Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Gastón Piazze
Introducción
1
aptitudes excepcionales, utilizadas socialmente, hasta déficits mayores, que
vuelven necesario un apoyo constante.
2
tema. La primera, que interpretaba el autismo en términos de un déficit, abarca
una serie de desarrollos psiquiátricos que culminaron en la clasificación de este
síndrome como un trastorno generalizado del desarrollo. La segunda, que
destacaba los aspectos “no ordinarios” de los modos de vincularse de estos
sujetos con sus semejantes, mantuvo al autismo en el terreno de una
psicopatología encaminada hacia el establecimiento del alcance defensivo del
síntoma. Como veremos, Kanner mismo dio pasos firmes en este último sentido.
Esta clave lingüística fue extrapolada luego por el autor para el análisis de
otros aspectos clínicos del síndrome. En el artículo “El concepto del todo y las
partes en el autismo infantil temprano” del año 1951, utiliza sus elaboraciones
sobre el lenguaje autista como piedra de toque para captar la especificidad de
conductas y comportamientos no verbales. Allí realiza un intento “por aprender de
qué modo ven el mundo estos pacientes, es decir, qué valor tiene para ellos y
cómo se integran a él” (Kanner, 1951, 63). El niño autista desea vivir en un mundo
estático, un mundo en el que ningún cambio es tolerado. El statu quo debe ser
mantenido a cualquier costo. Según Kanner, cualquier experiencia que le llega al
4
niño desde el exterior debe ser reiterada en su totalidad, a menudo con todos sus
detalles constituyentes, en completa identidad fotográfica y fonográfica, de modo
que ninguna parte de dicha totalidad sea alterada en su forma, secuencia o
ubicación espacial.
El trastorno de la enunciación
8
preguntaba algo, respondía, pero a una pregunta diferente que se le dirigiera días
antes, clausurando así la interlocución.
10
Que no se trata verdaderamente de un discurso -la persona autista podrá
entonces cantar una canción apropiada;
Recordemos una vez más que, aunque el autista sea un sujeto para quien
la mutación de lo real del lenguaje al significante no ha operado plenamente, no se
trata de un sujeto fuera del lenguaje. A pesar de que en el autismo dicho sistema
puede ser interrumpido a nivel de la palabra, aquel no ha dejado de imponer su
presencia al viviente. ¿Cuál es la prueba de que este baño verbal presente desde
el nacimiento lo afecta irremediablemente? Lo atestigua la producción de objetos
pulsionales, surgidos del corte que ejerce el lenguaje sobre el viviente. Aún
cuando permanecen en el registro de lo real, no integrados en el circuito pulsional,
12
el sujeto autista debe hacerles frente. Sabemos hasta qué punto los autistas se
protegen de la voz, tapándose las orejas, y de la mirada, ocultándose, mientras
que sus trastornos alimentarios muestran las inquietudes relacionadas con el
objeto oral, y su difícil adquisición de la higiene revela los temores suscitados por
la cesión del objeto anal. Todos estos objetos reales le provocan angustia, su
presencia despierta el riesgo de una pérdida insoportable. Es por este motivo que
la construcción de una realidad compatible con la de los otros pasa por su
integración al borde autístico.
El borde del niño autista, en su versión más sencilla, puede ser una barrera
autosensual generada por estimulaciones corporales, tales como movimientos
rítmicos, balanceos, presiones sobre los ojos, que cortan su realidad perceptiva
del mundo exterior cuando éste se hace muy insistente. Esta variante del borde,
descripta bastante bien por la noción de desmantelamiento de Meltzer, sólo se
torna permanente si uno les impide a estos sujetos construir su mundo asegurado:
cuando se les quitan sus objetos, cuando no se autoriza la inmovilidad, cuando
uno se introduce a la fuerza en su campo. Cuando estas formaciones protectoras
contra el Otro real amenazante desfallecen, o están pobremente elaboradas o son
destruidas por el entorno, el sujeto tiene el sentimiento de ser objeto de un goce
maligno, que empuja a la automutilación, a la fragmentación y a los aullidos. Por el
contrario, cuando el niño autista se halla en condiciones que le permitan
desarrollar las potencialidades defensivas del borde autístico, dispone de tres
componentes esenciales para hacerlo evolucionar, más o menos
interdependientes: la imagen del doble, el islote de competencia y el objeto
autístico. He aquí los “pseudópodos” que los sujetos autistas van a extender con
precaución, como lo señalaba Kanner, y gracias a los cuales, en ocasiones
pueden llegar a elaborar “compromisos” que les permitan abrirse hacia un mundo
que inicialmente les era extraño.
