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LA LIBERTAD EN PSICOANÁLISIS

Capítulo 4 - Elecciones que fijan una identidad


Mirando la extrema belleza de los pájaros amarillos calculo qué ocurriría si yo perdiera por completo el miedo. La
comodidad de la prisión burguesa tantas veces me golpea en la cara. Y, antes de aprender a ser libre, yo todo lo aguantaba –
solo para no ser libre. CLARICE LISPECTOR, Revelación de un mundo
La noción de sujeto dividido, designado $ por Lacan, nos permite ubicar un estado del ser en el campo de las preferencias y
de las posibilidades de optar: su desgarramiento ético ante algunas elecciones decisivas. Situamos esa forma dividida del ser en el
síntoma, como correlato clínico de la “cobardía”, término empleado a menudo por Freud. Sin embargo, el psicoanálisis padece
una carencia, una flojera en cuanto a la posibilidad de ubicar y de nombrar lo que éticamente podría oponerse al sujeto dividido
por su irresolución. Hemos propuesto hablar de "entereza” e “integridad” como categorías éticas que describen posiciones del ser.
Estos términos nos remiten a opciones conceptuales para pensar alternativas más interesantes que las “soluciones de
compromiso” promovidas como objetivo terapéutico por la psicología del yo. Esta psicología promueve como alternativa a la
división subjetiva un yo conciliador y fuerte, reforzado por identificación con el terapeuta. No es una solución analítica, y la
crítica lacaniana nos incita a buscar otras opciones.
Hay otro término, el de “identidad”, que puede proporcionarnos una pista en esta búsqueda. Expresa algo que trasciende la
solución por identificación, por compromiso, o por vasallaje, para retomar el título de Freud a propósito de las acomodaciones del
yo.1
Señalemos en primer lugar que el psicoanálisis permite discernir al menos dos fuentes causales en lo que llamamos “identidad”.
Por una parte, lo concerniente a las determinaciones sociales impresas en el sujeto. Los mecanismos freudianos de la
identificación resumen buena parte de esos condicionamientos que permiten al miembro de una comunidad adquirir en ella sus
referencias míticas, familiares y educativas, su Ideal del yo y cierta normalización para sus preferencias. Pero hay otra fuente de
la identidad que ha sido detalladamente estudiada por el psicoanálisis desde sus comienzos y que no depende tanto de las
determinaciones étnicas o culturales como de la posición tomada por el ser hablante frente a algunos acontecimientos cuya
particularidad intersecta con lo singular. Se presentan en la experiencia bajo la forma de un trauma, una discontinuidad en el
decurso del ser, y muy precisamente en cuanto ser capaz de elegir.
Para considerar esa segunda fuente de lo que llamamos “identidad”, debemos recordar una vez más estas coordenadas
elementales, básicas, y tal vez por eso olvidadas de un psicoanálisis: los analistas no recibimos al analizante sino en cuanto ser
capaz de elegir. No tratamos autómatas ni reparamos mecanismos; solo admitimos en tratamiento a un ser al que suponemos
dotado de una voluntad en el sentido lacaniano del término, es decir que tiene la aptitud mínima de responder “sí” o “no” a lo que
quiere –en este punto no importa tanto que ubique el deseo como viniendo del Otro o que crea reconocerlo como propio-. Lo
decisivo del ser hablante es ese escaso margen de lo que en él queda de libre arbitraje, ese margen sin duda limitado pero crucial,
en el que puede decir “sí” o “no” a aquello que encuentra y que concierne a una preferencia. Aun cuando lo encuentre por azar,
por accidente, su caso se diferencia radicalmente del ser que no tiene ninguna posibilidad de elegir entre el “sí” y el “no”.
Esto fue ya vislumbrado por Aristóteles, quien dio un lugar en su Física a las causas por accidente -lo casual, lo no necesario, lo
que ocurre como por azar, sin una predeterminación clara-. Allí sugiere que en esos casos se nota peculiarmente la diferencia
entre los seres que no pueden elegir y aquellos que en ciertas ocasiones sí. En el primer caso, propuso hablar de autómaton, en el
segundo, de tique, accidente afortunado o desafortunado, preferido o rechazado antes de haber sucedido.2 Freud extiende en
forma notable esta categoría, al considerar que un acontecimiento puede ser señalado como tíquico bastante después de haber
sido vivido. Un incidente ínfimo de la infancia puede ser experimentado como traumático -fuente de un goce seductor, de
disgusto— mucho más tarde, por ejemplo a partir del incremento pulsional de la pubertad. Curiosamente, Freud coincide en este
punto con Aristóteles, quien ya afirmaba que lo tíquico no está constituido por completo en el niño, al que no consideraba todavía
éticamente hábil, incapaz de una verdadera praxis.3

1 El capítulo V de El yo y el ello es titulado por Freud “Los vasallajes del yo”.


2 Autómaton es el accidente que ocurre en un ser que no es capaz de elegir. Por ejemplo, puede ocurrir a una moneda de 10 centavos que caiga 10 veces
seguidas del lado del número 10, sin que ella tenga la menor preferencia o intención de que ello ocurra. La tique es en cambi o el accidente que sobreviene a un ser que
puede desear que ello ocurra o no, gustarle o no.

3 Hay fortuna [tique] y efectos de fortuna [apà tiques) para todo aquello a lo cual puede atribuirse lo afortunado y en general toda praxis, precisa Aristóteles
en su Física. Por el contrario, los seres que no pueden actuar de manera práctica; tampoco pueden producir efectos de fortuna. De esto resulta que ningún ser
inanimado, ninguna bestia, ningún niño es agente de los efectos de fortuna, afirma el estagirita. Veintitrés siglos después, Freud situaría bien lo que falta al niño para
constituirse como ser electivo, en sus Tres ensayos de teoría sexual.
Para medir y tratar lo traumático, en nuestros días se considera más bien la enormidad, el estrago, lo monstruoso, el efecto
tsunami sobre el sujeto víctima. En psicoanálisis es muy diferente, ya que a veces el gran traumatismo -seducción, violación,
catástrofe natural- ha sido elaborado por el sujeto sin necesidad de ayuda psicoanalítica; y por el contrario, un acontecimiento
ínfimo, reformulado por el fantasma en condiciones ficticias, de preferencia inhibida, adquiere una importancia aguda. En ese
caso, lo que es decisivo, escribe Freud, es la defensa, es decir, la posición tomada por el ser que, en un sentido que debemos
precisar, ha intervenido en ese traumatismo en cuanto ser éticamente hábil, capaz de elegir.
