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Autor: J. I. Villamizar
Fecha: Julio de 2018
El siglo XX fue, tal vez sin saberlo, la demostración más perfecta de la imperfección
humana y la puesta a prueba de su inmensurable potencial. Como una obra de teatro plagada de
giros y tramas dispersas, personajes típicos y atípicos en constante dialogismo y un eje central
por el cual todo giraba en descontrol, la centuria pasada se mostró como el punto más alto dentro
de un proceso de evolución psicológico y social del hombre, que tuvo su origen en el momento
decidió a cumplir, de una vez por todas, un deseo tan antiguo como él mismo, y definitivamente
muy complicado de satisfacer: la verdad absoluta; el hallazgo de las causas a todas las
circunstancias que la historia le había brindado hasta el momento, el origen de todas las
preguntas sin respuesta, el rasgo común de todas sus penas, conflictos y miserias, la receta para
repetir sus momentos de júbilo, éxtasis y satisfacción y, por supuesto, la toma de control de su
conciencia mediante sus cuestiones más recurrentes: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde
voy?
hombre, fue el punto de fuga (Deleuze, 1977) que condicionó toda esta línea de deseo, y se
tendencias libertarias donde todo sentido de la ética y la moral se puso a tela de juicio. Ejemplos
como el movimiento hippie fueron claves para la construcción de nuevas estructuras sociales y la
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teoría freudiana y lacaniana, fueron el cimiento del imaginario contemporáneo y el ingrediente
Es así como surgen los íconos más importantes de esta revolución social del siglo XX;
mentes brillantes que tomaron las riendas de singular responsabilidad como la del imaginario
común, dedicándose a cuestiones existenciales que, casi inmediatamente, se dejaron ver en las
letras. Algunos personajes gozaron de menor renombre, pero fueron igual de determinantes en
esta labor, como es el caso el escritor uruguayo: Juan Carlos Onetti, que en cierto grado introdujo
angustias y aires pesimistas motivados por una sociedad en decadencia; el componente humano
machismo o la homofobia, cobraron protagonismo para el momento en que autores como Onetti
comenzaron a alzar su voz. Por otra parte, el capitalismo y el socialismo, como sistemas de
organización social, habían acentuado la sempiterna brecha entre los ricos y los pobres, y por lo
tanto desde hace algún tiempo se venía dando un fenómeno de dispersión de las masas sin
precedente. Con todo aquello por delante, no es de extrañar que la obra de Onetti sea “(…)
asequible a lectores de cualquier lugar y de cualquier lengua, porque los asuntos que expresa han
adquirido, en virtud de un lenguaje y una técnica funcionales, una dimensión universal” (Vargas
Partiendo de principios humanos, más que americanos, Juan Carlos Onetti consigue
producir una obra que deja de servir a la realidad del continente y en cambio se vale de ésta para
publicado por primera vez en Buenos Aires, en 1941, este escritor uruguayo condensa una serie
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de personajes y circunstancias dentro de una tragedia que él mismo compara con el inmortal
famosa obra shakespeariana, pues su alusión “facilita nuestra orientación en el tema verdadero
del cuento” (Odber, 1996: 81). El mismo empieza con el director de una empresa dedicada al
teatro, llamado Langman, cuya supuesta fascinación por Hamlet lo llevó a la quiebra y codujo a
la miseria lo que parecía ser una compañía de trayectoria exitosa. Una indeseada reunión toma
lugar en las primeras líneas del relato, donde una mujer descrita como cincuentona acude a
Langman porque desea representar una obra. En la plática que se da entre ambos personajes, el
hombre concluye que su interlocutora caree de razón, pues le solicita le permita escenificar un
sueño que tuvo hace algún tiempo y que, de manera inexplicable, le había producido una
sensación de felicidad particular. No dispone de libreto alguno, y no lo divide más que en una
única y veloz escena. Sin mencionar que, ante las advertencias del empresario de que algo como
semejante obra no atraería la atención del público, la mujer le informa que ella misma, además
Se incrementa entonces la idea de que la aludida es una lunática, pero antes de concretar
