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LEYENDA HISTORICA

EL TESORO DEL CHOQUEYAPU


Muy cerca de un pueblito de nuestras tierras bolivianas cuyo nombre no hace al caso, vivía hace muchísimo
tiempo, un hombre sin más compañía que la de un hermoso perro de Terranova.
No se sabía de donde había llegado. Vivía a una milla de la aldea, en una antigua ermita abandonada. Cultivaba
un pequeño jardín de pensamientos negros que eran sus flores favoritas. Por lo demás, su vida era un completo
misterio. Nadie sabía en qué ocupaba el tiempo. Iba cada mes a la aldea a buscar lo necesario para su
subsistencia y siempre pagaba sus compras en brillantes pepitas de oro puro. Cuantas veces le interrogaron
sobre su vida nuestro hombre permanecía siempre callado. Ni siquiera pudieron saber cómo se llamaba. Su
aspecto era bondadoso su mirada dulce y perdida en la lejanía. Tenía el rostro de color de cera, rodeado de una
larga e inculta barba negra.
Por la moneda que gastaba, se presumía en la aldea que era un minero huraño que había descubierto riquísimos
yacimientos auríferos; pero el secreto de estas minas eran todavía más impenetrables que su misma vida.
Muchos vecinos ambiciosos se habían propuesto seguirle a hurtadillas para sorprender el secreto, pero tuvieron
que renunciar a sus propósitos, pues, nuestro hombre, que teñía una mirada de águila, en cuanto veía que algún
intruso hollaba sus dominios enviaba contra él a su enorme perro, que abalanzándose a la garganta daba buena
cuenta del intruso. Y si faltaba a esto, él mismo echándose el rifle a la cara mataba al merodeador con un balazo
certero.
Escarmentados los aldeanos, cesaron de molestar al hombre misterioso, a quien por sus maneras raras
consideraban como un loco.
Sucedió una vez que nuestro hombre dejó de hacer sus acostumbradas visitas a las tiendas de la aldea, con visible
desagrado de los comerciantes que dejaban de recibir en pago las codiciadas pepitas de oro.
Al fin, después de algún tiempo, llegó corriendo su terrible perro guardián provisto de una bolsa sobre la espalda,
entró sin titubear a la casa del farmacéutico y alcanzó a éste un papel que llevaba entre los dientes. Era una lista
que el solitario enviaba pidiendo algunos medicamentos. Cuando el inteligente animal estuvo despachado, abrió
aún más la boca y, levantando su lengua, puso a la vista del comerciante una gruesa pepa de oro. Era el pago de
las drogas entregadas.
La noticia de la enfermedad del hombre misterioso cundió en la aldea. Casi todos los vecinos, reuniéndose en
casa del Corregidor, resolvieron ir en corporación a visitarlo. A las claras se veía que tal visita no era para cumplir
una de las obras de caridad, sino para ver de dónde sacaba el oro.
Al día siguiente salieron todos los aldeanos en dirección a la ermita abandonada. Nadie había querido quedarse
por no dejar de percibir algún provecho apoderándose del caudal del enfermo. Por el aspecto de la comitiva y
por las variadas armas que llevaban, parecía más bien que iban en son de combate antes que en auxilio de un
paciente.

Al fin, desde medio camino divisaron la ermita con las debidas precauciones se fueron aproximando, era que
temían ver salir, de un momento a otro, al solitario con el fusil en la mano o a su temible perro.
Pero, nada de esto sucedió. Al acercarse los aldeanos a la puerta, ésta permaneció vacía

LEYENDAS ETIOLOGICAS DE BOLIVIA


LEYENDA CHIRIGUANA
Según los chiriguanas, etnia tupí-guaraní que ocupó territorios bolivianos, el origen de esta leyenda está en la
historia de dos hermanos: Tupaete y Aguara-tumpa, el bien y el mal, creación y destrucción.
En tiempos lejanos, Aguara-tumpa estaba celoso de la creación de su hermano y quemó todos los campos y
bosques en donde habitaban los chiriguanos.
Para protegerlos, Tupaete les recomendó mudarse a los ríos, pero su hermano se negó a rendirse e hizo llover
hasta que toda la chiriguania se inundara.

Ya rendido ante el destino, Tupaete habló a sus hijos. Todos morirían. Sin embargo, para salvar la raza los mandó
a elegir entre todos sus hijos a los dos más fuertes, para meterlos en un mate gigante.

Así, los dos hermanos se mantuvieron protegidos hasta que Aguara-tumpa creyó extintos a todos lo chiriguanos
y dejó que los campos se secaran. Los niños crecieron y salieron de su escondite.

Los niños se encontraron a Cururu, un sapo gigante que les dio el fuego y les permitió sobrevivir hasta que fueron
suficientemente grandes para reproducirse y recuperar la raza chiriguana.

LEYENDAS RELIGIOSAS
LEYENDA E HISTORIA
El origen exacto de la imagen de la Virgen de Cotoca es desconocida, y como en tantos otros casos, la imaginación
popular la ha convertido en leyenda. Se conocen muchas leyendas sobre esta Virgen, aunque la más conocida
cuenta cuando dos leñadores se disponían a cortar un majestuoso y robusto árbol, encontraron en medio del
tronco la imagen de la Virgen María.
Cotoca probablemente nació como una poblacion pequeña formada espontáneamente por agricultores que
habitaban las praderas de la zona, en donde como puntos blancos en medio de la llanura surgen pueblitos y
caseríos como Paurito, Pailas, Tarope y otros. Cotoca fue en tiempos pasados pascana obligada de los viajeros a
la Chiquitanía y al Brasil y estuvo muy cerca del lugar a donde se trasladó por segunda vez la ciudad de Santa
Cruz, "la Vieja". Fue poblada por negros y mulatos, que trabajaron como esclavos en las haciendas vecinas, siendo
ellos la mayoría de la población hasta bien entrado el siglo 19
Mural que representa la leyenda sobre la aparición de la Virgen de Cotoca, construido por el escultor Germán
Miguel García Miranda.
Existen varias leyendas que explican la aparición de la Virgen de Cotoca. Una de las más populares la conocemos
por la pluma de Aquiles Gómez, quien relata que unos esclavos injustamente acusados por su patrón -un señor
de apellido Cortez- de haber asesinado a un hacendado, escaparon a los vecinos montes de Azuzaquí, y mientras
descansaban encontraron la imagen de la Virgen, escondida en el hueco del tronco de un árbol. La familia
fugitiva, de apellido Barroso, rezó para que la Virgen los ayudara, milagro que se produjo al descubrirse en el
pueblo a los verdaderos asesinos.

La imagen fue instalada en la casa rústica de los Barroso, en la parte norte del pueblo actual, y de allí fue venerada
en pequeños altares por propios y extraños. Al morir doña Elvira Barroso, el hijo y el viudo entregaron la imagen
a un rico ganadero, don Manuel Redentor Roca, quien le construyó el primer velatorio. "Es en esta forma que se
construyó el santuario de la Virgen María, de adobe y techo cubierto de canales de palma, en los terrenos de
don Redentor Roca, que en aquellos días ocupó la vereda sur con relación a la plaza del pueblo. Aquí, en este
mismo sitio y pasando los años, los familiares del hacendado, levantaron el segundo oratorio, de mayor
capacidad y de fachada más grande adonde llegaban los cientos de promesantes a pedir consuelo y en parte a
dar las gracias por las infinitas concesiones y milagros otorgados por la madre de nuestro señor jesus".

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