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tA 0 6 o

9. R E T O R N O S D E L O B JE T O .
A Com A S T X e: L o e ^ o T Í c o L O C R U D O Y L O C O C ID O '

( G4,Wv/vuaT> J U i o b ^ t - k í )

Í¿^ U 3( /U/VUX CA^-4-V U x <?¿X^ cJ o ^ c A^)

G u x h ^ j ^ & L o 6^Á.£Lo X^ Q *l*o ru ^ ~ < T ¿ -0

oU . J - u ,j > ^ c z i ^ c c x » ^

Cb 6 fi^ c -e ¿ ó i G TíU jzÍL pcU x*/ l u XXQuU^

>te ic o ^

El objetivo central de este capítulo es analizar la aparición, recu­


rrencia y formas específicas de producción de discursos estigmatizantes
en los medios de prensa escrita y su lugar en la construcción de prácticas
I
de poder. Me interesa en particular la configuración de sentidos que en la
forma de estigmas sociales aparecen asociados a la producción y repro­
ducción de mecanismos hcgcmónicos pero específicos de dominación.
N os detendremos puntualmente en la relación establecida entre el
tratamiento de la “cuestión cólera" y la “cuestión indígena" en los medios
masivos de comunicación en Argentina. En particular involucra a las co ­
munidades indígenas Wíchí, Chorote y Chulupí de la región conocida
como C haco centro-occidental, principalmente del noreste de la provin­
cia de Salta, en la zona limítrofe entre Argentina, Paraguay y Boltvia.*

l E s i t trxtn es una revisión del attículo publicado en la A 'rvu íj Ptptlei J e “ rnAa/o. escrito
en cuiaboiaciún con Juan Martin Leguuam ón.
2. La región C haco centro-occidental correspondiente a I* provincia de Saín coniorma un
espacio de m is de 60 mil kilómetros cuadrados del cual un total de I45SOQO has. son de
dominio del listado provincial (tierras fiscales). Se asientan allí 35 (treinta y cinco) comu­
nidades étnicas aborígenes distribuidas, en su mayoría, a lo largo de la ribera Je l río
P ikom ayo y un porcentaje menor hacia el ¡m enor, con una población estimada de 4000
personas. Al mismo tiempo, en esta xona se ubican 300 puestos criollos con una población
estimada de 2000 petunias.
T a n to la problem ática de la irrupción de la epidemia del cólera co
mo los pobladores de estas com unidades fueron objeto de un tratam ien­ N o obstante, es importante mencionar que, a pesar de las reticen­

to de m agnitudes inusuales por parte de los medios de prensa durante los cias a las que nos enfrentamos, logramos un acuerdo con la Comisión de

p rim eros meses de 1992. A pesar de su distancia lem poral respecto a| fe­ Lucha contra el Cólera desde Ja Dirección de Educación para la Salud, a
partir del cual pudimos realizar un seguimiento y evaluación de la cam ­
n óm eno en particular, nos interesa sistematizar algunos interrogantes
paña puesta en marcha. Fue así que, en julio de 1992, desarrollamos un
que, si bien ya habían sido elaborados en otras oportunidades, a la distan­
trabajo de cam po en T arugal y en ci área operativa di S. '.a Victoria Es­
cia perm iten una m ay or profundización y cierto nivel explicativo.5
te que, junto a otras tarcas, persiguieron el objetivo d« nacer un análisis
N u estra incursión directa en la tem ática se desarrolló, en aquel en­
específico de los impactos de las medidas adoptadas por el Ministerio a
ton ces, a p artir de un acuerdo celebrado entre el p rogram a Universitario
raíz del brote epidémico.6
P erm an en te de Investigación y E xten sió n U niversitaria en Comunidades
Indígenas del C h aco Saltcño de la Facultad de Fi.osofía y Letras (U B A )
y la C o m isió n N acional de Luch a co n tra el C ó lera del M inisterio de Sa­
lud y A cción Social,4 L a n o c ió n de e s tig m a

In teresad os p o r la dinám ica que adquirió seciatm entc el tratam ien­


to del tem a, tanto en los m edios de com u n icación co m o en las propias El m odo de construcción y de utilización de estigmas sociales, par­

instancias gubernam entales, intentam os proponer a las autoridades sani­ ticularmente étnicos, resulta central para los objetivos de este trabajo, de

tarias nacionales encargadas del asunto los aportes que algunos conoci­ manera que, para abordarlos, desarrollaremos algunos ejes de análisis que

m ientos an tro p o ló g ico s y la experiencia etnográfica podrían realizar res­ nos ayuden a definir el sentido que le daremos a la noción de estigma.

p e cto a las fo rm as de intervención pública en la región. Fla sido principalmente Goffman quien, desde lo que se ha deno­

E n un co m ien zo , p o c o fue lo que, co m o equipo, pudim os desarro­ minado “intcraccionism o sim bólico", ha intentado producir una sociolo­

llar co m o exp eriencia profesional. Sin em bargo, no nos interesa aquí ana­ gía del estigma, señalando las características desacreditantes y negativas

lizar las m últiples causas posibles del escaso interés dem ostrado p or las de este concepto. Éstas van más allá de sus connotaciones particulares o
de ser despreciables en sí mismas: representan procesos de elaboración de
au torid ades en la p articip ación no sólo de an trop ólogos sino, en general,
Jos actores sociales y expresan un tipo de relación social. Esto, indudable­
de o tras disciplinas que pudieran brindar su “m irad a” del “problem a c ó ­
mente, otorga sentido y contenido a permanentes distinciones entre
le ra ", pues req u eriría de un tratam ien to en particular.5
“o tro s" y "n o so tro s”.7

3 . C o n clu id a nu estra tarca de relevam íem o, presentam os un in form e a las autoridades del
M in iste rio d e Salud y A cció n S o cial titulad o 'In form e p rJim in ar sobre (a campaña 6. I.» experiencia obtenida en « t e proyecto fue volcad» en un inform e elevado a L j autori­
n acio n a l de p rev en ció n y aten ció n de la epidem ia del cólera en el C h a co s a l t e r i o fc.ii su dades y luego a vanos medios de difusión. Dado el carácter evaluativo de una j n g ' j i a v a
e la b o ra ció n p articip aro n el au to r, G astón G o rd illo y Leda L a n ío r. Para un análisis po r­ realizada y la especificidad del "c a so ", no [rodemos analizar el grado de rterp. ion de eslr
m e n o riz a d o so b r e la co n stru cció n de estigm as étnico s hacu pobladores indígenas del d ocu m ento por p an e de las autoridides. que pudiera expiesarsc en La in i oip o i ación de las
C h a co salterio, puede consu ltarse a H . H u g o T rin ch ero " E n 'i e el estigma y la identidad. recom endaciones allí sugeridas, sin em bargo, dada la ausencia de respuesíis -a pe'ar ...
C r io llo s e in d io s en el C h a c o s a lt e r o " . E n K arasik , G. C W lnr a e identidad en el n oroeiit nuestra in sisten cia- «H endim os que no tenían in icies en el docum ento. Respecto a los J is
argentino. tintos medios de difusión, si bien en con uam os crin é is al desarrollo de la campan» y c o in ­
4. £1 program a fu n cio n a en la Sección A n tro p o lo g ía Soer.il d el In stitu to de Ciencias cidían en ciertos aspectos con algunos análisis del docum ento, tampoco obiuairnos
A n tro p o ló g ica s d e la Facultad de F ilo so fía de la U niversidad de Üuenos A íres (U U A ). respuesta, aunque ésta era obvia (el tema parecía ya no ser noticia
5 . Sin em barg o , el tratam ien to de la 'c u e s tió n ind ígena* p o r pune de los m edios y del g o­ ?. En tal sentido píame» G offm an que "e l intercam bio social rutinario en medios pieesta
b ie rn o rem ite inm ed iatam en te a ciertas elabo racion es de la den >minada etnología fenom e- b lccid oJ nos perm ite tratar con " o tr o s " previstos sin necesidad de dedicarles atención o re-
n o ló g ica arg en tin a, cuyas co n stru ccio n es tend ieron a p ro d u cir aquella im agen de arcaísm o llcxión especial Por contig u icntc es ptobable que al encontrarnos frente a un e a irin >.
y p rim itiv ism o d e la p o b la ció n indígena del C h a co que hem o s analizado op ortunam ente las prim eras ap aiicn cu s nos permiian preved en qué categoría se halla y cuales son sus
(C fr. T rin c h e ro , 1994 y G o rd illo , 1 9 9 5 ) , atributos, es decir "su identidad social (G oltm an, 1970: 1»).

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216 EDITORIAL 5 0 - 1 0T0C 0P IA H ES OLI ITO LÍY 1 1 7 » ton cirial sb ■forocoriAn ts ouito ley n m
Hé c t o r h u g o t r in c h e r o RETORNOS OEl OBJETO LO CRUDO V LO COCIDO

La importancia de este señalamiento radica en el carácter "natural" Se trata de plantear, por un lado, cómo esta diversidad puede ser
(no reflexionado) de los modelos de clasificación y calificación social que reducida a una serie de configuraciones discretas del discurso, que cons­
promueven los procesos de estigmatización de los sujetos sociales. En es­ tituyen el campo semántico en el cual adquieren preponderancia determi­
te sentido, esta sociología ha avanzado en el planteo de que para caracte­ nados estigmas sobre otros; por otro lado, se propone el requerimiento
rizar determinadas configuraciones de estigmas, se necesita un lenguaje de una segunda lectura que considere las “prácticas" de poder asociadas
de relaciones más que de atributos. a estos estigmas, en cuyo marco se generan políticas de intervención so­
Sin embargo, el esquema relacional propuesto por estas aproxima­ cial específicas. Llamaré etnopolmcos9 a este tipo de estigmas.
ciones parecería remitirse con exclusividad hacia las interacciones o inter­
cambios simbólicos entre individuos o actores sociales. U n o de los proble­
mas de semejante perspecriva es que estos actores sociales aparecen posi- E l e stig m a en los m edios
cionados en situaciones de equidad en la estructura social. Nuestra inte-
El tratamiento de determinados temas por parre de los medios ma­
ción es señalar la neóesaria funcionalidad de la producción de estigmas so­
sivos de comunicación necesariamente produce, al ser codificados en tér­
ciales en relación co n la reproducción de las relaciones de hegemonía8 y
minos de “noticias”, una fragmentación de la información que no impli­
también profundizar mas allá de la definición de estigma, conside- rada
ca una mera des-contextualización del conjunto de dacos que conforman
com o una cuestión de atributos desacreditantes, negativos existentes en la
la información sino, como veremos, una re-contexrualizaáón con signi­
“sociedad". Para avanzar en su caracterización, es preciso señalar los m e­
ficaciones específicas.
canismos p a r los cuales se instaura un proceso de discriminación en las
Este problema adquiere alcances particulares, porque la noticia se
configuraciones de una cultura hegemóxuca. En este sentido, las preguntas
construye sobre acontecimientos significados com o “novedosos* para la
formuladas a continuación podrían orientar los objetivos p ro- puestos;
opinión pública y se refuerza, al mismo tiempo, cuando esta novedad se
1, ¿P o r qué surgen determinados discursos estigmatizantes y no basa en una fuerte desínformación. Intervienen, com o pane de la Infor­
otros? mación, formas estigmatizadas de dar cuenta del “o tro ", que se funda­
mentan en modelos culturales hegcmónlcos.10
2. ¿Q ué vínculos unen a esta producción de discursos estigmati­
zantes con configuraciones de la estructura económ ica y social
regional? 9. Por cuestiones üc espacio pero también por delimitación del problema no tomamos
aquí en Cuenta una cuestión de crucial interés: los procesos de resemantización y resigru-
Para responderlas será necesario precisar cuáles son los procesos de íicación que construyen los sujetos sociales estigmatizados, tal com o lo propusiera, por
selección de form as estigmatizadas de calificación y clasificación de de­ ejemplo, Canclini, 19B8
10, La cuestión de la novedad y su carácter de "im previsto" tiende a legitimar o al menos
terminados sujetos sociales y a qué prácticas de poder concretas respon­
a facilitar determinadas actuaciones y desinformaciones, las cuales operan de alguna mane­
den. E s decir, se requiere elaborar las configuraciones que adquiere este ra en el "sentido com ú n". A si, por ejem plo, y analizando los contenidos de las prácticas
proceso de estigmacízación de acuerdo a una serie particularmente signi­ por parte del Ministerio en la región, en un seminario, uno de los participantes señaló: " i —)
bueno, pero hay que tener en cuenta que ante lo imprevisto las autoridades sanitarias in­
ficativa y específica de relaciones sociales que se despliegan en los “usos"
tervienen abarcando un máximo de acciones y en la práctica, a medida que se va analizan­
y sus funcionalidades. do, se produce un procesó de selección gradual de aquellas medidas m is eficaces". £ s in­
dudable que toda intervención ante fenómenos que podrían ser considerados escasamente
conocidos (siempre relativamente, tratándose de organismos que tienen entre sus funcio­
nes, precisamente, el acotam iento al máxima del "im previsto") implica un proceso de alca­
8. “ En rsta tarea pedagógica se reprueban ciertas identidades en las cuales se deposita io ­ linidad en lis decisiones. Sin embargo, si bien hasta cierto punto podrían formularse nive­
les de desconocim iento en cuanto i lai formas más eficaces de conrrolsr la epiJem ia, de
do lo abyecto y vergonzante, lo que no corresponde al "deber ser" A tributos con estas
lonnotacíortcs desacreditan a sus portadores, justificándose entonces un trato diferencial ninguna manera tiene t ! mismo valor un "desconocim iento” u n absoluto de la situación
p a ra c a i -lío s " (G uber, 19B4 85), dr las pobliciones indígenas de la tegnín.
O rnam ente, la omergcncu del cólera en el país apareció con el ca- Un un primer momento, el "ingreío al país de la enfermedad fue
“ l SOT? rC$* / lue8 ° c o " el “catástrofe". Sorpresa por el supues­ el disparador de argumentos que permitían ai F.stado nacional insular la
to d e s c ú b r e m e de que en Argentina hay pobUdoncs indígena, Sobre cuestión cólera" com o algo ajeno, externo a la Nación. Esto era funda­
esta cuestión, un dirígeme indígena se expresaba en aquel momento: mental, dadas las reiteraciones del discurso dominante que repetía hasta
esc momento los logros del proyecto de 'inserción del pan en el primer
.™ Ü d o f i ' 0 " d7 Ó l-r i - d PUCb' ° J r e e m ,n ° - c " 6 ' " ^ ' . r e c e n se e n , en­ mundo", señalando de esta manera el proceso de "m odernización" de la
cerando d e qu e en el país exiscen ab o ríg en es (...); c e b .d o a „ « m l , q u t h
nos a z o ta n os sen tim o s descu bierto i an te el p u e b lo " (su b r. n u e s tr o ).!1
economía nacional.