Una analizante mujer encuentra, al término de la exploración de las coordenadas inconscientes de su síntoma, este recuerdo que
menciona en análisis por primera vez en su vida: tenía 4 años, a lo sumo 5, un vecino y amigo de su padre la tocó y chupó en sus
partes íntimas. Ella sabía que eso no estaba bien pero no dijo nada, aunque el abuso se repitió varias veces. No dijo nada por dos
razones que ella cree haber pensado en aquel momento, o experimentado –una razón puede ser experimentada–. La primera es
relatada con vergüenza y certeza al mismo tiempo: aun sabiendo que no estaba bien, el abuso le gustó. La segunda razón es que
creía que si hablaba, su padre mataría al pederasta, al que ella entonces protegía. Lo que eligió dejar en silencio es para ella al
mismo tiempo una falta y un exceso, pero tan grave que todos los mecanismos de su neurosis, la elección de una profesión no
deseada, de un marido al que considera estragante, etc., fueron condicionados por aquella toma de posición. Ella calla para
sostener al Otro, conservando en todo esto un goce de contrabando que ejerce sintomáticamente, el de someterse a los caprichos
del Otro al que protege de modo sacrificial, en un baño eterno de evaluación de sus méritos –ella ha logrado muchos- y de
culpabilidad permanente, por considerar de manera consciente que los caprichos del Otro van en contra de su voluntad, que ella
no ejerce. Obedece sin decir nada, dice “sí” cuando quisiera decir “no” y deja de lado lo que, en el deseo de los otros, le
concierne realmente. El traumatismo no fue solo lo acontecido en aquel momento, es su repetición silenciosa en las elecciones
posteriores a la adolescencia, cada vez que, pudiendo optar, eligió dejar de lado su deseo.
Sin duda ha habido muchas otras situaciones traumáticas para ella, pero “el instante que decidió su vida”, como dice André Gide
([1909] 1959: 27) en La puerta estrecha, fue precisamente aquel.4
LA CLÍNICA FREUDIANA DEL AUTORREPROCHE
Ese trauma que afecta al ser en cuanto capaz de elegir es el núcleo de lo que Freud llama “elección de neurosis”. La primera
nosología propiamente psicoanalítica, que en esencia es también la última, se apoya en la elección de trauma y en la reacción del
ser frente a este. No es por nada que se trata de una nosología elaborada sobre la clínica del autorreproche. La histérica dice haber
sufrido en forma pasiva el momento del trauma, una vez, dos veces, siempre inocente. Por supuesto que es una inocencia
dialectizable, ya que detrás de los reproches dirigidos al Otro están en su caso los autorreproches –Freud lo explica brillantemente
en el historial de Dora-. La pasividad de la histérica es passibête, no tan tonta, divide y descarga en su partenaire la culpa que
también la afecta de manera inconsciente.
El paranoico también es inocente pero de otro modo; su inocencia no es igualmente dialéctica: es más bien “incorregible” -
término de Karl Jaspers-. Es la razón por la que al discurso jurídico se le plantea tan a menudo la cuestión de su imputabilidad. El
paranoico no cree en el autorreproche. Su posición fundamental se define a partir de ese Unglaube discernido por Freud, ese no
creer forclusivo que precede y condiciona la estructura de sus síntomas. La falta es a tal punto del Otro que amerita su
eliminación en cuanto Otro verdadero. En los momentos sintomáticos, esto está a cielo abierto en su testimonio, y por eso es fácil
de constatar.
A diferencia del paranoico y de la histérica, el obsesivo se siente culpable, tiene conciencia propiamente hablando de su
participación activa en el momento traumático; eso le gustó, como a la analizante recién mencionada, como al Hombre de las
Ratas, y puede expresarlo con mucha sinceridad en el relato de los acontecimientos de su infancia.
MOMENTOS DE ELECCIÓN QUE PRECEDEN AL MECANISMO
La hipótesis del inconsciente permite suponer que las elecciones del ser hablante no necesitan ser conscientes para determinar
una toma de posición, de una tozudez inquebrantable. Las distintas formas del “no querer saber” discernidas por Freud en cada
uno de sus casos y en cada uno de los tipos clínicos que propuso dan cuenta de que todo lo que es del orden del “mecanismo” está
precedido por una instancia, un momento de elección. En el caso del Hombre de los Lobos, Freud se encuentra además con que
en un mismo caso puede haber más de un modo de no querer saber. Recordemos el listado: el “paciente” no quiere saber nada de

4 “Elegir” proviene del latín eligo, “extraer, sacar una parte”; esa parte puede ser la que uno prefiere, tal como es reflejado por el término francés choisir,
que procede del gótico "gustar”. Elegir es un extraer, un gustar, que realiza la siguiente definición del verbo que propone Lacan: “El verbo se define por ser un
significante no tan tonto (pas si bête] -es necesario escribir eso en una palabra- pasividad (passibête), no tan tonto como los otros sin duda, que hace el pasaje de un
sujeto a su propia división en el goce (activo-pasivo), y es menos tonto aún cuando esta división la determina en disyunción, de modo que él deviene signo” (Lacan,
[1972-1973] 1975: 27).
la castración en el sentido de la represión, pero luego la acepta a cambio de una satisfacción anal sustitutiva; además, entre sus
capacidades negativas está la de activar una tercera posición respecto de la castración, la más antigua: una desestimación
[Verwerfung] que consiste en abstenerse de emitir juicio alguno acerca de su realidad objetiva.
Con mayor detalle se pueden encontrar tres momentos electivos en el historial del Hombre de las Ratas, ya que en la prolija
reconstrucción que hace Freud con el analizante son momentos situados en forma nítida como previos a la instalación de los
mecanismos de la neurosis.
El primero es el de sus 4 o 5 años: estaba al cuidado de una bella gobernanta, Fraulein Peter, quien yacía ligeramente vestid a
sobre el sofá, leyendo; el niño aún no ratificado, todavía no obsesivo, le pide permiso para deslizarse bajo su falda. Ella consiente
con una condición: que no le diga nada a nadie. El niño pudo entonces tocar su sexo y su vientre que le da curiosidad -que le
resulta interesante, digno de cuidado-.No es el genital sino el vientre lo que le genera curiosidad. Desde entonces, queda para él
una curiosidad ardiente por ver el cuerpo femenino. Todo esto precede el momento de constitución del que será su síntoma
primario: la idea obsesiva de que sus padres adivinarían sus pensamientos. El verbo alemán es erraten, que en adelante va a
diseminarse en mecanismos a los que activa en cuanto Komplexreizwort (palabra-estímulo-de-complejo). En el tormento de las
ratas (Ratten), en las falsas deudas de 3,80 coronas que evocan las deudas impagas del padre, jugador empedernido [Spielratte),
en las elecciones malogradas en cuanto al matrimonio [Heirat], y muchos más. |
Todo esto precede al segundo momento electivo fundamental, el desencadenamiento de la neurosis del joven universitario. En
efecto, esta neurosis se desencadena de modo clínicamente manifiesto en el momento de elegir una mujer. No quiere optar, como
su padre, por la mujer rica pero no amada, ni tampoco se decide por su amada pobre. Elige no elegir y se enferma a causa de eso,
afirma Freud taxativamente. De modo que la imposibilidad de elegir no es consecuencia de la enfermedad, sino que no elegir la
ocasiona; el aparente resultado es en realidad su propósito. No trabaja ni estudia más, precisamente para no tomar la decisión
esencial.
En tercer lugar, su síntoma fundamental es también relativo a la elección: se trata de la duda que marca sus pensamientos y
sus acciones, la duda que es la percepción interna de la irresolución, escribe Freud.
Lacan llevará la vigencia de esta secuencia elección-mecanismo hasta los casos de psicosis desencadenada. Así como Freud
inaugura la teoría psicoanalítica al poner en duda los mecanismos de la neurosis (“ya no creo en mi Neurótica”), Lacan escribe su
texto “Acerca de la causalidad psíquica” para explicar por qué pone en duda los automatismos pregonados incluso por su maestro
en psiquiatría Gaëtan de Clérambault. Aun en el caso del loco le parece imprescindible postular una “insondable decisión” del ser
que se ha dejado tentar por esa “seducción del ser” que es en lo que consiste la locura (Lacan, 1966: 176-177). La decisión es del
ser, todavía no sujeto. Volveré sobre esta distinción capital.
