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Publicado por blogthinkbig.

com 28 de septiembre de 2017

Tecnología y privacidad: ya nunca


conoceremos el anonimato
Cada vez asusta más leer la prensa. Hace poco me impactó este titular: “Una tecnológica implantará
microchips a sus empleados”, e inmediatamente pensé en un capítulo de la serie Black Mirror, en el
que los personajes tenían implantados chips en el cerebro que grababan todo lo que decían y hacían,
de tal modo que se podían “rebobinar” los recuerdos. Imaginad lo que sucedería si no pudiéramos
olvidar nada… En fin, nuevamente me cuestioné dónde está quedando nuestra privacidad con
tanto avance tecnológico; pero lo cierto es que ya la he dado por perdida hace mucho tiempo y
vosotros, si utilizáis algún servicio de Google, imagino que también.

El chip prodigioso
Indagué en los buscadores sobre la empresa que estaba realizando este proyecto, para saber con qué
fin iba a utilizarlo. Se trata de la compañía americana Three Square Market: cincuenta de sus
empleados se han prestado voluntariamente a que les implanten un microchip -del tamaño de un
grano de arroz- entre los dedos pulgar e índice, no molesta y no duele al insertarlo (como el
pinchazo de una jeringa) ni al retirarlo (como quitarse una astilla), se hace todo en dos segundos.
Hasta ahí, curioso. ¿Pero para qué sirve? Para agilizar tareas rutinarias como fotocopiar, abrir
puertas, acceder al ordenador o pagar compras. En realidad, el microchip es un medio de
identificación y también de pago, por lo que su potencial es enorme.
Pero volvamos a lo que me chocó al comienzo: ¿qué sucede con la privacidad de los portadores del
chip? Según la empresa, parece que no hay nada que temer, “todos los datos que se manejan están
cifrados y los microchips no se pueden rastrear mediante GPS porque son similares a los de una
tarjeta de crédito”. Eso dicen, pero la información está almacenada en alguna parte, ¿no? ¿Y qué
sucede con la desconexión? Una tarjeta podemos desactivarla o dejarla en casa, pero este chip se
lleva “siempre puesto”. Además, al tratarse de software, ¿quién nos asegura que en la siguiente
versión no se va introducir nuevo código que permita, por ejemplo, el seguimiento del usuario?
Otra película, El círculo (bastante mala, a mi juicio), con Tom Hanks y Emma Watson, también
quiso ahondar en los entresijos de la privacidad. La trama se centra en una empresa, denominada El
círculo, una especie de red social que constantemente recopila información, vídeos, conversaciones
de todos sus empleados e incluso instala cámaras dentro y fuera de sus edificios, en lugares y
ciudades en los que es ilegal hacerlo, con lo que la cantidad de datos (big data) que maneja es
enorme y permite a sus dueños estar informados de casi todo: de la vida privada de sus trabajadores,
de políticos, de empresas, con las consiguientes presiones, chantajes, etc. que pueden ejercer. Es
decir, algo que ya tenemos encima con la información que proporcionamos a algunas empresas y
los mensajes y fotos que publicamos en las redes sociales.
En la misma película aparece otra tecnología que está dando mucho que hablar: los drones “espía”,
cámaras que todo lo vigilan, que identifican a personas e incluso las siguen. En el filme se lleva al
extremo, hasta el punto de auténticas persecuciones que son vistas por toda la población como si de
un reality show se tratara. Fuera de la ficción esta tecnología se está utilizando para fines
públicamente confesables (toma de fotografías y vídeos aéreos, labores de almacenamiento, entrega
de mercancías), ¿pero seguro que para nada más? China, por ejemplo, acaba de confirmar
oficialmente que ha implementado un controvertido “sistema de vigilancia masivo“, que consta
nada menos que de 20 millones de cámaras equipadas con un sistema de inteligencia artificial que
permite reconocer personas e identificar vehículos aparcados y en movimiento. No son drones, pero
no difiere mucho de la película, ¿verdad?
Relacionados con la identificación y la autenticación de los usuarios están los sistemas
biométricos, es decir, aquellos que se basan en aspectos biológicos de cada persona, tales como los
rasgos faciales, las huellas dactilares, el pulso, la voz o el iris, que permiten el reconocimiento de
usuarios. A pesar de que Wikipedia dice que “el reconocimiento facial está a años luz de la huella
digital”, eso no me tranquiliza, porque donde hay un Batman siempre aparece un Joker, y
nuevamente hay mucha información crítica en juego que puede ser utilizada con fines inapropiados.

Privacidad en entredicho
Leo lo que llevo escrito y parezco una paranoica. Pero no. Ahora mismo, numerosas empresas y
personas tienen datos sensibles míos (y vuestros): dirección, teléfonos, cuenta bancaria, empresa
para la que trabajo, historial académico, laboral e incluso médico; y si se indagan mis contactos en
redes sociales, se podría averiguar quién es un familiar, un novio despechado, un amante, una
amiga, quizás con qué partido político simpatizo… Entidades bancarias, centros de formación,
compañías de electricidad, gas, teléfono, etc. tienen muchos de esos datos. Nos obligan a dárselos
para contratar sus servicios…
El paso siguiente fueron las aplicaciones móviles. En este caso, el acto es voluntario, porque
podemos prescindir de todas las apps, no así de la luz o el agua. A los propietarios de esas
aplicaciones les proporcionamos mucho más: acceso a nuestra galería de fotos, a nuestra agenda, a
nuestra ubicación, a nuestras conversaciones públicas y mensajes privados… A los de mi
generación (yo hice la EGB) aún nos inquieta todo esto, pero a los nacidos en este siglo les da igual.
Han vivido con ello desde siempre y les parece lo más natural del mundo, por lo que la
preocupación por la pérdida de privacidad tendrá cada vez menos peso.
Con este breve repaso tecnológico quería expresar que la tecnología efectivamente nos facilita
mucho la vida y nos ahorra tiempo en gestiones (también nos hace más vagos), pero a cambio
estamos compartiendo información que antes solo conocíamos nosotros y ahora está siendo
almacenada y tratada por muchas empresas. Seguramente, si no somos famosos, a nadie interesará
lo más mínimo que salga a la luz, pero a todos nos molesta que sepan dónde estamos, cuál fue el
último producto que compramos o ciudad que visitamos, cuánto gastamos en esto o en aquello, etc.
Es la constatación de que “no estamos solos”, que siempre hay alguien que nos ve, nos graba y que
nos puede recordar lo que hemos hecho.
Pese a lo anterior, confieso que uso Google y las redes sociales, tengo cuenta bancaria, luz, agua,
gas y teléfono, pero no pienso implantarme ningún microchip. Creo que debemos establecer límites
y además controlar el rastro digital que vamos dejando, qué información nuestra se almacena y
decidir si queremos compartirla o no con terceros. Y en esa línea ya están trabajando algunas
empresas, que buscan nuevos modelos de relación con sus clientes.

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