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La sociedad guatemalteca y española a principios del siglo XVI. La conquista.

(leer las primeras cuatro paginas).

Antes de la llegada de los españoles, a principio del siglo XV, la estructura


social de los mayas era compleja, organizada básicamente en torno a la
agricultura.

Aunque el concepto de “propiedad privada” era desconocido, las propiedades y


las concentraciones individuales de tierra coexistían con las propiedades
comunales, que eran trabajadas comunalmente o repartidas en parcelas
individuales. La tierra se consideraba sagrada y se decía que los dueños
absolutos eran los dioses.

Los pueblos que habitaban el centro del país subsistían de la agricultura


incipiente, de la caza y la recolección.

Los mayas pagaban impuestos religiosos sobre el uso de la tierra a la


burocracia sacerdotal. Así la sociedad maya estaba dominada básicamente
por una elite privilegiada, que se mantenía mediante el trabajo y el tributo de
las masas campesinas. Sin embargo, antes de la conquista, los indios jamás
sufrieron el despojo de que han sido victimas desde 1524.

En el momento de la conquista.

Así, a principios del siglo XV cuando los europeos irrumpen en América, los
habitantes de la actual Guatemala, se encontraban en diversos grados de
desarrollo económico y social. En la zona sur y occidente al existían tribus y
confederaciones de tribus dedicadas a la agricultura intensiva con una profunda
utilización de la técnica de la roza, tribus que guerreaban constantemente entre
ellos por alcanzar situaciones de hegemonía, siendo los grupos étnicos mas
conocidos los qujches, los cakchiqueles y los tzutuhiles.

La producción de estos pueblos estaba diversificada, y no solo en lo que


respecta a productos v vegetales.

Así, la estructura económica se basaba en productos hortofrutícolas (maíz,


calabaza, frijol, chile y henequén, se trataba de una agricultura con procesos de
producción extensivos e intensivos y que hacia un uso bastante racional del
riego en pequeñas huertas en campos llanos como en laderas y lomas.

En cuanto a los tipos de posesión de la tierra, tanto villa Rojas como Zamora,
principales investigadores del periodo afirman que existían cinco tipos: la tierras
del Estado, tierras de los linajes o señoríos, tierras de las parcialidades o
calpules, tierras de señores y principales y/o de la nobleza, y tierras de
propiedad privada o particulares.
Al igual que entre los antiguos mayas, en la sociedad kiche de 1500 el
imperante sistema tributario y el trabajo forzoso para la realización de obras
particulares y publicas eran los principales medios de que se valían los
poderosos para explotar a la población campesina.

Formas de propiedad de la tierra.

Los ejidos.

Esta era tierra indispensable y de uso común en los alrededores del pueblo,
tierra y montes para recolectar madrea y otros materiales de construcción,
madera y hojas secas para leña, espacios para exponer al aire y al sol hilos y
telas, principalmente para soltar algunos animales de propiedad particular a fin
de que pacieran en ellos.

Tierras comunales.

El punto de partida de estas tierras comunales fueron las que la corona les
concedió a todos lo pueblos en la época en que fueron creados.

La propiedad en la colonia.

En cuanto a las principales formas de propiedad de la tierra durante la época


colonial, los conquistadores y colonizadores y luego sus descendientes
americanos (criollos) iniciaron un gran proceso de concentración de la
propiedad territorial que culmino en la conformación del latifundismo colonial.

Las principales formas de la propiedad territorial durante la época de la colonia


fueron.

La propiedad de la corona Española (tierras realengas)

La propiedad privada de los criollos terratenientes (latifundios)

La propiedad de la iglesia (gran terrateniente colonial).

La propiedad comunal de los indios en pueblos de indios.

La pequeña y mediana propiedad de indios ricos y ladinos y criollos


empobrecidos.

Los españoles controlaban todo, salvo los cultivos de subsistencia. La tierra


dividida en grandes haciendas que se hallaban organizadas para la producción
comercial de productos cultivados de gran exportación: primero, el cacao, luego
el añil (colorante azul) y la cochinilla (colorante grana) aquellas haciendas
abarcaban grandes extensiones de tierra ociosa: en tanto que los indios habían
cultivado la tierra de manera intensiva, los españoles, que habían traído
consigo ganado bovino y vacuno, utilizaron la tierra de modo extensivo, para
pastizales.
LA EPOCA COLONIAL DE GUATEMALA

Guatemala se distingue de ser un país muy rico en recursos naturales,


también se distingue de ser un país Pluricultural y Multibilingüe, en donde cada
etnia o raza se caracteriza por su historia. Años atrás, entre 1524-1821 vivió
una temporada a la que se llamo época colonial basándose como la
explotación económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de este.
La esclavitud, constituyente en el dominio absoluto sobre una persona. Tal
fenómeno arrasó con la vida de muchos nativos de muchos países, incluyendo
el nuestro, siendo usados como muebles, siendo vendidos y usados para mano
de obra. Los españoles en innumerables ocasiones abusaron de los nativos, no
solamente de sus libertades sino de su condición digna. Para los cuales
hubieron algunos que defendieron los derechos de estos, como lo fueron los
frailes, como fray Bartolomé de las casas, defensor de los derechos de los
nativos. La encomienda, que tuvo un peso especifico en el proceso de la
conquista y la colonización de Guatemala. La encomienda comprendía un
núcleo de indios, entregados a un particular por el término de la vida de éste y
con frecuencia de la de uno o más sucesores, con el compromiso de
suministrarles víveres, ropas y habitación, y de educarlos, beneficiándose en
retribución, con su trabajo o el pago de un tributo. El Repartimiento, lo típico
de un trabajo forzoso impuestas por los españoles a expensas de la libertad a
como también la capacidad productiva de una apreciable cantidad de
indígenas. Así como también hubieron diferentes repartimientos, a
continuación se describen algunos de estos: los de servicio ordinario de la
ciudad, los de labranzas, los de obras públicas, repartimientos para trabajos
agrícolas, de minería o industrias artesanales, así como también repartimientos
especiales. La economía colonial que tomo una parte importante en la época
colonial, que se ocupa de los hechos relacionados con la producción,
distribución y consumo de bienes y servicios, destinados a satisfacer las
necesidades del ser humano. La tierra el ente que llevo a muchos españoles
a la ambición, ya que fueron controlados totalmente por ellos. El
descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre
Europa y el lejano oriente; de ahí viene la importancia que, en su propio
contexto mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del
atlántico. A lo largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio
comercial, casi permanente aunque no siempre legal , con otras naciones, que
entre ellas figuran : nueva granada, Perú, y de manera indirecta filipinas y otros
países del lejano oriente. Los criollos, que fueron hijos de españoles nacidos
en América, la importancia de los criollos estriba en el espacio social que
ocuparon. También tuvieron un importante papel en el proceso evolutivo de la
sociedad. otro ente, que durante la época colonial, los grupos y las personas
ocupaban determinadas posiciones jerárquicas que, en general, se
determinaban por razones políticas económicas raciales y de prestigio social.
La iglesia y la religión jugaron un papel muy importante en la conquista y la
colonización, porque uno de sus objetivo fue el de reemplazar por el
catolicismo todas las anteriores creencias. la sustitución de los esquemas
religiosos implico necesariamente, no solo la imposición de nuevas creencias ,
valores e ideas sino la de nuevas formas de conducta y actitudes diferentes
frente a los hombres, en casi todos lo ordenes de la vida. Personaje que jugó
un importante papel en la religión colonista fue el primer obispo de la diócesis
de Guatemala francisco Marroquín. Los principales grupos religiosos durante la
colonia fueron los franciscanos, los mercedarios, jesuitas, y los agustinos. Las
fuentes principales en las que descansaba la iglesia católica para su
funcionamiento general eran: los salarios reales de los obispos, curas
doctrineros, y miembros del cabildo eclesiástico; ingresos derivados de la
administración de los sacramentos y de otras actividades religiosas; ofrendas
y limosna de los fieles; contribuciones forcivoluntarias de los indígenas a los
curas, a los que en esa época se llamaban “derramas”. Otra institución de la
colonia fue la inquisición que funcionaba como órgano jurisdiccional para
castigar los delitos contra la fe cristiana. En el idioma, en donde jugaron un
papel importante los religiosos, que con sus enseñanzas buscaron crear
colegios mayores, nuevamente francisco Marroquín, quien pidió al rey que se
crearan colegios mayores. Uno de los más antiguos de su género en
Hispanoamérica, la universidad de san Carlos de Guatemala, que se fundó
según la licencia contenida en la real cedula promulgada por el monarca
español Carlos II La época colonial se caracteriza así como también en
avances en distintas ramas, por lo cual algunos nativos llegaron a obtener
desarrollo intelectual, físico y espiritual.

Contenido de la 4ta clase hasta aquí, tenemos lo mas esencial del tema.

El resto quien desee hacerlo puede leerlo completo..


LA EPOCA COLONIAL DE GUATEMALA Un régimen colonial, en términos
generales, aplicables también a la situación que prevaleció en el Reino de
Guatemala entre 1524 a 1821, se puede concebir, en esencia, como la
explotación económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de éste,
que anteriormente gozaron de autonomía. En el caso de la sociedad colonial de
Guatemala es decir, durante el periodo comprendido de 1524 a 1821, el
aparato económico, estrictamente considerado, descanso principalmente a las
siguientes columnas institucionales: Esclavitud, Encomienda, Repartimiento,
servicios personales, propiedad y utilización de la tierra, administración de la
hacienda pública, tecnología, trabajo artesanal y comercio. Básicamente, sin
embargo, en Guatemala , el régimen colonial gravitó en el trabajo de los nativos
, ya que los móviles generales de la conquista , las coacciones en que esta se
realizó y la propia situación económico social de España y de la propia
colonia.

LA ESCLAVITUD DE LOS INDIOS. El dominio casi absoluto de una persona


sobremanera, equivalente a un derecho de propiedad que traduce en la
anulación de la libertad , la personalidad y otros derechos individuales de
quien ocupa la posición de esclavo , fue un fenómeno que, con ligeras
variantes , se conoció en todos los continentes , inclusive África , y casi de
manera ininterrumpida desde la antigüedad . En el siglo XVI se conocía en las
sociedades del viejo mundo, así como en las sociedades mesoamericanas con
la Pre conquista. En estas últimas, el estrato de los esclavos se integraba,
principalmente con prisioneros de guerra o criminales condenados por la
sociedad, pero los hijos de unos y otros no necesariamente heredaban tal
condición. En algunas zonas también se obtenían esclavos mediante compra,
el cobro de tributos por los señores o bien por la comisión de varios y diversos
delitos. Se les reconocía por su posición inferior en los procesos productivos
por supuesto y , en algunos casos, por la correspondiente “MARCA” en la
cara y en los brazos , tal como se hacía en Nicaragua , por ejemplo donde se
usaba, para tales efectos , un polvo negro hecho de carbón de pino que se
frotaba en una cortada hecha la cara o en un brazo , para que la seña
persistiera después de sanada la herida . Esta práctica de la marcación fue
continuada por los españoles después de 1524. Estos en efecto redujeron a
la esclavitud a muchos nativos en los años cruciales de la conquista y
utilizaban una “G” para marcar a los esclavos obtenidos en guerra , y una
especie de “R” compuesta , para los llamados “ESCLAVOS DE RESCATE” .
Estos últimos eran precisamente los que ya tenían tal condición en las
sociedades prehispánicas, y de cuya existencia anterior persisten pruebas
documentales, pictográficas y lingüísticas en la actualidad. Estas pruebas se
refieren a casi todo el territorio de la antigua Mesoamérica y, en muchos
casos, ponen de manifiesto ciertas prácticas de excesiva crueldad asociadas
a la esclavitud de aquella época. Como en otras partes del viejo mundo, en la
Guatemala prehispánica la esclavitud implicaba un derecho u derecho de
propiedad sobre la persona del esclavo, lo que incluía los frutos del trabajo, así
como la privación de la vida de éste si se trataba de uno propio, o de una
obligación de resarcimiento en el caso de uno ajeno. Desde entonces, se
tomaron medidas efectivas para que tal practica no continuara, y se ordeno la
liberación de muchos indígenas que se conservaban bajo dicho régimen. Es
justo reconocer, por otra parte, que también hubo fuertes voces de crítica, de
denuncia, de abierta condena a la política esclavista que España y los colonos
españoles desarrollaron en América central. Entre tales voces , a pesar de que
había también religiosos comprometidos en dichas practicas , destacaron la
del licenciado Cristóbal de Pedraza , protector de los indios y Obispo de
Honduras , quien envió una cruda” Información “ sobre la situación esclavista
en ese país y por supuesto la voz implacable de celebérrimo Fray Bartolomé
de las Casas. Y en España, precisa decirlo, algún eco tuvieron aquellas voces
detonantes, cuando menos en el ámbito del “debe ser” inherente a las leyes
nuevas. Otra modalidad irregular, entre los muchos procedimientos usados
para burlar el precario control de la práctica esclavista, consistió en la venta, en
calidad de esclavos, de muchos indios sometidos al régimen de la
encomienda. Estos por definición , eran individuos libres , con la única
obligación del pago del tributo a su encomendero, pero este, en componenda
con funcionarios, religiosos , traficantes y eventualmente con los caciques
locales , se las ingeniaba para participar en el mercado de esclavos , a
expensas de la libertad de sus encomendados y del ingreso regular que
constituía el tributo LA ESCLAVITUD DE LOS NEGROS: Los primero núcleos
de esclavos negros, paradójicamente se localizaron en el propio continente
africano. Desde una época no precisada, y como consecuencia de guerras
intertribiales o de peculiares estructuras socioeconómicas, unos negros eran
sometidos a la esclavitud por otros de sus congéneres, tal como ocurrió en el
propio contexto de las sociedades precolombinas de América. En aquellas
circunstancias primigenias , la esclavitud era fuente de mano de obra y de
prestigio social para los amos, pero en los procesos productivos generales no
alcanzo la importancia y la envergadura que la caracterizaron cuando
comenzó el trafico trasatlántico , derivado este de la expansión colonizadora
de las potencias occidentales . En cuanto a las políticas esclavistas
institucionalizadas por España con relación con el nuevo mundo, es
significativo consignar que en 1518, Carlos I autorizo el envió masivo de 4000
negros a las islas del Caribe. Esta concesión de libero de impuestos por cuatro
años, y se prohibió toda negociación semejante por quienes carecieran de
permiso expreso. En las postrimerías del siglo XV todavía se manifestó
abiertamente la rivalidad, entre España y Portugal, por el control del comercio
esclavista, pero las bulas papales de 1493 favorecían el derecho esgrimido por
el segundo de dichos países, y así se reconoció por ambas naciones en 1494.
Al tenor de este acuerdo, a los portugueses se adjudico el derecho exclusivo
de sacar esclavos del continente Africano. Este trafico empero, no pudo obviar
cierto control ejercido por los banqueros genoveses, como tampoco se pudo
ignorar la oposición de la casa de contratación de Sevilla, que reclama sus
derechos monopolísticos en el comercio con las Indias. Posteriormente
concluido el predominio portugués, se elimino la institución del asiento, y el
tráfico de esclavos negros disminuyo en una medida que afecto a la creciente
demanda de los colonos españoles en América. El rey por lo tanto, ante el
aumento del contrabando y otras presiones colaterales, opto por restablecer el
asiento, y entonces fueron los holandeses los encargados de proveer de
negros a los asentistas. En la primera mitad del siglo XVII, el tráfico esclavista
estaba generalizado en el Caribe, y de él se beneficiaban las potencias
europeas. La demanda comenzó crecer entre los colonos Españoles, en cuyas
filas figuraban miembros de las órdenes religiosas, como los propios dominicos
que, por otra parte, destacaron en la defensas de los indios. Ante la posibilidad
de trasladar esclavos blancos, que también los había disponibles en Europa
como judíos, rusos, egipcios, libaneses, guanches (originarios de las islas
canarias), etc. Los interesados es decir, vendedores y compradores, prefirieron
a los Bozales, que eran los esclavos capturados en África y que no habían
tenido contacto directo con la civilización occidental. Se suponía que estos
podían ser mas fácilmente cristianizados, en lo cual se reflejaba los intereses
de la iglesia; que estaban en capacidad de resistir las enfermedades europeas,
puesto que el contacto indirecto había desarrollado cierta disposición
inmunológica; que podía obtenerse su docilidad y sometimiento, precisamente
por su desarraigo; y que mas, importante aun, estarían en aptitud de
desempeñar las tareas pesadas y peligrosas que, por razones de clima u
otras similares, ni españoles, ni indios podían asumir. En los procedimientos
de venta o de subasta los negros eran sometidos a exámenes para detectar
defectos físicos (verbigracia, mataduras en la piel, falta de dientes,
extremidades deformes) o supuestas taras “morales” (por ejemplo, la rebeldía
la inadaptación por nostalgia etc.) ya que ello determinaba su precio y, sobre
todo su aptitud para calificar como una “pieza”, es decir como un esclavo
normal y joven. Por lo general eran marcados, ya con el fierro del general, del
asentista o de sus nuevos amos. En Guatemala las” piezas” debían reunir
ciertos requisitos, como altura, fuerza salud, etc. Y se les clasificaba, según se
tratara de niños, jóvenes o viejos, en las categorías denominadas “mulequin”
(hasta 6 años era media pieza), “muleque” (de 6 a 12 años) y “mulecón” (de 12
a 18 años), respectivamente. Esto determinaba la demanda y el consiguiente
precio. Es interesante anotar que los primeros esclavos negros llegaron a
Guatemala en la propia expedición inicial de Pedro de Alvarado, aunque son
precarias las informaciones precisas al respecto. Arribaron, como tales,
desprendidos de los grupos de sus congéneres que ya existían en México y
en la Antillas, cuando no se había iniciado todavía otras formas de explotación
de mano de obra nativa, como las que se relacionan con la propia esclavitud,
con la encomienda, el repartimiento y los servicios personales. La iglesia no se
opuso categóricamente a la esclavitud y al tráfico de negros y, precisamente
los dominicos, en cuyas filas figuraron algunos de los más conspicuos
defensores de los indios, poseían muchos esclavos africanos en sus propias
haciendas. Una de las más famosas de estas fue la de San Jerónimo, en baja
Verapaz, fundada desde los comienzos de la colonización. En dicha hacienda,
reputada como una de las grandes empresas agroindustriales de la época, se
fabricaba, además de azúcar, un aguardiente cuya fama trascendió las
fronteras del reino, así como otros productos diversos. Fue fundada en una
fecha imprecisa entre 1540 y 1550, por los dominicos que llegaron en pos de
las Casas y los acompañantes de este. Si se analiza la magnitud de empresas
agroindustriales , como la hacienda de san Jerónimo u otros ingenios o
trapiches menores que abundaban en el reino, pero en un contexto mas
amplio; y si se considera el peso que tuvieron productos como el añil, el
azúcar, e inclusive la minería, los servicios personales, etc. Se puede medir el
verdadero papel que jugo la esclavitud de los negros en la vida económica de
la colonia. Los esclavos negros siempre tuvieron una condición diferente a la
de los indios, inclusive la que correspondía a quienes, entre estos últimos, se
tenía también por verdaderos esclavos. Aquellos por ejemplo, siempre fueron
“comprados”, como una cosa mueble, en tanto que los indios desde el principio,
eran simplemente “tomados” por los españoles. La esclavitud de los indios, por
otra parte se prohibió reiteradamente; por ejemplo, de modo taxativo, en las
leyes nuevas. Los negros además no estaban sujetos al pago del tributo,
como lo estaban los indios bajo la encomienda. Solo cuando adquirían la
condición de hombres libres, mediante la manumisión, la compra de su libertad
u otros procedimientos, los negros adquirían la obligación de pagar, en calidad
de tributarios de la corona, dos tostones al año. Finalmente las transacciones
referidas a un esclavo negro pagaban los impuestos de alcabala y
almojarifazgo. Las ocupaciones de los esclavos negros no variaron en la etapa
final de la colonia, aunque fueron objeto de regulaciones especiales; estas se
referían también a la educación y, en general al trato que debía darse a los
esclavos sometidos al régimen en cuestión. El punto ultimo de la esclavitud de
los negros se marco en Guatemala en 1823 cuando la asamblea constituyente
decreto la abolición de aquel fenómeno social, que tubo considerables
repercusiones económicas en la anterior etapa de la colonia .

LA ENCOMIENDA La encomienda es una institución muy peculiar, que tuvo un


peso específico en el proceso de la conquista y colonización de Guatemala. Se
suele confundirla con el repartimiento de indios e inclusive con la esclavitud y,
al parecer, ello se debe a la forma difusa en la que el termino se uso desde la
época inicial del descubrimiento, a las distintas regulaciones a las que fue
sometida durante muchos años y, sobre todo ala enorme disparidad que
existió entre la concepción teórica de la institución y la utilización practica
que hicieron de ella los conquistadores, colonos e inclusive funcionarios
españoles.. En el caso de la encomienda, así como en el de otras instituciones
y fenómenos coloniales de distinto genero, todo tipo de generalizaciones debe
estar sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y circunstancias. Por
ejemplo entre las muchas premisas de las que se pudiera partir para definir la
naturaleza de los principales hechos sociales de la era colonial se pueden citar
las siguientes: v Desde las expediciones de colon, los reyes católicos
resolvieron que los nativos de las tierras descubiertas debían ser
considerados y tratados como “vasallos libres” de la corona. v El carácter
mercantil de la empresa de la conquista y de la colonización, impuso
condiciones de interés económico, como las contenidas expresamente en las
“capitulaciones “, que no se pudieron soslayar, aun cuando ello significara
violar los principios de la equidad y de la justicia. v Como parte de la realidad
colonial, existió siempre una contraposición entre los que postulaban
idealmente las leyes y la reacción que estas provocaban entre los actores de
las relaciones sociales que ellas regulaban. v La dinámica colonial, del mismo
modo que ocurre en el ámbito de la dinámica social en general, obligaba a
una permanente adaptación y readaptación de las leyes frente a la conducta
real, lo que ocurría también a la inversa. Respecto de la primera premisa ,
existen pruebas documentales que señalan la intención inicial de los reyes
católicos en cuanto a considerar a los indios como “VASALLOS LIBRES” , lo
que implicaba la obligación de pagar un tributo , tal como lo hacían también lo
súbditos españoles . Así lo anuncio claramente el propio Colon desde sus
primeros contactos con los indios, estos empero, se opusieron a tal
disposición, sobre todo porque el tributo se taso en oro, en cantidades y
condiciones que ellos no podían satisfacer con facilidad. Los aborígenes por
otra parte, en todos los rincones de nuevo mundo comprobaron pronto que la
brújula que orientaba alas expediciones españolas era más bien de carácter
económico. Es preciso reconocer que en casi todas las sociedades
prehispánicas, particularmente en aquellas en las que se había alcanzado un
cierto grado de desarrollo , como los principales señoríos “Guatemaltecos” del
siglo XVI o la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de la
organización social, aunque con las variantes asociadas de cada época y a
uno y a otro contexto . Por lo tanto el pago de un tributo a la clase gobernante,
que desde el principio hasta el final de la existencia institucional de la
encomienda puede definirse como un elemento substancial de esta, no era
totalmente desconocido para los nativos. La disposición reiterada mas de una
vez por la reina, por la cual los indios fueron declarados “súbditos de la
corona”, es decir “vasallos libres”, obligados únicamente al pago del tributo real
derivado de dicha calidad, provoco también la decidida oposición de los
primeros colonos de la española, y una encendida polémica que trascendió a
los ámbitos políticos y académicos de la propia España. Se dispuso entonces
que para aceptar aquella calidad en los indios, era necesario demostrar que
estos eran capaces de “vivir solos”, “en policía” (políticamente organizados),
como los españoles. Las opiniones sobre este tema específico proliferaron en
direcciones opuestas. Los argumentos que negaban la aludida capacidad en
los nativos solían remontarse a los postulados de Aristóteles, en los que se
aceptaba como legitimo el gobierno de los seres superiores. Se aducía desde
dichas posiciones, para demostrar inferioridad de los nativos, el “salvajismo”
de estos, su idolatría, su condición de “vagos”, “borrachos”, rebeldes e
inclusive, su falta de ambiciones o del simple deseo de adquirir riquezas. Se
les adjudicaban, en fin, muchos otros atributos negativos, que con el tiempo
llegaron a convertirse en sólidos estereotipos, en los cuales se apoyaba la
tesis de que no podían vivir sin la tutela o la supervisión de los españoles, es
decir sin estar “encomendados “ a estos. Quienes sostenían la opinión
contraria , como algunos frailes dominicos , entre los que ya comenzaba a
descollar Fray Bartolomé de las Casas , se apoyaban en los principios y
valores cristianos, en la avaricia de los españoles, en la inclinación de estos de
amasar fortuna con facilidad y a expensas del trabajo de otros, en la
inconsistencia de la “guerra justa “ y la consiguiente inviabilidad moral del
derecho de conquista. Por encima de que los indios fueran salvajes o
racionales, se preguntaban muchos de quienes se perfilaban ya como
defensores de ellos: ¿era justo, y propio de cristianos, despojarlos de sus
tierras, ponerlos a trabajar, obligarlos a pagar tributo, convertirlos en esclavos
y marcarlos como tales? Las posiciones parecían muy consolidadas en uno y
otro bando. Un viejo colono de nombre Antonio de Villasante, que residió en la
española desde 1493, por ejemplo basado en vivencias y hechos concretos,
sostenía que los indios no eran capaces de gobernarse solos y vivir en
libertad. Las casas a su vez, consigno en algún pasaje de sus obras que,
cuando predico la primera vez contra la encomienda, los colonos
“manifestaron tanto asombro como si hubiera declarado que no tenían
derecho a la labor de las bestias en el campo”. En el concejo de las indias se
discutió, oportunamente, el asunto de fondo. La conclusión respectiva se
consigno en la clasificación de las leyes de burgos, un documento legal
promulgado el 28 de julio de 1513. Se declaro ahí que los indios eran capaces
de vivir solos, pero se reconocía así mismo, la necesidad que se beneficiaran
suficientemente del contacto con los españoles, hasta demostrar que podían
convertirse en cristianos y auto gobernarse, se establecía también que en tales
condiciones, debía respetarse su libertad, aceptar sus mecanismos de
autoridad y ordenarles que pagaran los impuestos a que estaban obligados
todos los súbditos del rey. La aludida resolución real, si embargo, como tantas
otras emitidas a lo largo del periodo colonial, “se acato pero no se cumplió “.
Por el contrario los primeros colonos, que ya tenían indios repartidos a su
servicio y que se empeñaban en acumular riquezas de manera rápida
protestaron airadamente, e impulsaron un flujo de quejas u argumentaciones
ante la corona. Con el fin de dilucidar la delicada situación en la que los hechos
en torno a la colonización se oponían las leyes, en 1516 la corte resolvió
integrar una comisión de tres frailes jerónimos encargada de resolver el asunto
en las propias indias. En 1517, en la española, los religiosos indicados
recogieron la opinión de colonos viejos, de autoridades civiles, de
eclesiásticos, etc. Y su dictamen general fue categórico: los indios no eran
capaces de vivir solos en forma civilizada. Al parecer, los comisionados
actuaron de manera un tanto amañada o bajo la presión de circunstancias, lo
que fue denunciado por los dominicos, encabezados por la Casas. E n síntesis,
y como resultado del informe de los frailes jerónimos, los indios fueron
agrupados bajo el control de administradores y frailes. Por otra parte los
indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque algunos se
redujeron a esta condición en las circunstancias en las que se considero
“esclavos de guerra” y de “rescate”. La referida y un tanto ambigua, situación
de los indios “encomendados”, tampoco significa que no existieran abusos, los
malos tratos, y sobre todo, lo servicios personales de los que fueron victimas
los aborígenes. En todo caso sin embargo, los sujetos a la encomienda
conceptualmente eran considerados “vasallos libres” del rey y por lo tanto
tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad
privada, vendible exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos.
Tampoco eran equiparables del todo, a los que se llamaron “aborias“, ósea
una especie de empleados domésticos.

ENCOMIENDAS EN PUEBLOS CACAOTEROS A FAVOR DE PARIENTES Y


CRIADOS DE ALONSO DE MALDOANDO, 1543. PUEBLO XIQUIPILES
INDIOS ENCOMENDEROS Aguateocan 350 540 Antonio do Campo Atitlán
1200 1000 Sancho de Barahona y su Majestad Chiquimula 250 150 Juan de
Celada Guazacapan 600 400 Su majestad Izalco 2000 400 Juan de Guzmán y
Francisco Girón Mazagua 380 180 Santos de Figueroa y Francisco C. Naolingo
685 200 Gómez Días de la Reguera, Juan de Guzmán y Francisco López.
Nytla 2800 155 Juan Duran Suchitepéquez 1000 286 Gaspar Arias, Hernán
Gutiérrez de Cibaja y Hernán Méndez de Sotomayor Tacuscala 400 100
Francisco Calderón Taxisco 400 300 Gonzalo Ovalle Xeribaltique 250 150 Juan
de Mendoza Xicalapa 250 60 Juan Rodríguez Carrillo Yuxitepeque 300 520
Antonio Salazar Zapotitlán 800 1000 Martin de Guzmán y Bartolomé de
Becerra Todas las consideraciones anteriores son aplicables al carácter de la
encomienda que se derivó de la interpretación ambigua de la condición de los
indios como vasallos libres de la corona y sujetos, por lo tanto únicamente al
pago del tributo real. En 1509 en una carta dirigida por Fernando El Católico a
Diego Colon, autorizaba el repartimiento de los indios e indicaba: “que tales
personas que a quien así se encomendaren se sirviesen de ellos en cierta
forma”. Esta particular disposición real, contenía ya algunos elementos que
definen la naturaleza de la encomienda; incluía los repartimientos de los
servicios personales, sin embargo condiciona la prestación de estos servicios.
Se regula la calidad de las personas que recibían indios, con ciertos derechos
de estos últimos, es decir, no se trataba del simple y arbitrario repartimiento
que ya existía en el plano de la realidad. Se confirman dos elementos
específicos: El tributo y la obligación evangelizadora de los favorecidos con el
reparto de los indios: Tales personas que se sirvan de ellos, los instruyan e
informen de las cosas de la fe, no les pueden ser quietados si no por delitos
que merezcan perder los bienes, en tal caso confiscados para la Cámara;
deberán pagar a la misma cada año, un peso de oro por cabeza de indio. Lo
anterior representa un interés económico con el trabajo de los indios, un interés
fiscal con el tributo y un interés espiritual y político con la instrucción en las
cosa de la fe. Los indios encomendados no se definían como típicos esclavos,
tácticamente se les consideraba como vasallos libres del Rey. Sin embargo los
abusos contra los indios continuaban de manera casi incontrolada, continuó la
evasión en el pago del tributo y el incumplimiento de la misión evangelizadora.
La obligación de tributo era no solo para colones si no que también para
colonizados.

