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EL EFECTO LUCIFER

La historia de la humanidad y la personal de cada uno nos demuestran


que la esencia del hombre no es el bien ni el mal, el amor ni el odio, sino la tensión
inherente a la libertad, entre uno y otro.

Sea necesario para la supervivencia de la misma, ya fuera por otras causas


meta biológica, lo cierto es que, hoy, el hombre como individuo y la
humanidad están en la mejor posición desde el punto de vista de la moral
de la que nunca habían estado hasta ahora.

Durante el segundo día del experimento, los “reos” intentaron una rebelión,
cuando los carceleros les quitaron los colchones para dormir.

¿Podríamos estar tentados de hacer lo inconcebible a otras personas? ¿Qué


provoca que actuemos mal? ¿Qué es lo que determina el pensamiento y la
acción? ¿Cuáles son las razones por las que algunos llevan una vida recta y
honrada y otros parecen caer con facilidad en la inmoralidad y el delito?

Estas son algunas de las preguntas que Philip Zimbardo, psicólogo


estadounidense e investigador del comportamiento humano, trata de responder en
el libro El efecto Lucifer.

La voluminosa obra de Zimbardo, de 691 páginas, revela los detalles del


experimento practicado en agosto de 1971, cuando recreó una cárcel con la
participación de estudiantes de la universidad de Stanford, Estados Unidos,
quienes durante seis días, unos asumieron el papel de reos y otros de carceleros
con el fin de entender mejor la mentalidad de los reclusos y el sistema
penitenciario.

El experimento fue interrumpido después de que Christina Maslach, una doctora


de la universidad y no familiarizada con el estudio que se estaba llevando a cabo,
ingresó a la “cárcel de Stanford” para entrevistar a los supuestos guardias y
presos, y se dio cuenta de las pésimas condiciones en las que se hallaban.
Escandalizada pidió que se diese por concluido.

EL PODER DEL SISTEMA

Zimbardo reconoce que cualquier persona, cuando tiene que tomar una decisión,
es influida por los alcances y límites de tres poderes:

1. el personal,
2. el situacional y
3. el del sistema.

“Si hubiera escrito este libro poco después de acabar el experimento de la “cárcel
de Stanford”, me habría contentado con explicar que las fuerzas situacionales
tienen más poder del que pensamos para conformar nuestra conducta en muchos
contextos. Sin embargo, habría pasado por alto el poder aún mayor de crear el
mal a partir del bien: el poder del sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que
crean la situación”, comenta el profesor.

La psicología social, según la perspectiva del investigador, ofrece pruebas


fehacientes de que el poder de la situación puede más que el de la persona en
algunos contextos.

PSICOLOGÍA DEL MAL

Zimbardo ha sido un estudioso de la psicología del mal, la violencia, el


anonimato, la agresividad, el vandalismo, la tortura y el terrorismo.

Pero estudiar estas conductas censurables “exige una comprensión de las


fuerzas, las virtudes y las vulnerabilidades, que aportan estas personas o grupos a
una situación dada. Luego debemos reconocer plenamente el conjunto de fuerzas
situacionales que actúan en ese contexto conductual”, apunta.

Los capítulos dedicados al experimento de la “cárcel de Stanford” constituyen un


estudio muy detallado de la transformación que sufrieron los estudiantes
universitarios al desempeñar los roles asignados.

Zimbardo examina los procesos psicológicos que pueden inducir a una persona
buena a obrar mal, entre estos “la desindividualización, la obediencia a la
autoridad, la pasividad frente a las amenazas, la autojustificación, la
racionalización y la deshumanización”.

Aunque Zimbardo hace la salvedad de que muchas veces las personas “buenas”
que se “convierten en malas” no lo hacen de la noche a la mañana, pues se trata
de procesos graduales; “incrementales”.

CREAR EL PODER

“La maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe,


maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso
de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren
así en nuestro nombre”, define Zimbardo. Abusar de la autoridad es otra forma de
ejercer la maldad, asegura.