LA IDENTIDAD ASEGURADA FUERA DEL OTRO
Un psicoanálisis puede ser concebido entonces como un trabajo de discernimiento, análisis y revisión de algunas elecciones
del ser hablante, que sellan como destino las coordenadas de su identidad. 5Las buenas reseñas clínicas del psicoanálisis desde
Freud nos enseñan sobre lo que tiene de determinante la posición tomada por el ser hablante -incluso si es una reacción
defensiva-, cuando ella decide respecto del traumatismo vivido en la infancia y precede los mecanismos de la neurosis, y aporta a
esta la causa [aitía] de la que procede su etiopatogénesis. La elaboración analítica del síntoma muestra que, más acá de lo q ue
tiene de típico, más acá de la variedad de sus máscaras, hubo, hay y habrá un núcleo resistente a la interpretación, ese rasgo
conservador e incurable del síntoma en que el acto analítico encuentra su fin propio (Lacan, 2001: 375). Comentaremos
descripciones de ese rasgo más adelante; ya están presentes en Freud.
Juan Ventoso (2010), psicoanalista que trabaja en Buenos Aires, ha destacado el beneficio terapéutico que constituye la
producción analítica del síntoma. Relata un breve tramo de análisis que permitió a la analizante encontrar en su historia y
reformular las primeras elecciones, irreversibles, identitarias, fuera del Otro desde el comienzo. Estas fijaron su estrategia
sintomática ante el Otro, así como el agujero por el que podría elegir y realizar de manera singular su destino.
Se trata de una histérica para la cual la violación reiterada de un primo militar que ella encubrió con su silencio cómplice
aparentemente solo dejó cuestiones del tipo “¿Cómo es posible que mis padres no se hayan dado cuenta?”, y respuestas en el
estilo de “Mi padre era alcohólico, mi madre estaba deprimida por el alcoholismo de mi padre y yo era muy pequeña para
hablar”. Recién cuando su hermana le confesó que también había pasado por la misma experiencia, se decidió a “hablar”.
Primero, en su infancia, parando con rudeza a su primo; luego en su análisis, donde recuperó la capacidad de decir “no”, a partir

5 La etimología del término “destino” ha sido destacada en este sentido por Lacan. Procede del verbo latino sto, “fijarse, mantenerse firme, sólidamente”.
Es decir que el destino involucra, en forma secreta, nuestra posición en el ser, nuestra voluntad más íntima, que la conciencia y el yo desconocen.
del momento en que situó su síntoma primario: un nudo en la garganta que la acompañó siempre desde la época del trauma, sin
que ella se diese cuenta; un nudo que la incomodaba desde el momento en que se despertaba hasta la noche, que le impedía decir
“no”, separarse de su marido o de las situaciones que sentía que la ataban, e incluso hablar del nudo mismo. Entonces, cuando
ella dice con entusiasmo y alivio al analista “¡El nudo en la garganta desapareció!”, este le pregunta sorprendido: “¿De qué nudo
en la garganta habla?”.
Este síntoma le fue revelado por un sueño en el que ella era ahorcada hasta despertarse; pero el despertar era también en el sueño,
y ella podía verse entonces a sí misma, que era quien se estrangulaba, con gesto y sentimiento de odio.
Los sueños revelan nuestra realidad radical, velada a la conciencia. En efecto, este análisis operó una separación de la relación
alienada que ella mantenía con su esposo y permitió detener el proceso de divorcio y renovar su amor por él. Esto resucitó el
deseo de tener un niño y de recomenzar estudios suspendidos desde hacía largo tiempo por mera procrastinación neurótica. No
era el marido quien la ahorcaba.
El efecto de un psicoanálisis no consiste en suprimir el síntoma, aunque pueda aliviarlo, sino en reformular las coordenadas
de algunas elecciones alienadas del pasado para encontrar una opción nueva en la que el ser, si quiere, puede darse una identidad
de separación (Soler, 2005: 113) a partir de una elección que rompe todo encadenamiento causal. 6
La decisión del ser, así revisitada, permite una clínica diferencial que está en vías de construirse en psicoanálisis, y ya n o
entre síntomas de distintos tipos clínicos, sino entre el sujeto-síntoma que padece los mecanismos del inconsciente en cualquiera
de sus variantes nosológicas y el ser que, en su destitución de sujeto, se ha resuelto a gozar del deseo y del Otro por caminos que
difieren de los cortocircuitos de la neurosis, la perversión o la psicosis.
El análisis se propone conmutar lo que inicialmente se presenta como elección forzada y como identificación alienada alOtro
(que elimina a este en cuanto Otro verdadero) en otro modo de elegir. Es la oportunidad de que el parlêtre pueda alcanzar aquella
identidad fijada en el momento de elección de trauma, que se apoya en la heteridad del Otro, que ex-siste precisamente por
conectar sin reconocimiento posible con lo que el síntoma tiene de pulsional imposible de escuchar, $<>D. Este no
reconocimiento, este nicht erraten (falla de interpretación) del Otro es inherente a la definición de síntoma en psicoanálisi s. Es el
único caso para el cual Lacan reserva el término de “conocimiento": hay conocimiento en el síntoma en ese punto preciso en que
no podría haber reconocimiento de parte del Otro. No tiene nada, decía el médico en la época de Charcot; ya no hay
interpretación posible para este síntoma, concluye el analizante en el final de su trayectoria de análisis. Tanto Boecio en La
consolación de la filosofia como Kierkegaard en El concepto de la angustia señalaron que es en el pecado como experiencia
originaria del ser capaz de elegir, y de elegir caer afuera del alcance del saber del Otro, donde se produce el salto a la existencia.
Si en nuestra práctica de analistas podemos poner en cuestión la identidad del analizante en cuanto Otro que no conocemos, es
porque suponemos que la identidad que se ha dado en la experiencia traumática es en última instancia más estable ymás firme
que la que surge de las identificaciones a ciertos rasgos del Otro; es sobre aquella identidad que se apoya la certeza del acto
psicoanalítico. En el caso del neurótico que, a diferencia del filósofo, no logra curarse a sí mismo, no se autoayuda, por las
virtudes de un método y de un deseo que promueve la libertad de decir, nosotros, analistas, podemos dar al ser lo que es del ser:
su libertad de optar respecto del génoi hoíos essì (llega a ser lo que tú eres) (Lacan, 1966: 177) por el cual el significante lo
intima no como significado sino como causa de vida. La matriz de lenguaje que lo envuelve, lo parasita y lo soporta también lo
necesita para seguir viva. Necesita de su enérgeia, de su deseo, de su voluntad, de su decisión última de la que ella es incapaz, por
no poder elegir.
Capitulo 5 Los términos de la elección en Lacan
Una objeción que puede suscitar la argumentación precedente es la siguiente: cómo podemos pensar que un niño de 4o 6 años,
en circunstancias de seducción por parte de un adulto, puede elegir? Aristóteles afirmaba sensatamente que los niños no poseen
aún esa facultad, y el derecho positivo por suerte lo sigue considerando así, de modo que en las prácticas sexuales con niños se
considera que es el adulto quien debería ser penalizado, en principio, ya que como es bien sabido, el pederasta suele ser protegido
por alguna institución poderosa, si no por su propia familia.
