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espectáculo del que felizmente fui parte, ahora no logro entender del todo cómo pude
acceder a tan inasibles y voluptuosas sensaciones. El fuego que consumía el cuerpo, el
olor intenso, más allá de lo reconocible, buscando el límite de lo permitido, inflamaba mis
fosas nasales y mi cerebro.
he llegado de fatigar las dunas en sombra. tu mano es una daga en el pecho: La más clara
de las noches ha pasado por no dar reposo al vaso, he dilucidado, en un estado de total
ebriedad, la significación de las luces que se agolpaban a los pies de tal o cual otra mujer,
de los pies “nidios”, exultantes, lisos, quién sabe perfectos...
Dos días han pasado, el cuerpo sigue allá, entre los pajonales, la cabeza, ya ignoro qué
cuerpo habrá coronado. No logro quitar de mi vista esas imágenes.
Los perros
Los golpes castigando el cuerpo, todo el brazo tensionado en un convulsa acción, forzando
la cabeza del otro, el vaho que se desprende de los cuerpos casi como una figuración de
su alma.
– Vas a tomar las muestras de la escena, una prueba de luminol en el taxi que se ha
encontrado en las vecindades del hecho; me entiendes, no ve? –la mirada seca, cortante,
me entiesa, me hace hervir la sangre este boludo, por poco y le respondo remedando lo
burlonamente: “no ves que?”.
Llego a mi casa, he rodeado la ciudad por la Periferia, en la camioneta. En lo que bajo della
me despejo, abro la boca en un amplio bostezo, corroboro la hora y cierro la puerta. No
logro destrabar mi puerta y me percato que a llo lejos entre los arboles y la maleza se
ciernen tres siluetas. Me pongo al tanto, palpo mi pistola. Algo me frena en ese momento
en lo que dura el que me asegure que son personas y no un espejismo, una pareidolia. Se
mueven al instante y simultaneamente las tres figuras, son hombres. Una boca inmensa
como la de una boa se abre ampliamente en mi cabeza, el temor paralizante. La reacción
inesperada, tomo el arma y hago dos disparos en su dirección.
No pienso más, fueran personas y sin mayor problema les descargo un par de chumbos.
Encuentro todo el relajo excitante, me sube la presión, siento un ardor súbito en la espina
y la necesidad, la urgencia de correr y tensar los músculos en anticipo de violencia.
De la nada, entre los ligeros sonidos que eran imperceptibles me doy cuenta que todo ha
sido una mera ilusión
Casi se diría que el lugar tiene algo de irónico, se me presenta de modo único, todo el
devaneo de los cuerpos que se están en una especie de convulsión eterna, todo un
espectáculo que juega con la irreverencia de esos senos y la paganidad de esas nalgas.
Un desgano resbalaba sobre su cuerpo, el cual tenía la cadencia de un blues andino. Era
eso o mis ojos seguían algún ritmo anodino y Las piernas me habían convencido del
nombre que ostentaba el lugar: el Jardín de las Delicias. Tosco, imprudente, con
movimientos calculados pero una pasión que se me delata en los ojos y en la boca haciendo
agua, apenas puedo sino tocarla.
El vacío sobrecoge, el frío entumece a estas alturas. No logra asirse de la roca, la gruta que
queda al frente de ella tiene una marcada capa negra de hollín. Se me antojara ver en esa
oscuridad, en esa puerta negra en medio de la oscuridad un par de tizones rojos, brasas
encendidas que miraran con calma, con deferencia y distancia.
A la intemperie, como un dios ubicuo, el frío doblega todo de manera sistemática y violenta.
Caen hojas desde los altos eucaliptos que nos rodean y como si fueran almas malditas
descienden haciendo un ruido acompasado pero inquietante. El trío de rigor: una señora de
voz impetuosa, tono justo, entre macabro, el otro, voz que resuena como cuerno de guerra,
mi aspecto y mi suerte de condenado, encajo tranquilamente.
Me siento al regazo de ella, tan sólo con la delicada intención de sentir que en su regazo,
preguntandome si al abrazo de la brisa, puede existir algo más bello que una mujer
voluptuosa contoneando se, que su piel fría, que el vago crujir de y las cortinas rojas que
se abalanzan contra mí y el resonante murmullo que repite “nunca más”.
Ahora, a trasluz, a sovoz, desde cualquier ángulo me pregunto, en una especie de eufórica
y desquiciante locura que roza con el absurdo, si hoy, en la noche, entre las sombras, no
estarán frágiles, desnudos, ensortijados, mutilando. Me pregunto si las novias inciertas de
este frágil entonado podrán seguir y hacer el séquito
Algunas luces quedan, como para hacer posible este comunicado, otras, ya se han
esfuminado, mis días y la memoria que acumulo de los otros, de los días abominables, h
Las luces de mi cordura han ido abandonando esta memoria, quién sabe si lo que cuente
ya no está del todo tergiversado por la hórrida oscuridad que todo lo contamina. Ex
Han pasado dos días de que presencié la escena em la Curva del Diablo, había algoen ella
que me parecía llamativa a la par que me repugnaba. He presentado anoche, a última hora
el informe preliminar al fiscal Guerra. Me tiene algo crispado todavía, no había podido
almorzar del todo bien, porque incluso antes ya sentía un cierto asco. Estos días no han
sido para nada buenos.
