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Por lo que parece, muchas personas han sentido también durante la infancia la
misma curiosidad que yo por la vida de los padres. Tenemos un deseo natural de
averiguar cosas, especialmente en lo referente a nuestras raíces. Nuestra familia
constituye nuestro clan de origen, una parte de nuestro sino y, en muchos
aspectos, va moldeando nuestro destino.
Me sigue interesando comprender a mi familia. Durante los últimos quince años
he aprendido mucho sobre la dinámica familiar. Me he involucrado en una
especie de excavación arqueológica de la psique con respecto a mi propia
familia y he hecho algunos valiosos descubrimientos sobre los secretos de familia
que me han transformado.
El descifrar los secretos de familia nos conduce al núcleo de ese misterioso
poder con el que ésta moldea nuestra vida. A esta aventura hacia el mundo
secreto de la familia lo he denominado “la búsqueda de la conciencia”.
Con la búsqueda de la conciencia intentaremos profundizar en la realidad de
nuestra familia mucho más de lo que jamás hayamos conseguido anteriormente.
La búsqueda de la conciencia implica intentar llegar al alma de nuestra familia,
esa causa esencial por la que es como es. En la búsqueda de la conciencia se
nos pide que pensemos en cosas de nuestra familia que nunca nos hemos
planteado. Se nos pide que escuchemos las historias de nuestra familia sin
interponer nuestros juicios de valor ni nuestras formas habituales de comprender.
Al expandir nuestra comprensión de nuestra familia se nos ofrece una nueva
oportunidad de acceder a los puntos débiles y fuertes que hemos desarrollado
como resultado de habernos adaptado a sus secretos ocultos de nuestra familia
en nuestra vida, podemos contemplar nuevas posibilidades y nuevas opciones
de vida.
De pequeño me decían “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Esta frase es
potencialmente peligrosa. Puede que a usted le suene también. Ha sido la causa
de que, durante generaciones, los hijos no se planteen los secretos de su familia.
Sin embargo, lo que no se ve o no se conoce puede tener efectos devastadores
en nuestra vida.
En las páginas siguientes, va a leer los casos de mucha gente que creía
conscientemente que estaba viviendo su propia vida mientras que, en realidad,
duchas personas constituían la viva expresión de los secretos ocultos de su
familia.
Hay veces que la familia sí sabe que tiene algunos secretos, y consume gran
cantidad de energía consciente en ocultarlos, pero algunas de las relaciones
más dolorosas y algunos de los acontecimientos más traumáticos y vergonzosos
se reprimen. Se vuelven inconscientes. Al igual que los dichos pasados de moda,
los aspectos vergonzosos y dolorosos de la vida familiar se convierten en un
montón de secretos que se esconden entre los escombros del inconsciente.
Cuanto más al fondo se guardan dichos secretos, más profundos y peligrosos se
vuelven. Dado que nuestros antepasados aprendieron a evitar la verdad, la
evitación se convirtió en una forma de vivir y se establecieron reglas para
salvaguardarla. Con el paso del tiempo, los miembros de la familia aprendieron
a ocultar dichas evitaciones, con lo que se fueron acumulando capas de
secretos inconscientes que, al final, dieron como resultado una “amnesia
colectiva” –un estupor multigeneracional que suele darse, en mayor o menor
grado, en todos los linajes largos-. Cada familia tiene su propio tipo de estupor y,
si uno no sabe nada al respecto, le puede hacer daño...incluso mucho, a veces.
Lo que voy a mostrar en este libro es que las familias son paradójicas. Esos
secretos ocultos que se esconden tan celosamente se acaban revelando y
saliendo a la luz porque los hijos los acaban reproduciendo –si no en esta
generación, en la siguiente o en la otra. La Biblia nos dice:
Todo aquello que se halle escondido saldrá a la luz y todo lo que esté
encubierto será descubierto. (Marcos 4:22)
No sé si es que ese autor bíblico tenía en mente algunos secretos de familia,
pero lo que sí sé es que los secretos se revelan de muchas maneras, abarcando
desde sentimientos, conductas y pensamientos idiosincrásicos y aparentemente
extraños, hasta la expresión abierta de un secreto al reproducirlo en la vida de
uno mismo.
Me impone mucho más actualmente la capacidad que tiene la familia de
impactar en nuestra vida que en el año 1984, cuando hice la serie: Bradshaw On:
The family para la cadena de televisión PBS. Las familias de la vida real
constituyen todo un desafío para las teorías y abstracciones que formulamos
sobre ellas y, con frecuencia, los muchos problemas que intentamos cambiar son
los que las hace más humanas. Asimismo, he revisado y actualizado mi forma de
comprender la naturaleza de la vergüenza y el papel tan crucial que
desempeña el pudor o la modestia en nuestra vida. La modestia nos permite
aceptar los límites de nuestra propia capacidad de comprender a nuestra
familia.
Con el fin de comprender, de corazón, los secretos ocultos de su familia, le voy
a pedir, querido lector, que tome la decisión de seguir una disciplina, ya que la
búsqueda de la conciencia exige un tipo de coraje moral y un compromiso por
descubrir los hechos, sean cuales sean. Éste es el tipo de disciplina que los
budistas denominan la mente del principiante. En el capítulo 4 explicaré lo que
eso significa.
Para adentrarse en las profundidades de su familia tendrá usted que buscar
qué pautas se repiten durante varias generaciones. A pesar del halo de misterio
que rodea a la familia. Existen ciertas guías que nos pueden ayudar a atravesar el
laberinto. En mi caso, considero que la obra del psiquiatra Murray Bowen me ha
servido para darle sentido y coherencia a mi experiencia familiar. Por lo tanto,
utilizaremos como mapa de ruta la Teoría de Bowen.
Viaje al País de Oz
Será un viaje arduo, pero también lleno de emociones. Por eso he escogido
como guía el cuento de Dorothy y el Mago de Oz. Es una historia que siempre
me ha encantado y que, de alguna forma, ha sabido sobrevivir al paso del
tiempo. Quizá se deba a la versión cinematográfica y la inolvidable actuación de
Judy Garland en el papel de Dorothy. No obstante, en un nivel más profundo, es
una historia que encarna algo que todos compartirnos inconscientemente.
Dorothy vive sumida en el secreto. Sus verdaderos padres son un secreto oculto.
Es huérfana. Su vida con su tía Em y su tío Henry es monótona y triste. El sueño de
Dorothy nos describe su viaje en busca de sí misma, de su auténtico hogar. Sale
de viaje como si se expatriara, pero cuando por fin regresa, está en paz consigo
misma. Ha descubierto que, para encontrar el hogar, hay que salir del hogar.
También ha descubierto que, en el viaje, tiene aliados (el Espantapájaros, el
Hombre de Hojalata, y el León Cobarde). Además del apoyo de la gracia,
La gracia es un don fortuito. Cuando Glinda, el hada madrina, le da a Dorothy
las zapatillas plateadas (que, en la película, son de color carmesí), le dice que
van a proteger del daño fundamental.
Dorothy, como cualquiera de nosotros, no se percata de que este don de la
gracia está operando en su vida (por lo general, sólo nos percatamos de él al
echar la vista atrás). Y, al igual que todos nosotros, Dorothy se topa con muchos
obstáculos en el camino, el mayor de los cuales consiste en atravesar el Bosque
Encantado para matar a la Bruja del Oeste. La misión acaba con éxito gracias al
poder que reúnen todos los amigos que ha ido haciendo, y a la inteligencia,
amor y coraje que invierten en la búsqueda.
Después de atravesar el Bosque Encantado, Dorothy debe afrontar el
desencanto final: la fuente de poder por la que ha luchado, el Mago de Oz, no
tiene poderes mágicos.
A semejanza de Dorothy, todos nosotros tenemos que abandonar el mundo
mágico de la infancia y crecer. Nuestros padres no son dioses que nos puedan
evitar el sufrimiento y la muerte y, además, puede que tengamos que afrontar
otros aspectos de ellos que nos decepcionen como, por ejemplo, sus secretos
ocultos.
Con todo, el cuento nos avisa de que no existe ninguna solución mágica para
el problema llamado vida. Jamás se llega a desvelar el secreto de los orígenes de
Dorothy. Todo lo que se sabe es que, cuando se marcha de casa, las cosas son
tristes y monótonas y, a su regreso, ella está en paz. Todos nosotros tenemos en
nuestro interior el poder que necesitamos. Dorothy poseía, desde el principio, lo
que andaba buscando. Al final del cuento, ha perdido las gafas de color y las
zapatillas mágicas, pero se siente feliz de estar en casa.
La primera parte de este libro la he titulado “Salir del hogar para hallar tu
hogar”. En ella hablo de la naturaleza de los secretos, distinguiendo entre los
secretos saludables y los nocivos; asimismo, muestro el poder que ejercen sobre
nosotros los secretos ocultos. A continuación, analizo la mayor paradoja de los
secretos de familia: que, de alguna forma, los conocemos inconscientemente y
los reproducimos. Intentaré mostrar cómo se lleva a cabo.
