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El enfrentamiento entre la selva voraz y el aventurero Arturo Cova es uno de los temas
centrales de La Vorágine, una de las grandes novelas colombianas. José Eustasio Rivera narra
la épica del protagonista en la frontera amazónica, dibujando en ella la naturaleza propia de
las tierras baldías colombianas y de los colonos que se adentran a estas “tierras de nadie” en
busca de riqueza. En ese agreste contexto, la dupla violencia y riqueza van de la mano,
conformando una de las visiones predominantes que sobre la frontera se ha construido en
Colombia, la cual ha asimilado las tierras altas como espacios aptos para la civilización y las
tierras bajas como espacios de salvajismo y violencia1. Esta dicotomía entre civilización y
barbarie predomina hasta la actualidad y es reforzada por el mapa del conflicto armado en
Colombia, en el que se observa cómo las zonas en donde impera el enfrentamiento entre
Estado, insurgencia y grupos paramilitares, corresponden a las regiones de colonización
tardía, hacia las cuales, un importante número de campesinos se trasladaron en busca de las
oportunidades que las tierras bajas brindaban.
En las siguientes páginas se abordarán dos temas centrales en el contexto general del
proceso de colonización de tierras baldías y los conflictos derivados de su ocupación: la
apertura de la frontera agrícola en Colombia y las visiones dominantes que sobre estos
espacios fronterizos existen. Es en este último aspecto cuando la categoría de análisis “raza”
adquiere importancia; raza y espacio son conceptos que se entrelazan en el proceso de
construcción de los estados nacionales latinoamericanos, debido a que la diferenciación
*
Candidata a doctora en Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Este artículo forma parte de una
investigación mayor, que corresponde a la tesis doctoral titulada “Luchas por la tierra: Colonización y conflictos
agrarios en Antioquia, Colombia. 1930-1953”, financiada por PFCHA/CONICYT. Beca Doctorado Nacional N°
21170336.
1
En Colombia las tierras altas corresponden a los territorios ubicados entre los 1500 y 3000 metros sobre el nivel
del mar, su clima es frío, en estas zonas se ubicaron la mayoría de los poblados coloniales. Las tierras medias
corresponden a espacios ubicados entre 1000 y 1500 metros sobre el nivel del mar, su clima en consecuencia es
templado; finalmente las tierras bajas se ubican entre los 300 y 1000 metros, su clima es caliente.
regional se ha enmarcado en un proceso de “racialización”.2 Aquellas regiones caracterizadas
como “indias” o “negras”, han sido definidas como atrasadas, en relación con las regiones
“blancas” que están asociadas a la modernidad. (APPELBAUM; MCPHERSON;
ROSEMBLATT, 2003: 10) Ahora bien, una de las visiones dominantes de la frontera
agrícola en Colombia, la caracteriza como “espacio salvaje”, cuya naturaleza indomable
moldea las identidades de quienes allí habitan, de esta forma, las personas que habitan las
tierras bajas y cálidas se convierten en la antítesis del progreso y la civilización.
Este artículo pretende abordar esta relación entre raza y espacio fronterizo a la luz del
proceso de colonización en Antioquia. Históricamente los campesinos en Colombia se han
desplazado por el territorio nacional. A mediados del siglo XIX, se inició un importante
movimiento poblacional que colonizó las tierras medias y bajas del país, los actores centrales
de este proceso fueron los campesinos, quienes limpiaron y mejoraron los bosques, con el
deseo de convertirse en propietarios e insertarse en los mercados nacionales e internacionales
por medio de la agricultura. De estos movimientos migratorios, el que más ha llamado la
atención de académicos es el de la colonización antioqueña, en el occidente del país. Aquí un
importante grupo poblacional se desplazó del centro del departamento hacia las áreas vecinas,
especialmente del departamento del Cauca, expandiendo la producción agrícola y formando
redes comerciales, en torno al cultivo del café.
Alrededor de este proceso de ocupación de la tierra se formó una leyenda rosa, que lo
caracterizó como democrático y a los antioqueños como los colonos predilectos para ocupar
las zonas de frontera agrícola en el país. Sin embargo, esta imagen se contrapone a la de otros
movimientos de población hacia zonas de frontera en el país. Particularmente en Antioquia,
hubo zonas que fueron colonizadas tardíamente por grupos que no necesariamente provenían
del centro del departamento. Esto se tradujo en la imposibilidad de consolidar el proyecto
cultural y político de las elites antioqueñas del centro. Los campesinos que poblaron estas
regiones representaron el revés del colono dedicado al cultivo del café. Este último proceso es
el que aquí interesa destacar: la colonización de las zonas de frontera del departamento de
Antioquia que corresponden a las subregiones de Urabá, Magdalena Medio, Bajo Cauca y
Nordeste, en donde la construcción de la sociedad se dio en contraposición a los modelos del
centro. Si bien, estas zonas se convirtieron en zonas de interés económico desde principios del
2
Académicos como Nancy Appelbaum (2003) y Peter Wade (1993) han adoptado el concepto de racialización
para describir el proceso de construcción y naturalización de la diferencia humana a partir de categorías
jerárquicas. Así el proceso de racialización divide a la sociedad en grupos a partir de ciertos rasgos (biológicos o
culturales) que son heredados. Este concepto permite comprender cómo distintas identidades en los espacios
nacionales, regionales y locales han sido dotadas de unas características particulares.