De una manera tan condescendiente, con un guiño que me ha parecido lo más vomitivo
hasta ahora, esta chica se me acerca. Me palpa el oido con su aliento, puedo sentir lo
pesado de su ser sobre mi oreja, el aliento húmedo y meloso, falso, de su voz. Se, pero que
me urge apretar un par de buenas nalgas
papito, no quieres - la corto respetuosamente, no estoy para sus huevadas ahorita –donde
han ido los maleantes, le pregunto sin más. Dime de una vez. palpo la pistola. No sé si esto
la excita pero sus ojos brillan.
Me señala el fondo del local –hay como quien dice algo fuera de lugar en su maldita actitud,
o por lo menos me lo parece, miro abajo, las botas que tiene parecen de esquimal, trato en
lo corto de mi inspeccion de recorrer con placer la mirada sobre sus piernas, ya que no lo
harán mis manos quién anda en bolas con una tanga por toda vestimenta y usa un par de
botas pequeñas, de mal gusto, peludas y nada coquetas?–, la veo con parsimonioso
desgano, vuelvo el rostro y me dirijo hacia donde ha señalado, veo perifericamente todo en
mi derredor, no vaya a ser que me tope con algún imbécil en el camino.
El tío me pide flores, recuerdo en mi memoria vehemente surge el recuerdo de una pelicula,
casi puedo recordar la etereidad
El relato (…)
Como detective de la FELCC, tengo un par de casos todavía pendientes. Mis noches no
prenuncian, sino dos o tres veces al mes, un sueño tranquilo. Mato el desvelo o lo anticipo
y desdeño con varias tazas de café.
Bajo a lo claro del día y hay un hueco en lo hosco del cielo, del que emana un frío que
promete congelar hasta el último ser dentro de la Hoyada.
Caminar en la claridad del día mientras todavía revivo, en mi mente y con toda vigorosidad
gráfica, las escenas del crimen es una manera de despejarme. Ni bien termino la salteña
que compramos con el Jimmy y puedo volver a olvidar las fotografías, aunque sea una
ilusión más que una certeza.
Como quien nada hace, con ese gusto dejado, relamiéndose los labios, había puesto la
mirada sobre mí. Con todo la luz que venía del fuego apenas podía ver al soslayo sus
facciones, pero todo me ayudaba a percibirlas como brutales.
La conocí en un boliche de la Ceja, fue meramente casual que me concediera aquel inusual
guiño. No tardé casi nada en acercarme y ofrecerle un vaso.
investigador hace lo protocolar, empieza la investigación, se dirige a la zona roja de El Alto,
indaga.
Vamos por una salteña, a modo de aplacar a los dioses de la sajra hora. Es la casera de la
esquina que sirve salteñas y nos prodiga su mocochinchi y el ardor de sus chinchis.
Salimos a la calle con la ferviente promesa de aplacar a los dioses de la sajra hora con una
salteña. Llegamos y nos encontramos con la sacedortisa que nos facilitará la tarea. La case
queda maravillada con la improvisada comilona que nos damos, cuatro salteñas y un
mocochinchi. Durante toda la charla entre salteña y salteña, entre mordisco y sorbo, Cancio
me comentaba
Existe un relato que sigue asolando mis noches; o, más bien, el resto de un relato; un
conjunto de imágenes desperdigadas, un relato mútilo.
En estos momentos, me apremia dejar escritas estas líneas, con lo necesario de objetividad
que demanda el caso, no porque crea que éstas puedan transmitir algo más allá de su
morbosa novedad; sino porque deseo descargar mi mente de las imágenes que han
torturado mis noches en consecutivas y espeluznantes pesadillas. Apelo, sin duda, al
criterio del lector el saber discernir de éstas el horror y la consternación que, en una primera
impresión, causaron en mi persona.
((Me recupero, convaleciente. Son ya días que las gotas extrañas y que enfrascan toda la
oscuridad en su diminuto ser van cayendo en este rincón. Convaleciente de qué?, de las
experiencias que han arremolinado estos últimos meses. Mi mente por poco y no termina
naufragando en esa tempestad que ya se ha disipado gracias a algún aire que me arrebata.
No queda nada ya del atroz delirio que asolara mi mente. El tiempo se me desperdigado
como una pintura surrealista que ahora recuerdo, se me ha perdido en lo lejano del
horizonte. Estoy quedo y convaleciente, disfrutando los atardeceres de luz moribunda y la
extraña sensación de indiferencia.
La investigación del caso se me delegó de oficio y partí con los procedimientos protocolares.
