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PRIMER GRADO

El día y la noche
El día y la noche parecen un niño y una niña que juegan a perseguirse: primero es de día y
luego de noche y luego de día y luego de noche... y siempre así. En esta lectura vamos a ver
por qué.
Mira el cielo, obsérvalo.
¿Qué ves?
¿Lo puedes tocar?
¿Quisieras subir y llegar muy alto?
Aunque parezca un techo, el cielo es un espacio enorme.
Allí viven el Sol, la Luna, las estrellas, los planetas y los cometas.
El mundo El lugar donde vivimos es un planeta que tiene la forma de una inmensa esfera.
Tiene dos nombres. Se llama Tierra, y también se llama mundo.
Como la Tierra es una esfera que gira, el Sol ilumina primero un lado y después el otro.
Esto produce el día y la noche.
En este momento, ¿es de día o de noche? Muy bien, es de día. ¿Cómo lo sabemos? Porque hay
luz, porque ahora estamos en esa parte de la Tierra que recibe la luz del Sol. A mí, en la noche
me dan ganas de que me cuenten cuentos. ¿Y a ustedes?

Un puñado de besos.

Kati tiene una cajita llena de besos y una gran sonrisa. Cuando va al colegio,
siempre lleva alguno en su bolsa de almuerzo.
Y su madre, al despedirse, siempre le da alguno más. Ella sabe que es mucho
tiempo el que pasa en el colegio.
Todos sus besos son dulces. Saben a fresa, a vainilla, a chocolate. Y cuando a veces
la sonrisa desaparece de su cara, Kati mete la mano en la bolsa y… la sonrisa vuelve
grande, radiante.
Kati tiene muchos amigos. Uno de ellos se llama César.
César siempre lloraba cuando su madre se marchaba.
Pero Kati le dijo un día:
–¿Quieres un beso de vainilla?
A César se le pararon las lágrimas cuando la escuchó, y notó un calorcito suave en
la cara, que acababa en un sonoro…muaaa.
SEGUNDO GRADO

Pisotón va al colegio

¿Te preocupa tu primer día en la escuela? En esta lectura veremos que la escuela es un espacio
para, entre otras cosas, hacer amigos.
Un nuevo acontecimiento en la familia Hipopótamo estaba por suceder. Pisotón, el mayor de los
hijos, iría por primera vez al colegio.
―Mamá –dijo Pisotón, preocupado-. No quiero ir al colegio.
Mamá Hipo le habló:
―La escuela es un sitio lindo donde todos vamos a aprender. Cuando yo era pequeña como tú,
también fui al colegio. Allí encontrarás compañeros y profesores que te enseñarán muchas
cosas. Además, vas a hacer amigos y a la hora del recreo, podrás jugar con ellos.
Al día siguiente, su mamá le dijo:
―Apúrate Pisotón, vamos a la escuela. Papá Hipo vendrá con nosotros.
Al salir de su casa, Pisotón se sentía contento; pero pronto comenzó a sentir temor de que su
mamá no se quedara con él. Iba tan fuertemente agarrado de su mami, que la mano le dolía.
Al llegar a la entrada, su mamá lo abrazó y le dijo que ella y papá vendrían a buscarlo. Pisotón
empezó a llorar. Su corazoncito le brincaba como pelota de ping–pong.
―No te vayas, mami. No quiero quedarme aquí.
En ese momento, Chapuzón, el cocodrilo, que era uno de los más grandecitos, se acercó y le
dijo a Pisotón:
―No llores, amigo. En la escuela se la pasa uno rico.
Pero Pisotón seguía pensando: ―No quiero que mamá se vaya. ¿Y si no vuelve a buscarme?
Pisotón se sintió mucho mejor cuando doña Búho, su profesora, lo recibió con un beso.
Entonces, mamá Hipo le dijo:
―Tengo que irme a casa; ya sabes que tengo mucho que hacer. Pero en un ratito papá y yo
volveremos por ti.
De pronto, Pisotón vio a Pelusa, la ardilla colorada, a quien ya conocía.
―Siéntate a mi lado –dijo Pelusa―. Estamos aprendiendo una canción.
Pisotón se alegró mucho de ver a su amiga. Le dio un beso a su mamá y le dijo:
―No te tardes, mami, por favor, regresa por mí.
Ese día hizo muchas cosas nuevas y divertidas. Conoció al profesor don Sapo, que tenía unos
ojos enormes. También a doña Canguro y al profesor Alcatraz. Estuvo tan entretenido que el
tiempo pasó de volada.
Al poco rato, doña Búho les dijo:
-Les tengo una sorpresa. Afuera están papi y mami, que vinieron a recogerlos.
Pisotón se puso feliz al ver a sus papás. Corrió y los besó. Les contó lo que había hecho, se
despidió de sus amigos y profesores, y les dijo que mañana volvería. Quería llegar a casa para
contarle a la abuela todo lo que había aprendido.
A casi todos nos da miedo entrar a la escuela, pero muy pronto descubrimos que es un buen
lugar, y que podemos gozarla.
La abeja haragana