En la segunda parte, titulada “A través del bosque encantado”, entregaré al
lector una especie de piedra de Roseta –un diagrama de la familia que los
psicólogos clínicos denominan genograma- con el cual, a modo de guía, le iré
orientando paso a paso para que pueda confeccionar su propio mapa de
familia de tres generaciones. Asimismo, le daré otras herramientas para que
pueda descifrar los secretos ocultos de sus padres y demás antepasados.
La tercera parte se llama “De vuelta a Kansas”. En esta sección le sugiero qué
puede hacer con todo lo que ha averiguado, incluso cómo y cuándo contar
secretos de familia y cómo afrontar el impacto que tengan en su vida. Le pediré
que contemple sus propios secretos ocultos y que se haga consciente de la
energía que invierte en mantenerlos, así como de las maneras en que limitan y
constriñen su vida. Además, le sugeriré algunas maneras para reconectarse con
su familia o mantenerse en contacto con ella pero manteniéndose a salvo.
Por último, le sugeriré que explore su ser secreto que aún está por florecer, ese
potencial y esas posibilidades aún intactas que le pertenecen únicamente a
usted, y a los que yo llamo secretos de la conciencia.
Espero, sinceramente, que consiga atravesar este oscuro bosque y que, al
afrontar la cara oculta de su familia, se percate también de su belleza y fortaleza.
PARÁBOLA
La historia secreta de Dorothy
Una oscura noche de invierno azotada por el vendaval y la tormenta, nació
una preciosa niña en un pueblecito del estado de Kansas, en los Estados Unidos.
Pero tal fue la desgracia que su madre, sin haber cumplido aún los veinte años,
murió en el parto sin saberse a ciencia cierta quién era el padre.
La niña fue adoptada por sus tíos Henry y Emily, una pareja de pobres granjeros
de rígidas y estoicas creencias religiosas. Decidieron ponerle de nombre Dorothy.
Al irse haciendo mayor, a Dorothy le prohibieron que preguntara por sus
verdaderos padres porque estaban en el cielo, y cuestionarse cualquier aspecto
de la voluntad de Dios constituía un atentado contra la fe.
Para Dorothy, la única fuente de alegría era un perrito al que llamaba Toto. Se
lo encontró un día en un camino solitario y le permitieron quedárselo siempre y
cuando Dorothy cumpliera con todas las obligaciones que le imponía el tío Henry
y fuera perfectamente obediente.
El tío Henry guardaba un secreto resentimiento hacia Dorothy porque
representaba una boca más que alimentar y, a su juicio, su madre había
cometido un pecado tremendo. Henry no le quitaba ojo a Dorothy, y la
regañaba y ponía en ridículo si se equivocaba. A menudo la amenazaba con
deshacerse de Toto.
A Dorothy le daba pavor el tío Henry. Si se le acercaba, tartamudeaba y se
volvía torpe e inepta.
Dorothy acabó convencida de que a ella le pasaba algo raro. Pensaba que
era tonta y egoísta, y hasta le daba miedo su propia sombra.
Un día, cuando tenía diez años, al revolver cosas en la buhardilla de la granja,
encontró un viejo álbum de fotos y, al pasar las páginas, descubrió la foto de una
mujer que tenía un parecido con Tía Em, sólo que era mucho más joven. En la
parte de atrás de la foto había una nota que decía: “Para mi queridísima
hermana. Con cariño, Amy”. Inmediatamente, Dorothy supo que se trataba de su
madre, y se le aceleró el corazón al contemplar la fotografía. ¡Qué guapa era su
madre! Llevaba un vestido muy elegante, el cual Dorothy se imaginó de color
rojo, su color favorito. Pasando más páginas del álbum, descubrió otra foto de su
madre con un hombre un poco mayor que ella que la tenía cogida por la
cintura. Ese hombre era demasiado joven para ser el padre de su madre y,
además, ya había visto una foto del abuelo en un cajón de la cómoda de Tía
Em. El hombre de la foto era guapo y fuerte, y Dorothy se imaginó que podía ser
su padre.
Pero, al cabo de un rato, Dorothy se empezó a sentir culpable porque sabía
que no debía mirar esas fotos ni añorar a sus padres, y que Dios la castigaría si
insistía en ello. Con lo cual, cerró el álbum y lo volvió a colocar en el baúl negro
donde lo había encontrado, prometiéndose no volverlo a mirar jamás. Y así fue.
Pero se siguió acordando de las fotos y, mientras cumplía con las aburridas
tareas de la granja o cuando la regañaba Tío Henry, se acordaba de la hermosa
cara de su madre, la echaba de menos y deseaba que se la llevara a casa.
Al entrar a la adolescencia, a Dorothy se le empezó a repetir una pesadilla de
la que sólo recordaba que estaba perdida y que, entonces, veía la cara de su
madre que la llamaba y le tendía la mano. Pero Dorothy nunca conseguía
alcanzarla.
Una noche de tormenta para la que habían predicho la posibilidad de
formación de tornados en la zona, Dorothy soñó que su casa, arrancada de
cuajo por un tornado gigantesco, caía sobre una bruja malvada y la mataba. Al
despertarse se encontró rodeada por los personajes más curiosos que jamás
había visto. De pie, delante de ella, estaba Glinda, el hada madrina, luciendo un
resplandeciente vestido color rubí. Era idéntica a su madre en la foto del álbum.
“¡Mamá, llévame a casa, llévame a casa!” le gritó Dorothy. Pero Glinda no la
cogió en sus brazos, tal y como ella esperaba. Era amable, pero le dijo con
firmeza que el viaje a casa era arduo y que encontraría muchos obstáculos en el
camino.
Si usted ha leído el libro El maravilloso Mago de Oz, de L. Frank Baum, ya
conoce esta parte del cuento.
Pero a Baum se le olvidó un detalle. Cuando Dorothy y sus amigos encuentran
por fin al Mago, resultó ser igual que el hombre de la foto que Dorothy pensó que
podía ser su padre.
Al despertarse a la mañana siguiente, se sintió mejor con respecto a sí misma
aunque no acababa de comprender el significado del sueño. Al salir del colegio
aquel día, se lo contó a su profesora favorita, la cual le dijo que cada una de las
partes del sueño era una parte de sí misma. Suya era la inteligencia del
Espantapájaros, suyo el coraje del León y suyo era el corazón repleto de amor del
Hombre de Hojalata. La profesora le explicó que ese sueño le estaba indicando
que era una jovencita maravillosa.
Entonces la profesora añadió: “Lo difícil es que tú, al igual que todos los demás,
debes aprender que nadie tiene unos poderes mágicos que nos van a salvar.
Nuestros padres no son más que personas, no brujas ni magos”.
A Dorothy le conmovió mucho todo esto y jamás se le olvidó. Al cumplir
dieciocho años, se marchó de la granja de sus tíos y consiguió un trabajo. Se
pagó sus estudios universitarios y se hizo periodista. Con el tiempo consiguió
averiguar muchas más cosas sobre su verdadera madre, Amy, que había muerto
al traerla al mundo. También averiguó que ese hombre de más edad de la foto
era un profesor del instituto donde estudiaba su madre que se había marchado
misteriosamente. Aunque convencida de que era su padre biológico, no intentó
seguirle la pista.
Más adelante, Dorothy se casó y tuvo dos niñas y un niño, pero no se puede
decir exactamente que fueron felices y comieron perdices. Tuvo discusiones con
su marido, como todos nosotros, y sus hijos la decepcionaron en algunas cosas, al
igual que sucede en la mayoría de las familias. A veces se sentía aburrida pero,
en rasgos generales, opinaba que la vida valía la pena y que se podía disfrutar
de ella.
Ya anciana, la Tía Em se ablandó un poco y accedió a hablar de Amy, su
hermana pequeña. Un verano que Dorothy y los niños la fueron a visitar a la
granja, Em y ella se pasaron horas en la mesa de la cocina mirando el viejo
álbum familiar. Tío Henry seguía siendo un gruñón pero Dorothy le dejó claro que
ya se había acabado eso de dejarla en ridículo. Aunque no hablaba mucho con
los niños, les dejaba que fueran con él al granero “si se estaban callados”. En
cierto modo, les gustaba ir con él.
PRIMERA PARTE
Los secretos son algo tan indispensable para el ser humano, y tan temible,
como el fuego. Ambos favorecen y protegen el desarrollo de la vida, pero
también pueden sofocar, arrasar y esparcirse sin ningún control. Ambos pueden
utilizarse para preservar la privacidad o para invadirla. Pueden nutrirnos o
extinguirnos.
Sissela Bok
CAPÍTULO 1
CUANDO EL SILENCIO ES ORO
¿Qué es un secreto?
En el diccionario aparecen tres significados del término secreto: ocultación
intencionada; aquello que se desconoce; aquello que aún está por descubrirse.
En este libro trataré sobre los tres tipos de secretos porque los tres influyen sobre
nuestra familia y sobre nuestra experiencia de ella.
En latín, el término “secretum” significa “algo oculto o apartado” y, aunque no
se den en todos los secretos, los conceptos de engaño, acto furtivo, mentira,
prohibición, intimidad, silencio y lo sagrado también influyen sobre nuestra
comprensión del concepto de secreto.