Estos me dirigieron, sin demora, a los testigos del hallazgo. No pienso redundar en detalles
insignificantes, no se prestan a la rápida impresión que causan las imágenes en la mente,
tampoco dan cuenta del enajenamiento y perturbación que comunicaban los testigos. El
caso era el siguiente: la cabeza de una mujer, de trenzas alargadas, se encontraba unida
al cuello de una llama; las extendidas tullmas, coaguladas de sangre, se enroscaban hasta
llegar al suelo; la lana del animal, hecha t’amphulli, brillaba carmesí. Veo las fotos.
OTRO ENFOQUE
DESAMOR
Panqara, de frente al otro, y escudriñando sus palabras, el presente que urdían. El que, ahí
mismo en un momento ineludible, no le significaba nada más que un círculo que volvía al
principio, otra vez repitiéndose y prometiendo repetirse indefinidamente de no ser que
tomara la decisión que ya era obvia –un dejà-vu de aquellos: tormentoso–.
El otro, hablando, pero sintiendo que el verbo se le escapaba, una desazón de estar
estirando las palabras hasta que se le desleían por completo en la boca, antes de salir
siquiera al aire; se disolvían.
La noche, seca, y la Autopista La Paz-El Alto era un yermo extendido hasta donde se lo
engullía la noche.
Bocinazo, el voltear la cara; deslumbrarse a la par que esperanzarse por aquel par de
llamas que rompían la noche, todo fue uno.
Dejó al otro en la orilla arenosa al margen del asfalto, subía a la Ceja; el otro se quedaba
ahí, tal vez indiferente, mientras el minibús se iba en medio de las sombras.
ASESINATO
Amaneció como otro día normal, lo único que me molestaba era el persistente sabor a
ceniza en la boca, con un regusto amargo que recubre todo el paladar hasta llegar hasta la
glotis, un sabor profundo a ceniza, ahumado y carne.
Me levanto apenas y el cielo sigue encapotado, toda la ciudad está anegada en niebla. Mi
cabeza se empeña todavía en reconocer mi entorno. La calma cae de golpe, el flojerío se
niega a abandonarme. Tengo un ligero deleite en comprobar este sabor agrio tan
inconfundible, es de ceniza, y es de anoche. Tengo un arrebato al tocar el piso con las
plantas, es de loza y vivo descalzo acá.
El tiempo no se detenía. Sonó la alarma y amanecía. Abro los ojos forzadamente, apenas
cobro consciencia del tiempo, sólo enceguezco al principio. Siento la boca agria; debe ser
la ceniza de anoche que se ha quedado en mi gusto. Me levanto y piso inmediatamente la
baldosa blanca y fría debajo de mi catre con los pies descalzos: siento, junto con la frialdad
de la baldosa, el hastío de demasiados días acumulados entre la podredumbre
humana: una miseria insondable. No sé por qué mierda tengo que levantarme tan
temprano.
La consciencia es todavía difusa en la locura del sueño. Despierto haciendo un gesto leve
de asco, suena la alarma y amanece apenas. Entreabro los ojos, el tiempo apenas cobra
cuerpo en mí. Me incorporo en la cama, apago la maldita alarma. Siento la boca agria -tomo
del velador un sorbo del tomatodo lleno de cocoa, ron y agua-, ha de ser la ceniza de
anoche. Me levanto de golpe y siento la frialdad de las baldosas blancas de mi cuarto -como
el maldito cielo y la neblina- al pisar las con ambas pies. Una sensación de profunda miseria
me inunda tanto como la luz de la madrugada hace con mi cuarto. Qué maldita razón tendré
para despertarme tan temprano. Mierda.
Se veía al espejo: nariz rota y el recuerdo incesante…, mala compostura, rostro altivo pero
azotado por noches de insomnio, el cabello, bien recortado, la barba, incipiente. Anoche
Al despertar, la cabeza todavía difusa en la locura del sueño. Al lado seguía sonando la
alarma.
El café, amargo, sin azúcar; la comida también: sin gustos dulzones. Retozaba en su
cabeza el asco del día pasado, todavía emitiendo un vaporcillo a morgue, acompañado de
un sabor agrio en su boca.
El fogonazo de luz y el fogonazo de amargor lo despertaban. Eran las 9 ya, sol pleno,
enceguecedor y el café de sorbos desencojudecedores.
Cuántos casos ya, hasta ahora? Por ende, pensaba, cuántos horrores que ni conozco ni
conoceré, tan infinita la aberración?; la humanidad? Sobre el velador, una copia de Diálogos
con Leucó. Sobre su cabeza un aura notoriamente deteriorada de santo, deslucida. En su
cabeza, ecos todavía retumbando de Nietzsche y el eterno retorno, ecos con sonoridad de
catacumba, de lagos…
La tele se prendía a las 8.00, eran las 7.00, preveía noticias en alguno de los informativos
matutinos que no estuviera inundado de minifaldas, letra destellante, soles floridos o trajes
de marca sobre tipos hechos como en serie.