Había una vez en una colmena una abeja que no quería trabajar. Es decir, recorría los
árboles uno por uno para tomar el jugo de las flores; pero en vez de conservarlo para convertirlo
en miel, se lo tomaba del todo.
Era, pues, una abeja haragana.
Todas las mañanas, apenas el sol calentaba el aire, la abejita se asomaba a la puerta de la
colmena, veía que hacía buen tiempo, se peinaba con las patas, como hacen las moscas, y
echaba entonces a volar, muy contenta del lindo día. Zumbaba muerta de gusto de flor en flor,
entraba en la colmena, volvía a salir y así se la pasaba todo el día, mientras las otras abejas se
mataban trabajando para llenar la colmena de miel, porque la miel es el alimento de las abejas
recién nacidas.
Como las abejas son muy serias, comenzaron a disgustarse con el proceder de la hermana
haragana. En la puerta de las colmenas hay siempre unas cuantas abejas que están de guardia,
para cuidar que no entren bichos en la colmena. Estas abejas suelen ser muy viejas, con gran
experiencia de la vida, tienen el lomo pelado porque han perdido los pelos de tanto rozar contra
la puerta de la colmena.
Un día, pues, detuvieron a la abeja haragana cuando iba a entrar, diciéndole: –Compañera: es
necesario que trabajes, porque todas las abejas debemos trabajar.
La abejita contestó: –¡Yo ando todo el día volando, y me canso mucho!
–No es cuestión de que te canses mucho –le respondieron– sino de que trabajes un poco. Es la
primera advertencia que te hacemos. Y diciendo así la dejaron pasar. Pero la abeja haragana no
se corregía.
De modo que a la tarde siguiente las abejas que estaban de guardia dijeron: –Hay que trabajar,
hermana.
Y ella respondió en seguida –¡Uno de estos días lo voy a hacer!
SEGUNDO GRADO

Tigres de la otra noche.

Hay un tigre bajo mi almohada. Todas las noches estrena rayas.


Tigre, dame una manita de gato.
Quiero salir a la carrera, a probar este mundo. No podría hacerlo sin ti.
Afuera están los muchachos mayores, las materias desconocidas, la maestra y los policías.
No es que tenga miedo: sólo un poco de precaución, que no es del todo mala.
Pero si me das algo tuyo... algo simbólico... No te asustes. No quiero tu piel, ni tus colmillos, ni siquiera tu
rugido metido en un pañuelo.
Si acaso, tigre mío, quiero una mano, una manita de gato, una ayudadita.
¿Quieres venir conmigo?
¡Anda! Te llevaré a la escuela. Te sentaré en el sitio de mi mejor amigo.
¡Cuidado con tu cola! Trata de enroscarla debajo del pupitre. Así está bien.
¡Tus bigotes! ¿No puedes guardarlos? Distraen a la maestra.
Trae acá esa pata. Aquí, sobre mis hombros, para que en el recreo todos sepan que yo tengo un amigo
verdadero.
¿A quién no le gustaría que un hermoso animal lo acompañara a la escuela y fuera su amigo? ¿Qué animal
escogerían ustedes, y por qué? Es un tema para pensarlo.
TERCER GRADO

Leyenda del Sol y la Luna.