LA ENCOMIENDA EN EL CONTINENTE Comenzaron a definir la encomienda


en las Antillas, adquirieron mayor consistencia en Perú y la Nueva España.
Antes de 1512 y 1513, por medio de las leyes de Burgos, se aprobaron nuevas
regulaciones a la institución que comenzó a llamarse con el nombre de
Encomienda. Inclusive se comenzó a hacer referencia del pago de un jornal a
los indios repartidos en la encomienda. Con el propósito de salvaguardar la
autonomía de las poblaciones aborígenes, comenzaron los intentos de
reducciones gobernadas por sus propios Caciques pero la mayoría de los
colonizadores echaron por la borda las intensiones proteccionistas impulsadas
por la Corona. Solo adquiere su verdadera naturaleza cuando fue llevada al
continente, los autores han señalado dos etapas en la vida institucional de la
encomienda, la primera suele llamársele Antillana, Primitiva o Esclavista; a la
segunda se le conoce como: La etapa Continental, esta delimitación
institucional se alcanza después del traslado de la encomienda a Tierra Firme.
Cuando Hernán Cortez inició, la conquista de México, en 1519, igual que Colon
durante sus primeros contactos con el Nuevo Mundo, presionado por sus
propios intereses y la de sus acompañantes, Cortés recurrió también al
repartimiento de indios. Cortez recibió algunas instrucciones pertinentes de los
reyes en la conquista de México, los cuales acató pero no cumplió: “no hagáis
repartimientos ni deposito de los indios, sino que les dejéis vivir libremente
como nuestros vasallos y que sirvan y den tributo que como nuestros súbditos
y vasallos nos deben”. En la encomienda establecida por Cortés se introdujeron
nuevos elementos: La obligación de los encomenderos de mantener listas sus
armas para defender las tierras; el deber de pagar curas doctrineros,
encargados de la evangelización de los encomendados; la necesidad de
recurrir a las “las justicias”, cuando los indios no prestaran los servicios
adecuadamente; permitir la sucesión hereditaria de la encomienda; derecho a
percibir de los indios el tributo correspondiente; y servicios personales. Los
intereses de la Corona, los de los colonizadores, las presiones de ciertos
sectores de la iglesia y algún grado de protección de lo indios, fueron
incorporados en la concepción teórica de la encomienda, tal institución se
implanto después en Guatemala. “las encomiendas eran una merced real
hecha con la doble finalidad de recompensar a los conquistadores o a sus
descendientes con los beneficios de servicios personales de los indios primero,
percepción de tributos después; al propio tiempo que se incorporaba a los
indios a la civilización cristiana, bajo el amparo de un español encomendero”.

LA ENCOMIENDA EN GUATEMALA Con todas las experiencias adquiridas en


las Antillas y después en México, Pedro de Alvarado emprendió la conquista y
colonización de Guatemala, como también lo hicieron Pedrarias Dávila, Gil
González Dávila y otros que iniciaron sus respectivas campañas desde
Panamá, por supuesto recurrieron a la esclavitud de los indios, a la
encomienda, al reparto y a los servicios personales. Para que los indios
Quichés se sometieran en forma pacífica, Alvarado amenazó con reducir a la
esclavitud a quienes no obraren del modo requerido. Después de las acciones
bélicas en Quetzaltenango y Gumarkaaj, y de la ocupación de Iximché y la
rebelión de los Cakchiqueles, Alvarado redujo a una virtual esclavitud a muchos
indios; considerados “de guerra” o bien de “rescate”. Repartió indios al servicio
suyo y la hueste española, también estableció formalmente la encomienda. El
pago de tributo era el rasgo que definía a la última institución pero en ciertas
ocasiones, Alvarado aceptó que los Señores Zutujiles pagaran aquellos tributos
con indios que fueron recibidos como esclavos. Alvarado impuso al pueblo de
Patinamit un irregular tributo que cada día cuatrocientos muchachos y
muchachas le diesen un canutillo de oro lavado del tamaño del dedo meñique.
La diferencia entre la esclavitud y la encomienda es que el segundo se
condicionaba la calidad de esclavo al incumplimiento del pago del tributo,
rasgo, este último se consideraba consustancial a la encomienda. El primer
gran reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge de
Alvarado, Gobernador y hermano de del jefe de la expedición de conquista en
Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en la encomienda ello
hizo que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados.
Provocó el juicio de la Residencia que ordenó la Audiencia de México contra el
Gobernador, tenientes de gobernador y otros funcionarios de Guatemala.
Francisco de Orduña, que actuó como juez no alteró el reparto hecho por Jorge
de Alvarado se limito a asignar a nuevos titulares de las encomiendas que
estaban vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano
Jorge, e hizo uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades.
Alvarado se adjudicó la encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a
Sancho de Barahona y Pedro de Cueto. Posteriormente tuvo que devolver la
encomienda. En consideración a las injusticias con los primeros repartimientos
en 1530, el Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran
a perpetuidad para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona
decidió controlar estos vicios, permitió que las transferencias pudieran
heredarse “por una vida”, es decir, por una sola vez, en favor de una viuda o
del hijo mayor de un encomendero fallecido. En 1536 se ordenó una revisión y
una tasación de las encomiendas en Guatemala, en el cual intervinieron Alonso
de Maldonado, y el Obispo Francisco Marroquín; de estas actuaciones se
derivaron algunas mejoras para los indios encomendados, sobre todo en
cuanto a la rebaja de los tributos. Pedro de Alvarado resultó afectado en el
Juicio de Residencia que realizó Maldonado, ya que se había adjudicado siete
de los mejores pueblos del territorio guatemalteco (Atitlán, Guazacapán,
Escuintla, Petapa, Quetzaltenango, Rabanal, y Totonicapán). Alvarado obtenía
ingresos de cerca de diez mil pesos al año, a lo que se agregaba una cantidad
similar recaudada en las encomiendas en Honduras. Las acusaciones no
pudieron ser desvanecidas por Alvarado, sobre todo las que se referían a
obtener los mayores beneficios del trabajo de los indios.

LAS ENCOMIENDAS Y LAS LEYES NUEVAS El sistema de encomiendas en


la América Española fue modificado por las Leyes Nuevas, modificaron las
principales instituciones coloniales, prohibieron tácticamente la esclavitud de
los indios, y servicios personales, de lo cual habían abusado los colonos
españoles. Por de pronto se definió su naturaleza, exclusivamente en
asociación con el cobro de los tributos. Entre las principales modificaciones se
pueden citar las siguientes: se suprimió todo tipo de dominio directo de los
encomenderos sobre los encomendados; se aprobó el usufructo de la
encomienda por una sola vida en beneficio de los herederos inmediatos, se
prohibió la adjudicación de encomiendas a funcionarios reales; se ordenó que
las que fueren vacantes se transfirieran a la jurisdicción de la Corona; se afirmó
la obligación evangelizadora de los encomenderos, a través del pago a los
curas doctrineros. Los colonizadores debían estar dispuestos, mediante la
tenencia a caballo y armas, a defender las tierras, ante cualquier amenaza; se
otorgó mayor poder a la Audiencia en cuanto al control del sistema, se trató de
eliminar el despojo de tierras y el trabajo excesivo; se prohibió que los indios
encomendados se utilizaran en el trabajo en la minas y trapiches azucareros;
se ordenó que el monto de los pagos correspondientes se basara en las
tasaciones hechas por la Audiencia; se estableció el derecho de los indios a
formular quejas, o denuncias de malos tratos y abusos. Y en caso que tales
prescripciones no fueran cumplidas, los encomenderos estaban sujetos a
sanciones que podían incluir la privación de la encomienda. La promulgación
de las Leyes Nuevas sacudió el ambiente social de manera notoria, sobre todo
por la importancia adquirida por la encomienda en el mantenimiento del
sistema colonial, como por el poder adquirido por los encomenderos. Las
quejas, las criticas, los ataques directos de todo tipo contra los funcionarios
metropolitanos que habían aprobado aquella legislación, si como respecto de
aquellos a quienes se consideraba responsables indirectos, tal el caso de Fray
Bartolomé de Las Casas; inclusive un sector de la iglesia, que se beneficiaba
con el cobro dl diezmo sobre los tributos recolectados por los encomenderos,
adoptó una actitud beligerante contra las reformas en cuestión. Para infortunio
de los indios suerte de los encomenderos, el encargado de aplicar las Leyes
Nuevas en el Reino de Guatemala fue el primer Gobernador y Presidente de la
Audiencia, Alonso de Maldonado. Quien dirigió el juicio contra Alvarado, no
solo asumió una inicial posición contraria a la nueva legislación, sino que se
confabuló con los encomenderos para conseguir por todos los medios la
frustración del régimen de encomiendas. Maldonado incurrió en nuevos vicios
de corrupción nepotismo y otras arbitrariedades con el fin de impedir la
aplicación de las reformas. En 1548, Maldonado fue sustituido por Alonso
López de Cerrato, y este nuevo Gobernador se empeñó en hacer una correcta
aplicación de las Leyes Nuevas. Uno de sus logros consistió en ordenar una
nueva tasación de los tributos, los que fueron reducidos considerablemente. Se
empeñó en establecer otras medidas dirigidas a evitas los abusos y excesos de
los encomenderos. Exacerbó los ánimos de éstos y provocó la simpatía de los
indios quienes registraron su testimonio en el Memorial de Sololá: “El señor
Presidente Cerrato, dio libertad a los esclavos y vasallos de los castellanos,
rebajó los impuestos a la mitad, suspendió los trabajos forzados, alivió
verdaderamente los sufrimientos del pueblo”. A pesar de los esfuerzos de
Cerrato, las condiciones en que se explotaba el trabajo de los indios recobraron
sus viejas características, aunque con procedimientos un tanto diferentes,
como el repartimiento por ejemplo. Este retroceso contrasta con el hecho de
que en 1680, en la recopilación de las Leyes de Indias se incluyeron las
reformas contenidas en las Leyes Nuevas y se agregaron otras muchas
regulaciones con las cuales se pretendía mejorar la situación de los indios . La
institución comenzó a declinar a finales del siglo XVII, por el auge del cultivo de
añil y de ganadería; por la disminución de la población indígena; por las
dificultades que imponía la Corona en la concesión de nuevas encomiendas;
finalmente los ingresos se destinaron a cubrir gastos vinculados a la defensa e
los puestos y las costas de América, asediados ya por piratas y corsarios
europeos. Algunas de Aquellas encomiendas se gravaron con el impuesto de la
“media annata” que consistía en el pago de la mitad de los ingresos obtenidos,
el primer año, por el usufructuario.” Otras se destinaron a las ayudas de costa”
que eran una especie de pensiones a los descendientes de conquistadores.
Estas “ayudas de costa” ya no tuvieron el carácter típico de las encomiendas.
La terminación efectiva de esta institución se puede situar en 1694, fecha en
que el consejo de Indias aprobó una consulta de la Corona en tal sentido.

LITIGIO EN TORNO A UNA ENCOMIENDA Una muestra del rigor con que la
Audiencia presidida por el licenciado Cerrato castigaba a los encomenderos
que se excedían e cobro de la tasa de los tributos, nos lo demuestra el pleito
que siguió el fiscal de la propia Audiencia contra Andrés de Rodas. En la
ciudad de Santiago de Guatemala, a 23 de enero de 1554, se abrió proceso en
la Audiencia contra dicha persona, que tenía en encomienda al pueblo de
Ocuma, “por llevar más tributos de los que por la tasa le habían de dar los
indios y sirviéndose de ellos”. El pueblo le daba de tributo cada año cuarenta
tostones de a cuatro reales de plata y veinticuatro gallinas de Castilla y todos
los viernes de cuaresma unos treinta pescados y todos los viernes del año
doce huevos, y solían sembrar una hanega de maíz y de ella cogían sesenta
hanegas las cuales le traían al encomendero. El fiscal pedía que se castigara al
encomendero con forme a la justicia por haberse excedido en el cobro de la
tasa. También entre las pruebas una tasación hacha por el presidente y oidores
en la ciudad de Santiago de Guatemala el cuatro de Mayo de 1549, por la que
fijaron los tributos del pueblo de Ocuma, encomendado a Andrés de Rodas, al
año, en una sementera de maíz de una fanega, que cogerían y encerrarían en
dicho pueblo, y darían dos docenas de gallinas de Castilla y cada viernes una
docena de huevos y en cuaresma cada semana un arrelde de pescado;
asimismo tres indios ordinarios de servicio. El 1 de Octubre de de 1549, el
licenciado Cerrato mandó que, en lugar de los tres indios de servicio, dieran
cada año cuarenta tostones de a cuatro reales cada uno, la mitas por San
Juan y la otra mitad por Navidad, y recalcaba que no habían de dar dichos
indios de servicio. El veintisiete de Abril de 1554, los licenciados Cerrato,
Ramírez y Tomás López fallaron contra el encomendero Andrés de Rodas
condenándolo a privación perpetua del pueblo e indios de Ocume, el
sentenciado pagaría también las costas del pleito. También Rodas debía pagar
siete pesos de oro para cosas necesarias a la iglesia de Ocume, y las costas.

BERNAL DIAZ DEL CASTILLO: ENCOMENDERO Ante el licenciado García de


Valverde, presidente de la Audiencia de Guatemala, compareció Francisco
Díaz del Castillo y dijo que tenía necesidad, para ayudarse a sustentar, de
hacer una labranza, y para ello había tierras en el término del pueblo de “san
Juan Chalona” el solicitante alegaba se hijo de uno de los primeros
descubridores y conquistadores de toda Nueva España y pedía cuatro
caballerías de tierra. El presidente hizo la merced de las cuatro caballerías a
favor del citado Díaz para él y sus herederos; concedió en la ciudad de
Santiago De Guatemala el veintiuno de enero de 1579. Por la misma época
Bernal Díaz se opuso a que se dieran a Martín Giménez ciertas tierras de
Izcuintepec, en los términos del pueblo de Guana gazapa. No desconocía la
primacía del derecho de los indios, pero razonaba que en caso de que la
Audiencia resolviera darlas por merced, habían de ser preferidos sus hijos. El
treintaiuno de agosto de 1580 la Audiencia amparó a los indios en esas tierras.
En la ciudad de Santiago de Guatemala, el tres de enero de 1589, ante don
Carlos de Arellano, alcalde ordinario, en presencia del escribano Juan de
Guevara y testigos, mediante Martin de la Cueva, parecieron ciertos indios del
pueblo de San Juan Chaloma y dijeron que vendían en nombre de ellos y los
demás indios del pueblo, a Francisco Díaz del Castillo, su encomendero, un
pedazo de tierra situada en términos del dicho pueblo; el precio de venta fue de
veinte tostones de a cuatro reales de plata. Ya Francisco Díaz es el
encomendero y no su padre Bernal. Ahora para convertirse en propietario de
tierras situadas dentro de los termino de la encomienda, no se vale de una
merced del gobierno, si no de una operación de compra a los propios indios
encomendados tierra que se venía destinando a la sementera del tributo. Los
indios la cultivaban para el encomendero, su obligación de darle especies
agrícolas, era desde tiempos anteriores a la venta, el encomendero gozaba de
los frutos de esa sementera; pero ahora obtenía la propiedad de la tierra
misma, que hasta entonces era de los indios encomendados. Esto comprueba
la tendencia de la familia del encomendero a convertirse por titulación
específica y distinta de la propia encomienda, o sea, por merced y compra en
propietaria de tierras con independencia en cuanto a la titulación jurídica. Ante
el presidente Pedro Mallen de Rueda, el propio Francisco Díaz del Castillo
pidió, en términos del pueblo de San Juan Sacatepéquez, unas lomas
montuosas, tierras baldías y realengas, citados los indios, se concedió la
merced de dos caballerías de tierra para el solicitante y sus herederos; las
poblaría en un año y no podría venderlas dentro de cuatro. Ante el presidente
don Antonio Peraza Ayala y Roxas, Conde de la Gomera, hizo relación don
Pedro Núñez Barahona y Loayza, el hijo mayor de Sancho Barahona y como
tal había sucedido en dicha encomienda y transferido en él por ministerio de la
ley la posesión civil de la misma. El Rey concedió tercera vida en dicha
sucesión al dicho su padre, para el efecto se congregaron el gobernador,
alcaldes y regidores de Atitlán donde también concurrieron indios. El dicho
gobernador, alcaldes y demás indios dijeron que estaba así muy bien y
quedaban alegres sus corazones y que el dicho encomendero los ayudase y
defendiese. Es interesante que la encomienda de que tratamos se hubiera
extendido a la tercera vida por una cédula especial del Rey.

El REPARTIMIENTO Y LOS SERVICIOS PERSONALES El repartimiento fue,


sin duda, una de las más sólidas columnas entre todas aquellas en las que se
apoyó el edificio del régimen colonial. Estos enfoques ideológicos, suelen tener
fundamentos materialistas, el repartimiento en el fondo, asimismo, casi siempre
reflejan condicionamientos políticos, e inclusive psicológicos de muy diverso
origen. Por lo tanto, no resulta extraño que a veces el repartimiento se
magnifique hasta considerarlo como el elemento que definió al régimen colonial
de Guatemala. El repartimiento entendido como una forma de trabajo forzoso
del que se beneficiaban quienes ostentaban determinadas posiciones de poder
, se conocía ya, tanto en el Nuevo Mundo como en Europa, desde antes de
Descubrimiento. Aquí y allá, los aristócratas, jefes, funcionarios, lideres,
caciques, Señores, todos aquellos que tenían alguna forma de poder, real o
formal, disponían de su propio personal de servicio. Inicialmente, y ya en el
marco amplio del descubrimiento y de la conquista de América, en las mismas
postrimerías de siglo XV, el repartimiento fue una especie de botín, ora de
guerra, ora de simple ocupación española del territorio insular antillano. Fue
una manifestación pragmática, aunque arbitraria y abrupta, del alegado
derecho al resarcimiento pronto que buscaba España, así como todos los
expedicionarios embarcados en la gran aventura económica del
Descubrimiento y la Conquista. Aquella practica inicial, que consistió en “tomar”
indios y utilizarlo en provecho propio, con el respaldo de justificaciones morales
incuestionablemente relativas; aquella exigencia inmediata que debió atender
primero Colón en las Antillas, y después Cortés, Alvarado y muchos otros en el
continente ; aquel primerizo reparto de hombres, producto del dominio colonial,
muy poco se parece a la verdadera institución que , sujeta a regulaciones,
objetivos específicos, contribuyó a definir y a sustentar al régimen colonial de
Guatemala.

EL CONCEPTO DEL REPARTIMIENTO Fue una típica forma de trabajo


forzoso, impuesta por los españoles a expensas de la libertad y la capacidad
productiva de una apreciable cantidad de indígenas. En sentido estricto, el
repartimiento tampoco implicaba la definición de los indígenas como bienes
muebles, como “piezas”, como objetos susceptibles de ser sometido a un
régimen de propiedad privada. El repartimiento no era equiparable a la
esclavitud, aun cuando el tratamiento que pudieran haber recibido los indios
repartidos hubiera sido tan despiadado como el que sufrían los esclavos. El
repartimiento, aunque coexistió con la encomienda, carecía de la típica relación
de esta con la política tributaria de la Corona. Sin ser, pues, un derecho real; se
puede considerar como una institución de carácter laboral obligatoria. Su
verdadera naturaleza se define como una prestación forzosa de servicios, en la
que, como elemento consustancial, aparece el salario, como insoslayable
obligación contrapuesta a la prestación de servicios. Como producto típico de
las relaciones coloniales de poder, fue objeto de distorsiones e innumerables
abusos cometido en el terreno de la práctica social. Nunca estuvo exento de
impurezas y vicios legales o morales, y las abundantes polémicas sobre estas
imperfecciones, provocadas por la misma Corona, por algunos defensores de
los indios, o bien por las mismas reacciones de estos últimos, solo reflejan los
intereses de los distintos sectores que conformaban el sistema colonial.
Además de su carácter esencial como una prestación forzosa de servicios y de
la incorporación del salario como elemento obligado, el repartimiento tuvo otros
rasgos y modalidades complementarios, sobre todo en su funcionamiento real,
lo cual lo sujeto a cambios o adaptaciones en el contexto propio del Reino de
Guatemala y ello lo diferenció de sus equivalentes establecidos en México,
Perú y otras posesiones coloniales españolas del Continente.

DEFINICIONES DESCRIPTIVAS DEL REPARTIMIENTO Como consecuencia


de un requerimiento de trabajadores formulado por un empresario, un
hacendado, una orden religiosa o un particular cualquiera, las autoridades
coloniales superiores, en tal caso la Audiencia designaban específicamente a
un pueblo de indios para que proporcionara la mano de obra solicitada. Los
“Justicias” o autoridades locales de estos pueblos, a su vez, indicaban quienes
entre los vecinos indígenas debían prestar los servicios solicitados y devengar
el salario correspondiente: “Los habitantes de cada pueblo se turnaran por
cuartas partes para el repartimiento de labores de campo y que debieran
presentarse cada domingo, para saber su turno de trabajo. No podían
ausentarse los repartidos, si no hasta ser entregados al día siguiente a quien
les hubieran asignado. Se señala un real y medio de jornal y seis reales a la
semana prohibiéndose al indio desertar a media semana. Se les daba
herramienta para el trabajo, no teniendo el jornalero la obligación de
comprarla”. El trabajador carecía de libertad para escoger la clase de
ocupación y patrono a quien serviría, pues ambas cosas las determinaba el
juez encargado de hacer los repartimientos. Las autoridades indígenas locales
estaban obligadas a hacer que se cumplieran las cuotas de trabajadores
asignados a sus propios pueblos. El repartimiento afectaba solo a los hombres
comprendidos entre las edades de catorce y cincuenta años, a quienes debía
pagarse un salario justo. No era permitido que se les llevara a trabajar a
lugares muy distantes, y tampoco en oficios que no les fueran familiares. Se
prohibía, asimismo, que se sirviera a mestizos, negros o mulatos. Todas estas
regulaciones se aprobaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XVI. Fueron
el resultado directo de muchas irregularidades y abusos que cometían los
españoles y que en general contradecían el espíritu genuino que
supuestamente alentaba a la institución, esto es, el afirmar la condición de los
indios como vasallos libres de la Corona. En realidad el régimen colonial, según
lo demostraba, muchas de las regulaciones legales de dichas instituciones no
se cumplían en la práctica. REACCIONES FRENTE AL REPARTIMIENTO A
partir de la actuación del Presidente López Cerrato en cuanto a la correcta
aplicación de dicho cuerpo legal, el repartimiento provoco muchas reacciones
confusas. El salario “per se” fue uno de los mas desconcertantes, tanto para
los indios como para los colonos de la época. Los indios no conocieron el
salario en ninguna de las etapas de la historia y casi siempre aceptaron la
prestación forzosa como un hecho normal. Los colonos españoles, por su parte
de habían acostumbrado a dispones gratuitamente del trabajo de los nativos.
La corona a su vez también ha sido interpretada de maneras radicalmente
opuestas, persistía en su política de considerar a los indios como vasallos
libres. Las Leyes Nuevas introdujeron el salario en las relaciones de trabajo, y
la posición del presidente de la Audiencia, López de Cerrato, se resumió en
una frase contundente: “quien quiera indios que los pague”. Es cierto por otra
parte que el repartimiento retuvo su carácter forzoso, y que el pago del salario,
como el cumplimiento de todas las regulaciones colaterales, fueron todos
elementos manipulables por los colonos. El salario ya nunca mas desapareció
como tal, el concepto persistió desde entonces y fue objeto de reclamos, litigios
judiciales, y de otros mecanismos de defensa que los indios aprendieron a
utilizar. Las reacciones frente a la legalización del salario, como elemento
inherente al repartimiento las cuales se tradujeron en innumerables protestas
de los españoles. De los indios han sido interpretados por algunos
investigadores de dos maneras diferentes: desde una óptica cultural y desde
una perspectiva materia listica. En el primer caso, se parte de testimonio como
el fray miguel Agia, un religioso que vivió en el siclo XVII en Guatemala, y que
fue testigo presencial de los hechos. Este sostenía que el rey y el consejo de
indias habían sido engañados en cuanto las positivas reacciones que el salario
despertaría entre los indios, y consigno expresamente su posición: “para ellos
loa indios no ay nada mas odioso q el trabajo, aun cuando sea para ellos
mismos; además, los españoles y los indios son los opuestos, ex diámetro: el
indio no es codicioso por naturaleza, mientras el español es avaro en extremo;
el indio es humilde y el español es arrogante; el indio es lento en todo lo que
hace, el español es apresurado en todo lo que desea; el uno amigo de mandar,
el otro enemigo de servir. Y finalmente, son distintos en circunstancias, vida y
costumbres” Desde una perspectiva materialista, se sostiene que la
“holgazanería congénita” del indio no era sino un estereotipo, acuñado con el
fin de justificar, en el plano de la ideología, una supuesta inferioridad del indio y
la consiguiente dominación colonial. Se deduce, asimismo, que los nativos se
opusieron al repartimiento porque se trataba de una imposición, de una
prestación forzosa de servicios, a la que no era posible renunciar, y cuya
condiciones no se podía discutir; es decir, no implicaba Una libertad de
contratación y, por lo tanto, se imponía salarios y condiciones de trabajo,
equivalente a una cruda situación de explotación económica a nivel de clases
sociales. No faltando sin embargo, en relación con casi todas las instituciones
y fenómenos coloniales, las interpretaciones eclécticas, para llamar de algún
modo a aquellas que no desestiman los contenidos culturales que son
inherentes a todo tipo de relación entre los hombre, así como el carácter
eminentemente social que distingue a la cultura, y a sus distintas
manifestaciones el tiempo y en el espacio. En cualquier caso, y a pesar de la
forma en la que se valoriza el trabajo o el ocio en cada cultura, como todavía se
hace actualmente en distintas naciones, la resistencia indígena frente a los
repartimientos ha quedado documentada en la Historia, así como el hecho de
que fue necesario recurrir a la coerción y a la facilidad que representaban las
“reducciones” , también han sido interpretadas como un mecanismo para
impulsar las nuevas políticas de urbanización, esto es, la congregación de los
habitantes en población delimitados, así como también se han explicado como
otro instrumento efectivo de dominación, de control político y de fácil
recolección de mano de obra.

CLASES DE REPARTIMIENTOS Entre las distintas maneras de clasificar los


repartimientos figuran las siguientes: a) Los de servicio ordinario en la ciudad;
los de edificación de viviendas; los de labranzas, trapiches y estancias; los de
obras públicas; y, eventualmente, los de minas. Las categorías que incluye esta
clasificación se explica por sus propios nombres pero es preciso indicar que, en
ciertas coyunturas, se prohibieron expresamente los repartimientos de indios
en obrajes de añil, ingenios y trapiches, así como en estancias muy alejadas o
situadas en climas muy diferentes a aquellos propios de los lugares de
residencia de los indios repartidos. b) Repartimientos para trabajos agrícolas;
y los llamados de “servicio ordinario” o de “servicio extraordinario”, ambos en
las ciudades. La diferencia entre estas dos últimas categorías consistía en que
el “servicio ordinario para la ciudad “se aplicaba a las necesidades de esta
como tal (construcción de obras públicas, mantenimiento de calles,
construcción de drenajes, etcétera), en tanto que los “servicios extraordinarios”
los disfrutaban ciertos funcionarios y particulares, ya en la construcción y
mantenimiento de sus viviendas, ya en faenas domesticas, o bien, en labores
agrícolas. Estos últimos por lo general, se otorgaron por algún tiempo, a
personas pobres o desvalidas (huérfanos, viudas, etcétera) y, con el nombre de
“tequetines”, se conocieron en muchas ciudades, desde que el repartimiento se
autorizo legamente en Guatemala, a mediados del siglo XVI c)
Repartimientos Para trabajos agrícolas, de minería o industrias artesanales;
para servicios de todo tipo de construcciones; para traslado de mercaderías u
otros enseres, lo que se hacia principalmente por medio de los llamados
tamemes, y, finalmente, para servicios domésticos en los hogares de
españoles. En esta última categoría, a pesar de ciertas prescripciones iníciales
en contrario, abundaban las mujeres, empleadas como cocineras, molenderas,
chichiguas (nodrizas), etcétera. Repartimientos especiales Mención especial
merecen dos clases de repartimiento, que presentaban características propias:
el de mercancías y el de tejidos o hilazas, el procedimiento del primero se
desarrollaba de la manera siguiente: un corregidor o un alcalde mayo asignaba
al usufructuario del repartimiento una cantidad de indios de un pueblo
determinado, para que estos compraran ciertos objetos que el español vendía,
en cantidades calidades y precios impuesto por el mismo u que los indígenas
no podían discutir en ningún sentido. En ocasiones, el beneficiario del
repartimiento disponía de la ayuda, voluntaria u obligada, de las autoridades
indígenas locales, con el propósito de obtener mejores y más rápidas
utilidades. La operación descrita, es decir, la compra y venta que implicaba a
un español y a un indígena, tenía el carácter forzoso, en cuanto a la obligación
ineludible que generaba en el segundo, aun cuando este no tuviera la mas
mínima necesidad el articulo objeto de la transacción. Como puede notarse, no
se trataba propiamente de una relación laboral, sino comercial en todo caso, y
la ausencia del salario, como elemento típico del repartimiento, la alejaba un
tanto de la verdadera naturaleza de este ultimo. Seguramente, el hecho de que
se “repartían”, o se aginaban los indios que quedaban sujetos a la relación
forzosa, permitió que esta operación se asimilara a la concepción y a la
terminología asociadas al repartimiento propiamente dicho, que implicaba,
como ya se indico, la disponibilidad forzada de mano de obra indígena, a
cambio de un salario. El repartimiento de mercaderías, sin embargo, también
se prestó a excesos, a atropellos, e inclusive rayo en situaciones abiertamente
inmorales o del todo absurdas, como aquellas en las que se imponía a los
indios la compra de zapatos, medias, alimentos y muchos otros artículos que
realmente no necesitaban, por sus propias mecanismos obligatorios, por la
cantidad de pueblos indios que lo sufrieron, así como por su prolongación en el
tiempo, puesto que se inicio a finales del siglo XVI y subsistía todavía en los
inicios del XVIII; pero, sobre Todo, por sus características de un comercio
inmoral, el repartimiento de mercancías represento otra cruda forma de
explotación económica de los indios. El repartimiento de algodón, de hilados o
de regidos, como indistintamente se denominaba la otra modalidad citada,
consistía en que el usufructuario tenía asignado un cierto número de indios, por
lo general mujeres, entre quienes repartía algodón para que se hilara, o se
distribuía hilo para tejerlo. De este tipo de repartimiento se beneficiaban
corregidores, alcaldes mayores, otros funcionarios y muchos particulares. La
materia prima, por lo general, se adquiera, a precios bajos, de los mismos
indios, o se cobraba en calidad de tributo cuando el beneficiario era
encomendero; se trasladaba por los mismos i8ndios a los pueblos de laboreo, y
allí se recogió el producto final, para negociarlo en los mercados regionales. De
acuerdo con documentos y crónicas de la época, esta modalidad del
repartimiento incluía una paga regular a las indias trabajadoras, aunque en
muchas ocasiones se evadía del todo tal obligación, o se reducía a montos
realmente ínfimos. El repartimiento de hilazas o tejidos persistió, en casos
relativamente aislados, o en número menor en todo caso, hasta un poco antes
de la independencia, es decir, ya iniciado el siglo XlX. Así lo consignan los
apuntamientos que elaboro el Ayuntamiento, en los años que precedieron a la
emancipación política del Reino de Guatemala. Las aludidas anteriormente
eran las clases más características del verdadero repartimiento, tal como este
se instituyo y se desarrollo en Guatemala, ya que en México y otras regiones
del continente, como se indico, adquirió modalidades o procedimiento un tanto
diferentes.