siglo XX, gracias a sus riquezas auríferas y a sus potencialidades agrícolas y ganaderas, a su
vez los discursos que el centro conformó sobre ellas fueron articulados en términos de raza,
caracterizando estos espacios como indomables, violentos y de barbarie, por tanto, los colonos
que allí llegaron durante la primera mitad del siglo XX son también portadores de estos
rasgos.
Los países de América Latina desde mediados del siglo XIX sufrieron cambios
significativos en sus territorios, cuando su inserción en la economía mundial significó el
inicio de procesos de colonización y expansión de la frontera agrícola. Efectivamente, las
tierras baldías coincidían con las zonas económicamente productivas, por ello su ocupación
era fundamental para el aumento de los productos agrícolas, no solamente para la exportación,
sino también para la ampliación de los mercados internos. No obstante, estos procesos de
colonización no atendieron exclusivamente a las demandas del mercado mundial, las jóvenes
repúblicas americanas también buscaban el fortalecimiento del Estado, lo cual, dependía, en
buena medida, de la delimitación y la presencia efectiva en todo el territorio. Por
consiguiente, las zonas de frontera interna debían ser anexadas a los proyectos nacionales; así
la colonización se convirtió en un medio efectivo para llenar estos “espacios vacíos” y los
gobiernos latinoamericanos desplegaron diversos proyectos de ocupación de tierras públicas,
los cuales adquirieron diversas formas: algunos fueron impulsados de manera oficial, otros
atendieron a las especulaciones comerciales e incluso hubo proyectos religiosos de
colonización, llevados a cabo a través del establecimiento de misiones en las fronteras
(ALISTAIR, 1978).
Una de estas formas de colonización coincidió con los procesos migratorios a nivel
mundial, cuando Europa expulsó un importante número de trabajadores y campesinos. Esta
migración quiso ser atraída por los países latinoamericanos, que buscaban mano de obra,
principalmente europea (aunque también hubo un importante número de migrantes asiáticos),
para incorporar a la economía industrial y a las zonas rurales en las que se pudiera desarrollar
una economía agrícola3. Las palabras del argentino Juan Bautista Alberdi: “gobernar es
3
En Colombia los gobiernos liberales de mediados del siglo XIX pensaron en la migración como una forma de
ocupar las tierras baldías. Sin embargo, los proyectos para atraer extranjeros no dieron los frutos esperados.
Incluso para el caso de Antioquia, se creó la Sociedad Agrícola y de Inmigración, que buscaba que los
poblar”, tuvieron eco dentro de los proyectos civilizatorios en los que se embarcaron las elites
latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XIX. Poblar significaba civilizar “…
enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente. Mas para civilizar por medio de la
población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas… con poblaciones de la Europa más
adelantada en libertad y en industria.” (ALBERDI, 1852: 19) No obstante, los colonos
europeos venidos a América se ubicaron principalmente en el Cono Sur y no a lo largo del
continente, además, las aspiraciones de convertir a los colonos en pequeños propietarios, la
mayoría de las veces fracasaron. A diferencia del proceso norteamericano, la expansión de la
frontera chocó con la persistencia del latifundio. Además, en el caso de Argentina y Uruguay,
los colonos tendieron a incorporarse a los centros urbanos.4
Esta forma de colonización de tierras públicas por medio de inmigrantes fue más la
excepción que la regla. Principalmente en los países agrícolas las tierras fueron colonizadas
por campesinos, muchos de ellos expulsados de las zonas más densamente pobladas durante
el periodo colonial. Estos grupos de colonos buscaban establecerse en tierras baldías y
desarrollar una economía de subsistencia, para posteriormente engancharse a la agricultura
comercial y conectarse con los mercados internos y de exportación. Países como Brasil,
Colombia, Costa Rica y Venezuela, que ingresaron a la economía mundial por medio del
cultivo del café, tuvieron unos procesos de ocupación de la frontera agrícola a través del
desplazamiento de colonos campesinos, quienes se introdujeron a estas zonas en busca de
tierras para establecerse y subsistir. Estos campesinos, por medio del trabajo familiar,
limpiaron la tierra y posteriormente la reclamaron como suya (FOWERAKER, 1981). Para
Doug Yarrington estos grupos de campesinos, al menos en el caso de Venezuela,
correspondían a poblaciones que colonizaron las fronteras de tierras vacantes, con el fin de
producir cultivos comerciales para el mercado mundial en expansión. Por tanto, estos actores
solamente entraron en escena cuando se dio una demanda a nivel mundial de productos
tropicales y subtropicales, que comenzó en la segunda mitad del siglo XIX y hasta las
primeras décadas del siglo XX (YARRINGTON, 1995).