“ El cólera llegó al país por culpa de B oliv u que no rupn controlar la epidemia 13
La negación sistemática p o r p an e de autoridades nacionales, e m- 'A y e r se d escu b rió un nuevo frente a través d d cual la bacteria llega a .a A r­
c uso p or la denominada “h.srona oficial", acerca de la existencia de po­ gentina; la ciudad boliviana de Y acuiba... d *
blaciones indígenas en la Argentina, permitió aso n ar in m e d ia ta m e n te a * A raoz d ijo que B o liv u perjudicó a la Argentina ocultando que había c o le r a ' 1
lew d esconocidos indígenas" con una enfermedad también "desconocí-
da en térm inos de política sanitaria nacional. E n un principio se acusó a Boliviz, esa frontera entre el país blan­
P o r ello resulta de sum o interés detenerse en la primera etapa de la co-europeo" y el país "indígena", de ser la nación "culpable" de que el
emergencia del cólera en el país, ya que permite analizar la construcción cólera hubiera "entrado" al país. Sin embargo, y a partir de la detección
de dispositivos institucionales, discursos y práctica: en las que el poderse de casos de cólera en el conurbano bonaerense (Gran Buenos Aires) y en
expresa frente a lo desconocido y catastrófico, exponiendo sus babitus, la ciudad de Buenos Aires, la frontera se desplazó. Los argumentos deja­
tal vez, más significativos.12 ron de configurarse en términos de Fronteras nacionales para instalarse en
el campo de las fronteras culturales. Aparecieron en escena, entonces,
E n los m edios de com unicación nacionales, as noticias relaciona­
das al cólera vinculadas a la Argentina tuvieron su prim era aparición el “los indios”:
día 2 de febrero de 1992. E l tema fue tratado com o noticia de primera pla­
' E l có lera (...) en tró po r un poblado indígena que vive com iend o Rcvcadv en
na y constantem ente hasta el día 1S de febrero de 1**92.
d eplorables cond iciones sanitarias desde hace más d e d oscien tos anos -
E n ese breve período, las “noticias" r e c o m e _on simultáneamente " E n T in a g a l es norm al ver a los ch ico s aborígenes jugar en las aguas cu bier­
al m enos dos m om entos. tas de excrem en to s..."
“ (...) teniend o en cuenta que una fam ilia india cam ina norm alm ente cien hato-
m etros en cu alquiera de sus m igraciones es prácticam ente inevitable que el co­
lera llegue a F o r m o s a ."12
' (...) tod os te preguntarán ti et p osible cam biar en una semana costum bres an­
cestrales; p o r ejem p lo evitar que el aborigen co m a co n las m anos.
"L o s ch icos te le í m ueren de diarrea entre los brazos, lot abongenes k>s encie­
11. £1 Tribuno, Salta, 22/2/92. E ítc periódico es el de m ayor t i r e ilación ru la provincia de
Salta, A rgentina, en cuya jurisd icción aparecieron lo i prim eros c n o * de cólera. rran y dicen «total hacem os o tr o * *
12. La noción de babitus la tom am os de P, B ourdieu, aunque ení itizando tu condición de
form a incorporada de la cond ición de clase y de Jos condición, m iem os que esta condi­
ción im pone (1988: 100). C oincidiendo pa/a el caso con la inte-precación que realiza A. 1J . Clarín, Buenos A irci, 7/2/92. Este diario es d de mayor circulación a nivel nieie-ruL
G utiérrez, 1995: ._ no basta con decir que el babitus es «lo soci, I incorporado* sino que
M. Clarín, Uucnut Aires, 9/2/92.
habría que precisar que es lo social de dase hecho cu erp o *. Al m sm o tiem po, y ral como
15. Clarín, Buenos A itct, 15/2/92.
se verá a lo largo del artícu lo, este carácter de clase se manifiesta en la caracterización de
'n o previsto" y de catástrofe del acontecim iento. E llo implica la posibilidad de analizar, 16. Clarín, Buenos Aires, 4/2/92
tam bién, ciertas configuraciones de intervención estatal com o reí ultado de un babitus de 17. (dem.
la intervención política en térm inos de dase. 18. Clarín, Buenos Aires, 9/2/92.

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220 E 0 I T 0 A I A L S O • fO T C C O P IA D E S D E L I T O L E Y 11 7 0
E D I I O M A l S D • F O T O C O P IA S E S D U I I O . L E Y 1 1 73 J
i i f r u n ' u u fin m iN C H E R O

tienen una filosofía, la tuvieron toda la vida: *E I m ejor rem edio es la "el vibrión''; F.l misino ministro se instaló (por unos días) en el "teatro
m u e rte » '.
de operaciones”, etc.
“E l habitante de E m b arcación por un problem a cultural 110 tiene hábitos h i­
El clima de gut rra fue capturado por los propios medios de com u­
g ié n ico s".10
nicación:

C om o se observa, la "cultura indígena” se constituyó en deposita­


"A última hora d ; ayer Santa V ictoria se convirtió en un pueblo tom ado. Las
ría de los atributos causales de la epidemia y de su “entrada” al país. La autoridades sanitarias prohibieron a sus pobladores que abandonaran el pue­
“razonabilidad” de estos argumentos se sustentaba en concepciones es­ blo.. ,“.i2
tigmatizadas, fácilmente decodificables en términos de "su cultura”, “sus “A yer aterrizó en el aeropuerto de Tartagal el com andante Ju an Ram ón R ive-
hábitos higiénicos", “sus prácticas migratorias”, etc. ro, jefe de operaciones y planeam iento de la gendarm ería ju n to a cien hom bres
para realizar una arca indispensable, hacer controles en los cam inos p a ra tv i-
tat que los aborígenes em igren”. ^

C a m p a ñ a c o n t r a el có le ra (o la p o lítica co m o c o n tin u a c ió n
de la g u e r r a p o r o tr o s m ed io s) En el marco de semejantes dispositivos de “prevención sanitaria”,
las acciones encaradas, tal como era previsible, se limitaron principalmen­
" E l m in istro explicó que otra de las causas de la aparición del virus es que los te a disposiciones prohibitivas de las cuales nos interesa destacar princi­
ind ios no hablan castellano y p o r eso están d esin fo rm a d o s'.2 * palmente dos.
En primer lugar se prohibió la pesca y el consumo de pescado, jun­
Esta frase corresponde al entonces ministro de Salud y Acción So­ to con el de sandías, melones, etc., producciones que constituyen tanto la
cial quien, a pesar de sostener que la causa era la deslnformación de la po­ dicta de la unidades domésticas indígenas de la región como un comple­
blación indígena, no estaba informado de que el supuesto virus era, en mento monetario a sus magros ingresos, producto de la venta de estos ali­
realidad, una bacteria- D esconocía también que la mayoría de la pobla­ mentos. Se realizaron acciones de “decom iso" de pescado por parte de
ción indígena era bilingüe y, lo que es peor aún, conociendo que la cam­ gendarmería en los caminos incercomunitarios e incluso se llegó, en va­
paña contra el cólera que organizó su propio ministerio fue instalada en rias ocasiones, a la quema masiva de productos. Ello aparecía en sintonía
la Dirección de Educación para la Salud. con las ‘‘intenciones” del gobierno de "fortalecer los niveles nutriciona-

E n los primeros días de febrero y con Ja confirmación de los prime­ lcs de los pobladores”. Así, algunos medios anunciaban, junto con los
discursos estigmatizados, las operaciones de control realizadas:
ros casos de cólera, el ministerio de Salud y Acción Social de la Nación
dispuso la creación de un cordón sanitario en la frontera para impedir la
...se terminó de elaborar el plan nutricional, que reemplazara la dieta ances­
propagación de la enfermedad. Sin embargo, el conjunto del dispositivo
tral de los aborígenes y combatirá la desnutrición*.’^
puesto en práctica por las autoridades nacionales se asemejo mas a una
operación militar que a una política de prevención o asistencia sanitaria.
En segundo lugar, se prohibió a la población indígena trasladarse
Ejemplos de lo expresado, entre otros, son: la instalación de un
fuera del área da control sanitario; fundamentalmente, controló a aque-
“comando operativo” en Tartagal, cuyos responsables portaban nom­
bres de guerra" (el jefe del operativo portaba tal vez el más significativo:
22 Clarín, Buenos Aires, 8/2/92.
21, CAui/i, Buenos Aires, 11/2/92.
19. Clttrín, Buenos Aíres, 10/2/92,
l i , CAtrin, B ucnoi Alies, 12/2/92 E l intento de rctntplarar de li "dieta ancestral" J e la
20 CUrm, Buenos Aíres, 12/2/92. población indígena de la región tuvo un cúmulo J e impactos sociales cuyo analm t reque­
21. CUrín, Buenos Aires, 6/2/92. rirían un tratamiento en paiticular que no es posible desarrollar en este capítulo
líos a los que se consideraban portadores de t. licio n e s nómades, que I.o c r u d o y lo co cid o co m o estigm as etnop olíticos
realizaban "grandes migraciones”.
C on relación al desplazamiento de la pob ación indígena de la re­
gión, deben señalarse al menos dos cuestiones: ei triste la situación por este problem a estructural que lleva mas de 300
aíios en esas zonas pobladas por los aborígenes y te podrá solucionar en la r a o
a) Si bien los pobladores Wichí, Chorote, CIiulupí y Toba de la re­
dida en que se pueda ir cam biando la mentalidad de esa gente EIíos escin
gión tradicioxaimente semi-nomadizaban el ten ¡torio' en cuestión para acostum brados a alimentarse con pescado crudo, uno les envía otro cipo de
sus actividades de pesca, caza y recolección, en la actualidad residen en alim entos y hay que enseñarles cóm o lo tienen que cocinar ( _ } . E n poco tiem­
comunidades, y la principal actividad ’ t r a d i a o n a es la pesca, que no re­ po no se puede revertir una situación que lleva siglos en Argentina y eti toda
Latinoam érica. Ellos sacan directam ente el pescado del río y tu conocen el
quiere importantes desplazamientos debido a que la mayoría de estas co­
pescado envasado..." (D eclaraciones del entonces Presidente de la N ación al
munidades escin asentadas en las costas de los dos principales ríos de la
diario El Tribuno de la provincia de Salta, 24/2/92).
región: el P ilcom ayo y el Bermejo.
"H e recibido instrucciones del presidente para cam biar algunas de sus co s­
b) Los desplazamientos principales de los pobladores de las comu­ tum bres” (Declaraciones del entonces m inistro de Salud ai mismo diario,
nidades del C haco salteño se realizan hacía las grandes plantaciones de 11/2/92).
p oroto alubia ubicadas en la región conocida com o “umbral al Chaco ”,
que requieren de su fuerza de trabajo durante dos o tres meses al año. Es­ Del análisis del modo en que los principales medios de prensa tra­
tos desplazamientos no son realizados por los pob ladores por sus propios taron el tema, surge uno de los estigmas más sostenidos y consensua­
medios, sino que son transportados hacia las plan-aciones, ubicadas a 200 dos” de aquel período: “Los indígenas comen pescado cru d o ', mitema
° 3 0 0 kilóm etros de sus comunidades, en los camiones de los contratistas (oración constitutiva de un mito) no sólo formulado por el entonces Pre­
empleados de la patronal. sidente de la Nación, sino prevaleciente en todas las notas periodísticas
Sin em bargo, y ante la evidencia de que aquel dispositivo militari­ del momento; incluso fue sostenido por un dirigente de la Asociación In­
zado de construcción de “cordones sanitarios" fracasaba (en términos de dígena de la República Argentina (A IR A ).
los objetivos explicílados), no se dudó en volver n referirse a la “cultura Enmarcado en todas aquellas configuraciones que remitían a “la
indígena" para explicar es te fracaso. cultura ancestral" de la que supuestamente eran portadores los indígenas
del Chaco, esta elaboración pasaba “desapercibida*. Parecía que nadie
'E l secretario de salud explicó la rotura del cordón sanitario diciendo que la podía dudar de tuvieran com o parte de sus “tradiciones culinanas comer
población aborigen, mayorÍLana en el noroeste si ltcño, se moviliza rápida­
pescado crudo, al menos en el contexto de lo que significa cocción en
mente. Por ello, dijo, aparecen focos de cólera en distintas rcgiones(,..). La ma­
“ nuestros” (también muchas veces supuestos) hábitos cotidianos. Por
yor cantidad de casos se dio en localidades con población indígena, que acos­
tumbra a trasladarse en busca de sirios donde ínjularse'.2* ejemplo el hervor, la horneada, el asado.
¿Acaso no son deleitables etnográficamente formas de preparación
de pescado que no se inscriben en tales hábitos? (Para citar unos pocos:
el cebiche peruano, el arenque escandinavo o la variedad de preparacio­
nes de pescado que conocemos en la cocina japonesa).
Sin embargo (y si se quiere, ancestralmcme), los pobladores del
C haco asan el pescado a fuego directo, incluso en forma tal que por el
tiempo de exposición y la proximidad del fuego respecto a la pieza, el re­
sultado es una caí uc cuyo nivel de cocción es mayor que el que podría de­
tectarse en lo que consideramos “ nuestras propios hábitos*.
25. Clarín, Buenos Aíres, 12/2/92,