¿Cómo nacieron el sol y la Luna?


Esta es, indudablemente, una de las primeras preguntas que se hicieron
nuestros antepasados. ¿Cómo contestarla?
Los hombres de la antigüedad se respondieron: “Al sol y a la Luna los
hicieron los dioses”. Y así, del sentimiento e imaginación humanas
nacieron los mitos y leyendas. Te presentamos una leyenda muy antigua
sobre el origen del sol y la Luna. Es la leyenda azteca del Quinto Sol.
Cuentan los nahuas que los dioses Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Citlalicue,
ordenaron que se hiciera el Sol. Para ello se reunieron en Teotihuacan
alrededor de una hoguera sagrada en la cual debía de sacrificarse el que
quisiera convertirse en el Sol. Para el sacrificio se ofrecieron Tecciztécatl,
hermoso y rico; y Nanahuatzin, enfermo y pobre. En el momento en que
debían decidirse, Tecciztécatl tuvo miedo y fue Nanahuatzin quien, lleno
de valor, se arrojó a la hoguera, de donde salió convertido en el Sol.
Entonces Tecciztécatl, avergonzado de su cobardía, se arrojó también a la
hoguera, saliendo convertido en la Luna. Al principio los dos brillaban
igual, pero los dioses, como recuerdo de su cobardía, le arrojaron un
conejo a la Luna, con lo cual disminuyó su brillo. Este conejo puede verse
aún hoy en la Luna, y sirve para recordarnos que el valor es una virtud
mayor que la belleza o la riqueza.
TERCER GRADO

Un mundo sin sol

Los océanos esconden paisajes asombrosos. Lejos, bajo las olas, hay enormes
cordilleras y volcanes activos. La roca fundida del centro de la Tierra sale por
algunas grietas de la corteza terrestre. Esas grietas se llaman fallas.
Hasta hace muy poco, los científicos sólo podían adivinar cómo era el fondo del
mar. Creían que era una región fría y oscura que no tenía vida, o que la tenía muy
poca. La luz del Sol no llega hasta las profundidades del océano, a muchos
kilómetros de la superficie. Que en esas regiones hubiera muy poca luz y un frío
extremo hacía creer a la gente que allí no podían existir seres vivos.
Entonces, en 1977 los geólogos a bordo del Alvin, un pequeño submarino diseñado
para sumersión profunda, hicieron un gran descubrimiento. Descendieron 2,591
metros, para alcanzar la Falla de las Galápagos, una grieta en el suelo del Océano
Pacífico oriental. Allí las luces del Alvin revelaron un oasis lleno de vida. Había
agua caliente que brotaba de las grietas del suelo. Algo en el agua proporcionaba el
alimento necesario para mantener vivos a una gran variedad de raros animales.
Había lombrices de un rojo sangre que se retorcían, algunas de cuatro metros de
largo. Había cientos de almejas y ostras de conchas lisas largas como reglas. Unos
cangrejos, que parecían langostas, barrenaban el suelo marino.
Criaturas como flores de diente de león, ancladas con hilos delicados, se mecían en
el agua. Peces largos de color rosa estaban cabeza abajo sobre las fuentes del agua
caliente.
En 1979, los científicos encontraron nubes oscuras de agua muy caliente que salían
de formaciones rocosas parecidas a chimeneas de fábricas submarinas.
La mayoría de las criaturas de la Tierra dependen para vivir de un proceso llamado
fotosíntesis. Mediante este mecanismo, las plantas producen su propia comida con
la ayuda de la luz del sol, y los animales se comen las plantas. Pero en las
profundidades del océano, donde la oscuridad nunca es rota por los rayos del sol, lo
que mantiene vivas las
minúsculas bacterias es la quimiosíntesis, un proceso diferente, que produce
alimento con ayuda de la energía química...
CUARTO GRADO