Cabe anotar que, las tierras baldías además de servir para la expansión de los mercados y
la producción agrícola también fueron vistas como una prometedora fuente de ingresos, por
consiguiente, algunos gobiernos promovieron la venta de baldíos a privados, quedando varias
extranjeros ocuparan las tierras públicas en la zona del Magdalena Medio, sin embargo, los únicos extranjeros
que llegaron a estas zonas vinieron a trabajar, principalmente como técnicos o ingenieros, en las compañías
mineras ubicadas en el Nordeste y Bajo Cauca antioqueños.
4
Cabe anotar que en el sur de Brasil este proceso pudo realizarse de manera exitosa, gracias a los bajos precios
de la tierra, lo que permitió a los inmigrantes convertirse en propietarios. (BEYHAUT, 1986)
veces las tierras, en manos del mejor postor. También, los baldíos sirvieron para indemnizar a
militares que participaron en las guerras civiles del siglo XIX y muchas veces se destinaron al
ensanchamiento de la infraestructura de redes ferroviarias y de carreteras.
La historiografía sobre los procesos de ocupación de fronteras agrícolas en América
Latina coincide en que la colonización se dio en “tierras vacías”, con amplia disponibilidad.
Para el caso de Costa Rica Mario Samper advierte “…ciertamente había una abundancia de
tierra y una posibilidad real de obtener usufructo” (SAMPER, 1990: 67). Por su parte,
Catherine LeGrand al hablar sobre las tierras de frontera en América Latina afirma que:
En 1850 buena parte de América Latina estaba inexplotada pues nunca había
penetrado en ella la economía colonial. Estas regiones de frontera incluían los
desiertos del norte de México, las costas insalubres de América Central, Venezuela,
Colombia y Ecuador, la cuenca amazónica, las vastas mesetas del interior del Brasil,
la rica pampa argentina y los bosques del sur de Chile. Las zonas de frontera estaban
casi deshabitadas y por lo general no pertenecían a la propiedad privada
(LEGRAND, 1988: 5)
5
La Comisión Corográfica estuvo dirigida por el geólogo italiano Agustín Codazzi. Se llevó a cabo a partir de
1850 y se encargó de levantar la primera carta geográfica de la República y de documentar las costumbres,
paisajes, itinerarios y descripciones gráficas de las personas y de los recursos naturales. Después de esta
comisión fue cuando se reforzó la idea de Colombia como un país de regiones, aportando de manera
determinante a esta idea de Nación.
antioqueños, que se asentaron en torno a la economía del café. Esta tesis, como se verá más
adelante, ha sido refutada por distintos autores que más bien han demostrado el carácter
conflictivo de esta colonización.
La colonización antioqueña fue un proceso decisivo en la historia colombiana, puesto
que, desembocaría a principios del siglo XX en una sociedad cuya integración y progreso
económico se dio gracias al cultivo del café. Esta fue promovida por empresarios, quienes por
medio de concesiones intentaron ordenar la colonización de los campesinos que llegaban a
estas regiones. En consecuencia, esta fue una colonización dirigida, que propició la fundación
de pueblos, en los cuales se reprodujeron los valores de la cultura antioqueña, por ello James
Parsons la caracterizó como una colonización modelo, ya que en esta región el cultivo del
café floreció gracias al trabajo de pequeños propietarios, que permitieron la inserción del país
en los mercados internacionales. Algunos autores tendieron a generalizar esta imagen idílica
al resto del país. Así, los colonos que poblaron estas zonas se han caracterizado como
aventureros quienes, con su coraje, ilusión y su pobreza buscaron desmontar los bosques,
creando una sociedad igualitaria y democrática en torno a la pequeña propiedad. Esta imagen
constituye lo que Marco Palacios ha denominado el Ethos del hacha, el esfuerzo y el logro. Si
bien, en esta ocupación valores como la fraternidad y el igualitarismo orientaron la conducta
colectiva de quienes allí se establecieron, también es cierto que detrás hay una historia de
acaparamientos, que se hizo a través de métodos legales, gamonalismo y violencia6.
Para Darío Betancurt los conflictos en estas zonas se dieron en tres sentidos y están
enmarcados en las luchas agrarias de la década del veinte del siglo pasado, cuando en la zona
de colonización antioqueña se dio una disputa entre comerciantes, tenderos, hacendados y
colonos por la ocupación de terrenos baldíos. Estos últimos actores reclamaron tierra a través
de distintos medios: la creación de empresas colonizadoras, exhibición de títulos coloniales o
compra de mejoras a colonos.