cualquier negocio, ésta le da a Langman dos billetes de cincuenta pesos, con los que aquel
termina por ceder y cerrar un trato con la mujer para cumplir su propósito. Más adelante se
vuelven a reunir, pero esta vez junto con Blanes, socio de Langman y actor dentro de su
compañía de teatro, para establecer las directrices del montaje. Todo se concreta gracias a la
intervención de Blanes, quien parece entenderse muy bien con la mujer, y el mismo día de la
presentación se descubre que ambos tuvieron un encuentro sexual posterior a aquella noche, con
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el cual se había despertado en el sujeto lo que parecía ser un cierto interés amoroso por ésta;
para el instante en que Langman se reúne en escena con algunos de los actores, se descubre que
la mujer ha muerto. Luego de una sorpresa inmediata, el empresario afirma haber comprendido
Shakespeare, pero más importante, se manifiesta el estigma de esas corrientes filosóficas del
siglo XX antes mencionadas. A simple vista se podría decir que existe un juego de oposición
entre los protagonistas de ambas obras, con un Langman que, a pesar de compartir el sentimiento
La mujer, por su parte, viene siendo la cara más conservadora del príncipe Hamlet,
educada, civilizada y honrada, quien acude al encuentro con la muerte sólo una vez que ha
satisfecho sus deseos. Y es que precisamente sobre el personaje de la mujer recae todo el peso de
la cadena de significados a que alude el cuento, y encuentra su esencia en las teorías freudianas y
lacanianas.
Todo comienza con una descripción bastante detallada de su aspecto físico, donde se
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La mujer tendría alrededor de cincuenta años y lo que no podía olvidarse en (sic) eIla, lo
que siento ahora cuando la recuerdo caminar hasta mí en el comedor del hotel, era aquel
aire de jovencita de otro siglo que hubiera quedado dormida y despertara ahora un poco
despeinada, apenas envejecida pero a punto de alcanzar su edad en cualquier momento,
de golpe, y quebrarse allí en silencio, desmoronarse roída por el trabajo sigiloso de los
días. (Un sueño realizado, 1941: s/p)
A partir de ese momento comienza a salir a la luz el interés de Onetti por los principios
del psicoanálisis, donde las nociones del “yo” el “súper-yo” y el “ello” hacen del ser humano una
triada indivisible. De acuerdo con Sigmund Freud (1923), la personalidad está constituida por
tres caras que determinan el comportamiento de un individuo. La primera de ellas viene siendo el
“ello”, donde reside el carácter más primitivo del ser humano, sus deseos e instintos más básicos,
que conforman lo que se conoce como el inconsciente: un plano fuera de la realidad fáctica que
reside toda noción de orden, norma, ética y moral, y por tanto es el regulador de las pulsiones o
los deseos, actuando como un símbolo de autoridad que encuentra su origen en la figura paternal
de los primeros años de vida de un individuo. Es, en consecuencia, la máscara que encubre la
naturaleza primitiva del ser humano, un impuesto a pagar antes de adentrarse en la vida social.
Finalmente, el “yo”, es la cara que se sitúa entre las dos anteriores; es el punto medio
donde el individuo encuentra el equilibrio entre las emociones y el raciocinio, sus pulsiones y la
específico pero a la vez insertando líneas de fuga por donde liberar sus pulsiones.
Es con base en estas consideraciones que nace el pensamiento moderno del siglo XX, y es
lo que da pie a la formación de todos estos movimientos culturales como el antes mencionado
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hippie, donde el objetivo primario es la conciliación del “yo” con su inconsciente y la
el relato es el cumplimiento de un deseo que, de alguna manera, la llevará a una muerte ansiada.
No es coincidencia que, de acuerdo con el mismo Freud, el principio de placer que reside en el
“ello” esté vinculado directamente con la muerte, y no es casualidad, asimismo, que la mujer
demuestre una predilección por atuendos oscuros y anticuados que le confieren un semblante
fúnebre.
El cuento de Onetti establece una relación directa entre pulsión, muerte y sueño, que se
evidencia en los mismos diálogos de la mujer. Aún con una apariencia bastante madura,
Langman dice reconocer en ella un aire juvenil que la convierte en una niña en completa
con su realidad.
