adelantamos al Viernes Santo ni a la Noche de
Pascua.
Hoy celebramos la alegría de saber que esa muerte del Señor, que no terminó en el fracaso
sino en el éxito, tuvo un por qué y para qué: fue una "entrega", un "darse", fue "por algo" o,
mejor dicho, "por alguien" y nada menos que por "nosotros y por nuestra salvación" (Credo).
"Nadie me quita la vida, había dicho Jesús, sino que Yo la entrego libremente. Yo tengo poder
para entregarla." (Jn 10,16), y hoy nos dice que fue para "remisión de los pecados" (Mt 26,28).
Por eso esta Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, pero, en los cantos, en
el mensaje, en los signos, no debe ser ni tan festiva ni tan jubilosamente explosiva como la
Noche de Pascua, noche en que celebramos el desenlace glorioso de esta entrega, sin el cual
hubiera sido inútil; hubiera sido la entrega de uno más que muere por los pobres y no los
libera. Pero tampoco esta Misa está llena de la solemne y contrita tristeza del Viernes Santo,
porque lo que nos interesa "subrayar"; en este momento, es que "el Padre nos entregó a su
Hijo para que tengamos vida eterna" (Jn 3, 16) y que el Hijo se entregó voluntariamente a
nosotros independientemente de que se haya tenido que ser o no, muriendo en una cruz
ignominiosa.
Hoy hay alegría y la Iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando el "gloria": es la alegría del
que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el
precio que le costamos a Cristo.
Podríamos decir que la alegría es por nosotros y el dolor por Él. Sin embargo predomina el
gozo porque en el amor nunca podemos hablar estrictamente de tristeza, porque el que da y
se da con amor y por amor lo hace con alegría y para dar alegría.
Podemos decir que hoy celebramos con la liturgia (1a Lectura). La Pascua, pero la de la Noche
del Éxodo (Ex 12) y no la de la llegada a la Tierra Prometida (Jos. 5, 10-ss).
Hoy inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre la muerte y la vida, ya que la
vida nunca fue absorbida por la muerte pero si combatida por ella. La noche del Sábado de
Gloria es el canto a la victoria pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien
lleva la victoria porque su arma es el amor.
Cuando el Evangelio de San Juan relata que Jesús decide lavarle los pies a sus discípulos, nos
ofrece un testimonio de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos nosotros
los fieles.
Entre los detalles que hacen diferente a la Misa de la Celebración de la Cena del Señor a otras
misas durante el año es que en esta se incluye una parte donde se lavan los pies a los
apóstoles representado por doce niños o ancianos de la comunidad.
En esta parte de la misa resalta la importancia tan grande que tiene el servicio al prójimo.
Pero antes de comenzar la Cena Cristo "... sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus
manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y ,
tomando una toalla , se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido." (Jn 13 3-5)
Al igual que los apóstoles, en especial San Pedro, nos quedamos asombrados, como Cristo que
tiene todo el poder y que es Dios se pone al servicio del hombre. Un Dios que lava los pies a su
criatura. La realidad es que Dios mismo quiere recordarnos que la grandeza de todo cuanto
existe no reside en el poder y en el sojuzgar a otro, sino en la capacidad de servir y al darse
dicho servicio se da gloria a Dios. Cristo mismo ya se lo había dicho a los discípulos: "... el que
quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido
si no a servir y a dar su vida como rescate por muchos." (Mc 10, 43-45).
Con esto queda muy clara la misión de la Iglesia en el mundo: servir. "Porque os he dado
ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13, 15) La
Iglesia siguiendo el ejemplo de Cristo está al servicio de la humanidad. Por tanto todos
aquellos que formamos la Iglesia estamos llamados a servir a los que nos rodean.
El amor que Dios nos manifiesta debe convertirse en servicio que dé testimonio de su
presencia entre nosotros. El cristiano siguiendo él "amaos los unos a los otros como yo os he
amado" (Jn 15 12) debe ser como esa levadura que transforma al mundo para que este se
renueve y se transforme.
El egoísmo del hombre se vence con la entrega generosa a los demás. En el servicio resida la
verdadera realización personal y la felicidad. Solo el que se dio triunfó.
Si vivimos con profundidad la ceremonia nos daremos cuenta de que Cristo se pone al servicio
del Padre para salvar al hombre ofreciendo su propia vida como rescate, bien podríamos decir
que esta es su misión. Con el "también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" Cristo
confiere en especial a ese grupo de discípulos conocidos como apóstoles su propia misión,
especialmente el consagrar el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre para la remisión de los
pecados al decir "haced esto en memoria mía". Es en este momento en el que Cristo designa a
este grupo como sacerdotes, es decir instituye el sacerdocio. Cada uno de estos hombres a
partir de este momento es copartícipe de la misión de Cristo: salvar al hombre por medio de la
entrega total al servicio de Dios.
Este es otro de los grandes dones que en el primer Jueves Santo Dios hace a la humanidad.
Cristo desde entonces ha escogido y preparado a una serie de hombres para que siguiendo el
ejemplo de Cristo se pongan al servicio de Dios para salvar a la humanidad, impartiendo los
sacramentos por Dios instituidos (especialmente la Eucaristía) y guíen con la vivencia de su
sacerdocio al pueblo de Dios por el camino de la salvación.
El mundo, especialmente en los albores de un nuevo milenio vive sumido en las tinieblas del
egoísmo de una cultura de la muerte. El Jueves Santo es un día en el que Dios nos invita por
medio del servicio a ser esas lámparas que lleven la luz de Cristo al mundo. También este día
debemos reconocer el amor de todos esos hombres que deciden dejarlo todo por seguir a
Cristo en la entrega total al servicio de los demás: religiosas, religiosos, misioneros, hombres y
mujeres consagrados a Dios. Pero especialmente celebrar y pedir a Dios por aquellos que con
su vida comparten la misión de Cristo y nos administran los sacramentos: los sacerdotes. Pedir
por su santidad y fidelidad al servicio de Cristo. No debemos olvidar pedir por más vocaciones
a la vida consagrada y al sacerdocio, pedir por más hombres y mujeres que tengan por
vocación la entrega total al servicio de Jesucristo y de su Iglesia.
VIERNES SANTO
La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La
cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado,
con el corazón del discípulo amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado.
San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo
como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra,
cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la
cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica
inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo
de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la
Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los
huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven
hacia Él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo
amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino
de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo,
signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una
Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a
la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la
fecunda.
La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los
hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el
mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de
una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de
esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia
materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que
cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo
brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de
aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida
misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
1. La celebración
Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni
adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al
comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo
penitente que implora perdón por sus pecados.
Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y
de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que
Dios nos ofrece.
2. Celebración de la Palabra
Primera Lectura
Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el
5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la
hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.
Salmo Responsorial
En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y
la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.
Segunda lectura
El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios... Por eso Cristo es el
perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el
Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros,
servidores, ayudantes...
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo
levantó sobre todo, y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre".
3. Adoración de la Cruz
Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la
veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando
tres veces la aclamación:
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID AADORARLO", y
todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la
Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con
la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
"Pueblo mío, ¿qué te he hecho...?" "Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza..." "Victoria, tú
reinarás..."
4. La Comunión
Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el
sacerdote -como hasta entonces - sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de
Cristo.
Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la
celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora
de Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros".
SABADO SANTO
"Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección
(Circ 73).
Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los
instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar.
El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.
La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de
victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad.
Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección
es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a
donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa.
Callada, como él.
El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la
resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con
personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único
misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:
"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su
cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el
momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del
descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la
tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los
hombres, que establece en la paz al universo entero".
Vigilia Pacual
"Según una antiquísima tradición, esta es noche de vigilia en honor del Señor (Ex 12,42). Los
fieles, tal como lo recomienda el evangelio (Lc 12,35-36), deben parecerse a los criados, que
con las lámparas encendidas en las manos, esperan el retorno de su señor, para que cuando
llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa" (Misal, pág. 275).
