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EL NEOCONSTITUCIONALISMO

El neo constitucionalismo entendido como el término que explica un fenómeno relativamente


reciente dentro del Estado constitucional contemporáneo, parece contar cada día con más
seguidores, sobre todo en el ámbito de la cultura jurídica italiana y española, así como en diversos
países de América Latina (particularmente en los grandes focos culturales de Argentina, Brasil,
Colombia y México). Se trata de un fenómeno escasamente estudiado, cuya íntegra comprensión
seguramente tomará todavía algunos años. No son pocos los autores que se preguntan si en
realidad hay algo nuevo en el neoconstitucionalismo o si más bien se trata de una etiqueta vacía,
que sirve para presentar bajo un nuevo ropaje cuestiones que de antaño se explicaban de otra
manera. Creo que, como explicación de conjunto que intenta dar cuenta de una serie compleja de
fenómenos, el neoconstitucionalismo sí supone alguna novedad dentro de la teoría y de la práctica
del Estado constitucional de Derecho. Pero ¿Qué se engloba bajo el paraguas más o menos amplio
del neo constitucionalismo? O, mejor dicho: ¿de qué se habla cuando se plantea el
neoconstitucionalismo?

Pues bien, el neoconstitucionalismo pretende explicar un conjunto de textos constitucionales que


comienzan a surgir después de la segunda guerra mundial sobre todo a partir de los años setenta
del siglo xx. Se trata de Constituciones que no se limitan a establecer competencias o a separar a
los poderes públicos, sino que contienen altos niveles de normas materiales o sustantivas que
condicionan la actuación del Estado por medio de la ordenación de ciertos fines y objetivos.
Algunos ejemplos representativos de este tipo de Constituciones son la española de 1978, la
brasileña de 1988 y la colombiana de 1991. Estos conocimientos jurisprudenciales en parte como
consecuencia de expedición y entrada en vigor de ese modelo sustantivo de textos
constitucionales, en la práctica jurisprudencial de muchos tribunales y cortes constitucionales ha
ido cambiando también de forma relevante. Los jueces constitucionales han tenido que aprender
a realizar su función bajo parámetros interpretativos nuevos, a partir de los cuales el razonamiento
judicial se hace más complejo. Entonces entran en juego las técnicas interpretativas propias de
los principios constitucionales, la ponderación, la proporcionalidad, la razonabilidad, la
maximización de los efectos normativos de los derechos fundamentales, el efecto irradiación, la
proyección horizontal de los derechos, el principio pro persona, etc. Además, los jueces se las
tienen que ver con la dificultad de trabajar con valores que están constitucionalizados y que
requieren una tarea hermenéutica que sea capaz de aplicarlos a los casos concretos de forma
justificada y razonable, dotándolos de esa manera de contenidos normativos concretos. Y todo
ello sin que, tomando como base tales valores constitucionalizados, el juez constitucional pueda
disfrazar como decisión del poder constituyente, lo que en realidad es una decisión más o menos
libre del propio juzgador.

A partir de tales necesidades se generan y recrean una serie de equilibrios nada fáciles de
mantener. Dentro del conjunto de fenómenos que abarca el neoconstitucionalismo consiste en
desarrollos teóricos novedosos, los cuales parten de los textos constitucionales fuertemente
sustantivos y de la práctica jurisprudencial recién enunciada, pero también suponen aportaciones
de frontera que contribuyen en ocasiones no solamente a explicar un fenómeno jurídico, sino
incluso a crearlo. Según Ferrajoli (2006). la ciencia jurídica no tiene una función meramente
contemplativa de su objeto de estudio, sino que contribuye de forma decisiva a crearlo y, en este
sentido, se constituye como una especie de meta-garantía del ordenamiento jurídico en su
conjunto. La ciencia jurídica, desde Ferrajoli, puede concebirse hoy en día como una meta-
garantía en relación con las garantías jurídicas eventualmente inoperantes, ineficaces o carentes,
que actúa mediante la verificación y la censura externa del derecho inválido o incompleto. No es
difícil imaginar las muchas posibilidades e implicaciones que se derivan de este tipo de
postulados. Así como las aportaciones que han hecho en diferentes ámbitos culturales Ronald
Dworkin, Robert Alexy, Gustavo Zagrebelsky, Carlos Nino, Luis Prieto Sanchís o el mismo Luigi
Ferrajoli han servido no solamente para comprender las nuevas Constituciones y las nuevas
prácticas jurisprudenciales, sino también para ayudar a crearlas. De los diferentes ejemplos que
se podrían poner basta citar la enorme influencia de la teoría de los principios y de la técnica de
la ponderación de Robert Alexy en las sentencias de la Corte Constitucional de Colombia. Ya
que, ha desarrollado la mejor jurisprudencia en materia de derechos fundamentales de toda
América Latina. Muchas sentencias de la Suprema Corte de México se han basado de forma
explícita o encubierta en los textos de Luigi Ferrajoli, y lo mismo acontece en varias resoluciones
de los jueces argentinos. Gustavo Zagrebelsky ha tenido la oportunidad de hacer aportaciones
teóricas de gran altura, además ha podido ponerlas en práctica en su desempeño como magistrado
de la Corte Constitucional italiana. Y así sucesivamente. No faltará quien diga que ninguno de
esos tres elementos es, en rigor, novedoso y que no hacía falta inventar una nueva etiqueta para
identificarlos, pues ya estaban bien analizados bajo las coordenadas teóricas tradicionales del
positivismo de la primera mitad del siglo xx (Carbollen.2013).