3. a El doble
13
A fin de evitar el compromiso que constituye un llamado, muchos niños
autistas, aún exponiéndose al riesgo de un rechazo, prefieren asir de la mano a un
adulto para conducirlo a efectuar una acción que ellos esperan. Esta conducta es
muy característica de la relación mantenida por el autista con un doble. La misma
se observa de manera más enigmática en la comunicación facilitada. Según el
autor, lo que en realidad necesitan en estas circunstancias consiste en un sostén
sobre el punto de inserción de su libido, allí donde la misma se encuentra
localizada, es decir, sobre su borde y no allí donde es caótica, en su cuerpo.
Cuando un terapeuta logra hacerse aceptar como un doble en el mundo de un
niño autista, aquel localiza sobre sí lo esencial del goce del sujeto. En efecto, el
doble se impone al autista como una estructura privilegiada para salir de su
soledad, tranquilizador por su conformidad con el propio niño y apto para recibir un
goce enmarcado, sobre el cual puede apoyarse. Tal como lo permite advertir la
viñeta clínica de Peter y su terapeuta Mira Rothemberg, gracias al tratamiento del
goce por el desvío del doble, el autista puede movilizar sin angustia el goce vuelto
disponible de esa manera.
14
enunciados que salen del aparato pueden ser fácilmente recibidos por los autistas.
Así, la televisión puede funcionar como un doble en el que un niño autista
encuentre el soporte de las ecolalias diferidas).
b El Otro de síntesis
15
Hacerse creador de signos lingüísticos nuevos puede constituir una
manera de controlar su sentido: el recurso al neologismo a veces es utilizado para
este fin. No obstante, no tiene el peso de la certeza que pueden tener en la
paranoia. Mucho más característico del autismo parece ser la existencia de
curiosos centros de interés que, a menudo, conducen al sujeto al desarrollo de
islotes de competencia, o a la adquisición de saberes extraordinarios, incluso a la
creación de mundos imaginarios. Prolongación del trabajo de inmutabilidad, estos
métodos, a los que denominaremos Otro de síntesis, tienen el fin de bloquear lo
simbólico en un campo circunscrito a fin de volverlo perfectamente controlable.
El Otro de síntesis del autista, sea abierto o cerrado, está constituido por
signos aprendidos de memoria, o registrados de manera fotográfica, que
poseen un carácter objetal marcado, corolario de su difícil subjetivación. La
preferencia de estos sujetos por buscar apoyo en imágenes mentales para pensar,
16
a fin de mantener a distancia los signos sonoros verbales transmitidos por la
inquietante enunciación del Otro, otorga un lugar privilegiado a las encarnaciones
icónicas y escriturarias del signo y constituye una de las razones por las que su
adquisición de la comprensión del lenguaje se produce frecuentemente pasando
por lo escrito. Asimismo, ¿qué podemos decir de su excepcional interés por la
música? Si duda, el profundo atractivo de este lenguaje reside en que le permite al
sujeto un tratamiento del goce vocal, una regulación mediante el ordenamiento de
signos, pero también porque la música permite borrar el goce vocal, al estetizarlo.
El canto puede dar al autista la posibilidad de transmitir sus afectos, pero sólo de
manera alusiva, sin ceder en su renuencia a comprometerse en una enunciación
expresiva.
Los signos que forman el Otro de síntesis del autista no son las letras xiv que
constituyen el inconsciente freudiano. Una de las tesis más fuertes de Lacan es
hacer de aquellas “el análogo de un germen” xv. Al situarlas en el litoral entre el
goce y el saber, las concibe como una marca que permite acoger el goce. Las
letras sólo toman apoyo en una pérdida, la de la experiencia primordial de goce,
de modo tal que ellas se caracterizan por trazar “el borde del agujero en el
saber”xvi, y no tener función de representación xvii. Los signos, sean sonoros o
escritos, no poseen las mismas propiedades que la letra, la pérdida simbólica les
es extraña: quedan conectados al referente. No tienen la capacidad de cifrar el
goce, cuanto mucho, a veces llegan a encuadrarlo, lo que todos los autistas
subrayan al señalar hasta qué punto el lenguaje y la vida emocional permanecen
separados.
18
dispone de la maquinaria de ciframiento de goce que constituye el significante y
debe encuadrarlo entonces recurriendo a los signos.