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224 E o r r o n i A i s o - 1 u o c o p i a a e s o f l i r o u r 1 1 72: E D i r n n i A t s u • f o t o c o p i a i i t s o f u t u . le y 1n a
H ÉCTOR HUGO TRIN C H ERO RETORNOS DEL OBJETO LO CRUDO Y LO COCID O

Resultaba especialmente significativo, entonces, la "naturalidad" de! C haco argentino y la contratación de mano de obra de Jas comunida­
con la cual se sostenía consensuadamente semejante falacia etnográfica, des de la región. Estas relaciones son el resultado actual de un largo pro­
que tenía com o referencia inmediata el propio discurso exotizaruc que la ceso histórico que convirtió aquellas comunidades indígenas en reservo-
antropología había construido sobre los pueblos originarios del Chaco. no de mano de obra barata (Trinchero y Leguizamón, 1995).
En este caso, la asociación “costumbres culinarias-diagnóstico sa­ En este trabaje* intentamos mostrar cóm o el proceso expansivo de
nitario" configuró la “naturalidad” de aquel discurso que, com o dijimos, la fro mera agraria st asentaba en la masiva disponibilidad de mano de
coloreó el conjunto de las elaboraciones de los medios periodísticos, in­ obra barata que proveían las comunidades y, al mismo tiempo, en la po­
dependientemente del tratam iento más o menos diferencial que hayan sibilidad de su “control político" mediante intervenciones directas de
realizado sobre el tema, incluso el de algunos “representantes" indígenas conti atistas y el mane jo de la frontera para impedir (en algunas ocasiones)
que se propusieron com o “voz autorizada" sobre la cuestión (obviamen­ el ingreso de camiones desde Qolivia que compraban el pescado captura­
te, pertenecientes a otras agrupaciones étnicas). do por las comunidades.
D esde el gobierno se había instalado el diagnóstico de que el prin­
E sto se debe a que la actividad pesquera que realizan las agrupacio­
cipal vehículo de contam inación del vibrión era el río Pilcom ayo, conse­
nes C horote, W ichí y Toba en la zona coincide con los requerimientos
cuentemente, los peces de este rio serían sus portadores potenciales. D e­
estacionales de mano de obra de los principales emprendimientos agríco­
be recordarse que este diagnóstico se realizó sin un análisis sobre los ni­ las de tipo capitalista en la región.
veles reales de contam inación del río y menos aún de los peces. Incluso
En este sentido, una lectura que pretenda comprender la lógica que
estudios realizados posteriorm ente indicaron que los índices de concen­
acompaña la producción estigmatizada de discursos y prácticas sobre la po­
tración del vibrión en la aguas del río no lo constituían en un factor pri­
blación indígena del Chaco central no puede realizarse, mas allá de lo apa­
vilegiado (m enos aún los peces). rente, sin vincularse con la lógica de la reproducción del capital regional.
Sin em bargo, la militarización de la frontera, el despojo a los po­
Precisamente, en la época de la emergencia del cólera, la produc­
bladores de sus m edios de existencia y la imposibilidad de frenar ia epi­
ción porotera en la región cobró un auge inusitado, duplicando la canti­
demia mediante el cerco sanitario no puede ser leída tam poco com o "fra­
dad de hectáreas cultivadas de la cosecha del año anterior y la de 1992 (de
caso" del plan llevado adelante con el argum ento de la falta de una “polí­
40000 a 80000 hectáreas cultivadas).
tica sanitaria" (tal com o se ha leído en algunas interpretaciones sobre el
Este crecim iento, poco frecuente en cualquier rama agrícola para
tema), independientemente del concepto de saneamiento que puede avi­
un período anual, implicó una sobre-dem anda de fuerza de trabajo. D e
zorarse en las medidas tomadas.
hecho, en el período nombrado, nuestras propias observaciones registra­
El dispositivo m ontado en la frontera, coherente con el discurso
ron un proceso de reclutamiento masivo muy superior al de otros años.
respecto a la ingesta de pescado crudo contam inado que resultó en aque­
U na expansión tan significativa en la demanda estacional de mano
llas acciones de despojo, fue co-constitutívo de un proceso menos visible,
tic obra producida en el periodo inmediatamente anterior a la emergencia
pero que remite a cuestiones que ni los medios de prensa ni las autorida­
del colera generó las condiciones para un fortalecimiento de los estigmas
des sanitarias pudieron, quisieron o supieron plantearse.
fundados en las modalidades de consum o de pescado entre los poblado­
C iertam ente, el período de pesca y la práctica de la incautación de!
res indígenas, súm indose de esta manera a una serie de prácticas sistemá­
pescado coinciden con la reproducción dom éstica de los pobladores indí­
ticas detecta bles en la región en torno al control político (e ideológico) de
genas del C h aco salteño y (a recreación de las condiciones para la incor­
la fuerza de trabajo.
poración de la mano de obra indígena en los ciclos productivos de las em ­
presas agrícolas de la región.
E n otra oportunidad hemos establecido las relaciones entre p ro ce­
so de expansión de la producción del p oroto en el denominado umbral
C o n c lu s io n e s
El carácter tic los discursos y prácticas señalados traspasan la mera
caracterización de un proceso de construcción estigmatizada del otro en
Tal com o fue señalado por la prensa, los primeros broces de cólera términos de prejuicios, es decir, com o formaciones diádicas de interaccio­
en Argentina m ostraron, tal vez por primera vez, la orra cara del proceso nes simbólicas entre sujetos sociales emergentes de un modelo cultural
de modernización económ ica sostenido por el gobierno de entonces1 el "com partido por la sociedad". Se inscribe necesariamente en las genealo­
incremento en los niveles de pauperización de amp ios sectores de la po­ gías del poder que promueve la configuración de la cultura hegemónica,
blación, Pero al mismo tiempo m ostró su faceta mas oscura; el lugar que que instala y reinstala permanentemente determinados tipos de estigmas
ocupan los pobladores indígenas en la estructura social. frente a situaciones específicas.
En este sentido, es significativa la manera en 11 que -frente a un he­ De esta manera, desde el poder y los medios se desconoce la exis­
cho codificado en términos de catástrofe y sorpresa por pane del poder- tencia de población indígena en la Argentina o se la descubre sorpresiva­
reaparece la población indígena, significada en la exterioridad de las fron­ mente mediante estigmas que remiten a construcciones relacionadas al ca­
teras culturales que definirían “lo normal* y “lo patológico" en los habi- rácter “primitivo" de pautas culturales atribuidas a esta población-
tus nacionales. Sin embargo, existe otra lectura posible e incluso necesaria: aquella
El carácter de estos discursos, prácticas c uv [luiciones vinculadas que hace referencia a los contenidos que se construyen a^a manera de una
con la denominada campaña contra el cólera muest ran ciertas formas de "investigación etnográfica", desde los medios de prensa y desde las auto­
intervención política en “áreas de irontera" y, en especial, en aquellas que ridades gubernamentales, resignificando y actualizando aquellos discur­
involucran poblaciones indígenas que podrían remil irse a configuraciones sos configurativos de la novela nacional pero en cuyo trasfondó se legiti­
de habitus (en el sentido señalado) p or parte del poder público nacional. man concretas relaciones de producción.
Éstas h acen a la reproducción de la novela nacional , para usar una De esta manera, para la población indígena se construye “un lugar*
terminología de la historiografía francesa actual (cfr. P. N ora, 1992), es de­ de exterioridad respecto a lo que idealmente serían las pautas culturales
cir, a la historia monumental, creada en base a los gi andes mitos constitu­ nacionales, unz frontera cultura! sostenida mediante la reiteración de dis­
tivos de la nacionalidad. Es el caso de la historia que habla de una Argenti­ cursos estigmatizantes que pretende soslayar las condiciones históricas y
na sin indios, cuyos patrones culturales se remontarían, tal vez, a las iden­ actuales de explotación sistemática com o mano de obra barata estacional
tidades de las sucesivas olas migratorias que llegaron desde distintos países para determinados emprendimientos agrícolas y agro-industriales.
europeos. E n el imaginario de aquellos intelectuales de la denominada ge­ La descripción de las condiciones de trabajo en estos emprendi-
neración del ochenta, estos inmigrantes construirían el modelo cultural de micntos excede las posibilidades de este artículo. Sin embargo, puede se­
la Argentina moderna, concebida com o un "crisol de razas", significando ñalarse que reproducen las situaciones de sometimiento de los poblado­
con ello que las “primitivas culturas aborígenes habrían fenecido". res indígenas del Chaco luego de las campañas militares realizadas hacia
fines del siglo pasado y que continuaron hasta 1911: el trueque de la vida
por la superexplotación de su fuerza de trabajo. En un primer momento,
para la explotación del tanino que se extraía de la madera en los obrajes,
26. T al com o lo señalan A. B alizó te y J. C . Radovich; "Los p l;n ei de colonización de fi­ luego fueron los ingenios azucareros de Salta y Jujuy; hacia fines de la dé­
nes del siglo X I X y principios del X X tuvieron por objetivo ai igurar en tórm ínoi dem o­
cada de 1920, la expansión de la producción del algodón y , recientemen­
gráficos para la 'raza blanca* lo que yt se había consolidado en términos políticos, econó­
micos y sociales, esto es la subordinación de los pueblos indíger as y su refuncionaljzación te, la producción del poroto tipo alubia, Todas estos ciclos del capital
en el m arco del nuevo m odelo socioeconóm ico" (1992; 18), L, denominada "generación agrario implicaron procesos de inserción en mercados mundiales y tue-
de! ochenta" desarrolló una actividad intelectual tendiente a legitimar ideológicamente
lon acompañados, desde fines del siglo pasado, con discursos modemiza-
aquel proceso; fueron los ‘'intelectuales org ánicos' de] nuevo <nado nacional emergente
hacia finales del siglo pasado, prom otor de la inserción de la eco .ornía argentina en el mer­ doics y civilizatorios que negaron sistemáticamente las condiciones de
cado munidal. superexplotación y etnucidio que promovieton. es decir, la meorpora-

228 iDiTomsn Ft rocopiAHrs tiLiiro u< n lj icmoniAi so fuiocupiaii is díum tu u ni


H É C T O R H U G O TR IN C H ER O

ción del trabajo indígena a la producción en condiciones que incluso, a


10. S Í M B O L O S N A T I V O S D E L C A U T I V E R I O
pesar de los altos índices de desocupación imperantes en la actualidad,
ningún o tto “argentino” estaría en condiciones de aceptar.

