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ALGUNAS CONSECUENCIAS DE CUATRO INCAPACIDADES

Peirce, en oposición al cartesianismo que afirmaba cuatro capacidades del ser humano,
concluye que los seres humanos tenemos, por el contrario, tenemos cuatro incapacidades,
a saber:
1. No tenemos poder de introspección.
2. No tenemos poder de intuición.
3. No tenemos capacidad de pensar sin signos.
4. No tenemos ninguna concepción de lo absolutamente incognoscible.
Para sustentar estas premisas, Peirce desarrollará de manera sistemática los argumentos
que sustentan dichas conclusiones.
1 y 2. Contrario al pensamiento de que los seres humanos tenemos poder de introspección
y de intuición, Peirce afirma que todo enunciado relativo a lo que pasa dentro de nosotros
es sólo una hipótesis necesaria para explicar lo que ocurre en lo que comúnmente llamamos
mundo exterior; puesto que toda cognición es un proceso continuo, donde no hay una
cognición absolutamente primera de objeto alguno. Asimismo, afirma que el proceso
(continuo) de cognición, cuyas leyes son las que mejor se entienden y responden más
fácilmente a los hechos externos, es el proceso de inferencia válida. Por lo tanto, concluye
que toda cognición es un proceso continuo de inferencias válidas, partiendo del único
supuesto de que la mente razona. En este sentido, afirma que la mente discurre a través
del proceso silogístico (inferencias válidas).
Para sustentar su primera conclusión, Peirce señala que existen dos tipos de inferencia: la
inferencia válida completa y la inferencia válida incompleta. La primera es aquella cuya
validez depende de alguna cuestión de hecho contenida en las premisas. La segunda es
aquella cuya validez depende de alguna cuestión de hecho no contenida en las premisas.
Esto lo afirma con el fin de señalar que las personas siempre hacen inferencias válidas,
aunque no necesariamente sean verdad.
De ahí que, Peirce continúa señalando que hay tres tipos de argumentos: los apodícticos o
deductivos, los probables y analógicos; para concluir que todo razonamiento válido es
deductivo, inductivo, hipotético o una combinación de ellos. Los argumentos apodícticos
son aquellos cuya en los que la validez lógica de las premisas asegura necesariamente la
validez lógica de la conclusión. Los argumentos probables pueden ser inductivos o
hipotéticos, los primeros son aquellos cuyo razonamiento procede como si se conociesen
todos los objetos que tienen ciertas características, mientras que los segundos son aquellos
cuyo razonamiento procede como si se conociesen todas las características requeridas a la
determinación de un cierto objeto, o clase. Los argumentos analógicos consisten en
observar ciertas características semejantes entre dos o más objetos, para después inferir,
sobre esa base, una propiedad que desconocemos en uno de ellos
Al afirmar que todas las acciones mentales son inferencias válidas, Peirce se topa con el
obstáculo de las falacias, puesto que las falacias tienen las siguientes características: sus
conclusiones son inconsistentes con sus premisas o conectan proposiciones por medio de
una especie de conjunción ilativa, por la cual bajo ninguna circunstancia pueden conectarse
válidamente. En este sentido, Peirce afirma que todas las inferencias que realiza el hombre,
y que son válidas en este sentido, pertenecen a cuatro clases: 1. Aquellas cuyas premisas
son falsas, 2. Aquellas que poseen alguna fuerza, aunque sólo un poco, 3. Aquellas que
resultan de la confusión de una proposición por otra, y 4. Aquellas que resultan de la
aprehensión indistinta, aplicación errónea, o falsedad de una regla de inferencia. Sin
embargo, Peirce da valor a la posibilidad de cometer falacias, puesto que si un hombre si
no corriese el riesgo de incurrir en alguna falacia de este tipo, y se limitase a partir de
premisas verdaderas concebidas de forma perfectamente distinta, sin dejarse perturbar por
prejuicio alguno u otro juicio que sirviese como regla de inferencia, extraería una conclusión
que realmente no tendría la menor relevancia. Así concluye que, incluso en toda falacia
posible a la mente del ser humano, el proceder de la mente se conforma a la fórmula de la
inferencia válida; erradicando así toda posibilidad de intuición.
3. Por otro lado, contrario a la creencia de que los seres humanos podemos pensar sin
signos, Peirce afirma que todo pensamiento contiene alguna sensación, imagen,
concepción, u otra representación que sirve como signo. Para sustentar esto, menciona las
propiedades de los signos, a saber: cualidades materiales (representamen), la aplicación
demostrativa pura (objeto) y la función representativa (interpretante). En este sentido, el
signo tiene tres referencias: es un signo en algún respecto o cualidad, que lo pone en
conexión con su objeto; es un signo por (en lugar de) un cierto objeto del que es equivalente
en este pensamiento; y es signo para algún pensamiento que lo interpreta.