Esta Noche Pascual tiene, como toda celebración litúrgica, dos partes centrales:
- La Palabra: Solo que esta vez las lecturas son más numerosas (nueve, en vez de las dos o tres
habituales).
- El Sacramento: Esta noche, después del camino cuaresmal y del catecumenado, se celebran,
antes de la Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.
Así, los dos momentos centrales adquieren un relieve especial: se proclama en la Palabra la
salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando con el anuncio de la resurrección del
Señor.
Y luego se celebra sacramentalmente esa misma salvación, con los sacramentos del Bautismo,
la Confirmación y la Eucaristía. A todo ello también se le antepone un rito de entrada muy
especial: se añade un rito lucernario que juega con el símbolo de la luz en medio de la noche, y
el Pregón Pascual, lírico y solemne.
La oración al comienzo de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios, que "ilumina esta
noche santa con la gloria de la resurrección del Señor". En esta noche, con más razón que en
ningún otro momento, la Iglesia alaba a Dios porque "Cristo, nuestra Pascua, ha sido
inmolado" (Prefacio I de Pascua).
Pero la Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: "en la muerte de Cristo nuestra muerte ha
sido vencida y en su resurrección resucitamos todos"(Prefacio II de Pascua).
Los textos, oraciones, cantos: todo apunta a esta gozosa experiencia de la Iglesia unida a su
Señor, centrada en los sacramentos pascuales. Esta es la mejor clave para la espiritualidad
cristiana, que debe centrarse. más que en la contemplación de los dolores de Jesús (la
espiritualidad del Viernes Santo es la más fácil de asimilar), en la comunión con el Resucitado
de entre los muertos.
Este es en verdad "el día que hizo el Señor". El fundamento de nuestra fe. La experiencia
decisiva que la Iglesia, como Esposa unida al Esposo, recuerda y vive cada año, renovando su
comunión con El, en la Palabra y en los Sacramentos de esta Noche.
Luz de Cristo
El fuego nuevo es asperjado en silencio, después, se toma parte del carbón bendecido y
colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego tres veces. Mediante este rito
sencillo reconoce la Iglesia la dignidad de la creación que el Señor rescata.
Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al cirio el sagrado
papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo resucitado. Por eso se graba en
primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de Cristo devuelve a cada cosa su sentido. Por ello el
Canon Romano dice: "Por él (Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llena de
vida, los bendices y los repartes entre nosotros".
Al grabar en la cruz las letras griegas Alfa y Omega y las cifras del año en curso, el celebrante
dice: "Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la
gloria y el poder. Por los siglos de los siglos. Amén".
Así expresa con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre el cosmos,
expuesta en San Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y todo, hombres, cosas y
tiempo están bajo su potestad.
Se lo adorna con granos de incienso, según una tradición muy antigua, que han pasado a
significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: "Por tus llagas santas y gloriosas nos
proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor".
Termina el celebrante encendiendo el fuego nuevo, diciendo: "La 1uz de Cristo, que resucita
glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu".
Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que nos guía a
través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida, avanza el cortejo de los
ministros. Se escucha cantar tres veces:"Luz de Cristo" mientras se encienden en el cirio recién
bendecido todas las velas de la comunidad cristiana.
Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones de
entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado
bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede
decirse que su desdicha ha atraído la misericordia y que el Señor quiere invadirlo todo con
oleadas de su luz.
Los profetas habían prometido ya la luz: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz
grande", escribe Isaías (Is 9, I; 42,7; 49,9). Pero la luz que amanecerá sobre la nueva Jerusalén
(Is 60,1ss.) será el mismo Dios vivo, que iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz
de las naciones (Is 42,6; 49,6).
El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia propia que
desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también que Dios "lo llamó a salir de
la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa" (1 Pe 2,9). Dentro de unos momentos, en la pila
bautismal,"Cristo será su luz" (Ef 5, 14). Se va a convertir de tiniebla que es en "luz en el Señor"
(Ef 5,8).
Luego, entona la gran Acción de Gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el
poema. Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus
fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo.
El Cirio Pascual
Es el símbolo más destacado del Tiempo Pascual. La palabra "cirio" viene del latín "cereus", de
cera. El producto de las abejas. El cirio más importante es el que se enciende en la vigilia
Pascual como símbolo de cristo – Luz, y que se sitúa sobre una elegante columna o candelabro
adornado.
El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia.
En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces
apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una
inscripción en forma de cruz, acompañada de la fecha del año y de las letras Alfa y Omega, la
primera y la última del alfabeto griego, para indicar que la Pascua del Señor Jesús, principio y
fin del tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza nueva en el año concreto que vivimos.
Al Cirio Pascual se le incrusta en la cera cinco granos de incienso, simbolizando las cinco llagas
santas u gloriosas del Señor en la Cruz.
En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al Cristo: "Luz de
cristo. Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los
presentes y las luces de la iglesia. Luego se coloca el cirio en la columna o candelabro que va a
ser su soporte, y se proclama en torno a él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual.
Además del simbolismo de la luz, el Cirio Pascual tiene también el de la ofrenda, como cera
que se gesta en honor de Dios, esparciendo su Luz: "acepta, Padre Santo, el sacrificio
vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio,
obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva
para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, para destruir la
oscuridad de esta noche".
El Cirio Pascual estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la
cincuentena pascual, al lado del ambón de la Palabra, hasta la tarde del domingo de
Pentecostés. Una vez concluido el tiempo Pascual, conviene que el Cirio se conserve
dignamente en el bautisterio. El Cirio Pascual también se usa durante los bautizos y en las
exequias, es decir al principio y el término de la vida temporal, para simbolizar que un cristiano
participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su
definitiva incorporación a Luz de la vida eterna.
TEMA: La Iglesia, somos la iglesia de Jesús
OBJETIVO
NOTAS PEDAGÓGICAS
Se tratará de que los jóvenes tomen conciencia de que, independientemente de que el mundo
pueda ofrecer comodidades y lujos, el pertenecer a la Iglesia los compromete a servir a los
demás, impulsado por el Espíritu Santo y obedeciendo a la voluntad de Dios.
VEAMOS:
Dinámica: se debe comenzar eligiendo a ocho jóvenes de los más fuertes del grupo, tratando
de que sean lo más ágil posible y a cada uno, en secreto, se le asigna un número. Después se
pide que se entrelacen sus brazos formando una cadena procurando que se revuelvan los
números. Se pedirá que se vayan dejando colgar sosteniéndose de los brazos de los otros
según el número que el animador vaya indicando, procurando que sea hasta el final cuando se
mencione a los de las orillas, los cuales, lógicamente no podrán colgarse.
La explicación de la dinámica debe llevar al muchacho a darse cuenta de que todos somos
importantes en el servicio a los demás porque formamos una sola Iglesia en la que es el
Espíritu Santo quien nos une. Si no formamos una sola cadena, dejando lugares vacíos, como
los de las orillas, habrá quienes no podrán realizar su misión.
PENSEMOS
Todos los miembros de la Iglesia de Cristo estamos llamados a ser un pueblo unido por la
misma unidad que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Cada uno de los miembros estamos
llamados a ser servidores de los demás según nuestras capacidades y los carismas, que son
gracias del Espíritu Santo, las cuales son extraordinarias, pero a la vez humildes y sencillas.
Estos carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de la humanidad y a
satisfacer las necesidades del mundo. Los carismas deben ser acogidos y reconocidos por
todos, pues son don y gracia para la eficacia apostólica y la santidad de la Iglesia. Son dones del
mismo Espíritu Santo, por lo que hay que ejercerlos según los impulsos del Espíritu, es decir,
según la caridad, que es el corazón de los carismas. Por recibir estos carismas en la Iglesia,
estamos llamados a servir. Sin embargo es necesario el discernimiento de carismas, los cuales
deben ser conocidos y orientados por los servidores de la Comunidad, para que todos
cooperen al bien común.
ACTUEMOS
* Cada día de esta semana, cada quien debe poner al servicio de su grupo alguna cualidad o
carisma que Dios le haya dado. *
Memorizar: - ¿Qué son los carismas? Son gracias y dones del Espíritu Santo, que da a cada
miembro de la Iglesia. - ¿Para qué sirven los carismas? Para el crecimiento de la Iglesia, para el
bienestar de todos los seres humanos y para transformar y mejorar toda la creación.