“Lo bueno y lo malo en una persona, el potencial para el éxito y el fracaso, sus aptitudes y
déficits, son mutuamente condicionantes y emergen de la misma fuente –aseguró-. Nuestra meta
terapéutica debe ser enseñar a la persona a sobrellevar sus dificultades. No consiste en
eliminarlas, sino en enseñarle a afrontar sus desafíos especiales con estrategias especiales y a
hacer que cobre conciencia no de estar enferma, sino de que es responsable de su vida” xxii
Cabe subrayar que, durante el tiempo en que esta niña aún no hablaba, su
peculiar obsesión oficiaba de lo que Maleval denomina objeto autístico simple, en
20
la medida en que el elemento pacificador permanecía pegado al sujeto. Así, en los
momentos en que su constante “inquietud abstraída” se retiraba para dar paso a la
prolongada contemplación de las láminas zoológicas, la pulsión ciertamente
encontraba un marco, pero al costo de que prevaleciera su función de barrera al
Otro. De este modo, la búsqueda inaugural del objeto por el lado de lo inanimado
más que por el de los seres humanos, si bien evita el encuentro con un goce que
tiende a invadir el cuerpo y el campo de las percepciones, tiene un alto precio que
se refleja en lo estereotipado y restringido de su actividad ensimismada. Sin
embargo, tal como sucedió poco después con Elaine, consentir en el uso del
lenguaje oral puede acarrear transformaciones decisivas en el lazo objetal del
autista.
Más allá del inventario nominativo inicial, no nos pasa inadvertido el posible
esfuerzo de creación de la joven, en el que, por ejemplo, la común expresión
anglosajona “tener mariposas en el estómago” le permite extraer por vía
21
metonímica un humilde recurso simbólico en su intento por inscribir la vida de los
órganos y la pulsión oral en el campo del Otro. Aunque sin pasar por la referencia
fálica y con el estilo general y anónimo propio de las locuciones autistas, en esta
especie de mitemas asoma una singular inscripción inconsciente de las zonas
erógenas, premisa ineludible para que Elaine y “los niños” puedan tener un
cuerpo. He aquí los cimientos de un objeto autístico complejo que, cuando se
instituye, además de dar consistencia a la imagen del cuerpo y de proteger de la
angustia, se distingue por su aporte a la animación libidinal del sujeto. No
obstante, la instauración efectiva de dicho objeto (que ya no estaría pegado al
cuerpo -como la imitación de los animales-, sino alojado en el Otro pero con una
prevalencia de reparos imaginarios) requiere de la ductilidad de un partenaire que
se avenga a adoptar "una sumisión completa…a las posiciones propiamente
subjetivas del enfermo" (Lacan, 1958, 516) En tal sentido, la pregunta por la
ontología del autismo, vigente a partir del abanico de evoluciones tan diversas, no
deja de estar atravesada por el problema del deseo del analista, o, fuera del
dispositivo, del interlocutor con el que tiene que habérselas el sujeto autista. La
recomendación de Lacan dirigida en principio a quienes se aventuren a poner el
psicoanálisis al alcance del sujeto psicótico, muestra aquí toda su pertinencia.
Para conmover el extremo aislamiento autista y propiciar “un modo de subjetividad
del orden de un autismo de a dos” (Maleval, 2009, 170) es necesario un
partenaire dócil que, de manera advertida o no, intente vincularse con el sujeto
“fuera de toda reciprocidad imaginaria y sin la función de la interlocución
simbólica” (Maleval, 2009, 170). A este respecto, cabe señalar que, aunque de
modo general e intuitivo, Kanner advirtió las consecuencias de la posición
diferencial de quien tiene a su cargo la crianza de estos sujetos. Así, la
consideración de los determinantes ambientales del cuadro clínico lo condujo a
rastrear qué fue de los once casos iniciales.
22
teorías zoológicas y un recrudecimiento de sus rabietas. “Distraída y agresiva;
hablaba en forma deshilvanada y desprovista de afectividad; corría desnuda por
los pasillos, dispersaba los muebles; se golpeaba la cabeza contra las paredes y
en ciertos episodios pegaba y gritaba” (Kanner, 1971, 214). Tal desarreglo
conductual parece hallarse en indudable relación con su traslado de una
institución asilar a otra. La ausencia de un semejante que intentase alojar el
tratamiento singular que Elaine daba a la pulsión pone de relieve de manera
trágica el peso decisivo del “ambiente” en la evolución de un joven autista. En
efecto, el rumbo tan distinto que siguió la vida de Donald Gray Triplett, caso
inaugural del texto de Kanner, echa luz sobre los posibles resortes del triste
destino de Elaine, cuyos primeros años denotaban un desarrollo muy similar al del
paciente “cero”. El itinerario por diferentes dispositivos de internación, con sus
cuidados anónimos, prescindentes de la alteridad fundamental de toda estrategia
subjetiva autista, dio paso al retorno de los más rudimentarios intentos de
negativización de la pulsión, como lo son los golpes en la cabeza.
Conclusión
23
i
Bianco, José (1946) Sombras suele vestir. Cuadernos de la quimera. Emecé Editores. Buenos Aires, p.