Lo que denominaremos contenido del secreto puede ser prácticamente
cualquier cosa. Podemos optar por esconder casi cualquier hecho, sentimiento o
conducta y, tal y como explicaré más adelante, esta opción en sí misma puede
resultar secreta para el sujeto. Se puede tener una intención inconsciente y
desconocida de esconder algo.
Otro importante aspecto del secreto es quién lo “sabe”, lo cual a veces se
conoce como la ubicación del secreto. Puede que un secreto no se comparta
con nadie o puede que se confíe a otra persona bajo promesa de que no
trascienda. Puede que todo un grupo conozca un secreto o que sólo uno o dos
miembros lo desconozcan. Esto puede constituir un factor crucial en la influencia
que los secretos ejerzan sobre las familias.
Un secreto puede ser tanto positivo como negativo y, a veces incluso, es ambas
cosas a la vez. El conjunto de secretos que puede favorecer la creación de un
sentimiento de hermandad en un grupo étnico o religioso puede,
simultáneamente, ser causa de fanatismo y odio hacia los que no pertenecen al
grupo. Le pido al lector que tenga presente dicha ambivalencia cuando
examinemos la envergadura de los secretos de familia.
No obstante, considero que algunos secretos siempre son destructivos. Por
ejemplo, el incesto, los malos tratos, el alcoholismo, el asesinato o cualquier otra
forma de violencia hacia otra persona son siempre secretos letales.
Por otro lado, también considero que algunos secretos son siempre
constructivos, como por ejemplo, aquéllos que protegen la dignidad, libertad,
vida interior y creatividad de la persona.
El derecho a la privacidad
Recientemente, dos jóvenes fueron víctimas de un terrible asesinato en Houston.
Cuando saltó la noticia de que habían desaparecido, miré con angustia el
telenoticias para enterarme de la suerte que habían corrido esas dos chicas.
Cuando por fin fueron hallados sus cuerpos mutilados, los reporteros de televisión
atosigaron al padre de las chicas para que hiciera algún comentario. El padre
estaba desconsolado y aturdido. No tenía palabras para expresar su horror. Él
quería y necesitaba que le dejaran en paz. Sin embargo, la cámara permaneció
enfocada en él mientras que el periodista le seguía poniendo un micrófono en la
cara. Sentí rabia hacia el periodista y, cuando otras personas me comentaron
haber sentido lo mismo, comprendí que compartíamos una verdad básica: la
conducta del reportero fue obscena.
Mucha gente vio el partido de la Super Bowl XXVIII entre el equipo de Dallas y el
de Búfalo. Al correr hacia atrás, Thurmon Thomas, la estrella de los Búfalos,
tropezó dos veces con la pelota, lo que se convirtió en sendos tantos para el
Dallas. Puede que su segundo fallo fuera lo que cambió la suerte del partido.
Thomas se sentía mortificado y humillado. Estaba sentado en el banquillo con la
cara entre las manos, intentando ocultar las apariencias. Sin embargo, el cámara
lo estuvo enfocando para que lo pudiéramos ver bien durante casi un minuto.
Más adelante, la cámara volvió a enfocar varias veces la expresión de
vergüenza en la cara del jugador. Yo tenía ganas de gritarle al director que
apartara esa cámara de los ojos de aquel hombre y que le dejaran que sintiera
su dolor en paz. La muerte, la pena, las intimidades sexuales entre marido y mujer,
la vergüenza y fracaso que pueda sentir una persona son asuntos privados.
Esta conducta que describo de los medios de comunicación viola la intimidad
esencial del ser humano. No sólo tenemos derecho a la privacidad, sino que es
parte de nuestra herencia natural. Cuanto más se respete y se honre nuestra
necesidad natural de intimidad, menor será nuestra necesidad de guardar
secretos.
Privacidad y pudor
Estoy convencido de que nuestra necesidad de privacidad no es sólo el
producto de nuestra cultura, sino que tiene un fundamento biológico.
Uno de los sentimientos con los que nacemos es el pudor, el cual nos protege
de que se acceda a nosotros cuando no lo deseamos y nos avisa de cuándo se
está violando nuestra intimidad. Cuando algo nos da apuro y nos sentimos
desprotegidos en una situación social o pública, nos sonrojamos.
De pequeños, nuestra timidez nos hace agarrarnos a nuestros padres cuando
llega un desconocido.
Este pudor es la forma natural que tenemos de protegernos, de mantener
nuestros límites más íntimos. Constituye el fundamento de nuestra libertad,
renovación y descubrimiento personal. Silvan Tompkins, probablemente la mayor
autoridad en lo referente al significado de la vergüenza, ha comentado: “A
diferencia de todos los demás sentimientos, la vergüenza es el yo
experimentando al yo”. La vergüenza es algo natural: lo que no es natural es la
falta de vergüenza, que es algo aprendido y determinado socialmente.
En su maravilloso libro Shame, Exposure and Privacy, Carl D. Schneider señala
que una de las principales razones por las que a los norteamericanos les cuesta
comprender que la vergüenza es algo natural y la falta de ella no lo es, es que,
en inglés, sólo existe un término para la vergüenza (‘shame’, N.del T.). En cambio,
en la mayoría de las lenguas indoeuropeas existen dos o más palabras para tal
concepto. En griego, por ejemplo, existen cinco términos que se pueden traducir
por ‘shame’. Lo mismo sucede en latín. En alemán, Scham significa “vergüenza
con connotación de pudor”, mientras que Schande significa “vergüenza con
connotación de deshonra e ignominia”. En francés pudeur significa “vergüenza
con connotación de modestia”, y honte significa “vergüenza con connotación
de ignominia”. Antes de realizar una acción que pueda ponernos en peligro, se
vacila y se opone cierta resistencia –esto es un caso de pudor-. Ante un hecho
que nos duele y nos humilla, nos morimos de vergüenza.
El pudor es una señal innata que nos avisa de que estamos siendo expuestos a
algo para lo que no estamos preparados. Incluso los recién nacidos cierran los
ojos, mueven la cabeza a un lado y levantan las manos cuando el estímulo
externo es excesivo y sienten la necesidad de apartarse. Cuando nos sonrojamos
o algo nos resulta embarazoso, es que hemos llegado al límite y alguien o algo
constituye una amenaza para nuestra individualidad. Estamos sobreexpuestos y
desprotegidos, por lo que necesitamos protección.
El pudor nos permite escondernos, nos ampara y protege de forma apropiada
en distintos contextos naturales de la vida. Hacia el final de la infancia ya hemos
desarrollado un pudor básico con respecto a la comida, la excreción y la función
sexual. También sentimos recato y admiración reverente hacia Dios y la oración,
así como hacia nuestro sentido del bien y de la virtud. Tenemos un sentido natural
del pudor con respecto al nacimiento y a la muerte, así como a nuestra dignidad
y valor personales.
El filósofo alemán Max Scheler comparaba dichas conductas humanas
inherentemente privadas a las raíces de un árbol, las cuales, para poder
mantenerse vivo, deben permanecer bajo tierra. De la misma forma que las
raíces de un árbol necesitan estar escondidas, nuestra vida psíquica, también
tiene una zona de profundas raíces que sólo pueden cumplir su función en la
sombra de lo oculto.
VIOLACIONES DE LA INTIMIDAD
A excepción del incidente de los Boy Scouts, de niño yo no tuve intimidad. No
tenía derecho de echar el pestillo del cuarto de baño ni tenía habitación propia
en la que pudiera tener asegurados algunos momentos de paz. Hubo una época
en la que dormíamos en la misma habitación mi hermano, mi hermana y yo.
Durante otro período, yo dormía en una cama plegable que teníamos en el
comedor, y tenía que guardar la ropa en los armarios de la cocina, junto con los
cubiertos y los platos.
Siempre tenía a alguien pendiente de mí. En cualquier parte había un adulto
mirándome, como haciendo guardia, preparado para cualquier trastada que yo
pudiera hacer. Y cuando no me podían vigilar, de noche, en mi cama, debajo
de la manta, era Dios el que me observaba. Sufrí una hipervigilancia horrorosa.
No tenía lugar donde esconderme, ni relajarme, ni sitio para soñar. Hace poco leí
una estrofa de un poema de Robert Browning: “Abandono la lucha: que toque a
su fin/ Intimidad, un oscuro escondrijo para mí/ Quiero ser olvidado, incluso por
Dios”. Le entiendo perfectamente.
Al no tener mi propia habitación tuve que recurrir a escondrijos y a los secretos
ocultos. Mis secretos me protegían y me proporcionaban sitio para estar a mi aire
pero, cuanto más recurría a ellos, más energía tenía que gastar en ocultar los
secretos que mantenían a salvo mi espacio. Los secretos engendran más secretos
y las mentiras engendran más mentiras y, al cabo de muchos años, me encontré
perdido en el laberinto de todas aquellas falsedades.