Quizá tengan razón quienes así opinan, pero sigo creyendo que la novedad está en el conjunto: tal
vez no tanto en uno de los tres elementos si los tomamos por separado, pero sí cuando los ponemos
en común, compartiendo coordenadas de tiempo y espacio muy parecidas. De acuerdo con
Restrepo (2018). Es obvio que ya existían textos con mandatos constitucionales sustantivos desde
principios del siglo xx (por ejemplo, la Constitución mexicana de 1917 o la alemana de la
República de Weimar de 1919). También es verdad que las prácticas jurisprudenciales anteriores
a la segunda guerra mundial habían desplegado ciertas dosis de activismo judicial que se parecen
a las que actualmente observamos en países con incipientes tradiciones neoconstitucionalistas.
Probablemente se pueden rastrear postulados neopositivistas desde los años treinta del siglo xx.
Son elementos que sin duda alguna se encuentran en la raíz histórica y política del
neoconstitucionalismo; pero lo que resulta interesante del cuadro neo constitucional que tenemos
a la vista en los primeros años del siglo XXI es el conjunto, la combinación de los tres elementos
que he mencionado. Y todavía más que eso: lo novedoso son sus efectos, es decir, la observación
del Estado constitucional de Derecho en funcionamiento. En el campo de la práctica son muchas
las cuestiones que han cambiado en los últimos cincuenta años, no todas para bien. Muchas de
ellas podrían ser explicadas también con las herramientas analíticas que nos proporciona el
neoconstitucionalismo, ahora se trata de dar un paso hacia delante y ver la manera en que tales
postulados se aplican a un sinnúmero de problemas que debe resolver el Estado constitucional del
presente (problemas tan básicos y a la vez tan complejos como la interpretación de las normas
constitucionales, el uso del derecho comparado por los jueces supremos, el lugar de los derechos
fundamentales, su proyección a las relaciones entre particulares, el alcance de los derechos
sociales, el impacto de la globalización sobre el constitucionalismo, el papel del Estado en la
defensa de derechos como la libertad de expresión, etc.

