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FRONTERA Y RAZA: LA COLONIZACIÓN DE TIERRAS PÚBLICAS EN

ANTIOQUIA (COLOMBIA) DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX

Diana Henao Holguín (USACH)*

“La selva trastorna al


hombre, desarrollándole los instintos más inhumanos: la crueldad invade las almas
como intrincado espino y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas
convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor del caucho produce la locura de los
millones.”

José Eustasio Rivera, La Vorágine

El enfrentamiento entre la selva voraz y el aventurero Arturo Cova es uno de los temas
centrales de La Vorágine, una de las grandes novelas colombianas. José Eustasio Rivera narra
la épica del protagonista en la frontera amazónica, dibujando en ella la naturaleza propia de
las tierras baldías colombianas y de los colonos que se adentran a estas “tierras de nadie” en
busca de riqueza. En ese agreste contexto, la dupla violencia y riqueza van de la mano,
conformando una de las visiones predominantes que sobre la frontera se ha construido en
Colombia, la cual ha asimilado las tierras altas como espacios aptos para la civilización y las
tierras bajas como espacios de salvajismo y violencia1. Esta dicotomía entre civilización y
barbarie predomina hasta la actualidad y es reforzada por el mapa del conflicto armado en
Colombia, en el que se observa cómo las zonas en donde impera el enfrentamiento entre
Estado, insurgencia y grupos paramilitares, corresponden a las regiones de colonización
tardía, hacia las cuales, un importante número de campesinos se trasladaron en busca de las
oportunidades que las tierras bajas brindaban.
En las siguientes páginas se abordarán dos temas centrales en el contexto general del
proceso de colonización de tierras baldías y los conflictos derivados de su ocupación: la
apertura de la frontera agrícola en Colombia y las visiones dominantes que sobre estos
espacios fronterizos existen. Es en este último aspecto cuando la categoría de análisis “raza”
adquiere importancia; raza y espacio son conceptos que se entrelazan en el proceso de
construcción de los estados nacionales latinoamericanos, debido a que la diferenciación

*
Candidata a doctora en Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Este artículo forma parte de una
investigación mayor, que corresponde a la tesis doctoral titulada “Luchas por la tierra: Colonización y conflictos
agrarios en Antioquia, Colombia. 1930-1953”, financiada por PFCHA/CONICYT. Beca Doctorado Nacional N°
21170336.
1
En Colombia las tierras altas corresponden a los territorios ubicados entre los 1500 y 3000 metros sobre el nivel
del mar, su clima es frío, en estas zonas se ubicaron la mayoría de los poblados coloniales. Las tierras medias
corresponden a espacios ubicados entre 1000 y 1500 metros sobre el nivel del mar, su clima en consecuencia es
templado; finalmente las tierras bajas se ubican entre los 300 y 1000 metros, su clima es caliente.
regional se ha enmarcado en un proceso de “racialización”.2 Aquellas regiones caracterizadas
como “indias” o “negras”, han sido definidas como atrasadas, en relación con las regiones
“blancas” que están asociadas a la modernidad. (APPELBAUM; MCPHERSON;
ROSEMBLATT, 2003: 10) Ahora bien, una de las visiones dominantes de la frontera
agrícola en Colombia, la caracteriza como “espacio salvaje”, cuya naturaleza indomable
moldea las identidades de quienes allí habitan, de esta forma, las personas que habitan las
tierras bajas y cálidas se convierten en la antítesis del progreso y la civilización.
Este artículo pretende abordar esta relación entre raza y espacio fronterizo a la luz del
proceso de colonización en Antioquia. Históricamente los campesinos en Colombia se han
desplazado por el territorio nacional. A mediados del siglo XIX, se inició un importante
movimiento poblacional que colonizó las tierras medias y bajas del país, los actores centrales
de este proceso fueron los campesinos, quienes limpiaron y mejoraron los bosques, con el
deseo de convertirse en propietarios e insertarse en los mercados nacionales e internacionales
por medio de la agricultura. De estos movimientos migratorios, el que más ha llamado la
atención de académicos es el de la colonización antioqueña, en el occidente del país. Aquí un
importante grupo poblacional se desplazó del centro del departamento hacia las áreas vecinas,
especialmente del departamento del Cauca, expandiendo la producción agrícola y formando
redes comerciales, en torno al cultivo del café.
Alrededor de este proceso de ocupación de la tierra se formó una leyenda rosa, que lo
caracterizó como democrático y a los antioqueños como los colonos predilectos para ocupar
las zonas de frontera agrícola en el país. Sin embargo, esta imagen se contrapone a la de otros
movimientos de población hacia zonas de frontera en el país. Particularmente en Antioquia,
hubo zonas que fueron colonizadas tardíamente por grupos que no necesariamente provenían
del centro del departamento. Esto se tradujo en la imposibilidad de consolidar el proyecto
cultural y político de las elites antioqueñas del centro. Los campesinos que poblaron estas
regiones representaron el revés del colono dedicado al cultivo del café. Este último proceso es
el que aquí interesa destacar: la colonización de las zonas de frontera del departamento de
Antioquia que corresponden a las subregiones de Urabá, Magdalena Medio, Bajo Cauca y
Nordeste, en donde la construcción de la sociedad se dio en contraposición a los modelos del
centro. Si bien, estas zonas se convirtieron en zonas de interés económico desde principios del

2
Académicos como Nancy Appelbaum (2003) y Peter Wade (1993) han adoptado el concepto de racialización
para describir el proceso de construcción y naturalización de la diferencia humana a partir de categorías
jerárquicas. Así el proceso de racialización divide a la sociedad en grupos a partir de ciertos rasgos (biológicos o
culturales) que son heredados. Este concepto permite comprender cómo distintas identidades en los espacios
nacionales, regionales y locales han sido dotadas de unas características particulares.
siglo XX, gracias a sus riquezas auríferas y a sus potencialidades agrícolas y ganaderas, a su
vez los discursos que el centro conformó sobre ellas fueron articulados en términos de raza,
caracterizando estos espacios como indomables, violentos y de barbarie, por tanto, los colonos
que allí llegaron durante la primera mitad del siglo XX son también portadores de estos
rasgos.

