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APUNTE DE ESTUDIO N° 3
Año: 2019
Preliminares
Cristo nace en el cenit del poderío romano, durante el reinado de Octavio Augusto.
Roma finalizaba un período convulso de transformaciones sociales e institucionales, e
inauguraba bajo la figura de Augusto, un nuevo ciclo histórico, en el que las
instituciones republicanas daban lugar a un nuevo tipo de estructura política: el
imperio. Nace en una de las zonas conflictivas, en la periferia de los dominios
imperiales, en Palestina, donde hacía ya tiempo se había producido un choque cultural
entre una cultura marcadamente religiosa como la judía, que en el diálogo con la cultura
helénistica clásica, se había aferrado al tradicionalismo, como forma de supervivencia.
Ante el racionalismo de la cultura griega, los judíos oponían la fe en su Dios único.
Siendo la religión un componente distintivo del ser judío, los resortes del poder se
radicaban en las autoridades religiosas, el Sanedrín o Consejo de Ancianos, como
órgano representativo de las clases altas judías, debía su poder y prestigio, en base a un
delicado equilibrio entre la paz social exigida por los invasores romanos, útil para la
administración de los recursos de esa parte del imperio; y la efectiva representatividad
de dicha élite del sentir judío mayoritario. Junto con el choque cultural con la tradición
griega, la opresión romana empezaba a hacer trizas el consenso social, y los sectores
descontentos y nacionalistas, hicieron del extremismo y del terrorismo, una forma
corriente de lucha política, que tenía su correlato religioso en la esperanza de un Mesías,
que viniera a liberar al pueblo elegido de la dominación extranjera.
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Sin embargo, Jesús de Nazaret, distaría de ser el Mesías esperado por el pueblo
judío. Cristo predicaba la llegada del Reino de Dios, un reino basado en los principios
del amor al prójimo, justicia social y rectitud moral. Constituía no solo una verdad
religiosa, sino que asimismo un orden político ideal, que comenzaba a hacerse realidad
en la vida terrenal pero encontraba su plenitud en esa realidad espiritual de la reunión
plena con Dios, meta última del proyecto divino. Su ministerio público que comenzó a
los 30 años, terminó abruptamente con su muerte en la cruz, producto de presiones
políticas por parte de las clases dirigentes, y su mensaje religioso, así como su muerte y
resurrección, constituyen el elemento central de su doctrina, propagada por todos los
confines del Imperio, por sus apóstoles y sucesores.
Pero ¿Por qué la religión cristiana tuvo tanto éxito?. Sin duda el mensaje religioso de
amor, de una nueva relación con Dios, basada en la salvación y no en el castigo por la
inobservancia de las normas religiosas, y criterios morales de reconocimiento de la
dignidad del ser humano, fueron factores poderosos. Pero quizá, un factor no menor, es
su mensaje de universalidad (la palabra católica proviene del griego “kathos”, que
significa universal, es decir, no se trata de una religión para judíos, no hay distinción de
razas o pueblos para la comunión religiosa) y el marcado acento de justicia social,
fueron determinantes a la hora de analizar su propagación, sobre todo en el contexto de
una sociedad tremendamente injusta (cuya base económica era esclavista) hedonista,
indvidualista y violenta. Sólo desde ese punto de vista se puede entender la reacción
estatal del Imperio Romano y las persecuciones religiosas de los dos primeros siglos de
existencia como religión, ante una sociedad como la romana, que estaba acostumbrada
a tratar con infinidad de culturas, religiones y filosofías, y permitía de buen grado el
pluralismo y la tolerancia, siempre que no se vieran amenazadas aspectos claves del
funcionamiento de la sociedad romana, y por supuesto del ejercicio de su poder
hegemónico imperial.
