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Bushnell, David y Macaulay, Neil, El nacimiento de los países latinoamericanos, Editorial

Nerea, Madrid, 1989, cap. 8.

Capítulo 8: Latinoamérica a mitad de siglo: un rápido proceso de cambio

El primer cuarto de siglo de independencia introdujo numerosos cambios en América


Latina, pero no tantos como para que se modificasen las estructuras fundamentales de la
sociedad y de la economía. Se incrementó la turbulencia política, aunque con importantes
diferencias entre países, y aumentó la participación política, en comparación con la era
colonial. Por supuesto, hubo latinoamericanos que creyeron que la independencia iba a
desencadenar transformaciones más rápidas. En la década de 1820 se produjo un frenesí de
actividad reformista casi en todas partes. Sin embargo, algunas de las “reformas” tuvieron
sólo un efecto superficial. En las dos décadas siguientes se redujo el impulso a favor del
cambio. En los decenios de 1830 y 1840 aumentó la preocupación por alcanzar el orden y se
plantearon, de forma generalmente moderada, las cuestiones religiosas, sociales o de
política económica.
Las perspectivas económicas de Latinoamérica se ensombrecieron súbitamente.
Durante algunos años las nuevas naciones parecían disponer de una apreciable cantidad de
recursos, gracias en parte a los préstamos internacionales imprudentemente concedidos por
los mercados financieros europeos, así como por el florecimiento del comercio exterior. Esta
situación resultó ser efímera. Pronto dejaron de pagarse los prestaos y las fuentes de crédito
se secaron. El volumen del comercio se redujo hasta alcanzar un precario equilibrio entre las
importaciones y lo que Latinoamérica podía pagar con lo que exportaba. En estas
condiciones resultaba difícil concebir programas ambiciosos para modernizar rápidamente
las nuevas naciones.

LA REANUDACIÓN DEL CRECIMIENTO DE LAS EXPORTACIONES


El pesimismo de Latinoamérica desapareció hacia mediados de siglo al iniciarse en la
mayoría de los países un período, de unos 25 a 30 años, durante el cual el crecimiento
económico proporcionó las bases para el optimismo, permitiendo que los reformadores
liberales tomaran la iniciativa política. En realidad la variable clave fue el crecimiento
económico, que se debió sobre todo al sector exterior, en el que se produjeron incrementos
espectaculares, tanto en cantidades físicas como en valor, en algunas de las exportaciones
latinoamericanas. Sin embargo, no se puede afirmar que el crecimiento del comercio
latinoamericano fuese impresionante en comparación con el del resto del mundo. A pesar
de todo, y en términos de la propia experiencia latinoamericana, la expansión del comercio
del área fue sustancial.

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Las razones de que la economía latinoamericana no creciese más deprisa hay que
buscarlas tanto en las limitaciones de los recursos como en deficiencias estructurales.
Indudablemente, la economía capitalista de los países del Atlántico Norte estaba entrando
hacia 1850 en una fase de crecimiento sostenido. Esta fase duro, aproximadamente, hasta
mediados de la década de 1870, pero estaba superpuesta sobre, o fue forzada por, una serie
de tendencias que favorecían la creciente integración de Latinoamérica en los mercados
mundiales. La propia Revolución Industrial se fue extendiendo, creando nuevas demandas de
aterías primas industriales, así como de alimentos importados necesarios para una población
cada vez más urbanizada. La emergente civilización industrial creaba en los países
industrializados una demanda todavía mayor de materias primas importadas y produciendo
más mercancías, más baratas y mejores, para ser vendidas a cambio.
Los Estados Unidos era uno de los mayores exportadores de materias primas. No
obstante, había una serie de productos tropicales, que Norteamérica no podía ofrecer,
además de otros productos que Latinoamérica podía suministrar a precios competitivos,
gracias a que sus costes de producción eran reducidos. El descenso continuado de los
precios de los fletes oceánicos, así como los avances tecnológicos de la industria naval,
contribuyeron también a favorecer el tráfico comercial con América Latina.
Los factores internos apoyaron, de forma creciente, una expansión comercial.
También, disminuyeron, en algunos países, los desórdenes políticos, lo que era una
circunstancia favorable para el crecimiento económico. Las limitadas medidas económicas
liberales adoptadas en Latinoamérica habían tendido a eliminar los obstáculos a los
desplazamientos y a la inversión de bienes y capitales. Medidas se multiplicaron en la
América Latina de los años siguientes a 1850, con el fin de situar a los empresarios privados
en las mejores condiciones posibles para aprovechar las circunstancias favorables del
mercado.
La expansión del comercio exportador incidió necesariamente sobre otras actividades
en Latinoamérica. También se estimuló el desarrollo de los sistemas de transporte, lo que
acercó las mercancías hasta los puertos. La construcción de los ferrocarriles es el ejemplo
más evidente. Las líneas férreas no se construyeron exclusivamente para fomentar el
comercio internacional, pero sin ellas el incremento del comercio hubiera sido
considerablemente menor. Eran realizados por iniciativa de empresas extranjeras, como por
gobiernos nacionales.
El hecho de que parte de la renta generada por el sector exportador fuese gastada en
bienes y servicios producidos en el país amplió los efectos expansivos del comercio de
exportación, aunque una parte sustancial de estos ingresos volvía a cruzar el Atlántico.
En las economías latinoamericanas una fuerte orientación exportadora supone el
predominio de una sola materia prima, lo que puede ser cierto en términos muy generales