Agosto de 1997

La imagen de cautivas raptadas por malones indígenas recorre la li­


teratura, el arte y la historiografía nacionales, más a m odo de m ito que
com o objeco de investigación exhaustiva. L a referencia hecha a ta noción
de “m ito" no se formula aquí en el sentido com ún de su uso, es decir, co ­
mo especie de falseamiento de lo real-racional sino, al menos desde un
primer análisis, en los sencillos términos de carta constirucional de ritua­
les. Desde esta perspectiva sostengo que lis disonras narraciones v* repre­
sentaciones de cautivas e indios han tendido a generar y reproducir un
discurso de oposiciones (nosotros / ellos, centro-civilización / frontera-
barbarie; entre otros) tan arraigado que ha sido naturalizado. Su anclaje
reside -o mejor dicho, se diluye- en los orígenes mismos de ta formación
social argentina, y permite soslayar preguntas antropológicas v socioló­
gicas que considero sustantivas.
Me interesa postular que el saber sobre el tema se despliega en una
espciie de rituali/.ación1 repetitiva de sus significados, de los cuales sólo

1 R e t o m o a q u í e l c r i t e r i o l e v i c t r i u c v i n o J e c m c t u l e t t á u i l u u r i ó n c o m o la r c K o n t T r u e t i Ó f t
“ il r l o t n n l i m i o p o r o p e r . K i t i o r ' p i i i l i i . i i . a p a t í n J t l o J u t o n u n u o r a p e c u l j j i v o q u e u r -
v r il<* ¡ i j r t i r l . “ ft l r t i S n a u i i , IV - ' b M ( ó
parecen interesar sus aspectos fenomcnológicos, y deja a oscuras las pre­ cíón); sin embargo, una gran parte de los pocos registros documentales
guntas sobre sus tramas más profundas y diversas. Incluso se intentará corresponde a individuos masculinos/
afirmar, tal vez parafraseando a M. Foucault, que la p esencia o mejor di- Sin embargo, apenas se menciona este hecho y rápidamente se lo
cho, la evidencia (literaria, pictórica, Kistoriográfica, etc.) del fenómeno abandona para recaer en el carácter femenino y racialmente blanco de la
oblitera la emergencia de interrogantes sobre sus di .positivos, es decir, "victim a”. Considero que este hecho tampoco es menor. Independiente­
sobre su arqueología. El trabajo de búsqueda de evidencias sociológicas mente del dato y su elocuencia, existe una interpelación en clave de "gé­
(¿quiénes eran?, ¿cuántas eran?, ¿de que manera erar capturadas?, ¿cuá­ nero y etnicidad” deí fenómeno que invita a la pregunta: ¿por qué se in­
les eran las dificultades para rcinsertarsc en la sociedad?, etc.) se instala, siste, entonces, en su identificación en estos códigos? Una multiplicidad
entonces, a p an ir de lo evidente. de interrogantes se sugieren a partir de estos indicios. Se sostendrá aquí
C on lo expresado no pretendo negar la importancia de estas pre­ que estas y otras cuestiones implicadas tienden a enarbolarse más desde
guntas —a las cuales me referiré brevemente—sino que pretendo tensionar- el saber hcgemónico y cscolarizado producido por la narrativa dominan­
las y colocarlas en el lugar de los indicios antes que responderlas. N o de­ te (y, com o observaremos, también por otras formas del arte) que desde
ja de inquietar el hecho de que una vez construida cierta estadística, for­ la Indagación sistemática y reflexiva.
muladas algunas tipologías y descriptas una serie de dificultades (y con la P or otra parte, lo expresado anteriormente se enfrenta con estudios
escasa docum entación existente a pesar de ciertos a\ anees de investiga­ literarios sobre el tema. Estos estudios parecen sugerir que, comparativa­
ción realizados), lo evidente de las cautivas y los malones recupera el es­ mente, la narrativa sobre el cautiverio no tuvo el mismo eco popular en
cenario, instalándose com o form a y eludiendo el análisis p or el supuesto nuestro medio que en otras latitudes. Así, por ejemplo, algunos especia­
que orienta el registro.2 listas plantean que, en la literatura anglosajona, la temática del cuariverio
¿Q uiénes eran, cuántas eran, cóm o eran capturadas, cóm o se rcin- produjo innumerables tópicos narrativos que alcanzaron gran populari­
sertaban socialm ente las cautivas? E l discurso conocido remite a la exis­ dad. Incluso esta narrativa, publicada en forma de novelas, folletines, li­
tencia, durante el proceso de form ación del Estado-nación argentino, de bros de enseñanaza, etc., fue utilizada com o Literatura de ínteres masive
una práctica (atribuida a los malones indios) de capturar a las mujeres de y también com o lectura moralizante, tanto en las escuelas como en las
los fortines y asentamientos poblacionales fron terizo:, La mayoría de los iglesias puritanas (Operé, 2 0 0 1 :1 3 4 ) /
trabajos sobre el tema aluden a la escasez de datos, es decir, de documen­ Este autor se pregunta el motivo por el cual la literatura sobre el
tación referida al tema, aunque pocos se han preguntido p or su sentido. cautiverio de blancos en manos de Indios no fue tan Importante en en
E n prim er lugar, la escasez de información y de "d ito s* no necesaria­ América del Sur: “Los cautivos en la América hispánica ni escribieron ni
mente implica una limitación, sino una pista que, en sí misma, tal vez pue­ se los a ritmó a qu e lo hicieran’ (Operé, ídem: 23). La respuesta a esta ne-
da decir algo sobre el tema. En segundo lugar, se acepta en general el he­
cho de que las cautivas eran en su mayoría mujeres (de allí su designa-

J. De hecho, el único relato argentino publicado y producido poi una persona que estuvo
en cautivo ¡ti en tiet ras rauqueics es ct de Santiago A vcdiño y los dos relator m u t v e e . - t
jc remiten a cautivos europeos, los cuales lucrcm publicados en T a m y lú>sion. t u todos
los casut son varones.
4, Según Fhctsolc, se cuentan por miles los natrsttvaj va sea del tipo relates J e vsds o (i-
tiunale» (p, 10) O peré sciUU que la biblioteca N cw b en y de C hi.ogo "guarda aproxima
1. A lgo sem ejante parece ocurrirle a los economistas neoclásicos qt ienes, obsesionados pur
dainrm c unos tíos mil telatns de cautivos publicados antes de I S S J . l'aialeU m cntc, la htc
la ío rm ilizarión (operatoria que tienden a confundir con f i producción del saber), paiten
raim a anglofila de los siglo X V II y X IX cuenta entre sus principales W ir «rifen a novelas
de supuestos nunca demostrados o, m ejor dicho, de un conjunto r e pre-supucstos de sen­
cuya liam a central se relíete a la temática de los cautivo*. IV i e|«-rnpU\ fí-vírc-ir-V l-a p u ­
tido común y ca d era paní/us muestran e! funcionam iento de ")■> económ ico" no com o
pe. fieiiiifiiilg lo '/ion iIr John U’iffi.om, e sc iiu en l'O ? , tuvo veinte eJictc-ncs. O ti ai al
m ovim iento de lo real en la sociedad, sino com o deber ser, com o p rtendida derivación ló ­
gica de aquellos supuestos. Lan/aiun hasta las tieinta ediciones.

23 2 EDiromm su • r o n .o h a a rs Dfi irn i t r n m lo iiu n iA L s o ■f o T o c o m n t s P t i m i in r n m


H EC TO R H U G O T R IN C H ER O
SÍMBOLOS NATIVOS DEL CAUTIVERIO

gación la encuentra en críticos e historiadores que le otorgan un peso cen­


tral a la funcionalidad del cautiverio com o relato moral y religioso. E n tal señaba un nuevo proyecto de inserción económica del país en el mercado
mundial y un proyecto político de "m odernización". Por lo raneo, es un
sentido cita un párrafo de Lcverm er; 'S e r tomado cautivo significaba caer
relato sobre el cautiverio y, al mismo tiempo, un referente sobre la cues­
bajo el p o d e r d e Satán. E l cautiverio era una p ru eb a qu e tenía implicacio­
tión indígena en nuestro medio que se erige, a partir de sus versiones y
nes religiosas para am bos, el cautivo y la com unidad puritana Así, Klos
variaciones, com o monumento artístico e histortográfico.
puritanos supieron sacar ventajas de la experiencia analizando el dram á­
tico episodio ~ (O p eré, ibídem: 24). En cam bio, en Am erica del Sur, "la
historia d e un cautivo era La historia de un fracaso qu e nada añadía al glo­
rioso m em oria l de la España expansiva...C uando más, era un testimonio II
de la im potencia española para controlar todos sus territorios y expandir la
religión de R o m a * (O p eré, ibídem: 27). Refiriéndosí al arte, Walter Benjamín ha escrito: “En el materialis­
E sta interpretación en torn o a la presencia popular o no de relatos ta histórico tienen que contar con un espectador distanciado, ya que los
sobre el cautiverio sea tal vez plausible si ponem os entre paréntesis el co ­ bienes culturales que abarca con la mirada tienen todos y cada uno un
nocido relato de L u cía M iranda, que refleja cierta form a de la moral con­ origen que no podrán considerar sin h o rror".6
quistadora que se expresa en el p roceso mismo de la fundación de Bue­ Del h orror de un “origen" que permanentemente pretende ser elu­
nos A ires.3 Independientem ente de las connotaciones weberianas que dido por el pensamiento dominante, aunque sin conseguirlo nunca. C ier­
em ergen de aquella interpretación, debem os record ar que, en nuestro ca­ tas formas del arte dominante en los denominados inicios de la moderna
so, estam os hablando de una re-em ergencia de la narrativa sobre el tema N ación argentina resultan elocuentes. Mas allá de sus pretensiones mo­
en el período poscolonial, independíente, argentino. Mas allá de la plau- dernistas, el arte hegemónico nativo parece heredar y reproducir incluso
sibilidad o no de los argum entos de O peré y de otros autores, incluso si­ expresiones típicas de integrismos religiosos a las cuales, se supone, debe­
guiendo la misma linea de razonam iento, es interesante observar que el ría buscar excomulgar. Sin inmiscuirme aún en el análisis de esta particu­
tem a del cautiverio, y más específicamente las cautivas, se instala com o lar aparente paradoja de ciertas obras realizadas duróme el proyecto
narrativa de im portancia (obviam ente ya no popular sino estatal y luego ochentista, me interesa insistir con Benjamín que el horror sólo puede ser
escolarízada) en el denom inado período "fo rm atívo " del Estado-nación capturado por el conocim iento crítico a partir del acto de distanciamicn-
m oderno de la Argentina (lo cual sí parece configurar una particularidad to reflexivo respecto a la estética complaciente de la modernidad. H o rro r
respecto de otros estados sudam ericanos). Si bien el relato de Lucía M i­ ante el terror visibilizado, luego del intento por deshojar ciertas margari­
randa remite a la fundación de Buenos Aíres, es recuperado, re-significa­ tas del jardín del arte dominante nacional que se ha situado en contrapun­
do, actualizado, en pleno proceso post-independentísta, cuando se redi- to con la historiografía oficial, produciéndose com o m onum ento.7
Incluso antes del denominado “proceso formatívo del Estado-na­
ción argentino", la producción artística canónica incorporó al indio co ­

5. El relato d r L u cía Miranda, cuya autoría originaría -seg ú n hemos víito en el primer ca­
p ítu lo - corresponde a R uy D íaz de G uzm án, habría representado desde el proceso funda­
d o r de Buenos A íres (siguiendo la tesis de O peré, op. cít) el oprobio del fracaso conqu is­
tador en estas tierras (L u cía se va co n el jefe indio ante el ham bre y la desolación de la tris­ 6. WT^lícnjaiuin Discuitot interrumpidoí I. T aurui, l, 1989, Buenos Aires.
te y pobre Buenos A ires), E ste relato es reescrito en la década del ochenta, concretam ente f. Si t i pensamiento domíname intenta eludir como se dijo “sin conseguirlo nunca" el ge­
en 18 8) (es decir, en coincidencia con el fin la campaña de R oca y en los inicios de la cam ­ nocidio originario, cienas operaciones intelectuales (literarias, m ísticas, etnográficas, etc.)
paña que >e pretende definitiva sobre las fronteras del C h aco) por Celestina Lunes, pero apuntan a su elusión por la vía de lo que podríamos denominar “acto* de neutralización ,
n í a vez erigiéndose com o m onum ento del salvajismo y de la barbarie del malón indígena una categoría de análisis que se me ocurre de ínteres, aunque no corresponda aquí su pro-
que se la lleva tras su captura. fundización.
mo una P á t i c a no menor,» que la condujo a un e¡fuerzo de construc- “Sin rabee qué hacer de mi y rm rrg id n a im j ÍJi ciór¡, / estando a)i. una oca­
a o n de un saber que se adelantó incluso a la forma c ocumental del c e n ­ sión, del lado que venia e’ */¡env / oí unos tn s t r í lamentos que llam aron mi
tro y aun más a la de la etnografía. atención... / Q uise tu ro rea r los llantos que llegaron hasta mi. I Al punto me
dirigí al lugar donde venían. / ¡M e horroriza todavía el cuadro que descubrí!
r Utdt < W Um inicios de U etnografía en Argentina son pos-
i E ra una in feliz m u jer que estaba de sangre llena; / y to m o una M adilena llo­
tenores a aquella inicial captura viviente del indio p or el arte. De esta ma­ raba co n toda gana; / co n o c í que era cristiana y esto me dio m ayor pena. I
nera, su objeto pareció estar ligado antes a la museografíi que a la gene­ C au telo so me acerqué a un indio que estaba al lao; / porque el pampa es des­
ración de un saber instrumental en términos de "políticas” sobre ios puc­ co nfiad o siem pre de todo cristiano, / y vi que tenía en la mano el rebenque