67.
ii
En el texto “¿Qué es un agujero?” (1914) Fabián Schejtman realiza un desarrollo enriquecedor en
torno al concepto propuesto por Eric Laurent “forclusión del agujero”, como mecanismo psíquico distintivo de la
posición subjetiva autista. A la luz de la noción lacaniana de la metáfora paterna, piensa entonces aquel
mecanismo como rechazo de inscripción de la metáfora primordial, primer momento lógico de la metáfora,
borde que procura, tanto en la neurosis como en la psicosis, la inscripción simbólica de la falta, el deseo
materno. Esta ausencia de una traza, de una cicatriz que marque la inconsistencia estructural del Otro, tendría
como correlato en el sujeto autista, la experiencia no de un agujero, sino de un vacío sin límites que se
positiviza en un goce angustiante que invade a un viviente sin cuerpo.
iii
Apenas tres años después de la publicación de su texto inaugural, Leo Kanner aborda estas
peculiaridades lingüísticas de los niños por él evaluados en el texto “Lenguaje irrelevante y metafórico en el
Autismo Infantil Temprano” (1946) poniendo el énfasis, a su modo, en el valor de “creación” que revisten estas
expresiones engañosamente “irrelevantes” para el interlocutor.
iv
Grandin, T. (1986) Ma vie d’autiste. Odile Jacob, Paris, 1994, p. 52 y p. 96.
v
Williams, D. (1992) Si on me touche, je n´existe plus. Robert Laffont, Paris, p. 252.
vi
Este otro sinónimo de aparejo, que evoca fácilmente el mundo del ganado, nos permite detenernos en
el dispositivo diseñado por Temple Grandin, la “máquina de los abrazos” (hug machine), construida a partir de
su fascinación por la manga que lleva al ganado al matadero (cattle chute), presencia cotidiana en la granja en
la que pasaba largas temporadas de su infancia. Cuando el sujeto autista se conecta a un objeto semejante, el
mismo, en casos como el de Temple Grandin, permite bordear, construir un límite, dar una forma, al modo de la
horma de los zapatos, a los objetos pulsionales desregulados, fuente de una excitación intrusiva.
vii
Laurent, Eric (1913) La batalla del autismo. De la clínica a la política. Navarin/Le champ freudien.
Grama Ediciones, 2013.
viii
Miller, J-A., (1989) “Jacques Lacan y la voz”, en Quarto, n° 54, junio de 1994, pp. 47-52.
ix
Williams, D. Si on me touche, je n´existe plus, op. cit., p. 298.
x
Lacan, J. El seminario, libro IX: La identificación, seminario inédito del 6 de diciembre de 1961.
xi
Laurent, E. “Discussion” en L´Autisme et la psychanalyse, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse,
1992, p. 156.
xii
R. y R. Lefort, La Distinction de l´autisme, Seuil, Paris, 2003, p. 61
xiii
Williams, D. Quelqu ´un, quelque part, op. cit., p. 264.
xiv
Lacan aprehende la letra “como la estructura esencialmente localizada del significante”, lo que pone
el acento sobre la cara real de este último: una materialidad aislada, anclada en el cuerpo, cortada del Otro. La
letra es un elemento discreto no apto para representar al sujeto.
xv
“La función que yo doy a la letra, afirma, es lo que hace a la letra el análogo de un germen” (J. Lacan,
El seminario, libro XX: Aún, op. cit., p. 89).
xvi
Lacan, J., (1971) “Lituratierra”, en Otros Escritos, op. cit., p. 22.
xvii
El significante posee un valor diferencial, de modo tal que no puede ser idéntico a sí mismo.
Constituye el cuerpo de lo simbólico, su sentido surge de una combinatoria. Si se aísla, deviene letra real,
abierta a todos los sentidos.
xviii
Asperger, H.,(1944) Les Psychopathes autistiques pendant l´enfance, Les empecheurs de tourner en
rond/Synthélabo, Le Plessis-Robinson, 1998, p. 142.
xix
Sinclair, J. (1993) “Don´t mourn for us. Autism Network International”, Our voice. Newsletter of autism
Network International,1,3
xx
Laurent, E., (2007) Autisme et Psychose. Poursuite d´un dialogue avec Rosine et Robert Lefort”. La
Cause Freudienne. Nouvelle Revue de Psychanalyse, 66, p. 116
xxi
Perrin, M.,(2009) Construction d´une dynamique autistique. De l´autogire à la machine à laver” en
Maleval, J-C. (dir.) L´Autiste, son doublé et ses objets, Presses universitaires de Rennes, p. 100.
xxii
Asperger H (1938). "Das psychisch abnormale Kind". Wiener Klinische Wochenschrift 51: 1314–7. (In
English: "The psychically abnormal child". Vienna Clinical Weekly).
En la segunda parte de este ateneo, se ofrece al lector una formalización posible del
trabajo llevado a cabo con dos jóvenes sujetos autistas. El criterio de selección del material
se fundó en la necesidad de ilustrar la diversidad de las presentaciones de esta constelación
clínica que, por ende, conduce a estrategias de abordaje diferentes.