ACÁ
Quema casi de inmediato, se combustiona con una violencia sobrecogedora, la brasa se
volatiliza y el cuerpo empieza a humear profusamente. En el pleno de una noche con cielo
púrpura, cielo embovedado de pesadas nubes, la llama indomable latiguea con el viento. El
humo sube y, quién sabe, llegará a consustanciar con las nubes. Mañana lloverá su aroma,
esparcido su ser sobre el pasto. Es como si el fuego amara su cuerpo, lo lame con violenta
pasión. Me entrego a la pasiva contemplación de ello. Veo un cuadro abstracto ante mis
ojos, o su posibilidad: en un museo un cuadro apostado en una pared, un cielo densamente
púrpura, embovedado de pesadas nubes que se funden en un púrpura y la llama, diminuta
en la lejanía, indomablemente roja y naranja, enfrascado en su afán de consumir. Yo,
absorto, embobado de tanto placer, el marco conteniendo mi placer. ¡Y la
mierda!, la realidad, luego, despierto o termino de darme cuenta de que despierto.
El cielo está púrpura y no sé por qué idea descolocada empiezo a imaginar a Wilma
consustanciando con algún ente celestial, en pleno de todo este su suplicio, en medio de
esta purga, de esta cocción. El fuego redentor, loco de pasión lamiendo la por todas partes,
poniendo de cerca a Wilma con Dios, con su Dios. Dios inspirando hondo el olor de Wilma,
los ángeles coreando mientras husmean ese aroma y recuerdan sempiternas ofrendas.
Ella, consustanciada, humo y nubes pesadas, mañana; ella lloviendo, chillchando, el rocío
regresando a humedecer sus carbonizados restos.
Quema también mi cabeza, otra vez el olor a ceniza, el gusto amargo. Anoche he
probado de la delicia de Dios en la tierra, de la carne mórbida, casta, he hundido con
profundo placer mis dientes y he arrancado el sumo placer del cuerpo de otro.
El resquicio del silencio roto, el grito que me crispa y cala en lo más hondo mientras el viento
lanza latigazos, relámpagos, con el fuego. El cuerpo humea y humea. El cielo embovedado,
nocturno y opresor nos hunde con pesadas nubes púrpuras. Su cuerpo, su aroma, de
alguna manera llegará a consustanciar con las nubes que nos
Ahhh… el profuso amenecer, mi mente acaricia la idea de que en algo consustancian éste
con su neblina tanto blanca como aterradora y la noche ennegrecida…,
insustancialidades… Sólo tengo que dejar la cama, porque remoloneo que da asco, debe
ser por la neblina, el terror sagrado que puedo tenerle. Don Cojones me decía que la niebla
engulle y pierde. “Te come el ajayu, se te entra a la vista, se te aneblina, y con cataratas ya
nomás apareces”..., viejo borracho. Pero ya me hice a la idea de que te chupa la vista la
niebla, seguro te la seca, asumo… bahhj: tengo que terminar de salir de acá. El trabajo y,
luego, leer con suerte, soñar luego con la mirada despierta, o en la noche; más huevadas
de ser posible, huevadas interesantes.
Surcan mi mente todavía las imágenes del sueño mientras me preparo el desayuno. Seguro
un café amargo las termina de disipar, de cortarlas. Huevo: crudo, un gusto viscoso que
reviste todo mi paladar, yema incluso. Marraqueta tostada, crujiente, margarina a falta de
mantequilla y un jamón barato pero gustoso.
Una vez en el trabajo, recibo noticia de que el caso de anoche, el que precisamente
había sedimentado en mis pesadillas anocheras/recientes/yesternas, había alzado un
montón de polvo. La prensa le estaba encima: “(...)”.
Ignacio me llama del fondo de la oficina, el olor a betún y cera inunda el ambiente y la
mañana.
Profuso culo que asciende a morir en tanto yo me miro al espejo y espeto en él, mi imagen
me tiene asqueado; igual después podré limpiar toda la mugre del espejo, con
desinfectante, claro.
No hay un incendio futil en mis sueños, todo me significa algo y retuerce mi enmarañada
mente. Me meto en la cama y remoloneo un poco mientras la mañana se abre entera con
luz y claridad.
En mi mente todavía surcan las imágenes del sueño, tal como si andaran detrás mío y me
asecharan, urla la pichitanca dentro de mi cabeza, todavía la faz del cuerpo o lobos que
asechan o lo que haya en el altiplano.
Tengo que bajar a la oficina. Bueno..., mierda, más vale que me apure. Sorbo café amargo,
limpio el mal gusto de boca mañanera una marraqueta tostada con una mortadela barata.
Huevos, crudos. No pienso ensuciar nada, huevos de sabor plano y regusto viscoso. Café
amargo otra vez. Plátano y a la mierda.