Hubo tres tipos de conflictos que se presentaron en esta zona, el primero de ellos fue
entre colonos y abogados o tinterillos que residían en las ciudades, los últimos se apropiaron
del trabajo de los colonos, afirmando que las mejoras de éstos eran terrenos baldíos. El
segundo conflicto fue entre hacendados y colonos, los primeros, por medio de títulos de
tierras que databan de la colonia, establecían los límites de sus haciendas, los cuales
abarcaban las mejoras de colonos; este mecanismo servía para enrolar a los campesinos como
6
Esta leyenda rosa de la colonización, que fue desarrollada por James Parsons en 1950, empezó a ser
cuestionada desde la década del setenta por autores como Catherine LeGrand (1988), Marco Palacios (1983),
Nancy Appelbaum (2003) y Keith Christie (1986)
mano de obra en las haciendas. Finalmente, se dieron conflictos importantes entre las
empresas colonizadoras, dueñas de las concesiones y los colonos. Este último conflicto fue
analizado por Marco Palacios, quien dejó de manifiesto que las pugnas iniciales entre colonos
y las compañías que administraban las concesiones, radicaban en la vasta extensión de tierra
que los concesionarios reclamaban, con el fin de especular con los precios altos derivados de
la misma colonización. Aquí cobraron importancia los conflictos con la compañía González &
Salazar encargada de la concesión Aranzazu y la concesión Burila.
A pesar de los conflictos derivados de la colonización al sur del actual departamento
de Antioquia, alrededor de este proceso se creó una leyenda rosa que idealiza la migración de
antioqueños a esta región, catalogándolos como los “Yanquis de Sur América”, ya que fueron
estos pioneros, innovadores, y trabajadores quienes en busca de la libertad que ofrecía las
montañas civilizaron la frontera salvaje e integraron a Colombia con el mercado internacional,
contribuyendo al desarrollo de la nación. Esta leyenda rosa es complementada con otros
aspectos de la cultura rural popular antioqueña.
Nancy Appelbaum enmarca este proceso de colonización antioqueña, en uno mayor y
que corresponde al fenómeno de poblamiento de la frontera que ocurrió en toda América
Latina, el cual, como se mencionó en el primer acápite, si bien fue impulsado principalmente
por los campesinos, también se realizó a través de la llegada de inmigrantes europeos. Este
último proyecto fue impulsado por las elites latinoamericanas con el fin de modernizar la
población, ya que los europeos eran asociados con el progreso y la civilización, su llegada
permitiría “blanquear” la sociedad latinoamericana. Para la historiadora norteamericana, la
colonización antioqueña cobra importancia en este contexto, ya que demuestra que los
procesos de “blanqueamiento” también tuvieron lugar en países en donde no necesariamente
hubo una inmigración europea exitosa, como fue el caso de Colombia. Lo que aquí se destaca
es que, en el contexto nacional, los antioqueños fueron relacionados con una idea de progreso
moldeada por las elites y se identificaron como blancos (APPELBAUM, 1999).
Así, los antioqueños eran portadores de unos rasgos morales que los identificaban
como los migrantes mayormente deseables para ocupar las “tierras baldías” en donde
posteriormente se establecería y desarrollaría toda la cultura que gira en torno al cultivo del
café. El antioqueño relevaba dentro de sus características identitarias la importancia de la
familia patriarcal, la religión católica, la industria, el comercio, el orden social, la pujanza y la
valentía, que era complementada con una política conservadora. Además, valoraba de manera
positiva el trabajo manual del campesino, este era visto como honorable y era validado por
políticos y curas. Incluso la vestimenta del hombre rural (campesinos, mineros o arrieros) se
convirtió en un símbolo a través del cual se expresaba el orgullo regional y se reforzaba la
identidad masculina7. Dentro de este imaginario, la mujer también cobraba importancia. La
mujer antioqueña también era idealizada, y su deber ser correspondía con una visión
marianista que elogiaba la virtud femenina, así, las antiqueñas eran madres y esposas,
encargadas del mantenimiento de la unidad del hogar católico, que combinaba fuerza, pero
también sumisión a la autoridad masculina.
Una de las imágenes que mejor sintetizan esta idea del colono antioqueño y su familia
es la obra Horizontes, pintada en 1913 por Francisco Antonio Cano. Esta imagen representa
una pareja de campesinos colonos, blancos, que hacen una parada en el camino para
reconocer el espacio en donde van a establecerse. El hombre está señalando con la mano
izquierda el horizonte, en donde iniciarán una nueva vida, dedicada a cultivar la tierra y a
civilizar. En su mano derecha tiene el símbolo de la colonización, el hacha. Por su parte, la
mujer que carga a su hijo también fija los ojos en el lugar que señala el padre, en donde
podrán establecerse, acrecentar la familia y reproducir los valores morales de la cultura
antioqueña. Horizontes representa la gesta civilizadora de la raza antioqueña.