El éxito de la religión cristiana fue copar aquellos espacios de poder que incidían en
la sociedad romana, en primer lugar, la conversión no ya de masas de esclavos, sino que
de prestigiosas familias, algunas de las cuales incidían en la agenda política. Dicho
proceso evangelizador es una de las principales características de los primeros
cristianos, que tienen en San Pablo uno de sus más reconocidos exponentes. En segundo
lugar, en ofrecer un sistema administrativo funcional a los intereses de la estructura
imperial, y finalmente en hacerse consagrar como religión del Estado, lo que le permitía
ocupar el poder político de cara a sus propios disensos internos como religión (herejías
o desviaciones de la fe), y ante otras religiones, particularmente paganas. En este
tránsito es clave la figura de Constantino I el Grande, quien mediante el Edicto de Milán
en el año 313 D.C. permitió el libre ejercicio de la religión cristiana y la tolerancia
religiosa, contribuyó a uniformar doctrinariamente el cuerpo de la fe católica, e instaló
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adapta y expande por todo el Imperio. Si bien algunas escuelas tenían mayor gravitación
que otra, especialmente los estoicos, y epicureos en las clases altas de la sociedad
romana; en las masas de ciudadanos pobres y esclavos, aquellas filosofías, religiones y
cultos, que ofrecieran alguna explicación sobre la vida después de la muerte, tenían gran
éxito.
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En el 410 D.C. Roma, la ciudad eterna, fue invadida y saqueada por Alarico y sus
hordas de godos. Este acontecimiento produjo una profunda conmoción en la sociedad
romana, como prueba de la debilidad y decadencia del Imperio. La administración del
Imperio, y el emperador Honorio mismo, hacía varios años que ya no residían ahí, sino
en Rávena, desde el 404 D.C. La inseguridad, la corrupción y el acoso de los bárbaros en
las fronteras, sumado a una honda crisis económica y productiva, hacían presagiar que
este suceso ocurriría. Alarico, además era cristiano, no era católico, sino arriano, una
herejía cristiana que negaba la divinidad de Cristo, y lo consideraba tan sólo Hijo de
Dios, pero no Dios mismo.
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vida gracias al asilo cristiano, no pocos eran paganos. ¿Por qué se extiende esa divina
misericordia hasta a los impíos y a los ingratos?”
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aseguran a sus adoradores los bienes materiales (I- V); menos todavía les aseguran la
prosperidad espiritual (VI-X); -la otra positiva, que suministra la explicación cristiana
de la historia (libros XI- XXII), subdividida asimismo en tres secciones: origen de la
Ciudad de Dios, de la creación del mundo al pecado original (XI- XIV); historia de las
dos ciudades; que progresan la una contra la otra y, por así decirlo, la una en la otra
(XV-XVIII); y los fines últimos de las dos ciudades (XIX-XXII).
Señala Agustín: “El amor propio hasta el desprecio de Dios fundó la Ciudad
Terrena. Y el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo fundó la Ciudad Celestial”.
El Imperio Romano había buscado una justificación ideológica en la filosofía estoica y
también en la visión jerárquica del neoplatonismo. La oposición surge del epicureísmo
que al predicar el goce de los placeres inmediatos, predica la abstención política. El
crsitianismo poseía una fuerte carga revolucionaria: oponía al Reino de Dios, a la
Jerusalén Celestial, el reino del César, la Babilonia apocalíptica (que no es sino Roma).
Dichas ciudades o realidades, la material o terrena, y la trascendente se confunden en
un único lugar, caminan la una en medio de la otra, a través de la Historia. Es la lucha
de estas dos ciudades el guión de la Historia. Por ello, el Reino de Dios, es a la vez que
una realidad espiritual, es un orden político, que comienza aquí y ahora, por medio del
amor y la caridad, lo que supone la justicia social.