La Iglesia Católica
El Señor Jesús instituyó su única Iglesia Católica para continuar la redención y reconciliación de
los hombres hasta el fin del mundo. Dio a sus Apóstoles sus poderes divinos para predicar el
Evangelio, santificar a los hombres y gobernarlos en orden a la salvación eterna.
Por eso la Iglesia Católica es la única verdadera fundada por Jesucristo sobre San Pedro y los
Apóstoles; y todos los hombres estamos llamados a ser el Pueblo de Dios guiado por el Papa,
que es el sucesor de San Pedro y Vicario de Cristo en la tierra.
En su aspecto visible la Iglesia está formada por los bautizados que profesan la misma fe en
Jesucristo, tienen los mismos sacramentos y mandamientos, y aceptan la autoridad establecida
por el Señor, que es el Papa.
Estos fieles, por el Bautismo, se hacen partícipes de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo.
Jesús empezó la fundación de la Iglesia con la predicación del Reino de Dios, llamando de entre
los discípulos que le seguían a los doce Apóstoles, y nombrando a Pedro Jefe de todos ellos.
Si, hoy se puede reconocer a la verdadera Iglesia viendo si tiene por Fundador a Jesucristo, si
participa de los siete sacramentos, si ama a la Santísima Virgen María y si obedece al Papa. Si
le falta algo de esto, no es la verdadera Iglesia.
Para cumplir esta misión, Jesús ha dado a la Iglesia los poderes de enseñar su doctrina a todas
las gentes, santificarlas con su gracia y guiarlas con autoridad.
Los fieles cristianos son los que, incorporados a Cristo por el Bautismo, se integran en el
Pueblo de Dios y son hechos partícipes a su modo de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo para desempeñar la misión de la Iglesia en el mundo.
Si, todos los fieles están llamados a la santidad y al apostolado, sea cual fuere su condición, por
el mismo hecho de haber recibido el Bautismo y la Confirmación.
¿Quién es el Papa?
¿Qué debemos hacer los fieles cuando el Papa y los obispos proponen una enseñanza
mediante su magisterio ordinario?
Cuando el Papa y los obispos proponen una enseñanza mediante su magisterio ordinario, los
fieles deben adherirse a ella con espíritu de obediencia religiosa.
Los Obispos son los sucesores de los Apóstoles, que han recibido la plenitud del sacerdocio y
tienen la misión de regir sus diócesis unidos al Papa.
Los Sacerdotes o presbíteros son aquellos fieles que, por la ordenación sacerdotal, participan
sacramentalmente del Sacerdocio de Cristo, siendo constituidos cooperadores de los obispos
para predicar el Evangelio, administrar los sacramentos y llevar a Dios a los fieles que se les
encomiendan.
Los laicos son aquellos fieles que, por vocación divina, están destinados a buscar el Reino de
Dios, tratando y ordenando las cosas temporales según el querer de Dios.
Si, los laicos participan de las funciones de Cristo, que es Sacerdote, Profeta y Rey.
Dios mismo, por el Bautismo y la Confirmación, da a los laicos el derecho y el deber de hacer
apostolado y santificar el mundo, tanto individualmente como agrupados en asociaciones.
¿Pueden los laicos ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio eclesial?
Los Laicos pueden ser llamados a colaborar con sus pastores en ministerios muy diversos,
según la gracia y el carisma que el Señor quiera concederles, pero teniendo en cuenta que su
misión propia en la Iglesia es la transformación del orden temporal como parte de lo que
conocemos como "Evangelización de la Cultura".
Por vida consagrada se entiende aquella forma de vida que se caracteriza por la consagración
de la propia vida por la profesión de compromisos -usualmente llamados "consejos
evangélicos"- de pobreza, castidad y obediencia, en una vida en común estable y célibe
reconocida por la Iglesia.
Pertenecen al estado de vida consagrada los religiosos, los miembros de los institutos
seculares, y las nuevas sociedades de vida en común, cuya evolución en la vida de la Iglesia se
parece a un árbol maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios en su
Iglesia.
TEMA: Los 10 mandamientos
En el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el Sinaí para
ayudar a su pueblo escogidos a cumplir la ley divina.
Jesucristo, en la ley evangélica, confirmó los Diez Mandamientos y los perfeccionó con su
palabra y con su ejemplo.
En definitiva, todos los Mandamientos se resumen en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y
amar al prójimo como a uno mismo, y más aún, como Cristo nos amó.
No basta creer para salvarse, pues dice Jesucristo: Si quieres salvarte, cumple los
mandamientos.
Dios mismo dio los Diez Mandamientos a Moisés, y Jesucristo los confirmó y perfeccionó con
su palabra y con su ejemplo.
1º Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas
Existe un solo Dios, Creador de todas las cosas. El primer deber del hombre es reconocerlo
como su Dios y Creador, darle gloria y el culto debido, amarlo. Amamos a Dios sobre todas las
cosas cuando le obedecemos sin condiciones y estamos dispuestos a perderlo todo antes que
ofenderlo.
Este es un mandamiento del cual poco nos confesamos y no obstante, ¡cuántos desamores
cometemos! Hay que amar a Dios con todo el corazón y con toda el alma, como corresponde a
nuestra condición de hijos de Dios.
El primer mandamiento de la Ley de Dios comprende los deberes de creer en Dios, esperar en
el, amarlo sobre todas las cosas cumpliendo sus mandamientos, adorarlo como nuestro
supremo Creador y Señor y darle el culto debido.
No, el primer mandamiento no prohíbe el culto a las imágenes sagradas, porque este culto se
funda un el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, y no se refiere a la imagen en sí misma,
sino de la persona que representa.
Por la codicia de los bienes ajenos, ¡cuántas riñas y enemistades entre hermanos, entre
pueblos!, ¡Cuántas desavenencias familiares y adulterios por desear la mujer del prójimo!
¿Cuál es el camino puesto por Dios para que los humanos lleguemos a la felicidad?
El camino puesto por Dios para que los hombres - individuos, familias, pueblos y naciones
lleguemos a la felicidad con paz y amor en este mundo y en el Cielo es cumplir los Diez
mandamientos de la Ley de Dios.
Ese día ya no es el sábado como en el Antiguo Testamento, sino que la fiesta es el domingo,
porque es el día en que Jesucristo resucitó gloriosos del sepulcro.
Los Apóstoles comenzaron a celebrar este día de la Resurrección y la Iglesia ha puesto en este
mismo día la obligación de oír Misa entera todos los domingos y feriados religiosos de
precepto juntamente con el descanso dominical.
Cuando no hay sacerdote o existe algún impedimento grave para asistir a la Santa Misa, se ha
de procurar participar en una liturgia o en oraciones especiales al Señor; además que hay que
santificar y observar el descanso dominical.
El tercer mandamiento de la Ley de Dios nos manda participar en la Misa los domingos y
demás feriados religiosos de precepto, observando el descanso dominical; y quienes
voluntariamente faltan a esta obligación cometen un pecado grave.
Descanso dominical quiere decir que los domingos y feriados religiosos de precepto debemos
abstenernos de aquellos trabajos que nos impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría del día
del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo.
¿Qué hacer cuando no hay Santa Misa o alguna causa grave impida asistir a ella?
Cuando no hay Santa Misa o una causa grave impida asistir a ella, se recomienda vivamente
participar en una liturgia de la palabra, o permanecer en oración durante un tiempo
conveniente, individualmente, en familia o en grupo de familias.
Asimismo, este mandamiento manda a los padres amar y velar por el bien de sus hijos,
procurándoles una buena educación y atendiéndoles lo mejor posible en sus necesidades. Lo
mismo corresponde a toda autoridad con respecto a sus súbditos, en aquello que les compete.
El gran ejemplo nos lo dio Jesús de Nazaret, que siendo Dios, obedecía y estaba sujeto a su
Madre la Virgen y a San José.