Constitución y constitucionalismo Dicho lo anterior, es cierto, sin embargo, que aún persisten
acepciones de Constitución y, sobre todo, de constitucionalismo que no se corresponden fielmente
con el significado que acabamos de señalar. Se trata, sin duda, de posiciones explicables por la
pura inercia histórica y por su desconexión con el movimiento más vivo y relevante que la
afirmación y expansión del Estado constitucional ha venido produciendo. Obedecen, más, al
pasado que al presente. En unos casos, se trata de concepciones políticas de Constitución
construidas mediante un aglomerado ideológico nutrido por simplificaciones, a partes casi
iguales, de viejas ideas básicas del marxismo y el fascismo; su punto de partida es, claramente, la
negación de aquello que presta su sentido más profundo a la Constitución; la fusión entre el Estado
de derecho y la democracia. En otros casos, se trata de concepciones jurídicas de Constitución
basadas en un significado exclusivamente formal de norma fundamental con la pretensión de
dotarla de carácter neutral (y por ello universal); la corriente más clara en tal sentido es la
representada por el normativismo kelseniano, que se sustentaba en la negación de otra proposición
básica del pensamiento constitucional: la necesaria unión entre los conceptos formal y material
de Constitución. Como ya se señaló más atrás, la aceptación generalizada (incluida la peculiaridad
histórica del modelo constitucional británico, donde la carencia de supremacía jurídica no elimina,
sin embargo, la fusión entre Constitución, derecho y democracia) de la idea de Constitución como
norma jurídica plenamente (es decir, jurisdiccionalmente) aplicable, dotada de supra legalidad,
que tiene por objeto garantizar, mediante el derecho, la soberanía popular (y por ello la libertad,
porque sólo un pueblo libre puede ser soberano), ha dejado a las corrientes contrarias a esa
posición no sólo en franca minoría sino más aún en clara regresión, al menos en el mundo de los
Estados constitucionales (que es hoy algo más amplio que el llamado occidental o europeo-
americano). No obstante, en la medida en que esas corrientes aún siguen teniendo cierta vigencia
en algunos países y en la medida, sobre todo, en que pese a la aceptación generalizada del sentido
que hemos llamado genuino de Constitución, sigue existiendo en cambio cierta confusión sobre
el sentido del término constitucionalismo, quizás sea conveniente tratar de poner en claro el
significado de ese término constitucionalismo, tan utilizado como, a veces, mal entendido.

En sentido amplio, por constitucionalismo podría entenderse la teoría o la práctica del Estado
constitucional. Pero una noción así sería escasamente explicativa, no sólo por tautológica, sino
también por imprecisa, puesto que ni Constitución ni Estado constitucional son términos
completamente unívocos que permitan, por mera derivación, dotar de significado a
constitucionalismo. Muchos han sido los conceptos de Constitución que se han dado en los dos
últimos siglos, pero no todos han transferido su significado a constitucionalismo. Y así, carece de
sentido el término si se sostiene una concepción histórica o sociológica de Constitución, en cuanto
que al entenderse ésta como el modo de organización jurídico-política de cada país, el
constitucionalismo no cualificaría ni, en suma, diferenciaría nada; sería una realidad o una idea
predicable de todas las formas políticas del pasado, del presente e incluso del futuro. Para una
concepción positivista de Constitución, el término constitucionalismo resultaría quizás menos
vacío que para las nociones histórica o sociológica, pero no por ello alcanzaría un significado
riguroso. De un lado por defecto, ya que la restricción de la noción de Constitución a la de ley
fundamental sólo con costosas adaptaciones permitiría aplicarse a la realidad y la teoría del
constitucionalismo inglés, siendo, como es, sin duda, un constitucionalismo auténtico. De otro
lado, por exceso, ya que la universalización por vaciamiento material del concepto de
Constitución en que el positivismo desemboca haría del término constitucionalismo una noción
que, aun inservible para el pasado, sería predicable, no obstante, sin diferenciación alguna, de
todas las formas adoptadas por el Estado contemporáneo.

