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Prácticas literarias y políticas en la generación del ´37

De la mano de la Generación del ’37 se produjo en Argentina “la segunda revolución”


(Weinberg, 2006) o también, la “completa escisión cultural respecto de España”
(Sarlo/Altamirano, 1991). En general, la crítica acuerda en que este grupo de pensadores y
poetas llevó a cabo una gran transformación en el ámbito de la práctica literaria tal y como
se venía desarrollando en Argentina, al menos desde 1810.

En este trabajo trataré de reflexionar acerca de cuál era la concepción de literatura que
tenían los poetas del ‘37, en especial Echeverría, y cómo la práctica literaria era pensada
como práctica política.

En principio, estos poetas (Sarmiento, Echeverría, Gutierrez, Mármol, entre otros) miraron
la Revolución de Mayo como “un período mistificado de elevados ideales y nobles
acciones” (Katra, 2000). La vieron como una etapa en la que, si bien se logró la soberanía
política y la autodeterminación económica, no se produjo la configuración de un campo
cultural autónomo, desligado de ciertas influencias extranjeras negativas, que terminara de
dar forma al proceso de independencia.

Tenemos independencia, base de nuestra regeneración política, pero no derechos ni leyes, ni


costumbres que sirvan de escudo y salvaguardia a la libertad que ansiosamente hemos
buscado. (…) Hemos sabido destruir, pero no edificar, los bárbaros también talan. (Weinberg,
1958)

De este diagnóstico se desprendía la tarea imperiosa de llevar a cabo la construcción


cultural de la nueva Argentina en dos movimientos simultáneos. Por un lado, buscaron
diferenciarse definitiva y absolutamente de España y, por otro, fundaron una idea del ser
nacional acorde al proyecto de país que representaba sus propios intereses. “Lo que se
verbaliza en Argentina es un enfrentamiento político entre grupos de poder con proyectos
distintos” (Rotker, 1999).

Así, el 1° discurso pronunciado por Juan María Gutierrez en el Salón literario, sede de
reunión de este grupo de pensadores y poetas, expresa tanto la necesidad como la urgencia
de la ruptura de los vínculos culturales que la asociaban con las tradiciones peninsulares.

Nula, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nosotros divorciarnos completamente


de ellas, y emanciparnos a este respecto de las tradiciones peninsulares, como supimos
hacerlo en política, cuando nos proclamamos libres (Weinberg, 1958).

Pero, no solo alcanza con destruir, es necesario encontrar y proponer algo a cambio. No
sólo la negación de lo anterior sino también, y sobre todo, el gesto creador, la construcción
de algo nuevo que represente lo argentino.
Si hemos de tener una literatura que sea nacional; que represente nuestras costumbres y
nuestra naturaleza, así como nuestros largos y anchos ríos sólo reflejan en sus aguas las
estrellas de nuestro hemisferio (Weinberg, 1958).

Aquí comienza a hacerse visible el conflicto político. Lo que hay antes de las ideas
románticas y liberales venidas de Francia e Inglaterra, es el tradicionalismo colonial que se
perpetúa de la mano de Rosas. “Rosas es el demonio y cualquier otra franja que se quiere
eliminar (gauchos, federales y malones indígenas) adquiere, por concomitancia o
asociación obsesiva, el mismo tratamiento” (Rotker, 1999). Y es esto, justamente, lo que se
busca transformar.

De este modo, tal y como lo advierten Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, comienza la
paradoja que “exige que el arte nuevo refleje las costumbres y civilización argentinas y, al
mismo tiempo, las funde” (1991). En ella puede verse la segunda parte del movimiento de
transformación que realiza Echeverría y sus pares. En esto el rol que desempeña la
literatura es crucial

Por poco que meditemos acerca de los elementos que constituyen un pueblo civilizado,
veremos que las ciencias, la literatura y el arte existen a la par de la religión, de las formas
gubernativas; de la industria, en fin, y del comercio, que fortalecen y dan vigor al cuerpo
social (Weinberg, 1958).

