Вы находитесь на странице: 1из 19

Fecha de creación 17/10/2008 21:07:00

Formar en esperanza: la vida religiosa como


don y signo para nuestro tiempo
Diego Javier Fares s.j.

El paradigma actual y la esperanza


1.1. Paradigma como palabra mágica: ilumina y oculta
Comenzamos hablando de nuestro tiempo y adelantamos un concepto:
“paradigma”. Cada época tiene sus “palabras mágicas” y la palabra “paradigma” tiene
algo de eso para nuestro tiempo. Hace poco en una charla acerca de las relaciones de
algunos religiosos con el Vaticano, escuché la siguiente afirmación: “lo que pasa es
que están coexistiendo dos paradigmas distintos en la Iglesia y por eso hay tantos
equívocos en el lenguaje”. Y a todo el mundo le pareció una formulación iluminadora.
Sin embargo, como todo concepto, al mismo tiempo que ilumina una cara de la
realidad, deja de lado y a veces oculta decididamente, otra cara.

Paso de dogmatismo a hipótesis


La teoría de los paradigmas de T. Kuhn nació como hipótesis para explicar los
cambios en las ciencias, mostrando que el progreso se da por sustitución de un
paradigma por otro más que por verificación o falsificación de datos científicos
tomados aisladamente. De golpe cambia toda la mentalidad, de golpe –aunque el
primer cambio de perspectiva global y de modelo de pensamiento se da en unos
pocos- la ciencia pasó de hacer formulaciones dogmáticas a la formulación de puras
hipótesis.

Equívocos en el lenguaje
Y algunos se entusiasmaron con esto y lo aplican sin más a la vida de la Iglesia y a
las cuestiones de la fe. No hay ninguna duda de que a nivel cultural estamos inmersos
en un gigantesco cambio de paradigmas que ocasiona equívocos del lenguaje también
de proporciones. Pero no debemos olvidar el carácter hipotético de esta misma teoría!

Lo que sucedió con la “desmitologización”


Creo que así como toda la moda de la “desmitologización” de la escritura –que en
un momento hizo pensar a algunos que con la caida de los mitos caía la misma fe-
produjo el efecto contrario –ahora vivimos en una época de valoración y gusto por lo
simbólico y con cierta alergia a los racionalismos abstractos-, de la misma manera la
teoría de los cambios de paradigmas a nivel científico puede llevar a una valoración
profunda de lo que llamaríamos “el paradigma de los paradigmas”.
Cuento de la sembradora: lo importante es el fervor que enciende al
modelo

Un cuentito puede ilustrar esto mejor que mis palabras. Recordarán “La sembradora”
de Menapace1.
Teníamos en el campo una vieja rendía el trabajo, nosotros los pequeños no
sembradora. Un largo cajón de chapa, pintado entendíamos el por qué.
de colorado, descansaba sobre el eje que a Pero un año el algodón anduvo muy
intermitencias se conectaba con engranajes y bien. En casa se hablaba de renovar las
otros artilugios sabiamente combinados. Por los herramientas. Y un día vino un señor a hablar de
orificios que daban a los engranajes, la semilla negocios. A la semana, en el patio apareció una
caía dentro de unos tubos de hojalata sembradora nueva, distinta de la que
articulados en forma de resortes. De allí saltaba conocíamos, recién pintada. La admiramos pero
al pequeño surco que justo delante del tubo iban no la entendimos. Y con la llegada de la nueva,
abriendo dos discos de hierro, para ser la vieja máquina de cajón y engranajes fue
enseguida tapada por la tierra que sobre ella desarmada. Los fierros fueron a parar detrás del
tiraban dos patitas que venían más atrás. galpón, donde se amontonaron con otros
En fin: una maravilla de aparato. Al similares y diferentes que procedían de los
menos así nos parecía a nosotros los niños, instrumentos más variados. Las ruedas y el eje
para quienes todo lo que fuera mecánica y se vendieron a un vecino. Y el largo cajón se
engranajes nos fascinaba. Sobre todo nos llevó al gallinero, donde terminó siendo el cobijo
admiraba ver a los mayores que, en los días para las ponedoras. Fue lo único identificable de
anteriores a la siembra, armaban y desarmaban la vieja máquina que seguimos viendo aún por
bujes, engrasaban ejes y estiraban correas con varios años.
una sabiduría que nosotro contemplábamos La experiencia del derrumbe de nuestra
absortos. vieja amiga de infancia podría haberme hecho
La sincronización de tantos elementos, perder el cariño y la fe por los algodonales si no
que nosotros no lográbamos entender, nos fuera porque los seguía viendo surgir año a año
parecía casi cosa de magia. Realmente la de nuevo en los campos. Porque la verdad del
sembradora era una gran máquina. Podía algodón no dependía de la sembradora.
sembrar el algodón en surcos equidistantes, y Esta había sido simplemente un
en cada surco las plantas guardaban la distancia vehículo para poner en relación las dos cosas
justa unas de otras. Cuando los mayores verdaderamente importantes: la tierra y la
insistían en que la máquina ya era vieja y no semilla. La verdad del algodonal descansaba en
la fertilidad de la tierra y en la fecundidad de la
semilla.
Menapace aplica el ejemplo al problema de la infidelidad, cuando “la persona en la
que habíamos puesto nuestra confianza flaqueó y pareció borrar con el codo todo lo
que había escrito con la mano”. El problema de la salida de la vida religiosa de muchos
de nuestros mejores hermanos y la posibilidad de ser uno mismo el que forme a otros
y luego defeccione. Por eso termina el cuento diciendo que: “La verdad de un
compromiso no depende de la coherencia de vida del que te lo trasmitió. Depende de
la fertilidad de la Palabra de Dios y de la fecundidad de tu corazón”.
Pero a nosotros nos interesa aplicar aquí el cuentito a la cuestión de los
paradigmas.
En esa vieja sembradora que termina en el gallinero, me parece ver el símbolo de
muchas de las costumbres de nuestros mayores cuyas huellas se ven en algunos
rincones de nuestras casas. Es innegable que ha cambiado la visión de las cosas.
Pero lo importante no es la nueva sembradora sino que se mantenga esa relación
fecunda entre la tierra y la semilla que hace a la verdad del algodonal.
En la formación no nos tenemos que preguntar tanto por el modelo que usamos
1
M. MENAPACE, La sembradora, en Madera Verde , Bs. As., 1996, págs. 81 ss.
2
como por el fervor que nos enciende el corazón y nos ilumina los ojos. En cierto
sentido, nosotros somos todavía hijos de la vieja sembradora que con todos sus
defectos nos entusiasmó para la vida religiosa. Y tenemos que preguntarnos por los
hijos que queremos dejar a nuestras familias religiosas para servicio del Pueblo de
Dios que es la Iglesia.