Esta construcción del ethos antioqueño tiene mucho que ver con la forma en que se ha
construido la nación en Colombia. Aquí la idea de nación parte por la diferenciación, el mito
fundacional de Colombia como país de regiones se ha convertido en el elemento fundamental
de la diferenciación racial. Sin embargo, las regiones colombianas están jerárquicamente
diferenciadas, ya que algunas de ellas son consideradas como modernas, progresistas y
7
Esta vestimenta es incluso retomada en la actualidad, la imagen del famoso café “Juan Valdés” corresponde a
la imagen idílica que se tiene del campesino antioqueño dedicado al cultivo del café. El poncho y el carriel, un
bolso pequeño de cuero, son imágenes propias de la cultura antiqueña.
blancas (es el caso de la región antioqueña) y otras son la cara opuesta, como diría Serge el
revés, por lo tanto, son consideradas espacios inferiores, violentos, que pueden ser denigrados.
Esta diferenciación regional representa las dinámicas espaciales y la formación de una
identidad nacional racializada. Dada esta configuración identitaria, el mito del colono
antioqueño no se extendió a todos los colonos del país, sino que se quedó en las zonas que
trajeron “progreso” y que permitieron a Colombia insertarse en la economía mundial. Esta
leyenda rosa del colono es la excepción y no la regla, el mito que prima sobre los colonos
resalta más bien su carácter salvaje y violento y no su valentía y pujanza, como en el caso
antioqueño.
En contraposición a esta imagen del colono antioqueño, se encuentra una imagen que deviene
de la visión que estigmatiza las fronteras internas como lugares de subversión e ilegalidad; así
quienes en ellas habitan inevitablemente están marcados por estas conductas. Desde esta
perspectiva, los rasgos esenciales de quienes viven en la frontera son la ilegalidad y la
violencia, a lo que se suma su incapacidad para elaborar proyectos comunes, consecuencia de
sus procedencias regionales diversas, lo que hace que en ellos impere el interés individualista
(PATIÑO, 2013: 307) Esta imagen de resistencia y conflicto es la que ha primado sobre los
colonos de tierras bajas y estas mismas características son también atribuidas a la
colonización y su historia, lo que convierte a los frentes de colonización en espacios
periféricos, desarticulados y conflictivos en donde el Estado no tiene presencia.
Antioquia durante la primera mitad del siglo XX, vivió un proceso de ocupación de
sus fronteras internas, las que corresponden a las tierras bajas y calientes de Urabá, Bajo
Cauca, Nordeste y Magdalena Medio, estas eran consideradas periféricas por su lejanía de
Medellín. Incluso hasta la actualidad son vistas como lugares alejados que escapan al control
del centro. La imagen que impera sobre estas otras colonizaciones coincide con la visión
conflictiva expuesta arriba, puesto que, no han podido articularse al proyecto político y
cultural ideado por las elites del centro. Además, a estas zonas no llegó la gesta de
antioqueños valientes, pujantes y civilizadores que ocuparon la región cafetera, aquí llegaron
colonos procedentes de distintas regiones, que se fueron estableciendo alrededor de la
extracción de oro, maderas, petróleo, la ganadería y la agricultura, lo que hace de estos
territorios espacios multiculturales y pluriétnicos. A pesar de que este poblamiento se hizo
más fuerte en la primera mitad del siglo XX, no significa que estos territorios fueran tierras
vacías o espacios de nadie. Estas subregiones si bien poseían poca población a principios del
siglo XX, a la vez han sido testigos de un proceso de poblamiento de larga data, en el que
pueden diferenciarse distintas olas migratorias y momentos de ocupación del territorio.
El Urabá antioqueño ha sido una zona con presencia de importantes grupos indígenas,
aquí Catíos, Emberá y Chamíes son quienes han ocupado el territorio desde antes del proceso
conquistador español. Sin embargo, estos pueblos originarios fueron sucedidos por otras
colectividades, después de la llegada de los españoles. Desde el siglo XVIII empezó a ser
ocupado por comunidades negras que llegaron a refugiarse de sus antiguos amos; estos grupos
de esclavos cimarrones procedentes de la provincia del Cauca, en donde la mano de obra
minera era principalmente esclava, escaparon de las minas y se refugiaron en el Urabá.
Posteriormente, a finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron los primeros campesinos
expulsados del Sinú, debido a la conformación de grandes latifundios ganaderos en el actual
departamento de Córdoba. La última oleada de migrantes fue la “paisa” (es decir los
antioqueños del centro del Departamento) jalonada por la finalización de la carretera al mar
en 1957 (GARCÍA; ARAMBURO, 2011: 280) Estas oleadas de migrantes conformaron una
sociedad multicultural dedicada a la ganadería, la agricultura, la extracción de maderas y en la
actualidad dedicada a la economía bananera.