Un jazz sucio
detective
cocinar
ESTASIS
un detective presencia varios crímenes con tinte sectista, tiene una visión bastante
desafectiva sobre los crímenes que presencia y sobre los cuales informa
ENESCA
cocina una carne a media tarde y esto le reminisce hacia el olor de la carne ahumada en el
último crimen
BUSCA
lo trascendiente de la experiencia
SORPRESA
un amigo parece ser integrante de una secta que está involucrada en los crímenes
DECISIÓN CRÍTICA
decide formar parte del ritual cuando está a punto de arrestar a su amigo
CLÍMAX
el gusto por la
REVIESA
---
RESUELTA
---
Jugando con otras posibilidades, PP es el autor de los crímenes, que sueña un día después
y termina rememorando los detalles la mañana siguiente.
Hay un aroma en el aire, ansío captarlo de mejor manera, por lo que hincho el diafragma y
abro codicioso las fosas nasales. Aun con la baja temperatura, el viento ayuda a que note
un par de cualidades a ahumado. Sigo aspirando y, de pronto, junto a la precisión de carne
quemada me llega una nota no tan
Trato de distinguir los distintos aromas; no me cabe duda, a pesar de lo escampado del
ambiente y de lo invasivo del olor que desciende de los altos eucaliptos, percibo un
característico olor a carne ahumada. Un ligero espasmo carnívoro enturba mi espíritu. La
impresionante carga de este olor no me provoca placer, pero hay un pequeño rincón en mi
hipotálamo que
*La antesala a la escena se configura a partir de una amalgama de olores, un aroma. Trato
de distinguirlos conforme voy acercándome, a mi lado viene, hecho una sombra, mi auxiliar.
Logro cerciorarme, mientras el aire gélido de las laderas acarrea los olores que, muy por
encima del gusto dulzón de los eucaliptos, destaca un dejo a carne asada.
La mezcla de aromas viene por detrás del montículo del Tío, ex Curva del Diablo. La
combinación de aromas llega a serme grata, aunque puedo adivinar qué tipo de carne sería
la que está despidiendo ese aroma, dada la noticia de que se trata de un homicidio.
Ni bien llego a la escena del crimen veo ante mí la imagen de algún dios antiguo o un
engendro imaginario que alguien quiso recrear, apenas esto me conmociona,
inmediatamente me presto al detalle: el ojo devora lo que ve mientras el olfato trata de
interpretar lo que se presenta ante mí en clave cifrada.
Tal como ha pedido el fiscal, se toma nota de todo, previo cordón de 100 metros al
perímetro. El fiscal es un imbécil, pero sabe que acá y en toda la carretera se suceden
acontecimientos extraños de último, obviamente delictivos.
Tomo nota de todo a vista: forjo dos informes, sucintos, uno para folio oficial (el mayormente
concentrado en lo visual), el otro hace parte de mis archivos y se centra en lo olfativo y, si
se me permitiera, en lo táctil.
Son días intermitentes y extraños, en los que, de manera impensada se vienen sucediendo
delitos atroces, buena parte de estos me los ha encomendado, no sin misterio y en medio
de persignaciones santurronas y fingidas, el fiscal. En estos ha destacado la seña de
mañanas bañadas de rocío sanguíneo, aljófar sangriento, esparciendose en el chixi de los
rededores de la autopista y el montículo del Tío.
Son seis o siete casos que se han sucedido en los últimos días, el ambiente de las oficinas
fiscales parece haberse contagiado de cierta podredumbre, más de la usual. Los casos se
extendieron en el tiempo de manera arbitraria. Han ahondado la noche en la que se
encontraba la fiscalía, la nocturna presencia de esos fantasmas ahora tiene un tufo a
podrido.
Se han sucedido siete o más casos; de los que contamos con registros son 7, indicios de
mayor actividad, los hay; pero, claro está, la atención de los múltiples delitos de este tipo,
que se esparcen como una plaga en los redores de la autopista, escapa a los recursos del
departamento de crímenes de violencia, y de quien lo regenta, también.
la mujer que será objeto de su pasión y que terminará siendo víctima en un ritual satánico
es una allegada suya, ella debe trabar relación singular con él, algundre…
Terminé entendiendo el porqué de muchas cosas que pasaban en la oficina del coronel;
lentamente, desde el fondo de su sillón, él veía mis intenciones; era el más alocado de los
de la estación, un aire juguetón y un impulso por hacerse notar en las conversaciones, casi,
casi, de manera pesada.
AL momento que, en medio de toda esta epifanía, recordaba, un tanto cansado de tratar de
rozar el misterio de sus imágenes, mi sueño madruguero, y mientras salíamos a coger una
salteña, me asaltó el cerebro la idea de que tenía algo que ver en la escena, la idea me
electrocutó.
Una foto tranquila en el fondo del cuarto. La mirada huidiza de la señora, las manos
menudas y nerviosas que entretejían quién sabe qué mundo en el fondo de su mente, con
el cual se distraía…
El hórrido y pesado sueño, de mujeres cantando desnudas, con voces melancolicas, con
tonos lupinos que chirriaban, con alaridos extáticos en los que retozaba una voz sangrienta
y con hambre.