El primer caso intenta llevar a cabo una aproximación a las vertientes más deficitarias
del cuadro delimitado por Kanner. La coexistencia de una grave limitación cognitiva con
manifestaciones clínicas de indudable cariz orgánico y la renuencia del paciente al uso del
lenguaje oral, requirieron, entre otras, de intervenciones en las que el analista hubo de “poner
el cuerpo” a fin de propiciar la apertura de un singular diálogo sin palabras.
En cuanto al segundo recorte, cabe señalar que el mismo puntúa algunos momentos
decisivos de un recorrido junto a una paciente de nivel intelectual normal, cuya evolución
aproxima paulatinamente su presentación clínica al cuadro descripto por Hans Asperger en
1944. En este caso, las intervenciones se dan en el plano discursivo, pero ateniéndose a “las
líneas de fuerza” peculiares que impone la particular estrategia subjetiva desplegada por los
autistas que aceptan hablar.
Más allá del énfasis puesto en los aspectos particulares de estas dos presentaciones
características, en ambos ejemplos se intentó a su vez poner de relieve algo de la
singularidad de las respuestas subjetivas relevadas. Lejos de un saber hacer, de una técnica
reglada enseñable por la práctica, queremos destacar en ambos un punto que resiste a la
generalización. Nos referimos a un “saber arreglárselas” que insiste en toda respuesta
subjetiva a un padecimiento, y que, en cierta medida, resiste a la transmisión mediante
conceptos. Se trata entonces de delimitar lo más singular del síntoma de cada uno, neurótico
psicótico o autista, en tanto límite indomable de lo incurable, para que se abra la pregunta
por el uso posible de eso irreductible.
Martín, niño de 10 años de edad, padece una discapacidad mental grave asociada a
múltiples hándicaps (síndrome de Down, crisis epilépticas complejas y una significativa
disminución visual). Su madre lo ha llevado a la consulta psiquiátrica en razón de sus
conductas auto-agresivas, manifestaciones que se destacan sobre un fondo de extremo
aislamiento, signado por la ausencia casi total de lenguaje y por sus intereses y actividades
restringidos y estereotipados.
Este atasco inicial, por el que la angustia no le permitía al profesional “dar un paso al
costado” y propiciar un espacio de elaboración en el que el síntoma se implique en la
economía pulsional del sujeto, requería una apuesta que, por un lado, apuntase a conjurar el
peligro de las lesiones y, por otro, alentase la instauración de un lazo transferencial.
Descartada la posibilidad de recurrir a cascos y guantes protectores, que iban en la línea de
la substancialización del problema, se vislumbró una posible salida a partir del recuerdo de
que su madre, en las entrevistas iniciales había manifestado que a Martín le gustaba mucho
el verde, que siempre se estaba yendo al jardín a mirar las plantas.
Se tomó entonces la decisión de atenderlo en un parque al aire libre -donde los golpes
súbitos que el paciente se infligía pudieran ser amortiguados por el césped- y donde se
desplegara su interés por la vegetación. Es en este nuevo espacio donde el analista,
finalmente, pudo animarse a invitar a Martín a jugar.
Resulta oportuno recordar aquí la advertencia preliminar de Donald Winnicot en torno
al valor del juego en el campo del psicoanálisis con niños. Al respecto, el autor señala que
“(…) si [el terapeuta] no sabe jugar, no está capacitado para la tarea. Si el que no sabe jugar
es el paciente, hay que hacer algo para que pueda lograrlo, después de lo cual comienza la
psicoterapia. El motivo de que el juego sea tan esencial es que, en él, subraya Winnicot, el
paciente se muestra creador”. Ahora bien, desde una perspectiva que abreva en las
enseñanzas de Jacques Lacan, debe recordarse que, para que en el espacio de juego se
relance una respuesta subjetiva coagulada en un punto de goce desbordante, es necesaria
la “sumisión completa [del analista] a las posiciones propiamente subjetivas del enfermo”
(Lacan, 1958, 516).
Cabe señalar que los intentos de jugar con una pelota, en el sentido de arrojársela el
uno al otro, acompañado por locuciones verbales que lo interpelaban como semejante, no
prosperó dado que, cada vez que Martín la pedía haciendo aspavientos con las manos, luego
aquella era lanzada de modo de hacerla desaparecer. Cuando se lo interrumpía y se le
proponía oralmente alguna actividad nueva, comenzaban los golpes en la cabeza y los gritos,
silabeos repetitivos que acompañaba con el gesto de taparse la boca y las orejas.
