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La relación entre sociedad y cultura

El planteamiento y la solución teórica de este problema ha sido un verdadero vía crucis para la
antropología cultural norteamericana.

En un primer momento prevalece la tendencia a acentuar hasta donde sea posible la distinción
entre sociedad y cultura, con el propósito evidente de asegurar la autonomía de esta última y
poder proporcionar un objeto propio y específico a la antropología cultural que la distinguiera
de las demás disciplinas sociales.

Esta tendencia se inicia con Boas, quien defiende la tesis de la irreductibilidad de la cultura a
condiciones extraculturales como podrían ser, por ejemplo, el ambiente geográfico, las
características raciales o la estructura económica de los pueblos

Un discípulo de Boas, Roben H. Lowie, radicalizará esta tendencia planteando el famoso


principio: omnis cultura ex cultura. Esto significa que el etnólogo tendrá que dar cuenta de un
determinado hecho cultural incorporándolo a un grupo de hechos culturales o detectando otro
hecho cultural a partir del cual se habría generado el primero

Pero es con Kroeber y su teoría de lo "superorgánico" cuando el esfuerzo por aislar y


autonomizar los hechos culturales alcanza su máxima expresión. La cultura, no sólo sería
irreductible a los fenómenos biológicos y psicológicos sino también a los sociales, en virtud de
poseer una existencia y una dinámica interna que desborda la escala de los sujetos
individuales. El autor da por sentado que la sociedad no es más que "un grupo organizado de
individuos"

Más tarde, Kroeber precisa de este modo su pensamiento: la realidad se constituye por la
emergencia progresiva de niveles de organización de complejidad creciente. Estos niveles
pueden ser aislados analíticamente mediante "procedimientos selectivos". Pues bien, la
cultura representa el nivel más elevado de complejidad de lo real, y si bien presupone la
emergencia de lo orgánico, del individuo y de la organización social, constituye por su propia
naturaleza un fenómeno superorgánico, supraindividual y, en cierto modo, suprasocial.

La tendencia que podríamos denominar "autonomicista" ha sido objeto de crítica por parte de
la antropología británica y, en primer término, por Malinowski, para él , la organización social
"no puede comprenderse sino como parte de la cultura", por la sencilla razón de que aquélla
no es más que "el modo estandarizado en que se comportan los grupos" Además, el carácter
concertado del comportamiento social sólo puede comprenderse como "resultado de reglas
sociales, es decir, de costumbres sancionadas con medidas explícitas u operantes en forma
aparentemente automática". El sentido de esta argumentación es transparente: si la cultura
consiste en reglas sociales o en modos estandarizados de comportamiento, entonces existe
total indistinción entre sociedad y cultura, porque precisamente son esas reglas y esos modos
estandarizados de comportamiento los que explican la organización social y la concertación de
las conductas sociales. Entonces, es la misma cultura la que transforma a los individuos en
grupos organizados y la que asegura a estos últimos "una continuidad casi indefinida".

Malinowski se adscribe, por lo tanto, a la tradición antropológica británica que habla de


antropología social y no de antropología cultura.

Pero en los propios Estados Unidos había surgido ya mucho antes una orientación muy
semejante a la que acabamos de señalar. A comienzos del siglo xx, William Graham Summer
concebía el estudio de los Jolkways, es decir, de las tradiciones culturales de cualquier grupo
social, como una tarea propia de la sociología. Y esta misma posición fue asumida en 1932 por
un discípulo suyo, George Peter Murdock, en un ensayo donde trataba de aproximar las tesis
de su maestro a las de la escuela boasiana: "La antropología social y la sociología no son dos
ciencias distintas. En conjunto constituyen una única disciplina o, a lo sumo, dos modos
diversos de tratar el mismo objeto: el comportamiento cultural del hombre

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