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Roberto Mangabeira Unger, filósofo y político: “los progresistas del mundo andan

perdidos”

Para crear nuevos mercados, nuevos productos y nuevas demandas, Brasil debe
fomentar la unión de tecnologías de avanzada con nuevos planes de negocios.
Molesto con la “doctrina del azúcar” que guía a las socialdemocracias
latinoamericanas, el pensador político de Brasil más influyente en la arena
global aboga por un “productivismo incluyente”.
11 de Agosto de 2015, 18:22
Para muchos, Roberto Mangabeira Unger es un polémico ex ministro de Asuntos
Estratégicos de Lula Da Silva; para otros, el ex profesor de Barack Obama en
Harvard; para unos terceros, un inclasificable defensor del Amazonas, según el cual
el peligro no es su deforestación, sino transformarlo “en el parque de diversiones
ecologista de los europeos”. Todos ellos están equivocados. Los datos anteriores
poseen apenas la relevancia de lo pintoresco. Mangabeira Unger, lo dijo el también
pensador Richard Rorty, “será recordado como el filósofo más importante que
produjo Sudamérica en el siglo XX”. Su trabajo es sólido e inmenso. Con What
Should Legal Analysis Become? se ha convertido en uno de los teóricos más
influyentes del planeta en cuanto al pensamiento legal, en tanto que su trilogía
Politics: A Work in Constructive Social Theory, le ha dado un lugar entre los
pensadores políticos de nuestra era.
Parte de su relevancia proviene de cómo demuestra que tanto la historia como las
sociedades no poseen un origen necesario. Ni divino, ni genético, ni sujeto a
ninguna ley o destino histórico. Su plasticidad es mucho mayor de lo que creemos.
Al no existir una trayectoria prefijada, las personas somos mucho más que lo que
definen nuestros roles sociales y nacionales, por lo tanto, las estructuras sociales
pueden alterarse drásticamente. Mangabeira Unger es partidario de la democracia,
pero de una que ha definido como “democracia de alta energía”. Crítico tanto de la
que ha llamado “izquierda recalcitrante”, como de la “izquierda humanizante”, el
filósofo propone “democratizar la economía de mercado”. En este marco, se ha
convertido también en un crítico de los modelos epistemológicos de los
economistas, repensando el marginalismo, el análisis macroeconómico y el
comercio, en su libro Free Trade Reimagined. Justamente, de la situación
económica de Brasil y, por extensión, de varias otras economías de la región, habla
en esta entrevista que se llevó a cabo en Boston, donde reside mientras da clases.
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- ¿Qué opina del momento político de Brasil?
- Como todas las personas seriamente comprometidas con Brasil, vivo frustrado con
las opciones partidarias que se nos ofrecen. No tenemos todavía partidos capaces
de representar una verdadera alternativa. Aunque existen muchos partidos, de
verdad, en la política brasileña hemos tenido en el periodo histórico reciente una
sola idea, en cierta ocasión la llamé la de la Suecia Tropical, una versión fantasiosa
de la socialdemocracia escandinava. La idea es que la misión de la política es
endulzar la píldora del modelo económico, de ahí que casi todo el mundo en la
política brasileña diga ser algún tipo de socialdemócrata o social liberal. ¿Qué es lo
social en estas formulaciones? Lo social es el azúcar con que los políticos se
presentan para endulzar una estructura que no pueden transformar. Yo me rebelé
desde temprano contra esta doctrina del azúcar. Creo que el pueblo brasileño no
quiere azúcar, quiere instrumentos y oportunidades para aprender, trabajar, producir.
Acepta el azúcar a falta de otra cosa, pero eso no es lo que quiere.
- ¿Son los políticos los mayores responsables por la situación económica?
- Existe, sobre todo entre los progresistas, una confusión conceptual, que no es
brasileña, es mundial. En general, las izquierdas, los partidos de centroizquierda o
que se identifican como progresistas, perdieron la fe en el estatismo y desde ahí
evolucionaron hacia políticas de humanización de las estructuras existentes, en
particular las de redistribución compensatoria de la renta. Y descubrieron que ellas
no bastan para resolver los problemas de la sociedad, de ahí la gran confusión. En
general, los progresistas del mundo andan perdidos, preguntándose cuál es su
proyecto. La respuesta es que es el proyecto de sus adversarios conservadores con
un descuento. Entonces ellos se presentan en el palco de la historia contemporánea
como los humanizadores de lo inevitable.
- ¿Y esto no es así?
- Hasta aquí seguimos el modelo de crecimiento económico de desarrollo nacional,
que consiguió grandes conquistas y que ahora está exhausto, basado en la
producción y exportación de commodities y en la popularización del consumo, con
aumento de la renta popular. Creamos un mercado de consumo de masas,
rescatamos millones de personas de la extrema pobreza, disminuimos la
desigualdad en el país y asistimos a un fenómeno social extraordinario: el
surgimiento, al lado de la clase media tradicional, de una pequeña burguesía
emprendedora mestiza, morena, de millones de personas venidas de abajo, que
luchan para abrir y mantener pequeños negocios, que estudian de noche y que
inauguran en el país una cultura de autoayuda y de la iniciativa. Atrás de esa
burguesía emprendedora está una multitud todavía mayor de trabajadores aún
pobres, a los que llamamos los batalladores. Los que, a veces, mantienen dos o tres
empleos y, a pesar de ser todavía pobres, adhieren a esa cultura de autoayuda e
iniciativa. La mayoría trabajadora de Brasil quiere seguir el camino de vanguardia de
estos ciudadanos que llamo emergentes.
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- ¿Y cuál es la solución?
- La gran revolución es que el Estado use su poder y recursos para abrir ese camino
de vanguardia de los sectores de ciudadanos emergentes. Este modelo consiguió
las conquistas de las que hablé, pero sus fragilidades estaban ocultas mientras
había mucho dinero fácil en el mundo: el precio de los commodities estaba allá en lo
alto y la economía china estaba creciendo al máximo con un apetito desenfrenado
por nuestros productos primarios. Cuando esas circunstancias cambiaron, quedó
expuesta la fragilidad de este modelo.
- ¿Cuáles son los elementos de esa fragilidad?
Hay dos fragilidades en particular que son decisivas para comprender la tarea que
tenemos por delante. La primera es que esa estrategia exhausta, a pesar de haber
conseguido muchos efectos benéficos, sobre todo en la democratización del acceso