Soy purépecha

Los purépechas son una etnia indígena que vive desde hace muchos siglos en una
parte del estado de Michoacán. Vamos a ver cómo vive la mujer que habla en esta
lectura.
Desde mi casa se alcanza a ver el lago de Pátzcuaro, con sus islas: Yunuén, Tecuén,
La Pacanda, Janitzio... A mí la que más me gusta es Yunuén, por limpia y
alargadita.
El cielo de mi tierra es muy azul y a mí me gusta quedarme mirándolo, sobre todo
cuando ando tendiendo la ropa en la mañana. Me gusta verlo porque algunas veces
se alcanzan a divisar algunas águilas por encima de los pinos. También lo quedo
viendo por si me toca ver alguna garza de las que, aunque pocas, todavía quedan
alrededor del lago.
Esas garzas son las mismas de la leyenda de Hapunda, la princesa de Yunuén que
estaba enamorada del lago. Dicen que un día, unos guerreros de otro pueblo
llegaron hasta la isla porque querían llevarse a Hapunda para casarla con su rey, que
no tenía mujer. Hapunda se puso muy triste y fue a consultar al lago. El lago le dijo:
–Vístete de blanco y, cuando salga la Luna, rema hasta el centro y ahí salta al agua.
Yo te voy a recibir para que ya nadie te lleve jamás.
Y así lo hizo Hapunda. Cayó al lago, llegó hasta el fondo y volvió a salir blanca,
emplumadita, bonita, convertida en garza.
Por eso me gusta mirar el cielo, porque dice la leyenda que cuando se acaben las
garzas el lago de Pátzcuaro se va a quedar sin su novia, se va a morir de tristeza, se
va a secar.
Mi casa se llama troje y está hecha con tablones de árboles grandísimos y tiene su
techo de tejamanil. Está levantadita del suelo con pilotes de madera y tiene sus
escalones para subir a lo seco. Adentro se tiene su tapanco bien alto para guardar el
maíz y abajo dormimos todos nosotros (y hasta los perros cuando hace mucho frío).
CUARTO GRADO

El león y el perrito.

En Londres hubo alguna vez una exposición de fieras salvajes. A cambio de cada visita se
recibían dinero o perros y gatos, para alimentar a los animales.
Un día un hombre quiso ver las fieras. Entonces, atrapó un
perrito callejero y lo llevó a La Casa de las Fieras. Lo dejaron entrar, recibieron en pago al
perrito y lo soltaron dentro de la jaula del león, para que se lo comiera.
Apenas estuvo adentro, el perrito metió el rabo entre las piernas y se hizo un ovillo en la esquina
de la jaula. El león se acercó despacio y lo olfateó.
En seguida, el perrito se volteó, levantó las paticas y empezó a batir la cola.
El león lo tocó con la garra y le dio la vuelta.
Después, el perrito se levantó de un salto y se sentó sobre las patas traseras, mirando al león.
El león le hizo una caricia, movió la cabeza de un lado para otro y lo dejó sin hacerle daño.
Cuando el amo le dio carne a la fiera, el león la compartió con el perrito.
Más tarde se acostaron a dormir, el perrito puso la cabeza sobre la garra del león y se quedó
enroscado.
Desde entonces, el perrito vivió en la misma jaula del león. El león no le hacía daño y compartía
con él sus alimentos, dormía a su lado y a veces, jugaba con él.
Pero un día el señor regreso a La Casa de las Fieras y reconoció a su perrito. Alegó
que se trataba de un perro de su propiedad, y le pidió al dueño de La Casa de las Fieras que se lo
devolviera. El dueño quería devolvérselo, pero, apenas se acercaba para tomar al perrito y
sacarlo de la jaula, el león se erizaba y gruñía.