Acto seguido, se propone explicar los estados de la mente con el fin de señalar que toda
cognición o representación está dada en términos de inferencia. Comienza su análisis del
estado de mente entendido como concepto, prosigue analizando el estado de mente
entendido como sensación y la distingue de la emoción, consecuentemente realiza la
distinción entre sensación y emoción del sentir de un pensamiento, para terminar
explicando en qué consiste la atención. Para concluir que todo tipo de modificación de la
consciencia – el entendimiento, la sensación y la atención – es una inferencia. Aunque, nota
el mismo filósofo, puede objetarse que no puede inferirse una imagen o una representación
singular, por lo que se propone explicar lo que se entiende por ‘singular’. Después de dicha
explicación, Peirce concluye que ni siquiera las imágenes se resisten al proceso de
inferencia.
4. Para finalizar, Peirce, contrario al pensamiento de que los seres humanos podemos
concebir lo incognoscible, plantea que lo absolutamente incognoscible es absolutamente
inconcebible. Partiendo del hecho de que todo lo cognoscible y supuestamente
incognoscible es real, Peirce desarrolla el concepto de realidad para dejar claro que dentro
de lo real no cabe lo incognoscible; esto es, lo incognoscible, siempre será inconcebible. En
este sentido, afirma que toda cognición es fruto de una serie infinita de inducciones e
hipótesis, como se mencionó anteriormente, y ésta puede ser de dos tipos, a saber:
verdaderas y no-verdaderas. Las primeras son cogniciones cuyos objetos son reales, y su
realidad se desprende de la afirmación de la comunidad; y las segundas son cogniciones
cuyos objetos son irreales, y su irrealidad se desprende de la negación de la comunidad. Lo
real, pues, es aquello a lo que más pronto o más tarde, aboca la información y el
razonamiento, y que en consecuencia es independiente de los antojos tuyos y míos. Por lo
tanto, el auténtico origen del concepto de realidad muestra que el mismo implica
esencialmente la noción de comunidad, sin límites definidos, y susceptible de un
crecimiento indefinido de conocimiento.
Peirce aclara al respecto que con base en este principio, una proposición cuya falsedad no
puede nunca llegar a descubrirse, y cuyo error es por tanto absolutamente incognoscible,
no contiene absolutamente erro alguno. Consecuentemente, lo que en estas cogniciones
se piensa es lo real, tal como realmente es.
Finalmente, Peirce se enfrenta al problema de la realidad de la mente, su manifestación
fenomenal. Para esto plantea la hipótesis de que la manifestación fenomenal de la mente
es un signo extraído por inferencia, el cual se expresa por medio de palabras. Y desarrolla
esta hipótesis tratando de describir las diferencias entre ser humano y palabra, llegando a
la conclusión de que no hay diferencia.
Se puede mencionar como diferencia que ambos tienen cualidades materiales diferentes:
las fuerzas que constituyen la aplicación denotativa pura, y la significación del signo
humano, son cosas extremadamente complicadas en comparación a las de la palabra. Pero
estas diferencias son sólo relativas. Otra diferencia podría ser que el hombre es consciente,
mientras que una palabra no lo es. Pero consciencia es un término muy vago. Puede
significar aquella emoción que acompaña a la reflexión de que tenemos vida animal, pero
esta consciencia es sólo una mera sensación y, por tanto, sólo es una parte de la cualidad
material del hombre-signo. Dicho de otra manera, la consciencia se utiliza a veces para
significar el yo pienso, o unidad de pensamiento; pero la unidad no es más que consistencia,
o el reconocimiento de ello. La consistencia pertenece a todo signo, en la medida en que es
un signo; y, por lo tanto, todo signo, dado que significa primariamente que es un signo,
significa su propia consistencia.
Entonces, concluye Peirce que la palabra o signo que utiliza el hombre es el hombre mismo.
Pues lo que prueba que un hombre es un signo es el hecho de que todo pensamiento es un
signo, en conjunción con el hecho de que la vida es un flujo de pensamiento; de manera
que el que todo pensamiento es un signo externo, prueba que el hombre es un signo
externo. Lo que es tanto como decir que el hombre y el signo externo son idénticos. Así mi
lenguaje es la suma total de mí mismo, pues el hombre es el pensamiento. De este modo,
podría decirse que Peirce arroja una premisa de carácter ético: la identidad de un hombre
consiste en la consistencia de lo que hace y piensa, y consistencia es la característica
intelectual de una cosa; es decir, es su expresar algo.

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