A partir de la gran influencia que tiene el Romanticismo francés (Sarlo/Altamirano, 1991;


Viñas, 1995) en estos escritores, es posible ver cómo recae en la figura del poeta, que
emerge como príncipe de las ideas (Sarlo/Altamirano, 1991), la mayor responsabilidad en
la conformación de una ideario acerca del ser argentino

El poeta toma, entonces, el lugar del filósofo (…) hasta cierto punto, hereda sus atribuciones:
su canto enseña las grandes verdades de la condición humana y las vías que conducen al
hombre a través de su historia. Al predicar sobre la salvación de la sociedad, se sitúa
necesariamente sobre y delante de ella. (Paul Bénichou en Sarlo/Altamirano, 1991)

Estos hombres de letras creían fervientemente “en la eficacia excepcional de las letras y
(…) el privilegiado poder del escritor” (Viñas, 1995). “El escritor tiene no sólo el derecho
sino también el deber de hundir su literatura en la problemática moral de la época (…) las
necesidades presentes dignifican la función social del escritor y particularmente del poeta”
(Sarlo/Altamirano, 1991).

El verdadero poeta idealiza. Idealizar es sustituir a la tosca e imperfecta realidad de la


naturaleza, el vivo trasunto de la acabada y sublime realidad que nuestro espíritu alcanza.
(Advertencia a las Rimas)

La generación del ’37 propuso su idea de lo nacional, (d)escribió los elementos que debían
conformar la identidad de los argentinos. “La nación es, a fin de cuentas, también una
estrategia narrativa. En una época de enfrentamientos tan absolutos como los que van a
encarnar federales y unitarios. (…) unos y otros se lanzan al acto de escribir la nación”
(Rotker, 1999)

Siguiendo esta lógica, dichos escritores seleccionaron una serie de valores que respondía a
su concepción de país tanto como a sus intereses de grupo y lo hicieron, principalmente, a
través de la práctica literaria; ya que “la escritura es un modo de transmisión (Y de
construcción) cultural de la memoria social” (Rotker, 1999).

La elite letrada de 1837 eligió una identidad argentina, estableció una tradición cultural y
social y dio forma poética a su proyecto político.

Una tradición [es] tradición selectiva: una versión intencionalmente selectiva de un pasado
configurativo y de un presente preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo
dentro del proceso de definición e identificación cultural y social. (Williams, 1980: 137)

La generación del ’37 tuvo un proyecto cultural, pero, sobre todo, tuvo un proyecto
político que pugnó por ganar poder y establecerse como grupo hegemónico. Dicho proyecto
solo pudo ser llevado a cabo por este grupo de escritores, poetas e ideólogos. De esta
manera quedó evidenciada la premisa básica sobre la que se apoyó el movimiento de
transformación que realizó la elite porteña antirrosista: la práctica literaria será práctica
política.

¿Qué faltó a nuestra educación política para ser verdaderamente fecunda? A mí juicio
(Echeverría), señores, dirección hábil, dirección sistematizada, dirección elemental. Faltaron
hombres, que conociendo el estado moral de nuestra sociedad y profundamente instruidos
quisiesen tomar sobres sí el empeño de encaminar progresivamente al pueblo al
conocimiento de los deberes que le imponía su nueva condición social. Faltaron escritores
diestros que supiesen escoger el alimento adecuado a su inculta inteligencia, infundirle claras
y completas ideas sobre la ciencia del ciudadano, y hacerlo concurrir con su antorcha al
ejercicio de la augusta soberanía con que lo había coronado la revolución (Weinberg, 1958).

El ejemplo más claro se ve en el establecimiento triunfante de “la civilización cristiano-


europea” sobre la “campaña bárbara” (Sarlo/Altamirano en Rotker, 1999: 123). En La
Cautiva se toma un espacio real, la llanura pampeana habitada por indios y poblaciones de
frontera, y se la define. “El desierto, inconmensurable, abierto y misterioso” (Echeverría,
1837). Así “lo que se deja afuera del orden de la palabra queda al margen del firmamento
de la identidad, de la cultura” (Rotker, 1999).

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