EL REPARTIMIENTOS DE TIERRA La distribución de tierra entre los


expedicionarios y colonos españoles es un fenómeno en el que también se
utilizo el término repartimiento, pero esta vez en la relación más directa con el
sistema de tenencia y con derecho de propiedad privada de dichos bienes. En
general, la propiedad de la tierra se clasifico, durante el periodo colonial, de la
siguiente manera: a) absoluta propiedad de la corona sobre todos los
territorios descubiertos; b) posesión y usufructo, comunal o individual, de las
tierras que ocupaban los indígenas antes del arribo de los europeos; c)
propiedades realengas, o sea, las que estaban bajo el dominio directo de la
Corona; d) Los ejidos, o “tierras de propios2, que estaban adscritos a los
pueblos y eran de uso común; y e) Las tierras de propiedad privada de los
colonos. En relación con estas últimas se aplico el término repartimiento a las
adjudicaciones o “reparto” de los bienes inmuebles, que favorecieron
principalmente a los colonizadores. En Guatemala, como en otras regiones del
continente, los jefes de expedición “repartieron” tierras, a las que se llamó
peonías y caballerías, según se entregaron a un peón o soldado de pie, o a uno
de a caballo. Ellas constituyeron, en cierta medida, un punto de origen de
latifundios, o bien de la simple ampliación de las propiedades y solares que, en
el caso de Guatemala, se comenzaron a repartir desde la fundación de la
primera ciudad de Santiago, según consta en las propias actas del cabildo,
fechadas a partir de 1524. Como puede apreciarse, la distribución de tierras se
diferenciaba claramente de la relación laboral remunerada, a la que
correspondía con propiedad el nombre especifico de repartimiento. Variedades
Del trabajo forzoso En relación con el trabajo forzoso propiamente dicho, es
preciso distinguir una primera etapa en la que este se utilizo, principalmente por
los encomenderos, como una modalidad o un complemento del tributo, que
también solía cobrarse en especie. En 1549, sin embargo, se abolió legalmente
el pago de dicho impuesto por medio de cualquier tipo de trabajo, y este fue
canalizado entonces a través del repartimiento, extendido a una gran variedad
de servicios prestados por los indios. Dos grandes categorías incluían casi
todas las variedades del trabajo forzoso: la que se refería a las obras públicas
que, por lo general, eran de carácter urbano; y la concerniente a los servicios
prestados a los particulares, que se localizaba tanto en las ciudades como en
las aéreas rurales. La primera estuvo vinculada a la construcción de los
principales poblados, en especial la capital del Reino, la erigida en los valles de
Almolonga primero, y después en Pinchoy. Comprendía, asimismo, dicha
categoría, todo el trabajo vinculado al desarrollo urbanístico y al mantenimiento
de los aludidos centros urbanos, así como al de los caminos y otras
instalaciones públicas. La segunda categoría abarcaba una extensa gama de
servicios domésticos, artesanales y agrícolas. Los primeros eran
desempleados por mujeres, en una considerable mayoría, pero también por
hombres e inclusive niños. Entre las ocupaciones más comunes se pueden
citar las siguientes: sirvientas, molenderas, niñeras, chichiguas (nodrizas),
cocineras, tejedoras, carpinteros, alfareros, aserradores, ladrilleros, “tejeros”,
“caleros”, herreros, pescadores, mandaderos, guardianes, porquerizos,
cargadores, agricultores, tejedores, etcétera. Así como era de extensa y
diversa la lista de ocupaciones alas que se dedicaban los indios de
repartimiento, los salarios variaban también en forma considerable, y de la
misma manera abundaban las regulaciones generales y casuísticas que
aprobaban la autoridades, como consecuencia de las frecuentes conductas
ilegales en las que incurrían los beneficiarios de los servicios. Naborías y
Tamemes En el marco amplio del régimen de trabajo que se institucionalizo
antes y después de la promulgación de las Leyes Nuevas, sobresalen, por su
carácter peculiar, dos clases de trabajadores indígenas, de cuyos servicios se
dispuso, primero, en forma arbitraria, y después aunque no siempre de manera
regular, en relación con el tributo y el repartimiento. Se trata de los llamados
naborías y de los Tamemes, que existieron desde el comienzo de la Conquista
y persistieron hasta mas allá del siglo XVI. El termino naboría parece ser de
origen antillano, pero también fue de uso común, con connotaciones confusas y
variables, por los españoles que participaron en la conquista y colonización de
México y Guatemala. Designaba a una especie de sirvientes domésticos, cuyos
servicios no siempre se circunscribían a los hogares establecidos por los
españoles. Las naborías se diferenciaron siempre de los esclavos, en cuanto
que no existía derecho alguno de propiedad sobre ellos; y, por otra parte,
tampoco estuvieron sujetos al pago del tributo, lo que les excluía también del
régimen particular de la encomienda. En la segunda mitad del siglo XVI, sin
embargo, en Guatemala hubo casos de españoles que obtuvieron algunos de
dichos trabajadores por medio del repartimiento. “En estas islas había para los
españoles dos clases de esclavos perpetuos: primero, aquellos que podían ser
vendidos públicamente, como los tomados en la guerra; y segundo, aquellos
que no podían ser vendidos abiertamente y que eran llamados naborías; estos
se podían adquirir y vender de manera secreta y había mil argucias para
hacerlo. En su lenguaje común, los indígenas llamaban naborías a los criados y
a los sirvientes de la casa” (Bartolomé de Las Casa, Historia de las Indias). Se
sabe de una orden real, de 1512, por la cual se autorizo el uso de naborías a
los españoles radicados en Puerto Rico, así como de las interpretaciones y
prácticas que acercaban a dichos trabajares a la condición de esclavos o de
indios sujetos a la encomienda, En 1531, sin embargo, en una disposición
aplicable ya a Guatemala, se trato de definir con claridad la condición legal de
dichos servidores, por ejemplo, se les eximio de la obligación de pagar el
tributo; se determino que era necesario su propio consentimiento para servir
como tales, lo cual les colocaba en una posición diferente a la del trabajo
forzoso, aun cuando las circunstancias, por lo general, negaban esta
posibilidad; se prohibió que los servicios implicados tuvieran un carácter
perpetuo; y, finalmente, se estableció que no estaban sujetos al régimen de la
encomienda de manera alguna, y que podían escoger, con libertad, a la
persona a la que prestarían sus servicios. Alvarado y algunos de sus
lugartenientes llegaron con naborías a Guatemala, en 1524 y, en algunos
casos, los utilizaron como calpixques, o para ejercer algún tipo de acoso o
coerción contra los indios. En Guatemala, honduras y en otros lugares del
reino, los españoles concebían a los naborías como sirvientes naturales, a los
cuales tenían pleno derecho para atender sus necesidades más comunes.
Algunos españoles llegaron a tenerlos en cantidades cercanas a un centenar y,
aun más, en situaciones de las que se derivaba no solo un servicio directo sino,
además, prestigio social. Los naborías, en general, disfrutaban de condiciones
de trabajo (comida, casa, trato, etcétera) relativamente mejores que las
correspondientes a los trabajadores de la construcción, a los mineros o a los
trabajadores agrícolas, sin embargo, como la de estos, en la época en que se
legalizo el repartimiento a partir de la segunda mitad del siglo XVI, su
condición, en definitiva, era la de los trabajadores forzoso y , en la práctica, se
les “repartía”, tal como se hacía en la relación los indios asignados al
repartimiento de servicios personales extraordinarios. A pesar de las
regulaciones prohibitivas, los naboris eran trasladados a distintos lugares
alejados de sus terruños, como lo hicieron Pedro de Alvarado y el Gobernador
de Nicaragua, Francisco Castañeda, en las correspondientes expediciones que
realizaron al Perú, en la década 1530. En distancias más cortas, que unían
poblados del mismo Reino de Guatemala, de igual manera procedieron otros
colonos y funcionarios de menor rango que el de los citados. El uso de
naborías, que persistió por muchos años en el régimen colonial, fue objeto de
regulaciones específicas, aprobadas por López de Cerrato en 1549. En 1564,
empero, el archidiácono de la Catedral de León (Nicaragua), Juan Álvarez de
Ortega, denuncio que los encomenderos seguían utilizando naboris, junto con
indios de sus pueblos de encomienda, en servicios domésticos impuestos
forzosamente. En documentos referidos a los primeros lustros del siglo XVII
aparecen todavía referencias y regulaciones relacionadas con los naborías,
pero ya entonces el término comenzó a caer en desuso, aunque no así la
relación entre patrón y sirviente, que ha subsistido hasta la actualidad. Los
tamemes, por otra parte, eran cargadores que, sobre sus hombros,
transportaban una gran diversidad de bienes, a lo largo de distancias que
podían extenderse entre pueblos cercanos, así como entre la ciudad de México
y la de Santiago, por ejemplo. Esta clase de trabajo forzoso tuvo su origen en
las sociedades prehispánicas, en las cuales se carecía de caminos adecuados
y de animales de carga. Los españoles, sin embargo, aprovecharon al máximo
el trabajo de los tamemes, y contribuyeron a que empeoraran las condiciones
en las que se prestaban dichos servicios. Aun cuando, a mediados del siglo
XVI, se comenzó a disponer de mejores caminos y de animales de tiro, los
tamemes se utilizaron todavía por muchos años más, en condiciones realmente
insufribles para los indios. En efecto, se les usaba todavía en jornada de 300 y
600 kilómetros, para el transporte de cargas que oscilaban entre las 75 y las
100 libras. Las condiciones en las que trabajaban, en las provincias de
Guatemala, Honduras y Nicaragua, causaron la muerte de cientos de esos
servidores de los españoles. Las denuncias reiteradas recibidas por la Corona
en relación con las condiciones infrahumanas en las que trabajaban los
tamemes, obligaron a que , desde 1529, se tratara de regular tal prestación de
servicios, en aspectos como las distancias permitidas, el peso de los objetos
transportados, el alquiler o traspaso de los derechos sobre aquellos
cargadores, etcétera. Las Leyes Nuevas, aun cuando aceptaron la existencia
de los tamemes, impulsaron medidas para controlar el pago de los salarios, los
excesos en las cargas transportadas, las distancias y otros aspectos de aquel
tipo de trabajo que se imponía, por fuerza, a individuos supuestamente “libres”.
A requerimiento del segundo Presidente de la Audiencia, López de Cerrato, se
autorizo un fondo real para la construcción de caminos y puentes y, de esta
manera, en 1549, de Honduras y de otras partes del Reino, se reportaba ya el
uso creciente de animales de carga y la consiguientes reducción en el numero
de tamemes., El servicio de los cargadores, empero, no desapareció por
completo durante muchos años después de la administración de Cerrato. En
efecto en 1551, aun se discutía públicamente si se podía prescindir de los
cargadores humanos, en una situación en la que aun se carecía de suficientes
animales de carga, y en la que los españoles (uncionarios, comerciantes,
hacendados, religiosos, etcétera) necesitaban trasladarse a lugares distantes.
La documentación disponible sobre Juicios de Residencia emprendidos contra
Oidores de la Audiencia, como Alonso de Zorita y Antonio Mexía, así como
respecto de otros funcionarios menores, e indica que el uso de indios
cargadores se prolongo por muchos años. Algunos religiosos, como Las Casa y
Marroquín, denunciaron ante la Corona el uso u abuso de los tamemes, pero
los encomenderos, a su vez, contestaban que los propios frailes los usaban sin
interferencias. En cierta ocasión, por ejemplo, el Cabildo denuncio que un tren
de 400 tamemes había llegado, de la Verapaz a Santiago, con cargas que
pertenecían a los dominicos, y que tal hecho fue presenciado por los Oidores y
por el propio presidente de la Audiencia. En 1603, finalmente, el gobernador de
Guatemala prohibió taxativamente el uso de los tamemes, para todo tipo de
carga, dentro de los límites jurisdiccionales de la Audiencia. Tal prohibición se
refería incluso a los cargadores voluntarios o a quienes trabajaran con licencias
especiales. Se proscribió el transporte, sobre las espaldas de los indios, de
muchos productos de consumo ordinario, como maíz, trigo, harina, ladrillos, cal,
tierra, adobes, cofres, leña, zacate, madera, y muchas otras cosas que antaño
habían sido transportadas por los indios cargadores. Aquella loable disposición,
sin embargo, que en su momento se pregono en las plazas de los pueblos de
indios y en muchos otros lugares adecuados, contrasta con la realidad de los
caminos en los que pululan los cargadores indios de la actualidad, que en poco
difieren de los de aquellos lejanos tiempos. El trabajo artesanal Los primeros
artesanos llegaron en las propis filas expedicionarias que, comandadas por
Pedro de Alvarado, se instalaron sucesivamente, en las afueras de Iximche, en
Almolonga y, por último, en la ciudad edificada en el valle de Panchoy. Desde
el principio, los que practicaban aquellos oficios, a quienes se consideraba
menesteroso o servil, fueron objeto de cierta marginación social. Sin embargo,
sus servicios se hicieron tan indispensables en las huestes de Alvarado, que no
solo impusieron algo estipendios y tratos especiales, sino que, con el tiempo,
hasta obtuvieron encomiendas y un status que ya no correspondía a la práctica
de sus oficios: “y porque los oficiales de todo género de obras, conociendo la
necesidad que de ellas tenia los que las mandaban hacer. Y como por la
condición liberal que tenían no reparaban en dar todo lo que por ellas les era
pedido, se había encarecido tanto, que al sastre le salía a real cada puntada
que daba, y el zapatero vendía tan cara su obra que dando a otros zapatos con
suela de cuero, las podía echar en los suyos de plata y el herrador hiciera
siquiera todos sus instrumentos de oro, inconveniente muy grande para una
República antigua, cuando y mas apara una nueva y recién fundada. Por lo
cual se le dio remedio en el Cabildo que se tuvo a los doce de diciembre de
este año de mil y quinientos y veinticuatro, haciendo arancel para los oficiales y
señalando con justos precios lo que cada uno había de llevar por el trabajo de
sus manos”. (Remesal, T.I, pagina 23) Es de justicia reconocer que los frailes
dominicos, mercedarios y franciscanos desempeñaron una paciente y
continuada tarea en cuanto a la enseñanza de los oficios artesanales entre los
indígenas. De esta manera, a finales del siglo XVI, ya existía un apreciable
numero de indios, castas y negros, que atendían tales menesteres, bajo las
regulaciones que a la sazón estaban ya vigentes. Muchos de ellos, en efecto,
se ganaban la vida como carpinteros, herrero, zapateros, sastres, tejedores,
etcétera. Del aprendizaje artesanal se beneficiaron indios que tenían la
condición de esclavos antes de la aplicación de las Leyes Nuevas, así como
negros de la misma condición que, por distintos medios, habían obtenido su
libertad. Algunos de estos se quedaron a vivir en las inmediaciones del
convento de Santo Domingo, en la ciudad de Santiago y, como los indios
citados, estuvieron exentos del pago del tributo, cuando menos por algún
tiempo. Por estas razones, y porque además tenían pequeñas sementeras en
los contornos de la ciudad, así como un cierto contacto permanente con los
religiosos mencionados, a quienes se acusaba de aprovechar, en alguna
medida, el trabajo de aquellos esclavos convertidos. El trabajo agrícola y el de
minas La agricultura fue el campo principal de trabajo de los indígenas;
primero, la concerniente a los productos de subsistencia, necesarios tanto para
la propia población nativa como para los españoles; y posteriormente, la que
comprendía los artículos de exportación. El maíz, el frijol, el chile, las
calabazas, etcétera, conservaron su importancia en la dieta básica y, por
consiguiente, en el trabajo de los nativos. Los colonizadores, a su vez, de
manera paulatina, introdujeron otros cultivos y actividades agropecuarias, en
los cuales también fue decisiva la mano de obra de los indígenas. El trigo, la
caña de azúcar, los plátanos, varias otras frutas y verduras, la ganadería, la
minería, así como diversas actividades artesanales nuevas, demandaron el
trabajo de los indígenas, el cual se encauso por los diferentes procedimientos
forzosos y voluntarios, de los que se deponía en la sociedad colonial de la
época. Muchos cultivos de autoconsumo, así como los que se dedicaron
después a la exportación, eran atendidos, por los labradores aborígenes, al
mismo tiempo. El Cacao Además del maíz, que tenía un considerable valor
nutricional y una evidente connotación cultural extremadamente importante
entre la población nativa, otros productos de origen americano atrajeron la
atención empresarial de los españoles. Entre ellos ocupo un lugar preferente el
cacao que, además de bebida ceremonial muy apreciada, se uso como
moneda en muchas transacciones comerciales. Los españoles lo utilizaron en
las dos formas, y después lo exportaron a Europa. Las principales regiones
cacaoteras del Reino de Guatemala estaban situadas en los actuales territorios
de soconusco, Suchitepéquez y el Salvador, sobre la Costa del Pacifico, y allí,
por lo tanto, se concentraba una buena parte de la mano de obra indígena. El
cacao sirvió, a los indios, para pagar el tributo en especial el que demandaban
los encomenderos, pero también sirvió a estos para cubrir el pago de los
salarios, cuando comenzó a generalizarse el repartimiento y el trabajo
remunerado en general. El valor del cacao estuvo sujeto a oscilaciones
derivadas de los cambios a los que estaba sujeto el régimen de trabajo,
principalmente a raíz de las reformas introducidas por López de Cerrato.
También incidió dicho producto en la intrincada red de las relaciones de poder,
en la que, asimismo, actuaban activamente las Órdenes Religiosas, así como
los diferentes sectores que se disputaban la ocupación o control de los
principales territorios cacaoteras, tal es el caso de Los Izalcos y Tacuxcalco, en
El Salvador, y los otros, ya citados, en la costa de Chiapas y de Guatemala,
sobre el Pacifico. El caco, en la segunda mitad del siglo XVI, se exporto, en
cantidades considerables, también a México y a Perú, y de ello la Corona y los
colonos obtenían pingües ganancias, aunque estas mermaban, en montos
considerables, cuando la exportación se hacía de contrabando y se burlaban
los impuestos respectivos. La Caña de Azúcar Este cultivo, que requería
inversiones, clima y procedimientos de producción un tanto más
especializados, no demando mucha mano de obra indígena, sobre todo
cuando, por medio de las Leyes Nuevas, inclusive se trato de proteger a los
indios de los efectos nocivos que aquella actividad causaba en su salud. Aun
así, y a falta de suficientes negros dedicados a la actividad azucarera, se
utilizaron indígenas en ingenios y trapiches localizados en varias regiones.
Amatitlán, donde los jesuitas tenían grandes plantaciones de caña; Verapaz,
donde los dominios eran los grandes azucareros; y otros lugares, como
Sonsonate, Granada, León, Petapa, etcétera, fueron centros azucareros de
importancia, que absorbieron muchos trabajadores negros, esclavos o
manumitidos, pero también un volumen de mano de obra indígena
relativamente importante. El añil, la zarzaparrilla, la cochinilla, la extracción de
metal en los centros mineros de Honduras, principalmente, y la explotación de
la sal, en la Costa del Pacifico, fueron otras actividades que demandaron mano
de obra indígena, ya bajo el régimen de la encomienda, ya bajo el del
repartimiento, e inclusive por medio de las formas contractuales que también se
utilizaron en la captación de la mano de obra de los indios. Trabajo por
Contrato Los contratos de trabajo, cuyos antecedentes más lejanos y generales
pudieran localizarse en la tradición del Derecho Romano, que no era extraña
en el mundo occidental del que formaba parte España, se celebraban ante un
notario y en presencia de testigos que, en muchos casos, era uno de los
Principales del pueblo al que pertenecía el indígena contratado. Mas importante
aun, en los contratos, de los cuales se suponía que se celebraban libremente,
se hacía consignar expresamente la voluntad de las partes contratantes y se
establecía, asimismo, en clausulas especificas, la clase de trabajo contratado,
el salario convenido, las condiciones en las que se prestaría el servicio, así
como otras exigencias de las partes, para asegurar el cumplimiento de la
convención o arreglo aprobado. Muchos de los contratos aludidos, que se
registraron en los Libros de Protocolos de los escribanos, que todavía se
guardan, por ejemplo, en el Archivo General de Centro América (AGCA9, no
pueden definirse exactamente como un instrumento para establecer una
prestación forzosa de servicios, aunque no por ello carecían de la fuerza
coercitiva que derivaba de su carácter legal especifico. No se puede negar, por
otro lado, que en las particulares circunstancias de la sociedad colonial
guatemalteca del siglo XVI, y aun de las centurias siguientes, las partes
contratantes no podían disponer de una equitativa capacidad contractual, y
tampoco de la misma posición de poder que indudablemente se refleja en la
factura y la ejecución de un contrato, pero ello, en mayor o menor grado, es un
elemento inherente a casi todos los compromisos de tipo jurídico. En todo caso,
los indígenas disponían también de los recursos legales para impugnar un
contrato irregular, así como el incumplimiento, doloso o no, de este tipo de
instrumentos. Los Libros de Protocolos, a los que se ha hecho referencia antes,
datan principalmente de 1570 y de los años siguientes, y se refieren a una
enorme diversidad de servicios. En un caso especial, por ejemplo, un arriero
fue contratado para conducir un patacho de mulas, en un viaje de ida y vuelta a
la ciudad de México, con derecho a comida, bebida y un salario determinado,
durante los siete meses que duraría el compromiso. Los libros citados,
asimismo, contienen contratos que se refieren a servicios prestados por
vaqueros, panaderos, labradores, trabajadores en los obrajes de añil,
sirvientes, etcétera. En la categoría de prestación de servicios sancionada por
medio de contratos legales, se incluían los “contratos de aprendizaje”, por
medio de los cuales un maestro artesano y alguien que se proponía aprender el
oficio respectivo, adquirían derechos y obligaciones reciprocas, claramente
establecidos en el instrumento jurídico. Esta era, sin duda, una modalidad
inválida al sistema de los gremios artesanales, introducido por los españoles.
La economía colonial, generalmente considerada, se ocupa de los hechos
relacionados con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios,
destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. En el presente
capitulo, sin embargo, se dedica atención solo a algunos de los factores
intervienen en la producción, tales como la tierra, los bienes físicos de capital,
la tecnología, la agricultura, la minería, la manufactura, el comercio y las
finanzas publicas. El trabajo, que es, asimismo, uno de los factores más
relevantes en los procesos de producción, ya fue objeto de análisis en los
capítulos precedentes. La tierra Los territorios descubiertos por Colón, como se
indico ya en paginas anteriores, fueron adjudicados en propiedad, por medio de
las bulas Intercederá emitidas por el Papa Alejandro VI, a los reyes de España,
quienes podían, además, traspasarlas a terceros, ya en propiedad, ya en
usufructo. A solicitud de los primeros expedicionarios, por lo tanto, y después
de presiones de muchos funcionarios reales, los reyes concedieron las
primeras mercedes de tierras, pocos años después del Descubrimiento.
Inicialmente, y movidos por intereses más inmediatos, los expedicionarios se
mostraron un tanto reticentes a poblar la tierra de modo permanente. La
Corona, en consecuencia, desde 1513, inicio una política de poblamiento, que
incluía el derecho a un solar, a tierras de labranza y a crianza de animales
domésticos. Este tipo de repartimiento de tierras se hizo por medio de
“peonias” y “caballerías”, según se entregaran a un soldado de a pie, o a uno
de a caballo; las primeras median 300 pues de largo por 150 de ancho, y la
segundas tenían 600 de longitud por 300 de anchura. Dicho procedimiento
incluía algunas exigencias especiales, como las de ocupar y trabajar la tierra y
la de no afectar la que ocuparan los indios. La facultad de adjudicar los bienes
inmuebles la ejerció al principio, de manera legal, el Ayuntamiento, pero,
después de las Leyes Nuevas (1542 -1543), fue atributo de las Audiencias
respectivas. En los centros urbanos que fundaron los españoles, en cuya traza
se aplico el modelo rectangular, o de “parrilla”, además de los solares urbanos
otorgados a particulares para que hicieran sus casa, se establecieron los ejidos
y las dehesas, que se conocían también con el nombre de “tierras de propios” y
que, situadas en los alrededores del poblado, se destinaban al uso común de
los vecino. De la misma manera se procedió en relación con los pueblos se
indios, o “reducciones”, cuando estos fueron establecidos a mediados del siglo
XVI. Antes de esta fecha, en efecto , no se regulo, de modo alguno, la
propiedad u ocupación de los indios sobre sus tierras, esto último permitió una
extendida practica de despojos de tales bienes, que se trasladaron, en
apreciable proporción, sobre todo en las regiones cercanas a las ciudades, a
algunos de los conquistadores y de los primeros colonizadores. Los indígenas,
sin embargo, tenían sus propias concepciones sobre la relación entre los
hombres u la Tierra, en las cuales, a diferencia de los europeos, prevalecían
los elementos culturales sobre los puramente económicos. Ello no quiere decir
que se ignoraran del todo los derechos de propiedad privada, y aun los
derechos comunales que ejercían ciertas parcialidades prehispánicas sobre
algunas tierras, estos últimos e reconocieron por las autoridades coloniales,
siempre y cuando se consumaran los trámites judiciales correspondientes. Así
lo indican también las “crónicas” o “títulos” indígenas que, por lo general, se
escribieron para legitimar aquellos derechos. En cuanto a la propiedad privada,
principalmente se consolido la que ejercían, desde antaño, los Señores o
gobernantes de los señoríos indígenas. En las postrimerías del siglo XVI, la
Corono impulso una política agraria mediante la cual se trataba de recuperar
las tierras poseídas sin “justo titulo”, pero dejo abierta vía de la “composición”,
que era un mecanismo legal para legitimar la posición de facto, o la ampliación
arbitraria de las propiedades inmuebles. Este procedimiento, que implicaba un
pago directo a la corona, permitió a esta agenciarse ingresos adicionales, los
cuales le eran necesarios y respondían, de modo más directo, a objetivos de
carácter mercantil. Posteriormente, la “composición” fue sustituida por la
“composición” fue sustituida por la “confirmación”, la que, a su vez, equivalía a
un procedimiento de legalización de los títulos de propiedad, o bien, fue
reemplazada por la venta de tierras realengas en pública subasta. Ambos
métodos favorecieron a los propietarios españoles, ya que se promovieron en
desmedro de los antiguos derechos de los indígenas.