El cuarto mandamiento de la Ley de Dios nos manda honrar a los propios padres y a quien
tenga autoridad sobre nosotros.
Debemos honrar a nuestros padres teniéndoles amor, respeto, gratitud, justa obediencia y
ayudándoles, porque después de Dios a ellos debemos la vida.
Los deberes de los padres respecto a sus hijos son atender a las necesidades materiales y
espirituales de sus hijos en la medida de lo posible.
Los deberes de la autoridad pública son: respetar los derechos de la persona humana y las
condiciones del ejercicio de su libertad, y trabajar con honradez por bien común.
No se debe obedecer a una autoridad cuando manda algo contrario a la Ley de Dios, porque
hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.
También es pecado contra el quinto mandamiento: odiar, guardar rencor, enemistad, desear
mal, insultar, mirar con malos ojos y escandalizar.
Lo propio del cristiano es amar, porque Dios es amor. Si aprendemos a amar, no nos costará
perdonar de corazón cuando alguien nos ofende.
Nos manda amar y respetar la vida humana, desde el momento de la concepción hasta su
término natural, porque la persona humana ha sido amada por Dios por sí misma, por haberla
hecho a su imagen y semejanza.
Peca contra sí mismo, quien se quita la vida por el suicidio o se mutila, quien pone en peligro
su vida sin necesidad, quien se embriaga o se droga y el que por desesperación se desea la
muerte.
Sí, el aborto es un pecado grave porque se trata de un crimen, ya que consiste en matar a una
persona inocente, aunque el cadáver sea muy pequeño.
¿Qué es el escándalo?
Pues el Señor ha dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios"(Mt 5,8)
El sexto mandamiento de la Ley de Dios nos prohíbe todos los pecados contrarios a la castidad;
entre los más graves están la masturbación, la fornicación, la pornografía, las prácticas
homosexuales y el adulterio. El sexto mandamiento prohíbe también toda acción, mirada o
conversación contrarias a la castidad.
Los pecados contra la pureza, cometidos con pleno conocimiento y consentimiento pleno, son
siempre graves.
Los principales medios para guardar la santa pureza son: la oración, la confesión y la comunión
frecuentes, la devoción a la Santísima Virgen, la modestia y la guarda de los sentidos y la huida
de las ocasiones de pecar, como conversaciones, miradas, lecturas, amistades y espectáculos
deshonestos.
7º Mandamiento: No robarás
El robo es la usurpación del bien ajeno contra la voluntad razonable de su dueño.
La codicia y el egoísmo llevan a cometer muchos pecados contra el séptimo mandamiento. Lee
despacio, como examinándote, la tercera y cuarta preguntas de este tema, y posiblemente
verás en que tienes que rectificar y mejorar para cumplir bien este mandamiento.
¡Que pecado tan feo es robar! No te acostumbres, ni en cosas pequeñas; no robes nunca.
Recuerda las palabras de Jesús: "¿De que sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su
alma?" (Mt 16, 26)
El séptimo mandamiento de la Ley de Dios nos manda respetar los bienes ajenos y pagar las
deudas.
El séptimo mandamiento nos prohíbe quitar o retener lo ajeno contra la voluntad de su dueño
y causar daño al prójimo en sus bienes.
¿Cuáles son los principales pecados contra el séptimo mandamiento de la Ley de Dios?
¿A que están obligados los que han robado o han hecho daño al prójimo en sus bienes?
Los que han robado o han hecho daño al prójimo en sus bienes están obligados, además de
confesar su pecado, a restituir lo mal adquirido y a reparar cuanto antes los daños
culpablemente causados.
Debemos amar la verdad, porque Cristo es la verdad y El nos enseñó que la Verdad nos hace
libres y nos santifica.
Recuerda que a ti no te agrada ni quieres que te engañen ni que hablen mal de ti, pues tu
tienes que amar al prójimo como a ti mismo, y por tanto no mientas ni hables mal de nadie, ni
le quites la buena fama, porque esto lo prohíbe Dios en este mandamiento.
El octavo mandamiento de la Ley de Dios nos manda decir la verdad y respetar la fama del
prójimo.
El que difama o calumnia al prójimo, además de confesar su pecado tiene la obligación grave
de restituirle la honra y la fama que le ha quitado.
¿Qué manda el octavo mandamiento a los que trabajan en los medios de comunicación
social?
El octavo mandamiento manda a los que trabajan en los medios de comunicación social que
informen siempre de acuerdo a la verdad, a la libertad y a la justicia, y que respeten la buena
fama del prójimo y de las instituciones.
9º Mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros
Es evidente el desorden que provoca en nosotros el entretenernos por gusto en pensamientos
y deseos impuros; por esto lo prohíbe Dios en este noveno mandamiento. Pero, además, estos
pensamientos y deseos impuros desequilibran la sexualidad e incitan al pecado.
El Señor pone de relieve la energía con que debemos luchar contra el desorden de nuestras
pasiones: "Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti, porque te es mejor que
parezca uno de tus miembros que no todo tu cuerpo sea arrojado al infierno" (Mt 5,29).
El noveno mandamiento de la Ley de Dios nos manda que seamos puros y casto s en
pensamientos y deseos.
Los pensamientos y deseos impuros son pecado cuando la voluntad se complace en ellos,
aunque no se realice el acto impuro; pero no son pecado cuando la voluntad no los consiente y
procura rechazarlos.
Por la codicia de los bienes ajenos, ¡cuántas riñas y enemistades entre hermanos, entre
pueblos!, ¡Cuántas desavenencias familiares y adulterios por desear la mujer del prójimo!
El décimo mandamiento de la Ley de Dios nos enseña a vivir desprendidos de los bienes
materiales y a trabajar con diligencia para mejorar nuestra situación actual con el corazón
abierto a las necesidades de los demás.
¿Cuál es el camino puesto por Dios para que los humanos lleguemos a la felicidad?
El camino puesto por Dios para que los hombres - individuos, familias, pueblos y naciones
lleguemos a la felicidad con paz y amor en este mundo y en el Cielo es cumplir los Diez
mandamientos de la Ley de Dios.
TEMA: Los Sacramentos
Cuando Nuestro Señor Jesucristo se encontraba en este mundo comunicaba normalmente sus
gracias espirituales y corporales a través del contacto físico de su persona, esto es, o con su
viva voz o tocando con su mano, como cuando por ejemplo absolvió a la pecadora (Lc 7, 48) o
sanó al leproso y al ciego de nacimiento (Mc 1, 41; Jn 9, 6).
Pero ahora que Jesús ha subido al cielo, ¿cómo podrá estar en contacto con nosotros y
comunicarnos su gracia? Lo hace a través de los sacramentos de la Iglesia: en ellos está Él
mismo que a través de la persona de su ministro también hoy nos toca, nos sana, nos alimenta
y nos consuela.
Acercarse con fe a los sacramentos es encontrarse con Jesús resucitado y vivo, con Él que es
nuestro único Salvador.
Jesucristo, en su amor infinito a los hombres, instituyó los siete sacramentos, por medio de los
cuales llegan hasta nosotros los bienes de la redención.
Los Sacramentos son eficaces en sí mismos, porque en ellos actúa directamente Cristo. En
cuanto signos externos también tiene una finalidad pedagógica: alimenta, fortalecen y
expresan la fe.
Cuanto mejor es la disposición de la persona que recibe los sacramentos, mas abundantes son
los frutos de la gracia.
Son signos eficaces de la gracia, instituidos por Jesucristo y confiados a la Iglesia, por los cuales
no es dispensada la vida divina.
Los sacramentos son siete, a saber: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de
los enfermos, Orden sacerdotal, y Matrimonio.
El carácter sacramental es un sello espiritual que configura con Cristo al que lo recibe. Por ello,
se trata de un sello indeleble, es decir, permanente y, por tanto, el cristiano los recibe una sola
vez en la vida.
Son los que dan inicio, como su nombre lo indica, a la vida cristiana del creyente.
-Los de sanación
Que tienen que ver con propiciar la sanación, unción de los enfermos, y las penitencias del
creyente.