También hay que tomar en cuenta la madurez, pues esta marca una tendencia
entre el bien y el mal. “La madurez es la integración del deseo y el autocontrol
sobre el principio del valor del bien común. Quien no tiene autocontrol, sentido de
la realidad y tampoco del valor del bien común es altamente susceptible a faltar a
la ética”.
El sentido ético inspira la mayoría de constituciones del mundo y se fundamentan
en el principio del bien común. Cuando este se sustituye por el del bien particular
surge la corrupción, opina Campang.
“Una persona que no ha madurado es un sujeto proclive a cometer una falta ética”.
Por ejemplo, cuando un funcionario o un político no vela por el bien común, no
tiene autocontrol, ni sentido de la realidad, fácilmente puede defraudar,
contrabandear, sobornar, sobrevalorar propiedades, cometer perjurio o asociarse
ilícitamente.
“Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, como
tampoco lo hacen los capos de la mafia, quienes dejan esos asuntos en manos de
sus secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y
de comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba”, explica Zimbardo.
Ser malo ¿una decisión?
Pero la condición de bondad o maldad pueden ser usadas en tantos contextos que
Las elecciones que una persona toma tienen que ver con condiciones externas,
pero también con el estado psíquico y la forma cómo ha tolerado un abuso.
“Puede que en un dado caso alguien tome una decisión en contra de sus valores,
pero le va a permitir sobrevivir. Tomar una mala decisión no quiere decir
necesariamente que alguien se convierta en una mala persona”.

Aunque Zimbardo hace la salvedad de que “si nos colocaran en una situación
extraña, nueva y cruel en el seno de un sistema poderoso, lo más probable es que
no saliéramos siendo los mismos. No reconoceríamos nuestra vieja imagen si la
viéramos en el espejo junto a la persona en la que nos hemos convertido. Todos
queremos creer en nuestro poder interior, en nuestra capacidad de resistirnos a
fuerzas situacionales como las que actuaron en la “cárcel de Stanford”. Pero hay
pocas personas así”.
“Si no examinamos y entendemos las causas de ese mal no podremos
cambiarlo, contenerlo o transformarlo mediante decisiones fundadas y
medidas sociales innovadoras”.
La influencia de un ambiente extremo y la vida en prisión en la
conducta, dependiendo del rol social que, como guardián o recluso, tenía
atribuido cada participante en el experimento. Zimbardo reclutó a
veinticuatro estudiantes universitarios de entre setenta voluntarios. Los
elegidos, que lo fueron por ser los más estables desde el punto de vista
psicológico y emocional, se distribuyeron aleatoriamente en dos grupos:
uno de guardias y otro de prisioneros.

La cárcel ficticia se instaló en el sótano del Departamento de Psicología de


la Universidad de Stanford, y los guardias recibieron
porras y uniformes caqui de inspiración militar, además de gafas de
espejo para impedir el contacto visual. Los prisioneros debían vestir solo
batas de muselina, sin calzoncillos, y sandalias con tacones de goma, que
Zimbardo escogió para forzarles a adoptar posturas corporales incómodas
y provocar su desorientación. Además, deberían llevar medias de nylon en
la cabeza para simular que tenían las cabezas rapadas, números cosidos a
sus uniformes y una cadena alrededor de sus tobillos como «recordatorio
constante» de su encarcelamiento y opresión. La única prohibición fue el
maltrato físico: todo lo demás estaba permitido con el único fin de
conseguir su despersonalización.

La mente es su propia morada y por sí sola puede hacer del cielo un


infierno y del infierno un cielo.

El pecado de Lucifer es lo que los pensadores de la Edad Media llamaron

cupiditas. Para Dante, los pecados que brotan de esta raíz son los peores,

los pecados del lobo, la condición espiritual de tener en el interior de uno

mismo un agujero negro tan profundo que nunca se podrá llenar con

cantidad alguna de poder o de dinero. Para quienes sufren de ese mal

mortal, lo que existe fuera del ego sólo tiene valor si el ego puede

apropiarse de ello o explotarlo. En el infierno de Dante los culpables de

este pecado se hallan en el noveno círculo, congelados en el lago de hielo.