La frontera agrícola: visiones desde el centro

Los países de América Latina desde mediados del siglo XIX sufrieron cambios
significativos en sus territorios, cuando su inserción en la economía mundial significó el
inicio de procesos de colonización y expansión de la frontera agrícola. Efectivamente, las
tierras baldías coincidían con las zonas económicamente productivas, por ello su ocupación
era fundamental para el aumento de los productos agrícolas, no solamente para la exportación,
sino también para la ampliación de los mercados internos. No obstante, estos procesos de
colonización no atendieron exclusivamente a las demandas del mercado mundial, las jóvenes
repúblicas americanas también buscaban el fortalecimiento del Estado, lo cual, dependía, en
buena medida, de la delimitación y la presencia efectiva en todo el territorio. Por
consiguiente, las zonas de frontera interna debían ser anexadas a los proyectos nacionales; así
la colonización se convirtió en un medio efectivo para llenar estos “espacios vacíos” y los
gobiernos latinoamericanos desplegaron diversos proyectos de ocupación de tierras públicas,
los cuales adquirieron diversas formas: algunos fueron impulsados de manera oficial, otros
atendieron a las especulaciones comerciales e incluso hubo proyectos religiosos de
colonización, llevados a cabo a través del establecimiento de misiones en las fronteras
(ALISTAIR, 1978).
Una de estas formas de colonización coincidió con los procesos migratorios a nivel
mundial, cuando Europa expulsó un importante número de trabajadores y campesinos. Esta
migración quiso ser atraída por los países latinoamericanos, que buscaban mano de obra,
principalmente europea (aunque también hubo un importante número de migrantes asiáticos),
para incorporar a la economía industrial y a las zonas rurales en las que se pudiera desarrollar
una economía agrícola3. Las palabras del argentino Juan Bautista Alberdi: “gobernar es

3
En Colombia los gobiernos liberales de mediados del siglo XIX pensaron en la migración como una forma de
ocupar las tierras baldías. Sin embargo, los proyectos para atraer extranjeros no dieron los frutos esperados.
Incluso para el caso de Antioquia, se creó la Sociedad Agrícola y de Inmigración, que buscaba que los
poblar”, tuvieron eco dentro de los proyectos civilizatorios en los que se embarcaron las elites
latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XIX. Poblar significaba civilizar “…
enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente. Mas para civilizar por medio de la
población es preciso hacerlo con poblaciones civilizadas… con poblaciones de la Europa más
adelantada en libertad y en industria.” (ALBERDI, 1852: 19) No obstante, los colonos
europeos venidos a América se ubicaron principalmente en el Cono Sur y no a lo largo del
continente, además, las aspiraciones de convertir a los colonos en pequeños propietarios, la
mayoría de las veces fracasaron. A diferencia del proceso norteamericano, la expansión de la
frontera chocó con la persistencia del latifundio. Además, en el caso de Argentina y Uruguay,
los colonos tendieron a incorporarse a los centros urbanos.4
Esta forma de colonización de tierras públicas por medio de inmigrantes fue más la
excepción que la regla. Principalmente en los países agrícolas las tierras fueron colonizadas
por campesinos, muchos de ellos expulsados de las zonas más densamente pobladas durante
el periodo colonial. Estos grupos de colonos buscaban establecerse en tierras baldías y
desarrollar una economía de subsistencia, para posteriormente engancharse a la agricultura
comercial y conectarse con los mercados internos y de exportación. Países como Brasil,
Colombia, Costa Rica y Venezuela, que ingresaron a la economía mundial por medio del
cultivo del café, tuvieron unos procesos de ocupación de la frontera agrícola a través del
desplazamiento de colonos campesinos, quienes se introdujeron a estas zonas en busca de
tierras para establecerse y subsistir. Estos campesinos, por medio del trabajo familiar,
limpiaron la tierra y posteriormente la reclamaron como suya (FOWERAKER, 1981). Para
Doug Yarrington estos grupos de campesinos, al menos en el caso de Venezuela,
correspondían a poblaciones que colonizaron las fronteras de tierras vacantes, con el fin de
producir cultivos comerciales para el mercado mundial en expansión. Por tanto, estos actores
solamente entraron en escena cuando se dio una demanda a nivel mundial de productos
tropicales y subtropicales, que comenzó en la segunda mitad del siglo XIX y hasta las
primeras décadas del siglo XX (YARRINGTON, 1995).
Cabe anotar que, las tierras baldías además de servir para la expansión de los mercados y
la producción agrícola también fueron vistas como una prometedora fuente de ingresos, por
consiguiente, algunos gobiernos promovieron la venta de baldíos a privados, quedando varias

extranjeros ocuparan las tierras públicas en la zona del Magdalena Medio, sin embargo, los únicos extranjeros
que llegaron a estas zonas vinieron a trabajar, principalmente como técnicos o ingenieros, en las compañías
mineras ubicadas en el Nordeste y Bajo Cauca antioqueños.
4
Cabe anotar que en el sur de Brasil este proceso pudo realizarse de manera exitosa, gracias a los bajos precios
de la tierra, lo que permitió a los inmigrantes convertirse en propietarios. (BEYHAUT, 1986)
veces las tierras, en manos del mejor postor. También, los baldíos sirvieron para indemnizar a
militares que participaron en las guerras civiles del siglo XIX y muchas veces se destinaron al
ensanchamiento de la infraestructura de redes ferroviarias y de carreteras.
La historiografía sobre los procesos de ocupación de fronteras agrícolas en América
Latina coincide en que la colonización se dio en “tierras vacías”, con amplia disponibilidad.
Para el caso de Costa Rica Mario Samper advierte “…ciertamente había una abundancia de
tierra y una posibilidad real de obtener usufructo” (SAMPER, 1990: 67). Por su parte,
Catherine LeGrand al hablar sobre las tierras de frontera en América Latina afirma que:
En 1850 buena parte de América Latina estaba inexplotada pues nunca había
penetrado en ella la economía colonial. Estas regiones de frontera incluían los
desiertos del norte de México, las costas insalubres de América Central, Venezuela,
Colombia y Ecuador, la cuenca amazónica, las vastas mesetas del interior del Brasil,
la rica pampa argentina y los bosques del sur de Chile. Las zonas de frontera estaban
casi deshabitadas y por lo general no pertenecían a la propiedad privada
(LEGRAND, 1988: 5)