al consumo, coexistió con un nivel muy bajo de productividad en la economía
brasileña. Mantenemos a la gran mayoría de los brasileños empleados, pero en
general en servicios de bajísima productividad. La segunda fragilidad es que no
conseguimos resolver el problema del acceso a servicios públicos de alta calidad.
Cuando los ciudadanos que llamo emergentes tuvieron acceso a los bienes de
consumo, descubrieron que el consumo privado no basta para llevar una vida
decente si no existen salud, seguridad y educación de calidad. Ahora tenemos que,
a la luz de estas fragilidades, construir una nueva estrategia.
- ¿El ajuste fiscal que se vive en Brasil es parte esencial de ella?
- Entiendo el ajuste fiscal como un puente entre el modelo anterior y el modelo
nuevo. Hay dos maneras de entender el propósito de un ajuste fiscal. Una de ellas
es la doctrina de la confianza financiera, según la cual el ajuste es necesario para
ganar la confianza del sector financiero y los inversores, lo que atrae inversión y,
luego, ésta produce el crecimiento. Esa doctrina es falsa. Basta con mirar a Europa
hoy, una combinación de austeridad con estancamiento. Hay una segunda manera
de entenderlo: la razón del ajuste no es ganar confianza financiera, es, por el
contrario, no depender de ella. Evitar que la economía privada se desorganice y que
el potencial de iniciativa estratégica del Estado se anule. El ajuste fiscal, por lo tanto,
no es una agenda nacional, es lo preliminar de una agenda nacional.
- En el contexto actual, ¿qué nos puede decir del “derretimiento” de la
industria brasileña? ¿En qué se origina?
- Nuestro perfil de producción y exportación comercial privilegia cada vez más la
producción y exportación de commodities. Ese énfasis en lo primario, a su vez,
promovió la apreciación cambiaria, lo que dificultó todavía más la situación de la
industria. Por lo tanto, una respuesta simple a su pregunta es que el corazón del
problema está en la falta de un nivel adecuado de productividad. Ahora, en Brasil
tenemos una cultura emprendedora envidiable desde el punto de vista del ingenio y
la energía encarnada en cientos de miles de empresas pequeñas y medianas. Y eso
no tiene contrapartida en el mundo: poquísimos otros países ostentan una cultura
emprendedora con ese vigor. En paralelo, la gran mayoría de nuestras empresas
pequeñas y medianas están en la retaguarda de la tecnología, están hundidas –
incluso– en un primitivismo productivo. Además, nuestras empresas más grandes,
que normalmente operan en la explotación del sector de recursos naturales, a
menudo tienen un estrecho espectro de tecnologías y prácticas avanzadas, en
comparación con los disponibles en un país como China. Y en tercer lugar, muy en
concreto, hemos perdido la figura importantísima de la compañía de vanguardia de
tamaño medio.
- ¿A qué se refiere?
- En la mayor parte de las grandes economías de mercado, las mayores empresas
están rodeadas por un entorno de empresas menores en tamaño, sin embargo, muy
avanzadas. Para crearlas, tenemos que fomentar la unión de las tecnologías
avanzadas con planes de negocios dirigidos a crear nuevos mercados, nuevos
productos, nuevas demandas.
- En la práctica, ¿cómo se haría?
- Veo tres capítulos de esta estrategia. Primero, la promoción del espíritu
empresarial de vanguardia en todos los sectores: industrias, servicios y agricultura.
Teniendo como destinatario principal lo que llamé empresa media de vanguardia,
pero buscando subvertir el nivel de las prácticas y las tecnologías en las empresas
pequeñas y grandes. Esto no se puede hacer simplemente por la política de crédito
subsidiado, requiere un diseño mucho más complejo y ambicioso, uno que combine
el acceso al capital, el acceso a la tecnología y prácticas de aprendizaje avanzadas.
El segundo capítulo de esto, que he bautizado como productivismo inclusivo, tiene
que ver con la relación entre el trabajo y el capital.
- ¿Se refiere a la precarización laboral?
- En efecto, en los últimos años la informalidad se redujo, pero dentro de la
economía formal aumentó la precarización. Es un fenómeno no sólo de Brasil, pasa
en todo el mundo. La aparición de nuevos métodos de producción que
descomponen los procesos de producción a nivel mundial y organizan el trabajo a
través de relaciones descentralizadas. Luego, viene un número creciente de
trabajadores en situación de trabajo subcontratado, temporal o por cuenta propia
que no están protegidos eficazmente por la ley. Nos arriesgamos a ver la aparición
de una división entre dos clases de trabajadores. Un nuevo dualismo en el mercado
laboral: por un lado, los relativamente estables, trabajando en sectores intensivos
en capital y, por otro, los precarizados. Brasil no puede prosperar como una China
con un número menor de personas. Brasil, como en general los países de ingresos
medios, está apretado como en una prensa entre el ahorro de mano de obra barata
y el ahorro de la alta productividad. Nuestro interés es escapar de esta prensa,
yendo para el lado de una escalada hacia la alta productividad y una condición
previa para esto es para revertir la dinámica de la precarización. De ahí la necesidad
de crear un nuevo cuerpo de leyes de trabajo complementario de las leyes
existentes. No para sustituirlas, sino para complementarlas, que proteja, organice y
represente a esos trabajadores precarizados.
- ¿Es necesaria alguna otra reforma? ¿Del Estado?
- Sí. Un tercer capítulo de este productivismo incluyente que propongo, tiene que ver
con el marco legal y tributario de la actividad productiva. Se deben quebrar todas
esas trabas al impulso productivista. Precisamos crear un marco legal que no
sofoque la producción. Así, un tercer aspecto es el régimen tributario. Lo que casi
todas las economías avanzadas están haciendo es organizarlo en torno de un
impuesto amplio y neutro sobre el valor agregado, que no distorsione los precios
relativos y no promueva la guerra fiscal entre los Estados. Es un impuesto regresivo,
es cierto, pero que permite un alto ingreso público sin desorganizar los incentivos
económicos. Y aquello que se pierda de progresividad del lado de la recaudación se
puede ganar en el momento del gasto. Es claro que ese impuesto tendría que ser
complementado con otros explícitamente progresivos, como sería, por ejemplo, cun
impuesto altamente progresivo sobre el consumo individual, que establece la
jerarquía de patrones de vida.
* Con la colaboración de Rodrigo Lara Serrano en Santiago.
ENTREVISTA:ROBERTO MANGABEIRA UNGER MINISTRO DE ASUNTOS
ESTRATÉGICOS DE BRASIL

