Вы находитесь на странице: 1из 3

La Orden solámnica vio la Luz casi dos mil años antes de la Guerra de la Lanza, surgiendo, como

un ave fénix, de las cenizas del Imperio de Ergoth. En aquellos días las dos islas ergothianas no
estaban separadas del continente de Ansalon, sino que configuraban una porción de éste.
Durante la Era de los Sueños Ergoth era una pequeña parcela, una región que fue creciendo
hasta erigirse en un reino vasto y diverso, tanto que no podía administrarse eficientemente.
El emperador, Thal Palik, era el peor de una larga saga de soberanos ineptos y poco prácticos; el
único método que conocía para preservar la disciplina era el dirigir a sus súbditos con mano de
hierro. Concedía a su ejército de caballeros una importancia capital. Para mantenerlo,
despilfarraba el erario público, desnivelando las finanzas y desangrando a los campesinos
mediante la aplicación de abusivos impuestos.
Los habitantes de los llanos orientales de Ergoth eran gentes orgullosas, nobles e
independentistas, que no tardaron en soliviantarse frente a semejante trato. Thal Palik, un sujeto
pusilánime que siempre temió un alzamiento, estaba preparado. Hizo llamar al capitán de la
guardia, Vinas Solamnus, y le mandó que partiera parar sofocar aquellos disturbios.
Vinas Solamnus, máximo oficial del cuerpo de centinelas en el palacio de Daltigoth, entonces la
metrópoli, era un hombre compasivo, un aguerrido luchador y un jefe muy querido. Con un
arraigado sentido del honor, quizá su único defecto era una incondicional lealtad al emperador
que vendaba sus ojos ante las flagrantes irregularidades del gobierno de éste. Sin embargo, y
pese a que salió resuelto a escarmentar a los insurrectos según le había ordenado su señor, se
conmocionó al ver la represión e infrahumanas condiciones en que vivían los ergothianos fuera
de la capital.
Cuando llegó a las planicies del norte, Solamnus anunció que se reuniría con los cabecillas
rebeldes bajo una bandera blanca, de tregua, para oír su versión. Tales eran el respeto y la
confianza que inspiraban el capitán, que los convocados acudieron al campamento y le
expusieron abiertamente sus quejas. Las investigaciones posteriores ratificaron sus historias. Es
más, el gallardo caballero quedó abrumado por la corrupción y privaciones que las pesquisas
pusieron al descubierto. Lo que más le dolía era la conciencia de haber estado involucrado en el
mal, al obstinarse en una ceguera que le había impedido advertir lo que sucedía ante sus mismas
barbas.
Vinas Solamnus congregó a sus seguidores y les planteó el problema. Aquellos que creyeran en
la causa de los lugareños estaban invitados a quedarse, mientras que los objetores tenían plena
autorización para regresar a Daltigoth. Aunque sabían que tal decisión entrañaba el exilio y quizá
la muerte, la mayor parte de los hombres permanecieron junto a su oficial. Sólo una minoría
viajó a la urbe, llevando un mensaje al emperador. "Retractaos de todas las injusticias que
habéis infligido a vuestro pueblo, o aprestaos a batallar", rezaba la misiva. Thal Palik acusó al
caballero de traidor y lo destituyó de su cargo, requisando sus propiedades. Los moradores de
Daltigoth hicieron sus preparativos bélicos.
Fue así como estalló la Guerra de las Lágrimas de Hielo. Pese a sufrir Ergoth el invierno más
crudo que jamás registraron las crónicas, Solamnus y su abnegado ejército de soldados y nobles
organizaron una marcha hasta la capital, que procedieron a sitiar. El mismo capitán encabezó
osadas incursiones más allá de las murallas. Estas operaciones obedecían a un doble propósito:
en primer lugar, desmantelar las despensas de víveres y, en segudo, poner a los ciudadanos en
antecedentes de la iniquidad de su monarca, demostrándoles que los sometía a rigores sin
nombre mientras él se refugiaba en palacio. Dos meses más tarde, la metrópoli se rendía. Una
revuelta desde dentro, propugnada por algunos de los caballeros a los que Solamnus permitió
volver a Daltigoth, forzó a Thal Palik a pactar la paz.
El resultado de las negociaciones fue que las provincias más septentrionales de Ergoth
consiguieron el autogobierno. Agradecidas con Vinas, las gentes lo proclamaron rey y, para
perpetuar su heroica gesta, llamaron Solamnia a la nueva nación. Aunque no alcanzó mucho
poderío durante aquella etapa, la palabra "Solamnia" se convirtió en sinónimo de honradez,
integridad y firme determinación.