Efectivamente, los baldíos de las Repúblicas americanas durante el siglo XIX


correspondieron a las zonas en las cuales el Estado colonial, nunca logró imponer su dominio.
En el territorio que hoy constituye Colombia, durante los tres siglos de ocupación colonial se
consolidaron unos espacios que estuvieron articulados a las principales ciudades y al
comercio con la metrópoli. Sin embargo, varias zonas quedaron marginadas de este proyecto
y se consideraron “espacios vacíos” o “tierras de nadie”. Si bien, estas zonas escaparon al
dominio colonial, a su vez, fueron pensadas como regiones por explorar, ya que sus
“inagotables” recursos las hacían promisorias. Sin embargo, estas “tierras de nadie”, desde
tiempos coloniales fueron ocupadas por “arrochelados”, indios, esclavos cimarrones que
conformaron palenques, y por toda una gama de mestizos, colonos pobres españoles, zambos
y mulatos; es decir, aquí habitaron los “libres de todos los colores”, quienes moldearon una
identidad en oposición a la de los habitantes de las zonas centrales (SERGE, 2011)
Aquí cobra relevancia el concepto de frontera, el cual permite comprender cómo se da
el encuentro entre distintas sociedades o grupos diversos. La frontera es, en consecuencia, un
lugar de intercambio y contacto entre distintos grupos, por tanto, es un espacio que sufre
múltiples transformaciones. Los estudios sobre la frontera se inauguraron con la propuesta de
Frederick Jackson Turner quien interpretó la expansión de la frontera norteamericana como el
avance de la civilización hacia las áreas salvajes del oeste de los Estados Unidos (TURNER,
1893). La frontera sería entonces una línea homogénea que avanza desde territorios
constituidos hacia tierras deshabitadas, baldías; por consiguiente, esta línea es esencialmente
la división entre civilización y barbarie, particularmente en el caso norteamericano, este
avance estaría vinculado al mito de la nación estadounidense. Si bien, Turner contó con varios
seguidores, especialmente en los Estados Unidos, también tuvo varios críticos, quienes
afirmaban que este enfoque impedía comprender el pluralismo cultural y ocultaba la
importancia de las particularidades regionales (MELO RODRÍGUEZ, 2016: 24)
En América Latina, estas tesis fueron puestas a prueba para comprender la
particularidad del caso hispano. Uno de los historiadores que debatió estos supuestos fue el
británico Alistair Hennesy, quien mostró las singulares condiciones en que se dio la expansión
española y las peculiaridades de sus formas de asentamiento. Para Hennesy América Latina se
encontraba en una etapa de desarrollo de sus fronteras, en plural. Sin embargo, hizo especial
énfasis en que “… unlike the United States -this is a crucial difference- they are frontier
societies lacking a frontier myth” (HENNESY, 1978: 3) Por consiguiente, la ausencia de un
mito sobre la frontera no había permitido forjar unas identidades nacionales fuertes en
América Latina, a diferencia del caso norteamericano. No obstante, en los países
latinoamericanos sí existe un mito de la frontera, aunque no es una versión heroica e
idealizada como se espera y corresponde más a las visiones construidas desde el centro frente
a la periferia. Sobre este punto se volverá más adelante.
En general, los estudios fronterizos más recientes se han alejado de esta visión
dicotómica entre civilización y barbarie, entendiendo la frontera no como límite físico, sino
como una construcción social y como un proceso de apropiación del espacio en donde una
sociedad dada conforma su identidad (FAJARDO, 1996) Siguiendo esta línea las fronteras
deben ser estudiadas a partir de la reconstrucción de sus procesos sociales, ya que éstos son
espacios fluidos y porosos:
“…espacios de la vida social -material y simbólica- donde se interpenetran sociedades o grupos
diversos y donde, por lo tanto, están presentes la producción de límites y diferencias entre
aquellos que se ponen en contacto, así como la configuración de franjas sui generis de
intersección en las cuales rigen dinámicas de poder y control, procesos de identificación de
estructuras sociales distintas a las de las sociedades mayores” (GARCÍA, 2013: 47)

En el caso colombiano, los estudios sobre territorios de frontera interna se han


desarrollado en dos campos, por un lado, hay investigaciones que, desde la Antropología han
abordado el estudio de las relaciones interétnicas y la constitución de fronteras
socioculturales. En este tipo de estudios las fronteras se vuelven el espacio privilegiado para
estudiar mundos en contacto y la interacción entre diferentes. De otro lado, hay una línea de
investigación que se ha desarrollado principalmente desde la historia y la sociología y que se
ha enfocado en el análisis de la colonización y los procesos de apertura de la frontera agrícola.
Esta última línea de entrada al estudio de las fronteras internas ha privilegiado el análisis del
conflicto, enfatizando la articulación del territorio por medio de procesos de poblamiento que
han devenido en grandes conflictos, los cuales han impedido el desarrollo y han reforzado la
brecha económica, política e identitaria de la nación colombiana. (GARCÍA, 2013)
Este último grupo de estudios tienen en común una racionalización del mito de la
frontera, representándola como “zona marginal”, siendo este mito el que ha sobrevivido en el
imaginario nacional desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días. Margarita Serge en
su libro El revés de la Nación, afirma que el mito de la frontera en Colombia puede
observarse en la larga duración, ya que posee un hilo conductor, en el cual estas regiones han
sido vistas como “territorios salvajes”, tanto por conquistadores, como por políticos e
intelectuales, incluidos los violentólogos, los especialistas en ordenamiento territorial y los
encargados de generar las políticas públicas.
Para Serge el conjunto de relatos que se refiere a las fronteras internas, sus espacios y
habitantes, giran alrededor de dos imágenes. La primera es la que se refiere a la enorme
riqueza que poseen. Desde la conquista, las regiones por “explorar” se han visto como tierra
de promisión. Las historias de “El Dorado”, localizado en algún lugar de las selvas
suramericanas, atrajo a un importante número de españoles en busca de riqueza rápida. Con el
paso de los siglos, este mito adquirió la forma quinas, cauchos, maderas preciosas, pieles y
plumas. Hoy la búsqueda es por los metales preciosos, el oro, el petróleo, las esmeraldas, la
coca y la biodiversidad. Así estas zonas despiertan el apetito de exploración a lo desconocido,
por ello “aventureros” se adentran en busca de estas riquezas. Sin embargo, la llegada de estos
“descubridores” constituye el fin de estos paraísos, porque su exploración supone anexarlos al
centro y sus economías.
La otra visión corresponde a la mirada de estas zonas como lugares de violencia, como
“tierras de nadie” o “zonas rojas” que representan una amenaza constante para el Estado. Allí
impera la ley del más fuerte, por tanto, el uso de la violencia por parte de sus habitantes y de
los que llegan es tolerado e incluso esperado. Esta visión enfatiza el horror de las masacres,
torturas y venganzas, que remiten a los odios heredados por generaciones. De acuerdo con
esta visión estos territorios salvajes deben ser domados y controlados a cualquier precio, ya
que representan una amenaza para la expansión del proyecto nacional. Por tanto, estas
regiones son esencializadas como espacios de desorden, debido a la ausencia del Estado. El
suponer que estas zonas periféricas son lugares de desorden o violencia continua, legitima la
intervención del centro para dominar y colonizar a quienes allí habitan. (SERGE, 2011)
Este mito de la frontera tiene mucho que ver con los procesos de construcción de los
estados nacionales, cuyos discursos se construyen en contraposición al imaginario que sobre
las zonas marginales existe. Estos procesos de construcción del estado se han construido del
centro a la periferia, de las tierras altas a las bajas, desconociendo el impacto que las últimas
tienen en la construcción del Estado. Es por ello, que la “agencia” de quienes habitan en las
poblaciones fronterizas debe ser recuperada. Se debe insistir más en la manera en que estas
sociedades fueron conformadas que en la dimensión de la “resistencia” frente al Estado y su
proyecto de expansión. Se debe reconocer que estas comunidades no sólo resisten, sino que
también negocian y pueden ser agentes de cambios significativos (GRIMSON, 2005)