"Brasil es el país más parecido del mundo a EE UU"

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SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ
JUAN ARIAS
Brasilia 9 FEB 2009 - 01:19 CET

Roberto Mangabeira Unger (Río de Janeiro, 1947) es un ministro atípico. Primero


por su propia biografía: es catedrático en la facultad de leyes de Harvard (ocupó el
cargo a los 29 años, el más joven que ha tenido nunca ese centro universitario y fue
profesor del actual presidente de Estados Unidos, Barack Obama), ha escrito
numerosos libros sobre política y construcción social y esta considerado como uno
de los teóricos más brillantes, y polémicos, en el ámbito del pensamiento social
contemporáneo (sus trabajos están disponibles en www.robertounger.net). Es autor
de un corto, y muy polémico, ensayo sobre "España y su futuro", que escribió antes
de ser ministro, que supone una crítica muy directa a los sucesivos gobernantes que
ha tenido la democracia española y que podría resumirse en una línea: España es
hoy un país sin proyecto, incapaz de aprovechar su potencial.

MÁS INFORMACIÓN
 DESCARGABLE España y su Futuro

Implicado desde hace años en la política cotidiana de su país, Mangabeira, que se


considera de izquierda, fue un crítico muy duro del presidente Luiz Inacio Lula da
Silva, quien, sin embargo, le llamó un día, en su segundo mandato, para ofrecerle
una cartera que sería insólita en cualquier otro país que no fuera Brasil: ministro de
Asuntos Estratégicos. Desde Brasilia, donde recibe a El País, Mangabeira analiza
las grandes líneas de la vida política social y económica de Brasil y las grandes
corrientes internacionales, pero eso no le parece suficiente. "El presidente Lula me
propuso que ayudara a formular un modelo conceptual sobre el futuro de Brasil,
pero para hacer eso no necesito estar en Brasilia. Para escribir panfletos podría
continuar en Harvard. Lo que intento es definir iniciativas concretas que encarnen o
anticipen ese cambio en la trayectoria institucional del país. Escoger iniciativas en
políticas públicas sectoriales, educación, trabajo, política agrícola o industrial, que
tengan efecto práctico inmediato pero que también prefiguren el cambio de rumbo
que necesita el país".

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En medio de la formidable crisis económica y financiera actual, sus propuestas, no


solo para Brasil, sino para la comunidad internacional en su conjunto, adquieren
cada día mayor relevancia y son objeto de mayor debate. Uno de sus últimos libros
se titula: "¿Qué debería proponer la izquierda?"
Pregunta: ¿Qué debería proponer hoy la izquierda en todo el mundo?

Respuesta: Básicamente hay tres izquierdas en el mundo. Hay una vendida, que
acepta el mercado y la globalización en sus formas actuales y que quiere
simplemente humanizarlas por medio de políticas sociales. Para esa izquierda, solo
se trata de humanizar lo inevitable. Su programa es el programa de sus adversarios,
con un descuento social y una renta moral y narcisista. Hay otra izquierda,
recalcitrante, que quiere desacelerar el progreso de los mercados y la globalización,
en defensa de su base histórica tradicional (los trabajadores sindicados de grandes
empresas industriales). Y hay una tercera izquierda, la que me interesa, que quiere
reconstruir el mercado y reorientar la globalización con un conjunto de innovaciones
institucionales. Para esa izquierda, lo primero es democratizar la economía de
mercado, lo segundo capacitar al pueblo y lo tercero, profundizar la democracia. Yo
entiendo ese proyecto como una propuesta de la izquierda para la izquierda. Diría,
con un lenguaje provocativo y algo teológico, que la ambición de esa izquierda no es
humanizar la sociedad, sino divinizar la humanidad. El objetivo es elevar la vida
común de las personas comunes al plano más alto. Y todo lo que se hace en
materia de lucha contra la desigualdad es accesorio a esto. Rousseau dice en algún
lugar: ellos no consiguieron ser hombres; entonces, decidieron ser ricos. Nosotros,
la izquierda, no queremos eso, queremos que sean hombres.

