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Durante el segundo día del experimento, los “reos” intentaron una rebelión,
cuando los carceleros les quitaron los colchones para dormir.
Zimbardo reconoce que cualquier persona, cuando tiene que tomar una decisión,
es influida por los alcances y límites de tres poderes:
1. el personal,
2. el situacional y
3. el del sistema.
“Si hubiera escrito este libro poco después de acabar el experimento de la “cárcel
de Stanford”, me habría contentado con explicar que las fuerzas situacionales
tienen más poder del que pensamos para conformar nuestra conducta en muchos
contextos. Sin embargo, habría pasado por alto el poder aún mayor de crear el
mal a partir del bien: el poder del sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que
crean la situación”, comenta el profesor.
Zimbardo examina los procesos psicológicos que pueden inducir a una persona
buena a obrar mal, entre estos “la desindividualización, la obediencia a la
autoridad, la pasividad frente a las amenazas, la autojustificación, la
racionalización y la deshumanización”.
Aunque Zimbardo hace la salvedad de que muchas veces las personas “buenas”
que se “convierten en malas” no lo hacen de la noche a la mañana, pues se trata
de procesos graduales; “incrementales”.
CREAR EL PODER
También hay que tomar en cuenta la madurez, pues esta marca una tendencia
entre el bien y el mal. “La madurez es la integración del deseo y el autocontrol
sobre el principio del valor del bien común. Quien no tiene autocontrol, sentido de
la realidad y tampoco del valor del bien común es altamente susceptible a faltar a
la ética”.
El sentido ético inspira la mayoría de constituciones del mundo y se fundamentan
en el principio del bien común. Cuando este se sustituye por el del bien particular
surge la corrupción, opina Campang.
“Una persona que no ha madurado es un sujeto proclive a cometer una falta ética”.
Por ejemplo, cuando un funcionario o un político no vela por el bien común, no
tiene autocontrol, ni sentido de la realidad, fácilmente puede defraudar,
contrabandear, sobornar, sobrevalorar propiedades, cometer perjurio o asociarse
ilícitamente.
“Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, como
tampoco lo hacen los capos de la mafia, quienes dejan esos asuntos en manos de
sus secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y
de comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba”, explica Zimbardo.
Ser malo ¿una decisión?
Pero la condición de bondad o maldad pueden ser usadas en tantos contextos que
Las elecciones que una persona toma tienen que ver con condiciones externas,
pero también con el estado psíquico y la forma cómo ha tolerado un abuso.
“Puede que en un dado caso alguien tome una decisión en contra de sus valores,
pero le va a permitir sobrevivir. Tomar una mala decisión no quiere decir
necesariamente que alguien se convierta en una mala persona”.
Aunque Zimbardo hace la salvedad de que “si nos colocaran en una situación
extraña, nueva y cruel en el seno de un sistema poderoso, lo más probable es que
no saliéramos siendo los mismos. No reconoceríamos nuestra vieja imagen si la
viéramos en el espejo junto a la persona en la que nos hemos convertido. Todos
queremos creer en nuestro poder interior, en nuestra capacidad de resistirnos a
fuerzas situacionales como las que actuaron en la “cárcel de Stanford”. Pero hay
pocas personas así”.
“Si no examinamos y entendemos las causas de ese mal no podremos
cambiarlo, contenerlo o transformarlo mediante decisiones fundadas y
medidas sociales innovadoras”.
La influencia de un ambiente extremo y la vida en prisión en la
conducta, dependiendo del rol social que, como guardián o recluso, tenía
atribuido cada participante en el experimento. Zimbardo reclutó a
veinticuatro estudiantes universitarios de entre setenta voluntarios. Los
elegidos, que lo fueron por ser los más estables desde el punto de vista
psicológico y emocional, se distribuyeron aleatoriamente en dos grupos:
uno de guardias y otro de prisioneros.