Desde esa perspectiva, pensar sobre la libertad electiva en el niño parece sacrílego; el niño participa en ese sentido de lo que
reviste el carácter de sacer tan bien descripto por Benveniste y por Agamben: es el hombre sin tiempo ni responsabilidad. Por
eso, se entiende la fuerte crítica a Freud cuando introdujo el tema de la actividad sexual en la infancia. No se horrorizó ante la

6 En su célebre libro Cómo hacer cosas con palabras, Austin (1962b) explica que no hay acto que pueda ser consecuencia de otro acto; el acto produce
entonces una ruptura en todo encadenamiento causal. Por eso, el acto mínimo, la elección, es la posibilidad de una existencia no automática, no predeterminada por
completo.
sexualización prematura de los niños, pero tampoco la promovió; constata su existencia y se interesa en las preferencias previas a
la pubertad porque más tarde podrán volverse eficaces. Su operación consistió entonces en desdoblar la elección del niño, con el
siguiente argumento: un acontecimiento traumático de la infancia solo cobrará eficacia causal más tarde, a partir de la pubertad,
cuando el recuerdo o la repetición de un accidente de la infancia lo encuentre pulsionalmente dotado. No es tanto el uso de la
razón como el uso de la pulsión sexual ya equipada de manera fisiológica lo que resulta determinante y otorga a un
acontecimiento de la infancia el carácter de trauma eficaz en la producción de síntomas. Esta “elección de trauma” activa la
causalidad por libertad, en términos kantianos, en que se basa la etiología de las neurosis y las psicosis desde los comienzos de la
elaboración freudiana.
Un ejemplo. El analista no puede desdeñar el testimonio de un analizante adulto, no homosexual sino neurótico obsesivo,
quien confiesa que a los 5 o 6 años se hizo cómplice de una experiencia sexual promovida por el torturador consuetudinario que
era para él su hermano mayor. Prefirió eso a dormir la siesta estival obligatoria y asfixiante entre sus padres transpirados. Se
escapó de la cama y se fue con sus hermanos mayores al patio trasero de la casa. Además de lo que en este caso testimonió la
víctima, podemos adivinar lo que mueve al victimario en forma casi monótona, podemos conjeturar que el hermano mayor, ya
perverso en su pubertad, no se excitaba solo por el contacto con el agujero natural que le ofrece el cuerpo del hermanito, si no con
la angustia que afecta a ese pequeño cuerpo por el empleo antinatural que interesa a ese Otro en el deseo, y sobre todo en ese
momento crucial en que la angustia de la víctima cede el paso a la satisfacción, momento en el cual la víctima deviene cómpli ce.
Ese es el punto decisivo que interesa: ese preciso instante en que el niño elige quedarse allí, elige no gritar ni volver con sus
padres, elige el silencio encubridor para transformarse en el partenaire de su hermano durante años.
Sin ir muy lejos en la criminalidad de la propuesta, no es necesaria una “violación” en el sentido usual del término; a menudo
una seducción sutil puede ser eficaz en la producciónde un hallazgo traumático para la víctima; un roce sutil, una mirada
penetrante, una palabra perturbadora, una exhibición oportuna, que divide al niño entre el pudor y la curiosidad. Cualquiera de
esos hechos puede ser traumático, tal vez no en ese momento, sino cuando algún goce pulsional íntimo, pervirtiendo su finalidad,
preste su fuerza y su fuente al deseo del seductor. Al pequeño Hans le bastó con que su tía, no tan perversa después de todo, le
dijera: “Pero qué lindo pichilín tiene” (Freud, [1909a] 1980: 22). El consentimiento inconsciente del niño prescindió del acuerdo
del yo consciente: angustia prinero y división subjetiva poco después.
En su novedosa elaboración del tema, Lacan parte del hecho de que una elección puede ser forzada. Sin embargo, nunca
olvida que una elección, aun forzada, es una elección, ya que es eso, precisamente eso, lo que el seductor quiere producir, y es
eso lo que resultará al mismo tiempo traumático y eficaz en la producción de ese desgarramiento del ser al que llamamos
“síntoma”.
LA ELECCIÓN, FORZADA
Es frecuente encontrar en los seminarios y textos de Lacan la idea de que el sujeto es efecto del lenguaje o de lalengua,
determinado por combinaciones de significantes, como un títere del inconsciente que no decide nada. Sin embargo, a la hora de
teorizar sobre la génesis del sujeto, Lacan se vio forzado a hacerlo en términos de elecciones. ¿Se vio forzado o eligió hace rlo?
Quizás la pregunta sea indecidible, o mejor dicho, tal vez responda a un indecidible inherente a la cosa explorada, que por
supuesto no tiene un nombre preciso en psicoanálisis.
El hecho es que Lacan explicó la estructuración del sujeto en dos fases, ambas electivas, a las que llamó “alienación” y
“separación”. En la primera la elección es forzada, mientras que en la segunda no. La separación es la ocasión del ejercicio de la
voluntad, en un punto que concierne tanto al deseo del Otro como al goce pulsional.7 Esa voluntad no necesita ser consciente
para jugar su partida; los actos que ella produce suelen ser certeros, libres de duda, justamente por no dar lugar a los miramientos
del yo –cuya función es dividir el ser, reprimir su accionar, diluir su identidad de separación, anonimizarlo-.
¿En qué consiste la alienación? Se trata del forzamiento que está en el origen de la constitución del ser hablante: el sujeto es lo
que un significante representa para otro significante. Esta definición circular implica diversas consecuencias; entre otras, que el
sujeto es representado por el significante no para otro sujeto, tampoco para la madre o el padre, ni para Otro social, ni divino,
sino para otro... significante. En la articulación con ese otro significante, el sujeto estará entonces solo representado, es decir,
desaparecido bajo ese significante segundo en el que alcanza cierta representación o existencia dibujada.
En segundo lugar, la alienación no se produce solo como efecto del encuentro del ser con el lenguaje, sino con el par significante;
se requieren dos significantes, ni más ni menos. Si hay tres o más, el deslizamiento del sujeto de un significante al otro permite

7 Como veremos, Lacan esta vez no puede evitar referirse al término “voluntad”, que evidentemente trataba de evitar por estar t an desgastado por las
perspectivas cosmológicas de la filosofía y las bagatelas que ofrece la psicología.
que algo de su estructura de sujeto resulte escamoteado: su división.8 Y si solo hay un significante, como ocurre en algunas
circunstancias que se constatan a menudo en la clínica9, puede haber ser, hablante o no, puede haber acto, de decir u otro, pero no
sujeto.
En tercer lugar, ese efecto de sujeto determinado por el par significante incide sobre el viviente interrumpiendo el ciclo vital
del siguiente modo: suplanta al instinto natural por una demanda. El primer significante S1, no solo representa al sujeto, sino que
opera como exigencia significante que, en el mejor de los casos, impacta sobre el cuerpo funcionando como S2, como lugar de
inscripción simbólica -es el principio de la histeria de conversión-. El S2, deviene Vorstellungsrepräsentantz, representante del
sujeto en el campo de la representación, justo allí donde su naturaleza instintiva ha sido desplazada por la mera exigencia del
lenguaje, exigencia que a partir de entonces pulsiona en lugar del instinto natural y lo divide. Lo que estaba allí abierto a ser
representado desaparece debajo del S2, que es el lugar del supuesto reconocimiento, pero que en verdad es el lugar de la mera
articulación del significante con el significante.