La leyenda rosa de la colonización y la raza antioqueña

Durante la ocupación colonial, en lo que actualmente corresponde al territorio colombiano,


los espacios que se articularon a los proyectos de urbanización y al comercio con la metrópoli
fueron los correspondientes al eje norte sur, es decir las tres cordilleras, en donde se ubican
los valles y montañas andinas. Esta articulación también incluía las llanuras del Caribe y el río
Magdalena, que atraviesa el país de sur a norte y fue la principal arteria fluvial hasta bien
entrado el siglo XX. El resto de espacios fueron considerados “vacíos” y en ellos se instalaron
los “libres de todos los colores”; sin embargo, como se mencionó más arriba, a mediados del
siglo XIX, varios factores desataron los procesos de colonización a estas regiones. Esta
colonización partió de los altiplanos a las laderas subtropicales, es decir de las tierras altas a
las bajas, de la tierra fría a la tierra caliente.
La colonización supone un proceso por medio del cual dos sociedades se ponen en
contacto, “el centro y la periferia excluida sobre la cual éste se expande” (GARCÍA, 2011: 53)
Desde este punto de vista deben analizarse las interacciones entre las sociedades que se
encuentran, sus impactos y la formación de una nueva condición de este conjunto mayor,
intentando de esta forma superar la dicotomía barbarie/civilización. En Colombia, la
colonización se ha caracterizado como el proceso de apertura de las fronteras agrícolas
internas, en el que han tenido un papel fundamental los colonos y los empresarios agrícolas
(FAJARDO, 1996) Esta colonización es un fenómeno de larga duración, puesto que, la
apertura de la frontera interna continúa hasta nuestros días, y sigue estando jalonada por los
mismos actores: los colonos, quienes en su búsqueda por conformar pequeñas parcelas y
desarrollar una economía campesina, cada vez se adentran más en la frontera y por
empresarios y transnacionales que buscan explotar miles de hectáreas a través del
monocultivo.
Ahora bien, varios factores influyeron en la migración de la población desde los
lugares mayoritariamente ocupados desde la colonia hacia las tierras bajas. En primer lugar la
presión demográfica sobre el suelo y los recursos; Agustín Codazzi, encargado de la
Comisión Corográfica5, describió este factor así:
El rápido crecimiento de la población nativa de las tierras altas les da un
carácter de criadero de hombres, si vale esta expresión, que dentro de algunos años
tendrán que buscar espacio y teatro industrial en otros lugares y bajarán de las
cumbres a los calurosos llanos paulatinamente y se aclimatarán en ellos y los
someterán a la civilización. (PALACIOS, 1983: 186)
El segundo factor fue la disponibilidad de tierras fértiles para su explotación, el mismo
Codazzi afirmó, a mediados del siglo XIX, que aproximadamente el 75% del territorio
colombiano eran tierras baldías, sin explotar y sobre las cuales nadie reclamaba derecho de
propiedad. Finalmente, un factor determinante fue la iniciativa de comerciantes que buscaban
en estas tierras, productos que permitieran la articulación de Colombia con los mercados
internacionales (FAJARDO, 1996)
Estos desplazamientos de personas hacia las vertientes ocurrieron en distintas regiones
del país, lo que delineó varios frentes de colonización. Estas colonizaciones fueron dirigidas o
espontáneas, siendo esta ultima la que primó en casi todas las regiones del país. Según
Hermes Tovar la espontaneidad de los movimientos colonizadores se acentuó después de
1850 y arrastró a un importante número de personas humildes que dependía de su propio
trabajo para limpiar la tierra y de su capacidad para generar solidaridades y afrontar a quienes
poseían títulos de propiedad que pudieran afectar los lotes de tierra que mejoraban (TOVAR
PINZÓN, 1995: 105)
A pesar de que hubo distintos frentes de colonización a lo largo de todo el país, el que
más ha llamado la atención de geógrafos e historiadores es el que se ubicó al occidente del
país, que corresponde a la migración de antioqueños hacia el sur, en los actuales
departamentos de Quindío, Caldas, el Norte del Valle del Cauca y las zonas andinas del
Tolima, que conforman el llamado eje cafetero. Desde la publicación en 1950 del estudio de
James Parsons (PARSONS, 1950), las investigaciones se han centrado en la dinámica que
llevó a una población de trabajadores a fundar una serie de aldeas y pueblos en los territorios
al sur de Antioquia. Parsons enfatizó en la conformación de una sociedad democrática e
igualitaria de pequeños y medianos propietarios, impulsada por colonos y empresarios