P. ¿Como analiza hoy día la crisis económica internacional?

R. Yo diría que hace mucho tiempo que el mundo está sometido al yugo de una
dictadura de falta de alternativas y que, en general, en la historia moderna,
contrariamente a lo que pensaron muchos de los grandes teóricos sociales, los
cambios fueron forzados por las guerras y los colapsos económicos. El trauma fue
el requisito de la transformación. Hoy hay una gran pobreza de ideas sobre las
alternativas en el mundo. Las ideas que orientaron la izquierda históricamente,
como el marxismo, están fallidas y la respuesta a la crisis financiera internacional
revela de una forma muy dramática las consecuencias de esa pobreza de ideas. No
hay nada que no sea una versión momificada del keynesianismo vulgar, es la única
luz en esta obscuridad. Hasta ahora, el debate ha estado casi enteramente
dominado por dos temas superficiales: el imperativo de regular los mercados
financieros y la necesidad de adoptar políticas fiscales y monetarias expansionistas.
Son ideas muy por debajo del nivel, de la dimensión del problema. Los líderes de las
veinte economías más importantes del mundo se reúnen en Washington y no tienen
nada que decir. La verdad es que los poderosos aborrecen a las ideas; cuando ellos
llegan, las ideas se van.

P. ¿De que habría que debatir entonces?

R. Hay tres temas suprimidos en el debate, mucho más importantes que esos dos
temas superficiales. Todo lo que se puede hacer, y se debe hacer, en materia de
regulación de los mercados financieros y de expansionismo fiscal y monetario
depende, para su eficacia, del enfrentamiento de esos temas subyacentes más
importantes. Son tres. Primero, la necesidad de superar los desequilibrios
estructurales en la economía mundial entre los países con superávit en comercio y
ahorro, empezando por China, y los países deficitarios en comercio y ahorro,
comenzando por EEUU. El motor del crecimiento mundial, en los últimos años, fue
el acuerdo implícito entre esos dos elementos. Ese motor se ha roto y vamos a tener
que conseguir otro. Eso exigirá grandes cambios en EEUU, en China y la
organización de la economía mundial.

P.¿No se trata de regular, sino de reorganizar?

R. Efectivamente. Vamos al segundo punto: la necesidad de que la regulación de los


mercados financieros sea parte de una tarea mayor, que es reorganizar la relación
entre el sistema financiero y la producción. Reorganizar específicamente el vínculo
entre finanzas y producción. De la forma en que se organizan hoy las economías de
mercado, el sistema productivo está básicamente autofinanciado. ¿Cuál es
entonces el propósito de todo el dinero que está en los bancos y en las bolsas de
valores?. Teóricamente sirve para financiar la producción, pero en realidad es solo
va oblicuamente a ese cometido. Eso no tiene que ser así y eso es el resultado de
las instituciones existentes. En este sistema, las finanzas son relativamente
indiferentes a la producción en tiempos de bonanza y son una amenaza destructiva
cuando surge una crisis como esta. Es decir, son indiferentes para el bien y eficaces
para el mal.

P. ¿Y el debate sobre la distribución de la riqueza?

R. Ese es el tercer punto del que hablaba. El vínculo entre recuperación y


redistribución. Todos admiramos la construcción en la segunda mitad del s. XX en
EEUU de un mercado de consumo en masa. En principio, la construcción de ese
tipo de mercado exige la democratización del poder adquisitivo y, por lo tanto,
redistribución de la renta y de la riqueza, pero eso no sucedió en EEUU. Ocurrió lo
contrario, hubo una violenta concentración de la renta y de la riqueza. ¿Cómo
entonces consiguieron los norteamericanos la construcción de un mercado de
consumo en masa?. Parte de la respuesta está en lo que sucedió con la
supervalorización inmobiliaria ficticia. Ha habido una falsa democratización del
crédito, una democratización postiza, precaria del crédito, que hizo las veces de la
democratización de redistribución la renta y de la riqueza, que no hubo. Y ahora que
ese sistema está destruido, es necesario crear una nueva base para el mercado. Es
necesario insistir en cambios más profundos. Lo que yo le digo a mis ciudadanos es
que yo quiero una dinámica de rebeldía; pero la rebeldía es una condición
necesaria, pero no suficiente. Necesita una aliada que es la imaginación, la
imaginación institucional.

P. ¿Cuál es el papel de Brasil en esa polémica?

R. Voy a decir inmediatamente lo que me parece más importante de Brasil. Su


atributo más destacable es su vitalidad. Brasil es, sobre todo, vida. Hierve de vida
que viene de abajo y esa vitalidad tiene una expresión social muy importante. La
clase media tradicional en Brasil hace mucho tiempo que esta debilitada,
económicamente y espiritualmente. Yo digo espiritualmente porque esa clase media
tradicional amenaza, al igual que en los países ricos del Atlántico Norte, con una
cultura de desencanto con la política. Pero Brasil no es Dinamarca, en nuestro país
todo continúa dependiendo de soluciones colectivas a problemas colectivos.
Nosotros necesitamos desesperadamente la política.
P. ¿Esta surgiendo una nueva clase media?

R. Surge, al lado de esa clase media tradicional, una segunda clase media que
viene de abajo. No es una clase media europeizada, sofisticada; es ruda, morena,
mestiza, de millones de personas que trabajan, luchan, para abrir pequeñas
empresas, que estudian por la noche y que inauguran una cultura de autoayuda
iniciativa. Es el horizonte que la mayoría quiere seguir. Pero sin tener cómo seguirlo,
sin instrumentos ni ayuda. Yo entiendo que la gran revolución en Brasil hoy, sería
que el Estado usara sus poderes y recursos para permitir a la mayoría seguir el
camino de esa vanguardia de batalladores emergentes. Para eso tendría que
innovar en las instituciones, económicas y políticas. Y ahí está un gran problema,
porque nuestros dirigentes históricamente demostraron una completa falta de
imaginación y de audacia. Nuestra gran tarea nacional hoy, colocada en sus
términos más sencillos, sería instrumentalizar esa energía, esa energía que viene
de abajo. Ahí hay dos grandes proyectos. Un proyecto de democratizar la economía
de mercado y un proyecto de profundizar la democracia política. Y eso vale para
encarar la crisis en todo el mundo.