Este tiene que ver directamente con la ordenación sacerdotal, y con el servicio que como
iglesia deben prestar a la comunidad.
82. ¿Cuáles son los sacramentos de los que se ocupa sobre todo la moral?
Son la Eucaristía y la Penitencia, en cuanto estos dos sacramentos son recibidos con frecuencia
y son los medios privilegiados para progresar en la vida cristiana. Sin embargo, también es
necesario conocer algo del aspecto moral de los otros sacramentos.
El Bautismo
83. ¿Qué es el Bautismo?
El Bautismo es el sacramento que nos hace nacer a la vida de la gracia y nos hace cristianos. Él
nos confiere también una señal indeleble, llamada "carácter", que permite el poder recibir
válidamente todos los otros sacramentos.
Son los padres. Ellos deben, con la palabra y con el ejemplo, contribuir al crecimiento espiritual
de sus hijos. La Iglesia no concede el Bautismo sin la garantía de este compromiso, porque el
Bautismo marca sólo el inicio de la vida cristiana, la cual por su naturaleza de be crecer y
desarrollarse.
La Confirmación
89. ¿Qué es la Confirmación?
La confirmación es el sacramento, conferido por el Obispo o por su delegado, que nos hace
perfectos cristianos, es decir, cristianos adultos en la fe u capaces de rendir público testimonio
de Jesucristo, Nuestro Dios y Señor, muerto y resucitado por nuestra salvación. Es la fuerza del
espíritu Santo, recibida en este sacramento, la que nos permite dar testimonio y difundir
nuestra fe superando toda vergüenza o temor.
Quien recibe la Confirmación, además de estar en gracia de Dios, debe conocer las principales
verdades de la fe cristiana y acercarse al sacramento con devoción.
Eucaristía
92. ¿Qué es el sacramento de la Eucaristía?
La Eucaristía es el sacramento que bajo las especies o apariencias del pan y del vino contiene
realmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo para
alimento espiritual de las almas.
La Santísima Eucaristía conserva y acrecienta la gracia santificante, borra los pecados veniales
y preserva de los mortales, nos une siempre más a Jesucristo, cabeza del Cuerpo místico, y a
sus miembros, da consuelo espiritual, sostiene nuestras fuerzas a lo largo de la peregrinación
de esta vida, nos hace desear la vida eterna y nos una ya a la Iglesia del cielo, a la
Bienaventurada Virgen María y a todos los Santos.
94. ¿Qué se requiere para recibir dignamente la sagrada Comunión?
Para recibir dignamente la Sagrada Comunión se requieren tres cosas: estar en gracia de Dios,
saber y pensar en Quién se va a recubrir, estar en ayunas desde al menos un ahora
(exceptuada el agua y las medicinas). Los ancianos y enfermos están dispensados del "ayuno
eucarístico".
95. ¿El que conciente de estar en pecado mortal ¡puede comulgar después de haber hecho
un acto de constricción con el propósito de confesarse más tarde?
Quien es consciente de estar en pecado mortal, aunque esté arrepentido, debe confesarse
antes de recibir la Eucaristía, salvo casos excepcionales (grave motivo para acercarse a la
comunión unido a la imposibilidad de confesarse).
Quien recibe la Eucaristía en pecado mortal comete un grave sacrilegio, en cuanto que profana
lo que allí hay de más sagrado en medio de nosotros, el cuerpo santísimo de Cristo.
97. El que está en pecado mortal, y por lo tanto no puede comulgar, ¿debe igualmente ir a
Misa los días festivos?
La obligación de asistir a Misa los días festivos es distinta de la de comulgar. Quien no está en
las condiciones de comulgar debe participar en la misa y posponer la comunión.
La Penitencia
99. ¿Qué es el sacramento de la Penitencia?
100. ¿Es posible obtener el perdón de los pecados mortales sin la confesión?
Después del Bautismo no es posible obtener el perdón de los pecados mortales sin la
Confesión, aunque es posible anticipar el perdón con la contrición perfecta acompañada del
propósito de confesarse.
Quien se comporta de esta manera comete una falta grave. Pues todos los pecados mortales
cometidos después del bautismo deben ser acusados en la Confesión.
Para hacer una buena confesión se necesita: hacer un cuidadoso examen de conciencia, tener
dolos de los pecados cometidos y e3l firme propósito de no cometerlos más (contrición o
atrición), decir los otros pecados al sacerdote (confesión), y cumplir la penitencia (
satisfacción).
104. ¿En el examen de conciencia es necesario buscar también el número de los pecados?
De los pecados graves o mortales se necesita buscar también el número, porque cada pecado
mortal debe ser acusado en la confesión.
Se tiene el dolor perfecto o contrición cuando se arrepiente de los propios pecados porque se
ha ofendido ha Dios, infinitamente bueno y digno de ser amado: cuando el dolor nace del
amor desinteresado a Dios, es decir, de la caridad.
Para la validez de la confesión es suficiente arrepentirse de todos los pecados mortales, mas
para el progreso espiritual es necesario arrepentirse también de los pecados veniales.
112. ¿Se puede tener un verdadero arrepentimiento si uno prevé que antes o después
recaerá en el pecado?
La previsión del pecado futuro no impiden que se tenga el propósito sincero de no cometerlo
más, porque el propósito depende sólo del conocimiento que nosotros tenemos de nuestra
debilidad.
113. ¿Qué es la confesión?
Estamos obligados a confesar todos y cada uno de los pecados graves, o mortales, cometidos
después de la última confesión bien hecha.
Las faltas objetivamente mortales más frecuentes son (siguiendo el orden de los
mandamientos): practicar de cualquier modo la magia; blasfemar; perder la Misa los domingos
o en las fiestas de preceptos sin un grave motivo; tratar mal de manera grave a los propios
padres o superiores; matar o herir gravemente a una persona inocente; procurar directamente
el aborto; buscar el placer sexual es solitario o con otras personas que no sean el propio
cónyuge; para los cónyuges, impedir la concepción en el acto conyugal; robar una suma
revelante, incluso sustrayéndose en el trabajo; murmurar gravemente del prójimo o
calumniarlo; cultivar voluntariamente pensamientos o deseos impuros; faltar gravemente el
propio deber; acercarse a la Sagrada Comunión en estado de pecado mortal; callar
voluntariamente un pecado grave en la confesión.
116. ¿Si uno olvida un pecado mortal obtiene igualmente el perdón en la confesión?
Si uno olvida un pecado mortal obtiene igualmente el perdón, pero en la confesión siguiente
debe confesar el pecado olvidado.
117. ¿Si uno calla voluntariamente un pecado mortal obtiene el perdón de los otros
pecados?
Si uno, por vergüenza o por otros motivos, calla un pecado mortal, no sólo no obtiene ningún
perdón, sino que comete un nuevo pecado de sacrilegio, el de profanación de una cosa
sagrada.
La co9nfesión de los pecados veniales no es necesaria, pero es muy útil para el progreso de la
vida cristiana.
El confesor debe dar siempre la absolución si el penitente está bien dispuesto, es decir, si está
sinceramente arrepentido de todos sus pecados mortales. Si por el contrario, el penitente no
está bien dispuesto, no teniendo el dolor o el propósito de enmienda, entonces el confesor no
puede y no debe dar la absolución.
El que tiene dificultades para confesarse debe considerar que el sacramento de la Penitencia
es un don maravillosos que el Señor nos ha dado. En el "tribunal" de la Penitencia el culpable
jamás es condenado, sino sólo absuelto. Pues quien se confiesa no se encuentra con un simple
hombre, sino con Jesús, el cual, presente en su ministro, como hizo un tiempo con el leproso
del Evangelio (Mc 1, 40ss.) también hoy nos toca u nos cura; y, como hizo con la niña que yacía
muerta nos toma de la mano repitiendo aquellas palabras: "¡Talita kumi, niña, a ti te digo,
levántate!" (Mc 5, 41).
La Unción de los enfermos, llamada también Oleo santo, es el sacramento, administrado por el
sacerdote, que confiere una gracia especial al cristiano aquejado de cualquier enfermedad
grave o de la vejez.