5
La Comisión Corográfica estuvo dirigida por el geólogo italiano Agustín Codazzi. Se llevó a cabo a partir de
1850 y se encargó de levantar la primera carta geográfica de la República y de documentar las costumbres,
paisajes, itinerarios y descripciones gráficas de las personas y de los recursos naturales. Después de esta
comisión fue cuando se reforzó la idea de Colombia como un país de regiones, aportando de manera
determinante a esta idea de Nación.
antioqueños, que se asentaron en torno a la economía del café. Esta tesis, como se verá más
adelante, ha sido refutada por distintos autores que más bien han demostrado el carácter
conflictivo de esta colonización.
La colonización antioqueña fue un proceso decisivo en la historia colombiana, puesto
que, desembocaría a principios del siglo XX en una sociedad cuya integración y progreso
económico se dio gracias al cultivo del café. Esta fue promovida por empresarios, quienes por
medio de concesiones intentaron ordenar la colonización de los campesinos que llegaban a
estas regiones. En consecuencia, esta fue una colonización dirigida, que propició la fundación
de pueblos, en los cuales se reprodujeron los valores de la cultura antioqueña, por ello James
Parsons la caracterizó como una colonización modelo, ya que en esta región el cultivo del
café floreció gracias al trabajo de pequeños propietarios, que permitieron la inserción del país
en los mercados internacionales. Algunos autores tendieron a generalizar esta imagen idílica
al resto del país. Así, los colonos que poblaron estas zonas se han caracterizado como
aventureros quienes, con su coraje, ilusión y su pobreza buscaron desmontar los bosques,
creando una sociedad igualitaria y democrática en torno a la pequeña propiedad. Esta imagen
constituye lo que Marco Palacios ha denominado el Ethos del hacha, el esfuerzo y el logro. Si
bien, en esta ocupación valores como la fraternidad y el igualitarismo orientaron la conducta
colectiva de quienes allí se establecieron, también es cierto que detrás hay una historia de
acaparamientos, que se hizo a través de métodos legales, gamonalismo y violencia6.
Para Darío Betancurt los conflictos en estas zonas se dieron en tres sentidos y están
enmarcados en las luchas agrarias de la década del veinte del siglo pasado, cuando en la zona
de colonización antioqueña se dio una disputa entre comerciantes, tenderos, hacendados y
colonos por la ocupación de terrenos baldíos. Estos últimos actores reclamaron tierra a través
de distintos medios: la creación de empresas colonizadoras, exhibición de títulos coloniales o
compra de mejoras a colonos.
Hubo tres tipos de conflictos que se presentaron en esta zona, el primero de ellos fue
entre colonos y abogados o tinterillos que residían en las ciudades, los últimos se apropiaron
del trabajo de los colonos, afirmando que las mejoras de éstos eran terrenos baldíos. El
segundo conflicto fue entre hacendados y colonos, los primeros, por medio de títulos de
tierras que databan de la colonia, establecían los límites de sus haciendas, los cuales
abarcaban las mejoras de colonos; este mecanismo servía para enrolar a los campesinos como

6
Esta leyenda rosa de la colonización, que fue desarrollada por James Parsons en 1950, empezó a ser
cuestionada desde la década del setenta por autores como Catherine LeGrand (1988), Marco Palacios (1983),
Nancy Appelbaum (2003) y Keith Christie (1986)
mano de obra en las haciendas. Finalmente, se dieron conflictos importantes entre las
empresas colonizadoras, dueñas de las concesiones y los colonos. Este último conflicto fue
analizado por Marco Palacios, quien dejó de manifiesto que las pugnas iniciales entre colonos
y las compañías que administraban las concesiones, radicaban en la vasta extensión de tierra
que los concesionarios reclamaban, con el fin de especular con los precios altos derivados de
la misma colonización. Aquí cobraron importancia los conflictos con la compañía González &
Salazar encargada de la concesión Aranzazu y la concesión Burila.
A pesar de los conflictos derivados de la colonización al sur del actual departamento
de Antioquia, alrededor de este proceso se creó una leyenda rosa que idealiza la migración de
antioqueños a esta región, catalogándolos como los “Yanquis de Sur América”, ya que fueron
estos pioneros, innovadores, y trabajadores quienes en busca de la libertad que ofrecía las
montañas civilizaron la frontera salvaje e integraron a Colombia con el mercado internacional,
contribuyendo al desarrollo de la nación. Esta leyenda rosa es complementada con otros
aspectos de la cultura rural popular antioqueña.
Nancy Appelbaum enmarca este proceso de colonización antioqueña, en uno mayor y
que corresponde al fenómeno de poblamiento de la frontera que ocurrió en toda América
Latina, el cual, como se mencionó en el primer acápite, si bien fue impulsado principalmente
por los campesinos, también se realizó a través de la llegada de inmigrantes europeos. Este
último proyecto fue impulsado por las elites latinoamericanas con el fin de modernizar la
población, ya que los europeos eran asociados con el progreso y la civilización, su llegada
permitiría “blanquear” la sociedad latinoamericana. Para la historiadora norteamericana, la
colonización antioqueña cobra importancia en este contexto, ya que demuestra que los
procesos de “blanqueamiento” también tuvieron lugar en países en donde no necesariamente
hubo una inmigración europea exitosa, como fue el caso de Colombia. Lo que aquí se destaca
es que, en el contexto nacional, los antioqueños fueron relacionados con una idea de progreso
moldeada por las elites y se identificaron como blancos (APPELBAUM, 1999).
Así, los antioqueños eran portadores de unos rasgos morales que los identificaban
como los migrantes mayormente deseables para ocupar las “tierras baldías” en donde
posteriormente se establecería y desarrollaría toda la cultura que gira en torno al cultivo del
café. El antioqueño relevaba dentro de sus características identitarias la importancia de la
familia patriarcal, la religión católica, la industria, el comercio, el orden social, la pujanza y la
valentía, que era complementada con una política conservadora. Además, valoraba de manera
positiva el trabajo manual del campesino, este era visto como honorable y era validado por
políticos y curas. Incluso la vestimenta del hombre rural (campesinos, mineros o arrieros) se
convirtió en un símbolo a través del cual se expresaba el orgullo regional y se reforzaba la
identidad masculina7. Dentro de este imaginario, la mujer también cobraba importancia. La
mujer antioqueña también era idealizada, y su deber ser correspondía con una visión
marianista que elogiaba la virtud femenina, así, las antiqueñas eran madres y esposas,
encargadas del mantenimiento de la unidad del hogar católico, que combinaba fuerza, pero
también sumisión a la autoridad masculina.
Una de las imágenes que mejor sintetizan esta idea del colono antioqueño y su familia
es la obra Horizontes, pintada en 1913 por Francisco Antonio Cano. Esta imagen representa
una pareja de campesinos colonos, blancos, que hacen una parada en el camino para
reconocer el espacio en donde van a establecerse. El hombre está señalando con la mano
izquierda el horizonte, en donde iniciarán una nueva vida, dedicada a cultivar la tierra y a
civilizar. En su mano derecha tiene el símbolo de la colonización, el hacha. Por su parte, la
mujer que carga a su hijo también fija los ojos en el lugar que señala el padre, en donde
podrán establecerse, acrecentar la familia y reproducir los valores morales de la cultura
antioqueña. Horizontes representa la gesta civilizadora de la raza antioqueña.