Pero es justamente el sueño el vehículo que le permite realizar estos viajes en el tiempo
Todo es un sueño que tuvo, ¿entiende? Pero la mayor locura está en que ella dice
que ese sueño no tiene ningún significado para ella, que no conoce al hombre que estaba
sentado con la tricota azul, ni a la mujer de la jarra, ni vivió tampoco en una calle
parecida a este ridículo mamarracho que hizo usted. ¿Y por qué, entonces? Dice que
mientras dormía y soñaba eso era feliz. (Un sueño realizado, 1941: s/p)
Sigmund Freud afirma que el sueño es la puerta que conduce al inconsciente, donde se
encuentra el umbral de las pasiones, las satisfacciones y los recuerdos, y por tanto, el momento
más grande de libertad que experimentan los niños es al soñar. De hecho, el niño es considerado
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como un artista en la medida en que construye mundos a partir de la cadena de significados que
reside en su inconsciente, desafiando las barreras que separan al “ello”, el “yo” y el “súper-yo”.
Es importante recordar esa esencia juvenil de la mujer encerrada en una apariencia adulta; ésta
no sólo se convierte en una niña realizando viajes oníricos sino que a la vez se convierte en una
artista. La escenificación de su sueño la hace ver como una escritora o una dramaturga
realidad, está ligado al “ahora” y al presente, con lo cual, el vivir dentro del inconsciente es lo
intereses de éste giran en torno al dinero y sus vanidades. Al haber convertido el teatro en una
simple herramienta de negocios sucios, como si de un ente político se tratase, puso en evidencia
su total desvinculación con el drama o las artes en general. Puede ser esta la causa de que las
referencias a Hamlet, como artífice de su ruina, sean tan recurrentes. Al haber sido incapaz (al
habría sido capaz de entender el Hamlet como ejemplo de la máxima manifestación del arte:
recuérdese que, según Aristóteles, lo más elevado del arte es la tragedia, y en el caso del cuento
de Onetti, la puesta en escena que se lleva a cabo entre Blanes junto a otros y la mujer, es una
clara tragedia de corta extensión y ningún diálogo. Ésto, a su vez, demuestra ese ingrediente de
ironía que introduce el uruguayo en sus escritos, pues, comparando ambas tragedias, se puede
decir que Langman comprendió todo por la vía más oscurecida y difícil.
Cabe destacar, además, que los personajes de Blanes y Langman encaran dos facetas
distintas de la personalidad humana; el primero parece vivir gobernado bajo los fundamentos del
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principio lo conecta con la mujer en mente y cuerpo, y permite una especie de retroalimentación
entre ambos. Langman, en cambio, juega un papel completamente autoritario en relación con la
mujer; siendo ésta un símbolo del inconsciente, en la tenaz búsqueda de teatralizar su sueño,
aquel irrumpe como el súper-yo, una figura paternal que se opone e impide ese propósito,
Entonces, gracias a las consideraciones de Sigmund Freud, más tarde abordadas por
Jacques Lacan, se ha podido desentrañar algunos de los significados más importantes de esta rica
obra de Juan Carlos Onetti, quien de manera excepcional trabaja con lo más complejo del
existenciales, propias de una sociedad en plenos aires de desarrollo como la del siglo XX. Todo
La finalización del relato permite desentrañar el último intento de Onetti por dialogar con
su lector, una función metatextual que concluye la búsqueda de la mujer y simboliza el paso de
lo inconsciente a lo real: la obra, vagamente titulada “un sueño realizado” por estar basada en un
REFERENCIAS
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Aristóteles ([siglo IV a.C.] Consulta: julio de 2018). Poética. Recuperado de
http://www.ugr.es/~encinas/Docencia/Aristoteles_Poetica.pdf
Freud, Sigmund (1908 [1907]). “El creador literario y el fantaseo”. En: Obras completas (Tomo
IX). Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, Sigmund (1974 [1923]). El yo y el ello (Trad. Luis López Ballesteros). Barcelona: Paidós.
Onetti, Juan Carlos ([1941] Consulta: julio de 2018). Un sueño realizado. Recuperado de http://
www.literatura.us/onetti/sueno.html
Vargas Llosa, Mario (1969). Novela primitiva y novela de creación en América Latina.
Recuperado de http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/files/journals/1/
articles/9226/public/9226-14624-1-PB.pdf