Si es la fidelidad a la envoltura formal del síntoma la que nos lleva a ese límite en que
se invierte en efectos de creación (Lacan 1966, 60), entonces era conveniente partir del
relieve particular de estas “propuestas” del paciente. Como se desprende de lo antes
expuesto, el analista había experimentado el fracaso reiterado de “invitarlo a jugar” según
sus propias referencias imaginarias, movido por el anhelo de sacarlo de su encierro autista…
pero sin tener en cuenta las coordenadas de la estructura subjetiva del joven.
Hemos elegido como referencias teóricas particulares en relación con este capítulo de
la clínica, los desarrollos de Jean-Claude Maleval acerca del vínculo del sujeto autista con su
objeto libidinal. En el texto “El autista y su voz”, dicho autor parte de las elaboraciones de
Frances Tustin, sobre la naturaleza del objeto autístico. Según esta psicoanalista inglesa
discípula de Melanie Klein, el mismo –a la vez que es soporte de una relación transitivista-
está provisto de un valor defensivo contra una angustia arcaica de aniquilamiento.
Es esta hipótesis la que, veremos a continuación, sirvió de “regla del juego” en los
posteriores intercambios con Martín.
La agitación de una hoja ante los ojos, en su calidad de objeto autístico simple, provee
entonces de cierta regulación al goce excesivo que invade el cuerpo del niño, en la medida
en que instaura una frontera, un borde entre el sujeto y el Otro. Si bien era menester respetar
la función de éste y de otros objetos autísticos simples, fueron las derivaciones del “juego del
remolino” las que dieron lugar a la instauración de un peculiar lazo transferencial.
Esta categoría teórico-clínica, que permite pensar desde la máquina eléctrica de Joey,
el paciente de B. Bettelheim, hasta las vacas de Temple Grandin, se refiere a ciertos objetos
-animados o inanimados-, señala Maleval, que favorecen la salida del replegamiento sobre sí
y a la socialización del sujeto autista. En efecto, más allá de su contribución a dar
consistencia a la imagen del cuerpo y a morigerar la angustia, la función mayor de estos
síntomas desborda la de un doble protector: es evidente que los mismos favorecen la puesta
en marcha de una energética pulsional.
Luego del éxito de los juegos acuáticos, cada vez que podía, Martín corría hacia la
pileta. Dado el peligro que esto representaba, el analista lo corría a su vez, lo tomaba de la
mano y seguía corriendo, retornándolo al espacio seguro. Ante este gesto, Martín comenzó a
sonreírse, a dar signos de agrado respecto de este correr juntos, gesto de cuidado que fue
transformándose hasta convertirse en unas carreritas, ahora independientes de la pileta,
jalonadas por un apretón con las manos cada vez que Martín quería agacharse y descansar,
teniendo el analista que hacer lo mismo en cuclillas frente a él.
El juego de las carreras de la mano a posteriori dio lugar, por deriva metonímica, a
corridas en trencito que el joven propuso, ubicándolo al analista al frente y tomándolo de la
cintura desde atrás. Cabe insistir que todos estos juegos de desplazamientos se iniciaban y
cesaban siempre con un apretón con las manos como señal.
Volviendo a los juegos iniciales desplegados por Martín, puede decirse que los
mismos se complejizaron paulatinamente. Los descansos en cuclillas que escandían las
carreras dieron lugar al “empujón”: estando los dos agachados, Martín empezó a intentar
alejar el cuerpo del analista con las manos. Este eligió dejarse caer y rodar a cierta distancia,
a la vez que acompañaba el movimiento con un “uhhh!”. Una y otra vez, Martín retomó este
juego y, en un momento dado, para sorpresa del terapeuta, empezó a proferir un “vaaa!
mientras miraba con alegría alejarse el cuerpo del profesional por el pasto. Luego, la
decisión de introducir en este juego una réplica en espejo dio lugar…a la guerra de
empujones!
Esta “guerra” revestirá finalmente un valor decisivo en los encuentros con el paciente:
es a partir de dichos intercambios placenteros que Martín consiente en introducir el cabezazo
en el campo de la transferencia, pero ahora, podría decirse, con el valor de un gesto de
catch. Se sonríe, y le da un topetazo moderado al analista en el abdomen mientras éste
emite una queja, también fingida.
Las invenciones lúdicas singulares de nuestro joven autista consideramos sólo fueron
posibles a partir de que el partenaire intentara “hacerse a un lado”, tomando en cuenta las
posibilidades que brindan las “líneas de fuerza” impuestas por la particular economía
pulsional de la estructura subjetiva del paciente.
Bibliografía
ASPERGER, H. (1944) “Psicopatía autística” en la infancia. Traducción de la versión en inglés
aparecida en Autism and Asperger síndrome, por Utah Frith. Londres, Cambridge, University Press, última
edición de 1999, p.37-92.