Por su parte, el Bajo Cauca es una región que desde tiempos coloniales despertó
interés gracias a sus riquezas auríferas. Sin embargo, es solamente a principios del siglo XX
cuando inicia un proceso de poblamiento, impulsado por el establecimiento de compañías
extranjeras para la explotación del oro. La Compañía Francesa del Nechí y La Pato
Consolidated se instalaron a lo largo de las riberas del río Nechí; paralelamente a este
proceso, se inició un repoblamiento en los municipios de Nechí, Margento y Cañafistula (hoy
Caucasia) y Zaragoza, propiciado por la construcción de la línea férrea que atrajo a algunos
colonos, que se ubicaron en las tierras por donde pasaría la Troncal de Occidente del
ferrocarril. (GARCÍA, 1993)8. Estos colonos impulsaron de manera decisiva no sólo el
proceso de poblamiento, sino también la dinámica económica y social de la región. Aquí, de
manera similar al Magdalena Medio, se consolidó la hacienda ganadera por medio de la
8
La Troncal Occidente del ferrocarril pretendía conectar el ferrocarril del Pacífico con los departamentos
cafeteros, el Magdalena y el Caribe. Este proyecto sólo se comenzó durante el gobierno de Pedro Nel Ospina
cuando la indemnización de Panamá en 1923 le dio empuje económico al proyecto. Este proyecto pretendía el
fortalecimiento de una zona agrícola y ganadera en el norte del país. Sin embargo, la crisis del 29 trajo como
consecuencia la suspensión de la construcción, cuando se contaba con 30 kilómetros. Ya para 1946 los trabajos
se suspendieron definitivamente, así la línea nunca se terminó, sus rieles fueron levantados y su trazo se adecuó
para usarlo como carretera. Ver: (KUNTZ FICKER, 2016)
compra de tierras de antioqueños, quienes buscaban un suministro constante de reses hacia el
interior del departamento. Este proceso de consolidación de la hacienda estuvo acompañado
del despojo a los colonos, lo que finalmente desembocó en una fuerte concentración de la
tierra en las décadas del cincuenta y del sesenta (VILLEGAS; RUEDA; GONZÁLEZ: 2009:
197)
En el Magdalena Medio el poblamiento fue también disperso. A la llegada de los
españoles los indígenas que ocupaban esta región pertenecían al grupo Karib, que eran
selváticos y su cultura se desarrollaba en estas zonas tropicales de las tierras bajas. A estos se
sumaban los carares, opones y yaraguíes. De manera similar a Urabá, el Magdalena Medio
durante el siglo XVI fue poblado por esclavos cimarrones que huían de las haciendas en
Bolívar, estos grupos se transformarían en bogas o navegantes que pasaban sus vidas en las
aguas del río Magdalena. Aunque no es sino hasta finales del siglo XIX que las elites del
centro de Antioquia se interesarían en esta zona, gracias a la construcción del ferrocarril que
uniría a Medellín con el río Magdalena, principal vía fluvial del país. El ferrocarril era vital
para sacar el café que se producía en las regiones del interior del departamento hacia Puerto
Berrío, ubicado a orillas del Magdalena. A su vez, serviría para transportar el ganado desde
ese Puerto hacia la Feria de Ganado en Medellín, una de las más importantes del país. Este
proyecto impulsó una oleada de migraciones al Magdalena Medio, que se agudizaría en la
segunda década del siglo pasado, cuando se instalaron compañías extranjeras que explotarían
el petróleo de la zona. Empresas como la Shell-Condor y la Tropical Oil Company atrajeron
colonos expulsados de los latifundios del norte de Antioquia y a migrantes de los Santanderes,
que llegaron aquí para trabajar como obreros en las compañías o para “abrir monte”
(MURILLO, 1999)
Finalmente, el Nordeste ha sido una zona abocada principalmente a la extracción de
minerales. Su proceso de poblamiento ocurrió desde las primeras décadas del siglo XIX.
Remedios y Yolombó fueron explorados progresivamente y a la par se fueron fundando
nuevos sitios y rancherías, casi todos vinculados con la extracción minera. Sin embargo, fue
en la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada de la Frontino Gold Mines que se marcaron
nuevas pautas de poblamiento. La minería del oro generó nuevas expectativas en Antioquia,
lo que convocó a distintos pobladores no sólo a enrolarse como obreros en la compañía, sino
también a denunciar minas de aluvión o veta y trabajar como mineros independientes o
mazamorreros. Estos últimos sacaban oro de los placeres de ríos y quebradas con sus bateas y
combinaron la actividad minera con la agricultura (LENIS BALLESTEROS, 2009)
A pesar de sus riquezas estas zonas eran consideradas periféricas, con débiles
conexiones con el resto de Antioquia, debido a la poca población, la falta de vías de
comunicación y el “clima malsano”.9 Hacia 1940, las autoridades departamentales que
visitaban estas regiones afirmaban que sus territorios debían “antioqueñizarse”, ya que su
vinculación con Medellín era casi nula (PATIÑO, 1997) Inclusive la Iglesia, cuyo rol
estructurador ha sido fundamental en Antioquia, no tuvo la misma presencia que en las tierras
altas y templadas.