1.2. La esperanza

La esperanza como lo paradójico que está más allá de todo paradigma


Por eso nuestro tema grande es la esperanza, la formación del corazón en
esperanza. Vamos a hacer una afirmación fuerte (sin ánimo de ofender al pensamiento
débil). La esperanza cristiana es lo que está más allá de todo paradigma. Si nos
habíamos entusiasmado con la teoría de los paradigmas y creíamos que, por fín,
podíamos entender algo con esta nueva luz, es bueno que nos reconciliemos con
nuestra hermanita esperanza (como la llama Peguy) y la redescubramos como la
madre- engendradora de todos los paradigmas antiguos y la destructora implacable de
todos los paradigmas novedosos.

La esperanza como profundamente cristiana vs eterno retorno de lo


mismo o escepticismo
El mirar la realidad con la esperanza de encontrar siempre algo nuevo (lo cual es
“el paradigma de los paradigmas”), contra la mentalidad del “no hay nada nuevo bajo el
sol” y la mentalidad del “eterno retorno de lo mismo”, es en el fondo puramente
cristiana.
La esperanza no es paradigmática precisamente porque es “de lo que no se ve”. Y
seguir un modelo que no se ve es algo paradójico más que paradigmático. La
esperanza es paradójica porque nos pone ante lo inimaginable (“ni ojo vio, ni oído
oyó... las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” 1Cor, 2 ,9), nos permite
conciliar opuestos y superar en el tiempo lo que parece irreconciliable en el espacio del
momento presente. “Esperando contra toda esperanza” (Rm 4, 18), es, desde
Abraham, nuestro motor secreto: más allá de todo contenido y de todo modelo de
pensamiento que no sea Jesucristo vivo, porque: “sólo en Jesús está nuestra
esperanza”, en el Dios siempre más grande.
El paradigma es luz para lo que está en su interior, pero esa misma luz suele cegar
para lo que viene desde las “sombras” de afuera o del futuro. En el preciso instante en
que uno es capaz de “ver” lo nuevo ya se ha provocado en él la sustitución del viejo
paradigma por el nuevo y otra vez su vista se vuelve a resolver los enigmas de la
realidad con esta luz nueva.

La esperanza como luz que nos viene de Otro y nos abre la pupila para
recibir más luz
La esperanza en cambio es la luz que nos viene de Otro, del que está mirando lo
3
de dentro y lo de fuera, lo pasado y lo que vendrá. Luz que entra no por los ojos sino
por el oído: la luz de una voz –la del buen Pastor- que nos guía sin que necesitemos
ver, porque confiamos en el que es la Verdad, el Camino y la Vida.
Es que no hay sólo un tipo de luz. La luz de los ojos delimita las cosas con que
choca, la luz de la fe abre el corazón ilimitadamente hacia Aquel que nos ama siempre
más. Y cuando lo que se ilumina es un Amor incondicionado, un amor infinitamente
gratuito, la luz no se dirige a distinguir confines en ese amor sino que se vuelve sobre
la pupila misma y la dilata, la va ampliando y purificando, para que sea capaz de recibir
cada vez más luz.

La esperanza agradecida por el modelo pasado y crítica del que viene


Por eso, en la superación de todo paradigma que queda atrás para lanzarse al
nuevo, la esperanza vive con agradecimiento (no con desprecio) el “modelo” o
andamiaje que le permitió ponerse en movimiento y es crítica no tanto del pasado sino
de lo mismo que se le presenta por delante como novedoso, pues ya sabe de
antemano que será estructura provisoria, ya que al final solo quedará la caridad.

La oración como lugar donde se ejercita la esperanza


Hacemos un alto aquí para compartir otra reflexión sobre la formación. Lo
formularía así: para que la primacía de la caridad se vaya haciendo realidad en el
corazón de los que se forman (de los que estamos en formación permanente) hace
falta no solo el ejercicio activo de la caridad -en obras y no solo en palabras-, sino
también el ejercicio de la esperanza. Pero con la lucidez del que se da cuenta que la
esperanza no consiste en poner la mirada en el “nuevo paradigma” y criticar el antiguo,
sino en poner la mirada en Jesucristo vivo –fijos los ojos en el que consuma nuestra fe-
y criticar “todo” paradigma, especialmente el que me ilumina y vela al mismo tiempo
mis ojos, el actual, que suele ser el más revelador y el más engañoso.
Nuestra oración de cada día es el momento privilegiado en el que nos animamos a
poner en crisis todo paradigma nuestro al confrontarlo 2 con la Palabra del Evangelio,
que nos exhorta a la conversión y nos alienta a la misión, desinstalándonos y
poniéndonos en movimiento para caminar de esperanza en esperanza, como
Abraham, ya que “esperamos la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios” (Hb 11, 8).

Esperar la ciudad futura y caminar con alegría. Pequeños defectos de un


pueblo floreciente
Y esto de mirar la ciudad futura para poder caminar alegres me recuerda ese otro
cuentito tan simpático de la ranita de Menapace 3. Esa que andaba quejosa con su
ciudad, porque le parecía que no era un pueblo progresista, como decían algunos que
era el pueblo del otro lado de las vías. Todo lo veía mal nuestra ranita, los baches, las
2
“Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones
humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo” (Col 2, 8); “Y no os acomodéis al mundo
presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis
distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2).
3
M. MENAPACE, La ranita en el terraplén, en Madera verde... págs 59 ss.
4
acequias sucias, las baldosa flojas que no permitían caminar... Hasta que un buen día
se decidió a irse para el otro lado de la via, emigrar a una ciudad como la gente. Y
resulta que al subir al terraplén y querer pispear un poco lo que había del otro lado,
tuvo que ponerse en puntas de pata de rana para ver por sobre los rieles de la vía y
como los batracios tienen los ojos encima de su cabecita y no adelante, lo que hizo al
elevarse fue mirar para atrás. Por supuesto que veía sólo lo que estaba en la altura: la
torre de la Iglesia, las copas frondosas de los árboles de la plaza, el cielo y los pájaros,
y a lo lejos las calles que desembocaban en el río. Entusiasmada con esta visión
panorámica, nuestra ranita exclamó: “esta sí que es una ciudad magnífica!. No como la
mía. Desde hoy me iré a vivir a esta ciudad de calles rectas y de plazas arboladas”. No
viene en eso el tren y del susto da una voltereta nuestra ranita y cae de vuelta del lado
de la vía en que estaba. Pero ahora su mirada había quedado prendida de lo de arriba
y miraba su ciudad desde lo alto y en plenitud.
Al volver por el camino, se iba reencontrando con los mismos detalles prosaicos de
siempre: las baldosas sueltas, los zócalos descascarados, pero nada era capaz de
enturbiar la alegría de nuestra ranita. Decía ella: “pequeños defectos de un pueblo
floreciente” y continuaba su marcha alegre por la ciudad a la que ahora contemplaba
con ojos distintos porque llevaba en el corazón una visión de plenitud y armonía
totalizadora.
“Pequeños defectos de un pueblo floreciente”... cada uno tiene que ponerle el
nombre de su congregación, de su colegio, de su comunidad.... “pequeños defectos de
una Iglesia floreciente”. Es la frase clave para detectar paradigmas esperanzados. Por
supuesto que hay otros paradigmas que nos parecerán menos ingenuos y más
científicos... pero esos cambiarán pronto, mientras que el de la esperanza no cambia
nunca sino es para acrecentarse y tiene una alegría para cada día de camino.