cupiditas. Para Dante, los pecados que brotan de esta raíz son los peores,
mismo un agujero negro tan profundo que nunca se podrá llenar con
mortal, lo que existe fuera del ego sólo tiene valor si el ego puede
les hacen apartar la mirada de la armonía de amor que une a todos los
lo mató». (Genesis 4, 8)
¿Qué es la maldad? ¿Es una posibilidad o una imperfección? ¿Es inherente
al ser humano? ¿Por qué estamos diseñados así? ¿Hubiera sido preferible
regresión y el caos.
esforzado del bien sobre el mal. Ya fuera porque el pacto social que
Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del
mismo modo que los capos de la mafia dejan los “accidentes” en manos de sus
secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y de
comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba. Cuando una élite del
poder quiere destruir un país enemigo, recurre a los expertos en propaganda para
crear un programa de odio. ¿Qué hace falta para que los ciudadanos de una
sociedad acaben odiando a los ciudadanos de otra hasta el punto de querer
segregarlos, atormentarlos, incluso matarlos? Hace falta una “imaginación hostil”,
una construcción psicológica implantada en las profundidades de la mente
mediante una propaganda que transforma a los otros en “el enemigo”. Esta
imagen es la motivación más poderosa del soldado, la que carga su fusil con
munición de odio y de miedo. La imagen de un enemigo aterrador que amenaza el
bienestar personal y la seguridad nacional da a las madres y a los padres el valor
para enviar a sus hijos a la guerra y faculta a los gobiernos para reordenar las
prioridades y convertir los arados en espadas de destrucción. Todo esto se hace
con palabras e imágenes. El proceso se inicia creando una imagen estereotipada
y deshumanizada del otro que nos presenta a ese otro como un ser despreciable,
todopoderoso, diabólico, como un monstruo abstracto que constituye una
amenaza radical para nuestras creencias y nuestros valores más preciados.
Cuando se ha conseguido que el miedo cale en la opinión pública, la amenaza
inminente de este enemigo hace que el razonable actúe de una manera irracional,
que el independiente actúe con obediencia ciega y que el pacífico actúe como un
guerrero. La difusión de la imagen visual de ese enemigo en carteles y en
portadas de revistas, en la televisión, en el cine y en Internet, hace que esa
imagen se fije en los recovecos de nuestro cerebro primitivo, el sistema límbico,
donde residen las potentes emociones del miedo y el odio.
Poco se imaginaban aquellos jóvenes que las campanas de la iglesia de Palo Alto
tañían por ellos, que su vida pronto se vería transformada de una forma totalmente
inesperada.
1. el personal y
2. los internos,
Los investigadores son unos extraños que son vistos con recelo porque no
forman parte del sistema. Sólo pueden ver lo que les dejan ver en unas visitas
guiadas que pocas veces van más allá de la superficie de la vida en prisión. Nos
gustaría entender mejor la estructura profunda de la relación entre recluso y
carcelero recreando el entorno psicológico de una prisión y estando en la posición
de observar, grabar y documentar todo el proceso de adoptar la mentalidad de
carcelero y de recluso. Pero la gran diferencia entre su cárcel y las de verdad son
los reclusos y los carceleros con los que empieza usted. En una prisión de verdad
tratamos con criminales, con gente violenta que no duda en saltarse la ley o atacar
a los carceleros. Y para mantenerlos a raya tiene que haber unos carceleros
duros, dispuestos a romper alguna cabeza si hace falta. Sus chavales de Stanford
no son malos, ni violentos, ni duros como los carceleros y los reclusos de verdad.
Debemos tener muy en cuenta que ninguna violencia es virtuosa. Puede que
en un momento dado, y debido a ciertas circunstancias sociales y estructurales
alguien sienta la necesidad u obligación de cruzar la línea hacia la vileza o la
crueldad, que es lo que nos explica el Efecto Lucifer, sin embargo, por encima de
todo esto debemos estar la moral. Esa dimensión incorruptible que actúa como un
señuelo para el recuerdo. Más allá de la presión del entorno o la desesperación,
está la lógica y la integridad.
1. la conformidad,
2. la obediencia socializada a la autoridad,
3. la deshumanización,
4. los prejuicios emocionales,
5. los factores estresantes situacionales y
6. la escalada gradual del maltrato