La relevancia de su obra radica en que deja como legado lo que hemos de llamar
“agustinismo político”, doctrina política que establece un modo específico de
entender la relación entre religión y política, que perduró casi sin modificaciones,
durante casi toda la Edad Media. Al pertenecer la Iglesia Católica al proyecto divino,
tiene un fin superior, y la potestad por sobre el poder civil. La Iglesia de Dios toma
entonces la función de sin ejercer el poder político, la prerrogativa para supervigilarlo, y
en último término decidir si las decisiones del Estado se ajustan o no al proyecto de
Dios. El poder político tiene su expresión, incluso en la idea del Imperio (realidad
política a la que los gobernantes de la Europa medieval, a pesar de la atomización del
poder político que significó el sistema feudal, siempre intentaron, recreando la unidad
del espacio político), pero se encuentra supeditado al poder de la Iglesia. Ello significó
en la práctica, la intromisión de la Iglesia en los asuntos de la vida pública, en un poder
incontrarrestable desde que se arrogaba el derecho de consagrar y deponer a reyes y
emperadores, en el monopolio de la cultura, en suma, a que la Iglesia ejerciera como
actor político de primer orden). Agrias disputas entre el poder del Papa y del
Emperador, caracterizaron la Edad Media, que se grafica en el así llamado conflicto de
la “Querella de las Investiduras”, es decir, quien tenía la prioridad para nombrar
miembros de la Iglesia, y que tipo de relación con el Estado, tendrían dichos miembros
de la Iglesia, en cuanto vasallos y súbditos de un poder civil establecido.
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Tras el colapso que implicó la caída del Imperio Romano de Occidente en el 476
D.C., Bizancio hereda la autoridad imperial y conserva el legado cultural y la unidad
política en Oriente. Durante tres siglos Europa se sumió en el caos, las ciudades se
vaciaron, el comercio se paralizó, terminaron de asentarse las realidades políticas
emergidas de las invasiones bárbaras, y la cultura fue conservada celosamente en los
monasterios. La unidad política europea fue recreada durante un breve tiempo por
Carlomagno, pero su imperio se deshizo pronto, producto de las luchas de sus
sucesores, y de las invasiones normandas. Mientras tanto, en Oriente, florecía una
civilización brillante: el Islam. De la mano de una religión nueva, los árabes sintetizaron
de modo genial, el legado de la cultura clásica griega en el contacto con los bizantinos,
con las antiguas tradiciones persas y orientales. La medicina, el álgebra, la astronomía,
el derecho, llevaron a la civilización islámica a niveles de sofistificación inéditos para la
época. Al igual que en la Antigüedad Clásica, el renacer de la filosofía se produce en el
bullicio de las ciudades.
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a)Neta distinción entre razón y fe: La razón natural carece de “iluminación divina”
y sólo puede conocer de “abajo hacia arriba”, es decir, a partir de los datos sensibles; en
cambio la fe conoce de “arriba hacia abajo”, a partir de la relevación divina; en
consecuencia razón y fe son mutuamente independientes y autónomas.
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Para Tomás de Aquino, la relación entre esencia y existencia, es una relación basada
en las nociones aristotélicas de acto y potencia, que explican el cambio. La esencia es
potencia respecto a la existencia, puede existir o no existir, es mera posibilidad de
existencia. Por tanto las esencias (contra lo que sostenían los clásicos griegos) son
contingentes, no necesarias. Dios es libre al momento de crear o no crear.
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1º.- Movimiento del mundo: Todas las cosas son movidas (transformadas) por algo.
Debe existir una causa primera que mueva a todas las demás, lo que Aristóteles
denomina el “Motor Inmóvil”.
2º.- Causas subordinadas: Todas las cosas tienen una causa eficiente, que
responsable de su generación, hasta llegar a una primera “Causa Incausada”.
3º.- Contingencia del mundo: Todas las cosas son contingentes en su existencia, es
decir, pueden o no existir. Dicha existencia procede de fuera, debe existir por tanto, un
Ser cuya esencia sea su propia existencia, un “Ser Necesario”.
4º.- Grados de perfección: En el mundo existen cosas más perfectas que otras, como
por ejemplo, el hombre es más perfecto que un perro. Debe existir un Ser que reúna la
“Perfección en sí mismo”.