En las noches en que reincidía todo este populoso conjunto de imágenes, del seco e
intermitente vaho de
Noches interminables, en las que otra vez, aquí y allá, las mentadas imágenes volvían a
cobrar mayor crudeza y roían, sin cesar, mis sienes. Ahora, habiendo confiado sobre estas
líneas las imágenes que aborrezco; por algún raro e inusual influjo, espero que la noche
trague de nuevo todo este flujo, putridez que cala en mi sienes.
***Es este estado el que me excede, me trasciende, y el que, de otra forma y por haber
tratado de desviar mi atención de las imágenes que me obcecaron todos estos días, no
hubiera tardado en enloquecerme. En este estado, sobrio, pero intoxicado; vidente, pero
deslumbrado, paso a referir una suerte de serie de eventos que han tenido lugar acá en La
Paz, y más específicamente en los lindes polvorosos de la carretera, esa que no puedo sino
imaginar sumido en el más pasmoso estado de pavor y desconcierto.
Ahora a modo de perseguir la luz que se deshace entre aquellos ocres cerros, de montes
rasos, paso a referir la historia, cobijado entre la oscuridad del cuarto, en los bordes del
barrio Apaña, a los lindes del río Orkojahuira, que baña las riberas pútridas
NEGRO, NEGRAZO
A modo de terminar las cosas que he empezado, termino estas líneas, arrinconado en un
cuarto deshabitado, en los lindes del barrio de Apaña, en la ciudad de La Paz.
Paso a elaborar un par de ideas a manera de advertencia para el alma desgraciada que lea
esto. Mi intención dista de un texto de tipo amarillista, o de uno que confíe su eficacia a la
mera impresión; sin embargo, no me es desconocida la noción de que una vez que mi
mente haya transmitido de manera algo efectiva el relato o curso de eventos que sigue, ella
misma se habrá aligerado de terribles tormentos. Las imágenes secas, palpitantes y
desorbitadas, las imágenes que han torturado mis noches en consecutivas y espeluznantes
pesadillas se disiparán en la noche de donde se originaron.
Inicio mi relato, despabilado, en medio del poltrón de mi cuarto, consciente de que, acá en
los bordes de la ciudad de La Paz, donde el Orkojauira baña indistintamente lirios y
cadáveres en sus bordes, la falacia de la realidad y el delirio de mi locura se atenúan.
Los días se sucedieron de una manera más bien tranquila, en medio de las habituales
Noches interminables, en las que otra vez, cada vez más, este ardor vuelve incendiando la
poca cordura que se agazapa en mi mente; el vago recuerdo de los gritos, de las piernas
centelleando blancas en la oscuridad, del ánimo fervoroso, henchido de la sangre más
ímproba, del deseo que desborda lo sensato y que me arroja, tristemente feliz, en la
vorágine de lo humano, de lo intensamente humano
No era más que otro día, entre los altos eucaliptos. El bosquecillo de Pura Pura quedaba a
la derecha, silente y atiborrando el aire de su aroma.
Acá, en lo descampado, gracias al frío que se concentra en y desnuda los montes, el aroma
pierde cierta fuerza
En mi mente todavía surcan esas imágenes del sueño, tal como si andara volando detrás
de mí y me asecharan. Urla la pichitanca dentro de mi cabeza. Ahora, partiendo de lo visto,
no puedo dejar de lado un gusto molesto y persistente en lengua, un sabor a ceniza; un olor
a ahumado, a parrilla, está impregnado toda mi ropa.
La veta que le quedaba por descubrir, la noche anterior, sobre un caso sin resolver, se le
ha esfumado de la cabeza; seguro se la ha tragado la noche o se ha apartado de sí en
sueños... Soñaba, dichoso, que era testigo de un asesinato, que veía de lejos como el viento
de un cielo púrpura y naranjizo jugaba, pícaro, con las trenzas de una chola joven, masiza
bajo sus prendas, según imaginaba... En la aneblinada mañana todavía se le hace posible
revivir algo de la quimera, como si en algo consustanciaran la noche ennegrecida y la
indeterminada realidad de la madrugada de niebla profusa.
El intranquilo y concentrado gesto del detective, quien ahora recalienta algunos pedazos
del chicharrón perecino que sobró ayer, es evidencia de que anda sumido en un estado
muy parecido al trance. Entre su rictus y profundiéndose en toda la cocina, se alza este leve
humillo
Arístides, frente a los fogones, mantiene un rictus digno de admirarse. Los gestos de su
rostro se muestran fijos y convulsos a la vez. Tiene delante de él una sartén donde crepitan
gloriosamente los pedazos de un chicharrón que le ha sobrado del almuerzo de ayer, justo
después de cuando tuvo que entrevistar a un par de testigos sobre un caso que se le ha
sido asignado recientemente.
