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"No sé qué hacer." Helena y el juego.

 
 
Carolina Bianco en L ​ apsus 
bianco.carolinag@gmail.com 
 
 
El deseo en juego 
No sé qué hacer - dijo Helena. 
Había comentado que estaba aburrida de hablar y que quería jugar. 
Esa era su primera mención al juego en los meses que llevábamos viéndonos y me 
emocionó un poco. 
 
- Ahí está la caja - le dije 
Esa caja a la que nunca se había acercado. Su respuesta no fue la que esperaríamos de una 
niña de 9 años, pero de algún modo en Helena parecía la única viable. 
- No sé si ir. 
- ¿Y si no vas? 
- Me aburro. 
- ¿Y si vas? 
- Me pongo feliiiiiz - y reforzó la respuesta con una sonrisa tan grande como le dió la cara. 
Así fue que llegamos a la cuestión: 
- No sé qué hacer - dijo Helena. 
- ¿Con qué? – le pregunté yo. 
- Si ir a buscar la caja o no. 
- ¿Y qué querés? 
- No sé qué quiero… En realidad, sí sé. 
Helena mira la caja. Helena me mira a mí. Yo miro a Helena. Adivino su intención y me 
sonrío un poco, pero no me muevo. La interrogo con mi mejor gesto de no entender y sin 
decir nada. Ella continúa con esta conversación muda. Señala la caja con un par de 
cabeceos y siento como si pidiera que por favor entienda, que me conforme con el gesto. 
Rompo el silencio y vuelvo a la pregunta anterior que quedó sin responder. 
-¿Qué querés? 
Pero h ​ abía algo ahí que no podía decirse. Como si Helena se hubiera quedado sin palabras 
para nombrar a su deseo.​ Me respondió con otro cabeceo que señalaba la caja de juguetes 
y agregó: 
-...pero no llego. 
- Desde acá no. Parece que vas a tener que ir a buscarla. 
Pero no se movió de la silla. Había que agotar todas las posibilidades, así que, estirando una 
mano hacia la caja en un gesto h ​ arrypotteresco​, comentó: 
- No… no viene. Me gustaría que las cosas vengan con magia cuando las querés. 
- Estaría bueno ¿no? - coincido 
Yo también hice un intento, por las dudas. Estiré la mano y le silbé a la caja para que venga, 
pero...nada. 
- Yo tampoco puedo. - confesé. 
 
¿Qué era lo que le pasaba a Helena en relación a su deseo? La secuencia que se había 
armado entre nosotras era una secuencia lúdica y las sesiones con ella siempre eran 
divertidas. N ​ o parecía una nena inhibida, pero a la caja de juguetes no podía acercarse 
aunque quisiera​, aunque la hubiera puesto feliz, ¿pero feliz a qué costo? 
Esperando que las cosas se le acercaran por magia o porque yo decidiera dárselas a partir 
de sus gestos, era como si no pudiera involucrarse demasiado con su deseo. Ni siquiera 
podía decir lo que quería. ​Así que ahí estábamos. Ya habíamos probado la telequinesis y no 
había funcionado. E ​ l fin de las ideas fue el principio de la angustia. 
 
- No puedo ir​ – confiesa ahora ella, seria, agarrada fuerte al asiento de su silla. 
- ¿No podés? ¿¡Te quedaste pegada en la silla!? - le pregunto. 
- ¡Sí! – dice, con un tono más juguetón. 
Estábamos sentadas una frente a otra, como siempre, con una mesa en el medio. 
- ¿Y podrás despegarte? – le preguntó. 
Me responde con un encogimiento de hombros y el clásico gesto de no saber. 
- Probemos - la invito - dame las manos. 
Helena me da sus manos por arriba de la mesa y yo tiro un poco, pero al parecer el 
pegamento que la unía a la silla era fuerte. No se movió. 
- Parece que si intento yo sola, no va a pasar nada - le comento. 
Helena se para, pero sigue sosteniendo la silla pegada a su espalda. 
- ¡Mirá! ¡Puedo! - dice 
- ¡Y andá a buscar los juguetes! 
- Y... pero no voy a poder agarrar nada. 
- ¿Y si soltás la silla? Así vas a poder usar las manos. 
Se ve que mi idea no le pareció muy conveniente porque ella y la silla volvieron a su lugar 
original. 
- ¿Probamos de nuevo? - pregunto. 
- Sí, probemos. - se anima. 
Me da las manos e intentamos de nuevo, esta vez exitosamente. 
Ya libre de la silla que la atrapaba y, festejos mediante, se acerca a la caja un poco y me 
mira. 
- Ahora te puedo acompañar - le digo y me paro para acercarme con ella a los juguetes. 
- ¡Sííí! - celebra la compañía. 
Engañando a la muerte 
Una vez Helena había dicho: 
- Me gustaría que uno se muera y vuelva a nacer y así siempre. Como cuando te cortás el 
pelo. 
Los miedos fueron el motivo de consulta que la trajo a análisis. Eran varios, uno de ellos el 
miedo a la muerte. Este era el último y más grande. 
Le pregunté a qué se refería con eso de morir y volver a nacer. 
- Me dijo mi mamá que hay gente que dice que uno se muere y después nace en otro cuerpo. 
 
Esta idea calmaba la angustia y el miedo. L ​ a muerte, la gran falta, era velada por esta 
posibilidad.​ La muerte ya no era tal, sino que más bien se trataba de una especie de peaje 
en el camino de la vida eterna. 
 
Si deseamos es porque algo falta. Desear es reconocer la falta y, de algún modo, reconocer 
la muerte, esa falta última a la que nos enfrentamos como personas​. Helena parecía tener 
clarísimo esto. Para ella ​era como si expresar su deseo por tomar los juguetes fuera 
equivalente a reconocer la muerte.​ Esa muerte que tanta angustia le generaba y que 
intentaba alejar con las teorías sobre la reencarnación. 
 
Reconocerse deseante y actuar tenía para ella muchas consecuencias.​ De ahí su 
imposibilidad para ir a buscar lo que quería, su insistencia en que yo le alcance los juguetes. 
Quizás si yo le hubiera acercado la caja al primer gesto su deseo hubiera pasado 
inadvertido, no tendría que habérselo reconocido a ella misma. Para poder moverse fue 
necesario que vaya más allá de mí, que deje de esperar algo de mi parte y actúe. 
 
Nuestra función como analistas es un poco esa, animarnos a jugar, ofrecernos como 
sostén para que algo de lo propio pueda aparecer en escena​. Fue usándome como sostén, 
pero con el protagonismo de su lado, con el deseo de su lado, que Helena pudo hacer lo que 
quería, aunque sea un poquito. 
  
 
 

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