¿Crees qué el perrito regresará a su casa?


QUINTO GRADO

El sueño interminable.

La astucia del detective John Chatterton es indiscutible. Después de haber


resuelto dos de los más difíciles casos policiales: el de la niña vestida de
rojo y el de la misteriosa desaparición de la hijastra, ahora se le presenta
un nuevo reto. Esta vez le han encargado el no perder de vista a una
encantadora joven que corre el inminente peligro de pincharse el dedo con
una antigua rueca de hilar.
Un miércoles de abril, a las nueve de la mañana, el detective John
Chatterton llama a la puerta del señor y la señora Rosepín...
Señor Rosepín: –Mi hija cumplirá pronto quince años. Ahora bien, una
mala hada nos predijo que a esa edad ella se sumergiría en un sueño
interminable, después de pincharse el dedo con el huso de una rueca. Mire,
señor Chatterton, mi hija es lo que más quiero en esta mundo...–No veo
cómo ni dónde podría encontrar una de estas máquinas antiguas, pero no
quiero descuidar nada. Le pido entonces que la siga discretamente y que la
aleje de todo aquello que pueda parecerse de cerca o de lejos a una rueca.
Ella sale para la piscina en cinco minutos.
Detective: –Cuente conmigo. Señor Rosepín. La esperaré afuera para
seguirla, pero pienso que nada inoportuno le ocurrirá.
Ah... Con que la señorita Rosepín mintió a sus padres... ¡No va a ninguna
piscina!, Prefiere tomarse una granadina al lado de un joven que bebe
menta. Aparte de esto, como los había previsto, nada de qué alarmarse:
¿Por qué habría de pincharse el dedo con el huso de una rueca? Ese huso,
esta joven está amenazada por un largo y profundo sueño, ¡Alto! la
señorita va de compras a una tienda de antigüedades en donde se vende
una rueca vieja como nueva, en lo que la vi acercarse al huso, me
precipité; pero no pude evitar que se pinchara. Se durmió frente a mis ojos,
entonces, mi cabeza se puso a dar vueltas. Logré a pesar de todo, salir de
ese lugar.
QUINTO GRADO

Diario de Clara.

Miércoles 10 de junio de 1864


Hoy por la mañana, cuando terminábamos de almorzar, mi papá me dio un regalo.
Venía perfectamente bien envuelto y tuvo que abrirlo con mucho cuidado. ¡Era este
diario!
Mi mamá le preguntó molesta, para qué me lo daba y mi papá contestó que todas las
señoritas en México tenían ya uno como éste: “Es para que apunte sus impresiones
y recuerdos, lo que suceda en su vida.”
Mi mamá, enojada, repuso que yo era apenas una niña y que no tenía nada que
escribir a escondidas. Esto me sorprendió y al ver mi cara de asombro, mi papá me
explicó que los diarios son absolutamente privados, que nadie puede ni debe leerlos,
pues se trata de una posesión íntima, exclusiva para los ojos de su dueña, que es la
única que tiene derecho a abrirlo. Confieso que esto me encantó. Por primera vez en
mi vida tendré algo que es solamente mío. Mi papá me prometió que nadie podría
abrir y menos leer este diario, pues “es como si fuera tu más cercana amiga, la de
más confianza, a la que puedes decirle todo lo que piensas y todo lo que sientes, con
la gran ventaja de que es una persona muda, que no habla ni irá de chismosa sobre
lo que escribas”.
Mi mamá, mientras tanto, hacía muecas y gestos; se notó claramente que no le gustó
nada el regalo que me hizo mi papá.
Luego él se fue a la notaría a trabajar y yo subí corriendo a mi cuarto a examinar
con detalle mi nuevo diario. Es muy bonito; tiene su cerradura y una llavecita para
que yo sea la única que pueda abrirlo. Las tapas son duras y en ellas mi papá mandó
grabar mi nombre, pues dice con letra muy elegante: Clara Eugenia Reza y Pliego.
Las hojas son de papel muy fino pero al verlas sentí un poco de miedo. Las hojas en
blanco me aterrorizan. ¿Seré capaz de escribir algo? A lo mejor nunca sucede nada
digno de ser recordado, pues ¿qué le puede pasar de emocionante a una niña como
yo que apenas voy a cumplir los quince años? El diario está impreso en Austria.
Parece que en México está de moda todo lo austríaco; se venden silla y mesas
austríacas, bueno, hasta un emperador austríaco tenemos ya, como el que acaba de
desembarcar en Veracruz.
¿Quién era ese emperador austriaco? ¡Muy bien!, Maximiliano.