El viviente resulta así reemplazado por el cuerpo, que tanto en español como en francés [corps] o en latín [corpus] designa ese
conjunto, ese “todo”, esa unicidad que suplanta al organismo. Es lo que justifica que la anatomía subjetiva de ese cuerpo pueda
ser tan diferente en la histeria que la que reconoce el médico que estudia su organismo –actualmente sin necesidad de palpar ese
cuerpo que, además de sufrir, desea y goza, ipuaj!-. En otro lugar he explicado que por abordar la estructura subjetiva desde esta
perspectiva, el psicoanálisis no es, ni podrá ser nunca, una neurociencia.
He escrito “en el mejor de los casos" porque el efecto de sujeto del lenguaje suele interesar al ser hablante de modo diferente
que al perro de Pavlov, ya que por ser hablante puede responder, si quiere, y también comenzar a interrogar el deseo del Otro
que, como veremos, se desliza y se mantiene en el intervalo entre S1 y S2. El perro no puede responder a los significantes de
Pavlov sino como organismo, sin posibilidad de discernir entre S1 y S2 no sitúa el intervalo entre ellos. Por no discernir el
equívoco entre el sonido de la campana y el alimento, no tiene modo de responder al deseo engañoso del experi mentador; el
pobre perro responde siempre con secreción gástrica, llegue o no el alimento, y se ulcera.
De allí la facilidad con que puede producirse experimentalmente el efecto psicosomático caracterizado por Lacan porque el
binario significante se comporta como una holofrase, bien diferente de la histeria, sin lugar para el deseo.
El ser hablante, en cambio, da cuerpo al S2, bajo el cual tiene la opción mínima de desaparecer. Con su fading
(desvanecimiento), el sujeto protege así su organismo del efecto del significante, efecto injuriante directo cuando falla la
protección de esa suerte de red simbólica que constituye el cuerpo en cuanto S2.
Es precisamente esta coincidencia, que el efecto de sujeto se produzca en un ser hablante que puede llegar a responder, lo que
hace de la alienación una imposición del lenguaje que sin embargo es tomada por el ser hablante como ocasión de optar. Aunque
no llega a expresarlo así, Lacan parece haber advertido que el ser hablante responde propiamente como res eligens, que siempre
preserva la posibilidad de una respuesta que no es por completo previsible. La alienación toma la forma de un vel... vel... (o
bien... o bien), para retomar un título de Søren Kierkegaard. Lo que lo diferencia de cualquier otro sujeto de lenguaje ( perro,
delfín, hormiga, abeja) es su aptitud para acomodar su existencia en los intersticios de un lenguaje equívoco que lo convoca a
responder en cuanto eligens, un lenguaje que incluso en la situación de máxima alienación se diferencia de un programa que
decidiría por él enteramente, que le dejaría un margen para un “sí” o un “no” que no podría ser programado con anticipación. Es
verdad que el aparato nazi logró llevar a buena parte de la población de los Vernichtungslagern a ese estado en que ya no par ece
quedar la más mínima posibilidad de reacción moral. El final de un hombre digno de ese nombre puede preceder a su muerte,
como bien testimonia Primo Levi en su libro más famoso, Si esto es un hombre.
FANTASÍAS DE LIBERTADY SU EJERCICIO EFECTIVO
La posición de Lacan respecto del empleo del término “libertad” es extremadamente crítico. En su clase del 8 de febrero de
1956 explica en términos sencillos la alienación profunda quemarca a todo discurso de la libertad. Recordemos algunos de sus
párrafos:
La esclavitud no es reconocida en nuestra sociedad. Sin embargo, la servidumbre no está abolida en ella; se ha generalizado. La
relación de aquellos a quienes se llama “explotadores" en relación con el conjunto de la economía es también una relación de
profunda servidumbre. De modo que la duplicidad amo-esclavo se ha generalizado en el interior de cada participante de nuestra

8 Reseñamos en este capítulo algunos desarrollos de Lacan sobre la alienación y la separación que se encuentran principalmente en las últimas clases del
seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis y en su texto “Posición del inconsciente”, incluido en los Escritos.

9 Por ejemplo, en el síntoma propio de la psicosis, donde en lugar de división subjetiva hay certeza, o en el acting del neurótico donde “lo que dice es
verdad, pero no sujeto” (Lacan, 2001: 325), según leemos en la reseña redactada por Lacan de su seminario La lógica del fantasma.
sociedad. [...] La servidumbre profunda de la conciencia en este estado desdichado debe ser referida al discurso que ha
provocado esta profunda transformación social. Ese discurso, podemos llamarlo el “mensaje de fraternidad”. Se trata de algo
nuevo, que no apareció en el mundo solamente con el cristianismo, pues ya estaba preparado por ejemplo por el estoicismo. En
síntesis, detrás de la servidumbre generalizada, hay un discurso secreto, un mensa-- je de liberación, que subsiste de algún modo
en estado reprimido. [...] Sucede lo mismo con el discurso patente de la libertad? No por cierto. Se ha advertido hace un tiempo
una discordia entre el hecho puro y simple de la revuelta, y la eficacia transformante de la acción social. Diría incluso que toda
la revolución moderna se ha instituido sobre esta distinción, y sobre la noción de que el discurso de la libertad era, por
definición, no solamente ineficaz, sino profundamente alienado en relación con su meta [but) y con su objeto, que todo lo que se
liga a él de demostrativo es, para hablar con propiedad, enemigo de todo progreso en el sentido de la libertad, en tanto que ella
puede tender a animar algún movimiento continuo en la sociedad. Queda sin embargo el hecho de que ese discurso de la libertad
se articula en el interior de cada uno como representando un cierto derecho del individuo a la autonomía (Lacan, [1956] 1981:
150 y ss.).
La filosofía y el derecho han discernido diversas formas de libertad. La libertad subjetiva es mera negatividad o posibilidad,
es la libertad de la conciencia de pensar realizaciones, deseos, venganzas, que tal vez nunca se realicen. Su realización, lo que la
filosofía del derecho llama la “libertad positiva”, solo puede realizarse en el lazo social.
La primera, la libertad negativa, suele ser considerada una libertad introducida por la modernidad, en la que prospera la neurosis.
Lacan señala que esa libertad suele manifestarse en el hombre moderno bajo la forma de un discurso interior más bien delirante,
difícil de compartir, en el que afirma su autonomía, su independencia en relación con todo amo y con todo Dios. Ese discurso en
verdad no es tal, ya que no constituye ningún lazo social; no llevamos a una práctica socialmente inscripta sino un porcentaje
ínfimo de la osadía, del desenfreno, de la libertad de acción que fantaseamos. Esa “libertad”, por el hecho mismo de permanecer
como ensoñación, tiene otro costado de sometimiento a la normalidad gris que rige nuestras acciones en la realidad compartida
donde no somos tan libres, en la vida cotidiana que se estanca en el discurso común. La dilación en el actuar encuentra su
sucedáneo en el demorarse en el pensar, según enseña Freud. Mientras pensamos esa libertad, no la ejercemos positivamente. De
todos modos, el psicoanálisis no se ocupa de combatirla; su método libertario nada tiene que ver con las circunstancias terribles
que imagina Orwell en su célebre novela 1984, donde la policía del pensamiento termina enterándose de las ideas y su
consecuencia puede ser la cárcel, la desaparición, la muerte y la supresión absoluta de la existencia y del recuerdo del
librepensador.