125. ¿Cuáles son las disposiciones requeridas para recibir dignamente este sacramento?
Para recibir dignamente la Unción de los enfermos es necesario estar en estado de gracia,
confiar en la virtud del sacramento y en la divina misericordia, y finalmente abandonarse a la
voluntad de Dios.
126. ¿Es bueno recibir la Unción de los enfermos cuando se está todavía lúcido de mente?
En quien recibe con fe y devoción la Unción de los enfermos produce la unión con la pasión de
Jesucristo, por el bien del enfermo y de toda la Iglesia, conforta y da la paz, concede el perdón
de los pecados en el caso de que el enfermo no hubiese podido obtenerlo con el sacramento
de la Penitencia, confiere también la salud del enfermo prepara para el eventual paso a la vida
eterna.
128. ¿Cómo se debe ejercer la caridad hacia las personas gravemente enfermas o ancianas?
La caridad cristiana requiere que no se tenga en cuenta solamente el cuerpo, sino también el
alma. Quien asiste a los enfermos está por tanto obligado a obrar4 de tal manera que no les
falten los consuelos de la fe a aquellos que se encuentran cercanos al momento que decidirá
su salvación eterna.
El Orden sagrado
129. ¿Qué es el Orden sagrado?
El Orden sagrado es el sacramento, administrado por el obispo, que confiere los tres grados
del ministerio jerárquico de la Iglesia, es decir, que consagra a los obispos, a los sacerdotes y a
los diáconos.
131. ¿Cuáles son los deberes de los cristianos respecto a los ministros de la Iglesia?
Los cristianos deben a sus ministros sagrados respeto y obediencia, recordando las palabras de
Jesús: "El que os escucha, me escucha a mí, el que os desprecia, me desprecia a mí" (Lc 10, 16).
Los cristianos deben proveer, según sus posibilidades y siguiendo las vías establecidas incluso
por la ley civil, al sostenimiento económico de aquéllos que se dedican totalmente a nuestro
bien espiritual.
El Matrimonio
133. ¿Qué es el Matrimonio?
El Matrimonio es el sacramento instituido por Jesucristo que establece una unión santa e
indisoluble entre el hombre y la mujer, dándoles la gracia de amarse fielmente y de educar
cristianamente a sus hijos.
136. ¿Qué significa el hecho de que las tres características mencionadas son propiedades
esenciales?
Significa que si uno no tiene intención de excluir la bigamia o la poligamia, o no está decidido a
permanecer para siempre fiel a su cónyuge excluyendo el divorcio, o si no quiere de ninguna
manera tener hijos, no contrae válidamente el matrimonio.
Se requieren que los contrayentes estén en estado de gracia y reciban el sacramento con fe y
devoción.
Por ley divina y natural toda unión de tipo sexual es lícita solamente en el matrimonio legítimo
entre hombre y mujer. Para los bautizados no existe ningún matrimonio válido que no sea
también sacramento.
TEMA: Los mandamientos de la Iglesia
Los mandamientos de la Iglesia son aquellos preceptos dados por la Iglesia para promover el
acercamiento a los sacramentos y a la vida litúrgica de todos sus hijos y así ayudarles a
participar activamente en la vida de la Iglesia, a cumplir sus deberes con Cristo y beneficiarse
de los dones de salvación que Él nos entregó.
Este mandamiento exige a los fieles participar en la celebración eucarística, el día en que se
conmemora la Resurrección de Cristo y en algunas fiestas litúrgicas importantes. El no
cumplirlo es pecado grave para todos aquellos que tienen uso de razón y hayan cumplido los
siete años. Para cumplir este precepto hay que hacerlo el día en que está mandado, no se
puede suplir. Implica una presencia real, es decir, hay que estar ahí y hay que escucharla
completa.
La Misa o sacrificio eucarístico del cuerpo y la sangre de Cristo, instituido por Él para perpetuar
el sacrificio de la Cruz, es nuestro más digno esfuerzo que podemos hacer para acercarnos a
Dios, y más útil para conseguir el aumento de la gracia.
2. Confesar los pecados graves cuando menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha
de comulgar
Hay que acudir a este sacramento – como todos los demás, signo sensible eficaz de la gracia,
instituido por Cristo y confiado a la Iglesia - para asegurar la preparación para la Eucaristía
mediante su recepción que continua la obra de conversión y perdón del Bautismo. No basta
con acudir, sino que hay que cumplir con todos los requisitos que el sacramento impone. El
asistir sin cumplir con los actos del penitente, se convierte en una confesión sacrílega. Esto no
implica que la confesión frecuente no sea recomendable, sino todo lo contrario, para quienes
quieren ir perfeccionando su vida, confesarse con frecuencia es uno de los mejores medios.
La Iglesia fue querida por Nuestro Señor Jesucristo, su fundador. Ella vela por el bien de los
fieles, su misión es ayudar a alcanzar la salvación. Como católicos debemos sentirnos parte de
Ella, amándola y defendiéndola siempre.
TEMA: El espíritu Santo nos enriquece con sus
dones
OBJETIVO
Fomentar una actitud de docilidad a los impulsos del Espíritu Santo en orden a la construcción
de la Iglesia por medio de sus dones.
NOTAS PEDAGÓGICAS
Para el joven puede resultar repetitivo el hablar de los dones del Espíritu Santo, por lo cual
conviene invitarlo a recordarlos si es que aún los tiene en la memoria; si los desconoce,
tratemos de exponerlos con la mayor claridad posible buscando que no se confundan y
distinguiéndolos claramente. Se sugiere hacer una lista de los nombres de los dones del
Espíritu Santo
VEAMOS
Se pide a alguno del grupo relatar a los demás la experiencia de haber recibido de alguien
algún regalo que le haya provocado alegría, satisfacción, etc. ¿Qué significado tiene para
ustedes el recibir algún regalo? ¿Qué sienten hacia quien les ha dado un regalo? ¿De qué otra
forma se le puede llamar a un regalo? (obsequio, don, presente, etc.). ¿Qué regalos han
recibido de Dios? ¿Qué han hecho para agradecerle a Dios esos regalos o dones?
PENSEMOS
Hoy vivimos en una sociedad que se llama consumista. Eso quiere decir que las personas creen
que valen por lo que tienen y por lo que gastan. Por eso, el que gasta y tiene cree que vale
más. Los que no tienen o no gastan, creen que les falta algo necesario y, con frecuencia se
sienten menos. Sin embargo, si nos damos bien cuenta, la mayor parte de cosas que se buscan,
no son realmente necesarias. Lo que es realmente necesario para ser feliz es llegar a reconocer
que Dios nos ama, nos cuida y nos enriquece con los dones del Espíritu Santo, los cuales son
disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para cumplir la voluntad de Dios.
Cuando Monseñor el día en que ustedes sean confirmados les imponga las manos y pronuncie
una oración a Dios antes de ungirlos con el santo crisma, lo que le pide al Creador es que
derrame sobre ustedes los dones del Espíritu Santo. Los siete dones del Espíritu Santo son (ver
CIC 1830):
Sabiduría La efusión del Espíritu Santo concede como gracia la sabiduría que nos asiste y nos
afianza en el camino de la vida. El Espíritu de Dios es el maestro interior que hace sabio el
corazón de los sencillos y lo abre para acoger la palabra de Jesucristo, Sabiduría del Padre (ver
Sab 7, 7-16).
Inteligencia Es el don del Espíritu Santo que revela a nuestras mentes la voluntad de Dios y nos
concede la inteligencia espiritual para descubrir los signos de su presencia en el mundo y en la
historia (ver 1 Co 2, 10-16).
Consejo El don del consejo, que podemos relacionar con los términos bíblicos de luz y de la
guía espiritual (ver Jn 16, 13; Sal 73, 23-24; 16, 7), se nos comunica a través de la fuente
CATEQUESIS DE LA CONFIRMACIÓN 36 inagotable de la Palabra de Dios, para que aprendamos
a seguir en la vida por senderos de justicia y paz.