os indígenas para algún modelo de control social íobre ellos, tal como ensangrentado. / Mas tarde supe por ella, de manera positiva, ¡ que dentro
una com itiva de pampas a su partido, / y m ataron a su m arido y la Jevaron
la encontram os en otras latitudes americanas. El primer esfuerzo por un
cau tiva,..”.*
saber y una esentura etnográfica se construye en torno a la narración, c l a ­
sificación y m ostración del indio postm ortem . Tal configuración pareció
O tro ejemplo lo constituye el intelectual escribiente orgánico Es­
adquirir, p o r ejemplo, el m onum ento llamado mus.-o etnográfico (hoy
teban Echeverría, procer cscolanzado quien con su poética dejó anclado
reform ulado) diseñado p or el poder oligárquico en ;u etapa de consoli­
en nuestra memoria de escolares incipientes ese instante de terror oligár­
dación. Registro del indio exterminado, compilación y exposición de res­
quico prc-fundacional. Y se dice terror, por las caracterizaciones del ma­
tos; arqueología clásica (de lápidas y entierros) antes que etnografía clasi­
lón que, como toda mirada desde el poder, resultaron y resultan inflado-
ca (de pueblos y culturas “supervivientes”). El lugar ie registro de cultu­
nadas, a la manera de estigma y ocultamiento. Y se dice pre-fundacionaL
ras lo ocupó una disciplina, el folklore, que dirigió su mirada hacia otros
porque La Cautiva fue escrita antes de Caseros por quien fuera uno de
sujetos sociales (v.gr. “cam pesinos”), en pretendido i aleo de clasificacio­
los intelectuales más conspicuos del denominado período de la “organi­
nes europeas. D e esta manera, las poblaciones ongin;rias fueron situadas
zación nacional”. 10
allende las fronteras y despojadas de historia y de cultura. La genealogía
Recordemos, entonces, la escena. Primero, el jardín. Pretendidos
disciplinaria de las ciencias antropológicas nativas hrbJa también de una
románticos y humboldtianos versos describen el paisaje pampeano, ese
narrativa nacional que atraviesa y da sentido desde el comienzo a la pro­
entrañable “desierto": * Cuántas, cuántas maravillas, / sublimes y a par
ducción académ ica: “En la Argentina no hay indios... (vivos)”.
sencillas / sembró la fecunda mano de Dios allí’ ... ¿ Q u é pincel podra pin­
E n contraposición a la etnomuseografía nació íal, en las primeras
tarlas sin deslucir su belleza? ” (veremos). Luego, el otro: 'Entonces como
décadas del siglo ante pasado, al m enos com o acto o com o moral esteti-
el ruido / que suele hacer el tronido I cuando retumba lejano l se oye en
zada, el nativo “originario", el indio vivo es narrado y pintado. Y no úni­
el tranquilo llano / sordo y confuso clamor: / se perdió y luego violento /
cam ente en el arte de viajeros y exploradores extranje 'os (que los hubo y como balandro espantoso ¡ de turba inmensa, en el viento h e dilató sono­
m uchos), sino com o m onum entos canónicos del p o d e ' hcgcmónico local. roso / dando a ¡os brutos pavor. / Víanse lanzas agudas, i cabezas, crines
L a narrativa sobre el Indio, a su vez, se ha configurado vinculada a la exis­ ondeando, ¡ y como formas desnudas t de aspecto extraño y cruel .
tente sobre el cautiverio o, m ejor expresado, sobre las cautivas. N o es ne­ ¿Quién es? ¿Dónde va? ¿D e dónde viene?, pregunta el poeta insistente,
cesario reco rrer toda la literatura referida al tema para reconocer su im­ responde, después de una enfática descripción: “Ved que ¡as puntas ufa-
portancia y significación. Sin embargo, no resulta ocioso detenerse en al­
gunos ejemplos emblemáticos. P o r ejemplo, los siguientes versos del
M artín Fierro:

Publicado por J o i í H ern in d ci en ti año 1872.


10. El poema La Cautiva y, en genera!, Echeverría tom o autor, es dcivnptt» en la historia
! . Tom am os cita expresión de historiadores contemporáneos com o O szlak y b o tin a, en­
de la. lena* com o emblemático de la literatura romántica nacional e incluso sudamericana
tre o íros, sin adherir al sentido y temporalidad otorgados a esta ex irrsión que hemos cri­
ticado en otra oportunidad (cfr. T rinch ero , 1V9S; 2000).

237
236 E D IT O R IA L S B 1 0 1 0 1 O P I A A L S D fL T T O L E V 1 1 723 [d ítü iu a is o f o r o c o P i A i i es D t u r o u v n m
SÍMBOLOS NATIVOS DEL CAUTIVERIO
iif cT<m n u co trinchero

ñas i de sus lanzas, p or despojos, /llevan cabezas humanas, / cuyos infla­ Por el contrario, la pintura de Della Valle es única. N o sólo porque
mados ojos / respiran aún fu r o r !”, “A s íe l bárbaro hace ultraje/.,,, es la única ocasión en la que su autor aborda esta temática, sino porque lo

En la narrativa y en la poética de la moderna intelectualidad argen­ hace de manera muy particular, operando un cambio que considero fun­

tina naciente, no habita los desiertos nacionales el buen salvaje rousseau- damental.

níano de la tradición antropológica iluminista europea, sino el salvaje- En "L a vuelta,,.” del pintor florentino (Della Valle), el malón re­
bárbaro. El salvajismo-bárbaro (narrado ya no sólo com o caudillismo gresa al i ,ierto (ese obscuro "inconm ensurable” objeto del deseo civili­
violento sino, y tal vez fundamentalmente, com o el malón) pretende se­ zador) portando tres trofeos pillados salvajemente (ver Apéndice): ella (la
ñalar que no sólo los pueblos originarios ocupan “la tierra prom eñda”(al cautiva,, blanca en ;u semblante y en los desgarbados lienzos que inten­
mercado mundial), sino que ultraja, roba, saquea y degüella y, por lo tan­ tan cubrirla luego del ultraje; él (¿Brian?), cuya cabeza degollada cuelga a
to, no podrá ser su legítimo poseedor.11 la siniestra del jinete y, p or último, los iconos emblemáticos de la moral
Resulta interesante la construcción polar del romanticismo autóc­ que (ambigua com o tal) más que burguesa se presenta com o eclesial y en
tono de Echeverría. P or un lado, la estedzación del desierto positivizada tres planos (otra fói muía trinitaria): la cruz, el cáliz y el sagrado corazón .

al extrem o y, p or el otro, precisamente “el o tro " negativizado también al Aquí, la obra parece consagrar, con especial fuerza, el program a y la m i­
extrem o. Si en H um boldt (sin dudas el pionero del rom anticism o en la li­ rada imperial de una oligarquía presa p or los códigos y símbolos de un
teratura de viajes) los llanos de su trilogía naturalista americana no mues­ obliterado catolicismo que podríamos denom inar neocoloníal. D e esta
tran habitante alguno —según el interesante trabajo de P ra tc-12 nuestro ro ­ manera, aquel salvaje casi rom ántico parece transform arse en bárbaro.
mántico local (Echeverría) lo puebla con el malón. Digámoslo con todas P eor aún, en una barbarie más amenazante que nunca.
las letras: se podía ser rom ántico local estetizando al desierto, pero al in­ Pero también es posible leer, en esta com paración entre versos y co­
dio nativo no hay pluma que le siente bien.,. lores del arte-documento de poder, otras diferencias no menos significati­
Su reproducción en el arte pictórico puede encontrarse en el óleo vas. Si bien “La vuelca del malón” se inspira en La Cautiva, incenta su “su­
de M auricio Rugendas "E l rapto de la cautiva" (1845) y, varías décadas peración" com o docum ento de barbarie. María (la cautiva) es llevada cap­
después, en las pinceladas de Ángel Della Valle en “La vuelta del m alón” turada (com o siempre) por uno de los indios al yerm o desierto. Se agregan,
(1892). La obra de Rugendas, viajero Incansable p or las tierras del Sur y sin embargo, la cabeza degollada de Brian y los objetos sagrados, todo en
pintor costum brista, plasmó el tema de La Cautiva en varios cuadros ins­ tonalidades sepia y rojizas que profundizan el ambiente infernal, violento
pirados en la obra de Echeverría, hasta el punco de que en varios se repro­ y caótico de la escena. Esta diferencia se opone a la anterior pintura nom ­
duce entre el pintor y el escrito, tal com o lo expresa S. R otk cr, un juego brada, “El rapto de la cautiva", de Rugendas: aquí el desierto es represen­
de espejos (1 9 9 8 :1 3 4 ), E stos espejos del rom anticism o, que reflejan el ini­ tado con romántica floresta en colores verdes, y el indio com o p ortad or de
cio de una narrativa y de una iconografía que m arcarán la impronta del atributos más cercanos a los del buen salvaje, es decir, aún sin la im pronta
tratam iento begem óníco sobre la temática, n o implica únicamente a la trágica y violenta de la sangre. Además, este contrapunto remite a un cam ­
cautiva com o mito, sino a la representación del indio en tanto barbarie bio de posiciones respecto a la cautiva que también, adquiere un carácter
contra civilización. emblemático. En el cuadro de Rugendas, ella es llevada en las ancas del ca­
ballo por el jinete indio, lo cual índica, y así lo sugiere el cuadro, que pue­
de sostenerse sola; se encuentra, además, cubierta con un vestido blanco
que tiende a rcpiesem ar su propio atuendo. P or el contrario, en “ La vuel­
ta nuestra cautiva es llevada adelante y ton u d a por el jinete, pues ella se
1 1. C o u to riiu d o el "o rd en ’ ¡m em o mediante el som etim iento de lo» ejército j del interior,
muestra desfallecida, con los ojos sem i-cerrados y envuelta en una túnica
el enemigo interno, el 'b á r b a r o ', pasa a ser construido en el discurso dom inante desde el
caudillismo hacia el m alón indígena (Trinchero, 2000). que, aunque blanca, parece funcionar ya no com o vestimenta, sino com o
12. P ru t, M . L. Ojos imperiales. Universidad N acional de Q uilines, J 997, cobertura fugaz del ultraje, del acto violacorio ya perpetrado.
d» que
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lu« " i* ^ ( iui, por los objetos cclcsialcs robados, para construir un nuevo sentido a la
"cuestión cautivas" y, por correspondencia, a la cuestión indígena.1^
7 T °, “ nUrChl cl I ' " ' 1' mdi6CM P * rro p i., voluntad?
Una hipótesis en la que me interesa profundizar aquí es que seme­
Evidentemente, cl fnso no se propone resolver con claridad esta pregun-
ta que, p o r el con trario, intenta responder con absoluta certeza la imáeen jante cambio de imágenes se produce con relación a diferencias contex­
que nos presenta Detla Valle. . U túales, En este sentido, una vuelta de tuerca al significado de este cambio
indica que la política habla a través de la iconografía de las catiúvas, ¿O
E sta cuestión que parece dirimirse en termino;, estéticos adquiere,
de la guerra com o continuación de aquella?
según las p re m ia s enunciadas, connotaciones más profundas. En un tra­
C on una clara fuerza representativa respecto al significado de las
bajo so b re el friso de DelJa Valle se ha llegado a seña ar lo siguiente:
imágenes sobre La Cautiva, Susan Rotker señala que “su cuerpo servirá
de mapa de exclusiones” (1999: 123); profundizando esta metáfora, po­
“E l g ru p o q u e c o m p o n e n el jin e te y su presa (reiterad o luego p o r el artista en
to r m a aislad a) n e n e un ca rá c te r sen su al q u e lo d isting u e del resto de la co m ­
dría afirmarse también que a través del cuerpo de la cautiva (y principal­
p o sic ió n : lo s c o n tra ste s v io le n to s se d esd ib u ja n , ese in d io aparece hasta cierto mente en cl cuadro de Dclla Valle) habla La política hacia los indios y, des­
p u n to c o m o u n galan b r o n c e a d o y a tié u co , que ro d ea t o n su b ra z o a la m ujer de allí, hacia el conjunto de la Nación. C on Rugendas, el desierto del in­
a d o rm ecid a , en treg ad a. E s te in d io n o levanta la cab eza para v o cifera r co m o los dio es homologado a verdes praderas y atractiva floresta. Allí, cl indio y
d em á s su v icto ria , s in o q u e se in clin a lev em en te s o b r e i.t m u je r robad a, su ges­ su cautiva son personajes dignos de una épica extraña, heroica y a la sa­
to no es ag resiv o . A l m ism o tiem p o , la lan za in terp u esta ante ella indica su p o ­
zón romántica. En cl poema de Echeverría, lo central es el desierto igL»l~
s e s ió n p o r la fu erza, c o m o una v tsu alizació n del p o d er v iril* (M a lo sciti C o s ­
ta, 1 9 9 4 :3 2 ) .
mente cstetizado, pero los personajes de la narración cambian rotunda­
mente. Ellos (Brian y María) son víctimas de la barbarie, de ese otro que
ya no es codificado en términos épicos o heroicos, sino bárbaros. Este pa­
L o que la autora anterior reproduce, aunque nc interroga, es el co ­
saje indica que una y otra representación sólo podrían homologarse por
m entario de v an o s expertos según el cual, en la referida pintura de Dclla
códigos estéticos (cl cánon rom ántico), pero en sí mismo el pasaje ya mar­
V alle, es posible observar una secuencia “tem p oral" un la obra: primero
ca una profunda diferencia; la desaparición del indio en el canon. Este pa­
n u estro au to r parece haber pintado al indio con la cautiva sobre cl caba­
saje alcanza su forma definitiva con Della Valle, precisamente en el mo­
llo y luego el resto del cuad ro. L o interesante de esta apreciación (dedu­ mento a partir del cual las cufcmísticamenie denominadas "campanas al
cida a p artir del análisis técn ico -p ictó rico ) es que esta parte diferiría del desierto” (es decir, ta guerra de conquista interior, el genocidio indígena),
resto. E n ella se percibe una imagen de la cautiva y del caballo menos atc-
alcanzan su gloria oligárquica y fundacional.
rro rizad o ra que el resto; incluso el indio parece observar una actitud me­
nos brutal en relación con sus com p añ eros d e malón, lijando sus ojos ha­
cia abajo, co m o siguiendo con su mirada al perro que lo acom paña...
P ero si esta tesis plástica es plausible, es decir, si la secuencia técnica 11 Debe quedar claro que no es lo mismo observar cl cuadro ‘ La cautiva* -que represa
un fragmento posterior riel cuadro completo ‘ La vuelta del M a ló n '-q u e obsc.ear La
de la misma obra es la descrípta, ¿que representa o ¡ni< nta representar, in­
vuelta.,," en su conjunto. Carla uno de los detalles del cuadro posterior q u e p m ta lV U S * -
cluso mas allá de la propia voluntad del autor -q u e c csco n occm o s- esta I|c puede rener una lectura de impronta ro .n in fe a y meramente acaderm m u. pero la ob-
jc . vacié» y análisis detallado J c l conjunto de * La Vuelta .. no deber ra d o a , lupa, a dudas
producción en dos tiempos? ¿N o será la parte inicial, que ocupa cl centro
respecto al earárlcr bárbaro incluso en oposición al romanticismo salvare que marca U im
de la pintura, también un espejo de Rugendas (espejo de espejos), que cl au­
m onta de la escena,
tor “contextualizó" luego con el resto de la obra dind ale una marca p ro­ H, U n ciato no menor es el hecho que - L a vuelta del malcn se repuso r primera «
pia, cuyo significado es parte de un análisis aún sin realizar? C oncretam en­ nivel internacional nada menos que representando al Pa,c en la f e -T ^ ' W
del C uarto Centenaria riel Descubrimiento de America, rcahaadi en L hnapo en - U
te, lo que parece indicar esta secuencia, este sintagma aictóríco, es que al e„ rite sencido su autor fue el p.mter pintor arRrm.no que rep ino en o
salvaje de Rugendas hay que añadirle el malón y su baibaríe, representada