Fuente: Francisco Antonio Cano, Horizontes, 1913. Colección Museo de Antioquia

Esta construcción del ethos antioqueño tiene mucho que ver con la forma en que se ha
construido la nación en Colombia. Aquí la idea de nación parte por la diferenciación, el mito
fundacional de Colombia como país de regiones se ha convertido en el elemento fundamental
de la diferenciación racial. Sin embargo, las regiones colombianas están jerárquicamente
diferenciadas, ya que algunas de ellas son consideradas como modernas, progresistas y

7
Esta vestimenta es incluso retomada en la actualidad, la imagen del famoso café “Juan Valdés” corresponde a
la imagen idílica que se tiene del campesino antioqueño dedicado al cultivo del café. El poncho y el carriel, un
bolso pequeño de cuero, son imágenes propias de la cultura antiqueña.
blancas (es el caso de la región antioqueña) y otras son la cara opuesta, como diría Serge el
revés, por lo tanto, son consideradas espacios inferiores, violentos, que pueden ser denigrados.
Esta diferenciación regional representa las dinámicas espaciales y la formación de una
identidad nacional racializada. Dada esta configuración identitaria, el mito del colono
antioqueño no se extendió a todos los colonos del país, sino que se quedó en las zonas que
trajeron “progreso” y que permitieron a Colombia insertarse en la economía mundial. Esta
leyenda rosa del colono es la excepción y no la regla, el mito que prima sobre los colonos
resalta más bien su carácter salvaje y violento y no su valentía y pujanza, como en el caso
antioqueño.

Las otras colonizaciones en Antioquia: Barbarie y riqueza, la antítesis del colono

En contraposición a esta imagen del colono antioqueño, se encuentra una imagen que deviene
de la visión que estigmatiza las fronteras internas como lugares de subversión e ilegalidad; así
quienes en ellas habitan inevitablemente están marcados por estas conductas. Desde esta
perspectiva, los rasgos esenciales de quienes viven en la frontera son la ilegalidad y la
violencia, a lo que se suma su incapacidad para elaborar proyectos comunes, consecuencia de
sus procedencias regionales diversas, lo que hace que en ellos impere el interés individualista
(PATIÑO, 2013: 307) Esta imagen de resistencia y conflicto es la que ha primado sobre los
colonos de tierras bajas y estas mismas características son también atribuidas a la
colonización y su historia, lo que convierte a los frentes de colonización en espacios
periféricos, desarticulados y conflictivos en donde el Estado no tiene presencia.
Antioquia durante la primera mitad del siglo XX, vivió un proceso de ocupación de
sus fronteras internas, las que corresponden a las tierras bajas y calientes de Urabá, Bajo
Cauca, Nordeste y Magdalena Medio, estas eran consideradas periféricas por su lejanía de
Medellín. Incluso hasta la actualidad son vistas como lugares alejados que escapan al control
del centro. La imagen que impera sobre estas otras colonizaciones coincide con la visión
conflictiva expuesta arriba, puesto que, no han podido articularse al proyecto político y
cultural ideado por las elites del centro. Además, a estas zonas no llegó la gesta de
antioqueños valientes, pujantes y civilizadores que ocuparon la región cafetera, aquí llegaron
colonos procedentes de distintas regiones, que se fueron estableciendo alrededor de la
extracción de oro, maderas, petróleo, la ganadería y la agricultura, lo que hace de estos
territorios espacios multiculturales y pluriétnicos. A pesar de que este poblamiento se hizo
más fuerte en la primera mitad del siglo XX, no significa que estos territorios fueran tierras
vacías o espacios de nadie. Estas subregiones si bien poseían poca población a principios del
siglo XX, a la vez han sido testigos de un proceso de poblamiento de larga data, en el que
pueden diferenciarse distintas olas migratorias y momentos de ocupación del territorio.
El Urabá antioqueño ha sido una zona con presencia de importantes grupos indígenas,
aquí Catíos, Emberá y Chamíes son quienes han ocupado el territorio desde antes del proceso
conquistador español. Sin embargo, estos pueblos originarios fueron sucedidos por otras
colectividades, después de la llegada de los españoles. Desde el siglo XVIII empezó a ser
ocupado por comunidades negras que llegaron a refugiarse de sus antiguos amos; estos grupos
de esclavos cimarrones procedentes de la provincia del Cauca, en donde la mano de obra
minera era principalmente esclava, escaparon de las minas y se refugiaron en el Urabá.
Posteriormente, a finales del siglo XIX y principios del XX, llegaron los primeros campesinos
expulsados del Sinú, debido a la conformación de grandes latifundios ganaderos en el actual
departamento de Córdoba. La última oleada de migrantes fue la “paisa” (es decir los
antioqueños del centro del Departamento) jalonada por la finalización de la carretera al mar
en 1957 (GARCÍA; ARAMBURO, 2011: 280) Estas oleadas de migrantes conformaron una
sociedad multicultural dedicada a la ganadería, la agricultura, la extracción de maderas y en la
actualidad dedicada a la economía bananera.
Por su parte, el Bajo Cauca es una región que desde tiempos coloniales despertó
interés gracias a sus riquezas auríferas. Sin embargo, es solamente a principios del siglo XX
cuando inicia un proceso de poblamiento, impulsado por el establecimiento de compañías
extranjeras para la explotación del oro. La Compañía Francesa del Nechí y La Pato
Consolidated se instalaron a lo largo de las riberas del río Nechí; paralelamente a este
proceso, se inició un repoblamiento en los municipios de Nechí, Margento y Cañafistula (hoy
Caucasia) y Zaragoza, propiciado por la construcción de la línea férrea que atrajo a algunos
colonos, que se ubicaron en las tierras por donde pasaría la Troncal de Occidente del
ferrocarril. (GARCÍA, 1993)8. Estos colonos impulsaron de manera decisiva no sólo el
proceso de poblamiento, sino también la dinámica económica y social de la región. Aquí, de
manera similar al Magdalena Medio, se consolidó la hacienda ganadera por medio de la