Fortaleza Es un don divino que nos hace firmes en la fe, nos robustece para resistir el mal, nos
infunde valor para dar testimonio de Cristo Crucificado y Resucitado, de palabra y de obra (ver
2 Co 12, 7-10; Sal 18,2-3.31-40).
Ciencia Con este don, el Espíritu nos introduce en el conocimiento de los misterios del Reino
de Dios. No se trata de un conocimiento de tipo intelectual, sino de la experiencia de Dios, en
Jesucristo (ver 1 Co 1, 26.5). El Espíritu nos ilumina sobre el significado de la palabra de Jesús,
la escribe en el corazón de los fieles, la recuerda a los distraídos y nos educa para vivir
cristianamente en el mundo (ver Jn 14, 15-26).
Piedad El don espiritual de la piedad hace que nuestras intenciones y obras, en lo que a Dios y
al prójimo se refiere, sean según la voluntad de Dios: Nos llena de amor hacia Dios y hacia el
prójimo (ver 1 Tim 6, 3-5.11-16; Mt 18,23-34).
Temor de Dios El "santo temor" o "temor de Dios" es una actitud espiritual que no tiene nada
que ver con el miedo que se tiene en el mundo. Al contrario, es la actitud de quien, sintiéndose
amado y tocado por Dios, no puede vivir fuera del camino y de las exigencias de la "Alianza"
(ver Dt 6, 1 3). Vivir en el santo temor es reconocer que Dios ha colocado su casa entre
nosotros, a pesar de ser él totalmente distinto de nosotros: Sólo Dios es Dios; y por eso, nos
confiamos y entregamos amorosamente a Él, para cumplir su voluntad (ver Sir 1, 11-30).
"Los siete dones del Espíritu Santo... Pertenecen en plenitud a Cristo... Completan y llevan a su
perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con
prontitud a las inspiraciones divinas" (CIC 1831). Ahora te toca dar a ti lo que has recibido. Haz
el bien con lo que se te ha dado. Construye tu comunidad con las buenas obras que el Espíritu
Santo te inspire con sus dones.
ACTUEMOS
Se organiza el grupo en siete equipos, uno por cada don del Espíritu Santo, se les asigna uno
de los dones. El catequista les recuerda que los dones del Espíritu Santo los recibirán al ser
confirmados. Por equipos contestan a la siguiente pregunta: ¿De que manera manifestaré este
don del Espíritu Santo con mi vida, una vez confirmado?
TEMA: Pentecostés
La razón es que Pentecostés es el quincuagésimo día (en griego, pentecoste hemera) después
del Domingo de Pascua (en el calendario cristiano).
Este nombre se empezó a usar en el período tardío del Antiguo Testamento y fue heredado
por los autores del Nuevo Testamento.
La fiesta de la cosecha
Hoy en día en los círculos judíos se le conoce como Shavu`ot (en hebreo, "semanas"). Además,
se le conoce con diferentes nombres en varios idiomas.
Fue un festival para la cosecha y significaba que esta estaba llegando a su fin. Deuteronomio
16 dice:
“Luego contarás siete semanas; las contarás desde el día en que comiences a cortar el trigo.
Entonces celebrarás la fiesta de las Siete Semanas a Yahvé, tu Dios, haciéndole ofrendas
voluntarias según lo que hayas cosechado por la gracia de Yahvé, tu Dios”. (Dt. 16:9-10)
“Les dijo: ‘Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre
los muertos al tercer día. Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el
perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones,
invitándolas a que se conviertan. Ustedes son testigos de todo esto. Ahora yo voy a enviar
sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean
revestidos de la fuerza que viene de arriba’”. (Lc. 24:46-49)
5. El Espíritu Santo tiene diferentes símbolos en el Nuevo Testamento
Hechos 2 recuerda:
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente
vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde
estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose
sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran”.
Este pasaje contiene dos símbolos del Espíritu Santo y su actividad: el viento y el fuego.
El viento es un símbolo básico del Espíritu Santo; la palabra griega que significa "Espíritu"
(Pneuma) también significa "viento" y "aliento". Aunque el término usado para "viento" en
este pasaje es pnoe (un término relacionado con pneuma), al lector se le da a entender la
conexión entre el viento fuerte y el Espíritu Santo.
6. Existe una conexión entre las "lenguas" de fuego y el hablar en otras "lenguas"
Sí. En ambos casos la palabra griega para "lenguas" es la misma (glossai), y el lector está
destinado a entender la conexión.
La palabra "lengua" se utiliza para significar tanto una “llama (fuego)” como “lenguaje”.
Las "lenguas como de fuego" que se distribuyen y se almacenan sobre los discípulos, provocan
que empiecen a hablar milagrosamente en "otras lenguas" (es decir, los idiomas)
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su
consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el
Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús
nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona
diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
“Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y
los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11).
Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano
pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu
Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza,
estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el
prójimo”.
El Pentecostés es una festividad de carácter religioso que se celebra cincuenta días después
de la Pascua, poniendo término al periodo pascual. Se celebra tanto en la religión judía como
en la religión cristiana.
Por su parte, para los cristianos, es la conmemoración del descenso del Espíritu Santo sobre los
Apóstoles de Jesucristo, que marca el nacimiento de la Iglesia.
Etimológicamente, la palabra proviene del latín Pentecoste, y esta, a su vez, del griego
πεντηκοστή, (pentecosté), que significa ‘quincuagésimo’. El término, como tal, hace
precisamente alusión a los cincuenta días que transcurren desde la Pascua hasta el
Pentecostés.
Por tratarse del nombre de una festividad sagrada, la palabra Pentecostés debe escribirse con
mayúscula inicial.
Pentecostés en el cristianismo
Los cristianos celebran en el Pentecostés la Venida del Espíritu Santo, que tuvo lugar, según la
Biblia, el quincuagésimo día después de la Resurrección de Jesucristo.
Por ello, la Iglesia dedica la semana del Pentecostés en honor al Espíritu Santo, pero también
celebra la Consagración de la Iglesia, cuyo principio lo marca esta epifanía.
Para la liturgia católica, el Pentecostés es la cuarta fiesta principal del año y, según el
calendario, puede celebrarse entre el 10 de mayo y el 13 de junio.
Pentecostés en la Biblia
La celebración del Pentecostés es referida en la Biblia por primera vez en Hechos de los
Apóstoles, en el episodio dedicado a narrar el momento en que los apóstoles de Jesucristo
recibían los dones del Espíritu Santo, después de la subida de Jesús al cielo.
Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o
se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.
1º AMOR Es el primero de los frutos del Espíritu Santo, fundamento y raíz de todos los demás.
Siendo El, la infinita caridad, o sea, el Amor Infinito, es lógico que comunique al alma su llama,
haciéndole amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al
prójimo por amor a Dios. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción
sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad. Es
lógico, también, que la caridad sea un dulcísimo fruto, porque el amor de Dios, es alcanzar el
propio fin en la tierra y es el principio de esta unión en la eternidad.
4º PACIENCIA Siendo la vida una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles y
contra las fuerzas del mundo y del infierno, es necesaria mucha paciencia para superar las
turbaciones que estas luchas producen en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las
criaturas con que tratamos, de diferente carácter, educación, aspiraciones y a menudo
dominadas por ideas fijas de todo tipo.
5º LONGAMINIDAD Este fruto del Espíritu Santo, confiere al alma una amplitud de vista y de
generosidad, por las cuales, ésta saber esperar la hora de la Divina Providencia, cuando ve que
se retrasa el cumplimiento de sus designios y sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin
cansarse por su resistencia y su oposición. Longanimidad es lo mismo que gran coraje, y gran
ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande en
concebir y ejecutar las obras de la verdad.
10º MODESTIA La modestia, como lo dice su nombre, pone el modo, es decir, regula la manera
apropiada y conveniente, en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. Como
reflejo de la calma interior, mantiene nuestros ojos para que no se fijen en cosas vulgares e
indecorosas, reflejando en ellos la pureza del alma, armoniza nuestros labios uniendo a la
sonrisa la simplicidad y la caridad, excluyendo de todo ello lo áspero y mal educado.