En el reino de Guatemala, la tierra adquirió mayor valor en la medida en la que


se comprobó la ausencia de yacimientos minerales de importancia, y la
creciente demanda respectiva se canalizo por los siguientes procedimientos:
mercedes reales, compraventa, donación, arrendamiento y usurpación. El
primero se utilizó, de modo preponderante, después del asentamiento de la
ciudad de Santiago, en Almolonga, en 1527. En forma más bien católica, pero
intencionada, a tal punto que se revisó la distribución apenas un año después,
la tierras circunvecinas fueron adquiridas por vecinos españoles, por el clero, y
también, en forma comunal, por los indígenas. Los dos grandes repartos
iníciales de tierras, el primero hecho por Jorge y el otro por Pedro de Alvarado,
provocaron protestas entre los vecinos desfavorecidos, pero el segundo se
consolido finalmente. Los nuevos propietarios, inclusive varios artesanos,
recibieron solares cercanos a la ciudad, los cuales estaban destinados a la
agricultura y a la ganadería. Después de la promulgación de las leyes nuevas,
la concesión de tierras se extendió a varias regiones del interior del reino; por
ejemplo, san Martin jilotepueque, jalapa, las Verapaces, el golfo dulce, etc. Los
dominios, mercedarios y algunos religiosos individuales, como el obispo
Marroquín, recibieron tierras en las cercanías de la ciudad, en Amatitlán y en
otros lugares, aun a expensas de los ancestrales derechos de posesión de los
indígenas. La usurpación fue un procedimiento utilizado por muchos
encomenderos para hacerse de tierras útiles en el radio de su propia
encomienda, aun cuando esta institución no era, en sentido legal alguno,
asimilable a la adquisición de tierras. La compraventa y el arrendamiento de
inmuebles fue una consecuencia del cambio de residencia de varios colonos, a
lugares distantes, como Chiapas, honduras, Nicaragua, y san salvador.
Algunas de las comunidades indígenas Que revieron tierras en concepto de
mercedes reales, después fueron víctimas de usurpaciones o composiciones
promovidas por los españoles; por ejemplo, las que se produjeron en
Chiquimula de la sierra, en 1676; y en Zapotitlán o las verapaces, 1692. Los
indígenas no tuvieron acceso a la propiedad de inmuebles en la misma medida
y con las facilidades que disfrutaron los españoles y, en algunos casos
aislados, en pueblos situados en la periferia de la capital, solo pudieron cultivar
ciertas mediante el pago del “terrazgo”, una especie de cuota de arrendamiento
entregada a los propietarios españoles. Los indígenas de jocotenango, por
ejemplo, pagaron al obispo Marroquín un terrazgo que sirvió para fundar el
colegio de santo tomas de Aquino y, posteriormente, para el sostenimiento de
la universidad de san Carlos. La iglesia, que ya en el siglo XVI era la principal
latifundista del reino, obtuvo tierras por medio de mercedes reales y otros
procedimientos, pero, principalmente, a través de donaciones (herencias o
legados), así como por la ejecución de obligaciones no cumplidas por los
deudores quienes había entregado préstamos hipotecarios, los jesuitas,
dominicos, mercedarios y agustinos eran ya grandes propietarios en el siglo
XVII. En las dos primeras centurias de la era colonial, las principales unidades
de producción fueron la hacienda, las tierras comunales y la pequeña
propiedad. La primera se dedicaba, principalmente, a de tierras por ladinos
procedentes, en gran mayoría, de los centros urbanos: la caña azúcar, al trigo,
el añil y la ganadería; las segundas, al cacao, maíz, frijol y otros productos
alimenticio; la tercera se destinaba al trigo, añil, caña azúcar, etc., pero con una
tecnología e inversiones más limitadas. Durante los siglos XVII y XVIII se
agudizo el despejo de tierras que sufrían los indígenas promedio de la
composición, la usurpación y los otros mecanismos aludidos, en tato que
aumentó considerablemente la propiedad inmueble de la iglesia y la delos
colones españoles. En el siglo XVIII, cuando el fenómeno del mestizaje
alcanzaba ya proporciones considerables, se produjo una continua penetración
de ladinos en las regiones indígenas, particularmente en las del Altiplano
occidental, lo cual derivó en un paulatino, pero prologado e intenso, traspaso
de la propiedad de importantes extensiones de tierra. Momostenango, Quiche,
Los Cuchumatanes y otros lugares han sido objeto de estudios monográficos
sobre la lenta pero persistente apropiación de tierras por ladinos procedentes,
en gran mayoría, de los centros urbanos. En las postrimerías de la era colonial,
la desigual distribución de la tierra se consideraba ya como un problema que
obstaculizaba el desarrollo del país y, en 1810, así se hizo constar en los
apuntamientos sobre la agricultura y Comercio del Reino de Guatemala,
documento que elaboró el consulado de comercio para que el Doctor Antonio
Larrazábal, lo utilizara en las cortes de Cádiz, allí se señalaba, de modo
especifico, que el latifundio era la causa primaria de los atrasos” y se pedía la
redistribución de las tierras comunales, de las usurpadas en agravio de los
indios, de los ejidos y de los terrenos baldíos.

AGRICULTURA Durante los largos milenios que se iniciaron el


descubrimiento del maíz, hace unos 5,000 años, y a lo largo de los periodos
clásico y postclásico de la era prehispánica y de los casi cinco siglos de las
eras colonial y republicana, hasta el presente, la economía de lo que es el
actual territorio de Guatemala ha descansado básicamente en la agricultura.
Los productos agrícolas, por lo tanto, en sus distintas fases de cultivo,
distribución y consumo, han mantenido una estrecha interrelación con otros
fenómenos económicos y con los macroprocesos sociales en general. Es
importante reitera que el maíz, el frijol y las calabazas integran la traída
agrícola en el descanso, por siglo, la dieta básica de los antiguos pobladores
prehispánicos, de sus descendientes de la actualidad y, en buena medida de
los estratos de la sociedad colonial y republicana. El primero de dichos
productos ha cobrado tal relevancia en los campos gastronómicos, religioso, de
las creencias y de las ideas en general que, en Guatemala, se ha configurado,
inclusive, una particular subcultura del maíz. Inicialmente fue incorporado a la
dieta de los conquistadores, hasta servir en algunas ocasiones para evitar que
murieran de inanición; después de 1524, sin embargo, los indígenas trataron de
controlar su distribución, como una medida estratégica de resistencia. A partir
de 1539, los españoles, a su vez, intentaron desbaratar dicha estrategia, para
lo cual instituyeron el cargo del juez de milpas, que era un funcionario
encargado de controlar y exigir que los indígenas cultivaran el maíz y el frijol,
indispensables ya para los colonos hispanos. La recolección de estos
productos se canalizo por medio del cobro del tributo en especie, o por el
procedimiento de las subastas públicas, controladas por el ayuntamiento, y de
las cuales se beneficiaban las propias autoridades civiles y eclesiásticas, así
como los colonos más importantes. La producción del maíz sufrió una baja
sensible a partir de 1570, como consecuencia de las epidemias y el
consiguiente descenso de la población aborigen. Tal situación empeoró a
mediados del siglo siguiente (1660), cuando un gran número de indígenas
estaba obligado a cumplir el repartimiento y laboraba en plantaciones de trigo,
caña de azúcar y otros productor que entesaban mas a los españoles; y
también se dedicaron en sus parcelas a la siembra de trigo y de caña de
azúcar. La dieta de los colonizadores y en una medida relativa también la de
los indígenas, se amplió con otro alimentos diversos (frutas, legumbres,
tubérculos); unos de origen americano, como el jocote, la anona, el zapote, el
mamey, el chile, el chipilín, el beledo, l ayote, etc.; otros, de reciente
introducción hecha por los europeos, como trigo, naranja, manzana, pera,
durazno, lechuga, remolacha, zanahoria, rábano, y mucho más. Según la
tradición el trigo, un producto de mucha importancia en razón de los hábitos
dietéticos de los españoles, fue introducido en Guatemala en 1519, por un
colono de nombre Francisco Castellanos. Este hecho fue aprovechado por el
mismo Pedro de Alvarado, e un molino que un ayuntamiento de permitió
instalar en el rio que bordeaba la ciudad. Después de propagó a muchos
poblados del centro y occidente del actual territorio de Guatemala (San Juan
Sacatepéquez, San Martin Jilotepeque, Santa María Joyabaj, Comalapa y los
mismos pueblos periféricos de la capital). Los indios fueron obligados a
dedicar tierras y trabajo al laboreo del trigo con animales, herramientas y
tecnología de procedencia Europea. De acuerdo con las nuevas tasaciones del
tributo que hizo el presidente López de Cerrato en 1549, las cuales resultaron,
ciertamente, un tanto más favorables para los indios, estos estaban obligados a
cultivar, por aquella época, 1749 Fanegas de trigo para los españoles. El
despojo de tierras, el aprovechamiento masivo de obra de repartimiento, el
abandono de sus propios cultivos de subsistencia, el pago puntual del tributo,
fueron algunas consecuencias negativas que se derivaron del cultivo del trigo
por los indígenas, el tanto que los hispanos recogían las mieses para su ración
de ingenios y el consiguiente procedimiento de la caña fue de las más
complejas e innovadoras, puesto que requería de mayores inversiones, mano
de obra calificada (albañiles, herreros, carpinteros, punteros, etc.), tracción
animal y en general, una tecnología más desarrollada. Sin embargo la mano
de obra no solo comprendía trabajadores libres sino también indios de
partimiento y esclavos negros. En la provincia de Guatemala, los indios de
repartimiento constituían un 30.31% de la fuerza laboral unos ingenios de
azúcar, y un 61.48% en los trapiches, no obstante que esa fuente de mano de
obra, en ese tipo de trabajo, estaba prohibida por la corona. El trato de
aquellos recibían, además, principalmente a manos de “mandones” y caporales
negros, excesivamente despiadado. Por esta razón, en 1680, y por presiones
de la corona, la audiencia ordenó una inspección en ingenios y trapiches de
importantes empresarios, tal como Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, Juan
Arrivillada, la compañía de Jesús. Joseph del castillo. Los frailes Agustines y el
presbítero tomas de Aguilar y otros más. La producción azucarera alcanzó
niveles importantes a principios del siglo XVII, más que todo para el consumo
interno, porque, aunque se inició cierto flujo de exportación hacia Europa, este
nunca alcanzó los altos volúmenes registrados en las antias. A fines de dicho
siglo se producían en el reino cerca de 18,000 arrobas anuales, pero, a falta de
otras regulaciones, los beneficios obtenidos por la corona se reducían al cobro
de la alcabala, es decir, el impuesto relacionado con la operaciones de compra
venta del azúcar. Cultivos de Exportación En la primera parte de la época
colonial, dos productos agrícolas, el cacao y el añil, ambos de origen
prehispánico, cobraron una extraordinaria importancia den la economía de la
exportación. Esto se orientó, primero, a los mercados de nueva España y
Perú; y después, a los países europeos, done también tuvieron una abierta
aceptación. El cacao, que se comía en Mesoamérica como alimento y como
venida ceremonial desde unos 1500 años a.C., se utilizó, adicionalmente en
ciudad de moneda, y también para el pago del tributo. En especial, estas dos
últimas modalidades fueron aprovechadas por los españoles, en el marco
inicial de la economía de la colonia. Las principales zonas cacaoteras del reino
de Guatemala se localizaban en Socotusco, Suchitepéquez, Guazacapán,
Isalco y otras áreas del pacífico, hasta el golfo de Nicoya, en Costa Rica. El
cacao se cultivó, asimismo, en Chiquimula y en las costas de Honduras y
Nicaragua, sobre el atlántico. Aunque en la época prehispánica en el cacao
estuvo ligado a un comercio extendido por las largas rutas que comunicaban
centros tan importantes como Kaminaljuyu, Copan. Quirigua, Tikal y Uaxactún,
después de la conquista se transportaba, por las vía marítima y terrestre, desde
donde era cultivado por los indios, hasta lugares tan lejanos como México,
Veracruz y Panamá. Puesto que en primero estuvo ligado a la encomienda y
después al repartimiento del comercio libre, el cacao contribuyó al
enriquecimiento de muchos de los primeros colonizadores, entre los que
figuraban, inclusive, funcionarios, así como integrantes de las órdenes
religiosas. Precisamente, algunos de los enfrentamientos entre dichos sectores
de la sociedad colonial estuvieron relacionados con la ocupación de las área
cacaoteras, con la disponibilidad de la mano de obra indígena y, finalmente,
con el cobro de los impuestos de compra venta y de exportación, de los cuales
se beneficiaba directamente la corona. Otra de las posibles implicaciones
socioeconómicas del cultivo de cacao fue descenso cuantitativo de la población
indígena y, por consiguiente, de la mano de obra disponible en este sector. Tal
reducción demográfica fue consecuencia de clima que afectaban a los
indígenas cuando trasladaban del antillano a las tierras bajas, en las que
cultivaba el cacao. A este hecho particular, en el siglo XVII se unió, como un
factor más que redujo el precio del grano producido en Guatemala, la
competencia del cacao procedente de Guayaquil (Ecuador), y el contrabando
que de desarrolló entorno a la comercialización interna y eterna del producto.
Muy semejante a la situación que presentaba el cultivo y comercialización del
cacao, fue la correspondiente al añil o xiquilite. Este y la cochinilla eran dos
colorantes que utilizaron los indígena, desde épocas muy remotas, en la
escritura el teñido de telas y la pintura de edificios y monumentos. A mediados
del siglo XVI, los españoles comenzaron a percatarse del valor comercial del
añil, y no demoraron mucho en incorporarlo en los mecanismos del cobro del
tributo. La corona, a su vez, tuvo noticias de dicho producto y, en 1558, solicito
la correspondiente información a las autoridades coloniales. En 1571, la
exportación del añil guatemalteco a España había alcanzado ya proporciones
importantes. El cultivo, promovido por los colonizadores, se extendió, entonces,
desde las costas de Guatemala y las de Nicaragua, sobre Océano Pacifico. La
creciente demanda que el colorante aludido alcanzó en Europa obedeció, a que
la industria textilera usaba un producto semejante, denominado “pastel”, con el
cual se obtenía el color azul en el teñido de las telas. Dicho producto, conocido
precisamente con el nombre añil (termino derivado del árabe añil, que sig.
Azul), procedía del Lejano Oriente, y su comercio estuvo, inicialmente,
monopolizado por los portugueses y, después, controlado por Francia e
Inglaterra. De ahí la importancia que el colorante de Guatemala adquirió en
España. La expansión de la actividad añilera tuvo los consiguientes efectos en
el sistema de adquisición y tenencia de la tierra, así como en las relaciones
laborales entre colonos y colonizados. En efecto, la apropiación de tierras en
las costas del pacifico, por cual es quiera procedimientos posibles, los cuales
incluían la “composición” y la “confirmación”, se intensificó de manera notoria.
De todo ello por supuesto, también se beneficiaba directamente la Real
Hacienda. Las técnicas utilizadas en los obrajes de añil, el clima que
demandaba el cultivo y, sobre todo, la concentración de mano de obra en la
épocas de cosecha y de laboreo, incidieron, de manera negativa, en la
población indígena que, no solo abandonaba obligadamente sus propios
cultivos de subsistencia, sino que, además, debía someterse al régimen de
trabajo institucionalizado en la Colonia. Las condiciones propias del
procesamiento del añil eran, por cierto, extremadamente dañinas, en especial,
por los trabajadores indios, según se consignó en documento de la época: “…
que en este beneficio enferma y muere mucha gente por ser tan fuerte esta
hierba que de solo entrar las manos a los pies en el agua donde está la hoja
cuando se a de sacar los palos o piedras con que está debajo del agua y la
misma hierba se les comen y canceran las carnes; y después estando
golpeando el agua se levanta un humo tan malo que penetra los sesos y
causan otros daños con que se han consumido muchos indios en las partes
donde se beneficia el añil”. Los efectos perjudiciales que tuvo añilera entre los
indios, los cuales culminaron en la desaparición de pueblos enteros de origen
prehispánico, obligaron a esa Corona a prohibir la utilización de trabajadores
nativos en los obrajes en los que se procesaba dicho producto. Se emitieron,
en tal sentido, varias cédulas reales entre 1545 y 1643, en inclusive se
nombraron jueces visitadores, para controlar el cumplimiento de tales
disposiciones. Estas, sin embargo, nunca se cumplieron a cabalidad. Junto con
el añil o xiquilite, en el reino de Guatemala también se explotaron otros
productos, tales como la grana o cochinilla, que era otro tipo de colorante
extraído de una especie peculiar de insectos que se reproducían en las
napoleras; y también plantas y raíces medicinales como la zarzaparrilla, la caña
fistula, bálsamo, etc. Algunas de éstas se exportaron a Europa en cantidades
menores y la última de las mencionadas, el bálsamo, además de utilizarse
como medicamento, se incorporó mediante autorización contenida en una bula
papal, en el ritual de la Iglesia Católica asociado a la administración de los
sacramentos en la extremaunción y la confirmación. La cochinilla
proporcionaba un tinte de color púrpura, también usado por los indígenas,
desde la época prehispánica, en el teñido de sus telas. El interés de los
españoles en este producto data de 1573, cuando el Presidente Pedro de
Villalobos recomendó a la Coona que se incrementara la producción
respectiva, con el objeto de aumentar y facilitar, asimismo, el cobro del tributo
de los indios. Villalobos recibió la autorización correspondiente y, en 1575, la
exportación de grana a la metrópoli mostraba ya un ascenso notorio que, sin
embargo, nunca alcanzo, una considerable importancia económica. El añil y la
ganadería predominaron en la economía colonial durante el siglo XVIII, aunque
no se desatendieron por completo, los otros cultivos citados antes, y algunos
más, como el tabaco, el achiote, el algodón, etc., que se incorporaron en los
procesos de producción, para el consumo interno y externo. Con el transcurso
del tiempo la tecnología y los volúmenes de producción relacionados con la
agricultura mejoraron ostensiblemente, pero, por otro lado, al crecer la
población se agudizaron, los problemas sobre la aprobación y las disputas de
tierras. Finalmente, tal como ocurrió en el caso específico del añil (que fue
sustituido por las anilinas o tintes sintéticos), el contrabando, la industria
masiva, así como la competencia de otros centros fabriles, fueron algunos de
los factores que incidieron negativamente en la economía colonial. En la
exportación y comercialización de los principales cultivos era notaria la relación
de dependencia de las provincias respecto de la ciudad de Guatemala. La
minería. Con el trasfondo socioeconómico de la España de entonces, los
primeros expedicionarios y colonos desbordaban sueños de fáciles riquezas
deslumbrantes. No solo se trataba de recuperar, con holgados excedentes, los
dineros invertidos, magros o cuantiosos como fueran, si no ascender en la
escala social, para asegurar futuros más promisorios. Por ello, al principio,
antes que la tierra u otros recursos cualquiera, los metales preciosos, en
especial el oro, alumbraban los caminos potenciales para alcanzar aquellos
objetivos. A medida que se amplió el horizonte del nuevo mundo, cuando ya las
palabras México, Perú, potosí, costa rica, el dorado, tenían fuertes
connotaciones metálicas, los recién llegados al Reino de Guatemala
comprobaron que aquí la riqueza mineral no tapizaba los suelos, ni espesaba
las aguas de los ríos. No obstante, casi de inmediato, se entregaron a la
búsqueda afanosa de las vetas o de las arenas refulgentes. Apena, superado el
fragor de las primeras batallas, el mismo Pedro de Alvarado y sus
acompañantes de más rango ordenaron el lavado de oro en los ríos próximos a
Iximché, a Santiago y otros poblados. Los esclavos hechos en la guerra, así
como los primeros indios “repartidos”, fueron ubicados en los lavaderos
auríferos o en las pocas minas conocidas. A un aquello que, por su condición o
por las circunstancias, se tenían por vasallos libres del rey español, resistieron
la ansiedad de los buscadores de los metales preciosos. Los señores
cachiqueles dejaron constancias en el memorial de Sololá: “durante este año
1530 se impusieron terribles tributos. Se tributó oro a Tunatiuh, se le tributaron
cuatrocientos hombres y cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro”. En el primer
juicio de residencia, al que se le sometió en México, el 5 de julio de 1529, se
obligó al conquistador d Guatemala a rendir cuentas del oro y de la plata que,
después de pagar el quinto real, según su propio testimonio, recaudó y fundió
en los territorios por él sometidos. Aquella búsqueda afanosa barco también los
territorios actuales de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador,
Chiapas y Guatemala. Mas en esta última provincia, Alvarado encabezó a
aquellos que cortaron la mejor tajada. En el testamento que el Obispo
Marroquín hizo a nombre del Adelantado de Guatemala, quedó un registro
significativo. “dejó muchos esclavos sacando oro en las minas de lo cual llevó
muchas carga para su ánima… dejó por libres a todos los indios esclavos,
hombres y mujeres, y su hijos, que así andan a sacar oro por el dicho
Adelantado, y desde ahora todos sean libres para siempre, con el aditamento y
condición que saquen oro para pagar las dichas deudas que el dicho
Adelantado debe y dejo… y en él entre tanto que saquen oro sean muy bien
mantenidos y curados, tratados y doctrinados en las cosas de nuestra santa fe
católica, todo a costa del oro que sacaren, hasta tanto que se paguen la dichas
deudas… Mando que los dichos esclavos saquen oro en las minas, una
demora que corre desde 1 de octubre hasta San Juan, y que el dicho oro que
así sacaren se reparta entre los hijos del dicho Adelantado”. El oro y los otros
metales preciados se recaudaron por medio del trabajo forzoso, de los tributos,
y por cuanta manera fuera posible. En carta enviada al rey Carlos I, el 6 de
marzo de 1524, el capitán Gil González Dávila relataba un hecho curioso:
“llegué a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dio de presente 14000
castellanos de oro… Cuando me partí me dijo el cacique que, pues ya él no
habría de hablar con sus ídolos que me los llevase, y me dio seis estatuas de
oro de grandura de un palmo”. El mismo González Dávila desde Española hizo
después un cuantioso envió de oro, en cinco “naos” que surcaron el Atlántico
en ruta de retorno. El Tesoro Real, Andrés de Cereceda, compañero de
González Dávila, dejó un recuento detallado del aquel oro, que, reducido a
pesos y en forma de hachas y cascabeles, había sido objeto de “rescate” en la
parte sur de la América Central. Por su abundancia en objetos del valioso
metal, Costa Rica se llamó así desde entonces, pero de tal fama participaban
también Panamá y Colombia. Otros muchos lugares específicos, en los cuales
se recaudó oro, plata, plomo, hierro y otros minerales, en montos y calidades
distintos fueron los siguientes: KOPAN, GOASCORÁN, YUSCARAN,
CHOLUTECA, Gracias a Dios o cotepeque (en Honduras); Atitlán, Nevaj,
Joyavaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro Sacatepéquez, el valle de
jilote pequé y Chiquimula (en Guatemala); Metapa, Ciguate guacán, Naozalco,
Chilchuapa (en Salvador). Las mejores minas que se descubrieron a mediados
del siglo XVI, eran las de Tegucigalpa, Comayagua y Ocotepeque, en
Honduras; las de las Segovia en Nicaragua; y Huehuetenango, en Guatemala.
En todos los lugares citados el trabajo se hacía, al principio, por medios
rudimentarios, como la trituración y la fundición, que después se perfeccionaron
mediante el uso del azogue o mercurio, transportado desde el Perú, a partir de
1566. A raíz de promulgación de las leyes Nuevas se prohibió, in que se
cumpliera la utilización de trabajadores indígenas en las minas,
consecuentemente, se incorporaron los primeros contingentes negros en dicha
actividad. El 16 de agosto de 1618, en efecto, arribó a Trujillo un barco
cargado de esclavos africanos, destinados a las minas de Tegucigalpa; dos
navíos más, con igual “carga”, llegaron el 4 de septiembre de 1620, pero el
ayuntamiento de Guatemala protestó porque aquellos negros “eran más de los
que necesitaban”. Huehuetenango fue una región minera importante en los
inicios de la época colonial, en la que resultaba favorable el entorno ecológico y
la disponibilidad de mano de obra indígena. Fuentes y Guzmán relata el caso
anecdótico del español Juan de Espinal o espinar, que , cuando descansaba en
un recodo del camino, vio casualmente una lumbre que se encendía al pie de
un árbol de pino y descubrió, además, que unas piedras irradiaban fuego, tal si
fueran brasas, y que, al enfriarse, cuajaron como piezas de plata. Seguidos los
trámites del caso, Espinar registro y exploto aquella rica veta, de la cual” obtuvo
grande opulencia para pasar a España, dejando cubierta la labor principal de
los metales acerados, con ánimo de volver a gozar lo que dejaba”. Las crónicas
aluden a otro caso semejante el de un cura de Cuilco, que descubrió una mina
de oro en el pueblo de Motosintla. Allí, después de que el fiscal de la iglesia le
mostro una pepita de dicho metal, los caciques a su ruego e instancias le
llevaron al yacimiento con los ojos vendados y a condición de que solo
dispusiera del metal que podía cargar con sus manos, para destinarlo a las
sobras de la iglesia y otras necesidades. En general, y pese a la relativa
pobreza mineral de la región, la minería produjo caudales apreciables a sus
dueños y a la Hacienda Real. Contribuyó, asimismo al desarrollo de la
orfebrería, predominantemente la de carácter religioso, la cual alcanzó niveles
apreciables en cantidad y calidad artística. La extracción de metales preciosos
indujo a la Corona a fundar en Guatemala una Real Casa de moneda, lo que
se hizo por medio de cédula de 20 de enero de 1731. Ello tuvo efectos
positivos en la economía general de la Colonia, sobre todo porque la
explotación minera aumentó, relativamente, durante los siglos XVII y XVIII,
gracias al descubrimiento de nuevos yacimientos; a ciertos incentivos estatales,
como la reducción de impuestos y controles; y a una simultánea política de
supervisión, para evitar la explotación ilegal, el contrabando y otros vicios
semejantes. Comercio El descubrimiento de América estuvo legado a las
relaciones comerciales entre Europa y el lejano Oriente; de ahí la importancia
que, en su propio contexto mercantil, España concedió el intercambio de
bienes a través del Atlántico. Este interés inicial se tradujo de inmediato, en la
necesidad de trazar lineamientos políticos, administrativos y otros, que
aseguran los beneficios económicos que representaba la ampliación del
imperio a las tierras del Nuevo Mundo. En relación con el comercio, que fue sin
duda una de las columnas centrales de régimen colonial, entre aquellas
primeras medidas de gobierno estuvo la organización de la casa de
contratación, con sede inicia en Sevilla, cuya fundación se aprobó en 1503, y
sus estatutos, en 1510. Se le concibió como el agente fiscal y comercial de la
Corona, aunque después se le asignaron otras funciones colaterales, como la
de investigación en los campos de la navegación y la cosmografía. Durante
varios años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron
centralizadas en Sevilla, con excepción de ciertas actividades que se
canalizaban por los puertos de Cádiz y de san Lucas. La Casa de Contratación
por lo tanto, acrecentó su actividad, al punto de que, a finales del siglo XVII,
cuando el régimen colonial estaba ya bien cimentado en América, era un
órgano de gobierno de enorme relevancia. Se le traslado a Cádiz, cuando ese
puerto sustituyo a Sevilla para la salida y llegada de las flotas indianas. A lo
largo del siglo XVI, el comercio entre España y América se hiso por medios de
flotas de barcos protegidos adecuadamente, ya que la acción depredadora de
los piratas y corsarios, respaldos por Inglaterra, Holanda y Francia, afectaba la
comunicación entre la metrópoli española y sus posesiones coloniales. En
1561, el tráfico comercial se hacía sólo en primavera y en verano, en sendas
flotas que, en la Antias, se dividían, ya que unas se dirigía a Veracruz (México)
y al golfo de Honduras, y la otra hacia Cartagena de indias y puerto bello
(Panamá). Durante los siglos XVI y XVII, el Reino de Guatemala mantuvo
relaciones comerciales, legales e ilegales, con España, Nueva España, Perú,
Nueva Granada, Filipinas, Inglaterra y Francia. Para ello, se utilizaban
atracaderos de Puerto Caballos y Trujillo, en Honduras; Bodegas Golfo, en
Guatemala; San Juan y el Realejo, en Nicaragua; Matina, en Costa Rica; y
acajutla, El Salvador. La comunicación terrestre se hacía por rutas agrestes
que unían puertos y poblados importantes, en las cuales las mercaderías se
transportaban por tamemes o por vestías mulares. El sistema de lotas, sobre
todo cuanto éstas, a partir de 1633, carecieron de la protección armada,
ocasionó periódicas carencias de mercancías europeas en Guatemala, ya que
los barcos no llegaban todos los años. Bienes de intercambio Algunos de los
productos exportados por Guatemala, que obligadamente pasaban por Sevilla
primero y después por Cádiz, incluían añil, zarzaparrilla, palo de Brasil,
cochinilla, azúcar, cueros de reses, bálsamo y, por supuesto, metales
preciosos, como oro y la plata. De vuelta, los barcos traían vino, pasas,
aceitunas, aceite, higos, paños, lino, hierro, mercurio, etc. El comercio alcanzó
sus niveles más altos a principios del siglo XVII, y comenzó a declinar a
mediados de la década 1620, en un descenso que se agudizó en el decenio
siguiente. Las causas de esto último estaban vinculadas a una crisis de todo el
sistema, del comercio intercontinental y colateralmente, a la acción de los
piratas en el Caribe. Con el fin de superar las dificultades en cuanto al
aprovisionamiento y circulación de mercancías necesarias o rentables, en las
últimas décadas del siglo XVI y primeras del siguiente, el comercio
centroamericano se canalizo por Granada (Nicaragua) y, sobre todo, hacia
puerto bello y Cartagena, desde matina (Costa Rica). Comercio con otras…. A
lo largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial,
casi permanente aunque no siempre legal, con naciones como la Nueva
España, Nueva Granada, Perú y, de manera indirecta, Filipinas y otros Países
del Lejano Oriente. Con México tal tipo de relaciones se remonta a la época
prehispánica, pero, en el periodo colonial, ellas fueron más regulares y
expeditas. La comunicación se hacía por medio de un camino que bordeaba
Los Cuchumatanes, y por otro que atravesaba la Boca costa del Pacífico. En
ocasiones se utilizaba la vía marítima, en ambos océanos. Los novohispanos, o
mexicanos como más comúnmente se les llamaba, adquirían cacao, añil,
vainilla, achiote, etcétera, en las regiones de Soconusco, Suchitepéquez,
Izalco, y otras del Reino de Guatemala. A cambio, surtían a los mercados
situados al sur de sus fronteras, con telas u otros productos de origen europeo.
A mediados del siglo XVI, la sola región de Suchitepéquez exportaba unas
200,000 cargas de cacao (cada carga equivalía a 24,000 almendras) a México.
Este particular comercio fue objeto de regulaciones especiales, orientadas a
conseguir un equilibrio económico interregional. En 1576, por ejemplo, la
Corona exigió una licencia de exportación y un impuesto del 5%, en relación
con el cacao que salía de Suchitepéquez hacia Nueva España. A la zaga de
sus intereses, los comerciantes, en algunos casos, se trasladaron a vivir a
pueblos cacaoteros, como Izalco, en San Salvador, pero ello ocasionó roces y
conflictos con los encomenderos de la zona. De esta cuenta, en 1553, la
Audiencia ordenó que los comerciantes abandonaran los pueblos de indios de
aquella área, y que se trasladaran a la Villa de Sonsonate. Desde Acajutla, por
otra parte, se comercializó cacao hacia México y Perú, pero, a veces, el tráfico
caía en los linderos del contrabando, o se hacía en competencia desleal con el
grano de Guayaquil. El comercio con Perú se intensificó durante los siglos XVII
y XVIII, hasta el punto de que la moneda llamada perulera, precisamente por su
procedencia, circuló con amplitud en Guatemala. Los productos
centroamericanos llegaban hasta Quito, Lima y Arequipa. El intercambio con
Filipinas, en cambio, se hacía indirectamente, por medio del Galeón de Manila
que, en la última parte del siglo XVI, conectaba esta ciudad asiática con
Acapulco. Guatemala, por lo tanto, como las otras colonias americanas,
comerciaron simultáneamente con varias naciones, ya de modo legal, ya en
forma ilícita, pese a los esfuerzos de España por canalizar todo el tráfico de
mercancías a través de las casas comerciales y los controles oficiales de
Sevilla. Además del comercio externo, Guatemala desarrolló una intensa red de
intercambio, que conectaba la ciudad de Santiago, el Corregimiento del Valle y
las principales ciudades y poblados provincianos, así como también los pueblos
de indios. En este sistema interno desempeñaron un papel importante los
mercados, las ferias, el tiánguez (mercados tradicionales de los indígenas);
también las tiendas y tabernas, y los “abastos”. Por medio de estos últimos,
que no eran sino concesiones privilegiadas, se administraba la
comercialización de importantes productos, como los cereales, la carne,
etcétera. El panorama del intercambio comercial esbozado anteriormente, se
modificó, de manera drástica, en el siglo XVIII. Las principales causas de ello
fueron la autorización del libre comercio, la reforma del sistema de impuestos,
el fortalecimiento de la Real Hacienda, la reducción del poder de la Iglesia, la
defensa militar de las costas americanas, y la instauración del Régimen de
Intendencias. A finales del siglo citado se estableció el Real Consulado de
Comercio de Guatemala, cuyas funciones eran las de estimular la producción,
promover el comercio, desarrollar la infraestructura, y afirmar la justicia en las
cuestiones mercantiles. En mucho se lograron estos objetivos en la última parte
del período colonial, pero también persistieron viejos problemas, como el
contrabando, la especulación, la explotación inicua de la mano de obra
indígena y otros más que tuvieron efectos disociadores en una sociedad de
corte colonial, pero que se hacía cada vez más grande y más compleja. La
Real Hacienda El régimen hacendario, o sea, las finanzas públicas de la
Colonia, reflejaron necesariamente las características sociales y políticas de la
organización y funcionamiento del vasto imperio español. En la administración
de los recursos económicos en general, jugaron un papel decisivo la Corona,
en primer lugar, como propietaria soberana de las tierras y riquezas del Nuevo
Mundo; la Casa de Contratación, encargada de la administración y el tráfico de
dichas riquezas; y, finalmente, la oficialidad o burocracia real, que fungía en las
posesiones coloniales y, en especial, en los centros de poder económico. Los
ingresos reales Como en todas las Indias, en Guatemala la política fiscal
descansó en dos tipos de impuestos: los fundamentales o regulares y los
complementarios. Los primeros comprendían los siguientes: quinto real,
almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala. Entre los segundos figuraban los
estancos, oficios vendibles, empréstitos, derramas y penas de cámara. El
quinto real consistía en la quinta parte (20%) que cobraba la Corona sobre el
valor de los productos minerales y piedras preciosas que explotaran los
colonos. Este impuesto fue oportunamente reducido, a un 10% y hasta a una
doceava parte, con el objeto de estimular tal actividad económica, y evitar la
evasión impositiva. El almojarifazgo era el impuesto que se pagaba por la
importación y exportación de todo tipo de productos, y equivalía,
respectivamente, al 5% y al 2.5% del valor de dichos bienes. El tributo consistía
en una cuota anual que pagaban los súbditos del rey, en señal de su simple
calidad de vasallos. En Guatemala, lo pagaron los aborígenes, desde la época
prehispánica, a los jefes de sus respectivos señoríos, y después a la Corona o
a los encomenderos. El diezmo, teóricamente, era un aporte equivalente a la
décima parte del valor de todos los bienes adquiridos o comercializados en el
Nuevo Mundo, el cual debía entregarse a la Iglesia Católica. En 1501 se
estableció que la Corona, cuyos representantes hacían el cobro
correspondiente, tenía derecho a retener dos noveno de la mitad de tal
impuesto. En 1578, cuando se impuso a las transacciones relacionadas con el
añil, se incrementó la recaudación del diezmo. Una parte de éste se utilizaba
en la construcción de iglesias y hospitales. En 1533 se eximió de este impuesto
a los indígenas, pero existen referencias acerca de que en alguna época se les
cobró, especialmente en el siglo XVIII. La alcabala era un impuesto del 2%, que
recaía sobre el valor de todas las operaciones de traspaso, contratos y
compraventas, y que también afectaba las herencias y donaciones. De este
gravamen estaban exonerados los indígenas. Los impuestos complementarios
incluían los siguientes: los estancos, que se referían al monopolio de la Corona,
respecto de la fabricación y comercialización de determinados artículos (sal,
mercurio, naipes, pólvora, tabaco, papel sellado, aguardiente y nieve); las
Bulas de la Santa Cruzada, o sea, un aporte que permitía a los fieles comprar
indulgencias (perdón de los pecados), a título propio o ajeno; la venta de
cargos públicos, tanto civiles como eclesiásticos, los cuales se compraban en
España o en la Colonia, según la jerarquía del puesto; los donativos forzosos
impuestos por la Corona a los súbditos; las derramas, que eran contribuciones
ocasionales destinadas a emergencias, como terremotos, a trabajos públicos, o
a servicios personales inmediatos, necesitados por los gobernantes o las
tropas; las penas de cámara se referían a los ingresos provenientes de multas
impuestas por delitos diversos. Los egresos de la Corona y de las autoridades
coloniales cubrían una extensa gama de recursos destinados a gastos
administrativos, guerras, obras públicas y servicios de índole muy extensa y
variada. Una parte importante de la política fiscal fue la organización monetaria
que, a partir de 1731, quedó a cargo de la Casa de Moneda. Los medios de
cambio, o monedas, más comunes a lo largo de la época colonial, fueron los
siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las piezas rústicas de oro, llamadas
“pesos de oro de minas”; las rajas de plata; las monedas acuñadas de este
mismo metal; los pesos “peruleros” procedentes de Perú; el peso de plata, o
“peso fuerte”; los reales; la moneda “macuquina”, o “macacos” (piezas rústicas
traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera. Importancia social de la
población El volumen, el crecimiento o decrecimiento, la distribución, la
evolución en fin, de una población identificada con una sociedad cualquiera,
tienen una importancia decisiva en los procesos generales que corresponden a
dicha sociedad. Esa importancia no se reduce sólo a cuestiones cuantitativas, o
de espacio simplemente, ya que se vincula también a formas de conducta, a
actividades económicas, a organización de grupos particulares, a creencias e
ideas, a normas, y a muchos otros aspectos de la vida en sociedad. Respecto
de la sociedad guatemalteca de la Colonia, por ejemplo, indiscutiblemente
resultan relevantes preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de gente
conformó esa sociedad? ¿Cuáles fueron las transformaciones cuantitativas y
cualitativas que experimentó? ¿Qué tipos de grupos la integraron? ¿Cuál fue la
distribución de las personas en el espacio? A éstas podrían agregar- se
muchas interrogantes más, cuya respuesta objetiva ayudaría a entender no
sólo la sociedad de la época, sino también la del presente, de la cual aquélla
es un antecedente más o menos inmediato. En 1524, cuando llegaron los
españoles a lo que después fue el Reino de Guatemala, la región estaba
poblada por conglomerados aborígenes, que participaban de semejanzas y
diferencias fundamentales, en la medida en la que tenían algún tipo de
contactos, o un ancestro común. En relación con el número de aquellos
habitantes se alude a cifras que oscilan entre 200,000 y dos millones, e incluso
cantidades mucho mayores, de hasta 50 millones, y aún más. Sin embargo, no
hay certeza alguna sobre el monto total de la población que vivía en el istmo
centroamericano antes del arribo de los europeos. En relación con el territorio
actual de Guatemala, la fuente más aceptable de la que se dispone es la
tasación de los tributos, hecha por Alonso López de Cerrato, quien gobernó de
1548 a 1554. Según el número de indios tributarios y de las personas
vinculadas a éstos, en una proporción de 5.1 a 6.1, se ha estimado que, en
aquellas fechas, había un total de 428,500 habitantes, aunque también se han
sugerido cifras mayores, de hasta 475,000 moradores. Los cálculos anteriores,
sin embargo, no resultan del todo fiables, por las siguientes razones: no
incluyen absolutamente todos los poblados, como tampoco los indios que se
fugaban a los montes; excluyen la enorme cantidad de muertes que
ocasionaron las enfermedades introducidas por los españoles, y contra las
cuales los nativos no tenían defensas naturales. A partir del contacto con los
europeos, dichas enfermedades (viruela, sarampión, tifus, peste bubónica,
etcétera) causaron una verdadera catástrofe demográfica, lo que hace pensar
que, alrededor de 1519-1520 (antes de la primera epidemia), el actual territorio
de Guatemala pudo haber estado ocupado por cerca de 1.7 millones de
habitantes. Algunas de aquellas enfermedades, como la llamada kumatz
ogukumatz, se incorporaron al léxico, al sufrimiento, y a los registros históricos
de los nativos, entre estos últimos, el Memorial de Sololá: “He aquí que durante
el quinto año apareció la peste ¡oh hijos míos! Primero se enfermaban de tos,
padecían de sangre de narices y de mal de orina. Fue verdaderamente terrible
el número de muertes que hubo en esa época… De ninguna manera podía la
gente contener la enfermedad… Después de haber sucumbido nuestros padres
y abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los campos. Los perros y los buitres
devoraban los cadáveres. La mortandad era terrible”. Además de los
efectos de las enfermedades, la guerra tuvo los propios; así como el maltrato y
los trabajos forzados, cuyos resultados dieron pábulo a lo que se conoce como
la “Leyenda Negra” contra España. La muerte de hombres y mujeres en edad
madura, y de niños, causó un notorio descenso en las tasas de natalidad;
inclusive, no ha faltado quien aluda a una actitud de “desgano vital”, o sea, de
frustración total ante las expectativas de la vida, aunque este último argumento
contradiga la permanente resistencia de los indios, violenta o pacífica, que
también ha recogido la Historia. De los españoles que migraron A raíz del
Descubrimiento, uno de los primeros problemas que se presentó a la Corona
fue el de determinar quiénes podían viajar a las Indias. En el primer viaje de
Colón se autorizó el reclutamiento de algunos prisioneros; después se hizo lo
mismo con otros condenados, a quienes así se conmutaba la pena; pero, en
1505, se prohibió el traslado de todos aquellos que tuvieran malos
antecedentes. Casi desde el principio, sin embargo, se excluyó
expresamente a los judíos, a los moros y a los conversos; pero, alrededor de
1510, se aprobó una política más abierta, aunque reducida todavía a los
originarios de los reinos de Castilla y de León. Poco tiempo después se
autorizó la emigración de españoles sin excepciones, e inclusive se permitió,
con autorización especial, la trasportación de negros. Entre los primeros
migrantes, en general, no figuraban nobles, sino más bien hidalgos jóvenes,
que buscaban aventuras y fortuna. Pronto se sumaron marineros, religiosos,
comerciantes, criados, pero los artesanos y labriegos aún eran muy escasos.
Hasta en 1518, precisamente Las Casas propuso que se poblara con
labradores y, en 1519 la Corona trató de impulsar dicha propuesta, la que no
cuajó, sin embargo, porque ya los colonos comenzaban a trasladarse a Tierra
Firme, en desmedro del poblamiento de las islas antillanas. Ante la
necesidad de controlar los territorios descubiertos, la Corona decidió “fundar” y
“poblar”, lo que significaba edificar ciudades, con población concentrada, para
lo cual se ordenó el reparto de solares. En la primera etapa de la empresa
descubridora, en las Antillas, participaron unos 300 españoles, pero, en 1502,
cuando comenzó la verdadera colonización, ya habían llegado a La Española
cerca de 2,500 migrantes y, en 1559, el total de la migración ascendía a
27,787. En el Catálogo de Pasajeros a Indias se registraron sólo 15,480, en el
período de 1509 a 1559, pero allí no se incluyó nunca la emigración
fraudulenta. Se calcula que, en 1600, el total de migrantes era de 54,881,
aunque también se han presentado cifras que se aproximan a 200,000.
En cuanto a la procedencia de los migrantes, las estadísticas conocidas indican
las siguientes regiones: Andalucía y, en particular, Sevilla (36%); Extremadura
(16.4%); Castilla la nueva (15.6%); y Castilla la Vieja (14%). En el siglo XVII
aumentó la emigración de Cataluña y de la Vascongadas. En el Catálogo de
pasajeros se señala un 5.6% de licencias otorgadas a mujeres, pero, después
de la conquista aumentó el porcentaje de casadas que resolvieron trasladarse
a las Indias. Las cifras generales anteriores, sólo en forma relativa pueden
aplicarse a lo que fue el Reino de Guatemala, sobre el cual se carece de
información específica. Se sabe, tan sólo, que en Costa Rica se establecieron
88 “familias fundamentándolas” y que, en general, éstas casi no dependieron
de la mano de obra indígena y constituyeron, en cambio, un núcleo inicial de
empresarios, atenidos a su propio trabajo, lo que, a veces, se ha utilizado para
explicar los orígenes remotos de la democracia en dicho país. La Fundación de
poblados Con el propósito de afirmar su dominio directo y disminuir el que
detentaban los jefes de conquista, la Corona ordenó la fundación de poblados
en los territorios conquistados. En el Reino de Guatemala se comenzó en la
primera mitad del siglo XVI, pero tal política, con alzas y bajas, continuó en los
años posteriores y estaba ya consolidada en la siguiente centuria. Ciudades y
villas Los términos de ciudad y villa se usaron para designar a los centros de
españoles, según el tamaño de los asentamientos; y el de pueblo o poblado,
para llamar a los habitados por indígenas. Ello respondía a la concepción de
las “repúblicas” separadas, inclusive desde el punto de vista espacial o
geográfico. Con el tiempo, sin embargo, las ciudades más importantes
adquirieron un carácter multirracial. Las urbes principales a finales del
siglo XVI, de las cuales cada provincia tenía una o dos, eran, sin duda,
importantes focos de poder económico, político, religioso y cultural, etcétera,
Su vida giraba en entorno a los cultivos o actividades económicas más
relevantes (cacao, añil, minería). En aquella época ya destacaban ciudades
como Santiago de Guatemala, que era la capital del Reino; Ciudad Real, en
Chiapas; Comayagua y después Tegucigalpa, en Honduras; San Salvador y la
Villa de Sonsonate, en El Salvador; León y Granada, en Nicaragua; además de
otros centros menores, ubicados en las distintas provincias. A lo largo del
citado siglo XVI se fundaron en el Reino unas 50 ciudades y villas, de las
cuales sólo perduró una veintena, aproximadamente, En todas se aplicó el
trazo en damero o cuadrícula. Centros urbanos en la Provincia de Guatemala
La primera ciudad fundada en el actual territorio de Guatemala, lo fue sólo de
manera simbólica, en Iximché, el 27 de julio de 1524. Se le llamó Santiago de
Guatemala, pero nunca fue trazada a la manera española. Casi de inmediato, y
como consecuencia de rebelión de los Kakchiqueles, adquirió un carácter
itinerante, con las características propias, más bien, de un campamento militar.
En estas condiciones, primero estuvo en Xepau (Olintepeque, Quetzaltenango),
y después en Chijxot (Comalapa, Chimaltenango). Su primer asiento
permanente lo tuvo en Almolonga o Bulbuxyá, donde se fundó, por Jorge de
Alvarado, con las formalidades legales del caso, el 27 de noviembre de 1527:
“Asentad escribano que yo, por virtud de los poderes que tengo de los
gobernadores de su Majestad con acuerdo y parecer de los alcaldes y
regidores que están presentes, asiento y pueblo aquí en este sitio la ciudad de
Santiago, el cual dicho sitio es término de la provincia de Guatemala”.
Después de la muerte de Pedro de Alvarado, ocurrida en México, y cuando
doña Beatriz de la Cueva (“la sin ventura”, como ella firmaba entonces)
desempeñaba la Gobernación, conjuntamente con su primo Francisco de la
Cueva, la noche del 11 de septiembre de 1541 la ciudad fue destruida por una
grande inundación, provocada por lluvias torrenciales y un deslave que
descendió del Volcán de Agua. A raíz de la muerte de doña Beatriz, en aquella
noche trágica, el gobierno se ejerció, también conjuntamente y de modo
provisional, por el Obispo Marroquín y el ya citado Francisco de la Cueva.