A partir del siglo XIX, y muy especialmente en nuestro siglo, todos los Estados serían así Estados
constitucionales y el constitucionalismo, en consecuencia, se presentaría como un fenómeno
histórico, pero universal. La capacidad definidora del término se reduciría a la meramente
cronológica. Pero una significación tan escasamente cualificadora sirve de poco, como es sabido,
y ello explica que, habiendo sido varias las acepciones de Constitución, sólo una, la acepción
liberal, sea la que dé sentido al término constitucionalismo. Como ha dicho C. J. Friedrich (1998):
Biscaretti señalara como nota característica del constitucionalismo la limitación de la actividad
gubernamental por medio del Derecho. N. Matteucci reconocerá como generalmente aceptado
que el constitucionalismo es la técnica de la libertad, o sea, que es la técnica jurídica a través de
la cual se les asegura a los individuos el ejercicio de sus derechos individuales y, al mismo tiempo,
el Estado es colocado en la posición de no poderlos violar. Y aquí, en esta última cita, se encuentra
enunciada una de las cuestiones capitales del constitucionalismo, que no es la de su significado
político (generalmente aceptado como unívoco), sino la de su significado jurídico. De los dos
tipos de constituciones de que hablaba Montesquieu, sólo las que tienen por objeto la libertad de
los ciudadanos serán válidas para integrar el término constitucionalismo. Ello implica la asunción
de la tesis, ya sostenida en el famoso artículo 16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano, de 1789, de que toda sociedad en la cual no esté asegurada la garantía de los derechos
y determinada la separación de poderes carece de constitución. O, en otras palabras, que sólo es
Constitución auténtica la que Jellinek llamaba constitución constitucional. ¿Significa esto que el
constitucionalismo es una ideología? Lo sería si se sostiene que sólo ideológica es también la
noción de Constitución de las relaciones entre gobernantes y gobernados están reguladas de tal
modo que éstos disponen de unos ámbitos reales de libertad que les permiten el control efectivo
de los titulares ocasionales del poder. No hay otra Constitución que la Constitución democrática.
Todo lo demás es utilizando la frase que Jellinek aplica a las Constituciones napoleónicas simple
despotismo de apariencias constitucionales. Concebida la Constitución así, y el Estado
constitucional, en consecuencia, como forma de Estado, el constitucionalismo, que fue
ciertamente, aunque no sólo, una ideología, puede ser entendido también como un fenómeno
jurídico: la teoría y la práctica jurídicas del Estado auténticamente constitucional, es decir, del
Estado efectivamente limitado por el derecho. Que es como el constitucionalismo se ha entendido
generalmente en el mundo anglosajón y como, ahora, la mejor doctrina lo va entendiendo en el
mundo occidental una vez superada la perniciosa distinción, fruto de la dogmática jurídica de la
segunda mitad del siglo XIX (o peor aún de las doctrinas “anticonstitucionales” de extrema
derecha y de extrema izquierda), entre Constitución y derecho y entre Estado constitucional y
Estado de derecho, que es justamente la raíz de donde procede la vieja querella, aún no
abandonada por algunos, entre constitucionalismo y Constitución.

Las consecuencias del constitucionalismo, el doble sentido de la juridificación constitucional: la


jurisdicción constitucional y la cultura jurídica constitucional siendo el constitucionalismo teoría
y práctica, estas consecuencias son también sus propias condiciones. El constitucionalismo
requiere, en primer lugar, la existencia de unos instrumentos jurídicos que garanticen la aplicación
de la Constitución; y éstos no son otros que los propios del control judicial, bien mediante la
aplicación de las normas constitucionales por los tribunales ordinarios o bien mediante la creación
de unos tribunales específicos: los tribunales constitucionales. Las constituciones precisan de
garantías políticas, por supuesto, pero también, e inexorablemente, de garantías jurídicas, sólo
posibles, es decir, efectivas, cuando están aseguradas por controles jurisdiccionales. Pero el
constitucionalismo requiere, en segundo lugar, una cultura constitucional y obliga a su
perpetuación, pues la Constitución democrática descansa, más que ninguna otra, no sólo en las
garantías políticas y jurídicas, sino, sobre todo, en las garantías sociales, esto es, en la aceptación
popular de la Constitución. Sin garantías jurídicas de ahí su carácter inexorable no hay
Constitución duradera. La educación constitucional, o si se quiere la cultura política democrática,
se presenta pues, como la condición necesaria para la consolidación del constitucionalismo. Pero
el constitucionalismo es también una actitud, un modo de hacer política que obliga a los hombres
públicos a aceptar las reglas del juego, a conducir las contiendas políticas por los cauces de la
Constitución. Difícilmente podrá haber Estado constitucional sin una constitucionalización de la
política y, específicamente, de la política profesional; en ese sentido, el constitucionalismo de la
política no es sólo un modo de hacerla. No basta, sin embargo, con la constitucionalización de la
política, pues siendo, como es, el constitucionalismo un fenómeno sobre todo jurídico, su
consolidación y desarrollo obligan a una constitucionalización también de la cultura jurídica.
Aunque próxima a la cultura cívica o política, la cultura jurídica no se confunde con ella, ya que
goza de una propia y peculiar autonomía y se circunscribe a un sector de la sociedad: el de los
profesionales del derecho. Una cultura jurídica que esté mucho más apegada a la interpretación
de la ley que de la Constitución, o, mejor dicho, a los modos de interpretación legal que a los de
interpretación constitucional, que conciba los derechos más como derechos legales que como
derechos fundamentales, en definitiva, una cultura jurídica legalista y no constitucionalista es
difícilmente compatible con la existencia de una Constitución democrática, esto es, de una
Constitución auténtica. De ahí la necesidad de constitucionalizar el derecho para hacer que la
Constitución, como derecho, rija. No sólo «constitucionalizar» el derecho como ordenamiento
(hacer que la Constitución llegue a todos los rincones del sistema normativo), sino también, y
muy principalmente, al derecho como saber, a la ciencia del derecho. No puede haber,
sencillamente, Constitución duradera sin derecho constitucional desarrollado. Ésa es una de las
características más profundas del Estado constitucional y, por ello, una de sus más rigurosas
exigencias. Un Estado constitucional precisa, para su mantenimiento, una cultura jurídica
constitucional que deberá presidir la elaboración y aplicación del derecho y la teorización y la
transmisión de los conocimientos jurídicos. Sin profesionales técnicamente preparados para
cumplir con las exigencias jurídicas que la vigencia de la Constitución impone es muy difícil que
la Constitución valga, es decir, que sea una norma aceptada, respetada y apreciada por los
ciudadanos, aparte de una norma eficaz. Es probable que el derecho sea un conocimiento
instrumental, pero no debe olvidarse que, en él, la técnica posee notables efectos sobre la
legitimidad. Otra condición del constitucionalismo es, sin duda, la que se refiere a la capacidad
evolutiva de las Constituciones. Sin perjuicio de que las reformas constitucionales sean una
garantía más de la perduración de una Constitución, que así podrá recurrir a los cambios para
evitar las rupturas.