P. ¿Impulsará Brasil la construcción de un proyecto común en América Latina?.

R. Al proyecto de unión sudamericana le falta un corazón, un cerebro. Es todo


esqueleto, estructura, no tiene espíritu. La UE tuvo dos premisas: ser un proyecto de
paz perpetua, para poner el fin al siglo de las guerras europeas, y ser un gran
espacio de un modelo de organización social y económica diferente del modelo de
EEUU. Nosotros no construimos aún en América del Sur una contrapartida para eso,
tratamos de comercio, de integración energética y logística, pero no tratamos de lo
más importante: cuál es nuestro proyecto, cuál es nuestro camino en el mundo. Yo
creo que la afirmación de ese modelo, de esa trayectoria, en Brasil, que es, de lejos,
el país más preponderante de América de Sur, permitiría dar un corazón, un
cerebro, al proyecto de unión sudamericana.

P. ¿ Como son las relaciones entre Brasil y Estados Unidos?

R. Yo digo siempre que Brasil es el país del mundo más parecido a EEUU, aunque
esa semejanza no se reconoce, ni en EEUU ni en Brasil. Son dos países con
tamaños prácticamente idénticos, fundados con la mismas bases, población
europea y esclavitud africana, multiétnicos. Los más desiguales de su tipo. EEUU, el
más desigual de los países ricos; Brasil, el más desigual de los grandes países en
desarrollo. Y paradójicamente, en esos dos países muy desiguales la mayor parte
de los hombres y de las mujeres comunes continúan pensando que todo es posible.
Brasil tiene, sobre todo ahora, una oportunidad extraordinaria y considero que un
compromiso crítico con EEUU. Ellos están buscando en este momento, un momento
de inflexión histórica, un sucedáneo al proyecto de Roosevelt. En Brasil estamos en
una búsqueda paralela de un nuevo modelo de desarrollo que transforme la
ampliación de las oportunidades económicas y educativas, en el propio motor del
crecimiento económico. No se trata de discutir solo en el nivel de las abstracciones
ideológicas; mi propuesta es que construyamos experimentos comunes en las
instituciones que definen la economía de mercado y la democracia (FMI,BM, OMC,
ONU)
P. ¿Participa el presidente Lula de su análisis estratégico?

R. Lula es, en algunos aspectos, una personalidad opuesta a la mía, pero él tiene
intuición, y capta y traduce en sus discursos, lo noto cada vez más, esas cosas.

EL PROFESOR DE OBAMA

"Barack Obama es un hombre muy inteligente, muy abierto, pero al mismo tiempo
muy cauteloso". Roberto Mangabeira tuvo como alumno al actual presidente de
Estados Unidos en un curso que impartió en Harvard dedicado al análisis de
posibles alternativas progresistas para democratizar la economía de mercado y
profundizar la democracia tanto en países ricos como pobres. ¿Comparte Obama
sus teorías?. El catedrático de Harvard se expresa con mucho cuidado: "Obama fue
mi alumno. Tengo relaciones cordiales con el y un gran aprecio. Es un hombre con
una gran inteligencia, una inteligencia con cualidades morales y de índole práctica.
Cuando se formó en la escuela, rechazó a grandes firmas y fue a enseñar derecho
constitucional a Chicago. Eso impresiona y da muestra de su gran capacidad de
sacrificio. Pero no se debe centrar todo en la personalidad del nuevo presidente,
sino en el propio país, porque el gran actor en estos momentos es Estados Unidos,
un país en evolución que vive hoy día una gran apertura y un gran fervor". "El
resultado de todo esto", asegura Mangabeira, "dependerá de la alianza entre política
y pensamiento".

"Obama es, sobre todo, un hombre muy representativo de la cultura pública de


Estados Unidos, centrado en lo pragmático. Sabía poner de lado la retórica
engañosa y enfocar el contenido práctico de los experimentos libertadores". ¿Será
ahora capaz de responder a todas las expectativas que ha levantado? Mangabeira
cree que la mayoría de los colaboradores del nuevo presidente son personas muy
experimentadas, muy inteligentes, pero con ideas muy convencionales. Por ahora,
explica, las ideas que han expresado están muy circunscritas a un programa en el
que lo básico es regular los mercados financieros, adoptar políticas fiscales y
monetarias expansivas, promover energías renovables relacionadas con el cambio
climático, usar el poder del Estado para ampliar la cobertura de seguros privados
salud, respetar más el multilateralismo en las relaciones internacionales y,
finalmente, sacar las tropas de Irak y recolocarlas en Afganistán.

"Eso puede parecer mucho", afirma el ministro de Asuntos Estratégicos de Brasil,


"pero es muy poco desde el punto de vista de las expectativas de Estados Unidos.
El presidente va a oscilar entre el horizonte programático circunscrito a esos
elementos y ese mandarinato, y la inquietud del país, que está más abierto a un
cuestionamiento y a un autocuestionamiento de lo que estuvo nunca desde la
década 30 del siglo pasado. Yo solo puedo esperar que EEUU continue hirviendo y
que la imaginación aparezca en su gran tarea para tomar el lado de los inquietos".