El mismo año 1541, la ciudad se trasladó al valle aledaño que los indígenas
llamaban Pancán o Panchoy, y los españoles, Valle del Tuerto. Allí estuvo
hasta 1773, año en el que fue destruida por los terremotos de Santa Marta. De
ese sitio, de nuevo fue trasladada, en 1776, al Valle de la Virgen, o de La
Asunción, donde todavía permanece. A principios del siglo XVII,
Santiago tenía 500 vecinos españoles y un número semejante de indígenas,
ladinos y “castas”. Puesto que, según cálculos aceptables, cada vecino era jefe
de una familia de cinco personas, se supone que había un total de 5,000
habitantes, en 1700, esta cifra había ascendido a 30,000. El cronista
Fray Antonio Vázquez de Espinosa describió cómo lucía la ciudad de Santiago
en 1620: “Las calles bien trazadas y derechas, tiene la plaza principal que es
muy buena y cuadrada, en el ángulo que está al noroeste está la Iglesia
catedral… En el mismo ángulo las casa obispales. En el otro ángulo que está
casi al sur, están las casas reales, muy grandes y capaces… Enfrente de este
ángulo de las casas reales casi al norte, es el otro todo de portales de muy
buena fábrica, en éste están los escribanos y algunas tiendas de mercaderes.
El otro ángulo que está enfrente de la Iglesia catedral es también de portales,
todo de muy buena fábrica, en el cual hay mercaderes y otras tiendas de
pulperías, a un lado de la plaza hay una fuente de agua muy buena, de donde
se provee mucha parte dela ciudad, aunque muy abastecida de ella…”.
En Panchoy se distribuyeron los solares en barrios, ubicados según la
importancia de los vecinos. Además, se señalaron los lugares asignados a los
indios que habían llegado “en seguimiento a los indios que habían llegado “en
seguimiento de los españoles”, es decir los tlaxcaltecas, mexicanos, utatlecos y
guatemaltecos. Por cierto, las autoridades siempre recelaron de los indios
citadinos, y fue constante el temor de posibles levantamientos. Algunas
de las ciudades y villas fundadas en la Provincia de Guatemala, así como en
otras partes del Reino, representaron sólo intentos frustrados de edificación, tal
como ocurrió en Mixco, en el Llano de la Culebra; en Verapaz, donde el Alcalde
Mayor, Martín Alonso Tovilla, fundó la Villa Toro de Acuña, de muy corta vida.
Otras fundaciones fallidas fueron la de Nueva Sevilla (1543), situada a orillas
del Río Polochic, y abandonada por presión de los dominios, que defendían
dominios exclusivos en la zona; y también la de Monguía o Munguía que, en
1568, se estableció, por poco tiempo, en las márgenes del Lago de Izabal. Los
pueblos de indios Las “reducciones” o congregaciones, por las cuales se
establecieron pueblos de indios, se impulsaron, inicialmente, por religiosos,
como el propio Obispo Marroquín. Las gestiones comenzaron en 1538, pero
sólo fueron atendidas en 1544, cuando el Rey ordenó “recoger” y “juntar” a los
indios, en pueblos delimitados y con autoridades propias. Se comenzó en
Patinamit, o sea, Tecpán Guatemala, la sede principal de los Kakchiqueles, y
se continuó con Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Tecpán Atitlán (Sololá),
San Miguel Totonicapán, Quetzaltenango, etcétera. San Raimundo Las Casillas
y Santo Domingo Xenacoj se fundaron, por los indios, con ayuda de los
dominicos, de manera apurada y artificiosa, más bien como una estrategia para
evitar arbitrarios despojos de tierras que ambicionaban ciertos españoles
dedicados al laboreo del trigo. En su mayoría, los pueblos de indios se
trazaron según el patrón urbano de cuadrícula, con una plaza central, a cuyos
costados se erigía la iglesia y el Cabildo. El cronista Fray Antonio de Remesal
relata la forma en la que se procedía a hacer las “reducciones”: “El orden que
los padres tenían en mudar los pueblos era este. Lo primero: ellos y los
caciques y principales miraban y tanteaban el sitio nuevo, y si alguno de los
antiguos les tenía acomodado para juntar los otros a él, ordenaban este.
Hacían primero sembrar las milpas junto al sitio: mientras crecían y se
sazonaban el maíz edificaban las casas, y se enjugaban, y en estando las
milpas para cogerse, en algún día señalado se pasaban todos al nuevo sitio
con muchos bailes y fiestas que duraban algunos días, para hacerles olvidar
las moradas antiguas”. La política de las congregaciones prácticamente
concluyó en 1580, y ellas se convirtieron en un nuevo elemento fundamental en
la estructura de la sociedad guatemalteca. Por ese medio, se aceleró el
despojo de tierras sufrido por los indígenas, ya que buen parte de las que
pertenecían a las parcialidades (cuyo dirigentes ayudaron también a los
religioso y a las autoridades en la empresa de aquellas “reducciones”), por
ejemplo, bosques, pastizales y los terrenos alejados pero cultivados, con el
tiempo y las presiones, en muchos casos, pasaron a ser tierras baldías en
manos de foráneos. La delimitación de aquellos pueblos de indios, por
otra parte, originó mediatos e inmediatos litigios de tierras y disputas de límites
que, en algunos casos, permanecen sin resolverse en la actualidad. Muchos de
aquellos pueblos, en especial los que circundaban la ciudad de Santiago u
otros centros urbanos de españoles, se convirtieron en proveedores de bienes
y servicios que disfrutaban los colonos españoles. En realidad, las
reducciones llenaron tres objetivos básicos, a saber: facilitaron el control
político sobre las parcialidades indígenas y, en especial, sobre los indios
rebeldes; allanaron el cobro del tributo y la disponibilidad de mano de obra que,
por cierto, no resultaban tareas fáciles cuando la población indígena vivía
dispersa en los campos, en amplias distancias; finalmente, permitieron que la
evangelización, y otras prácticas de imposición cultural (“vivir en policía”, como
decían los españoles), encontraran caminos más expeditos y rápidos.
Los pueblos de indios, en consecuencia, resultaron ser un elemento definitorio,
esencial, característico, de la sociedad colonial. En cierta medida sirvieron para
desvertebrar la organización social prehispánica, para encausar la explotación
económica, el control político y el dominio cultural sobre la población indígena,
pero, al mismo tiempo, y de modo paradójico, se convirtieron en reductos de la
vieja cultura y, a veces, en focos de resistencia, pasiva o activa, pero, en todo
caso, en la otra cara de la moneda colonial. Es propio afirmar que, después de
1524, sólo existían dos grandes grupos diferenciados en Guatemala: los
españoles y los indígenas o naturales, como estos últimos han preferido
llamarse de modo consistente. De esos dos segmentos sociales,
primordialmente, surgió la población heterogénea que ha conformado la
sociedad guatemalteca hasta la actualidad.

En efecto, de las relaciones sexuales, forzadas o voluntarias, entre personas


de aquellos dos grupos primarios, surgió una población mixta. Se incurre en
una ligereza, empero, si se cree que los mestizos, o ladinos como se les llamó
después, sólo son producto de una mezcla biológica, o de la simple adopción,
por los indígenas, de algunos rasgos culturales españoles, como la
indumentaria y el idioma.

En realidad, la historia demográfica de las etapas colonial y republicana es más


compleja, puesto que en ella inciden también factores políticos, sociológicos y
otros más, a distintos niveles. La elite, por ejemplo, la de los españoles y la de
sus descendientes criollos, enalteció su pasado, registró sus victorias y sus
genealogías, pero se olvidó de los grupos marginados. De esta manera, una
gran mayoría de guatemaltecos, en especial los ladinos, ha permanecido, por
años, sin conocer sus orígenes y sus antecedentes más remotos.

En 1520, a pesar de los efectos anticipados de las epidemias, la población


indígena estaba equilibrada en cuanto a género. Los españoles que llegaron
inicialmente, en cambio, en su mayoría eran varones, tanto jóvenes como de
mediana edad, y aun cuando hubieran dejado esposa y prole en España,
procrearon hijos o formaron uniones, temporales o duraderas, forzadas o
voluntarias, bajo presiones o por atracción mutua, de las cuales se originó una
población mestiza que, sobre todo, ocupó un espacio social particular.
La aparición de los mestizos fu el primero de varios factores que derrumbó la
dicotomía fundamental del dominio político en América, o sea, la de las dos
repúblicas: la de los españoles y la de los indios. De ambos grupos, ni el uno ni
el otro previeron que sus relaciones y su convivencia, aun en una situación de
desigualdad, originarían el surgimiento de “otros”, que no encajaban en
ninguno de los dos segmentos, no obstante que muchos fueron absorbidos por
los españoles (como doña Leonor de Alvarado, la primera mestiza nacida en
Guatemala), o bien por los indígenas.

La situación se complicó aún más, cuando, antes de la década 1550, los


hispanos introdujeron a los primeros esclavos africanos, en número apreciable
y en su mayoría varones. Estos también se mezclaron con los indígenas,
mestizos y españoles, y los descendientes de todas aquellas amalgamas
biológicas constituyeron la categoría denominada, durante la Colonia, “castas”,
que fue, asimismo, una población de difícil ubicación. En los siglos XVII y XVIII,
el nombre genérico de castas incluía a todas las personas marginadas de
origen mixto, es decir, mestizos, mulatos, pardos, ladinos, etcétera.

La incorporación de los africanos no resultó fácil y acelerada; primero, porque


el fenotipo, es decir, la apariencia física, permitía la expresión abierta de los
prejuicios raciales; y, segundo, por una razón sociológica, ya que, además de
haber llegado como esclavos, en algunos casos también desempeñaron el
papel de capataces o calpixques y, como tales, trataron a los indios en forma
abusiva e incluso cruel, puesto que disfrutaban de un poder ilegítimo.

De todas maneras, como parte de la evolución demográfica y sociológica de los


mestizos y, en cierta medida, de los afroamericanos, surgió el que actualmente
se conoce como el segmento ladino de la sociedad guatemalteca. Resulta
significativo que el término ladino se comenzara a usar, en Guatemala, para
llamar a los indios que mostraban facilidad o predisposición para adoptar
ciertos rasgos culturales españoles, como el idioma, por ejemplo; de esta
cuenta, no era extraño oír la expresión “indio ladino”, referida a tales sujetos.
De esa misma manera, en fecha aún anterior, la palabra se utilizó en España
en relación con los sefardíes, para designar a una categoría social, cuyos
orígenes y desarrollo también tenían aspectos biológicos y culturales. La
evolución de la población no indígena, en efecto, fue más notoria en la ciudad
de Santiago, así como en las zonas de expansión agroeconómica que,
inicialmente, estuvieron controladas por los españoles; los negros y mulatos,
por ejemplo, se concentraron en la capital y en las unidades agrícolas muy
productivas. Alrededor de 1530, casi cualquier español podía tener esclavos
indios, pero sólo los muy acomodados tenían uno de origen africano.

Por otra parte, y precisamente en la ciudad de Santiago, en las casas


principales solían vivir entre 10 y 20 personas: el jefe de familia español, su
esposa e hijos, parientes, paniaguados (“recogidos” o simplemente protegidos),
esclavos indígenas, naborías (sirvientes domésticos) y esclavos africanos.

El mayor número de hombres redundaba en entrecruzamientos sexuales,


forzados o voluntarios. En las categorías inferiores había más mujeres,
generalmente indígenas, y de éstas nacieron muchas de las personas de
origen mixto.

En 1550, cuando se ordenó la libertad de los esclavos indígenas, éstos


ocuparon pueblos y barrios específicos en los alrededores de la capital, en los
cuales, a instancias de las Órdenes religiosas, se pretendía protegerlos de todo
tipo de abusos, pero este último propósito no se pudo conseguir en los
poblados del interior del país.

Durante los siglos XVI y XVII, las castas crecieron de modo constante y
relativamente acelerado; mientras que en la primera de dichas centurias la
población indígena disminuyó, acosada por las enfermedades y otros factores
ya mencionados. La situación de las castas fue muy ambigua siempre; al
mismo tiempo que, inicialmente, los españoles consideraron a sus integrantes
como una fuerza alternativa de trabajo, y a pesar de que , en cierta medida les
eran útiles en verdad, los menospreciaban, aunque también contribuían a su
reproducción biológica; más aún, en muchos casos los absorbían en su propio
segmento social.

En 1540, el Obispo Marroquín sugirió oficialmente que se atendiera la


educación de las Doncellas y el entrenamiento artesanal de los jóvenes
mestizos, para evitar en estos últimos “su muy grande corrupción”. En 1550, la
Corona propuso que algunos mestizos huérfanos (varones) de Santiago fueran
enviados a España, donde podrían trabajar en diversos oficios, más la iniciativa
no prosperó. Los descendientes de uniones afro españolas o afro indígenas no
fueron objeto de parecidas preocupaciones, lo que denotaba ya una clara
diferenciación entre los distintos segmentos de las propias castas. El
sector céntrico de Santiago era demasiado caro para albergar al creciente
número de castas (el término se aplicaba también a los individuos), y entonces
muchas personas de este sector social se instalaron en los barrios de indios o
en las zonas bajas y cálidas del interior del país, en especial las que se
dedicaban a la agricultura de exportación, en las cuales podían encontrar
trabajo, refugio y más libertad. Las comunidades indígenas se esforzaron por
mantener su integridad frente a los intrusos, pero la necesidad económica y, en
general, sus condiciones de vida, les obligaban a vender o arrendar sus
propiedades a los foráneos.