SEXTO GRADO

Emiliano Zapata, un soñador con bigotes.


Cuando Emiliano Zapata tenía 11 años y era nada más un niño, no un héroe que sale en los
libros, tampoco tenía respiro.
Desde antes de que empezara la Revolución no paraba. Se me hace que ni siquiera dormía.
Entre levantar en armas a la gente, fusilar federales, pelearse con los presidentes de la república,
recortarse el bigote, consolar a los pobres y, finalmente, caer en emboscadas, no creo que le
haya dado tiempo de tomar ni una siesta.
Ser héroe de tiempo completo debe de ser muy complicado. A lo mejor por eso mueren tan
jóvenes. A don Emiliano no le dio tiempo de celebrar su cumpleaños cuarenta cuando ya había
fallecido, pero le habían sucedido muchas más cosas que a mi abuelo, quien tiene 72 y ya se le
acabaron las historias que contar.
Pero vayamos entrando en materia:
Lo que quería platicarles es medio complicado, porque los tiempos cambian y en eso hay que
darle la razón a los grandes. Los niños de hoy no tenemos tantas responsabilidades como las que
tuvieron nuestros padres y abuelos. Nos da tiempo de platicar, pensar en cómo hacer para que el
niño más guapo del salón nos saque a bailar en la fiesta, hablar por teléfono, hacer la tarea
cuando no hay nada mejor en que ocuparnos y tantísimas cosas.
Pero cuando Emiliano era niño la vida era diferente. Todo se hacía a mano: nada de abrir la
llave y que salga un chorro de agua; había que traerla del río o del pozo. Ni imaginarse siquiera
oprimir un botoncito y que se prendiera la lámpara; había que conseguir petróleo para el
quinqué o cerillos para las velas. ¿Gas? No había: fogón para la comida y encomendarse al dios
anticatarro al bañarse. Había tanto por hacer que los adultos no se daban abasto. Así que los
niños tenían muchas obligaciones, empezando por la de mantenerse vivos, lo que, entre la mala
alimentación y la falta de medicinas y médicos, no era cosa sencilla.
El padre de Emiliano se llamó Gabriel; la madre Cleofás, y también tuvieron su historia, pero
ésa no se las cuento; sólo les digo que se conocieron, se enamoraron, se
casaron, tuvieron hijos y una mañana de agosto, allá en 1879, abrió los ojos por primera vez el
pequeño Emiliano.
–¿Ya viste el lunar que tiene encimita del párpado?– preguntó la amorosa y todavía adolorida
doña Cleofás.
–¡Cómo no voy a verlo, mujer! Si se le mira casi tan bonito como a ti –contestó el orgullosísimo
Gabriel Zapata, quien se sentía como pavorreal porque su hijo le hubiera salido tan guapo.
Y no es que fuera tan agraciado, sino que ya se sabe que los padres en cuanto ven a sus retoños
se llenan de orgullo.

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