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La muchacha corría de aquí para allá todo el día, desde el amanecer hasta la

noche. Entre tanto humo de la parrilla y cenizas de la salamandra, se cubrió toda


de un polvillo gris, así que las otras tres no tuvieron mejor idea que ponerle de
sobrenombre CENICIENTA.

De ahí en adelante no tuvo otro nombre que ése ni otra ocupación que la de
trabajar en la casa sin descanso. Nunca más pudo andar a caballo, tocar el piano,
juntar margaritas, mirar la tele.

Una tarde llegó a la estancia una invitación para un baile. Según parece, la había
mandado con el veterinario el Príncipe de La Blanqueada, que andaba buscando
novia y quería elegirla entre las chicas de las estancias .Sus padres, los reyes,
conocían a todos los vecinos de la zona y mandaron tarjetas para cada una de las
muchachas casaderas. La madrastra no sólo escondió la que venía a nombre de
Cenicienta en la troja del maíz, sino que inmediatamente le ordenó a ella que les
cosiera los vestidos para la fiesta.

Se hizo traer las mejores telas de Buenos Aires, además de plumas, flecos,
lentejuelas y tres abanicos grandes como la cola de un pavo. También una
damajuana del perfume más caro, una revista de peinados, dos de modas y tres
sobre dietas para adelgazar.(Tanto asado las había puesto como elefantas a ella y
a sus hijas).

A Cenicienta se le sumó más trabajo: hacer comida especial, aprender peluquería


y coser los modelitos complicados que eligieron, con un montón de pretensiones,
las tres mujeres. Para colmo, la malvada madrastra se encargó de hacerle saber
que ella no estaba invitada ¿Quién podía ser el tonto que quisiera que una
sirvienta, toda llena de ceniza, fuera a semejante baile de lujo? Llegada la fecha
del baile, las señoras de la casa se prepararon con todo cuidado.

La madrastra de Cenicienta rogaba que el Príncipe de la Blanqueada eligiera a una


de sus hijas. Después se ocuparía de conseguirle a la otra un buen candidato. ¡Ya
se veía de visita en el palacio, comiendo palmeritas con la reina y escuchando
tangos con el rey! Sus hijas, mientras tanto, se peleaban entre ellas por posible
novio, cacareando como gallinas. Cenicienta corría para todos lados tratando de
que quedaran prolijas. (Lindas no lucirían jamás porque no solo eran malas y
egoístas sino bastante fuleras).

A la tardecita salieron para La Blanqueada, a la estancia del príncipe. Iban las tres
tan arregladas, que parecían tres paquetes de regalos, llenas de brillos y moños.
Cuando llegaron a la tranquera no lo podían creer. Toda la entrada tenía
guirnaldas con luces de colores colgadas de los eucaliptos.

Había al fondo, junto a la casa, una carpa enorme. A un costado los asadores
repletos de carne y unas mocitas muy simpáticas que convidaban con choripanes.
Sobre un palco estaba la orquesta, todos los músicos usaban pantalón negro con
camisa dorada y zapatos blancos, el colmo del refinamiento. Tocaban con
entusiasmo valses vieneses y chamamés mientras un montón de parejas le daban
al baile, levantando polvareda con las alpargatas.
La madrastra de Cenicienta y sus hijas se acomodaron en un banco de madera, a
esperar que el príncipe de La Blanqueada apareciera y eligiera novia…

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