La libertad positiva, desde la Grecia democrática, se ejerce en los lazos sociales reales, que si bien suelen brindar alguna
posibilidad de realización efectiva, sin embargo son amarras sociales. Nuestra realidad, en cuanto socialmente estructurada,
consiste en una red de anudamientos elásticos, que sin duda pueden aflojarse, pero que son ataduras al fin.
Otra forma de realización de la libertad es el “desencadenamiento” por el que el ser hablante se libera del lazo social al precio de
la locura. Esta libertad ya no es fantasía, pero tampoco está al alcance de cualquiera; no cualquiera se permite un ejercicio
efectivo de tal libertad fuera del lazo social (Lombardi, 2008); su costo suele ser excesivo. Desde el punto de vista de la libertad
socialmente articulada, el desencadenamiento psicótico implica la libertad en un tercer sentido, un “no” rotundo a las opciones
que ofrece el Otro. Entonces, el desencadenamiento tiene estructura de pasaje al acto, que es la culminación de la alienación
como eliminación del Otro. Allí el psicoanálisis reubica a la tercera forma de la libertad filosófica, la libertad irónica, que no es
precisamente la realización del espíritu que pretendía Hegel.
Por lo tanto, de un lado tenemos el discurso interior del neurótico sobre la libertad, que en verdad inhibe su ejercicio social;
del otro lado está la libertad inherente a la locura en cuanto ruptura de todo lazo con el Otro verdadero. Entre ambos están los
diferentes lazos sociales, donde es posible el encuentro efectivo con el deseo del Otro, salir de la alienación por vía de la
separación. Pero antes de pasar a eso, recordemos algunos de los ejemplos que Lacan propone a partir de la Fenomenología del
espíritu, de Hegel, para mostrar que, aun forzada, una elección es una elección y que en ella, por ella, se determinan y se fijan
diferentes posiciones subjetivas.
Así la entrada en la esclavitud: conminado a elegir entre la libertad y la vida, el esclavo elige conservar la vida al precio de la
libertad. Esa elección es, al menos en teoría, su última elección, ya que así renuncia a su condición de hombre libre.
La realización de la esencia del amo se ilustra en el momento del Terror que sigue a la Revolución Francesa. La triple
holofrase “¡libertad, igualdad, fraternidad!” impone rápidamente elecciones forzadas de diversos tipos. Por ejemplo, por escoger
la alternativa “libertad o muerte!”, el amo conserva las dos, ya que si elige la primera, se trata de la libertad de morir, y si elige la
segunda, en ese momento demuestra que incluso en tal circunstancia extrema ejerce la libertad (de elegir). Esta alternativa, la
libertad o la muerte, fue representada por Jean-Baptiste Regnault en su pintura homónima. A la izquierda, la libertad sė quita su
gorro oriental para mostrar sobre su rostro la diadema de la razón, a la derecha la muerte tiene en su mano la corona de laureles,
emblema de gloria para el hombre que sucumbe precisamente en el ejercicio de su libertad.
En el Terror el amo realiza así irónicamente su esencia de amo, que Aristóteles en su Política podría definir como hombre
libre, porque en aquella época el amo restringía su libertad al ejercicio del S1, la orden, pero no desposeía al esclavo de su saber
hacer. “El amo debe saber ordenar lo que el esclavo debe saber hacer”, explicaba el griego en su Política. En los tiempos
modernos, excelente título de Chaplin, al realizar su esencia de amo, este se apodera “fraternalmente” del saber del esclavo y, si
es posible, lo reemplaza por la máquina, con lo cual se autoaniquila en cuanto amo. Con el comienzo del capitalismo, el discurso
del amo antiguo encuentra el principio de su fin. Actualmente, en la ciudad del discurso, solo el psicótico podría encarnar al amo,
por regir lo social desde fuera del lazo social. La alienación, explica Lacan, aunque se haya necesitado mucho tiempo para
evidenciarlo, desde el comienzo implica la eliminación del Otro verdadero.
A partir de su lectura de la alienación en Hegel, Lacan discierne distintas “posiciones subjetivas del ser", ya que aun en la
situación de elección forzada por el par significante constitutivo de la división del sujeto, no hay una única respuesta posible para
el ser al que afecta. Una de esas posiciones es el fading del sujeto bajo el significante binario S2, tal vez la más abierta a una
salida de la alienación. Otra muy diferente es el efecto psicosomático, en el que el significante S1 no llega a representar al sujeto
para otro significante S2 que dé cuerpo a la pulsión y permita el fading del sujeto. Esa negativa a “dar cuerpo” favorece la injuria
directa del significante al organismo; sin la protección del cuerpo-S2, el organismo se lesiona por la incidencia directa del
significante sobre él. La psicosis en el débil mental y en la paranoia son otros ejemplos propuestos por Lacan: en ellos, el ser se
petrifica como soldadura de S1 y S2, lo cual hace fracasar el sistema por el que el par significante instaura en la dimensión
humana la creencia, que se basa en una oscilación entre S1 y S2 en el estilo de “ya lo sé, pero aun así...”, tan bien caracterizado
porOctave Mannoni. Al haber holofrase en lugar del par diferenciado S1//S2, falta uno de los términos de la creencia, y entonces
se instala la dimensión del unglauben, ese no creer, ese rechazo de las condiciones humanas de la confianza que Freud señala en
el fundamento de la certeza del paranoico.
Ahora bien, estas distintas “posiciones”, ¿son el resultado de una toma de posición del ser hablante o se trata meramente de
mecanismos? Parece evidente, en todo caso, que una vez instaurado el mecanismo, este opera como tal y automatiza la respuesta
subjetiva; sin embargo, encontramos en Lacan una prudencia que concierne a la ética del psicoanálisis, que deja abierta la
pregunta acerca de si la puesta en marcha del mecanismo no fue precedida, e incluso encendida, por una elección, una toma de
posición del ser. Esa prudencia nos deja la posibilidad de trabajar todavía con seres capaces de elegir, en lugar de reparar
autómatas averiados, cerebros enfermos, errores cognitivos o emociones mal educadas.
Para profundizar la perspectiva de Lacan respecto de estas posiciones subjetivas, sugiero la lectura detallada de las últimas
clases de El seminario XI y del texto “Posición del inconsciente” (Lacan, 1966: 829-850), y propongo ir ahora directamente a mi
objetivo, que es mostrar que a veces allí donde solo parece haber elección forzada puede haber otra opción.
LA SEPARACIÓN
Si en la alienación la elección se presenta como alternativa forzada entre dos significantes, sin Otro verdadero (en esa fase no hay
más Otro que otro significante), la constitución del sujeto no concluye sin la separación. Así llama Lacan al acto mediante el cual
el ser hablante responde al deseo del Otro que se ha deslizado entre Sı y S2. El sujeto, antes desaparecido bajo el S2, “ataca la
cadena en su punto de intervalo" en réplica a lo que en ese intervalo entre significantes encuentra como deseo del Otro, ahora sí
verdadero -por no reducirse a un elemento de lo simbólico–. La carencia de ser producida por su fading bajo el significante
binario intersecta con la carencia del Otro que se manifiesta como deseo.