"Lo más importante en estos momentos en Estados Unidos es la actitud de sus


jóvenes. Más de 10 millones de voluntarios trabajaron gratuitamente en la campaña
de Obama: son un síntoma de ese momento increíble. Ese idealismo necesita un
rumbo, necesita de imaginación. Todo va a estar determinado por el ambiente del
país. A mi me gustaría que ese movimiento crítico en Brasil y en estados unidos nos
pueda ayudar recíprocamente. A librarnos de nuestros pecados, ellos de su idolatría
institucional y nosotros de nuestra rendición institucional. Espero que los
norteamericanos mantengan la presión al servicio de la humanidad. Será muy
importante para todo el mundo. Y si los europeos despiertan, porque el ritmo
histórico dice que los europeos despiertan en las guerras y se adormecen en la paz,
sería aun mejor".

meter mano en la estructura

Roberto Mangabeira Unger es un intelectual consagrado. Enseña en Harvard, fue


ministro de Asuntos Estratégicos de Lula y hoy es consejero de uno de los
candidatos a la presidencia de Brasil mejor ubicado en la encuestas. Su principal
argumento: la rebeldía del pensamiento. El objetivo: la grandeza de los comunes. La
fórmula: radicalizar la lógica de la economía de mercado. Sic.
POR: HEBER OSTROVIESKY - MARIO SANTUCHO
FOTOGRAFÍA: LUCIANO DENVER
23 DE AGOSTO DE 2018
crisis #34
"Mangabeira fue el mejor profesor que tuve en la Universidad”, le dijo un recién
electo Barack Obama al presidente Lula la primera vez que hablaron por teléfono.
Corría noviembre de 2008 y el profesor de Harvard revistaba como ministro de
Asuntos Estratégicos de Brasil. El futuro parecía esperanzador para aquel
progresismo en alza, con un negro demócrata gobernando el imperio del norte y un
exoperario industrial al mando del gigante sudamericano. Diez años más tarde la
situación mudó radicalmente. Aquellos discípulos de Mangabeira Unger no pudieron
impedir que los gobiernos de sus países fueran copados por las derechas más
rancias que se recuerden. Aún así, el autor de La alternativa de izquierdamantiene
intacto el optimismo. Desde su despacho en la prestigiosa universidad del norte, el
filósofo de 71 años recita un credo de soluciones al mismo tiempo audaz y racional.
Su punto de partida indeclinable es la rebeldía intelectual, sin que eso implique una
ruptura con la economía de mercado. A través del Skype, la voz fluye segura,
amable, casi robótica.
¿Cuál es la causa de la crisis que está azotando a la región?
-Hay un debate sobre el desarrollo en el mundo: la fórmula del crecimiento
económico en la segunda mitad del siglo veinte era la industrialización convencional,
que por diversas razones ya no constituye la vanguardia productiva, más bien es un
sector relativamente atrasado. La nueva vanguardia es la economía del
conocimiento que atraviesa a la industria, al sector de la alta tecnología, a los
servicios intelectualmente intensos y a la agricultura científica o de precisión. Pero,
en cada área, se comporta como una isla y excluye a la gran mayoría de las
empresas y de los trabajadores. Esto nos conduce al estancamiento, porque la
dinámica más productiva se restringe a una elite empresarial y tecnológica que no
contamina a la economía en su conjunto. Y es causa de desigualdad, porque hay
una segmentación cada vez más jerárquica, un aumento sensible del contraste
entre las vanguardias y las retaguardias de la producción. El dilema es el siguiente:
el camino tradicional para el crecimiento, que consistía en transferir trabajadores y
recursos de los sectores menos productivos hacia los más productivos, de la
agricultura a la industria, ya no funciona. Y la alternativa, que consistiría en construir
una forma incluyente y diseminada de la economía del conocimiento, no existe aun
ni siquiera en las economías avanzadas con poblaciones más calificadas.
¿Y cómo se explica el momento crítico actual desde nuestros países?
-En el período histórico reciente el modelo de crecimiento seguido tanto por Brasil
como por Argentina es el nacional-consumismo. Una masificación del consumo y de
la demanda avalada por el superciclo de las commodities. En los partidos llamados
progresistas primó este keynesianismo vulgar, que consiste en capturar una parte
del excedente económico del agro para financiar el consumo urbano y presentar
esta operación en un lenguaje pretensioso de nacionalismo popular autárquico.
Ahora, cuando mundialmente los precios cayeron como siempre caen en los ciclos
de commodities, se hizo evidente que la oportunidad se había malogrado. Porque la
democratización de la demanda se puede hacer simplemente con dinero, mientras
que la democratización de la oferta implica una innovación estructural en el plano de
la producción. Y eso supone conflicto político pero sobre todo exige el recurso más
escaso en nuestros países que son las ideas. Dinero a veces falta y a veces sobra,
pero ideas faltan siempre. La consecuencia de este impasse es un retorno al poder
de personas que representan una versión disminuida del ideario de las décadas del
ochenta y noventa, la fórmula de convergencia recomendada por las autoridades
políticas y académicas de los países del Atlántico Norte. La esperanza de nuestros
actuales gobernantes es que demostrando obediencia adquirirán dinero, pero no es
así que suceden las cosas en la historia. Es cierto que la rebeldía no siempre es
premiada, pero lo seguro es que la obediencia resulta invariablemente castigada.
Todavía no hablaste ni una palabra sobre la dimensión financiera de la crisis.
-Porque es necesario comprender la naturaleza productiva del problema. Hay una
gran vitalidad en el agro, en la producción mineral, pero emplean poca gente y
permanecen atascados en niveles de escasísimo valor agregado, lo cual se ve
reforzado por el interés de China de construir con América del Sur una relación
neocolonial. Del otro lado, hay una vasta economía urbana que continúa sumida en
el primitivismo productivo tecnológico. Ahí está el problema: el primitivismo
productivo y tecnológico y la falta de instrumentos para el desarrollo de la mayoría.
Recién después aparece el aspecto secundario, que es la pretensión de salvarse
acudiendo al sistema financiero. El sistema financiero puede ser un buen siervo,
pero es un pésimo señor. Puede alimentar el proceso, pero no conducirlo. Y hay un
agravante: en las sociedades contemporáneas la relación entre economía real y
sistema financiero es cada vez más tenue y peligrosa. Todo el capital reunido en las
bolsas de valores y en los bancos tiene un vínculo episódico con el financiamiento
de la producción. Como consecuencia, en los tiempos buenos el sistema financiero
es relativamente indiferente a la economía real, mientras que en los tiempos malos
el sistema financiero se vuelve destructivo. Por eso es un contrasentido acudir al
sistema financiero como nuestro salvador. Porque las finanzas solo se preocupan
por sí mismas, no son instrumentos de la transformación productiva.

