Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Relájate, respira hondo, cierra los ojos y déjate llevar… Gira lentamente, rota sobre ti
mismo… No dejes de marearte… Acaba de dar comienzo la sesión de hipnosis…
Locura y razón se miran fijamente a los ojos a uno y otro lado del espejo. Desde la
barrera que las separa nos habla Léolo, el alter ego de Leo, un niño con voz de adulto y
ojos afilados que esgrime la palabra como arma en su revuelta contra la locura. Se
declara hijo legítimo de un tomate contaminado y configura el agujero que le permite
alejarse de la realidad tejiendo sueños, fabricando deseos, amaestrando versos… Éstas
constituyen tan sólo unas pinceladas del confuso microcosmos en que se desarrolla
Léolo, la segunda y última película de Jean-Claude Lauzon, un film perturbador e
intimista, de gran complejidad narrativa y una ingente carga simbólica. Llámalo cine de
autor si eres amigo de las etiquetas, pero te puedo asegurar que esto se encuentra mucho
más allá, en el germen mismo de la creación, en el inmenso vacío de cada átomo donde
forcejean encarnizadamente electrones y protones, repugnancia y placer. El Bien y el
Mal —cielo e infierno— reclaman su opuesto como única forma de alcanzar el
equilibrio. Veneno y antídoto follando juntos hasta la próxima contracción del
Cosmos…
De hecho, en ningún lugar como en éste se conjugan tan bien las dos acepciones del
término «escatología». ¿Cómo fusionar Dios y las heces? ¿Qué prolífico misticismo
encierra la taza del inodoro? ¿Existe el metabolismo divino? La pesadilla se muerde la
cola: hasta el más suculento de los menús acaba oliendo mal. No puedes salir de la
órbita excrementicia y pretender a la vez estar vivo. Mierda eres y en mierda te
convertirás.
Sentado en el vórtice mismo del delirio, Lauzon nos relata la experiencia de los límites
de la razón, demostrando que los estados alterados de la conciencia no requieren
necesariamente la intermediación de sustancias químicas. Desde los mantras que inician
el film hasta los que lo finalizan, presenciamos un círculo vicioso carente de tiempos
muertos que, tras extraviar progresivamente todos los asideros de la realidad, nos aboca
al único destino posible: la enajenación plena de quien se queda a vivir en el país de los
sueños. Sin embargo, narrar dicha historia no sería posible sino desde la refrigeración
del sentimiento de quien ha conseguido escabullirse de la turbadora demencia a la que
estaba condenado. Más allá de los detalles, Léolo es un documento autobiográfico.
André Petrowsky (a quien está dedicada la cinta), profesor que rescató a Lauzon a los
17 años de una fábrica induciéndolo a que ingresara en la Universidad, le dio un plazo
de quince años para acabar en un psiquiátrico o ser un genio. Finalmente fue lo
segundo. Un accidente de avioneta en 1995, donde murieron el cineasta y su novia, se
encargó de truncar su futuro, privando al cine de uno de sus más cáusticos talentos.
Leo sueña pero nunca duerme, escribe, juega a la vida, descubre con repugnancia las
pulsiones de su pubertad, lee, crea mitos en busca de un amor inexistente, desdobla su
personalidad, espía, desea, se hace preguntas, cae… El borde del precipicio cede,
empujándolo al océano enfermo de la familia. Bianca, una joven vecina italiana con la
que nunca se produce diálogo, constituye la idealización de su deseo, mientras canturrea
«il sonno é il mondo mio» en el universo imaginario de los sueños de Leo. Al igual que
la luz, el frío, la nieve o la blancura, la muchacha simboliza el delirio al cual el niño se
aferra para huir de la psicosis hogareña.
Oye, Jean-Claude, ¿y si quedamos esta noche en mis sueños? Allí hay un garito, al final
de la fase REM, donde te invito a una copa. Hay tantas cosas que me gustaría
preguntarte…
Si todavía tienes hambre de Lauzon, tal vez tengas más suerte que yo y encuentres algo
de su filmografía anterior: Le secret du colonnel, corto en 16 milímetros que parodia un
anuncio de pollo frito; Super Marie, cortometraje que le dio el Gran Premio Norman
Mclaren en el Festival de Cine Estudiantil de Canadá; Piwi, tercera película corta,
editada en 1981; y Un zoo la nuit, el primer largo, de 1986. Ya sé que si lo consigues
querrás mantenerlo en secreto, es lo malo que tienen esos paradisíacos recovecos del
conocimiento, que no soportarías verlos convertidos en fenómeno de masas. Sin
embargo, yo prometo no contárselo a nadie… ¿Quién habrá sido el gilipollas a quien se
le ha ocurrido escribir un artículo sobre Léolo? Escóndelo bien, no dejes que ellos –los
normales- lo lean…
Muy bien, ahora vas a despertar. Solamente cuando haya contado hasta tres podrás abrir
los ojos. Uno… Dos. Bienvenido a la locura. El fiscal solicita la pena de muerte para el
aburguesamiento. Y ni siquiera tiene derecho a un abogado.