Vinas Solamnus fundó los Caballeros de Solamnia en la Era de los Sueños, si bien esta
organización apenas ha cambiado con el discurrir de los siglos. Sus componentes suscriben dos
normas: el Código y la Medida. El Código se cifra en la divisa Est Sularis Oth Mithas, o "El Honor
es la Vida", juramento que se hace al recibir el espaldarazo. La Medida, por su parte, consta de
una extensa colección de cánones y pautas, un compendio de muchos volúmenes destinados a
definir ese honor. Se trata de unos textos complicados que sería muy trabajoso explicar, de
manera que sólo los esbozaremos sucintamente. Quienes deseen ahondar más hallarán su
edición integral, titulada La Medida, en la Gran Biblioteca de Astinus de Palanthas.
Rige la hermandad el Gran Maese, que arbitra como juez supremo en las cuestiones
preponderantes de los caballeros y, por ende, de la nación de Solamnia. En el escalafón
inmediato inferior se alinean tres dignidades, las de Guerrero Mayor/Alto Luchador, Sumo
Sacerdote y Primer Jurista/Alto Magistrado, representativas de cada una de las Tres Órdenes en
que se divide la institución. Según la Medida, quienes ostentan tales rangos son encarnaciones
vivas del Honor, la Sabiduría y la Lealtad. La tríada supervisa de un modo global todo cuanto
concierne a la entidad, si bien ninguno se interfiere en lo que específicamente incumbe al otro
como máxima autoridad de su propia Orden.
Estas tres Órdenes o sectores de los Caballeros de Solamnia se denominan de la Rosa (honor), la
Espada (sabiduría) y la Corona (lealtad). Los escuderos que hacen méritos suficientes para
ingresar en la hermandad lo hacen bajo el estandarte de la Corona, pues antes que nada deben
aprender los principios y leyes de la lealtad. No podrán promocionarse y saltar a la Orden de la
Espada hasta dar constancia de haber asimilado tales preceptos. Las pruebas son estrictas; por
un lado, hay que realizar proezas inimitables en la batalla y, por otro, observar una intachable
adhesión a la Medida en todas las facetas de la vida. En la tercera sección, la de la Rosa, que es
la más selectiva, no son admitidos sino los aristócratas de cuna. Ésa es la causa de que Huma
quedara excluido, pese a que muchos ven en él al mejor y más completo de los caballeros en los
reseñados aspectos de honorabilidad, saber y devoción.
El poder militar de los caballeros está cuidadosamente estratificado. Tal como prescribe la
Medida, las tres Órdenes deben englobar veintiún ejércitos —siete de cada una— que, a su vez,
se ponen individualmente bajo los auspicios de tres mandos, uno por sector, entre los que se
elige a un cabecilla general pero con derechos limitados. Esta estructura contribuye a templar las
decisiones tomadas en combate, puesto que han de ser sometidas a triple voto, al mismo tiempo
que propicia la unidad en la institución.
Cada caballero lleva un broche con el símbolo de su Orden inscrito —una rosa, una espada o una
corona— para sujetar la capa a la armadura. Todos portan un escudo en cuya superficie aparece
el emblema de la entidad, un martín pescador de alas medio desplegadas que aferra una espada
entre sus garras y gira la cabeza hacia arriba, sosteniendo una corona en la punta de su pico.
Estos adornos los hacen reconocibles dondequiera que vayan.