Hemos esbozado así, a grandes rasgos, dos aspectos de la propuesta de esta


jornada: una caracterización de la mentalidad de nuestro tiempo y un primer
acercamiento a lo que significa formar en esperanza. Adelantamos ahora que la
esperanza es la expresión más pura de lo que significa recibir un don –que se
mantiene como don y no podemos manipularlo ni dominarlo- y de lo que significa dar
un signo desinstalante para un tiempo que privilegia el espectáculo y se sienta a verlo
todo desde la tribuna de los paradigmas.
Tenemos que considerar ahora lo que en el paradigma actual proviene y alimenta la
esperanza y también las antiesperanzas que anidan en el interior de esta visión de la
realidad.

5
1.3. Esperanzas y antiesperanzas

Globalizar la esperanza
La conciencia de la humanidad como un todo va entrando como ingrediente
insoslayable en todos los planteos y en todas las perspectivas actuales. De esta
conciencia surge la rápida caída de todo lo que no sea viable a nivel global y el auge
de la economía y de la técnica, cuyos lenguajes parecen ser los únicos globalizables
actualmente. Sin embargo, en los últimos tiempos ha ido entrando el concepto de
“globalización de la solidaridad”. Esto significa ya un paso de los medios al fin.
Tendremos que seguir buscando qué es posible globalizar. Es dificil con las “verdades”
ya conformadas, por ejemplo los “dogmas”, pero no es tan difícil quizás globalizar el
“compartir las preguntas” y “la búsqueda de la Verdad”, para luego descender a
aplicaciones particulares que no queden aisladas en sí mismas.
¿Podríamos hablar de globalizar la esperanza? ¿No es precisamente eso lo que
pareciera que le falta al paradigma actual? Pero globalizar la esperanza no puede
consistir en disertar sobre ella, sino que hay que ponerla en acto y esperar que se
“contagie”. Hay lugares de comunión que “contagian” esperanza y es importante
descubrirlos, así como también discernir algunos sitios y mecanismos donde se
contagia la desesperanza, para hacerle contra, como diría San Ignacio.

1.3.1. Formarnos como los que esperan por todos

Paradigma de comunión
El paradigma actual, se dice, es un paradigma de comunión. Y donde hay comunión y
diálogo brota la esperanza, porque comunión y diálogo implican una primacía de las
personas por sobre las cosas y por sobre los valores abstractos.

Diálogo que favorece la esperanza


La relativización de las verdades científicas ha producido un movimiento de
colaboración interdisciplinar, de valoración del trabajo en equipo y de los diferentes
puntos de vista que ha redundado, a nivel social y eclesial, en una primera actitud de
respeto por la persona de los demás. Digo actitud primera porque luego los conflictos
se reinstalan en otro nivel4, pero en general se da una primera predisposición al
diálogo allí donde hace un tiempo ni siquiera se pensaba en sentarse a dialogar sobre
temas que separaban.

Esperar por todos: si no no hay amor hasta el extremo


Esta característica del paradigma actual, decíamos, favorece la esperanza. Una
esperanza para todos, y en este punto podemos encontrar un punto en el que se dio
un cambio de paradigma. Lo curioso es que, aunque se dio hace mucho, recién en
4
Los conflictos no provienen tanto de las ideas como de una manera de estar apegado a ellas. A
veces se da que alguno que defiende el paradigma de comunión se siente en comunión sólo con los que
defienden el paradigma de comunión y excluye –con la crítica ácida o con la burla y el menosprecio- a
otra hermana o a otro hermano –aunque sea una buena persona- solo porque piensa con un paradigma
de “contrareforma” o anterior al Vaticano II.
6
nuestra época está entrando en la mentalidad común. La esperanza no puede ser
cerrada e individualista. Si hay que esperar se debe “Esperar por todos5” como dice
Balthasar, siguiendo más a Tomás que a Agustín. Allí donde Agustín afirmaba que “la
esperanza no tiende sino al bien y al futuro y únicamente a los bienes que sólo
conciernen a aquel que espera”, Tomás se animó a hacer una distinción que liberó la
esperanza de ese reduccionismo en la que había quedado embretada.
Tomás pregunta “¿Se puede esperar la vida eterna por (y para) otro?”. Y pone la
frase de Agustín como objeción. Su respuesta es que, si se pudiera considerar la
esperanza “en absoluto”, excluyendo la fe y la caridad, lo propio sería que uno espera
sólo por y para sí mismo. Pero allí donde reina el amor “cada uno puede desear y
esperar para el otro lo que desea y espera para sí mismo. Y como hay un único amor,
así también es con la misma esperanza que uno espera por sí mismo y por los otros ”
(II II, 17 3).
Balthasar va más allá y pregunta “¿y hasta donde llega el amor?”. Pues si es
cierto y lo podemos asegurar ya desde ahora que “hay o habrá condenados” eso se
transforma en un motivo poderoso para dejar que ciertos “obstinados” queden librados
a su suerte. La propuesta de Balthasar, siguiendo a H. Verweyen, es que “cualquiera
que avizore la posibilidad de la perdición eterna aunque más no sea para una sola
persona fuera de él mismo, no sabrá lo que es amar hasta el extremo”. Es decir:
debemos pedir la gracia de esperar la salvación de todos. Mientras tanto, la posibilidad
de condena, debe ser mirada seriamente como algo posible sólo “para mí”. Esperar
por todos es la verdadera apertura de la Iglesia. Abrir la puerta de la esperanza es una
apertura más radical aún que abrir el diálogo en cuestiones de fe.