economía de guerra pero sin guerra


La camarita de la computadora de Mangabeira Unger en Cambridge trasmite casi
desde el techo por lo que no le vemos propiamente la cara, más bien visualizamos
las prominentes entradas de su cabeza humeante. Detrás del cuerpo inquieto del
profesor, hay una enorme mesa de trabajo cubierta completamente de piedras de
diferentes tamaño y cualidad. Un periodista de Folha de San Pablo que lo visitó dijo
en un reportaje que el entrevistado exhibía una importante colección de diamantes y
esmeraldas. Cualquiera. En realidad es una especie de altar telúrico, conformado
por guijarros procedentes de las más disímiles regiones del gigante sudamericano,
recolectados personalmente por Mangabeira en sus recorridas por el Brasil. Algo así
como un anclaje tectónico para el universo de ideas y reformas que emanan del
cerebro de este profesor que se atreve, desde su puesto en la academia
norteamericana, a denunciar la dependencia teórica de sus coterráneos: “Hay un
elemento fundamental para entender esta crisis y es la fuerza del colonialismo
mental y la falta de ideas fuertes en nuestros países. Eso es lo que hay que romper.
El camino es el productivismo incluyente, una forma radical y diseminada de la
economía del conocimiento combinada con la construcción de instituciones políticas
que organicen una democracia de alta energía, sin que se precise una gran crisis
para que sobrevengan los cambios. Esto exige rebeldía intelectual y un momento de
afirmación nacional”.
Mangabeira explica los tres ejes principales de su Plan. “Uno es propiamente
económico: ¿cómo industrializar nuestros países sin caer en la tentativa nostálgica
de recuperar la industria de mediados del siglo pasado? Creando instrumentos
estatales que cualifiquen a la multitud de pequeñas y medianas empresas que son
los agentes económicos más importantes porque producen la mayor parte del
producto, son responsables de la mayoría de los empleos, pero están hundidas en
el productivismo primitivo. Otro elemento es la formación de empresas medianas de
vanguardia, una figura que falta en nuestros países pero desempeña un papel
crucial en las economías más dinámicas del mundo. Desde el punto de vista
institucional tiene que haber una política industrial descentralizada, pluralista,
participativa y experimental. Es algo que el Estado debe crear de una manera que
no sea unitaria ni espontánea, para que permita una gran pluralidad de
experimentos”.
O sea, para vos el sujeto del desarrollo es una nueva burguesía
emprendedora, pequeña y mediana.
-Paso a paso. El segundo componente tiene que ver con el trabajo. En Brasil la
mitad de los trabajadores no están registrados en la economía formal y, dentro de
los que aparecen registrados, una parte creciente está precarizada. La mayoría de
la población económicamente activa es informal o precaria. Hay que decirlo con
claridad: no es posible aumentar la productividad en base a un trabajo descalificado
y barato. La única forma de encarar un plan de desarrollo eficaz es movilizar la
energía social en función del crecimiento. Se requiere entonces recrear las
instituciones que regulan el trabajo. Ahí nos encontramos con dos posiciones que
dominan el debate: una es la izquierda clásica y los sindicalistas, que confunden sus
intereses de minoría organizada con derechos adquiridos y los intereses de la
mayoría informal y precarizada; la segunda es la neoliberal, que con el eufemismo
de la flexibilización quiere sumir a los trabajadores formales en la inseguridad
económica, lo cual es injusto y además bloquea cualquier escalada en la
productividad. Tenemos que crear un nuevo derecho que proteja, organice y
represente a esos trabajadores que son la mayoría. Un ejemplo, el principio legal de
neutralidad o equivalencia de salario: si va a existir una prestación laboral
temporaria o flexible, esa flexibilidad no puede servir como pretexto para bajar los
salarios, por eso el trabajador temporario o tercerizado tiene que percibir una
remuneración equivalente a la del empleado estable similar.
¿Y cómo se financian esos nuevos derechos?
-Precisamente, el tercer componente del proyecto económico tiene que ver con las
finanzas públicas y es un argumento contra el keynesianismo vulgar. La rebeldía
exige una gran austeridad fiscal. No se trata de procurar la confianza de los
mercados financieros sino todo lo contrario: lograr autonomía de sus dictados. Para
eso, la segunda parte de la política financiera es el aforo del ahorro público y
privado. En su forma más ambiciosa y radical, podríamos pensar este productivismo
inclusivo como una economía de guerra sin guerra. Los ejemplos en la historia
moderna más espectaculares de crecimiento económico fueron los de economía de
guerra. Entre 1941 y 1945 el PBI norteamericano se duplicó. Y el impuesto a la renta
personal llegó a superar el 90% en ese período, algo inconcebible para los
americanos de hoy.
En la Argentina padecemos la restricción externa, porque tanto la gran
burguesía como la pequeña no reinvierte sus excedentes en el país. ¿Qué
alternativa puede pensarse en este sentido?
-En nuestra región hay que hacer una diferencia entre la clase media tradicional y
una nueva clase media que llamamos "los emergentes". Esta pequeña burguesía
emprendedora, mestiza, morena, incluye a millones de personas que al contrario de
la clase media tradicional está enfocada en pequeñas empresas y en una cultura de
autoayuda e iniciativa. Al menos en Brasil, muchos son evangelistas y su tendencia
es repetir la trayectoria de la pequeña burguesía europea, retrógrada y aislado,
sumida en la acumulación primitiva y el egoísmo familiar, en la teología de la
prosperidad y en un repudio a la política. Pero si definiéramos pequeña burguesía
por criterios subjetivos y no objetivos, la perspectiva pequeñoburguesa es el
horizonte predominante hoy en el mundo. Incluso entre los pobres, la aspiración es