241
240 EDITORIAL SD fOTQÍ OPIAn tS QUITO U T U T O lOI1QHIAlSII-t01DCQriARlSDtl.no lU IHU
HECTOR HUGO TRIN CHERO
SÍMBOLOS NATIVOS DEL CAUTIVERIO

De la comparación de aquellas imágenes y tal vez desde los indi­ que frecuentan tabernas” y a "los que corren avestruces en Ja campaña".
cios anteriores, estaríamos entonces frente al pasaje desde una estética y A partir de su pormenorizado estudio sobre el tema cautivas, Susan R ot-
un sentido de la épica del héroe anónimo, marginal y propio del roman­ ker (op. cit) intenta describir la escena en un fortín fronterizo, recuperan­
ticismo (Rugendas), hacia otra caracterizada por la épica civilizatoria del do etnográficamente el común denominador relatado por la historiogra­
Estado encarnada en el positivismo, mediante la cual es la oligarquía y su fía en contraposición r Ja literatura:
hegemónica cultura pretendidamente victoriana la que habla (Della Va­
lle). Pero ese pasaje ocurre (y esto implicaría una lectura más profunda) "U n grupo de soldados harapientos -a los qu e n o lea llega su ración de galle­

por la mediación que expresa la literatura de Echeverría sobre el tema, tas, m ate, jab ó n ni cigarrillos desde hace sem anas- duerm en agotados del ca­
lo r co n sus esposas, habiendo dejado co m o centinelas a los perros j muías.
que permite colocar entre paréntesis su calificación de autor inaugural del
L os aullidos los despiertan m uy ta rd e ya el m alón indígena está encim a de
“canon rom ántico" en la literatura nativa y leer, mas allá de la métrica, el
ellos, haciendo estragos. Brian y M aría caen cautivos, ju n to a m uch os o t r o s '
estilo épico de los personajes y las virtudes del paisaje, un comienzo que (19 9 9 : 131).
señala ai “o tro " com o enemigo.

C on certeza, los estudios sobre la vida cotidiana en los fortines ¿e


frontera relatan esta situación de precariedad. Sin embargo, el relato men­
cionado alude al menos a otras dos cuestiones. L a primera es el hecho de
III
que la falta de racionamiento en los fortines de frontera era sobrellevada,
al menos com o intento, mediante negociaciones y pactos constantes con
Antes de analizar el contexto de la política domíname y los discursos los malones, organizados por parte de los distintos agrupamientos indí­
hegemónícos respecto a la “cuestión indios y fronteras" (problemática en la genas, principalmente para el comercio de ganado. La segunda, que La
cual, según la hipótesis de trabajo, debe insertarse la “cuestión cautivas"), se mayoría de las mujeres moradoras de aquellos precarios cuarteles eran
intentará señalar algunas particularidades del fenómeno que, de una u otra campesinas “cautivas" del ejército, llevadas a la frontera para servirlos.
maoera, comienzan a ser enunciadas por investigaciones recientes. Estas mujeres, “las cuarteleras", eran reclutadas por los cuerpos de línea
Es conocida la situación del gaucho antes de ser material para una en sus travesías. “Llevan consigo a rem olque casi cantas mujeres como
reconstrucción-invención por la literatura de un modelo iconográfico de cuencas los soldados' (Bufia y Bulner. 303). Pero también las cautivas in­
etnicidad nacional por la literatura: habitantes rurales sin propiedad ni dias eran solicitadas a los comandantes de tropas de frontera p o r hacen­
posesión alguna sobre la tierra, obligados por el aparato jurídico y la re­ dados y propietarios. Así lo expresa un extracto de una carta de un tal
presión policial-militar a someterse a un patrón estanciero mediante el rc- Bernardo Lacase, reproducida por S.Rotker (1999: 176): “N o ce olvide, te
quis.io ineludible de portar una suerte de pasaporte interno denominado que ciempre le he encargado, una o dos indias, Cengo una mui buena colo­
“papeleta de conchabo" y otros documentos, cuya ausencia permitía su cación pata ellas.,.es escusado decirle a Ud. que no cjuiero qu e sea" x tc'as
inmediarn reclutamiento por los jueces de paz pirales o por los mismos Por lo tanto, las tropas que constituían la población de tos to ru n o
patrones, para integrarlos al servicio militar o incorporarlos al trabaje» en de fronteras otaban sujetas a condiciones de gran precariedad en cuanto
las estancias. a su subsistencia’ y trato, por lo que se producían permanentes desercio­
Las definiciones que recorren la legislación del siglo X I X son sin­ nes, tanto individuales com o colectivas. Ya en la Administración del Vi­
tomáticas respecto a la necesidad de reclutar mano de obra escasa en la rreinato de 1779 estas deserciones eran formalmente castigadas de mane­
campiña y, a la vez, cubrir las necesidades de fuerza de trabajo en los for­ ra muy severa. Así, por ejemplo, las instrucciones de las autoridades pre­
tines de fronteras. Las arbitrariedades clasificatorjas hablan p or sí mis­ veían desde la reclusión en las Islas Malvinas por diez años hasta incluso
mas, hasta el extremo de que una resolución de 1853 incluirá no sólo a los la pena de muerte para aquellos casos mis graves (Mayo y Latmbesse, op.
"ociosos, sin empleo en la labranza”, sino también a los "jugadores", "los Cit: 53). El paulatino despliegue de fortines de hornera poscoloniales du-
rantc el rosísm o y la profesionalización del ejército luego de Pavón y C a ­ vas eran campesinas, de las clases populares, excluidas de toda pertenen­
seros no m ejoró su situación. Si bien en el período denominado “lonua- cia a la denominada sociedad "civilizada" ai igual que sus esposos?
tivo del Estad o-n ación esta profesionalización tic! ejercito estuvo dirigi­ De acuerdo a algunos indicios, la situación sería bastante distinta a
da principalm ente hacia la producción de una eh c militar de tipo prusia­ la prcfci ida por la literatura oficial en sus códigos morales Así se expresa
na (m odelo que tuvo su prueba de fuego en la guerra con el indio), las un poblador rural en una carta de la época dirigida a un miembro de la
condiciones de vida de los escasos oficiales, sul oficiales y mayoritaria- Iglesia: "Padre ai lemando h en d er una cauúbita en siento smcuema pesos
m ente soldados de frontera continuaba siendo de extrema precariedad.^ y dos corte de paño fin o yo espero ese fa b o rd e U, Q ue m e aga porque etoy
Consecuentem ente, tanto en la colonia com o durante el periodo in- m uy pobre... En este caso, la moral que se suponía excluía a las muje­
dependentista y el roquismo, Los mal aprovisionados fortines debieron res cautivas de la rcinscrción social no era un impedimento para que las
negociar de múltiples formas con las "naciones1 indígenas para subsistir. "cauúbilas" circulen comcrcialmcnte. La circulación de caucivas/os en las
R esp ecto a la cuestión de género, puede decirse que de la misma fronteras y en el conjunto de sociedad oligárquica parece merecer más
form a en que aquellos "vagos* y "entenados” emn reclutados para servir atención de la que se le ha otorgado.
en los fortines de fronteras, un destino similar, a inque menos evidencia­ La complejidad del tema tal vez radique en la misma noción de "cau­
do p o r la historiografía, lo constituían las mujeres. El historiador Carlos tiva/o”, ya que este término usado com o categoría tiende a soslayar el ori­
M ayo señala diferencias entre cautivas y cautivos, en el m arco de una dis­ gen de clase de la víctima y cierto reduecíonismo en la noción de fronteras,
tinción referida a las posibilidades y perspectiva i de retorno a la “civili­ ya que apela a la construcción de una imagen geográfica de límite que pre­
zació n ”. Según este autor, los cautivos varones j odian retornar con ma­ supone espacialmente de qué lado de la frontera estamos hablando. Al mis­
y o r facilidad e incluso con expectativas de progicso económ ico dado su mo tiempo, debe señalarse que muchas situaciones de cautiverio de criollos
con tacto co n los indios. E ste au tor recupera, a n odo de ejemplo, el caso y criollas en poblaciones indígenas se producían por huida de los cuarteles,
de un señor llamado Blas de Pedroza, quien luego de perm anecer cautivo dadas las condiciones de vida allí imperantes. También debe tenerse en
de “los indios del cacique Alternan”, no tuvo m ejor idea a principios del cuenta que estas personas habían sido previamente “arrancadas" (captura­
siglo X I X que abrir un hotel para indios en plena ciudad de Buenos Ai­ das) de sus ámbitos rurales por las disposiciones sobre vagos y entenados
res y ofrecer a las autoridades el servicio de espionaje a cam bio de recibir anteriormente dcscripcas, y su destino era la inclusión en los fortines de
el favor oficial. A grega: “E l destino de la m ujer c tutiva f u e m uy distinto. frontera.
C onvertidas en esposas o concubinas d e los indios, form aron fam ilia en los Sobre el segundo punto es importante señalar que existen diferen­
toldos. Los vínculos afectivos arraigaron a much.ts de ellas en la Pampa, cias entre las mujeres tomadas por los blancos y aquellas capturadas por
p o r lo qu e no quisieron ya v o lv e r * ( 1 9 9 9 : 8 ), los indígenas. En primer lugar, las indígenas (mas allá de lo que el term i­
E ste autor se pregunta sobre la falta de motivos para volver a la “ci­ no indígena refiera) se convirtieron en mujeres desarraigadas, obligadas al
vilización" que tendría una m ujer cautiva: ¿para ser despreciada por ha­ trabajo en los cuarteles o al trabajo dom éstico en familias de la aristocia-
ber vivido y procreado entre los indígenas, e rifc los bárbaros? Ahora cia ritadina, fundamentalmente porteña; por el contrario, las mui eres cap­
bien, esta explicación m oral en torno a un supucs o desprecio de la socie­ turadas por los indígenas se integraban a menudo com o esposas J e los ca
dad blanca, ¿se mantiene luego de constatar que la mayoría de las cauti- ciqiics y gozaban de un status con ciertas prebendas dentro de la co m u ­
nidad aborigen. Cualquiera de estas modalidades del cautiverio no pue-

1$. E n e n e sentid o, debe recordarle que lau cam pañu niílnai 'i hacía el 'd e iie r to '' le orga
nízaban m edíam e un m odelo operativo centralizado, y que ■•■mcjantci “ víaíe)’ m ílilaiiza­
16. C an a de Manuel ttaijjorn a *1 padre M ato * Dmiati del 4 de n o ia o de 1S7Í, otada puf
d o) hacia la frontera )c justificaban operativam ente p o rta pri .ariedad de las defensa) fron ­
S. R otker, IW V J4 .
teriza) (cfr. T rin ch ero , 2000).