La falta de privacidad que había en mi familia era más o menos típica de las
familias que yo conocía. Algunos amigos míos tenían su propia habitación
porque gozaban de mejores condiciones económicas pero, en mi generación,
tanto los padres como otros adultos tenían “derechos” absolutos sobre los hijos,
mientras que éstos no tenían ningún “derecho”. Este tipo autoritario de vida
familiar en la que me crié se basaba en una especie de título de propiedad. Las
propiedades de un hombre incluían a la mujer y a los hijos, y los padres eran
dueños de sus hijos. En los patriarcados autoritarios no hay cabida para la
privacidad.
En la famosa novela 1984 de George Orwell, Winston Smith luchaba para no ser
totalmente controlado por la policía de las ideas de aquel régimen totalitario. Se
escondía en un rincón del salón de su vivienda en el que no le podían ver los ojos
del monitor de televisión del Gran Hermano. En su diario escribía una y otra vez:
Abajo el Gran Hermano. (En caso de que usted no lo recuerde, el Gran Hermano
era la autoridad controladora y totalitaria del año 1984, y se consideraba que
decir cualquier cosa en su contra constituía un delito de ideología). Con tal de
mantener su libertad de tener pensamientos secretos, Winston se arriesgó a ser
condenado a años de trabajos forzados. A pesar de saber que le cogerían más
tarde o temprano, estaba dispuesto a llevar un diario secreto con tal de poder
poseer un momento de individualidad y autonomía.
LO SAGRADO
“Con los amigos no se discute de religión”, me decían de pequeño, “porque es
algo demasiado personal y la gente se exalta mucho al hablar de sus creencias”.
Siempre se ha considerado que lo sagrado pertenece al ámbito de lo privado.
Por naturaleza, la oración también es un acto privado. Jesucristo reprocha a los
que rezan en público cuando les dice: “Vete solo a una habitación, cierra la
puerta y rézale a tu Padre que está en el lugar secreto”. Muchos de los
programas televisivos de los predicadores son obscenos porque, al parodiarla en
público, van en contra de la auténtica naturaleza de la oración.
La mejor manera de experimentar lo sagrado es el silencio, en el profundo retiro
de nuestro interior en el que se puede escuchar la “voz queda y silenciosa”. Si lo
sagrado se hace público, pierde su autenticidad.
TABLA 1-1
ÉL ÁMBITO DE LO PRIVADO
ÁREAS NATURALES DE INTIMIDAD
• Lo sagrado
o Oración
o Moralidad
• Nacimiento
• Muerte y el proceso de morir
• Sufrimiento y dolor intensos
• Funciones corporales
o Comer
o Excreción
• La dignidad del yo
o Buena reputación
o Cara
o Cuerpo
• Éxito / Fracaso
• Posesiones Materiales
o Casa
o Dinero
o Bienes inmuebles
• Posesiones no materiales
o Ideas
o Opiniones
o Sentimientos
o Valores
o Autovaloración
• Intimidad
o Amistad
o Amor/ Cónyuge
o Sexualidad
Los asuntos relacionados con la bondad y virtud personal son privados. Cuando
se hace público lo que se supone que debe ser privado, se malogra su propia
naturaleza. Una conducta auténticamente virtuosa tiene como fin el bien propio
o el bien del otro. Si el motivo de las buenas acciones es el reconocimiento
público, dicha buena conducta pierde su carácter. Vanagloriarse de las buenas
acciones las desprovee de toda bondad.
NACIMIENTO
Aunque exista un registro civil tanto de los nacimientos como de los
parentescos, son cuestiones que pertenecen al ámbito de lo privado. El
nacimiento y la muerte son profundos misterios. Hannah Arendt ha escrito: “Al
nacer, el hombre desconoce de dónde viene y, al morir, a dónde va”. Somos
incapaces de vivir sin plantearnos nuestros orígenes. ¿Qué se sentía al estar en el
útero materno? Fíjese en la fuerza del destino al hacerle nacer de su padre y de
su madre, los cuales se conocieron al azar. Es corriente que los niños se pregunten
a propósito de sus padres durante la infancia: “¿Son éstos mis auténticos padres?
Tal vez me adoptaron”. Es inevitable que los niños adoptivos indaguen sobre sus
padres biológicos: “¿Quiénes fueron? ¿Dónde están? ¿Por qué me dieron en
adopción? ¿Lo hicieron por mi bien? ¿Me deseaban realmente?”
Aquellos que descubren que tienen algún hermano o hermana, por lo general
medio hermano o hermana, cuya existencia desconocían, sienten curiosidad por
encontrarlo y conocerlo. Un hermano desconocido suele ser parte de un secreto
oculto mayor. El descubrir que el que pensabas que era tu padre es, en realidad,
tu padrastro o tu primo, puede tener efectos devastadores. Hoy en día, hay niños
que deben afrontar que fueron concebidos por un padre desconocido que
vendió su esperma a un banco de semen.
FUNCIONES CORPORALES
Todas las funciones corporales son parte del ámbito de lo privado. En todas las
culturas, la excreción tiene cierta connotación de pudor y, si alguien se siente
observado durante dicho acto, inmediatamente, siente vergüenza.
La mayoría de las familias desarrolla su propio lenguaje y modo de hablar de los
asuntos privados. Las expresiones referentes a la excreción pueden resultar
bastante creativas e imaginativas, sólo siendo superadas en originalidad por los
especiales apelativos de los genitales. Una vez tuve un cliente que se pasó media
hora aludiendo a su “Billy Ray Dill” y, de repente, ¡me di cuenta de que se estaba
refiriendo a su pene!
Aunque comamos en público, ¡observe cómo disimulamos la actividad en sí
mediante las reglas tan esmeradas sobre modales en la mesa, conversación,
etc.! ¿Alguna vez ha sido la única persona que comía de todo un grupo? A la
mayoría de la gente no le gusta que los demás le miren mientras está comiendo.
Asimismo, a muchos les da vergüenza ser los últimos en terminar.
Los rituales secretos de la comida forman parte de la vergüenza que es
causante de ciertos trastornos de la alimentación. Los que los padecen se
apartan de la compañía de los demás y del acto compartido del comer, y
realizan dichos rituales secretos en una desoladora soledad.
LA DIGNIDAD DEL YO
EL BUEN NOMBRE
¿Recuerda lo mal que se sentía de pequeño cuando le insultaba algún
hermano o compañero del colegio? El insulto tiene un poder tremendo. Al
cotillear, enjuiciar y criticar el buen nombre de una persona se puede hacer
mucho daño.
Nuestra reputación se ve reconocida mediante un saludo apropiado. La forma
en la que nos dirigimos a una persona puede revelar hasta qué punto la
conocemos y nuestro grado de familiaridad. A una persona de alto rango le
puede resultar ofensivo que la abordemos llamándola por el nombre o de tú.
Los miembros de algunas tribus intentan obtener visiones que les revelen ciertos
nombres sagrados que les aportarán nuevos poderes.
Uno de los aspectos de la degradación institucional que se da en las cárceles y
en los campos de prisioneros de guerra consiste en reemplazar el nombre por un
número, con lo que al individuo se le desprovee de su identidad. La esclavitud
fue la máxima atrocidad ya que se desposeía al individuo del derecho a ser
dueño de sí mismo.
LA CARA
La cara es algo inseparable de nuestra identidad. Es el reflejo del pudor así
como de las emociones. Es un gran deshonor recibir una bofetada en la cara.
Cuando se siente vergüenza, se esconde la cara. Todos hemos visto, en las
imágenes de los noticieros, que, cuando se arresta a alguien acusado de algún
crimen, se cubre la cara con las manos cuando la cámara intenta obtener un
primer plano. El pudor nos protege de una exposición inadecuada. Dar la cara,
partir la cara, esconder la cara, son expresiones con las que solemos manifestar
la violación o sobreexposición del yo.
Dios le dijo a Moisés: “No puedes ver mi semblante porque no hay mortal que
pueda verme y seguir con vida”. Las violaciones de las cosas sagradas se suelen
calificar de descaro.
CUERPO
La cara forma parte del cuerpo, el cual es uno de los elementos de nuestra
intimidad. Nadie tiene derecho a tocarnos el cuerpo de una manera que
consideremos atrevida, y nadie tiene tampoco ningún derecho a decirnos qué
aspecto debe tener nuestro cuerpo. Nos mantenemos en el mundo mediante el
cuerpo, y el cuerpo representa nuestro yo. El cuerpo tiene una gran importancia
psicológica. La violación de la intimidad del cuerpo se divide en dos grandes
apartados: los malos tratos y el abuso sexual.
Hoy en día, mucha gente sigue considerando que el castigo corporal, práctica
corriente a lo largo de la mayor parte de la historia de la humanidad, no es algo
malo. Pero, a medida que la democracia se va enraizando más profundamente
y que llegamos a entender que todos los seres humanos, entre los que se incluyen
los niños, tienen su propia dignidad, igualdad y derecho a la intimidad corporal,
vamos comprendiendo que pegar y que cualquier otra forma de mal trato
(amenazas crónicas, pellizcos, empujones, etc.) son actos primitivos, fruto del
patriarcado cultural y religioso. El mal trato constituye un abuso de poder y una
violación directa de la dignidad innata de nuestra propia existencia laboral.