Cuando el Príncipe de los Sacerdotes de Istar desató sobre Krynn la ira de los dioses y estos
últimos, en castigo al pecado de soberbia de los mortales, los aplastaron bajo una montaña
ígnea, la desolación que provocó tamaña catástrofe —nos referimos, por supuesto, al Cataclismo
— dejó al mundo desbaratado durante años. Aunque su territorio no fue el más perjudicado, el
pueblo de Solamnia padeció como todos. Los engendros del Mal, largo tiempo ausentes,
retornaron.
En medio de tantos desastres, el pueblo se levantó contra los Caballeros de Solamnia. Durante
centurias los miembros de la Orden habían velado por la paz y la seguridad del reino. Ahora, sin
embargo, en el momento más crítico de su devenir, estaban impotentes. Se difundieron como la
pólvora rumores de que habían tenido una premonición del Cataclismo y no habían hecho nada
para prevenirlo. Siempre según voces maldicientes, algunos intentaban sacar provecho del caos
reinante aumentando sus haciendas.
Poco más tarde, aquellos hombres inocentes eran abucheados e injuriados en público. Y se
cometieron actos más negros que el oprobio verbal: los paladines solámnicos fueron vilmente
asesinados, se allanaron sus castillos y se eliminó o mandó al exilio sus familias. Tan disgregados
quedaron que, para el gran vulgo, la estirpe se extinguió.
También el tiempo —un elemento más dañino que el Cataclismo y más implacable que el odio de
sus congéneres— jugó en contra de la hermandad. El Código y la Medida los habían guiado,
inalterables, a lo largo de un milenio. Pero entretanto el mundo había cambiado, adoptado modos
y modas que los autores de su normativa no podían ni imaginar. La meticulosa legislación por la
que los caballeros regían sus acciones estaba anticuada, había caído en desproporción, y ya no
daba respuestas a los interrogantes que suscitaban el constante evolucionar de las personas y el
paso de los lustros. La Medida era ley, sí, mas una ley inflexible no moderada por un aunténtico
sentido de la equidad. Muchos de los nuevos soldados solámnicos se preguntaban cuánto tardaría
la justicia en demandar que se rompieran sus férreas reglas.
Los caballeros que no quisieron abandonar su patria hubieron de merodear por la región en
secreto y bajo nombres supuestos. No renunciaron, empero, a sus ideales ni al honor, y
continuaron combatiendo en la medida de sus posibilidades la perversidad que se adueñaba a
ojos vistas de Ansalon. Unos pocos, incapaces de tolerar resignadamente su pérdida de posición,
dejaron casas y heredades para establecerse en Sancrist.
En la época de la Guerra de la Lanza están vacantes todos los puestos de privilegio, es decir, los
de Gran Maestre, Guerrero Mayor, Sumo Sacerdote y Primer Jurista. Sólo hay, que se sepa,
sesenta y tres guerreros de las diferentes Órdenes, las cuales compiten por tales cargos
realizando heroicidades en la contienda. La tensión alcanza cotas altas, pues la rivalidad se
desarrolla tanto entre los individuos como entre los sectores mismos. La tradición exige que sea
un Caballero de la Rosa quien acceda a la soberanía, al título de Gran Maestre. No obstante, aún
no ha descollado lo bastante para ser aclamado unánimemente, y las disputas continúan.

Solamnia tiene la plata como patrón económico. La unidad monetaria más preciada es el
monarca de plata, a la que le siguen los castillos y ducados del mismo metal. De todos ellos
existen equivalentes en cobre. Si se acuña una moneda de oro, se calcula su valor en piezas de
plata.
Tan de curso legal como el dinero son las leyendas, en particular las dos que resumimos
seguidamente.
Bedal Brightblade fue un héroe que luchó él solo contra los nómadas del desierto, guardando un
collado de acceso a Solamnia hasta que llegaron refuerzos. Su espada, Filo Fulgurante, era obra
de los enanos y, si los testigos no mintieron, nunca se oxidaba ni perdía el brillo, por muy
vigoroso que fuera su uso. La tumba del personaje está en algún lugar de las montañas del sur.
Hay quien piensa que Bedal resucitará y volverá a Solamnia en la hora de las calamidades. Sturm
Brightblade podría ser descendiente de esta figura.
Huma Dragonbane, mítica personificación del caballero sin mácula, formó un grupo para destruir
a los dragones y echarlos de Solamnia. Su historia, recogida por el bardo elfo Quivalen Sath, está
muy fragmentada. Algunos dudan de que existiera jamás. Pero todavía sigue contándose el
episodio del último enfrentamiento entre Huma y la conductora de las huestes reptilianas, así
como el malhadado idilio del soldado y un Dragón Plateado.
El heroico caballero mató a la perversa Reina de la Oscuridad, transformada en Dragón de Cinco
Cabezas, con ayuda de su amada, pero fue herido mortalmente. Según algunos relatos expiró en
el campo de batalla, mientras que otros hablan de una agonía de varios días, tan pavorosa que
hasta los dioses se condolieron de su sufrimiento. Al compartir su dolor, las divinidades
desencadenaron grandes tempestades sobre la tierra. Aún en la actualidad se dice, cuando el
rayo surca el cielo y ruge el trueno, que los hacedores rinden tributo al valeroso Huma.
El soldado fue sepultado con solemnidad. Durante muchas décadas, quienes aspiraban a
enrolarse en la hermandad hacían un peregrinaje a su sepulcro que —algunas fábulas así lo
explican— estaba esculpido en forma de Dragón Plateado. Al hundirse Krynn en las tinieblas de la
malignidad, la senda de la Tumba de Huma se volvió sombría y azarosa. Poco después, la gente
empezó a cuestionarse su existencia. Se desconoce la localización de su cadáver y el monumento
donde yace.

Вам также может понравиться