LACAN, J., (1958) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos, II,
Siglo veintiuno, México, 1984.
MALEVAL, J.-C. (2009) “El autista y su voz”, Editorial Gredos, S. A., Madrid, 2011.
TUSTIN, F (1981) Les états autistiques chez l´enfant, Seuil, Paris, 1986.
WINNICOTT, D. (1971) Realidad y juego, Granica, Buenos Aires, 1980.
ZENONI, A. (2004) Quelle réponse au monosymptôme?, en Quarto. Le marché des symptômes. Revue
de psychanalyse –Ecole de la Cause Freudienne –ACF en Belgique 80/8, 2004.
“La tocada”
Atendiendo a que los autistas prescinden de la referencia fálica, pero con la convicción
de que cuentan no obstante con la posibilidad de establecer eventualmente un lazo
transferencial beneficioso con un analista, se decidió recibir a quien llamaremos María Celina
en un espacio semanal, al que concurre desde hace ya muchos años. Derivada por su
extremo aislamiento social y sus serias dificultades para tolerar el contacto físico con sus
semejantes, ya desde las primeras sesiones mostraba un claro interés por la escritura y el
dibujo. Advertido el valor de semejante tratamiento incipiente y singular del goce por este
“objeto autístico” (Maleval, 2010, 7), se alojaron en las sesiones estas actividades
absorbentes y estereotipadas de la paciente. A partir de esa ya distante primera etapa, y
como corolario de un recorrido singular, María Celina se ha dado una identidad de “chica” por
fuera del Edipo, entre cuyos objetos imaginarios de sumo interés se encuentran los novios.
La paciente ya cuenta con varias relaciones en su haber, de carácter esencialmente
platónico, aunque jalonadas por los besos y caricias furtivos que los sucesivos pretendientes
logran sustraer a la mirada vigilante de la chaperona que, por decisión de los padres de
María Celina, siempre la acompaña en ocasión de sus encuentros en los bailes. No obstante
despertar en la paciente ansiedad e incertidumbre, sus espaciadas citas amorosas
constituyen una fuente de indudable placer y alegría, sobre todo en relación con los
modestos acercamientos eróticos del partenaire de turno. Fuera de ello, tales noviazgos son
esencialmente “telefónicos”: es bajo esta modalidad que la paciente toma la iniciativa para
contactarse con su eventual compañero. Una y otra vez, María Celina puede llamar a su
novio con el único propósito de que éste le confirme y le repita la lista de regalos prometidos.
El marcado carácter estereotipado de estas llamadas “interesadas”, revela nítidamente la
persistencia del aloness y del sameness, síntomas primarios y patognomónicos del autismo
postulados por Kanner en 1956. No obstante la aparente estabilidad de la vida de la
paciente, en un momento dado esta existencia rutinaria se ve conmovida por la irrupción de
un malestar creciente. María Celina se muestra angustiada: inquieta, desasosegada, se baña
compulsivamente varias veces por día y presenta dificultades para dormir; a ello se agregan
quejas repetidas de “maltratos” por parte de uno de los asistentes del centro de día al que
concurre, al punto de no querer asistir a dicho establecimiento. En el transcurso de una
sesión, instada a que precise el relato vago y siempre cambiante de las mortificaciones de
las que sería objeto por parte de Juan (miradas burlonas, menor ración de comida en el
almuerzo, retos injustos), la paciente decide terminar la entrevista y se retira a esperar a su
madre en la sala de espera. Sin cerrar la puerta divisoria, la joven permanece en silencio
unos minutos hasta que, finalmente, formula una pregunta angustiosa desde el otro cuarto:
“¿Puede un hombre embarazar a una mujer si le toca los hombros? ¿Estaré embarazada?
Juan se apoyó en mis hombros varias veces esta semana.”
En ese sentido, cabe señalar en primer lugar que la indicación dada por Lacan en el
seminario de La angustia, según la cual en la psicosis el analista debe incorporar el objeto a,
el objeto que es efecto del decir de su paciente, se reveló fructífera en el encuentro inaugural
con la paciente: los dibujos iniciales de rostros anónimos de grandes ojos inexpresivos y
mirada penetrante, fueron reemplazados por la reproducción incesante de la imagen de las
“sailor moon”, grupo de amigas púberes cuyas aventuras contaba un animé japonés de la
época. La febril reproducción de estas imágenes se acompañaba de la enumeración repetida
de sus nombres, de sus trajes característicos y de la evocación -muchas veces ecolálica- de
fragmentos de diálogos de los personajes. Con firmeza, pero imprimiéndole a la intervención
una modalidad “objetiva e impersonal” (Asperger 1944, 9) se invitó a la paciente a que
relatara algo nuevo de la vida de estas chicas: “¿acaso las sailor no crecen, no se ponen de
novio, no estudian, viven, mueren?” En las sesiones siguientes, la paciente comenzó a
relatar historias en las que los personajes transitaban vidas diversas: algunas se ponían de
novio, una se casaba, otras estudiaban, una cuarta permanecía soltera. De manera
simultánea, empezó a producirse en la joven un modesto acercamiento a sus compañeros de
escuela. La homofonía existente entre las primeras sílabas del nombre compuesto de la
paciente y el del grupo de las heroínas del dibujo animado permite pensar estas
producciones como un pivote que posibilita la instalación de un doble de anclaje metonímico.
