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'¿2 0 GONZALEZ DE CARDENAL

zado a los treinta y tres años, de manera reflexiva y crítica, durará


hasta los últimos instantes de su existencia.
Ha pasado un siglo desde que Harnack en 1887, movido por Io
que eran sus convicciones personales sobre Ia esencia del cristia-
nismo (el evangelio y el dogma, Ia relación entre piedad personal
y Ia autoridad eclesial) plantó una serie de cuestiones relativas a
Ia relación entre el filósofo de Casicíaco y el obispo de Hipona,
entre los primeros escritos, que serían puro platonismo, y las Con-
fesiones, que serían mística eclesial, entre el saber de razón y Ia
fe de autoridad. La pregunta de fondo era por tanto Ia continui-
dad entre pensamiento platónico y pensamiento eclesial. ¿Dónde
y cómo había tenido lugar Ia real ruptura en Ia vida de Agustín?
¿La conversión fue realmente fruto de unos escritos platónicos,
que desembocan en una lectura precipitada de San Pablo y avo-
can al bautismo, o, por el contrario, Ia real conversión es fruto de
posteriores experiencias hechas dentro de Ia Iglesia? ¿Qué conti-
nuidad hay entre los cuatro primeros libros: Contra Académicos,
De beata vita, De Ordine y Soliloquios, por un lado, y las Confe-
siones, por otro? ¿Qué ha tenido lugar en Ia experiencia profunda
de Agustín entre el 386-387 en que da el paso al cristianismo y
el 397-401 en que redacta las Confesiones?
Las grandes cuestiones cristianas de este siglo se han debatido
con Ia figura de Agustín en el fondo. La provocación de Harnack,
acrecentada por Nietzsche al afirmar que el cristianismo era pla-
tonismo para el pueblo, ha llevado a un repensamiento del desti-
no de Agustín, junto con un repensamiento del sentido mismo del
cristianismo, pues en tal manera se han identificado uno con otro
y se han conformado el uno al otro, que ya encontrarse con uno
es encontrarse con el otro. La verdad de Ia conversión y de su
ulterior trayectoria intelectual son Ia mejor parábola del itinera-
rio hacia el cristianismo y Ia mejor expresión de Ia novedad cris-
tiana en el orden del pensamiento, de Ia vida personal y de Ia rea-
lización comunitaria.
Tras Harnack han seguido incesantes generaciones y genera-
ciones de investigadores, entre los cuáles sólo enumeramos algu-
nos nombres como símbolo de todos los demás: Loofs, Thimme,
Portalié, Alfaric, HoIl, Nürregaard, O'Meara, K. Adam, Boyer,
Courcelle, Marrou, Pellegrino, Custodio Vega, Capánaga, Man-
douze, Solignac, Holte, du Roy, Schindler, Madec... Uno tras otro
han querido desvelar el enigma de un hombre al que Cicerón, con
su Hortensio, irrevocablemente y de una vez para siempre con-
vierte a Ia filosofía a sus diecinueve años; a quien los platónicos

Universidad Pontificia de Salamanca

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