Los votos: signos de esperanza por y con todos


Volvemos ahora, de nuevo, un instante la mirada sobre nuestra vida religiosa y
sobre la formación. La vida religiosa, si en algo se debe caracterizar, es en la
esperanza. Nuestros votos son un don y un signo de esperanza. La renuncia a las
esperanzas terrenas sólo puede tener sentido positivo si sirve para “poner en El, en
Jesús, toda nuestra esperanza” y para señalar, al pueblo de Dios con el que
caminamos y a todos los hombres nuestros hermanos, la esperanza definitiva como
algo que se puede vivir desde ahora.
Y si nuestra esperanza es signo no podemos sino pedir la gracia de “esperar por
todos” y “esperar con todos” –eclesialmente-. La vida religiosa está consagrada a
esperar, en comunidad y eclesialmente, por todos y a infundir esperanza a todos.

Clima de esperanza común de la primera comunidad cristiana


Que se respire o no en nuestras comunidades este “clima” de esperanza es lo
que hace la diferencia con respecto a la entrada de vocaciones y a la perseverancia.
La imagen de este clima la dan los Hechos al describir la primera Iglesia:
“Eran perseverantes en la doctrina de los Apóstoles, en la convivencia comunitaria,
en la fracción del pan y en las oraciones... vivían unidos como iguales y tenían
todas las cosas en común, y día a día eran asiduos en asistir unánimemente al
templo y en partir el pan en sus casas; compartían el sustento con regocijo y
sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban la simpatía de todo el pueblo.
5
Cfr. H. U. von BALTHASAR, Espérer pour tous, París, 1987, págs. 63 ss.
7
Y el Señor iba dia a día agregando y reuniendo a los que se salvaban” (Hc 2, 42-
47).
Sobresalen en esta primera Iglesia las características de lo común, la alegría y
el “día a día”: ellos vivían día a día en el amor y en la oración y el Señor les agregaba y
reunía día a día nuevas “vocaciones”.

Anti-imagen en la huida de los discípulos de Emaús


La anti-imagen podría ser la de la primera parte del pasaje de los discípulos de
Emaús, cuando esta “comunidad de dos” se alejaba de “La comunidad” porque hacía
ya “tres días” de “estas cosas que han pasado”. Nos parece verles la cara mientras
van entristecidos, contándole a Jesús las cosas que habían pasado y lo que ellos
“esperaban”.
En el primer pasaje se respira la alegría de una vida en común y de una
esperanza colmada día a día. En el segundo se respira el aire entristecido de
elucubraciones que alejan de la comunidad, y una esperanza que “arde en el corazón”
pero que esta tapada en los ojos por falsas ilusiones. La alegría y el entusiasmo de la
vuelta a la casa donde están reunidos los apóstoles, y ellos pasan a ser uno más,
contrasta con el aire enrarecido con el que iban caminando hacia su pueblito, en esa
primera pequeña comunidad de dos desesperanzados que se creían lúcidos.

1.3.2. Formarnos como oyentes de la Palabra

Cultura del vértigo de la imagen vs vivir de la escucha serena, anclados en lo eterno


La esperanza anida en el corazón. Y hay una característica del mundo
postmoderno que impide esa anidada y es algo que tiene que ver con nuestros ojos,
con la cultura de la imagen y con el vértigo con que nos invaden las imágenes. Es
claro el predominio que tiene la cultura de la imagen en la actualidad. Podemos decir
que “todo es imagen”. Lo que no se ve no existe, lo que no está en los medios no vale.

Ritmo vertiginoso de las imágenes desgasta la esperanza


Sin embargo lo que predomina no es ninguna imagen sino la sucesión vertiginosa de
ellas. El resultado es el vértigo en los ojos. De tanto ver no podemos contemplar.
¿No es esto acaso lo totalmente opuesto a la esperanza, para la cual “lo
esencial es contemplar lo invisible a los ojos” y estar “anclada en las cosas eternas”?
Vivir en lo visible y en el vértigo es lo contrario a vivir serenos de la fe
esperanzada.
¿Cuál es la manera de detener este vértigo de las imágenes? La escucha
silenciosa y atenta de la Palabra. El movimiento del que está atento a la palabra, del
que pone toda su esperanza en ella, es de escucha serena y paciente, y es totalmente
contrario a la actitud ansiosa propia del que quiere verlo todo y termina por no ver
nada, haciendo zapping.
Tratando de ir a lo profundo todos tenemos experiencia de que el tiempo que
dedicamos a la escucha de la Palabra alimenta nuestra esperanza. ¿Podríamos
afirmar entonces que el tiempo que gastamos dejando que nuestros ojos se contagien
del ritmo infernal de imágenes con que somos invadidos desgasta nuestra esperanza?
Creo que no hay dudas de que es así.
8
Se entiende que no estamos hablando simplemente de ver menos TV a cambio
de escuchar todos los noticiosos de la mañana. La cultura del vértigo de la visión reina
también en la moda de hacer continuas “planificaciones y proyectos”, en los que se
pretende verlo todo, que todo esté controlado “en el papel”. Reina también en el afán
de “introspección”, en querer ver todo lo que hay en nuestro interior, en nuestro
subconsciente, a veces sin necesidad y con cierta falta de pudor. Es la misma
curiosidad y afán de controlar o sobrevolar con la vista el que se manifiesta hacia fuera
y hacia adentro. Por supuesto que la curiosidad se apodera también de nuestro oído,
que no se cansa de oir “novedades” y chismes...

Control de las cosas/surfear por la superficie vs dejarse guiar por el Espíritu


En el fondo, de lo que se trata, más allá de los sentidos es de la actitud profunda
del corazón que debe elegir entre dirigirse a la posesión y al control de las cosas (o, lo
que es peor, al dejarse llevar –a surfear y navegar- por las imágenes que se suceden
sin fin, programadas por otros-, o abrirse a la conducción del Espíritu. Y para dejarse
conducir, el oido –que es el órgano del tiempo- es el que tiene que guiar a la vista,
aquietarla, centrarla y orientarla en una sola dirección, evitando que se disperse. De
aquí la propuesta de formarnos como oyentes de la Palabra.

El creyente como el que se deja guiar por la voz del otro


Como dice J. Pieper: el creyente es “alguien que ni sabe por si mismo, ni ve con
sus propios ojos; alguien que se deja decir algo por Otro”. Y que lo que oye como
creyente puede hacer que “su vista se agudice para algo o se fije en algo que de
pronto se le hace patente y que hubiese seguido oculto sin la intervención de ese
mensaje escuchado y aceptado”6.