Lo cierto es que una cualidad importante del constitucionalismo reside en la capacidad que poseen
los textos para adaptarse a circunstancias cambiantes, a través de la interpretación, sin transformar
la redacción originaria. Ello ocurre, sobre todo, como señala Hesse, cuando la Constitución
contiene un mesurado equilibrio entre la precisión (necesaria para la claridad de las reglas de
juego y para la configuración material de su significado) y la apertura (el margen de
indeterminación o flexibilidad que hace posible el pluralismo). La política constitucional y la
cultura jurídica constitucional, ya antes aludidas, componen precisamente las dos condiciones
para que exista esta otra condición evolutiva, esta continua adaptación que es capaz de hacer de
una Constitución viva una Constitución viviente. Los dos instrumentos valiosos que la política
constitucional y la cultura jurídica constitucional aportan a este empeño son, sin duda alguna, el
consenso y la interpretación, factores que impulsan decididamente el moderno constitucionalismo
y que habrán de ser tenidos muy en cuenta en los países que pretendan permanecer como países
constitucionales. Poner la Constitución por encima de la pugna política partidista, como acuerdo
que une y no que separa, es, pues, una de las condiciones más importantes del constitucionalismo.
Conocer y aplicar las técnicas, ciertamente complicadas (inevitablemente complicadas hay que
decir), de la interpretación constitucional, como interpretación jurídica, y por ello objetiva, pero
que goza de peculiaridades propias y que no se identifica exactamente con la interpretación legal,
es también un requisito sustancial del constitucionalismo en cuanto que es requisito de
aplicabilidad de la Constitución. Existe, finalmente, otra característica (que es más una
consecuencia) del constitucionalismo que debe destacarse: el rango de fenómeno no ya puramente
nacional, sino transnacional, que ha ido adquiriendo en las últimas décadas. Se está asistiendo en
nuestro tiempo al proceso de constitucionalización de determinadas organizaciones
internacionales, con la consiguiente creación de jurisdicciones que, por encima de los derechos
internos nacionales, aplican y defienden no sólo unas peculiares «constitucionales
supranacionales configuradoras de un orden comunitario interestatal (ya consolidada la Unión
Europea, incipiente realidad del Mercosur, etc.), sino ese otro tipo de Constituciones
transnacionales, como fueron llamadas hace ya casi veinte años por M. Capelletti , que son las
declaraciones, pactos o convenios sobre derechos humanos, cuya vigencia se ha venido
asegurando incluso mediante la existencia de unos tribunales supraestatales capaces de
interpretarlos y aplicarlos (el europeo de Estrasburgo y el americano de San José de Costa Rica,
por ejemplo). En tal sentido es posible hablar hoy no sólo de la tendencia expansiva, Fenómeno
que resulta evidente, sino de un verdadero constitucionalismo trasnacional, como antes se apuntó.
Luces y sombras de la Constitución como paradigma La situación actual en el mundo de las ideas
jurídico-constitucionales, donde el genuino concepto de Constitución ha desalojado a sus viejos
enemigos del pasado, de tal modo que hoy ni el pensamiento conservador autoritario ni el
pensamiento marxista (ambos en virtual desaparición) tienen validez para oponer a la
Constitución democrática una forma jurídica alternativa, origina al mismo tiempo que un
formidable asentamiento del constitucionalismo un notable riesgo para el mismo. En el lado
positivo de esta generalizada (por asentada) aceptación del sentido genuino de Constitución, como
norma jurídica fundamental que garantizando los derechos de los ciudadanos organiza al Estado
de tal forma que garantiza también la democracia, pueden contarse la convicción (y el
aseguramiento jurisdiccional) internacional de que hay un núcleo internacional que presta solidez
(incluso metodológica o categorial) a la forma democrática del Estado como género al que
muchos países pertenecen. La común aceptación de conceptos, la intercambiabilidad de
argumentaciones jurídicas (válidas, de la misma manera, e incluso en unas y otras jurisdicciones
nacionales), está, en el fondo, dotando de mayor universalidad al derecho público internacional
que lo que hubiera pensado, a través de sus categorías puramente abstractas, el más entusiasmado
positivista. No deja de ser una paradoja que haya sido el concepto material-democrático (y no
sólo el formal) de Constitución el que haya conseguido esta expansión o intercomunicación del
derecho público por encima de las fronteras de los Estados.