Por la separación, dice Lacan, el sujeto encuentra el punto débil del par primitivo de la articulación significante, en esencia
alienante:
Es en tanto que el deseo del Otro, la madre por ejemplo, está más allá o más acá de lo que ella dice, de lo que ella intima, de lo
que ella hace surgir como sentido, es en tanto que su deseo es una incógnita; en ese punto de falta se constituye el deseo del
sujeto. En un proceso que no es sin engaños, que no es sin esta torsión fundamental por la cual lo que el sujeto encuentra no es
lo que anima su movimiento de volver a encontrar, el sujeto vuelve entonces al punto inicial, que es el de su falta como tal, la
falta de su afánisis (Lacan, [1964] 1973: 199).
En la separación, el sujeto juega su partida, que le permite liberarse, ahora sí, del efecto afanísico del S2, el significante binario
que no lo representa, que solo es el lugar de desvanecimiento de su presencia viviente.
Desde que entró bajo la eficacia del par significante, el ser hablante ya no puede volver a ser meramente un viviente; una
parte suya ha sido captada y puesta en fading por el forzamiento del lenguaje. Pero la separación le permite operar con lo que
perdió en la alienación y lo hace jugar a nivel del deseo del Otro que, curiosamente, se interesa en esa suerte de parusía negativa
que es su afánisis.
Entonces, cuentan los encuentros en que, gracias a la eficacia del deseo de algún Otro, podemos optar, y tal vez no haya otra
Gracia por fuera de ese “gracias a”. Ya no viene al caso decir que “estamos forzados” a salir del pensamiento, a tomar partido, a
poner el cuerpo de otro modo que en la angustia irresuelta.10 En la separación nos jugamos, queremos hacerlo, el vel (o bien... O
bien...) de alienación se transforma en un velle, dice Lacan (1966: 842-843), un querer, un ejercicio de la voluntad en el que lo
pulsional se satisface, al articularse en acto con el deseo que viene del Otro, y permite al sujeto librarse del S, que lo desvanecía.
Es notable el énfasis ético puesto por Lacan en esta operación de separación. “Separarse” es parirse en su sentido jurídico
originario11, es procurarse un estado civil, vale decir, darse una posición en el lazo social que solo se alcanza por decisión
propia: "Nada en la vida de nadie, escribe enfáticamente, desencadena más encarnizamiento para lograrlo”. Esta operación, este
acto, no se produce sin el Otro. La alienación implica la eliminación del Otro, no así la separación, que toma del Otro lo más
interesante, su deseo. “Separarse” es “tomar del Otro su carencia, su deseo, y soltar otras adherencias para con él”.
El neurótico fantasea con la libertad, pero continúa en su posición de afánisis, de sujeto tachado por la articulación
significante. La cura de la neurosis pasa por la separación en cuanto ejercicio auténtico de la libertad, que arranca al ser pulsional
del eclipse al que se somete en la alienación. “De lo que el sujeto debe liberarse, es del efecto afanísico del significante binario”
(Lacan, [1964] 1973: 199-200) es la primera parte del manifiesto ético de Lacan.
Su propuesta apunta a una transformación de la relación del ser hablante con lo pulsional: la exigencia significante puede ser
mera demanda sin deseo. Es para protegerse de ella que en la separación el sujeto ataca la cadena en su punto de i ntervalo, al
mostrar la utilidad clínica y práctica que comporta reducir la cadena del significante a un par: para advertir que lo que
verdaderamente interesa en la vida del hablante mora en el intervalo entre SI y S2, donde el ser encuentra los objetos
intersticiales señalados por el deseo del Otro, por metonimia, por alusión.
La clínica de lo que, como la ousía para Aristóteles, se ciñe por intervalo es la verdadera clínica del psicoanálisis. Lacan
había advertido que la relación con los objetos no está mediada sino interrumpida por la relación del sujeto con los significantes
de la demanda. Esto resulta particularmente evidente en esos momentos en que el sujeto se borra, pierde la voz justo cuando
podría darse el encuentro con el deseo del Otro.
En ese movimiento, de su partición $ el sujeto pasa a su pari(ción, lo cual le da otra opción completamente diferente de la |
elección forzada por el par significante. El generoso ejemplo que nos deja Lacan es el de Empédocles arrojándose al volcán del
Etna donde moraban los dioses; para devolverse un estado civil en Agrigento -su ciudad, de la que había sido desterrado-, bajo la
forma de un poderoso, de un semidiós como el que había sabido representar otrora con su poder político y su saber médico.
Un ejemplo actual de la clínica cotidiana. Se trata de una mujer que ha permanecido mucho tiempo en la siguiente alternativa:
“Estar con mi marido me parece insoportable, pero la idea de quedarme sola a los 50 años también me resulta intolerable". El
analista le sugiere otra manera de presentar esta alternativa: “No seré feliz pero tengo marido” o “Mejor sola que mal
acompañada”. A la sesión siguiente, cuenta que fue a la peluquería, como un guiño a la mirada deseante del marido y quizás de
algún otro hombre. Luego tomó algunas decisiones laborales que implican un cambio de posición: asumir aquello en lo que le va
bien, salir de las situaciones en que nítidamente prevalece la demanda del Otro sobre el deseo. El análisis la lleva luego a advertir
que tomar al marido con quien convive hace veinticinco años como destinatario de los reproches o como agente de la demanda es
por lo menos frustrante, lo cual la deja en afánisis subjetiva en los momentos del deseo; en esas coordenadas, la pulsión no
encontraba otra expresión sino significante, mortificante, desconectada del deseo. La separación, también en el plano del amor,
señala otra opción, que no necesariamente va en el sentido del divorcio.
El psicoanálisis busca liberar al sujeto del efecto afanísico del binario, para que de su partición $ pase a su parto, en un efecto
de torsión que es decisivo que se realice en la fase de salida de la transferencia (Lacan, [1964] 1973: 199). El deseo del analista
está allí para facilitar esa salida.
En síntesis, Sigmund Freud descubrió la participación de algunos mecanismos inconscientes en la producción de los síntomas
neuróticos. Sin embargo, el psicoanálisis evidencia que la etiología de la neurosis no es solo accidental, mecánica, orgánica,
fisiológica, ni tampoco mero “mecanismo lingüístico”; su causa acaece en un ser capaz de elegir, y es en cuanto sujeto que
participa de una elección que alguien resulta afectado de una neurosis. El método psicoanalítico permite una revisión de la
elección de la neurosis mediante una propuesta de libertad asociativa exaltada por la interpretación, de exploración de los límites
de esa libertad y de conclusión que reabre opciones vitales. El plus de libertad con que termina el análisis suele apoyarse en lo

10 La angustia es la sensación del sujeto ante el deseo del Otro, propuso Lacan, pero también es el sentimiento que surge de la sospecha de que nos
reducimos a nuestro cuerpo (Lacan, 1988: 102).

5. 11 “Parir" es “procurar un hijo al marido".