En la actualidad, cada vez más gente es consciente del mal implícito en los
abusos sexuales, ya que constituyen la máxima invasión del cuerpo. Somos más y
más conscientes de que los abusos sexuales son más una cuestión de poder que
de sexo en sí, y que encuentran su origen en la creencia errónea de que los hijos
son propiedad de los padres.
Tanto los hombres como las mujeres sufrimos asimismo, una invasión cultural de
la intimidad de nuestro cuerpo en forma de estrictos criterios rectores de la
atracción sexual. La delgadez y unos genitales de buenas proporciones se han
convertido en una obsesión sagrada de nuestra cultura. La mitad de los clientes
que he tratado estaban preocupados de si su cuerpo resultaba atractivo, en
rasgos generales, y del tamaño del pene, pechos o nalgas, en particular.
ÉXITO/ FRACASO
Él éxito es algo extremadamente privado y personal. Por eso, cuando nos
aferramos a la definición que otra persona tiene del éxito, estamos fomentando
la creación de secretos ocultos. La medida personal del éxito consiste en
encontrar un trabajo que le dé a nuestra vida un determinado sentido y valor.
Esto es algo que se desarrolla en nuestro interior, mientras que lo que atrae los
secretos ocultos es algo externo. Aquello que la sociedad considera que es el
éxito suele constituir el rasero por el que medimos nuestra reputación. En nuestra
cultura, uno de los principales criterios del éxito es ganar mucho dinero.
La gente suele sufrir mucho al permitir se les mida según los parámetros externos
del éxito cuando, en realidad, la autoestima y la autovaloración son cuestiones
privadas. La auténtica autoestima sólo puede surgir de dentro.
POSESIONES TANGIBLES
Nuestras posesiones pertenecen al ámbito de lo privado y son una extensión de
nosotros mismos. Los niños pequeños se identifican con sus juguetes y ropas, y se
pelean por ellos como si de ellos dependiera su identidad. La ropa nos suele
proporcionar una identidad al tiempo que nos ayuda a pertenecer a un grupo. A
pesar de que tengamos derecho a vestirnos según nuestro estilo personal,
solemos acoplarnos a los dictados de las normas culturales.
Cada hogar muestra algunas de las particularidades del que lo habita.
Protegemos nuestras propiedades, ponemos cerrojos en las puertas e, incluso,
añadimos sistemas de alarma y de antirrobo. El secreto y la ocultación nos
permiten mantener a salvo lo que poseemos.
Nadie tiene derecho a saber cuánto dinero ganamos ni a meterse en nuestros
asuntos y, sin embargo, nuestra cultura nos invade en este ámbito. Podemos
sentir vergüenza si nos consideramos demasiado pobres o demasiado ricos, pero
podríamos sentirnos satisfechos si no nos comparamos con los demás.
POSESIONES INTANGIBLES
Nuestras posesiones no se limitan a las cosas tangibles ya que algunas de
nuestras posesiones más queridas son impalpables y pertenecen al ámbito de la
mente como, por ejemplo, nuestras ideas creativas, nuestros sueños o ambiciones
personales y nuestros valores. En ocasiones podemos escoger reservarnos
nuestros sentimientos y opiniones.
La autovaloración es nuestra posesión intangible más personal y secreta ya
que, esencialmente, es algo que se formula en nuestro interior y que no puede
depender de la respuesta de los demás. Pero si la autovaloración sólo se basa en
valores externos, ya no es una autovaloración sino una evaluación que un
tercero hace de nosotros.
Una persona que se infravalora suele intentar compensarlo creando un yo falso
y secreto. El yo falso es un conjunto de secretos ocultos que utilizamos para
custodiar nuestro sentimiento de inadecuación. El Capítulo 9 trata sobre los
secretos que escondemos de los demás, e incluso, de los que escondemos de
nosotros mismos.
INTIMIDAD
El derecho a penetrar en la esfera privada de otra persona es lo que Martin
Buber denominó la relación Yo/Tú, una relación basada en la participación,
empatía, la compasión y en el compartir. Cuando ambas partes están dispuestas
a exponerse y a ser vulnerables es cuando surge la intimidad mutua. Pero si es
sólo uno el que se expone y es vulnerable mientras que el otro no se revela tal y
como es, ambos resultan violados.
Necesitamos de la intimidad con nuestros amigos especiales para poder
compartir y sustentar nuestra vida. Los amigos son aquellas personas con las que
realmente podemos intimar, pero la creación de una amistad auténtica requiere
de tiempo y esfuerzo. La mayoría de nosotros no tiene tiempo más que para unos
pocos buenos amigos y con ellos compartimos cosas que no compartimos con
nadie más. La mayoría de nosotros también necesita de una persona en nuestra
vida para la que seamos importantes y que nos importe de una forma más que
especial. Dicha persona es nuestro cónyuge o amante, con cuya relación
expresamos nuestra sexualidad.
SEXUALIDAD
Desde el pudor exagerado y ultrapuritano de nuestro pasado hemos dado un
giro de trescientos sesenta grados y hemos reducido la sexualidad al sexo –una
cuestión de instintos, genitales y frecuencia-. Los secretos sexuales son los más
corrientes de todos los secretos ocultos.
Quizás no haya otra esfera de privacidad en la que el pudor sea más
importante. Al reducir la sexualidad, ese encuentro personal de dos seres
humanos con deseo y amor, al mero sexo (follar simplemente), la convertimos en
algo pornográfico y la pornografía es una obscenidad sexual. Cuando se pierde
el pudor, en tanto que guardián de la sexualidad, los actos genitales íntimos se
ven disociados de las consideraciones sociales, emocionales y morales que
hacen de las relaciones humanas algo humano.
Cuando se esfuma el pudor, el individuo queda desprovisto de su capa
protectora, la conducta sexual humana se ve desprovista de su significado y las
personas involucradas quedan reducidas a meros objetos. En tanto que
convertirse en un objeto, no se puede participar de la relevancia del acto sexual
humano y, al convertirse en un objeto, el individuo proyecta dicha perspectiva
sobre los demás. El voyeur sólo quiere mirar y observar al otro como si de un
objeto se tratara. El hombre que está absorto en su masturbación con
pornografía está alimentando su curiosidad y fascinación por la violencia y
dominación. La mujer que él estaba contemplando en posturas vejatorias y
vergonzosas es un objeto deshumanizado. El observador no puede compartir ni
participar en la humanidad de esa mujer. La sexualidad desprovista de pudor y a
la que se ha profanando su necesidad de privacidad constituye la base de un
enorme abanico de secretos de familia ocultos.
El filósofo alemán Max Scheker escribió intensamente sobre la función del pudor
sexual en el desarrollo de la sexualidad. Lo consideraba una ayuda para que
surja el deseo sexual y se fomente la expresión sexual en una intimidad humana
plena. Sin el pudor sexual no se inhibiría la libido y permaneceríamos en el nivel
primitivo del autoerotismo. Estaríamos dominados y nos quedaríamos atascados
en nuestros sentimientos y ansias, por lo que seríamos incapaces de ser excitados
sexualmente por otro individuo. Este tipo de pudor lleno de admiración nos lleva
a desear involucrarnos con el sujeto que admiramos –la otra persona.
El rubor que aparece al principio de cualquier relación sexual nueva también se
produce cuando dos personas han tenido muchas relaciones sexuales entre sí.
Sin el rubor, pudor, admiración y vergüenza tímida, la sexualidad degeneraría en
una repetición metódica y técnica. Para que dos personas participen
verdaderamente de una sexualidad plena deben hacer algo más que poner
simplemente su cuerpo a disposición del otro. Ambas deben estar dispuestas a
ser vulnerables y a abrirse a lo que la otra pueda dar. El pudor aporta una pausa
y una vacilación que crean un espacio dentro del cual se pueden descubrir los
dos amantes.
Esta vergüenza sana es la conciencia del amor erótico y se opone a la lujuria y
al sexo impersonal. La pérdida de dicho pudor lleno de admiración y modestia
prepara el terreno para la creación de una variedad de secretos sexuales en
potencia.
SECRETOS INDIVIDUALES
Marido y mujer pueden no revelarse algunos secretos relativos a la misteriosa
profundidad del yo que sirve de marca de la identidad de cada cual. Se suele
denominar secretos fecundos a aquella parte reservada de nosotros que
preserva el núcleo de nuestra identidad individual. Son fecundos porque nos
permiten crecer y cambiar. Los secretos fecundos se inician con el primer “no” y
“no quiero” de la separación del yo que experimenta el niño de entre uno y dos
años de edad. Sin separación no puede haber secretos. Para poder tener
nuestros propios secretos tenemos que tener sentido del yo, por muy rudimentario
que sea. Mi experiencia con los Boy Scouts constituyó un secreto individual de
este tipo.
SECRETOS GENERACIONALES
Lo mejor es que las líneas generacionales de una familia permanezcan intactas:
la familia necesita que se produzca cierto distanciamiento entre generaciones.