En Santiago, las castas se hicieron notar, tanto por su número como por el
papel que jugaban en las relaciones sociales y económicas. A mediados del
siglo XVI ya eran importantes, pero más allá de la mitad de la siguiente centuria
constituían una mayoría que, sin embargo, no predominó en otros aspectos
que no fueran el demográfico. Las siguientes estadísticas, relacionadas con el
período 1590-1599, indican que en la ciudad existían 13,000 “gentes
ordinarias” (mestizos, negros, mulatos, naborías e indígenas) y unos 3,700
españoles y criollos. Respecto de 1650, se calcula que unas 21,700 personas
eran castas, en tanto que los “blancos” sumaban unos 5,600. De 1690 a 1699,
esta última proporción casi no había variado. Entre 1630 y 1699,
significativamente, los registros de la parroquia de El Sagrario consignaban que
el 72% de los hijos era de ilegítimos, pero, poco tiempo después, el número de
legítimos registrados era ya de un 51%.

En cuanto a los esclavos negros, se calcula que alcanzaron su mayor número,


en Santiago por lo menos, entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir
de 1690 comenzaron a disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos;
ello se explica porque, durante la centuria citada, se redujo la importación de
negros, se calcula que alcanzaron su mayo número, en Santiago por lo menos,
entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a
disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos; ello se explica porque,
durante la centuria citada, se redujo la importación de negros a la América
Central y, además, porque los españoles concentraban a los mulatos en sus
residencias citadinas mientras que enviaban a los esclavos negros a trabajar
en las empresas agrícolas rurales. Es importante hacer notar que, en el cuadro
demográfico general de Santiago y de otras regiones del país, se producían
uniones de distinto tipo, formales o informales, estables o casuales, sinceras o
violentas, en las cuales participaban todos los segmentos socios raciales. De
este modo, el fondo genético de la sociedad guatemalteca, en su conjunto, se
abigarró, hasta el punto de que, como ocurre en el mundo entero, el concepto
de “raza pura” perdió todo sentido y, por ello, pareciera más propio hablar de
poblaciones reproductoras (es decir, con más posibilidades de reproducirse
fácilmente), en las cuales las reglas de la endogamia jugaron un papel no
desestimable.

Se puede afirmar, en consecuencia, que el punto de origen de la población no


indígena fue la ciudad de Santiago y, más específicamente, las casas de
españoles (aunque este último término también implicaba divisiones internas,
determinadas por la riqueza y el prestigio social); allí, o en los alrededores,
permanecieron importantes concentraciones de dicho segmento poblacional.
Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII, ya había focos de población ladina a lo
largo de la Costa Sur, el Oriente de la provincia, así como en Honduras y El
Salvador

En resumen, y a reserva de nuevas investigaciones, se puede asumir que la


población ladina apareció primero en el medio urbano, ya que sus
desplazamientos y radicación en otras zonas estuvieron condicionados por la
expansión agrícola, por la disminución demográfica de los indígenas y por el
acceso a la tierra en dichas zonas que, por lo general, eran las más bajas y
cálidas. Crecimiento de la población ladina El crecimiento de la población no
indígena continuó y se intensificó de 1700 a 1821, al punto de que, ya en el
siglo XVIII, ciertas zonas de las tierras bajas eran más ladinas que indígenas.
Lo mismo ocurrió en la capital, pero no así en el Altiplano Occidental y en las
Verapaces. A principios del siglo XVIII, años después de los terremotos
de Santa Marta (1773), que produjeron un importante despoblamiento de la
capital, ésta había acentuado su carácter multirracial, en cuya cúspide
figuraban los españoles, aunque la mayoría fuera “mezclada”. La diferenciación
de los habitantes según su apariencia física ya no era tan evidente como lo
había sido. Antes bien, la población citadina aparecía relativamente
homogénea, inclusive desde el punto de vista de la cultura o modo de vida.

En tano el número de negros y mulatos se redujo, y los anteriores patrones


exogámicos se abrieron, incluyendo aun a “españoles nuevos” de baja posición
social, la población se “blanqueó” gradualmente; y se definió y amplió, todavía
más, la categoría específica del ladino. La “latinización”, por consiguiente,
implica, en cierto sentido, un ascenso social de las castas libres. Tal proceso
fue gradual, y no ocurrió aisladamente o en un vacío económico, y tampoco
como expresión de un solo tipo de uniones cruzadas (españoles e indígenas,
por ejemplo); de ahí que, en Guatemala, precisamente el término ladino no sea
sinónimo estricto de mestizo. La expansión del sector no indígena fuera de la
capital se produjo , como ya se indico hacia las zonas de mayor producción
agrícola , mas no hacia el Altiplano Centro occidental, con excepción de la
ciudad de Quetzaltenango , donde había un extendido grupo de españoles y de
castas . El crecimiento de la población no indígena comienza, por lo tanto, en
las dos últimas décadas del siglo XVI, pero en la segunda mitad de la siguiente
centuria ya era notorio. En 1683 en la cabecera del partido de Huehuetenango
Vivian siete españoles; pero en 1740 las cifras conocidas indican 20
españoles, 25 mestizos, 5 mulatos libres y 200 indígenas. Proporciones
similares se registran en muchos otros pueblos del occidente y centro del país
y la situación del mestizaje en Quetzaltenango, En 1740 señalaba una
apreciable cantidad de matrimonios mixtos, entre indígenas mestizos mulatos e
incluso españoles. En todo caso, la población ladina creció mucho más en el
oriente y sur del país aunque en el occidente existieron típicos enclaves de ese
segmento, como San Carlos Sija y Zaragoza (Quetzaltenango y
Chimaltenango, (respectivamente), en los cuales se han mantenido rígidas
reglas de endogamia, a pesar de que dichos núcleos ladinos están rodeados
de pueblos indígenas.

LOS CRIOLLOS Y EL CRIOLLISMO Generalmente se define a los criollos


como los hijos de españoles nacidos en América. De modo más escrito, el
termino se aplico a los descendientes de los españoles y de otros criollos. Sin
embargo, más que el vínculo familiar o el lugar de nacimiento o residencia, la
importancia de los criollos estriba en el espacio social que ocuparon, así como
en el papel que jugaron en el proceso evolutivo de la sociedad colonial. Lo
anterior quiere decir que, antes que un segmento exclusivamente radical o
biológico; o bien uno definido en términos geográficos, los criollos construyeron
un sector estructural de gran participación en la dinámica del régimen colonial.
De esta manera, los criollos individualmente o como grupo, conformaron el
fenómeno social denominado criollismo. En el reino de Guatemala, igual que en
el resto de Hispanoamérica, el criollismo se origino en los propios años que
siguieron a la conquista en el siglo XVI. Más como una concepción de la vida y
la sociedad, como mentalidad y actitudes definidas, como un grupo social
delimitado, alcanzo una particular importancia entre el siglo XVII y la
emancipación. El criollismo, según lo pinta y lo representa personalmente el
cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra la Recordación
Florida, se caracteriza por una actitud de justificación y exaltación de la
empresa conquistadora y de la condición colonial; por la defensa especifica del
mismo sector de los mismos criollos, en especial frente a los peninsulares; y
también por la sublimación del mundo guatemalteco. Entre las principales
reivindicaciones iníciales de los criollos (siglo XVI) figuraba la administración
directa del corregimiento del Valle, cercano a la capital y de gran población
indígena, cuya jurisdicción les disputa los primero gobernadores, control del
ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores,
como el derecho de los capitulares del ayuntamiento y de las alcaldías
mayores; y otras preeminencias menores, como el derecho de los capitulares
del ayuntamiento a usar cojines y a besar la paz en los oficios religiosos
(reconocido solo a los magistrados de la audiencia ), y otras distinciones
semejantes, entonces muy apreciadas. Los criollos se quejaban, igualmente
de la indefensión del país frente a los piratas y corsarios. En el orden religioso
a los piratas y corsarios. En el orden religioso pedían la categoría metropolitana
para el arzobispo de Guatemala. En el orden fiscal, sus exigencias se
enderezaban a la exoneración de impuestos, así como a la impugnación de los
estancos aprobados por la Corona. En el fondo, y en rigor histórico, los
intereses estructurales del criollismo se reducían, esencialmente, a una mayor
libertad para explotar los recursos del país, en especial, el trabajo de los indios,
el comercio la encomienda y otros muchos privilegios coloniales. El
ayuntamiento, en un momento convertido en bastión y fortaleza de los criollos
defendió los intereses de estos ante la corona los peninsulares, los indios, o
contra quien se inter pusiera en el camino de la empresa colonial. En estos
afanes, los criollos crearon conflictos y libraron batallas ideológicas políticas
económicas, y otras de diverso género. En el campo intelectual por ejemplo,
sus contribuciones fueron extraordinarias, aunque sus objetivos no siempre
quedaron explícitos. Además de La Recordación Florida de Fuentes y Guzmán,
debe abonárseles la Crónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de
Guatemala, de Francisco Vázquez, la valiosísima y extensa obra
historiográfica y lingüística de Francisco Ximenez, aun cuando este era
español; la creación literaria de Rafael Landivar; la apertura intelectual ante los
aires renovados de la Ilustración ; la fundación de la sociedad Económica de
Amigos del País que también tenían elementos españoles; la fundación de la
Universidad de San Carlos , en 1861; el impulso al periodismo anterior a la
Independencia , etcétera . La culminación del papel de los criollos, como grupo
social fue la Independencia del Reino de Guatemala, proclamada el 15 de
septiembre de 1821. ESTRATIFICACION SOCIAL Durante la colonia de, los
grupos y las personas ocupaban determinadas posiciones jerárquicas que, en
general, se determinaban por razones políticas económicas raciales y de
prestigio social. Para designar a esos distintos niveles se han usado términos
como los de capas, estamento, estratos, clases, etcétera. Entre los especialista
existe todavía mucha discusión sobre cual pudiera ser el termino mas propio
para llamar a los distintos segmentos de la sociedad colonial. Sin embargo, el
caso es que tales divisiones existían de hecho y que, en general, así como
producían relaciones de cooperación entre los grupos y personas que
jerárquicamente ubicados, integraban la sociedad colonial, se manifestaban
situaciones de oposición, de pugna y aun de conflicto permanente. Las fuerzas
centrifugas prevalecía, a veces, sobre las que unían a los distintos sectores
(fuerzas centrípetas), a si se explica el estallido de motines rebeliones
allanamiento, e incluso movimientos como la propia Independencia. La
sociedad colonia, sin embargo, permaneció como una unidad política a lo largo
de tres siglos, aun cuando aquellos divisionismos reflejaban problemas
objetivos, como el poder político local o regional, la discriminación sociocultural,
la explotación económica la represión abierta o embozada, y también, por otro
lado, la resistencia pacífica, violenta y disimulada, de los indios. En los estudios
de las estratificaciones en Hispanoamérica se han utilizado de modo común,
tres categorías no necesariamente incluyentes, a saber: estamentos, una
categoría, de origen medieval que funcionaba en España. Los tres estamentos
que se reconocían en Europa eran la nobleza el clero y el estado llano a cada
uno de los cuales se asignaban fueros (leyes), privilegios y obligaciones
diferentes. El sistema estamental no funciono del todo en América, por varias
razones; por ejemplo la Corona trató que en los territorios colonizados no se
desarrollara no aceptaron a ser ubicados en el estado llano, y, finalmente, en el
sector colonizado, es decir, entre los propios indígenas, habían también
peculiares categorías como los de caciques o Señores maceguales o gente
común, esclavos y siervos. Por otra parte, en determinados contextos como en
los libros parroquiales de las ciudades ( un ejemplo fue Santiago de Guatemala
) se clasificaban a los pobladores así: españoles (blancos , de origen europeo
, que incluían a los criollos ); gente ordinaria( mestizos mezclados con negros,
, gente no europea y no indígena); y los indios. Se usaban otros términos que,
igualmente, reflejaban criterios peyorativos o francamente discriminatorios,
como los de gente decente y plebe, es decir personas respetables y conocidas
(españoles e individuos pobres o populacho. Se hablaban también, de gente de
razón, esto es de cultura occidental prehispánica. Desde el punto de vista
fiscal, los hombres estaban separados en tributos y no tributarios. Finalmente,
las personas se dividían en términos de raza y de casta. El término mestizo se
utilizo para referirse a los descendientes de indios y españoles, así como el de
casta para aludir a quienes tenían mezcla de negro aunque posteriormente se
amplió el significado de la segunda palabra indicada. En los primeros años de
la colonia , como en toda Hispanoamérica , existió una especie de :
pigmentocracia , es decir un sistema de estratificación basado en color de la
piel, y en el que los blancos ocupaban el nivel superior y los negros e indios ,
las posiciones inferiores ; sin embargo en el siglo XVII , cuando los españoles
se habían mezclado con los otros grupos , se desarrollaron las clases sociales
económicas sin perder su trasfondo pigmentocratico . Durante el siglo XVI los
españoles ocupan la cúspide de la pirámide estratigráfica, la inmensa mayoría
india se situaba en un lugar intermedio y los esclavos africanos se ubicaban en
la base. En los primeros años, los españoles se distinguían por el hecho de
haber nacido en España o en las Indias (criollos) así como por haber o no
recibido las rentas diversas, tales como esclavos, encomiendas, ayudas de
costas, cargos en el ayuntamiento, etcétera. Los indígenas
tenían sus propias diferencias de posición a las que ya se aludió antes, y los
africanos se diferenciaban por su calidad de esclavos o manumitidos. Este
cargo sin embargo, como ya se indico oportunamente, se complico con el
surgimiento de las mezclas. Al principio los españoles trataron de vivir sus
rentas coloniales, (encomiendas, ayudas de costa), ya que asignaban un
carácter servil al trabajo directo. Se consideraban Señores al servicio del Rey,
pese a los orígenes realmente humildes de muchos de ellos, los pocos que se
dedicaron a los oficios artesanales fueron relegados a una oposición inferior,
aunque, rápidamente ellos no solo sacaron provecho de la urgente demanda
de sus servicios, sino que también pretendieron que se les reconociera también
posiciones privilegiadas. Estas pretensiones empero, se redujeron cuando los
oficios artesanales comenzaron a practicarse, así mismo, por mestizos y
mulatos. A fines del siglo XVI surgió un grupo importante grupo de prósperos
comerciantes, cuyos miembros ocuparon cargos importantes y acumularon
apreciables fortunas. Estos y, en general quienes constituían la elite, tanto en
Santiago como en otras ciudades principales del Reino, sintieron amenazada
su posición social con la llegada , desde España de los altos funcionarios
designados por la Corona y otros peninsulares que prosperaban. Los
integrantes de esta nueva ola migratoria en unos casos asumieron los espacios
altos determinados por la riqueza y, en otros se casaron con hijas de las
antiguas familias radicadas en los centros urbanos. Todos estos nuevos ricos
afirmaron su poder con los cargos que se le atribuyeron a su poder en el
cabildo, y construyeron un grupo abierto, del que participaban peninsulares
(españoles nacidos en España) y criollos. De esta manera ocasionalmente los
peninsulares dominaron el ayuntamiento en tanto que los criollos viejos perdían
riqueza y también poder político. En el siglo XVIII se distinguían tres grupos en
el sector de la elite: los criollos o antiguamente beneméritos, los criollos en
transición y los recién llegados de Europa. Los primeros eran descendientes de
los antiguos conquistadores y colonizadores, los segundos provenían de
criollos viejos; y los últimos eran adultos nacidos en España u otro país del
exterior y de reciente ingreso a Guatemala. Estos últimos dominaron el
comercio y el ayuntamiento de Santiago, durante toda aquella centuria. Ocurría
con ellos, sin embargo, que pronto se “criollizaban“, ya que respondían, casi de
inmediato, de intereses y criterios de tipo local, que a los de España o a los de
aquellos lugares de donde procedían. No todos los españoles por lo tanto
conformaban la elite, los había también pobres o intermedios, más bien
proclives al descenso social, aunque ellos también se empeñaban en mantener
la tez blanca y atender cualquier posibilidad de una movilidad ascendente.

ESTRATIFICACION EN EL SIGLO XVIII El ordenamiento jerárquico de la


sociedad no presentaba ya el carácter trirracial o multirracial que lo distinguió
en la época que siguió a la Conquista. El mestizaje efectivamente, había
debilitado a la diferenciación basada en los fenotipos. El poder seguía en las
manos de los europeos en tanto que la gran mayoría indígena mantenía un
carácter marginal. No obstante en los centros urbanos, en las haciendas en las
zonas productivas en fin, se incrementaba el grupo poblacional, mezclado, en
el cual inclusive los criollos se aparecían cada vez más a esa creciente masa
intermedia, mientras tendía a ser absorbido del grupo de origen africano. Es
importante acotar que el sector de los peninsulares de reciente ingreso, unido a
los criollos ricos, no solo incremento sus convenientes alianzas locales , si no
que juntos, tomaron las características de un grupo oligárquico , que alcanzo
las principales posiciones de poder: del gobierno municipal , central, cargos
administrativos regionales, cargos en el Real Consulado de Comercio , la
Universidad, la Iglesia (cabildo eclesiástico clero regular y secular , conventos
de monjas etcétera ) , el propio ejercito . La clase alta capitalina renovada
constantemente casi mediados del siglo XVII y con un poder cada vez mas
consolidado , incluía a las familias nuevas y tradicionales más importantes a las
que en otros sectores sociales principalmente entre los de poder intermedio ,
se les comenzó a llamar con el solo nombre distintivo de las “familias” allí
figuraban apellidos de “altos vuelos” o de un estirpe no siempre tan “rancia”
como se pretendía : Álvarez de las Asturias Arrivillaga, Batres( o González
Batres ), Nájera Gálvez, Montufar, Oyarzabal Rubio, etcétera . Otras de las
familias que llegaron después siglo XVIII, pero que integraron también aquel
famoso grupo Aycinena, Barrundía, Barrutia, Beltranena, Juarros, Larrave ,
Lara, Marticolena, Micheo, Palomo, Pavon , Peynado, Piñol Rodriguez , Romá,
Urruela, Irrisari, Landivar, Larrazabal. Casi todas por varias generaciones, se
mantuvieron vinculadas al comercio de importación, y exportación a la gran
actividad agropecuaria, al poder en una palabra. El terreno de 1773 y el
traslado de la capital al Valle de la Ermita, afectaron drásticamente la posición
privilegiada de aquellos núcleos familiares, hasta el punto en que se resistían a
abandonar a Santiago no tanto por razones sentimentales u otras, cuantos por
motivos económicos. La instalación de la nueva capital del Reino permitió la
emergencia de una nueva elite, en lo que figuraban algunos de la anterior, pero
a los que se incorporaron otros más. Varios autores como Severo Martínez
Peláez por ejemplo, explicaron el cuadro de la estratificación social de la
Colonia, basados en el criterio materialista de las clases sociales, las cuales se
definen en función de la propiedad de los medios de producción, lo que origina
la explotación de una clase por otra así como la prolongada lucha entre ellas.
Según este esquema teórico, los españoles y criollos conformaron una clase
social explotada. Aparte de este se conocen otros modelos analíticos, en los
que se otorga más fuerza explicativa a otros factores diferentes, como el origen
étnico, el lugar de residencia, la educación, que, solos o en forma
complementaria, contribuyeron a delimitar y a definir los grupos jerárquicos que
integraban la sociedad colonial.