Por no haberse ocupado en vida de otra cosa salvo de sí mismos, están

atrapados en un ego helado para toda la eternidad. Haciendo que las

personas se centren en sí mismas de este modo, Satanás y sus seguidores

les hacen apartar la mirada de la armonía de amor que une a todos los

seres vivos. Dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció

que, estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y

lo mató». (Genesis 4, 8)
¿Qué es la maldad? ¿Es una posibilidad o una imperfección? ¿Es inherente

al ser humano? ¿Por qué estamos diseñados así? ¿Hubiera sido preferible

que todos encarnáramos la beatitud sin posibilidad de optar por una

conducta inmoral? La historia de la humanidad y la personal de cada uno

nos demuestran que la esencia del hombre no es el bien ni el mal, el

amor ni el odio, sino la tensión inherente a la libertad entre uno y otro. Si

hubiéramos sido diseñados buenos o malos, seríamos autómatas en un

cuerpo. Lo que nos hace precisamente humanos es la tensión inherente a

la capacidad de elegir y encontrar soluciones para que la vida, como

especie y como individuos, siga el camino de la moral y la dignidad o de la

regresión y el caos.

La historia de la humanidad, a pesar de la barbarie siempre presente en

algún lugar del mundo y en cualquier tiempo ha sido la del progreso

esforzado del bien sobre el mal. Ya fuera porque el pacto social que

implica el reconocimiento de los derechos y libertades de los que somos

titulares cada ser humano sea necesario para la supervivencia de la misma,

ya fuera por otras causas meta-biológicas, lo cierto es que, hoy, el hombre

como individuo y la humanidad están en la mejor posición desde el punto

de vista de la moral de la que nunca habían estado hasta ahora.

“Si hubiéramos sido diseñados buenos o malos, seríamos autómatas


en un cuerpo”

El efecto Lucifer es mi intento de entender los procesos de transformación


que actúan cuando unas personas buenas o normales hacen algo malvado o vil.
Nos ocuparemos de una pregunta fundamental: ¿Qué hace que la gente actúe
mal? Sin embargo, en lugar de recurrir al tradicional dualismo religioso del bien
contra el mal, de la naturaleza sana contra la sociedad corruptora, veremos a
personas reales realizando tareas cotidianas, enfrascadas en su trabajo,
sobreviviendo en el mundo a menudo turbulento del ser humano. Trataremos de
entender las transformaciones de su carácter cuando se enfrentan al poder de las
fuerzas situacionales. Empecemos con una definición de la maldad. La mía es
sencilla y tiene una base psicológica: La maldad consiste en obrar
deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o
destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder
sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre.

EL PODER DE CREAR AL “ENEMIGO”

Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del
mismo modo que los capos de la mafia dejan los “accidentes” en manos de sus
secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y de
comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba. Cuando una élite del
poder quiere destruir un país enemigo, recurre a los expertos en propaganda para
crear un programa de odio. ¿Qué hace falta para que los ciudadanos de una
sociedad acaben odiando a los ciudadanos de otra hasta el punto de querer
segregarlos, atormentarlos, incluso matarlos? Hace falta una “imaginación hostil”,
una construcción psicológica implantada en las profundidades de la mente
mediante una propaganda que transforma a los otros en “el enemigo”. Esta
imagen es la motivación más poderosa del soldado, la que carga su fusil con
munición de odio y de miedo. La imagen de un enemigo aterrador que amenaza el
bienestar personal y la seguridad nacional da a las madres y a los padres el valor
para enviar a sus hijos a la guerra y faculta a los gobiernos para reordenar las
prioridades y convertir los arados en espadas de destrucción. Todo esto se hace
con palabras e imágenes. El proceso se inicia creando una imagen estereotipada
y deshumanizada del otro que nos presenta a ese otro como un ser despreciable,
todopoderoso, diabólico, como un monstruo abstracto que constituye una
amenaza radical para nuestras creencias y nuestros valores más preciados.
Cuando se ha conseguido que el miedo cale en la opinión pública, la amenaza
inminente de este enemigo hace que el razonable actúe de una manera irracional,
que el independiente actúe con obediencia ciega y que el pacífico actúe como un
guerrero. La difusión de la imagen visual de ese enemigo en carteles y en
portadas de revistas, en la televisión, en el cine y en Internet, hace que esa
imagen se fije en los recovecos de nuestro cerebro primitivo, el sistema límbico,
donde residen las potentes emociones del miedo y el odio.

DOMINGO: DETENCIONES POR SORPRESA

Poco se imaginaban aquellos jóvenes que las campanas de la iglesia de Palo Alto
tañían por ellos, que su vida pronto se vería transformada de una forma totalmente
inesperada.