Pero junto con este aspecto positivo, el triunfo de la juridificación de la democracia tiene también
sus riesgos, como ya se apuntó. Riesgos que derivan del hecho de que el acuerdo generalizado
sobre los principios es capaz de provocar una laxitud en el cuidado de las formas. La conversión
de la democracia con partidos políticos (de indiscutible razonabilidad) en el puro Estado de
partidos políticos (de discutible legitimidad), la atonía de los parlamentos, la sustitución de la
democracia de participación por la democracia de consumidores, el excesivo distanciamiento de
los representantes respecto de sus representados son peligros que, al menos en muchos países
constitucionales, aparecen claramente en el horizonte histórico del final de este siglo. Quizás un
modo de evitar esos riesgos y conjurar ese peligro sea el de constitucionalizar nuevamente el
constitucionalismo, y no es un juego de palabras. De lo que se trata es de llevar a la conciencia
política y jurídica de nuestros días la convicción de que sólo entendiendo el constitucionalismo
como una realidad que ha de conquistarse a diario, y respecto de la cual (como ocurre con la
democracia, cuya juridificación la Constitución pretende) no cabe pensar que esté dada para
siempre. Sólo cuidado sin desmayo las formas pueden mantenerse duramente los principios. La
Constitución se ha convertido en paradigma, es cierto, pero una mala práctica puede acabar
invalidándolo.
Constitucionalismo como una realidad que ha de conquistarse a diario, y respecto de la cual (como
ocurre con la democracia, cuya juridificación la Constitución pretende) no cabe pensar que esté
dada para siempre. Sólo cuidado sin desmayo las formas pueden mantenerse duramente los
principios. La Constitución se ha convertido en paradigma, es cierto, pero una mala práctica puede
acabar invalidándolo.

Decidir. Constitución material se opone así a constitución formal o meramente procedimental.


Que una constitución se halla garantizada significa sencillamente que, como ocurre con cualquier
otra norma primaria, su protección o efectividad se encomienda a los jueces; o, si se prefiere, que
en el sistema existen normas secundarias, de organización y procedimiento, destinadas a depurar
o sancionar la infracción de las normas sustantivas o relativas a derechos. Desde luego, ninguna
de estas características representa un hallazgo del constitucionalismo europeo de la segunda mitad
del siglo xx. Ambas eran sobradamente conocidas, aunque tal vez se habían desarrollado en
tradiciones diferentes. Las Declaraciones de derechos de la Francia de finales del siglo XVIII
fueron todo un ejemplo de densidad material o sustantiva, pues nada menos que pretendían
resumir el programa político del pueblo en marcha, de un nuevo titular de la soberanía dispuesto
a transformar tanto la sociedad como las instituciones; en ellas no sólo encontramos los derechos
civiles y políticos, sino incluso muchos derechos sociales que luego reaparecerían en Weimar o
en la Constitución de la segunda República española. Y por lo que se refiere a la garantía, tan sólo
hay que recordar que en este año 2004 en el que se conmemora el veinticinco aniversario de la
Constitución de 1978 se cumplen asimismo doscientos años de la sentencia con que se inicia la
historia del control de constitucionalidad de las leyes, la famosa Marbury versus Madison.