LAS CLASES Y LA INDEPENDENCIA Tal como se indica en el capitulo , sobre


la independencia , es indudable que la división que mostraba la sociedad
colonial, aun a principios del siglo XIX , que era igual casi a la descrita en las
líneas anteriores, incidió de manera decisiva en el proceso emancipador que
prácticamente , culmino el 15 de septiembre de 1821. La clase alta, subdividida
en sus propios segmentos actuó, respecto a la independencia, según su
posición estructural y sus particulares intereses. El estrato alto parecido, que,
sus propias características, se había formado también las provincias (El
Salvador, Nicaragua, Honduras y, asimismo, en Costa Rica), aspiraba a
emanciparse no solo de España, sino, además de la tiranía de la ciudad de
Guatemala. Un sector medio integrado por profesionales, intelectuales, algunos
literatos, personas de media fortuna, al que eventualmente apoyaron varios
individuos de segunda clase, o pardos, (ladinos de ascendencia negra),
artesanos agricultores y tratantes, artistas y varios religiosos, simpatizaban
asimismo, con el movimiento independista, aunque desde perspectivas y con
objetivos no del todo homogéneos. En cuanto a participación de los indios en el
proceso de la Independencia, o bien, en cuanto a la concepción que de esta
tenia dicho sector, existen interpretaciones diversas. En unas se niegan aquella
participación y en otras se convalida con argumentos particulares; del mismo
modo, se señala una supuesta concepción de la Independencia, por los
indígenas, en un contexto relativo, como igualmente se le niega por completo.
La cultura y sus instituciones La cultura es un concepto antropológico que ha
sido descrito como un todo complejo que comprende importantes
manifestaciones de la calidad humana, tales como la religión, el derecho, la
educación (formal e informal), el lenguaje, la mitología, las costumbres e ideas,
todas las artes, y otros muchos hábitos que el hombre adquiere como miembro
de una sociedad. En una corriente más moderna de la Antropología, la ciencia
que fundamentalmente se refiere al hombre, se define a la cultura como el
conjunto de los grandes sistemas de símbolos y sus consiguientes significados,
en función de los cuales se orientan todas las relaciones entre los hombres, las
que se refieren a la comunicación directa, como las que conciernen al poder, a
la producción, a la explicación de fenómenos conocidos y desconocidos, a la
conducta, a las manifestaciones creativas o espirituales, y a otras igualmente
fundamentales. En este sentido, todas las sociedades, de todas las épocas,
tienen su propia cultura, la cual varía, de manera permanente, a lo largo del
tiempo y de acuerdo con la manera en la que se combinan los distintos factores
que intervienen en los procesos evolutivos del hombre; por ejemplo, el
ambiente natural, la economía, la organización social, la ideología, el mismo
hombre como entidad biológica, la tecnología, y otros. A sabiendas de que la
cultura es un campo vasto y complejo, y que estas características las adquiere
de la propia naturaleza del hombre, en el presente capítulo, y en relación con la
sociedad guatemalteca de la Colonia, sólo se abordarán algunos fenómenos
socioculturales específicos, tales como la religión, la educación, el lenguaje y
las principales manifestaciones del arte colonial. La Religión y la Iglesia
Católica Por razones a las que ya se ha aludido oportunamente, la
evangelización constituyó una columna central en la gran empresa de la
conquista y la colonización del Nuevo Mundo y, por ende, de lo que fue el
Reino de Guatemala Constituyó, por lo tanto, un elemento que condicionó los
procesos históricos de la época. Uno de los objetivos esenciales del Estado
español en su relación con el Nuevo Mundo fue el de reemplazar, por el
catolicismo, todas las manifestaciones religiosas prehispánicas, las que frieron
consideradas, de modo consistente, como gentiles, herejes, paganas, y aun
diabólicas o satánicas. La sustitución de los esquemas religiosos implicó,
necesariamente, no sólo la imposición de nuevas creencias, valores e ideas,
sino, además, la de nuevas formas de conducta y actitudes diferentes frente a
los otros hombres, en casi todos los órdenes de la vida. Esta enorme tarea se
encomendó, como no podía ser de otra manera en la época, a la Iglesia
Católica. Esta se convirtió, por lo tanto, en lo que alguna literatura
especializada llama un "fenómeno social total", es decir, una expresión de la
naturaleza humana en todos sus ámbitos interrelacionados: sociales,
propiamente dichos; culturales, económicos, políticos, educativos, artísticos,
etcétera. Por ejemplo, por medio de las Bulas Inter-caeteras, el Papa español
Alejandro VI, declaró a los Reyes Católicos "señores de estos territorios, con
plena, libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción" para cristianizar a
los indios. De inmediato surgió una pregunta pertinente: ¿implicaba aquella
declaración el reconocimiento de] dominio político y el derecho de conquista
sobre los indígenas? Hubo personajes, con la necesaria autoridad política o
académica, que contestaron afirmativamente aquella pregunta, como el jurista
Juan Ginés de Sepúlveda, por ejemplo; pero hubo otros, de iguales rangos,
que negaban al Papa tales potestades y que, inclusive, sostenían que la
evangelización y la conquista eran conceptos antitéticos; tal era el caso de Fray
Bartolomé de Las Gasas. La discusión no interrumpió el proceso de la
conquista de manera alguna, pero tuvo efectos duraderos que, eventualmente,
se tradujeron en instrumentos jurídicos trascendentes, como las famosas Leyes
Nuevas de 1542. Al final de cuentas, el Papado reconoció a la Corona
española lo que se llamó el "gobierno espiritual" de las Indias. Ello implicaba
obligaciones, derechos y privilegios, como los siguientes: enviar misioneros,
percibir "beneficios eclesiásticos" (de carácter económico), el cobro del diezmo,
participar en la fundación y deslinde de las diócesis, establecer hospitales,
cofradías, conventos, obras pías, así como vigilar la conducta de los curas
doctrineros, velar por la pureza de la fe católica y defender las costumbres
cristianas y la administración de los sacramentos. A todo ello se agregaba el
denominado Patronato Real, que era el derecho que el Papa delegó en el Rey
de España, para designar a todo el personal eclesiástico y para recaudar y
administrar el diezmo, en las tierras recién descubiertas. Las concesiones
enumeradas tenían, sin duda alguna, connotaciones políticas, ideológicas,
económicas, sociales estrictamente, y de otros muchos órdenes; como, en
efecto, lo demostraron los hechos asociados al proceso general de la conquista
y de la colonización. La Evangelización El fenómeno específico de la
evangelización observó etapas bien definidas. Primero, una desorganización
inicial, que se prolongó hasta 1519; después, el período de las grandes
misiones que se extendió de 1519 a 1560, en el cual se consolidaron las
estructuras eclesiásticas y fue más intensa la conversión de los indios; y,
finalmente, la etapa de la "criollización" de la Iglesia, comprendida de 1620 a
1700, y en la que se debilitó la tarea evangelizado. El esquema anterior, que se
refiere a toda Hispanoamérica, se aplica de modo riguroso al Reino de
Guatemala, quizás con la única salvedad de que los mencionados límites
cronológicos no resultan del todo homogéneos para todas las provincias de lo
que actualmente es la América Central. Por otra parte, el mencionado esquema
se afirmó durante todo el siglo XVIJ, hasta cuando se produjo la irrupción de los
criollos en las jerarquías eclesiales, y el posterior decaimiento del trabajo
misionero. Los grandes evangelizadores La extraordinaria tarea que representó
la evangelización en América fue confiada, por los Reyes Católicos, a religiosos
de origen español; en especial, a las Órdenes de los franciscanos, dominicos y,
en menor medida, a las de los mercedarios y agustinos, así como, más
tardíamente, al clero secular. Los jesuitas se incorporaron a dicho trabajo en
1560, pero, salvo en los que hoy es Paraguay, no se dedicaron a la verdadera
labor misionera. Todos los gastos de las expediciones religiosas eran
sufragados por la Corona, lo cual implicaba considerables sumas de dinero,
puesto que, sólo durante los siglos XVI y XVII, llegaron a las Indias no menos
de 9,232 misioneros, más otros sacerdotes que tenían tal calidad
evangelizadora. Los primeros que arribaron a América Central, en número
aproximado de 625, lo hicieron en 39 expediciones efectuadas en el siglo XVI.
Durante la siguiente centuria, los misioneros residentes en el Reino de
Guatemala se aproximaban al millar, ya algunos ordenados localmente. El
personal dedicado a las misiones se distribuyó de la siguiente manera: los
franciscanos, quienes constituían una mayoría, cubrían parte de los actuales
territorios de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica; los
dominicos se asentaron en Chiapas, Soconusco, el valle de Santiago de
Guatemala, Verapaz, Sacatepéquez, Chimaltenango, Sololá, Quetzaltenango,
Suchitepéquez y Escuintla, así como en El Salvador; los mercedarios se
radicaron en Huehuetenango, San Marcos, San Juan Ostuncalco, y parte de
Honduras y Nicaragua. El clero secular atendió el sector oriental, Sonsonate y
San Salvador, aunque en estos dos últimos lugares había también dominicos y
franciscanos. A propósito, el clero secular era criticado no sólo por ineficiente,
sino porque se interesaba más en sus negocios personales y granjerías que en
el cuidado de los indios. Métodos evangelizadores Los misioneros trataron de
separar sus acciones de las que eran propias de los conquistadores, pero, en
general, la conversión de los indios se hacía en el marco de un declarado
dominio político y de la explotación económica de estos últimos. Entre los
procedimientos más comunes utilizados en las tareas de la evangelización
sobresalían las llamadas normas pragmáticas, o de conducta manifiesta; la
elaboración de catecismos y aun de tratados sobre la cultura de los indígenas;
las obras y ejemplos recomendables, el amor, la proscripción de los abusos
contra los nativos, etcétera. Sin embargo, la aplicación de estos métodos, en
gran medida, quedó en el plano idealista o de la mera teoría. La cultura
indígena estaba impregnada de una gran religiosidad y, por ello, los misioneros
utilizaron un sistema de "tabla rasa", el cual consistía en tratar de extirpar de
raíz las creencias, concepciones diversas, prácticas y costumbres contrarias al
cristianismo. A ello es necesario agregar que la labor inicial de evangelización,
asignada específicamente a los encomenderos, no sólo resultó relativamente
ineficaz, sino aun contraproducente, por el temor o el odio que casi todos ellos
inspiraban a los nativos. El argumento contra la idolatría, por otra parte, en
muchas ocasiones sólo servía como pretexto para cometer o apañar injusticias.
La tarea de estudiar la cultura indígena, asimismo, implicaba insalvables
problemas de interpretación o de traducción. Es un hecho anecdótico, pero
históricamente cierto, por ejemplo, la agria disputa que, entre dominicos y
franciscanos, suscitó la publicación de la obra Doctrina Cristiana en Lengua,
Guatemalteca (Kakchiquel) escrita en el segundo cuarto del siglo XVI, pero que
se usaba todavía, con propósitos de evangelización, en 1700. En relación con
dicha obra, los franciscanos exigían que se usara la palabra Dios
obligadamente, puesto que se carecía de equivalentes semánticos aceptables
en aquélla y en las otras lenguas indígenas. Los dominicos, en cambio,
abogaban porque se utilizara el término nativo Cavobil, cuyo significado era
parecido al del vocablo de los cristianos. La controversia se resolvió, en 1551,
en favor de los franciscanos. Otros procedimientos utilizados en la conversión
de los indios fueron las misas oficiadas especialmente para niños y cofrades,
las oraciones, los cánticos, la memorización del catecismo, las fiestas,
novenas, procesiones, etcétera, para todo lo cual se disponía de los fiscales
indígenas, que eran una especie de asistentes de los clérigos. En el siglo XVI
se escribieron importantes obras sobre las creencias y costumbres de los
indígenas, cuya cultura era preciso conocer, con el ánimo de refutarla y,
consecuentemente, el de eliminarla. En tal contexto, la Corona pidió informes
sobre "las cosas de los indios" y, como resultado, aparecieron tratados como el
titulado Theología Indorum, de Fray Domingo de Vico (escrito en Kakchiquel),
así como la Apologética Historia, de Fray Bartolomé de Las Casas. No obstante
la empeñosa y sistemática labor de evangelización, durante los siglos XVI y
XVII se produjeron muestras diversas de resistencia entre los indígenas, y
rebrotes de su religión tradicional. Entre otras reacciones provocadas por tales
actitudes de los naturales, además de algunos procedimientos típicamente
represivos, en 1643, por ejemplo, en Panajachel se emitió un edicto, por el cual
se ordenaba la castellanización de los apellidos indígenas, por la supuesta
relación que tales apelativos tenían con prácticas idolátricas. En 1667 y 1668,
asimismo, se prohibieron las imágenes que se presentaban acompañadas de
animales u otras figuras; por ejemplo, San Jerónimo, San Miguel y San Juan
Bautista. Trato a los indígenas En muchos casos se comprobó que los curas
doctrineros trataban de manera abusiva, e inclusive cruel, a los indígenas. Por
lo tanto, se prohibió que se aplicara a éstos todo tipo de castigos, en especial el
que consistía en azotarlos. Se ordenó, asimismo, que los doctrineros se
conformaran con el cobro del "sínodo real", esto es, el salario que les estaba
asignado, y que no exigieran otras ayudas o donaciones. En la práctica, sin
embargo, los curas se mantuvieron aferrados a la práctica de pedir "raciones a
los indios, además de servicios personales u otras contribuciones materiales. A
tal punto persistían dichas exacciones que, por fin, fueron objeto de una
especial tasación por las autoridades reales. Algunos de los párrocos, de
manera desmedida, solían cometer otras acciones ilegítimas e indecorosas,
como las de vender mercaderías a los indígenas, a precios elevados; obligarlos
a cuidar ganado o a prestar otros servicios sin remuneración alguna. Estos
abusos, más frecuentemente cometidos por los seculares que por los religiosos
(miembros de las Órdenes establecidas), fueron condenados inclusive por el
propio Obispo Francisco Marroquín. Por supuesto, no faltaba quien negara la
verdad de las respectivas acusaciones, como lo hizo, en 1687, el Obispo de
entonces, Fray Andrés de las Navas y Quevedo: "... y aunque juzguen otra
cósalos apasionados, lo que yo sé es que todos los curas de este obispado les
son a los indios como padre y madre, y que si riñen con ellos es sólo porque
faltan a la Doctrina, Misa y Confesión, y de las raciones que reciben dan de
comer a los pobres y ancianos, y tienen a su costo boticas para proveerles de
medicinas"". Los atropellos y vejaciones, de los cuales se conocen suficientes
constancias documentales, se cometieron por los españoles de todas las
clases y posiciones, inclusive por autoridades civiles y miembros del clero, pero
sería injusto dejar de reconocer que, en la medida y forma que fueren, la Iglesia
también fue un contrapeso respecto de las acciones ilícitas de muchos
españoles. Organización de la Iglesia Además de sus niveles estrictamente
simbólicos, relacionados con el cúmulo de sus mitos, creencias, normas,
imágenes, expresiones artísticas, formas de conducta, etcétera, la Iglesia
Católica tenia, bien definido, su propio esquema de organización. En la cúspide
de su estructura jerárquica estaba, por supuesto, el Sumo Pontífice y después,
por lo menos en relación con el proceso evangelizador en América, figuraban
los obispos, directores responsables de todas las diócesis que se formaron,
sobre todo, en el siglo XVI. Precisamente, la organización de dichas diócesis,
que no eran sino los ámbito» territoriales en los que funcionaban varias
parroquias; y, además, el nombramiento de los obispos encargados de ellas,
constituyeron las primeras preocupaciones de las autoridades superiores de la
Iglesia. En ello, sin embargo, tuvo una directa participación la Corona española,
en virtud del Patronato Real. En el procedimiento de designación de los
obispos, el Consejo de Indias constituía una primera instancia en el
reconocimiento de los candidatos, los que el Rey proponía después al Papa,
para la convalidación del nombramiento oficial. Mediante el envío anticipado de
los obispos a las que serían sus sedes en América, y merced a otros
procedimientos semejantes, la Corona obtenía del Papado, los nombramientos
deseados. El siglo XVI fue la época en la que se crearon más obispados en
América, y éstos, en su mayoría, estaban bajo el control de las Órdenes
religiosas, aunque ya en el siglo XVII la mitad de los obispos pertenecía al clero
secular. En el tercer decenio del siglo XVI se crearon diócesis en Comayagua
(Honduras), Guatemala, Ciudad Real (Chiapas) y, pocos años después (1559),
en la Verapaz. Cada una de ellas tuvo, con algunos cambios, sus propios
límites geográficos. El obispado de Guatemala comprendía todas las
parroquias del actual territorio de este país (excepto las de Peten, que
dependían de la diócesis de Mérida) y de El Salvador. Cabildos eclesiásticos
Estos constituían un cuerpo de asesoría en el gobierno de la diócesis y
actuaban en la Catedral. Sus funciones principales consistían en atender el
culto en dicho templo, aconsejar al obispo, nombrar al "vicario capitular", es
decir, la persona que ocupaba el cargo que, por cualquier razón, dejara
vacante un obispo. El Cabildo Catedralicio, como también se llamaba, tenía, en
el caso de Guatemala, cinco cargos a los que se denominaba "dignidades"
(deán, arcediano, chantre, maestrescuela y tesorero); además, 10 canónigos,
10 capellanes, seis acólitos, y otros puestos menores. Gozaba, por otra parte,
de rentas precisas, provenientes del diezmo, para promover el culto en la
Catedral. Algunos de los obispos más famosos, de cuantos presidieron el
Cabildo de Guatemala, fueron Francisco Marroquín, quien ejerció un fecundo
pontificado durante 29 años, hasta su muerte, ocurrida el 1 de abril de 1563;
Bernardino de Villalpando, un controversial prelado que provocó conflictos y
enfrentamientos entre el propio personal eclesiástico; y Juan Ramírez,
dominico, quien se distinguió por una permanente lucha en favor de los indios.
Francisco Marroquín, el más célebre de los tres obispos citados, ejerció la
gobernación de Guatemala antes del establecimiento de la Audiencia y de la
promulgación de las Leyes Nuevas. No obstante las difíciles circunstancias en
las que le tocó actuar, desarrolló una extraordinaria labor en distintos sentidos:
se esforzó por traer muchos religiosos y clérigos seculares, a quienes
distribuyó por todo el obispado; ordenó la vida eclesial, instaló el cabildo
diocesano, promovió la edificación del hospital de Santiago para los españoles
residentes, fundó un colegio para niñas huérfanas, estableció escuelas de
primeras letras, legó una suma importante de dinero y unas tierras de su
propiedad para la organización del Colegio de Santo Tomás, el cual estaba
destinado a ser un centro de estudios superiores; y pidió a la Corona la
fundación de una universidad. Además de todo ello, luchó por reformar al clero
de manera positiva y por incentivar la evangelización en todos sus aspectos.
Estudió y aprendió varias lenguas indígenas, e hizo publicar un catecismo en
Kakchiquel. Apoyó, asimismo, el trabajo de todos los religiosos y, en cuanto a
la Aplicación de las Leyes Nuevas, las que tanto revuelo causaron en la
sociedad colonial de la época, adoptó una posición de cautela, ya que se
inclinaba por la vigencia escalonada de dicho cuerpo jurídico. Esta ultima
actitud, criticada por unos y elogiada por otros, era ciertamente diferente de la
que, sobre el mismo problema, mantenía el Presidente de la Audiencia, López
de Cerrato, y también la poderosa Orden de los dominicos. Otro de los
prelados que tuvo una destacada actuación en Guatemala fue el agustino Fray
Payo de Rivera (1657-1668), quien se preocupó por la superación moral del
clero; fundó el hospital de San Pedro, destinado a los religiosos enfermos; se
constituyó en defensor de los indios; y, finalmente, como aporte de gran
relevancia, patrocinó la introducción de la imprenta en Guatemala, en 1660.
Doctrinas y parroquias Otro elemento fundamental en la organización de la
Iglesia Católica fueron las parroquias o curatos, equivalentes a demarcaciones
territoriales en las cuales se dividía una diócesis, y a cuyo cuidado se
encontraba un sacerdote o cura párroco. Las que funcionaban en los pueblos
de indios se llamaban "doctrinas", y a quien las administraba se conocía con el
nombre de cura doctrinero. A los sacerdotes que colaboraban, de manera
provisional o permanente, en algunas de dichas unidades, se les denominaba
coadjutores. En general, las parroquias de españoles o de mestizos se
adjudicaron al clero secular, en tanto que, en su mayoría, las doctrinas, durante
los siglos XVI y XVII, fueron administradas por "religiosos", es decir, por
miembros de cualquiera de las Órdenes mendicantes establecidas en el
territorio que comprendía el Reino de Guatemala. Los últimos, precisamente,
comenzaron a organizar las reducciones, llamadas también "congregaciones",
pueblos de indios o “misiones” de las cuales, con el tiempo, fueron desplazados
por lo0s miembros del clero secular. En 1555, las 95 parroquias que integraban
la diócesis tic Guatemala estaban distribuidos de la siguiente manera: 47
correspondían a los dominicos; 37, a los franciscanos; seis, a los mercedarios,
y cinco eran administrados por seculares. Durante la segunda mitad del siglo
XVII se podía observar que los religiosos predominaban en las parroquias de
Occidente, mientras que los seculares prevalecían en la parte oriental del país.
Los indígenas feligreses mayores de edad y cabezas de familia de una
parroquia o de una doctrina, comúnmente, se identificaban por su calidad de
tributarios, lo cual conllevaba una relación de carácter social y económico, que
implicaba al personal eclesiástico. Las siguientes cifras, correspondientes a
alrededor de 1575, por lo tanto, resultan bastante significativas: los dominicos
tenían a su cargo 13,364 tributarios; los franciscanos, 10,273; los mercedarios,
5,500; y al clero secular correspondían 25,781 feligreses indígenas. Tales
datos indican el poder económico de los distintos sectores religiosos, y la
correlación, en esa época, de dichos grupos. Órdenes religiosas A estas
categorías estructurales de la Iglesia Católica se les define como agrupaciones
de cristianos, quienes han decidido dedicarse al estado religioso, los cuales
viven de manera comunitaria, casi siempre en conventos, bajo la autoridad de
sus superiores internos. Sus integrantes han profesado votos de castidad,
pobreza y obediencia, y se someten a reglas o constituciones, calcadas en el
pensamiento de una figura relevante que determinó la fundación y la
organización del grupo. Junto a las Órdenes masculinas mendicantes, que
combinaban la clausura con el apostolado fuera de los conventos, existían las
de estricta clausura, las cuales estaban integradas exclusivamente por mujeres
(concepcionistas, clarisas, capuchinas, jerónimas, agustinas, dominicas y
otras). En estas últimas ingresaban, en forma mayoritaria, las hijas de familias
españolas que no tenían la perspectiva de un matrimonio digno de su clase, o
bien, mujeres jóvenes interesadas en vivir un modelo de perfección cristiana. El
ingreso en el convento de casi todas las Órdenes de mujeres requería el pago
de una dote, lo cual excluía de tal opción a las indígenas o a las hijas de
españoles pobres. No obstante, y con el objeto de atenuar los criterios
selectivos aludidos, también se organizaron los llamados "beateríos", que eran
congregaciones ubicadas en diferentes ciudades o villas de españoles y, en
casos excepcionales, integradas sólo por indígenas. Inicialmente, hubo
reticencias para admitir a los criollos, sobre todo en algunas de las
congregaciones mencionadas, por ejemplo, en la Compañía de Jesús, no así
en las Órdenes de los mercedarios y de los dominicos. Al cabo de pocos años,
el segmento social de los criollos aumentó de manera considerable, e inclusive
llegó a participar en la administración y control de las referidas entidades
eclesiásticas. Los franciscanos. Los primeros de estos religiosos, en una
cantidad reducida, llegaron en 1540, pero la Orden se asentó formalmente, en
1565, en la que denominaron Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de
Guatemala. Fundaron conventos, además de en Santiago de Guatemala, en
San Salvador, Sonsonate, San Miguel, Chiapas, y posteriormente en
Nicaragua, Honduras y Costa Rica. En 1566, en su primer "capítulo provincial"
(una especie de reunión general de los miembros de la Orden) aprobaron
normas como las siguientes: exclusión de menores de 18 años; vida de
pobreza en los conventos e iglesias; vivir únicamente de limosnas; no pedir a
los indígenas más de lo indispensable para su subsistencia; caminar a pie y
descalzos; utilizar los mismos trastos y enseres que los indígenas; y otras
disposiciones parecidas. En 1586, había 20 franciscanos en el convento de
Santiago de Guatemala y, en 1600, en otros tantos distribuidos en la diócesis
del Reino, vivía un total de 80 religiosos. En 1690, disponían de 33 conventos y
más de 180 religiosos. Diez años más tarde (1700), los frailes sumaban más de
dos centenares, instalados en 35 conventos, en los que había una clara
predominancia de criollos. Su formación eclesiástica, que incluía estudios
superiores en Artes y Teología, la adquirían en el Convento de San Francisco.
Dominicos. Esta Orden apenas tenía unos 16 miembros en 1574. Pero
experimentaron un crecimiento acelerado, hasta fundar lo que denominaron la
Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala. En la segunda mitad del
siglo XVI tenían 12 conventos, con 82 religiosos. El convento de Santo
Domingo funcionaba como la sede principal de dicha provincia, y allí se
albergaba el correspondiente noviciado y se desarrollaba el programa de
estudios que requería la formación de los miembros de dicho grupo monástico.
En el convento mencionado de la capital del Reino, vivían alrededor de 40
religiosos. Los dominicos desempeñaron un papel decisivo en muchos
aspectos del desarrollo de la sociedad colonial. En 1550, por ejemplo, libraron
acres enfrentamientos con los franciscanos, con quienes se disputaban el
reclutamiento de nuevos religiosos, pero, además, y fundamentalmente, por
hondas discrepancias en cuanto a los procedimientos que utilizaban ambas
Órdenes respecto del tratamiento que era aconsejable aplicar a los indígenas.
El Obispo Marroquín, precisamente por tales pugnas, amenazó con expulsar a
los miembros de las dos Órdenes y sustituirlos por clérigos seculares. En los
primeros años de su funcionamiento en el Reino, la Orden de los dominicos
puso obstáculos para los aspirantes criollos, pero, en 1615, estos últimos
constituían ya una apreciable mayoría. Alrededor de 1612, los dominicos tenían
cinco conventos y 55 religiosos; y en 1700, estos últimos ya sumaban 170,
aproximadamente. Entre sus más connotados representantes figuran sus
propios famosos cronistas, Antonio de Remesal y Francisco Ximénez; además,
el antecesor de éstos y principal dirigente de la Orden, Bartolomé de Las
Casas; y también Luis de Cáncer y otros que compartieron con estos dos
últimos la conquista pacífica de las Verapaces. Mercedarios. Alrededor de 1537
fundaron sus primeros dos conventos en Guatemala y Ciudad Real. En 1597
poseían casas en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Chiapas. En 1689, esta
orden tenía cerca de un centenar de religiosos. Los mercedarios fueron objeto
de muchas críticas, inclusive del propio Obispo Marroquín, por su falta de
formación, su escaso espíritu religioso y hasta por una supuesta condición de
entrometidos y mujeriegos. El convento de La Merced, en la ciudad de
Guatemala, así como la iglesia contigua, llegaron a acumular una extraordinaria
riqueza en imágenes y objetos de culto. Jesuitas. En cantidades menores, los
miembros de esta famosa Orden comenzaron a llegar en 1582, Fundaron el
Colegio de San Lucas, primero; y, después, el Colegio San Francisco de Borja;
este último en el siglo XVII. Se dedicaron, casi exclusivamente, a las tareas de
la educación, de las cuales se favorecieron clérigos, regulares como seculares,
así como también laicos. Se les encomendó, asimismo, la dirección del
Seminario, constituido para la formación del clero secular. Los agustinos fueron
otros religiosos que, como los jesuitas, se dedicaron al culto en sus iglesias,
mas no a la evangelización de los indios. En 1664 se instauró en Santiago la
Escuela de Cristo, a través de la Congregación de Felipe Neri, una institución
destinada a la perfección cristiana de sus miembros y del clero secular. La
orden belemnita fue establecida en Santiago, como resultado de la labor del
Hermano Pedro de Bethancourt, declarado beato en 1982, El Hermano Pedro
se dedicó a recoger enfermos y a enseñar letras y doctrinas a niños de la
ciudad capital. De esta manera, nació el Hospital de Belem, que, en 1672,
recibió la aprobación real. En torno de este establecimiento se formó una
pequeña comunidad que vivía de limosnas, bajo las reglas de la Tercera Orden
de San Francisco. El Hermano Pedro murió en 1667, y le sucedió, en su labor
religiosa, el Hermano Rodrigo de la Cruz, antiguo gobernador de Costa Rica y
Marqués de Talamanca, quien organizó, finalmente, la Congregación
Belemítica. Esta, que se extendió después a México y Lima, fue, por mucho
tiempo, la única congregación fundada en América. Conventos de religiosas
Con el objeto de atender a la formación religiosa y, en general, a la educación
de las hijas de los conquistadores y de los primeros pobladores, cuya honra
estuviera en peligro o que tuvieran dificultades para casarse dignamente, el
Ayuntamiento de Santiago realizo gestiones, ante la Corona, para que se
fundaran los necesarios establecimientos especializados. De tal manera, en
1579, se fundó el monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de la Orden
Jerónima, organizado por monjas procedentes de México. En el
establecimiento ingresaron jóvenes mujeres de la clase alta de la ciudad, y Jo
hicieron con dotes (en dinero o en bienes) de lo más generosas, por lo que el
monasterio, rápidamente, adquirió un estado floreciente. Desde su fundación
hasta 1600, habían profesado en dicho centro unas 339 monjas. Religiosas de
este monasterio fundaron en 1606 el de Santa Catarina Mártir y en 1610, el de
La Encarnación, en Ciudad Real de Chiapas. En 1667 se estableció el
convento de Santa Teresa; el de Carmelitas Descalzas, en 1698; el de
Franciscanas clarisas o de Santa Clara, en 1700; y en 1725, el de
Franciscanas Capuchinas. Todos los aludidos eran de absoluta clausura, pero
también desempeñaban funciones educativas dirigidas a niñas de las
respectivas ciudades; los dos primeros, además, admitían un elevado número
de pupilas y sirvientas. En calidad de instituciones separadas se fundaron los
beateríos, que eran centros dedicados a quienes no tenían las calidades
necesarias (principalmente, económicas) para ingresar en los monasterios. Así
se establecieron el beaterío de Santa Catarina de Siena (1580), que después
se llamo Santa Rosa de Lima; el de Belem (1670), que era la rama femenina de
la Congregación Belemítica, y que dirigió un hospital para mujeres; la Escuela
de Cristo tuvo también una rama femenina de la organización del mismo
nombre. El clero secular Se llamaba así al conjunto de clérigos a cuyo cargo
estaba el cuidado de las parroquias, ciertos trabajos en la dirección de las
diócesis, y la integración de los Cabildos Catedralicios. Dependían
directamente de la Corona, en virtud de las normas del Real Patronato. Al
principio llegaron a América en un número importante, pero fueron objeto de
críticas por la escasa formación de muchos de ellos y su dudoso
comportamiento moral. Administraron parroquias de españoles, así como
doctrinas de indios. Principalmente, en cuanto a su trabajo en las últimas, se
les acusa de negociar con productos de la tierra c imponer exacciones ilegales
a los indígenas. Al principio de la época colonial, los seculares eran sacerdotes
llegados de España, pero, paulatinamente, se incorporaron elementos criollos
en cantidades apreciables. Los seculares preferían servir en las ciudades y
villas de españoles, sobre todo en Santiago de Guatemala, donde, durante el
siglo XVI, funcionaron las parroquias más importantes, como las del Sagrario
(originalmente, la parroquial, 1527) San Sebastián (1585), Nuestra Señora de
los Remedios (1594), y más tarde la de Candelaria. Además de éstas, por
supuesto, funcionaba un elevado número de iglesias y ermitas, con sus
respectivos cultos. En la década 1560 se agravó un latente conflicto entre el
clero regular y el secular, los cuales se disputaban la administración de las
parroquias. En el conflicto intervino el Obispado, la Audiencia, los
encomenderos e inclusive el Rey quien, en 1567, desaprobó que el Obispo
quitara doctrinas al clero regular, y ordenó que se devolvieran las doctrinas de
indios que habían estado a su cuidado. Organización Económica de la Iglesia
Las fuentes principales en las que descansaba la Iglesia Católica para su
funcionamiento general, eran las siguientes: salarios reales de los obispos,
curas doctrineros y miembros del Cabildo Eclesiástico; ingresos derivados de la
administración de los sacramentos y de otras actividades religiosas; ofrendas y
limosnas de los fieles; contribuciones forcivoluntarias de los indígenas a los a
los curas, las cuales se llamaban "derramas" en algunos lugares; donaciones
de tierras, hechas tanto por la Corona como por los rieles; fundaciones,
herencias testamentarias y legados sobre determinados bienes. En cuanto al
diezmo, que era un impuesto regulado por medio del Patronato Real,
equivalente a la décima parte del valor de los productos agropecuarios
(labranzas y crianzas), el Rey lo distribuyó, en favor de la Iglesia de las Indias,
de la manera siguiente: una cuarta parte para el Obispado; otra parte igual para
el Cabildo Catedralicio; los dos cuartos restantes se dividían en novenas partes
que, a su vez, se repartían así: dos para el Rey; cuatro para salarios de
doctrineros; y tres para obras de la Iglesia. La mayor parte de los salarios de
los doctrineros se obtenía de los tributos que pagaban los indígenas, y el
número de éstos determinaba el monto de los aludidos emolumentos; por lo
tanto, los curatos más atractivos eran los que rendían una mayor tributación.
Por el compromiso de cristianizar a los indios, la Corona, en general, se
comprometió a pagar precisamente los salarios de obispos y curas, en la forma
antes descrita; a colaborar en la construcción de templos y otros edificios
eclesiásticos; a financiar las expediciones de los misioneros; y a donar tierras a
la Iglesia, así como a las Órdenes religiosas. En un principio se prohibió que
estas organizaciones adquirieran bienes raíces en las Indias. Por lo tanto,
hasta 1570, sus miembros vivían de los salarios, contribuciones, ofrendas y
servicios percibidos en las iglesias de su jurisdicción. En las primeras décadas,
el salario de los doctrineros, pagado indirectamente por los indígenas
tributarios y recolectado por los encomenderos, no llegaba hasta las manos de
los doctrineros, y ello dio lugar a un largo litigio, a cuyo término contribuyó la
coerción ejercida por la Corona, para que los encomenderos cumplieran con
las obligaciones legales a las que estaban sujetos. A finales del siglo XVI, sin
embargo, los religiosos comenzaron a adquirir bienes inmuebles, así en
pueblos de españoles como de indios. Los franciscanos fueron los únicos que
se abstuvieron de hacerlo. Los dominicos, en cambio, desde 1576, adquirieron
tierras y estancias de ganado, a expensas de los indios, numéricamente
diezmados y enfermos, así como cansados pollas exigencias y cargas
económicas que les imponían los conventos y las iglesias. Dichos religiosos
llegaron a poseer tierras de cultivo, haciendas, ingenios de azúcar y de añil,
inclusive una mina de plata, y muchos otros cuantiosos bienes materiales.
Desde la década 1580, los mercedarios imitaron a los dominicos en cuanto a
aumentar sus posesiones de bienes inmuebles. Los jesuitas, a su vez,
básicamente fincaron sus capitales en donativos y rentas, de montos muy
elevados. Otra de las importantes fuentes de ingreso de la Iglesia fueron las
capellanías, las cuales consistían en dinero o propiedades territoriales que los
feligreses ricos (españoles, criollos o indígenas) entregaban a la Iglesia, con el
fin de que ésta ordenara la celebración de misas periódicas, en memoria de las
almas de los donantes fallecidos. Una de las primeras capellanías de que se
tiene noticia fue la de Pedro de Alvarado. Este, en efecto, mandó en su
testamento (hecho por el Obispo Marroquín) que sus indios tributarios
cosecharan cierta cantidad de trigo y de maíz, para mantener dos capellanías
en la Catedral de Santiago, por cada una de las cuales los afectados debían
pagar 127 pesos de oro de minas, cada año. A cambio de ellos, los clérigos
beneficiados quedaban obligados a oficiar misas por las almas del Adelantado
y de su esposa Doña Beatriz, durante determinado tiempo. La organización de
la Iglesia incluía otros muchos órganos o instituciones que promovían la
expansión y consolidación del cristianismo, como los siguientes: Seminarios, o
sea, los centros de formación del clero; Concilios Provinciales, que eran
reuniones de eclesiásticos, presididas por los obispos, en las que se trataban
asuntos relativos a la Organización eclesial y la evangelización; los sínodos,
como se llamaba a las asambleas que los obispos debían celebrar cada año,
de modo obligatorio, para analizar, conjuntamente con el Cabildo Eclesiástico y
los párrocos, los problemas propios de cada diócesis (la periodicidad señalada
no se cumplió por las dificultades para viajar a distancias largas y en caminos
difíciles, por lo que, en Guatemala, apenas se celebraron unos tres, en el siglo
XVI); las visitas pastorales, por las cuales los obispos debían acudir, cada año
y en forma personal, a los curatos de sus diócesis, para supervisar el
funcionamiento de tales unidades evangelizadoras; las cofradías, o
asociaciones de fieles, legalmente constituidas, con finalidades religiosas o
benéficas, que tenían como patrono a un santo o a algunos de los misterios de
fe católica. En Guatemala, cobraron gran importancia por su número elevado,
por la riqueza que acumularon muchas de ellas, pero, sobre todo, por sus
implicaciones culturales y políticas, ya que, en términos generales, se
convirtieron en receptáculos de la cultura tradicional y, por lo tanto, en focos de
resistencia ideológica frente a la dominación colonial. La inquisición Esta
institución, que fue una especie de órgano jurisdiccional para investigar y
castigar los delitos contra la fe cristiana, sólo actuó en la diócesis de
Guatemala por medio de comisarios que dependían del Tribunal de México. De
un total de unos 400 cargos que se plantearon desde Guatemala, sólo unos 40
terminaron en procesos formales, durante los siglos XVI y XVII. Sin embargo,
aproximadamente 85 reos fueron castigados con penas graves; unos 60, con
sanciones leves; y, en un único caso, el reo William Croniels, un irlandés
residente en Sonsonate, fue condenado al patíbulo, en 1575. En otras partes
de América, en cambio, como Perú o Colombia, las actuaciones represivas del
Santo Oficio de la Inquisición fueron despiadadas, rayanas en la crueldad y aun
en el salvajismo. En Yucatán, una parte importante del territorio maya, fue
proverbial, por destructora, la acción inquisidora que, en fecha temprana,
promovió el Obispo Diego de Landa (1524-1579), quien, de modo paradójico,
se convirtió después en un estudioso esmerado de aquella cultura. En 1600, en
la ciudad de Santiago, se hizo famoso el Deán de la Catedral, Eclipse Ruiz del
Corral, por sus rudas actuaciones inquisitoriales. Entre las víctimas de este
figuro el cronista dominico Antonio de Remesal, cuya obra histórica Ríe objeto
de tina arbitraria incautación, por aquel que ha sido llamado el "Deán
turbulento1'. En el siglo.XVIII, la Inquisición empezó a perder poder político,
redujo su actividad y sus medidas fueron menos virulentas. Se abolió, en 1813,
por las Cortes de Cádiz, pero Fernando VII la estableció de nuevo en 1814, sin
que esto tuviera mayores consecuencias visibles en Guatemala. La iglesia de
la etapa posterior En el siglo XVIII, la Iglesia Católica sufrió cambios drásticos,
más bien derivados de dos corrientes de pensamiento que sacudieron
particularmente a Europa, pero cuyas repercusiones se extendieron
ampliamente, El primero de tales fenómenos fue la Ilustración, el movimiento
intelectual en el qué se reconoció la relevancia de la razón en el discernimiento
humano, y en el que, igualmente, se impulsó la ciencia experimental y la
Historia, frente a las antañosas y obsoletas ideas de la Edad Media. El otro
hecho fue el Regalismo, que emergió como un equivalente del despotismo
ilustrado o del absolutismo real. Este movimiento sociopolítico sostenía que la
monarquía era un derecho divino que los reyes representaban una especie de
dioses en la Tierra; y que la autoridad de los monarcas emanaba de Dios y no
del pueblo. Las concesiones papales en relación con América, en
consecuencia, correspondían a los Reyes Católicos, por derecho propio, y no
podían, por lo tanto, discutirse o modificarse. Era atribución del rey, se aducía,
todo lo relativo al gobierno y Administración de la iglesia, excepto los asuntos
dogmaticos y sacramentales, que correspondían al Papa. Aquellos aires
heterodoxos, de racionalismo ilustrado, de exaltación de los poderes
temporales en desmedro de los divinos, se arremolinaron en los caminos
intelectuales y políticos de la vieja España, en la que perduraban, todavía,
algunas de las antiguas ideas medievales. Para colmo, las guerras minaban las
arcas reales, como lo hacia también la necesaria defensa de las posesiones
americanas; y aun las propias reformas, que parecían impostergables, por
atractivas y provechosas, demandaban fondos descomunales. La corona
comprobó que nada podía hacerse en la dirección renovadora, sin contar con la
presencia y la fuerza, casi omnímoda e imponente de la Iglesia. Esta, no solo
estaba metida en las mentes de las multitudes de ambas orillas del Atlántico,
sino en las arcas públicas y en los cofres privados, en los que se guarda el
poder derivado de la riqueza. Se recurrió, entonces, a los bienes eclesiásticos
para enfrentar los gastos as ingente y por otra parte, se introdujo también la
semilla del cambio en los propios surcos de la sagrada institución. No fue poco,
ni desestimable, lo que se consiguió en aquellos afanes novadores que, al final,
algo refrescaron también las naves de los templos, las aulas de los centros de
estudio, as mentalidades conventuales de los viejos clérigos, y hasta los muros
del prejuicio y la ambición de los encomenderos. A partir de 1808, por ejemplo,
una parte de la Iglesia se identifico con la gesta patriótica frente a la invasión
napoleónica en la Península y, por distintas causas, todas vinculadas a la
atmosfera de cambio, los seminarios y conventos casi se vaciaron del todo. Las
Cortes de Cádiz de 1812m en las que la palabra independencia ya no tenia
connotación subversiva tan peligrosa, estuvieron integradas por clérigos, n una
tercer parte de sus diputados, y se plantearon en ella abiertas reformas
liberales. A lo largo del siglo XVIII, los ecos del cambio comenzaron a repercutir
en Guatemala. En 1701, empero, todavía se fundo, en la ciudad de Santiago, el
Colegio de Cristo Crucificado de Propaganda Fide (Convento de la
Recolección), en el cual se prepararon varios franciscanos recoletos que
viajaron, en misiones evangelizadoras, a territorios aun no cristianizados
(Taguzgalpa, en Honduras; Tologalpa, en Costa Rica), donde fundaron
reducciones y hospitales. Asimismo, durante los siglos XVIII y XIX, todavía
arribaron unas 26 expediciones misioneras, integradas por 236 franciscanos y
dominicos. De todas maneras, y a pesar de la fuerza, intelectual y económica
que la Iglesia había acumulado en los tres siglos de la Colonia, la situación
general en ésta comenzó a transformarse, de modo apreciable. La misión
evangelizadora ya no fue tan impetuosa; la labor educativa monopolizada por la
Iglesia, comenzó a debilitarse; y, en general, esta entro en un estado de
estancamiento, que se agudizaba con los años. Las posiciones de disidencia o
de denuncia, en los ámbitos interno y externo de la institución, se sucedían de
modo interrumpido. Se hacían concesiones importantes, que se traducían en la
condena a los malos tratos sufridos por los indios; se prohibieron
reiteradamente, las vejaciones, castigos, contribuciones y servicios que, por
años, habían sobrecargado las espaldas de los nativos. En el primer cuarto del
siglo XVIII, Fray Francisco Ximenez denunció que los clérigos seculares, en la
zona sur, montaban haciendas de años, cacao, ganado y cana de azúcar, en
las que se abuzaba del trabajo de los indios. Los Arzobispos Pedro Cortes y
Larraz enviaron a la corona informes, en los que denunciaban los atropellos
que los alcaldes mayores y corregidores cometían en contra los aborígenes; y
los castigos y vejaciones que estos sufrían a manos de españoles y ladinos, a
veces con la complicidad de los propios alcaldes y principales indígenas. He
aquí parte de los juicios lapidarios de Francos y Monroy. Todas las
irregularidades aludidas se condenaron inclusive en los Apuntamientos sobre la
agricultura y comercio del Reino de Guatemala, el documento que el consulado
de comercio elaboro, en 1810, para que se presentara en las Cortes de Cádiz.
No fue posible, a pesar de todo, aniquilar por completo el poder ideológico y
económico de la iglesia, tal había sido la envergadura y extensión que ese
poder alcanzo en la época inicial de la Colonia. Por muchos años mas, se
conservaron intactos los bienes eclesiásticos, por ejemplo, las grandes
haciendas de los dominicos, como la de San Jerónimo, en Baja Verapaz; La
Chácara, El Rosario y la Labor, en Sacatepéquez; las de Cobán y Santa Cruz
del Quiche, así como el cuantioso patrimonio de los jesuitas, integrado por
rentas de capital, potreros, edificios, medianas y grandes haciendas. Se puede
afirmar que la poderosa influencia de la iglesia no aumento, pero que se
mantuvo relativamente estable durante los siglos XVIII y XIX. La expulsión de
los jesuitas del Reino de Guatemala, el 26 de junio de 1767, en cumplimiento
de la respectiva disposición de la corona, del mismo año; así como la
confiscación de sus bienes, y la forma ignominiosa en que salieron de Santiago
algunos de sus mas eximios representantes, como el poeta Rafael Landivar,
fueron otros factores que contribuyeron al debilitamiento de la entidad, pero
que tampoco determinaron su aniquilación. Esto no se consiguió, ni siquiera,
como resultado del carácter, un tanto mas relajado si no disoluto, como algunos
lo calificaron, del cristianismo criollo, o mediante la pertinaz resistencia
silenciosa, que ha estado presente en la conservación de los idiomas, de
fundamentales elementos religiosos, de normas costumbres y creencias, de
origen prehispánico. Este ultimo fenómeno, que se percibe aun en la
actualidad, pone en tela de juicio una supuesta mezcla indisoluble que, de
modo simplista, ha dado en llamarse Sincretismo Cultural. Finalmente y como
una evidencia mas de los cambios, importantes pero relativos, experimentados
por la Iglesia en la ultima parte de la época colonial, es preciso resaltar el papel
que jugo en el movimiento que culminó en la independencia de Guatemala, el
15 de septiembre de 1821. Aunque el Arzobispo de entonces, Ramón Casaus y
Torres, no fue precisamente partidario de la causa emancipadora, lo fueron
varios clérigos notables y vecinos connotados que profesaban la religión
católica.