8
La Troncal Occidente del ferrocarril pretendía conectar el ferrocarril del Pacífico con los departamentos
cafeteros, el Magdalena y el Caribe. Este proyecto sólo se comenzó durante el gobierno de Pedro Nel Ospina
cuando la indemnización de Panamá en 1923 le dio empuje económico al proyecto. Este proyecto pretendía el
fortalecimiento de una zona agrícola y ganadera en el norte del país. Sin embargo, la crisis del 29 trajo como
consecuencia la suspensión de la construcción, cuando se contaba con 30 kilómetros. Ya para 1946 los trabajos
se suspendieron definitivamente, así la línea nunca se terminó, sus rieles fueron levantados y su trazo se adecuó
para usarlo como carretera. Ver: (KUNTZ FICKER, 2016)
compra de tierras de antioqueños, quienes buscaban un suministro constante de reses hacia el
interior del departamento. Este proceso de consolidación de la hacienda estuvo acompañado
del despojo a los colonos, lo que finalmente desembocó en una fuerte concentración de la
tierra en las décadas del cincuenta y del sesenta (VILLEGAS; RUEDA; GONZÁLEZ: 2009:
197)
En el Magdalena Medio el poblamiento fue también disperso. A la llegada de los
españoles los indígenas que ocupaban esta región pertenecían al grupo Karib, que eran
selváticos y su cultura se desarrollaba en estas zonas tropicales de las tierras bajas. A estos se
sumaban los carares, opones y yaraguíes. De manera similar a Urabá, el Magdalena Medio
durante el siglo XVI fue poblado por esclavos cimarrones que huían de las haciendas en
Bolívar, estos grupos se transformarían en bogas o navegantes que pasaban sus vidas en las
aguas del río Magdalena. Aunque no es sino hasta finales del siglo XIX que las elites del
centro de Antioquia se interesarían en esta zona, gracias a la construcción del ferrocarril que
uniría a Medellín con el río Magdalena, principal vía fluvial del país. El ferrocarril era vital
para sacar el café que se producía en las regiones del interior del departamento hacia Puerto
Berrío, ubicado a orillas del Magdalena. A su vez, serviría para transportar el ganado desde
ese Puerto hacia la Feria de Ganado en Medellín, una de las más importantes del país. Este
proyecto impulsó una oleada de migraciones al Magdalena Medio, que se agudizaría en la
segunda década del siglo pasado, cuando se instalaron compañías extranjeras que explotarían
el petróleo de la zona. Empresas como la Shell-Condor y la Tropical Oil Company atrajeron
colonos expulsados de los latifundios del norte de Antioquia y a migrantes de los Santanderes,
que llegaron aquí para trabajar como obreros en las compañías o para “abrir monte”
(MURILLO, 1999)
Finalmente, el Nordeste ha sido una zona abocada principalmente a la extracción de
minerales. Su proceso de poblamiento ocurrió desde las primeras décadas del siglo XIX.
Remedios y Yolombó fueron explorados progresivamente y a la par se fueron fundando
nuevos sitios y rancherías, casi todos vinculados con la extracción minera. Sin embargo, fue
en la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada de la Frontino Gold Mines que se marcaron
nuevas pautas de poblamiento. La minería del oro generó nuevas expectativas en Antioquia,
lo que convocó a distintos pobladores no sólo a enrolarse como obreros en la compañía, sino
también a denunciar minas de aluvión o veta y trabajar como mineros independientes o
mazamorreros. Estos últimos sacaban oro de los placeres de ríos y quebradas con sus bateas y
combinaron la actividad minera con la agricultura (LENIS BALLESTEROS, 2009)
A pesar de sus riquezas estas zonas eran consideradas periféricas, con débiles
conexiones con el resto de Antioquia, debido a la poca población, la falta de vías de
comunicación y el “clima malsano”.9 Hacia 1940, las autoridades departamentales que
visitaban estas regiones afirmaban que sus territorios debían “antioqueñizarse”, ya que su
vinculación con Medellín era casi nula (PATIÑO, 1997) Inclusive la Iglesia, cuyo rol
estructurador ha sido fundamental en Antioquia, no tuvo la misma presencia que en las tierras
altas y templadas.
Así las visiones que se tenían sobre estas zonas fueron reproducidas hasta bien entrado
el siglo XX y fueron construidas principalmente por los visitadores administrativos y los
alcaldes afuerinos que visitaron o se instalaron en los distintos pueblos de estas subregiones.
Las visiones construidas desde afuera resaltaron la “moral relajada” de quienes habitaban las
zonas y su falta de orden social, considerando que estos habitantes eran la antítesis del colono
antioqueño: poco trabajadores, liberales, alejados de los mandatos de la religión católica y con
una sexualidad exaltada, ya que las uniones de hecho y la prostitución eran prácticas comunes
en estos pueblos. Sobre Segovia, pueblo sede de la Frontino Gold Mines, un alcalde en 1932
caracterizaba a los trabajadores de la zona así:

El movimiento actual en esta población aumenta día por día y la aflusión (sic) de gentes de todas las
edades y condiciones que inmigran procedentes de lejanos lugares en busca del pan, crean al ramo
policivo un serio problema por la razón positiva y contundente de todos los pueblos mineros donde
hombres y mujeres que trabajan en las empresas, son viciosos y esperan como un deber de costumbre,
recibir el pago cada ocho días, para embriagarse, jugar y constituyendo un trabajo enorme para los
agentes, que por lo reducido de su número, no pueden ejercer una completa acción de vigilancia” 10

Bajo esta misma línea el visitador administrativo Guillermo White Uribe en 1945
afirmaba que el 80% de los pobladores de Segovia: "no vive santamante y sus costumbres son
idénticas a las de las ciudades y pueblos de la costa, donde el amor libre es practicado y
tolerado hasta por las autoridades […] esa es la manera de vivir que a nadie le produce
escándalo”. Sin embargo, para White la corrección de estas conductas no debía hacerse por
medio de la fuerza ejercida por la policía departamental, más bien, “… la labor necesaria para
lograr la moralización de esos pueblos… [es] el ejercicio de un verdadero y paciente
apostolado”11. Por tanto, la presencia de la Iglesia era fundamental, ya que ésta siempre había
sido una institución fuerte no sólo en el país, sino también en el departamento, especialmente

9
En los censos de 1938 y 1951 la población de estas zonas de frontera antioqueñas correspondía al 11.4% y al
10% de la población total del departamento, respectivamente.
10
Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo 401,
1932, f. 275r.
11
AHA, Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo 516, Carpeta 2, 1945, f. 242r-245r.
en las zonas del centro. En Antioquia la solución para los “problemas” que traía la diversidad
de razas (“blancos”, “indios” y “negros”) era la religión; ya lo advertía Tulio Ospina12 en
1897 cuando en la revista El Montañés afirmaba: “el gran remedio contra las malas
consecuencias de la diversidad de razas y de castas, se hallará el día en que el espíritu del
cristianismo penetre en todas las almas.” (CORTÁZAR, 2003)
En Amalfi también se reforzaba la visión del otro, particularmente sobre los
pobladores que iban movidos por la minería, quienes llegaban de distintos lugares del país
atraídos por la fiebre del oro en este pueblo del nordeste. Aquí se reunían individuos:
[…]cuya conducta, costumbres y vicios pueden encarnar un grave peligro para los empresarios,
los asociados y para la misma alcaldía... los exhortos, requisitorias y demás despachos
dirigidos directamente a esta oficina, así como algunos atentados ocurridos en esta localidad
últimamente, constituyen un claro indicador de que esa inmigración, en su generalidad obrera,
aporta a este municipio un crecido número de individuos maleantes, prófugos, amigos de la
estafa, el robo, el hurto y el abuso, amén de otros delitos, todo lo cual es absolutamente
necesario impedir.13