La novedad por tanto no reside en ninguno de esos rasgos tomados por separado, sino
precisamente en la conjugación de ambos; es la convergencia de dos tradiciones constitucionales
lo que permite concebir a la Constitución simultáneamente como un límite o garantía y como una
norma directiva fundamental. Frente al rousseauniano poder constituyente que nunca termina de
constituirse y que desemboca en la supremacía del Parlamento y de su ley, ahora el poder
constituyente ha querido tomar cuerpo en un documento que se postula como supremo y
garantizado; y aquí es preciso reconocer la deuda con la tradición norteamericana. En
colombiana, la Corte Constitucional se logra identificar los principios contenidos en el modelo de
Estado Social de Derecho. A partir de esta decisión jurisprudencial se pudo establecer el principio
del Estado Social de Derecho como la noción fundante y la raíz última de toda hermenéutica en
la Carta de 1991, es decir, lo instituye como principio eje del ordenamiento jurídico. La fórmula
de Estado Social de Derecho se plasmó en el artículo1 de la Constitución Política de 1991 en
desarrollo de los principios enunciados en el preámbulo. En tal sentido, se afirma que los
principios constitucionales son la estructura axiológico-jurídica del sistema normativo
colombiano.

De esta manera, la adopción del Estado Social de Derecho en la expedición de la Constitución


Política de 1991 implicó uno de los cambios estructurales más trascendentales del derecho
constitucional colombiano. Así, el Estado Social de Derecho es desarrollado en la sentencia T-
406 de1992, en la cual se sostiene que este principio cardinal tiene dos pilares fundamentales: el
primero hace referencia a los principios y a los valores constitucionales que se decantan del
principio del Estado Social de Derecho; el segundo pilar se refiere a los derechos fundamentales,
que al igual que todas las normas constitucionales, deben ser emanación directa de los valores y
los principios constitucionales. Como se anotó en el trabajo, la sentencia T-406 de 1992 amplía
el catálogo de los derechos fundamentales, es decir que no solo lo son los establecidos en la
Constitución Política de 1991, capítulo I del título II sobre los derechos, las garantías y los
deberes, sino también los derechos de segunda y tercera generación cuando se presentan en
conexidad con un principio fundamental. Se aprecia entonces que en la jurisprudencia
constitucional se trabaja sobre el Estado Social de Derecho desde su fundamento en el principio
universalísimo o sumo: “el derecho debe ser justo y su aplicación equitativa”. Este principio
máximo irradia a los demás principios orientadores del ordenamiento jurídico. Finalmente, se
encontró que en la sentencia T-406 de 1992, la Alta Corte sostiene que los principios presentan
una eficacia directa cuando hay un vacío en el ordenamiento jurídico. Por esta fuerte razón no
puede entenderse un estudio del derecho por el derecho (derecho-ley), sino que debe entenderse
un estudio del derecho por los principios (la Constitución Política de 1991 adhiere al
Neoconstitucionalismo) que son la base axiológico-jurídica del ordenamiento jurídico.
BIBLIOGRAFIA

Aragón, M. (1998). La Constitución como Paradigma. Instituto de Investigaciones Jurídicas -


Universidad Nacional Autónoma de México Libro completo en: https://goo.gl/bRmE2C

Carbonell, M. (2007). Neoconstitucionalismo. Teoría del Neoconstitucionalismo. Ensayos


escogidos, Madrid.

Colombo Murúa, I. (2013). Neoconstitucionalismo y Control de Constitucionalidad de la Ley ¿El


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2013, 128 pp.. Estudios Constitucionales, 11 (2), 797-800.

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“Black Holes & Revelations”. Ius et Praxis, 21 (1), 315-343.

Restrepo Zapata, Juan David. (2018). La Constitución alemana de Weimar (1919) ¿una utopía en
medio de la crisis? Un análisis histórico a sus aspectos interventores, modernizadores y
derechos sociales. Estudios internacionales (Santiago), 50(190), 85-106.
https://dx.doi.org/10.5354/0719-3769.2018.51146

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