Aristides, frente a los fogones, mantiene un rictus digno de admirarse. Las facciones de su
rostro se muestran fijas y secas
Los restos de un chancho sesean en la sartén. A este punto, Arístide sabe que los hechos
de la última investigación se van desvelando, y, como en un rompecabezas, su mente hace
lo posible por armar una imagen coherente con ellos. Datos cruzados, omisiones, detalles,
todos las menucias que se dieron en la sala de interrogaciones. Dos vueltas más al cerdo
y seguramente estará caliente. El humo y la carne cociéndose nada tienen que ver con los
hechos
“La despellejé, dejé la mayor parte de su piel sobre las brasas, la grasa que goteaba iba
directo a sublimarse debajo, en los carbones encendidos”.
No hay como esta noción espontánea, rápida y directa para entrever, en lo lejano de los
ojos del detective, que la gran pregunta no es cómo se hizo esto; no es cómo se llegó a
trocear el cuerpo, una vez completamente cocido, o ligeramente como algún francés
decadente podría degustar un pedazo de carne –bleu o saignant–, no es, pues, cómo se
llegó al punto, aunque sin duda todo aporte información, la que será de especial importancia
para el informe al fiscal, no es nada de eso. Es el porqué se llegó a esto.
Toda esa retahíla de detalles parece serle un estorbo, un peso del que quiere
desembarazarse lo antes posible. “La han despellejado, yo he visto ni bien he llegáu,
uuuta…: la piel al aire, ¡rooja!...”.
No hay nada más, en medio de la madrugada, más que la niebla y los recuerdos del
detective.
El puerco, restos de un chancho a la cruz que se sirviera ayer, sesean en la sartén de hierro.
El desayuno es extraño; él sabe que el sabor será algo rancio y aun así disfruta con la
anticipación y el aroma que la acompaña. Será un café el acompañamiento, ya antela.
Recuerda, en medio de los convulsos aromas y de la amalgama que hace en su memoria
los detalles carniceros, que hoy debe resolver el caso, no obstante cualquier inconveniente
y más allá de imprevistos.
El olor impregna el cuarto de cocina, de tal manera que da la impresión que el puerco se
vacía de su aroma, quien lo recalienta piensa que este tufo que se desprende es su esencia,
lo cual le parece gracioso; sonríe. No obstante todo el crepitar, el sesear y el humear del
cerdo, no se ha ocupado del todo su capacidad mental, y, más aún, por esos mismos signos
que arroja la sartén, la mañana y la niebla empieza a entrever poco a poco una realidad
atroz.
No toma demasiada atención a estos hechos, los toma como apenas una mezcla
desafortunada de sensaciones y recuerdos.
Su mente se agolpa de manera irregular ante la sensación del humo cundiendo en el cuarto
de cocina. Capta algo en la neblina de su mente, en medio de toda esa parafernalia
cocinera. El monto de confusión no niega la claridad con la que la imagen lo deleita, lo
golpea. Esa chiquilla que estaba ahogando se entre la neblina, a quien las llamas asfixiaban
en su fatal abrazo.
Su memoria acá
Con la desapasionada economía de tan sólo dos movimientos, corta el largo de un músculo
palpitante. Hay un par de músculos que muestran resistencia, el cual, cómo resortes de lo
desconocido, le muestran en el fondo de su hemoglobinesco color rojizo y palpitante, la vida
en todo su esplendor.
La misma le ha transigido un par de vueltas al estilo que hubiera gustado, la economía
despiadada, desapasionada y despiadada economía de tan sólo dos movimientos extrae
des dentro y ves fuera una sanguinolenta lombriz que no se retuerce, el intestino. Las
achuras que podrían colocar al fuego empaletadas entre un par de palos, la bendita
economía de los muertos, en quienes de
Caerá en las gotas mañana
Hay algo, en el trayecto del minibús, que fatiga su cabeza en los consecutivos sacudones
que dura el trayecto. La imagen que trepa hasta su mente ronda con fuego y trae el tufillo
de carnes cocidas; otra vez, a través del ambiente semiseco, casi obtuso de la mañana que
habita también en el minibús, sus percepciones se fusionan, y el cerdo que sus papilas
degustaron hace no más de una hora vuelve a encenderlas.
Sin saberlo, había mantenido encuentros vehementes todo este tiempo con un transexual.
En su cabeza cabalgan indómitas las ideas como en estampida, entre el convulso orden de
su pensamiento, trata de entrelazar un par de ideas claras.
No todo está perdido, qué clase de sexualidad conjuga un deseo que haya
El río sonaba afuera con tal crecimiento y locura que copiaba el ruido violento de un diluvio.
NInguno había
A ambos se les confundía de alguna manera con un hombre a otro con una mujer, eran
remedos de sombra ahora, la calma perecina les endulzaba el crepúsculo los días pasados.
Quemaron cuanta energía hubiera en sus cuerpos, fatigaron tardes enteras el adestramento
en sus cuerpos. No había, de momento, apuro entre ellos para llegar. Los encuentros y
amoríos siempre se daban entre las sombras de un crepúsculo.