La humildad del oido como lugar de la esperanza: fortalecer la escucha


Dado que el paradigma actual canaliza su afan de dominio a través del vértigo
de la imagen, no es ingenuo pensar que la esperanza busque como lugar para
rearmarse la humildad del oído.
Por eso, pensando en la formación, nuestros esfuerzos tendrán que ir por el
lado de fortalecer la escucha. Nuestra hermanita la esperanza, para poder iluminar a
nuestro mundo, necesita encontrar un sitio donde anidar en nuestro corazón, necesita
que le dediquemos tiempo a la escucha silenciosa de la Palabra y que aquietemos
nuestros ojos para contemplar no las cosas pasajeras sino las cosas del cielo. Más allá
de lo que meditemos, de las ideas que se nos ocurran y de las gracias que recibamos,
el gesto de cerrar los ojos y ponerse a rezar, el gesto de aquietarse y escuchar, el
gesto de dejar de “hacer cosas” y de perder tiempo gratuitamente rumiando y
saboreando la Palabra es un acto de esperanza. Y es lo propio de la vida religiosa.
Otras cosas podemos hacerlas a la par con los demás, pero en esto de la oración
gratuita las religiosas y los religiosos tenemos el tiempo y los medios para abrir el
camino a nuestros hermanos.

La esperanza en acto se transmite


Así como los actos de caridad, aunque se hagan en secreto, tienen peso propio
y a la larga o a la corta, salen a la luz y se convierten en signo, en testimonio, lo mismo
6
J. PIEPER, Antología, Madrid, 1984, págs. 181-182.
9
sucede con la esperanza. Cuando hay alguien que deja que la esperanza anide en su
corazón y la recibe y la cultiva en su oración, esa esperanza se transmite, de maneras
manifiestas o misteriosas, pero se transmite.

Los ojos quietos como lagunas de la pampa


Menapace ha sabido descubrir la esperanza que anida en los ojos mansos de la gente
humilde de nuestro pueblo y en una imagen, la de las lagunas de la pampa, ha tenido
la gracia de condensar y hacernos percibir esa esperanza que está viva en los ojos
quietos y en las manos activas de nuestro pueblo, y que solo necesita que uno sepa
mirar y contagiarse:
“Mi gente criolla, mi gente india, es muy parca en sus reacciones
y es pequeño el oleaje que les sube a la superficie del rostro.
Son como esas lagunas de nuestra geografía pampa.
Apenas si tienen oleaje, carecen de la riqueza de los peces
o sólo tienen peces muy chiquititos, casi nunca entregan resaca.
Pero en cambio: ¡cuánto diálogo con el cielo hay en su historia!
Encadenadas a las barrancas arenosas de algún médano, ahí están maduras de
tiempo cara al cielo y en silencio. Aparentemente tienen sólo medio metro de hondo.
Pero si uno se les acerca y las mira quieto, descubre el cielo en su profundidad.
Carecen de correntada Y nunca llegarán al mar.
Pero si uno las mira, ve en ellas un cielo en movimiento.
No hay duda de que a ellas les pertenece el cielo;
A ellas a quienes la tierra y los médanos las obligan a permanecer quietas.
Si uno les dedica tiempo y comparte su silencio, descubre en ellas un cielo
en movimiento, con nubes que emigran, con pájaros en vuelo y con noches estrelladas
navegadas de horizonte a horizonte por el velero silencioso de la luna.
Después de cinco años de acercarme a ellos, Voy aprendiendo a escucharlos en
silencio y me asombra la densidad de sus vidas y lo espeso de la historia
de estos hombres maduros de tiempo y de silencio...
Te pido Padre Nuestro poder un día compartir tu cielo,
con mi comunidad de ojos quietos.
Como esas lagunas de la pampa, también yo espero ese amanecer”7.

2. El lugar que ocupa en nosotros el don: “lo que vendrá”,


“lo que nos será dado”
2.1. Esperanza como tiempo de un Dios que ni se excede ni se
retrasa

El Siervo de Isaías: ni apaga la mecha humeante ni cesa hasta la victoria


En los evangelios la palabra esperanza aparece en pocos pasajes. Es muy
reveladora la imagen que nos presenta Mateo de Jesús como el siervo de Isaías. En
Él, nos dice, “las naciones pondrán su esperanza”.
He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace.
7
M. MENAPACE, La sal de la tierra, Bs. As. 1982, 99 ss.
10
Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni
gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni
apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia: en su nombre
pondrán las naciones su esperanza (Mt 12, 18-21).
La esperanza de todos –“las naciones”- está puesta en el Nombre de un Jesús
manso y humilde que ni se excede ni se retrasa: no se apura (no grita, “no quiebra la
caña cascada ni apaga la velita que humea”), ni se retrasa (no se detendrá ”hasta que
haga triunfar la justicia”).

Kairos: tiempo de Dios que nos hace aguantar en paciencia y de golpe apura todo
Tenemos aquí una clave para la esperanza cristiana que podríamos expresar
evangélicamente hablando del tiempo de Dios, el kairós. La esperanza tiene que ver
con nuestro manejo del tiempo. Implica un sentido especial del tiempo como tiempo de
salvación. Las cosas de Dios tienen su tiempo y no hay que adelantarlo ni atrasarlo.
Puede darse que el Señor nos haga esperar mucho (como al pueblo en Egipto,
mientras enviaba una plaga tras otra y no pasaba nada) y de golpe apure las cosas
(como cuando les mandó salir esa misma noche, que comieran de pie el cordero y se
pusieran en marcha sin demoras...).

Pueblo en el desierto-vírgenes necias: sin murmuraciones ni excusas


El hombre de esperanza sabe de estas esperas largas, de estas amansadoras
del Señor, y de sus apuros en los que quiere que tengamos todo listo y salgamos a
recibirlo, como las vírgenes prudentes. La esperanza se aguanta las ganas de
murmurar cuando la espera se vuelve eterna (como se aguantaba Moisés, mientras el
pueblo murmuraba durante los interminables años de dar vueltas sin poder entrar en la
tierra prometida) y no busca excusas ni se lamenta cuando hay que tener todo listo en
un instante (como hicieron las vírgenes prudentes, mientras que las necias se
lamentaban al no poder emparchar su descuido).