Resulta inapropiado que haya una alianza entre hermanos y entre padres. Los
niños tienen secretos con los que ponen a prueba sus propios límites y que
constituyen una parte del desarrollo de su propio sentido del yo. El primer amor y
el primer beso son cosas que, normalmente, los hijos no desean compartir con los
padres. Por lo general, su conducta sexual intenta imitar la de los adultos y les
resulta más fácil compartirla con su propio grupo de amigos. Las alianzas entre
hermanos suelen producirse entre los del mismo sexo, aunque no es raro que
hermanos y hermanas con poca diferencia de edad compartan secretos. Pero
cuando este tipo de relaciones se establece entre una generación y otra, los
secretos pueden hacerse nocivos y traumáticos.
Lo mejor es que los problemas de Papá en la oficina y su dificultad con las
figuras de poder se queden entre Papá y Mamá. Los problemas de Mamá con
Papá no se deben compartir con los niños, a menos que les afecten
directamente y ellos ya se hayan percatado.
Si mamá enloquece haciendo compras, encarga todo un armario de ropa
nueva y lo esconde en la habitación de los niños haciéndoles jurar que nunca se
lo dirán a su padre, está estableciendo una peligrosa alianza con ellos.
Cuando los padres se saltan estos límites generacionales, los hijos se ven
atrapados en un terrible dilema de lealtad y se les invade su privacidad. Lo
mismo sucede cuando uno de los padres le pide a uno de los hijos que espíe a su
hermano o hermana y se lo cuente. Dichas alianzas o coaliciones secretas suelen
ser sintomáticas de graves disfunciones en la familia.
SECRETOS DE MATRIMONIO
Cuando los padres se esfuerzan por mantener unos límites buenos y un respeto
mutuo, todo ello con honradez y modestia, el ambiente es propicio para que el
pudor natural de los niños se manifieste en forma de modestia, secretos
saludables y buenos límites. Dado que los padres disfrutan de un espacio propio
en su propia vida y en su matrimonio, pueden permitir que los hijos tengan
también el suyo.
Mediante su conducta y su discurso, los padres deben dejar claro que su
matrimonio es su relación más importante. Para la madre, nadie debe ser más
importante que su marido, y viceversa. Si uno de los hijos se hace más importante
para uno de los padres que su cónyuge, se establece una vil relación que
transgrede gravemente los límites de la intimidad. Los padres necesitan un
espacio propio para “hablar de sus cosas” y para desarrollar sus rituales de amor
e intimidad.
Los padres deberían reservarse el derecho de no compartir ciertos asuntos y
objetos de valor de la familia hasta que llegue el momento apropiado. Asimismo,
deberían reservarse el derecho de mantener en privado ciertos hechos sobre sí
mismos y su relación. Tienen sus responsabilidades como padres, tienen la
obligación de aportar reglas, disciplina, modelos morales y dinero, y estos asuntos
son privados según la edad. En muchos casos no deberían tratarse con los hijos.
SECRETOS DIVERTIDOS
Este último tipo de secreto saludable de familia es el que se guarda por
diversión.
En la mayoría de las familias se guardan secretos con gran ilusión en ocasión de
celebraciones que implican el dar o recibir regalos, como son los cumpleaños y
fiestas religiosas. ¿Se acuerda de la ilusión con al que pedía o se daba a
entender que iba a recibir, un determinado regalo por Navidad? La expectativa
iba en aumento a medida que se acercaba dicha festividad. Puede que tenga
recuerdos de ir buscando por toda la casa los regalos escondidos. Quizás
también tenga recuerdos de la ilusión que le hacía comprarle a alguien de la
familia un regalo con el que usted le quería sorprender. Pero es posible que sus
mejores recuerdos sean de cuando se despertaba el día de Reyes y se
encontraba con un regalo que era una sorpresa totalmente inesperada, algo
que jamás había soñado poder tener.
Este tipo de recuerdos, junto con otros rituales particulares de cada familia, es
de lo que se nutre el concepto de identidad y de integración con el grupo.
Para poder prosperar, la familia necesita su privacidad. La intimidad da lugar a
unos ámbitos naturales de secretos y los secretos naturales crean ese silencio que
vale más que su peso en oro.
En el siguiente capítulo analizaremos todo el abanico de secretos ocultos,
especialmente aquellos que son producto de una falta de respeto y protección
del ámbito natural de intimidad en la familia.
CAPÍTULO 2
CUANDO SE TIENEN SECRETOS OCULTOS
Jane Fonda confesó públicamente que fue bulímica durante unos cuantos
años. La bulimia es un trastorno de la alimentación que se caracteriza por comer
compulsivamente y, seguidamente, provocarse el vómito, todo ello en secreto. El
bulímico adopta conscientemente este comportamiento con el fin de mantener
un peso corporal que se ajuste a ciertas normas culturales de delgadez. Jane
declaró que la aparición de su problema coincidió con la época en que se
enteró, por casualidad, de que su madre, Frances, se había suicidado. Jane no lo
sabía porque su padre, Henry, lo había mantenido en secreto. Cuando Frances
se mató, estaba ingresada en un hospital mental y Henry les dijo a Jane y a su
hermano, Peter, con trece y diez años respectivamente, que su madre había
fallecido de un ataque al corazón. Henry y su suegra enterraron a Frances en
privado, sin que asistiera nadie más al funeral. Aquella misma noche, él actuó en
un teatro.
Frances Fonda fue la segunda esposa de Henry, de la cual éste se había
separado dos meses antes de que ella se suicidara. Henry ya había iniciado una
relación con Susan Blanchard, con la que se casaría ocho meses más tarde. Lo
extraño del caso es que Margaret Sullavan, la primera esposa de Henry, la cual,
después de divorciarse de él, se casó con Leland Hayward, el agente de Henry,
que también se suicidó al igual que dos amigos íntimos de Henry.
Durante la luna de miel de Henry con Blanchard, Peter, su hijo, se pegó un tiro
en el estómago y casi se mató. (Según se dice, Henry no le preguntó si eso tuvo
algo que ver con la muerte de su madre). Diez años más tarde, Peter se enamoró
de Bridget Hayward, la hija de Leland Hayward y Margaret Sullavan. Al cabo de
un año de la relación, ella se mató. Peter también tuvo un amigo que se suicidó.
Este sorprendente patrón de suicidios, intentos de suicidio y amistades que se
suicidan, se describe en Genograms in Family Assessment, de Monica McGoldrick
y Randy Gerson, una obra relevante que citaré varias veces en este libro. Es un
dramático ejemplo del increíble poder que tienen los secretos ocultos, de
impactar en la vida de una familia.
¿Por qué mantuvo Henry Fonda en secreto que su mujer se había suicidado?
¿Por qué no quiso contárselo a sus hijos? Sólo podemos hacer especulaciones
sobre sus posibles motivos y sobre la tóxica mezcla de pena, culpabilidad y
escapismo que debió de sentir. Sé muy bien que el suicidio pertenece a esa
categoría de experiencias humanas que resultan extraordinariamente chocantes
y desconcertantes. El suicidio tiene un largo historial cultural cargado de
vergüenza y silencio. Antiguamente, a los judíos que se suicidaban, se les
enterraba fuera de los muros del cementerio. Hasta hace poco la Iglesia Católica
se negaba a oficiar un funeral si el fallecido se había suicidado. Para muchas
religiones, el suicidio era el pecado imperdonable y se consideraba que los que
lo cometían no tenían perdón. Un caso de suicidio representaba una gran
humillación y vergüenza moral para la familia. Quizás toda esta tradición
colectiva fue la causa de la decisión de Henry Fonda.
Hoy en día, es poca la gente que cree que el suicidio se debe juzgar desde un
punto de vista moralista, sino que se achaca más a la depresión profunda (con
frecuencia por razones bioquímicas) y a una sensación de vergüenza y de que
la vida carece de sentido. Sin embargo, en todo suicidio está implícito un secreto
oculto. El suicidio es una muerte velada por el misterio.
Puede que Henry Fonda opinara que tenía que proteger a sus hijos de la
verdad de la muerte de su madre. La protección es una de las causas más
frecuentes de que se oculten secretos. Sin embargo, no es que haya que
protegerse realmente del profundo impacto del suicidio de una madre y, por
muy doloroso que hubiera sido, los hijos de Fonda tenían derecho a que se les
contara la verdad. Precisamente porque el suicidio implica la existencia de algún
secreto oculto del que se quiere apartar y aislar a los demás familiares, se hace
necesario que éstos hablen del asunto porque, en caso contrario, se crea otro
secreto oculto. Al ser tan desastrosas las consecuencias de un suicidio, hay
mucha aflicción que expresar y cada persona tiene sus propios sentimientos al
respecto. Cuando un padre o una madre se niegan a expresar sus propios
sentimientos de culpa por el suicidio de un familiar, está creando una atadura de
lealtad para que se mantenga el secreto. Todo esto es aplicable también a
cualquiera de los otros tipos de muerte vergonzosa de los que tampoco se habla,
tales como el asesinato y la mutilación, la muerte por tortura o las humillantes
formas de morir a las que se sometió a los judíos en los campos de concentración
de los nazis.
Cuando se niegan hechos tan traumáticos y se los convierte en secretos
ocultos, la lealtad de la familia por mantener el secreto puede traducirse, en las
generaciones siguientes, en aislamiento, miedos patológicos, obsesión por la
muerte, conductas anormales, alocadas e inexplicablemente intrépidas, así
como intentos de suicidio en el aniversario o en la misma edad que el primer
caso.