Arístides es un degenerado, o por lo menos eso cree él. En tanto piensa esto, en medio de
la drusina mañanera, el bocio medio amargo en la boca no es un impedimento mayor para
que siga con su tarea.
Se levanta, caído
Casi pienso,
El rebozo
Lo dionisiaco lo traía entre ceja y ceja, no había más vueltas que dar; quería,
consistentemente y con una cara deshecha de lujuria, tomar el cuarto más cercano y ver
qué pasaba.
Los meses pasados, a pesar de sus consabidos pretendientes, su ganado, no había dejado
de pensar en la idea de tener sexo con un extraño, retorcer entre las sábanas de algún
motel de quinta, hundir las manos entre las sábanas blancas, morder, arañar, gritar -como
un cerdo en pleno degüello- según le habían dicho. Toda esta sarte de actividades,
desfogarlas. Fatigar el cuerpo en conjunción con otro humano.
No sabía cómo entre los repetitivos y salivosos besos que incomodaban su boca iría a
encontrar a essa pareja ideal. No sabía qué había dónde, no estaba segura de ninguna
conjetura, pero el deseo la poseía de manera ubicua, azuzante, y de un modo enternecedor
buscaba
A ver, entre este tumulto en la Pérez qué es lo que podía encontrar. Qué onza de amor
reptaba entre el gentío.
No se pudo parar muy bien, y mientras todo el barullo de la gente se despejaba como niebla,
no había nadie en la plaza que pudiera ser quien le tocara el trasero -su manoseable
trasero, según su novio- no había nada entonces que no pudiera encontrar en la multitud
más que naufragar en un mar de sinsentido, de ofuscación, de tropelías que se agolpaban
en su cabeza peor de lo que lo hacían las personas en el trajín de la plaza.
Todo en la mañana era niebla, todo era una mezcolanza de frío, niebla húmeda,
descreimiento... angustia. No podía determinar con exactitud qué es lo que confundía sus
sentidos. Su cerebro se apresuraba en mezclar los comentarios un tanto estúpidos,
supersticiosos sobre el estado nauseabundo de la víctima.
Todo en la mañana era un helor que le partía los huesos, toda la mañana era una mezcla
de frío intenso, el adormecimiento que se despejaba y la niebla que cubría las calles
desiertas. El detective confundía en su mente todos los datos que había recibido y anotado
durante las interrogaciones del día anterior. Se encuentra apenas consciente de esto.
AAA
Hay una intuición que ronda la cabeza del detective Arénides. Esta intuición toma cuerpo
cada vez que el tufillo que despide el corte de res** llega a sus narices desde la sartén. En
su mente, el último caso, el último homicidio del que se encarga(,) es una danza de
sensaciones.
— Por la entrada estaba caminando… como media hora, siempre. Duro estaba… … (hesita,
mira a los lados mientras baja la cabeza), hey visto ya de lejos eso que le habían hecho…
el olor era bien fuerte; el ch’ji estaba chorreado con la sangre seca y lo que chillcheaba
hacía oler bien fuerte… como a leña, pero a podrido también… ***
El olor a carne ahumada. El tufillo. El líquido rojizo brotando del corte de filete mientras se
cuece lenta y sonoramente.
— Oye, a ver... (se acerca), tranquilo…, quiero tener los detalles nomás de cómo estaba la
mina antes de que otra gente llegara…, nada más; contame.
Llega al paroxismo cerca de entrar a la oficina, tiene por detrás y zumbándole en la cabeza
algo que no lo deja tranquilizarse. Es como si al haber golpeado al chofer de minibús con
quien tuvo un ligero altercado, algo no hubiera terminado de cerrar; todavía estuviera
carcomiéndole la cabeza.
Retoma el álbum de fotografías, las va hojeando, tranquilo, serenamente pasando con los
dedos las páginas, encontrando algún detalle insignificante, innecesario; sólo por morbo.
Hay algo que no cierra. Hay en el ambiente, todavía y pasada la pesadilla, un tufillo a humo
que lo acecha con la inmediatez con que lo había acechado en la madrugada, entre sueños
y vigilia desgarradora. El olor a carne, denso, espeso, como viniendo de una olla de viscoso
guiso, hiede a meollo de cuerno taurino, a brasas y a carnicería de mercado popular. Le
sobreviene un picor casi placentero que nace en sus fosas.
Esta pequeña, casi imperceptible noción le merodea la cabeza como si fuera una recua de
jinetes nómadas que galopa tanto más violentamente cuanto más cobra un regusto a carne
el tufillo que se balancea en el aire. El corte de chuleta, en la sartén, despide estas volutas
aromáticas.
En la mente de Fulvio Condori, el último caso, el más reciente homicidio del que se anda
encargando es una danza de sensaciones no del todo sórdidas, para su sorpresa.
Fulvio despierta en medio de la cama, mientras la niebla cae se vierte desde la ciudad
dentro del cuarto.