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Hay que afrontar por tanto una especie de psicoanálisis con fines situacionistas,
debiendo encontrar cada uno de los que participan en esta aventura deseos ambientales
precisos para realizarlos, en sentido opuesto a los fines perseguidos por las corrientes
surgidas del freudismo. Cada uno debe buscar lo que le gusta, lo que le atrae (y
contrariamente a algunos intentos de escritura moderna -por ejemplo Leiris-, lo que nos
importa no es la estructura individual de nuestro espíritu ni la explicación de su
formación, sino su aplicación posible en las situaciones construidas). Se puede hacer
recuento con este método de los elementos constitutivos de las situaciones a edificar;
proyectos para el movimiento de estos elementos.
Una investigación semejante sólo tiene sentido para individuos cuyo trabajo se enfoque
prácticamente sobre la construcción de situaciones. Todos ellos son, espontáneamente o
de forma consciente y organizada, presituacionistas, individuos que han experimentado
la necesidad objetiva de esta construcción a través de un mismo estado de carencia en la
cultura y de las mismas expresiones de la sensibilidad experimental inmediatamente
anterior. Están unidos por su especialización y por su pertenencia a una vanguardia
histórica dentro de ella. Por lo tanto es probable que se encuentren en todos ellos
numerosos puntos en común con el deseo situacionista, que se diversificará cada vez
más a partir de su tránsito a una fase de actividad real.
La realización efectiva del individuo, al igual que la experiencia artística que desvelan
los situacionistas, pasa forzosamente por su dominación colectiva: antes de ello no hay
todavía individuos, sino sombras que frecuentan los objetos que otros les proporcionan
anárquicamente. Encontramos, en situaciones ocasionales, individuos aislados que se
mueven al azar. Sus emociones divergentes se neutralizan y mantienen su sólido entorno
de aburrimiento. Aniquilaremos estas condiciones haciendo aparecer en algunos puntos
la señal incendiaria de un juego superior.
El funcionalismo, que es una expresión necesaria del avance técnico, intenta eliminar en
nuestra época totalmente el juego, y los partidarios del "industrial design" lamentan la
perversión de su actividad por la inclinación del hombre al juego. Esta inclinación,
explotada rastreramente por el comercio industrial, pone inmediatamente en cuestión
resultados útiles exigiendo nuevas presentaciones. Creemos que no hay que alentar la
constante renovación artística de la forma de los frigoríficos, pero el funcionalismo
moralizador no puede hacer nada al respecto. La única salida progresiva es liberar en
otra parte, y de modo más amplio, la tendencia al juego. Las ingenuas indignaciones de
la teoría pura del "industrial design" no han impedido, por ejemplo, que el automóvil
individual sea principalmente un juego imbécil, y sólo accesoriamente un medio de
transporte. Contra todas las formas regresivas de juego que suponen su retorno a
estadios infantiles -ligados siempre a políticas reaccionarias- hay que apoyar las formas
experimentales de un juego revolucionario.