24}
244 EoironiALso Foroco piARCSO Fiiro u r u m t O l I l l H I A L M l • F 0 1 0 C 0 F IA H I S D l l l l D U t 11 O
SÍMBOLOS NATIVOS DEL CAUTIVERIO
HÍ. CTOR HUGO TRINCHERO

Con "L a vuelta...” la ofensiva militar ctnocida roquisu había con ­


den ser consideradas mejores o peores, pues cualquiera de ellas implica­
cluido, De esta m arera, el hecho artístico mismo parece erigirse com o
ban situaciones angustiantes desde el punto de vista personal. Sin embar­
go, deben ser consideradas específicas desde su significado sociológico y icono de la celebración oligárquica de su pretendida "victoria”, cuando
Roca era presidente. Digo celebración, en tanto mostración de legitimi­
antropológico.
dad d e aquel intento de exterminio. En definitiva, inflacionamiento de
Para proseguir la indagación histórica y antropológica es impor­
atributos d e barbarie puestos en esc "o tro " al que se había vencido, pero
tante un esfuerzo de relativización sobre el status de unas y otras, ya que
que no merecía ser oojeto de pacto alguno. Este docum ento tal vez no sea
en los códigos de cada “cultura* era diferente, y tal vez ésta sea una dife­
otra cosa que el friso que intenta obliterar la masacre en la que miles de
rencia fundante. Si para las denominadas "cautivas blancas" (una catego­
indios (nunca fehacientemente registrados por sus victimarios armados)
ría que debe repensarse) regresar a la sociedad les era prácticamente im­
fueron exterminados por el glorioso ejército unificado, y otros tantos
posible, tal vez este regreso no era únicamente impedido por los códigos
confinados, encarcelados, repartidos, etc.
sexuales de una sociedad pretendidamente victoriana (de hecho, en la
frontera, esa “sociedad” no existía), sino porque a nadie (al menos en el H ay otra cuestión no menor y que sería necesario indagar más p or
poder) le interesaba la “inserción* en la sociedad de las mujeres cuartele­ la crítica histórica materialista: los archivos militares que de una manera
ras, criollas, campesinas, excepto en las condiciones de trabajadores ex­ u otra pueden aún consultarse sobre el período previo a Caseros mues­
plotadas, cuyo destino ya estaba marcado y prefigurado antes del cauti­ tran cierta contabilidad del etnocidio ejercida p o r el poder hegem ónico.
verio. Eran en su mayoría mujeres y hombres de las clases populares y su­ En un documento del propio Rosas, luego de una campaña de exterminio
balternas y, por lo tanto, portadores ya de los estigmas que señalaban hacia el río Colorado, se consigna lo siguiente: “Pasan de mil los que han
aquellos códigos morales. P or ello el destino de las cautivas y cautivos, fallecido en sólo el año 1836 (...), un esfuerzo más y se acabarán de llenar
cuando regresaban, era el de ser reapropiadas/os para los mismos “nue­ los grandes objetos e inapreciables bienes de esa campaña feliz’ . 17 En
vos" ámbitos que la oligarquía nativa preveía para los miembros de la cla­ cambio en el etnocidio roquisca, para justificar La renovada guerra de ra­
se y sectores de clase a los que previamente pertenecían. zas y su necesidad, se tiende a inflaoonar la aptitud guerrera del o tro que
las bajas obtenidas por el ejército. P or ejemplo, con relación a los indios
del Chaco, Uriburu sostiene que “existirían ochenta mil almas en las dis­
tintas tribus que habitan entre el Rio Salado y el Río Berm ejo; lo que da­
IV ría por resultado haber com o diez mil hombres de armas Uevar._*.ls In ­
teresante sesgo deductivista que mostraba ya nuevas modalidades discur­

La temática del malón y la cautiva recorre los comienzos del arte sivas en los militares argentinos acordes a los tiempos “positivistas* en la

nacional moderno junto con las matanzas de indios desde el rosísmo (y retórica justificadora para convencer a los parlamentarios de una nueva

aún antes) hasta el denominado período íorm aovo del Estado-nación o, intervención militar. Esto se debía a que los indios del norte comenzaban

en palabras de otro autor, del orden conservador (Botana, 1994), Pero pa­ ya a ser requeridos por los capitales agro-industriales del azúcar. L a gue­

ra que nuestros objetos culturales pudieran funcionar en su carácter em­ rra fue el efecto de salir a asustar a la clase política de Buenos Aires que

blemático, requerían un contrapunto con ciertas transformaciones en el ya empezaba a seducir a Europa y no estaba dispuesta a m ostrar las taras
detrás del espejo.
proceso histórico concreto: el pasaje del romanticismo nativo raciali/.ado
ya en el salvaje bárbaro de La Cautiva hacia una estética que define con
más claridad la barbarte com o enemiga de la civilización. Una cronología
que se ancla en el pasaje de las guerras interiores como problemática po-
17. í n M M abugirta, 1 Menm/ej, (HKM SV), Vol ] r . 2 >4. C G E , tom o IV , 3(>J s/i
lítira central, como antinomia civilización/barbarie, hacía la guerra "na­ !H. I*n A, S n liU a n ij (o i*r 187í>) Infotm e d i L ivm tvH mp/omúou del tiu d rb i,
cional” contra el indio, el nuevo bárbaro luego de Caseros, hu m o* A h í ». 197/
Inform ar sobre cifras de genocidios siempre es lina tarca angus­
te, sino bajas contabilizadas en algunos oscuros y poco accesibles partes
tiante y h orroro sa para el materialista histórico, generalmente porque
militares (el ejército recientemente profesionalizado imcuba ya su "cu l­
ellas pretenden clarificar lo oscuro y, muchas veces, se transforman en un
tura" de! inventario, aunque sólo se incluían sus víctimas de manera dcs-
m odelo de reproducción. Sin em bargo, en este ct so las cifras pueden ser
prolíja); es el exterminio o su pretcnsión com o acto inaugural del m oder­
un acto de m em oria, y se intentará, mediante una breve exposición, indi­
no Estado-nación, Es la “conquista del desierto" y no "la guerra de ra­
car qué es lo que hay detrás del friso y el poema. Estas cifras han reposa­
zas" (imposible de legitimar en los principios medernizadores de la filo­
do, diseminadas, fragmentadas y semiocultas en archivos militares de di­
sofía política hobbessiana) lo que se significa com o legitimidad en esas
fícil acceso, mediatizadas por lo que es o no susceptible de ser nombrado
imágenes, legitimidad pretendida en la representación del barbarism i y
en determ inado m om ento histórico. U n estudio reciente que intenta sis­
atribuida (por lo tanto, inflacionada) en exclusividad a esc otro.
tem atizar la inform ación oficial existente aún en los archivos, arroja las si­
guientes cifras: entre 1S21 y 1S52 se exterminaron siete mil quinientos
Borgcs y el dulce encanto de la cautiva
ochenta y siete indígenas, y entre 1878 y 1884, tres mil ciento treinta y
tres (sum ando las cam pañas de R oca al Sur y U n b u ru , V ictorica y otros Para indicar el carácter significante de la temática a lo large de u
al C h aco ). Es decir, un total de más de diez mil seiscientos indígenas ex­ historia y de la literatura nacionales, debemos ocuparnos de sus readap­
term inad os.19 R esp ecto a las bajas oficiales, las cifras se redondean entre taciones y resignificaciones. En este sentido, el tratamiento que realiza
mil durante las campañas de Rosas y otros mil du'ante las de Roca, es de­ Borges se postula com o un caso paradigmático.
cir dos mil bajas que contabiliza en ejército para todo el “proceso". Sin La reconstrucción literaria que realiza Borges sobre el cautiverio,
em bargo, estas últimas cifras denotan otra realidad: de esas dos mil bajas resulta también de una "cautivante” fractura. Mediante esa modalidad tan
del ejército, sólo trescientos cincuenta y ocho son soldados; el resto son reconociblemente suya de narrar, caracterizada p or invertir lo obvio y el
indios caídos p o r su participación en malones o contramaloncs organiza­ trabajo de la metáfora, propone una narrativa que se ha intentado engir
dos p or el ejército, que los reclutaba para enviarles a los principales fren­ com o el modelo anverso a la tradicional e históricamente hegemónica mi­
tes de batalla. O bviam ente, contabilizar estas bajas com o del ejercito no rada sobre el tema. Luego de describir el “hecho" -un a mujer blanca y de
es más que un eufemismo tendiente a inflacjonar las bajas oficiales. ojos claros, “de esc azul desganado que los ingleses llaman gris”, nativa
Es interesante reparar en el hecho de que e arte pictórico nacional de Yorkshirc, ha sido secuestrada por los malones que también dieron
de Ja época no erigió com o m otivo la guerra de razas (ni al "desierto del muerte a sus padres- relata, en oposición a la historia oficial sobre el te­
su r” -P a m p a y P atag o nía- ni al del "n o rte ” -C h a c o -). Mas allá del estig­ ma, que esta mujer, acostumbrada a la vida salvaje, a vivir en la magia y a
ma “ guerreros-m aloneros” y de los discursos grandilocuentes sobre Ja ca­ beber sangre de ovejas degolladas, no quería regresar a la “civilización”.
pacidad bélica de la resistencia indígena, las guerras y batallas que regis­ Semejante renuncia, injustificable y traicionera según los relatos
tra co m o m otivos la plástica del poder hcgemónico de la época son aque­ reiterados de las elites “blancas” sobre las fronteras, es conjccurada por la
llas realizadas “co n tra” caudillos del interior o contra ejércitos "naciona­ ficción borgeana mediante palabras atribuidas al personaje, en términos
les” extranjeros. E sto se debe a que la política com o continuación de la de “felicidad". El relato remite a una versión que le habría contado su
guerra señala al otro-sem ejante (blanco-criollo) com o sujeto que, aunque abuela inglesa quien, viviendo en las fronteras con Francisco Borges, su
vencido, tiene derecho a ser objeto de pacto. P crc con el ¡ndio no habrá marido y jefe militar de las fronteras norte y oeste de Buenos Aires y sur
pacto alguno, p or eso no hay guerra representada, expuesta públicamcn- de Santa Fe, conoce a esta mujer cautiva. En este relato reconstruido por
el autor, la cautiva inglesa decide, a pesar de los ruegos y las ofertas de un
mejor pasar de la señora Borges, regresar al desierto. Esta inversión de la
19. Se tra u del libro Nurtlroi paisanos ios indios de Carlos /dartínez S ir u u li. Un itxtn trama del relato hegemónico sobre el cautiverio pretende producir ese
ejem plar e ineludible para el tratam iento au tem ítico y critico Je e n o i temar, tan oblitera­
dos p o r la historiografía. efecto de ironía tan típico de la literatura borgeana, aunque superándolo

248 ( D I 1 0 A I A 1 SB ►OTOCOPIAM CS O M I T O U Y II l?J 249


n m o n iA iS ü -fú Ttic a P iw u s chuto irt n m
JtÉ f >R m i t . l l TRINC H ERO SÍMBOl OS NATIVOS DEL CAUTIVE F IO

mediante el recurso a lo supuestamente insólito de la situación ¿C om o rrnit' ubicado mas all í de la línea de fortines: habían conocido la libertad
una dama inglesa rehúsa las comodidades y la protección ofrecida por SCXIti>ly, m uy probablem ente, e l p la cer" J0 Sostengo que estas afirmacio­
una connacional y decide retornar a la barbarie? Pero la inversión del sen­ nes tienden .1 reproducir en forma invertida la novela nacional (esa inver­
tido para nada es en vano, ya que en los códigos siempre utilizados por sión inaugurada litcririam entc por Borges). Tal vez sea imposible desha­
Borges, el o tro -aun q u e salvaje, bárbaro o, en este caso, b arbarizado- en­ cerse de esta mirada novelada de la cuestión (miradas atravesadas cal vez
cam a o protagoniza un modelo de distante y dulce estado de felicidad in­ por cuestiones de género, políticas, utópicas, etc.). Sin embargo, para pro­
com prensible a la razón civiHzatoria y por ello reconocible literaria y an­ seguir la indagación ústórica y antropológica, es importante un esfuerzo
tropológicam ente. E n Borges, la cautiva, en tanto tematización de la de rclativización.
cuestión fronteras en nuestro medio, simplemente cautiva: porque la fic­ N o pretendo un análisis que, sin duda, sería falaz en torno a la ve­
ción literaria, según Borges, estaría precisamente para cautivar mediante rosimilitud de las afirmaciones sostenidas en el texto. Quiero referirme
un acto sorpresivo de la escritura. únicamente a ciertas evocaciones que supone la puesta en escena de U fá­
P ero me Interesa aquí señalar una cuestión que, considero, puede bula borgeana, ya que afirmarse en el lugar de la "barbarie*, sugerir la mi­
ser de interés para el tema que estam os tratando. M e refiero precisamen­ mesis con ese otro absoluto y distante implica, a mi entender, seguir atra­

te a ciertas configuraciones de la escritura ficcional, concretam ente sobre pado en la sangrienta y nada ficcional dicoromía sarmientma. U n a especie

el cam po de posibilidades y límites de la libertad expresiva y, en última de neo-romanticism o que moviliza sensaciones y deseos al interior de sus