que del síntoma resta de “incurable" -esa parte de sí que el sujeto conoce sin recocerse en ello-. Como propuesta ética, va en un
sentido radicalmente divergente de las diversas promesas sugestivas, reeducativas, farmacológicas, etc., que tratan al sujeto de la
neurosis como un ente manipulable desde el exterior.
CAUSAS POR ACCIDENTE
¿Quién no se cree capaz, aunque sea por un instante, de realizar algún anhelo que lo agita hace tiempo? ¿Quién no piensa de
vez en cuando en liberarse de las ataduras del trabajo, del fisco, del matrimonio, de la familia, incluso de la existencia? A pesar
de los condicionamientos que encontramos en la determinación de nuestras conductas, nuestra convicción en favor de la
existencia de una voluntad libre subsiste, y no creemos en un determinismo absoluto.
Sin embargo, Freud notó que esa convicción, curiosamente, no se exterioriza a raíz de las decisiones importantes de la voluntad.
En esas ocasiones, se tiene más bien la sensación de una compulsión psíquica y de buena gana se la invoca, como Lutero en la
Dieta de Worms: “A esto me atengo; otra cosa no puedo”. Por el contrario, en las decisiones triviales e indiferentes tenemos la
sensación de que igualmente habríamos podido obrar de otro modo, que hemos actuado con libertad.
No es casualidad que esta observación sea incluida por Freud en un capítulo sobre el determinismo, la creencia en el azar y la
superstición de su Psicopatología... En efecto, en este punto interviene el azar. La idea es antigua, es simple, es prodigiosa: para
realizar aquello a lo que no se atreve, el ser hablante se hace cómplice del azar. Incapaz de asumirse como responsable de un
acto, de una posición, de una acción que solo él puede cometer, encuentra en el azar la oportunidad de que se realice sin haberlo
buscado en forma consciente. En los hechos afortunados, e incluso en los desafortunados, consume accidentalmente una
preferencia, un deseo secreto, un Wunsch de la infancia, un goce postergado. Encuentra sin haber buscado. Y cuando esto ocurre,
así, por azar, lo hace en el desconocimiento ostensible de su acto, en una Verleugnung justificada. Esto no quiere decir que eso le
evite las consecuencias del hecho; quizás las padece exactamente como si lo hubiera cometido deliberadamente, o peor...
Declararse inocente no redime al paranoico de los retornos en lo real de su juicio adverso; declararse culpable y arrepentido no
libera al obsesivo de sus intentos denodados de anular lo actuado.
Lacan da máxima importancia a esos encuentros en los que la casualidad coincide con la causalidad. Lo tíquico es uno de los
conceptos éticos más importantes en su obra, en lo que hace a la realización del deseo y al destino.
Ya hemos recordado que la noción de una “causa por accidente" que afecta a un ser capaz de elegir es nítidamente definida
por Aristóteles en su Física, donde la opone al accidente que sobreviene a un ser incapaz de elegir. Llama tique [túxn] a la
primera y autómaton a la segunda. La tique es ese accidente que ocurre a un ser que habría preferido que eso ocurriera, o que eso
no sucediera jamás; es la fortuna y el infortunio. Las lenguas indoeuropeas testimonian que esa noción existe desde siempre, en
esos términos o en otros tales como “suerte”, “bonheur", "fors fortuna”, “chance", “happiness”, “luck”, “Glück”. Son las palabras
de las que se nutre la felicidad, que se alimenta de la contingencia y se degrada con lo necesario. Nada más aburrido que una
sucesión de días felices, decía Goethe.
En la tique se basa la clínica del psicoanálisis desde sus orígenes. El “trauma” es una causa por accidente que atrajo vivame nte o
produjo rechazo, tal vez no en el período de la inocencia, sino cuando el niño deviene éticamente hábil, cuando están a su alcance
tanto el uso de la razón como el uso de la pulsión sexual, esas potestades que determinan sus preferencias, sus rebeliones, sus
rechazos. Hemos desarrollado en otro lado que también en la tique se basa el más prodigioso invento del hombre, que aparece
entre 1931 y 1950 entre los teoremas de Gödel y la distinción de Turing entre la máquina automática y el ser capaz de iniciativa y
por lo tanto deseante. De allí surge el diseño lógico de los lenguajes de máquina sin equívocos y sin deseo en los que ahora se
digitaliza, se envuelve y se globaliza la civilización (Lombardi, 2008).
Aquel accidente freudiano de la infancia, resucitado en la adolescencia, sigue siendo todavía, tiempo después, en la
experiencia del análisis, una oportunidad pulsional, sexual, electiva, orgánica, de juzgar y degustar de otro modo lo traumático;
pero también de revelar, gracias a la reedición de ese trauma, una existencia, un real, un destino que late por fuera de la realidad
psíquica, que es ficticia por ser el lugar donde solo puede buscarse con la seguridad de que allí no hay ningún encuentro posible,
según advirtió Freud. Lo esencial del hasta ahora mal llamado “psicoanálisis” consiste en la apertura a esa otra perspectiva:
llamémoslo entonces “ticoanálisis” o simplemente “análisis”, en que lo psíquico no interesa sino como marcador de inexistenci a,
ya que no está allí lo que decide. El accidente que importa es el que interviene justo donde la contingencia seduce, despierta el
deseo en lo más íntimo de un goce desconocido, donde lo real urge y se apresa, lo real de la res eligens que somos. Habrá que
revisar entonces lo real de que se ocupa el llamado “psicoanálisis” y los diferentes modos en que Lacan lo aproxima; ecoremos el
último: lo real es sin ley. Por eso, una elección, precisamente en el momento tíquico, alcanza lo real.
La práctica del psicoanálisis impone regularidad y su teoría enseña mecanismos, pero nada de eso tiene valor ético si no
propicia la emergencia de lo que ataca esa regularidad y esos mecanismos. La hipótesis en que se basa este trabajo es que la
eficacia de un análisis depende de una secreta complicidad del ser hablante con el azar, que le permite librarse de lo necesario, e
incluso hacer de lo mismo, cuando retorna imprevistamente, la ocasión de algo nuevo.
¿Cómo podemos situarnos de otro modo ante la eficacia sorprendente de las interpretaciones que el analista no calculó, tanto
más penetrantes que las que construyó desde la conciencia? ¿Cómo podemos situar la transferencia después que Lacan dijo que
se produce par recontre, cuando el saber en el analista por azar coincide con el saber inaccesible del inconsciente, engendrando
así un sujeto nuevo, el analizante, hecho de vida y suposición? ¿Cómo poedmos entender si no el modo en que Lacan concibe la
clínica psicoanalítica, que consiste en interrogar a los analistas para que den cuenta de lo que su práctica tiene de azaroso -de
audacia, de riesgo, pero también de imprevisto, de aleatorio-, eso que para él justifica que Freud haya existido?
El neurótico por supuesto desconoce esa dimensión. El genio, artístico u otro, se basa en cambio en saber aprovecharla.
¡Eureka! Recordemos estas palabras del genio literario regisradas por Jacques Mercanton en Las horas de James Joyce:
¿Por qué echar de menos mi talento, si no lo tengo? Me cuesta tanto escribir, escribo tan despacio. El aza me proporciona lo
que necesito. Soy como un hombre que tropieza: mi pie choca con algo, me inclino, y eso es precisamente lo uqe hace falta
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