El suicidio y la bulimia son temas relacionados con la muerte y la alimentación,
dos de los aspectos del pudor natural que, tal y como he descrito, pertenecen al
ámbito de lo privado. Mi argumento es que, cuando se pervierte o se viola el
santuario interno del pudor, su lugar lo ocupa la vergüenza, la cual es una de las
principales causas de secretos ocultos.
LA VERGÜENZA
Nuestra modestia o pudor innatos, nutridos por la intimidad, constituyen el
fundamento sobre el que delineamos unas fronteras buenas y flexibles. Sin
fronteras, no tenemos límites.
Cuando se viola nuestro pudor, el cual preserva nuestra intimidad y la dignidad
particular de nuestro yo, adoptamos un yo falso, artificial e impúdico. La
impudicia puede tomar dos formas: una conducta impúdica con la que
intentamos sobrepasar nuestros límites como seres humanos, es decir, intentamos
ser sobrehumanos; nos consideramos perfectos (jamás cometemos errores): nos
consideramos autosuficientes (no necesitamos la ayuda de nadie); nos
consideramos ungidos de virtudes (nosotros nos salvamos, los demás no): nos
consideramos la autoridad (tenemos derecho a violar el espacio de los demás);
adoptamos un aire condescendiente (lo sabemos todo).
En el otro extremo, podemos comportarnos impúdicamente y adoptar una
conducta infrahumana. Dejamos que los demás nos invadan o nos invadimos a
nosotros mismos, de forma que nos convertimos en vergonzosos fracasados,
víctimas y adictos –la escoria de la sociedad. Nos invade tal desesperanza que
perdemos el sentido de los límites y creemos que todo lo que nos rodea es
defectuoso y deficiente.
Dado que en inglés sólo tenemos una palabra para vergüenza, en mi libro
Sanar la vergüenza que nos domina clasifiqué de toxic shame (vergüenza tóxica)
a ambas formas de impudicia. Tanto sí es virtuosa como depravada, la impudicia
es nociva. La vergüenza no protege nuestra integridad ni nuestro yo, sino que los
destroza.
Una vez hemos establecido nuestros fundamentos en la vergüenza, nos
consideramos un error. Estamos convencidos de que el mero hecho de que
existamos es un fallo, un defecto y, por lo tanto, nos vemos en la obligación de
mantener oculto todo lo que nuestra vida tiene de auténtico.
Falso yo
Problemas de autoestima
Perfeccionismo
Actitud crítica
Buena reputación Picajoso
Rectitud
Supremacía racial
Autocastigo
Autodesprecio
Autoculpa
Masoquismo
EL YO
Pecas, marcas de nacimiento
Cara Belleza / Fealdad
Bofetadas
Defectos físicos
Deformidades
Tamaño de los genitales
Abuso
Cuerpo Violación
Pegar
Torpeza, ser larguirucho
Demasiado gordo, demasiado flaco
Adicción al deporte
Malos tratos
Adicción al dinero
Adicción al trabajo
Pobreza
Desempleo
Despido, degradación
ÉXITO/ FRACASO Falta de disposición por el trabajo
Vivir de los padres
Vivir de la mujer
Pérdida del dinero de la familia/ cónyuge
Clase “inadecuada”
Vergüenza del inmigrante
Mala reputación
Hacer trampas
Robar en tiendas
Desfalco
Apropiación de los secretos de la empresa
Fraude, timo
Materiales Robo
Hurto
Homicidio
Tráfico de drogas
POSESIONES
Encarcelamiento
Mafia
Crimen por encargo
Evasión de impuestos
Represión de las emociones
Defensas del ego –automáticas e inconscientes
Resentimiento y pensamientos negativos secretos
Apropiación de ideas, propiedad intelectual,
No materiales plagios
Vergüenza por no alcanzar lo que uno desea o
No poder vivir según sus ideales
Violaciones de los valores morales propios
Disputas matrimoniales crónicas
Múltiples matrimonios
Bigamia
Traición (aventuras amorosas)
Homosexual casado/ a con heterosexual
Traición a los amigos
Vínculos transgeneracionales con los hijos
SECRETOS SEXUALES
En su primera sesión de terapia, Germaine se expresa en un tono que denota
ansiedad al desvelar el secreto oculto de su matrimonio: las numerosas aventuras
de su marido, la más reciente de las cuales ha sido con la mejor amiga de
Germaine en la oficina. Se siente avergonzada de tolerarle esa conducta y dice
que se había prometido que jamás le aguantaría ni tan siquiera una sola
aventura. Sin embargo, después de tres años de matrimonio, ésta es ya la quinta.
Después de varias sesiones muy reveladoras, el terapeuta le pregunta a
Germaine si su padre ha tenido alguna vez una aventura:” ¡Uy, jamás! Es un
hombre maravilloso”, responde instantáneamente. “Es uno de los miembros más
respetados de nuestra iglesia y tiene una opinión muy estricta sobre la fidelidad
sexual. Ganó mucho dinero y se jubiló pronto. Se desvive por las mujeres que
tienen problemas. Ha financiado un asilo para mujeres con problemas. Se ha
dedicado a ayudar a prostitutas. Incluso las visitaba y les llevaba regalos”.
El terapeuta le pregunta a Germaine si puede traer a sus padres a la próxima
sesión. “¿Pero, para qué?” pregunta ella. “Confíe en mí. Le será de ayuda”, le
contesta el terapeuta.
Los padres vienen con buena disposición y dicen que harían cualquier cosa en
beneficio del matrimonio de su hija. El padre de Germaine es muy atractivo y
carismático, mientras que la madre está gorda, es deferente y remite todas las
preguntas a su marido. Sin embargo, cuando el terapeuta le pregunta al hombre
si ha tenido alguna vez alguna aventura amorosa, la madre responde en su lugar
y, con gran dolor, dice que sí. “Ya es hora de que se sepa todo”, dice la madre.
Germaine casi se cae de la silla. El padre se pone a llorar.
Resulta que el padre de Germaine ha tenido muchas aventuras y la madre,
sencillamente, le ha aguantado en silencio. Él le prometía una y otra vez que se
arrepentía pero, acto seguido, volvía a caer. La mujer aguantó todo esto por su
hija y para mantener intacta la imagen de la familia.
La familia de Germaine está enmarañada en un secreto sexual. El padre tiene
una adicción compulsiva al sexo y a las aventuras amorosas. Su esposa se lo
facilita, le fomenta su adicción al ocultar la verdad para protegerlo y al no insistir
en que busque algún tipo de tratamiento para su problema. Ella es adicta a la
adicción sexual de su marido y es la confabuladora de este matrimonio
disfuncional.
LOS BRONTË
En su libro Genograms in Family Assesment, McGoldrick y Gerson nos ofrecen
otro impresionante ejemplo del impacto de mantener oculto un secreto sobre
una muerte no lamentada. Se trata del caso de Charlotte y Emily Brontë, las
hermanas autoras respectivas de Jane Eyre y de Wuthering Heights. Los Brontë
tuvieron seis hijos en un período de seis años.
Al morir la madre, poco después de dar a luz al último, la casa se sumió en una
especie de letargo durante treinta años. No se cambió ni se pintó nada. Los niños
se criaron en casi total aislamiento ya que no se les permitía jugar ni relacionarse
con otros niños. Cada vez que cualquiera de los hijos de los Brontë intentaba
marcharse de casa padecían una serie de síntomas que les hacían regresar.
Todos murieron antes de cumplir cuarenta años. Las dos niñas menores
desarrollaron una enfermedad mortal la primera vez que se fueron de la casa y
murieron, una poco después que la otra. Al cabo de nueve meses de la muerte
de Branwell falleció Emily y, otros nueve meses después, murió Anne, lo cual
sugiere que estaban tan unidas que les resultaba imposible vivir las unas sin las
otras. Charlotte fue la única que consiguió pasar cortos períodos fuera de casa.
Se casó a los treinta y ocho años, pero falleció nueve meses después –justo
después de la muerte de la que fue su niñera y a la misma edad que su madre. El
extraño secreto de esta familia parece haber sido que el padre se negó a
aceptar la muerte de su esposa. A los hijos jamás se les permitió que desarrollaran
su yo lo suficiente como para poder vivir con independencia.
SUFRIR EN SECRETO
Con mucho, los casos más sorprendentes y escabrosos de “adjudicarse” un
secreto oculto con los que me he topado son los de las personas que se
automutilan. Mi primera experiencia con un caso de este tipo se produjo al final
de la década de los setenta. Vino a mi consulta una mujer inteligente y de buena
presencia, a la cual llamaré Lorna. Procedía de una familia adinerada y nunca le
había faltado de nada. Vestía muy modestamente y siempre llevaba blusas de
manga larga. Un día, al levantar el brazo derecho para sujetarse una peineta
que se le estaba cayendo del pelo, se le subió la manga y vi que, en la muñeca,
tenía varias cicatrices con forma de x agrupadas en tres líneas. Cuando le
pregunté de qué eran, se puso a llorar y balbuceó: “Me corto para hacerme
daño y así sentirme mejor”. Me quedé pasmado y sin saber qué decir. Ella apartó
la mirada y miró al suelo. “Ya sé que parece una locura cuando digo cosas así.