11º CONTINENCIA La continencia mantiene el orden en el interior del hombre, y como indica
su nombre, contiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo en lo que atañe a los
placeres sensuales, sino también en lo que concierne al comer, al beber, al dormir, al divertirse
y en los otros placeres de la vida material. La satisfacción de todos estos instintos que
asemejan al hombre a los animales, es ordenada por la continencia que tiene como fin energía,
el amor a Dios.
12º CASTIDAD La castidad es la victoria conseguida sobre la carne y que hace del cristiano
templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada [porque también existe la
castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio] reina sobre su cuerpo, en
gran paz y siente en ella, la inefable alegría de la íntima amistad de Dios, habiendo dicho Jesús:
Felices los limpios de corazón, porque verán a Dios. Con la gracia de Dios.
Es común entre nosotros identificar personas, instituciones, empresas, fábricas, anuncios, etc.,
con sólo ver el logotipo que las representa. Con el nombre nos dirigimos y distinguimos a una
persona de otra y además expresamos por algunos rasgos y características su forma de ser y
actuar. A veces, incluso, por esto, las llamamos con apodos, u otras formas cariñosas de
dirigirnos y reconocer lo que son y lo que hacen. Entre otros signos y símbolos comunes que a
diario manejamos son, por ejemplo: El signo de una operación matemática; la cruz de un
cristiano (en el cuello, en la casa, en el carro etc.); el moño negro en la puerta de las casas que
indica luto, y otros tantos que podemos identificar. Todos ellos nos sirven para representar la
realidad que está detrás del símbolo y que siempre es mucho más rica. Enseguida se pueden
mencionar, escribir y señalar otros nombres, signos y símbolos que son de uso y conocimiento
común y que no han sido señalados.
Hermosos son los nombres con que la tradición de la Iglesia designa al Espíritu Santo: «Padre
de los pobres, Consolador óptimo, Dulce huésped del alma...». Con ellos se expresa la
experiencia de su presencia misteriosa, escondida, pero siempre real y eficaz. Del Espíritu
Santo tenemos nombres, símbolos, y la certeza de su acción, pero no tenemos
representaciones como las de Jesucristo. Esto, a veces nos duele, quisiéramos conocerlo
mejor, relacionarnos con El... Pero conviene que así sea porque nos mantiene siempre abiertos
a sus manifestaciones. El nombre propio es: «Espíritu Santo». Ese es el nombre propio de
Aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo. Entre los apelativos del Espíritu
Santo, podemos mencionar: Jesús, cuando anuncia y promete la venida del Espíritu Santo, le
llama el «Paráclito» es decir, «aquel que es llamado junto a uno» (Jn 14, 16.26; 15,26; 1 6, 7).
Por eso «Paráclito» se traduce por «consolador», siendo Jesús el primer consolador. Además el
mismo Señor llama al Espíritu Santo «Espíritu de Verdad» (ver Jn. 16,13). Además de su
nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos de los Apóstoles y en las
cartas de los apóstoles, en las cartas de Pablo es llamado: el Espíritu de la promesa, el Espíritu
de adopción, el Espíritu de Cristo (Rom 8, II), el Espíritu del CATEQUESIS DE LA CONFIRMACIÓN
23 Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rom 8, 9. 14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40), y San Pedro lo
llama el Espíritu de gloria (1 P 4, 14). Pero la abundante acción del Espíritu Santo, se nos
expresa también a través de un buen número de imágenes y símbolos. Consideramos ahora
algunos:
Agua
El agua significa la acción del Espíritu Santo en el Bautismo. El agua bautismal significa
realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. El Espíritu
fecundaba las aguas propiciando la vida. La tierra caótica iba adquiriendo figura por la acción
fecundante del Espíritu. Donde hay caos, vacío, confusión y muerte, el Espíritu vivifica. La vida
primera nace desde las aguas por obra del Espíritu. Las torrenciales aguas del diluvio sumergen
el pecado de la humanidad y salvan a un hombre justo y su familia, la tierra es renovada para
siempre: El pecado y la maldad han sido sumergidos en el agua. La humanidad revive y es
como recreada nuevamente. Las aguas del Mar Rojo, por la acción del Espíritu, salvaron a
Israel de la esclavitud. La promesa de Dios es un agua purificadora y un Espíritu renovador. El
agua es condición para la vida, hace crecer y desarrollarse, refresca, purifica y da gozo, el agua
sirve de cuna a la criatura en el seno de su madre. No podemos vivir sin ella. Renueva la tierra.
Alimenta las plantas, comunica la vida, nos sostiene y purifica. Toda esa agua es eficaz porque
es símbolo del Espíritu que es el que quita la sed para siempre; es el dador de la vida. Un día
también por el Agua y el Espíritu nosotros renacimos para Dios. Llevamos el sello maravilloso
de su paso por nosotros.
Unción
El aceite derramado sobre una persona es un signo de elección. Ser ungido significa ser
llamado, elegido y consagrado. El ungido asume una misión, una tarea, una responsabilidad. Su
vida queda marcada para siempre por el sello de Dios. Así sucedió con los reyes de Israel. Eran
ungidos por Dios para servir a su pueblo. David, por ejemplo, fue ungido por Samuel; Aarón fue
ungido por Moisés, al igual que el altar del Templo. Los profetas eran ungidos por el Espíritu
para proclamar con valor la palabra y la voluntad de Dios. El ungido es un servidor. El ungido es
el protegido de Dios y está señalado para el testimonio. Pertenece a El. A El obedece. A El
sirve. Para El vive. Y en su nombre habla o actúa. Tanto la palabra “Cristo" como “Mesías”
significan «Ungido». Jesús es el Ungido por excelencia. El servidor de Dios. El profeta de la
verdad. Jesús es el Ungido por el Espíritu «para proclamar el Evangelio a los pobres, y la
liberación a los oprimidos» (Lc 4, 1 8). La unción es un gesto que consagra a quien la recibe. El
ungido (el cristiano), es un elegido de Dios. El le confía una misión. Lo fortalece en la dificultad.
Lo sana de sus enfermedades. Lo llena del Espíritu Santo. El ungido recibe el Espíritu para dar
testimonio. Está marcado para siempre. Está sellado por el mismo Dios. Camina con el
perfume de la fe. El Espíritu nos consagra para siempre. Nos hace testigos, discípulos,
enviados, misioneros de Jesucristo en el mundo. Estamos marcados con su sello. Y por eso
vivimos (ver Lc 7, 36-50; Jn 19, 38-42).
Fuego
La nube y la luz
Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. La nube, unas
veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la
trascendencia de su gloria. Las nubes, por su situación difusa, su movilidad, por ser portadoras
de la lluvia benéfica o de la tempestad devastadora, han dado lugar a muchos simbolismos;
acompañan las manifestaciones de Dios, lo rodean, son su trono, lo manifiestan. "La nube
cubrió la tienda de la reunión. (Ex 40, 34-38). La vemos en la dedicación del templo de
Salomón (1 Rom 8, 10-11; Lc 1, 34-35). Y en la Transfiguración (Mt 17, 5).
Sello
El dedo
Para expresar con una figura humana la fuerza de Dios se acostumbra hablar de su brazo (Dt 4,
34), de su mano (Ez 20, 33) de los dedos: Los cielos son su obra (Sal 8, 4). Por el dedo de Dios
expulso yo (Jesús) los demonios" (Lc 11 ,20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de
piedra "por el dedo de Dios" (ver Ex 31,18), la "carta de Cristo" entregada a los apóstoles "está
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas
de carne del corazón" (2 Co 3,3).
La mano
Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños. Mediante la imposición
de manos de los apóstoles el Espíritu Santo nos es dado. En la Carta a los Hebreos, la
imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales", es decir, de las
verdades importantes de su enseñanza. Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu
Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus ritos sacramentales.
Viento
La Paloma
Es la representación simbólica más gráfica y conocida del Espíritu Santo. Al final del diluvio, la
paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra
es habitable de nuevo. Cuando Cristo sale del agua en su bautismo, el Espíritu Santo, en forma
de paloma, baja y se posa sobre él. El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de
los bautizados. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional entre las
imágenes cristianas.