2.1.1. Apuros y excesos


Todo apuro se traduce en “excesos”, que pueden ser doctrinales o de
comportamiento. San Juan habla de los “proagones”, de los que van más allá del
evangelio:
Todo el que se excede (“proagón”, “ultra”) y no permanece en la doctrina de
Cristo, no posee a Dios. El que permanece en la doctrina, ése posee al Padre y
al Hijo (2 Jn 9).
Estos “ultras” son los que no permanecen en la doctrina de Cristo, el Verbo
venido en carne (en Iglesia) y terminan siendo más papistas que el papa (o más
antipapistas que los antipapas).
En la parábola de los dos servidores, el Señor nos presenta al que espera
fielmente y al que se excede en su comportamiento por “no esperar” a su Señor:
Por eso, también ustedes estén preparados, porque en el momento que no
piensen, vendrá el Hijo del hombre. « ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente,
a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su
tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo
así. Yo les aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal
11
siervo aquel se dice en su corazón: "mi señor tarda", y se pone a golpear a sus
compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo
el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su
suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 24, 45-
51; Cfr. Lc 12, 46).
Se caracteriza como servidor fiel al que tiene el sentido justo del tiempo de Dios
y está atento a la venida “inesperada” de su Señor. Por otro lado está el servidor que
se excede, esta vez en su comportamiento, por “falta de esperanza”, y cae en
egoísmos y maltratos. Tanto el esperar fiel como el “no esperar” del servidor infiel se
traducen en actitudes y gestos muy concretos de amor y servicio o de
aprovechamiento egoísta y maltrato. Sin temor a equivocarnos, detrás de todo
aprovechamiento egoista y de todo maltrato a los hermanos –especialmente a los más
pequeños y pobres- se esconde un pecado contra la esperanza.

2.1.2. Lentitudes
La otra tentación contra la esperanza es la de nuestras lentitudes. Viene bien
recordar a los discípulos de Emaús y los “peros” de su caminar desesperanzado:
“nosotros esperábamos..., pero...” (Lc 24, 21). Jesús los reta por ser “tardos de
corazón”. Este es uno de los conceptos que caracteriza lo contrario de la esperanza: la
pereza o pesadez (“brados”), que se manifiesta en todo: los griegos caracterizan todas
los retardos integrando esta palabra: el que “tarda en dar frutos”= “bradykarpos”, el que
es “pesado para moverse” = “bradykínetos”, el que es “tardo de ingenio” (opa) =
“bradynoos”, el que es “tardo para obedecer” = bradypeithes”, el que es agitado por un
“lento remolino” (de las cavilaciones y postergaciones) = bradydinés”.

2.1.3.La búsqueda de la gloria propia


Nuestras lentitudes son signo de desesperanza tanto como nuestros “apuros” o
nuestros “excesos”. Y detrás de ambas actitudes suele esconderse la “esperanza” de
una gloria propia, como les dice Jesús a los fariseos. En Juan, Jesús les reprocha que
no amen al Padre, que no crean en él y esto porque dicen “haber puesto su esperanza
en Moisés”, cuando en realidad han puesto su esperanza en su propia gloria:
“no tienen en ustedes el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre, y
no me reciben; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibirán. ¿Cómo
pueden creer ustedes, que aceptan gloria unos de otros, y no buscan la gloria
que viene del único Dios? No piensen que los voy a acusar yo delante del
Padre. Su acusador es Moisés, en quién han puesto su esperanza (Jn 5, 43-
45).

2.2. Vivir en Jesús “lo que vendrá” y “lo que nos será dado” como
don presente y que ya poseemos en esperanza (Pablo)

La esperanza tiene nombre: Jesús


Una de las imágenes más lindas del hombre lleno de la esperanza cristiana es la
de Pablo, el fariseo convertido. Para Pablo la esperanza tiene nombre: Jesús: “Cristo
Jesús nuestra esperanza” (1 Tm 1,1), como le dice a Timoteo.

12
Ni retardatario ni proagón
Pablo corre hacia Jesús y se aguanta en Jesús. No es retardatario ni “proagón”,
ni conservador ni progresista en el sentido desesperanzado de estas palabras.
Pablo es el que “olvidado de lo que deja atrás corre hacia la meta” (Fil 3, 13-14)
sin ninguna lentitud.
Con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la
alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la
oración (Rm 12, 11-12).
Pablo es el que permanece en Cristo: “quién nos separará del amor de
Jesucristo” (Rm 8, 35). Permanece firme, esperando sin ver, sin excesos ni
anticipación alguna:
Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es
esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar
lo que no vemos, es aguardar con paciencia (Rm 8, 24-25)

Gloriarse solo en Jesús


Pablo es el que no busca su propia gloria sino que toda su esperanza es “ganar
a Cristo” y todo lo demás lo considera “basura” ( Fil 3, 8).
Nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos
hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la
paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5, 2-5).
Para Pablo la esperanza está colmada en Jesús y es algo real y actual para
nosotros que vivimos como ya resucitados en esperanza. En esperanza vive el tiempo
presente desde “lo que vendrá”, vive “lo que le será dado” como don que ya posee.

2.3. Dinámica del don y formación

El don nos lleva al Donante


El don es aquello que se me regala inesperadamente y que permanece como
don aunque lo tenga en mis manos, como signo del amor gratuito del donante. La
eucaristía y el perdón que se renuevan diariamente son la forma más perfecta del
darse a sí mismo del Señor bajo los signos sacramentales. La esperanza es la señal
de que hemos entrado en esta dinámica del don, que de lo dado nos lleva al donante.
La dinámica del don es una dinámica de vida, de personas vivas que se
comunican y se dan a sí mismas en lo que donan, y por eso es contraria a la dinámica
de la posesión, el mérito, el control y la eficiencia, que se refiere a “cosas”.