a una modesta prosperidad e independencia. Creo que tenemos que conquistar a
esa masa de la pequeña burguesía y ganarla para un objetivo progresista de
iniciativa económica y participación en la vida pública. Una izquierda que se
encasilla en la minoría organizada de los trabajadores recluidos en los sectores
intensivos de la economía, es una izquierda que perdió políticamente porque se
resigna al corporativismo.
experimentalismo radical de mercado
Roberto Mangabeira Unger fue uno de los fundadores del Partido del Movimiento
Democrático Brasilero, a finales de los años setenta, cuando los tucanos formaban
parte de la oposición a la dictadura militar, pero pronto rechazó el giro conservador
del PMDB y decidió sumarse al laborismo de Leonel Brizola, uno de los grandes
referentes de la izquierda carioca del siglo veinte. Apagada la estrella del tres veces
gobernador de Río, el filósofo comenzó una larga relación política e intelectual con
el entonces mandamás del pequeño estado de Ceará, Ciro Gomes, hoy el candidato
más competitivo del progresismo brazuca, con fuertes chances de llegar a la
presidencia (en caso de que Lula definitivamente sea proscripto de la
competición). No es fácil comprender de dónde extrae Mangabeira razones para la
esperanza (debe ser esa fe moderna en el dios progreso que caracteriza al
pensamiento estratégico), pero lo cierto es que ya prepara otra vez las valijas:
“tengo mucha ilusión en Brasil. Vamos a vivir ahora el momento electoral y confío en
que tendremos un cambio decisivo”.
¿Te parece que vamos hacia un momento catastrófico de ruptura o imaginás
una sucesión más o menos ordenada?
-Por principio, no anticipo el futuro. Las profecías no solo son una fuente de
equívocos, también son un pecado. Lo que interesa es crear otro futuro a través de
la acción y veo una gran oportunidad en nuestros países porque hay un atributo que
me parece el más importante de todos: esa vitalidad asombrosa, anárquica,
combinada con nuestra tragedia histórica que es negarle a las mayorías los
instrumentos para transformar la espontaneidad en flexibilidad preparada. El mayor
obstáculo no son los intereses que se oponen, sino la postración intelectual, el
colonialismo mental.
¿Pero hay lugar en las democracias contemporáneas para un proceso de
cambio real como el que imaginás?
-La premisa del pensamiento conservador es que la política es institucional y fría, o
bien es calurosa y extrainstitucional. Democracia débil o cesarismo populista. Esto
es lo que la izquierda no puede aceptar. Se puede desplegar una política que sea al
mismo tiempo institucional y calurosa, pero para eso hay que innovar en las
instituciones políticas también. El federalismo en nuestros países puede ser una
gran máquina de experimentos: acción fuerte del gobierno central, pero al mismo
tiempo la posibilidad de que las provincias o los municipios diverjan del camino
nacional y construyan contramodelos de futuro.
Volvamos a un punto que nos parece decisivo hoy: para conseguir que el
ahorro se traduzca en inversión y no se fugue, ¿imaginás una intervención del
Estado que garantice la función social del capital?
-Claro, para iniciar una trayectoria rebelde de desarrollo es necesario tener escudo y
ese escudo en parte es el ahorro público y privado. El ahorro es condición
indispensable, pero no suficiente. Si el ahorro se diluye en el casino del mercado
financiero, sin vínculo orgánico con la producción, no ejerce su finalidad. Por eso es
necesario construir mecanismos que movilicen el ahorro hacia la producción de
nuevos activos. Creo que el Estado debería reponer ese circuito pero no de forma
dirigista ni burocrática sino construyendo un cuadro institucional que permita gran
diversidad de formas de inversión, especialmente las más innovadoras. Por ejemplo,
todo el dinero ahorrado en los sistemas de pensiones puede ser movilizado en
portfolios de riesgo diversificado. Cuando alguien propone introducir innovaciones
en la organización del mercado la respuesta del conservador es "usted está
proponiendo intervenir", “usted es un estatista”. Porque ellos definen al mercado
como algo natural e inmutable. Pero propuestas como las mías no sugieren
intervenir en la economía de mercado sino crear una nueva economía de mercado,
para que más gente tenga acceso a más mercados. En cierto modo se trata de
radicalizar la lógica de la economía de mercado, que en su parte más legítima es un
experimentalismo radical.
Tanto énfasis en el productivismo y en las potencias del mercado, ¿no corre el
riesgo de caer en la teoría del derrame?
-El otro tema que es vital para determinar la potencia de las izquierdas hoy es la
problemática de la desigualdad. La hipótesis convencional de los socialdemócratas
y los liberales sociales es que el mercado es una máquina formidable de crear
riquezas pero lamentablemente genera desigualdad: “vamos a dejar el mercado
funcionar y después corregimos las desigualdades a través de la tributación
progresiva y el gasto social”. Esta postura desconoce que hay muchas formas
institucionales y jurídicas diferentes de organizar la economía de mercado, y cada
una de ellas genera modalidades distintas de distribución de las ventajas
económicas fundamentales. Cuando el énfasis recae en la corrección retrospectiva
lo que se descubre es que la distribución de la riqueza enfrenta límites muy
estrechos, porque radicalizar la redistribución implica desordenar la economía,
bloquear los incentivos para invertir, para emplear y para ahorrar. El principio
fundamental, entonces, consiste en asumir que la manera correcta de atacar la
desigualdad es innovar en la estructura, no es intentar corregir después. El objetivo
del sistema de tributación y del gasto público es invertir en las personas y en sus
capacidades. En definitiva, ¿cuál es el gran objetivo de los progresistas? La política
tiene que generar grandeza común.

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