5º.- Orden del mundo: Todos los seres incluso los irracionales actúan por un fin en
vista, por una inteligencia. Debe existir una “Inteligencia Suprema Ordenadora” que sea
un fin en sí mismo, y por el cual actuén todos los demás.
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San Agustín había señalado que la sociedad política es causa del pecado original,
si no existiere pecado original, el hombre no necesitaría del Estado ni de la autoridad
política, y libre del pecado sólo reinaría el orden divino. Santo Tomas, por el contrario,
considera que el hombre es naturalmente sociable y la sociedad política es necesaria
para la perfección del hombre. Mientras el agustinismo político distinguía dos fines
contrapuestos: el de la Ciudad de Dios y el de la Ciudad del Hombre, Santo Tomás sólo
distingue un solo fin: la visión de Dios en la vida ultraterrena, hacia allá nos ordena la
ley divina, lo cual implica subordinar el Estado a la Iglesia. Sin embargo, debido al
reconocimiento de que existen infinidad de fines intermedios los cuales se ordenan
hacia Dios, se reconoce la independencia y autonomía del Estado para alcanzar su
propio fin. Pero esa independencia no es absoluta, el Estado no posee la autarquía que
le asignó Aristóteles: El Estado siempre está al servicio de la Iglesia, tal como la razón
está al servicio de la fe.
Entre 1320 y 1450 una profunda crisis sacude Occidente y prepara la aparición de la
Europa moderna. Ya no existe un poder regulador que arbitre el destino de los hombres.
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El período coincide con una crisis de la sociedad medieval, asolada por las
guerras entre las que destaca la Guerra de los Cien Años, que ensangrentó Francia, el
hacinamiento y falta de higiene de las ciudades que facilitó la propagación de la peste
bubónica que diezmó las ciudades europeas, y la escasez y el hambre que condujo a
estallidos sociales del campesinado cada vez más violentos. En esta época las rogativas
de la Iglesia incluyeron una invocación final: “A fame, bello et peste, libera nos,
Domine” (Del hambre, la guerra y la peste, liberános Señor).
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teología. Por eso Ockham es antes que un pensador sistemático, un pensador crítico;
crítica que conducirá a la independización de la filosofía para abordar otros problemas.
El problema de los universales es uno de los temas más discutidos por los
pensadores medievales, y se remonta a la filosofía griega y a la búsqueda de un objeto
eterno, universal, y necesario para la ciencia. Platón lo encuentra en las Ideas (entes
separados de las cosas pero subsistentes por sí mismas); en cambio Aristóteles
considera que las esencias únicamente existen en las cosas. Por otro lado, cínicos y
estoicos se niegan a reconocer valor alguno: todo lo que existe es individual y singular.
Es decir:
a) Los universales existen (en sí mimos o en las cosas)
b) No existen en la realidad
Ockham continua la tradición nominalista y dirá: “Todo lo que existe fuera del alma
es realmente singular y una en número, y ningún universal pertenece a la esencia de
ninguna sustancia”. Ochkam niega tanto la existencia de los universales ante re (no
existen las ideas divinas sino sólo las cosas mismas que Dios puede crear), y tampoco
existen in re (todo lo que existe es singular). No queda sino pues el universal post
rem o in anima, que es lo que denomimanos concepto. Pero ello no es sino un
acto mental por el que el entendimiento se dirige a una pluralidad de individuos
conocidos por intuición y los considera comunes en virtud de una semenjanza, es decir
sólo cumple una función lógica, es un nombre. Si sólo existe lo singular, este ha de ser el
único objeto de conocimiento, y lo singular sólo puede ser conocido mediante los
sentidos, la experiencia o conocimiento intuitivo. Dicho conocimiento es la forma
por la cual la razón o el alma reconoce mediante la experiencia, intuye, pulsiones
básicas, de una manera que le da significado mediante los nombres, es decir, mediante
el lenguaje, inaugurando el tema del lenguaje como objeto de reflexión
filosófica.
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