Así, a la par de este movimiento colonizador a tierras bajas, se fue construyendo un


discurso “desde arriba” sobre estas zonas y particularmente sobre quienes iban llegando a
estos lugares. Las autoridades enviadas desde el centro del departamento insistían en que estas
gentes sentían un repudio hacia los valores antioqueños, ya que estos colonos eran lo opuesto
al progreso, no eran ni trabajadores, ni pujantes, eran más bien maleantes y peligrosos. Estos
discursos propiciaron la creación de una “geografía de las razas” (RESTREPO, 2010: 304),
que no solamente se dio en Antioquia, sino también en todo el territorio nacional. Estas
imágenes, presentan una relación directa entre el clima y la geografía con respecto a distintos
grupos racializados; además, al ser una visión construida por sectores dominantes, los rasgos
que se le otorgaba a cada raza hablaban más de estos últimos que de las poblaciones a las
cuales pretendían caracterizar.
No obstante, las elites veían estas regiones como zonas de promisión y riqueza, por
ello, se impulsaron varios proyectos para organizar colonias agrícolas en el país y sacar el
mejor provecho de las zonas fronterizas, fundamentales para la diversificación de la
economía, dependiente del monocultivo. Por esto los gobiernos de turno buscaron insertar
otros productos agrícolas como el cacao, el arroz y la cabuya al mercado interno e
internacional, siendo la frontera interna la zona por excelencia para estos fines. Por ello,

12
“Tulio Ospina Vásquez fue… pionero de importantes iniciativas de desarrollo y fundador de célebres
instituciones académicas. Fue artífice de la respetada Escuela de Minas, rector de la Universidad de Antioquia,
escritor y político”. (CAMARA DE COMERCIO DE MEDELLÍN, Disponible en:
http://www.camaramedellin.com.co/site/100empresarios/ )
13
AHA, Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Amalfi, Tomo 436, 1936, f. 429r.
debían ser colonizadas y anexadas al resto del departamento. En 1947, el Secretario de
Agricultura de Antioquia advertía en su informe anual al Gobernador que:
Los municipios de San Carlos y San Luis, Cocorná y Sonsón en Sureste del Departamento,
reservas son que es ya hora de incorporar en nuestro medio circulante de trabajo; los campos de
Amalfi y Anorí, de Valdivia y Ituango dejan de pertenecer al futuro para ser una acusación
presente de nuestra negligencia oficial y privada; y Chigorodó y Turbo, con la extensión y
fertilidad de sus suelos, esperan sólo motor humano y ramales de acceso a la Carretera al Mar
para sorprender al país como tierras de promisión. (TORO ECHEVERRI, 1947:10)14

Este impulso colonizador también se dio a nivel nacional, y ya desde la década del veinte se
promulgaron leyes en este sentido. En 1922 la ley 114 permitió al gobierno fundar colonias
agrícolas, directamente o por medio de empresas, estas colonias podían fundarse sobre
extensiones de hasta cien mil hectáreas (100.000 has) en terrenos baldíos de la nación. De
esta manera, en 1928 se demarcó la zona que ocuparía la Colonia Agrícola del Sumapaz, en
1935 se estableció la Colonia Agrícola de Bahía Solano, en 1938 la Colonia de Caracolicito
en terrenos de la Sierra Nevada de Santa Marta y ese mismo año se estaba proyectando la de
Caquetá. Sin embargo, quienes estaban llamados a ocupar estas colonias no eran quienes
habitaban las tierras bajas, ya que estos no se preocupaban por mejorar sus condiciones de
vida, además “su único acicate para ganar dinero y su finalidad exclusiva de inversión lo
constituye siempre, el goce inmoderado de placeres y diversiones estrictamente sensuales o
sea el alcohol y las mujeres en los cuales encuentran la satisfacción de sus necesidades
materiales.” (MINISTERIO DE LA ECONOMÍA NACIONAL, 1944: 167) Se debía entonces
mejorar el elemento humano de estas zonas de frontera por medio de la llegada de
“agricultores verdaderos” para insertarlos en esa “sociedad viciada” para que en el transcurso
del tiempo apareciera “una generación mestiza formada dentro de un ambiente propicio y con
una cultura acorde con las aspiraciones de transformación que hoy se tienen” (MINISTERIO
DE LA ECONOMÍA NACIONAL, 1944: 168). De esta manera se seguía reforzando esta
“geografía de la raza” y se conformaba un proyecto de estado nacional a partir de la
demarcación de regiones, las cuales estaban jerárquicamente organizadas, puesto que, unas
son más progresistas o civilizadas y otras atrasadas o bárbaras.

A modo de conclusión

Estas visiones que representan a la frontera como lugar de riqueza y promisión, pero a la vez
como lugar de “moral relajada”, conflicto, salvajismo, están enmarcadas en la larga duración.

14
La cursiva es nuestra.
Esta dicotomía prima en los estudios colombianos sobre frontera, colonización y conflicto, en
consecuencia, esta visión refuerza la idea de que la ocupación de las fronteras es un proceso
violento en el cual unas sociedades son desplazadas y/o destruidas en favor de otras. Esta
visión, no permite observar cómo se ha dado la construcción social de los territorios
fronterizos y enfatiza más los aspectos de resistencia de las sociedades que se han formado del
otro lado. Si bien, se reconoce el carácter conflictivo de estas sociedades, a la vez deben
reconocerse los mecanismos de negociación que se generan en el proceso de construcción de
los estados nacionales. Desde esta perspectiva también es posible entender, cómo se
construyen los espacios de transición en los cuales se hacen sentir las influencias de las
comunidades distribuidas a uno y otro lado de tales fronteras y cómo dentro de esos espacios
se construye la identidad frente a sí mismos y frente a las sociedades vecinas. De la mano a
esta idea de frontera aparece el tema de la “raza” ya que el mito fundacional del estado
nacional en Colombia está fundado en la existencia de diversas regiones y localidades,
jerárquicamente ordenadas y racializadas, dados los grupos humanos que en ellas habitan. Por
ello, las tierras bajas, en donde históricamente han habitado “libres de todos los colores”
indios, esclavos, mulatos y mestizos, son vistas desde el centro como zonas inferiores, pero a
la vez susceptibles de explotar y por supuesto de violentar, en contraposición a las tierras altas
y centrales que corresponden a las zonas de progreso y civilización.

Fuentes
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Municipios, Segovia, Tomo 401, 1932.
______________. Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Amalfi, Tomo 436,
1936.
______________. Secretaría de Gobierno, Gobierno Municipios, Segovia, Tomo
516, Carpeta 2, 1945.
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de la Economía Nacional presentado al Congreso de 1944 (Bogotá: Editorial Minerva,
1944)
TORO ECHEVERRI, Victoriano. Informe del Secretario de Agricultura y
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