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pero difícilmente puede considerarse como una condición esencial para la existencia del
vínculo que propone entre el crecimiento de las exportaciones y el éxito del liberalismo.
Los terratenientes y los propietarios de minas que producían materias primas
exportables, y los que las comercializaban, tenían buenas razones para apoyar los programas
económicos liberales. Una economía de este tipo requería, en principio, libertad de
actuación para los empresarios privados, de forma que pudieran responder rápidamente a
las fuerzas del mercado, y esto era lo que defendía el liberalismo del siglo diecinueve en el
ámbito económico. El liberalismo político, al hacer hincapié en los derechos individuales y
limitar los poderes arbitrarios, contemplaba de forma natural ese planteamiento.
El aumento de las exportaciones proporciono a los países latinoamericanos unos
ingresos superiores a los que estaban acostumbrados hasta entonces. Los gobiernos
disfrutaban ahora de un mayor volumen de recursos financieros. Esto no quiere decir que los
empleasen en acometer grandes programas de bienestar social, ya que este tipo de
actuación no formaba parte de la estrategia liberal del pasado siglo.
La mayor solvencia de los gobiernos latinoamericanos incluso hizo posible en muchos
casos que se pudiese volver a atender el servicio de la deuda exterior impaga, lo que
permitió obtener nuevos préstamos en el extranjero y crear un clima favorable para otro
tipo de inversión extranjera. El crecimiento del comercio internacional sirvió para multiplicar
las relaciones con el mundo exterior, llevando a Latinoamérica, para bien o para mal, a una
relación más estrecha con las economías de Europa y Estados Unidos. La relación con las
corrientes intelectuales y culturales de mediados del siglo diecinueve tenían un marcado
carácter liberal.

UNA NUEVA GENERACION: NUEVAS IDEAS


A partir de 1850, el cambio generacional contribuyó claramente a preparar el camino.
Hasta esa fecha las figuras dominantes en la mayoría de los países habían sido hombres que
habían tomado parte en las guerras de independencia, o que por lo menos podían haberlo
hecho si hubieran querido. Las duras realidades a las que se enfrentaron, y que a menudo
hicieron que se frustrasen sus proyectos, contribuyeron a hacerles moderados, cuando no
les convirtieron en decididos conservadores, reacción que prevaleció generalmente durante
las décadas de 1830 y 1840. Pero a mediados de siglo, estos hombres estaban dando paso ya
a una nueva generación, cuyos miembros se habían educado en escuelas postcoloniales,
habían estado expuestos a teorías e ideas que antes solo habían circulado de forma limitada
y todavía no habían tenido tiempo para desilusionarse. Los nuevos líderes creían que podían
hacerlo mejor que aquellos a quienes reemplazaban, y acometieron la tarea de completar la
propia independencia, eliminando lo que todavía quedaba de las anticuadas instituciones
coloniales. A medida que se empeñaban en renovar sus respectivos países se fueron