Un informe de Stanford describía unos niveles de violencia como nunca se habían


visto en aquel bucólico paraje. Se llamó a la policía para que entrara en el campus
por lo menos en trece ocasiones y hubo más de cuarenta detenidos.

Varios sociólogos y criminólogos ya han hecho estudios de la vida real en las


prisiones, pero presentan muchos defectos. Los investigadores nunca tienen la
libertad de observar todas las facetas de la vida en la prisión. Sus observaciones
suelen tener un alcance limitado, sin acceder directamente a los reclusos y menos
aún a los carceleros. Puesto que las prisiones sólo están pobladas por dos clases
de personas.

1. el personal y
2. los internos,

Los investigadores son unos extraños que son vistos con recelo porque no
forman parte del sistema. Sólo pueden ver lo que les dejan ver en unas visitas
guiadas que pocas veces van más allá de la superficie de la vida en prisión. Nos
gustaría entender mejor la estructura profunda de la relación entre recluso y
carcelero recreando el entorno psicológico de una prisión y estando en la posición
de observar, grabar y documentar todo el proceso de adoptar la mentalidad de
carcelero y de recluso. Pero la gran diferencia entre su cárcel y las de verdad son
los reclusos y los carceleros con los que empieza usted. En una prisión de verdad
tratamos con criminales, con gente violenta que no duda en saltarse la ley o atacar
a los carceleros. Y para mantenerlos a raya tiene que haber unos carceleros
duros, dispuestos a romper alguna cabeza si hace falta. Sus chavales de Stanford
no son malos, ni violentos, ni duros como los carceleros y los reclusos de verdad.

El razonamiento es éste: nuestro estudio intentará distinguir entre lo que


aportan las personas a una situación carcelaria y lo que aporta esta situación a las
personas que se hallan en ella. Por la preselección que hemos hecho, nuestros
sujetos constituyen una muestra representativa de los jóvenes de clase media con
estudios. Son un grupo homogéneo de estudiantes que se parecen mucho en
muchos aspectos. Al haberles asignado al azar uno de los dos roles,
empezaremos con unos guardas y unos reclusos que son comparables y, en el
fondo, intercambiables. Los reclusos no son más hostiles, violentos o rebeldes que
los carceleros y los carceleros no son más autoritarios ni buscan más poder. En
este momento, “reclusos” y “carceleros” son iguales. Nadie quería hacer de
carcelero; y nadie ha cometido ningún delito que justifique encarcelarlo. ¿Serán
tan parecidos estos jóvenes al cabo de dos semanas? ¿Los roles que van a
representar cambiarán su personalidad? ¿Veremos alguna transformación de su
carácter? Eso es lo que pensamos descubrir».

Debemos tener muy en cuenta que ninguna violencia es virtuosa. Puede que
en un momento dado, y debido a ciertas circunstancias sociales y estructurales
alguien sienta la necesidad u obligación de cruzar la línea hacia la vileza o la
crueldad, que es lo que nos explica el Efecto Lucifer, sin embargo, por encima de
todo esto debemos estar la moral. Esa dimensión incorruptible que actúa como un
señuelo para el recuerdo. Más allá de la presión del entorno o la desesperación,
está la lógica y la integridad.

No obstante, ese lado perverso puede contrarrestarse con la fuerza de la


determinación y esa integridad capaz de poner límites y de animarnos a salir de
ciertos contextos opresivos para no olvidad quienes somos, y pasar cada uno de
nuestros actos por el tamiz de nuestros valores.

Él puso de manifiesto que la posibilidad de dar un trato inhumano a los


detenidos durante la ‘Guerra Global contra el terrorismo’ era totalmente
previsible a partir de una comprensión básica de los principios de la
psicología social, unido a la conciencias de numerosos factores de riesgo
del entorno ya conocidos:

1. la conformidad,
2. la obediencia socializada a la autoridad,
3. la deshumanización,
4. los prejuicios emocionales,
5. los factores estresantes situacionales y
6. la escalada gradual del maltrato

Encienden la mecha del odio al diferente o hacen caer sobre él la culpa


de los males que a tantos atenazan el paro, la precariedad o la
incertidumbre por el futuro, hemos de estar vigilantes frente a regresiones
morales, alzar nuestra voz.

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