EL LENGUAJE EN EL CONTEXTO COLONIAL De igual manera que la religión


en general, o que la Iglesia Católica en particular, constituyen mundos
inconmensurables de símbolos de lo mas diverso (mitos, creencias, imágenes,
ritos, etcétera) así, el lenguaje es también un complejo y vasto sistema de
claves o señales y símbolos, cuyos significados cambian con el tiempo y según
los variables contextos sociales. Los símbolos lingüísticos (pictogramas,
jeroglíficos, letras o morfemas, sonidos o fonemas, giros y freses idiomáticos,
tonos o entonaciones, pero, sobre todo el conjunto de las propias lenguas
maternas, como representaciones genuinas de la identidad cultural) pueden
tener connotaciones cohesivas o disociadoras; de solidaridad o de conflicto; así
en las relaciones interpersonales, como en las que se producen entre grupos o
sociedades internas. Desde el mero comienzo de la conquista del Nuevo
Mundo, por ejemplo, la corona española se planteo una gran interrogante
respecto de la evangelización en especial, pero también en relación con las
otras vías que podían conducir al dominio político, social, económico,
ideológico, de los puebles de las Indias. ¿Qué lengua usar para tales
propósitos: las aborígenes o el castellano? Al principio, la decisión fue facial:
solo el idioma de los cristianos permitía la evangelización y su imposición
facilitaba la tarea de justificar la conquista y la clasificación de las personas, los
grupos, las sociedades y culturas. ¿Cómo explicar por ejemplo, el concepto
teológico de que Dios es uno y trino, en lengua que no fuera el latín o su
derivado el castellano? ¿Cómo justificar la salvación de las almas en una
cultura inferior? Pronto, no obstante, las circunstancias se impusieron. En el
ultimo tercio del siglo XVI ya se habían emitido varias cedulas reales en las que
se ordenaba el aprendizaje de los idiomas nativos, por lo menos entre los curas
destinados a los pueblos de indios. Se crearon las cátedras necesarias en
conventos, Seminarios u otros centros educativos, con resultados que no
siempre fueron tan rápidos y satisfactorios como los que se esperaban. En
cualquier casa. Los esfuerzos tesoneros de los religiosos, principalmente, se
tradujeron en un legado impresionante de vocabularios, gramática, catecismos,
historias, relatos y aun tratados religiosos, todos escritos en las lenguas
nativas. El primer obispo de Guatemala, Francisco Marroquín, aprendió varias
de aquellas lenguas y escribió sobre ellas; y lo propio hicieron muchos clérigos
que explotaron innatas habilidades o dedicaron renovados desempeñar a la
tarea de conseguir iguales propósitos. Ello fue más fácil para el clero regular
que para el secular, puesto que este atendía preferentemente las parroquias de
españoles y mestizos. En los capítulos provinciales celebrados en los siglos
XVI Y XVII, se lamentaba la falta de ministros que hablaron las lenguas
regionales, y se pedía que no se utilizara, en las doctrinas de indios, a quienes
carecieran de tales aptitudes. En consecuencia, de modo paciente se
comenzaron a elaborar muchas obras manuscritas, de preferencia en
Kakchiquel, quiche, tzutujil, mam, kekchi y otras lenguas mayas, aunque
muchos d aquellos trabajos se extraviaron en los recodos del tiempo. Al
principio, los misioneros y unos cuantos funcionarios parecían los únicos
interesados en el estudio de las lenguas vernáculas, pero estas adquirieron el
debido reconocimiento académico cuando, en 1681 se establecieron, en la
universidad de San Carlos, las dos primeras cátedras de dichas lenguas: una
de Kakchiquel, que funciono por poco tiempo; la otro de lengua mexicana o
pipil que no llego a existir en la practica. En la segunda parte de la época
colonial famosos representantes del clero, como el Arzobispo Pedro Cortez y
Larraz, y el dominico Francisco Ximenez (traductor del popol vuh) seguían
lamentando la falta de conocimiento y manejo de las lenguas aborígenes entre
los misioneros y párrocos; ambos y otros como ellos, pedían que se corrigiera
tan deplorable situación. La lista de obras, religiosas u otras, que se escribieron
en Guatemala, en las lenguas nativas, es realmente impresionante. El valor
intrínseco de varias de ellas (el popol vuh, el memorial de Sololá, el titulo de
Totonicapán y otras mas), y han servido una ve mas, para demostrar que el
lenguaje no solo es el vinculo de comunicación por excelencia entre los
hombres, sino además, el medio mas eficaz para conocer la esencia y la
evolución del pensamiento humano, y para explicar la naturaleza de las
relaciones entre los individuos y los pueblos. En su extenso horizonte de
símbolos, y como núcleo amplio complejo de significados, el lenguaje ha
servido, a veces, como instrumento de dominación, pero lo ha sido también de
resistencia de liberación, de resguardo de los elementos fundamentales de una
cultura. El lenguaje es, como la religión, un bosque de símbolos polivalentes,
con proyecciones políticas, económicas, artísticas y de todo genero. Por algo
es el hombre el único ente que posee el don de la palabra.

LA EDUCACION EN LA COLONIA La educación informal, es decir, la


transmisión de la cultura en general, entre los miembros de una sociedad o de
un grupo particular, es tan antigua como el mismo hombre. Si el origen de este
se identifica con la utilización del lenguaje, de herramientas diversas, y con la
capacidad de simbolización, la transferencia generacional de estos atributos
estas relacionada con la educación informal. Solo un cierto nivel de
organización, de especialismo y de sistematización en la trasferencia de los
conocimientos, de las destrezas, de los sentimientos, las tradiciones, las
aptitudes o logros, marca el surgimiento de la educación formal. Este segundo
tipo de educación, aunque se carece de suficientes evidencias detalladas,
existió, con sus propias modalidades procedimientos en la época prehispánica.
En especial, en el caso de los hijos de los señores y principales de los señoríos
que existían en la época en la que llegaron los europeos. En cuanto a la
sociedad colonial, la información sobre los sistemas y avances educativos es
más abundante y fidedigna, aunque esta apreciación no sea del todo aplicable
al lapso que comprende los primero 10 años de la presencia de los españoles
en lo que después fue el Reino de Guatemala.

EDUCACION ELEMENTAL Se sabe que casi desde el principio mismo del


régimen colonial, algunos clérigos e hijos dalgos se dedicaron a una
enseñanza, más o menos sistemática, dedicada a los hijos de los
conquistadores y primero colonos. Desde este vago comienzo hasta la ultima
etapa de la era colonial, la educación formal, en términos generales, no tuvo
una amplia cobertura, es decir, no estuvo dedicada a las grandes masa de la
población; y si exhibió, en cambio, un evidente carácter clerical. Este último
rasgo se explica por los compromisos y relaciones entre la Iglesia Católica y el
Estado español, en relación con la empresa de la conquista y de la
colonización. Al obispo Francisco Marroquín corresponde el merito de haber
iniciado, en 1533, las primeras gestiones formales para atender la educación
de hijos de españoles, de indios y de jóvenes mestizos de la ciudad de
Santiago de Guatemala. Marroquín solicito y puso por obre el que hubiese
escuela para enseñar a leer y escribir a los niños españoles que iban naciendo.
Aunque se carece de mayor información, se supone que en aquel centro
primigenio se enseñaba lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. Como
primer maestro de dicha escuela se ha mencionado a un tal bachiller García
Díaz, y ello hace suponer que el establecimiento estaba dedicado solo a niños
criollos. En documentos referidos a 1567 se alude, como maestro de educar
niños, a alguien lado Martin Salazar. También existen referencias, aquí y allá
en al documentación histórica, a la enseñanza elemental que se impartía en
conventos, monasterios y beaterios. Una escuela, llamada de San Lucas,
funciono en el Colegio Mayor que, con aquel mismo nombre, y a instancias del
ayuntamiento, los jesuitas trataron de fundar después, en 1582. Las clases las
impartieron dos hermanos de la compañía de Jesús, llegados expresamente de
México. En forma separada funciono también la Escuela de Belem, establecida
por el hermano Pedro para la enseñanza de las primeras letras a los niños
pobres, pero de quienes no se saben si eran solo criollos, mestizos o de ambos
grupos. Como pueden colegirse de la información disponible, había una
estrecha correlación entre las condición étnica las oportunidades de acceso a
la educación. Los hombres tenían preferencia, y mas aun si eran
descendientes de conquistadores o de los primero pobladores.

LOS COLEGIOS MAYORES Nuevamente Marroquín, en 1545, pidió al Rey


que se crearan Colegios Mayores, en los cuales se pudiera enseñar Artes
(Vísperas de Filosofía y Lógica), gramática, Teología, y otras materias
semejantes. El obispo argumentaba que, de ese modo, podía atenderse la
educación de muchos jóvenes criollos y mestizos, que actuaban de manera
desorientada en la sociedad: no conocían la Fe, la justicia, sus orígenes, el
medio en el que vivían, ni siquiera al propio Rey. En resumidas cuentas, esta
vez el prelado no alcanzo su objetivo. No obstante la adversidad de las
circunstancias, oportunamente comenzaron a funcionar los Colegios Mayores,
destinados a enseñar las disciplinas ya mencionadas en el campo de las
Humanidades. El de Santo Domingo fue el Primero de ellos, pues se fundación
data probablemente de antes de 1550. En 1625, el citado Colegio obtuvo la
facultad de otorgar grados universitarios y ellos suscito una seria controversia
con los jesuitas, pues estos querían participar también de tal privilegio.
Alrededor de 1553, el colegio de Santo Domingo tenia completas sus cátedras,
y algunos de sus cursantes, principalmente frailes, pasaron después a la
Universidad de Salamanca. Desde entonces, se comenzó a estudiar algunas
lenguas vernáculas, con la ayuda de profesores indios. Después se fundo el
Colegio de San Francisco, en torno a 1575, el cual funciono en el convento de
esta orden, con profesores llegados de Salamanca. Al cabo de pocos años a
instancias, una vez más, del Obispo Marroquín, se estableció el Colegio de
Santo Tomas. Este fue resultado de un convenio suscrito entre el prelado y los
dominicos; estos se comprometían a servir las cátedras de filosofía y teología
por un periodo de seis años, en tanto que aquel sufragaría los gastos
respectivos. Las partes se fijaron el propósito de trasformar el Colegio en una
universidad, para la cual pretendían todos los privilegios de los que ya gozaban
las universidades de España, y que ya se habían otorgado a la de Nueva
España. El colegio de Santo Tomas surgió, efectivamente en 1620, cuando el
deán de la Catedral y el Superior de los dominicos firmaron el acuerdo. De
inmediato, se elaboro el plan de estudios, en el que se excluían las cátedras
servidas en otros establecimientos semejantes de educación superior; se
fijaron los honorarios de los profesores; se adoptaron las normas de la
Universidad de México; y se obtuvo la correspondiente autorización del
presidente. Días mas tarde se hizo la inauguración formal, en un ambiente de
pompa y regocijo, con la presencia de oidores (miembros de la Audiencia) de
representantes de las ordenes religiosas, de otros funcionarios y de vecinos
principales. En Santo Tomas se inscribieron 77 estudiantes, distribuidos así: 11
en Teología; 16 en Cánones; 10 en Vísperas de Teología; y 40 en Filosofía.
Prontamente se iniciaron las gestiones para conferir grados académicos, pero
los jesuitas, que ya tenían s propio Colegio, de nuevo alentaron las discordias y
controversias, pues cada orden mantenía sus pretensiones sobre un verdadero
monopolio docente. El colegio de Santo Tomas, abrió la brecha de la educación
Universitaria en Guatemala, e incluso sus bienes resguardados y su persistente
aliento académico permitieron la posterior fundación de la Universidad de San
Carlos. El colegio de San Lucas se fundo, por la Compañía de Jesús en 1586,
pero solo entre 1620 y 1627 funciono de manera normal y completa. Los
jesuitas iniciaron, en el citado establecimiento, un nuevo tipo de enseñanza
superior: remozada con ideas renacentistas y de la Contrarreforma, con una
concepción integral de la educación y con normas amplias y dinámicas. Sin
embargo, también atendía criterios elitistas, cerrados, exclusivistas e inclusive
prepotentes. Obtuvieron privilegios y concesiones, no obstante sus conflictos
con el Colegio de Santo Tomas y después con el de Santo Domingo, gracias a
las condiciones ventajosas de que disfrutaba la misma orden. Precisamente por
ello, los jesuitas consiguieron la facultad de otorgar grados de Filosofía y
Teología, con lo cual lograron retardar la Fundación de una Universidad,
mantener cierto monopolio docente y por esta y otras vías, afirmar su primacía
en la vida de la capital del Reino. A finales del siglo XVII, el Colegio de San
Lucas había tenido alrededor de 300 estudiantes en los distintos niveles, y
entre estos figuraban personas famosas como el Hermano Pedro, El historiador
Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, así como otros miembros de la elite
criolla. En 1700, además, los jesuitas fundaron otro Colegio: el de San
Francisco de Borja. A los centros mencionados de educación superior debe
agregarse el Seminario Tridentino, creado para la formación del clero criollo. Se
llamo así porque su funcionamiento estaba vinculado a las normas del concilio
del Trento, Celebrado este en el siglo XVI, para combatir la Reforma e impulsar
la Contrarreforma. El establecimiento se inauguro en 1598 y funciono
efectivamente durante más de dos siglos.

UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS Uno de los centros más antiguos en su


género, en Hispanoamérica, la Universidad de San Carlos, se fundo según
licencia contenida en real cedula promulgada por el monarca español Carlos II,
el 31 de enero de 1676. Las gestiones para el establecimiento de la
Universidad de Guatemala se iniciaron en 1548, por el Obispo Francisco
Marroquín, y ellas fueron reiteradas, insistentemente, por el mismo prelado, por
la Real Audiencia, por el Ayuntamiento, por el Obispo Fray Payo de Rivera, por
las Órdenes religiosas establecidas en el reino, y por otras personas e
instituciones. Tal objetivo solo se logro, empero 128 años después. En el
proceso de instalación de la Universidad fue decisiva la herencia testamentaria
que dejo el Obispo Marroquín, y que consistía en las rentas que pagaba, en
concepto de terrazgo, el pueblo de indios de Jocotenango, aledaño a la ciudad
capital. Dichos fondos sirvieron, inicialmente, para financiar el Colegio de Santo
Tomas, y cuando resultaron insuficientes para fundar la Universidad, se
incrementaron con generosas donaciones hechas en 1620 por el comendero
Sancho de Barahona, la esposa de este, Isabel de Loaiza, y por Pedro Crespo
Suarez. Es importante subrayar la contribución indirecta de los indios en la
fundación de la Universidad de San Carlos, así como las protestas, de las que
ellos dejaron constancia, ir las exacciones considerables que sufrieron en aras
de la normalidad financiera de la institución. El nuevo y más importante centro
de estudios superiores se llamo Universidad precisamente para indicar su
naturaleza universal, y no partidista respecto de ninguna doctrina o escuela de
pensamiento conocidas. El agregado “de San Carlos” se justifico, por quien
tuvo a bien autorizarlas, es decir el Rey, de la siguiente manera contundente
“… en atención y buena memoria de haberse creado por mi, Carlos II”. Se
estableció la Universidad no solo para hijos de conquistadores y criollos, sino
en referencia a Guatemala, “… para alivio y consuelo de los vecinos naturales
de ella”. En el supuesto de que pudiera quedar alguna duda, en la cedula real
se agregaba que “los indios pueden y deben ser admitidos a matricula y
grados”. Sin embargo, de modo igualmente taxativo, se excluía a los negros y
a las otras castas. Es importante subrayar que, según el estatuto de su
creación, la Universidad debía funcionar sin dependencia de Institución alguna,
y con pleno y libre gobierno de la docencia y de sus bienes. Era, pues,
autónoma, sujeta nada mas al Patronato Real, lo que la obligaba a reconocer al
Rey como su Fundador, y a esculpir las armas reales en el frontispicio. No
estaba supeditada a la Real Audiencia, ni a poder publico alguno. En la cedula,
asimismo, se mandaba redactar las constituciones que debían normar sus
ingresos y su patrimonio; que se organizaran las oposiciones a cátedras; y que
se cumplieran otras disposiciones pertinentes. Años mas tarde, la Universidad
alcanzo el rango de Pontificia, es decir la potestad de enseñar las diversas
expresiones del pensamiento Católico; y después el 18 de junio de 1687, su
titulo completo du el de “Real y Pontificia Universidad de San Carlos”.

OTRAS RAMAS DE LA EDUCACION En la época colonial funcionaron, como


ramas especiales de la educación, la dedicada a las jóvenes mujeres,
principalmente de origen español o criollo, la cual se concentró en los
monasterios y beaterios. Estaba concebida como preparación para el
matrimonio, o bien para la vida conventual. La educación dirigida a los
indígenas, de manera casi total, se redujo a la cristianización, lo que implicaba
la sustitución de la cultura prehispánica por la occidental. Los procedimientos
más usuales para dichos efectos fueron la catequesis (enseñanza de la
doctrina católica) y la castellanización. Finalmente, se cultivó, en una medida
acorde con las circunstancias, la educación artesanal, pro medio de la cual,
jóvenes varones, de distinta extracción étnica, aprendía oficios diversos,
mediante la relación entre maestro, oficial y aprendiz, que era típica de los
gremios artesanales de la época. En dicha relación, el maestro otorgaba,
comida, casa, ropa, cuidado espiritual y entrenamiento en el oficio, a su
aprendiz; éste, por lo general, era un niño de ocho a diez años, que, por
periodos que se aproximaban a esas mismas cifras, ayudaba en tareas
domesticas en la casa de su maestro, a cambio del aprendizaje y la protección
que recibía de este. Durante el siglo XVIII, la educación en Guatemala
conservo sus características anteriores (de alcance reducido y de carácter
clerical), excepto por algún incremento en el numero de las escuelas, así en la
capital, como en las provincias y en varios poblados del interior del Reino. De
esta generalización solo escapan las escuelas de San José de Calasanz y la
de san Casiano, Fundadas en 1792 por el Arzobispo Cayetano Francos y
Monroy. Estos dos centros por sus objetivos y su metodología, constituyen
quizás dos de los muy pocos cambios cualitativos que experimento la
educación en la ultima etapa de la colonia.

LAS ARTES EN LA ERA COLONIAL Esta última sección de la cultura se refiere


básicamente al urbanismo, la arquitectura, la literatura, y en general, a las
llamadas artes visuales. La generalización mas viable que se puede formular
respecto de estas manifestaciones del arte colonial, es la de que este fe una
derivación del arte español, y que, salvo notorias, excepciones, tuvo tan solo
una escasa calidad. Los procesos de la creación artística de la época
prehispánica, en efecto, quedaron suspendidos casi de manera abrupta, y
fueron reemplazados por las concepciones y técnicas del sector colonizador
inclusive algunas de las expresiones artísticas de los indígenas
prealbaradianos, que exhiben más supervivencias, culturales como la música,
los textiles, la cerámica, ciertas danzas, etc., también muestran la impronta de
la conquista y de la estructuración de la sociedad colonial. Respecto del
urbanismo es válido señalar, que los españoles implantaron en América un
modelo urbano que utilizaron en las ciudades vías y pueblos de indios. Se
puede describir como un sistema sencillo y funcional, de calles rectas, plaza
central y manzanas cuadradas, divididas estas, en solares para la casa de
cada familia. Este patrón, que no era usual en Europa de entonces, no fue
precisamente de fácil aceptación por los indígenas de Guatemala, quienes, en
cantidades apreciables, han seguido viviendo aunque ya solo de modo alterno,
fuera de las cabeceras municipales. Sin embargo, el modelo se extendió en el
país, y ha perdurado hasta la actualidad. En el campo del urbanismo son
importantes los hombres de Josep de Porres, Luis Diez Navarro, su hijo
Manuel, Joaquín Carvajal, Marcos Ibáñez, quienes trabajaron en las primeras
trazas de la nueva cuidad capital. La arquitectura se manifestó sin una
definición estilística clara, o bien, como una convergencia de corrientes ya
desaparecidas o en franca declinación en España; tales como los casos de los
estilos románico, gótico, y mudéjar, y en otros mas recientes, como el
renacentista, y el plateresco. En Guatemala se encuentre todavía en forma
aislada, ejemplos arquitectónicos de las mencionadas corrientes estilísticas,
pero ellos, como otros menos influidos, por el arte español, presentan
adaptaciones al medio ambiente, así como los recursos materiales y
tecnológicos de cada región. En el campo de la literatura, son altamente
representativos los nombres del gran bardo Rafael Landivar (1731-1793), Fray
Matías de Córdova (1768-1828), Rafael García Goyena (1766-1823), sor Juana
de Maldonado (1598-1638) la historiografía, en la que destacan los nombres de
Bernal Díaz del Castillo, Fray Antonio de Remesal, Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, y Fray Francisco Vázquez, Fray Francisco Jiménez y
Domingo Juarros. En realidad, la actividad literaria se incremento desde que se
trajo al país la primer imprenta, en 1660 la cual se adquirió por gestiones de
Fray Payo de Rivera, Obispo de Guatemala, y fue operada por José de Pineda
Ibarra, impresor que llego de Puebla, México, donde se adquirió la imprenta. El
primer libro publicado en Guatemala fue la Explicativo Apologética, que trata de
la doctrina de la Inmaculada Concepción y cuyo autor fue, precisamente el
Obispo Payo de Rivera. Respecto de las otras ramas del arte, se puede reiterar
la generalización relativa a la imposición o por lo menos la marcada influencia
del arte español. En estos campos son dignos de mención nombres como los
de Juan de Aguirre y sobre todo Quirio Cataño quien esculpió el Cristo de
Esquipulas. Como cultivadores de la música sobresalió Tomas Pascual, quien
fue maestro de capilla en San Juan Ixcoy desde 1590, y a quien se reputa
como el primer músico indígena de toda América. También alcanzaron
renombre durante la colonia, los músicos Manuel Joseph de Quiros, Raphael
Antonio Castellanos y Benedicto Sáenz. No obstante, seguramente por la
incorporación de artistas y artesanos indígenas en el ámbito correspondiente
de la época, así como por las características estructurales de la sociedad
colonial, no es difícil encontrar sutiles o abiertas reminiscencias artísticas
prehispánicas, lo que puede interpretarse también como una demostración de
resistencia cultural. Durante el siglo XVIII y hasta la independencia, el arte
guatemalteco se mantuvo como una extensión marginal, provinciana y
dependiente del español. En uno y otro, sin embargo, se puede notar cambio
de orden cuantitativo, el relajamiento moral y estético, la conciencia étnica,
etcétera.

En suma, el arte Guatemalteco de la Colonia solo alcanzo una originalidad que,


de tan precaria, o de tan marginada, parece inexistente.

CONCLUSIONES Régimen colonial, en términos generales prevaleció en el


Reino de Guatemala entre 1524 a 1821, la esencia como la explotación
económica de un territorio y del trabajo de los habitantes gozaron de
autonomía.

Las principales funciones eran de parte de los españoles quienes conquistaron


a la cultura que habitaba Guatemala que explotaron muchos de los recursos
que se encontraban en el área por los indígenas que los volvían esclavos.

El descubrimiento de como planificarse mejor, la agricultura, la Religión. Entre


los que participaron los indígenas quienes fueron conquistados por los
españoles, Jorge de Alvarado quien distribuyo a los indígenas para la
búsqueda de artículos, Francisco Marroquín quien tomaba la tasación de cada
tributo que le daban, Alonso Maldonado el evidenciaba el peso económico que
cada ofrenda. El trabajo artesanal fue evolucionando cada vez más al igual
que la agricultura, cada producción que ejercían se les entregaba a los
españoles, mientras ellos iban dándoles un intercambio para su bienestar. La
evolución de la comunidad indígena por los españoles los hizo tener un cambio
drástico, como en la religión, el lenguaje, las políticas, la distribución de tierras,
por lo que fue en cierta parte beneficiario como en desventaja, porque se
produjo lo que se le llama la esclavitud.
BIBLIOGRAFIA Historia Sinóptica de Guatemala Historia General de
Guatemala. Tomo II

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