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INVASION CHILENA A LOS PUERTOS

BOLIVIANOS
14 DE FEBRERO 1879

Relatos y reportes de la época ayudan a entender el sacrificio y patriotismo


de los bolivianos que murieron en el Guerra del Pacífico. En este artículo, el
historiador Pablo Michel nos ayuda a entender elementos poco abordados
en el pasado sobre la valentía y entrega en la guerra.

Los Colorados de Bolivia, cuadro de Avelino Nogales

“Vivimos momentos de grave incertidumbre, ante la sorpresiva invasión de


las fuerzas chilenas, que a nombre de su gobierno han tomado posesión de
este puerto, cometiendo toda clase de atropellos y abusos con los
nacionales”, dice un fragmento del periódico El Comercio del 28 de marzo
de 1879, que relata la ocupación de tropas chilenas en Antofagasta el 14 de
febrero del mismo año.
El artículo, escrito por un corresponsal anónimo, prosigue: “tanto los rotos
como los soldados se precipitaban atropellando a las tiendas y almacenes
dando cuenta con todo lo que encontraban a su paso, lanzando gritos de
triunfo, ebrios de licor y de sangre mataron a cuantos seres hallaron en su
desafortunada marcha, sin que los detuvieran, ni los sollozos de los viejos,
ni el grito de los niños”.
El historiador y documentalista Pablo Michel afirma que las advertencias
de un posible conflicto bélico se habían anunciado desde el 6 de enero,
cuando “el buque chileno Blanco Encalada ya se encontraba al frente del
puerto de Antofagasta, en aguas territoriales bolivianas”. Sin embargo,
cuando Antofagasta fue tomada, “no hay presencia del ejército boliviano, ni
un destacamento triste. Fue la imprudencia e irresponsabilidad llevada al
extremo de Hilarión Daza (presidente boliviano de la epoca)”, enfatiza el
historiador.
Aquel día las familias bolivianas que habitaban Antofagasta, que por
entonces solo representaban el 10% de la población (15.000 habitantes),
tuvieron que salir huyendo, dejando todo atrás.
Michel refiere que aquellos que lograron huir abordaron más tarde el barco
Amazonas, pero muchos se bajaron en Calama y otros puertos en el norte,
donde los hombres organizan la defensa del territorio nacional junto con la
población del lugar. Este contingente llega a sumar aproximadamente 130
hombres, “pero armados con todo tipo de cosas, sables, fusiles y con una
logística pésima”, explica el historiador.
“Ahí se ve la tremenda irresponsabilidad de Daza, porque son civiles
bolivianos contra el ejército chileno, no hay un solo militar en la defensa de
Calama”, explica el historiador y agrega que el entonces Presidente no hizo
caso al llamado de los regimientos acantonados en Potosí que querían
socorrer la contienda por temor a un golpe de Estado en La Paz.
Entre los líderes de la defensa se destaca Eduardo Abaroa, minero,
comerciante, periodista, director de un pequeño periódico llamado “El Eco
de Caracoles”.
“Al principio, Abaroa no era parte del grupo de defensa”, afirma Michel y
explica que, como en toda frontera, la convivencia entre bolivianos y
chilenos antes de la invasión era fraternal, por lo que muchos compatriotas
decidieron “hacerse a un lado” y no apoyar la contienda contra Chile para
conservar así sus tierras y sus vidas. Sin embargo, el historiador boliviano
destaca que en Eduardo Abaroa puede advertirse un sentimiento de
patriotismo muy fuerte pues, como tantos otros, tuvo la oportunidad de
huir de la guerra, pero decidió quedarse, consciente incluso de que esto
implicaba perder la vida.
“Él tiene una frase que personalmente a mí me parece mucho más
importante y profunda que su famoso carajazo”, enfatiza el historiador.
“Esto es Bolivia, yo soy boliviano y aquí me quedo”, dijo Abaroa y se unió a
la defensa del Litoral, al mando de 15 rifleros civiles. Se conoce que poco
antes, resolvió casarse, por poder conferido a un amigo, con su concubina,
“una señora de pollera, llamada Irene Rivero”.
“Se casa para seguramente arreglar el tema de testamento y para legalizar
su unión porque él sabía que podía perder la vida. Esto refleja claramente el
sentimiento boliviano de la época”, dice Michel.
Empero, el patriotismo de Eduardo Abaroa, muerto a los 41 años, no fue el
único acto de lealtad que tuvieron los contendientes bolivianos de la época.
En este sentido, Michel plantea que la historia comete una injusticia contra
el ejército boliviano y la “generación del 80” que tuvo que dar retirada en el
Alto de Alianza, naciendo la idea colectiva pero errónea de que los
bolivianos abandonaron el combate por simple cobardía.
“La Guerra del Pacífico recién, a más de 130 años, está arrojando nueva luz
en el aspecto fundamentalmente humano. Antes decían que los bolivianos
se escaparon; pero resulta que la historiografía tiene herramientas
sensacionales que, mediante la prospección arqueológica y satelital de
terreno, han demostrado que los amarillos (Batallón Sucre) que estuvieron
con los colorados en el Alto de la Alianza murieron de bruces agarrando la
bayoneta en falange, protegiendo la retirada”, afirma Michel.
Justamente en agosto del 2015, luego de 135 años de este episodio, los
restos de dos soldados del Batallón Sucre fueron encontrados en territorio
peruano, cubiertos por las arenas del desierto junto a un soldado peruano.
Los bolivianos defensores del puente Topáter

Precisamente, el historiador Fernando Cajías afirma que “el batallón Sucre


es uno de los que más impresiona, porque eran adolescentes que se
enlistaron con 14 o 16 años; los demás batallones les decían las wawas” y
agrega que solo sobrevivió el 20% de todo dicho batallón de “Amarillos”.
“A ellos les tocó resisitir el ataque más duro”, relata.
“Entonces realmente uno ve que la sociedad boliviana en gran parte se
sacrificó, se inmoló; murieron defendiendo territorio peruano”,
complementa Michel y agrega que pese a la aniquilación del ejército
boliviano, en 1880, se puede ver la participación de compatriotas en
campañas de guerra posteriores, defendiendo territorio peruano.
Empero, la Guerra del Pacífico y la consecuente pérdida del mar boliviano
ha marcado la historia de nuestro país a partir de las dos últimas décadas
del siglo XIX y hasta nuestros días hoy en el siglo XXI.
Es por eso que, afirma Michel, “el nuevo imaginario del hombre boliviano”,
reivindica el civismo colectivo cuando cada 23 de marzo, recuerda la
pérdida del acceso soberano al Oceáno Pacífico, al mar boliviano.

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