Pero, para mí, es una forma normal de enfrentarme al dolor”.
Su abuelo cometió incesto con ella durante más de un año. La familia de Lorna
se preocupaba mucho por las formas y la imagen, y se había bloqueado
emocionalmente. Lorna “intentó” decírselo a su padre, pero él se negó a hablar
del tema porque sería una vergüenza para la familia, y le prohibió que lo volviera
a mencionar. Lorna se había disociado del dolor y era prácticamente incapaz de
sentir ninguna emoción. Al hacerse daño mediante la automutilación se estaba
permitiendo sentir algo. De hecho, era su mecanismo para sentirse cuerda. Al
verse las cicatrices, se confirmaba y comprobaba que no estaba loca. Dichas
cicatrices constituían la prueba visible de la cicatriz interior que sufría en silencio.
Su abuelo murió repentinamente después de un ataque de corazón al cabo de
aproximadamente un año después del inicio del incesto, lo cual la dejó sumida
en una total confusión. Se sentía sucia y avergonzada, y pensaba que el rechazo
que sentía por su abuelo podía haber contribuido a provocarle la muerte.
La automutilación es uno de los secretos ocultos de nuestra sociedad. No
obstante, algunos psicólogos clínicos estiman que, sólo en los Estados Unidos,
existen casi dos millones de personas que, constantemente, se muerden, arañan,
cortan, queman y hacen marcas en la piel, se golpean la cabeza y otras partes
del cuerpo contra las paredes, se arrancan los cabellos y se rompen los huesos.
Hay casos en los que se tragan objetos punzantes tales como clavos, o que se
dan martillazos. Los casos más psicóticos de automutilación pueden llegar a
arrancarse los ojos o a amputarse los genitales.
Uno de los casos más conocidos de automutilación fue Charles Manson, el cual
tenía el cuello, los brazos y las muñecas cubiertos de cicatrices. Víctima de malos
tratos y de abusos sexuales desde su infancia, los archivos de Manson informan
que se prendió fuego a los cinco años y que, a los ocho, se hundió la traquea al
intentar estrangularse.
El cortarse, la sangre y las cicatrices nos recuerdan a los ritos iniciáticos de la era
de piedra, cuyo propósito consistía en sacar del cuerpo los malos espíritus y los
venenos. Lorna intentaba, literalmente, sacar de sí ese demoníaco secreto
oculto. Las marcas en forma de X de la piel le aportaban una confirmación
momentánea de que el secreto había desaparecido, a la vez que simbolizaba
un grito de socorro.
LA HIJA DE JULIETTE
Cuando Juliette vino a verme por primera vez, pesaba veinte kilos de más.
Estaba casada con un hombre rico al que, me comentó, despreciaba por ser un
tirano y con el que le daba asco tener que mantener relaciones sexuales. Era
sumamente educada y condescendiente, y hablaba como una “chica buena” y
excesivamente positiva. Me dijo que le daba miedo hablarle a su marido de su
malestar porque era un hombre irracional que le gritaba cuando enfurecía.
Aunque estuve unos meses trabajando con ella dándole mi apoyo para que
fuera más dueña de su vida, no sentí que hubiéramos progresado mucho.
Al cabo de cinco años, Juliette vino a verme de nuevo y me contó que su
marido había descubierto que ella había tenido una aventura amorosa, y que su
hija mayor estaba cada día más delgada. Por otro lado, el segundo hijo, un
varón, sacaba unas notas excelentes pero iba fatal en deporte y el más pequeño
estaba bastante deprimido. Esta vez le pedí que trajera a toda su familia a la
terapia. La hija mayor, de catorce años, pesaba treinta y cinco kilos. El padre,
alarmado por su delgadez, la pesaba cada día y la sobornaba con dinero y otras
cosas para que comiera. Les convencí de que la enviaran a un médico y
entonces trabajé principalmente con Juliette y su marido.
Aunque Juliette se mantenía tremendamente correcta y obediente con su
marido, era patente que estaba llena de rabia hacia él. El marido era estricto y
controlador, y exigía que todos mantuvieran la imagen de familia feliz. Los
secretos de esta familia tenían tres aspectos: el miedo del padre, casi paranoide,
a todo y a todos (la causa de su estricto control); la rabia de Juliette contra su
madre y su marido, y contra las rígidas expectativas con que tenía que cumplir
como mujer, y la “reproducción” de un secreto sexual suyo a través de su
aventura amorosa.
La anorexia es un trastorno que retrasa la menarquía. Estaba claro que la hija
de Juliette no quería ser una mujer como su madre ni sentir la rabia ni el miedo
que preponderaban su familia sino que quería tener su propia individualidad. Se
daba perfecta cuenta de lo infeliz que era su madre y de lo mal que estaba su
familia a pesar de la imagen que daban de “perfecta familia americana”. Para
ellos, su anorexia constituía un desconcertante doble mensaje porque, por un
lado, su cuerpo decía: “Miradme, me estoy muriendo”, mientras que todos los
sobresalientes que sacaba en el colegio y su extraordinario rendimiento como
deportista decían: “Yo sé mejor que nadie lo que está pasando aquí. Dejadme
en paz. Quiero tener mi vida privada y la controlaré yo”.
Es decir, su enfermedad simbolizaba:
La rabia que heredaba de su madre
Su rechazo por el rol de la mujer
Su necesidad de tener una relación realmente enriquecedora
Su rechazo al conformismo
Su deseo de controlar a la familia, heredado de su padre
Su intento de distraer a la familia del verdadero problema: la falta de
intimidad
Su necesidad de liberarse de su soledad, rabia y miedo.
LA RABIA SECRETA
Quizás la rabia sea el sentimiento que más se oculta en las familias. Ya le he
mostrado el papel que juega la rabia secreta en los trastornos de la alimentación.
También constituye un enorme obstáculo para la intimidad del matrimonio y para
poder forjarse una individualidad consistente en el seno de la familia. Cuando no
se puede expresar la cólera que se siente, se entierra y vuelve a surgir en forma
de trastorno de la alimentación o problema sexual. La rabia reprimida puede
impedir la erección, causar eyaculación precoz y espasmos vaginales. La cólera
reprimida suele ser causa de jaquecas, fuertes dolores de espalda y otros
problemas psicosomáticos. Las familias con secretos ocultos suelen regirse por
una regla encubierta de “no sentir nada” y por otra no encubierta de “no sentir
rabia”. Si se reprime la rabia también se reprime la alegría y la expresión plena de
todas las demás emociones.
Cuando los padres se guardan los sentimientos en secreto, los hijos suelen sentir
confusión y ansiedad. Al intentar explicarse lo que sucede, éstos suelen forjarse
unas creencias o fantasías particulares sobre sí mismos que, más adelante,
reproducirán en forma de conducta psicosomática.
La depresión y la ansiedad suelen transmitirse de una generación a otra. La
predisposición genética suele coincidir con la dinámica familiar y los hijos pueden
incorporar sentimientos de tristeza que se originaron en generaciones anteriores.
Algunos autores denominan a este fenómeno trama sentimental de la familia y,
personalmente, puedo confirmar que es una realidad. Hay veces en las que me
siento invadido por una tristeza sin razón aparente y he aprendido que estoy
experimentando la tristeza no resuelta de mi familia.
CONSTRUCTIVOS DESTRUCTIVOS
Poder compartir Abuso de poder
Pudor Vergüenza
Funcional- Los secretos son fruto de la Disfuncional- Los secretos son fruto de la
modestia y protegen la privacidad, lo cual necesidad y se utilizan en lugar de los límites
crea buenos límites y permite que la familia se de la privacidad, produciendo así unas
lleve bien. delimitaciones rígidas o confusas. Dificultan
las relaciones familiares.
Protectores- Secretos que protegen los Disociadores- Secretos que atentan contra
derechos básicos los derechos básicos
Generativos- Secretos que favorecen el Degenerativos- Secretos que deterioran o
desarrollo de la individualidad, la conciencia y destruyen la individualidad, la conciencia y
la libertad. Dan expansión a la vida. la libertad. Son secretos letales que atentan
contra la vida.
Generacionales Vínculos transgeneracionales
Secretos que preservan los límites Triángulos progenitor/hijo
Secretos de matrimonio Adjudicación al niño del rol de cónyuge
Secretos del padre Adjudicarse el dolor de la familia o del
matrimonio, o el de uno de los progenitores
Secretos de la madre
Secretos de los hermanos
Favorecen la confianza Producen desconfianza
Refuerzan la comunidad Atentan contra la comunidad
Favorecen la comunicación Impiden la comunicación
Favorecen el desarrollo de un yo fuerte Confunden, abruman y producen un yo
falso o una pérdida de identidad propia
Permiten adquirir un elevado nivel de Producen disfunciones de la intimidad
intimidad
Benignos- favorecen la diversión, el juego, la Angustiantes- producen tensión,
creatividad, los sueños aislamiento, pérdida de la espontaneidad.
Destruyen la creatividad.