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haciendo cada vez más tributarios de modelos e ideas extranjeros. Como modelo de
desarrollo económico: Inglaterra, y como fuente de inspiración política: los Estados Unidos.
Francia se convirtió para los latinoamericanos educados en una fuente de pensamiento y de
cultura que incluía las ideas políticas. Cuando el rey fue finalmente destronado por la
revolución de 1848, el fervor latinoamericano por los asuntos franceses alcanzó nuevas
cotas.
La revolución de 1848 excitó tanto a los conversadores como a todo tipo de liberales,
no sólo porque devolvía a Francia al buen camino del republicanismo, sino también porque
despertaba los vagos anhelos de la humanidad por un progreso indefinido. La influencia
ideológica predominante, que seguía llegando a Latinoamérica desde Francia, era entonces
el liberalismo romántico, teñido de socialismo utópico. El término socialista, en América
Latina, fue empleado con tan poco rigor que casi no tenía sentido.
El liberalismo romántico y el confuso socialismo de la generación de mitad de siglo
tuvo su principal reto ideológico en el positivismo, cuyo diario, defendía la necesidad de
abordar los problemas de América Latina de forma más realista. La mayoría de los
positivistas latinoamericanos, que mezclaban las enseñanzas de Comte con el darwinismo
social del inglés Spencer, consideraban que la libre empresa conduciría, mediante la
competencia y la selección natural, hacia una sociedad más perfecta. Estaban dispuestos a
aceptar algún sacrificio de la libertad política para alcanzar sus objetivos.

EL MODELO REFORMISTA
En el tercer cuarto del siglo diecinueve, América Latina experimentó un esfuerzo
concertado para implementar toda clase de medidas de corte liberal. El liberalismo
decimonónico era esencialmente un movimiento de y para los miembros más progresistas
de las clases media y alta de la sociedad. A pesar de ello, los reformistas liberales cumplieron
su tarea de limpiar la estructura legal de privilegios individuales o corporativos, y de suprimir
la mayoría de las restricciones más notorias que se oponían a la libertad individual.
Todo esto sucedió con un notable grado de sincronización entre los distintos países.
Por citar un ejemplo, no menos de seis repúblicas soberanas sudamericanas decidieron la
abolición de la esclavitud entre 1851 y 1854; fueron Venezuela, Nueva Granada, Ecuador,
Perú, Argentina y Uruguay. Otro ejemplo puede ser el de la Iglesia, que inició su época más
sombría en casi todas partes, al menos desde el punto de vista de sus interese como
institución.
En cuestiones políticas, algunos sostienen que el período estuvo marcado por un
debilitamiento sistemático del Estado, llevado a cabo en nombre de la iniciativa individual y
de la empresa privada. La promulgación de ciertas constituciones federales y la eliminación

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de algunas garantías legales a los derechos individuales vinieron emparejadas con la
ausencia de regulaciones expresas sobre diversas actividades económicas. El simultáneo
debilitamiento de la Iglesia, debido al anticlericalismo liberal, redundó, intencionadamente o
no, en el fortalecimiento del Estado, mientras que el incremento del comercio exterior,
fuese causa o efecto de las medidas liberales, proporcionó al Estado medios financieros
adicionales.
Hubo también algunos países que se desviaron del modelo general. Brasil (Dom Pedro
II, un gobernante más liberal) se anticipó a otros países al introducir ciertas reformas
liberales (como la tolerancia religiosa), y se retrasó significativamente en la adopción de
otras (como la abolición de la esclavitud). Guatemala, donde la dictadura conservadora de
Rafael Carrera se mantuvo, adentrándose en la década de 1860; sólo en el decenio siguiente
irrumpió en el campo del reformismo liberal. Ecuador, a principios de los años cincuenta
liberó a los esclavos y expulsó a los jesuitas, suprimiendo para siempre en 1857 el tributo
indio. Pero entre 1860 y 1875 cayó bajo el control de Gabriel García Moreno, que no sólo
permitió volver a los jesuitas, sino que hizo que el ser católico fuese una condición expresa
de todo ciudadano; promovió las obras publicas y la educación primaria, pero su obsesiva
devoción por la religión católica le apartó definitivamente del resto de los gobernantes de su
tiempo, convirtiéndose para los liberales latinoamericanos en el símbolo palpable del
oscurantismo represivo. Ecuador tendría su apoteosis liberal con la revolución que llevó al
poder en 1895 a Eloy Alfaro. En el extremo opuesto, están los casos de México y Colombia,
dos países que durante los años cincuenta y los primeros de la década siguiente introdujeron
todas las medidas que hubiese podido imaginar hasta ese momento una ente liberal. Pueden
ser considerados como modelos de las tendencias prevalecientes en Latinoamérica, que en
ninguna otra parte fueron llevados a cabo tan plenamente.

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