Tal como lo señala Jean –Claude Maleval, este recurso, “si bien no le permite al sujeto
[autista] alojar su goce en el campo del Otro, es un canal hacia el otro que vuelva posible la
construcción de un Otro de síntesis que franquea cierta entrada en el lazo social” (Maleval,
2010, 49). Intrincados con este doble imaginario, encontramos indicios de un objeto autístico
remozado, en la fascinación de la paciente por la ropa y los accesorios femeninos cuya
enumeración en listas de compras siempre renovadas jalonan su vida, sus proyectos a futuro
y las demandas que le dirige a sus semejantes, tal como lo atestiguan las llamadas
telefónicas “interesadas” a sus novios sucesivos. Es necesario señalar que dichos inventarios
tienen un estricto correlato escrito, y con el título de “preocupaciones” van acumulándose a
tal punto, que “no hay otro lugar donde ponerlos o a quién dárselos” más que al analista.
Cabe agregar que, durante varios años de su primera infancia, María Celina padeció
un intenso temor angustioso a “los bastones, a los palos”, descripción imprecisa y definitiva
de la niña, siempre refractaria a toda dialectización, de una experiencia compatible con el
retorno alucinatorio del lenguaje en lo real. Este antiguo elemento intrusivo, desregulado,
puede atisbarse atemperado en las actuales sucesoras de las “sailor moon”: las “chicas
palito”, jóvenes delgadas, vestidas con esmero, que ella ve por la calle cuando concurre al
centro de la ciudad, de paseo o para asistir a la sesión, de quienes sólo esporádicamente –
en tanto objeto-doble transitivista-, en el cruce de miradas, puede surgir un gesto
persecutorio. De esta manera, puede aseverarse que la paciente comenzó a vestir esos
restos no especularizables (mirada y voz) a partir de las invenciones referidas que llevan la
marca particular de la posición del sujeto en la estructura, recursos que, años después, son
puestos a prueba por el encuentro con Juan.
Días antes de la escena con el asistente del centro de día, la paciente se entera de
que éste ha dejado encinta a una compañera de trabajo del establecimiento en el marco de
una relación extramatrimonial; la empleada, de licencia a partir de enterarse de su estado, se
llama, podríamos decir, Mara Selva. Encontramos aquí, bajo la forma de un mal encuentro, el
retorno perturbador de su doble, matriz constituyente de su yo en la que la homofonía de los
fonemas iniciales de un nombre compuesto, embaraza por vía del transitivismo especular el
cuerpo de nuestra paciente de un goce no simbolizado.
Epílogo
Si la fidelidad a la envoltura formal del síntoma nos lleva a ese límite en que se invierte
en efectos de creación (Lacan 1966, 60), el trabajo del analizante sólo se torna posible a
partir de la “sumisión completa [del analista] a las posiciones propiamente subjetivas del
enfermo” (Lacan, 1958, 516). Esta perspectiva nos conduce a adoptar estrategias distintas
para el abordaje del malestar en las respectivas situaciones vitales de nuestros diversos
pacientes.
Así, en lo que atañe a la pregunta acuciante de María Celina, se optó por una locución
informativa, una vez más bajo una modalidad impersonal y objetiva que, siguiendo las
intuiciones de Asperger, haga de semblante de objeto autista: “las mujeres no quedan
embarazadas al ser tocadas por un hombre. Una mujer puede quedar embarazada sólo si
tiene relaciones sexuales con un hombre.”. A pesar de su carácter imaginario y su apariencia
banal, esta intervención se mostró eficaz en su función de propiciar, una vez más, la
reelaboración del Otro de síntesis, capaz de relanzar la dinámica subjetiva que aporte una
regulación al goce intrusivo.
Referencias bibliográficas
LACAN, J. (1957) “Le seminaire livre IV La relation d´objet”, Seuil, Paris, 1994.
LACAN, J., (1958) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis”, en Escritos, II, Siglo veintiuno, México, 1984.
LACAN, J., (1966) “De nuestros antecedentes”, en Escritos, I, Siglo veintiuno, México,
1984.
MALEVAL J-C., (2010) “Qui sont les autistes?” Conférence, Le Pont Freudien, Página
web.