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1 LA VECINA iaag vecina salié ese dia de su ‘casa con tanto apuro que parecia que alguien hubiera gritado “fuego” en alguna parte. Eso era raro en ella, Nor- ‘malmente se conducia con mucha calma, cexagerada calma, casi como si estuviera actuando, con su pelo escarmenado, la ropa anticuada, los cachetes inflados y la boca fruncida. Habfa llegado hace un par de afios al barrio y de inmediato se habia acercado a nosotros para presentarse. Parecia ser muy formal y compuesta, pero yo pude ver cémo por el rabillo del ojo examinaba ‘con avider todo el living de mi madre y su vestimenta. Mientras las dos conversaban, ‘me dediqué a analizarla. Era una mujer de apariencia muy corriente, de voz suave y pausada, y extremadamente seria. En todo el tiempo que estuvo en la entrada de nuestra casa, en ningiin momento me dirigié la mirada nila palabra, sin embar- 0, hacia el final de la conversacién me pellized con fuerza la mejilla sin mirar- ‘me, gran proeza~, comenté que yo estaba demasiado flaca, que deberfa cuidarme, y se marché. En esos pocos minutos logré destacarse, en mi opinién, como una de las personas mas antipaticas que conozco, lo cual fue bastante inconveniente, porque won | __en medio de rodo es palabrerio mi madre terminé invitandola a sus clésicas onces de cada mes. No tuvo que pasar mucho tiempo para que mi mamé se arrepintiera. En esas ocasiones, en que sus amigas acudian para bordar o tejet y “liberar el estrés” por medio del intercambio de infor- macién relevante, y yo ayudaba a servir tostadas con mermelada y té, la vecina desentonaba estrepitosamente. Llegaba puntual a cada cita, es cierto, con un kkuchen 0 un queque bajo el brazo, pero luego se sentaba, se comia todo lo que hubiera a su alcance, no pronunciaba palabra, repartia miradas inquisidoras, enredaba su tejido y hacia que todas las dems suspiraran incémodas. La verdad ¢¢5 que la vecina aportaba menos que un ‘mucble, pero estoy segura de que ella ‘se consideraba la perla del evento. Al despedirse, invariablemente sefialaba, satisfecha: “Un gusto, como siempre”. ‘Nunca entendimos por qué venia, pero ahi estaba, cada mes, como la luna lena, y yano habia forma de desinvitarla sin ser des- ‘cortés, que era algo que mi madre en general evitaba a toda costa. Por suerte, tampoco habia ocasién de verla en otros momentos, el resto de su tiempo pasaba recluida, Fue por eso que nos sorprendié tanto ‘quea principios de esa semana, saliéndose de su rutina, se presentara ante nuestra puerta y nos invitaraa visitarla, Mi mama intenté excusarse, pero ella insisti6, y lo curioso es que ni siquicra entonces fue agradable. Iba a dar una comida el domingo -celebrar su cumpleafios, ma- ttimonio, funeral 0 aniversario de algo-, y fue imposible convencerla de que no podiamos. Me parecié extrafia su insis- tencia. Me quedé pensando en que quizis se habia aburrido de estar sola nunca se ve a nadie entrar 0 salir de su casa~, y para nuestra desgracia, probablemente mi mamé cra lo mas parecido que tenfa a tuna amiga. Eso me dio un poco de pena, peto después me acordé de su cara al co- merse todos mis panes, intentando que no se notara, tapdndose la boca con una servilleta mientras tragaba, y se me pas6. E] sibado volvia sorprenderme cuando via la vecina salir casi corriendo de su casa, vestida con un traje de dos piezas de color morado oscuro y unos zapatos diminutos que obviamente no habian sido hechos para trotar. Se vela incémoda, y ‘mientras yo regaba las plantas, me puse a pensar en el problema de la gente que, al igual que csos zapatos, no ha sido disefiada para hacer deporte; como mis compafieras que se tropiezan en vez de patear la pe- ota cuando juegan firbol o lanzan hacia

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