Así las visiones que se tenían sobre estas zonas fueron reproducidas hasta bien entrado
el siglo XX y fueron construidas principalmente por los visitadores administrativos y los
alcaldes afuerinos que visitaron o se instalaron en los distintos pueblos de estas subregiones.
Las visiones construidas desde afuera resaltaron la “moral relajada” de quienes habitaban las
zonas y su falta de orden social, considerando que estos habitantes eran la antítesis del colono
antioqueño: poco trabajadores, liberales, alejados de los mandatos de la religión católica y con
una sexualidad exaltada, ya que las uniones de hecho y la prostitución eran prácticas comunes
en estos pueblos. Sobre Segovia, pueblo sede de la Frontino Gold Mines, un alcalde en 1932
caracterizaba a los trabajadores de la zona así:
El movimiento actual en esta población aumenta día por día y la aflusión (sic) de gentes de todas las
edades y condiciones que inmigran procedentes de lejanos lugares en busca del pan, crean al ramo
policivo un serio problema por la razón positiva y contundente de todos los pueblos mineros donde
hombres y mujeres que trabajan en las empresas, son viciosos y esperan como un deber de costumbre,
recibir el pago cada ocho días, para embriagarse, jugar y constituyendo un trabajo enorme para los
agentes, que por lo reducido de su número, no pueden ejercer una completa acción de vigilancia” 10
Bajo esta misma línea el visitador administrativo Guillermo White Uribe en 1945
afirmaba que el 80% de los pobladores de Segovia: "no vive santamante y sus costumbres son
idénticas a las de las ciudades y pueblos de la costa, donde el amor libre es practicado y
tolerado hasta por las autoridades […] esa es la manera de vivir que a nadie le produce
escándalo”. Sin embargo, para White la corrección de estas conductas no debía hacerse por
medio de la fuerza ejercida por la policía departamental, más bien, “… la labor necesaria para
lograr la moralización de esos pueblos… [es] el ejercicio de un verdadero y paciente
apostolado”11. Por tanto, la presencia de la Iglesia era fundamental, ya que ésta siempre había
sido una institución fuerte no sólo en el país, sino también en el departamento, especialmente
9
En los censos de 1938 y 1951 la población de estas zonas de frontera antioqueñas correspondía al 11.4% y al
10% de la población total del departamento, respectivamente.
10
Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo 401,
1932, f. 275r.
11
AHA, Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo 516, Carpeta 2, 1945, f. 242r-245r.
en las zonas del centro. En Antioquia la solución para los “problemas” que traía la diversidad
de razas (“blancos”, “indios” y “negros”) era la religión; ya lo advertía Tulio Ospina12 en
1897 cuando en la revista El Montañés afirmaba: “el gran remedio contra las malas
consecuencias de la diversidad de razas y de castas, se hallará el día en que el espíritu del
cristianismo penetre en todas las almas.” (CORTÁZAR, 2003)
En Amalfi también se reforzaba la visión del otro, particularmente sobre los
pobladores que iban movidos por la minería, quienes llegaban de distintos lugares del país
atraídos por la fiebre del oro en este pueblo del nordeste. Aquí se reunían individuos:
[…]cuya conducta, costumbres y vicios pueden encarnar un grave peligro para los empresarios,
los asociados y para la misma alcaldía... los exhortos, requisitorias y demás despachos
dirigidos directamente a esta oficina, así como algunos atentados ocurridos en esta localidad
últimamente, constituyen un claro indicador de que esa inmigración, en su generalidad obrera,
aporta a este municipio un crecido número de individuos maleantes, prófugos, amigos de la
estafa, el robo, el hurto y el abuso, amén de otros delitos, todo lo cual es absolutamente
necesario impedir.13
12
“Tulio Ospina Vásquez fue… pionero de importantes iniciativas de desarrollo y fundador de célebres
instituciones académicas. Fue artífice de la respetada Escuela de Minas, rector de la Universidad de Antioquia,
escritor y político”. (CAMARA DE COMERCIO DE MEDELLÍN, Disponible en:
http://www.camaramedellin.com.co/site/100empresarios/ )
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AHA, Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Amalfi, Tomo 436, 1936, f. 429r.