Los dones se reciben, se mantienen y se acrecientan en esperanza


Por eso es que los dones se reciben, se mantienen y se acrecientan en
esperanza. La esperanza nos predispone a recibir lo inesperado, lo gratuito, lo
desproporcionado y una vez recibido, al mirar más el rostro del donante que el don, la
esperanza se acrecienta y nos saca de todo afán de posesión (si se nos dio tanto
esperamos más), de todo cálculo de méritos (el regalo no se merece), de todo control
de eficiencia (con los dones no se puede hacer “estadísticas”).
13
Mala infinitud = mala esperanza
El paradigma actual sigue en gran medida el ritmo y los criterios de la economía
y de la tecnología, cuyas características son las de una “mala esperanza”. Así como
hay una “mala infinitud”, una infinitud “cuantitativa”, que más que infinitud es
indefinición, también hay una “mala esperanza”. Una esperanza que es sólo
cuantitativa no es esperanza. Cuando uno compra una computadora ya está vieja,
porque la esencia misma de la técnica es que si se hizo una de tal velocidad ya se esté
por duplicar. Lo mismo sucede con el dinero, que se devalúa a cada momento y por
eso la necesidad del que lo posee de estar a su servicio con la ansiedad propia de los
mercados.
Con las “cosas vivas” no sucede así. Una fruta no se devalúa inmediatamente,
tiene un tiempo para ser comida y saboreada. Tampoco suscita la esperanza de otra
fruta dos veces más “veloz”. Basta con que esté más o menos igual de madura y de
rica cada vez.
Con las personas, la expectativa debe ser más profunda aún, pero en la línea de
los frutos y no de las máquinas. Más profunda porque la esperanza que suscita una
persona tiene un cierto límite en cuanto a su eficacia en trabajos y resultados y es
ilimitada en cuanto a capacidad de madurar, de amar, de ser dueña de sí misma y de
transmitir vida.
Y con respecto a Dios nuestro Señor, cuanto más se incline la balanza hacia el
platillo de una esperanza ilimitada y absoluta mejor. Cuantos más dones y mejores sea
uno capaz de esperar más dichoso será y la única tristeza será la de haber esperado
tan poco.
En esta línea somos invitados a formar y a formarnos. Esto implica, en el
formador, estar dispuesto a acompañar un proceso, más que a planificarlo y
controlarlo. Estar dispuesto a sembrar para que otros cosechen frutos que quizás él no
verá. Estar dispuesto a hacer caminar a una persona, sacudiendo sus seguridades,
instándola a salir de sí, animándola a jugarse, alentándola a entregarse entera,
quitándole temores a ver sus pecados, a hacer crisis y a cambiar... Tales exigencias
implican que el formador se juegue entero por los que le son confiados y ponga toda
su esperanza en Dios nuestro Señor. Esto implica aceptar la posibilidad de un
“fracaso” por parte del formador. ¿O acaso se puede pretender que un formador se
quede sin formandos y conserve sin embargo su imagen impoluta? El buen formador
es el que le da buenos hijos a su familia religiosa, hijos que la aman, aman su carisma,
sus obras, su gente... Y si no lo logra no busca justificarse sino cambiar, pedir ayuda,
rezar más, hacer lugar a otros... todo con tal de cuidar a los que el Señor hace pasar
por sus manos.

3. Ser signos de esperanza


3.1. Formarnos en una esperanza anclada en lo concreto
De entre todas las cosas hermosísimas que nos ha regalado Anselm Grün en su
librito “La sabiduría de los padres del desierto”8 dos me parecen muy apropiadas para
este taller. Una es la valoración de la sabiduría de los padres como sabiduría práctica,
8
A. GRÜN, La sabiduría de los padres del desierto –el cielo comienza en ti-, Salamanca, 2000, 134
págs.
14
como ejercicio de un discernimiento adecuado a cada persona y centrado en sus
mociones y pasiones más que en sus ideas.
“En las enseñanzas de los padres no podemos ver ninguna máxima
general válidas siempre para la vida. En todo momento responden a situaciones
concretas: una palabra precisamente para este que pregunta, un camino
terapéutico para este otro en particular. Por eso muchas de sus expresiones son
parciales y exageradas. “aquí no se dicen de una vez para siempre verdades
válidas para todos. Están pensadas para un hombre determinado, en una
situación particular, como aguijón que le avive y estimule a ser lo que, en ese
momento, debe ser, y esto inmediatamente hoy, no mañana” (pág. 16).
No hace falta comentar lo que pensarían los padres si les fuéramos a preguntar
dentro de qué paradigma piensan que nos tenemos que formar y si no hay un
paradigma mejor que otro, que nos haga estar a la altura de los tiempos
postmodernos. Se quedarían callados como el Abad Poimén se quedó callado ante el
famoso teólogo que fue a hablar con él sobre la vida espiritual, sobre cosas del cielo y
sobre el Dios trino. Poimén lo escuchó sin decir nada y cuando el otro se disponía ya a
irse, decepcionado, un compañero se acercó al Abad y le recriminó diciendo: “’Padre,
este gran hombre, que en su entorno tiene tanto prestigio, viene precisamente por
usted. ¿Por qué no le ha hablado?’. Y el anciano respondió: ‘el está en las alturas y
habla de cosas celestiales; yo en cambio pertenezco a los de abajo y trato de cosas
terrenas. Si él me hubiera hablado de las pasiones de su alma, yo le habría contestado
muy gustosamente. Pero como habla de cosas espirituales, yo de eso no entiendo’...”.
Entonces el teólogo se animó a preguntarle: ‘Qué tengo que hacer cuando se hacen
más fuertes en mí las pasiones del alma?’. Entonces el anciano le miró cariñosamente
y comenzaron a dialogar...
Grün categoriza esta narración diciendo que el teólogo seguía una espiritualidad
desde arriba y en cambio el Abad, una espiritualidad desde abajo. Podríamos decir que
muchas veces nuestras discusiones siguen el camino de una espiritualidad de lo
abstracto y olvidamos la espiritualidad de nuestra vida concreta.

3.2. Formarnos en una esperanza que se traduce en una vida sana


La otra cosa que quiero destacar hoy es lo que dice Grün acerca de la ascesis
como vida sana. El define la ascesis como “el ejercicio virtuoso en un comportamiento
correspondiente al ideal”. Es decir: acentúa el carácter positivo de la ascesis y no tanto
el carácter de renuncia, represión y sacrificio. Los ejercicios ascéticos de los padres
está orientada a conseguir un estado de ánimo de paz interior en el cual estamos
abiertos a Dios y podemos amar hoy con limpieza de corazón.

3.3. Formarnos en una esperanza vivida en lo cotidiano


Lo común en esta sabiduría de lo “de abajo”, de lo concreto y en esta ascesis
del estado de ánimo pacífico reconquistado cada vez, es la ligazón con lo cotidiano.
La esperanza más grande tiene sus signos en lo más cotidiano. La vida religiosa es
signo de esperanza en cada comunidad concreta en la que se practica la paz y la
limpieza de corazón que nos abre a Dios y nos permite discernir las pasiones
cotidianas y amar al prójimo cada día.

Una comunidad religiosa es signo cuando deja que la esperanza sea la que con
15
su ardor le abre los ojos y corrige todos sus “modelos” y no cuando sucede que un
“paradigma”, con su claridad, enfría y congela las relaciones, dividiendo a gente que
convive en una misma casa en torno a ideas globalizadas.
Una comunidad religiosa es signo cuando deja que la esperanza ilumine su
manera de ver de modo tal que todos caminen con alegría, cosiderando como la ranita
de Menapace, los problemas y defectos de la Iglesia y de la familia religiosa como
“pequeños defectos de un pueblo floreciente...”.
Una comunidad religiosa es signo cuando deja que la esperanza anide en sus
ojos chiquitos porque lo que quieren es reflejar el cielo entero, como en las lagunas de
la pampa, y no las rarezas de todas las modas cambiantes del mundo, como si fueran
televisores de ciudad.
Una comunidad religiosa es signo cuando en la esperanza va construyendo esa
“perla valiosa” del evangelio sin preocuparse por la propia felicidad o realización
mundana.