instancia, a la creatividad artística. rejas, pues ese otro evocado no es tan distante ni desconocido ni salvaje
para el hombre "civilizado", sino su producto o, mejor dicho, su envase.
R ecientem ente, algunas literaturas se han reapropiado del camino
Es posible convenir, antes de dejamos llevar p or ilusiones ingenuas sobre
borgeano y han recreado la ficción. Así, puede leerse en un a rtícu lo pu­
el carácter ficcional de un texto proveniente de Borges, que la temática de
blicado p o r Juan M artini y referido a su obra, E l autor intelectual, una es­
las cautivas no puede ser incorporada inmediata y únicamencemente co­
pecie de regocijo p o r aquella narrativa borgeana- Dice el texto:
mo perteneciente al campo de una narrativa que, p or ficcional, pueda ser
leída descompromendameme. En primer lugar, porque la cuestión perte­
'E l a u to r d e esta fá b u la qu e invierte e l prejuicio de que la m ujer cautiva debe
nece y atraviesa también los campos de la historia, de la cultura, de la an­
ser rescatada d e la b arbarie es, claro está, Bordes Por m i parte, yo quutera ter
e l indio. N a d a m e gustaría más qu e ser algo tan desconocido p ara el h o m b re ci­ tropología y otras tantas “miradas* posibles, ninguna de ellas ingenua.
vilizad.- y tan tem id o p o r tu m telig en aa com o un h om b re del que nada, en ri­ Listas miradas no pueden ser reducidas al campo literario y , entonces,
gor, se sabe. Pero ese h o m b re es el elegido p o r una m ujer que viene d el mundo tam poco los temas o sus modalidades de tratamiento. En segundo lugar,
q u e legisla, qu e establece el saber, qu e organiza los prejuicios, que trata fr o n te­ quisiera remarcar que el carácter de ficción atribuible a Borges en el tra­
ras, excluye y discrimina todo aqu ello qu e difiere, dátente y ¡e organiza de otro
tamiento literario de la cuestión cautivas es doble, ya que, com o intenta­
m od o Yo qu iero ser eie indio, el h am b re de esa m ujer qu e ahora b eb e tangre
ré señalar mas adelante, parte de una ficción previa para invertirla. Sin em­
d e ovejas recién degolladas ; qu e v iv e a cá p o r tu propia voluntad; qu e contem ­
p la ju n io a m í la linea a p artir de la cu al com ienza un m undo indeseable, y que
bargo, esta ficción previa no resulta de un trabajo anclado en la exclusiva
m e consiente en este desierto en p az qu e le acaricie la p iel blanca, rt texo ru bio■ creatividad literaria, sino de un proceso de monumentalización histórica
q u e y o sueñe q u e ella m e pertenece cuando en v erd ad soy y o e l cautivo y aiutopológicJt de la cual la inversión borgeana no escapa, sino que la re-
piodlice ampliadamente al revivir como fábula su holograma De esta ma­
nera, su inversión litciana tiende a quedar necesariamente atrapada en las
Desde o tro punto de vísta, podría argumentarse que la inversión
ledes del saber / poder begemonicos, y es aquí donde la inversión del pre­
borgeana se reproduce desde miradas de género. La anterior, claramente,
juicio instalado opeta com o parte constitutiva del monumento
expone el deseo íiccionalizado desde una mascuJinídad que, recuperando
el sei indio, se siente atraído por aquella mujer exótica. Así por ejemplo,
20 V n Jo ig rlin * N u ftn C Unn. L/OMM, «uplcmeiitp 2 o n *
en un reciente artículo periodístico se afirma: “H ablan atravesado un li-
De Borges al cabo sabino fcctamcntc que desde el "o tro " lado de la frontera se hacía muy poco pa­

La inversión de la fábula no sólo pertenece al campo de la literata ra rescatar a las cautivas, las cuales incluso eran despreciadas. Esto no im­
ra "ilustrada". Sus ecos han aparecido incluso simultáneamente en U his­ plica, obviamente, la inexistencia de mujeres cautivas, pero su significa­
torieta, el folletín y otras formas de la literatura popular. ción sociológica estaba muy lejos de aquello que la iconografía y el rela­
to oficial insisten en mostrar. En muchas ocasiones, ias cuarteleras se
El conocido personaje de historieta "E l cabo labíno” apareció por
marchaban de los cuarteles debido a ¡os tratos dados por Ja soldadesca;
vez primera en el diario La Razón en el año 1954. Mestizo, hijo de un ma­
huir en la frontera significaba incorporarse de una u otra forma a la so­
trimonio de fronteras (madre india / padre criollo) y su hermana cautiva
ciedad indígena. También los hombres huían, escapando en muchos ca­
de los malones, pretendía representar al soldado de fronteras en los un
sos a la persecución policial por algún delito, generalmente por estar sin
meneos consagráronos de la guerra con el indio. La historia de Sabino fu-
conchabo (los pobres) o por algún negocio (los mejor posicionados).
leída y seguida p or una amplia cantidad de personas pertenecientes a la
En definitiva, lo que parece imperar en el tratamiento del tema del
clase trabajadora y a sectores populares de la Argentina. C om o todo gau­
cautiverio por el arte y la Jiteracura es un dístancíamíenro moral cuyos có­
cho es un “fron terizo", no sólo por trasgresor, sino porque es reclutado
digos expresan un territorio, una cultura y una historia hegemónicos es-
para la guerra co n tri el malón. Pertenecía al batalló i Tres de Caballería
terizados en términos de violencia, de no pacto (con la barbarie no se pac­
del T o ro Villegas. La encamación de cierto romanticismo y de un mode­
ta). Una exposición maniquea de la nueva moral burguesa que hacia aque­
lo histórico de ínevitabilidad de esta guerra interio - queda inscripta en
llos tiempos (fines de la década de 1880) pretendía, en sus inflaciones ico­
una frase sintomática del personaje: *Si hubiera qu e em pezar esta guerra
nográficas, que el terror "hacia” el otro podía-debía mostrarse sin reparos
de nuevo y hubiese qu e elegir, no se si no m e pongo d el lado d el indio. Por
ni ocultamicntos como terror “del” otro. Una estética que soslaya, enton­
lo menos defiende algo de é l’ . E sta posición del relato se inscribe también
ces, el horror de lo real: el ctnocidio que se producía en esos mismos ins­
en el proceso de monumentalización del pasado, op :raciórv que es para­
tantes por las campañas militares concra el “malón-salvaje” (que “seño­
lela a la emergencia de un discurso preñado de cierta nostalgia p or lo que
reaba” en el desierto precisamente allí donde debía «fun d arse la N actórí.
esta m onum entalización glorifica y extingue a la vez
Contemplar aquel cuadro, releer los versos de Echeverría como ac­
L a cautiva, narrada en términos de seducción, apunta al complejo
tuaciones de escolarización implica una mirada sin observación, sumergir­
m ilítar-intelecrual-conquisudor-patriarcal.21 Volver a codificar el cauti­
se en el distanciamiento irreflexivo que pretende provocar con su estética
verio en términos de seducción es regresar a la fundación misma de Bue­
moralizante. "Este es un ejemplo de versos decasílabos’ - y agrega inme­
nos Aires, al hecho colonial, por lo que la ficción queda anclada nueva­
diatamente la maestra- “del gran poeta y ensayista argentino, introductor
mente en ciertas ruinas circulares del saber monumental. P or otra pane,
del romanticismo en Sudamérica". En la visita al museo expresa coa pro­
esta narrativa oculta que, para el caso del cautiverio en el denominado pe­
piedad: “pintura que representa el problema de las mujeres cautivas por los
ríodo formativo del Estado nacional, la mayoría no :ran mujeres "blan­
indios hace mucho tiempo”. H e allí la dialéctica de un acto educativo tam­
cas", sino aquella categoría de mujeres denominadas "cuarteleras”, cam­
bién fundacional; el proceso civilizatorio como un terror ciego, silenciado
pesinas, pobres, mestizas, lejos del ideal de fcmínídac promovido por las
y educado. ¿Q ué llegamos a conocer, de lo contrario, con esa otra nurada
elites, arrancadas de sus familias para servir a Jos soldados en los escasa­
distante? ¿H a sido allí donde inicia su genealogía el terrorismo de estado?
mente pertrechados y mal aprovisionados cuarteles. Además, gran parte
Tal vez la repetición rituatizada y la evocación de estas obras como docu­
de las personas que vivieron en el cautiverio eran hombres que, tal vez, se
mentos civilizáronos silencian la emergencia de esta pregunta.
ofrecían com o m ejor prenda de negociación, ya que los indios sabían per-
A medida que nos escolarizamos y avanzamos en nuestras vidas
biológicas y sociales, nuestra mirada se complejiza en contradicciones, los
21. Recuérdese que el relato de Díaz de G uzm in sobre Lucía Mi inda en síntesis pm|iu- movimientos conflictivos de la sociedad nos interpelan y nos hacen y ai u-
nc com o rooralrj». 1 « mujeres se van con loa indios poique las seducen, (es dan de tom rr,
y por cío no quieren volver,. cipcs dilecta o indiicctanicmc de las luchas sociales o del pasivo dolor

252 F D I T O I I I A L S íl ■ í O T O C O P I A R t s U f l t T O I E Y I I W
25}
ro iT o s iA is e - ro Ttc n p M ft f ; o tu ro , ie y ii m
H É C T O R H U G O TR IN C H ER O

frente a] h orror cotidiano. Podrem os aquí tom ar posiciones de com p ro­


11. C A P IT A L , E T N IC ID A D Y R E S IS T E N C IA S O C IA L
miso o distanciamiento en el sentido com ún del termino, pero si hay algo
E N E L N O R T E A R G E N T IN O '
que sobrevive y también interpela son esos símbolos del poder canónico
que pretenden instalarse en algún lugar de nuestra conciencia, fragmen­
tando nuestras representaciones de la “historia’* y la cultura nacionales.
Las garras de la guerra de razas, hoy más vigentes que nunca en las
hipótesis de conflicto del im peno, descorren el velo "globalizado” de lo
que entre nosotros fue acto fundante, casi ritual. ¿Q ué significaron las ac­
tuaciones monumentalistas de la historiografía y de la etnografía naciona­
les durante la última dictadura? E n primer lugar, reivindicando com o
gestas patrióticas las eufemísricamente denominadas "campañas al desier­
to ” en congresos y actos que se desplegaron p or doquier y con más énfa­
sis aún en aquellas hoy provincias, antes “territorios nacionales" objeto
del despojo. N uestra propia universidad (¡A y ! la gaya ciencia) también
dijo presente con sus m onum entos de rescate de aquellas gestas en su edi­
torial. E n segundo lugar, jugando al hologram a, estableciendo fronteras
absolutas con el indio registrado, mediante el discurso del m ito com o re­
curso del m étodo. H em os observado, en un capitulo anterior de la prime­
Desde inicios de la década del setenta, la región conocida com o “um­
ra p an e de este libro, el rol de la auiodenonunada antropología fenome-
bral al Chaco argentino" ha sido objeto de profundas transformaciones en
nologica argentina durante la dictadura militar, reínventando (a espaldas
los componentes que definen su estructura agraria. El desarrollo de un
de tanta antropología crítica mundial) el distanciamiento absoluto, racis­
frente expansivo capitalista ha dado lugar a producciones agrícolas (princi­
ta entre mito y razón (¡perdón H usserl!). Fenom enología de agachadas,
palmente de soja y poroto alubia, entre otras) para el mercado mundial.
p o r cierto, es decir poner al “o tro " en su “lugar*, mas allá de las fronte­
Consecuentemente, se han generado cambios profundos en el sistema de
ras de "n u estra" cultura: occidental y cristiana.
tenencia del suelo, la propiedad fundiaria, la renta y el ambiente de monte
D igresiones, entonces. Apenas unas palabras en el cam ino de de­
que caracterizaban tradícíonalmente a esta región.
sandar el círcu lo vicioso y complaciente del exterminio consagrado. No
Esta form ación social de fronteras conform a uno de los ejemplos
hay indios en la Argentina, repitió hasta el cansancio un reciente presi­
más “dinámicos" de expansión reciente del capital agrario en Argentina
dente nativo (que a la sazón y con muestras de orgullo, entre otros desa­
a) constituirse, desde la década del setenta, en un ámbito de instalación de
tinos, se com paró con R oca) (¡otras refundiciones!). C laro está, hoy mi­
explotaciones de soja y, principalmente, de p oroto, con alta tecnología e
les y miles de paisanos están reclamando sus derechos, entre otros, por
inserción en mercados transnacionales. A la producción porotera v sole­
sus tierras expoliadas. N uestro distanciamiento crítico del monumenta-
ra se lia sumado, en los últimos tres años, una importante expansión de
lismo que persiste en su interpelación co m o cultura hegemónica no per­
plantaciones de algodón que se complementa con las tradicionales explo­
sigue aquí otra cosa que el com prom iso. ¿O acaso podem os permitirnos
taciones hortícolas también depositarías de fuertes inversiones en m oder-
olvidar que "el materialista histórico considera com etido suyo pasarle a
la historia el cepillo a con trapelo"? (W , Benjamín, op. cÍL, 181-182).
I. E n e lexto t i u n í rccla h o riu ó n de ini ponencia p ie ie n u d i en ct um pcw c 'F r o n t e r u y
rriiU c iu u lo c iil: íieruei de expam ión i{ t n ii i , pueblo» o iifiiu iiu » y urupo» d n m é iü e o i'
Noviembre de 2001 de l u V II Jomada» IU r Íiiim Ic» de InvcitiRauon. U m v e n tJa J Naciortal de Jujuy en el me»
de w lultrc de 2002.

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