debían ser colonizadas y anexadas al resto del departamento. En 1947, el Secretario de
Agricultura de Antioquia advertía en su informe anual al Gobernador que:
Los municipios de San Carlos y San Luis, Cocorná y Sonsón en Sureste del Departamento,
reservas son que es ya hora de incorporar en nuestro medio circulante de trabajo; los campos de
Amalfi y Anorí, de Valdivia y Ituango dejan de pertenecer al futuro para ser una acusación
presente de nuestra negligencia oficial y privada; y Chigorodó y Turbo, con la extensión y
fertilidad de sus suelos, esperan sólo motor humano y ramales de acceso a la Carretera al Mar
para sorprender al país como tierras de promisión. (TORO ECHEVERRI, 1947:10)14
Este impulso colonizador también se dio a nivel nacional, y ya desde la década del veinte se
promulgaron leyes en este sentido. En 1922 la ley 114 permitió al gobierno fundar colonias
agrícolas, directamente o por medio de empresas, estas colonias podían fundarse sobre
extensiones de hasta cien mil hectáreas (100.000 has) en terrenos baldíos de la nación. De
esta manera, en 1928 se demarcó la zona que ocuparía la Colonia Agrícola del Sumapaz, en
1935 se estableció la Colonia Agrícola de Bahía Solano, en 1938 la Colonia de Caracolicito
en terrenos de la Sierra Nevada de Santa Marta y ese mismo año se estaba proyectando la de
Caquetá. Sin embargo, quienes estaban llamados a ocupar estas colonias no eran quienes
habitaban las tierras bajas, ya que estos no se preocupaban por mejorar sus condiciones de
vida, además “su único acicate para ganar dinero y su finalidad exclusiva de inversión lo
constituye siempre, el goce inmoderado de placeres y diversiones estrictamente sensuales o
sea el alcohol y las mujeres en los cuales encuentran la satisfacción de sus necesidades
materiales.” (MINISTERIO DE LA ECONOMÍA NACIONAL, 1944: 167) Se debía entonces
mejorar el elemento humano de estas zonas de frontera por medio de la llegada de
“agricultores verdaderos” para insertarlos en esa “sociedad viciada” para que en el transcurso
del tiempo apareciera “una generación mestiza formada dentro de un ambiente propicio y con
una cultura acorde con las aspiraciones de transformación que hoy se tienen” (MINISTERIO
DE LA ECONOMÍA NACIONAL, 1944: 168). De esta manera se seguía reforzando esta
“geografía de la raza” y se conformaba un proyecto de estado nacional a partir de la
demarcación de regiones, las cuales estaban jerárquicamente organizadas, puesto que, unas
son más progresistas o civilizadas y otras atrasadas o bárbaras.
A modo de conclusión
Estas visiones que representan a la frontera como lugar de riqueza y promisión, pero a la vez
como lugar de “moral relajada”, conflicto, salvajismo, están enmarcadas en la larga duración.
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La cursiva es nuestra.
Esta dicotomía prima en los estudios colombianos sobre frontera, colonización y conflicto, en
consecuencia, esta visión refuerza la idea de que la ocupación de las fronteras es un proceso
violento en el cual unas sociedades son desplazadas y/o destruidas en favor de otras. Esta
visión, no permite observar cómo se ha dado la construcción social de los territorios
fronterizos y enfatiza más los aspectos de resistencia de las sociedades que se han formado del
otro lado. Si bien, se reconoce el carácter conflictivo de estas sociedades, a la vez deben
reconocerse los mecanismos de negociación que se generan en el proceso de construcción de
los estados nacionales. Desde esta perspectiva también es posible entender, cómo se
construyen los espacios de transición en los cuales se hacen sentir las influencias de las
comunidades distribuidas a uno y otro lado de tales fronteras y cómo dentro de esos espacios
se construye la identidad frente a sí mismos y frente a las sociedades vecinas. De la mano a
esta idea de frontera aparece el tema de la “raza” ya que el mito fundacional del estado
nacional en Colombia está fundado en la existencia de diversas regiones y localidades,
jerárquicamente ordenadas y racializadas, dados los grupos humanos que en ellas habitan. Por
ello, las tierras bajas, en donde históricamente han habitado “libres de todos los colores”
indios, esclavos, mulatos y mestizos, son vistas desde el centro como zonas inferiores, pero a
la vez susceptibles de explotar y por supuesto de violentar, en contraposición a las tierras altas
y centrales que corresponden a las zonas de progreso y civilización.
Fuentes
ARCHIVO HISTÓRICO DE ANTIOQUIA. Secretaría de Gobierno, Gobierno
Municipios, Segovia, Tomo 401, 1932.
______________. Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Amalfi, Tomo 436,
1936.
______________. Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo
516, Carpeta 2, 1945.
MINISTERIO DE LA ECONOMÍA NACIONAL. Anexos al informe del ministro
de la Economía Nacional presentado al Congreso de 1944 (Bogotá: Editorial Minerva,
1944)
TORO ECHEVERRI, Victoriano. Informe del Secretario de Agricultura y
Fomento de Antioquia al Gobernador, con motivo de la reunión ordinara de la
Honorable Asamblea Departamental (Medellín: Imprenta Departamental, 1947)
Bibliografía