4. La parábola del Padre esperanzado


Terminamos nuestra reflexión volviendo a repasar la parábola que además de
ser “del hijo pródigo” y “del Padre misericordioso” también se puede llamar la parábola
del padre esperanzado, del padre que espera contra toda esperanza. Como dice
Nowen: estamos llamados a ser como el Padre. Sean cuales fueren nuestras
características sicológicas y nuestra situación en la Iglesia –si somos más como el hijo
pródigo o como el hijo cumplidor- nuestra vocación, y en especial la de las religiosas y
religiosos, es ser como el Padre: perfectos... en esperanza.

4.1. Una esperanza herida vs integrismo sin heridas


Ser perfectos en esperanza es un concepto paradójico ya que implica una
esperanza herida. Los integrismos sin heridas son más propio de la bestia
apocalíptica, que del Señor Resucitado y llagado. Se da a veces en la Iglesia la
tentación de una integridad que se preocupa por no tener lastimaduras y que se
parece más a la bestia cuyas cabezas se regeneran que al “Cordero degollado”. (Ap
13, 3-14). Es decir: hay una manera de curarse a sí mismo y de mantener la integridad
de la fe que mata la esperanza.
En la parábola esto se muestra plásticamente en un juego de aproximaciones y
alejamientos, en el que los que se acercan están heridos y el que se siente íntegro se
mantiene alejado. El hijo mayor de la parábola, que cumple “íntegramente”, sin
pasarse (“parelthon”) ninguno de los mandamientos, pasa de largo o no quiere
aproximarse a la persona de su hermano pecador. Igual que el sacerdote y el escriba
de la parábola del buen samaritano, que “pasan de largo” (“antiparelthen”) por cumplir
la ley. El hijo mayor “se avecinó” a la casa, pero no quería entrar (“eiselthen”), al
contrario del buen samaritano que se aproximó (“parelthon”) al herido y lo curó. El
Padre, en cambio, es el que sale (“exelthen”) al encuentro del hijo que regresó
(“proselthen”).

16
4.2. Unas heridas esperanzadas vs heridismos sin integridad
De lo que se trata es de tener abierto el corazón a la esperanza. Y el corazón no
se abre si no es con las heridas, como le pasó al hijo menor, que comenzó a tener
esperanza de poder volver cuando se encontró lastimado y hambreado. También
estaba herido el corazón del Padre, que sentía más haber perdido a su hijo que haber
sido defraudado en su integridad. No hay en ellos dos una reivindicación de heridas
como se da en el hijo mayor, que saca a la luz el asunto del cabrito. Es curioso que la
parábola junte en la figura del hijo mayor las dos tentaciones que en la Iglesia parecen
opuestas: el hijo mayor es un integrista porque juzga duramente a su hermano pecador
y reivindica para sí el cumplimiento de la ley, y al mismo tiempo es un “heridista”, si se
me permite el término, porque reivindica lo que le hicieron, lo que no le dieron, lo que
no le comprendieron... su “parte” de la herencia, en definitiva. Es que los extremos se
tocan y en el fondo de posiciones aparentemente muy opuestas en la Iglesia lo que
hay es un mismo tipo de desesperanzados.

4.3. Esperando contra toda esperanza: la actitud del Padre esperanzado


En la actitud del Padre esperanzado, que sabe esperar contra toda esperanza,
encontramos la palabra evangélica para todo proceso de formación.

El Padre esperanzado no discute con el hijo que le pide su parte, cayendo en


esa tentación contra la esperanza que consiste en anticiparse a gozar de los bienes
que nos serán dados. El Padre le da su parte en silencio, como Abraham cuando le
dejó a Lot que se llevara la mejor parte y él puso su esperanza sólo en lo que Dios le
quisiera dar.

El Padre esperanzado sabe ver de lejos al hijo que ha emprendido el camino de


regreso, sabe aproximarse sin permitir que el otro se avergüence, sabe achicar
distancias con su abrazo y su alegría verborrágica.

El Padre esperanzado es el que tiene preparada (anticipada) una fiesta y no un


reproche. Ha cultivado la misericordia en su interior y por eso no lo sorprende la vuelta
del hijo. En esperanza él ya lo sabía arrepentido.

El Padre esperanzado sabe dar razón de su esperanza también al hijo Mayor,


que necesita razones y explicaciones (aunque en el fondo no le vendría mal tampoco
un flor de abrazo...). El Padre le da las razones para la fiesta y nos abre los ojos para
que sepamos cómo sentía ese Padre a su hijo: lo percibimos en esas frases: “vos
estás siempre conmigo” y “todo lo mío es tuyo”. Su esperanza es que nosotros también
sintamos esto.

Formar en esperanza es permitir que el Espíritu nos revele esta verdad de lo


que siente el Padre por nosotros y a través de nuestros gestos se la comunique
también a aquellos que tenemos a nuestro cargo. Esa esperanza del Padre que
siempre tiene un abrazo y nunca renuncia al diálogo, porque quiere que participemos
de su fiesta, de la fiesta de las bodas de su Hijo amado, es la raíz y la fuente de toda

17
formación.

18
1. El paradigma actual y la esperanza..........................................................................1
Esperanzas y antiesperanzas.......................................................................................5
Formarnos como los que esperan por todos.............................................................5
Formarnos como oyentes de la Palabra...................................................................7
2. El lugar que ocupa en nosotros el don: “lo que vendrá”, “lo que nos será dado”........9
Esperanza como tiempo de un Dios que ni se excede ni se retrasa............................9
Apuros y excesos....................................................................................................10
Lentitudes................................................................................................................10
La búsqueda de la gloria propia..............................................................................10
Vivir en Jesús “lo que vendrá” y “lo que nos será dado” como don presente y que ya
poseemos en esperanza (Pablo)................................................................................11
Dinámica del don y formación.....................................................................................11
3. Ser signos de esperanza...........................................................................................13
Formarnos en una esperanza anclada en lo concreto............................................13
Formarnos en una esperanza que se traduce en una vida sana............................13
Formarnos en una esperanza vivida en lo cotidiano...............................................14
4. La parábola del Padre esperanzado..........................................................................14
Una esperanza herida vs integrismo sin heridas....................................................14
Unas heridas esperanzadas vs heridismos sin integridad......................................15
Esperando contra toda esperanza: la actitud del Padre esperanzado...................15

19

Вам также может понравиться